Una vez más, enormes sacudidas agitaron el agua. Las estelas indicaban dónde iban a caer más proyectiles. Todos habían sido dirigidos hacia los puntos de donde él había desaparecido. Nadie había pensado en disparar hacia donde él podría dirigirse. Pero eso iba a cambiar rápidamente. Las sacudidas causaban a Ragnar una buena dosis de dolor, ya que los cambios de presión restallaban en sus sensibles tímpanos. Eso afectaba mucho más a los Lobos Espaciales que a las personas normales.

Volvió a colocar a tientas la espada y la pistola bólter en sus fundas. Eran armas de Marines Espaciales: una inmersión continuada no les causaría ningún daño. Tenía que apretar los dientes, seguir nadando y alejarse tanto como pudiera de las explosiones.

Las cargas estaban comenzando a caer más cerca. Ragnar consideró la posibilidad de acercarse a la orilla, pero se dio cuenta de que eso sólo le haría más visible y vulnerable. Era necesario seguir e intentar encontrar un camino seguro.

Continuó nadando, alegrándose de haber aprendido en las turbulentas aguas de Fenris cuando era un niño. Aun así, la situación era difícil, como intentar evitar un remolino en medio de una tormenta y rodeado de monstruos gigantes rugiendo e intentando matarte.

Otro temblor resonó en el agua que lo rodeaba y Ragnar salió despedido dando volteretas. Acabó completamente desorientado, sin estar seguro de dónde estaba el fondo y dónde la superficie. Sentía la cabeza como si estuviese a punto de partirse en dos. Por alguna razón, el agua tiraba de él más fuerte. Los dedos invisibles de la corriente eran como los de las doncellas hechiceras de la leyenda fenrisiana, de quien se decía que acechaban a los marineros cuando estaban a punto de ahogarse. Ragnar dio unas patadas dejándose llevar por la corriente, dejando que el flujo lo llevara hacia el otro extremo de la cámara. Según se alejaba, el impacto de los terremotos disminuía.

Toda el agua a su alrededor hervía y borboteaba. Otra carga explotó y se sintió de repente arrojado hacia adelante y fuera del agua. Todo atronaba a su alrededor, pero él sentía el aire fresco en el cuerpo, que sacudía sin parar.

Ahora comprendía lo que había ocurrido. El río subterráneo lo había llevado hasta el otro extremo de la cámara. Ahora estaba deslizándose por algún tipo de sumidero de desagüe y cayendo hacia unas incalculables profundidades. Mientras el agua lo golpeaba, Ragnar pugnaba por enderezar su cuerpo y situarse en la dirección de la corriente.

Terrores vagos inundaron su mente. No tenía ni idea de la altura de la que iba a caer ni qué le esperaba en el fondo. Tal vez hubiera rocas puntiagudas o pilas de trozos de metal esperando para empalarlo. Tal vez hubiera pantanos cenagosos donde se hundiría para siempre.

El horror y la duda amenazaron con superarlo. Los segundos le parecieron horas. No era su situación lo que le asustaba, sino la completa imposibilidad de saber qué iba a ocurrir. Casi deseaba haber salido del agua y haber vendido cara su vida en la matanza que habría ocurrido después. Ésa habría sido una muerte digna. Ahora tal vez cayera lejos de donde sus camaradas pudieran encontrarlo y recuperar su simiente genética. Era posible que nunca se pudieran encontrar sus restos.

En aquellos breves momentos, Ragnar estuvo más cerca de la desesperación que nunca en toda su vida. La bestia que llevaba dentro rugía de rabia y miedo. La parte irracional de su mente farfullaba y sacudía la jaula de la cordura. Pero, de repente, la larga caída terminó y su cuerpo golpeó contra unas negras aguas. La fuerza de la caída lo empujó aún más abajo.

Ragnar nadó con poderosas brazadas hasta alejarse de la corriente y tomó la dirección que le dijo su armadura para encontrar la superficie. Era posible que sus sensores hubieran sido dañados y que estuviesen funcionando incorrectamente, pero era la única guía que tenía. Momentos después, su cabeza llegó a la superficie. Vio un rayo de luz atravesando el aire hacia él y sintió que algo chapoteaba a su lado. La voz dolorida de Haegr lo llamó.

—Veo que tú también lo conseguiste, Ragnar.

Sintió un enorme alivio. Seguía vivo y había encontrado a su camarada. O, más exactamente, su camarada lo había encontrado. Habían escapado de la trampa mortal de allí arriba y estaban vivos.

—Sí, Haegr, soy yo.

—Veo que Torin consiguió evitar el baño una vez más.

—Esperemos que lograra salvar el pellejo.

—No te preocupes por él. Van a ser necesarios más que unos pocos cientos de herejes enfadados y su hechicero particular para acabar con él. Si quisieran atraerlo a una trampa, tendrían que montar un pasillo lleno de espejos.

—Éste no es buen momento para hablar de algo así —dijo Ragnar, nadando hacia él—. Necesitamos encontrar un modo de salir de aquí por nuestra cuenta.

—Eso no debería ser muy difícil. Sencillamente sigue hacia arriba y llegaremos allí.

Ragnar no se molestó en preguntarle por qué no había sugerido activar sus balizas localizadoras. Cualquier enemigo que supiera que estaban en camino sería capaz de localizad por medio de ellas. Era sólo cuestión de sintonizar la frecuencia correcta del canal de comunicaciones y saber los códigos cifrados. Unas pocas horas antes él hubiera dicho que eso imposible. Ahora ya no estaba tan seguro.

—Creo que fuimos traicionados —dijo. A juzgar por los ecos que los rodeaban, estaban dentro de una gran cueva o túnel. Las paredes no podían estar muy lejos. La única cuestión era si allí el terreno sería seco. Sólo había una forma de averiguarlo.

—Tal vez —dijo Haegr—. El autoproclamado profeta era un psíquico. Puede que él predijera nuestra llegada.

Ragnar se quedó pensativo. Era posible, pero no quería abandonar su propia teoría. Había demasiadas cosas que apuntaban a la presencia de un traidor en las filas de la Casa Belisarius.

—Puede.

—No lo crees, ¿verdad?

«Debe de estar escrito por todo mi olor», pensó Ragnar. Comenzó a nadar hacia la orilla, con la cabeza por encima del agua para poder hablar. No temía la posibilidad de haber sido seguido hasta allí. Los miembros de la Hermandad tendrían que ser suicidas para lanzarse por la catarata.

—Es posible.

—¿Pero?

—Está el asesinato de Adrian Belisarius y el intento de matar a Gabriella. Demasiados para ser alguien de dentro.

—Siempre hay personas dentro entre las casas navegantes, Ragnar. Ya no estás en Fenris. Todas las casas están llenas de espías. Todos ellos están comprometidos.

—Pero antes pensabas que habías sido traicionado.

—Fue mi primer pensamiento hasta que vi a ese maldito hechicero en acción.

Algo había de cierto en lo que Haegr estaba diciendo. Un psíquico podía predecir su llegada y, tal vez, decir cuántos eran. Proezas como ésas no estaban fuera del alcance de los Sacerdotes Rúnicos de su Capítulo. Lo increíble era que otros psíquicos no fueran también capaces. No sabía cuál era la idea que menos le gustaba: que hubiera traidores en su seno o que sus enemigos hubieran reclutado a poderosos psíquicos para luchar a su lado.

—Un psíquico incontrolado, aquí, en la sagrada tierra de Terra —dijo Ragnar.

—¿Quién dice que sea un psíquico incontrolado, Ragnar? Hay muchas facciones que puede que estén manejando las cuerdas de la Hermandad. Algunos de ellos emplean psíquicos.

Ragnar sólo podía pensar en dos en ese momento. Le parecía absurdo que los astrópatas quisieran librarse de todos los Navegantes excepto de uno.

—¿Estás sugiriendo que la Inquisición puede estar detrás de esto?

—No. No es su forma de actuar. Pero, Ragnar, tú te olvidas de que muchos de los Altos Señores de Terra y de las organizaciones a quienes representan también tienen acceso a psíquicos.

La orilla estaba ahora enfrente de ellos. Ragnar oyó cómo el agua lamía las rocas. Un momento después, el haz de la luz montada en el hombro distinguía una escarpada pared. Sintió una perturbación en las profundidades justo debajo de él ¿Había algo viviendo allí? ¿Algún tipo de criatura mutante de las profundidades que se asomaba a la superficie? ¿Estaban observándolo unos ojos hambrientos desde las frías profundidades?

Nadó hasta el borde del agua analizó la pared de plasticemento que tenía frente a él. Se elevaba unos tres metros y tenía un saliente sobre ella. Soltó un gancho del cinturón y lo lanzó hacia arriba. Se enganchó a la primera, y dio varios tirones para probar que se había agarrado bien. Poco después ya había trepado y descansaba en el reborde, con Haegr tumbado detrás de él. Se dejó caer sobre la orilla como una morsa varada en la playa justo en el momento adecuado. Algo grande y luminoso surgió de las profundidades, aunque no llegó a alcanzar la superficie. Sintió que su presa había escapado y lentamente se perdió en las oscuras y profundas aguas.

Ragnar escuchaba cuidadosamente. Todo lo que podía oír alrededor era el sonido del agua cayendo. No sólo de la cercana catarata, sino también de mucho más lejos. Parecía que otras fuentes alimentaban el inmenso estanque, o lo que fuera. No podía ver el otro extremo del lago, pues eso era lo que estaba comenzando a pensar que era.

Echó un vistazo a Haegr cuando el marine se dejó caer a su lado. Le habían dado una buena paliza. Su armadura estaba rajada por varios sitios y se veía completamente rota alrededor de la zona del hombro izquierdo y el antebrazo. Tenía la cara terriblemente quemada, así como la barba y el bigote, que aparecían chamuscados en uno de los lados del rostro. No era nada que unos competentes sanadores no pudieran arreglar, pero estaban muy lejos de cualquier tipo de ayuda médica. Puede que tuviera también heridas internas: parecía moverse despacio y prefería utilizar el lado derecho. Las cosas no tenían buena pinta. Siempre que un Lobo Espacial hacía eso, era señal de un enorme dolor.

—¿Crees que uno de los Altos Señores pueda estar detrás de todo esto? ¿Hasta qué punto?

—No me preguntes, Ragnar, sólo soy un humilde Lobo Espacial. Torin podría decírtelo sin ninguna duda.

—No hay nada de humilde en ti, y estoy seguro de que tienes algunas ideas.

Haegr sonrió con socarronería.

—¿Quién puede hablar de los motivos de cada uno en la intrincada trama de la política imperial? Un señor puede estar intentando ganarse el favor de la Inquisición, o subirse al carro de una rebelión contra el poder supremo. Ya se ha intentado antes, incluso aquí en Terra, y ha tenido éxito.

Ragnar estaba en pie, y casi llegó a ofrecerle ayuda a su hermano de batalla para que se pusiera en pie, pero una mirada de aviso le dijo que no sería muy buena idea. Un Lobo Espacial tendría que estar agonizando para aceptar una ayuda de ese tipo.

Registró cada uno de los detalles de los húmedos y malsanos alrededores y se preguntó cuál sería la antigüedad de este sitio. Tan antiguo que incluso las gárgolas se habían desmoronado y las llamadas «luces perennes» de los antiguos se habían desvanecido.

El aire olía a humedad y moho. Las corrientes que se percibían indicaban la acción de un reciclador en algún sitio lejano. Si se concentraba, podía oír el distante ruido de la maquinaria silenciada por el sonido del agua cayendo.

Avanzaron a grandes zancadas en dirección a las corrientes de aire. A unos cientos de pasos encontraron un inmenso arco. Un canal corría por debajo de él, flanqueado por un camino a cada lado. Cientos de tuberías metálicas corroídas revestían las paredes. El agua caía de ellas y había descolorido la piedra y el ladrillo. Un gigantesco mosaico que ilustraba lo que podría haber sido el primarca Sanguinius, o uno de los ángeles de la antigua religión, decoraba la pared situada por encima del arco. La figura estaba en pie de forma que sus piernas quedaban a cada lado de la entrada. Ragnar podía distinguir una gran sala, pero según iba recorriendo el mosaico con la luz del hombro iban haciéndose visibles más cosas. ¿Sanguinius portaba un gran cuerno? Ragnar pensaba que no. ¿O una espada en llamas con la que castigaba a los demonios? Había muchas cosas aquí en las que se había equivocado el artista, pensaba Ragnar, mientras seguía al renqueante Haegr a lo largo de la orilla del canal.

—A veces deseo estar de vuelta en Fenris. La vida parecía mucho más simple allí.

—Tal vez, pero si volvieras dudo que siguieras pensando de la misma forma.

—¿Qué quieres decir?

—Terra cambia a las personas, Ragnar. Una vez que te acostumbras a ver intrigas detrás de las acciones de todo el mundo es muy difícil parar. Te llevarías unos ojos distintos a Fenris cuando volvieras.

Había un extraño tono en su voz y un brillo raro en sus ojos. Se decía que la proximidad de la muerte atraía la habilidad de predecir las cosas en algunas personas.

—Muy seguro estás de eso.

—Tengo un buen ojo para la gente, Ragnar. Lo sé. Tienes esa mirada. Has sido marcado para conseguir grandes cosas. Ése es tu destino.

Ragnar reflexionó sobre las palabras de Haegr.

—He sido marcado para grandes catástrofes. Yo perdí la Lanza de Russ.

—No, Ragnar. Tú utilizaste la Lanza de Russ. Tú atacaste a un primarca con ella. Te respondió. ¿Acaso crees que cualquier hombre podría lanzar un arma así? ¿Incluso un poderoso héroe como yo?

Ragnar no se consideraba un bendecido, sino más bien un maldito. Pero había algo similar a la envidia en la voz de Haegr. Ragnar se preguntaba si había alguna verdad en sus palabras. No podía pensar en una respuesta. En lugar de ello, le vino otro pensamiento. Debería intentar ponerse en contacto con sus compañeros. Conectó el canal de comunicación, pero sólo captó estática, algo que era inusual. Haegr le lanzó una sonrisa de complicidad.

—El repetidor de la zona no debe funcionar en este nivel.

—¿Necesitan repetidores aquí? —Ragnar estaba asombrado. Él nunca se había encontrado algo así hasta entonces.

—Sí. Algunos de los niveles fueron construidos con protecciones o materiales que de alguna forma oponen resistencia a la red de comunicación. Es necesario estar junto a un repetidor para utilizar la red, y éste debe de estar estropeado.

—¡Estropeado! Eso es incompetencia criminal.

—Pero ocurre. Tal vez por accidente, tal vez a propósito. Tendremos que encontrar otro nivel o una estación repetidora.

—Vamos entonces, necesitamos volver a la superficie y ver si podemos hacer salir a unos cuantos conspiradores.

Delante de ellos había luces. Ragnar avanzó con cautela y le hizo un gesto a Haegr para que se quedase donde estaba. Estaba preocupado por su compañero: parecía lento. Sus heridas eran graves, pues, normalmente, un marine ya habría comenzado a autocurarse. Su sistema debía de estar sobrecargado intentando mantenerle con vida. A juzgar por su palidez podría incluso fallar. A pesar de esto, Haegr consiguió refunfuñar sobre la falta de comida.

Durante toda la larga y pesada caminata desde el estanque había estado inusualmente callado, moviéndose despacio, como si estuviera reservando fuerzas. La única vez que se había animado fue cuando unas grandes ratas se habían escabullido de las luces. Había hecho incluso un intento a medio gas de agarrar alguna.

Delante de ellos se extendía una gran cámara vacía. Parecía haber sido en su día una plaza abierta rodeada por altos edificios. Todavía había suficientes paredes, ventanas y puertas para dar la ilusión de un aíre de realidad. Si este lugar había estado una vez abierto al cielo, ahora estaba cubierto de plasticemento. No cabía duda de que ahí era donde comenzaba el siguiente nivel.

Ragnar vio a muchas personas. Algunas vivían en lo que parecían grandes barriles metálicos volcados. Otros estaban en burbujas translúcidas que parecían estar pegadas a la parte superior de los muros. Algunos escalaban a las ventanas más altas por medio de larguísimas escaleras metálicas. Unos pocos parecían haberse metido a través de unos agujeros en el lateral en una inmensa tubería de metal y la habían convertido en su hogar.

En el centro de la plaza había un pequeño edificio. Sobre el tejado destacaba una figura con armadura que representaba al Emperador antes de que fuera enterrado en el Trono Dorado. Era un símbolo arcaico temprano del culto imperial. Tal vez fuera una señal de alguna rama de los Adeptus Ministorum que él no conocía. Tal vez datara en realidad del tiempo en que el Emperador recorría las calles de este mundo.

Ragnar se preguntaba si sería mejor evitar esta comunidad. Después de todo, podría estar aliada con la Hermandad. Pero si no era así, tal vez pudieran encontrar un sanador. Haegr estaba en muy mal estado. Cualquier tipo de ayuda médica, sin importar lo primitiva que fuera, era imprescindible en ese momento. Ragnar decidió arriesgarse.

Muchas figuras vestidas con túnicas y capuchas se movían por los caminos subterráneos. Utilizaban gas metano reciclado de las alcantarillas para iluminar toda la zona. Ragnar podía oler el gas y el proceso de reciclado; ninguno de ellos era un regalo para su sensible nariz.

Había puertas a los lados de las paredes del túnel; algunas de ellas bloqueadas por piezas de metal ondulado, otras, colgadas mediante cortinas. El olor a carne asada se mezclaba con el de los quemadores de metano sobre los que se cocinaba.

La gente que estaba delante de ellos se movía lentamente. De vez en cuando se podía ver una demacrada y esmirriada mano o cara. Quienesquiera que fueran esas personas, no vivían en la opulencia. La mayoría de ellos tampoco estaban armados. Esto le dio confianza a Ragnar. Éste lugar no tenía la apariencia ni el olor de un campamento de la Hermandad.

Avanzó entre la oscuridad, seguro de que nadie lo detectaría hasta que estuviera realmente cerca, salvo que él quisiera. Podía ver delante de él cómo se desplazaba un pequeño y flaco hombre. Se movía con un encorvado contoneo, como si sus piernas estuvieran arqueadas, y se ayudaba con un largo bastón tallado en hueso. Ragnar le dio un toque en el hombro y se sorprendió al ver que el hombre daba un brinco en el aire y pegaba un alarido. Habría salido volando si Ragnar no lo hubiera aguantado.

—Paz, extranjero —dijo—. No te deseo ningún mal salvo que tú intentes hacerme daño.

El pequeño hombre se dio la vuelta y miró a Ragnar. La luz se reflejaba en sus gafas redondas, convirtiendo sus ojos por un instante en círculos de fuego.

—En nombre del Emperador, dudo que sea posible para alguien como yo, señor.

Su voz era aguda y temblorosa; sus maneras, tímidas e indecisas. Sonaba mis como un erudito o un oficinista que como un miembro de la Hermandad.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Ragnar.

—Soy Linus Serpico III, auxiliar administrativo de tercera clase en la fábrica de engranajes número seis, como mi padre y el padre de mi padre.

Hizo una pausa de un momento y analizó sus palabras.

—Al menos lo era. Hasta que explotó la fábrica de engranajes.

—¿Explotó?

—Un desafortunado accidente industrial, señor. No desacredita a la dirección de forma alguna. Aunque he oído que se dice que no habría ocurrido nunca si no se hubieran gastado todo el presupuesto de seguridad en una estatuilla chapada en oro de san Teresio para la jubilación del primer capataz.

Ragnar ladeó la cabeza, desconcertado tanto por la velocidad del confuso discurso del hombre como por sus palabras.

Linus malinterpretó el silencio de Ragnar.

—No quiere decir que preste ninguna credibilidad a unos rumores tan insidiosos como ésos, señor. Siempre se puede encontrar a personas que verán lo peor en cualquier cosa. Sólo porque el primer capataz, su mujer y el segundo capataz se fueran a su propia galería privada en el subnivel cinco, no quiere decir que estuvieran apropiándose de fondos de manera ilegal y para su propio uso.

—Si tú lo dices —dijo Ragnar. El pequeño hombre emitió un largo suspiro.

—No digo eso, desafortunadamente. Como auxiliar administrativo de tercera clase era fatalidad mía tener que escribir y borrar los grandes libros de contabilidad, y, si se me permite, sospecho, aunque no acuso formalmente a nadie, que hubo algunas irregularidades.

—¿De verdad? —dijo Ragnar.

—De verdad. Y en su momento, cuando la evidencia estuviera adecuadamente corroborada, habría estado en la posición de ponerlo en conocimiento del auditor general de engranajes. Habría sido mi deber hacerlo, señor, y era un deber del que no me hubiera desviado. Desafortunadamente, toda la fábrica se vio reducida a escombros por el infortunado y mencionado estallido. Si no hubiera estado fuera en una misión para el superintendente Faktus, señor, muy probablemente yo también estaría ahora en lo más alto.

—Ciertamente. ¿Vives aquí?

—Sí, señor. Al menos temporalmente, aunque no me enorgullezca de ser una persona de mejor clase, señor, que la mayoría de los que va a encontrar aquí. No soy un indigente, pero, lamentablemente, hay pocas oportunidades para un escriba de tercer nivel en los tiempos que corren.

—Siempre podrías considerar otros trabajos —dijo Ragnar, en tono de disculpa.

—¡Otro trabajo, señor! ¡Imposible sólo pensarlo! Mis antecesores se revolverían en sus tumbas si aceptara un puesto de menor categoría. Soy un escriba de tercer nivel, como mi padre y el padre de mi padre.

Ragnar estaba un poco asombrado por la feroz intensidad del discurso del hombre. Sonaba casi como si se hubiera sentido insultado por las palabras del Lobo Espacial.

Aunque estaba fascinado por su encuentro con un terrícola, tenía sus planes y necesitaba seguir adelante para llevarlos a cabo.

—Tengo que conseguir un sanador, sea como sea.

—Si me lo permite, señor, es usted la representación viva de la salud, aunque sus colmillos podrían necesitar algún arreglo por la pinta que tienen.

Ragnar emitió un largo gruñido que hizo encogerse al pequeño hombre.

—No soy yo quien necesita ayuda. Mi compañero está herido.

Linus pareció advertir a Ragnar por primera vez. Asimiló su tamaño, sus armas, su armadura dentada y su apariencia amenazadora. Entonces se encogió de hombros.

—¿Por qué no lo dijo inmediatamente, señor? Estoy seguro de que el hermano Malburius podrá ayudarles. Vayamos a buscarle.

—Primero debo traer a mi camarada.

—Por supuesto, señor, por supuesto.

Accedió con tanta rapidez que despertó las sospechas de Ragnar. ¿Estaría preparándoles una trampa el pequeño hombre? Con Haegr y él mismo a menos del uno por ciento de su capacidad, las cosas se podían poner muy mal si ése fuera el caso.

Lentamente, sosteniendo en parte a Haegr, llegaron al templo situado en el centro de la plaza. Cuando quisieron llegar a la puerta, Haegr casi se había desvanecido.