26
Iris y Joey
Miércoles, 27 de septiembre de 1989
El miércoles por la tarde Iris y Joey se sentaron en su minúsculo patio, en el que sólo cabían un par de sillas de mimbre y una mesita colocada en medio de las dos. Dado que su edificio estaba algo apartado de la calle, el ruido del tráfico no les molestaba. Los negocios iluminados que se extendían desde el cruce conformaban una escena tan cambiante y atractiva como la leña que crepita en una chimenea. Iris y Joey nunca se cansaban de ver pasar los coches, ni de observar a los peatones y a los vecinos que paseaban con sus perros. Joey le volvió a llenar la copa de vino a Iris y luego encendió dos cigarrillos, uno para cada uno.
Cuando sonó el teléfono, se inclinó hacia atrás y alcanzó el auricular. Habían estirado el cable tantas veces que la espiral estaba lisa en algunas partes.
—¿Sí?
Joey se incorporó en la silla.
—Ah, hola, ¿cómo estás? —preguntó.
Mientras escuchaba, Joey se levantó, rodeó la silla y se acercó a la puerta del patio. Llevó el largo cable telefónico consigo para que no se enredara en ningún sitio. Procuró mantener el contacto visual con Iris, que intentaba adivinar la identidad de la persona que llamaba a partir de las respuestas de Joey. Este tapó el micrófono con la mano y movió los labios en silencio para que su novia supiera que se trataba de Fritz.
Iris podía oír la voz lejana de Fritz, una especie de zumbido insistente, pero no entendía lo que decía.
—¿En serio? —preguntó Joey con interés.
Era evidente que Fritz estaba sobreexcitado. Iris lo adivinó por el tono de su voz y por lo rápido que hablaba. Lo oyó reírse una vez, muy satisfecho de sí mismo.
—No me lo creo —dijo Joey—. Me tomas el pelo. Dímelo otra vez más despacio, por el amor de Dios.
Joey le indicó a Iris mediante gestos que se pusiera a su lado. Iris apagó el cigarrillo, se levantó de un salto y cruzó el salón para colocarse al lado de Joey. Al parecer, Fritz le estaba repitiendo la noticia, fuera cual fuera. Iris acercó la oreja al auricular.
—¿Cómo has conseguido agenciarte veinticinco mil pavos? —preguntó Joey.
—No he dicho que tenga el dinero, sino que tengo un plan para conseguirlo —respondió Fritz—. Es infalible. Bueno, casi.
—No me jodas. ¿Qué plan es ese?
—No te preocupes, no hay ningún problema. Lo tengo todo controlado.
—¿Es legal o ilegal?
—Digamos que es semilegal. O bastante legal, en cualquier caso —respondió Fritz—. Nada de armas ocultas.
Fritz se rio de su propia frase, disfrutando de la superioridad momentánea que le proporcionaba saber más de lo que sabía Joey.
Joey tapó el micrófono con la mano e intercambió una mirada de incredulidad con Iris. Esta puso los ojos en blanco y abrió las manos como para decir: «¿Y ahora qué?». Joey volvió a concentrarse en Fritz.
—¿Y qué pasará cuando se enteren tus padres?
—No se enterarán hasta que ya sea demasiado tarde. Una vez hayamos pagado se acabará toda esta historia, ¿no? ¿Cómo van a quejarse?
Joey se pasó la mano por la cabeza.
—Tío, me estás asustando.
—No te preocupes.
—Me preocupo por ti, Fritz, así que escúchame. Digamos que consigues el dinero. Y entonces, ¿qué?
—Por eso te llamo. El chantajista dejó un mensaje en nuestro contestador. Me va a recoger en la esquina de State con Aguilar el viernes al mediodía. Para entonces tendría que haber conseguido el dinero.
—Me cuesta creer que hayas aceptado subirte al coche de un desconocido.
—No he aceptado nada —dijo Fritz—. Ni siquiera he hablado con él. Esas son las instrucciones que ha dejado.
Joey levantó el pulgar y se lo mostró a Iris. A ambos les sorprendió lo bien que estaba funcionando el plan.
—¿Y si cambia de opinión y te secuestra para pedir un rescate o algo por el estilo? Te podrías meter en un buen lío.
—No seas gilipollas. Si ese tío tiene pinta de matón, le echaré el dinero en el asiento de delante y me iré a pie. ¿Qué va a hacer, atropellarme?
—Pero una vez que lo hayas visto, ¿no tendrá miedo de que lo delates? No puede permitir que andes suelto por ahí. ¿Y si hablas con la pasma y te enseñan fotos de delincuentes fichados?
—Estoy pensando que podría tratarse de Austin —dijo Fritz con tono vacilante.
—¿Ah, sí? Vaya, esta sí que no me la esperaba. ¿Cómo has llegado a semejante conclusión?
—Porque ha dicho: «Esta es una voz de tu pasado…». Tiene que ser él casi seguro, ¿no te parece?
—Creía que estabas convencido de que Austin había muerto.
—Dije que, si estaba vivo, se pondría en contacto. ¿No dije eso? Bueno, pues ahora se ha puesto en contacto.
—Crees que Austin está detrás de toda esta historia del chantaje —dijo Joey. Lo afirmó en lugar de preguntárselo, para ver si Fritz se lo confirmaba.
—Vale, sí. Supongo que eso es lo que creo.
—Siento tener que recordártelo, pero Austin juró que volvería para matar a cualquiera que se fuera de la lengua sobre lo de Sloan. Fuiste tú el que lo delató, ¿no?
Se produjo un momento de silencio.
—¿Por qué iba a volver para cobrar veinticinco mil pavos y luego liquidarme?
—¿Y por qué no? Así mataría dos pájaros de un tiro. Tú le das el dinero y él acaba contigo. Misión cumplida.
—La verdad es que se me pasó por la cabeza, y es una de las razones por las que te he llamado. Quiero que vengas conmigo para que a Austin no se le ocurra ninguna tontería.
—¿Yo?
—Sería como una póliza de seguros. Así todo se haría a las claras.
Iris llamó la atención de Joey y negó con el dedo vigorosamente.
—No estoy seguro, suena muy arriesgado —dijo Joey.
La voz de Fritz subió media octava.
—¿Qué quieres decir con que no estás seguro? Me dijiste que harías cualquier cosa para ayudarme. Esto es ayudarme. Es lo que te estoy pidiendo.
—¿Por qué no se lo pides a Bayard?
—Supongo que tendré que llamarlo si tú no me ayudas. Esperaba que me dijeras que sí.
—Deja que se lo pregunte a Iris —dijo Joey—. Ahora ha salido, pero hablaré con ella cuando vuelva. ¿Estás en casa?
—Sí. Llámame lo antes posible. Cuento contigo, colega.
—Muy bien. Mientras tanto, intenta convencer a Bayard.
—Joder, tío, muchas gracias. Menuda ayuda. Olvidaba mencionar que Bayard no cree que la voz del contestador sea la de Austin. Cree que es la tuya.
—Vaya chorrada —replicó Joey—. ¿De dónde ha sacado esa idea?
—Le dejé oír el mensaje.
—Tío, tú estás chalado. ¿Por qué iba a hacerte yo una cosa así?
—No lo sé, Joey. ¿A ti qué te parece?
—Vale, muy bien. A tomar por culo. Ya me he hartado de hablar contigo.
Después de colgar, Joey e Iris se miraron tratando de asimilar el giro inesperado de los acontecimientos.
—¿De qué va ese plan tan fantástico de Fritz? —preguntó Iris.
—Has oído lo mismo que yo. Ahora va y se anda con evasivas. Menudo capullo.
Iris negó con la cabeza.
—Ese mensaje fue un error. No tendrías que haber dicho lo que dijiste, porque ahora estamos atrapados.
—Espera un momento. Hemos amenazado a Fritz, pero aún no hemos hecho nada. Si nos hacemos con el dinero, seremos culpables de hurto mayor, apropiación indebida o algo por el estilo.
—De eso se trata, del dinero —dijo Iris—. Es como cuando un jurado te concede una indemnización por… ¿Cómo se llama? Por daños. Merezco una compensación por todo el dolor y el sufrimiento que me han causado.
—Olvídate del dolor y del sufrimiento. Estabas colgadísima, no tienes ni idea de lo que pasó.
—No es verdad. Te equivocas. La cinta me lo ha hecho recordar todo. Lo que me hicieron fue muy humillante.
—No pienses en eso ahora. Concentrémonos en el presente.
—¿Por qué no te callas? Pareces un psicólogo. Te olvidas de que no vamos a «hacernos con» el dinero. Él nos lo va a dar.
—Pero bajo coacción. La extorsión es un delito.
—Joey, eso lo sabíamos desde el principio. ¿Por qué vamos a preocuparnos ahora?
—Vale. Pues entonces no pensamos en las consecuencias.
—No hables por los dos, Joey. Tú no pensaste en las consecuencias, porque no creías que fuera a salir bien.
—Oye, tú tampoco lo creías, o sea que no me culpes a mí de todo.
—No entiendo por qué te preocupas tanto. Se nos ocurre un plan y resulta que funciona. ¿Por qué te cuesta tanto aceptarlo?
—Porque, hasta ahora, siempre habíamos tenido la posibilidad de olvidarnos del asunto y seguir como si nada. Sin delito no hay culpable. Pero ahora ya no podemos dar marcha atrás. Si recogemos a Fritz en esa esquina, sabrá que hemos sido nosotros.
—¿Y qué? Está de suerte: tratará con sus amigos, y no con algún pringado cubierto de tatuajes.
—Las cosas no funcionan así. Le hemos mentido descaradamente fingiendo ser amigos suyos cuando, en realidad, le estamos robando a mano armada. No podemos hacerlo.
—Vale. Joder. No lo recojamos, y nunca sabrá que hemos sido nosotros —dijo Iris, exasperada—. ¿Qué ganamos con eso?
—Fritz puede devolver el dinero y decirles a sus padres que todo ha sido un gran error.
—¿Y cómo se las va a arreglar él para corregirlo?
—No lo sé. Pongamos que consigue el dinero y que va al punto donde el chantajista le dijo que lo recogería, pero el tipo no se presenta. Así que Fritz devuelve hasta el último dólar, sus padres meten el dinero de nuevo en el banco, y ahí se acaba la historia. El extorsionista ya no vuelve a ponerse en contacto con ellos. Problema resuelto.
Iris parpadeó.
—La verdad es que no es mala idea —admitió a regañadientes.
—Nos proporciona una salida, y nadie tiene por qué enterarse de nada.
—¿Y qué hay de todo el tiempo y toda la energía que le hemos dedicado a este asunto?
—Un sueño imposible. ¿Qué más da? Nos hemos divertido. Ha sido una venganza imaginaria, sin consecuencias.
Iris ladeó la cabeza y pensó en lo que Joey acababa de decirle.
—Por favor, hazlo por mí —imploró Joey—. No somos delincuentes. Somos un par de cabezas huecas que han estado acosando a un gilipollas que se portó mal contigo hace diez años. Será mejor que lo dejemos.
—Qué putada. Estaba lista para meterle caña.
—Si lo hacemos, nos pillarán. Lo presiento.
Iris suspiró.
—Vale. De acuerdo, joder. Tuviste una idea genial con lo de inventarnos a un sospechoso imaginario. Si lo dejamos aquí, esa investigadora privada dará palos de ciego. A ver cómo se las apaña.
—Muy bien, pero ahora te toca a ti llamar a Fritz para decirle que no podemos ayudarlo.
—¿Por qué a mí?
—Porque le he dicho que tú tendrías la última palabra.
—¿Y qué voy a decirle?
—Joder, Iris, invéntate algo. Improvisar se te da de coña.
Iris descolgó el auricular a regañadientes.
—Lo dices porque quieres echar un polvo.
—Ahí le has dado —admitió Joey.