ROSCOE SE INSINÚA

En la carretera, Roscoe encontró a las mujeres que murieron de amor, unas desnudas, otras con el atuendo que llevaban cuando el amor las arrebató, una legión que se extendía hasta el horizonte.

—Roscoe, Roscoe —le advirtió una de ellas a su paso—, el amor es una forma de guerra.

—Eso lo he sabido siempre —dijo él.

—Mantente casto para tu amada —le dijo una mujer vestida de novia—, y si quieres amor, evita las mentiras y la avaricia.

—No tengo amada, las mentiras son mi ocupación y sin la avaricia reinaría el caos en el Ayuntamiento —replicó Roscoe.

—No desees a cada mujer —le dijo una sirena desnuda, todavía voluptuosa en la muerte—, pues eso convierte al hombre en un perro desvergonzado. Busca el amor donde se encuentran las mujeres núbiles: las carreras de caballos, el teatro, los tribunales de justicia.

—He buscado en todos esos lugares y aún no he hallado ninguna para mí. Tú tienes un aspecto núbil. ¿Qué haces esta noche?

—Bonita elección —dijo la sirena muerta—. No olvides que la búsqueda del amor vuelve apuesto al hombre feo y delgado al gordo, que el amor transforma la vergüenza en gloria y la falsedad en verdad. Y si fracasas en el amor, tu único consuelo es la comida y la bebida.

Entonces la sirena desapareció, y envolvieron a Roscoe el hambre, la sed, el deseo y la melancolía.