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A primeras horas de la mañana del 21 de noviembre de 1957 encontraron unos chiquillos que jugaban en las blancas arenas de la playa del pueblo de pescadores de Cascais, cerca de Lisboa, unas conchas coloradas, estrellas de mar y el cadáver de un hombre.
Estaba tumbado de espaldas. Su rostro presentaba una expresión de infinito asombro, llevaba un traje a medida, aun cuando ahora completamente empapado en agua salada, zapatos bajos de color negro, calcetines del mismo color, camisa blanca y corbata negra. Cerca del corazón presentaba la camisa un agujero redondo y una gran mancha de sangre. También la chaqueta presentaba el mismo agujero. Era evidente que el caballero había sido mandado de este mundo al otro, sin duda alguna mejor, por medio de una bala de gran calibre.
Después de haber descubierto el cadáver, los chiquillos se alejaron corriendo y gritando de la playa. Cinco minutos más tarde llegaban presurosos unos pescadores que rodearon excitados el cadáver.
Un hombre ya de edad madura le dijo a su hijo:
—Comprueba, José, si ese caballero lleva un pasaporte.
José se arrodilló junto al cadáver y sacó cuatro pasaportes de los bolsillos de la chaqueta del difunto.
Otro hombre, de edad madura también, dijo:
—¡A ese individúo lo conozco yo!
Y contó entonces que en el mes de septiembre del año 1940, hacía de ello diecisiete años, y contra una bonita gratificación, había ayudado a unos agentes alemanes a secuestrar a un elegante caballero. El hombre explicó:
—... lo dejaron inconsciente en la ciudad y lo trajeron aquí y, luego, nos hicimos a la mar. Los alemanes me dijeron que en aguas extraterritoriales nos esperaría un submarino alemán que se haría cargo de ese hombre. Pero sucedió un incidente. -Y el hombre contó lo que había sucedido.
El lector lo sabe ya.
—Hablaban repetidamente de un tal «comerciante Jonás» -dijo el anciano.
—Comprueba si uno de estos pasaportes está extendido a nombre de Jonás -dijo el pescador a su hijo José.
José lo comprobó. El difunto llevaba un pasaporte extendido a nombre de Jonás. Emil Jonás, comerciante en Ruedesheim.
—Hemos de avisar a la policía sin pérdida de tiempo -dijo José.