Opus número uno: obertura, 1919
El Club Phoenix, un edificio de ladrillo de una sola planta con un puntiagudo tejado a dos aguas, al estilo holandés, era un resto de la época en que el North End formaba parte del territorio de la familia de terratenientes holandeses Van Rensselaer, en la época colonial, una extensión de setenta y siete kilómetros de longitud y treinta y ocho de anchura, trescientas cincuenta mil hectáreas a ambos lados del río, y entre sesenta y ochenta agricultores viviendo allí en condiciones feudales. El edificio había sido un despacho de la casa solariega del terrateniente, pero a finales del siglo XIX se convirtió en el Phoenix, el sanctasanctórum del Partido Demócrata de North Albany. Dinny Rhatigan, propietario del almacén de hielo en la calle Erie, y unos treinta hombres más, entre ellos Black Jack McCall, el sheriff y tabernero; el juez Brady, un héroe cuando se opuso al condenado clérigo que intentó prohibir los partidos de béisbol en domingo; Jack Maloney, el contratista de pavimentos, cuyo hijo Bunter ostentaba el récord de velocidad en colocación de ladrillos, 5.545 en tres cuartos de hora; Roble Joe Farrell, que regía La Carretilla, la pequeña taberna de la calle Mayor en cuya parte trasera estaba el reñidero donde a veces Patsy llevaba a sus gallos de pelea; Emmett Daugherty, el viejo feniano y laborista radical; Pat McDonald, dirigente del distrito Octavo, que participaba en las carreras de bicicleta de los Ciclistas de North Albany… esas buenas personas, y varias más, mantenían la alianza en el antiguo club, que consistía en dos salas, dos mesas de juego, una mesa de billar, seis escupideras y dos ventanas con pesadas cortinas que no permitían ver el interior desde afuera ni viceversa. El día de la gran nevada de 1888, seis de ellos estaban jugando a cartas cuando empezó a nevar. Abrieron las cortinas para ver la nieve y, al constatar su espesor, decidieron no salir. Nevó durante cuatro días, y aquellos individuos aislados por la nieve se habrían muerto de hambre si sus mujeres no hubieran ido al club con cestos de comida.
Era un caluroso día de julio cuando Roscoe llevó a Felix al Phoenix. Felix tenía sesenta y siete años, sufría un trastorno pulmonar e iba en silla de ruedas, envuelto en una manta y tratando de evitar la pulmonía, la enfermedad que temía que acabara con él y que realmente lo haría al cabo de tres meses. Había ido al club después de misa de once todos los domingos durante los veinte años en que los republicanos estuvieron al frente de la ciudad. La entidad era un refugio político, pues, con el dominio del Phoenix, el distrito se había vuelto demócrata por dos a uno, incluso en las ocasiones en que los republicanos habían arrasado. Por ese motivo, Patsy había acudido aquel día con Roscoe y Felix a anunciar su candidatura al cargo de tasador municipal.
Felix reaccionó de inmediato al plan de Patsy:
—Sí, señor, ese cargo de tasador es una buena elección, es su talón de Aquiles, de la misma manera que fue el nuestro treinta años atrás.
La tasación era un asunto que estaba perpetuamente en el candelero: tasaciones elevadas sobre las propiedades de los enemigos políticos, tasaciones bajas para las empresas leales y amistosas. Cuantos eran de los nuestros se beneficiaban del sistema, a ninguno de los que no lo eran les gustaba.
—¿Qué te hace pensar que puedes ganar? —le preguntó Dinny a Patsy.
—Me enfrento a Straney —respondió Patsy—, y ése no fue a la guerra. Haré la campaña con uniforme, y tengo un equipo preparado para trabajar conmigo, para llamar a las puertas hasta que nos caigamos de fatiga. Elisha Fitzgibbon me financia, y Roscoe será mi administrador. Los dos son más listos que yo, así que no perderemos por falta de inteligencia.
—Lo de menos es la inteligencia con que cuentes —observó Dinny—. La organización de Barnes podría robar más votos de los que serías capaz de contar.
—Lo sé —dijo Patsy—. ¿Por qué diablos crees que estoy aquí?
Y en medio de la risa y luego el silencio que siguió a esa descarada observación, Roscoe vio que Patsy se había transformado a los ojos de aquellos veteranos: se había convertido no en el fresco y ambicioso cachorro que podía parecer el principio, sino en un joven cuya astucia procedía de su temprano contacto con la política en las rodillas de Black Jack, y luego trabajando de barman de la taberna de Jack, donde la política era tan importante como la cerveza. Patsy hablaba la jerga y estaba dispuesto a cualquier cosa, incluso a decir lo que se callaba. La mirada de sus ojos entrecerrados era aguda, tenía un mentón agresivo, siempre estaba dispuesto a discutir. La gente le conocía como zaguero de los Spartans de Arbor Hill, el equipo al que nadie podía derrotar. Inclinó la silla hacia atrás hasta quedar apoyado en la pared, colgantes los pies calzados con zapatos de gruesos tacones.
—El distrito Noveno siempre gana por dos a uno, ¿no es cierto? —comentó Patsy.
—Normalmente sí —respondió Dinny.
—¿Puede ser tres a uno? ¿Cuatro a uno?
Los demás hicieron gestos negativos con la cabeza. ¿Cuatro a uno? El muchacho se había vuelto loco.
—No sería la primera vez que se consigue —dijo Patsy—. ¿No es cierto, Felix?
—Eso fue cuando teníamos el control absoluto. Ahora no es tan fácil.
—Es posible organizar ese control. ¿Podemos comprarlo?
—Podemos poner un precio tan alto que nadie pueda comprarlo, si contamos con el dinero para hacerlo —respondió Dinny.
—Dinero no falta —dijo Patsy—. Este año hay que moverse. Podemos ganar. McCabe presenta a Towsend Blair como candidato a alcalde, y tiene una clara oportunidad. —Desde hacía largo tiempo, Packy McCabe era el ineficaz jefe de los demócratas de Albany.
—¿Quién ha dicho que presentan a Blair? —preguntó Felix.
—McCabe. Le dije que teníamos un candidato a la alcaldía, y él se echó a reír y respondió que el cargo estaba cubierto, que era de Blair. «El capitán Blair del 51 de Pioneros», me dice, y le digo: «De acuerdo, Packy. ¿Qué me dices entonces de Roscoe Conway para fiscal del distrito?». Y responde que ese cargo también está ocupado.
—Nunca me habías hablado de eso —dijo Roscoe.
—No quieres presentarte, pero podrías ganar. Tienes esa medalla. Así que le digo a Packy: «¿Me estás diciendo que no hay sitio en la lista para nadie de los distritos Octavo, Noveno y Duodécimo? ¿Me estás diciendo que todos nosotros, el grupo que ha ganado la guerra, estamos al margen?». Y Packy replica: «No, no, muchacho, en absoluto». «Muy bien», le digo, «entonces me presentaré al puesto de tasador.» Él me dice: «Déjame pensarlo», y le digo: «No lo pienses demasiado o vas a perdernos. Somos importantes, y cada vez más, y estamos en una nueva época. Contamos con los veteranos y sus familias, y tenemos un montón de amigos que no se inclinarán por ti si yo no lo hago, y estamos dispuestos a presentarnos a las primarias si no figuramos en tu lista». «Déjame pensarlo», repite, y le digo: «De acuerdo. Nos veremos en la iglesia». Eso fue ayer, y le he visto en San José hace una hora. Me ha dicho que apoyará mi candidatura a tasador.
—Por todos los santos, eso es espléndido, Patsy —dijo Felix—. Has asaltado las barricadas sin ayuda de nadie. —Y los miembros del Phoenix asintieron y expresaron con gruñidos su aprobación de aquel espíritu de lucha que de repente era visible en la sede del club—. No os equivoquéis —dijo Felix—. Townsend Blair es un estupendo candidato. Y James Watt no es el alcalde más popular que esta ciudad ha tenido jamás. Este año puede ser derrotado. Blair recibirá los votos de los soldados.
—Él los recibirá y yo también —dijo Patsy—, y atraeré los votos de quienes le conocen a él pero no a mí. ¿Confías en Blair, Dinny?
—Es listo y honesto —respondió Dinny.
—Eso siempre es un problema —observó Felix.
—El verdadero problema estriba en que es capitán —dijo Patsy—. Si lo eligen, creerá que está al mando.
Los miembros del Club Phoenix oyeron esta muestra de sabiduría y miraron al precoz Patsy como si acabara de nacer de las cenizas de uno de sus cigarros. Deliberaron entonces sobre todos los temas planteados en la conversación y se fueron a casa para su primera cena dominical bajo el nuevo orden político que, aunque no fuesen conscientes de ello, acababa de comenzar.