Roscoe y Jack

Por el Times-Union y el Knickerbrocker Press, los periódicos que llegaban a su habitación en el Ten Eyck, Roscoe se enteró de que a las cuatro y media de la madrugada habían asesinado a Jack Diamond y de que no habían llamado a la policía hasta las 6.55. El teletipo de la policía permaneció en silencio durante toda la mañana: no se envió ningún mensaje a la policía estatal ni a ninguna otra agencia de policía que anunciara el crimen o que pidiera ayuda para encontrar a los criminales. La policía estatal tuvo que confirmar la muerte de Diamond llamando a los periódicos, según los cuales se trataba de un ajuste de cuentas en el ámbito de las bandas y probablemente nunca sabremos la verdad. Eran muchos los que querían vengarse de aquel hombre. Un policía había dicho que quien lo hizo, quienquiera que fuese, se merecía una medalla.

Sin embargo, ¿acaso Jack no había neutralizado o eliminado esas viejas enemistades? Se comportaba como si lo hubiera hecho, se movía libremente como un hombre público, jugando al pinochle, bebiendo, asistiendo a fiestas con amigos, hablando de unas vacaciones en Florida, pasando aquellas horas tardías con su enamorada, Kiki, todo ello propio de un hombre liberado que goza de la vida. Jack no vivía en una caverna psíquica de temor. Se acostaba con la certeza de que se despertaría en un nuevo día libre de la justicia, pero se acostaba solo, en Albany. Errores. Normalmente los superas, y el ágil Jack, el rápido Jack, había superado muchos. Pero ahora es el muerto Jack, y aquí hay un misterio. ¿Por qué había seguido adelante solo?

Roscoe reflexionó sobre aquel silencioso teletipo de la policía. ¿Por qué pedir ayuda para resolver un asesinato cuando sabes quién lo ha cometido? Jack vuelve a estar en Albany: ¿no creyó a O. B. cuando le dijo que abandonara la ciudad? He aquí el nuevo mensaje: «Bienvenido a casa, Jack. Recibe los mejores deseos de Patsy». Roscoe oiría el relato más de una vez contado por O. B., nunca por el silencioso Mac. Asesinato sin resolver. Todo el mundo conocía el rumor, pero ¿quién se atrevía a decirlo en voz alta?

Roscoe se veía a sí mismo como un cómplice del asesinato de Jack. Muchos descubren las maneras de destruirse, Elisha, tal vez Pina, Jack; y a veces les ayudamos a hacerlo. A Roscoe le había gustado Jack, un tipo excesivo en todos los aspectos y, no obstante, un encanto. Pero Jack se había vuelto descuidado, un ladrón toda su vida, un ser que sólo vivía para practicar el fraude y el engaño, que había deambulado durante años con una herida abierta en el alma (muchos la tienen), además de todas aquellas heridas físicas, y que se había comportado como si fuese un ciudadano más sin nada que temer, un hombre capaz de hacer lo que no podía y de ser lo que no era. Ésa es la manera de apostar, desde luego, y ¿quién lo sabe mejor que Roscoe? Apuesta por lo imposible. Pero ahora Jack lo sabe: a veces lo imposible es imposible.