Capítulo Diecisiete

«EL DÍA DE HOY SE DECLARA VACACIÓN NO PROGRAMADA.»

Jonás, sus padres y Lily, todos volvieron la cabeza sorprendidos hacia el altavoz, de donde había salido la Comunicación. Aquello sucedía muy rara vez, y cuando sucedía era un regalo para toda la Comunidad. Los adultos quedaban eximidos del trabajo del día, los niños de la escuela y la formación y las horas de voluntariado. Los Obreros sustitutos, que recibirían otro día de vacación a cambio, se hacían cargo de todas las tareas imprescindibles: crianza, distribución de alimentos y atención a los Viejos, y la Comunidad era libre.

Jonás dio un grito de alegría y soltó la carpeta de los deberes.

Estaba a punto de salir para la escuela. Ahora la escuela tenía menos importancia para él y no habría de transcurrir mucho tiempo para que acabase su educación escolar. Pero para los Doces, aunque hubieran iniciado ya su formación de adultos, quedaba todavía memorizar las listas de Normas interminables y aprender a manejar la última tecnología.

Les deseó un buen día a sus padres, a su hermana y a Gabi, y se alejó pedaleando por el camino de bicis en busca de Asher.

Llevaba ya cuatro semanas sin tomar las pastillas. Le habían vuelto los Ardores y se sentía un poco culpable y avergonzado por los sueños placenteros que tenía por las noches. Pero sabía que no podía volver al mundo de no sentir nada en el que había vivido tanto tiempo.

Y su nueva sensibilidad exaltada llenaba un ámbito mayor que el de los meros sueños. Aunque sabía que parte de eso era debido a no tomar las pastillas, pensaba que la sensibilidad procedía también de los recuerdos. Ahora veía todos los colores, y además era capaz de retenerlos, de manera que los árboles y la hierba y los arbustos no dejaban de ser verdes mientras los miraba. Las mejillas sonrosadas de Gabriel seguían siendo sonrosadas incluso cuando dormía. Y las manzanas eran siempre, siempre rojas.

Ahora, gracias a los recuerdos, había visto mares y lagos de montaña, y arroyos que murmuraban en los bosques; y ahora veía de otro modo el ancho río de siempre, que corría junto al camino. Veía toda la luz y el color y la historia que contenía y arrastraba en sus aguas lentas; y sabía que había un Afuera de donde procedía y un Afuera adonde iba.

En esta vacación casual e inesperada se sentía feliz, como siempre en vacaciones; pero con una felicidad más profunda que nunca.

Pensando, como siempre, en la precisión del lenguaje, Jonás se dio cuenta de que lo que estaba experimentando era una hondura de los sentimientos distinta. Había algo que los diferenciaba de los sentimientos que cada noche, en cada casa, cada ciudadano analizaba con parloteo interminable.

—Me puse iracunda porque alguien había quebrantado las Normas del Área de Juegos —había dicho Lily una vez, cerrando el puño de su manita para indicar su ira.

Su familia, Jonás entre ellos, había comentado los posibles motivos de la transgresión y la necesidad de ser comprensivo y paciente, hasta que el puño de Lily se relajó y se le pasó la ira.

Pero ahora Jonás se daba cuenta de que no era ira lo que Lily había sentido. Impaciencia y enfado vulgares. El lo sabía con certeza porque ahora conocía la ira. Ahora había experimentado, en los recuerdos, la injusticia y la crueldad, y había reaccionado con una ira que le brotaba con tal violencia que la idea de comentarla tranquilamente en la cena era impensable.

—Hoy he estado triste —había oído decir a su madre, y ellos la habían consolado.

Pero ahora Jonás había experimentado la tristeza de verdad. Había conocido la pena desgarradora. Sabía que para emociones así no había consuelo fácil.

Éstas eran más profundas y no había necesidad de contarlas. Se sentían.

Hoy sentía felicidad.

—¡Asher!

Descubrió la bici de su amigo apoyada en un árbol, al borde del Área de Juegos. Por allí cerca había otras bicis tiradas por el suelo. En los días de vacación se podían desobedecer las Normas de Orden habituales.

Frenó hasta pararse y dejó caer su bici junto a las demás.

—¡Ash! —gritó, mirando alrededor, pero no se veía a nadie en el Área de Juegos—. ¿Dónde estás?

—¡Fsss...!

Fue una voz infantil la que hizo ese sonido desde detrás de un arbusto cercano.

—¡Pum, pum, pum...!

Una Once llamada Tanya salió tambaleándose de su escondite.

Con gesto teatral se agarró el estómago y siguió dando traspiés en zigzag, gimiendo.

—¡Me has dado! —chilló, y se dejó caer al suelo riendo.

—¡Bang...!

Jonás, parado al borde del Área, reconoció la voz de Asher. Y vio que su amigo corría de detrás de un árbol a otro, apuntando como si en la mano llevara un arma imaginaria.

—¡Bang! ¡Cuidado, Jonás! ¡Te tengo en mi línea de fuego!

Jonás retrocedió. Se colocó detrás de la bici de Asher y se arrodilló para no ser visto. Era un juego al que había jugado a menudo con los otros niños, un juego de buenos y malos, un pasatiempo inocente con el que daban salida a toda la energía contenida, y que no terminaba hasta que todos yacían tirados por el suelo en posturas estrafalarias.

Hasta entonces nunca se había dado cuenta de que era jugar a la guerra.

—¡Al ataque!

Ese grito brotó de detrás del pequeño almacén donde se guardaba el material de juegos. Tres niños salieron a la carrera, con sus armas imaginarias en posición de disparo.

Del otro extremo del Área se alzó el grito contrario:

—¡Contraataque!

Y de sus escondites salió una horda de niños, entre los cuales Jonás reconoció a Fiona, que corrían agachados y disparando. Varios se detuvieron y se llevaron las manos a los hombros y al pecho con gestos exagerados, fingiendo haber sido alcanzados; se desplomaron al suelo y se quedaron tendidos, conteniendo la risa.

Jonás sintió una oleada de sentimiento, y sin pensarlo echó a andar por el Área.

—¡Alcanzado, Jonás! —chilló Asher desde detrás del árbol—. ¡Pum, alcanzado otra vez!

Jonás estaba solo en el centro del Área. Varios niños levantaron la cabeza para mirarle, alarmados. Los de los ejércitos atacantes frenaron y se estiraron para ver lo que hacía.

Mentalmente Jonás volvió a ver la cara del muchacho que estaba agonizando en un campo y le había pedido agua. Tuvo de pronto una sensación de ahogo, como si fuera difícil respirar.

Uno de los niños alzó un rifle imaginario y trató de derribarle con un ruido de disparo: «¡Fsssssss!». Tras eso todos se quedaron callados, sin saber qué hacer, y no se oyó más que la respiración entrecortada de Jonás, que hacía esfuerzos para no llorar.

Poco a poco, viendo que no pasaba nada, que no cambiaba nada, los niños se miraron nerviosos unos a otros y se marcharon. Jonás oyó que cogían las bicis y se alejaban pedaleando por el camino que salía del Área.

Sólo Asher y Fiona se quedaron.

—¿Qué pasa, Jonás? Era sólo un juego —dijo Fiona.

—Lo has estropeado —dijo Asher de mal talante.

—No juguéis más a eso —suplicó Jonás.

—Soy yo el que se está formando para Subdirector de Recreación —señaló Asher, enfadado—. Los juegos no son tu área de complacencia.

—Competencia —le corrigió Jonás automáticamente.

—Lo que sea. Tú no puedes decir a qué tenemos que jugar, aunque vayas a ser el nuevo Receptor —y Asher le miró con precaución—. Pido disculpas por no mostrarte el respeto que mereces —farfulló.

—Asher —dijo Jonás.

Intentó hablar con cuidado, y con amabilidad, para decir exactamente lo que quería decir.

—Tú no tenías manera de saberlo. Yo tampoco lo sabía hasta hace poco. Pero es un juego cruel. En el pasado ha habido...

—Te he pedido disculpas, Jonás.

Jonás dio un suspiro. Era inútil; estaba claro que Asher no lo podía entender.

—Te disculpo, Asher —dijo cansinamente.

—¿Quieres dar un paseo en bici por el río, Jonás? —preguntó Fiona, mordiéndose el labio nerviosa.

Jonás la miró: qué guapa era. Por un instante fugaz pensó que no había nada que más le apeteciera que dar un paseo tranquilo por el camino del río, charlando y riendo con su dulce amiga. Pero sabía que esos ratos se los habían quitado para siempre. Negó con la cabeza.

Pasados unos momentos sus dos amigos se dieron media vuelta y cogieron sus bicis, y él miró cómo se alejaban.

Arrastró los pies hasta el banco que había junto al almacén y se sentó, abrumado por un sentimiento de pérdida. Su niñez, sus amistades, su sensación de seguridad sin preocupaciones, todo aquello parecía irse sin remedio. Con su nueva sensibilidad exaltada, le aplastaba la tristeza de haber visto que los otros reían y gritaban jugando a la guerra. Pero sabía que ellos no podían entender el porqué, sin los recuerdos. ¡Sentía un amor tan grande hacia Asher y Fiona!

Pero ellos no podían sentirlo a su vez, sin los recuerdos. Y él no se los podía pasar. Jonás supo con certeza que no podía cambiar nada.

De regreso en casa, esa noche, Lily parloteó alegremente sobre el maravilloso día que había pasado, jugando con sus amigos, almorzando al aire libre y, según confesó, dándose una vueltecita muy corta en la bicicleta de su padre.

—¡Tengo unas ganas de recibir mi bici el mes que viene! La de Papá es demasiado grande para mí. Me caí —explicó como si tal cosa—.

¡Menos mal que Gabi no iba en el sillín de niño!

—Pues sí, menos mal —convino Mamá, frunciendo el gesto sólo de pensarlo.

Gabriel agitó los brazos al oír su nombre. Se había soltado a andar hacía sólo una semana. Decía Papá que los primeros pasos de un Nacido eran siempre motivo de celebración en el Centro de Crianza, pero también eran el momento en que la palmeta entraba en acción.

Ahora Papá se traía a casa ese instrumento todas las noches, por si Gabriel se portaba mal.

Pero Gabriel era un niñito feliz y de buen genio. Ahora se movía por la habitación con pasos vacilantes, riendo. «¡Gay!», trinaba. «¡Gay!»

Era así como él decía su nombre.

Jonás se animó. Había sido un día deprimente para él, después de un comienzo tan bueno. Pero dejó a un lado sus ideas negras. Pensó en empezar a enseñarle a Lily a montar, para que pudiera salir pedaleando muy ufana tras la Ceremonia del Nueve, que sería pronto.

Costaba trabajo creer que ya volviera a ser casi diciembre, que hubiera transcurrido casi un año desde que Jonás a Doce.

Sonrió viendo cómo el Nacido iba plantando cuidadosamente un piececito delante del otro, muy regocijado con cada paso que conseguía dar.

—Hoy quiero irme a dormir pronto —dijo Papá—. Mañana tengo un día de mucho trabajo. Mañana nacen los gemelos y según los resultados de las pruebas son idénticos.

—Uno para aquí, otro para Afuera —canturreó Lily—. Uno para aquí, otro para Afue...

—¿Te lo llevas tú Afuera, Papá? —interrumpió Jonás.

—No, yo únicamente tengo que hacer la selección. Les peso, le entrego el mayor a un Criador que está al lado, esperando, y luego al más pequeño le pongo todo limpito y confortable. Entonces hago una pequeña Ceremonia de Liberación y... —bajó los ojos, sonriendo hacia Gabriel—. Le digo adióoos... —dijo, con la voz dulce especial que ponía para hablar al Nacido, e hizo el gesto familiar de despedir con la mano.

Gabriel rió y repitió el mismo gesto hacia él.

—¿Y viene otra persona a buscarle? ¿Alguien de Afuera?

—Exactamente, Jonasete.

Jonás puso los ojos en blanco al oír en boca de su padre aquel diminutivo tan bobo.

Lily estaba sumida en profundas reflexiones:

—¿Y si al gemelo pequeño le ponen nombre Afuera, un nombre como, por ejemplo, Jonathan? Y aquí, en nuestra Comunidad, al gemelo que se queda aquí se le impone el nombre Jonathan, y entonces habría dos niños con el mismo nombre y parecerían exactamente el mismo, y un día, a lo mejor cuando fueran Seises, un grupo de Seises iría en autobús a visitar otra Comunidad, y allí en la otra Comunidad, en el otro grupo de Seises, habría un Jonathan que sería exactamente igual que el otro Jonathan, y entonces a lo mejor se equivocaban y se traían a casa al Jonathan que no era, y a lo mejor sus padres no se daban cuenta, y entonces...

Hizo una pausa para respirar.

—Lily —dijo Mamá—, tengo una idea estupenda. ¡A lo mejor cuando tú seas Doce te dan la Misión de Cuentacuentos! Me parece que hace mucho tiempo que no tenemos Cuentacuentos en la Comunidad. Pero si yo estuviera en el Comité, ¡te aseguro que te escogía para ese trabajo!

Lily sonrió de oreja a oreja.

—Yo tengo una idea mejor para otro cuento —anunció—. Y si fuéramos todos gemelos y no lo supiéramos, y entonces Afuera habría otra Lily, y otro Jonás, y otro Papá, y otro Asher, y otra Presidenta de los Ancianos, y otro...

Papá dio un gemido.

—Lily —dijo—: ¡es la hora de irse a la cama!