Mac, que un día fue niño
En 1914, el padre de Jeremiah McEvoy abandonó a su mujer y a sus cinco hijos en su miserable casa de Sheridan Hollow. Mac tenía ocho años, y empezó a trabajar en la Lavandería al Vapor Bensinger. Calor, hedor, alzar bultos, arrastrarlos, catorce horas, cincuenta dólares semanales. Un día llegó media hora tarde y le descontaron cincuenta centavos. Mac rompió los cristales de dos ventanas y esparció cenizas en dos salas de colada limpia. La señora Bensinger le puso un par de dólares en la mano y le dijo: «Déjanos en paz». Mac empezó a bailar en la calle por calderilla, y recibió un billete de cinco dólares de Jimmy Walker, el miembro de la asamblea legislativa, quien le hizo sentir un afecto por los políticos que no le abandonaría jamás. Cuando tenía diez años, las autoridades municipales privaron a la madre, demasiado enferma, de la custodia de los cinco niños. La mujer fue a vivir con su hermana, que tenía una casa. Mac, demasiado mayor para el orfanato, fue a la subasta de trabajo. Un granjero le examinó los dientes, vio que no tenía ninguno cariado, le pidió que anduviera y cogiera una silla, le hizo subir a su carreta y recorrieron doce kilómetros hasta su granja, que contenía ciento ochenta gallinas.
Mac comía a diario jamón ahumado podrido, lo cual explica que deteste el jamón, recogía los huevos, alimentaba a las gallinas y limpiaba los corrales, lo cual explica que deteste a las gallinas, los gallos y los pollos, llevaba los caballos al estanque y se veía apretado entre ellos, así que tampoco le gustan los caballos. El granjero maldecía a Mac por sus errores, lo derribaba con el reverso de una horca, y el chico llegó a temer que lo matara. Una mañana, al amanecer, soltó los caballos, arrojó al estanque el único par de zapatos del granjero dormido, se marchó a la carrera, logró ir a Albany en el coche de un pintor de brocha gorda que le contrató para que diera la primera mano de pintura, pero cambiaron los tiempos y cesaron los encargos. Su tía también le dijo que el banco las echaba de casa a ella y a mamá, pues debían tres meses de alquiler, por lo que Mac fue a la Caja de Ahorros de Albany y pidió ver al presidente, Henry J. Goddard, quien estaba comiendo un plátano.
—¿Quieres un plátano, muchacho? —le preguntó el presidente Goddard.
—Mi madre va a perder su casa y tengo que ayudarla.
—¿Cómo puedes ayudarla? —le preguntó el presidente.
—Soy pintor de casas. Las limpio y las pinto.
—Todo un contratista, ¿eh?
—Puedo reparar casas para el banco —dijo Mac.
—Éste es un gran país, sí, señor —dijo el presidente—. Poned al chico a trabajar.
Un empleado del banco llevó a Mac a una de las peores casas que poseía la entidad, tres plantas, cinco apartamentos.
—Cuarenta dólares cuando estén todos limpios, pintados y empapelados —le dijo el empleado del banco—. Aquí tienes diez a cuenta.
Limpiar y pintar era fácil, pero el papel de pared se desprendía y estaba sucio. Mac lo arrancó. ¿Cómo se ponía? Una mujer, al otro lado de la calle, vio a Mac cargado con papel pintado y entonces observó que tiraba el mismo papel a la basura: algo le salía mal. La mujer, Hattie, le preguntó a Mac qué ocurría. Él respondió que había puesto quince rollos dobles en cinco techos, pero se caía. Hattie le dijo que ella se encargaría del asunto, y le enseñó el secreto: una escoba que, al pasar sobre el papel, lo dejaba prieto y recto. Mac le cogió el tranquillo al empapelado, cobró sus treinta dólares y le compró a su madre cien rosas y un anillo de brillantes de juguete.
Mac se mudó a la casa de Hattie, fue a la escuela y trabajó de repartidor de ostras a domicilio, prostíbulos incluidos, para el restaurante de Bill Keeler. Cierta noche, una de las hermanas Poole le hizo pasar, tomó las ostras y las metió en agua sucia del fregadero. Dejó a Mac en la cocina, no le pagó, fue al salón y cayó al suelo. Mac echó un vistazo al salón y vio a las cuatro hermanas Poole, prostitutas de buen ver, todas ellas sumidas en el sopor de la droga, y dinero sobre la mesa. Mac se embolsó el dinero y dejó de dedicarse al transporte de ostras, pero no antes de que llegara a conocer a las putas y de que le gustaran unas cuantas.
Siguió viviendo con Hattie, abandonó la escuela al finalizar la enseñanza primaria y se hizo adulto con los dientes muy blancos y empleos inadecuados, pintor de brocha gorda, carpintero aficionado. Entonces, un día, Hattie le dijo que fuese a ver a O. B. Conway, el detective que era el rey de la noche, y Mac se hizo policía.