Cientos de personas abarrotaban la taberna. Marineros, soldados, mercaderes y sus guardaespaldas procedentes de miles de mundos se habían congregado allí. La música sonaba a todo volumen. Mujeres semidesnudas bailaban sobre las mesas mientras otras servían comida y bebidas a los clientes. El interior había sido construido de tal modo que simulara una taberna de madera de algún mundo fronterizo, pero su intuición le decía a Ragnar que no era más que una ilusión. Las vigas, de hecho, no eran de madera, sino plasticemento pintado. Las paredes eran paneles superpuestos sobre la piedra. El fuego, aunque parezca extraño, sí que era real y rugía con estrépito.

Sobre la pared habían colgado muchas cabezas de animales. Ragnar reconoció un lobo y un alce. Era extraño que algunas de las variedades de estas criaturas se pudieran encontrar en miles de mundos. Ragnar supuso que habían sido transportadas allí durante la emigración original de la Tierra. Ésta idea le hizo volver a caer en la cuenta de que aquí era donde todo había empezado. Estaba en el mundo del Emperador: de allí procedía la humanidad. Era un pensamiento estremecedor, aunque dudaba que pasara por las mentes de los parroquianos que lo rodeaban.

Fue una prueba del cosmopolitismo de aquella multitud el hecho de que nadie les prestara la más mínima atención cuando Torin y Haegr se dirigieron a una mesa. No era algo a lo que Ragnar estuviera acostumbrado. En cualquier mundo fuera de Fenris era previsible que un Lobo Espacial fuera recibido con temor respetuoso y una cierta reverencia. Por supuesto, echando un vistazo a la gente, era totalmente posible que los parroquianos estuvieran demasiado borrachos para haber notado tres gigantes con armadura moviéndose entre ellos.

Haegr ya había pedido a gritos comida y bebida. El camarero lo saludó como si fuera un hermano a quien no veía hacía mucho.

—¿Lo de siempre? —preguntó.

—¡Lo de siempre! —gritó Haegr.

Poco después apareció un inmenso tanque enfrente de Ragnar.

—¡Salud! —gritó Haegr, y alzó su jarra.

—Bienvenido a Terra, Ragnar —dijo Torin.

—Me alegro de estar aquí —contestó Ragnar, dándose cuenta para su sorpresa de que era verdad. La cerveza estaba fría y bajaba bien.

—No es tan buena como la de Fenris, pero servirá —dijo Haegr. Ya había terminado un pichel y estaba comenzando un segundo. Hacía falta mucha cerveza para vencer la capacidad de metabolización de veneno de un Marine Espacial, y Haegr estaba acompañándola con una copa de whisky. Un instante más tarde aparecieron en la mesa frente a él lo que parecían dos ovejas asadas enteras.

—¿Nos vamos a comer todo esto? —preguntó Ragnar.

—Esto es mío —dijo Haegr—. ¡Ahí viene lo vuestro! —su gesto indicaba que otro animal muerto y asado estaba a punto de llegar a la mesa.

—Esto es un mero aperitivo para Haegr —le explicó Torin al ver la expresión de Ragnar—. No es broma. Ponte a ello o se comerá la tuya antes de que puedas hincarle el diente.

Un ruido parecido al de una sierra eléctrica atravesando una res les llegó desde el otro lado de la mesa. Ragnar no podía creer todo lo que había desaparecido ya de la carne de una de las ovejas de Haegr. Dos barras de pan untadas con mantequilla habían caído con ella. Arrancó una pierna de la suya y le dio un mordisco. Tenía buen sabor. Los jugos corrían sobre su lengua y se deslizaban por la garganta. Los hizo bajar con más cerveza, un poco de whisky y algo de pan.

Alzó la vista y le sorprendió que Torin estuviera utilizando un cuchillo y un tenedor a la manera local y que estuviera cortando la comida cuidadosamente en pequeñas porciones del tamaño de un bocado antes de masticarlo. Una copa translúcida del tamaño de un caldero llena de vino era su única concesión a la manera fenrisiana de celebrar un banquete.

Sonrió a Ragnar.

—Vino narcótico sensorial. Contiene unos poderosos hongos alucinógenos. Pegan bastante fuerte. Tengo ganas de ponerme a prueba con ellos.

Haegr soltó un eructo como un trueno.

—Torin no es más que un decadente. Maldigo la influencia de todos esos amanerados terrícolas. Sólo mis constantes palizas le otorgan un parecido a la verdadera dureza fenrisiana.

—Vigila tu brazo, Ragnar —dijo Torin—. Haegr casi lo agarra por error. Varios hombres han necesitado prótesis después de cenar con él.

—Un rumor insidioso propagado por mis enemigos —dijo Haegr, rasgando la segunda oveja con los dientes—. No soy ningún orko.

—En ocasiones es difícil saberlo —dijo Torin—. ¿Tu madre conocía bien a tu padre? Estoy seguro de que a veces se te nota un ligero matiz verde en la piel.

—El único tono verde que hay aquí es el de tu piel y viene de tu envidia por mis viriles hazañas.

—En realidad, si recuerdo bien, estabas un poco verde cuando acabamos nuestra última ronda de bebidas. Te quejabas de que no deberías haber tomado aquel curry de caimán, aunque sospecho que fueron los dos barriles de vino ígneo los que te sentaron mal.

—¿Cómo te pudiste dar cuenta? —preguntó Haegr con satisfacción—. Tú estabas inconsciente en ese momento. Lo que me recuerda… que todavía no me has pagado aquella apuesta.

Ragnar echó un vistazo alrededor de la habitación. La bebida le había calentado el estómago y la comida le había sentado bien, pero había algo que le hacía sentirse intranquilo. Sintió cómo se le erizaban los pelos de la nuca. Notaba que les estaban observando unos ojos hostiles, así que intentó identificar la fuente. Muchos les estaban observando ahora, pero también podía ser porque estaban apostando sobre cuánto podía comer Haegr. Oyó cómo se hacían apuestas en las otras mesas al escuchar con suficiente atención.

Otras conversaciones sobre política se mezclaban con el habitual murmullo de la taberna. Algunos de los desconocidos estaban hablando sobre la muerte de Adrian Belisarius, y la conversación se estaba animando bastante. Parecía que el anterior Celestiarca no era el único Navegante de alto rango que había muerto recientemente. Parecía evidente que se habían producido otros intentos. Una y otra vez Ragnar escuchaba la palabra «Hermandad». Estaba a punto de acercarse y preguntar por ello, pero una mirada de aviso de Torin le indicó que no sería una idea muy buena.

—Parece que la muerte de Adrian Belisarius es la comidilla de todos —dijo Ragnar. Torin se encogió de hombros.

—Los hombres hablarán de lo que hablan los hombres.

Ragnar reflexionó sobre lo que acababa de oír.

—¿De verdad murió en un accidente de aleteador? —Se podría decir así.

Haegr gruñó unas palabras incomprensibles entre la enorme cantidad de comida que tenía en la boca.

A pesar del amistoso bullicio, Ragnar comenzó a sentirse más y más incómodo. Un par de personas lo miraban con intenciones hostiles. Cuando hizo memoria, recordó que varios de los amigos de esos hombres habían salido apresuradamente de la taberna.

—Parece que no somos muy populares aquí.

—Los Lobos Espaciales nunca lo son en Terra —aseguró Torin.

—¿Por qué?

—¡Pregunta a los de aquí, no a mí! Lo normal sería que estuvieran agradecidos después de todo lo que hemos hecho por ellos.

Ragnar dio un sorbo a su cerveza y se quedó pensando sobre ello. Podía sencillamente ir donde ellos y retar a los desconocidos. Los hombres, cuando le echaban un vistazo, se levantaban y escapaban hacia la puerta. Tal vez se había equivocado, pensó Ragnar. Tal vez tuvieran simple curiosidad o no les gustaran los de otros mundos. Por otro lado, podían ser zelotes, aunque no habían mostrado ningún afán de quedarse por allí cuando él dio la impresión de querer ir a hablar con ellos.

Más y más comida se amontonaba encima de la mesa, pero Haegr y Torin parecían estar disputando un torneo de bebida como preparación. Copas de whisky y enormes jarras de cerveza llenaban la mesa, aunque ambos competidores parecían capaces de consumirlas con muy pocos problemas.

Ragnar redujo su ritmo de bebida a unos pocos sorbos. La atmósfera de incipiente peligro no había cambiado; más bien había aumentado. Una mirada le dijo que Torin, aunque aparentemente bebiera con el mismo entusiasmo que Haegr, estaba también estudiando de forma encubierta los alrededores. Era muy sutil en ello, y si Ragnar no hubiera estado haciendo lo mismo, no se habría dado cuenta. Cuando sus miradas se encontraron, Torin le guiñó un ojo a escondidas. Ragnar se sintió reconfortado. Si iba a haber problemas, él no sería el único preparado para afrontarlos.

Una montaña de comida apareció frente a Haegr. Se relamió e hizo un gesto a la camarera para que siguiera trayendo más. Barras de pan, medias reses y pescados del tamaño de pequeños tiburones continuaban desapareciendo junto con una pequeña montaña de mantequilla y queso. Más hombres habían entrado. Algunos de ellos traían con ellos un extraño mal olor de odio y amenaza. Era tan penetrante como un cuchillo y tan amargo como el alma de un avaro que ha perdido una moneda de oro. El pelo de la nuca de Ragnar se erizó todavía más, pero aparte de Torin él era el único en aquel sitio que no producía el extraño olor o que mostraba signo alguno de intranquilidad.

Todas las miradas se concentraban en Haegr. Exclamaciones de incredulidad y gritos de espanto llenaban la sala mientras continuaba la orgía de pitanza. Haegr masticaba huesos enteros, los trituraba con sus dientes y se los tragaba. Torin se había incorporado para dar una palmada a Haegr en el hombro y felicitarlo, pero Ragnar pudo ver cómo se inclinaba hacia adelante y susurraba algo al oído de su compañero.

Las mejillas de Haegr estaban rojas y el sudor salpicaba su frente. Aunque parecía centrar toda su atención en la orgía de comida, asintió con la cabeza de forma imperceptible y tomó un gran trago de cerveza. Torin no volvió a sentarse, sino que echó un vistazo alrededor para buscar la fuente del inminente peligro.

Un hombre tropezó con Ragnar. Su cara mostraba una expresión de enfado, como si se sintiera contrariado por el empujón. La ira era real, pero no así la causa. Ragnar sabía por su mal olor que ya había estado al borde de la furia frenética antes de que se encontraran. Las pupilas del hombre eran del tamaño de un agujero de alfiler y un fino hilillo de baba le caía desde la boca. Al acercarse, Ragnar percibió el insano olor químico de su sudor. Una vena palpitaba en la frente del hombre. Sus labios echados hacia atrás dibujaban un gruñido y dejaban ver unos dientes amarillentos.

—Fuera de mi camino —dijo arrastrando las palabras. La mayoría habría asumido que su dificultad para hablar venía causada por el alcohol, pero Ragnar sabía la verdadera razón. Éste era uno de los múltiples efectos secundarios de la furia, un brebaje alquímico diseñado para empujar a los hombres a arrebatos frenéticos en la batalla. Siglos atrás había sido prohibido por el ejército imperial, ya que hacía que las tropas fueran poco fiables e incrementaba su susceptibilidad a la influencia del Caos. Aun así, había sido utilizado por los herejes en varias de las rebeliones planetarias que Ragnar había colaborado en sofocar. Estaba pasmado de descubrir que también se utilizara aquí en la Tierra.

No se sentía intimidado. Un hombre en garras de la furia podía ser errático, increíblemente fuerte y casi inmune al dolor, pero eso no lo convertía en una amenaza para un Lobo Espacial. Obviamente, el hombre no veía las cosas de la misma forma. Se puso algo en la mano antes de hablar de nuevo.

—He dicho que fuera de mi camino, cerdo extranjero. No hagas que te lo vuelva a decir.

Ragnar percibió cómo se acercaban más hombres. Todos ellos tenían el mismo sudor contaminado. Ragnar sonrió, mostrando los dientes. El hombre ya había ido demasiado lejos para ceder después de eso; él sería el único responsable de las consecuencias. El desconocido intentó pegarle.

El golpe llegó más rápido de lo que lo habría hecho tratándose de un hombre normal, pero Ragnar lo bloqueó con facilidad. Atrapó la muñeca del agresor con una mano. Sintió un picor en el brazo cuando un arco eléctrico azul saltó de la banda metálica de los dedos del hombre al brazo de Ragnar.

Su contrincante portaba guanteletes eléctricos, diseñados para aumentar el poder de un puñetazo con una descarga eléctrica. Si se ajustaban al máximo, la explosión de energía podía aturdir o incluso matar a un hombre con un corazón débil. Ragnar sonrió y golpeó con el dorso de la mano al atacante como quien no quiere la cosa. Varios dientes volaron alrededor y algunos huesos se quebraron cuando lanzó a su adversario al otro lado de la habitación. Aterrizó sobre una mesa, pero inmediatamente forcejeó para ponerse en pie. Su resistencia se veía obviamente potenciada por las drogas en su organismo.

Una de las personas de la mesa se molestó por tener de repente a un extraño tirado sobre su comida y mostró su descontento rompiendo una botella de vino sobre la cabeza del atacante. Eso fue un error: el poseso se giró y, tambaleándose, lo agarró por la garganta. Vino tinto y sangre se mezclaban en su cara. Sonaron gritos, aullidos y advertencias mientras se extendía el caos y todo el mundo se incorporaba a la pelea.

Ragnar vio cómo se acercaban más atacantes. Era un grupo con pinta de rufianes. Muchos tenían manos u ojos biónicos, y algunas de sus prótesis habían sido mejoradas con dagas retráctiles que emergían como uñas de las yemas de los dedos. Algunos lucían guanteletes eléctricos y otros llevaban porras reforzadas, y todos ellos se abalanzaron sobre Ragnar con una resuelta furia que hacía evidentes las drogas presentes en sus organismos. Ragnar agarró al primero por la garganta, lo elevó y lo tiró sobre sus amigos, derribando a tres de ellos.

Otro avanzó a la carrera, con las garras extendidas para atravesarle los ojos. Ragnar lo agarró por la prótesis del brazo, lo giró para hacer palanca y tiró. Arrancó el miembro mecánico con toda limpieza en medio de una lluvia de chispas y lo utilizó como cachiporra para derribar a su atacante. Luego le dio una patada en la cabeza.

Una lluvia de golpes caía en este momento sobre él. Los guanteletes eléctricos producían chispazos al chocar con su armadura. Las chispas centelleaban y el olor a ozono impregnaba el aire cuando entraban en contacto con la ceramita. La armadura de Ragnar estaba diseñada para soportar un castigo mucho mayor que éste, así que decidió ignorarlo y concentrarse en atacar con dureza a sus adversarios.

Comenzó a lanzar golpes alrededor con sus puños. Cada golpe tumbaba a un hombre, pero un número sorprendentemente alto de ellos se levantaba y acto seguido volvía al ataque. Parecía obvio que aquellos individuos habían sido enviados expresamente para comenzar esa pelea y no iban a ahorrar ningún esfuerzo en ello. Las drogas los dejaban sin capacidad para dudar. Lo habrían matado de haber podido. De hecho, los golpes que recibió habrían matado diez veces a un hombre normal. Afortunadamente, Ragnar era un Marine Espacial. Su armadura era casi parte de su cuerpo, y su estructura ósea y musculatura habían sido modificadas para poder absorber gran cantidad de daños. Aun así, había recibido unos pocos golpes y cortes. Podía sentir el picor en la piel allí donde su sangre ultracoagulante se había endurecido con rapidez.

Echó un vistazo a su alrededor para comprobar qué había sido de sus compañeros. Torin estaba balanceándose colgado de uno de los candelabros gravitatorios. Plantó la bota en la cara de uno de los asaltantes antes de soltarse y aterrizar sobre un grupo de ellos. Todos sus movimientos eran rápidos y certeros, y sus golpes, decisivos. Una cosa era cierta, y era que tenía menos de que preocuparse que Ragnar. Se movía tan rápidamente que sería difícil incluso para un hombre con un arma apuntar bien, y ésa era claramente su intención.

Entonces ocurrió. Hasta ese momento Haegr había hecho, caso omiso de la pelea que tenía lugar a su alrededor mientras se concentraba en darse un atracón. Uno de los posesos aterrizó sobre la mesa, lanzando la comida por todas partes y salpicando de vino, whisky y cerveza todo el lugar. Haegr se quedó mirándolo como si no pudiera entender qué había pasado. Una expresión de confusión atravesó su rostro cuando intentó llegar a la comida que ya no estaba en su lugar. Entonces entrecerró los ojos redondos y brillantes y soltó un enorme bramido.

Un barrido con su brazo retiró al poseso de la mesa. Haegr se puso en pie, como un mamut levantándose de una poza de barro. Tenía la misma masa y potencia, pero de repente resultaba incluso más grande y amenazador. Agarró con sus manos la mesa metálica. Los tornillos que la sujetaban al suelo saltaron por los aires cuando tiró de ella hasta levantarla y la lanzó contra la masa de fanáticos drogados que iban hacia él. Los derribó y los dejó desparramados bajo su peso. Haegr se acercó a ellos y agarró a dos, uno en cada mano, y los utilizó como garrotes para apalear a sus compañeros hasta dejarlos sin sentido. Pasó entre ellos como un hipopótamo fuera de control, imparable como un rinoceronte a la carga. En cuestión de segundos había dejado tras de sí un rastro de enemigos lisiados y maltrechos. Todo aquel que intentara ponerse en píe era aplastado, sus manos y piernas hechas añicos junto con los miembros biónicos y los huesos.

Ragnar volvió a meterse en la refriega, lanzando golpes a sus oponentes y poniendo especial cuidado en seleccionar a aquellos que olieran a drogas de combate. Se encontró cara a cara con Torin. Estaba machacando las cabezas de una pareja de posesos, una contra la otra, hasta que ni siquiera la droga pudo mantenerlos despiertos.

—Mejor que agarres a Haegr y lo saques de aquí —gritó.

—¿Por qué?

—Puede que avergüence al Celestiarca si le damos una paliza a alguno de los arbites que vienen a investigar esto.

—Está bien —dijo Ragnar, mirando a Haegr. Había agarrado media res del espetón y estaba aporreando con ella a todos los que tenía alrededor. De vez en cuando hacía una pausa para arrancar un poco de carne de sus flancos y la roía—. Pero puede que sacarlo de aquí sea más difícil hacerlo que decirlo.

Torin asintió con la cabeza.

—Está disfrutando, pero esto es por su propio bien. Tú agárralo por un brazo, yo lo tomaré del otro.

Ragnar asintió con la cabeza y fueron a toda prisa hacia Haegr. Ragnar lo agarró del brazo izquierdo, Torin del derecho, y juntos comenzaron a arrastrarlo hacia la puerta.

Distraído como estaba con la media res, era como llevar a remolque un toro. Fueron necesarios varios intentos. De vez en cuando se veían interrumpidos por los golpes de Haegr a los posesos supervivientes. Al final lo sacaron al exterior, al fresco de la noche, y comenzaron a calmarlo.

—Dejadme —dijo Haegr—. ¡No he acabado con todos!

—Más vale que nos vayamos. Ésas sirenas que se oyen son las de los arbites.

—¿Y qué? Podemos eliminarlos a todos. Sabes que podemos.

—Ya, pero puede que cause algunos problemas a lady Juliana si dejamos las calles del barrio de los mercaderes llenos de muertos o jueces moribundos.

Haegr no estaba convencido del todo. Ragnar podía ver las luces de muchos aleteadores acercándose. También acudían vehículos terrestres.

—No son nuestros enemigos —dijo—. Sólo están cumpliendo con su labor lo mejor que saben. Además, tendremos que volver aquí de todas formas. Tenemos que resolver un misterio.

—¿Y cuál es ese misterio? —preguntó Haegr.

—Por qué nos atacaron esos hombres y quién los envió. Los arbites no nos ayudarán a hacer eso si mandamos a alguno de ellos a los tanques de curación.

—Muy bien. Veo que Torin y tú ya habéis tomado una decisión. Iré con vosotros y os protegeré.

Algo que se movía sobre un tejado vecino captó la atención de Ragnar. Alzó la vista y vio una figura en sombras que se retiraba. No podía estar seguro de que no fuera una ilusión causada por la luz.