Xenothan continuó avanzando por el palacio siguiendo los datos que recibía de la base de datos principal del canal de comunicaciones. Había memorizado, por si acaso, los planos que le había proporcionado el traidor, pero hasta ese momento no había tenido que utilizarlos. Conocía la zona por las muchas veces que se había infiltrado disfrazado, pero eran lugares públicos y los sectores con menos medidas de seguridad. Se encontraba ya en el núcleo del palacio. Los rasgos alterados de la cara ocultaban su emoción. Era la emoción de la caza. Ésa noche estaba al acecho de una presa peligrosa que le: proporcionaría el mayor premio de todos. Ésa noche alteraría la historia del Imperio durante generaciones. Era una misión merecedora de su talento.

Una joven sirviente se acercó a él con expresión atemorizada.

—¿Qué ocurre, señor? —le preguntó. Debido a la tensión del momento había olvidado el protocolo habitual y le había hablado sin que él le dirigiera la palabra—. ¿A qué se debe la alerta?

—Nos atacan —respondió Xenothan con el tono adecuado de pánico en la voz. Sabía que cuanta más confusión y alarma provocara, mejor.

—Todos los guardias se están dirigiendo hacia las criptas. Eso está prohibido.

«Sí que lo está», pensó Xenothan, y le hemos planteado un serio dilema a la Casa Belisarius. ¿Qué les dirían a los hombres sobre los que viven allí abajo? ¿Qué harían con ellos? Quizá los enviaran a algún mundo infernal lejano y los sustituyeran por otros. La respuesta más obvia al dilema era la muerte de todos, .pero no tenía muy claro que la Celestiarca poseyera la fortaleza de carácter para hacerlo. Sí, probablemente. Los Navegantes eran capaces de cualquier cosa cuando su supervivencia estaba en juego.

Bueno, lo cierto era que en muy poco tiempo iba a darles otros motivos para preocuparse. Xenothan se dirigió hacia la sala del trono. Su objetivo estaba por fin al alcance de su mano.

Ragnar habló con rapidez por el canal de comunicación.

—¿La Celestiarca está a salvo? —preguntó.

—La protegen Torin y una compañía de guardias en la sala del trono. No nos dio tiempo a llevarla a las criptas cuando la alarma sonó.

—Trasladarla —dijo Ragnar.

—¿Cómo? —exclamó Valkoth.

Ragnar le explicó rápidamente las sospechas que tenía. Necesitaban asegurarse de que no estuviera donde todo el mundo se esperaba. Si había un traidor y se producía otro ataque, era lógico suponer que los asesinos sabrían precisamente dónde atacar. Ragnar incluso pensó en la posibilidad de sugerir que la trasladaran a una nave y la llevaran a la órbita de espera del planeta, pero lo más probable era que los atacantes ya hubieran previsto esa opción y que estuvieran preparados para anularla. Las tropas comenzaron a pasar en masa a su alrededor de camino a las criptas.

—Ragnar tiene razón —dijo Torin—. No podemos arriesgarnos.

Valkoth habló de nuevo.

—No hay ninguna señal de un ataque aquí arriba.

—Eso no significa que no se esté preparando uno.

—Sí, tienes razón. Torin, explícale a la Celestiarca que tiene que marcharse de ahí. Dile que le sugiero con todo el respeto que baje a las criptas.

Bien, pensó Ragnar. No era el primer sitio que se le ocurriría a su enemigo, y además ya estaba repleto de tropas belisananas. Por supuesto, la situación allí abajo todavía tenía que estabilizarse, pero lo más probable era que así sucediera anta de que la Celestiarca bajara.

—Ragnar, toma la quinta compañía y asegura la zona defendible más cercana a la entrada del conducto número nueve. Comunícamelo inmediatamente cuando lo hayas hecho —le ordenó Valkoth.

—Inmediatamente —repitió Ragnar—. Ven conmigo —le dijo a Gabriella—. Tenemos órdenes.

La experiencia le indicó a Xenothan que algo iba mal. No había tanta seguridad en la zona como debería haber. Le habían dado el alto bastantes veces, pero su apariencia, junto a los pases y a los ritos que el traidor le había proporcionado, le permitieron pasar sin ningún problema. Casi. Aquéllos que dudaron un poco vivieron tan sólo unos cuantos segundos más. En aquel lugar deberían estar pidiéndole el santo y seña de forma casi constante, pero no había demasiados guardias.

¿Era posible que el enemigo hubiera adivinado que se acercaba y hubiera cambiado de estrategia? ¿Lo habrían traicionado a él? Pensó por un momento en cancelar la operación, pero sólo fue un momento. Su señor no aceptaría otra cosa que no fuese un éxito completo. De todas maneras, no había nada que sugiriese que había fracasado. Decidió seguir adelante. Sin embargo, antes tenía que encontrar un lugar para conectarse al canal de comunicación principal para que los fanáticos supieran que se había producido un cambio de planes. Necesitaba saber si habían trasladado a la Celestiarca, y si era así, debían retrasar su marcha, o incluso detenerla si era posible.

Sonrió. Aquéllos pequeños contratiempos eran parte de la caza. Harían que su triunfo fuese más placentero cuando los superara.

Ragnar acabó de supervisar la limpieza final de enemigos del hangar de almacenamiento. Aparecieron más fanáticos de los que se esperaba, y habían combatido con una eficacia mortífera sorprendente. Su destacamento había sufrido bastantes bajas antes de vencer por completo a sus oponentes. Ordenó que se fortificase la zona. Había desplegado a algunos de sus hombres para que vigilasen las rutas de entrada a su posición, pero mantuvo al grueso de su fuerza en reserva. Sabía que los podían atacar desde cualquier lado.

Gabriella lo observaba todo con atención. Tenía el rostro cubierto de suciedad y lleno de arañazos y sangre. Había sufrido algunas heridas leves en los combates y un médico le estaba colocando con rapidez piel sintética para cubrirlas. La piel natural ya la estaba absorbiendo.

—Jamás pensé que tendría que luchar aquí —dijo.

—No existen lugares que estén completamente a salvo —le contestó Ragnar—. Tienes que estar preparada para luchar en cualquier sitio.

—Lo has expresado como un verdadero Lobo Espacial —replicó ella—, pero dime, ¿qué te parecería luchar en el lugar donde has nacido y crecido?

—Lo he hecho —contestó Ragnar de forma inmediata mientras recordaba lo sucedido hacía ya tanto tiempo—. Vi morir a mi padre y a toda mi familia esclavizada.

—Vaya, eso no me tranquiliza, Ragnar.

—No pensé que fuera a hacerlo —contestó al mismo tiempo que se daba cuenta de lo que había dicho. Ella sonrió.

—Eso me pasa por preguntar.

—No, no es así. Estamos en tu hogar. Tienes derecho a estar furiosa. Además, todavía tienes que seguir luchando si quieres conservarlo.

—Son palabras de un fenrisiano.

—Éstas palabras son ciertas las diga quien las diga. En este universo hay muy pocas cosas que podamos hacer aparte de luchar por nuestro hogar si queremos conservarlo. Hay muchos enemigos que querrían arrebatárnoslo.

—Eso es más cierto todavía si eres un Navegante.

—Es cierto para todo el mundo, incluidos los Marines Espaciales.

Xenothan continuó cruzando el palacio al acecho de su presa. Tal como estaba la situación aquella noche era posible que no tuviera la oportunidad de atacar a su objetivo, pero no estaba dispuesto a aceptar la derrota. Podía quedarse en el interior del edificio, ocultarse en algún lugar recóndito y esperar que llegara el momento oportuno. No, no serviría de nada. Después de lo ocurrido aquella noche quedaría al descubierto la identidad del traidor y la seguridad se redoblaría. Era esa noche o nunca. La única decisión que le quedaba por tomar era si continuaba con la misión o si abandonaba el palacio.

Sonrió. Nunca había existido la posibilidad de que abortara el plan. Era el momento culminante de su carrera, algo de lo que hablarían en su organización durante siglos si lo lograba. No, se dijo a sí mismo, cuando lo lograra.

Impartió unas cuantas órdenes más por el canal de comunicación. Sus seguidores se estaban acercando a lo que creían era la escolta de la Celestiarca. Realizó unos cálculos rápidos. Podrían lograr una superioridad numérica temporal en ese punto, dos pisos más abajo. Los belisarianos estaban desplazándose por las rampas, lo que era algo muy sensato. No querían quedar atrapados en un ascensor o en un montacargas. Existían demasiadas posibilidades de que algo saliera mal.

Ordenó que los interceptaran, aunque sabía que tan sólo era cuestión de tiempo que los belisarianos se dieran cuenta de que tanto él como sus seguidores estaban enviando transmisiones codificadas utilizando la propia red de comunicaciones del palacio. Disponía de tiempo más que suficiente para hacer lo que debía hacer. Tenía todo el tiempo del mundo.

Torin se mantuvo pegado todo el tiempo a la mujer con la cara tapada por una capucha, preparado para interponerse entre ella y cualquier peligro que apareciese Olfateó el aire y estudió los rastros contradictorios. Distinguió el leve rastro de los intrusos en el aire reciclado junto a las trazas de las toxinas que se habían soltado en cantidades minúsculas. Se preguntó cuántas bajas habría. ¿Cuánta gente habría muerto antes de que se hubiera logrado anular aquella forma de ataque?

Se reprendió. Lo que debía hacer era mantenerse atento a cumplir su tarea. Ya se enteraría de todo lo malo que había ocurrido.

Todavía seguía asombrado por la audacia del ataque. Ya conocían por fin el motivo del agrupamiento de las fuerzas de la Hermandad bajo la superficie del distrito. Casi todos los fanáticos de Terra debían de encontrarse en aquel lugar. ¿Quién habría pensado que se atreverían a atacar a los Navegantes dentro de su propia plaza fuerte? Aquello demostraba una osadía en la planificación y una competencia en la ejecución que era casi admirable. Sin embargo, al día siguiente lo pagarían con creces. Los belisarianos no repararían en gastos para descubrir quién estaba detrás de todo aquello para vengarse.

Sin duda, los atacantes ya habrían previsto aquello y lo habrían tenido en cuenta en sus planes. Habrían sido unos idiotas si no lo hubieran hecho así, y aquello no era obra de idiotas. Fue una idea un poco escalofriante, en la que pensó con cuidado mientras dirigía a la escolta de élite de la Celestiarca por las estancias del palacio. Quizá el enemigo no esperaba que sobreviviese nadie capaz de estar en condiciones de vengarse. Les demostraría que estaban equivocados.

Cuidado, se dijo Torin, la noche todavía no había acabado. ¿Quién sabía qué otras sorpresas desagradables les tenían guardadas? A lo mejor se trataba de otro traidor. Torin estaba seguro de que existía uno, al menos. Nadie podía haber penetrado en el palacio sin la ayuda de alguien situado en los escalafones superiores. Simplemente, no podía haber ocurrido de otro modo. La cuestión era: ¿quién? Los Navegantes tenían muchos defectos, pero la lealtad hacia su clan estaba casi imbuida en sus genes. Tenía que ser eso. ¿Cómo lo habrían logrado?

Si conseguían sobrevivir, la lista de sospechosos sería enormemente reducida. Muy pocas personas estaban en una posición que les permitiese hacer lo que se había hecho, así que uno de ellos tenía que ser el traidor. Estaba seguro de que no había sido él, ni Valkoth ni Haegr. No podía haber sido Ragnar. No conocía tanto a aquel joven, pero acababa de llegar de Fenris y no parecía una persona corruptible, aunque se llevaba muy bien con aquella chica, Gabriella, pero ella había pasado diez años conviviendo con los Lobos Espaciales, por lo que era imposible que se hubiera convertido en una traidora en tan poco tiempo. Tenía que ser alguien de la jerarquía superior de la casa. A Torin ya se le había ocurrido quién podía ser.

En ese preciso momento captó un olor extraño en el aire. Un grupo de enemigos se dirigía hacia ellos, y era un grupo numeroso.

—Preparaos para defender a la Celestiarca —dijo a los suyos al mismo tiempo que sus adversarios doblaban la esquina y abrían fuego.

Torin soltó un aullido de guerra, a sabiendas de que amedrentaría a sus enemigos e infundiría valor a sus propios hombres. Un instante después se lanzó de cabeza hacia el torbellino del combate cuerpo a cuerpo.

Era feliz. Había pocas cosas que le gustaran más que la sensación que tenía cuando su espada sierra cortaba el cuerpo de sus enemigos.

Xenothan oyó el aullido de lobo y el sonido de los hombres de la Hermandad al trabarse en combate. Pensó que ése era el momento que había estado esperando. Asomó la cabeza por una esquina y vio las estancias repletas de soldados y fanáticos envueltos en la vorágine del combate cuerpo a cuerpo. La lucha se extendía bajo las estatuas y los tapices mientras la escolta de la Celestiarca caía en la emboscada.

Desde la balconada que había escogido como posición ventajosa, vio al Lobo Espacial matar a todo fanático que se le ponía al alcance. Xenothan se permitió tener un cierto aprecio profesional por la mortífera capacidad de combate de su adversario antes de centrar toda su atención en su objetivo. La Celestiarca estaba protegida por una muralla formada por sus guardias de élite, que se negaban a retroceder a pesar del feroz ataque que estaban sufriendo. La presencia de su dirigente y del Cuchillo del Lobo parecía proporcionarles un valor tremendo.

Si todo transcurriera con normalidad, la situación acabaría mal para los fanáticos de la Hermandad. Tan sólo era cuestión de tiempo que llegaran los refuerzos de las tropas de la casa navegante y que cayeran bajo la superioridad numérica enemiga. Por suerte, pensó Xenothan, eso no tenía por qué preocuparlo. Casi había cumplido su misión. Se detuvo un instante para saborear el momento, alzó la pistola bólter personalizada y efectuó un único disparo, casi sin apuntar. El proyectil se dirigió en línea recta a la cabeza de la Celestiarca y la hizo explotar. Sólo Xenothan y alguien que estuviera cerca de ella se habría dado cuenta de que le había metido la bala justo por el tercer ojo.

El Cuchillo del Lobo lanzó un aullido de furia y su respuesta casi pilló a Xenothan por sorpresa. El Marine Espacial apuntó con la pistola y disparó, también casi sin apuntar. Fue pura casualidad que su proyectil diera de lleno en la pistola del asesino y la hiciera caer, rota, por encima de la balaustrada.

Xenothan no quiso arriesgarse y se echó hacia atrás con un sentimiento de triunfo indecible, estropeado únicamente por una ligera sensación de que algo iba mal.

Estaba bajando por las escaleras y casi iniciando el proceso de huida cuando cayó en la cuenta de lo que era. La imagen de la Celestiarca desplomándose hacia atrás se había grabado a fuego en su cerebro y ya formaba parte de su galería de grandes triunfos. Era uno de esos momentos que saborearía mientras viviera. Detuvo la imagen en su mente.

Al recordarla de nuevo por completo se percató de que había cometido un error. La mujer era una Navegante, pero era demasiado baja y ancha para que fuese la Celestiarca. A cierta distancia era casi idéntica, y pocas personas podrían haber notado la diferencia, pero Xenothan era una de ellas. Lo habían hecho quedar como un tonto. Los Cuchillos del Lobo habían utilizado un señuelo para distraer a los intrusos mientras llevaban discretamente a la verdadera Celestiarca a un lugar seguro. Era un truco muy sencillo, pero en mitad del caos de la invasión había demostrado ser muy efectivo.

Xenothan se preguntó qué iba a hacer. Se le acababa el tiempo.

Ragnar observó con atención la llegada de Haegr. Con él iba una mujer vestida con el uniforme de paseo de un Navegante normal. Ragnar la reconoció de forma inmediata: era la Celestiarca. Valkoth había tomado una decisión muy arriesgada pero que había salido bien. Haegr había conseguido protegerla durante todo el trayecto hasta las criptas e incluso había logrado encontrar algo de comer por el camino. Tenía la barba y los labios manchados de salsa y de grasa. Ragnar detectó el olor a venado asado.

—Apenas ha sido un combate de verdad, tan sólo unos cuantos hombres vestidos de negro para decorar mi martillo con sus cerebros.

—Por lo que yo estoy profundamente agradecida —dijo la Celestiarca.

—Sin duda, señora —respondió Ragnar mientras la llevaba hasta la cámara de seguridad.

Sólo había un modo de entrar y de salir de aquel lugar, pero era lo mejor que había logrado encontrar en tan poco tiempo. Aquél sitio podía convertirse en una trampa letal si los atacaban con una superioridad numérica insuperable, pero al menos estaba seguro de que nadie entraría o saldría por otro lado. Cualquiera que quisiese matar a la Celestiarca tendría que pasar por encima de los cadáveres de Haegr, el suyo propio y los de una compañía de guardias de la Casa Belisarius que estaban bajo su mando. Además, llegarían más tropas en cuanto hubieran acabado de despejar de intrusos las criptas. Por lo que parecía, la situación era estable de momento El tintineo del microrreceptor que Ragnar llevaba en el oído le hizo temerse algo de repente.

—Ragnar, tenemos un problema —dijo Torin. El tono de su voz sonaba urgente.

—¿Un problema?

—El señuelo ha muerto. La pillaron. ¿La Celestiarca está a salvo?

—Haegr está aquí, conmigo, lo mismo que decenas de guardias. Tenemos a la Celestiarca en una de las criptas. No sé cómo van a lograr pasar sin que los veamos.

La señal se interrumpió de repente y sonaron varias ráfagas de disparos a lo lejos. Un momento después volvió a sonar la voz de Torin al otro lado del canal de comunicación.

—Ragnar, soy Torin Nos acaban de atacar y han matado al señuelo.

—Lo sé, acabas de decírmelo.

—¿Qué? ¡Pero si he estado muy ocupado matando a nuestros invitados!

—¿No me has llamado hace treinta segundos?

—Hace treinta segundos estaba sacando mi espada sierra de las tripas de alguien.

—Entonces, ¿quién me ha llamado?

—No lo sé, pero no era yo. Tengo que avisarte de algo: hay un asesino suelto en el palacio.

—Hay muchos de ellos, pero me parece que estamos ganándoles.

—No, me refiero a un asesino imperial de verdad. Ha matado al señuelo que Valkoth envió con la escolta personal de la Celestiarca. Cuando le disparé se apartó con tanta rapidez que casi no pude verlo. Estoy siguiendo su rastro, pero me temo que se dirige hacia ti.

—¿Un asesino imperial? No es posible. ¿Es que nos ataca el Administratum?

—No lo sé, Ragnar, pero estoy seguro de que tenemos a uno en el palacio. Ten mucho cuidado. Son agentes con muchos recursos y casi imparables cuando tienen un objetivo al que matar. Intentará encontrar el modo de llegar a ella. Aguanta mientras lo encuentro. ¡Alabado sea Russ!

La cabeza le daba vueltas. Al parecer, el enemigo no sólo tenía acceso a los códigos de seguridad de la red de comunicaciones de la Casa Belisarius, sino que además sabía cómo imitar la voz de Torin.

¿Cómo era posible? Ragnar se acordó de su visita al palacio Feracci y todas las máquinas que habían estado presentes junto a los sirvientes en la reunión. Sin duda, podían haberla captado allí.

Se preparó. Por lo que parecía, la batalla todavía no había acabado. Una de las criaturas más letales de toda la galaxia se dirigía hacia él.