Ragnar estaba sorprendido por el entorno donde Cezare Feracci los había recibido. Se trataba de un jardín, un gran invernadero situado sobre una de las alas inferiores que sobresalían del lateral de la torre. El aire era cálido y húmedo y olía a toda clase de exóticas flores de otros mundos. Fueron conducidos a lo largo de una docena de caminos que se retorcían en dirección al mismísimo centro del lugar. Todo era parte de un patrón, se dijo a sí mismo, junto con el aparentemente interminable equipo de seguridad y vigilancia por el que habían pasado en su camino hacia allí.
Un hombre de estatura elevada los estaba esperando en medio de un bosquecillo de preciosas plantas similares a las orquídeas. Se parecía a Misha, aunque tirando a grueso. Tenía un poco de papada y las mejillas ligeramente hinchadas. La túnica suelta que llevaba escondía una pequeña barriga, pero a pesar de ello Cezare se conservaba bastante bien. Era evidente que debajo de la grasa había unos músculos duros. Su sonrisa era agradable, pero la mirada era agresiva. La cara era muy pálida y contrastaba con unas cejas y una barba incipiente muy oscuras. Un anillo de puro platino recubría el ojo pineal.
El parecido familiar entre Misha y él era claro, más obvio incluso que el que tenían Gabriella y lady Juliana. Cuando entraron los Lobos, Cezare los estudió con interés y sin miedo. Era mera curiosidad. El olor que desprendía el hombre era extrañamente plano, pero de una textura diferente al del resto de los Navegantes. En todo caso, era incluso más difícil de leer que el de los otros. Ragnar sintió lo mismo que si estuviera en presencia de un ser extraño que vistiera la carne de un cuasi humano. Pudo notar que Torin sentía lo mismo cuando percibió el olor de su compañero Cuchillo del Lobo. Había otros olores presentes que estaban parcialmente camuflados por el de las plantas. Pertenecían a hombres…, guardias y observadores a corta distancia.
Cezare sonrió. Había cierta calidez y encanto en su sonrisa. Los dientes eran muy blancos y cuadrados.
—Bienvenida, prima. ¿Te gusta mi jardín?
—Es muy bonito. Debe de llevar una cantidad considerable de tiempo mantenerlo así.
—Todas las grandes y complejas empresas lo llevan —dijo Cezare—. Cuidar un jardín es como llevar una casa. Debes saber qué plantas debes estimular y qué malas hierbas debes podar.
Ragnar casi comenzó a despreciar a ese hombre, con su discurso de jardinería, pero se dio cuenta en ese momento de que estaba dando de comer a las plantas. Había sacado de una bolsa un pequeño roedor que no dejaba de moverse y lo estaba empujando, todavía vivo y retorciéndose, hacia la campana de la orquídea. Instantes después el forcejeo del animal cesó y sus ojos adoptaron una mirada vidriosa y extática. Ragnar captó el aroma de un perfume narcótico. Sintió un ligero hormigueo en la piel mientras su sistema lo analizaba y lo neutralizaba. La planta ya se había tragado la rata, como una serpiente dando cuenta de su presa.
Cezare sonrió abiertamente al ver la expresión de Ragnar.
—Ésta planta es todo un premio, una orquídea atrapadora roja, del mundo de Mako. Algunas pueden llegar a crecer lo bastante como para tragar a un hombre.
—Lo sé —dijo Torin—. He luchado allí.
Ragnar cayó en la cuenta de que su maldad seguía un método. Miles de sutiles perfumes inundaban el ambiente, y muchos de ellos eran narcóticos. Ésa simple abundancia causaba confusión, salvo que uno se concentrara. Se sentía como un hombre intentando oír una conversación en una habitación donde estuviera sonando música a gran volumen. ¿Sería consciente Cezare de los extraordinarios sentidos de los Lobos Espaciales? Casi seguro que sí. ¿Temía que pudieran descifrar sus emociones también, o existía algún otro sutil propósito para celebrar la reunión en este lugar?
Cezare dio una palmada y varios sirvientes se materializaron desde el bosque de plantas. Ragnar sospechaba que debía de haber unos tubos gravitatorios repartidos por el bosque…, de ahí que su entrada fuera tan rápida y suave. El sonido del agua cubriría fácilmente el apenas perceptible desplazamiento del aire. Los hombres tenían la apariencia de sirvientes, pero Ragnar estaba seguro de que llevaban armas.
Se sintió un poco vulnerable. Estaban solos en el palacio de uno de los mayores enemigos de Belisarius, un hombre que tenía miles de hombres armados dispuestos para actuar en cualquier momento. Se preguntaba qué pasaría si desaparecieran. En seguida descartó ese pensamiento. Simplemente estaba desconcertado, confundido por el inesperado ambiente y por el olor.
Ragnar cayó en la cuenta de que todo había sido diseñado para hacer que se sintiera de esa forma. Sin hacer una amenaza abierta, Cezare había conseguido que se sintiera incómodo y descentrado. Torin estaba en lo cierto. El hombre era sutil y peligroso. Aun así, incluso en esas circunstancias, Ragnar estaba seguro de que podría romperle el cuello antes de que un humano normal pudiera reaccionar. Cezare seguramente sabía eso y parecía completamente tranquilo, aunque los guardaespaldas de Gabriella estaban mucho más cerca que los suyos.
Bien. Era valiente, y estaba seguro de sí mismo. Los sirvientes sacaron una mesa gravitatoria y dos sillas flotantes. Rápidamente aparecieron comida y bebida sobre el mantel, junto con una cubertería de platino. Ragnar pudo sentir un fuerte aroma a especies en la comida, aunque probablemente eso significaba que los Navegantes lo consideraban una exquisitez.
Ragnar se movió alrededor del espacio abierto para cubrir un ángulo, mientras que Torin se acercó para cubrir el otro. La espesa vegetación tapaba casi todas las vías de acercamiento. Un centenar de hombres podrían estar escondidos allí.
De pronto, y de forma tan sutil que hizo dudar a Ragnar, sintió el toque suave como el de una pluma de un extraño roce de energía contra su mente. Un psíquico, pensó. Inmediatamente se puso en guardia, alzándose en su sitio las defensas automáticas de su subconsciente. Comenzó a recitar letanías protectoras en voz baja. Sabía que estaría a salvo… El ataque no era muy osado o potente. Durante un instante reflexionó sobre qué debía hacer. ¿Debía buscar al psíquico? ¿Debía acusar a Cezare Feracci de emplear brujería contra él? Un detenido análisis le dijo que la respuesta era no. No tenía ninguna prueba, solo sus sospechas Cezare lo negaría sin problema alguno y haría quedar como un tonto a Ragnar. Se mordió la lengua.
—Querías hablar conmigo, lord Feracci —dijo Gabriella, sonriendo amablemente—. Siento curiosidad por saber por qué el señor de esta casa desea hablar conmigo.
—Por dos cosas —dijo—. A mi hijo Misha le gustas. Le has gustado desde el primer baile al que ambos asististeis. Soy un padre muy indulgente. Me gustaría saber qué sientes por él.
Ragnar prácticamente sintió cómo Torin se ponía rígido. No se esperaba eso. Gabriella también parecía aturdida y un poco desconcertada. No cabía duda de que ésa había sido la intención de Cezare. Tal vez había dirigido hacia él la sutil sonda psíquica por una razón similar.
—Le tengo en estima. ¿Estamos hablando aquí de un compromiso de matrimonio?
—Digamos que me gustaría averiguar lo que tú tu familia pensáis de él como posible pareja.
—Esto deberías planteárselo a mi familia.
—Cierto. Debemos abrir canales de consulta sobre este asunto.
Ragnar inmediatamente vio que dichos canales podrían ser utilizados para otras cosas. Mientras se negociaba la boda, ambas casas podrían negociar otras cosas. Ciertamente sutil.
—Comunicaré tu… sugerencia a mi familia.
Cezare se echó a reír con ganas, recordando a Ragnar el ronroneo de un tigre. Alargó un brazo hacia la comida y se puso a comer con placer.
—¡Come! ¡Come! —dijo.
—Has mencionado otro asunto —dijo Gabriella, pinchando con el tenedor unos pequeños peces plateados que estaban nadando en la sopa.
—Es cierto. Un asunto muy importante —dijo Cezare cordialmente—. Alguien está asesinando a Navegantes. Exactamente como asesinaron a tu difunto padre. Se han producido varios atentados contra mí. Dos de mis hijos han desaparecido. También se han producido bajas en otras casas.
—Sería de interés para nuestras casas averiguar de quién se trata —dijo Gabriella, claramente escogiendo sus palabras con mucho cuidado.
—Creo que ya lo sé —dijo Cezare—. ¿Qué sabes de la Hermandad?
—Se trata de una sociedad secreta de zelotes, muy popular entre las clases inferiores. Predican en las antiguas madrigueras situadas por debajo de Terra. Nos llaman mutantes. Odian a los Navegantes, pero no más que a otros cultos.
—Yo creo que son los peones de nuestros enemigos. Sus fanáticos asesinaron a tu padre. Dos de ellos casi consiguen matarme cuando visité hace dos días el santuario de San Solsticio. Su inteligencia es asombrosa. Pocos tenían conocimiento de la visita y todos ellos eran de confianza. Confieso que al principio pensé que Alarik estaría detrás de ello, pero, teniendo en cuenta la suerte de tu padre, ya no estoy muy convencido de ello.
Ragnar estudió la conversación. ¿Por qué estaba Cezare confesando una debilidad a un representante de sus peores enemigos? Esto era más complicado de lo que parecía. Claramente Gabriella pensaba lo mismo. ¿Por qué había mencionado al chambelán Belisarius y luego lo había descartado? Una acusación así podría haber constituido una declaración de guerra entre los Capítulos de los Marines Espaciales.
«Ten cuidado —se dijo Ragnar—. No estás tratando aquí con Marines Espaciales sino con algo infinitamente más taimado».
—Puedo asegurarte que Alarik no tiene nada que ver con esto —dijo Gabriella. Ragnar se dio cuenta de que era todo lo que podía decir.
—Te creo —dijo Cezare con una sonrisa inquebrantable, aunque su tono estaba lleno de sentidos contradictorios.
—¿Qué quieres que hagamos respecto a todo esto?
—Podríamos unir recursos, influencias e información. Estoy dispuesto a proporcionarte informes de nuestros servicios secretos. Haré que te los entreguen en tu aleteador antes de que te vayas.
—Eso es muy generoso por tu parte.
—No. Es en mi propio interés. Éstos son tiempos muy problemáticos. Nuestros enemigos se multiplican. Las casas navegantes debemos permanecer juntas o seremos devoradas por separado.
—Me has dado muchas cosas en que pensar. Te garantizo que comunicaré tus palabras cuando vuelva con la Celestiarca.
—No pido nada más. Ahora, si me perdonas, debo irme. Los movimientos del comercio no esperan a nadie. Te deseo prosperidad y libertad —dijo, levantándose. Gabriella se levantó también—. Por favor, acaba tu comida —dijo, alargando la palma de la mano.
—Todo es delicioso, pero ya no tengo hambre. Además, mi tía me está esperando.
—Tu lealtad a tu familia es muy loable. El mayordomo te llevará a ella. Ten la plena seguridad de que está recibiendo los mejores cuidados disponibles en Terra. Es lo menos que puedo hacer por la primera esposa de mi difunto hermano.
Cezare se inclinó con una reverencia ante Gabriella y también inclinó amablemente la cabeza hacia los dos Lobos Espaciales a modo de despedida antes de irse dando grandes zancadas. En pocos segundos estaba fuera de la vista entre las plantas. Estuvieron a solas tan sólo un instante. Ragnar captó la mirada de aviso de Torin, pero él ya era consciente de que éste no era un lugar para discutir nada.
—Confío que haya tenido una agradable comida, señora —dijo Torin.
—Deliciosa —contestó ella. Era obvio que estaban intercambiando frases en un código del que Ragnar no era partícipe todavía. Tal vez Torin estaba sencillamente haciéndole saber que no estaban solos, ya que un instante después emergió un hombre inmaculadamente vestido con un largo y suelto abrigo rojo y negro. Llevaba el pelo muy corto y su ágil forma de andar sugería que era un soldado, no un sirviente. Hizo una reverencia antes de hablar.
—Mi señor me ha pedido que les acompañe a la cámara de su tía, señora. ¿Sería tan amable de seguirme?
Gabriella asintió con la cabeza y el hombre se giró. Cuanto más lo estudiaba Ragnar, más se convencía de que no era un simple sirviente. Sus movimientos y olor sugerían una elevada capacidad, así como muchos implantes subdérmicos. Una atenta mirada reveló que las manos del hombre eran biónicas, recubiertas de piel sintética. Uno de sus ojos parecía mecánico también, aunque de una apariencia tan natural que la mayoría de las personas no lo hubieran distinguido.
Le recordaba a los hombres que los atacaron la noche anterior en la taberna. Se preguntó si habría alguna conexión. Su mente se remontaba a la sonda psíquica. Las cosas que estaban ocurriendo en aquel lugar eran mucho más complicadas de lo que parecían.
Lady Elanor estaba tumbada en un enorme diván gravitatorio que flotaba sobre el suelo de mármol. A través de la ventana Ragnar tuvo una vista de los cientos de torres más pequeñas del barrio de mercaderes que se extendían a un nivel inferior. Había enormes concentraciones de personas engalanadas en interminables oleadas a lo largo de las carreteras. Ragnar nunca había visto tanta gente, ni siquiera en un mundo colmena, pero era el distrito de los Navegantes de Terra, y un significativo porcentaje del comercio de todo el Imperio probablemente pasaba por allí.
Lady Elanor parecía enferma. Tenía una mano escayolada. Su piel estaba pálida e ictérica y el blanco de los ojos era del color de los limones. Sus rasgos eran angulosos y demacrados, mostrando todos los rasgos de la línea genética de la Casa Belisarius. Gabriella colocó el pequeño obsequio que había traído sobre la mesa junto a la cama y tomó la mano libre de su tía.
—Me alegro de verte, niña —dijo la tía, ofreciéndole la mejilla—. Has crecido.
—Yo también me alegro de veros, lady Elanor. Aunque me duele veros tan débil.
—Ya se me pasará. Es el viejo mal —dijo—. Lo han sufrido tantos de nuestro clan.
Gabriella palideció un poco. Ragnar escuchó cómo se quedó sin respiración durante un segundo antes de que pudiera controlar la reacción.
—¿Cuánto tiempo tenéis?
—Meses, tal vez semanas.
—¿Se han llevado a cabo todos los preparativos?
—Cezare es un hombre muy eficiente. Me garantiza que me devolverán al palacio Belisarius y a las criptas tan pronto como sea necesario.
Ragnar se preguntaba si la mujer estaría muriéndose. ¿Serían las criptas algún tipo de necrópolis? Tal vez por eso los Navegantes fueran tan reservados sobre ellas. Ragnar había visto muchos extraños ritos y rituales relacionados con la muerte y era bien consciente de la estrecha seguridad que rodeaba la protección de los cadáveres.
Lady Elanor realmente parecía bastante enferma. Su piel era tan fina que parecía translúcida. Se podía percibir un olor dulzón y enfermizo procedente de la cama, como la corrupción del corazón de una planta por lo demás sana.
—Es igual, me alegro de tu visita. Cuéntame todos los detalles de tus viajes y noticias de Belisarius. Tengo entendido que has estado en Fenris. —Echó una divertida mirada a Ragnar y a Torin. Tenía un poco de humor pícaro. Ragnar se encontró que la frágil y anciana mujer se estaba ganando su simpatía—. Viviendo entre los Lobos.
—Sí, así ha sido.
Las dos mujeres intercambiaron durante las siguientes horas lo que parecían chismorreos sin importancia, aunque, según Ragnar iba escuchando, logró discernir significados ocultos debajo de la superficie, como peces en una charca dejada por la marea. Se preguntaba si alguna vez entendería a aquellos Navegantes a los que había sido enviado para servir.
Dos horas después, un hombre con el uniforme blanco y rojo de médico entró en la cámara.
—Me temo que ésa es toda la charla que puedo permitir para un día. El paciente debe conservar sus fuerzas.
Gabriella asintió. Lady Elanor sujetó su mano con fuerza una vez más. Ragnar pudo ver que era delgada y que se podían ver todas las venas.
—Vuelve a verme —dijo. Había un ligero tono de ruego en su voz.
—Por supuesto, tía —dijo Gabriella, cogiendo la mano de la mujer entre las suyas—. Pero ahora es mejor que me vaya.
Misha Feracci los estaba esperando fuera de las habitaciones. Una sonrisa iluminaba su atractiva cara.
—Pensé que te gustaría que te acompañara hasta la nave —dijo.
—Me encantaría —dijo Gabriella.
Ragnar observó a Torin mientras revisaba el aleteador antes de que pudieran ascender. Un hombre uniformado se presentó ante ellos con una pequeña carpeta antes de que salieran. Gabriella la colocó cuidadosamente en el compartimento interno mientras Torin hablaba por el canal de comunicación. Ragnar sabía que estaba dejando un registro en caso de que algo les ocurriera.
Misha permaneció de pie debajo de ellos y los despidió con la mano. La sonrisa no había abandonado su cara durante todo el camino de vuelta a la nave. Ambos habían caminado juntos charlando animadamente.
A Ragnar no le gustaba eso. Le hacía sentirse incómodo y sentía una aversión instintiva por la Casa Feracci aunque le impresionara. Su torre era incluso más imponente que el palacio Belisarius, y había empleado tanta energía como pudo en memorizar el camino que recorrieron. Era improbable que le pidieran que se aventurara otra vez en los mismos sitios, pero nunca se sabía.
En cualquier caso, había observado un dispositivo de seguridad increíblemente denso. Había cámaras de televisión y ojos flotantes gravitatorios montados por todas partes, en mucha mayor cantidad que en el territorio de la Casa Belisarius. ¿Sería tal vez que la Casa Belisarius los mantenía mejor escondidos? De cualquier manera, decía muchas cosas sobre la naturaleza de la casa y sus gobernantes.
Torin comenzó a hablar en cuanto la cúpula de burbuja del aleteador se deslizó hasta cerrarse.
—Bueno, seguimos vivos.
—No es una sorpresa —dijo Gabriella—. Cezare Feracci no nos habría hecho nada en su territorio. Podría provocar quejas del Consejo de Navegantes o atraer una inoportuna atención por parte de los Inquisidores.
—Todavía no estamos en casa —dijo Ragnar. Torin había llevado al aleteador a una pronunciada subida y le hizo describir un arco a través de las nubes en dirección al palacio Belisarius.
—¿Qué pensáis del sitio? —les preguntó Gabriella.
—La seguridad era muy estricta y claramente visible —dijo.
—No te engañes —dijo Torin—. Estaba preparada para te fuera advertida. Hay capas de sensores más sutiles detrás todo ello.
—¿Cómo lo has sabido?
—Ésa es una especie de área de especialización para mí —dijo Torin—. La he estudiado en profundidad desde que llegué a Terra.
—Tengo entendido que mi padre no reparó en gastos para lograr que tuvieras una buena educación.
—Estáis en lo cierto, señora.
—¿Creíste lo que dijo sobre los intentos de asesinato? —preguntó Ragnar.
—Es bastante posible. Los zelotes religiosos no hacen distinciones entre las casas navegantes. Nos quieren a todos muertos o al menos fuera de la tierra sagrada de Terra. «No permitirás la vida de los mutantes», dicen ellos.
—¿Crees que la oferta de alianza de Cezare era seria?
—No era una oferta de alianza, Ragnar. Ni mucho menos. Él sólo nos ofrecía compartir información. Ya veremos qué es lo que contiene esa carpeta. Puede que no valga para nada. Aunque contenga información útil puede que sea sencillamente una manera de ganarse nuestra confianza o de distraernos de las maquinaciones de Cezare.
Entresijos y conspiraciones, pensó Ragnar.
—Nadie se cree aquí lo que se dice, ¿verdad?
—Probablemente sería una buena idea que aprendieras a hacer lo mismo, Ragnar —dijo Gabriella.
—Ya ha comenzado, señora. No dejéis que os engañen sus maneras de bárbaro. Ahí hay una mente en funcionamiento. Prácticamente puedo ver la maquinaria funcionando. —Ragnar no sabía si sentirse complacido o insultado por las palabras de Torin, y sospechaba que ésa era precisamente la intención de su compañero Cuchillo del Lobo—. Unos pocos años en Terra y Ragnar será un conspirador tan refinado como el viejo Cezare.
Eso obviamente era una broma, pensó Ragnar.
—Si vive tanto —añadió Torin.
Gabriella echó un vistazo a Ragnar y sonrió.
—¿Qué piensas de Misha? —preguntó ella.
—No me gusta.
—¿Por qué?
—Me recuerda demasiado a su padre.
—Parece bastante agradable.
—¿Lo bastante agradable como para el matrimonio?
—Nunca me casaré con él salvo que así se me ordene.
—¿Por qué?
—Yo tampoco confío en él. Y la sangre de la Casa Feracci tiene un lado extraño y salvaje. Produce muchas extrañas peculiaridades…, entre ellas son bastante comunes la locura y la crueldad. Son personas brillantes pero con defectos, pero claro, supongo que lo mismo se puede decir de todas las líneas genéticas.
—Vuestra tía se casó con uno de ellos.
—Lucio, el hermano de Cezare, era uno de los miembros buenos de la Casa Feracci.
—¿Qué le ocurrió?
—Murió de forma misteriosa antes de que Cezare llegara al trono. Una pena, ya que él hubiera sido un candidato mejor.
—¿De qué forma misteriosa?
—Una rara enfermedad, o eso se dijo.
—¿Como la de vuestra tía?
—No, eso es algo diferente.
Había algo en su tono que le dijo a Ragnar que éste no era un buen tema en el que profundizar.
—Algunos dicen que Cezare estuvo detrás de la enfermedad de Lucio —dijo ella.
—Y aun así se convirtió en Señor de la casa —dijo Ragnar incrédulamente.
—Los miembros de la Casa Feracci son extraños —dijo ella melancólicamente—. Se dice que los Ancianos de la casa alientan la competición por el puesto de Señor entre los miembros del clan. Seleccionan a los más despiadados y peligrosos. Si realmente Cezare estaba detrás de la muerte de Lucio, fue algo que le benefició.
—Eso parece un desperdicio —dijo Ragnar—. Matar a un Navegante. Cualquiera pensaría que una casa que hiciera eso se quedaría rápidamente sin miembros.
—Sólo unos pocos están en la carrera para llegar a ser Señores de la Casa Feracci, y lo saben desde una temprana edad. Sería algo inútil y un desperdicio matar a alguien que no fuera un rival. Los Ancianos no te recompensarían por algo así.
Ragnar se quedó pensativo. Parecía que cada casa era tan diferente de las demás como lo eran los habitantes de los distantes mundos. Eso era comprensible. Durante milenios, la cultura y los métodos de supervivencia de cada casa habrían evolucionado. Era una galaxia muy grande. Había sitio para muchas alternativas y visiones contrapuestas. Tal vez, se decía, ésta era la mejor manera. Si aparecía una debilidad en las estrategias de una línea genealógica, las demás seguirían sobreviviendo. Se imaginaba que cualquier casa que hubiera conseguido mantener su poder y prestigio desde antes del nacimiento del Imperio debería haber evolucionado mediante estrategias muy eficaces.
Cezare se echó hacia atrás sobre el estrado y miró detenidamente al mortífero hombre que tenía delante. No le importaba admitir que Xenothan lo ponía nervioso, más incluso que los preciados guardaespaldas de la pequeña Gabriella. El alto y espigado hombre, aparentemente inofensivo, era bastante capaz de matar a cualquiera de aquella habitación, incluso a Wanda, su psíquica particular, y salir vivo de la torre. Se encontró cuestionándose, y no por primera vez, la prudencia del rumbo que había tomado. Sonrió y se encogió de hombros. Toda gran empresa que se emprendía engendraba riesgos, y nunca se había ganado un gran premio sin arriesgar algo. Su propia carrera le había demostrado esto una y otra vez. Los Ancianos lo habían escogido por su propensión a la crueldad y a la astucia, y por el hecho de que hubiera eliminado a todos los demás candidatos, incluyendo a su propio y querido hermano. No los decepcionaría.
—Bien, ¿qué piensas? —preguntó. Su voz era clara, tranquila y firme. No mostraba ningún rastro de nerviosismo.
—El mayor de los dos es un hombre muy peligroso. Si se le da tiempo, el más joven puede llegar a ser algún día un formidable enemigo también. Ambos eran conscientes de lo que ocurría en la taberna.
—Nos ocuparemos de que no se le dé tiempo. ¿Los tienes memorizados?
—Su físico, sus voces, sus olores…
—¿Puedes matarlos?
—Si lo deseáis. ¿Cuándo?
—El momento llegará pronto —dijo.
Xenothan sonrió. No implicaba ninguna amenaza, pero era estremecedor. Cezare se dijo que era sólo porque sabía lo que era este hombre, si “hombre” era un término que se pudiera utilizar para un ser tan modificado como él.
—¿Ya se ha decidido, entonces?
—Sí. Dile a tu señor que actuaremos pronto y que eliminaremos a nuestros enemigos comunes de una vez por todas.
Un atisbo de amenaza se incorporó a las maneras de Xenothan.
—No tengo señor alguno. Sólo patrones.
—Entonces te quedaría muy agradecido si pudieras informar a tu patrón. Pronto nos moveremos.
Echó un vistazo a Wanda. Pronto tendría que mandar un mensaje a sus compañeros de madriguera del mundo inferior.