ROSCOE Y LAS CABEZAS VOLANTES
Roscoe hizo su silenciosa entrada en el teatro, junto con el público que ocupaba a toda prisa las butacas. Cuando se levantó el telón, en el escenario había diez hombres y diez mujeres en dos filas, todos de frac y con pajarita, que bailaban un zapateado y cantaban con brío Alguien más ocupa mi lugar. Mientras danzaban, las cabezas de un hombre y una mujer salieron disparadas y volaron a través del escenario para aterrizar sobre los torsos sin cabeza de otro hombre y otra mujer; cuyas cabezas volaban hacia los torsos danzantes de otro hombre y otra mujer, y así hasta que las veinte cabezas cantantes volaban de un lado a otro del escenario, perfectamente sincronizadas en la laberíntica coreografía de sus arcos.
Roscoe, sentado en el paraíso, vio que empujaban a Elisha desde los bastidores, y que con toda evidencia estaba confuso al encontrarse en medio de aquella representación. Pero mientras las cabezas volantes se entrecruzaban en el aire, Elisha parecía darse cuenta de que aquello era una gala en su honor, y movía la cabeza de un lado a otro al ritmo de la música y los torsos danzantes.
—Sí, comprendo la pregunta que se me hace —dijo Elisha en voz alta—. Es la música de las esferas.
El público aplaudió su observación y Roscoe bajó corriendo desde el paraíso para preguntarle a Elisha: ¿qué pregunta se te hace?, ¿por qué las esferas? Pero ahora el teatro estaba a oscuras y el público, los bailarines y Elisha habían desaparecido.