—Por Russ, es que no puedo creerme que te estén haciendo esto —dijo Sven. Su rostro franco, de aspecto brusco y feo, mostraba a las claras la furia que sentía. Se dio un puñetazo en la palma de la mano todavía humana con su nuevo puño artificial—. Hay un millón de razones para poner tu cabeza en una pica: tu vanidad, lo feo que eres, esa estupidez tuya tan primitiva y, sin duda, tu falta de heroísmo y de carisma, ¡pero esto es una imbecilidad!
—Gracias, hermano lobo —contestó Ragnar—. Tu apoyo me conmueve.
Ragnar intentó sonreír. Le alegraba ver a su viejo camarada, y mucho más ver que se había recuperado por completo de la herida de la espada maligna que había sufrido en el combate contra los Mil Hijos. Sin embargo, no podía mantener su buen humor habitual. Aquélla situación era demasiado seria. Estaba metido hasta el cuello en un gran problema. La asamblea de los lores Lobo lo había dejado muy claro. Que todos los lores Lobo presentes en Garm asistieran para discutir qué destino le esperaba era una señal muy evidente y que no dejaba lugar a dudas de lo serio del asunto.
Otra muestra de la gravedad de la situación era que lo hubieran confinado en su celda mientras sus hermanos de batalla recorrían el planeta para acabar con los últimos restos de las fuerzas de los herejes que quedaban con vida. Sven era el primer visitante que había recibido desde hacía días, y ello porque se había escapado durante un breve período de descanso durante la campaña. No habían desplegado guardias, pero se había procurado que los visitantes del santuario no pasasen por aquella zona.
—Me refiero a que qué importa que hayas perdido la Lanza de Russ —siguió diciendo Sven—. Seguro que lo hiciste con la mejor de las intenciones.
—Sven, no es algo sobre lo que se deba bromear.
Ragnar pensó que aquello era quedarse corto. La Lanza de Russ era probablemente la más sagrada de todas las reliquias de los Lobos Espaciales. Se trataba de la mítica arma que el fundador del Capítulo había empuñado en combate en los albores del Imperio. Con ella en la mano, el primarca había matado a monstruos y demonios y había salvado planetas enteros. Se decía que lo primero que haría cuando regresase sería recuperar la lanza de aquel mismo santuario, aunque Ragnar se percató de que iba a tenerlo un poco difícil si se tenía en cuenta todo lo que había ocurrido.
—Lo que estás diciendo roza la blasfemia —insistió Ragnar.
—Estoy seguro de que si el viejo Leman Russ estuviese oyendo nuestra conversación, estaría de acuerdo conmigo.
—¿Y cómo podrías saberlo, hermano Sven? —preguntó una voz severa desde la parte posterior de la estancia—. ¿Es que el espíritu del primarca te consulta en secreto cuando necesita una opinión realmente estúpida? Si es así, quizá deberías compartir ese conocimiento con los demás hermanos de batalla. Les encantaría saber que tienen un oráculo semejante entre ellos.
Tanto Ragnar como Sven se giraron. Se quedaron sorprendidos al ver que Ranek, el Sacerdote Lobo, había entrado en la gran cámara. Sin duda, el hecho de que hubiera logrado acercarse a ellos a pesar de los sentidos hiperdesarrollados de ambos, era una muestra del sigilo del veterano guerrero. Ragnar pensó que debía de haberse acercado con el viento a favor. Comprobó la dirección en la que circulaba el aire reciclado. O era eso, o ambos estaban demasiado preocupados para haberse dado cuenta de que se les acercaba. Decidió que esta explicación era la más probable.
Se fijó en el viejo combatiente. Era enorme, con un aspecto antiguo y amenazante. Los dientes caninos que le sobresalían del labio superior parecían casi colmillos de jabalí. El cabello tenía un color gris tan claro que casi parecía blanco. Sin embargo, los ojos conservaban una mirada dura y penetrante, con el azul helado de las aguas glaciales de Asaheim. Las cejas era tremendamente espesas, y la barba caía en una larga cascada sobre el pecho. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que Ragnar lo viera por primera vez en aquel largo viaje hasta las islas de los Maestros del Hierro?
La respuesta era sencilla: hacía ya una vida, sin importar cómo la midieras en años imperiales estándar. En aquellos días, su padre todavía estaba vivo y era el capitán de su propia nave. Su gente, los Puños de Trueno, eran un clan unido. Todavía no habían sido asesinados o convertidos en esclavos de los Craneotorvos. Todo eso fue antes de que él mismo muriera y renaciera, cuando los límites de su universo eran los cielos grises y tormentosos y los mares de color plomizo de su planeta natal, Fenris, antes de que supiera lo inmenso, extraño y peligroso que era de verdad el universo.
Todo eso era antes de que se convirtiera en un Lobo Espacial, uno más en las legiones de guerreros modificados mediante tratamiento genético que servían al Imperio de la humanidad en las guerras que abarcaban toda la galaxia, antes de que combatiera contra hombres, monstruos y servidores y adoradores de los demonios del Caos. Antes incluso de que supiera qué era un orko de piel verde.
—¿Y bien, Sven? ¿Te importaría explicarme los misterios de esta nueva teología? Como sacerdote guerrero, me sentiría muy honrado si compartieras tu sabiduría.
Sven parecía confundido y avergonzado. Había pocas cosas al el universo que le provocaran aquella reacción, pero aquel veterano era una de ellas.
—Estoy seguro de que Sven no pretendía ofender con sus palabras —dijo Ragnar.
—Vaya —exclamó Ranek—, así que tú eres el portavoz escogido por el profeta, ¿no, Ragnar? Sólo a través de ti, ¿es eso? Sin duda, se encuentra muy por encima de los simples mortales para dignarse hablar con nosotros.
—No quise decir eso —se excusó Ragnar.
—¡Pues entonces haz el favor de tener la boca cerrada! —lo increpó Ranek—. Ya estás metido en bastantes problemas como para que hables y te metas en más todavía. ¡Sven, sal de aquí!
Sven se dirigió cabizbajo hacia la salida. Ranek le habló de nuevo justo cuando llegó al umbral, pero con un tono de voz más suave.
—Te honra que hayas venido. Sin embargo, no te hará ningún bien si los lores Lobo lo descubren.
Sven asintió, como si hubiera comprendido lo que quena decir. Luego se marcho Ragnar lamento en seguida que se fuera. Se había quedado a solas bajó la penetrante mirada del sacerdote. El anciano caminó dando vueltas a su alrededor y estudiándolo con un escrutinio intenso desde cada ángulo, como si no fuera más que un rompecabezas que se pudiera resolver tan sólo con contemplarlo el tiempo suficiente. Ragnar no se movió en ningún momento, decidido a no dar ninguna muestra de nerviosismo bajo aquel examen implacable, incluso a pesar de que aquel Ranek fuera capaz de oler su inquietud, que era lo más seguro.
—Bien, muchacho —dijo Ranek por fin—. Has causado todo un revuelo, de eso no hay duda.
—No era mi intención —contestó Ragnar.
—¿Y cuál era tu intención cuando arrojaste la Lanza de Russ al reino del Caos?
—Intentaba impedir la llegada del primarca Magnus a través de la puerta infernal que habían abierto en el templo que alzaron en este planeta. Intentaba detener la resurrección de los Mil Hijos y la destrucción de nuestro Capítulo. Creo que lo logré.
—Sí, y sé que es lo que crees. La cuestión es saber si todo eso es cierto. Magnus es un hechicero muy poderoso, quizá el más poderoso que jamás haya vivido. A lo mejor te metió esa idea en la mente. Puede que también te haya metido otras.
—¿Por eso los Sacerdotes Rúnicos me han mantenido apartado de los demás miembros del Capítulo hasta hoy, y recitaron sus hechizos sobre mí día y noche?
—Sí. Por ésa, y por otras razones.
—¿Cuáles?
—Ya las sabrás a su debido tiempo, si es que debes saberlas y sí los lores Lobo deciden dejarte vivir.
—¿Dejarme vivir?
Ragnar estaba asombrado. Sabía que la situación era seria, pero no creía que tanto. Se había imaginado que quizá lo encarcelarían, que lo mandarían al exilio, o que incluso lo enviarían a las regiones inferiores de Fenris o a algún asteroide aislado. No se le había pasado por la imaginación que lo ejecutarían.
—Sí. Un Lobo Espacial caído en desgracia sería algo demasiado terrible para dejarlo suelto por el Imperio, muchacho, y no podríamos permitir que uno que ha sido mancillado por el Caos siga viviendo. Es una amenaza demasiado grande.
Ragnar lo comprendió. Los Capítulos eran grupos de combate pequeños, pero su fuerza procedía de su capacidad para luchar como una unidad. Todos y cada uno de sus hombres confiaba por completo en el camarada que tenía al lado. Era impensable tener un traidor entre las filas del Capítulo. Sabía que no era ningún traidor. Sin embargo…
Por supuesto. Eso era lo que pensaría si estuviese bajo la influencia de alguna clase de hechizo. Incluso podría llegar a creerse que era un guerrero completamente leal hasta que Magnus escogiera el momento adecuado, y entonces…
Sabía que algo semejante era posible. Los individuos con poderes psíquicos eran capaces de leer la mente, de alterar los recuerdos y de cambiar las ideas y las emociones de cualquier persona. A él lo habían entrenado para que pudiera resistir ataques semejantes, pero Magnus era un primarca de los Caídos, un ser casi tan poderoso como el Dios-Emperador. Además, Magnus, de entre todos los primarcas, era el que había profundizado más en el estudio de la hechicería, de modo que, si había alguien capaz de hacer algo semejante, era el Ragnar consideró con detenimiento durante unos instantes la idea de que hubiera sido corrompido sin que él se hubiera percatado. ¿Qué iba a hacer? ¿Podría vivir consigo mismo si resultaba ser una amenaza latente para sus amigos y camaradas, para el Capítulo que se había convertido en su hogar?
—Pero no creéis que yo haya sido corrompido, ¿verdad? —murmuró Ragnar, y se sintió orgulloso de que su voz no hubiera sonado temerosa. Ranek se encogió de hombros.
—Por si te sirve de algo, muchacho, no lo creo. Te conozco bastante, y me parece que ni siquiera Magnus el Rojo podría meterte un hechizo en esa mollera tan dura que tienes. Pero pronto lo sabremos con seguridad. Los Sacerdotes Rúnicos te han hecho tantas pruebas y tan rigurosas como las que pasó Logan Grimnar antes de que pudiera sentarse en el Trono del Lobo. Las sondas de investigación que han utilizado son más sutiles y trabajan a mayor profundidad que las que conoces de la Puerta de Morkai. Los Sacerdotes Rúnicos nos contarán lo que han encontrado antes de que se produzca la convocatoria para tu juicio. Sólo ellos saben lo que piensan, y antes hablaron el Gran Lobo y los demás lores Lobo. Así ha sido siempre, y así seguirá siendo.
Ragnar no se quedó demasiado tranquilo con aquellas palabras. Toda su vida y el destino de su alma pendían de un hilo. Ranek se quedó mirándolo. Ragnar le devolvió la mirada.
—¿Por qué habéis venido?
—He venido para darte consejo y para hablar en tu defensa. Después de todo, fui yo quien te eligió para que te unieras a los Lobos Espaciales.
—¿Os asignaron la tarea?
—Yo la pedí.
Ragnar se sintió conmovido por la fe del anciano en él.
—¿Cuándo tomará una decisión definitiva la convocatoria del juicio?
Se oyó el tañido de una campana a lo lejos que llegó a través de los pasillos del templo.
—Quizá ya la han tomado. Vamos, muchacho, acerquémonos y oigamos lo que tienen que decirnos.
Ranek lo llevó hasta la sala donde los lores Lobo lo esperaban para comunicarle el veredicto. Unas grandes cabezas de lobo talladas en el techo lo miraban desde la altura. Todos los señores del Capítulo estaban sentados en un semicírculo sobre un estrado. En el centro se encontraba Logan Grimnar, el Gran Lobo en persona, sentado con firmeza sobre su trono flotante. Parecía tan viejo como las propias raíces de las montañas, y tan duro como el blindaje de una nave de combate imperial. Su rostro se mostraba impasible mientras miraba fijamente a Ragnar. Los demás lo miraron también con rostros inexpresivos.
Había tres Sacerdotes Rúnicos con túnicas y máscaras de pie delante del estrado. También ellos fijaron sus miradas en él cuando Ragnar entró. El joven Lobo Espacial enderezó la espalda todo lo que pudo y les devolvió la mirada. No quería parecer acobardado. Fuese el que fuese el veredicto, y fuese el que fuese el destino que lo aguardaba, se enfrentaría a ello como un Lobo Espacial. Creyó notar una cierta aprobación por parte de Ranek, pero no estaba muy seguro.
Caminó hasta situarse justo delante del trono del Gran Lobo y alzó la mirada con gesto desafiante. Logan Grimnar le devolvió la mirada sin dejar traslucir ninguna expresión y después habló con su profunda voz.
—Sacerdotes Rúnicos de Russ, habéis examinado a éste, nuestro hermano Lobo, en busca de la mancha del Caos. ¿A qué conclusión habéis llegado?
Ragnar no pudo evitar girarse hacia ellos. El instante pareció alargarse una eternidad mientras el Sacerdote Rúnico lo miraba a su vez. Un momento después, el individuo golpeó tres veces el suelo de piedra con el báculo que empuñaba.
—Hemos examinado a este joven hasta las profundidades más ocultas de su alma y hemos llegado a la conclusión…
Ragnar se inclinó hacia ellos. Estaba conteniendo la respiración.
—… de que no está mancillado por los Poderes de la Oscuridad y que es leal a su Capítulo. La decisión que tomó, la tomó con honestidad y pensando tan sólo en el bien de sus hermanos de batalla.
Ragnar volvió a respirar. No era un traidor y un hereje. Nada manchaba su alma. Vio que algunos de los lores Lobo asentían. Otros negaron con la cabeza y mostraron su disgusto. Berek Puño de Trueno, el comandante de su compañía, le guiñó un ojo con cierta exageración. Logan Grimnar sonrió con gesto grave. Ragnar sintió el alivio del viejo Sacerdote Lobo, que seguía a su lado. Sigrid Matatrolls se puso en pie.
—Sin embargo, como todos sabéis, existe otro asunto. —Tenía una voz con un tono sorprendentemente bajo y penetrante—. No importa lo puras que fueran las motivaciones de este joven: ¡hemos perdido la Lanza de Russ por su culpa! A menos que la recuperemos y la devolvamos a su santuario, Russ no podrá empuñarla en los últimos días. Al perderla, hemos traicionado la confianza sagrada que habían puesto en nosotros y puesto en peligro el hecho de llamarnos verdaderos hijos de Russ. Ragnar ha traicionado esa confianza sagrada.
Ragnar pensó en lo que había dicho el lord Lobo. Sabía que no todo era lo que parecía. Berek ya se lo había explicado más de una vez. La política para los lores Lobo era casi tan importante como sus creencias religiosas. Dudaba mucho que existiera entre ellos uno que no deseara sentarse en el lugar de Logan Grimnar, en el Trono del Lobo. La única diferencia era en qué momento.
Aquello era algo más que un simple ataque contra su persona, por mucho que se lo pudiera merecer. Ragnar era capaz incluso de oler la ambición y el ansia de Sigrid y de aquellos que lo apoyaban. Otros se conformaban con observar, a la espera de ver cómo se desarrollaba la pugna por el liderazgo. Y otros, como Berek, apoyaban al Gran Lobo por motivos propios. En el caso de Berek, el motivo estaba muy claro. El acusado era uno de sus hombres. Las acciones negativas de Ragnar lo afectaban y disminuían su prestigio, y Berek no era el tipo de persona dispuesta a aceptar aquello sin presentar batalla.
El comandante de Ragnar se puso en pie, con el aspecto de un jefe heroico en todos los detalles de su físico. La iluminación le tiñó de dorado el cabello y la barba. Habló y se movió con confianza y tranquilidad plenas.
—Ragnar llevó a cabo una acción heroica. Atacó él solo aun primarca en un intento osado de salvar a sus hermanos de batalla. ¿Quién puede criticarlo por semejante heroicidad?
Ragnar vio de nuevo algunos gestos de asentimiento e incluso oyó algunos murmullos de aprobación. Lo del heroísmo era algo que les gustaba a los Lobos Espaciales. Eran guerreros orgullosos, que respetaban la valentía. Ragnar observó que Egil Lobo de Hierro asentía con expresión ceñuda. Sin embargo, tampoco pudo evitar darse cuenta de que la mayoría de los que aprobaban su acción pertenecían al bando de Berek. Al igual que Sigrid, Puño de Trueno procuraba colocarse como sucesor natural de Logan Grimnar.
Sigrid sonrió con gesto helado. Comparado con Berek, era de tez pálida. De rostro delgado y enjuto, los ojos tenían una mirada fría, y las guías de su bigote caían con aspecto tristón a ambos lados de su boca. Sin embargo, Ragnar sabía que tenía un carácter de acero; nadie se convertía en un lord Lobo sin tenerlo. También poseía una inteligencia fría y calculadora que pocos de sus camaradas tenían. Hablaba con un tono de voz burlón, como hacía siempre si no estaba rugiendo órdenes en el campo de batalla.
—Ragnar es valiente, de eso no cabe ninguna duda. Reconozco su heroísmo. Lo que pongo en duda es su inteligencia. También pongo en duda la capacidad de nuestro Capítulo para demostrar que somos dignos herederos de nuestros predecesores. Y me importan poco los motivos de Ragnar: es culpa suya. Es posible que exista un modo de que el joven expíe lo que ha hecho, pero se le debe castigar de alguna manera.
Ranek irguió la cabeza y se adelantó para ponerse delante del consejo de lores Lobo. Fijó su mirada en Sigrid y habló lentamente y con claridad.
—Una profecía es una profecía. Se cumplirá a su debido tiempo y a su manera, o no será una verdadera profecía. Russ regresará. Russ recuperará su lanza. Russ dirigirá al Capítulo en la batalla final contra el Maligno. De eso no puede caber ninguna duda.
Sigrid no estaba dispuesto a dejarse amedrentar. Al contrario; su sonrisa también se volvió burlona.
—Entonces, hermano Ranek, ¿estás sugiriendo que en cierto modo fue voluntad de Russ que este atrevido jovenzuelo lanzara su arma sagrada al vacío?
—Lo que estoy sugiriendo es que si la profecía es una profecía verdadera, eso no importa. La lanza regresará a su debido tiempo a nosotros.
—Ya veo por qué eres un gran sacerdote, Ranek. Ojalá tuviera la fuerza de tu fe.
Unas cuantas risotadas, procedentes de los seguidores de Sigrid, retumbaron en la estancia. Sin embargo, la mayoría de los lores Lobo parecieron asombrados. La burla por parte de Sigrid de un sacerdote no les sentó nada bien.
—Quizá deberías tenerla —le replicó Ranek.
Un gesto en el rostro del lord Lobo mostró a las claras que se había dado cuenta de su error. Cuando habló de nuevo, el tono de su voz fue más conciliador.
—Ranek, proteges al chico porque tú lo elegiste, y tu lealtad es muy loable. Sin embargo, sigo diciendo que debería ser castigado por su acción.
Sigrid se calló un momento y dejó que las implicaciones de lo que había dicho flotaran en el ambiente. Quería que todos los presentes vieran la relación entre Ranek, Ragnar y Berek. El fallo de uno repercutía en los tres.
—Y no creo que sea conveniente —continuó diciendo—, que un sacerdote de Russ vaya diciendo que todo va a salir bien y que la lanza ya encontrará un modo de volver por su cuenta. Estoy de acuerdo en que sería algo maravilloso, incluso algo milagroso, si lo hiciera. Pero ¿qué vamos a hacer si la lanza no regresa por voluntad propia? ¿Qué vamos a hacer cuando lleguen los últimos Días? Todas las señales y portentos indican que casi están a punto de llegar. ¿Qué haremos en ese caso?
»Y lo cierto es que preguntarnos si la lanza regresará o no es esquivar el asunto que nos concierne. ¿De verdad queremos entre nosotros a un guerrero capaz de arrojarla a un lado con tanta facilidad? No nos conviene alguien tan descuidado. ¿Quién sabe a lo que nos conducirá su siguiente osadía?
Logan Grimnar y los demás pensaron en ello. Ragnar no pudo evitar sentir que Sigrid tenía razón hasta cierto punto. No pensó en lo que hacía: había actuado sin tener en cuenta las posibles consecuencias. Había aceptado perder la Lanza Sagrada. Estaba a punto de acercarse más al estrado para decirlo todo en voz alta cuando vio que un mensajero entraba en la estancia y se acercaba al Gran Lobo para decirle algo al oído.
Sigrid se quedó callado y todas las miradas convergieron sobre Grimnar, llenas de expectación. Ésas expectativas no se vieron defraudadas. Grimnar entrecerró los ojos con un gesto de dolor antes de hablar.
—He recibido una noticia muy grave, hermanos. Adrian Belisarius ha muerto, lo mismo que nuestro viejo camarada, Skander.
Varios aullidos de pena y dolor resonaron por toda la estancia procedentes de las gargantas de algunos de los lores Lobo de más edad.
—Pero es todavía peor —continuó diciendo Grimnar—. Ambos fueron asesinados en el suelo sagrado de la propia Terra. Es un acontecimiento muy grave. Propongo que aplacemos el asunto actual para pensar en nuestra respuesta a este suceso.
Todos estuvieron de acuerdo, excepto Sigrid. Ranek llevó a Ragnar de vuelta a su celda, quien se preguntó qué demonios estaba ocurriendo exactamente.