Haegr vio cómo Antoninus sonreía con un gesto triunfal.

—No vivirás lo bastante para saludar a tus amigos, pero podrás decirles hola en el infierno.

—¡No le tengo miedo a la muerte! —exclamó el zelote.

—Es la segunda vez que lo dices —le espetó Haegr—. A la tercera va la vencida. Sólo quiero recordarte que no todas las muertes son agradables.

Antoninus se quedó pensativo. Ragnar le colocó el cañón de la pistola contra la cabeza.

—Puedes escoger ahora mismo. Te vienes con nosotros o decoro esta pared con tus sesos.

Una cosa era no temer a la muerte cuando se está rodeado de los camaradas y otra muy distinta era mirando cara a cara a tus enemigos. Una cosa era desafiar al enemigo y decirle que no le tienes miedo y otra tomar las decisiones que te llevan a la vida o a la muerte. Cuando llegaba uno de esos momentos de crisis, la mayoría de la gente encontraba razones para seguir viviendo. Lo que se le ofrecía no era una muerte heroica en combate o un martirio glorioso entre llamas. Aquello no era más que una ejecución anónima. No servía para nada, y Ragnar había notado la fragilidad de la valentía de Antoninus.

El hereje tragó saliva. Ragnar casi pudo ver las ideas que se cruzaban en su mente. Si seguía vivo podría llegar a ayudar a sus camaradas a acabar con los Lobos Espaciales. Si seguía vivo podría fumarse otro cigarrillo narcótico y ver a su familia, si es que tenía alguna. De repente, toda la aparente bravura del hereje desapareció y se esfumó como el vino de una bota agujereada. Su autoconfianza volvió a desinflarse de forma visible. El brillo del fanatismo continuó en sus ojos, pero tenía un aspecto más furtivo.

Casi tenía una expresión de culpabilidad en el rostro, mezcIada con un odio intenso cuando alzó la vista para mirar a Ragnar. El hereje no era un individuo que fuese a agradecerle que hubiera revelado la naturaleza frágil de su supuesta valentía o que hubiera sido testigo de ello. Ragnar sintió una momentánea comprensión por él, aunque no fuesen más que enemigos irreconciliables. Al mismo tiempo sintió una cierta vergüenza, que era la contraposición al odio hacia sí mismo de Antoninus. Aquello no encajaba con su imagen de héroe entre los Lobos Espaciales. Se esforzó por sonreír mostrando los colmillos. Viviría con ello.

—¿No deberíamos amordazarlo? —preguntó Linus.

—Podría arrancarle la lengua si quieres —se ofreció Haegr con voz amable.

—Amordázalo y átale las manos —dijo Ragnar a Linus—. Utiliza su camisa. —Se giró hacia Antoninus—. Haz cualquier movimiento brusco o intenta revelar nuestra posición y te entregaré a Haegr.

Tuvo claro por el olor del hereje que no intentaría nada semejante durante un rato.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Haegr.

Ragnar pensó en las diferentes opciones que tenían. Sus enemigos no podían quedarse esperando para siempre en el conducto de acceso. ¿O si podían? Maldijo la falta de puestos repetidores para los canales de comunicación y del obstáculo que suponían las diferentes capas de edificios. De repente, se le ocurrió una idea.

—Debéis de tener un modo de comunicaros con la superficie —le dijo a Antoninus.

—Por supuesto —contestó, mirando a Ragnar como si fuera un idiota—. Existen estaciones flexor de transmisión de emergencia durante todo el camino de subida que se conectan a las redes de la superficie.

—¿Donde se encuentra el punto de acceso más cercano?

—La estación Anaconda Ésta a un turno de sueño de aquí, un nivel más arriba.

—¿Está protegida?

—Por supuesto. Es nuestro santuario principal.

—Supongo que vas a decirme que no se nos debe ni ocurrir asaltarla —dijo Haegr con el mismo tono de voz petulante de un niño que sabe que sus padres le van a negar un capricho. Linus carraspeó para aclararse la garganta.

—Había un flexor en la fábrica imperial número seis —dijo—. Antes de que la destruyesen.

—No tenemos tiempo de quitar todos los escombros.

—Había un nódulo de emergencia a quinientos metros de allí. También está conectado directamente con la red principal.

—¿A cuánto está de aquí?

—En el siguiente nivel.

—¿Por qué no lo has dicho antes?

—No me preguntasteis.

Ragnar contuvo su irritación. Linus tenía razón. Haegr no fue tan comprensivo.

—¿Hay algo más que se te haya olvidado mencionar? ¿Por casualidad no habrá por ahí una salida de emergencia o un ascensor que nos lleve directamente a la superficie, o un vehículo aéreo o una división de la Guardia Imperial destinada a este lugar?

—Por supuesto que no.

El tono de la respuesta de Linus mostró lo absurda que consideraba aquellas sugerencias. Al parecer, no había sido capaz de captar la ironía.

—Entonces, ¿el flexor sigue funcionando?

—Debería. Ha estado funcionando a lo largo de estos diez mil años. No veo motivo alguno para que haya dejado de hacerlo justamente ahora.

—Si logramos conectarnos podremos comunicarnos con la superficie y conseguir apoyo.

—Pues entonces, en marcha —dijo Haegr.

Ragnar asintió y los llevó de regreso a la calle.

—Tú diriges, Linus.

El hombrecillo miró con nerviosismo hacia la parte de la calle donde esperaba ver aparecer a los zelotes. Carecía de los sentidos agudos de los Lobos Espaciales, por lo que creía que estaban mucho más cerca de lo que en realidad estaban. Luego miró a Antoninus, obviamente temeroso de que revelara su posición. Sin embargo, no tenía que haberse preocupado. El zelote continuaba amordazado y Haegr le había puesto una manaza sobre la boca por si acaso. Se alejaron en la dirección que Linus les indicó.

—¿Qué es lo que harán tus amigos ahora? —preguntó Ragnar a Antoninus después de quitarle la mordaza. Por un momento pareció que el hereje no estaba dispuesto a contestar, pero Haegr gruñó.

—Ya que no os han encontrado todavía, se dividirán por grupos y registrarán la zona. Lo más probable es que pidan apoyo y refuerzos al templo. No os dejarán escapar con vida. —Antoninus no logró evitar que se le notara en la voz la satisfacción que sentía.

Ragnar estudió el terreno que los rodeaba. Cuanto más se alejaban de la zona habitada por todos aquellos desposeídos, más derruidas parecían las chozas y más bajos eran sus techos. Unos cuantos animales inmundos los acechaban. Sin embargo, según Linus, se estaban acercando a su antiguo lugar de trabajo.

Era difícil imaginar que los humanos vivían y trabajaban en aquellos agujeros para ratas, pero él escriba insistía en que allí se habían establecido cientos de personas. La mayoría se habían mudado de sus habitáculos parecidos a celdas cuando se quedaron sin trabajo, aunque unos cuantos todavía seguían entre los escombros, llevando una existencia miserable. Linus decía que no conocían nada más que eso. Habían pasado toda su vida en la zona y no concebían la idea de trasladarse de lugar.

Ragnar reconsideró lo que pensaba del hombrecillo. Le había creído acomodaticio e incapaz de arriesgarse, pero se dio cuenta de que en realidad, si se terna en cuenta el tipo de vida que Linus había llevado, había sido mucho más emprendedor y arriesgado que la mayoría de la gente de aquella zona Al menos, se había marchado de aquel lugar y estaba pensando en alejarse todavía más Ragnar pensó de nuevo en el pecado de la relatividad Antoninus miraba alrededor con desdén. Por lo que a él se refería, la gente que vivía en un lugar como aquél estaba demasiado baja en la escala social como para que le preocupase. Era algo obvio.

Se dio cuenta de que habían ascendido al menos un nivel en el recorrido de aquella zona. La escalera era muy larga y estaba oxidada en numerosos sitios. Unas enormes telarañas bloqueaban el paso, y, según Linus, debían de haberlas tejido muy poco tiempo antes, porque la ruta todavía era utilizada en ocasiones por los viajeros y los comerciantes. La idea de que unas criaturas tan grandes acechasen por los alrededores no tranquilizó precisamente a Ragnar, aunque sabía en lo más profundo de su corazón que no las temía.

Ragnar se percató al girar otra esquina que Haegr estaba sonriendo. Un momento después se dio cuenta del motivo: había un olor familiar en el aire. No acabó de creérselo, ya que era el rastro de un Lobo Espacial.

—Creo que Torin nos está buscando —dijo Haegr—. Pronto le daremos una sorpresa.

—Tu apetito sí que me sorprende una y otra vez —dijo una suave voz burlona desde la oscuridad. El sorprendido fue Ragnar. El olor del rastro revelaba que había transcurrido bastante tiempo desde que Torin había pasado por allí, lo que indicaba que su camarada había estado dando vueltas para pillarlos con el viento a favor. Ragnar se preguntó si había sido completamente deliberado. Dudaba mucho que su camarada del Cuchillo del Lobo se lo dijera alguna vez—. Sabía que acabaríais pasando por aquí más tarde o más temprano.

Estaban al mismo nivel del mundo subterráneo, lo que significaba que sus comunicadores debían funcionar a distancias relativamente cortas.

—¿Por qué no has intentado ponerte en contacto con nosotros? —le preguntó Ragnar.

—Por la misma razón por la que tenéis apagadas vuestra balizas localizadoras: por seguridad. Si alguien ha traicionado la misión, ¿quién sabe si nuestros enemigos poseen las frecuencias de nuestros canales de comunicación o los de la Casa Belisarius? Los repetidores se pueden pinchar, y los canales de frecuencia corta se pueden interceptar con los aparatos adivinatorios adecuados. —Ragnar sabía que su camarada estaba en lo cierto—. Me alegro de ver que seguís vivos —continua diciendo Torin—. Pensé que a Haegr se le había acabado de comer bueyes enteros después de ver las heridas que había sufrido.

—¡Ja! Hace falta mucho más que unos cuantos simples arañazos para afectar al poderoso cuerpo de Haegr. ¿Qué le ha pasado a tu escolta de belisarianos?

—Los emboscaron. Me abrí paso con media docena de ellos y les ordené que regresaran a la superficie mientras yo os buscaba. Sabía que te haría falta ayuda ya que tendrías que cuidar de Haegr.

—El poderoso Haegr no necesita ayuda alguna de un cachorro.

De repente, todos se pusieron a hablar a la vez.

—¿Quiénes son vuestros amigos?

—¿Cómo nos encontraste?

—Tranquilos, sólo tuve que seguir el rastro de los almacenes de comida vacíos que iba dejando Haegr.

—Linus es nuestro amigo. Antoninus es un prisionero. Tiene información que nos puede ser útil.

—No he tenido tiempo para vaciar almacenes. Ojalá hubiera tenido la oportunidad.

—¿Adónde ibais?

—Hay una estación repetidora de emergencia en la fábrica de engranajes. Vamos a ponernos en contacto con la superficie por el canal de emergencia.

—Bien pensado. Seguro que Haegr no tuvo nada que ver con la idea.

—Una paliza, Torin. Estás a punto de recibirla…

Ragnar se alegró de haber encontrado a su compañero o de que él los hubiera encontrado. Torin había estado buscándolos por todos lados y acechando patrullas de zelotes para conseguir información sobre su paradero. Por supuesto, no había podido seguirlas a todas, pero se había enterado de unas cuantas cosas.

Los zelotes eran mucho más numerosos en aquella zona de lo que nadie se había imaginado, pero en aquellos momentos estaban dando vueltas sin sentido al haber perdido a su profeta. Al parecer, el psíquico era su jefe, al menos en aquella zona. Por lo que sabía, exigía dinero y comida a los habitantes del lugar a cambio de protección.

Según Torin, se trataba de un negocio tan viejo como la vida misma en Terra.

—Lo que me ha sorprendido es enterarme de lo poderosa que es la Hermandad aquí abajo. Creo que tienen alguna clase de organización militar que ha ido creciendo. Me parece que ya podemos esperar una rebelión y combates abiertos en la superficie dentro de nada.

Aquello no sorprendió lo más mínimo a Ragnar. Seguía una pauta que ya había visto antes muchas veces.

—Me temo que hará falta algo más que el poderío de la Casa Belisarius para enfrentarse a esto —pronosticó Torin—. Los fanáticos son numerosos y están bien armados. Puede que necesitemos forjar nuevas alianzas para vencer esta rebelión, y lo necesitaremos pronto.

—Pues entonces ha venido bien que lo hayamos descubierto —dijo Ragnar.

Seguían a Linus mientras hablaban, obligando a avanzar al zelote a punta de pistola. Torin y Haegr intercambiaban bromas y pullas. La presencia de su antiguo camarada había obrado un milagro en la recuperación de Haegr. El techo bajó y el olor a polvo y a ladrillo roto se hizo más fuerte. Se encontraron con más ratas y arañas gigantes. Linus asintió para indicar que ya estaban cerca.

Unos momentos más tarde doblaron una esquina y se encontraron cara a cara con un panel de plastiacero que cubría un trozo de pared. Toda la superficie del panel estaba cubierta de runas de advertencia y de indicaciones en el idioma local.

—Ya hemos llegado —dijo Linus—. Aunque lo cierto es que no sé cómo vamos a abrirlo sin la llave apropiada.

Haegr arrancó el panel con una sola mano.

—¡Eso va contra la ley! —exclamó Linus.

—Estoy seguro de que los arbites aparecerán en cualquier momento para arrestarme —le replicó Haegr.

Torin revisó con atención el viejo aparato repleto de cal de cobre y de paneles de ceramita. Pulsó unas cuantas runas: estaba efectuando leves ajustes a los controles para afinarlo respecto a las letanías básicas de ingeniería. Efectuó también unos cuantos protocolos de comprobación en el canal de conexión, y unos instantes después comenzó a enviar impulsos de comunicación a la superficie. Al parecer, le llegó una respuesta, pero había sellado el circuito de manera que ni Ragnar ni Haegr pudieran oír lo que le decían.

—Llegará un equipo de recogida dentro de pocas horas —les dijo Torin con expresión satisfecha—, y nos sacarán de aquí.

—Ya era hora —comentó Haegr—. Deberíamos haber salido de aquí hace un día.

—Más vale tarde que nunca —contestó Torin. Luego, se dirigió a Antoninus—. Bueno, ¿qué te parece si nos dices unos cuantos de tus secretos?

Ragnar echó un vistazo al cronómetro. El equipo de recogida llegaba tarde. Ya habían pasado tres horas y no habían recibido ninguna señal. Miró a Torin, quien se encogió de hombros.

—Quizá se han encontrado con algún problema inesperado —explicó—. Ya llegarán. Valkoth en persona está al mando.

—Eso me tranquiliza —dijo Haegr—. Si hubieran enviado a uno de esos payasos belisarianos con sus uniformes tan bonitos a lo mejor se habría perdido.

—No todo el mundo posee tu sentido de orientación infalible. Aunque me acuerdo de que hasta tú te has equivocado de vez en cuando. ¿Recuerdas aquel incidente con los orkos en Hera V?

—Ya sabía yo que sacarías eso —exclamó Haegr—. Un hombre puede acertar mil veces, como es el caso del poderoso Haegr, pero como cometa un pequeño error…

—Llevarnos de cabeza al campamento del caudillo orko en vez de al Palacio Imperial no es un pequeño error —lo cortó Torin.

—No te oí abrir la boca para decir que me estaba equivocando —replicó Haegr.

—Estaba inconsciente en aquel momento, justo después de que me dieras por accidente con ese peligroso martillo tuyo.

—Siempre sacas eso también. Un pequeño accidente…

—Es difícil olvidar algo así cuando ha sido tu cráneo el afectado.

Ragnar creyó al principio que el gigante no hacía caso a Torin, pero un instante después se dio cuenta de que Haegr estaba intentando oír algo. Lo mismo hizo Torin, ya que la siguiente pulla no pasó de sus labios.

—Ése no es Valkoth —dijo Haegr.

Unos momentos después, Ragnar se percató de lo que estaba hablando al oír unos pasos furtivos acercándose a ellos y distinguir un leve pero claro rastro a seres humanos. El olor estaba compuesto por una mezcla de carne, incienso, humo de cigarrillo narcótico y una docena más de aromas. No era el olor de Valkoth ni de ninguno de los soldados de la Casa Belisarius.

—Nos han encontrado otra vez —dijo Haegr, aunque no sonó muy decepcionado por ello—. Me parece una coincidencia demasiado rara.

Ragnar se preguntó si los habían traicionado de nuevo.

—Quizá han rastreado la señal que enviamos —dijo.

—Quizá —contestó Torin.

Antoninus comenzó a sonreír de nuevo. A Ragnar le entraron ganas de borrarle de un golpe aquella sonrisa. Era evidente que a Torin le apetecía lo mismo.

—Podemos tenderles una trampa. Dejamos inconsciente a este tipo y le llenamos el cuerpo de explosivos. Con un poco de suerte se convertirían todos al mismo tiempo en mártires de la santa causa.

La sonrisa de Antoninus desapareció como por ensalmo. Linus pareció escandalizado.

—No haríais algo así, ¿verdad que no?

Torin se encogió de hombros. Fue Haegr quien contestó.

—Casi no merece la pena. Yo propongo que salgamos y matemos directamente.

—Ya veo que vuelves a demostrar tu genio táctico —dijo Torin—. Al menos, vamos a intentar averiguar cuántos son cuántos pasillos tienen cubiertos.

—¿Y echar a perder toda la diversión?

—Tienes razón. ¿En qué estaría pensando? ¡Ah, sí! Ahora me acuerdo: en mi deber, que es regresar y proteger a la Casa Belisarius descubriendo al traidor que nos ha tendido trampa.

—Bueno, visto de esa manera…

Ragnar percibió que se había encendido un glifo en su área de visión. Sonó un leve campanilleo en el microrreceptor que llevaba en el oído y oyó la voz de Valkoth un momento tarde.

—Estamos en el mismo nivel que vosotros y captamos la señal de vuestras balizas. Éstos pasillos son un laberinto, así que puede que tardemos un poco en llegar hasta donde estáis.

—Me parece que el enemigo ha conseguido encontrarnos antes —contestó Torin—. Para llegar, sólo tenéis que prestar atención a los sonidos de la matanza.

—Hemos tropezado con algunos miembros de la Hermandad. Por eso no hemos llegado antes —les comunicó Valkoth—. Aguantad hasta que alcancemos vuestra posición Alabado sea Russ.

Torin soltó una carcajada después de que se cortase la comunicación.

—Es agradable enterarse de que el viejo tiene confianza en nosotros. Me gusta el modo tan tranquilo en que nos dice que debemos aguantar hasta que llegue aquí.

—Conoce la valentía del poderoso Haegr —dijo el gigante—. Sabe que os mantendré con vida hasta que llegue bueno, con un poco de ayuda de Ragnar, por supuesto.

—Bueno, y yo supongo que siempre me queda el recurso de utilizar tu corpachón hinchado como escudo. Seguro que es mejor que una barrera de sacos de arena.

—Me temo que voy a tener que darte otra paliza, Torin.

—Más tarde —dijo Ragnar al percatarse de la aparición de unas cuantas siluetas envueltas en sombras a lo lejos.

Antoninus siguió la dirección de su mirada, pero era obvio que no lograba ver nada de aquello. Tenía aspecto de estar pensando en echar a correr, pero Haegr lo derribó con un pequeño golpe con el puño.

—Sería una pena que lograra escaparse después de haber conseguido traerlo hasta aquí. —Levantó el cuerpo tirado en el suelo y lo lanzó por el umbral de la puerta con una sola mano—. Si acaso ya volveremos a por él más tarde. Será mejor que te reúnas con él, hombrecito. Puede que las cosas se pongan complicadas aquí afuera. Tú asegúrate de que no se larga.

Ragnar pensó que lo último fue un poco cruel. Linus tenía el aspecto, y olía, como si estuviese a punto de desmayarse.

—Será mejor que nos pongamos manos a la obra —dijo Torin.

Linus se apresuró a ponerse a cubierto y dejó a los tres Lobos Espaciales preparados para enfrentarse a los enemigos que se les acercaban. Parecía que eran bastantes, y se aproximaban por todos los pasillos con acceso al lugar. No cabía duda alguna de que había más avanzando por detrás de la primera oleada. Ragnar alzó la pistola y disparó unos tiros contra la muchedumbre a lo lejos. Los proyectiles no podían fallar ante tantos cuerpos apelotonados. Se oyó un grito.

—Como pescar peces en un barril —comentó Haegr, apoyado en el mango de su martillo. La presión de la barra de metal hizo que sus ya de por sí orondas mejillas resaltaran más todavía—. Podría haberle acertado a ese tipo desde aquí con mi martillo.

Ragnar se giró y lo miró con cara de asombro.

—Acaso lo dudas ¿Dudas del poderoso Haegr?

Arrojó el martillo sin esfuerzo aparente por el pasillo. Llegó bastante lejos, y Ragnar oyó el crujido de los huesos al partirse y notó un fuerte olor a sangre.

—Supongo que ahora tendré que ir a recogerlo.

Se alejó antes de que a Ragnar le diera tiempo a decir nada, así que miró a Torin.

—Haegr va por su cuenta —dijo Torin—. Pero no te preocupes. De algún modo, siempre logra sobrevivir.

Ragnar oyó el estampido de las granadas al estallar y vio la gruesa silueta de Haegr recortada por los destellos de las explosiones. Sus carcajadas resonaron por todo el pasillo. Era obvio que las granadas las estaba lanzando él, y por las risas también parecía que era él quien se lo estaba pasando bien.

—A lo mejor deberíamos ir a echarle una mano —dijo Ragnar.

—No, se enfadaría porque le estropearíamos la diversión. Además, alguien tiene que quedarse aquí para asegurarse de que nadie lo ataca por la espalda.

Los dos Lobos Espaciales se habían colocado de forma instintiva de manera que cubrieran pasillos separados. Más zelotes comenzaron a llegar por otros caminos, mientras muchos más se desplegaban a su retaguardia.

Ragnar se agazapó en el umbral de una puerta para presentar un blanco menor y disparó de nuevo. La respuesta esa vez fue una lluvia de proyectiles de bólter y de rayos láser. Dudaba mucho que ninguno de sus atacantes pudiera verlo. Estaban disparando al azar, pero eso no importaría si uno de sus disparos acertaba en un punto débil de su armadura.

¿Cuánto tiempo tardaría en llegar Valkoth?