Los herejes siguieron avanzando por el pasillo y acercándose a través de las estancias adyacentes. Los feroces aullidos de Haegr le indicaron a Ragnar que el enorme Marine Espacial había trabado combate cuerpo a cuerpo con el enemigo, y el crujido de los cráneos al hundirse y los chasquidos de los demás huesos al partirse le indicaron que había recuperado su martillo Los proyectiles bólter y las balas de las armas automáticas repiqueteaban contra el plasticemento alrededor de Ragnar, mientras que los rayos láser lo hacían burbujear y oler como asfalto quemado. Pensó por un momento meterse en el interior de la estancia, pero era un lugar sin salida: una trampa letal silo acorralaban allí dentro o si el enemigo tenía granadas o cualquier clase de arma pesada. Era evidente que antes podría acabar con muchos de ellos, pero quedarse acorralado generalmente significaba un desastre.

—¡Odio tener que decirlo, Torin, pero quizá Haegr ha tenido la idea correcta! —exclamó Ragnar.

—¡Yo también empiezo a pensar lo mismo! —gritó Torin a su vez para hacerse oír por encima del fragor del combate—. ¡Cúbreme!

—Haré lo que pueda —contestó Ragnar, agachándose de nuevo y disparando primero a un lado y después a otro.

En cuanto lo hizo, Torin echó a correr para cruzar la calle y meterse en otra abertura, sin hacer caso de la lluvia de proyectiles que lo siguió pegada a los talones. Un segundo después de haber cruzado la abertura surgió una mano que envió una granada por el pasillo hacia sus atacantes. Los gritos de dolor le confirmaron a Ragnar que la explosión había alcanzado a varios de ellos.

Le tocaba a Ragnar. Salió semiagachado al pasillo y corrió hacia los atacantes. El humo que se arremolinaba en el lugar lo ocultaba a los ojos del enemigo, y la densidad de su fuego parecía haber disminuido.

Ragnar confiaba en que podría hacer algo más que simplemente contener a sus atacantes. En cuanto estuviera en medio de ellos no podrían dispararle por temor a herir a sus propios camaradas. Lo único de lo que tendría que preocuparse sería de mantener a salvo su propio pellejo con armadura. Le abochornaba que Haegr hubiera tenido la idea correcta, aunque lo cierto era que el gigantón era un experto en la lucha de túneles, así que tampoco era una sorpresa.

Ragnar oyó a sus enemigos murmurando delante de él. Un hombre gemía y maldecía azotado por el dolor mientras sus compañeros le chistaban para que se callase. Una voz de mando daba órdenes. Ragnar lanzó una granada en aquella dirección y se dejaron de oír órdenes, aunque nuevos gemidos y aullidos de dolor se unieron a los primeros.

Desenvainó la espada sierra en cuanto salió de la humareda y se encontró cara a cara de nuevo con los miembros encapuchados de la Hermandad. No esperó a que se dieran cuenta del peligro que se les echaba encima. Se colocó de un salto entre ellos y comenzó a golpear a izquierda y derecha. Matando según avanzaba. No mostró piedad alguna, ni siquiera con los heridos y los pisoteó al pasar por encima, aplastando manos, cabezas y costillas con sus pesadas botas. Había visto demasiadas veces a hombres heridos incorporarse para disparar de nuevo, y no estaba dispuesto a correr ese riesgo.

La furia increíble de su ataque repentino aterrorizó a los zelotes. No sabían que se enfrentaban a un solo hombre. Lo único que sabían era que un demonio furioso había surgido del humo de la batalla y los estaba matando a todos. Ragnar pasó a través de ellos coipo un torbellino mortífero. Nadie fue capaz de enfrentarse a él sobrevivir. La espada sierra partía los cañones de los rifles láser que los herejes alzaban de forma apresurada para protegerse. Las chispas saltaban por todos lados, y el gemido del metal cortado se entremezclaba con los aullidos de los moribundos.

Su furia no amainó ni siquiera cuando sus enemigos comenzaron a huir. Se lanzó a perseguirlos, a pesar de que lo superaban en número en una proporción de decenas contra uno, literalmente. Ragnar se dio cuenta que sólo había combatido contra la vanguardia cuando sus presas tropezaron de frente con los camaradas que los seguían. Sin embargo, eso no le hizo aminorar su ataque. No dejó de golpear a diestro y siniestro mientras los herejes tropezaban entre sí y caían al suelo uno sobre otro. Disparó el bólter a quemarropa y lanzó el ululante aullido de guerra de su Capítulo, que reverberó por todo el pasillo.

Partió huesos sin cesar, y la sangre, la carne y los demás restos quedaron atrapados entre los dientes de la espada sierra. La fricción de su rápido movimiento calentó todo aquello hasta el punto que empezó a soltar un hedor nauseabundo. Siguió dando tajos, cortando miembros y abriendo cráneos como haría un isleño al partir un coco con un machete. Oyó de nuevo a alguien gritando instrucciones y ordenando a los herejes que permaneciesen firmes en el nombre de la Luz. Dijo que ellos vencerían al final. Ragnar se dirigió hacia aquella voz. Sabía que sí lograba matar al jefe, lograría crear más pánico y desorganización.

Uno o dos de los herejes intentaron enfrentarse a él al oír las órdenes. Uno de ellos llegó a ponerse el rifle automático al hombro para dispararle a quemarropa. El Lobo Espacial saltó a un lado y la ráfaga de proyectiles pasó muy cerca. Alzó la pistola bólter y mató a su atacante de un único disparo, silenciándolo para siempre.

Alguien le tiró de una de las piernas y sintió que algo se le clavaba en la parte posterior del muslo. Ragnar bajó la mira y vio a un herido que le había metido un cuchillo de combate por una juntura de la parte posterior de la guarda de la rodillera. El instinto le indicó a Ragnar que no era ni grave ni capaz de reducir su avance, pero fue un aviso para que tuviera más cuidado. Le soltó una patada al individuo y le dio de lleno en la cara, haciendo que la cabeza girare bruscamente hacia atrás. Oyó el crujido de las vértebras al partirse. Le pareció que estaba perdiendo la iniciativa.

Más y más disparos le impactaban contra la armadura, y sentía la fuerza de los proyectiles como martillazos. Algo rozó la frente de Ragnar, provocándole una hemorragia y enviando oleadas de dolor por toda la cabeza, seguida de un momento de negrura. Le pareció que se había confiado demasiado. Había demasiados oponentes para poder vencerlos aunque fuera un Lobo Espacial. Retrocedió, y mientras lo hacía, los herejes se reagruparon y desenvainaron sus armar dispuestos a cortarlo en pedazos. Ragnar saltó hacia atrás y apretó varias veces el gatillo de la pistola bólter. En los cuerpos agolpados aparecieron varios agujeros que los atravesaron por completo Lanzó un aullido y su esfuerzo se vio recompensado por el eco de un grito de guerra familiar que resonó en las cercanías.

Captó el olor familiar a cuerpo fenrisiano y a ceramita endurecida por encima del hedor a sangre y a vísceras desparramadas. El grupo de rescate de Valkoth debía de estar cerca. Sólo necesitaba resistir un poco más.

Dejó escapar un rugido de desafío. No iba a resistir, iba matar y matar, y mandaría al infierno a todos los enemigos que pudiera, como un verdadero guerrero de Fenris. La bestia que albergaba en su interior estaba repleta de un ansia asesina, y la parte más cuerda de su mente lo aprovechó al máximo. Sabía que si atravesaba la muchedumbre de enemigos podría llegar hasta Valkoth.

Atacó de nuevo, guiado en parte por un instinto salvaje y en parte por un frío cálculo de probabilidades. Reunió las fuerzas que le quedaban y se lanzó adelante, golpeando a un lado y a otro con la espada sierra, cortando cabezas y brazos con cada mandoble, dejando que los enemigos resbalaran y cayeran sobre sus propios intestinos vaciados.

La furia de aquel nuevo ataque tomó por sorpresa durante unos momentos a los herejes, Ragnar se abrió paso hacia los belisarianos que se aproximaban. Pero los fanáticos no tardaron en recuperarse de la sorpresa inicial. Fuesen cuales fuesen sus defectos, la falta de valentía no se encontraba entre ellos. Algunos de los heridos se le agarraron a las piernas en un intento por detenerlo. Otros le apuntaron con sus armas. Una oleada de sectarios se abalanzó sobre él para tirarlo al suelo e inmovilizarlo de brazos y piernas. Fue un error: ni dos hombres juntos eran lo bastante fuertes para hacerlo. Los arrojó por los aires de uno en uno para que se aplastaran contra las paredes o contra sus camaradas zelotes. A otros les abrió la cabeza con la culata de la pistola bólter. Intentar inmovilizarle el brazo de la espada era como intentar agarrar las fauces de un tigre.

Sin embargo, siguieron atacándolo, y sus compañeros siguieron disparando. No les importaba que sus balas acertaran más en los cuerpos de sus camaradas que en la armadura de Ragnar. Todos estaban poseídos por la locura del combate y el caos de la batalla. Se dio cuenta de que ninguno de ellos tenía una idea tan clara de lo que estaba ocurriendo como él. El resplandor de las armas y el humo de los disparos los confundían, lo mismo que el estruendo de los estampidos. Lo único que veían era una enorme figura envuelta en sombras que se movía entre ellos con una velocidad sobrenatural. Incluso cuando no caían presas del pánico sentían un deseo natural de ponerse a disparar, de hacer algo, cualquier cosa, ante aquella amenaza.

Ragnar le dio una patada en la cabeza a un fanático que estaba tendido en el suelo boca abajo y que le estaba disparando con una pistola. El golpe le dio de lleno en la cara con una fuerza tremenda y envió dientes y trozos de hueso por los aires. Un momento después atravesó el gentío y llegó hasta Valkoth, que estaba a la cabeza de un grupo de belisarianos con uniformes negros que se dirigían hacia él. Sabía lo que vendría a continuación, por lo que dio media vuelta y se puso de cara hacia los zelotes. Valkoth y sus hombres se pusieron a su lado en un instante, y el combate volvió a ser un cuerpo a cuerpo mortífero.

—Por Russ, Ragnar, ya podías habernos dejado unos cuantos para nosotros —dijo Valkoth.

Su actitud taciturna parecía incrementarse en mitad del combate. Movió la cabeza un poco y un rayo láser pasó siseando a su lado. Alzó con facilidad el bólter y le disparó a su atacante. Sólo hizo un disparo, pero fue más que suficiente. Valkoth mostraba una precisión en su modo de combatir que era muy extraña en un Lobo Espacial, y, sin embargo, seguía siendo letal.

—Creo que quedan unos cuantos —le contestó Ragnar a la vez que se agachaba para esquivar una bayoneta. Luego partió el cañón del rifle y al hombre que lo empuñaba por la mitad con su golpe de respuesta.

—Me alegro de oírlo —replicó Valkoth mientras enviaba a otro hereje al infierno de un único disparo. Después le abrió la frente con el cañón del arma a otro zelote que se había lanzado a la carga contra él. El hombre todavía no había acabado de llegar al suelo cuando Valkoth ya le había pegado un tiro antes de seguir avanzando.

Se dirigieron hacia el pasillo donde se encontraba Torin, quien estaba resistiendo el ataque de los zelotes desde detrás de una barrera de cadáveres.

Ragnar se preguntó por un momento si su camarada realmente había sido capaz de matar a todos aquellos hombres solo y después obligado a retroceder a los demás, pero luego pensó en todos los que había matado él y se dio cuenta de que era más que posible.

—La situación está bajo control aquí. Creo que deberíais ir a ver qué tal anda Haegr —les dijo Torin—. Lo más probable es que haya metido el pie en algún cubo.

Valkoth comenzó a dar órdenes a los belisarianos antes de que Torin acabase de hablar. Los guardias se dirigieron hacia las posiciones de los atacantes de Torin.

—Vamos juntos —le gritó Valkoth, y se encaminó hacia donde estaba Haegr. A unos cien metros se encontraron con los primeros cuerpos machacados y oyeron los ruidos cada vez más lejanos del combate. Un poco más adelante oyeron gritar a Haegr.

—¡Volved y luchad como hombres!

—Sin duda se cree que si les chilla lo bastante fuerte le obedecerán —comentó Torin con sarcasmo.

—No veo ninguna señal de un cubo —dijo Valkoth.

—Tan sólo es cuestión de tiempo —insistió Torin—. Lo sabes tan bien como yo. Bueno, será mejor que nos reunamos con él antes de que se caiga por el hueco de un ascensor mientras intenta persuadir a esos zelotes para que regresen y así los pueda matar.

Atravesaron varios lugares donde vieron muestras de una terrible matanza. Los cuerpos retorcidos y destrozados yacían por todas partes, con las cabezas aplastadas o convertidas en gelatina pulposa. Las costillas rotas sobresalían de las cajas torácicas desgarradas. Ragnar había visto cuerpos arrollados por Land Raiders que no habían quedado ni mucho menos tan machacados.

—Me sorprende que no se parara a tomar un bocado —dijo Torin, pero al ver los gestos de disgusto de sus dos camaradas lo explicó—. Bueno, es que no habrá comido nada más que una pequeña orca asesina en las últimas horas.

Vieron a Haegr poco después. Estaba cubierto por restos humanos. Tenía la armadura y la cabeza del martillo decorada con sangre, trozos de cerebro y otras sustancias menos reconocibles. Miró a su alrededor y los vio.

—No os habéis perdido gran cosa. Apenas merecía la pena matar a estos gusanos.

—La misión ha tardado un poco más de la cuenta en llevarse a cabo —dijo Valkoth con cierta acritud.

—Es lo que pasa a veces —le contestó Haegr con descaro y sin amilanarse—. Ningún plan sobrevive intacto al contacto con el enemigo, y eso es algo que sueles decir a veces.

—Son las palabras de un antiguo filósofo, no son mías.

—Bueno, pues son las primeras palabras sensatas que he oído jamás de la boca de un filósofo.

—Eso es algo inaudito —los interrumpió Torin con sorna—. Aquí estamos, en las ruinas bajo la superficie de Terra hablando de filosofía con Haegr. ¿Qué será lo próximo?

—No estamos hablando de filosofía —le espetó Haegr. Por el tono iracundo de su voz parecía que Torin lo había acusado de intentar seducir a una oveja.

—Eh, no interrumpáis vuestro debate intelectual por mí —insistió Torin con malicia.

Haegr se quedó callado en un silencio enfurruñado. Cruzó los grandes brazos sobre el pecho y soltó un fuerte bufido. Valkoth miró a Torin.

—Debemos irnos —le dijo—. Después de todo, os he rescatado, y tenéis vuestros deberes que cumplir en la superficie.

—¡Que nos has rescatado! —exclamaron Torin y Haegr mismo tiempo.

—La situación estaba bajo control —añadió Torin.

—El poderoso Haegr se hubiera abierto paso combatiendo hasta la superficie, llevando consigo si fuese necesario a sus camaradas de constitución frágil —replicó a su vez Haegr.

Ragnar se dio cuenta de que las largas guías del bigote de Valkoth estaban retorcidas de un modo extraño alrededor de comisura de la boca. Se preguntó si se estaría burlando de ellos. ¿Es que Valkoth tenía un extraño sentido del humor?

—Será mejor que recoja a nuestro prisionero y a nuestro guía —dijo Ragnar.

—¿Un guía? —soltó Valkoth con un tono de voz incrédulo.

—Nos ha ayudado —explicó Ragnar con cierta inocencia—. Además, creo que se le debería recompensar de forma apropiada.

Ragnar miró alrededor en su estancia, contento de estar de nuevo en la superficie, muy consciente de las comodidades del lugar y de su seguridad. Se tumbó en la cama y se quedo mirando al techo recargado de decoración. No, se había equivocado. No existía la seguridad en la Tierra. Era una quimera. Había traidores por todos lados, incluso en aquel lugar, y en poco tiempo habría que sacarlos a la luz. No había ningún lugar del Imperio que fuese verdaderamente seguro, no como los antiguos habían entendido antaño aquella palabra. Aquél era un lugar de intriga y peligro, de fanáticos poseídos por un odio religioso ardiente y una furia justiciera.

Sonrió. Había oído hablar de los Lobos Espaciales en esos mismos términos, y sabía que algunos de los Capítulos de Marines Espaciales se enorgullecían del celo y de la devoción fanática con que cumplían sus deberes. Pensó si existiría tanta diferencia entre la Inquisición y la Hermandad. Existían muchas similitudes entre ambas organizaciones. Ambas estaban dedicadas a la defensa de la humanidad frente a los mutantes, y ambas estaban compuestas por fanáticos entregados a su misión. ¿Por qué hablar sólo de la Inquisición? Su propio Capítulo era tan culpable de aquellos cargos como la Hermandad. Pero claro, su Capítulo hacía lo correcto. Ragnar casi se echó a reír. Por supuesto, eso era precisamente lo que le habían enseñado, y eso era lo que creía, y en ese sentido, no era diferente a Antoninus.

Se quedó en la cama durante mucho tiempo enfrentándose al pecado de la relatividad.