—¿Qué opinas? —le preguntó Valkoth—. ¿Qué impresión te dio? ¡Sé sincero!

Ragnar se quedó mirando la zona de entrenamiento. Los guardias de la Casa Belisarius estaban corriendo por la pista de asalto bajo la atenta mirada de Valkoth. Todos los soldados eran nativos de Terra. Muchos se habían dejado el cabello largo y los grandes mostachos al estilo de los habitantes de Fenris.

Lo intentaban con todas sus fuerzas, pero Ragnar sabía que hasta el candidato más joven al puesto de Lobo Espacial podría matar con facilidad a tres de ellos. También era cierto que Fenris era un planeta mucho más hostil que Terra. La gente aprendía a sobrevivir desde una edad muy temprana ante los terribles fenómenos atmosféricos, los tremendos monstruos e incluso ante otros humanos, más peligrosos todavía. Los que no aprendían con la rapidez suficiente, morían.

Se concentró para recordarlo todo. Apenas hacía veinte minutos que el aleteador había aterrizado en el techo del edificio.

Los tres habían sido registrados con minuciosidad por un equipo de los guardias de seguridad para asegurarse de que no les habían colocado aparatos de vigilancia de largo alcance. Gabriella le entregó los documentos a los servidores para que los examinaran y los hicieran pasar por una adivinación completa antes de entregárselos en persona a la Celestiarca. Torin le había ordenado a Ragnar que se presentara ante Valkoth para informarle y se había marchado a cumplir alguna clase de tarea misteriosa.

—Cezare es un individuo peligroso.

Valkoth lo miró con atención, y Ragnar supo inmediatamente que lo estaba valorando y juzgando.

—¿En qué sentido?

—Es astuto y un intrigante nato. Escogió el lugar y el tema de la entrevista para desconcertarnos. Oculta muy bien sus emociones. Me es difícil captar el estado de ánimo de los Navegantes, pero él parece incluso menos humano de lo normal entre ellos.

—No creo que haya mucha gente que se muestre en desacuerdo contigo, al menos en privado. La gente que habla mal o en contra de lord Feracci en público suelen tener vidas muy cortas y desagradables.

—Eso no me sorprende en absoluto.

—Ragnar, los Feracci no están en sus cabales en el sentido que nosotros lo definimos. No se puede juzgar a la mayoría de los Navegantes con nuestros mismos términos, y mucho menos a gente como ellos. Hay una vena de locura en esa familia.

—¿Por qué razón no acaban con ellos como con los perros rabiosos?

—Porque esa misma vena de locura es la que los convierte en unos Navegantes soberbios y excepcionales. Las naves de los Feracci son capaces de llegar más lejos y con mayor rapidez que casi todas las demás casas navegantes gracias a la pericia de sus miembros. Sólo las Casas Belisarius, Helmsburg y True disponen de unos Navegantes tan buenos como los de ellos. El Imperio los necesita. Necesita a todas las casas navegantes. Tolera todo esto mientras se produzca de puertas para adentro.

Los guardias del campo de entrenamiento se habían enfrascado en una serie de escaramuzas prácticas. Los habían dividido en dos bandos y estaban armados con rifles que disparaban proyectiles rellenos de una sustancia capaz de teñir, y que además era astringente. La sustancia les provocaría bastante dolor, pero no les causaría ninguna clase de daño permanente. Maniobraban alrededor de unos obstáculos colocados de forma aleatoria hacia unos objetivos situados a cada extremo del campo de entrenamiento.

—¿Algo más?

—Estoy seguro de que nos observaron con escáneres de penetración profunda desde el mismo momento que entramos en el edificio. Nos sometieron a toda clase de vigilancia: desde sirvientes que nos siguieron hasta cámaras de televisión montadas en suspensores. También estoy seguro de que el camino que nos hicieron seguir lo eligieron para que pasáramos por arcos sensores. Además, creo que había alguna clase de psíquico por allí.

—Se rumorea que Cezare tiene una bruja a su servicio. Una muy poderosa. Quizá disponga de varios individuos semejantes.

—Sometida, por supuesto.

—Ni siquiera él estaría tan loco como para mantener a un hereje en potencia dentro de su propia casa. ¿Algo más?

—Ése hombre pretende hacernos daño a todos.

—Por supuesto que lo pretende. Las dos casas son enemigos hereditarios, pero también son las cabezas visibles de las dos facciones rivales más poderosas y de mayor tamaño de entre los Navegantes.

—Entonces, ¿no creéis que su ofrecimiento de ayuda mutua fuese en serio?

—Quizá, pero sólo si a largo plazo tiene más ventajas para él que para nosotros. Deberíamos preguntarnos qué es lo que espera él ganar con todo esto.

—Lo único que sé es que algo quiere —dijo Ragnar—, y sospecho que ha planeado algo muy desagradable para nosotros dentro de poco.

—¿Qué te hace pensar eso?

—El instinto.

—Ragnar, harías muy bien en confiar en ese instinto. Estoy seguro de que Cezare nos está tendiendo una trampa. Sólo tenemos que asegurarnos de que no metemos la cabeza en el nudo corredizo.

—¿Qué hay de esos posibles esponsales?

—Puede que sea un ofrecimiento serio y en firme. Gabriella es una Navegante extraordinaria, y por eso los Lobos Espaciales la tenemos a nuestra disposición. Si sus hijos heredan esas capacidades, también serán unos Navegantes excelentes. Ésos descendientes son el mayor recurso de cualquier casa navegante.

—Entonces, ¿Cezare quiere a Gabriella en su casa?

—O a su hijo dentro de la Casa Belisarius. Eso dependerá de cómo se redacte y cómo se firme el contrato matrimonial.

—¿No es algo peligroso? Sería como tener a un espía metido en la casa.

—Quizá sí. Los hijos y las hijas adoptados se convierten en miembros de su nueva casa. Se supone que deben ser leales a su nueva familia, y se los vigila muy de cerca.

—A mí me suena a que todo eso es una locura.

—Es su forma de vida. Algunos los consideran rehenes. Depende de las relaciones entre los padres y los hijos.

—Por lo poco que he visto a Cezare, no creo que dudara en sacrificar a su propio hijo.

—Cezare podría llegar a sorprenderte, pero yo creo lo mismo. De todas maneras, ¿no crees que lady Juliana debería saber todo esto?

—Lo único que sé es que pensar en todo esto me da dolor de cabeza.

—Bueno, pues entonces tengo algo que te gustará más.

—¿Qué?

—Tenemos una pista sobre los zelotes que mataron a Adrian Belisarius.

—¿Cómo?

—Nos la ha dado lady Elanor.

—¿Cuándo?

—Pasó el mensaje mientras estabais hablando con ella.

Ragnar pensó en aquello. No había visto nada que cambiara de manos, pero sabía que existían otros métodos. Parches dérmicos, microesporas. Lo más probable era que las dos mujeres hubiesen hablado a la vez que utilizaban un complejo código de comunicación, tal como había pensado al verlas. También reflexionó sobre la posibilidad de que existiera una sutil conexión psíquica entre los Navegantes que fueran parientes cercanos.

—¿Cómo lo hicieron?

—Tienen sus propias maneras de hacerlo, y prefieren no compartirlas con nosotros. Pero eso no importa, lo cierto es que intercambiaron esa información.

—¡Bajo las mismísimas narices de Cezare! Parece demasiado casual.

—Sí, bastante —concedió Valkoth—. Sin embargo, corrobora la información que Alarik ha obtenido de otras fuentes.

—¿Cómo ha podido lady Elanor conseguir esa información? ¿Por qué iba a arriesgarse a comunicárnosla? Yo me tomaría todo esto con cierta precaución. Podría ser una pista falsa.

—Sin duda. El hecho de que haya actuado así indica que está bastante desesperada. Al parecer, piensa que la propia supervivencia de la Casa Belisarius está en juego.

—¿No podía haber esperado dos semanas?

—Me alegra ver que utilizas el cerebro más que Haegr. Sin embargo, aun en ese caso, el hecho en sí nos indica algo.

Ragnar se sintió intrigado.

—¿Como qué?

—Como que si la información es falsa, podremos revisarla con mayor profundidad cuando lady Elanor regrese a las criptas dentro de dos semanas. Como el hecho de que ella piensa que no disponemos de dos semanas.

Ragnar pensó en todo ello durante unos momentos antes de hablar de nuevo.

—Es una fecha límite. Nos dice que todo esto es parte de un plan mucho mayor. Cezare espera que todo se lleve a cabo en las próximas dos semanas.

—Torin tiene razón. Tienes cerebro. Piensa también que es posible que la información sea veraz y útil.

—Un cebo para atrapar a un dragón marino.

—Exacto. Es posible que los Feracci estén intentando atraernos a un asunto mucho más grave con un poco de información útil.

—¿De verdad Cezare permitirá que lady Elanor regrese a las criptas de la Casa Belisarius cuando llegue el momento?

—Sí.

Había una tremenda certidumbre en su voz.

—Parecéis muy seguro de eso.

—Ragnar, existen ciertos asuntos que son sagrados para los Navegantes, y unos límites que ni siquiera Cezare se atrevería a cruzar. El regreso de un personaje como Elanor es uno de esos asuntos.

—¿Por qué?

—Cuando debas saberlo, te lo diré.

Ragnar se quedó asombrado. Valkoth parecía ponerse del lado de los belisarianos en vez de apoyar a sus propios hermanos de batalla. ¿Cuál era el secreto? ¿Qué era tan importante en el asunto de que una anciana enferma regresara con su familia para que la enterraran? Parecía bastante obvio que Valkoth no iba a compartir lo que sabía con él, así que decidió cambiar de tema.

—¿Qué información es la que nos ha pasado?

—Hay un comerciante, Pantheus, que suministra dinero a las diferentes hermandades de zelotes. Existe una relación entre la Casa Feracci y él.

—¿Cuál es?

—Dinero. Poder. Influencia. Ya llevamos vigilándolo hace cierto tiempo. Creemos que él es el contacto entre los Feracci y ciertas hermandades de zelotes.

—Si llevamos vigilándolo hace tiempo, seguro que Feracci sabe que lo hemos descubierto. No pierde nada sí nos lo entrega.

—Veo que sigues pensando, Ragnar. Pantheus desapareció hace relativamente poco. De hecho, se ocultó muy poco antes del asesinato de Adrían Belisarius. Creemos saber dónde se encuentra. Elanor nos dio la última pieza del rompecabezas.

—O un cebo excelente para una trampa.

—Cuando te emperras con algo no lo sueltas, ¿verdad, Ragnar? Es una característica admirable en un Lobo Espacial.

—¿Dónde se encuentra ese comerciante?

—El cree que se encuentra en un lugar seguro, en una mansión situada en el cinturón de asteroides. Vamos a demostrarle que no se trata de un lugar seguro. Partirás esta noche.

Ragnar se limitó a asentir. Fuese o no una trampa, aquello le gustaba más. Se sintió nervioso de repente. La perspectiva de un buen combate resultaba atrayente. Al menos, estaba claro quién era el enemigo y cuál era la misión.

La sala de reuniones era pequeña, lo que no era muy sorprendente si se tenía en cuenta que estaba en el interior de una esbelta nave de comunicaciones de tamaño reducido de la Casa Belisarius. Los presentes eran Valkoth, Torin, Haegr y Ragnar, además de un grupo de guardias. Alarik, el jefe del servicio de inteligencia de la casa y su chambelán, también se encontraba allí. En aquel momento estaba de pie en el centro, delante de la pantalla holográfica, vestido del mismo modo que Ragnar lo había visto por primera vez en la sala del trono de la Celestiarca.

—Pantheus es un individuo rico, y subvenciona diversas hermandades religiosas en la Tierra. Hemos logrado acceder a ciertos informes de la Inquisición que sugieren que algunas de esas hermandades son un terreno de reclutamiento para nuestros enemigos. Todas ellas disponen de acceso a una red clandestina de fondos privados que utilizan para adquirir armas y equipo para sus misiones. Algunas también se dedican a la extorsión.

»Pantheus también tiene muchos contactos con la Casa Feracci. Empezó trabajando para ellos en el sistema Gellan, hace cincuenta años, antes de establecerse por su cuenta. Creemos que el dinero inicial de sus inversiones procedía de los Feracci. Tenemos un dato interesante: trabajó directamente para Cezare cuando éste era el más alto representante de su casa en ese sector.

—¿Existe una conexión directa entre Cezare Feracci y las hermandades? —preguntó Valkoth.

—Es casi seguro que dispone de varios agentes infiltrados en ellas. La mayoría de las casas los tienen.

Ragnar pensó que aquello implicaba que la Casa Belisarius también los tenía. Poder, dinero, religión y política. Era una combinación muy extraña.

—En cualquier caso, Pantheus no es un tipo agradable. También se dedica a traficar con unas cuantas sustancias ilegales: narcóticos, drogas de combate, además de con armas. Todo individuo tiene derecho a ganarse la vida, pero este hombre ha ido demasiado lejos. Vamos a hacerle a Pantheus una visita y le vamos a administrar el castigo adecuado. Yo me encargaré en persona de interrogarlo.

A Ragnar le pareció que existía una verdadera animosidad por parte del chambelán contra el mercader. De hecho, le pareció que estaba deseando tener la ocasión de interrogarlo.

—Atacaremos la mansión del cinturón de asteroides. Mataremos a los guardias y nos apoderaremos de él y de sus archivos. Cuando nos vayamos, destruiremos el asteroide y cualquier prueba de nuestra visita. Debemos encargarnos del núcleo de datos principal del sistema de seguridad antes de irnos. Los interferidores impedirán que realice ninguna dase de transmisión, de modo que, a menos que Pantheus disponga de un astrópata, nadie sabrá lo que ocurrió.

—¿Está seguro de que se encuentra en el asteroide? —le preguntó Valkoth.

—Lady Elanor ha confirmado nuestras sospechas. Colocamos un monitor de vigilancia oculto en el asteroide hace ya cierto tiempo. Su nave llegó allí un día después del asesinato de Adrian Belisarius. Es lógico suponer que el propio Pantheus iba a bordo. Lady Elanor nos ha indicado que debemos capturarlo y descubrir lo que sabe con rapidez sí queremos que nos sea de utilidad.

—¿Guardias? —preguntó Torin.

—Tiene desplegado un destacamento de seguridad procedente de los matones de las hermandades. Son tipos duros y están bien armados. Algunos disponen de implantes biónicos. Todos disponen de armas de diseño militar y de un suministro regular de drogas prohibidas. Todos son fanáticos. Es posible que estén condicionados mediante hipnosis, pero lo dudo. Me parece que lo son de verdad.

—¿Cuántos guardias? —preguntó Ragnar.

—Ciento cinco.

—Ésa es mucha seguridad.

—Éste puesto es para ellos una recompensa por su lealtad. Hay disponibles para ellos muchos placeres en ese asteroide. No todos los hombres estarán de servicio, pero son capaces de entrar en combate en cualquier momento.

—¿Sistemas defensivos?

—El asteroide dispone de las defensas habituales contra piratas. Las neutralizaremos antes de que lo asaltéis. Ésta nave posee capacidad para hacerlo.

Ragnar no preguntó cómo estaban tan seguros de ello. En circunstancias normales, en un combate librado entre una nave y un asteroide fortificado sólo podía haber un vencedor. Era mucho más fácil montar una gran potencia de fuego en una roca agujereada en mitad del espacio que en la mayoría de las naves de aquel tamaño. Sin embargo, todos parecían sentirse muy seguros sobre ese tema. Supuso que las fuentes de los Belisarius debían de ser de fiar, o que aquella nave estaba mucho mejor artillada de lo que aparentaba.

—¿Qué pasa con la gravedad? —preguntó Torin. Aquél era un tema importante.

—No hay gravedad artificial. La produce la propia rotación del asteroide.

Ragnar pensó en aquello. Significaba que cuanto más se adentraran hacia el núcleo del asteroide, menor fuerza centrífuga habría. Eso podía crear fluctuaciones repentinas en el peso aparente. Detalles como aquél eran importantes en un combate de gravedad cero.

—¿Qué pasará con los supervivientes? —se le ocurrió de repente.

—No habrá ninguno. Cuando os marchéis, parecerá que se ha producido una desgraciada y catastrófica colisión con un meteorito. Ésas cosas pueden pasar.

Los demás Lobos Espaciales sonrieron. Ragnar calculó los riesgos y las probabilidades. Sólo eran cuatro, pero mientras explicaban el plan pensó que era más que posible que funcionase. Partirían de la nave protegida y se acercarían al objetivo mediante las mochilas de salto. En cuanto se posaran en la superficie, utilizarían las cargas térmicas para volar una sección grande de la pared y lograr entrar en los túneles. No tenía sentido intentar ser sutiles. Cualquier brecha en una de las compuertas de vacío se notaría de forma inmediata, y podían convenirse con facilidad en una trampa mortífera si te encontrabas atrapado en una de ellas.

La descompresión explosiva provocaría la entrada automática en funcionamiento de los sistemas de seguridad de la mansión. En aquellas circunstancias, se produciría una tremenda confusión en el interior mientras el sistema intentaba descubrir dónde se había producido el fallo. Los enemigos perderían tiempo poniéndose los trajes de vacío y realizando los procedimientos habituales frente a una descompresión. Las mamparas se cerrarían, por lo que los guardias quedarían divididos y aislados en las secciones cerradas y sería más fácil acabar con ellos. Los Lobos Espaciales avanzarían hacia el interior del asteroide en busca del núcleo de la central de datos y matarían a todo aquel que se pusiera en su camino. Se apoderarían de una terminal del registro de archivos, harían una copia y se marcharían.

Era un plan muy simple, lo que en sí era algo bueno. Sin embargo, Ragnar sabía por propia experiencia que no importaba lo sencillo que fuese un plan, ninguno salía exactamente tal como se había planeado, ni siquiera cuando lo llevaban a cabo los Lobos Espaciales.

Ragnar agarró con fuerza los mandos de la mochila de salto y pulsó el acelerador. Un chorro de gas lo alejó de la nave. Inició una larga y lenta trayectoria hacia el distante asteroide. No se oía ni sentía nada aparte del leve temblor de la mochila.

El chorro de gas no alertaría ningún detector de calor, y no estaba utilizando ninguna otra clase de energía para desplazarse, por lo que tampoco lo descubrirían los sensores adivinatorios. Llevaban encima muy poco metal para evitar que los detectores magnéticos hicieran saltar la alarma. Además, un humano era un objeto demasiado pequeño para que lo advirtiera un detector de proximidad diseñado para alertar sobre la presencia de naves y grandes asteroides.

Existía la remota posibilidad de que si alguien miraba con atención descubriera cómo tapaban con sus cuerpos la luz de las estrellas, pero se encontraban en un cinturón de asteroides, por lo que algo así debía de ser muy habitual con tantas rocas y restos espaciales flotando en la zona. Las posibilidades de que unos objetos de su tamaño fuesen detectados eran infinitesimales, pero existían. Ésa posibilidad era más que suficiente para que Ragnar sintiera unos leves estremecimientos de miedo controlado. Una cosa era morir en combate, en mitad de una lucha cuerpo a cuerpo, y otra muy distinta ser borrado de la existencia por un láser de defensa en mitad del frío vacío espacial.

Llevaba bien colocado el casco, y los recicladores trabajaban a la perfección. Si llegaba a ser necesario, podía sobrevivir varias semanas. Al igual que sus hermanos de batalla, era prácticamente una nave de combate en miniatura. Tampoco era que aquello representara una gran diferencia si algo salía mal. No había forma alguna de regresar a la civilización si no lograban volver a la nave. Si algo salía realmente mal, acabarían conviniéndose en otro trozo de basura espacial que daría vueltas sin cesar alrededor del sol.

Se preguntó cuántos habría esparcidos ya por el espacio. Pensó en todas las batallas que se habían librado en el sistema solar desde mucho antes del Imperio y de la Herejía de Horus, y llegó a la conclusión de que sin duda serían bastantes.

El asteroide aumentó de tamaño en su campo de visión. Distinguió unas cuantas luces que parpadeaban en uno de sus costados, y con mayor claridad, la enorme cúpula geodésica de cristal de los jardines que proporcionaban a la mansión parte del oxígeno y de la atmósfera. Al otro extremo del asteroide se veía un auténtico bosque de antenas que lo conectaban con la red de comunicaciones. En pocos minutos estarían interferidas y destruidas por la nave mensajera de la Casa Belisarius. Intentó imaginarse si habría alguien allí abajo mirándolo, sin saber el poco tiempo de vida que le quedaba.

Se dio cuenta de lo increíble que era cómo los viejos conceptos permanecían en la cabeza. Allí, en mitad del vacío espacial, abajo era un concepto sin sentido. La gravedad del asteroide no era lo suficientemente poderosa para atraerlo. Un hombre podía saltar al espacio desde su superficie de lo baja que era su velocidad de escape. Cualquier dirección podía ser perfectamente arriba o abajo. Sin embargo, su cerebro insistía en imponerle esos conceptos. El asteroide estaba abajo. La nave estaba arriba. Se dijo que aquellas nociones preconcebidas podían ser peligrosas, ya que en el combate espacial debía pensarse en tres dimensiones. Limitarse a conceptos como arriba y abajo podía ser fatal.

El asteroide siguió aumentando de tamaño. Primero tuvo las dimensiones de una manzana, después de un peñasco y después de una casa. Era tan grande como los icebergs del Mar de los Dragones en invierno. Bajo su superficie discurrían varios túneles. Tenía los planos que los espías de la Casa Belisarius le habían pasado integrados en los sistemas de memoria de su traje de combate.

Se preguntó lo fiables que serían, y supuso que debían de serlo bastante para que los Navegantes se arriesgasen tanto con una misión como aquélla, pero nunca se podía estar seguro de algo así. Lo único que hacía falta era que los informadores hubieran pasado por alto una sección o una posición defensiva oculta para que el desenlace del ataque fuese terrible. De todas maneras, ésos eran los riesgos que siempre se corrían. Ragnar confiaba en ser capaz de afrontar cualquier problema que se le presentara. Después de todo, era uno de los Elegidos de Russ. «Cuidado —se dijo así mismo—. El exceso de confianza ha matado a más hombres que los proyectiles de bólter». Aquél era un entorno mortífero, y cualquier error podía ser el último.

Miró por encima del hombro y vio a sus camaradas bajando con él. De algún modo, todos y cada uno de ellos tenían el aspecto que él había esperado que tuvieran. Torin tenía los brazos cruzados sobre el pecho agarrando las cargas de demolición y un bólter pesado colgando de una cincha sobre el estómago. Su postura indicaba una actitud de confianza relajada.

Haegr tenía un aspecto extraño con su armadura y su casco personalizados. Su gruesa silueta no se asemejaba en nada a la de un Lobo Espacial normal. Llevaba enganchado al pectoral de la armadura un enorme martillo. Valkoth parecía ceñudo y amenazante incluso en una situación de caída libre. Tenía la espalda enderezada y recta, y los mandos bien firmes en sus manos.

Ragnar se giró de nuevo hacia el asteroide. Sabía que tendría que calcular a la perfección la maniobra de aterrizaje. Necesitaría un chorro de gas de unos cinco segundos para frenar su velocidad antes de impactar contra su superficie. Con un aterrizaje demasiado brusco podía acabar herido, con una brecha en la armadura o incluso muerto. No sería un modo muy glorioso de acabar sus días. Ragnar no quería que lo inscribieran en los anales del Capítulo como el hombre que perdió la Lanza de Russ y luego se mató estampándose contra una roca.

El detector de proximidad conectado a su armadura emitió una señal de aviso. Ragnar pulsó un botón, le dio la vuelta a las turbinas de la mochila de salto y abrió el gas. Se dio cuenta con su visión periférica de que sus camaradas hacían lo mismo. Un momento después se preparó para aterrizar y sus botas arañaron la superficie. Habían llegado.

La parte fácil de la misión había concluido.