Se despertó de repente y descubrió que tenía el rostro de Gabriella delante de su cara. Por encima de ella se veía el techo de su propia estancia. Respiró profundamente, pero descubrió que algo iba mal con su sentido del olfato. No lo había tenido tan apagado desde que se convirtió en un Lobo Espacial.

—Supongo que debo de estar vivo —dijo—. O has encontrado por casualidad el camino del descenso a los infiernos.

—Sí —contestó ella—. Estás vivo.

—¿Y la Celestiarca?

—Ella también se encuentra en buenas condiciones, si se tiene en cuenta todo lo que ha ocurrido. Se está preparando para asistir al gran concilio. Parece que habrá que discutir muchos temas aparte de la elección del nuevo trono.

—¿Qué ha pasado?

—Creo que a eso te puedo contestar yo —dijo una voz familiar cerca de ellos. Ragnar también captó un leve olor.

—¿Torin?

—Sí, hijo. Aquí estoy. Llegué precisamente cuando estabas matando a mordiscos al asesino.

—¿Y Haegr?

—Es demasiado estúpido para morir. Ahora mismo está trabado en combate personal con todos los pasteles de la cocina.

—Ése es exactamente el tipo de comentario injurioso contra el honor del poderoso Haegr que se podía esperar de un envidioso como tú, Torin —dijo Haegr. Él y los pasteles que había traído de la cocina entraron en el ángulo de visión de Ragnar—. Y algo por lo que te daré una paliza más tarde.

—¿El veneno no te mató?

—No hay veneno lo bastante fuerte para que pueda matarme —respondió Haegr—. Aunque he de admitir que me frenó un poco. También parece haberme afectado la nariz, de momento.

—Se recuperó antes que tú porque no sufrió las heridas que te infligió el asesino.

—Estaba en la cámara antes que tú —barbotó Haegr, enfurecido.

—Por un paso.

—Entre los dos demostramos ser demasiado para ese asesino a pesar de sus trucos venenosos.

—No hagas caso de este gordinflón mentiroso, Ragnar. Ya estaba casi muerto por las heridas que le habías causado.

—Estaba muy muerto después de que el poderoso Haegr lo acribillara.

—Jamás había luchado contra alguien tan poderoso —dijo Ragnar—. Era más rápido que yo, y más fuerte. Nunca lo hubiera esperado de nadie, excepto de los esclavos de la oscuridad.

—Sin duda, él habría dicho lo mismo de ti.

—¿Qué pasó?

—Cuando entré, lo tenías inmovilizado por completo y le estabas arrancando la carne con los dientes. Acabamos con él en tu lugar y nos llevamos a la Celestiarca a un sitio seguro.

—¿Quién era el traidor?

—Skorpeus. O eso creemos. Encontramos su cadáver cerca de la compuerta de seguridad por la que entraron los fanáticos.

—¿Por qué traicionó a su propio clan?

—¿Por qué lo hace todo el mundo? Porque quería poder y prestigio y estaba convencido de que lo habían pasado por alto. Sin duda, Feracci le prometió que sería el nuevo Celestiarca, y lo hubiera hecho. Skorpeus probablemente pensó que era mejor ser un títere que un servidor.

Había algo que no cuadraba en la explicación de Torin, pero Ragnar no logró captarlo del todo. Todavía.

—¿Podemos probar que los Feracci están detrás de este ataque?

—No sabemos si lo están. Sería nuestra palabra contra la suya. Cezare simplemente diría que estamos mintiendo, que es un plan para desacreditarlo. Incluso aquellos que no le creyeran lo admirarían por haber sido capaz de corromper a un miembro de la Casa Belisarius. Eso aumentaría su prestigio.

—Así que se va a librar. Toda esa gente ha muerto en vano.

—Yo no diría eso, Ragnar —le aclaró Torin—. No logrará tener bajo su control a un Alto Señor de Terra porque lady Juliana impedirá que su hijo Misha salga elegido, y ése era su sueño. Lleva planeando este día desde hace décadas, eso es obvio, y ha fracasado por tu culpa. Buscará venganza por ello.

—Que venga —respondió Ragnar.

—Te has expresado como un verdadero hijo de Fenris —dijo Haegr con un cariño casi paternal.

—Ragnar, vas a tener una carrera muy corta o muy gloriosa, y lo más probable es que sean ambas cosas a la vez —comentó Torin—. En el poco tiempo que llevas en Terra has logrado enemistarte con uno de los hombres más poderosos del Imperio. Tiemblo al pensar lo que puedes hacer para mejorar eso.

—¿Qué hay del asesino imperial? ¿Qué va a pasar con eso?

—¿Qué asesino imperial? Si efectúas las investigaciones adecuadas, descubrirás que se trata de alguna clase de renegado.

—Eso no es lo que me dijiste hace unas pocas horas…

—No, pero es lo que dirá el Administratum si somos lo bastante estúpidos como para llevarles este asunto.

—No es justo.

—La vida no es justa, Ragnar. Acostúmbrate. Aunque, si te sirve de consuelo, creo que esta noche hemos estropeado los planes de alguien superior incluso a Cezare. También esto traerá repercusiones.

—Me gustaría algo más que simples repercusiones.

—No te preocupes, Ragnar —le dijo Haegr—. Estoy seguro de que encontrarás otra cosa a la que hincarle el diente.

—Si se suponía que eso era un chiste, no ha tenido ninguna gracia —le espetó Torin.

Haegr empezó a reírse a carcajadas y Ragnar se vio obligado a unirse a ellas. Valkoth apareció en la puerta.

—Todavía vagueando, ¿no? —dijo con voz gruñona—. Venga, levántate de la cama y prepárate para el servicio. Te reclaman en el salón de audiencias.

Ragnar se encaminó hacia allí. Ya se sentía casi bien del todo. Sus sentidos también estaban prácticamente recuperados. El lugar era tal como lo recordaba. Los demás Cuchillos del Lobo lo flanqueaban. Todos tenían el aspecto satisfecho de saber algo que él no sabía.

La Celestiarca lo miró con seriedad desde su trono. Parecía mayor, y en sus ojos había un dolor y una furia que no habían estado allí en su primer encuentro. Extendió los brazos con un gesto regio.

—Estamos aquí sólo gracias a ti, Ragnar, y nuestra casa habría sido borrada de la existencia si no hubiésemos contado con tu valor.

—Sólo cumplí con mi juramento de lealtad —contestó Ragnar.

—De todas maneras, la Casa Belisarius te debe una muestra de gratitud, y estoy preparada para demostrarla.

Ragnar no dijo nada. Hacerlo hubiera sido presuntuoso.

—Perdiste tu espada mientras luchabas para defendernos, y somos nosotros quienes debemos sustituir tu pérdida. —La Celestiarca hizo un gesto con la mano y dos guardias avanzaron sosteniendo una enorme arma cubierta de runas grabadas. Era muy antigua y muy bella, y sin duda había sido forjada mucho tiempo atrás—. Tómala, es tuya.

Ragnar alargó un brazo y empuñó el arma. Encajaba a la perfección en su mano, como si la hubieran hecho para él, y su equilibrio era perfecto. De las runas irradiaba un aura de extraña frialdad.

—Os doy las gracias —respondió Ragnar. Fue lo único que pudo decir.

—Ésta espada la ciñó uno de los primeros Cuchillos del Lobo ya en tiempos del Emperador. Perteneció a Skander antes de que muriera. Demuestra ser merecedor de ella.

—Haré todo lo que pueda.

—Y ahora, tenemos asuntos que tratar. Debemos ir al concilio y procurar que se elija de modo correcto a un nuevo Navegante para nuestro trono. Caballeros, si tuvieran la amabilidad de acompañarme, será mejor que nos vayamos inmediatamente.

Los cuatro flanquearon a la gobernante de la Casa Belisarius y se encaminaron hacia una reunión donde se decidiría el destino de los Navegantes durante generaciones.