Mac y Pina: un lío amoroso

Mac conoció a una guapa cantante en el Kenmore, se casaron y el matrimonio duró lo suficiente para que tuvieran gemelos. Una mañana, la mujer de Mac, con su sombrerito negro y su chaqueta de piel, se detuvo junto a la puerta y le dijo: «Si me quieres, ven a por mí». Mac respondió: «Vuelve antes de dos días o no te molestes en hacerlo», y miró sus tacones altos, sus medias negras con costura y el encantador contoneo de su trasero mientras se encaminaba al taxi. Fin. Mac compró una casa para dos familias en la calle Walter, y alojó a su hermana en la planta baja, sin cobrarle el alquiler mientras le criase a los gemelos. Mac vivía en el piso superior y de vez en cuando veía a los niños. Una noche, en la Spaghetti House de Joey Polito (abre a las tres de la madrugada, siempre dos tías, no hay espaguetis), Mac vio a Giuseppina que servía bebidas, poco después de haber llegado al país como inmigrante.

—¿Te gusta? —le preguntó Joey a Mac—. La vestiré para ti.

Joey envió a Pina al servicio de señoras con una maleta y salió, Madonna santa, demasiado elegante para aquel antro. Deberíais haberla visto. Mac le consiguió un empleo de camarera en un auténtico restaurante con buenas propinas, y entonces Mac y Pina formaron pareja. Un cliente, concesionario de coches, le regaló un Pontiac. Ella no tenía permiso de conducir, pero viajó en el coche a Atlantic City, a una convención de industriales textiles, y a la vuelta arrojó mil cien dólares sobre la cama, en billetes de diez, veinte y cincuenta, para que Mac los viera. Algunas propinas. Él podría haber gritado, alabando su aspecto, su larga cabellera negra, sus pantorrillas perfectas, sus tetas fantásticas, lo alto que había llegado en el mundo viviendo de las propinas, así llamaba ella a su trabajo. Haz lo que sabes hacer, ése era el credo de Mac. Mac y Pina, durante meses y meses. Mac y Pina, eso podría durar.

A O. B. le gustaba el aspecto de Pina. Una mañana, después del trabajo, cuando Mac se dirigía a casa de Pina, vio que O. B. salía y subía a su coche. Algunos dicen que O. B. no debería haber hecho tal cosa, y Mac es uno de los miembros de ese club. Pina dijo que O. B. había pagado por lo que obtuvo, sólo otro Giovanni. Mac se esforzó por creerla. Pina podría contagiarle a Mac gonorrea, ladillas, sífilis, pero a él no le importaría mientras ella estuviera allí después del trabajo. Pero entonces ella no volvió a su casa. ¿Adónde había ido? De la misma manera que su esposa le había dejado, zas, él dejó a Pina, quien se mudó al piso del Holandés, encima del club nocturno Double Dutch, donde el Holandés tenía chicas de alterne, pero ninguna como Pina. A ella le gustaba el espacioso piso del Holandés, las bonitas plantas, las mullidas alfombras, el ventanal que daba al río, por el que se deslizaban las embarcaciones. El Holandés le ponía a Pina música italiana, cosa en la que Mac nunca había pensado. El Holandés le regaló un brillante del tamaño del extremo de un cigarrillo, algo que Mac no podía permitirse. El Holandés le hacía doblarse por la cintura, la ataba, la amordazaba, y a Mac no le interesaba nada de eso, no sabía que a Pina le gustara, una chica tiene que divertirse. Pina habría seguido jodiendo con Mac hasta la saciedad si él hubiera ido a verla, pero Mac abandonó a Pina. Todo excepto pensar en ella.