Todo el santuario estaba envuelto en un velo de silencio. Los estandartes de duelo de la gran sala ondeaban a media asta. Ragnar se preguntó por qué había sido convocado a la cámara del Gran Lobo en mitad de la guardia nocturna. Aquello no pintaba bien. Se sintió más inquieto todavía cuando Berek y Sigrid salieron juntos de la sala del trono.
Ninguno de los dos parecía contento. Sigrid se lo quedó mirando cuando pasaron a su lado. Berek parecía melancólico. Ninguno de los dos le habló.
Unos momentos después, Lars Lenguafilada, el heraldo de rostro pétreo de Grimnar, le hizo señas de que se acercara. Entró en una larga sala repleta de estandartes y trofeos capturados en antiguas batallas bajo la atenta mirada de la escolta personal del Gran Lobo. Al otro extremo de la estancia se encontraba el señor de todos los Lobos Espaciales sentado de nuevo sobre su tono flotante, con un rollo de pergamino en la mano.
Alzó la mirada cuando el joven Lobo Espacial entró en la sala, y le hizo un gesto para que se pusiera delante del trono.
Ragnar se arrodilló un momento antes de ponerse en pie de nuevo, como haría un guerrero ante su señor. Grimnar lo observó con atención, con cierto gesto amable, medio divertido, medio enfadado. Por fin, sonrió.
—Bueno, Ragnar Blackmane, nos has metido en un buen problema, ¿verdad? —Le hizo un gesto con el pergamino—. Puedes hablar con libertad.
Era obvio que Grimnar esperaba alguna clase de respuesta, así que Ragnar habló.
—¿Y qué clase de problema es ése, Gran Lobo?
Grimnar soltó una carcajada.
—Pensé que ya te lo habían explicado con una claridad más que suficiente en el cónclave de hoy, cachorro.
Ragnar no se sintió ofendido por aquel apelativo, como le habría ocurrido si lo hubiera dicho cualquier otro hombre. Grimnar tenía cientos de años, y comparado con él, Ragnar era poco más que un muchacho.
—Lo haría de nuevo, Gran Lobo, si estuviese en las mismas circunstancias.
—Me alegro de oírte decir eso. Bajo esas mismas circunstancias, puede que yo hubiera hecho lo mismo que tú. Por otro lado, puede que no lo hubiera hecho. Sentirse capacitado para utilizar el arma personal del propio Russ podría considerarse como algo bastante presuntuoso y arrogante. Algunos creen que se te debería castigar por hacerlo, aunque otros creen que es una señal de que estás destinado a grandes hazañas.
—¿Y vos qué creéis, Gran Lobo?
—Creo que eres un joven con un gran potencial, Ragnar. Aparte de eso, no lo sé. No deseo que se desperdicie ese potencial, pero lo cierto es que eres un elemento de disensión entre los Lobos, y precisamente en este momento no puedo permitirme ninguna clase de disensión. Temo que si yo no tomo ninguna medida contra ti, otros lo harán en mi lugar.
Ragnar sabía a qué se refería. Los asesinatos a sangre fría eran muy escasos entre los Lobos Espaciales, pero podían ocurrir otro tipo de cosas. Una bala perdida podía alcanzarle en mitad del fragor del combate. Sus camaradas podían acudir con lentitud si se encontraba en una situación peligrosa y letal. Nunca se hablaba de esos temas, aunque ocurriesen. Y si alguien pensaba que era un blasfemo o un traidor, podía ocurrirle a él.
—¿Qué pensáis hacer conmigo, Gran Lobo?
—Quiero ponerte a salvo en algún sitio donde puedas servir para algo.
—¿El exilio, Gran Lobo?
—Podrías llamarlo así si quieres. Dime, Ragnar, ¿has oído hablar de los Cuchillos del Lobo?
Ragnar rebuscó entre los recuerdos que le habían sido implantados por las máquinas de entrenamiento cuando tan sólo era un aspirante.
—Son Lobos Espaciales enviados a la sagrada Terra para cumplir nuestra parte del trato con la Casa Belisarius. Les proporcionamos guardaespaldas a cambio de los servicios que nos prestan.
—Todo lo que has dicho es cierto, Ragnar, pero los Cuchillos del Lobo son mucho más. Entrenan a las tropas del Celestiarca de la Casa Belisarius y las dirigen en combate. Actúan como su fuerte mano derecha cuando es necesario. Matan a sus enemigos en combate abierto y con discreción si hace falta.
Ragnar se dio cuenta de lo que le quería decir.
—¿Deseáis que vaya a la sagrada Terra, Gran Lobo?
—Es necesario. Adrian Belisarius, el Celestiarca, y gran amigo de nuestro Capítulo, ha muerto. Uno de nuestros hermanos de batalla murió con él: Skander Hachasangrienta, un viejo camarada mío de cuando todavía estaba en la manada de Garras Sangrientas.
Ragnar vio la tristeza en los ojos del viejo guerrero. Ya quedaban pocos de aquella generación en el Capítulo, y Grimnar y el tal Skander debían de ser de los últimos. No había camaradas más cercanos y apreciados en todo el Capítulo que aquellos que habían pasado juntos por los ritos de iniciación y el entrenamiento, y que habían formado parte de la misma unidad inicial. Casi eran hermanos en el sentido literal de la palabra.
—Sí, Ragnar, quiero que vayas a la Tierra. Y quiero que mantengas bien abiertos los ojos y los oídos. Uno de los Lobos ha muerto en suelo sagrado, y quiero saber qué es lo que ocurrió. ¡Lo que ocurrió de verdad! Ya tengo informes. Quiero saber sin son ciertos.
—¿Buscáis venganza, Gran Lobo?
Era una pregunta algo presuntuosa, pero Ragnar se sintió obligado a hacerla. Grimnar negó lentamente con la cabeza.
—Ragnar, sí es en interés del Capítulo, me tomaré esa venganza. Si no, me gustaría saber qué ocurrió.
Ragnar pensó con cuidado en las palabras del Gran Lobo. Era obvio que no podía enviar a todo el Capítulo a vengarse y provocar un derramamiento de sangre inmenso en el sagrado suelo de Terra. Tampoco podía ordenar el asesinato de una persona poderosa sin que hubiera consecuencias.
También sabía que, dijera lo que dijera el viejo guerrero, Logan Grimnar tenía una memoria excelente, y que encontraría el modo, si fuese necesario, de hacer pagar con sangre la muerte de su antiguo camarada. Así se hacían las cosas en Fenris.
—Lo haré lo mejor posible —dijo Ragnar por fin.
—Que así sea, Ragnar, y que nadie sepa que andas en eso.
—¿Cómo le comunicaré lo que descubra?
—Existen modos, Ragnar, canales de comunicación entre Fenris y Belisarius. Además, Adrian Belisarius fue asesinado. Su hija está aquí en Garm, con nosotros, pero debe regresar para prestar juramento de lealtad a su sucesor. Te ocuparás de que nada le ocurra durante el viaje a la Tierra.
—¿Creéis que podría pasar algo, Gran Lobo?
—Si alguien ha logrado asesinar al jefe de la Casa Belisarius cuando está rodeado de guardias, debe de tratarse de alguien muy poderoso y capaz de cualquier cosa.
—Sí, Gran Lobo.
—Puedes retirarte, Ragnar.
Ragnar se arrodilló otra vez antes de marcharse y dejar al viejo guerrero ocupado en el estudio de los pergaminos.
—No es justo, demonios —exclamó Sven—. Pierdes la Lanza de Russ y te envían a Terra. ¿Cómo te habrían recompensado si la hubieras destruido? ¿Te habrían nombrado Gran Lobo?
—No es algo sobre lo que se pueda bromear, Sven —le advirtió Ragnar.
—¿Quién está bromeando? —Sven recorrió con un gesto del brazo su celda de meditación, con una esterilla para dormir, un soporte vertical para la armadura y una estantería para las armas por toda decoración—. ¡A mí me toca esto, y a ti las delicias del corazón del Imperio!
—Sven, la Tierra es un planeta sagrado.
—La Tierra es tan sagrada como las visiones de un adicto a la hierba de cuerno. Es la capital del Imperio. Todos los nobles viven allí, y no creo que ellos pasen todo el tiempo meditando y ayunando.
—A lo mejor te sorprendes.
—¡Sí, me sorprendería mucho que lo hicieran! Es que no puedo creerme que te envíen a ti. Lo que se necesita es un hombre con tacto, diplomacia y visión de futuro, un hombre con el sentido común suficiente como para no perder la Lanza de Russ. ¡Un hombre como yo! ¿Crees que Grimnar me dejaría ir contigo si se lo pidiese?
—Creo que si lo hicieras, te encerraría directamente. ¡Lo único que nos hacía falta es un gorila descerebrado suelto por las calles de la sagrada Tierra!
—Entonces, ¿por qué te envían a ti?
—Porque les conviene —contestó Ragnar con seriedad—. Bueno, sólo he venido a decirte adiós. Al parecer, la nave parte dentro de seis horas estándar, y todavía tengo que prepararme.
Permanecieron en silencio unos interminables segundos. Ragnar y Sven se habían convertido en grandes amigos desde que comenzaron juntos como aspirantes a Marines Espaciales. Se habían salvado la vida mutuamente en más de una ocasión. Sin embargo, Sven ya se había convertido en un Cazador Gris, y Ragnar era algo diferente, destinado a servir durante quién sabía cuánto tiempo en el limbo como un Cuchillo del Lobo, incluso quizá durante el resto de su vida.
Se había abierto un gran hueco entre ellos, y no era tanto por la distancia que los iba a separar. Ambos lo sabían, a pesar de las bromas y de las chanzas. Sven marcharía al combate y a la batalla con el resto del Capítulo, mientras que Ragnar se quedaría estancado en un puesto que no consistiría en nada más que en proteger a los aristócratas malcriados de las casas navegantes. Tendría que abandonar cualquier sueño que hubiera tenido de forjarse un destino glorioso, de inscribir su nombre en los anales del Capítulo. Lo más seguro era que acabara siendo recordado como el hombre que perdió la Lanza de Russ. Sería el tema de todas las bromas y las maldiciones de cada nueva generación de aspirantes.
Pensó por un momento en pedirle a Grimnar permiso para quedarse, pero sabía que no podía hacerlo. Su destino estaba marcado. Su deber era ir a la Tierra. En cierto modo, era un castigo por sus actos, un modo de purgar su pecado. Sin embargo, también sabía sin duda alguna que volvería a hacer lo mismo.
Sven extendió la mano y se sujetaron por las muñecas.
—Vigila tu retaguardia —le dijo—. Vas a tener muchos problemas si yo no estoy allí para sacarte de tus meteduras de pata.
—La mayoría de esos problemas los causas tú con esos intentos tan torpes de ayudarme —le replicó Ragnar medio en broma.
—Para cuando regreses, ya habré logrado que me nombren lord Lobo —proclamó Sven—. Ya estarán cantando sagas en mi alabanza.
—¿Para qué necesitas que te alaben en las sagas cuando lo haces tú solo de mil maravillas?
—¡Anda, lárgate ya! Tienes que embarcarte en una nave.
Ragnar se sorprendió cuando dio media vuelta y descubrió que tenía un nudo en la garganta, pero no miró atrás.
Ragnar se presentó en la cámara de Ranek. Sus escasas pertenencias personales ya estaban a bordo de la nave. Sólo llevaba encima las armas y el equipo habitual de combate que un Lobo Espacial llevaba a la batalla.
—Así que un Cuchillo del Lobo —comentó el viejo sacerdote—. Lo cierto es que estás a punto de comenzar un sendero bastante interesante.
—¿A qué os referís? —preguntó Ragnar.
El anciano lanzó una fuerte carcajada.
—La Tierra —dijo—. La sagrada Terra. El planeta bendito. La sede del Emperador. El centro del Imperio. El mayor pozo de alimañas de toda la galaxia.
—No puede ser un sitio tan malo —comentó Ragnar.
—¿Ah, no? ¿Y tú qué sabes de todo eso, chico?
—No mucho, pero…
—La Tierra es nuestro centro neurálgico, donde se encuentra el gobierno, los templos de mayor porte, el hogar de las casas comerciales más acaudaladas y poderosas. Y las más corruptas.
—¿Qué queréis decir?
—Quiero decir que donde hay dinero y hay gobierno, hay corrupción. Y no hay lugar donde haya más dinero y más gobierno que en la vieja Tierra. Será mejor que tengas cuidado por allí, chico.
—No seré más que un simple guardaespaldas —dijo Ragnar a modo de excusa.
—¿De verdad piensas eso? No seas tan ingenuo. Todo el mundo te verá como un representante de nuestro Capítulo, y eso es algo bastante acertado. Nos juzgarán por tus acciones, serán capaces de sacar unas conclusiones inesperadas para ti de todo lo que hagas. Serás un símbolo vivo de quiénes somos y lo que somos, y será mejor que no lo olvides nunca.
—Intentaré no hacerlo.
—Intentarlo no será suficiente. Recuerda todo lo que te he dicho y obedéceme, porque si no, iré en persona a la Tierra y te arrancaré las tripas.
—Entendido, sacerdote.
El anciano habló con algo más de suavidad.
—No hace falta que te ofendas, chico. Tú sólo recuerda lo que te he dicho y procura hacerlo lo mejor posible. Será más que suficiente.
—¿Cuál será mi misión?
—Serás un soldado de la Celestiarca. La obedecerás como si fuera tu propio lord Lobo. Combatirás bajo su mando, y morirás por ella si es necesario. ¿Qué otra cosa esperabas?
—¿Qué ocurrirá si se me ordena combatir contra el Imperio, o contra mis hermanos de batalla? Ya que la Tierra es tan corrupta…
Ragnar se dio cuenta de que su voz sonaba resentida, y que había preguntado aquello para que le contestaran de forma negativa, pero la respuesta de Ranek lo sorprendió.
—¿Qué es lo que harías sí tu lord Lobo te ordenara cometer una herejía?
—Lo depondría.
—¿Y si resultase ser un traidor, un servidor del Caos?
—Lo mataría.
—Tener un guardaespaldas puede ser un arma de doble filo, ¿verdad, joven Ragnar?
Ragnar se quedó pensando en lo que le acababan de decir. Si había entendido de forma correcta al sacerdote, le habían dado permiso para asesinar a la Celestiarca de la Casa Belisarius si demostraba alguna deslealtad hacia el Imperio. Ranek pareció leerle el pensamiento.
—Nuestro pacto con la Casa Belisarius es anterior a la propia fundación del Imperio. A algunos miembros del Administratum les disgusta, pero no les queda más remedio que aceptarlo. Saben que mantenemos en el camino de la honestidad a la casa navegante. Ragnar, los Celestiarcas de la Casa Belisarius siempre han sido hombres y mujeres cabales. Nos son leales, a nosotros y al Imperio, y nuestro Capítulo siempre ha constituido una de las razones más poderosas para ello. No importa lo que veas u oigas en la Tierra. Recuerda lo que acabo de decirte antes de juzgar nada.
—El Gran Lobo ha dicho que Adrian Belisarius fue asesinado, lo mismo que nuestro hermano Skander. ¿Quién haría algo así? ¿Unos herejes?
Ranek soltó una carcajada.
—Los informes que nos han pasado hablan de los adoradores de cierta secta, pero hay mucha gente que estaría dispuesta a hacer algo así. Puede que hayan sido esos supuestos fanáticos. Puede haber sido una casa rival, o una facción dentro del Administratum que favorece a esos rivales. Puede incluso que haya sido un pariente ambicioso del propio Celestiarca.
—¿Qué?
—Ragnar, no todo el mundo sigue nuestro código. Como ya te he dicho, la Tierra es el foco de mayor concentración de poder y riqueza de nuestro universo. Todo eso logra de algún modo distorsionar la moralidad. Te lo repito: ten cuidado.
A Ragnar no le quedó muy claro sí el sacerdote se refería a que vigilase con atención a los demás o que tuviera cuidado con su propia moral. Quizá se refería a ambas cosas. Al parecer, tendría que enfrentarse a otros peligros que no tenían nada que ver con los del campo de batalla.
—Aparte de los asesinos, ¿qué otros peligros puedo encontrarme?
—Puede que te ordenen dirigir en combate a las tropas de la casa o que lleves a cabo acciones clandestinas en apoyo de los deseos de la Celestiarca. Tus camaradas del destacamento del Cuchillo del Lobo te informarán cuando llegues. Presta atención a lo que te digan. Algunos de ellos llevan en la Tierra más años de los que tú tienes, y conocen todas las trampas y peligros.
Ragnar sintió que se le venía el mundo encima. Por lo que parecía, iba a permanecer en el exilio durante mucho tiempo. Ranek pareció que volvía a leerle los pensamientos.
—Los Lobos Espaciales pueden vivir durante siglos, Ragnar. En el gran esquema del Capítulo, unas cuantas décadas no son gran cosa.
—Preferiría quedarme aquí, con la compañía de Berek, que haciendo de niñera de los Navegantes.
—Lo que tú prefieras no tiene importancia, Ragnar. Y procura no expresar en voz alta esas opiniones sobre los deberes que se te imponen. Esperamos que tu comportamiento y actuaciones sean ejemplares. Jamás olvides que de todas las personas que vas a conocer, la mayoría son muy poderosas, y nos van a juzgar por cómo te comportes, y puede que algunos de ellos utilicen contra nosotros los fallos que cometas. Tenemos muchos enemigos entre los distintos departamentos y facciones del Administratum, lo mismo que muchos aliados. El juego de la política en el Imperio es una red muy amplia y muy compleja.
Ragnar no acabó de comprender lo que le estaba diciendo el viejo guerrero. El entrenamiento que había recibido había sido en tácticas de batalla y en combate, no sobre política. Al parecer, su misión iba a ser más complicada de lo que había esperado.
—El Gran Lobo me indicó que existen modos de ponerse en contacto con Fenris si es necesario, y que me los dirían antes de irme.
Ranek sonrió con gesto avieso.
—¿Eso ha hecho? Me pregunto por qué lo haría… No, no me contestes. Si es necesario, ponte en contacto con el hermano Valkoth, que también es un Cuchillo del Lobo. Él sabrá qué hacer; pero sé precavido. Por cierto, Ragnar, una última cosa.
—¿Sí?
—Muchos grandes jefes de los Lobos Espaciales han formado parte también de los Cuchillos del Lobo. No nos viene mal tener guerreros que sepan cómo funciona el Imperio y que dispongan de contactos personales entre su jerarquía. Sácale partido al tiempo que estés en la Tierra. ¡Recuerda que Logan Grimnar no hace nada porque sí!
Ragnar sintió que se le levantaba el ánimo. Quizá lo estaban preparando para el liderazgo de un modo indirecto. O quizá ésa era la estrategia de Ranek para levantarle la moral. Fuese lo que fuese, funcionaba.
—Mantén bien vigilada a Gabriella mientras te encuentres de camino hacia Terra. Es la hija de Adrian Belisarius, y puede que sea también el objetivo de un intento de asesinato.
Ragnar se quedó mirando al rostro gastado, casi cincelado, del sacerdote.
—¿Crees que alguno de los nuestros intentaría matarla?
—No vas a viajar en una de nuestras naves, Ragnar. No podemos prescindir de ninguna de ellas. Irás a la Tierra en el transporte que nos trajo la noticia. El Heraldo de Belisarius no será un sitio seguro. Mantente cerca de la chica y asegúrate de que no le pase nada malo. Puedes marcharte.
Ragnar se encaminó hacia la puerta de la estancia.
—Ragnar…
—¿Sí?
—Asegúrate de que no te pasa nada malo a ti tampoco. Adiós.
—Adiós.
Ragnar sintió otro nudo en la garganta. Le caía bien Ranek, y confiaba en él. De repente, se dio cuenta de que quizá no volvería a ver de nuevo al anciano. La edad o un combate podrían acabar con cualquiera de ellos dos. Se dijo a sí mismo que ésa era la vida de un Lobo Espacial.
También se dio cuenta de lo solo que estaba mientras caminaba por los pasillos vacíos. No tendría a nadie, y estaría lejos de sus hermanos de batalla, a una distancia incalculable durante un período indeterminado de tiempo, y sería así por primera vez desde que se había unido al Capítulo. Sintió una punzada de soledad, casi de dolor.
Un instante después, sintió que el corazón se le alegraba. Se percató de que también sería libre, de un modo en que no lo había sido desde hacía años. Partía hacia una gran aventura, hacia el planeta más santo y más letal de todo el Imperio. Vería los grandes palacios y templos de Terra y a sus deslumbrantes ciudadanos. Y por lo que parecía, también tendría peligros e intrigas con los que entretenerse.
Alargó poco a poco el paso y percibió de repente que marchaba al trote, que se convirtió en una carrera hacia los hangares de carga donde lo esperaba la nave de recogida.