18
Iris y Joey
Jueves, 21 de septiembre de 1989
Iris y Joey aparcaron en el estacionamiento público situado detrás del bar Clockworks y luego recorrieron a pie el pasaje que conducía a State Street, donde se encontraba la puerta de entrada. Aquel antro había estado frecuentado por adolescentes durante años, porque el negocio se centraba en la venta de refrescos y snacks baratos. Los chicos se hacían la ilusión de estar en un bar para adultos, aunque no se les permitiera beber alcohol. Servían dos clases de cerveza sin marca y vinos tintos y blancos de la casa si el cliente podía proporcionar pruebas tangibles de su edad. En aquella época la mayoría de los parroquianos eran jóvenes de menos de dieciocho que se creían maduros pese a no tener responsabilidades a las que hacer frente.
Joey abrió la puerta y la sujetó para que pasara Iris. Los dos se detuvieron en la entrada y buscaron a Fritz con la mirada. El local estaba oscuro y lleno de humo. Tenía las paredes pintadas de gris marengo y la iluminación consistía principalmente en tubos de neón de color verde y morado. Del alto techo pendían enormes móviles negros que recordaban vagamente los engranajes de un reloj: el áncora, la rueda de escape, los muelles. Dos años atrás los propietarios habían reformado el establecimiento, que ahora servía todo tipo de bebidas alcohólicas. Compraron la tienda contigua al bar y derribaron la pared que los separaba. La ampliación les había permitido doblar el espacio, que ahora incluía una segunda sala con una máquina de discos, seis mesas de billar y seis máquinas del millón. Aquel jueves por la noche el local estaba lleno hasta los topes. Los clientes eran muy escandalosos, lo que, paradójicamente, creaba una extraña sensación de intimidad. Iris vio a Fritz sentado a solas en uno de los reservados situados a la izquierda del local.
—Allí.
—Ya lo veo —susurró Joey.
Fritz también los vio y sonrió, agitando vigorosamente la mano por si no se fijaban en él.
Iris sonreía sin quitarle ojo a Fritz.
—Odio a este tío —dijo en voz baja—. Fíjate en esa sonrisita estúpida. Me apuesto lo que quieras a que aún se enorgullece de lo que me hizo.
Joey le puso la mano en la espalda y la condujo suavemente hacia la mesa de Fritz.
—No empieces otra vez con lo mismo, Iris. Tienes que hacerte la simpática para que crea que somos amigos del alma, y que estamos encantados de que haya vuelto.
—Ni se te ocurra dejarme a solas con él.
—No te preocupes tanto y tómatelo con calma.
Fritz empezó a levantarse de su asiento y casi perdió el equilibrio, pero lo recuperó. Joey le estrechó la mano e Iris le dio un beso desganado en la mejilla. Fritz estaba fumando un cigarrillo. Tenía delante un cenicero medio lleno y un vaso de whisky casi vacío. Una de las colillas no había ido a parar al cenicero y Fritz la había apagado sobre la mesa. Se sentó de nuevo, quizá más bruscamente de lo que pretendía.
—Hola, chicos. No esperaba veros.
—A Iris le apetecía salir, así que aquí estamos. ¿Qué bebes? Yo invito a esta ronda.
—Un Seagram’s Seven con Seven Up.
—¿Y tú, nena? —preguntó Joey dirigiéndose a Iris.
—Una cerveza. Ya voy yo; tú siéntate y habla con Fritz.
—¿Estás segura?
—Claro. Vuelvo enseguida.
Joey le dio un billete de veinte dólares. Iris se apartó de la mesa y cruzó el bar en dirección a la barra.
Joey se sentó frente a Fritz.
—¿Llevas mucho tiempo aquí?
Fritz apagó el cigarrillo en el cenicero.
—Alrededor de una hora. No soporto quedarme en casa. Mis padres me están siempre encima, no paran de quejarse. —Levantó la mano y formó una boca de marioneta con el pulgar y los dedos restantes—. Bla, bla, bla. Ya me entiendes.
—Iris y yo tenemos suerte, nadie nos da el coñazo.
—Salgo de casa siempre que puedo. Paso bastante rato en el piso de Stringer y de Berg, esos colegas y yo somos uña y carne.
Fritz cruzó los dedos y se los mostró.
—¿Has sabido algo más sobre ese asunto de la cinta?
Fritz hizo una mueca.
—Malas noticias. No piensan pagar.
Joey se inclinó hacia delante.
—¡No me jodas! ¿No van a pagar? ¿Eso han dicho?
—Sí. Dicen que si pagan ahora, el tipo volverá y les pedirá más. O alguna chorrada por el estilo.
—¿En serio? El tipo ese dijo que si no le pagaban, entregaría la cinta al fiscal del distrito.
—Eso les importa un carajo a mis padres, no son ellos los que van a ir a la cárcel. Nos tocará pringar a mí y a Troy. No sé cuántas veces se lo he repetido.
Iris apareció con dos botellas de cerveza y el Seagram’s Seven con Seven Up para Fritz, que le alcanzó por encima de la mesa.
—Gracias, Iris —dijo Fritz.
Iris se sentó al lado de Joey.
—¿Qué me he perdido?
—Mis padres no piensan pagar. Han contratado a un detective privado —explicó Fritz con tono malhumorado.
—¿Un detective? —preguntó Iris.
—Bueno, en realidad es una tía —respondió Fritz.
Joey hizo una mueca.
—Menuda estupidez. ¿Y qué se supone que debe hacer esa detective?
—¿Yo qué coño sé? Supongo que ir por ahí haciendo preguntas.
—Espera un momento, yo a esa tía la conozco —dijo Iris—. El otro día vino una mujer a la tienda diciendo que era periodista, y que los lectores aún están interesados en la muerte de Sloan. Me hizo la tira de preguntas, incluso si no fui yo la que robó el examen. Y entonces se puso a hablar de la cinta. Me quedé de piedra.
—¿Cuándo fue a verte?
—Creo que el lunes. Se presentó en la tienda y me dijo que lo de la cinta era una agresión sexual. Ella lo llamó violación, y me preguntó si había denunciado el incidente a la policía. Le contesté que no era ningún «incidente», que era una broma.
Fritz frunció el ceño.
—Yo le dije lo mismo. Ya sabes, que en la cinta salíamos haciendo el tonto. Troy ha dicho que nos apoyará.
A Fritz le costaba encender otro cigarrillo, por lo que Joey alcanzó disimuladamente el mechero y se lo encendió.
—¿Y qué hay de Bayard? —preguntó Joey.
Fritz intentó formar un aro de humo con los labios, sin conseguirlo.
—Él no se la juega, pero confirmará lo que digamos. Todos tenemos que decir lo mismo, que era una broma. Lo más jodido es que mis padres están dispuestos a soltar la pasta para averiguar quién intenta desplumarnos, pero no piensan pagar ni un centavo para sacarme del apuro. Troy está en el mismo barco, pero como no tiene dinero, a él no le han pedido nada.
—Pues ha tenido suerte —dijo Joey.
—Mucha —admitió Fritz.
Iris levantó la mano.
—No lo entiendo. Por una parte, dices que la cinta es inofensiva porque en realidad no hacíamos nada malo.
—Eso mismo. Les dije que estábamos haciendo el tonto, que nos tronchábamos de risa entre toma y toma. Ya sabes, como si estuviéramos improvisando.
—Vale, pero luego vas y les dices a tus padres que paguen para evitar que te metan la cárcel. Entonces, ¿qué versión es la buena? ¿Cómo van a meterte en la cárcel si todo era una broma?
—Bien pensado, Iris —dijo Joey.
Fritz rechazó el comentario de Joey agitando la mano.
—Porque me han pedido las pruebas. Se supone que tengo que enseñarles las tomas eliminadas, y les he dicho que no puedo enseñárselas. Que Austin se las llevó cuando se fue, eso es lo que les he dicho.
—Buena respuesta —dijo Iris.
Joey apoyó los brazos en la mesa.
—¿Para eso han contratado a la investigadora? ¿Para que localice las tomas eliminadas?
—Ni idea. Pero bueno, no os preocupéis por ella. Mi padre está en contra de que mi madre la haya contratado. Dice que es una pérdida de tiempo. Seguro que la despide, disfruta despidiendo a la gente. ¿Os lo había contado alguna vez? Al tío le mola el poder.
—¿Podrás convencerlos para que paguen? —preguntó Joey.
—Más me vale. O eso, o tengo que encontrar la manera de echarle mano a un montón de pasta. Me temo que mis padres me van a dejar tirado. Si consigo los veinticinco mil pavos, saldré por piernas.
—Vaya, todo este asunto te estará volviendo loco —dijo Iris.
—Y que lo digas. Estoy tan nervioso que ni siquiera puedo dormir. Me tumbo en la cama y no dejo de darle vueltas. Me obsesiono pensando dónde podría agenciarme veinticinco mil pavos para salvar el pellejo.
Joey resopló de impaciencia.
—¿Cómo vas a conseguir una cantidad así? Olvídalo.
—A lo mejor atraco un banco. Si no, ese chantajista no me dejará tranquilo. Si las cosas no salen como él quiere, en cuanto me descuide tendré a la pasma en la puerta.
Joey negó con la cabeza.
—Joder, no sé qué decirte, tío. Este asunto apesta.
—Tus padres acabarán pagando, ¿no te parece? —preguntó Iris—. Sabes que tienen el dinero.
—Desde luego —dijo Fritz—. Los tíos están forrados.
—Yo que tú seguiría insistiendo —sugirió Joey.
—Hago lo que puedo. Si no, me joderán vivo.
—Si podemos ayudarte en algo… —ofreció Iris.
En un impulso, Fritz alargó el brazo y cubrió la mano de Iris con la suya.
—Tíos, quiero que sepáis lo mucho que significa para mí que estéis de mi parte —dijo con voz temblorosa—. Sois los únicos con los que puedo hablar de este asunto tan jodido. Mi vida es una puta mierda, lo digo muy en serio. No sé qué haría sin vosotros.
Iris sacó la mano de debajo de la de Fritz.
Joey alargó el brazo, le dio unas palmaditas a Fritz en la mano y luego la sujetó entre las suyas.
—Tómatelo con calma, tío. Estamos contigo, te lo aseguro. Siempre que nos necesites.
—Gracias.
Fritz volvió la cabeza y se secó los ojos con la manga.