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—Soy un espía soviético. Puedo darles información sobre el mayor y más importante grupo de espionaje ruso en Estados Unidos -le dijo Víctor Morris al embajador americano en París.
Eran las 17.45 horas del 4 de mayo de 1957.
—¿Y por qué quiere hacer una cosa así, míster Morris? -le preguntó el embajador.
—Porque necesito su ayuda -respondió Morris, un hombre de cara ancha e hinchada y gruesas gafas con montura de concha-. Me han ordenado que abandone América y vuelva a Moscú pasando por París. Sé lo que esto significa. Me quieren liquidar.
—¿Y por qué motivo los soviets le quieren liquidar a usted?
—Yo..., hum, creo que he fracasado -respondió Morris en un inglés americano sin acento-. Las mujeres. Las bebidas. He hablado demasiado. Y luego esa Dunia...
—¿Quién es Dunia?
—Dunia Melanin. La antigua esposa de un oficial soviético. En Nueva York trabaja como ayudante de un médico. Trabamos conocimiento. Pero nos peleábamos continuamente. Llamamos la atención. Mark me dijo que había de abandonar el país.
—¿Quién es Mark?
—Desde hace diez años el jefe del grupo más importante del espionaje ruso en América.
Víctor Morris, esto se descubrió muy pronto, era un hombre de muchos nombres. En realidad se llamaba Hayhanem y era teniente coronel en el servicio secreto ruso. De 1946 a 1952 había sido instruido en Rusia para actuar en Estados Unidos y colaborar con el legendario y misterioso míster Mark.
¡Seis años de instrucción! Hay que imaginarse lo que significa esto: Hayhanem había de olvidarse por completo de su pasado y adquirir una personalidad enteramente nueva. Había de leer, hablar, comer, caminar, pensar y discutir como un hombre nacido en los alrededores de Nueva York. Y conducir el coche como lo hacen los americanos. Y bailar, y leer, y escribir, y fumar, y emborracharse como los americanos.
El teniente coronel Hayhanem se convirtió en un hombre nuevo. Sin embargo, esta hazaña la había realizado ya antes de él otro hombre: míster Mark, el mejor espía con que jamás contó el Kremlin en América y quien durante diez años logró ocultar su verdadera identidad.
Hayhanem, alias Morris, superó todas las pruebas. El 14 de abril de 1952 se presentó con un pasaporte americano perfectamente falsificado a Michal Sivrin, secretario de la delegación soviética de la ONU en Nueva York. Éste le dio dinero y le dijo:
—Póngase en contacto con míster Mark. Nunca más nos volveremos a ver. A partir de esta hora ha dejado usted de existir para mí, como tampoco tengo conocimiento de la existencia de un tal míster Mark. No cuente jamás con mi ayuda. Soy diplomático, no pueda relacionarme con usted.
—¿Y cómo ponerme en contacto con Mark?
—El le llamará a usted a su hotel. Tome esta pequeña pipa tallada, servirá para que Mark le reconozca cuando se encuentren ustedes en el lugar que él le diga. Mark le llamó tres días más tarde: -Espéreme puntualmente, a las 17.30 horas, en los lavabos del cine RKO en Flushing.
¡Los lavabos! Ningún agente secreto del mundo se puede pasar sin los sanitarios. Puntualmente, a las cinco y media de aquel día, se presentó Morris en el cine. De una de las cabinas en los lavabos salió un hombre de unos cuarenta y cinco años de edad, alto, casi calvo, rostro inteligente, orejas muy grandes, labios delgados y unas gafas sin montura. Llevaba un traje de franela y una camisa a cuadros sin corbata. Fijó la mirada en Morris. Vio la pequeña pipa tallada, asintió con un movimiento de cabeza y dijo: -Puntual al minuto, Morris...