Roscoe en la cúspide

Mientras Roscoe yacía sobre la mesa de operaciones y le invadían la viscera cardiaca, el cirujano encontró, anidada cerca de la bolsa de viaje del corazón, un fragmento de una de las balas que perforaron a Roscoe durante su heroica deserción del campo de batalla francés en 1918. Cuando le dijeron que había albergado un trocito de la realidad que le hiriera veintisiete años atrás, Roscoe manifestó que el descubrimiento demostraba que ciertas heridas nunca se curan porque pertenecen al trauma humano primordial: la elección equivocada. Y su mente retrocedió a comienzos de 1931, cuando Elisha se lamía sus heridas en España, Patsy dormía bajo un techo carcelario federal y Roscoe dirigía por sí solo el Partido Demócrata de Albany. En aquellos meses, el cuartel general de los demócratas nunca estuvo más atareado, los visitantes llegaban sin cesar: militantes del partido que traían noticias al César temporal, susurros, súplicas, dinero y ofrendas votivas, y también preguntaban: por cierto, Roscoe, ¿ha cambiado el mundo?, ¿se ha ido Patsy para siempre?, ¿se ha trasladado Eli a España? Tienes buen aspecto en la cumbre, Ros.

Roscoe había aceptado durante años ese homenaje, nunca en su nombre, y ahora que sólo él detentaba el poder, aunque fuese temporalmente, ni le gustaba ni lo quería. No mejoraba el clima de su espíritu. No se tomaba en serio su poder de transformar la vida de cualquiera que cruzase su puerta. Toda una sociedad estructurada sobre la extorsión y la subordinación: qué manera de vivir. Roscoe nunca había codiciado tal cosa, pero tampoco había querido nunca ser un subordinado; y, sin embargo, sabe que lo es (y que no lo es, si miras al otro lado). Así pues, ¿por qué ha ocupado ese lugar durante tanto tiempo? ¿No por el poder? ¿Tal vez, entonces, por la vida suntuosa o por tener a su alcance el amor y la belleza? Una guarnición nada desdeñable, decía Roscoe, pero ¿cómo vives sólo de amor? Únicamente en la canción. ¿Para no dejar escapar la oportunidad de oro? Es posible, pero Roscoe todavía trata de definir cuál es. En otro tiempo, tuvo objetivos: mercader y político como Felix, no; intelectual y profesor, tal vez historiador, usar el cerebro es atractivo, leer libros para ganarte la vida, pero no; abogado constitucionalista (sí, ésa era una aspiración, pero primero tenías que ejercer), cielos, no; tal vez el teatro, eres un gran actor, Roscoe, con una voz espléndida, y todo el mundo conoce ese don tuyo desde la época escolar y los cantantes cómicos del Elks Club, pero no, no, gracias.

La verdad es que Roscoe tendría que arriesgar demasiado tiempo, renunciar a una gran parte de su estilo de vida actual, para ir en pos de tales objetivos a largo plazo. Así pues, abandonó los objetivos: una cobardía racional era su táctica de supervivencia básica, mientras seguía buscando esa elusiva oportunidad de oro, ¿dónde diablos se encontraba? ¿Cuándo aparecería? Entretanto, estaba el motivo comunitario: vivir como un igual entre juerguistas conquistadores. Sí, eso éramos, tal era la razón de que nos hubiéramos dedicado a la política. Sí, en efecto, la conquista, sí, sí, sin duda ése era el motivo. Trabajaríamos para edificar a la gente, a nuestra gente y a cualesquiera que necesite ayuda para alcanzar la igualdad: demócratas genéricos que llevaban veinte años sin conseguir trabajo. De acuerdo. Los pobres, la clase trabajadora, ésos somos nosotros. Cualquiera con más de cinco mil dólares debería ser republicano. No queremos que la gente se muera de hambre porque es demócrata. No es nada grato vivir y morir hambriento y en silencio. Patsy, Roscoe y Elisha oían ese silencio. Una vida maniaca, el juego, las peleas de gallos, la acción trepidante, la campaña, ése es nuestro mundo. Patsy, el redentor, sustituye cada fracaso (una forma de muerte) por el éxito. La derrota de ayer tiene que transformarse en la mayoría de mañana, ésa es la fórmula del triunfador implacable, según Patsy, y es así como redime. Cuando Pat camina por la calle le sigue una multitud, pensarías que es Jesús repartiendo los panes y los peces, un mecenazgo primitivo, pero así es como se sigue haciendo.

Ahora, mientras Roscoe yace en la mesa de operaciones con el corazón sajado, reflexiona sobre la posibilidad de morir como Elisha, morir de veras esta vez, pues no puedes vivir sin corazón. Tiene la sensación de que le ordenan que sobreviva, por lo que se da a sí mismo una orden tajante —no mueras, Roscoe, sobrevive— de la que algunos podrían decir que elude el problema. Pero al tiempo que su lengua sisea la palabra «supervivencia», Roscoe la oye como una verdad palmaria empotrada en el tejido del ser, y ve que es la causa de todas las guerras, de todos los argumentos en pro y en contra del imperio, los nazis, los fascistas, los japoneses, la razón por la que convertimos a los infieles y salvamos a los paganos, la razón por la que sometimos a los aborígenes, los bárbaros, los republicanos; es la razón por la que los reyes tienen ese derecho divino y por la que es imprescindible que ganemos en el distrito Noveno; se encuentra en el centro del destino manifiesto y la sociedad de los lemmings, de los oligarcas locos, las hordas asesinas, los déspotas sagrados y también de Drácula, quien ciertamente sabe cómo preservar su alma. ¿Cómo? Consigues el dinero. ¿Cómo consigues el dinero? Oh, Dios mío. El dinero es sangre. Consíguelo como puedas. El dinero compra la supervivencia. Qué lástima lo del mercado de valores. Esos tipos deberían haber probado la política, que es el auténtico mercado de valores. Roscoe, con el corazón abierto y susceptible a cortes de bisturí e invasiones de la sangre por elementos impuros, sabe que Elisha y Patsy, y luego él mismo durante su breve periodo en la cúspide, se han separado de la masa, y no sólo han sobrevivido, sino que han logrado preeminencia y se han visto obligados a vivir para siempre jamás como leones entre liebres, discutiendo en el consejo de las bestias que no es posible hacer las leyes de modo que sirvan para ambas especies. «¿Dónde están vuestros colmillos y garras?», preguntaron los leones a las liebres. Semidioses, dioses de barro, dioses en un palo, pero dioses con poder de destrucción es lo que este triunvirato parece visto desde abajo. Dispárales en el pecho, encarcélalos, hazles tomar veneno, y se negarán a morir, incluso después de que estén muertos. Iguales en la juerga, sí, y ahora la juerga continuará con sólo que puedan dejar el corazón de Roscoe tal como lo encontraron. Y entonces él seguirá con nueva claridad, pues la sabiduría ha descendido y Roscoe ha recorrido en círculo su dolencia hasta llegar a la primera causa, que resulta ser como ese fragmento en el corazón: la consecuencia de haber elegido mal. Así que es muy simple, Ros, pero eso plantea otro interrogante: ¿de qué mala elección estamos hablando?

Cuando, a insistencia de Veronica, Roscoe, purgado de sangre muerta, sanado de maneras invisibles, regresó a Tivoli, ella le besó dulcemente, tal vez con algo de la antigua pasión, pero eso está sometido a interpretación. Veronica le mimó con almejas al vapor, costillas de primera clase con una montaña de puré de patata y un plato que cierta vez él había dicho que le encantaba y había olvidado que le encantara, la empanada de hígado de pollo y setas. Veronica no lo había olvidado. En un tono contenido, sin hostilidad, Alex le deseó que se recuperase, y parecía que de momento el problema cardiaco había liberado a Roscoe de la tensión con aquella familia, la única a la que tenía la sensación de pertenecer, pues su única hermana superviviente, la dulce Cress, era tan distante como una prima lejana, y O. B. no tanto un hermano como un plenipotenciario del partido, la sangre no era por fuerza más espesa que la política.

Entonces la tensión en descenso de Roscoe aumentó de nuevo cuando Gladys se presentó en la casa. Se sentaron en el espacio cubierto del jardín lleno de sillones de mimbre y él le escuchó decir con voz trémula que O. B. había dado a Mac permiso para que se marchara del departamento y le había pedido que devolviera la placa y la pistola, y cuando Mac se negó a irse, O. B. le golpeó, rompiéndole la dentadura postiza en parte y astillándole la mandíbula. O. B. aún estaba furioso porque Mac había ido a ver a Roscoe y frustrado su redada en el Notchery, sin que importara la salvación por parte del ingenioso Roscoe del disparatado desastre que no acabó de suceder, eso era irrelevante. El problema grave que tenemos delante es la afrenta a la autoridad de O. B. Gladys también dijo que O. B. le había pedido que fuese con él un fin de semana a Nueva York. Ella se negó y él se vengó diciéndole que la infame Pina había sido la puta personal de Mac «durante todos los años que se ha acostado contigo».

—Perdona —replicó Gladys—. No me he acostado con él.

—Comiendo bombones y bebiendo oporto —dijo O. B.—. Mac me habló de ello. Me dijo que se acostaba contigo dos veces por semana.

—Entonces no es un hombre honorable —dijo Gladys.

Ella telefoneó y gritó a Mac, el cual guardó silencio y entonces dejó el teléfono descolgado.

—Y sigue descolgado —le dijo Gladys a Roscoe. Ya había ido dos veces a casa de Mac en la calle Walter, por la tarde y por la noche, pero nadie respondió a su llamada, la casa estaba a oscuras y la hermana de Mac, que vivía en el piso de abajo, no sabía dónde se encontraba.

—¿Qué quieres que haga? —le preguntó Roscoe.

—Búscale y dile que no me importa lo que haya dicho O. B. ni lo que haya hecho con esa mujer.

—La mañana en que Elisha murió, O. B. te llevó a casa desde la acería.

—Sí.

—Los veías a los dos.

—A O. B. sólo le visitaba —respondió ella—. Nunca me quedé.

—Mac lo sospechaba.

—Sí.

—Eres una femme fatale, Gladys. Dos polis a la vez.

—No fue así.

—Fue algo por el estilo.

—Nunca he traicionado a Mac. Siempre le he sido fiel.

—A tu manera.

—¿Qué sabes de ello? ¿Escuchaste las mentiras de O. B.?

—Me limito a leer entre las líneas de tus vacilaciones.

—Jamás he permitido que O. B. me tocara.

—Pero él seguía buscando una oportunidad.

—Siento haberte pedido nada —replicó Gladys, y se levantó.

—Trataré de encontrarlo —dijo Roscoe.

Envió a Joey Manucci a todos los bares y restaurantes que Mac frecuentaba, habló con Hattie para ver si había buscado refugio en su casa, a lo que ella respondió con una negativa, y entonces llamó a O. B., sintiendo la rabia que sintiera en su infancia cuando O. B. se chivaba de él a Felix. O. B. conocía íntimamente el poder del soplón, indispensable aliado para aplicar la justicia al sinvergüenza. Y justicia para el sinvergüenza de Mac era precisamente lo que O. B. deseaba.

—He oído decir que te has vuelto loco —le dijo Roscoe por teléfono—, que estás persiguiendo al mejor policía que tienes.

—No me extraña que lo defiendas.

—Tu egocentrismo es ridículo, O. B. Pareces un pelele interesado.

—Patsy no piensa lo mismo. Le gusta que la gente obedezca sus órdenes.

—Patsy no te apoyará cuando se entere de lo que le contaste a Gladys.

—¿Ha hablado ella contigo?

—Si atropellas a Mac para conseguirla, ¿crees que te dirá «Muchas gracias, cariño, vamos a la cama»? Quiere a ese hombre, O. B.

—Debía saber a qué clase de tipo se tira.

—Gracias, monseñor, tu postura moral es ejemplar.

—Mantente al margen de esto, Roscoe. Éste es mi espectáculo.