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Casi todo un año permaneció Thomas Lieven en prisión preventiva..., un año altamente desconcertante con el verano más cálido desde hacía cien años, el fin de las tarjetas de racionamiento y, el 28 de junio, la guerra de Corea que tuvo como consecuencia un histérico período de acaparamiento en Europa.
El 19 de noviembre de 1950, condenó el tribunal de Francfort a Thomas Lieven a tres años y medio de prisión. El juez dijo que en el caso del acusado Lieven había de reconocerse la sinceridad y actitud tan dignas de encomio. El tribunal había llegado a la conclusión de que unos motivos ignorados, con toda probabilidad de índole psicológica, habían impulsado al acusado a cometer aquel acto reprobable. Textualmente dijo el juez:
Este hombre tan inteligente y tan culto no es el criminal típico...
Para el segundo acusado, el banquero de Hamburgo, Walter Pretorius, no halló el juez tales atenuantes. Fue condenado a cuatro años de prisión. Su Banca se declaró en quiebra. Y el Deutsche Bankenaufsicht le prohibió por todos los tiempos ejercer la profesión de banquero en Alemania, borrando su nombre de las listas.
Dos hechos añadieron un signo picaresco al proceso celebrado en Francfort. A pesar de que los dos acusados, como sabemos, se conocían íntimamente, ni un solo momento, ni por palabra o con un gesto, revelaron tal conocimiento mutuo.
El segundo fue que el juez, ya desde el primer día, ordenó que las sesiones se celebraban a puerta cerrada después de haber declarado el acusado Lieven que estaba dispuesto a explicar en detalle el truco por medio del cual había entrado en posesión de los marcos bloqueados. De ese modo, Lieven se vio libre de aquella «publicidad» que tanto había de temer en relación con ciertos servicios secretos extranjeros.
En cierto modo había conseguido su objetivo: Walter Pretorius, alias Robert E. Marlock, había sido arruinado para el resto de su vida. Pálido y tembloroso, deprimido y abatido, se presentó ante el tribunal.
Durante el proceso los dos acusados no intercambiaron una sola palabra. En silencio acogieron la condena. Y entonces, Thomas Lieven se volvió sonriente hacia su antiguo socio. Y Robert E. Marlock tuvo que bajar la mirada ante esta sonrisa...
Marlock fue destinado a la prisión de Francfort-Hamelgasse. Thomas Lieven logró ser trasladado a la prisión de Dusseldorf Derendort. Su amigo Bastián Fabre, residente en Cecillien Allee, Dusseldorf, cuidó en todo momento de que no le faltara lo más necesario.
Cuando Thomas empezó a aburrirse demasiado, compuso un diccionario con el lenguaje habitual entre la gente del hampa.