18

Cuando Seth regresó, ataviado con su mejor sombrero y su gabán, y cargando con una maleta enorme, todos se dirigieron hacia la puerta. El coche del señor Neck estaba esperando en el patio, y el productor se aferró al brazo de Seth durante todo el trayecto hasta el vehículo, como si tuviera miedo de que Seth cambiara repentinamente de idea.
Pero no tenía por qué. El rostro de Seth lucía su habitual expresión de cuando se aburría de no hacer nada: era un gesto de insolente complacencia. Desde luego, se convertiría en una verdadera estrella de cine. Una vez superada la primera impresión, el joven quiso aparentar que todo el asunto resultaba perfectamente natural para él. Era demasiado vanidoso para mostrar la bestial alegría que hervía en su interior. De todos modos, por debajo de aquella costra de aceptación complaciente se adivinaba una oleada de esplendor que iba adquiriendo poco a poco un color dorado oscuro.
Bueno, todo se iba desarrollando a las mil maravillas. Flora seguía dándole golpecitos en la espalda al atragantado señor Mybug mientras todos se reunían en torno a la puerta del coche y se decían adiós. De repente se escuchó el chirrido inquietante de una ventana al abrirse. Y antes de que pudieran mirar arriba se escuchó un alarido que rasgó el aire tranquilo de las últimas horas de la tarde. La voz precisaba, en concreto, que había visto algo sucio en la leñera.
Todo el mundo miró hacia arriba. Flora, con cierta consternación.
Con toda seguridad, se trataba de la tía Ada Doom. La ventana de su alcoba, que estaba exactamente encima de la puerta de la cocina, estaba abierta de par en par, y la propia Ada luchaba por asomarse, apoyándose en el alféizar con ambas manos. Una figura rondaba por detrás en aquella sombría estancia, ocultándose tras el hombro izquierdo de la anciana, intentando atisbar algo por encima del enorme bulto de la matriarca. Por el desaliño de su peinado, Flora supuso que se trataba de Judith. Aún había otra sombra merodeando por allí, por detrás del hombro derecho de la tía Ada Doom. Sin guiarse por nada, salvo por la intuición femenina, Flora supo que era Rennet.
—¡Oh, que Dios se apiade de nosotros…! —dijo Flora en voz muy baja al señor Neck—. ¡Subid deprisa, y marchaos inmediatamente!
—¿Qué demon…? ¿Ésa es la abuela? —preguntó el señor Neck—. ¿Y quién es esa corista rubia platino que anda detrás? Vamos, querido —apremió a Seth para que subiera al coche—. Tenemos que coger ese vuelo.
—¡Seth…! ¡Seth…! ¿Adónde vas? —la voz de Judith traslucía ese temblor palpitante del miedo y la angustia.
—¡Vi algo sucio en la leñera! —gritó la tía Ada Doom, blandiendo en el aire lo que quedaba del Boletín Semanal de Productores de Leche y Guía de Ganaderos de Vacuno—. ¡Mi niño…! ¡Mi niñito querido! ¡No puedes abandonarme…! ¡Me volveré loca! ¡No podré resistirlo!
—Seguro que sí que podrás —dijo entre dientes el señor Neck; pero en voz alta se dirigió a la tía Ada educadamente, diciéndole adiós con la mano—. ¡Vaya, vaya, qué tenemos aquí! ¿Cómo está hoy nuestra chica?
—Seth… ¡No puedes irte! —imploraba Judith. Su voz dejó escapar un leve quejido de terror—. ¡No puedes abandonar a tu madre! Además… ¡Tenemos la cosecha de la cebolla en unos días…! Es un trabajo para los hombres… No puedes irte…
—¡Vi algo en la leñera!
—¡Ah!, ¿sí? ¿No me diga? —preguntó el señor Neck, ocultándose en el coche junto a Seth. El motor rugió, y el chófer comenzó a dar marcha atrás por el patio—. ¡Ea, señora…! Ya sé que es una pizca precipitado —gritó el señor Neck, sacando el cuello por la ventanilla del coche y mirando hacia arriba, hacia donde estaba la tía Ada—. Ya sé que es duro. Pero, vaya, así son las cosas, mujer. ¡Viva usted la vida, querida! Y toda esa historia de la leñera… bueno, eso pasó hace muchos años. ¡Que le den morcilla a Young Woodley![34] En fin, que yo respeto los sentimientos de una abuela, querida mía, pero, honestamente, no puedo dejárselo aquí. El muchacho le mandará cinco de los grandes cuando haga su primera película.
—Adiós —le dijo Seth a Flora, que pagó su condescendiente sonrisa con otra abiertamente amistosa por su parte.
Observó cómo se alejaba el coche. Se dirigía a la Tierra de los Locos Fantásticos; se dirigía al Reino de Jauja; se dirigía nada menos que a Hollywood. Seth ya no tendría la posibilidad de llegar a ser un joven agradable y normal. Se convertiría en una formidable máscara, famosa en el mundo entero.
La siguiente vez que lo vio fue un año después. Su máscara le sonreía desde la adormilada oscuridad de una gran pantalla plateada: «Seth Starkadder en Un jeque de provincias». Pero en aquel preciso momento, mientras el coche se alejaba, el joven era ya tan irreal como el mismísimo Aquiles.
—Seth… Seth…
El coche tomó la curva: Seth se había marchado ya para siempre.
Sin embargo, los lamentos de las mujeres desgarraban el aire como el alambre de espino. Faltaban aún varias horas para que las estrellas comenzaran su estúpida danza entre los sombreretes de las chimeneas. No había nada que hacer entretanto, salvo lamentarse.
La tía Ada ya se había apartado de la ventana. Flora pudo oír a Judith llorando y gritando de modo histérico. Continuó golpeando en la espalda al señor Mybug, que seguía atragantado:
—Vaya… vaya…
Se preguntaba si debía subir a las dependencias de la tía Ada e ilustrarla con algunos fragmentos interesantes de El sentido común de índole superior.
Pero no. Aún no había llegado el momento.
El propio señor Mybug la despertó de su ensoñación. El intelectual acabó por esquivar malhumoradamente sus golpecitos mientras exclamaba, entre toses:
—¡Ya estoy perfectamente bien, gracias!
Pero continuó tosiendo de una manera molestísima tras retirarse a cierta distancia.
De repente, sus toses cesaron de modo súbito. Se había quedado mirando con los ojos muy abiertos a la ventana de la tía Ada. Allí, recortada en toda su palidez, asomada a la luz de la tarde, estaba Rennet.
—¿Quién es ésa? —preguntó el señor Mybug, en voz baja.
—Oh, Rennet Starkadder —replicó Flora.
—¡Qué rostro tan soberbio! —dijo el señor Mybug, aún asombrado—. Tiene ese aspecto frágil y huidizo… ¿no le parece? —Y entonces agitó un poco los dedos para dar expresividad a sus palabras—. Tiene ese aire silvestre que se adivina a veces en los lebratos recién nacidos. Ojalá el gran Kopotkin pudiera verla. Seguro que querría esculpirla en yeso.
Rennet también estaba observándolo a él desde arriba. Flora se dio cuenta de que allí había asunto. Oh, bueno, sería estupendo que el señor Mybug se llevara con él a Rennet a Fitzroy Square para inaugurar allí una nueva moda de bellezas con cara de conejo… Excepto que ella, Flora, debía asegurarse, antes de que se fueran, de que él sería amable y bueno con la pobre Rennet, y de que sería un buen marido para ella. Probablemente lo sería… Rennet estaba ya muy domesticada. Remendaría la ropa del señor Mybug (algo que nadie había hecho antes por él, puesto que, aunque todas sus novias tuviesen la capacidad natural de bordar maravillosamente, a ninguna de ellas se le había pasado siquiera por la imaginación que pudieran dedicar un minuto de su tiempo a remendar nada en absoluto); Rennet también cocinaría para él y le prepararía comidas nutritivas, y le consentiría todo y simplemente lo adoraría, y él estaría tan feliz que no se reconocería, y le estaría sumamente agradecido a su esposa.
Estaba en estas maquinaciones cuando el señor Mybug la despertó de su ensueño. Cruzó el patio hasta que se plantó directamente bajo la ventana y se dirigió atrevidamente a Rennet.
—¡Oigame! ¿Le gustaría a usted venir a dar un paseo conmigo por el campo?
—¿Qué…? ¿Ahora? —preguntó Rennet tímidamente. Nadie le había pedido jamás una cosa semejante.
—¿Y por qué no? —dijo el señor Mybug entre risas, mirando con gesto infantil hacia arriba, donde ella se encontraba, con la cabeza inclinada hacia atrás. Flora pensó que verdaderamente era una pena que estuviera tan gordo.
—Antes tengo que pedir permiso a la prima Judith —dijo Rennet, mirando de reojo por encima del hombro, hacia el oscuro interior de la estancia. Luego se adentró en las sombras.
El señor Mybug estaba muy satisfecho de sí mismo. Aquélla parecía ser su idea de «una aventura amorosa»; Flora lo supo de inmediato. Flora sabía por experiencia propia que los intelectuales creen que el modo correcto —qué caray, el único modo— de enamorarse de alguien es hacerlo en el mismo instante en que le echas el primer vistazo. Todo se reduce a conocer a alguien y pensar: «Ah, qué persona tan encantadora». Y ya está. Así de divertido y de sencillo. Luego, después de la fiesta, vuelves a casa con esa persona (preferiblemente por medio de Hampstead Heath, a las tres de la mañana) y discutes con ella acerca sobre si conviene que durmáis juntos o no. En ciertos casos se le puede preguntar a la otra persona si quiere hacer un viaje a Italia contigo. En otras ocasiones la otra persona te preguntará si quieres hacer un viaje con ella a Italia (preferiblemente a Portofino). Entonces os cogeréis de la mano, y os reiréis, y os besaréis y os diréis mil veces que estáis enamorados de verdad por primera vez en la vida. Os querréis durante unos ocho meses, y luego conocerás a otra persona y todo volverá a comenzar del mismo modo divertido y sencillo, con un paseo nocturno de un par de horas por Hampstead, una invitación a Portofino y todo lo demás.
Era muy sencillo, divertido, y natural, desde luego.
De todos modos, Flora estaba empezando a pensar que las cosas estaban yendo un poco demasiado deprisa en Cold Comfort Farm. Apenas se había recuperado del «Recuento» de la pasada noche y de la partida de Amos… (¿Había sido sólo la noche anterior? Parecía que hubiera pasado un mes desde todo aquello). Y luego Seth también se había ido, y el señor Mybug se había enamorado de Rennet, y sin duda planeaba llevársela de allí en cuanto tuviese ocasión.
Si las cosas continuaban a ese ritmo, pronto no quedaría nadie en la granja.
De repente sintió que tenía muchísimo sueño. Pensó que volvería a su pequeño saloncito verde y se sentaría junto a la chimenea a leer hasta la hora de la cena. Así que le dijo al señor Mybug que esperaba que disfrutara de su paseo, y cuando estaba a punto de despedirse añadió que Rennet había tenido una vida verdaderamente repugnante, en general, y sugirió que la mujer probablemente apreciaría un poco de alegría y sencillez, al estilo de Fitzroy Square.
El señor Mybug dijo que lo comprendía perfectamente. Aprovechó para intentar cogerle la mano también a ella, pero Flora le frustró el intento. Desde que viera a Rennet en la ventana, el escritor parecía haber asumido que su aventura amorosa (sólo por su parte) con Flora había llegado a su final, y que tenía vía libre para hacer algunas observaciones apropiadas de despedida.
—Quedamos como amigos, ¿no? —preguntó.
—Desde luego —contestó Flora con gesto amable, aunque no se molestó en informarle de que no tenía costumbre de tomar por amigas a personas a las que había conocido apenas cinco semanas antes.
—Tal vez podríamos cenar en Londres alguna vez.…
—Eso sería estupendo —añadió Flora, pensando en lo realmente desagradable y aburrido que resultaría.
—Hay algo en usted… —dijo el señor Mybug, mirándola detenidamente y agitando los dedos—. Algo antiguo, algo feérico… extrañamente secreto. Me gustaría escribir una novela sobre usted. La titularía Virginal.
—Vale, si así se entretiene… —dijo Flora—; y ahora, de verdad, tengo que irme porque debo escribir unas cartas, me temo. Adiós…
En su camino hacia el saloncito se cruzó con Rennet, que bajaba las escaleras, vestida para salir. Flora se preguntó cómo demonios habría conseguido el permiso de la tía Ada Doom, pero Rennet no se detuvo y, en consecuencia, no le pudo preguntar nada. Pasó junto a Flora precipitadamente. Su mirada era de terror.
Flora estaba extraordinariamente contenta de poder regresar a su saloncito y allí hundirse placenteramente en uno de aquellos cómodos sillones tapizados en verde, junto al fuego. Entonces se dio cuenta de que la desinhibida de la señora Beetle estaba allí, retirando las cosas del té.
—La señorita Elfine le envía recuerdos, señorita Flora: sabrá que se ha ido a pasar seis semanas a Howchiker Hall. El señor Dick vino a buscarla hoy a la hora de comer con su coche —dijo la señora Beetle—. Es un chico muy guapo, ¿a que sí?
—Sí, mucho —dijo Flora—. Así que la señorita Elfine se ha ido.… Oh, bueno, eso es fantástico. Ahora la familia tendrá tiempo para digerir todo el asunto y dar por bueno el compromiso. Y por cierto, ¿dónde está Urk? ¿Es verdad que ahogó a Meriam?
La señora Beetle lanzó un resoplido.
—Se necesitan más de uno como él para ahogar a mi hija. No, en carne y hueso es el doble de animal; allí abajo anda, en mi casa, jugando con los críos.
—¿Qué? ¿Con la banda de jazz? Quiero decir, ¿con los hijos de Meriam?
—Sí. Los lleva a cuestas corriendo como si fuera un caballo y juega a ser un topo de esos, o una rata de agua… Esos bichos tan desagradables. ¡Oh, debería haber oído el lío que me montó Agony cuando le dije que mi Meriam iba a casarse con uno de los Starkadder! ¡Menudo escándalo! ¡Pensé que se acabaría cayendo el techo!
—¿Así que Meriam de verdad va a casarse con él? —preguntó Flora, recostándose lánguidamente en su butaca y regodeándose en los cotilleos.
La señora Beetle la taladró con la mirada.
—Eso espero, señorita Poste. No digo yo que haya ocurrido nada malo entre ellos todavía, ni que no vaya a ocurrir, tampoco, hasta que se hayan casado. Agony es inflexible en ese punto.
—¿Y qué dice la vieja señora Starkadder de que Urk se case con Meriam?
—Dice que vio algo sucio… Como siempre. Bueno, si me hubieran dado seis peniques por cada cosa sucia que he visto desde que llevo trabajando en Cold Comfort, me podría haber comprado la granja entera… que no es que quiera comprarla, dicho sea de paso.
—Ya me imagino —dijo Flora distraídamente—. Oiga… ¿Usted no tendrá alguna idea de lo que la tía Ada Doom pudo ver realmente…?
La señora Beetle, que se disponía a doblar el mantel, se detuvo en aquel momento y miró a Flora con ademán serio. Pero lo único que dijo, después de un silencio, fue que no podía decir nada, y que de eso sí que estaba segura. Así que Flora no llevó sus indagaciones más allá. Pero pronto la señora Beetle volvió a la carga.
—Así que dicen por ahí que Seth se ha ido también. ¡Uyuyuy! ¡No creo que su madre lo esté llevando muy bien…!
—Sí, se ha marchado a Hollywood para ser una estrella de cine —dijo Flora con los ojos ya medio cerrados.
La señora dijo que allá él. Que ella no iba allí ni loca, y añadió que tendría un montón de cosas que contarle a Agony cuando regresara a casa.
—Así que a Agony le van también los cotilleos, ¿no?
—Si no son muy maliciosos, desde luego. Siempre monta unos escándalos horrorosos en casa cuando termino de contarle algún cotilleo, y peor cuanto más malicioso. Oh, bueno, ahora tengo que irme y prepararle la cena a Agony. Buenas noches, señorita Poste.
Flora pasó el resto de la tarde tranquila y agradablemente en el saloncito verde, y se metió en la cama a las diez. Su satisfacción ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos en la granja se vio incrementada con la llegada de una postal dirigida a ella en el correo de las nueve en punto.
Era una fotografía de la catedral de Canterbury. El matasellos también era de Canterbury. Y en el reverso decía:
¡Alabado sea el Señor! Esta mañana he predicado la Palabra del Señor a un montón de gente en la plaza del mercado. Ahora mismo salgo para alquilar una de esas furgonetas Ford. Dile a Micah que si quiere conducir, que venga conmigo, por caridad. Quiero decir que no le voy a pagar un sueldo. ¡Alabado sea el Señor! Ah, y mandadme mis camisas de franela. Con mucho cariño para todos,
A. STARKADDER