Ragnar miró hacia abajo, hacia el extraño orbe que había a sus pies. Aquél hemisferio centelleaba con un resplandor plateado bajo la luz diurna. Distinguió grandes manchas rojizas en la superficie, como mares de óxido. Las líneas costeras de los antiguos continentes habían desaparecido. Lo único que quedaba que sugería su forma eran las formaciones urbanas donde la densidad de los edificios aumentaba al concentrarse sobre lo que antaño fueron las orillas de los mares. El planeta lucía una armadura metálica que cubría toda su superficie. En cierto modo, le pareció lo más apropiado.
Ragnar sonrió: era un sentimiento sorprendente. La imagen le era familiar. Se trataba del mundo natal de la humanidad. Lo había visto tantas veces en otras tantas representaciones que le resultaba extraño saber que el planeta estaba realmente debajo de él en aquellos momentos. Relucía como una joya centelleante colocada sobre el terciopelo negro del firmamento. Ragnar sintió que su nerviosismo aumentaba.
Aquél era el lugar desde donde la humanidad había partido por primera vez en pos de las estrellas, donde había nacido el Emperador de la Humanidad y desde donde había comenzado su gran cruzada. Donde Horus había asediado el Palacio Imperial y donde se había decidido el destino de la galaxia. Era el núcleo del mayor imperio que jamás había existido, la sede de un gobierno de poder incalculable.
En algún punto allí abajo, los Señores del Administratum decidían el destino de billones de vidas. En algún punto allí abajo, el Emperador yacía medio vivo, medio muerto, en su trono dorado. Los primarcas habían caminado en mitad de aquellos jardines y rascacielos de plastiacero. Russ había dirigido en combate a los antepasados del Capítulo de Ragnar en aquel mismo suelo. Eso era la Tierra, vieja y cargada con la historia de miles y miles de años. Ragnar se reuniría muy pronto con los millones de personas que habían realizado su peregrinaje hacia su superficie. Muy pronto formaría parte de la vida diaria de aquel lugar.
Pensó en la aproximación que había realizado la nave. Había perdido la cuenta de las fortalezas y flotas estelares junto a las que habían pasado desde que salieron del punto de salto situado más allá del sol. Habían navegado cerca de las lunas blindadas de Júpiter y de Marte, el mundo forja. Habían comprobado su identidad cientos de veces, y habían subido a bordo en dos ocasiones. Fue un proceso muy largo y agotador, pero nada que no esperaran.
El mundo que se encontraba debajo de ellos estaba mejor protegido que cualquier otro planeta de la historia de la humanidad. No se produciría una segunda Batalla de la Tierra si los poderosos Señores del Imperio podían impedirlo. En esos mismos momentos, el cielo estaba repleto de satélites fortaleza equipados con armas de tal potencia de fuego que podían destruir flotas de combate enteras. Todo el espacio sublunar estaba repleto de astronaves de guerra. Ragnar se sintió insignificante por una vez en su vida.
Gabriella se puso a su lado. Llevaba el uniforme de gala de su casa navegante: una camisa negra con el emblema del ojo y del lobo de la Casa Belisarius engastado en cada uno de los botones de la ropa; las charreteras del uniforme mostraban la insignia de su rango: Maestre Navegante; en la chaqueta con entorchados lucían otras medallas y emblemas que sin duda indicaban su linaje y su estatus. Algunas de ellas también contenían sensores muy poderosos. Por último, llevaba la espada de gala y una pistola colgando del cinto.
A pesar de la armadura pulida y de las armas, que siempre tenía a punto y a las que dedicaba horas de mantenimiento, Ragnar no pudo evitar sentirse casi desastrado a su lado.
—Ha llegado el momento —dijo ella—. El transporte orbital se ha enganchado al Heraldo de Belisarius. Nos han concedido permiso para descender a la superficie de la Tierra.
Ragnar casi se sintió nervioso mientras caminaba a su lado en dirección a la compuerta estanca. Ésta se abrió hacia un lado y aparecieron dos hileras de tropas de la Casa Belisarius con unos uniformes sólo un poco menos recargados que el de Gabriella. Sus armas tenían aspecto de estar preparadas para el servicio, y los soldados se movían con una precisión que no hubiera desmerecido a una unidad de élite de la Guardia Imperial. Su comandante se acercó hasta Gabriella y la saludó de un modo muy formal. Ragnar se sorprendió cuando también lo saludó a él.
—Lady Gabriella, bienvenida —dijo—. La Celestiarca en funciones eligió a mis hombres para que actuaran como guardia de honor. Me gustaría decir que, en realidad, el honor es mío.
Ragnar procuró no sonreír. El oficial era un joven con un bigote ralo y escaso que le crecía como una escuálida oruga peluda sobre el labio superior. Llevaba el cabello largo y los rasgos de su rostro eran angulosos, con unos labios delgados. Era exactamente el tipo de soldado que no eran los Lobos Espaciales.
—¿Su nombre, por favor?
—Soy el teniente Kyle, señora, a su servicio, ahora y siempre.
—Muy bien, teniente, le agradecería mucho que nos escoltara los veinte pasos que separan la compuerta de la nave de transporte. Estoy ansiosa por poner de nuevo el pie en mi planeta natal.
—Inmediatamente, mi señora.
Las dos hileras de soldados entrechocaron los tacones y giraron para formar un pasillo por el que pasaron Gabriella y Ragnar, para después cruzar el corredor de la compuerta estanca. El Lobo Espacial estaba a punto de sentarse y ponerse los arneses de seguridad de uno de los asientos cuando Gabriella le indicó con un gesto que la siguiera. Cruzaron una segunda compuerta y llegaron a una estancia mucho más lujosa en la que el emblema de la Casa Belisarius decoraba todas las paredes. Los sillones de aceleración parecían enormes sofás de cuero acolchado, mucho más cómodos que los de estilo militar a los que estaba acostumbrado Ragnar. La compuerta se cerró con un siseo a sus espaldas. Ragnar se aseguró de que estaba sellada antes de ponerse los arneses de sujeción.
—Todo eso ha sido muy formal —comentó Ragnar al cabo de un momento.
—Puedo asegurarte que ha sido mucho más formal que la mayoría de los recibimientos. Sin embargo, mi padre ha muerto, y todo el mundo debe ver cómo mi tía se esfuerza todo lo posible por protegerme. En realidad, la ceremonia era un mensaje que indicaba que la protección es el asunto más serio hoy día.
—Creo que la araña jokaero demuestra que está en lo cierto.
—Sin duda. ¿Qué opinas de las tropas de la Casa Belisarius?
—Iban muy bien vestidos.
—¿No tienes buena opinión sobre ellos como guerreros? Puedes hablar con total franqueza.
—Creo que no durarían ni veinte segundos si tuvieran que enfrentarse a una compañía de orkos. Parece que han pasado más tiempo practicando los desfiles que las tácticas de combate. Bueno, sólo es mi opinión, por supuesto. No los he visto combatir.
—No son más que guardias de seguridad. Más adelante conocerás a los verdaderos soldados. Quizá ellos te impresionarán un poco más.
—No parecéis muy convencida.
—Ragnar, creo que todo el tiempo que he pasado en El Colmillo me ha cambiado. Antes estaba impresionada por hombres como ellos. Eso fue antes de que conviviera con los Lobos Espaciales. Por cierto, nos encontraremos con algunos de tus hermanos al llegar.
—Estoy deseándolo —contestó Ragnar.
Vio a través de la portilla del mamparo que la nave de transporte se había separado del Heraldo de Belisarius y ya estaba descendiendo hacia la reluciente superficie del planeta que tenían bajo ellos.
No fue hasta que atravesaron la capa de nubes cuando vio que se dirigían hacia lo que parecía una enorme isla separada del resto del mundo mediante barreras y torres de al menos un kilómetro de altura. Se trataba de una fortaleza dentro de una fortaleza: el famoso enclave aislado al que se conocía como el Distrito de los Navegantes.
Ragnar salió a la luz de un nuevo día en un nuevo mundo. Entrecerró un poco los ojos debido a la fuerte luz del sol. El aire tenía un leve toque acre a productos químicos, procedente en parte de los tubos de escape de los motores de la nave, pero sobre todo porque formaba parte de esa misma atmósfera. El plasticemento relucía con un débil centelleo. Bajó por la rampa de salida por delante de Gabriella. Miró a su alrededor para asegurarse de que todo estaba despejado antes de indicarle con una señal que ella podía bajar a su vez. La guardia de honor ya había comenzado a desplegarse delante de ellos.
Ragnar se percató de la presencia en la cercanía de numerosos vehículos blindados de pequeño tamaño. Una figura con armadura, con la cabeza y los hombros sobresaliendo por encima de la gente local, estaba apoyada en un hombro contra uno de ellos. Algo en su postura sugería a la vez un cierto desdén divertido y una completa vigilancia de todo lo que ocurría a su alrededor. En cuanto vio a Ragnar, se irguió y se dirigió hacia él con paso decidido. Ragnar no se sintió sorprendido en absoluto al darse cuenta de que se trataba de un Lobo Espacial, aunque muchos detalles de su aspecto diferían e indicaban que no se trataba de un hermano de batalla común y corriente.
Ragnar distinguió, cuando estuvo más cerca, que llevaba el pelo corto, aunque no a cepillo, y se había recortado el bigote hasta dejarlo convertido en una tira estrecha, con el mismo estilo que el joven teniente de la guardia de honor que los había recibido en la nave. Emanaba de él un leve aroma a perfume, y había enganchado a su armadura muchos amuletos de aspecto extraño y piezas de joyería.
Sonrió con amabilidad a Ragnar mientras se acercaba, pero éste no dudó en ningún momento que, a pesar de la expresión afable del individuo, el desconocido también lo estaba estudiando con atención.
—Saludos, hijo de Fenris —le dijo el desconocido en la lengua nativa del planeta natal de Ragnar—. Bienvenido a la sagrada Terra.
Los soldados ya estaban acompañando a Gabriella hasta el vehículo blindado de mayor tamaño del grupo que se encontraba esperando. Ragnar estaba a punto de seguirlos cuando el desconocido le habló de nuevo.
—Ragnar, tu deber como escolta ha acabado. Debes acompañarme al palacio Belisarius.
Era obvio que el individuo era un Lobo Espacial, pero Ragnar se sentía reticente a separarse de Gabriella. Después de haberla escoltado durante todo aquel viaje tan largo, deseaba acompañarla en aquel breve trayecto hasta su hogar.
—Ya está a salvo —insistió el desconocido—. Bueno, al menos, todo lo a salvo que puede estar alguien como ella en la superficie de este planeta —dijo mientras señalaba con un gesto al cielo. Unos cuantos vehículos gravitatorios flotaban por encima de ellos. Sin duda, formaban parte del dispositivo de seguridad.
—Su padre no consiguió estar a salvo —respondió Ragnar. En el rostro del otro Lobo Espacial apareció un gesto de dolor—. ¿Verdad que no?
—¿Crees que tu presencia hubiese representado alguna diferencia, hermano?
—Quizá.
El desconocido sonrió.
—Me gusta pensar que la mía también lo hubiera supuesto, pero el deber me reclamó en otro lugar en ese día fatal. Se produjo un breve silencio.
—Soy Torin el Viajero —dijo al cabo de un momento.
—Ragnar Blackmane.
—No debemos hablar de estos asuntos en público. Hay muchas cámaras desde donde se pueden leer los labios.
—¿También hablan la lengua de Fenris?
—Ragnar, te sorprenderías de la variedad de capacidades y habilidades que se pueden encontrar en la vieja Terra. Llevo viviendo aquí desde hace casi doce años estándar y todavía me sigue sorprendiendo.
Gabriella había desaparecido en el interior del vehículo blindado, y Ragnar caminó junto a Torin mientras se acercaban a una versión de menor tamaño y de líneas más depuradas de un buggy orko. Aunque el conjunto era mucho más ahusado, tenía el mismo aspecto robusto.
Torin entró de un salto en la cabina de mando abierta del vehículo y Ragnar hizo lo mismo para colocarse a su lado. El conductor apretó un pequeño botón y quedaron cubiertos en menos de un segundo por una cúpula de cristal teñido. Un momento después, el cuerpo de Ragnar quedó aplastado contra el respaldo del asiento debido a la aceleración del vehículo, que se puso a seguir al de Gabriella. Ragnar tardó unos momentos en darse cuenta de que lo estaban siguiendo con la distancia suficiente como para estar fuera del radio de alcance de una explosión por un ataque con cohetes pero lo bastante cerca como para responder si se producía ese ataque. A pesar de su comportamiento amable, Torin parecía ser muy competente como guerrero. De hecho, Ragnar comenzó a sospechar que era mucho más que competente. Percibió de forma instintiva lo letal que podía llegar a ser aquel individuo. Ésa letalidad era mucho más efectiva por el modo en que la ocultaba parcialmente con sus modales.
—Esto está mucho mejor —comentó Torin—. La cúpula nos protegerá de cualquier intento de fisgar por parte ajena y el vehículo dispone de su propia protección adivinatoria. Podemos hablar con un poco más de libertad.
—¿Recibes en persona a todas las naves que llegan? —preguntó Ragnar a gritos para que lo oyera por encima del rugido del motor.
—Sólo las que llegan con un nuevo Cuchillo del Lobo.
—Pues deben de ser unas cuantas.
—Eres el primero en cinco años. ¿Has tenido algún problema durante el viaje?
Ragnar le contó lo ocurrido con la araña jokaero. Torin no pareció sorprenderse en absoluto; se limitó a inclinar la cabeza hacia un lado sin dejar de prestar atención al tráfico.
—¿Qué piensas de todo esto? —preguntó Ragnar tras un momento.
—Podría ser cualquiera, desde un rival celoso de la propia Casa Belisarius a alguien externo a la familia que quiere desestabilizar al próximo Celestiarca elegido. Dado que Adrian Belisarius fue asesinado, me inclino más bien por la segunda posibilidad, pero ¿quién puede saberlo?
Ragnar percibió por su olor y su actitud que no quería decir nada más en aquellas circunstancias.
—¿Cómo es la vida aquí?
Ragnar había comenzado a fijarse con atención en los enormes edificios que los rodeaban. Estaban mucho más recargados de decoración de lo que él jamás había visto en Fenris, bueno, ni en ningún otro lugar. Unos grandes pináculos se alzaban implacables hacia el cielo. Todos y cada uno de los centímetros de sus fachadas antiguas parecía tener tallados unos motivos intrincados y laboriosos. Cientos de estatuas se alineaban en las arcadas laterales. Las gárgolas de piedra y los santos con alas de ángel montaban guardia en los tejados. Por todos lados se veía una vegetación abundante, aunque no tenía la cualidad de crecimiento salvaje e incontrolado de las selvas que Ragnar había conocido. Parecía controlada y cultivada, diseñada para prestar un elemento más a la belleza planeada por doquier.
—Es tal como lo ves —contestó Torin mientras rodeaba una enorme fuente con apenas un toque en la palanca de mando. El agua surgía de la boca de un dragón, y una luz de color rojo dirigida a propósito le daba el aspecto de ser fuego líquido—. Bello en la superficie, pero podrido por debajo. Jamás, jamás, ni por un segundo, dudes que te encuentras en el mundo más peligroso de toda la galaxia.
—Pues no parece peligroso. De hecho, tiene un aspecto bastante tranquilo comparado con algunos de los planetas en los que he estado.
—Ragnar, el peligro no siempre aparece en forma de un orko con un bólter. Éste planeta es donde se ha reunido la élite del Imperio. Estamos hablando del grupo de bellacos embusteros más ambicioso, implacable y con menos escrúpulos de un millón de planetas. Éste es el lugar al que acuden a realizar esas ambiciones, y aquí en Terra pueden, y no permitirán que nada se interponga en su camino. Ni tú, ni yo, ni sus propios parientes si es necesario.
—Había creído que en un planeta como éste, la lealtad sería lo más valorado.
—Nadie es leal aquí, Ragnar. No confíes en nadie más que en tus hermanos de batalla.
—¿Ni siquiera en la Celestiarca?
—Sobre todo en ella.
—¿Por qué?
—No somos más que otra herramienta para ella, una herramienta que puede utilizar cuando la astucia, la diplomacia y el dinero fallan. No siente ninguna clase de lealtad hacia nosotros como individuos. Puesto que somos el punto de conexión con los Lobos Espaciales, somos un aliado importante, pero somos desechables, Ragnar.
—¿Eso crees?
—Lo sé. No me malinterpretes. Lo que he dicho no significa que ella entregaría nuestras vidas a la ligera, o que le gustaría vernos morir, pero si las circunstancias lo requirieran, nos sacrificaría.
—¡Eso no me parece bien!
—Es exactamente como debe ser.
—¿En qué sentido?
—El que ocupe el cargo de Celestiarca no responde ante nosotros, responde ante la Casa Belisarius y sus Ancianos. Su deber es guardar y proteger los intereses de su casa, lo mismo que el de Logan Grimnar es hacerlo con los de los Lobos Espaciales.
—Pero, sin duda, el primer deber de Logan Grimnar es ser leal al Emperador.
Torin soltó una carcajada, para sorpresa de Ragnar.
—Ah, qué bien me siento al hablar contigo, muchacho. Yo era como tú antes, recién llegado de Fenris y de El Colmillo. Hay momentos en los que creo que llevo demasiado tiempo en Terra. Por supuesto: el primer deber de Grimnar es su lealtad hacia el Emperador, lo mismo que lo es el del Celestiarca, lo mismo que el de todos los habitantes de la Tierra y del Imperio. Sin embargo, te sorprendería ver cuánta gente utiliza esa lealtad de un modo que beneficia sus propios intereses.
Ragnar comenzaba a sentirse un poco incómodo con la actitud de Torin. No era muy diferente a la que habían mostrado algunos de los lores Lobo. No tenía ninguna duda de que tanto Sigrid como Berek, por ejemplo, actuaban del modo que creían era el mejor para los intereses del Capítulo, y que acabarían con toda seguridad ascendiendo al Trono del Lobo.
—Eres un individuo muy cínico, hermano Torin.
—Quizá, hermano Ragnar —le contestó Torin con una sonrisa—. O a lo mejor es que soy un tipo realista. Mantén la mente y una actitud abiertas hasta que hayas visto más.
—Siempre intento hacerlo.
Se quedaron de nuevo en silencio durante unos cuantos minutos. Ragnar se quedó observando cómo iban pasando los espléndidos edificios. Parecía que generaciones enteras de artesanos habían pasado sus vidas trabajando en la decoración de las pequeñas secciones de aquellas paredes. Incluso para alguien como Ragnar, no demasiado entendido en aquellos asuntos, era evidente que los frescos y las esculturas eran piezas maestras.
—¿Cuánto tardaremos en llegar al palacio Belisarius? —preguntó Ragnar.
—Dentro de poco. De hecho, ya estamos dentro de las posesiones de la familia Belisarius. Poseen todo el terreno de este sector, desde el puerto espacial hasta los edificios residenciales pasando por los talleres. Es una muestra de su riqueza.
—¿En qué sentido?
—El terreno es el más caro de todo el Imperio. Por el precio de un metro cuadrado de este lugar te puedes comprar un palacio en un mundo colmena, o en la mayoría de los mundos del Imperio, ya puestos.
—El sagrado suelo de Terra —murmuró Ragnar.
—El sagrado y muy caro suelo de Terra, hermano Ragnar. Se han perdido miles de vidas en luchas por un terreno del tamaño de una granja pequeña en cualquiera de las islas de Fenris.
—Creía que los enfrentamientos armados estaban prohibidos en Terra.
Torin sonrió con una mueca.
—Ragnar, examina este vehículo. ¿Qué es lo que ves?
—Un vehículo veloz y maniobrable de diseño más o menos corriente.
—De diseño militar más o menos corriente. Está blindado contra cualquier proyectil menos poderoso que un cohete perforante. Contiene todas las contramedidas protectoras de las que disponen los Adeptus Mecanicus. Dispone de una baliza para pedir socorro. Si Terra fuese un lugar pacífico, ¿crees que haría falta todo esto?
Ragnar se quedó pensativo unos momentos.
—Has empezado a ponerme al día, ¿no?
—Buen chico, hermano Ragnar. Sabía que eras listo.
—No soy un chico, hermano Torin —replicó Ragnar con un tono de voz agresivo. Torin sonrió de nuevo.
—No. Ya veo que no lo eres, aunque no luzcas los colores de un Cazador Gris. No lo olvidaré de ahora en adelante. ¿Cómo ha ocurrido? Ya no eres un Garra Sangrienta, pero tampoco eres un Cazador Gris…
Ragnar estaba seguro de que su compañero ya sabía las respuestas a aquellas preguntas y lo estaba provocando y poniendo a prueba.
—Ya debes de saberlo —contestó de malhumor.
—Supongamos por un momento que lo sé —dijo Torin mientras hacía girar el vehículo hasta que entraron en una amplia avenida que llevaba hasta un gigantesco edificio que se alzaba delante de ellos. Cruzaron un puente que sorteaba un profundo abismo que rodeaba el edificio. Ragnar miró hacia abajo y se percató de que todo aquello era un poco engañoso. El edificio parecía hundirse en las profundidades que se abrían bajo ellos. Vio luces brillando en miles de ventanas y más puentes cargados de tráfico.
—En los informes que recibimos no aparece todo lo que sucede, créeme. Digamos que quiero oír tu versión de lo ocurrido.
—Te lo contaré cuando esté preparado y me apetezca.
—Es justo, hermano. Tenemos tiempo de sobra. Nos vamos a ver bastante a lo largo de las próximas décadas.
Aquéllas palabras sonaron tan definitivas como una sentencia de cárcel. Ragnar se dio cuenta de que su destino estaba, sin duda alguna, sellado. Le gustara o no, estaba atrapado en la Tierra con aquel individuo y menos de dos docenas de compatriotas. Darse cuenta de un modo definitivo de aquello lo golpeó con la misma fuerza con la que se cerró la gran puerta blindada de plastiacero detrás del buggy en cuanto acabó de entrar.