El sonido de una campana distante arrancó a Ragnar de sus sueños sobre Fenris. Se despertó al instante y se levantó de la cama. Como llamados por su movimiento, aparecieron los sirvientes con cuencos de estofado de alce y gachas de avena con pescado, comida tradicional fenrisiana, o lo más cercano a ella que iba a tomar en Terra. Estaba algo más que un poco sorprendido por su forma de entrar sin haber sido llamados.

—¿Quién os envió? —preguntó a quien aparentaba más edad, un hombre delgado y aguileño de rasgos fríos y tranquilos y pelo fino y plateado. Vestía el uniforme de Belisarius más como un soldado que como un esclavo.

—Nadie, señor. Supusimos que querría desayunar tan pronto como se levantara. ¿Hemos cometido un error?

—No. —El sirviente esperó educadamente para saber si tenía algo más que decir. Ragnar se quedó en silencio. Parecía que los sirvientes fueran invisibles en este lugar, yendo y viniendo de motu proprio con sus quehaceres, alterando sus rutinas sólo si así se les pedía. También parecían tener acceso a la mayoría de los sitios. Entonces se dio cuenta de que los sirvientes estaban todavía esperando—. Continuad —les dijo, y volvieron a sus tareas al instante.

Ragnar recordaba los sucesos de la noche anterior. Después de haber arrastrado a Haegr al aleteador, Torin los había llevado a los tejados más cercanos. Si alguien estuvo allí, desapareció en los breves instantes que habían tardado en llegar. Podía ser eso o que estuviera lo bastante camuflado como para confundir la aguda vista nocturna de los Lobos Espaciales. Ragnar sabía que eso no era imposible, pero tendría que estar utilizando ropa militar de combate. Eso tampoco era imposible, concluyó al fin.

—Maese Ragnar, tengo un mensaje para vos, de maese Valkoth.

—¿Sí? —dijo Ragnar.

—Cuando hayáis terminado vuestro desayuno, debéis presentaros ante él para que os asigne vuestras funciones. No es urgente, pero él le estará agradecido si podéis estar allí antes de la novena campanada. Eso es dentro de cuarenta y cinco minutos y veintidós segundos, señor.

—Gracias —dijo Ragnar, agarrando su comida—. Sobra tiempo entonces.

—Sí, señor.

Mientras avanzaba a grandes zancadas por la parte más abarrotada del palacio, Ragnar volvió a reflexionar sobre los sucesos de la noche anterior. Estaba convencido de que no había sido una simple pelea de taberna. No, salvo que allí los hombres salieran a beber con unas dosis de furia en los bolsillos y el deseo de violencia. Se imaginaba que esas condiciones no eran del todo imposibles. Por lo que él tenía entendido, el barrio de mercaderes tenía reputación de ser un sitio salvaje, al menos para la situación habitual de Terra. Muchas personas iban allí a soltar adrenalina. Tal vez ésa fuera una manera de hacerlo.

Y tal vez a Haegr le iban a crecer alas e iba a aprender a volar, pensó Ragnar. Se sorprendió de comprobar que Torin estaba su lado, caminando al mismo paso. Debía de haber venido de un pasillo lateral a favor de viento.

—Buenas —dijo—. Deseando recibir las órdenes de hoy, ¿no?

—No tengo ni idea de cuáles son.

—Ya lo averiguarás en seguida. ¿Qué te pareció la pequeña aventura de anoche?

—Fue interesante, aunque todavía me pregunto por qué decidieron atacarnos aquellos hombres.

—No hay duda de que el informe de los arbites estará ya en la mesa de Valkoth. Él nos dirá si se ha descubierto algo interesante, aunque dudo que así sea.

—¿Por qué? ¿Quiénes crees que eran esos hombres?

—Pueden haber sido varios: unos jóvenes zelotes matones a quienes no les gustan los extranjeros; unos agentes de otra casa que querían ponernos a prueba y avergonzar a los miembros de la Casa Belisarius, o unos jóvenes de clase bien que buscaban animación en una noche aburrida.

—¿Son lo bastante estúpidos como para atacar a tres Lobos Espaciales?

—Te sorprendería saber lo que un hombre puede hacer sí está lo suficientemente borracho o ha tomado mucha furia.

—Me sorprendería que decidiera atacarnos a nosotros tres.

—Para ser franco, a mí también. Parecía más planeado que todo eso, ¿verdad?

—Sí.

Pasaron al lado de una chica del placer dorado que iba vestida sólo con ropas diáfanas. Andaba a grandes zancadas, como si no estuviera semidesnuda. Un ligero y atractivo olor a feromona flotó en el aire tras ella.

—¿Tú qué crees? —preguntó Ragnar, mientras los ojos de Torin seguían a la chica.

—Que es muy atractiva.

—Me refiero a los que nos atacaron.

—Agentes de alguna dase, aunque no estoy seguro de quién. Ni tampoco por qué. Nunca se puede estar seguro de estas cosas en Terra. De todas formas, las cosas se están volviendo un poco tensas en este momento.

—¿En qué sentido?

—Políticamente. Se están produciendo un montón de maniobras entre las casas.

—Yo pensaba que siempre las había.

—Ahora más de lo normal.

—¿Por qué?

—El viejo Sarius, el representante de los Navegantes ante los Altos Señores de Terra, está muriéndose.

—¿Por qué debería eso afectar a los demás?

—Todo el mundo quiere tener algo que decir en la elección del sucesor.

—¿Tan poderoso es ese cargo?

Torin se echó a reír y sonrió a un par de chicas de servicio que pasaron portando cuencos de alguna clase de líquido perfumado.

—Todo lo contrario. El representante de los Navegantes entre los Altos Señores siempre ha sido poco más que una figura decorativa.

—¿Entonces por qué se preocupa la gente por la sucesión?

—Porque en teoría la voz del Navegante tiene poder. Todos los Altos Señores lo tienen. Sarius no tiene poder porque procede de una casa relativamente menor con muy poco apoyo de las más poderosas. Ninguna de las grandes casas permitiría que alguno de sus rivales alcanzara ese puesto. Al menos ninguno de ellas lo ha conseguido en los últimos dos mil años. Eso marcaría su preeminencia sobre las casas. Los demás han tendido a tomarla contra cualquiera que pareciera que podría conseguirlo. Un hombre débil de una casa débil puede ser influenciado por cualquiera. Y se puede contar con que no hará nada que pueda perturbar el equilibrio de poder.

—Todo eso me parece un poco de tontos. Los líderes deben ser fuertes, no débiles.

—Ragnar, has hablado como un verdadero guerrero fenrisiano, amigo mío. Ningún Navegante quiere un líder fuerte en las casas, salvo que sean ellos mismos, por supuesto.

—¿Y esta vez es diferente?

—Tal vez. Siempre es un momento difícil. Todas las casas grandes temen que las demás puedan intentarlo y que les ganen por la mano. Se vigilan entre sí como halcones. Hay un toma y daca continuo y un gran tráfico de influencias.

—Increíble —dijo Ragnar. No quería parecer demasiado interesado. Todo eso parecía estar de alguna manera fuera de las responsabilidades de un Lobo Espacial. Torin se reía entre dientes.

—Me recuerdas a mí mismo cuando era un recién llegado aquí —dijo—. Estudia estas cosas, Ragnar, apréndelas. Son importantes. Pueden determinar contra quién lucharemos el día de mañana o el año que viene…, y cómo. Nunca viene mal entender la situación política.

—Un Lobo Espacial lucha donde se le manda.

—Un día, Ragnar, puede que seas tú quien mande.

Habían llegado a la cámara de Valkoth. El viejo marine ya estaba sentado en el trono de su escritorio. Era como si nunca lo hubiera abandonado. Un montón de papeles se repartían sobre la mesa. Ragnar se preguntaba si aparecerían Torin y él en alguno de ellos.

—Buenos días, hermanos —dijo Valkoth, según entraban. Sus maneras eran más melancólicas de lo normal—. Tenéis un día muy atareado por delante, y bastante interesante. Vais a ver un sitio que pocos miembros del Cuchillo del Lobo han visto, al menos sin encabezar una fuerza de ataque.

—¿Cuál es ese sitio? —preguntó Ragnar. Torin sonrió.

—El palacio Feracci. Tenéis que escoltar a lady Gabriella en una visita a su tía. Quiero que intentéis y que consigáis que vuelva a casa en una pieza. Id a sus habitaciones y poneos a su disposición.

Sus palabras y maneras habían sido bastante informales, pero era evidente que debían retirarse.

Si Ragnar había llegado a creer que sus habitaciones eran opulentas, ahora se sentía como un pordiosero. La habitación más pequeña de la suite de Gabriella era más grande que todo el espacio del que disponía para vivir. El lugar estaba lleno de muebles antiguos. Estanterías repletas de tomos polvorientos cubrían las paredes. Un enorme escritorio dominaba la cámara.

Mirando a través de las grandes arcadas, Ragnar se dio cuenta de que incluso el balcón era más grande que su cámara. Todo tenía el monograma con el emblema de la casa.

Muchachas de servicio iban y venían libremente. Ragnar esperaba. Torin estudiaba las pinturas de la pared. Eran escenas de paisajes extranjeros.

—Celebasio —dijo.

—¿Qué? —dijo Ragnar.

—El pintor. Bastante famoso. Él hizo los murales de los salones de la audiencia norte. Los miembros de la Casa Belisarius fueron sus últimos y más ricos mecenas. Cada una de estas pinturas cuesta el rescate de un potentado.

Ragnar pensaba que eran bonitas, pero no funcionales.

—En Fenris las utilizaríamos para encender el fuego.

—No estás en Fenris ahora, Ragnar, y deja de intentar aparentar que eres Haegr. Necesitarías engordar cien kilos y tener el mostacho de una foca antes de que pudieras lograrlo.

Ragnar se echó a reír a pesar de que no era su intención.

—¿Quiénes son los Feracci?

—Una de las otras grandes casas navegantes, tal vez la mayor. Son los rivales más peligrosos de la Casa Belisarius.

—Pensaba que Gabriella iba a visitar a su tía.

—Es lo que tienen los Navegantes, amigo, que están todos emparentados: sólo se casan con otros Navegantes. Lo hacen para preservar las líneas de sangre que les otorgan sus poderes. Sin embargo, no se pueden casar con Navegantes de su propia casa, por razones que ya te puedes imaginar…, aunque he oído que ya ha ocurrido alguna vez.

—¿Así que se casan con sus enemigos?

—Se casan con quienes les mandan. Todos los matrimonios son concertados para mantener fuertes las líneas de sangre. Hay grandes libros de genealogía que detallan los puntos fuertes y débiles de cada línea de sangre. Los Navegantes procrean de la misma forma que la gente cría perros o caballos.

Ragnar reflexionó sobre eso. El ya conocía estas cosas, por supuesto, o al menos las máquinas didácticas habían dejado los conocimientos en su cabeza. Pero tener los conocimientos enterrados en los más profundos recovecos de la mente no era lo mismo que saber de ello de primera mano. Hasta entonces había sido sólo un poco de sabiduría, interesante pero aparentemente inútil. Ahora que estaba familiarizado con las personas involucradas, todo parecía un poco inhumano. Torin advirtió su expresión.

—Ésa es su manera de actuar —dijo—. Y las casas navegantes son anteriores incluso a los Capítulos de los Marines Espaciales, así que debe de funcionar. —Hizo un gesto con el brazo, señalando los suntuosos aposentos—. Se podría decir que les ha ido bastante bien.

—A veces me pregunto por qué quieren más, cuando tienen toda esta riqueza —dijo Ragnar.

—Pregunta a Haegr. El puede comerse cien dulces y seguir queriendo más. Horus era el hombre más poderoso del Imperio después del Emperador. Algo le hizo rebelarse.

—El maligno —dijo Ragnar, escandalizado por el ejemplo que había utilizado Torin.

—La ambición —dijo Torin—. En un primer momento, por lo menos.

—No creo que a los Sacerdotes Rúnicos les guste oírte hablar así —dijo Ragnar.

—En eso estoy de acuerdo contigo, amigo, pero si te quedas en este planeta el tiempo suficiente, entenderás por qué pienso de esta forma.

Ragnar pensó en Berek y Sigrid y en los otros lores Lobo, con su sed de gloria, y en sus corazones ansiosos por sentarse en el Trono del Lobo. No era necesario ir a Terra para encontrar la ambición.

—Algunas personas, cuanto más tienen, más quieren. Y los gobernantes de las casas navegantes se encuentran entre las más ricas y poderosas del Imperio. Algunas incluso reclaman que son ellas las más poderosas.

Ragnar ya había oído esa opinión antes. Sin los Navegantes, el comercio se vería reducido a un mero goteo y las flotas imperiales tan sólo harían viajes cortos entre estrellas cercanas. Los Capítulos de los Marines Espaciales estarían en una situación similar. Grandes extensiones del Imperio quedarían fuera de contacto y volverían a la barbarie o serían conquistadas por potencias extranjeras. Las casas navegantes tenían un monopolio efectivo sobre los viajes interestelares de larga distancia. Si alguien pudiera unir todas las casas en una sola, controlaría el Imperio. Así de grande sería su poder político.

Tal vez ésa fuera la razón por la que el Emperador había alentado la creación de tantas casas rivales, pensó Ragnar. Tal vez él había previsto las consecuencias de tener un gremio unido de Navegantes. O tal vez estaba dejando volar demasiado lejos su imaginación. Decidió esperar hasta que tuviera una mejor comprensión de los hechos antes de obtener conclusiones.

—¿Cómo son los miembros de la Casa Feracci? —preguntó.

—Despiadados, enérgicos, manipuladores, más que la mayoría de los Navegantes. Su señor, Cezare, es considerado por muchos como el hombre más ambicioso del Imperio, y el más cruel y despiadado.

—Tiene muchos competidores para esos tres títulos, o eso parece.

—El hecho de que le preceda su reputación ya debería decirte algo.

—No puede ser tan malo como todo eso.

—Así que haciendo de abogado del diablo para sonsacarme más información, ¿eh? Muy inteligente, amigo.

Ragnar se sintió un poco avergonzado por ser tan transparente. Torin continuó hablando de todos modos.

—Es un diablo listo, ya lo creo, y un gran mecenas de las artes…, como los grandes señores. Supongo que tienen que hacer algo con el dinero, pero por debajo de esa fachada, es un conspirador y un manipulador, y además es inteligente. Los planes evidentes esconden los maliciosos, estratagemas dentro de estratagemas que a su vez contienen estratagemas.

—Suena como si casi le admiraras.

—Tengo cierto respeto por él.

—Y le has estudiado, se nota.

—Ragnar, amigo, él es el enemigo. No importa lo que diga, no importa lo que oigas, no importa lo que cualquiera te diga, nunca pierdas de vista ese hecho. A los miembros de la Casa Feracci les encantaría ver destruidos, o al menos humillados, a los de la Casa Belisarius. Hay una enemistad desde hace muchos años entre las dos casas. La Casa Belisarius es un gran obstáculo en el camino de Cezare y él tiene el hábito de eliminar los obstáculos.

—Y, sin embargo, lady Gabriella está a punto de hacerle una visita.

—Rivales, socios, familiares, así es como se hacen las cosas aquí. Independientemente de todo eso, los negocios deben seguir adelante. Sólo porque estés planeando cortarle el cuello a alguien, eso no quiere decir que no os podáis beneficiar con un buen trato mientras tanto.

—Suena muy complicado.

—Sigue así, Ragnar. Actúas muy bien como un simple fenrisiano. No vas a tener ningún problema aquí.

—¿Y tú qué papel estás haciendo, Torin?

—Tal vez yo tenga más de simple fenrisiano de lo que parece. —A Ragnar eso le pareció muy difícil de creer.

En ese momento lady Gabriella emergió de su cámara. Estaba vestida con el uniforme de gala de Navegante una vez más, con el distintivo de su casa sobre la chaqueta y la hebilla del cinturón. Una espada en la vaina y una pistola en la funda colgaban de su cinturón.

—¿Nos vamos? —dijo ella. Tenía una ligera expresión agria en la cara. Ragnar se preguntaba si les habría estado escuchando. Empezaba a sospechar que todas las habitaciones de estos palacios tenían dispositivos de escucha escondidos.

—Apenas decorado, y con sensibilidad, ¿verdad? —murmuró Torin mientras mantenía el aleteador en espera sobre la torre Feracci. Gabriella se echó a reír ruidosamente. Ragnar contuvo una sonrisa. Parecía que habían dorado la aguja de un kilómetro de altura de la torre Feracci. Las estatuas y gárgolas ocupaban miles de nichos en las paredes, flanqueando las ventanas arcadas con vidrieras. Por comparación habría convertido un templo imperial del período alto decadente en un edificio de buen gusto. Y, sin embargo, no se podía negar que era impresionante. Era mucho más alto que el palacio Belisarius y era fácilmente la mayor estructura visible hasta el horizonte más remoto.

La aguda vista de Ragnar descubrió los emplazamientos de armas escondidos en el trabajo de dorado. No tenía duda alguna de que las paredes eran gruesas y que estaban blindadas. Incluso antes de que aterrizaran, fueron interceptados y escoltados por dos cañoneras fuertemente blindadas que mostraban el distintivo del león dorado rampante de los Feracci. El león inscrito dentro de un ojo ondeaba en las miles de banderas que adornaban el edificio.

Hombres armados los esperaban en la zona de aterrizaje del tejado. Iban acompañados por un joven Navegante alto y delgado. Era atractivo en su delgadez, con el cabello negro como ala de cuervo cayendo sobre sus hombros.

Torin emergió por un lado de la nave; Ragnar, por él otro. Sólo cuando ambos echaron un vistazo alrededor para comprobar que no hubiera amenaza evidente alguna, hicieron una señal para que Gabriella saliera.

—Saludos, prima Gabriella —dijo el hombre joven, haciendo una reverencia. Le sonrió cálidamente al incorporarse. Trataba a los dos Lobos Espaciales como si no estuvieran allí. Ragnar no estaba acostumbrado a que se hiciera caso omiso de él. El hecho de que fuera capaz de hacerlo decía mucho de la capacidad de autocontrol del joven. No muchos mortales eran capaces de ello.

—Saludos, primo Misha. —Gabriella devolvió la reverencia con otra tan cortés como la de él. Sonrió. Ragnar se quedo sorprendido al observar que ambos parecían realmente sentir un aprecio recíproco. Podía ser eso o que ambos eran muy buenos fingiendo. Como eran Navegantes, sus olores eran demasiado extraños para que pudiera percibir la verdad.

—Mi padre te quedará agradecido si pudieras acompañarlo en su cámara —dijo Misha—. No te privará de mucho tiempo. Sabe que estas deseando visitar a tu tía.

—Será un honor —respondió ella.

—Esto no estaba en el programa —dijo Torin en voz tan baja que sólo un Lobo Espacial podía oírlo—. Veamos qué ocurre.

Momentos después un ascensor los transportó a las entrañas de la torre Feracci. El cierre de las puertas fue como el aldabonazo de una trampa.