Jack Henderson era un hombre increíblemente guapo, peligrosamente atractivo y… estaba fuera del alcance de Ellie Walter. Ésta sabía que a Jack le gustaban otro tipo de mujeres y que se había fijado en ella porque necesitaba una esposa, alguien que cuidara de su hija. Ellie podría hacer realidad sus sueños, aunque con lo que de verdad soñaba era con llegar a ser algo más que una esposa de conveniencia.

Jessica Hart

Un Sueño Muy Real

Un Sueño Muy Real (2001)

Título Original: Wedding at Waverley Creek (2000)

Serie: 4º Amor en Australia

CAPÍTULO 1

ELLIE APARCÓ la camioneta a la sombra de un árbol y se bajó. Estaba agarrotada después de un viaje tan largo y se quedó durante un momento apoyada en la puerta, mirando las tierras familiares que se extendían ante ella.

Bushman's Creek. El hogar de Jack.

Habían pasado más de tres años desde la última vez que viera a este, pero su imagen brillaba en el caluroso ambiente tan nítida como si la tuviera delante, como entonces, radiante de energía, con una sonrisa que cortaba la respiración y unos luminosos ojos marrones.

Ellie suspiró. Había intentado olvidarlo por todos los medios. Se había recordado un millón de veces que Jack era tan solo un viejo amigo, alguien que pensaba en ella, si acaso pensaba en ella, como la hermana pequeña que no había tenido.

Se había atormentado recordando cada una de sus novias, todas ellas hermosas y alegres, exactamente lo contrario que ella. Incluso se alejó durante tres largos años con la esperanza de borrar su recuerdo, pero no había servido para nada. Solo deseaba volver a verlo.

Y ya había regresado. Ella creía que no habría ningún peligro. Su madre le había comentado que Jack estaba fuera. No había riesgo de volver a quedar atrapada en ese círculo de anhelo sin esperanza. Recordaba la seguridad con que se había puesto en marcha esa misma mañana, y sonrió con cierta amargura. Debería haberlo sabido. Era posible que Jack no estuviera, pero su recuerdo estaba presente allí donde mirara, casi tan perturbador como el propio Jack.

Ellie, haciendo un esfuerzo por deshacerse de sus recuerdos, dio un portazo y se dirigió hacia la casa a través del patio polvoriento. No había vuelto por Jack. Había vuelto para saber qué hacía su caprichosa hermana mayor y por qué estaba con Gray, el hermano de Jack.

– ¡Ellie! -Lizzy estaba encantada de verla, sin sentimiento de culpa ni recelosa, como Ellie había temido-. No te puedes imaginar cuánto me apetecía tener a alguien con quien cotillear. Es tan aburrido no hablar con nadie en todo el día… -confesó una vez superada la emoción de encontrarse después de tres años.

Eso le dio a Ellie la excusa que necesitaba. Se sentaron en la vieja mesa de la cocina.

– Lizzy, ¿qué haces aquí? Mamá me dijo que rompiste tu compromiso y que te viniste con Gray ¿Qué demonios está pasando?

– Vaya, puedes estar segura de que mamá lo ha entendido todo al revés. He roto mí compromiso, pero, desde luego, ¡no me he venido con Gray! Hace tiempo que sabemos que no estamos hechos el uno para el otro. Solo me ocupo de las cosas hasta que vuelva Clare.

– ¿Clare?, ¿quién es Clare?

– La mujer de Gray, ¿no te habló mamá de la boda?

Ellie negó con la cabeza sin entender nada.

– ¿Te importaría empezar por el principio?

– Es muy sencillo -Lizzy puso agua hirviendo en la tetera y la dejó sobre la mesa-. Hace un par de meses Gray se casó con una chica inglesa que se llama Clare. Ojalá hubieses estado, Ellie. Fue una boda preciosa -suspiró con nostalgia mientras se sentaba-, ahora están en Inglaterra, pasando una merecida luna de miel. Además, yo no tenía nada que hacer y me vino muy bien dejar Perth una temporada para echar una mano aquí. Pero me iré pitando a casa en cuanto vuelvan, ¡así que puedes decirle a mamá que deje de preocuparse! -aclaró mientras servía el té en dos tazas.

Ellie tomó la taza que su hermana le acercó.

– ¿Gray no está aquí? -dijo como si acabara de comprender lo que había contado Lizzy-. ¿Quieres decir que estás sola?

– Ah, no -dijo Lizzy como si tal cosa-. Jack sí está.

El corazón le dio un vuelco, como ocurría siempre que se mencionaba el nombre de Jack, y Ellie dejó la taza con mano temblorosa.

– ¿Jack? -dijo, consciente del tono elevado y tenso de su voz. ¿Por qué el mero nombre de Jack impedía que respirara normalmente? Se aclaró la garganta-. Creía que mamá me había dicho que estaba fuera.

– Lo estaba. Pasó una temporada en Estados Unidos y Sudamérica, pero volvió hace un mes. Me sorprende que mamá no lo sepa.

Ellie no contestó. Miraba por la ventana, con sus ojos verdes perdidos en el infinito. Más allá del porche, los enormes y fantasmales sauces se recortaban con toda nitidez contra el cielo azul, pero Ellie no los veía. El rostro de Jack se apareció ante sus ojos y, de repente, fue consciente de la silla de madera sobre la que se sentaba, del color de la taza, del olor a té y de los latidos de su corazón.

Jack. Todo cobraba vida al saber que él estaba cerca.

– ¿Qué tal… qué tal está? -preguntó, intentando por todos los medios parecer indiferente.

– Bien… -Lizzy dudó, pero el sonido de unos pasos en el exterior tranquilizaron su rostro-. Lo podrás comprobar tú misma. Creo que ahí viene.

La puerta que daba al porche se cerró con estrépito y Ellie, sin saber muy bien lo que hacía, se levantó, agarrándose al respaldo de la silla para no caerse.

Jack entró en la cocina mientras sacudía el polvo de su sombrero.

– Lizzy, has… -se calló de golpe al darse cuenta de que Lizzy estaba acompañada y miró con curiosidad.

Una y otra vez Ellie rezaba para que la magia hubiese desaparecido, y una y otra vez pasaba lo mismo. Bastaba con que Jack entrase en la habitación para que ella se quedara sin respiración y mareada, y consciente de cómo la sangre fluía alegremente por sus venas.

Una y otra vez rezaba para que él fuese menos atractivo de lo que ella recordaba, pero nunca lo era. Estaba casi exactamente igual. El mismo cuerpo largo y estilizado; el mismo pelo rubio oscuro; los mismos ojos marrones y sonrientes. La misma mirada desconcertada mientras intentaba adivinar por qué ella le resultaba vagamente conocida.

«No ha llevado mi imagen en el corazón desde que nos vimos por última vez», pensó Ellie con tristeza. Estaba acostumbrada a que nadie la recordara. No es que no tuviese atractivo. Sencillamente no tenía nada especial, era normal. Pelo normal, ojos normales… Una cara normal y corriente.

– Hola, Jack.

Sus dedos se clavaron en el respaldo de la silla, hizo todo lo posible por parecer natural. Siempre pasaba lo mismo, tenía que fingir que le agradaba volver a encontrarse con un viejo amigo, aterrada de que alguien pudiese darse cuenta de lo que sentía. A veces se sorprendía de que todavía no hubiese ocurrido. ¿No se daban cuenta de lo que la afectaba su sola presencia? ¿No oían cómo el corazón golpeaba contra sus costillas?

El rostro de Jack se iluminó.

– ¡Ellie! -dijo, sonriendo y dándole un fraternal abrazo-. No te había reconocido. ¡Has crecido!

Ya había crecido tiempo atrás, pero él no se había dado cuenta. Siempre se sorprendía de que no siguiera correteando por ahí vestida con un peto y con coletas, pensó Ellie con cierta amargura. Siempre sería la hermana pequeña de Lizzy, demasiado pequeña para jugar con ella, demasiado pequeña para bailar con ella, demasiado pequeña para besarla.

– Me alegra volver a verte -continuó mientras le daba un último abrazo-. Hacía años que no te veía.

– Tres años y medio -dijo ella, arrepintiéndose al instante por dar la impresión de que llevaba la cuenta-. Aproximadamente -añadió sin convicción.

Le temblaban las piernas por el contacto con él y volvió a hundirse en la silla.

Jack dejó su sombrero en la mesa y a Ellie le pareció que su rostro se ensombrecía.

– ¿Qué has hecho durante todo ese tiempo? -preguntó él.

«Amarte, intentar olvidarte».

– Bueno, ya sabes… trabajar, viajar, ese tipo de cosas.

Lo observó disimuladamente mientras él acercaba una silla y se sentaba frente a ella y, con cierta sorpresa, notó que en realidad no era el mismo. Parecía cansado, por primera vez desde que lo conocía, su radiante energía había desaparecido, sus ojos parecían apagados, no tenían el fulgor y el encantador atrevimiento de antes.

Mientras lo miraba sintió una sensación heladora en la boca del estómago. «¿Qué ha ocurrido?», quiso gritar, pero Jack estaba forzando una sonrisa a la vez que le preguntaba por dónde había viajado.

– Sobre todo por Estados Unidos -contestó, todavía desconcertada por el cambio en la expresión de Jack-. Cuidé niños una temporada y luego conseguí un trabajo en un rancho de Wyoming. Fue maravilloso.

– No entiendo por qué no te quedaste en casa -dijo Lizzy mirando a su hermana pequeña con afecto y resignación-. ¡No me puedo creer que hayas pasado tres años en Estados Unidos y no conozcas Nueva York!

– No me gustan las ciudades -Ellie no sabía por qué siempre se ponía a la defensiva con ese asunto-. No soy como tú, Lizzy. Me gusta el campo.

– No tiene nada de malo -dijo Jack con una leve sonrisa, mientras miraba a las dos hermanas.

Era difícil de creer que fuesen de la misma familia. Lizzy era rubia y chispeante, con unos intensos ojos azules y un estilo difícil de definir que, como siempre, eclipsaba a su hermana. Ambas usaban vaqueros, pero ese era el único parecido. Los de Lizzy tenían un corte precioso, y llevaba una blusa blanca más apropiada para ir de compras o para una comida al aire libre que para una finca ganadera en el interior del país.

Ellie, por el contrario, parecía preparada para ayudar en los establos. Sus vaqueros eran funcionales, la camisa azul estaba gastada y el pelo, que se ondulaba suavemente alrededor de su cara, tenía el corte más cómodo posible.

Ellie, consciente de lo poco atractiva que parecía al lado de su hermana, cambió de conversación enseguida.

– Lizzy me ha contado que Gray se ha casado -dijo un poco bruscamente-. Siento haberme perdido la boda.

– Yo también -dijo Jack ante su sorpresa. No se podía imaginar que no hubiese estado en la boda de su hermano.

– ¿No fuiste?

Él negó con la cabeza.

– ¿Por qué, dónde estabas?

Hubo un silencio. Jack miró a Lizzy, pero cuando se disponía a contestar, el ruido de un intercomunicador rompió el tenso silencio; y lo que era más increíble de todo: al ruido le siguió un balbuceo.

Ellie miró a su alrededor sin entender nada. Era tan improbable oír ese sonido en la cocina de un soltero en Bushman's Creek, que no podía evitar pensar que se lo había imaginado.

– ¿Habéis oído eso? -preguntó desconcertada-. ¡Parecía un bebé!

Lizzy y Jack sonrieron.

– Es un bebé -dijo Lizzy señalando al intercomunicador que estaba sobre la encimera- Es Alice.

Ellie miró a su hermana dándole vueltas a todo tipo de posibilidades disparatadas.

– ¿Tienes un hijo? -preguntó con mucha cautela.

Lizzy se rio al ver su expresión.

– No te preocupes, no es mío; ¡aunque no me importaría que lo fuese, es tan maravillosa!

– No dices lo mismo cuando intentas darle de comer -dijo Jack.

Incluso en medio de tanta sorpresa, Ellie no pudo evitar la conocida sensación de envidia al ver la afectuosa mirada que se cruzaron. Jack y Lizzy eran de la misma edad y siempre habían sido muy buenos amigos.

– Entonces, ¿de dónde ha salido? -preguntó tajantemente-. No creo que sea de Gray.

Lizzy negó con la cabeza y a Ellie la pilló desprevenida lo que oyó.

– Es mía -dijo Jack.

Se hizo un silencio eterno en el que tan solo se oía el tictac de un reloj. Los ojos de Ellie pasaron de su hermana a Jack.

«No ha dicho lo que creo haber oído», se dijo desesperada. «Está bromeando». Esperaba que hiciera una mueca burlona; esperaba, contra toda esperanza, que se riera y que dijera que no iba en serio, que él no tenía una hija.

Tener una hija significaba que había encontrado alguien a quien amar y con quien vivir, y ¿por qué iba a hacer tal cosa? Él era Jack el indisciplinado, sin ataduras, siempre con una chica distinta, siempre había disfrutado de la vida demasiado como para dejarse atrapar por la responsabilidad de una mujer y una hija.

«No», quiso gritar. «Dime que no es verdad».

Pero Jack la miraba con una sonrisa forzada.

– A mí también me sorprendió -dijo.

Era el tipo de noticias que Ellie había temido desde que supo que estaba enamorada de Jack. No había podido evitar que él no la amara, pero había soportado amarlo porque sus idilios nunca habían ido en serio, porque estaba claro que Jack no era de los que sentaban la cabeza.

Sin embargo, lo había hecho.

Ellie sintió como si un puño de hierro atenazara su garganta, como si la arrastrara una ola de desesperanza mezclada con furia por su propia estupidez. ¿Cuántas veces se había permitido creer que Jack nunca se comprometería con otra mujer? Tantas horas, tantos años desperdiciados soñando que algún día él la miraría, que se le caería el velo de los ojos y comprendería que ella era la única mujer a la que podría amar de verdad…

¿Cómo pudo haber puesto tantas esperanzas en semejante fantasía? Naturalmente, Jack había acabado encontrando alguien especial. Y, naturalmente, no era ella.

Jack y Lizzy la miraban expectantes. Tenía que decir algo, pero no le salían las palabras.

– Yo… no sabía… que estuvieses… casado, también -consiguió decir por fin.

Su voz sonaba como si viniese de otro mundo.

– No lo estoy -un gesto de tristeza se apoderó del rostro de Jack.

– Entonces… -Ellie, completamente desconcertada, miraba el intercomunicador que seguía emitiendo la incomprensible conversación de un bebé. ¿Habría oído mal después de todo?

Lizzy puso una mano sobre el brazo de Jack.

– ¿Quieres que lo explique yo? -dijo amablemente.

– No, no hace falta -Jack esbozó una sonrisa tranquilizadora-. Lo haré yo. Tendré que acostumbrarme a explicar por qué, de repente, tengo una hija -se volvio hacia Ellie y respiró profundamente-. Hace dos años, Pippa, la madre de Alice, vino a Bushman's Creek como cocinera. Era una chica inglesa que estaba de viaje por Australia, pero en cuanto llegó fue como si hubiese estado toda la vida. Me enamoré en cuanto me fijé en ella. Era… -la voz de Jack se quebró ligeramente-, era el tipo de persona que ilumina una habitación en cuanto entra en ella -«como tú», pensó Ellie-. Nunca había conocido a nadie así. De repente me di cuenta de lo que era el amor. A Pippa le pasó lo mismo. Pasamos tres meses maravillosos y entonces…

– Entonces, ¿qué? -Ellie tragó saliva.

– Entonces lo tiramos todo por la borda -Jack sonrió con cansancio-. Tuvimos una de esas discusiones tontas sobre nada en particular y, por algún motivo, se nos fue de las manos. Antes de que supiéramos qué había pasado, Pippa había hecho las maletas y se había ido a Inglaterra, diciendo que no quería volver a verme -suspiró y, aunque miraba a Ellie, estaba claro que veía a la chica que había amado y perdido-. Debería haber impedido que se montara en aquel avión, pero estaba demasiado furioso y demasiado obcecado como para hacerlo -dijo con amargura-. Me dije que Pippa era muy emotiva e impresionable y no podría vivir en el interior del país, y que pronto la olvidaría. El problema fue que no lo conseguí. Me pasé un año echándola de menos y fingiendo que no era así. Intenté todo lo que estaba en mis manos para olvidarla, pero nada funcionó. Allí donde miraba había recuerdos de ella y, al final, pensé que sería más fácil si me marchaba una temporada. Me fui a Estados Unidos y a Sudamérica. Pensaba que allí no encontraría nada que me recordara a Pippa, pero tampoco sirvió. Al final me di por vencido.

«Como me ha pasado a mí», pensó Ellie. Recordaba sus intentos desesperados por borrar a Jack de su cabeza. Lo comprendía mejor de lo que él se podía imaginar. Sabía exactamente lo que significaba darse cuenta de que ya no tenía sentido seguir luchando, ella también tendría que aceptar que Jack iba a ser el único hombre al que iba a amar.

– Tomé un avión a Londres -dijo Jack, que hablaba más despacio a medida que se acercaba a la parte más dolorosa de la historia-. Sabía que podría encontrar a Pippa a través de su hermana, así que fui a verla. Tenía perfectamente planeado lo que iba a decir. Iba a decirle a Pippa cuánto la quería. Iba a rogarle que se casara conmigo y que volviera a Bushman's Creek. Iba a prometerle que la haría feliz.

Ellie escuchaba paralizada. Cada palabra era como una capa de hielo que agarrotaba su corazón. Quería cerrar los ojos y taparse los oídos, pero no podía apartar la mirada de la expresión de angustia de Jack, que suspiró prolongadamente.

– Era demasiado tarde -dijo él con un hilo de voz-. Cuando por fin llegué al piso de Clare, allí no había nadie. Un vecino me contó que Pippa había fallecido poco tiempo después de que naciera su hija y que Clare se había llevado a la niña a Australia para que estuviera con su padre.

– Oh, Jack… -dijo Ellie, sintiéndose impotente.

El dolor que ella había sentido al enterarse de que Jack era padre resultaba frivolo comparado con lo que este había tenido que padecer. Sintió una compasión enorme por él y por la mujer que había amado.

– Así me enteré de que Alice existía -dijo Jack como si le estuvieran arrancando las palabras-. Al principio no lo asimilé. Todo lo que sabía era que Pippa había muerto y que yo no le había dicho cuánto la quería.

– Clare es la hermana de Pippa -continúo Lizzy al observar las dificultades de Jack-. Pippa, antes de morir, hizo prometer a Clare que traería a Alice a Australia para que creciera en Bushman's Creek junto a Jack. Clare cumplió su promesa, pero cuando llegó aquí Jack se había ido. Gray y ella cuidaron juntos a Alice hasta que volvió.

Ellie escuchaba, pero su atención estaba puesta en Jack. La desolación de este era tal que se moría por consolarlo, pero no podía decir ni hacer nada que sirviera de ayuda.

– Ahora estoy en casa -dijo Jack-. Gray y Clare tienen que vivir su vida y yo tengo que cuidar a mi hija -miró a Ellie con gravedad-. De no ser por Lizzy, no sé qué habría hecho cuando se fue Clare.

– Habrías aprendido a cambiar pañales más rápidamente de lo que lo has hecho -contestó Lizzy-. Y hablando de cambiar pañales…

Miró el intercomunicador, los balbuceos de Alice se habían convertido en un quejido imperioso. Jack se levantó con una sonrisa triste.

– En cualquier caso, estoy aprendiendo mucho -miró a Ellie-. ¿Quieres conocer a mi hija?

Ellie se oyó decir que le gustaría y, sin saber bien cómo, consiguió levantarse. Para sorpresa suya, las piernas se mantuvieron firmes mientras seguía a Jack por el pasillo.

El abrió la puerta y, al verlo, un bebé con mechones rubios y un par de descarados ojos marrones exactamente iguales que los de su padre, estalló en una radiante sonrisa. Se había puesto de pie y se agarraba a los barrotes de la cuna; sus piernecitas rechonchas se tambaleaban mientras ella luchaba valientemente por mantenerse erguida.

– ¡Papá! -gritó.

Jack la sacó de la cuna, sus grandes manos la sujetaban firmemente en el aire, sonrió tiernamente y le dio un beso, pero Ellie sintió un profundo dolor. Ya no había duda sobre quién ocupaba el primer lugar en el corazón de Jack.

– Esta es Alice -dijo él con orgullo mientras olía los pañales-. Pero será mejor que la adecente un poco antes de presentártela como Dios manda.

Ellie colocó en su sitio una vieja caja de juguetes mientras observaba cómo él ponía a Alice sobre una mesa y le desabrochaba el pijama. Era evidente que todo lo relacionado con el cuidado de un bebé le resultaba nuevo, pero la ternura y el cuidado que puso al cambiar los pañales a su hija resultaban más conmovedores en alguien tan poco hábil.

Ellie, al observar los torpes intentos por quitarle los pañales sucios y ponerle unos limpios mientras Alice jugueteaba, pensó que nunca lo había tenido tan cerca ni, paradójicamente, tan lejos de su alcance. Era difícil imaginar al gran Jack cambiando pañales, pero una vez las preocupaciones de la paternidad habían diluido el aire sofisticado que lo acompañaba en el pasado, tampoco había más probabilidades de que se fijara en ella que antes, cuando él era el centro de todas las miradas.

Debería aceptar que solo sería una amiga para Jack. Y las amigas estaban para echar una mano.

Sin decir una palabra, Ellie se levantó y le quitó a Jack el pañal sucio, lo tiró y puso el limpio en su sitio.

– ¿Cómo lo haces para que parezca tan fácil? -preguntó él mientras peleaba con los corchetes del pijama.

– Cuestión de práctica -se rio Ellie-. Siempre he ejercido de tía, al revés que Lizzy. Además, cuando estuve en Estado Unidos cuidé bastantes bebés. Llegó un momento en que podía cambiar los pañales con los ojos cerrados.

– Yo tengo esa misma sensación -reconoció Jack con cierta tristeza-. ¡ Solo que lo hago mucho peor que tú! -Alice se agarró de sus dedos y él tiró hasta que se sentó-. No tenía ni idea de lo agotador que puede ser cuidar un bebé -continuó mientras miraba a Ellie por encima de la cabeza de Alice-. Tenía la ligera idea de que había que darles un biberón de vez en cuando y que el resto del tiempo lo pasaban dormidos. Ahora he aprendido un poco, ¿verdad? -le dijo a Alice, quien le contestó con unos gorgoritos, se soltó de sus dedos y se agarró de la camisa, utilizándolo de apoyo para ponerse de pie con un gritito de satisfacción-. Creo que nunca había estado tan cansado como este último mes -Jack estaba preparado para agarrar a Alice cuando perdiera el equilibrio-; he tenido un curso acelerado de paternidad, y ni siquiera he pasado todo el día ocupándome de ella. En realidad ha sido Lizzy quien se ha ocupado.

– Bueno, eres un alumno aplicado. ¡Nunca me pude imaginar que te vería cambiando pañales! -respondió Ellie.

– Me lo figuro -Jack hizo una mueca-. Si me llegas a preguntar hace dos meses que si quería hijos, habría contestado que ¡ni loco! Pero en el momento en que Clare dejó a Alice en mis brazos me sentí perfectamente -acarició el pelo rubio de Alice con tal ternura que Ellie sintió que las lagrimas acudían a sus ojos-perfectamente pero asustado. Nunca había sido responsable de nadie. Es tan pequeña e indefensa… Me da terror no ser capaz de cuidarla adecuadamente.

– Por supuesto que podrás -contestó Alice con decisión-. ¡Mírala, es maravillosa!

Alice, como si hubiese entendido, miró a Ellie con una sonrisa de oreja a oreja.

– ¿Quieres sujetarla tú? -le ofreció Jack.

– Me encantaría.

Alice resultaba cálida y mullidita, y Ellie la acunó mientras se deleitaba con su suave olor a bebé.

– Me encantan los bebés -confesó sonriendo-. ¿Qué tiempo tiene?

– Diez meses -de repente la expresión de Jack se entristeció-. He pasado mucho tiempo sin ella.

– Lo estás recuperando -contestó Ellie amablemente-. Está sana y protegida, y es feliz. No se puede pedir más.

– Eso se lo debe a Clare -Jack no estaba preparado para que lo tranquilizaran-. Ella estuvo todo el tiempo con Alice, y me preocupa que yo no pueda hacer lo mismo. Con Gray ausente, no puedo ocuparme de la finca y de Alice a la vez. Lizzy se ha portado maravillosamente, pero no puedo pedirle que se quede mucho tiempo. Sé que quiere montar un negocio propio y tiene que ir pensando en volver a Perth.

– Estoy segura de que se quedará hasta que vuelva Clare. No creo que vaya a tardar mucho.

– Lo sé, pero no sería justo depender de Clare. Ya ha hecho bastante por Alice, y ella y Gray se merecen poder disfrutar juntos -Jack recogió distraídamente uno de los juguetes que Alice había tirado fuera de la cuna -. He pensado mucho sobre el asunto, y he decidido que Alice y yo debemos empezar desde cero en un lugar nuestro.

Ellie apoyó su mejilla sobre la cabeza de Alice. La idea tenía sentido.

– ¿Estás pensando en comprar algún terreno?

– La finca de Murray está en venta -contestó-. Len Murray falleció hace un par de meses y su hija no está interesada en las tierras. Hay unas grandes extensiones al norte y al este que se venden por separado, pero Waverley será una finca más que suficiente apara mí. Podría ser lo que estoy buscando.

– Pero Jack, Len Murray era prácticamente un ermitaño -Ellie, preocupada, levantó la cabeza -. Recuerdo que la última vez que papá estuvo allí nos contó que Len no había tocado la tierra en quince años y que todo estaba en un estado lamentable, y eso fue hace casi cinco años. No creo que haya mejorado desde entonces.

– Creo que merece la pena echar una ojeada -dijo Jack obstinadamente-. Waverley Creek está a una media hora en avión de aquí. No quiero alejar mucho a Alice de Clare, y no se me ocurre ningún sitio tan idóneo que esté en venta. Mañana voy a verlo. ¿Por qué no me acompañas? -miró a Ellie, que instintivamente-se había colocado a Alice sobre una cadera.

– ¿Yo? -dijo sorprendida.

– Tú sabes llevar una finca mejor que la mayoría. Siempre estabas arreglando vallas y reuniendo toros, mientras Lizzy se pintaba las uñas y soñaba con las luces de la gran ciudad.

– Es verdad, aunque al final la experiencia de Lizzy ha resultado más útil a la hora de encontrar un empleo -suspiró Ellie.

– Para mí, no. Quiero mucho a Lizzy, pero no creo que sea de ayuda cuando se trata de comprar una explotación ganadera. Tú sabes de lo que hablas y podrías darme una opinión muy valiosa. Acompáñame -le rogó-. Podrías evitar que hiciese una tontería.

La miró con una sonrisa aduladora que echó por tierra cualquier resistencia. No era justo que le sonriera de esa forma, pensó Ellie, y abrazó a Alice como para protegerse de la fuerza de su encanto. Si fuese sensata, le diría que estaba muy ocupada. Asimilaría que Jack no iba a amarla nunca y se marcharía para conseguir olvidarlo. De una vez por todas dejaría de torturarse y evitaría que la volviese a absorber la espiral del deseo secreto. ¿Pero se podía resistir a la perspectiva de pasar un día con él? ¿Qué tenía de malo si lo único que quería era alguien que pudiese conducir un camión y entendiera de ganado? Por primera vez durante años de sueños sin esperanza, tenía la oportunidad de estar con Jack y saber que la quería con él. Así que, ¿dónde estaba su sensatez?

– Vamos -dijo Jack-, te lo pasarás bien.

Ellie sucumbió a la tentación, tal y como sabía que iba a ocurrir.

– De acuerdo -dijo-, me encantará ir.

CAPÍTULO 2

BUENO, ¿qué te parece? Ellie dudó. Había un par de sillas en el porche de Waverley, pero estaban tan viejas y desvencijadas que ella y Jack se habían sentado en los escalones del porche. Pensó en la casa que acababan de ver, cada cuarto más sucio y deprimente que el anterior, en los patios llenos de matojos, en la vallas rotas y en los establos derruidos.

– Es una… tarea difícil -dijo por fin.

Jack no pudo evitar una sonrisa ante la delicadeza de su respuesta.

– Crees que estoy loco por considerarlo, ¿verdad?

– No -contestó sorprendentemente-. Ha debido de ser una finca muy bonita y podría volver a serlo, pero llevará muchísimo trabajo.

– Eso no me importa, mientras trabajas no tienes tiempo para pensar.

Ellie asintió con la cabeza, sus ojos estaban puestos en el molino roto.

– A veces es más fácil así.

Su comprensión hizo que Jack la mirara con curiosidad. Le había resultado de gran ayuda su compañía. Pedirle que fuera había sido un capricho, pero se quedó sorprendido por lo mucho que le agradó que aceptara.

Siempre le había gustado Ellie. Gray y él habían crecido con Lizzy y Kevin. Ellie era mucho más joven, una niña callada eclipsada por sus exuberantes hermanos y a la que solo se le consentía que los siguiera. Lizzy y Kevin se quejaban por tener que cuidar de ella, pero Gray y él no tenían una hermana pequeña y encontraban muy halagüeña la indisimulada adoración de Ellie, aunque en esa época habrían preferido morir antes que reconocerlo.

Se encontró observando el perfil de Ellie mientras esta miraba los patios desolados, pensando en sus cosas, y se preguntó por qué habría tenido que sumergirse en el trabajo. Por primera vez pensó en lo poco que sabía realmente de ella. Ellie siempre escuchaba, no hablaba. Incluso de niña se podía contar con ella para confiarle penas, planes o éxitos, pero Ellie nunca había contado los suyos. «También es verdad que nunca se los pregunté», pensó Jack.

De repente se dio cuenta de que Ellie había vuelto la cabeza y de que lo estaba mirando con ojos inquisitivos.

– Perdona -dijo apuradamente-, ¿qué me has preguntado?

– Te he preguntado qué piensas tú de Waverley.

– Creo que debo ver un poco más antes de hacerme una idea -dijo Jack sin pensarlo. ¿Nos vamos de exploración?, he visto unas sillas en un establo y esos caballos parecen dispuestos a cabalgar un rato.

Se levantó, se sacudió el polvo de los vaqueros y se puso en marcha con grandes zancadas hacia el prado, donde unos caballos pastaban a la sombra y espantaban las moscas con la cola. Ellie lo siguió dócilmente, como había hecho tantas veces en el pasado.

– ¿Crees que debemos? -preguntó dubitativamente cuando alcanzó a Jack en la valla.

– ¿Por qué no? -y dio un penetrante silbido que hizo que los caballos levantaran la cabeza.

– Bueno, no son tuyos -precisó Ellie con una mirada inexpresiva-. Deberíamos preguntar antes de irnos de paseo con los caballos de otro.

– No hay nadie a quien preguntar -dijo Jack juiciosamente-. Además, no nos estamos llevando los caballos, los estamos tomando prestados durante un rato.

Volvió a silbar y, esa vez, los caballos sucumbieron a la curiosidad y se acercaron a medio galope. Asomaron su cabeza por encima de la valla y Jack tuvo que gritar un poco para que se le oyera por encima de la ruidosa bienvenida.

– ¿A quién le puede importar? Si yo fuese el vendedor, estaría feliz de que alguien que piensa seriamente en quedarse este sitio hiciese lo que quisiera; y si fuese un caballo, ¡estaría feliz de hacer algo de ejercicio! -como comprobó que Ellie no estaba muy convencida dio una palmada a un bayo con una mancha blanca en el morro-. ¿Tú que opinas, viejo amigo?, ¿te gustaría enseñarnos Waverley Creek? -el caballo sacudió la cabeza arriba y abajo y resopló-. ¿Has visto?, está deseando salir.

«Es típico de Jack» pensó Ellie con resignación, «puede conseguir que hasta los caballos hagan lo que él quiere», pero no pudo evitar una sonrisa y partió deseosa de acompañarlo.

Los caballos no estaban tan dispuestos a que los montaran como había predicho Jack, pero Ellie, como él, había montado a caballo desde que aprendió a andar y era perfectamente capaz de controlar su montura. Eligieron un camino entre los árboles que se agrupaban en las orillas del riachuelo. Durante la estación húmeda bajaba como un torrente caudaloso, pero hacía meses que no llovía y el agua estaba almacenada en profundas pozas verdes. Todo estaba en calma.

Ellie sentía muy cerca a Jack cabalgando junto a ella. Se lo notaba cómodo sobre el caballo, con una mano sujetaba las riendas mientras la otra descansaba sobre su muslo. Evaluaba todo con mirada experta, indiferente a todo lo que lo rodeaba. Era posible que Jack hubiese sido el alma de todas las fiestas, pero eso no quería decir que no supiera lo que costaba dirigir con éxito una explotación ganadera.

Mientras Jack estaba concentrado en la productividad, las cosechas y las hectáreas, Ellie aspiraba el olor a hojas secas y calor y se dejaba llevar por el placer de estar junto a él. La noche anterior, en la cama en la que había dormido desde niña, se había hecho una serie de reflexiones. Ya era hora de dejar de soñar. Jack estaba apenado por Pippa, y bastante tenía con tener que adaptarse a la paternidad. No estaba preparado para volver a pensar en el amor y cabía la posibilidad de que nunca lo volviera a estar.

No podía evitar amarlo, pero sí podía evitar soñar que alguna vez sería algo más que una amiga y, en ese instante, cabalgando a su lado, la amistad era más que suficiente. Se encontraba despierta y animada, como no lo había estado desde hacía tres largos años. Podía percibir la fragancia de los eucaliptos mezclada con el olor a polvo y a cuero en sus manos. Podía escuchar el ruido metálico de las bridas y los periquitos alborotando en las copas de los árboles. Pero, sobre todo, podía ver a Jack, su perfil recortado con una claridad estremecedora contra los árboles, como si solo en ese momento se hubiese permitido a sí misma creer que él estaba ahí realmente y sus sentidos captaran con nitidez hasta los detalles más nimios: sus dedos alrededor de las riendas, el reflejo del vello de sus brazos, la sombra sesgada producida por el ala de su sombrero. Jack se volvió y vio la sonrisa de Ellie.

– Pareces contenta -comentó.

– Estoy contenta de volver a estar en casa -dijo mirando a otra parte temerosa de que la expresión de sus ojos la traicionara-. He echado mucho de menos todo esto mientras estaba fuera -confesó con una tímida sonrisa-, a veces cerraba los ojos y soñaba con estar en casa, pero siempre que los abría estaba en otro sitio y quería llorar.

Ellie se calló, consciente de que había hablado más de la cuenta, pero no parecía que Jack se hubiese dado cuenta de que él siempre estaba en sus sueños. Cuando lo miró, vio que él la estaba observando con el ceño fruncido.

– ¿Por qué no volviste si lo echabas tanto de menos? -dijo ligeramente molesto porque le espantaba la idea de que Ellie hubiese sido desgraciada.

– Lo pensé muchas veces, pero sabía que si lo hacía, acabaría trabajando en la ciudad como Lizzy, y eso era peor. Yo quería estar en el campo.

«Contigo», añadió mentalmente, consciente de que era algo que no podría decirle nunca.

– Pero, ¿no podías volver a casa?, no eres ninguna inútil -dijo Jack desconcertado-, puedes hacer muchas cosas en la finca.

– Podría haberlo hecho, pero mamá y papá se jubilaron el año pasado. Siguen viviendo en la finca, pero no hay mucho sitio en su casa nueva y, aunque me podría haber quedado con Kevin y Sue, creo que no es justo tenerme siempre dando vueltas a su alrededor. Está bien venir de visita, pero ahora es su casa, no la mía.

Jack, preocupado, se giró sobre la silla.

– ¿Qué vas a hacer?

– No estoy segura -Ellie se encogió de hombros e intentó sonreir-. Lo ideal sería encontrar un trabajo aquí, pero no hay muchas oportunidades en Mathison. Sería distinto si pudiese hacer algo útil, como pilotar un helicóptero, pero no puedo -suspiró-. Podría trabajar en el campo, supongo, pero son trabajos temporales, y nunca tendría un hogar.

– No es justo. Ya sé que a Lizzy le faltó tiempo para irse a la ciudad, pero en tu caso es distinto. ¿No podías haber llevado la finca con Kevin?

– No desde que se casó con Sue. Sue es fantástica y siempre está dispuesta a acogerme, pero la tierra es suya y deben llevarla a su manera.

– Sigo pensando que es injusto -dijo Jack con obstinación.

Ellie sonrió levemente.

– Las cosas son como son, Jack. Creo que papá siempre se imaginó que Lizzy y yo nos casaríamos con alguien que tuviese sus propias tierras.

Jack hizo un repaso mental de todos los posibles candidatos del distrito. Podía pensar en algunos, pero ninguno estaba a la altura de Ellie.

– Todavía estás a tiempo -dijo Jack, aunque la idea le produjo cierto desasosiego.

Ella tenía la mirada clavada en la cabeza del caballo.

– A lo mejor -dijo con una sonrisa forzada.

Cabalgaron un rato en silencio, hasta que llegaron a un lugar donde el agua se había almacenado en una profunda poza entre los árboles.

– Vamos a descansar un poco -dijo Jack.

Ató los caballos en una sombra. Ellie se sentó sobre una roca. Se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo con un suspiro de satisfacción. La poza, lejos del calor de la meseta, parecía un lugar casi mágico. Sin embargo, la tranquilidad del ambiente no afectaba a Jack. Iba de un lado para otro por el borde del agua, de vez en cuando tiraba una piedra para calcular la profundidad.

– Podría enseñar a nadar a Alice aquí -dijo mientras metía la mano en el agua-, me recuerda la poza de casa. De niños nos pasábamos el día a remojo.

– Ya me acuerdo, me encantaban las visitas a Bushman's Creek.

– Nos lo pasábamos bien, ¿verdad? -recordó él con una sonrisa nostálgica-. Quiero que cuando Alice crezca tenga unos recuerdos parecidos.

– Los tendrá, Jack.

– ¿Y si está sola? -la preocupación había vuelto a los ojos de Jack, quien se sentó al lado de Ellie-. Tú tuviste a Lizzy y a Kevin, y yo tuve a Gray. Pero Alice no tiene a nadie con quien jugar -su mirada estaba perdida en la profundidad de la poza-. Waverley Creek tiene muchos inconvenientes, pero me parece la finca apropiada. De lo único que no estoy seguro es de si lo será para Alice.

Ellie era consciente de la proximidad de Jack y de que para él no significaba nada que sus muslos se rozaran, ni que sus hombros se tocaran solo con moverse un poco. Estaba preocupado con cuestiones más importantes,como, por ejemplo, el futuro de su hija.

– El sitio apropiado para Alice es donde tú estés, Jack -le dijo, deseando que se pudiese decir lo mismo de ella.

– ¿Incluso si eso significa crecer sola?

Ellie miraba un dibujo que estaba haciendo en el suelo con la bota.

– Podrías encontrar a otra persona. Podrías tener más hijos…

– No quiero encontrar a nadie -la voz de Jack sonaba inexpresiva y rotunda-. Lo que vivimos Pippa y yo fue especial. ¿Cómo iba a volver a encontrar un amor como ese?

– A lo mejor encuentras un amor diferente -dijo Ellie sin levantar la mirada y notó el respingo de Jack ante la idea.

– Para ti es fácil decirlo -dijo secamente-, tú nunca has estado enamorada.

– Sí lo he estado.

Jack se sorprendió y la miró con curiosidad. Le pareció que tenía un tono amargo. ¿No era demasiado joven para hablar así? Calculó que tendría unos veinticinco años. Más que suficientes como para saber lo que son las decepciones y el sufrimiento por amor. A Jack le resultaba extraño imaginarse a Ellie enamorada. Siempre le había parecido como un muchacho.

Se lo parecía todavía. Se acordó de su aspecto cuando la recogió esa mañana. Lo esperaba en la pista de aterrizaje, sentada en el capó de una vieja furgoneta, atractiva y práctica: con unos vaqueros y una camisa vieja. Sin bolso, ni gafas de sol, ni carmín. Un sombrero y lista. La buena de Ellie, siempre igual.

La miró con cariño, pero ella no prestaba atención; se encontró observando divertido su distante rostro, pero la diversión se convirtió en desconcierto.

¿Siempre había tenido una piel tan suave y dorada?, ¿desde cuándo tenía unas facciones tan delicadas? Jack sintió una inquietud extraña. Era como encontrarse con alguien conocido y descubrir, al cabo de un rato, que era un completo extraño. Era Ellie, que esa misma mañana había saltado de la furgoneta para recibirlo, pero, de repente, ya no parecía como un muchacho. Los ojos de Jack se posaron en su boca. Realmente no lo parecía.

– No tenía ni idea… -dijo lentamente, pensando cómo no se había dado cuenta antes.

– Ni tenías por qué -respondió Ellie, todavía distante.

¿De qué tipo de hombre se enamoraría Ellie?, ¿qué tipo de hombre sería capaz de agitar la pasión oculta tras una superficie tan contenida? Quienquiera que fuese había hecho que ese muchacho que él conocía se convirtiese en alguien desconocido, ¿era el mismo hombre que había amargado su voz?

– ¿Fue alguien que conociste en Estados Unidos? -no pudo evitar la pregunta.

– No -dijo en voz baja y tras una ligera vacilación-, me fui a Estados Unidos para olvidarlo.

– ¿Lo conseguiste?

Ellie se volvió lentamente y Jack, por primera vez, se dio cuenta de que sus ojos tenían un color hermoso, entre gris y verde, y eran muy transparentes.

– No, lo intenté, pero no lo conseguí.

– Debe ser alguien muy especial -la voz de Jack sonó rara. Estaba intrigado por la idea de imaginarse a Ellie enamorada, pero a la vez le disgustaba.

Ellie bajó la vista y esbozó una leve sonrisa.

– Sí, lo es.

– ¿Por eso has vuelto a casa? -preguntó Jack sin darse cuenta de la brusquedad de la pregunta-, ¿para ver si arreglas las cosas con él?

La sonrisa de Ellie se esfumó.

– No hay nada que arreglar, él no me quiere y sé que nunca me querrá. Es un sueño y lo he aceptado como tal, pero no puedo evitar quererlo -contestó como si quisiera tranquilizarlo-. Pensé que sería más fácil si estuviéramos en el mismo sitio, nada más.

– Pobre Ellie -se acercó y tomó su mano-. Tú también necesitas a alguien especial.

– Lo sé -Ellie, horrorizada, notó que se le saltaban las lágrimas y retiró la mano.

Lo peor de todo era tener que escuchar el tono comprensivo de Jack. Era cálido y consolador, pero no quería su consuelo.

– Por lo menos tú entiendes lo que siento hacia Pippa. Puede sonarte a tópico, pero es como si hubiese encontrado mi media naranja y, después, la hubiese perdido -Ellie lo miró, pero sus ojos estaban clavados en el suelo-. Nadie puede ocupar el lugar de Pippa. Cualquier otra tendría que resignarse a ocupar un segundo lugar, y yo nunca podría pedir eso a nadie.

Las palabras de Jack fueron un mazazo para Ellie, pero sabía exactamente cómo se sentía. Había intentado enamorarse de otros hombres por todos los medios, pero en el fondo sabía que era inútil. No importaba lo atractivos o encantadores que fuesen, nunca se podrían comparar con Jack.

– Claro que lo entiendo -dijo ella tranquilamente.

Él la miró con ojos tristes y una sonrisa congelada.

– Es como si estuviésemos en el mismo barco.

– Tú, por lo menos, tienes los recuerdos y a Alice -«yo solo tengo mis sueños», se dijo a sí misma con amargura.

– Sí, tengo a Alice -Jack suspiró y se levantó, impaciente-, y por Alice tengo que olvidarme de cómo me siento e intentar encontrar a alguien para casarme. Si no lo hago, crecerá rodeada de toda una serie de amas de llaves. Necesita una madre, no alguien que esté unas semanas o unos meses hasta que se aburra de este tipo de vida.

– Tampoco tiene que ser así necesariamente.

– No -admitió-, pero es lo más probable. Ya sabes lo difícil que es encontrar alguien de confianza para que se quede en el campo. Cualquiera con dos dedos de frente que viese esta casa se volvería corriendo a la ciudad. Me parece que comprar Waverley Creek no es una buena idea. Es una buena finca, o podría serlo, pero es posible que para Alice lo mejor sea quedarse en Bushman's Creek.

– Pero tú no quieres -objetó Ellie.

– No, claro que no. Además, sería injusto con Gray y Clare. Pero la única alternativa es encontrar una mujer… ¿y dónde voy a encontrar a alguien capaz de aceptarme a mí, a Alice y al fantasma de Pippa?

Hablaba de espaldas a Ellie, lo hacía más consigo mismo que con ella. Esta lo miró con una mezcla de placer y dolor. Recorrió con los ojos sus anchas espaldas, sus delgadas caderas y sus interminables piernas.

Era maravilloso estar cerca de él. Siempre había temido el momento en que Jack se enamorase… y le había dolido como siempre sospechó que lo haría, pero ¿podría soportar no volver a verlo durante otros tres años? No, pensó Ellie, no podría, cualquier cosa sería preferible.

– A lo mejor está muy cerca -dijo sin pensarlo dos veces.

– ¿Cerca? -Jack miró a Ellie por encima de su hombro.

Ella estaba preparada para recibir una burla, pero la expresión de Jack denotaba desconcierto, se preguntaba si había oído bien.

– Podrías casarte conmigo -su voz salió sin ella darse cuenta.

Jack se giró y la miró atónito.

– ¿Casarme contigo?

La incredulidad era tal que Ellie, por un momento, dudó. Tuvo la tentación de fingir que era una broma, pero en su interior una voz le dijo que esa iba a ser su única oportunidad. Ya que había llegado hasta ese punto, lo mejor era ver que pasaba y, si Jack se reía o la rechazaba enojado, por lo menos lo habría intentado.

– Buscas a alguien que viva permanentemente en Waverley Creek y que te ayude con Alice -dijo sorprendida de su tranquilidad-. Yo quiero quedarme en el campo. Las condiciones no me importan y no creo que me vaya a aburrir como otras chicas que puedas encontrar.

Jack la miraba sin saber qué pensar. Su sonrisa había desaparecido al darse cuenta de que hablaba en serio.

– Ellie -dijo con impotencia-, no me puedo casar contigo.

– ¿Por qué no?

– Porque… -desconcertado por la claridad de la pregunta se pasó la mano por el pelo-, porque…

– ¿Porque no me quieres?, eso ya lo sé.

– Creo que iba a decir que porque tú no me quieres a mí.

– Entonces estamos en el mismo barco, como tú dijiste.

– Pero Ellie, ¿por qué ibas a querer casarte con alguien a quien no quieres? -preguntó Jack sin haber asimilado del todo la extraordinaria sugerencia.

Ellie se levantó y se dirigió al borde del agua para no apremiar a Jack.

– Quiero quedarme en el campo, sencillamente.

– ¿Para estar cerca de ese hombre del que estás tan enamorada?

– En parte, sí; y, en parte, porque quiero echar raíces. No quiero trabajar en la ciudad y venir de vez en cuando. Si me casara contigo podría ayudarte a conseguir que Waverley Creek volviese a ser una gran finca -Jack no parecía muy convencido y ella siguió antes de que pudiera tirar por tierra sus ilusiones-. Piénsatelo, Jack. Es posible que un matrimonio de conveniencia no sea lo que deseemos, pero podría funcionar. Sé lo que sientes por Pippa. No tendrías que fingir conmigo, y yo… no esperaría nada que no pudieses darme -Ellie intentó sonreir- ¡Conseguirías estabilidad para Alice y una ama de llaves gratis y fija!

– Y tú… ¿qué conseguirías?

– Estabilidad. No tengo dinero, Jack. Nunca podría comprar y llevar una finca propia; y tampoco tengo otra preparación para ganarme la vida. La única forma que tengo de quedarme en el campo es trabajar asalariada o… casarme.

Jack meneó la cabeza para alejar la sensación de irrealidad. Era increíble estar al borde de una poza discutiendo tranquilamente de matrimonio con la pequeña Ellie Walker. Ellie debía de ser muy infeliz para pensar siquiera en una idea así.

– Ellie -dijo Jack tomándola de la mano-, eres joven, demasiado joven como para casarte con un hombre al que no quieres. Acabarás encontrando a alguien.

– No, Jack. Solo habrá un hombre para mí.

– Pareces estar muy segura de que él no te quiere -dijo Jack midiendo sus palabras-. ¿Y si cambiase de parecer?

– No lo hará -Ellie sonrió con tristeza-. Ya he desperdiciado bastante tiempo con la esperanza de que algún día se fijara en mí y se enamorara, pero creo que ya hay que afrontar la realidad -Ellie miró a otro lado para que Jack no descubriese la verdad en su rostro-. He aceptado las cosas como son, pero también sé que no sería feliz lejos de él. Si me casara contigo, por lo menos podría estar cerca de él.

Su voz se quebró y se calló repentinamente, temerosa de haber revelado demasiado. Jack la miró con curiosidad.

– ¿Quién es?

– No puedo decírtelo.

– ¿No crees que si nos casáramos tendría derecho a saberlo?

– No, nada cambiaría.

– Pero sería alguien a quien tú verías si vivieses conmigo -insistió.

– Algunas veces sí -dijo con cautela.

– Habría que empezar desde cero -dijo Jack amablemente-. Sería muy difícil estar casada conmigo y verlo sin poder estar a su lado…

– Sería más difícil no verlo -dijo Ellie- Yo tendría un hogar, unas raíces, y sabría que no tendría que irme otra vez. Tendría a Alice y la oportunidad de participar en Waverley. Creo que sería suficiente.

Jack se frotó la cara intentando pensar con claridad.

– No sé, Ellie, me parece una locura.

Miró el agua y, sin saber por qué, pensó que tenía el mismo color que los ojos de Ellie, muy verdes cuando brillaba el sol y grises cuando les daba la sombra, igual que se habían oscurecido con la tristeza. Casarse con Ellie… era una locura. No podía creerse que lo estuviese pensando.

Era indiscutible que el matrimonio le solucionaría muchos problemas y, sin embargo, nunca se le había ocurrido pensar que Ellie sería perfecta en muchos sentidos. Era práctica y sensata, alguien que no se quejaría ni daría problemas cuando las cosas fuesen mal. También le vendría bien a Alice. Jack recordó cómo le había cambiado los pañales, cómo la había acunado y la había tomado en brazos. Ellie sabía tratar a los bebés y al ganado.

Desde luego no tenía nada que ver con Pippa, pero eso a lo mejor facilitaba las cosas. Además, sabía lo que él sentía hacia Pippa. Con Ellie no tendría que fingir, lo aceptaría como era, sin pedir nada a cambio. Sí, sería fácil vivir con ella. No era Pippa, pero era su amiga.

Siguió mirando el agua durante tanto tiempo que Ellie empezó a ponerse nerviosa. Debía de haberse vuelto loca cuando sugirió semejante cosa, pensó aterrada. Ya nada volvería a ser igual entre Jack y ella. Acabaría descubriendo que estaba aprovechando cualquier oportunidad para estar con él. Se sentiría incómodo y confuso y la evitaría constantemente. ¿Por qué no lo habría pensado mejor antes de hablar? No tenía la más mínima posibilidad de casarse con Jack. En ese momento, él debía de estar pensando una forma amable de decirle que era la última persona con la que se casaría. No podía soportar ese silencio ni un minuto más.

– Mira, será mejor que olvides lo que he dicho -explotó por fin-. Fue una tontería.

– No, no es ninguna tontería -dijo Jack para sorpresa de ella.

– ¿Entonces? -preguntó con voz temblorosa.

– Los dos necesitamos algún tiempo para pensarlo. El matrimonio es una decisión importante y no debemos precipitarnos hacia algo de lo que podríamos arrepentimos.

– ¿Qué sugieres? -la voz de Ellie parecía tranquila, pero en su interior todo temblaba al darse cuenta de que no la había rechazado.

– Que esperemos hasta después de la temporada de lluvias. Voy a hacer una oferta por Waverley Creek, pero necesita mucho trabajo durante un par de meses o tres, hasta que la casa esté habitable. Si te quedas con Kevin y Sue podrías ayudarme. Puede parecer una estupidez decir que necesitamos tiempo para conocernos cuando nos conocemos desde siempre, pero podríamos irnos acostumbrando a la idea de que nos vamos a casar, también sería una oportunidad para cambiar de idea si creemos que no iba a funcionar. Si después de ese tiempo seguimos pensando lo mismo, nos podríamos comprometer. ¿Te parece bien?

– Sí -dijo Ellie sin terminar de creerse que Jack estuviera considerando la posibilidad de casarse con ella-. Me parece muy bien.

Ellie, como en una nube, tomó su sombrero y siguió a Jack hasta donde estaban los caballos. Todavía aturdida agarró las riendas que él le acercó.

– Creo que sería mejor no decir nada a nadie -dijo Jack mientras se ponía el sombrero-. Ni siquiera a Lizzy

– A Lizzy, desde luego que no -asintió Ellie rápidamente. Lizzy se sentiría horrorizada si supiera que su hermana se iba a casar con un hombre que no la quería y haría todo lo posible por disuadirla-. ¿Qué vas a contarle?

– Que hemos pasado un rato muy agradable -Jack la observó mientras se montaba ágilmente sobre el caballo-. Además, es verdad. Por lo menos para mí.

«Ha pasado un rato muy agradable», pensó sorprendida.

Ellie era una persona con la que uno se sentía cómodo. Siempre conseguía que las cosas no solo pareciesen posibles, sino sencillas. De repente el futuro resultaba mucho más prometedor que cuando había salido de Bushman's Creek esa mañana, abrumado por Alice y por lo que sería mejor para la niña. Ya había tomado la decisión de comprar Waverley Creek y Ellie había propuesto una solución para los problemas de su hija. Jack sintió una gratitud enorme. La idea del matrimonio quizá no saliera adelante, pues él seguía pensando que Ellie se arrepentiría cuando lo pensase mejor, pero, por lo menos, era optimista acerca de su futuro, y, por primera vez desde que se enteró de la muerte de Pippa, se sentía menos triste y solo. Todo gracias a Ellie.

– Me alegro mucho de que me hayas acompañado -dijo Jack gravemente.

Ellie lo miró a los ojos y el corazón se le derritió ante la idea de que si se casaban, podría mirarlo así todos los días.

– Yo también me alegro.

CAPITULO 3

YA ESTÁ! -Ellie dio un paso atrás para observar su trabajo-. Una ventana terminada -sonrió a Alice, que se estaba entreteniendo con una brocha y un bote de pintura vacío-. Bueno, ¿qué te parece?

La niña la miró con una sonrisa traviesa que dejaba ver sus dos dientes. Era el bebé más sociable que Ellie había conocido y le encantaba hablar en su idioma incomprensible. Balbució algo y golpeó con la brocha en el suelo como para dar énfasis a su aprobación.

– Quiere decir que le parece fantástico -dijo Jack a sus espaldas.

Se giró. Él estaba apoyado contra el marco de la puerta con una camisa manchada de pintura, limpiándose las manos con un trapo y mirando divertido a su hija. A Ellie le dio un vuelco el corazón. Durante los dos últimos meses habían trabajado juntos en Waverley Creek, pero seguía impresionándose cuando lo veía repentinamente.

Alice dio un gritito de alegría, tiró la brocha y el bote y gateó hasta agarrarse a los pantalones de su padre. Jack la tomó entre sus brazos y la balanceó en el aire. Ellie no pudo evitar sonreír. Le encantaba ver a Jack y Alice juntos. Se adoraban y estaba claro que en el corazón de Jack solo había sitio para su hija.

– Y ahora… ¿qué dice?

Jack fingió hablar con su hija.

– Quiere saber por qué sigues trabajando.

– Quería terminar la ventana -Ellie dejó la brocha en un frasco de aguarrás y buscó un trapo para limpiarse las manos-. ¿Cómo va la cocina?

– He terminado, puedes ir a verla.

Ellie y Jack se dirigieron a la cocina. Parecía imposible que esa habitación fuese la misma que habían visto dos meses antes. Entonces era sucia y deprimente, llena de polvo y trastos.

– Está preciosa, Jack.

– Ha mejorado un poco, ¿no?

Jack, encantado con la reacción, dejó a Alice sobre la encimera, sujetándola por las manitas para que se pudiera sostener de pie.

– ¡Ga, ga, boo, mamá! -gritó asustada.

– Tienes razón, como siempre -dijo Jack con seriedad-. ¡Llegó la hora de una cerveza!

– Podría empezar la ventana del dormitorio de Alice -dijo Ellie sonriendo.

– No, no puedes -contestó él con firmeza-. Has estado todo el día trabajando y ya has hecho bastante. Toma -agarró a la niña y la dejó en brazos de Ellie-, hazte cargo de Alice y no discutas; yo buscaré las cervezas.

Ellie tenía una sensación de cansancio agradable y no le importaba salir con Alice al porche y sentarse un rato. Jack había llevado unas silla de lona y una mesa nueva donde comían o tomaban una cerveza después del trabajo. Estaba deseando descansar un rato. Dejó a Alice en el suelo y le dio un juguete. A Jack le gustaba estar con su hija siempre que fuese posible y, como últimamente había pasado todo el tiempo en Waverley Creek, Ellie había llegado a conocerla bien y estaba a punto de perder la cabeza por ella.

Esos dos meses pasados habían sido mágicos para Ellie. Había sido maravilloso estar en casa, haciendo algo útil que, aunque resultaba agotador, era muy gratificante. Además, estaba Jack. A Ellie no le importaba la dureza del trabajo si al final del día se podía sentar en el porche con él y charlar un rato. Eran amigos, mejores amigos que antes, pero nada más que amigos. Kevin y Sue comentaban la cantidad de tiempo que pasaban juntos, pero aunque se habían tenido que quedar un par de veces a dormir en la finca, él la había tratado como a una hermana. Jack no había vuelto a mencionar el matrimonio y ella tampoco se atrevía a hacerlo por temor a que hubiese cambiado de idea. No quería ni imaginarse qué pasaría si fuese así. Significaría no volver a Waverley Creek y no volver a ver a Alice, ni a Jack. Rechazaba pensar en el futuro, se conformaba con ver a Jack cuando fuese posible, con almacenar recuerdos.

– Toma.

Se levantó en cuanto apareció con unas cervezas bien frías. Le ofreció una y se agachó para dar un refresco a Alice en su taza especial. Luego, Jack sonrió y se apoyó en la barandilla del porche mirando a Ellie.

– Por ti, Ellie -dijo levantando el vaso-. Gracias.

– ¿Por qué? -lo miró sorprendida.

– Por todo. ¿Crees que no me he dado cuenta de lo que has trabajado durante estos meses? -miró a su alrededor-. Cuando esté terminado será un sitio precioso. Si estoy aquí, es gracias a ti. No me podía imaginar venirme a vivir aquí.

Ellie dejó el vaso y lo miró con preocupación.

– ¿No estarás pensando en venirte ya?

– Solo nos queda terminar la habitación de Alice. El resto pude esperar hasta que tengamos más tiempo. Quizá no sea perfecto, pero por lo menos es habitable. No sé por qué no íbamos a venirnos lo antes posible.

¿Nosotros?, pensó Ellie. ¿Quería decir Alice y él, o la incluía a ella también? De repente, todo pareció oscurecerse. Jack se estaba impacientando y eso quería decir que las cosas iban a cambiar, para bien o para mal. Pasara lo que pasase, ese momento mágico estaba a punto de terminar.

Ellie se levanto.

– No sabía que estuvieses pensando en venirte tan pronto.

– Ya hace un mes que volvieron Gray y Clare. Los dos se portan maravillosamente con Alice y no puedo negar que todo es más fácil si está Clare, pero… -dudó un momento-. Bueno, lo cierto es que me resulta más difícil de lo que me había imaginado. Se los ve tan enamorados… como lo estábamos Pippa y yo. A veces me duele verlos -se volvió y apoyó los brazos en la barandilla con la mirada perdida-. No es que se pasen todo el rato besándose y mimándose, al revés. Es la forma de mirarse y como se entregan el uno al otro.

Ellie se puso a su lado.

– Entiendo que te resulte difícil. Pippa y Clare eran hermanas, ¿te recuerda a ella?

– A veces. No se parece a Pippa, pero hay veces que dice cosas o hace gestos que son idénticos, es como tenerla delante -la amargura se apoderó de su rostro-. Me cuesta asimilar todo. Clare está aquí gracias a Pippa, y Pippa está muerta.

– Jack… -dijo Ellie sintiéndose impotente.

Jack la miró a los ojos y se sintió avergonzado por disgustarla.

– Ellie, no te pongas así… -la tomó de la mano como si fuese ella quien necesitase consuelo-. La mayoría de las veces no pasa nada. No es justo que me queje. Parece como si lamentara el matrimonio de Gray, y no es así. Me alegro mucho de que haya encontrado a Clare. Solo digo que sería más fácil si Alice y yo viviésemos aquí.

Alice y yo, Ellie lo captó con tristeza. Nadie más.

– Entiendo.

Jack percibió cierta desaprobación en su comentario.

– Naturalmente, no pienso traer a Alice hasta que todo esté en condiciones -dijo para tranquilizarla-, pero espero que sea pronto. Gracias a todo el trabajo que has hecho.

Ellie esbozó una sonrisa.

– Me alegro de haber servido para algo.

– Puedes estar segura, nunca habría sido capaz de hacerlo solo -miró sus tierras con satisfacción-. Dentro de una semana, más o menos, este será mi hogar -miró a Ellie con una sonrisa franca e infantil-, lo estoy deseando.

Ella seguía mirando el camino polvoriento que se perdía a lo lejos.

– Así que te vienes a Waverley. ¿Qué pasará entonces, Jack?

– Mucho más trabajo -parecía como si a él le entusiasmara la idea.

– ¿Y Alice?

– Eso es asunto tuyo -se volvió y la miró-. Cuesta creer que solo han pasado dos meses desde que vinimos a Waverley por primera vez. ¿Te acuerdas?

El recuerdo de ese día estaba grabado en su corazón.

– Desde luego -dijo sin mirarlo.

– He pensado mucho sobre la conversación que tuvimos en la poza.

La boca de Ellie estaba seca.

– ¿Y bien?

– Creo que casarme contigo sería maravilloso… para mí -dijo lentamente-. También lo sería para Alice, pero no estoy seguro de si lo sería para ti.

– ¿No tendré que decidir yo eso?

– No quiero que hagas algo de lo que te puedas arrepentir -dijo eligiendo cuidadosamente las palabras y con una sonrisa-. Me vendría muy bien tenerte, me resolverías todos los problemas domésticos, pero yo solo te puedo ofrecer mucho trabajo, tendrías que cuidar un bebé y trabajar en el campo.

– Y la oportunidad de quedarme en mi tierra y trabajar en lo que me gusta. Me parece un trato justo.

Jack meneó la cabeza.

– Te mereces más que eso. Dijiste que querías estabilidad y puedo dártela. Si fueses mi mujer, serías propietaria de la mitad de Waverley; y si quisieras irte, tendría que comprarte tu parte. No tendrías que volver a preocuparte por el dinero.

Ellie se puso tensa.

– No me refería a estabilidad económica. Solo quiero un sitio donde me pueda quedar. No necesito que me des nada.

– Me parece que no te das cuenta de lo que significaría para mí tenerte aquí -dijo con aire burlón-. Está muy bien hablar de aceptar la ayuda de los demás, pero cuanto más lo pienso, más difícil me parece vivir aquí sin ti. ¡Lo mínimo que te mereces es una participación en la explotación! Además, ¡piensa en todos los sueldos de cocinera, ama de llaves y niñera que me ahorro!

Ellie no sonrió.

– Preferiría que no lo hicieses. Me incomoda solo pensarlo.

– Pues no lo pienses. Basta con que sepas que lo tienes y será mejor que te vayas haciendo a la idea, porque es una de mis condiciones. Si no lo aceptas, no me caso -su voz tenía un tono de rotundidad que calló a Ellie; ella lo miró desconcertada. No soportaba la idea de beneficiarse del matrimonio cuando lo único que quería era estar junto a él, pero su obstinación la exasperaba y le costaba hacer exactamente lo que él decía-. No seas tan orgullosa -dijo Jack como si le hubiese leído el pensamiento-. No te estoy comprando.

– Es lo que parece -contestó con cierta amargura.

– Ellie, sé juiciosa -dijo él más amablemente-. Si nos casásemos en circunstancias normales, no dudarías compartir todas mis posesiones materiales, ¿verdad?

Ellie se mantuvo inexpresiva.

– Pero no son circunstancias normales, ¿o sí lo son?

– No. Creo que deberíamos plantear nuestro matrimonio como una sociedad. No vamos a ser un marido y una mujer normales, pero podemos ser socios; y para serlo tenemos que tener participaciones iguales.

– De acuerdo -no tenía sentido seguir discutiendo y, además, ella no iba a vender su parte, solo sería propietaria de Waverley sobre el papel-. Gracias.

– Hay otra condición -dijo Jack.

– ¿Cuál? -preguntó, temerosa.

– Si alguna vez quieres dar por terminado el matrimonio, tienes que decírmelo. Quizá ahora creas que no tienes ninguna posibilidad con ese hombre de quien estás enamorada -respondió sin dejarla decir ni una palabra-, pero las cosas pueden cambiar. No quiero que te consideres atrapada, o que pienses que has perdido la ocasión de ser feliz. Tienes que prometerme que me lo dirás. Me parece lo justo. Te dejaré ir sin ningún resentimiento.

Desde luego que lo haría. Ellie se dio la vuelta dolida en lo más profundo. Sabía que Jack solo quería ser amable, pero cada vez que le recordaba que no la quería, su corazón se rompía un poco más. Sin embargo, tampoco podía esperar algo que él no podía darle.

– Sería justo si tú también me lo dijeses -dijo maravillada de lo distante que había sonado su voz-. Vamos a ser socios. Si tú te enamoras, espero que me lo digas -hizo un esfuerzo por mirarlo a los ojos y continuó-: Deberíamos dejar estipulado que si alguno quiere dar por terminado el matrimonio, el otro lo aceptará.

Jack se lo pensó, aunque ella estaba segura de haber notado un gesto de alivio en su rostro.

– Si es lo que quieres… lo podemos sellar con un apretón de manos.

Ellie dudó un segundo y le estrechó la mano. El contacto con su piel hizo que le hirviera la sangre. Resultó tan perturbador que quiso retirar la mano, pero Jack se la retuvo.

– Una vez alcanzado el acuerdo sobre las condiciones, quizá deberíamos decidir lo más importante, ¿quieres casarte conmigo? -dijo con una sonrisa que hizo latir el corazón de Ellie como si fuese a reventar.

Qué extraño, pensó Ellie. Se había imaginado la escena un millón de veces, pero no se sentía como creía que se iba a sentir. Sin venir a cuento, se acordó del dicho favorito de su abuela: «No desees demasiado lo que quieres, puedes acabar consiguiéndolo».

Lo que más había deseado en su vida era casarse con Jack y, aunque acababa de pedírselo, solo sentía, con profunda tristeza, que la vida nunca era como uno la imaginaba. En los sueños de Ellie, Jack quería casarse con ella porque la amaba tanto como ella lo quería a él, pero eso era la cruda realidad.

El esperaba una respuesta. Ellie lo miró a los ojos y sintió que sus dudas se disipaban. Qué más daba si no era perfecto, si no era como ella había soñado. Por lo menos estaría con él.

– Sí.

Jack había notado sus dudas e insistió.

– ¿Estás segura?

– Estoy segura.

– Muy bien -dijo Jack, y su sonrisa se desvaneció lentamente.

Miró a Ellie, su pelo estaba despeinado y tenía una mancha de pintura en la mejilla, pero sus ojos verdes grisáceos eran claros y sinceros. Miró su boca y, sin darse cuenta, se encontró pensando en cómo sería besarla. Acababa de decir que se casaría con él. ¿No sería lo más natural del mundo besarla? De repente se sintió culpable. Sería natural en condiciones normales, pero no en esas circunstancias. Ellie estaba enamorada de otro hombre y había dejado muy claro que ese matrimonio era como un contrato comercial. Y eso era lo que él quería también. Lo mejor sería no estropear las cosas con un beso. Por otro lado, se iban a casar, ¿tenía que limitarse a un apretón de manos?

Se inclinó y la besó en la mejilla, una solución amable y poco comprometida, aunque percibió la suave calidez de su piel y la proximidad de sus labios. Ellie, instintivamente, cerró los ojos al sentir su piel curtida y el roce de sus labios. No había sido nada, un leve beso fraternal, pero había sido suficiente para que el suelo se abriera bajo sus pies y el corazón se le disparara.

Jack, repentinamente, le soltó la mano y se separó casi con brusquedad, como si incluso ese ligerísimo contacto físico hubiese sido demasiado para él. Ellie sintió cierta amargura, estaba convencida de que hasta el beso más leve le recordaba a Pippa. Cruzó los brazos y observó a Alice, quien ignoraba los sacrificios que su padre estaba haciendo por ella.

– Bueno… -Jack agarró la cerveza y la volvió a dejar. Se sentía ridículo e incómodo. Menos mal que solo le había dado un besito en la mejilla. Evidentemente solo había un hombre al que ella quería besar; y no era él-. Bueno -repitió-, ¿cuándo nos casamos?

– En cuanto lo organicemos -Ellie intentó parecer natural-. Salvo que prefieras esperar -añadió con una consideración forzada.

Jack negó con la cabeza.

– Lo mejor será que lo resolvamos lo antes posible -Jack había hablado sin reflexionar, pero cuando vio la expresión de Ellie se arrepintió de no haber elegido mejor las palabras. Su matrimonio podía ser una cuestión de conveniencia, pero tampoco había necesidad de dejar tan claro que le daba pavor-. Me imagino que preferirás un boda tranquila -dijo para romper la tensión.

– Sí, me gustaría, pero me temo que va a ser muy difícil. Ya sabes cómo son mamá y Lizzy. Nunca me perdonarían que no hiciese una boda como Dios manda; además, les extrañaría. Y no quiero que sepan por qué nos casamos. Se llevarían un disgusto enorme si supieran la verdad. Ya va a ser bastante difícil convencer a Lizzy. Sabe lo que sientes por Pippa y creo que intentaría disuadirme por todos los medios si sospechase que esto no es un matrimonio auténtico.

– Seguramente tienes razón -Lizzy y él eran amigos desde hacía mucho tiempo, y era la única persona que podría sospechar que no eran una pareja normal. Miró a Ellie- Deberemos fingir que estamos enamorados.

– ¿Te costará mucho? -preguntó incómoda-. Me… me puedo imaginar lo difícil que te resultará.

– Y a ti.

Se hizo un silencio. Ellie no podía mirar a Jack. Él no podía saber que para ella lo más difícil era fingir que estaba fingiendo.

– En realidad, será solo durante la boda -dijo Ellie.

Jack se fijó en su perfil.

– Creo que podré soportarlo… si tú puedes.

Ellie lo miró atentamente. Jack tenía una expresión indescifrable y ella se dio cuenta de que no podía apartar la mirada. No podía hablar, ni moverse, tan solo podía permanecer de pie mirándolo, con el corazón latiendo con tanta fuerza que estaba segura de que Jack lo oiría.

«Lo sabe», pensó aterrorizada. «¿Cómo no va a saberlo si lo llevo escrito en la cara? ¿Y si esa extraña expresión significa desasosiego o, peor aún, lástima?».

Ellie hizo un esfuerzo enorme y miró hacia otro lado.

– Lo… lo intentaré -dijo con voz entrecortada.

– Ellie… -contestó Jack, pero se detuvo sin saber cómo seguir.

«Dios mío, va a decirme que se ha dado cuenta», pero antes de que él pudiese terminar, Alice tiró la taza con un grito de placer. Ellie, temblorosa, pero muy agradecida por el alivio y la excusa para ocultar la cara, se agachó para recoger la taza y, lentamente, volvió a dejarla en la mesa. Cuando se levantó de nuevo vio que Jack ya tenía a su hija en brazos.

– ¿Le parecerá bonito a la señorita? -dijo con una mueca burlona.

Todo parecía tan normal que Ellie empezó a pensar que se había imaginado la mirada tan intensa que se habían cruzado. El no podía saber que ella estaba enamorada; si lo supiera, no estaría jugando tranquilamente con Alice. Se sentó con la sensación de que era tonta. Ni siquiera sonrió cuando Jack se sentó a su lado con Alice sobre las rodillas.

– ¿Qué vas a decirles a Clare y Gray?

Jack tardó en contestar.

– Me gustaría decirles la verdad. No quiero que Clare piense que he olvidado a Pippa tan pronto. ¿Te importa?

Ellie negó con la cabeza.

– ¿Crees que entenderá por qué te casas?

– Clare quiere lo mejor para Alice y nuestro matri monio lo es -Jack parecía muy convencido -. Es encantadora, te gustará.

– Me parece más importante que yo le guste a ella.

– Le gustarás. El domingo que viene es el cumpleaños de Alice. Cumple un año -su rostro se ensombreció con cierta tristeza al recordar lo sola que debió de sentirse Pippa un año atrás-. Aunque sea muy joven, queremos celebrarlo de alguna forma. ¿Por qué no te pasas por Bushman's Creek y conoces a Clare?

– De acuerdo… -contestó Ellie.

No estaba muy segura de que el cumpleaños de Alice fuese el mejor momento para conocer a Clare. Se acordaría de Pippa más que cualquier otro día. Jack le había contado todo lo que Clare había hecho por Alice, no se le podía pedir que recibiera con los brazos abiertos a alguien que pretendía ocupar el sitio de su querida hermana.

Ellie estaba nerviosa mientras se dirigía a Bushman's Creek. Normalmente no pensaba en qué ponerse, pero esa mañana había estado horas dándole vueltas al asunto hasta que acabó decidiéndose por su único vestido. Lizzy se había empeñado en que se lo comprase la última vez que estuvo en Perth; era un vestido bonito, pero ella se encontraba muy incómoda.

– Cuando me lo pongo, no parezco yo -se había quejado.

– Te sienta perfectamente. Tranquilízate y disfruta pareciendo un poco femenina, ¡para variar!

El problema era que no podía tranquilizarse, pensó Ellie con pesimismo. Había sido una buena idea intentar que Jack la viese hermosa y femenina, pero ¿qué sentido tenía si no se podía comportar con naturalidad? Se le daba fatal parecer hermosa y femenina. Jack se reiría de ella. Sin embargo, Jack no se rio cuando salió a su encuentro. Se quedó helado cuando vio salir a Ellie del coche. Era ella, aunque no lo parecía en absoluto. Llevaba un sencillo vestido rojo que le llegaba justo hasta las rodillas y permitía ver sus piernas largas y estilizadas. Solo era un vestido, pero se sentía aturdido.

– Eh… Ellie -dijo con una voz extraña.

– Hola, Jack.

Ella tragó saliva y cruzó instintivamente los brazos con un gesto defensivo. La miraba con una expresión tan extraña que se sintió profundamente incómoda. ¿Por qué se habría puesto el maldito vestido? ¿Por qué no se habría puesto una chaqueta o algo que la tapara un poco?

– Estas… tan distinta…

– Es por el vestido -dijo tímidamente y mirando al suelo.

– Sí -Jack hizo un esfuerzo por recuperarse-. Se me había olvidado que tienes piernas -dijo en tono de broma-. No recuerdo haberlas visto desde que tenías seis años.

Ellie esbozó una sonrisa.

– Es lo mismo que me ha dicho Kevin esta mañana. Lizzy siempre me dice que debo arreglarme más, pero yo prefiero usar vaqueros. Me siento muy rara así.

Jack no la veía rara, la encontraba bellísima. Pero hubiese preferido que llevase los viejos pantalones vaqueros.

– Estás bien. Pasa, Clare está dentro -dijo un poco bruscamente.

Se dio cuenta de que no era un recibimiento muy expresivo. Debería haberle dado un abrazo de bienvenida, pero la sola idea de pasarle los brazos por los hombros y sentir su piel desnuda le parecía perturbadora. Jack era consciente de que sentía algo de rencor. Ellie no tenía por qué cambiar, él quería que siguiese igual que siempre: silenciosa, amable, poco exigente. No quería perder el equilibrio porque se hubiese puesto un vestido. No quería verla con otros ojos, ¡y no lo iba a hacer! Con vestido o sin él, ella era la Ellie de siempre y no había motivo para comportarse de otra forma.

CAPÍTULO 4

CLARE ERA exactamente como se la había imaginado. Delgada, morena y con unos ojos grises preciosos. Llevaba la ropa con una naturalidad que hizo que Ellie se alegrara de haberse puesto el vestido. Era posible que a Jack no le gustara, pero seguro que a Clare sí.

Esta se hallaba en la cocina terminando de preparar la tarta para Alice. Cuando entraron, sonrió y dio un cariñoso abrazo a Ellie.

– Tenía muchísimas ganas de conocerte. Jack nos ha contado cuánto has trabajado en Waverley Creek. Parece que Alice también se alegra de verte -dijo, mientras el bebé daba unos grititos de alegría.

Los ojos de Alice eran idénticos a los de su padre y su sonrisa era irresistible. Ellie se acercó para darle un beso y acariciar su cabello rizado. Todavía sonriente, levantó la mirada y vio que Jack y Clare la observaban. Clare también sonreía, aunque con cierta tristeza, pero la expresión de Jack era sombría, casi hostil.

– Voy a echarle una mano a Gray -murmuró, y se fue:

Clare notó el dolor en los ojos de Ellie, pero no dijo nada. Rompió el tenso silencio con un halago para el vestido.

– Tiene un color maravilloso.

Ellie forzó una sonrisa.

– No estoy muy acostumbrada a llevar vestidos. Jack casi no me reconoce con piernas.

Hizo un esfuerzo por parecer natural, pero el comportamiento de Jack la había herido y desconcertado. Evidentemente, le espantaba el vestido. Podía notar su incomodidad y cómo la había evitado. La había mirado como si le disgustara, nunca la había mirado así. No era propio de él ser descortés, a lo mejor estaba enfermo. ¿Habría cambiado de idea?, ¿habría dicho ella algo que lo enfadara? Pero, ¿qué? Tan solo se había puesto un vestido. Jack era un seductor consumado, siempre tenía un halago para ablandar los corazones más duros. «Estas bien», era lo único que se le había ocurrido decirle a ella.

– Siéntate -Clare parecía no darse cuenta de lo que pasaba por la cabeza de Ellie-. No te importa que termine, ¿verdad?

– Claro que no -hizo un esfuerzo por reponerse y se sentó.

– Me alegro mucho de conocerte por fin. Jack y Lizzy me han hablado mucho de ti.

– Me había olvidado de que conoces a Lizzy.

– Cuando la conocí, me sentí muy celosa. Sabía que había estado con Gray durante algún tiempo y es tan guapa y divertida que estaba segura de que seguiría enamorado de ella. Estaba dispuesta a odiarla, ¡pero no pude!

Ellie sonrió abiertamente.

– Es muy difícil que Lizzy no te conquiste.

– Se portó maravillosamente con Gray y con Jack, y conmigo -dijo Clare con seriedad-. Tú no te pareces mucho a ella,; verdad?

– No, siempre hemos sido muy distintas. A la mayoría de la gente le parece imposible que seamos hermanas.

Ellie suspiró. Adoraba la alegría y el encanto de Lizzy, pero también le había sido difícil estar siempre a su sombra.

– A Pippa y a mí nos pasaba lo mismo -dijo Clare comprensivamente-. Yo era callada y sensata, y ella era brillante y alegre. Siempre estaba llena de vida y todo lo hacía apasionadamente. No tenía término medio -su sonrisa se borró del rostro.

– Lo siento. Debes echarla mucho de menos.

– Sí. Pero no todo el rato. Cuando murió fue espantoso y llegué a pensar que no volvería a ser feliz, pero ahora soy más feliz de lo que nunca me imaginé que podría ser -miró a Ellie, sus ojos brillaban al pensar en el amor que había encontrado-. Es un tópico tremendo, pero la vida sigue. Me acuerdo mucho de Pippa, pero no me encuentro con su fantasma por todos lados.

– Jack sí se lo encuentra -Ellie parecía ensimismada jugando con unas migas.

– Ahora sí, pero no siempre será así -Clare dudó e intentó elegir cuidadosamente las palabras-. Le resulta difícil estar en Bushman's Creek. Es el único sitio en el que ha vivido con Pippa. Está lleno de recuerdos. Todo cambiará cuando se vaya a Waverley.

– ¿Te ha contado el… trato que hemos hecho?

– Sí.

– ¿Te importa?

– ¿Importarme? No, aunque me preocupa un poco. Puedo entenderlo desde el punto de vista de Jack. Él necesita una mujer y Alice una madre.

– Te preocupa que no cuide bien de Alice…

– ¡Desde luego que no!, me preocupas tú.

– ¿Yo?

– Es muy arriesgado casarse sin amor. Yo lo sé. Es lo que hicimos Gray y yo.

– ¡Pero sois felices!

– Ahora sí, pero al principio no lo éramos. Yo no sabía que Gray me quería, y él no tenía ni idea de cuánto lo quería yo. Los dos pensábamos que para el otro era una medida temporal hasta que volviese Jack. Sé lo difícil que es vivir con alguien que crees que no te quiere.

– En nuestro caso es distinto. Yo sé que Jack no me quiere. Sigue enamorado de Pippa.

– Jack nos ha contado que tú también estás enamorada de alguien.

– Sí -dijo Ellie sombríamente.

Se hizo un silencio.

– Es Jack… ¿verdad?

Ellie se quedó helada, con la mirada clavada en la mesa y un nudo en la garganta. Levantó la mirada lentamente hasta encontrarse con los ojos de Clare

– ¿Cómo lo has adivinado?

– Por la forma de mirarlo, por la forma de decir su nombre. No te preocupes, no es tan evidente. Probablemente estoy tan enamorada que percibo cuando lo están los demás. Creo que yo también miraba a Gray así.

– No se lo dirás a Jack…

– Claro que no, es algo que solo tú puedes decir.

– Nunca lo haré -dijo Ellie con una voz inexpresiva-. Jack se casa conmigo porque cree que estoy enamorada de otra persona y que nunca le pediré nada que no pueda darme. No quiere que nadie reemplace a Pippa, y yo no voy a intentarlo.

– Ellie, Pippa no habría querido que Jack se pasase el resto de su vida añorándola. Él nunca la olvidará, pero volverá a enamorarse -se levantó y se limpió las manos en el delantal con expresión pensativa-. Pippa tenía una personalidad muy fuerte, como Jack. Quizá se pareciesen demasiado, no habría sido una relación tranquila, eso seguro. No podemos saber cuánto habrían durado una vez que terminase la pasión y tuviesen que vivir los problemas cotidianos. Jack es joven, superará la muerte de Pippa y volverá a enamorarse, pero…

Dudó, no sabía cómo decirlo. Al final fue Ellie quien terminó la frase.

– Pero, ¿no de mí?

– Quizá no, Ellie. No quisiera que te hicieses ilusiones que acabarían haciéndote daño. Creo que eres perfecta para él, pero no siempre nos enamoramos de la persona que nos conviene.

– Lo sé -dijo Ellie con amargura-. Si lo hiciésemos yo no estaría enamorada de Jack. Soy consciente de que él se puede enamorar de otra y, si lo hace, lo dejaré marchar. Nunca sabrá cuáles son mis sentimientos.

– Va a ser muy difícil -dijo con calma Clare-. ¿Estás segura de que quieres casarte con Jack sabiendo que no te quiere?

– Estoy segura. Es mi única oportunidad de estar cerca de él y tengo que aprovecharla.

Clare asintió con la cabeza, como si supiese de antemano lo que iba a contestar.

– Espero sinceramente que funcione.

– Me alegro mucho de que no te importe -dijo Ellie con un hilo de voz.

– Por supuesto que no -Clare sonrió mientras se quitaba el delantal y limpiaba las manos y la cara de Alice- Aunque me da pena no pasar más tiempo con Alice. Gray y yo vamos a echarla mucho de menos, pero tiene que ir con vosotros y formar parte de una familia. Además, nosotros también esperamos un bebé -dijo radiante.

– ¡Clare, es una noticia maravillosa!

– A nosotros nos lo parece, Gray está loco de alegría -sacó a Alice de la silla y le dio un beso-. En cualquier caso te echaremos de menos -dijo acariciando los cabellos de la niña, y miró a Ellie-. ¿Te importaría sujetarla?

– ¡Claro que no! -Ellie la tomó en un gesto cargado de simbolismo, aunque ninguna dijo nada.

– ¡Vamos! A ver dónde están los hombres.

Ellie siguió a Clare con Alice en los brazos. Salieron al jardín, donde Jack y Gray se ocupaban de la barbacoa. Ambos se volvieron cuando oyeron el ruido de la puerta. Gray se parecía a Jack, aunque era más moreno y tranquilo, tenía una sonrisa serena y un aire de dominio, pero a Ellie le pareció que algo se le iluminaba en el interior cuando vio a su mujer. No dijo nada, ni se movió, sencillamente miró a Clare y ella lo miró a él. Ellie sintió un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas. ¡Si alguna vez Jack la mirara así…! Pero él estaba de pie con las pinzas de la carne en la mano y completamente inexpresivo.

Jack había notado el anhelo en los ojos de Ellie y sabía perfectamente lo que pensaba. Para ella tenía que resultar muy difícil ver a dos personas que se querían sin disimulo. A pesar de todo, no podía evitar sentirse susceptible e irritable, como llevaba sintiéndose desde que ella había salido del coche con ese vestido rojo.

Jack sabía que su mal humor no era culpa de Ellie, pero por algún motivo lo sentía como si lo fuese, y no mejoraba las cosas acunando a su hija entre los brazos y pensando en otro hombre. Cuando notó que ella lo miraba, se dio la vuelta para vigilar las chuletas.

– ¡Hola, Ellie! -en la sonrisa de Gray se mezclaban la sorpresa y la alegría-. No te veo desde hace años, ¡estás guapísima! -Gray se acercó para darle un abrazo.

Jack seguía dando vueltas a las chuletas, no quería que Ellie estuviera de ninguna forma. Quería que siguiera como siempre. Por el rabillo del ojo vio cómo ella le devolvía el abrazo. Él también podría haberla abrazado así de no haber sido por el vestido rojo.

– Siento haberme perdido tu boda, Gray. Creo que ahora te mereces más enhorabuenas… -dijo con una sonrisa arrebatadora.

¿Dónde había aprendido eso trucos femeninos?, se preguntaba amargamente Jack. ¡ Se ponía un vestido y se convertía en Mata Hari! ¿Dónde estaba la Ellie que se arrastraba por el suelo arrancando matojos y pintaba paredes sin preocuparse por su aspecto?

– Se lo estaba contando a Jack. Aunque él solo pensaba en que salieras y lo rescataras.

Ellie lanzó una mirada a Jack. Pero no daba la sensación que él esperara que ella lo rescatara de nada. Parecía como si estuviese deseando que se fuese lo antes posible. Se volvió hacia Gray y Clare.

– Me alegro mucho por vosotros. Alice agradecerá mucho tener un primo. ¿Verdad? -pellizcó la nariz de Alice.

– ¡Gih! -dijo Alice, y sonó tan claramente como un «¡sí!» que todos se rieron.

Era el día de Alice. Era muy joven y no se daba cuenta de que cumplía años, pero sabía que los cuatro mayores que estaban a su alrededor se hallaban pendientes de ella. El mal humor de Jack desapareció en cuanto se fijó en Alice. Era imposible resistirse a sus miradas y a sus juegos. Él haría lo que fuese por ella. Era el motivo por el que iba a casarse con Ellie. ¿Qué importaba si ella estaba enamorada de otro si, al fin y al cabo, se iba a quedar por Alice? Miró de soslayo a Ellie. Estaba sentada tranquilamente, se reía con las gracias de Alice y estaba radiante con su vestido rojo. Sintió un vuelco en el corazón.

Más tarde, cuando Alice se había dormido, acompañó a Ellie hasta el coche.

– Siento no haberte servido de mucha compañía -dijo para romper el silencio.

– No importa. Comprendo que estuvieses pensando en Pippa. Ha debido ser un día difícil para ti.

– No ha sido eso -dijo con sinceridad-. Desde luego que he pensado en ella, pero… no sé que ha pasado -confesó con un suspiro-. Será que hay que hacerse a la idea -miró a Ellie y le dio la sensación de que a pesar de conocerse tanto había algo oculto en ella. Siempre había pensado que Ellie era clara y diáfana, pero cuanto más la conocía, más misteriosa le parecía-. En cualquier caso, hemos pasado el primer obstáculo -dijo intentando darle un tono más ligero a la conversación-. No es que estuviera deseando contárselo a Clare, pero parece que lo acepta. Solo falta convencer a tu familia. ¿Se lo has dicho?

– Sí.

– ¿Cómo lo han tomado?

– Mamá está encantada y ya está haciendo planes para la boda. Papá no habla mucho, pero creo que está contento. Kevin y Sue también están felices, creo que fue un alivio saber que no pensaba quedarme con ellos para siempre.

– ¿Y Lizzy?

– Sospecha algo -reconoció- Sabe lo que sientes por Pippa, y me conoce. Adivinó la verdad enseguida.

Jack la miró.

– ¿La verdad?

– Que tú solo quieres una madre para Alice.

– ¿También adivinó tu verdad?

Ellie miró a otro lado.

– Ella cree que yo haría cualquier cosa por quedarme en el campo. No dije nada más.

– Entonces, ¿reconociste que había adivinado la verdad?

– No -Ellie se encogió de hombros como queriendo quitarse un peso de encima-. No me gusta mentir a Lizzy, pero sabes lo romántica que se pone con el matrimonio. Cree que solo te debes casar si estás locamente enamorada y todo es perfecto. Tuve que fingir que esa era nuestra situación.

Jack se apoyó en el coche y cruzó los brazos.

– ¿Te creyó?

– No estoy segura. Creo que no, no del todo. Claro, preguntó cuándo había pasado todo y yo dije que nos habíamos conocido mejor mientras te ayudaba con Waverley, pero me parece que no la convencí. ¡Quería saber todos los detalles!

Jack se podía imaginar la reacción de Lizzy ante la cautela de Ellie.

– ¿Qué tipo de detalles? -preguntó con picardía.

– Te los puedes imaginar -Ellie fijó la mirada en la puerta del coche-. Cómo nos enamoramos, cuándo nos dimos el primer beso, qué sentí… Ese tipo de cosas.

– ¿Qué dijiste?

Ella se atrevió a dirigirle una mirada y comprobó que los ojos le brillaban con una sonrisa oculta. Para él era muy fácil verlo como algo gracioso, pensó con resentimiento. No había estado una hora hablando con Lizzy por teléfono, oyendo preguntas a las que no podía responder.

– ¿Sobre qué? -preguntó furiosa.

– Sobre nuestro primer beso.

– Que fue maravilloso, faltaría más. No iba a decirle que no te he besado, ¿verdad?

– No, si quieres que crea que estamos apasionadamente enamorados.

– Me dijo que pensaba venir el próximo fin de semana para verlo con sus propios ojos. Ya ha dicho a mamá y a papá que hay que ir pensando en una fiesta de compromiso. Intenté explicarles que estamos muy ocupados con Waverley, pero creo que fue una pérdida de tiempo: ya están muy ocupados invitando a media provincia. Que a ellos les gusten las fiestas no quiere decir que a mí me gusten. ¿Por qué no pueden dejarnos en paz?

– Pobre Ellie -no pudo evitar reírse al ver su expresión-. Solo quieren que sea algo especial para ti. No será para tanto.

– Sí lo será. Será espantoso. No podré estar tranquila ni un minuto. Irá todo el mundo, y Lizzy nos analizará con microscopio para saber si estamos enamorados o no.

– Tendremos que estar preparados para hacer una representación convincente, ¿no?

– Y eso, ¿cómo se hace? -preguntó, preocupada todavía por el lío de la fiesta.

– Bueno… -Jack fingió meditar sobre el asunto-. Podríamos besarnos -sugirió como sin darle importancia.

– ¿Be… besarnos?

– Suele pasar en las fiestas de compromiso.

– Lo sé… pero.

– No hay inconveniente, ¿verdad?

– No, no… claro… Por lo menos… -era incapaz de explicar a Jack por qué la idea de besarlo la desconcertaba tanto.

– Si lo hay, quizá deberíamos practicar ahora -dijo Jack como si hubiese caído en la cuenta de algo.

– ¿Practicar…?

– En la fiesta tendré que besarte, y en la boda. Estaba pensando que a lo mejor era una buena idea besarte ahora para que no pareciese que nos dábamos el primer beso ese día. ¿A ti qué te parece?

Todo parecía normal y corriente, como si fuese un apretón de manos. La cara de Jack no decía nada, pero las arrugas de los ojos y las comisuras de los labios lo delataban. En ese momento Ellie no sabía si lo quería o lo odiaba por encontrar tan divertida la idea de besarla.

– No sé… -dijo envaradamente.

– Por lo menos, si alguien vuelve a preguntarte por el primer beso, podrás decir algo. No lo haré si tú no quieres.

El corazón de Ellie latía lenta y dolorosamente y su garganta estaba tan seca que apenas podía respirar. Miró a Jack con recelo, tenía miedo a que, después de todo, estuviese burlándose de ella. Estaba deseando besarlo, pero también temía lo que podría revelar si lo hacía. Antes de que respondiera, Jack hizo ademán de alejarse.

– No -dijo ella involuntariamente. Él se paró y levantó las cejas. Había anhelado ese momento durante años. ¿Iba a dejarlo escapar?-. Quiero decir… creo que tienes razón. A lo mejor es una buena idea.

Lo era, pensó ella. Si tenía que hacer el ridículo, era preferible hacerlo sola con Jack en Bushman's Creek que en una fiesta delante de media provincia.

– Sí.

La mirada burlona desapareció de sus ojos. Las palabras de Ellie le habían sonado familiares, la torpeza al hablar sobre la idea del beso le recordó que era la misma Ellie de siempre, no una desconocida con un vestido rojo.

Sin embargo, a la hora de besarla su superioridad se había desvanecido. Se sentía absurdamente nervioso. Había besado a muchas mujeres, pero no como Ellie. Ellie era diferente.

La agarró por la cintura vacilando, como si fuese la primera vez que besaba a una mujer. Podía sentir el calor de su cuerpo y cómo su suave vestido permitía sentir la delicadeza de su piel.

Ellie estaba temblando. El corazón se le salía del pecho, parecía como si sus piernas hubiesen desaparecido, como si lo único que la mantuviesen en pie fuesen la manos de Jack.

Tenía que ayudarlo. Haciendo un gran esfuerzo intentó no perder la calma. Para Jack tenía que ser muy difícil besarla. Había notado sus dudas y sabía que estaría pensando en Pippa, la única mujer a la que quería besar.

Respiró hondo y puso las manos sobre los hombros de Jack. La suave camisa cubría unos músculos poderosos. Lo había amado por su encanto irresistible, por una vaga sensación de peligro que nacía de su buen humor y amabilidad, por la calidez de sus ojos y su sonrisa que lo iluminaba todo, pero en ese momento solo sentía al hombre.

Quería deslizar sus manos por debajo de la camisa, sentir la dureza de su cuerpo y dejarse atrapar por su fuerza. El deseo físico la dominaba, sentía vértigo y el temor a sucumbir hizo que quisiese apartarse, pero Jack la atrajo hacia sí y, en ese momento, desapareció la última esperanza de resistencia.

Con un brazo la rodeaba y con la otra mano separó el pelo de su rostro antes de deslizaría por el cuello. Ellie no se movía, simplemente temblaba cada vez que un dedo acariciaba su mejilla. Sabía que estaba perdida.

– Mírame, Ellie -dijo Jack con una voz tan profunda que pareció atravesarla.

Lentamente y sin ofrecer resistencia, Ellie levantó los ojos. Jack la miraba con una expresión impenetrable, pero acariciaba su pelo y la sujetaba firmemente. La larga espera terminó, Jack inclinó la cabeza y la besó, fue un beso muy ligero, pero sentir aquellos labios hizo que jadeara y que sus dedos se aferraran a la camisa. Cuando Jack se separó, casi inmediatamente, tuvo que reprimir un grito de queja.

Así que eso era todo. Ellie sintió una decepción terrible. Abrió los ojos, pero no le salían las palabras. No conocía ningún truco para hacerle saber cuánto deseaba que la volviera a besar. Solo podía mirarlo atontada.

Jack se proponía dejarla marchar. En realidad ella no quería besarlo. Un leve beso había sido suficiente.

Pero la dulzura de sus labios lo había pillado desprevenido y, en vez de dejarla marchar, como pretendía, bajó las manos y la abrazó con más fuerza. Antes de saber lo que estaba pasando se encontró que la besaba como una chica vestida de rojo merece que la besen.

Una mezcla de placer y tranquilidad se apoderó de Ellie. Y se fundió con él, sin temor a entregarse, sin temor a las complicaciones, sin pensar en nada que no fuese Jack y la maravillosa sensación de estar entre sus brazos. Acariciaba su cuello abandonada a un dulce placer que recorría todas sus venas. La boca de Jack la embriagaba y la fuerza de su brazo la dominaba.

A Ellie no le importaba que no hubiese estrellas ni que el escenario de su primer beso no fuese muy romántico. No le importaba estar en un patio polvoriento, ni que Jack no le hubiese hecho caso durante todo el día, ni que para él ese beso no fuese más que un divertido ensayo. Solo le importaba que era su turno, que sus brazos la rodeaban y que sus labios la besaban.

Ellie no llegó a saber cuánto había durado el beso. Pudo ser un segundo o una hora. Todo lo que llegó a saber fue que había sido demasiado corto. Cuando Jack la soltó, se apoyó temblorosamente en la puerta del coche, insensible a todo lo que la rodeaba. Todo giraba a su alrededor. Jack se repuso primero.

– ¿Crees que habría convencido a Lizzy? -intentó parecer despreocupado, pero la voz le salió entrecortada.

– Espero que sí -contesto Ellie. Casi la había convencido a ella misma. Buscó el tirador de la puerta sin poder mirarlo a los ojos y se subió al coche-. Será… será mejor que me vaya -consiguió balbucir.

Jack observó cómo se sentaba y metía la llave con torpeza. Todavía estaba desconcertado, todavía sentía la dulzura de sus labios y la frescura de su cuerpo. Habría querido besarla otra vez, pero sus ojos tenían una expresión tan dura y se había metido en el coche tan rápidamente que, por primera vez, dudó de que le hubiese gustado el beso. Cerró la puerta y se apartó.

Ellie, consciente de que la estaba mirando, se puso nerviosa y le costó Dios y ayuda arrancar el coche, pero al final lo consiguió y lo miró convencida de que estaría riéndose de su atolondramiento.

Jack no se reía. La miraba con una expresión ligeramente preocupada, que se disipó cuando ella bajó la ventanilla para despedirse.

– ¿Les comentarás a Gray y Clare lo de la fiesta? -dijo un poco envarada.

– Desde luego -contestó Jack, también tenso. Dudó, le preocupaba la palidez de su rostro y la rigidez con que agarraba el volante-. ¿Te encuentras bien? -preguntó cambiando el tono.

– Sí, perfectamente.

– ¿Te ha importado besarme?

– Claro que no -dijo Ellie con una sonrisa muy poco convincente-. Al fin y al cabo, soy yo quien quiere convencer a mi familia. Es parte del trato.

El trato. El motivo por el que se iban a casar. El motivo por el que ella estaba allí. El motivo que había olvidado mientras la besaba.

– Es verdad, el trato -dijo Jack con una voz inexpresiva. Se apartó y ella se marchó.

CAPÍTULO 5

EL FIN de semana siguiente Jack no quería ir a la fiesta de compromiso. Había estado toda la semana de un humor de perros. Él había sido el culpable del beso. Al principio le había parecido una buena idea, pero no había calculado que pudiera llegar a tenerlo presente en todo momento. Estaba desconcertado porque Ellie se le aparecía en los momentos más inesperados: su vestido rojo, sus piernas esbeltas, la dulzura de sus labios; a veces las manos de Jack sentían su piel a través del vestido. Cuando ocurría eso, intentaba apartar el recuerdo de su mente. Es Ellie, nada más, se intentaba convencer con demasiada frecuencia. Había besado con más pasión a mujeres mucho más hermosas. No había ningún motivo para que ese beso lo hiciera sentirse desasosegado. Ni siquiera parecía que hubiese impresionado mucho a Ellie. Solo era parte del trato.

Jack iba sentado en el asiento de atrás con Alice, mientras Gray y Clare charlaban animadamente camino de la fiesta. Durante la semana había estado a punto de llamar a Ellie varias veces para cancelarlo todo, pero cada vez que descolgaba el teléfono se acordaba de Alice. Alice, la hija de Pippa. Alice necesitaba una madre y por eso se casaba con Ellie. Estaba haciendo lo que tenía que hacer, se dijo a sí mismo mientras miraba a su hija dormida. Solo esperaba no haberlo estropeado todo con el beso.

Jack sabía que, a pesar de todas sus dudas, estaba desando volver a verla. Aunque no tendría por qué hacerlo. Se suponía que Ellie debía ser una amiga amable y poco exigente, una buena compañía, alguien a quien acudir cuando la necesitara, pero no alguien en quien pensar constantemente. Jack asomó la cabeza por la ventanilla. No se esperaba de Ellie que se pusiese vestidos rojos que lo desconcertaran.

Su humor no mejoró cuando llegó a la fiesta y comprobó que volvía a llevar el maldito vestido y estaba todavía más hermosa. Representaba a la perfección el papel de mujer enamorada. Debería estarle agradecido por ello, pero por algún motivo no lo estaba. No le gustaba el brillo de sus ojos mientras hablaba y reía. No le gustaba que los hombres que ella conocía de siempre se apiñaran a su alrededor. No le gustaba la forma en que la miraban.

Jack miraba a Ellie con furia. No hacía falta que le dijeran que el hombre al que amaba estaba ahí. Ese día tenía un brillo especial y, desde luego, no era por él. Se encontró estudiando el rostro de todos los hombres que estaban ahí, y preguntándose cuál era el responsable de que estuviese tan radiante. Debería ser un poco más digna. Le había dicho que no tenía esperanza de que le correspondieran su amor, ¿entonces por qué sonreía de esa forma?, ¿por qué llevaba el vestido rojo?

Desde el otro lado de la habitación, Ellie había visto el gesto de Jack y reprimió un suspiro. Estaba muy nerviosa desde el beso y lo disimulaba con un aire de felicidad exagerada. Era muy importante que Jack no sospechase lo que había significado el beso para ella. Lo horrorizaría saber que desde el beso no había dormido, que había revivido cada segundo de placer.

Desde el momento en el que entró en la fiesta había quedado claro que Jack no sentía lo mismo. Ellie había notado cuánto se arrepentía del beso y estaba segura de que estaba espantado porque a lo mejor ella lo había malinterpretado. «No tiene por qué preocuparse», pensó Ellie con orgullo, «no pienso ponerlo en una situación comprometida». Sonrió a Jack con la intención de tranquilizarlo, pero no recibió respuesta. El sí sonreía a todo el mundo, incluso al grupo de ex novias que lo felicitaban muy cariñosamente. Durante la fiesta Jack la evitó. Ellie empezó a sentirse furiosa. ¡No era culpa de ella si Jack la había besado! Si no quería casarse, que lo hubiese dicho, pero si había ido a la fiesta, podía hacer un esfuerzo por comportarse como un novio. Ellie, por consideración hacia su familia, resistió la tentación de dirigirse a donde estaba Jack, apartar todas las manos femeninas que tenía sobre sus hombros y decirle que si lo único que quería era un ama de llaves gratis que se buscase a otra. Sus padres estaban tan contentos por ella que no podía decepcionarlos. Ellie levantó la cabeza y esbozó una sonrisa maravillosa. Pensaba pasar por una novia inmensamente feliz, aunque le costase la vida.

Conocía a todo el mundo desde que era niña, así que no le iba a costar mucho divertirse; de no ser porque no podía desdeñar a Jack como él la desdeñaba a ella. Cada vez que lo miraba estaba con una chica distinta. Todas eran rubias y guapísimas, y estaba segura que todas sabían lo que se sentía cuando Jack te besa.

De repente se vio desbordada por un sentimiento de desolación. ¿A quién iba a engañar? Cualquiera con dos ojos en la cara se podía dar cuenta de que ella no era su tipo. ¿Iba a creerse alguien que Jack la había elegido a ella entre todas esas chicas? Desde luego que no. La maravillosa sonrisa desapareció de su rostro, se sintió humillada y expuesta a las miradas de todos. Tenía que irse. Balbució una excusa y salió de la habitación. Se fue al porche trasero, protegido por unas frondosas ramas que le daban sombra. Se oían voces en la cocina, donde su madre y familia preparaban ensaladas entre risas y bromas. Ellie se sentó en una de las viejas sillas, disfrutando del silencio y de la tranquilidad de estar sola.

– ¿Qué haces aquí?

Ellie se giró bruscamente al oír la voz de Jack. Avanzaba por el porche hacia ella con un aspecto tremendo. El corazón le dio un vuelco, en parte por el susto y en parte por la furia que sentía por quererlo tanto, incluso cuando era tan desconsiderado.

– ¿Tú que crees…? -contestó, dejando claro su enfado. ¿A santo de qué iba a estar él enfadado?

– ¿Vas a encontrarte con tu famoso enamorado? -dijo Jack con una voz deliberadamente ofensiva.

Ellie se quedó tan impresionada que solo pudo mirarlo fijamente.

– ¿Cómo dices…?

– He visto cómo mirabas alrededor para que nadie te viese salir. Era evidente que ibas a encontrarte con alguien. Creía que me habías dicho que no había nada entre vosotros.

– Y no lo hay -dijo secamente.

– Ya… -Jack no intentaba disimular su incredulidad-. Entonces, ¿por qué te escabullíste así?

– No me he escabullido. Necesitaba aire, solo quería estar sola un rato. No quiero que nadie me siga.

Jack no se dio por aludido. Se sentó en la silla de al lado.

– ¿Por qué no?

– Porque no me gustan las fiestas.

– Casi me engañas, creí que te lo estabas pasando muy bien.

– ¿Por qué iba a estar pasándomelo muy bien, Jack? -preguntó con una tranquilidad reveladora-. Me he pasado el día mintiendo a mi familia y amigos. He tenido que fingir que estaba enamorada de un hombre que no me hacía ningún caso. He tenido que soportar la miradas de lástima de todas tus ex novias, que se preguntan sin disimulo por qué te casas conmigo cuando no te intereso lo más mínimo. ¿Crees que tiene algo de divertido?

Jack frunció el ceño.

– Si no te he hecho caso, ha sido porque no he podido acercarme a ti en todo el día. Cada vez que te miraba parecías estar feliz de ser el centro de la reunión…

– A eso se le llama hacer un esfuerzo -cortó Ellie-Papá y mamá han hecho todo lo posible por organizarnos esta fiesta y se habrían sentido muy disgustados si no me hubiesen visto inmensamente feliz. ¡Desde luego que parecía que me lo estaba pasando muy bien! ¿Qué esperabas que hiciera?, ¿que pareciese una desgraciada?

– Coquetear con todo el mundo es una forma muy curiosa de demostrar a tus padres que tu compromiso te hace feliz -dijo Jack sin ninguna consideración.

Era tan injusto que Eilie sin quedó sin respiración por un momento.

– ¿Coquetear…? -dijo con un hilo de voz-. ¡No he coqueteado con nadie!, ¡no sabría ni cómo hacerlo!

– Yo no diría lo mismo -dijo Jack con una sonrisa burlona-. Es más, creo que eres una artista de la imagen inocente y desvalida. Nadie te podrá acusar de haber elegido a alguien en concreto, aunque yo creo que ese era tu propósito. ¡Yo he debido ser el único hombre con el que no has coqueteado!

– Quizá lo hubiese hecho si te hubieses acercado a mí -dijo Ellie fuera de sí-. Evidentemente tenías mejores cosas que hacer. ¡Me sorprende que te dieses cuenta siquiera de lo que hacía!

– ¡Desde luego que me di cuenta!

Jack miró a Ellie con fiereza, pero aun así su presencia lo turbaba. El vestido rojo era como una llamarada en la sombra, sus verdes ojos lo miraban con furia y todo en ella era intenso, de una intensidad impresionante. De repente, el recuerdo del beso se apoderó de Jack. Se levantó bruscamente y se apoyó en la barandilla del porche, de espaldas a Ellie.

– Se supone que estarnos comprometidos.

– ¡Todavía te acuerdas…! -Ellie no había discutido con Jack jamás en su vida y comprobar que podía enfadarse con él le resultaba estimulante-. ¡A lo mejor eso explica por qué me has evitado todo el rato y has prestado tanta atención a todas tus ex novias!

Jack apretó los dientes.

– Solo me he reencontrado con viejos amigos.

– Qué curioso que todos tus viejos amigos sean jóvenes, mujeres y muy guapas.

Ser sarcástica no era el estilo de Ellie y a Jack no le gustaba nada. Se dio la vuelta para mirarla.

– No seas ridicula, he hablado con casi todo el mundo, algo que tú no has hecho. He sido amable con tus tías, le he dado la razón a tu padre y he sufrido un interrogatorio de tu madre y Lizzy. Habría hablado contigo, pero no he podido acercarme en todo el día. ¡Tendría que haberme peleado con todos esos hombres deseosos de echarte una mirada vestida con ese traje!

El silencio se podía cortar con un cuchillo. Se miraban con desprecio, aunque ambos estaban impresionados por la discusión que se había organizado y porque se les había escapado de las manos.

– Él está aquí, ¿verdad? -preguntó Jack con otra voz.

– ¿Quién…?

– El hombre del que estás enamorada.

Ellie lo miró y suspiró.

– Sí -contestó después de un rato.

– Estaba seguro -dijo Jack sin mirarla-. Es como si alguien te iluminara. A Pippa le pasaba lo mismo. Decía que era porque sabía que yo estaba cerca.

Ellie no quería oír hablar de Pippa. Se levantó y se acercó a Jack.

– En efecto, eso es lo que pasa.

– ¿Está casado?

– No quiero hablar de eso.

– Todos los hombres solteros de la región estaban como moscones a tu alrededor -insistió Jack-. No había ni uno solo que no hubiese saltado ante la más mínima posibilidad de bajarte la cremallera. Podrías haber elegido el que quisieras, así que debe ser otro.

– Jack -Ellie apretó los dientes y habló muy despacio-, no voy a hablar de eso.

– No se lo diré a nadie, solo quiero saberlo.

– No te importa.

– ¡Cómo que no!, nos vamos a casar.

– Hicimos un trato -dijo con frialdad-. Te expliqué la situación y dijiste que la entendías. No puedo contarte nada más.

– ¿Eso es todo…? -Jack la miraba con una mezcla de desconcierto y frustración-. ¿Tengo que aguantarme cada vez que te ilumines porque ese tipo está en la misma habitación que tú?

En ese momento un sonido de tacones anunció que Lizzy se acercaba.

– ¡Por fin…!, ¿por qué demonios os escondéis aquí? Os he buscado por todos lados. Queremos brindar y papá va a hacer un discurso… -se calló en el momento en que se dio cuenta de que Ellie y Jack estaban rígidos y separados-. Mmm… Me huele a tensión en el ambiente, ¿qué pasa?

– Nada -dijo Ellie.

– Una pequeña discusión de enamorados, ¿verdad, cariño? -dijo Jack.

Ellie solo lo miró y Lizzy torció el gesto.

– ¿Pensáis daros un beso y hacer las paces o le digo a papá que no hay boda? -preguntó Lizzy con aire inocente.

– Claro que hay boda -la suavidad de la voz de Jack contrastaba con la tensión de su mano, que agarrraba la muñeca de Ellie-. Puedes decirles que preparen las copas. Vamos enseguida.

Jack, ante la mirada divertida de Lizzy, prácticamente arrastró a Ellie. Esta casi tenía que correr para poder seguir su paso y solo consiguió forzar una sonrisa antes de que Jack la dejara en frente de su padre.

Para sorpresa suya, nadie la miraba con extrañeza y todo el mundo sonreía mientras su padre empezaba el discurso. ¿No se daban cuenta de que la sonrisa de Jack no encajaba con la ira de sus ojos?, ¿de que agarraba su mano con absoluta frialdad?, ¿de que el aire que los separaba estaba cargado de reproches?

Solo Lizzy parecía darse cuenta y, en vez de estar preocupada, sonreía feliz. Ellie la miró con recelo. Era la única que había dudado cuando se anunció la boda y había esperado a verlos juntos antes de formarse un juicio. Entonces, ¿por qué parecía tan satisfecha?

El discurso de su padre se le hizo larguísimo. Todo el mundo reía sus chistes malos y, al final, todos asintieron con la cabeza cuando dijo que Jack y Ellie estaban hechos el uno para el otro. Jack apretó la mano hasta hacerle daño.

– Por lo tanto, me gustaría levantar mi copa y brindar por un futuro feliz para Jack y Ellie.

«¡Por Ellie y Jack!», todo el mundo levantó su copa con tal ilusión que Ellie sintió un escalofrío. Hasta el momento, el trato que había hecho con Jack era un asunto de los dos; en ese instante le parecía un engaño para mucha gente que le importaba.

Cuando terminaron las felicitaciones y toda la algarabía, Ellie se encontró en el centro de todas las miradas. Esperaban que Jack la besara. Lo miró nerviosamente. Seguro que ponía una excusa, no podía besarla con la pelea tan presente. Intentó soltar la mano, pero Jack no la dejó. La atrajo hacia sí y la miró con una sonrisa que le puso un nudo en la boca del estomago. Abrió la boca para decir algo, no sabía qué, pero era demasiado tarde. Jack la tenía firmemente entre sus brazos, besó su boca antes de que pudiera emitir una palabra. No se pareció en nada al otro beso. No había ternura ni asomo de placer. Era un desafío. Los labios de Jack eran duros y exigentes, y sus manos como tenazas. La ira fluía entre ellos como una corriente eléctrica. Ellie se quedó petrificada por la intensidad de su respuesta. Notaba cómo se apoderaba de ella sin poderla controlar, aunque con júbilo. ¿Que Jack quería castigarla? De acuerdo, ¡estaba cansada de ser la dulce y buena Ellie que siempre aguantaba sus cambios de humor sin preguntar! ¡Si aquel beso era un desafío, iba a aceptarlo! Ellie le devolvió el beso desafiante, casi provocadoramente. Se había olvidado de que había gente alrededor y de que todos los estaban mirando, del trato y de los motivos por los que estaban ahí. Nada importaba, solo el choque de dos voluntades y una marea oscura y peligrosa que los arrastraba.

En un momento dado todo cambió y la feroz competencia se convirtió en un placer tan intenso que tuvo que agarrarse más fuerte a Jack para no perder el equilibrio. Era como si sus bocas estuviesen hechas para moverse juntas y las manos de Jack estuviesen diseñadas especialmente para deslizarse por su espalda, para atraerla más cerca.

– ¡Eh, un respiro! -dijo alguien-. ¡Hay niños!

Hubo un estallido de risas y bromas que sacó a Ellie como de otro planeta. No tenía nada que ver con Jack ni con ella y, cuando él se separó, murmuró instintivamente una queja. Jack primero dudó, pero luego decidió no responder. Cuando por fin se separaron, Ellie pudo comprobar que estaban rodeados de caras sonrientes. ¿Qué había pasado? Habían empezado a besarse con furia y de repente… Solo sabía que se sentía aturdida y desconcertada. Sus ojos y los de Jack se encontraron casi contra su voluntad. Parecía horrorizado y se miraron con consternación, demasiado impresionados como para importarles lo que pudieran pensar los demás. Por algún motivo todo el mundo encontró gracioso su comportamiento y volvieron a levantar sus copas: «¡Por Jack y Ellie!».

Cuando se fue el último invitado, Ellie estaba agotada. Había conseguido reponerse y siguió charlando animadamente con todo el mundo, como si Jack la besara todos los días, pero estaba deseando que se fuesen todos para dejar de sonreír y estar sola.

Jack y ella no habían vuelto a tocarse. Jack tenía a Alice entre los brazos para no tener que llevarla de la mano ni pasar su brazo por sus hombros. Ellie pensó que era mejor así, pero no podía evitar sentirse muy sola. Apenas hablaron hasta que él se despidió, acompañado de Clare y Gray. Llevaba a Alice y Ellie se entretuvo con ella para evitar la mirada de Jack.

– Pensaba volver a Waverley la semana que viene, ¿qué te parece?

No estaba segura de si lo que quería era que se inventase una excusa para no ir, pero su hermano y su cuñada estaban delante y sabían perfectamente que no tenía nada que hacer. Además, ¿no era preferible fingir que no pasaba nada?

– Muy bien -dijo con una sonrisa-, todavía tengo que terminar unas ventanas.

– Gray y yo nos tenemos que reunir mañana y el martes, así que no podré ir antes del miércoles -dijo Jack con la misma cortesía forzada -. Si te parece bien, te recogeré de camino.

– Perfecto.

Jack dudó un segundo, como si fuese a decir algo más, pero al final solo asintió con la cabeza.

– Hasta el miércoles.

Ellie observó cómo se metía con Alice en el coche sin ni siquiera volverse para mirarla. Se quedó un buen rato de pie viendo cómo se iban y, cuando se dio la vuelta, comprobó que Lizzy también estaba ahí mirándola con una expresión muy rara.

– ¿Qué? -dijo Ellie a la defensiva, aunque Lizzy no había dicho nada.

– Me estaba acordando de que me quedé horrorizada cuando me dijiste que te ibas a casar con Jack -dijo Lizzy-. Creía que os casabais por un motivo equivocado y, cuando he visto lo fríamente que os habéis felicitado, me he convencido de ello, dijeses lo que dijeses. Pero cuando os he visto discutir he comprendido que estaba equivocada y que tú tenías razón.

– ¿En serio? -Ellie miraba a su hermana sin saber muy bien de lo que estaba hablando.

– Desde luego… cuando entré estabais discutiendo de verdad. Y eso es una señal muy buena.

– ¿Tú crees?

– Venga Ellie, no habías discutido jamás en tu vida; y creo que no había visto nunca a Jack tan enfadado. No habríais discutido de esa forma si no hubiese algo especial entre vosotros. Para discutir así con alguien te tiene que importar mucho; y para besarlo de esa forma… -sonrió un poco pensativa-. ¡Ojalá encontrase yo a alguien así, que me besase sin importarle lo que tiene alrededor! Creo que tienes mucha suerte, Ellie.

– Lizzy… -Ellie empezó a hablar, pero se calló. Había estado a punto de decirle la verdad. Pero su hermana parecía tan feliz que no quiso decepcionarla.

Se giró y vio cómo se alejaba el coche con Jack dentro.

Sus labios todavía temblaban por el beso y su cuerpo todavía se estremecía. Quizá no hubiese sido como ella quería, pero por lo menos la había besado. Podía haberse quedado trabajando en la ciudad y añorando el campo, pensó Ellie. Podía haber estado en la fiesta de compromiso de Jack con otra mujer que sería la madre de Alice. Pero, no. Se iba a casar con Jack y viviría en Waverley con él. No era todo lo que ella quería, pero era bastante. Era suficiente.

Jack pasó a recogerla el miércoles a primera hora.

– Hola Ellie.

– Hola -dijo, muy animada mientras hacía muchos aspavientos con el cinturón de seguridad para no tener que mirarlo directamente a los ojos.

Se había propuesto actuar con naturalidad. Había meditado mucho desde la fiesta. El beso permanecía en su memoria intacto y perturbador. Seguía molesta por lo traicioneramente que había respondido su cuerpo. Solo tenía que fingir que en la fiesta no había pasado nada fuera de lo normal, que él no la había besado y que ella no le había correspondido con ese anhelo. Muy fácil de decir, pero no de hacer, porque en cuanto él aparecía su cuerpo dejaba de escuchar a su mente.

La presencia de Jack la atormentaba. Sentía ese nudo en el estomago tan conocido, la misma sacudida que notaba siempre que lo veía, siempre que se acordaba de su sonrisa o de la forma en que se ponía el sombrero.

Él parecía concentrado pilotando la avioneta. Ellie aprovechó la situación para mirarlo de reojo Estaba tranquilo; sus manos, firmes y seguras sobre los mandos; sus ojos, fijos en el panel. Todo le resultaba familiar, las arrugas de los ojos, sus facciones angulosas su boca. Pero ya sabía lo excitantes que eran esos labios cuando besaban los suyos, la fuerza que tenían esas manos y lo duro que era su cuerpo. Todo era ya diferente.

CAPITULO 6

APARTÓ su mirada de Jack y trató de encontrar algo que decir.

– ¿Has… has traído más pintura para el cuarto de baño? -no era la mejor forma de empezar una conversación, pero era todo lo que se le ocurrió.

– Suficiente para eso y para terminar el cuarto de Alice.

Jack agradecía mucho a Ellie que hubiese roto el silencio. Hablaron un rato de la decoración y, cuando se terminó la conversación, comentaron lo mucho que había llovido y la cantidad de agua que llevaban los arroyos. Incluso hablaron de instalar un generador y de la gasolina que necesitaba. Pero llegó un momento en el que Jack no pudo resistir más y, en medio de una conversación, se paró bruscamente.

– Siento mucho lo del otro día -dijo.

– ¿El otro día…? -repitió Ellie sorprendida por el repentino cambio de conversación.

– Estuve fuera de lugar. Tenías toda la razón. Tus sentimientos hacia ese hombre no son de mi incumbencia. No tenía intención de pelearme contigo de esa forma. No sé por qué me enfadé tanto. Creo que me excedí.

– Creo que los dos lo hicimos -dijo Ellie intentando por todos los medios parecer natural.

– También quiero disculparme por el beso.

– Ah… eso -dijo Ellie débilmente.

– No sé qué me ocurrió -dijo Jack decidido a hacer una confesión completa-. Algo se me escapó de las manos.

Ellie tragó saliva y recordó lo incapaz que fue de resistir la excitación que se apoderó de ella y la pasión con que respondió a su beso.

– No importa -dijo con cierto rubor.

– No te asusté, ¿verdad?

Lo único que la había asustado había sido la pasión de su propia respuesta.

– No -dijo con un hilo de voz.

– Temía que lo hubiese hecho. Parecías… -Jack se quedó pensativo recordando la furia y desesperación que vio en los ojos de Ellie- molesta -dijo con poca convicción.

– No, estaba bien -Ellie se giró para ocultar el rubor-. Estaba desprevenida, eso es todo.

Desprevenida. Una bonita forma de decir cómo se sentía mientras todo giraba a su alrededor. Jack hizo un movimiento con los mandos y la avioneta descendió suavemente.

– Ellie, ¿estás segura de que quieres seguir adelante? Sé que no fui muy comprensivo en un momento, pero la fiesta me ha hecho comprender lo difícil que puede ser para ti. Y yo no facilité las cosas comportándome de esa manera. No te reprocharía nada si hubieses cambiado de idea.

– ¿Me estás diciendo que tú sí has cambiado de parecer?

– ¡No! -desde luego que había cambiado de idea, muchas veces, pero todas había rectificado. Se sentía incomodo cada vez que se acordaba de la fiesta. Lo desconcertaba la reacción que había tenido con Ellie. Clare y Gray no se habían fijado en que hubiese estado con todos esos hombres, pensaban que eran imaginaciones suyas. Entonces…, ¿por qué se imaginaba algo si no estaba celoso? No podía estar celoso de Ellie. Puede que estuviese cansado, aturdido, nervioso, pero celoso… imposible. Ellie era, simplemente Ellie. O, más bien, lo era hasta que se puso ese vestido, recordó sombríamente. Cuando esa mañana la había visto con sus vaqueros y su camisa usada se había sentido más tranquilo, pero también un poco violento. Parecía mentira que se hubiese puesto así con la hermana pequeña de Lizzy- Lo que quiero decir es que no tienes que hacer nada que no quieras hacer. Ya sé que sería muy embarazoso cancelar la boda cuando la acabamos de anunciar, pero encontraríamos alguna excusa.

– No quiero cancelar la boda -dijo Ellie rápidamente, sin dejar que Jack comentara a fondo toda la cuestión-. Yo tampoco he cambiado de idea -respiró hondo-. Y también te debo una disculpa. Se necesitan dos para discutir, y para besarse. Cuando las cosas se nos fueron de las manos en la fiesta tuve tanta culpa como tú. Quizá deberíamos olvidarnos de todo.

Jack la miró agradecido.

– Si tú quieres olvidarlo, yo también.

«¿Olvidarme de la forma en que me besó?, ¡ni soñarlo!», pensó Ellie.

– Por lo menos hay algo que sacaremos en claro de la fiesta -dijo ella con una sonrisa-. Convenció a Lizzy de que somos una pareja de verdad.

– ¿En serio?

– A mí también me sorprendió. Pero Lizzy piensa que la discusión que tuvimos es una buena señal; no sé bien por qué. ¡Incluso dijo que nos envidiaba!

Jack no creía que hubiese nada envidiable en su situación.

– No diría lo mismo si supiese la verdad -dijo con cierta amargura.

Ellie miraba por la ventanilla la enorme extensión de tierra que se podía ver por debajo de ellos.

– No, supongo que no -admitió lentamente.

Se hizo un incómodo silencio.

– Creía que Lizzy era partidaria de esperar hasta que encuentres tu alma gemela y casarse solo si todo es romántico y perfecto -dijo por fin Jack.

– Y lo es. Está claro que hicimos una representación mejor de lo que nos imaginamos.

– Debe de ser eso.

El tono de Jack era extraño y Ellie podía notar cómo la miraba.

– Una vez le pregunté a Lizzy si había estado enamorada de ti-dijo deseando cambiar de conversación.

Por lo menos consiguió distraer a Jack.

– ¿Y qué te dijo? -preguntó él medio asombrado y medio divertido.

– Me dijo que no, pero que no sabía por qué. Sois tan amigos y tenéis tantas cosas en común… Siempre pensé que acabaríais juntos -confesó Ellie asombrada por su serenidad. Realmente parecía como si no le importara, como si solo sintiera una ligera curiosidad.

– No lo había pensado nunca, pero ahora que lo dices, tiene gracia -dijo Jack lentamente-. Creo que siempre supe que amaba a Gray. Cuando rompieron el compromiso no me lo podía creer, aunque ahora comprendo que Lizzy tenía razón. Nunca se me ha pasado por la cabeza que fuésemos otra cosa que buenos amigos. Es una persona muy especial. Y hermosa. Es extraño que nunca me enamorara de Lizzy y que lo hiciese de Pippa. Pippa se parecía a tu hermana en muchas cosas -el rostro de Jack se ensombreció al recordar a Pippa-. Era acogedora, graciosa y vital, pero las piernas no me tiemblan cuando me toca Lizzy, ni el sol se eclipsa cuando me sonríe. ¿Conoces esa sensación?

Ellie pensó en cómo se abría el suelo bajo sus pies cuando Jack la rozaba con la punta de un dedo.

– Sí, conozco esa sensación -miró al horizonte-. No existe explicación a por qué nos enamoramos de una persona y no de otra.

Jack reparó en la línea de sus mejillas, en la curva de su boca y en el pelo que se rizaba detrás de las orejas, y el corazón le dio un vuelco.

– No -reconoció con un tono más cortante de lo que se proponía.

Se hizo otro silencio. Jack corrigió el rumbo de la avioneta e intentó concentrarse en los instrumentos que tenía delante, pero no podía apartar a Ellie de su campo de visión. Sus ojos echaron una rápida mirada a un lado justo en el momento en que ella también lo miró furtivamente. Jack se quedó con una sensación de ridículo.

– ¿Y qué me dices de tus padres? -preguntó un poco bruscamente-. ¿También conseguimos convencerlos?

– No creo que jamás se pudieran imaginar que estábamos fingiendo. No son nada recelosos. Mamá ya está dándole vueltas al vestido y a las flores -dijo con la intención de llevar la conversación a terrenos menos peligrosos-. Ha decidido que tiene que ser una boda tradicional. Ya hemos tenido una discusión porque yo no quiero casarme en la iglesia de Mathison.

– ¿Qué tiene de malo esa iglesia?

– Las iglesias son para bodas de verdad -dijo Ellie un poco melancólica.

– ¿La nuestra no lo es?

Lo miró abiertamente.

– Sabes que no, Jack. Creo que la boda debería ser en Waverley Creek. Waverley es el motivo por el que nos casamos.

– Lo has dejado muy claro -en su voz había un ligero tono de enfado.

– Solo soy sincera. Nuestro matrimonio no es verdadero en el sentido que lo sería si te casaras con Pippa y hemos acordado que los votos que vamos a hacer no son vinculantes. El único vínculo es Waverley. ¿No crees que sería mejor que nos casáramos allí?

– Si es lo que tú quieres… -dijo secamente.

– No es cuestión de que yo lo quiera. Creo que es lo más adecuado, dada nuestra situación -miró fugazmente el perfil de Jack y encontró algo desalentador en su falta de expresión-. Yo… creo que podríamos arreglar el viejo granero -dijo dubitativa ante el silencio de Jack- Es un edificio precioso, todavía tiene tejado y, si lo barremos y limpiamos, puede ser un sitio perfecto para una fiesta.

– Es una idea magnífica -dijo Jack intentando reunir un poco de entusiasmo.

El problema era que no se sentía nada entusiasmado. Se sentía desencantado. Tenía algo que ver con la insistencia de Ellie en recordarle los motivos por los que se casaban y en cómo iba a ser la boda. Él no quería hablar de la boda. Quería saber si el beso la había trastornado tanto como a él. Quería saber lo que había sentido, si ella también había pasado las noches en vela desde entonces.

Ese fin de semana terminaron de pintar la casa.

– La semana que viene voy a llevarme un par de hombres de Bushman's Creek -comentó Jack mientras aclaraba la brocha debajo de un grifo-. Primero arreglaremos los barracones y luego nos pondremos con los establos.

– Estupendo -dijo Ellie intentando no darle importancia a lo distante que se mostraba Jack-. ¿A qué hora me recoges?

– No hace falta que vengas. Nos podemos arreglar. Últimamente ha habido mucho trabajo en Bushman's Creek, pero Gray me ha dicho que me puede dejar a Jed y Dave durante un mes, hasta que encuentre a alguien para que trabaje aquí durante la próxima temporada.

– Yo también podría ayudar, puedo hacer cualquier cosa.

– Será mejor que te ocupes de la boda. Ya no queda tanto tiempo y faltan muchas cosas por hacer.

– Mamá y Lizzy están encantadas haciendo todo eso.

– Sí, pero… -dudó-, no hay necesidad de que vengas aquí.

Ellie sintió como si la abofetearan. Estaba claro que Jack creía que solo servía para los trabajos de mujer, para limpiar la casa, para arreglar las cosas… No la necesitaba hasta que tuviese que ocuparse de Alice.

Sonrió para no demostrarle lo herida que se sentía.

– Fantástico, no tiene sentido que esté aquí si no me necesitas, ¿verdad?

Así que Ellie se quedó en su casa, aburrida y nerviosa, intentando demostrar interés en las flores y los manteles, mientras su madre y Lizzy no paraban de hablar por teléfono.

La mandaron a Perth, donde Lizzy se encargó de que se comprara un vestido de novia, pero en la ciudad se encontraba todavía más sola y fuera de lugar. Ellie se sometió obedientemente a todo tipo de pruebas, pero lo único que quería era volver a Waverley, donde la finca estaba empezando a funcionar sin ella, donde no la necesitaban.

Pensar en Waverley la mantenía en pie. Deseaba que la boda hubiese pasado. Una vez usado el vestido y cuando las flores ya estuviesen marchitas, cuando se hubiesen ido todos los invitados, ella se quedaría en Waverley, con Jack y Alice; entonces la necesitarían. Todo sería perfecto.

Se casaron un mes después.

– No puedo creerme que mi hermana pequeña se case antes que yo -Lizzy fingía quejarse mientras observaba a Ellie con aire protector-, evidentemente estoy destinada a ser la última solterona de Australia.

– Encontrarás a alguien Lizzy, y será perfecto.

– Si no lo consigo, será por tu culpa, por empeñarte en que sea tu dama de honor. Es la tercera vez que lo hago y ya sabes lo que dicen: tres veces dama de honor y ninguna novia.

– Bueno, en realidad tampoco eres dama de honor -Ellie intentaba tranquilizarla-, solo quiero que me apoyes moralmente.

– Ya lo sé -dijo Lizzy con una sonrisa-. Era una broma, ni todo el oro del mundo habría impedido que te llevará el ramo, ¡siempre que me garantices que seré yo quien lo atrape cuando lo lances!

Ellie se giró para mirarse en el espejo. Lizzy se había empeñado en maquillarla y la mujer que veía reflejada le parecía una completa desconocida, una desconocida con unos maravillosos ojos verdes y una boca cálida y sensual. Tenía el pelo recogido y sus delicadas facciones se revelaban como nunca lo habían hecho, pero el rostro parecía rígido y extraño; sonrió para ver si el reflejo también lo hacía y convencerse de que era realmente ella.

– Es un vestido precioso… ese color marfil te sienta de maravilla.

Ellie se miraba y se daba cuenta de que el vestido era precioso. Era largo y sin mangas, y el corte tenía una sencillez asombrosa, pero no parecía ella.

– Ojalá pudiera casarme con vaqueros -dijo con un leve suspiro.

– ¡Vaqueros! Sinceramente, Ellie, ¿qué te pasa? ¡Vas a casarte con el hombre más encantador y sexy de la provincia y quieres llevar vaqueros! ¿No quieres que Jack te mire y vea lo hermosa que eres?

Por un momento pensó qué pasaría si Jack la mirara y cayera perdidamente enamorado, como siempre había soñado que ocurriría algún día.

– Claro que quiero -dijo pensativamente.

Dentro de unos minutos iba a casarse con Jack, pero no era el Jack de sus sueños, el de los ojos vivos y seductores que tenía una sonrisa que la había atrapado. Se casaba con un Jack de ojos apagados y tristes y una sonrisa extraña, un Jack al que apenas había visto durante las últimas tres semanas.

La había recogido esa mañana cuando llegó con Lizzy y sus padres y, aunque sonrió, no hizo nada por hablar con ella a solas.

– Muy bien -Lizzy dio un último repaso al vestido-, ¿preparada?

Ellie respiró hondo.

– Creo que sí.

– ¿Cómo te sientes?

– Aterrada.

Era verdad. De repente se dio cuenta de lo que iba a hacer y sintió que el pánico se apoderaba de ella. Llevaba puesto un vestido de novia. Se iba a casar.

Lizzy se rio.

– Se te pasará -dijo mientras abría la puerta-. Tú solo piensa en Jack.

Acababan de dar las cinco cuando entró en el granero del brazo de su padre. Era un edificio que se había construido en los días gloriosos de Waverley. Tenía los muros de piedra y el tejado abovedado, y se había conservado mejor que el resto de edificios de la finca. Estaba lleno de mesas con manteles rosas; las flores cubrían las paredes y unas bandejas con copas relucientes esperaban a que se descorchara el champán una vez terminada la ceremonia.

Cuando entraron Ellie y su padre, el granero estaba lleno de invitados. Se volvieron todos a la vez y abrieron camino para que pudieran llegar hasta donde estaba Jack acompañado por su hermano Gray. Para Ellie todo discurría entre brumas. Tenía una sensación difusa de estar rodeada de caras sonrientes, pero separadas de ella por un velo. Se sentía distante, como en un sueño, y tuvo que detenerse en los pequeños detalles para convencerse de lo que estaba pasando realmente, de que iba a casarse con Jack. Podía notar la presión del brazo de su padre, la dureza del suelo que pisaba y la suavidad de la seda que rozaba sus piernas al andar. De repente apareció Jack, que se había vuelto para verla llegar, alto, increíblemente atractivo con su traje y con una expresión tan sombría que le dio un vuelco al corazón. Estuvo a punto de detenerse, y lo habría hecho si su padre no llega a seguir su camino. «No deberíamos hacer esto», pensó espantada, «es un completo error», pero ya era demasiado tarde. Lizzy la seguía, su madre ya se secaba las lágrimas con el pañuelo y su padre estaba radiante. Por fin llegaron donde la esperaba Jack, su padre se apartó y se quedó sola con él. Con cierta resignación tomó la mano que le ofreció y se atrevió a mirarlo.

Jack se había sentido ligeramente enfermo. Mientras esperaba a Ellie no paraba de pasarse el dedo por el cuello de la camisa y de preguntarse qué estaba haciendo allí, a punto de casarse con una chica a la que no quería, con una chica, que no lo quería a él. Miraba a Gray pidiendo ayuda, con la esperanza de que su hermano pudiese hacer algo para sacarlo de ese embrollo, pero Gray sonreía a Clare, que tenía a Alice en brazos. Jack se tranquilizó al ver a Alice. Ella era la razón de que estuviera ahí.

Cuando empezó el murmullo de la gente, Jack se dio la vuelta y vio acercarse a Ellie del brazo de su padre. Por lo menos se suponía que era Ellie. Parecía tan fría y serena, tan elegante, que dudó por un momento que fuese ella. Se había hecho algo en el pelo y las líneas de su rostro y su cuello se mostraban con una claridad sorprendente. Jack la miraba presa del pánico. No podía casarse con esa desconocida que se acercaba mirando al suelo. Cuando llegó, él alargó la mano sin saber lo que hacía. Ella tenía la mano helada, pero cuando lo miró sus ojos eran claros y sinceros, y preocupados. Eran los ojos de Ellie. Jack sonrió. No era una novia fría y hermosa, era la Ellie que había conocido siempre. La que odiaba eso tanto como él. Sostuvo su mano con firmeza y se volvió hacia el sacerdote. Fue una ceremonia larga. Ellie tenía la mirada perdida. El sacerdote habló del matrimonio, pero las palabras pasaron por encima de ella y, sin saber cómo, se encontró respondiendo las preguntas que le hacían. Jack debía de haber hecho lo mismo porque, acto seguido, le estaba poniendo el anillo en el dedo. Ellie pudo notar la calidez de su mano y cómo entraba el dedo en el anillo, mientras el sacerdote los declaraba marido y mujer.

Marido y mujer.

Ellie, desconcertada, se miraba la mano. Estaban casados. Era la mujer de Jack.

Elevó los ojos lentamente y se encontró con la cálida y comprensiva mirada de su marido.

– Puede besar a la novia.

La sonrisa de Jack se torció. Tenía que besarla, aunque, probablemente, fuese la última cosa que ella deseara. Pero todo el mundo estaba esperando ese momento. Tenía que hacérselo lo más fácil posible. Tomó su rostro entre las manos y rozó sus labios con los de ella. Fue un segundo, apenas se podía llamar a eso un beso, pero cuando notó los labios de Ellie, Jack sintió que algo se desataba en su interior y experimentó la necesidad de tenerla entre sus brazos y seguir besándola. Fue un impulso tan fuerte que tuvo que separar su boca. Se sintió nervioso e incapaz de mirarla, sonrió, tomó su mano y se volvieron para reunirse con los invitados.

Ellie había visto la sonrisa de Jack y se imaginó el esfuerzo que había hecho para fingir que era el día más feliz de su vida. Apenas había sido capaz de besarla. Deseaba consolarlo, decirle que en realidad no tenía que pasar por todo eso, pero era demasiado tarde. Ya estaba hecho. Estaban casados. Lo único que podían hacer era recibir los abrazos y felicitaciones que acabaron por separarlos.

Para Ellie la fiesta fue tan nebulosa como la ceremonia. Todo el mundo le decía lo radiante que estaba, pero ella estaba convencida de que lo decían porque era lo que siempre se decía a una novia. No se sentía radiante. Se sentía sola y distante. Jack tenía a Alice entre sus brazos. Alice, impresionada por la multitud, se agarraba a él y escondía la cara detrás del cuello de su padre. La expresión de Jack, mientras intentaba tranquilizar a su hija, decía todo lo que Ellie necesitaba saber. Alice y él eran un conjunto indivisible. Ellie se giró y se encontró con la mirada comprensiva de Clare. No quería que nadie sintiera lástima por ella y no iba a sentir lástima de sí misma. Sabía perfectamente lo que hacía al casarse con Jack. Había hecho una elección e iba a sacar todo lo mejor de ella. Sonrió a Clare con una sonrisa franca y desafiante; sonrió a los fotógrafos y durante los discursos; y sonrió al cortar la tarta. Sonrió incluso cuando los invitados comentaban que acababan de enterarse de que Alice era la hija de Jack. Estaba segura de que lo decían con cierta lástima y con la tranquilidad de entender por fin el motivo por el que Jack había decidido casarse con ella. Naturalmente, necesitaba una madre para su hija. ¿Qué otro motivo podía haber? Nadie lo mencionó, pero Ellie estaba convencida de que era lo que todos pensaban.

Se encontraba sola y aprovechó la ocasión para retirarse a un rincón y dejar de sonreír. La fiesta seguía al margen de ella y el granero se llenó con el ruido de las risas, la música y el baile. Ellie vio a Clare y Gray en medio de la muchedumbre. Estaban de pie, ni siquiera se tocaban, pero por algún motivo parecían estar unidos, perfectamente equilibrados. Mientras los miraba, Gray pasó una mano por la espalda de Clare. Fue un gesto discreto, pero tan sensual que hizo que sintiese una envidia dolorosa. Había algo tan íntimo que Ellie se ruborizó, como si hubiese estado fisgando en su dormitorio. Apartó la mirada y se encontró con los ojos de Jack. Su corazón pareció detenerse.

Estaba en el otro extremo del granero, la miraba con una expresión grave y, cuando sus ojos se juntaron, la música se desvaneció y las parejas empezaron a bailar en medio de una bruma silenciosa. Estaban solos, mirándose el uno al otro. Jack se acercó sin prisa, sin importarle la gente que los rodeaba. De repente, Ellie se sintió muy cansada. Sabía que debía recomponer la sonrisa y seguir haciendo el papel de la novia feliz y radiante, pero no podía. Jack se paró delante de ella, protegiéndola del resto de invitados.

– Has tenido suficiente… -dijo con amabilidad y alargó una mano-. ¿Nos vamos?

CAPÍTULO 7

ELLIE NO respondió. Asintió con la cabeza y tomó su mano. Fuera, la noche era fría y estrellada. Ellie miró al cielo y suspiró.

– Gracias -dijo después de un rato.

– Vi cómo mirabas a Clare y Gray. Vi tu cara cuando creías que nadie podía verte -dudó al recordar lo vacío de su expresión-. Sé cuánto te ha costado mantener la sonrisa todo el día. Nadie podía imaginarse que no era la boda que querías.

– Tampoco era la boda que tú querías -dijo en voz baja.

– No -dijo después de una pausa.

Todavía sujetaba su mano y Ellie notaba mucho su presencia, era una figura oscura y sólida a la luz de las estrellas. Su camisa blanca brillaba en la oscuridad y, a medida que su visión se iba adaptando, pudo apreciar más detalles: la corbata suelta, el cuello de la camisa desabrochado, la firmeza de su mandíbula. Sus ojos se posaron en su boca y pudo sentir la calidez del beso que le había dado, como si sus manos todavía sujetaran su rostro. Ellie separó la mano y se dirigió hacia la fiesta.

– ¿No… no crees que nos pueden echar de menos? -preguntó con la esperanza de que Jack no se diese cuenta del tono agitado de su voz.

Negó con la cabeza mientras avanzaban juntos.

– La fiesta está en su mejor momento. A nadie le parecerá extraño, aunque nos hayan visto salir. Estamos casados.

– Así es. Todavía no me lo puedo creer.

– Me lo imagino. Les dije a Gray y Kevin que no quería jaleo, así que espero que nos ahorren todas las típicas bromas. Con un poco de suerte, si alguien nos ha visto salir, pensará que estamos deseando irnos a la cama.

– Seguro…

Había tal desolación en la voz de Ellie que Jack se arrepintió de no haber pensado un poco lo que iba a decir. Ellie estaba en el último escalón del porche y Jack la detuvo.

– No tienes que preocuparte, Ellie -dijo bruscamente.

– ¿De que…?

– De dormir juntos. Hoy tendremos que compartir el dormitorio. Pero solo será por una noche -su sonrisa brillaba en la oscuridad con un gesto extraño-. No te tocaré. Y mañana, cuando se haya ido todo el mundo, me pasaré al dormitorio que hay al lado del de Alice.

– Entiendo.

– Supongo que deberíamos haber hablado de esto antes -Jack parecía desanimado por la falta de respuesta-. Simplemente me imaginaba que no querrías dormir conmigo.

Su afirmación no daba lugar a una respuesta. ¿Qué quería que dijese? «Oh, no Jack quiero que me hagas el amor toda la noche, todas las noches. Quiero estar en la cama a tu lado y acariciar tu cuerpo. Quiero besarte hasta que me quede sin respiración y entonces quiero que me beses tú», ¿eso quería que dijese? No podía decir la verdad, pero si no decía algo a lo mejor no volvía a tener la oportunidad.

– Bueno yo…

– Sé que te resulta difícil -dijo Jack rápidamente al notar que no sabía qué responder-. Estás enamorada de otro hombre y, naturalmente, no querrás meterte en la cama conmigo. No quiero que pienses que alguna vez he creído lo contrario.

– Nunca lo pensé -Ellie se recogió la falda y volvió a subir los escalones para alejarse de la presencia de Jack y de la tentación de no resistir y decirle la verdad. El esfuerzo por parecer tranquila hizo que su voz sonase fría-. Nunca pensé que quisieras acostarte conmigo.

– ¿No?

Lo seco de la réplica la detuvo en el segundo escalón, se giró lentamente, casi con temor, y lo miró. Estaba al pie de la escalera, aparentemente tranquilo. Tenía la chaqueta echada sobre los hombros y una expresión burlona que la desconcertó.

– No… bueno… quiero decir… quedamos en que seríamos amigos…

Jack la miró. Ella se mantenía sobre los escalones como en equilibrio, con una mano sujetaba su vestido de novia que caía en delicados pliegues. La seda se reflejaba sobre su piel dándole un tono parecido al de las estrellas y sus ojos eran como dos profundos estanques en su pálido rostro.

– En efecto, eso es lo que dijimos, ¿no? -dijo con media sonrisa-. Y eso es lo que seremos -Ellie lo miró sin saber qué pensar. ¿No quería que fuesen amigos? Dudó, pero antes de que pudiera preguntarle por el tono de su voz, Jack había subido las escaleras y la esperaba con la puerta de la casa abierta de par en par, como si no hubiese nada más que comentar-. Lizzy quería saber dónde íbamos a dormir -Jack siguió en tono seco e impersonal-. Sabe que todavía no nos hemos mudado del todo y creo que quería estar segura de que el dormitorio te iba a gustar.

Abrió la puerta del dormitorio principal e hizo un gesto a Ellie para que entrara. Se podría decir que ella entró dando un rodeo, en un intento exagerado de no rozarlo ni hacer nada que se pudiera interpretar como una sugerencia no deseada. Era una de la últimas habitaciones que habían decorado juntos. Ellie se acordaba de cuando la pintaron y de que ella se preguntaba si alguna vez sería la habitación que compartirían. Pues bien, lo iba a ser, aunque fuese por una noche. Además, Lizzy había puesto algo de su parte para crear un ambiente romántico. Había flores sobre la cómoda, una lámpara iluminaba levemente la cama y un camisón de encaje esperaba sugerente sobre la almohada.

– Vaya… -dijo Ellie débilmente.

– Nadie podrá acusar a Lizzy de no hacer todo lo posible por ti -Jack intentó hacer una broma y Ellie lo miró.

– No -dijo, emocionada.

Se hizo el silencio y el camisón parecía burlarse de ellos desde la cama. Ellie, incapaz de seguir mirándolo, lo tomó con una expresión inconscientemente melancólica. Era precioso, era como un suspiro de seda y encaje, y debía haberle costado a Lizzy una fortuna. Era perfecto para una novia.

Para una novia de verdad.

Pudo notar que le brotaban las lágrimas y se las enjugó con furia mientras doblaba el camisón y lo metía en el cajón superior de la cómoda. Se aclaró la voz.

– Es precioso -dijo queriendo parecer indiferente-, pero no es el tipo de prenda que se pone una para dormir con un amigo.

– No -concedió Jack. Y se giró bruscamente sobre sus talones-. Voy a ver qué tal está Alice.

Una vez sola, Ellie deambuló por la habitación. Su cuerpo vibraba por la tensión y su cerebro estaba nublado por el cansancio, pero sabía que esa noche no podría dormir. Cómo iba a dormir si Jack estaría a su lado, tentador, al alcance de la mano. ¿Y si hablaba dormida?, ¿y si se giraba sobre él?, ¿cómo iba a evitar aferrarse a él y rogarle que le hiciera el amor?, ¿cómo iba a soportar ser su amiga? Se paró en seco y decidió que tendría que hacerlo. Solo era una noche. Se estaba poniendo nerviosa por nada. Porque no iba a pasar nada. Sería fácil, solo tenía que encontrar la vieja camiseta que usaba para dormir, lavarse la cara y acostarse. Cuando llegara Jack, le daría las buenas noches y se dormiría. En ese momento, Ellie se encontró con el primer escollo: no podía soltar el seguro de la cremallera del vestido. Se retorció y estiró los brazos todo lo que daban de sí, pero era imposible. Al final se rindió y se fue al cuarto de baño para lavarse la cara; acabaría encontrando una solución para eso.

La puerta del cuarto de Alice estaba entreabierta. Seguramente Jack seguía dentro, estaría esperando a que ella se pudiese cambiar sin prisas. Se sentía mejor después de lavarse los dientes y quitarse el maquillaje. Volvió a recorrer el pasillo camino del dormitorio con la cabeza bien alta. No iba a estropearlo todo haciendo una tontería. Al pasar por delante del cuarto de Alice, un movimiento captó su atención. La luz del pasillo entraba en la habitación justo hasta donde estaba la cuna y donde Jack, de pie, miraba una foto que tenía entre sus manos. En ese momento Jack levantó la cabeza y Ellie pudo ver, a pesar de la penumbra, que su expresión era de una tristeza tal que se le partió el corazón. No hacía falta ver la foto para saber que era la de Pippa, que siempre estaba junto a la cuna de Alice. Se miraron en silencio. Ellie se limitó a mirarlo con impotencia y deseando poder hacer algo para consolarlo. Se volvió y se alejó sin ruido, lo único que podía hacer por él era dejarlo solo con su pena y su hija.

Sus sentimientos eran tan frivolos comparados con los de Jack… Debía de haber sido un día terrible para él. Tenía que haber sido Pippa la que estuviera en su lugar. ¿Cómo había podido siquiera mirarla?, se preguntó Ellie, ¿cómo había podido siquiera sonreír? Ellie suspiró sentada en el borde de la cama. Pobre Jack, pobre Pippa, tanto amor y alegría, y ya nada.

– ¿Piensas dormir vestida así? -Jack estaba en el umbral de la puerta. Intentaba por todos los medios parecer natural.

– No -Ellie se levantó. Quiso seguir su tono y fingir que todo era normal-. No puedo bajar la cremallera, nada más…

– Ven, lo intentaré yo.

Jack entró en el cuarto y Ellie le dio la espalda, como si se colocará en el borde de un abismo. No podía fingir que todo era normal cuando Jack estaba sufriendo tanto.

– Oh, Jack… -dijo temblorosa-, lo siento… -él se paró. No dijo nada. Solo abrió los brazos y Ellie se dejó abrazar. Parecía que era ella la que necesitaba consuelo-. Ha tenido que ser un día horrible para ti -sus brazos rodeaban la espalda de Jack, su rostro se apoyaba en el hombro y podía oler su cuerpo cálido y masculino. Él se movió con una agilidad casi perezosa, pero era como una roca a la que podía aferrarse, su cuerpo era firme y sólido, y extrañamente protector.

– Y para ti -Jack apoyó su mejilla sobre el pelo de Ellie.

Se había fijado en la foto de Pippa al inclinarse sobre la cuna de Alice. Pippa le sonreía y Jack sintió un gran dolor por su pérdida al recordar su gracia y su belleza. Durante todo el día había pensado mucho en Pippa. Le había explicado a la fotografía el motivo de su boda, pero mientras estaba al borde de la cuna sus recuerdos se confundían con la presencia borrosa de Ellie. Con la tristeza de sus ojos mientras se acercaba a él. Con la melancolía con la que observaba a Clare y Gray. Con la forma en que miraba a las estrellas vestida de novia.

En ese momento, Jack la tenía entre sus brazos y sentía su suavidad y esbeltez. Podía oler su perfume, ligero y volátil, y sintió la seda del vestido al acariciarle delicadamente la espalda, como se acaricia a un animalito asustado.

Poco a poco el cuerpo de Ellie fue perdiendo la tensión. Se abandonó en brazos de Jack con un leve suspiro, el único estorbo eran los pasadores del pelo que se clavaban en su mejilla. El le quitó primero uno y luego el otro y su pelo cayó alrededor del rostro.

Ellie no protestó, aunque se separó un poco por la sorpresa, y se encontró con los ojos de Jack que miraban los suyos. Comprendieron que mientras durase el silencio, la sensación de consuelo iba dejando su lugar a algo mucho más perturbador, a algo que flotaba persistentemente en el aire y que se filtraba en sus cuerpos. Jack, lentamente, abrió las manos y dejó caer los pasadores al suelo, pero Ellie no reaccionó. Seguía quieta, sin dejar de mirar a Jack. Él metió los dedos en la melena de Ellie.

– Ellie… -dijo Jack con una voz profunda-, ¿no crees que aunque solo sea esta noche podríamos ser algo más que amigos?

Ellie lo miró muda. El corazón se le salía del pecho. Sabía lo que quería Jack. Quería olvidar su dolor, quería dejar de pensar y recordar, alejar por un momento su pasado. Ella no podía recuperar a Pippa, pero sí podía hacer eso por él.

– ¿Serviría de algo? -preguntó suavemente.

– Creo que sí -dijo gravemente mientras los dedos recorrían su piel desde la mejilla hasta el cuello- No quiero decir que todo se vaya a solucionar, pero a lo mejor nos viene bien superar esta noche, ¿tú que crees? -hablaba tan bajo que la voz parecía deslizarse sobre la piel de Ellie.

– Yo… creo que también -tenía la boca seca y todos sus sentidos esperaban el gesto más leve para reaccionar.

La mano de Jack le acariciaba la nuca por debajo del pelo.

– No quiero obligarte, Ellie. Puedes negarte. Lo sabes, ¿verdad?

– Sí, lo se.

Jack la atrajo lentamente. Tenía los labios sobre su sien, fueron bajando por su mejilla, cálidos, casi apremiantes, hasta detenerse en el borde de la boca.

– Solo es esta noche… -repitió él.

– Lo sé.

– Tú también necesitas consuelo, ¿verdad?

Notaba su aliento sobre los labios y cerró los ojos luchando contra el deseo.

– Sí -dijo como pudo-. Sí, también lo necesito.

– ¿No quieres decir no?

– No. Te quiero a ti -su voz era un suspiro, pero las palabras resonaban por toda la habitación. «Te quiero a ti. Te quiero a ti». Era verdad, pero Ellie no tenía intención de decírselo a Jack-. Solo por esta noche -añadió rápidamente.

– Solo por esta noche -dijo Jack. Sus labios se apoderaron de los de Ellie, quien jadeaba con una mezcla de alivio y excitación y tenía la extraña sensación de haber llegado a casa por fin. Rodeó su cuello con los brazos y se entregó a la embriagadora experiencia de ser besada por Jack, como siempre lo había deseado. Sabía que no era real, que no era para siempre, pero se conformaba con estar esa noche entre sus brazos y poder responder a sus besos. Al día siguiente volverían a fingir, pero en ese momento… no había necesidad de contenerse, ni temor a que Jack adivinase la verdad. Se consolaban el uno al otro. Jack la atrajo firmemente contra sí, sus manos le recorrían toda la espalda y Ellie se sentía derretida sobre su cuerpo, incapaz de pensar en nada que no fuese el cuerpo de Jack y la necesidad que crecía dentro de ella con cada beso y cada caricia-. ¿No querías que te desabrochara el vestido? -murmuró seductoramente.

– Sí -dijo sin respiración y con un escalofrío al sentir la sonrisa sobre su cuello.

– Veré lo que puedo hacer.

Sus manos se deslizaron sobre los hombros hasta alcanzar el cierre de la cremallera. Le costó desabrocharlo, porque Ellie no paraba de besarle el cuello y manipular los botones de la camisa. Se encontraba torpe y apresurado, hasta que por fin, de un tirón, consiguió soltarlo. Jack bajó la cremallera lujuriosamente hasta el final de la espalda mientras le besaba el cuello hasta alcanzar la delicada curva de los hombros. Volvió a subir las manos hasta la nuca y la acarició hasta que Ellie sintió que iba a deshacerse en un placer enloquecedor. Se estrechó contra Jack con un murmullo a medias entre una queja y un ruego. Él dejó caer el vestido, que quedó en el suelo como un sueño de seda, y la rodeó para soltar el sujetador, que fue a parar junto al vestido.

– Ellie… -contuvo la respiración, no esperaba la forma en que ella lo miraba. Estaba delante de él, esbelta, con un cuerpo suavemente curvado y su piel brillaba a la luz de la lámpara. Jack sentía como si una poderosa fuerza lo hubiese golpeado y lo hubiese dejado tambaleándose e indefenso-. Ellie… -repitió con la voz quebrada.

La incredulidad de Jack era tan evidente que ella se dio cuenta de su poder. Permaneció quieta y sonriente hasta que él la abrazó con sus temblorosas manos y ella perdió el sentido del tiempo. Él la volvió a estrechar contra sí con impaciencia. Entre besos frenéticos se deshicieron de la ropa de Jack y, una vez desnudos, se tumbaron sobre la cama. Las manos de Jack acariciaban posesivamente su cuerpo, eran fuertes y seguras, la exploraban maravilladas, se deslizaban sobre su piel sin olvidar un rincón, sus labios le seguían dejando rastros de placer hasta que ella se arqueó, jadeando su nombre.

Era tan sólido, tan excitante. Ellie recorrió con sus manos todo su cuerpo, como si algo se fuese a acabar. Nada era suficiente, ni los besos, ni las caricias. Se colocó encima de él, disfrutando de su cuerpo fuerte y flexible, del sabor y textura de su piel y de los músculos que buscaban sus dedos anhelantes. Ellie se dejó dominar por el placer sin tiempo, por el placer que le proporcionaban los labios de Jack, que iban descubriendo sus secretos más íntimos, que le abrían el camino para volar sin ataduras. Nunca había sentido nada tan intenso; era extasiante, electrizante. Clavó los dedos en la espalda de Jack mientras decía su nombre y se movían con un ritmo irresistible que los elevó hasta alturas desconocidas, antes de terminar con una explosión liberadora.

Tardaron mucho en dormirse. No querían desaprovechar la noche que tenían, yacieron abrazados, explorándose otra vez, y volvieron a hacer el amor, lentamente, como hechizados. No hablaron. La palabras podrían haber roto el hechizo. Solo se abrazaron y, al final, Ellie se durmió con la cara sobre el pecho de Jack.

A la mañana siguiente, los rayos del sol despertaron a Ellie. Se quedó un rato somnolienta, con los ojos cerrados, como resistiéndose a despertar y a que llegase el día. El día significaba el final de una dulce y larga noche. Dio la espalda a la ventana, seguía con los ojos cerrados, pero no sirvió para nada. Estaba despierta y la magia se había disipado con la noche. «Solo por esta noche» había dicho Jack, y ella había prometido lo mismo. Y la noche había terminado. A Ellie la torturaba el recuerdo del placer que habían compartido. Nunca lo olvidaría, ni se arrepentiría de ello, pero tenía que aceptar que no volvería a ocurrir.

Se abrió la puerta y entraron Jack y Alice. Vestía vaqueros y camiseta y llevaba una taza. Se sentó al lado de la cama y Ellie se incorporó, tapándose con las sábanas.

– ¡Vaya, te has despertado! -dijo como si no hubiese pasado nada-. Te he traído una taza de té.

– Gracias -Ellie se sentía ridiculamente tímida a la luz del día y agradeció que Alice se subiera a la cama. Por lo menos podía sonreír y jugar con ella.

Jack se retiró bruscamente y abrió las contraventanas.

– No se oye un alma.

– Estarán todos dormidos -dijo ella haciendo un esfuerzo por adoptar el mismo tono natural.

– Ha debido de ser una noche muy tranquila.

Ellie se concentraba en Alice, la sujetaba de las manos para que pudiera mantenerse de pie.

– Seguramente -su voz carecía de expresividad.

Jack se había quedado junto a la ventana, pero en ese momento se acercó y se sentó en el borde de la cama.

– También ha sido una noche muy tranquila para nosotros -su aliento abrasó la garganta de Ellie.

– Sí…

Sin preocuparse por Alice, tomó la mano de Ellie.

– No sé cómo agradecerte…

Sus dedos eran fuertes y cálidos. Esa noche los había tenido sobre sus pechos. Ellie tragó saliva y miró a otro lado.

– No tienes que agradecerme nada, Jack.

– Yo creo que sí. Anoche… -dudó, quería encontrar las palabras precisas que dijeran lo que había significado para él.

– Lo sé -contestó rápidamente, antes de que le recordara que no era nada serio-. Anoche nos consolamos el uno al otro -retiró la mano y, cuando Jack intentó retenerla, levantó orgullosamente la frente. No iba a rogarle nada que él no pudiera dar-. Yo también te estoy muy agradecida, Jack. Sin ti la noche habría sido muy larga y solitaria, pero no tienes por qué preocuparte. No voy a darle mayor importancia. Los dos sabemos dónde estamos, ¿no?

– Sí -dijo Jack desanimado por su postura. Le habría gustado que la situación le resultara tan clara como parecía resultarle a ella. Había sido tan embriagadora… Todavía podía sentir su piel sedosa y la pasión que los había arrebatado. Él había dicho que quería consuelo, pero por algún motivo el consuelo se había transformado en placer, el placer en pasión y la pasión, a su vez, en algo más arrebatador y apremiante, algo con un poder indescriptible-. Claro que lo sabemos -repitió con más firmeza, por si Ellie sospechaba que no lo sabía.

Estaba claro que para ella la noche anterior había sido una excepción y que se sentiría incómoda si decía algo en ese momento, y eso era lo último que él quería.

– Una noche es una noche -siguió Ellie dispuesta a que Jack comprendiera que no iba a incomodarlo malinterpretando lo que había pasado.

No podía dirigirle la mirada y le resultaba más fácil concentrarse en Alice, que seguía feliz y al margen del extraño ambiente que se había creado.

– Sí -volvió a decir Jack, que no podía pasar por alto los desnudos hombros de Ellie y el cuerpo también desnudo que se ocultaba bajo las sábanas.

Ellie bajó la vista y se fijó en el anillo de boda que tenía en el dedo.

– No… no es que yo… -¡Dios mío!, cómo podía explicarle lo maravilloso que había sido sin que pareciese que le estaba pidiendo más-. Quiero decir…, a mí me pareció muy bien -dijo entrecortadamente y arrepentida de lo impropio de las palabras-. Pero creo que lo mejor es dejarlo así, tal y como acordamos.

Jack notó un brote de ira. No hacía falta que siguiera dándole vueltas al asunto. Había entendido perfectamente que no tenía intención de volver a dormir con él. Abrió la boca para contestar, pero Alice lo distrajo, intentaba andar hacia Ellie, pero no lo conseguía y acabó sentándose de un golpe. Al ver esos intentos inútiles, Jack sintió que algo se tranquilizaba en su interior. La noche anterior se había olvidado de Alice. Necesitaba que Ellie se quedara y actuara como una madre, y no lo haría si creía que estaba intentando renegociar las condiciones del trato.

Ellie tenía razón. Debían pasar página. Era mejor no complicar las cosas.

– Claro -dijo Jack después de una pausa, incluso esbozó una sonrisa-. ¿Volvemos a ser amigos como antes?

– Sí, seremos amigos -Ellie forzó también una sonrisa, sin poder mirarlo a los ojos.

Jack se levantó y se llevó a Alice.

– ¡A desayunar, jovencita! -su voz pareció un poco demasiado jovial. Se quedó todavía un rato jugeteando con Alice y su silencio hizo que Ellie levantara la cabeza y lo mirara. Cuando sus ojos se encontraron, Jack hizo un pequeño gesto, como si fuese a decir algo, pero, fuese lo que fuese, cambió de idea-. Bébete el té -fue todo lo que dijo. Y se marchó, dejando a Ellie con la mirada clavada en él.

CAPÍTULO 8

SER AMIGOS resultaba mucho más difícil que antes, aunque los dos lo intentaron a conciencia. Jack estaba muy contento de que hubiera tanto trabajo. Gray necesitaba los hombres que le había prestado, pero ya había contratado a otros tres para la temporada. Se pasaban el día en el campo, arreglando vallas, repasando los pozos y asegurándose de que los corrales estaban en buenas condiciones antes reunir el ganado para comprobar su estado.

Empezaron por los caballos, que habían estado sueltos durante años. Jack adoraba los caballos y pasaba horas con ellos hasta conseguir que se pudieran montar. A veces Ellie llevaba a Alice al corral para observarlo. Era la excursión favorita de las dos. A Alice le gustaba ver los caballos y a Ellie le gustaba ver lo bien que Jack los trataba. Se solía poner en medio del cercado y les hablaba suavemente hasta que desaparecía toda la excitación; daba la sensación de encontrarse en casa, con sus vaqueros, sus botas y el sombrero usado. Era su marido, pero el único momento en que podía mirarlo tranquilamente era cuando estaba absorto con su trabajo. Ellie lo miraba y temblaba con el deseo de volver a tocarlo. El recuerdo de la noche que habían pasado juntos seguía siendo una brasa en su interior. Intentaba desterrar ese recuerdo, pero era inútil; cada vez que Jack levantaba una mano o giraba la cabeza volvía con toda su intensidad. Ellie hacía todo lo que estaba en su mano, era alegre y amistosa, pero tenía mucho cuidado de no rozarlo o de dar la sensación de que buscaba su compañía. Se propuso mantenerse ocupada para ocultar su soledad y frustración. Le habría gustado ayudar a Jack y a los hombres, pero había tarea de sobra en la casa. Deseosa de salir un poco al campo, aunque fuera al jardín, se hizo una huerta y se pasaba horas cavando y preparando la tierra. Era un trabajo agotador y muy caluroso, pero también era gratificante.

Sabía que no iba a ser fácil, pero por lo menos estaba en Waverley con Jack. Si hacía lo que habían pactado y no lo incomodaba ni asustaba, acabaría por acostumbrarse a ella y, a lo mejor, cambiaba de idea. Ellie intentaba convencerse de que lo único que necesitaba era paciencia.

El día que Alice dio el primer paso Ellie se emocionó tanto como si fuese su propia hija y la tomó en brazos.

– Creo que a papá le gustaría ver cómo andas, ¿verdad?

– ¡Papá! -dijo Alice complaciente.

Ellie esperaba que Alice mostrara sus habilidades esa noche cuando Jack fuese a bañarla, pero siguió gateando y tirando todas las cosas que encontraba a su alcance. Ellie podría haber jurado que Alice se estaba reservando para encontrar a Jack en la disposición ideal. No hizo su exhibición hasta dos días después. Ellie estaba en el huerto y Alice estaba sentada en la sombra con un sombrero que la cubría casi por completo. Ellie le había dado un cubo lleno de agua y estaba concentrada en sus propios experimentos. Cuando Jack las encontró, ella estaba en cuclillas y sonreía a Alice. Ninguna de las dos se dio cuenta de su presencia y los ojos de Jack pasaron de Alice a Ellie, que tenía la cabeza cubierta con un sombrero de paja, las manos tan sucias como las de Alice y una sonrisa deliciosa.

– Parece que os lo pasáis muy bien -dijo con una voz injustificadamente seca.

El corazón le dio un vuelco a Ellie, como ocurría siempre que lo veía. Se levantó instintivamente mientras él se acercaba con esa gracia perezosa tan característica. Ella se quitó el sombrero y se enjugó el sudor de la frente, solo para que él pudiera comprobar que si tenía las mejillas coloradas, era por el sol, no por un repentino ataque de timidez.

– Alice desde luego sí. Puede estar horas jugando con el agua.

– Se divierte con cualquier cosa, ¿no? -Jack se agachó y pellizcó la nariz de Alice- Sería fantástico si solo necesitásemos un cubo con agua para ser felices.

Miró a Ellie mientras hablaba. Su tono era de broma, pero su expresión era seria y, cuando sus ojos se encontraron pareció como si el aire se desvaneciera.

– Desde luego -reconoció casi sin respiración-. Pero las cosas nunca son tan sencillas, ¿no te parece?

Jack pensó en sus propias contradicciones, en cómo se encontraba dividido entre su fidelidad a la memoria de Pippa y su deseo de conseguir lo mejor para Alice, entre la pena y el arrepentimiento, y en lo inquieto que lo hacía sentirse Ellie, como lo estaba haciendo en ese instante, con la cara sucia y una paleta en la mano.

– No, no lo son.

Notó un tirón en los vaqueros. Era Alice, que reclamaba ser el centro de atención sin atender a la forma en que se miraban los dos. Hizo un esfuerzo y consiguió ponerse de pie agarrada a los pantalones de su padre.

– Está a punto de andar -dijo Ellie con toda la frialdad que pudo-. Vamos a ver si va donde tú estas.

Ellie la separó de Jack y se agachó por detrás sujetándola por la cintura. Jack, con una rodilla en el suelo estiró los brazos.

– Vamos Alice. Ven a papá.

Alice dudó, pero la sonrisa de Jack la animaba y las manos de Ellie la sujetaban. Dio un paso y luego otro, hasta que se dio cuenta de que Ellie la había soltado y estaba en brazos de su padre.

– ¿Has visto eso?, ¡ha andado!

Alice estaba radiante y parecía tan orgullosa de sí misma que Ellie no pudo evitar reírse, a pesar del dolor que atenazaba su corazón.

– Es una niña muy lista -dijo Ellie-, y lo sabe.

Jack estaba emocionado con los avances de su hija.

– A ver si lo hace otra vez -dejó a Alice en el suelo y se fue donde estaba Ellie. Su paso era inestable y casi todo el recorrido lo hizo gracias al primer impulso, pero andaba-. ¡Fíjate! ¡Sus primeros pasos y ya se sabe el truco! -dijo orgulloso.

Ellie sonreía, muy contenta por no haber estropeado la sorpresa contándole los primeros pasos que ya había dado.

– ¡Ya no habrá quien la pare! -Alice estaba feliz por la atención que recibía y la tensión casi imperceptible se había desvanecido. Ellie y Jack se reían juntos de la expresión de importancia que tenía Alice. Todo habría sido perfecto si no llegan a mirarse el uno al otro en vez de mirar a la niña. Ellie notaba perfectamente la proximidad de Jack. Podía ver el polvo sobre su piel, el leve reflejo de su barba incipiente, las arrugas que formaba su sonrisa. Sintió una sensación de deseo tal que se levantó bruscamente y dejó de sonreír-. Se hace tarde. Debería darle la merienda.

Jack se levantó despacio, balanceando a su hija en el aire.

– Iremos contigo. Ha sido un día muy importante. Cuando vine a buscarte eras un bebé y ahora eres una niña que anda.

Jack sonreía orgullosamente y Alice se abrazó a él y escondió la cara detrás del cuello de su padre. Ellie los observaba y sintió que el corazón se le encogía.

– Por cierto, ¿querías algo? -consiguió preguntar.

– ¡Es verdad! -recordó Jack-. Estoy pensando en reunir el resto de ganado la semana que viene. Está en una zona muy difícil y solo se puede ir a caballo. Sería muy difícil para nosotros cuatro. He hablado con Gray y está dispuesto a echarnos una mano, pero seguiríamos siendo pocos, él sugirió que podría venir con Clare para que se hiciese cargo de Alice y que tú vinieses con nosotros -Jack dudó un instante-. Nos vendría muy bien tu ayuda, pero no te sientas obligada.

– Me encantaría -estaba tan emocionada ante la idea de salir al campo que no se quejó de que no la considerara esencial. Habría preferido que no fuese Gray quien sugiriese que podía hacer algo fuera de la cocina, pero por lo menos saldría, conocería Waverley y haría el trabajo que adoraba. Si consiguiese demostrar a Jack lo útil que podía ser, a lo mejor la dejaría participar más en los asuntos de la finca. Podrían hablar del campo y rellenar esos silencios que se producían cuando estaban solos. Poco a poco todo sería como antes. Quizá, incluso llegara a necesitarla. De repente la vida estaba llena de posibilidades. Se volvió a Jack con una sonrisa-. ¿Cuándo vamos?

Jack parpadeó ante tanta alegría. Los ojos de Ellie brillaban y su rostro estaba tan radiante que parecía que le había ofrecido la luna en vez de la posibilidad de cabalgar durante horas bajo un sol abrasador y tener que dormir en el suelo. Sintió que la garganta se le secaba. Ellie tenía la frente manchada y las uñas llenas de tierra. El sombrero estaba machacado y la camisa deformada, pero cuando sonreía así uno no se fijaba en esas cosas. «No es guapa», pensó Jack, su mirada recorrió sus mejillas y terminó en el hueco de la base del cuello, donde se podía notar un leve latido. Al verlo, Jack recordó lo que había sentido al besarlo. «No es guapa», se repitió. Tan solo era Ellie. Había tardado semanas en apartar el recuerdo de la noche de bodas. Quería ser su amigo, pero le resultaba muy difícil si se producían esas situaciones que él no podía prever. Antes de la boda se imaginaba que se sentarían por las tardes hablando de cómo había transcurrido el día y de los planes que tenían para Waverley, pero eso no había ocurrido ni una vez. En cambio, se había encontrado dándose cuenta de pequeños detalles sobre Ellie que no conocía: la ternura de su rostro cuando daba las buenas noches a Alice, lo recta que era su espalda, la forma en que se colocaba el pelo detrás de la oreja. Hubo un momento en que pensó que Ellie era una persona que transmitía tranquilidad y sosiego, pero ya no pensaba lo mismo. Lo incomodaba y lo irritaba ligeramente. No era culpa de ella, Jack lo sabía. Ellie era estupenda. Era alegre y amigable, como siempre, pero no daba señales de que la noche de bodas hubiese cambiado nada entre ellos. Eso debería hacerlo sentirse mejor, pero, al contrario, se sentía peor. Durante el día se podía distraer con el trabajo físico o con Alice. Pero por la noche… Jack se tumbaba en la cama mirando el techo, deseando olvidarse de la forma exacta del cuerpo que había acariciado desde los pechos hasta la cintura y las caderas. Intentaba tratarla como siempre, pero le resultaba difícil.

Después de unas semanas, la sensación de intranquilidad había desaparecido y había empezado a pensar que exageraba. Todo marchaba bien. Alice estaba feliz, Ellie parecía contenta y a los hombres les encantaba su comida. La sugerencia de Gray para que Ellie se uniera al grupo llegó justo en el momento en que Jack se estaba preguntando cómo recuperar la relación. Parecía una solución perfecta y no habría habido problemas si Ellie no hubiera sonreído de esa forma. ¿Qué era lo que le resultaba tan turbador? Jack tenía la sensación de no poder bajar la guardia, también se sintió ridículo por pensar eso de alguien que nunca había pretendido ser nada más que una amiga.

Estaba preocupado mientras bañaba a Alice esa noche. La niña estaba muy excitada por sus nuevas habilidades y no había forma de tranquilizarla. Se quedó un rato junto a la cuna, recordando la cara que había puesto cuando se dio cuenta de que podía andar y recordando la sonrisa de Ellie cuando la soltó. Jack frunció el ceño. No quería pensar en Ellie. Su mirada se detuvo en la fotografía de Pippa y la tomó con tristeza. En ese momento sabía bien lo que quería. Quería a Pippa, con su belleza y su pasión. Pippa lo había llevado a los extremos: de felicidad, de ira y de amargo arrepentimiento cuando se fue. Pero incluso en los momentos más negros sabía exactamente lo que sentía. No sentía la confusión y la duda que lo dominaban en esos momentos. Jack ni siquiera sabía de qué dudaba. Lo único que tenía claro era que no sabía si reunirse con ella en la cocina. Cuando entró, Ellie estaba cocinando.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella después de una rápida mirada.

Jack había echo un gran esfuerzo por recomponer sus facciones en un gesto de indiferencia y lo molestó comprobar que había sido una pérdida de tiempo.

– Nada -respondió con tono cortante.

Ellie no dijo nada. Solo lo miró con sus ojos verdes y Jack sintió que la irritación que había sentido se le escapaba como el aire de un globo pinchado. Se sentó en la mesa mirándose las manos.

– Pensaba en Pippa -dijo en otro tono.

Ellie volvió a mirar lo que estaba cocinando.

– La echas de menos, ¿verdad?

– Echo de menos lo que pudo haber sido -dijo con un suspiro-. Echo de menos que no haya oído a Alice decir sus primeras palabras, que no haya estado hoy para verla dar sus primeros pasos. No debería haber muerto.

– No, no debería haber muerto. No fue justo.

Jack se levantó, incapaz de estarse quieto.

– Pensé que sería más fácil lejos de Bushman's Creek -dijo Jack mientras daba vueltas por la cocina-. En Waverley no hay recuerdos suyos, pero por algún motivo eso es peor. Pippa habría sido feliz aquí. Habría sido muy feliz con Alice y conmigo. Hay veces que me lo imagino tan claramente que puedo oír su risa -miró a Ellie casi a la defensiva-. Te parecerá estúpido.

– No, Jack. Significa que la amabas y que sufres por ella.

Jack se agarró al respaldo de la silla con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Ellie ni siquiera estaba segura de que la hubiese oído.

– Lo que siento es… -buscó las palabras precisas. Quería explicar a Ellie que el eco de la risa de Pippa estaba desapareciendo, que su imagen se estaba borrando, que se tenía que aferrar a su memoria porque se sentía culpable de que se estuviera marchando. Pippa le había dado a Alice y él estaba obligado a mantener su recuerdo tan vivo y diáfano como el día que se fue-. Siento como si ella debiera estar aquí, disfrutando de todo. Pero cuando miro, no está. Tú estás ahí…

Jack no pudo seguir, era incapaz de explicar lo que sentía hacia ella, que todo lo que había dado por supuesto, de repente, no estaba nada claro.

Ellie seguía cocinando. Qué estúpida había sido al pensar que el recuerdo de Pippa terminaría por desvanecerse. Deseaba tanto ayudar a reunir el ganado… Estaba convencida de que podría haber significado el principio de un cambio en su relación, de que podría acabar sustituyendo a Pippa. ¡Qué necedad pensar que él iba a olvidar a alguien como Pippa! El día de la boda buscó consuelo, pero nada más que consuelo. Era algo que ya sabía, pero no podía evitar sentirse herida, porque desde entonces la había apartado. El fantasma de Pippa estaba presente en todo momento.

– Lo siento, Jack -fue todo lo que pudo decir, sabía que no podía hacer nada para ayudarlo-. Me gustaría que todo fuese distinto. De verdad.

Los rizos le cubrían la cara, pero Jack pudo notar la tristeza en su voz y se acordó de que tenía sus propias penas que soportar. Durante todo el tiempo que Jack había estado preocupado por el efecto turbador que Ellie tenía en él, ella habría estado pensando en otro hombre y deseando, como él, que las cosas hubiesen sido de otra forma. Jack se alegraba de no haberle dicho cuánto pensaba en ella. Lo habría complicado todo mucho.

Tardaron dos días en llegar al pie de la sierra. Era un terreno muy abrupto, lleno de cortados y de rocas inmensas, pero a Ellie le encantaba. Cabalgaba sin ninguna dificultad y disfrutaba del espacio y la luz que la rodeaban. Por la noche se metían en los sacos y dormían bajo las estrellas. Ellie era feliz. A primera hora de la mañana volvía a montar su caballo y a sacar el ganado de los desfiladeros para que se uniera al rebaño principal que se estaba formando en la llanura. Cuando la casa apareció en el horizonte, el rebaño era una masa gigantesca de bestias que bramaban en medio de una nube de polvo.

El último día, cuando Ellie se bajó del caballo, estaba agotada y le dolía todo el cuerpo, pero se sentía más feliz que nunca y la alegría de Alice al verla fue un bálsamo para su corazón herido. Jack no se había acercado a ella ni una vez mientras habían estado fuera, pero Alice la necesitaba. Ellie la tomó en brazos y le dio un beso y pensó que mientras tuviese a Alice y a Waverley, se daba por satisfecha.

Jack no había disfrutado nada de esos días. Se arrepentía de haberle dicho que fuese. Intentó no hacerle caso, pero era imposible, cada vez que miraba a algún lado, ahí estaba ella, cabalgando como si fuese su elemento natural, como si ese paisaje fuese su hogar. Quitó la silla con un suspiro. Por las noches, cuando se sentaban alrededor del fuego, él se ponía lo más lejos posible, pero eso también había sido un error. Desde su sitio, no podía apartar la mirada de ella mientras hablaba con los hombres o miraba pensativa las llamas. Habría querido poder pensar que su presencia había sido decorativa o una molestia, pero no había sido así. Se había integrado perfectamente en el equipo. Sabía instintivamente qué tenía que hacer. Había sido muy útil. Debería haberle dado las gracias por la colaboración, en vez de despedirse secamente cuando llegaron a la casa. La sensación de culpa lo irritaba.

– Todo ha ido bien.

Se giró y vio a Gray apoyado contra la valla.

– Sí -contestó lacónicamente.

– ¿Qué pasa?

– Nada.

Gray levantó las cejas, pero no insistió. Esperó a que Jack cerrase la verja y lo acompañó.

– Es fantástico tener a Ellie cerca, ¿verdad? -Jack gruñó. Gray lo miró oculto por el sombrero-. Y, además, es muy guapa -Jack emitió un sonido indescifrable. Quería que se callase. Para él todo era perfecto, tenía una mujer adorable que lo esperaba en casa. Gray no sabía lo difícil que era vivir con una amiga-. ¿Sabes Jack?, creo que tienes mucha suerte con ella.

Jack, harto, se giró.

– Tú…, ¿qué sabrás? -dijo en tono cortante.

– Solo lo que veo con mis propios ojos.

– Pues no puedes verlo todo, ¡y basta!

Su mal humor duró hasta avanzada la semana siguiente, hasta bastante después de que Gray y Clare se hubiesen marchado. Para Ellie, las esperanzas de que la reunión del ganado cambiase las cosas se desvanecieron pronto. Jack no daba señales de que pensase hacerla participar la gestión de la finca. Apenas le hablaba, tan solo se dirigía a ella para decirle cuándo llegarían los hombres a comer. Esta actitud la hería y enfurecía, y pensó que se conformaría con el trato amistoso que tanto la disgustaba antes. Prefería cualquier cosa antes de que la tratara como a un ama de llaves. La sensación de haber acertado que tuvo al volver del campo se había evaporado. ¿Estaba haciendo lo que tenía que hacer? Sí, estaba en Waverley en vez de en una oficina. Sí, Alice era adorable. Pero comprendió que no era suficiente, por mucho que hubiese intentado convencerse de lo contrario.

No quería ser un ama de llaves, quería que Jack la tratara como a una pareja.

Como a una mujer.

Como a su mujer.

CAPÍTULO 9

PERO CUANTO más lo deseaba Ellie, más improbable parecía que lo quisiese Jack. Le espantaba notar que cada vez estaba más resentida con él, y se entregó a las tareas domésticas, como si barrer y fregar pudiesen aliviar su soledad y desengaño.

Un día estaba limpiando el suelo de la zona de estar cuando entró Jack. Era la primera vez que la buscaba intencionadamente desde que había vuelto de reunir el ganado y ella se enfureció al darse cuenta de que, a pesar de todo, el pulso se le alteraba.

– ¿Qué haces? -Jack frunció el ceño al verla de rodillas.

– ¿Tú qué crees?

Después de una mirada rápida volvió a su tarea con un suspiro. ¿Qué pasaba con Jack? La desdeñaba, la hería, era desagradecido, pero ella seguía queriéndolo. Todo sería más fácil si pudiese dejar de quererlo. Si pudiese dejar de preocuparse porque era infeliz, como lo era ella. Si pudiese dejar de tener la esperanza de que algún día la quisiera.

– ¡Debe haber cosas más importantes que hacer que fregar el suelo!

– Sí, las hay, pero no las puedo hacer ahora mismo -seguía exasperándola que le dejase todas las tareas de la casa y que, para colmo, criticase la forma en que organizaba su tiempo-. Alice está dormida, y tengo que estar en algún sitio desde donde pueda oírla. Ya que tengo que quedarme en casa, voy haciendo cosas que no puedo hacer cuando está despierta.

Jack ni siquiera notó el tono de su voz. Gruñó algo y se sentó en el borde de una silla con las manos en los bolsillos. Miraba el suelo, perdido en sus pensamientos, y no tenía ningún interés en lo que ella estaba haciendo.

Muy típico, pensó Ellie amargamente, y siguió frotando el suelo con ira. El ruido del cepillo chirriaba en medio del silencio, Jack levantó la cabeza.

– ¿No podrías parar un minuto? -dijo con irritación-. Hay algo que quiero comentar contigo.

Ellie se sentó sobre los talones y lo miró con cautela.

– ¿De qué se trata?

– No te va a gustar.

Ellie sintió un nudo en el estomago. Había llegado el momento, pensó aterrada. Iba a decirle que no podía soportarlo más y que quería dar por terminado el matrimonio.

– Dime.

Vio cómo Jack dudaba, ella se preparó para lo peor.

– He estado hablando con Scott Wilson.

El alivio fue tal que se le cayó el cepillo. Ella lo miraba sin saber si saber si reírse histérica o si creer las palabras que acababa de oír.

– ¿Scott…?

– Lo conoces, ¿no?

Ella se limpió las manos en los vaqueros dándose un tiempo para adaptarse a una conversación para la que no estaba preparada.

– Claro que lo conozco -dijo cuidadosamente, todavía sin creérselo del todo-. Estuvo en la boda.

– Desde luego que estuvo, también estuvo en la fiesta de compromiso, ¿no?

– Sí. ¿Por qué? No le habrá pasado algo…

– Viene a dormir.

– ¿A dormir? -Jack asintió con la cabeza y Ellie parpadeó intentando darle sentido a una conversación que cada vez le parecía más extraña-. ¿Cuándo?

– Esta noche.

– ¡Esta noche! ¿Por qué?

– Mañana vamos a reunir los potros del oeste. Es una zona perfecta para utilizar un helicóptero y Scott se contrata para ese tipo de trabajos. Con él en el aire y nosotros tres en tierra lo haremos más rápido. Scott dijo que vendría esta noche para empezar mañana. Pensé que debería avisarte de que esta noche hay una persona más para cenar.

¡Y todo para decirle que tenía que pelar un par de patatas más! El alivió que sintió en un principio estaba desapareciendo rápidamente y ella volvía a sentir que nada, absolutamente nada, había cambiado. Ni siquiera sabía que pensaba reunir esos potros. Podía haber ayudado… Pero no, soló servía para preparar comidas.

– Muy bien -dijo secamente.

– El asunto es que Scott viene como un favor. Tiene varios hombres trabajando para él, pero están muy ocupados, de forma que vendrá él personalmente. Me dijo que podíamos considerarlo como un regalo de bodas -dijo con un hilo de voz-. En estas circunstancias, creo que deberíamos ofrecerle una cama dentro de la casa.

Ellie lo miraba asombrada, sin saber dónde quería ir a parar.

– De acuerdo.

Jack se levantó inquieto. Estaba claro que había más. Fue hasta la ventana y miró fuera; sus hombros estaban rígidos por la tensión.

– Ya sabes cómo es Scott. No conozco a nadie que hable tanto como él. Cuenta todo lo que sabe…

– ¿Y qué?

– Que si tiene la más leve sospecha de que no vivimos como unos recién casados, lo difundirá por toda la provincia -dijo Jack en tono impaciente.

Ellie se levantó despacio.

– Entiendo -dijo pensativamente.

– No parece que te preocupe. Pensé que no te gustaría que tu familia se enterase de que las cosas no son tan perfectas…

Ellie lo miró fijamente a los ojos.

– Estoy preocupada. ¿Qué me sugieres que hagamos?

Jack bajó la mirada.

– Creo que deberíamos fingir que somos una pareja normal. Habría que actuar un poco, pero ya lo hicimos una vez y convencimos a todo el mundo.

– ¿Quieres decir que deberíamos fingir que estamos enamorados?

– Sí…, ¿crees que podrás?

– Me imagino que lo conseguiré.

Jack respiró hondo.

– Creo que también deberíamos dormir juntos esta noche -Ellie se ruborizó y el aire se cargó de electricidad de repente-. Ya sabes lo que quiero decir -dijo cautelosamente, intentando apartar el recuerdo de su cuerpo, de su boca y de sus caricias-. Me refiero a compartir la habitación, nada más.

– Es posible que a Scott le guste hablar, pero no creo que vaya fisgando en los dormitorios -dijo Ellie, igual de inquieta por los recuerdos. Le parecía esencial convencer a Jack de que ella tenía tan poco interés en dormir juntos como lo tenía él.

Él se encogió de hombros.

– Es una cuestión tuya, tú eres la que quiere convencer a tu familia de que este es un matrimonio perfecto.

Tenía razón. Si sus padres intuían siquiera que ella no era tan feliz como decía ser, aparecerían al instante para preguntarle qué pasaba y Lizzy la llamaría desde Perth. Lo último que quería era disgustarlos.

– Está bien. Haremos eso.

Una vez Jack se hubo ido, Ellie siguió frotando el suelo, pero su brazo se movía mecánicamente mientras que sus pensamientos estaban en esa noche. Ellie no sabía qué hacer para que las cosas fuesen mejor, pero sabía que tenía que hacer algo. La situación era desgraciada para los dos. Ser amigos no había funcionado, así que a lo mejor era el momento de agarrar el toro por los cuernos y preguntarle a Jack si consideraría la posibilidad de ser amantes. Quizá dijese que no. Seguramente diría que no, pensó Ellie, pero merecía la pena intentarlo. No iba a pedirle que olvidase a Pippa, solo quería que también la reconociese como mujer. ¿Era eso mucho pedir?

«Qué aspecto tengo», pensó Ellie mientras se lavaba las manos. En el espejo se reflejaba una figura colorada, sucia, despeinada y sudorosa. Estaba horrible.

No importaba que Jack no pareciese muy ilusionado ante la idea de tener que fingir estar enamorado. Ellie hizo una mueca al espejo. ¿Por qué iba a quejarse de que Jack solo la considerase un ama de llaves si ella no hacía nada por parecer otra cosa? A lo mejor era el momento de hacer algo.

Alice dormía. La cena estaba preparada. Ella estaba preparada. Todo lo que tenía que hacer era salir y unirse a Jack y Scott en el porche. Pero se quedó un rato en su habitación intentando reunir valor suficiente para enfrentarse a Jack, la aterraba que se diera cuenta al instante de lo que intentaba hacer y también la aterraba que ni siquiera se diese cuenta. Solo se había puesto una falda con reflejos azules y una blusa blanca sin mangas. Se había lavado el pelo que le caía suave y brillante alrededor del rostro, y se había pintado los labios con una de las múltiples barras que Lizzy la había obligado a comprar y que nunca usaba. No era para tanto, pero Ellie se encontraba cohibida. Respiró hondo y salió antes de que tuviera tiempo de cambiar de idea. Scott y Jack se tomaban unas cervezas sentados en las viejas sillas, pero al oír la puerta se dieron la vuelta y se levantaron.

– ¡Ellie! -Scott la recibió con un gran abrazo-. ¡Estás fantástica!

Ellie sonrió nerviosamente.

– Gracias -dijo, pero el alma se le cayó a los pies cuando miró a Jack. Tenía el ceño fruncido y los dientes apretados.

– Me alegro mucho de verte -decía Scott, mientras la admiraba-. No pude hablar contigo durante la boda. ¿Desde cuándo no tenemos una conversación de verdad?

Ellie era muy consciente de la cara de Jack y tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse.

– Debe de hacer unos cuantos años. En cualquier caso, desde antes de que me fuese a Estados Unidos.

– Exactamente. Recuerda que te llevé a la fiesta de los solteros antes de que te marcharas -Scott sonrió-. Lo pasamos bien esa noche. Parece increíble cómo han cambiado las cosas desde entonces. ¿Sabías que me he casado?

– Sí, mamá me lo contó -dijo Ellie girándose un poco para ver mejor a Jack-. No sabía que Anna y tú fueseis novios.

– No lo éramos. Nunca nos habíamos gustado y, de repente, un día… ¡bang! Fue como caído del cielo. No puedo entender que no me diera cuenta antes de lo maravillosa que es Anna. Y cuando me enteré de que ella también me quería… Bueno, que os voy a contar a vosotros…

– Desde luego…

Había tal ironía en la voz de Jack que Ellie siguió hablando inmediatamente.

– Me alegra que seas feliz, Scott.

– Lo soy, nunca pensé que un hombre pudiese ser tan feliz. Ya sabes todos esos rollos románticos sobre encontrar la media naranja. Pues yo me siento así. Sabes lo que quiero decir, ¿verdad?

– Sí, lo sé -dijo Ellie con media sonrisa.

Jack la miró y vio cómo se le oscurecían los ojos, de repente todo encajaba. Había sospechado desde que se le cayó el cepillo a Ellie cuando oyó el nombre de Scott. No parecía el tipo de persona de la que Ellie se pudiera enamorar, pero podía ser él. Cuanto más lo pensaba más convencido estaba de que había desvelado el secreto de Ellie. Las pocas pistas que había dado señalaban en la dirección correcta. Conocía a Scott más de lo que él había pensado y el matrimonio de este con Anna podía ser el motivo por el que decidiera que no tenía esperanzas. Scott tenía su base en Mathison, donde Ellie quería haberse quedado para estar cerca de él. Scott había estado en la fiesta de compromiso y Jack recordaba la cara que había puesto cuando le preguntó si el hombre al que amaba estaba ahí. «Sí», dijo ella.

Comprendió que para Ellie tuvo que ser impactante enterarse de que Scott iba a ir a Waverley. No era de extrañar que se molestara cuando se lo dijo. De haberlo sabido, no le habría pedido la ayuda. Para Ellie tenía que ser una tortura fingir que era feliz mientras estaba con Scott. Pero no era culpa de él, no tenía telepatía; si Ellie no quería ver a Scott, podía haberlo dicho. Salvo que realmente quisiera verlo. El rostro de Jack se ensombreció cuando vio el esfuerzo que había hecho Ellie vistiéndose para Scott. Nunca usaba ese tipo de blusas ni carmín. Jack habría cruzado el porche y le habría borrado esa sonrisa complaciente de un tortazo, y después habría arrastrado a Ellie hasta su habitación para que se pusiese sus vaqueros y su camisa vieja.

Pero se giró bruscamente sobre sus talones.

– Te traeré una cerveza -le dijo a Ellie.

Ella, desesperada, lo vio salir. Todo era culpa suya. No podía parecer femenina, pensó con tristeza mientras intentaba sonreír a Scott. Tenía que haberse puesto los viejos vaqueros. Debía ser muy evidente que hacía todo lo posible por seducir a Jack, sin ningún éxito. No era de extrañar que estuviese tan enfadado.

Por lo menos Scott creía que estaba guapa. Él no parecía pensar que estuviese ridicula. Su alegría amistosa y el placer que había demostrado al volver a verla fueron un consuelo para sus sentimientos heridos y se dirigió agradecida hacia él. Además, alguien tenía que hacerle sentirse cómodo y, desde luego, no iba a ser Jack. Sin esa mirada atravesada sobre ella, Ellie podía estar tranquila y disfrutar hablando con Scott de los tiempos cuando todo era más fácil.

En la cocina, Jack oyó las risas y cerró la puerta de la nevera de un portazo. Parecían muy contentos sin él. Scott Wilson… qué demonios podía ver Ellie en él. No era que lo preocupara de quién estaba enamorada Ellie, pero después de todo lo que le había dicho sobre cuánto quería a ese hombre, esperaba que fuese alguien un poco más especial que Scott Wilson. Scott era un tipo que hablaba demasiado y se reía demasiado de sus propios chistes. Ellie nunca sería feliz con alguien así. Ella necesitaba alguien que la mimara, alguien como… Bueno, alguien distinto a Scott.

Aunque Ellie parecía no pensar lo mismo. Cuando salió al porche, ella parecía tranquila y contenta. Estaba sentada y se inclinaba provocativamente hacia Scott. Jack dejó con frialdad una cerveza sobre la mesa que tenía Ellie a su lado. Ella lo miró y pudo sentir la tensión que le producía su proximidad.

– Gracias.

Hubo algo en la forma en que Ellie apartó la silla cuando él se iba a poner a su lado que enfureció a Jack. ¡Por el amor de Dios!, se suponía que era su marido. Se acercó y le acarició la nuca intencionadamente. Pasaba los dedos una y otra vez, muy posesivamente, dejándole claro a Scott que era suya.

– Haría lo que fuese por ti, cariño -dijo Jack con una sonrisa provocadora.

Scott soltó una risotada.

– ¡Ellie!, veo que tienes bien agarrado a Jack.

Los insistentes dedos de Jack la hacían sentirse incómoda, tenía que hacer un esfuerzo enorme para no cerrar los ojos y abandonarse a sus caricias.

– Yo no diría tanto -dijo, nerviosa.

– ¿No…?

La mano de Jack bajó de la nuca al cuello de la blusa y a los hombros, y Ellie no pudo evitar un escalofrío de deseo que le recorrió toda la espalda con una intensidad tal que tuvo que reprimir un jadeo.

– No -consiguió decir a duras penas y Jack retiró la mano en un arrebato repentino de ira. Con Scott por sus comentarios estúpidos, con él mismo por su comportamiento y, sobre todo, con Ellie por la forma en que, incómoda, se retiraba cada vez que él la tocaba.

– Entiendo -dijo Jack.

– Jack sabe quien manda de verdad -dijo Scott entre risas-. El matrimonio es algo maravilloso, ¿eh, Jack?

– Maravilloso.

– Eres un hombre muy afortunado por tener a Ellie.

– Lo sé -consiguió decir entre dientes. Él no se sentía afortunado. Se sentía desconcertado como un principiante e inexplicablemente deprimido.

Ellie le dirigió una mirada cariñosa. Había sonado como si hubiese tenido que sacar las palabras con sacacorchos y esa no era la mejor forma de convencer a Scott de que eran una pareja feliz. Invitar a Scott había sido idea de Jack, pensó furiosa. Podría hacer un pequeño esfuerzo. Scott no era tonto. Podía ver como sus astutos ojos iban de uno a otro. Acabaría dándose cuenta de que algo no funcionaba.

– Espero que te hayas comprado un coche nuevo desde la última vez que nos vimos -dijo Ellie rápidamente para cambiar de conversación.

– Lo primero que hizo Anna cuando nos casamos fue obligarme a deshacerme de él. Dijo que o el coche o ella -se rio ruidosamente-, ¿te acuerdas cuando se estropeo camino de las carreras?

Jack bebía su cerveza sin decir una palabra. No sabía que Ellie y Scott se conocían tanto. Por primera vez, Jack se dio cuenta de su edad. Los dos eran ocho años más jóvenes que él. Escuchaba con aire taciturno mientras ellos hablaban de las fiestas, las carreras y los rodeos a los que habían ido juntos. Para él era una experiencia nueva comprender que Ellie también tenía amigos propios, una vida propia que no tenía nada que ver con él, y no le gustaba nada esa experiencia. Furioso, dio un trago a su cerveza. Estaba acostumbrado a considerar a Ellie como parte de su vida, no de la de nadie más y, menos, de la de Scott Wilson.

Cuando Scott decidió irse a la cama, Jack apenas acertó a decirle adiós. Estaba harto de oír hablar de fiestas en las que a lo mejor se habían besado y enamorado. Estaba harto de la forma en que Ellie miraba a Scott, de sus risas y de la forma que había apoyado el codo en la mesa para acercarse a él sin tener en cuenta lo que pudieran pensar los demás hombres. Desde luego, no le importaba lo que él pensara, decidio amargamente Jack. Apenas lo había mirado en toda la noche.

Jack esperaba que, cuando los demás hombres se retiraran a dormir, Scott haría lo mismo, pero no lo hizo. Ellie le ofreció más café, más vino, y él tuvo que aguantar otra hora escuchando sus recuerdos interminables. Por fin Scott dejó escapar un bostezo y Jack se levantó.

– Debes de estar muy cansado, y mañana nos tenemos que levantar pronto. Te diré cuál es tu habitación.

Esperó hasta que la puerta del cuarto de Scott estuvo cerrada y volvió a la cocina, donde Ellie estaba fregando con una furia controlada.

– Siento haber interrumpido una charla tan amena -dijo en un tono muy desagradable-, pero quiero que mañana Scott empiece a trabajar temprano y, si dependiese de ti, no se habría acostado nunca.

Ellie tiró una sartén contra el fregadero.

– ¿Charla amena…? No puedo imaginarme nada menos ameno que la noche que acabamos de pasar, contigo ahí sentado con cara de perro. ¿Por qué fuiste tan grosero con Scott?

– No fui grosero.

– No has abierto la boca en toda la noche. Has hecho que todos nos sintiéramos muy incómodos.

– No me ha parecido que tú estuvieras muy incomoda. Parecías muy divertida.

Ellie respiró hondo. ¿Muy divertida…? Había sido una de las peores noches de su vida y Jack creía que se había divertido mucho. Hizo un esfuerzo por controlarse.

– Bueno, esperemos que Scott piense lo mismo -dijo sosegadamente.

– No tengo la menor duda.

– Te recuerdo que fuiste tú quien dijo que Scott nos estaba haciendo un favor y, como no has hecho el más mínimo esfuerzo por ser amable, he pensado que alguien tendría que hacerlo.

– ¿Ser amable? -dijo en tono de burla-. A eso te refieres con hacer el ridículo contoneándote y provocándole. ¡Dios mío, nunca había visto algo tan lamentable! «Scott, ¿te acuerdas cuando fuimos a nadar?» -se burló cruelmente imitando su voz-, «Oh, Scott, te acuerdas qué mona era…». No te imaginas lo aburridos que habéis resultado, te acuerdas de esto, te acuerdas de aquello…, ¿no hay nada más interesante de lo que hablar?

– ¿Cómo qué? -Ellie estaba tan furiosa por la injusticia que estaba oyendo que apenas podía hablar-. Créeme, Jack, me habría encantado tener algo distinto de lo que hablar con Scott, pero no creo que le interese mucho la cocina, la limpieza de la casa o el cuidado de Alice, y eso es todo lo que he hecho desde que me casé contigo. Entiendo que mi pasado te parezca aburrido, pero te puedo asegurar que es mucho más divertido que mi presente. Esto sí que es aburrido.

La cara de Jack se crispó.

– ¿Qué tiene de malo?

– No hago otra cosa que cocinar para ti, limpiar para ti y cuidar de tu hija por ti, y ni siquiera me lo agradeces. Estoy todo el día encerrada en casa. Nunca voy a ningún lado, ni veo a nadie, ni hago nada.

– Antes no te importaba.

– Pues ahora me importa.

– Sabías a lo que te exponías. Si no querías ser un ama de llaves, no haberte ofrecido.

Ellie palideció.

– Me ofrecí a ser tu mujer, Jack, no tu ama de llaves -dijo con toda la frialdad de la que fue capaz.

– Es lo mismo -Jack daba vueltas por toda la cocina-. Hicimos un trato. Tú querías estar en el campo y yo quería alguien que se ocupara de Alice, eso es todo.

– ¡Acordamos ser socios!

– Tienes la mitad de Waverley -dijo sin inmutarse-. ¿Qué más quieres?

Ellie quitó el tapón del fregadero y observó cómo se iba el agua, igual que sus esperanzas. No tenía sentido seguir discutiendo. Jack no entendía nada.

– Quiero participar -dijo sintiéndose impotente-. Nunca me dices nada de lo que vas a hacer.

– No puedo venir corriendo a la casa cada vez que se me ocurre algo. Ellie, no hay motivos de queja. Las cosas son así. Lo sabías cuando te casaste, ¿o no? -Ellie negó con la cabeza-. ¿Cómo que no? -Jack estaba furioso.

– Tienes razón -dijo Ellie con una voz carente de toda expresión-, lo sabía.

Su afirmación enfureció todavía más a Jack. Lo único que quería era herirla.

– En ese caso sugiero que cumplas lo que acordaste y que dejes de quejarte porque no participas y de contar historias aburridas de tus aburridos amigos. Y que dejes de soñar sobre tu ridículo romance que nunca ocurrió.

Ellie no podía apartar la mirada del paño de cocina con el que se estaba secando las manos. Era de cuadros azules y blancos desteñidos por el uso. Sentía frío y estaba mareada. Eso era lo que Jack pensaba de ella: aburrida, quejica, ridicula. Colgó el paño del respaldo de la silla y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Dónde vas? -preguntó Jack con un grito.

– A la cama.

– No puedes irte en medio de una discusión.

– Sí puedo.

Jack la miraba impotente.

– No he terminado.

Ellie ni siquiera se volvió para responder.

– Creo que ya has hablado suficiente -dijo Ellie, y salió al pasillo.

Jack se subía por las paredes. Lo espantaba que Ellie actuara así. No podía soportar que se fuera sin más en vez de afrontar las cosas que no le gustaban. Ni siquiera lo insultaba. Sencillamente se iba. Salió y la alcanzó en la puerta del dormitorio.

– Vas a hablar conmigo. Vamos a dormir en la misma cama y no puedes hacer como si no existiera.

Ellie se giró con la mano en el picaporte.

– No creo que tenga mucho sentido compartir la habitación.

– ¿Y Scott? -Jack se sorprendió de encontrarse gritando-, ¿qué va a pensar cuando mañana nos vea salir de habitaciones distintas?

– Ya no importa -Ellie entró y le cerró la puerta en las narices.

Pasó despierta toda la noche, demasiado impresionada para poder llorar. ¿Cómo no se había dado cuenta de cuánto la despreciaba Jack? Sus palabras resonaban una y otra vez en la cabeza de Ellie. Aburrida. Quejica. Ridicula. Se sentía terriblemente humillada cada vez que se acordaba de las esperanzas que tenía cuando se vestía para él. Lo único que había conseguído era hacer el ridículo. Jack tenía razón, era penoso. Había sido penoso esperar que él la amara; era penoso creer que si alguna vez miraba a otra mujer que no fuese Pippa, sería a ella; había sido penoso desperdiciar todo esos años por algo que nunca iba a ocurrir.

El sueño había terminado.

Jack nunca la perdonaría por no ser Pippa. Era el momento de acabar con esa situación que estaba haciendo desgraciados a los dos. Lo habían intentado.

Lo único que podía hacer por él era marcharse.

CAPÍTULO 10

AL DÍA siguiente Ellie iba a darle la cena a Alice cuando oyó pasos en el porche. Sabía que tenía que hablar con Jack, pero todavía no estaba preparada. En ese momento no podía enfrentarse con él, seguía confusa por el cansancio y la tristeza, y demasiado desesperada como para poder explicarle tranquilamente que iba a dejarlo.

Esa mañana apenas habían hablado. Jack se había ido temprano con Scott y habían pasado todo el día en el campo. Por una vez Ellie se alegraba de no estar con los hombres. Necesitaba tranquilidad, aunque en todo el día no había conseguido pensar en nada que no fuese en despertar de esa pesadilla.

– ¡Ellie!

Con alivio, Ellie se dio cuenta de que era Scott y no Jack.

– ¿Ya estás de vuelta? -preguntó con una sonrisa.

Scott asintió con la cabeza y entró en la cocina.

– Los demás están trayendo la manada, pero tengo que volver a Mathison antes de que anochezca. He venido a despedirme de ti y de Alice.

Ellie pensó en pedirle a Scott que no dijese nada sobre las tensiones entre ella y Jack, pero al final decidió que tampoco importaba tanto. Antes o después todo el mundo se enteraría de que su matrimonio había terminado.

– Gracias por venir -fue todo lo que dijo. Y fue a buscar a Alice para que se despidiera de la niña.

– Me ha encantado -se puso el sombrero y dudó-. ¿Estás bien, Ellie? No tienes muy buen aspecto.

– Estoy bien -su voz era tensa y su sonrisa incierta-. Todo va bien.

Vio cómo se marchaba hacia el helicóptero. De repente, se paró para hablar con Jack, que volvía de los corrales. Estuvieron un rato e, incluso desde tan lejos, Ellie pudo notar la tensión en el rostro de Jack. Al verlo el corazón se le partió. Era difícil recordar su buen humor y su encanto descuidado, tan típicos de él. Hubo una época en que era tranquilo y despreocupado, en el que su mirada tenía un brillo arrebatador y su sonrisa era irresistible. Eso se había terminado. El matrimonio lo había convertido en un desconocido, le había apagado la mirada y la tensión dominaba su expresión. Y era ella la que había conseguido todo eso, la que había producido esos cambios.

Vio cómo despedía a Scott con un gesto inexpresivo y siguió su camino hacia la casa. Alice se agitaba en brazos de Ellie.

– ¡Papá! -gritaba llena de excitación.

– Lo sé -Ellie tenía la garganta seca mientras Jack se acercaba.

Sabía que la decisión que había tomado era la correcta. Tenía que darle la oportunidad de ser feliz… pero cómo iba a soportar la idea de dejarlos a él y a Alice. Todo lo que amaba estaba en Waverley.

Jack se paró al pie de la escalera y miró hacia arriba, donde estaba Ellie con Alice entre los brazos. Los ojos de ella parecían enormes en su cara pálida, tenían una expresión de angustia que le encogió el corazón.

– ¿Te has despedido de Scott? -su voz era ronca por la preocupación.

Ellie no contestó, asintió con la cabeza. Jack dudó, porque no le parecía adecuado intentar consolarla. Él sospechaba que quería a Scott, pero hasta ese momento no se había dado cuenta de cuánto lo quería en realidad. En esos momentos podía ver lo que le había costado ver cómo se marchaba.

– ¿Te pasa algo? -preguntó Jack bruscamente.

¿Por qué no paraban de preguntarle lo mismo? ¡Estaba perfectamente! Ellie intentó decirle que no le pasaba nada, pero no le salieron las palabras y la boca empezó a temblarle. Se la tapó con la mano para que no se diera cuenta de su debilidad y miró a Jack con una mirada desoladora. Jamás había llorado. No podía llorar en ese momento; si lo hacía, no pararía nunca. Jack, sin pensárselo, subió las escaleras y se puso a su lado.

– Ellie… -empezó a decir. Ella dejó a Alice en sus brazos, lo apartó y corrió escaleras abajo-. ¡Ellie! -gritó, pero ella corría en dirección al arroyo y Alice protestaba por el repentino cambio.

Solo pudo ver, impotente, cómo se alejaba. Sentía una punzada en la boca del estomago. Se había enfurecido con ella la noche anterior. El resentimiento de Ellie lo había sacado de sus casillas y, aunque su enfado había continuado durante todo el día, había acabado sintiendo cierta culpa. Jack se había dado cuenta de que no la había tratado como a una pareja y eso lo hacía sentirse peor. Se había marchado sin decirle cómo se sentía y él se había quedado con la terrible sensación de que en algún momento había dado un paso equivocado y había perdido algo muy precioso.

Cuando Ellie volvió, Jack estaba bañando a Alice. O, mejor dicho, estaba en plena batalla con el baño, con las magas remangadas y una mano por detrás de Alice para evitar que se cayera. La niña se resistía a que nadie la ayudara e insistía en que se quería lavar sola, lo cual hacía que todo se alargara y ponía nervioso a Jack. Este tuvo que reconocer que a Ellie se le daba mucho mejor. Normalmente, cuando él llegaba, ella ya había bañado y dado de cenar a su hija, y a él le tocaba la parte fácil. Ese día le había tocado hacerlo todo y había sido una lección bastante difícil. Al ver llegar a Ellie, intentó sonreír, pero ella tenía un aspecto tan horrible que la sonrisa nunca llegó a sus labios. Tenía los ojos enrojecidos y húmedos. Nunca la había visto llorar. Ella se sentó en el borde de la bañera y se colocó el pelo detrás de las orejas.

– Siento llegar tarde -dijo con un hilo de voz.

– No importa -dijo Jack impresionado por su estado. Su mirada le recordaba a sí mismo cuando se fue Pippa. ¿Había sentido lo mismo Ellie al ver marchar a Scott? Si era así, debía quererlo más de lo que él podía haberse imaginado. O más de lo que él quería imaginarse-. Lo has pasado… mal -dijo intentando demostrar comprensión.

Ellie se miró las manos. «Mal» era una palabra curiosa para definir la desolación que la había atrapado al darse cuenta de lo poco que importaba en la vida de Jack

– Estoy cansada, eso es todo.

Mientras, Alice, al margen de la tensión que flotaba en el ambiente, chapoteaba en la bañera y daba grititos salpicando a todos. Jack, con un suspiro, intentó hacer todo lo posible para ayudar a Ellie.

– Siento lo de anoche -dijo mirándola.

– No, fue culpa mía -dijo Ellie evitando su mirada-. Los dos conocíamos la situación cuando nos casamos. Yo pensé que todo sería perfecto…, pero no lo es, ¿verdad, Jack?

Él dudó y negó con la cabeza. No tenía sentido fingir que todo era perfecto.

– No, no es perfecto.

Ellie tomó aire y deseó ser capaz de decir todo lo que tenía que decir sin romper a llorar.

– Jack, ¿te acuerdas del trato que hicimos antes de casarnos? -¿recordarlo?, ¿cómo se iba a olvidar?, pensó con amargura, pero asintió con la cabeza y esperó a que siguiese-. Me hiciste prometer que si alguna vez me quería ir te lo diría -hizo una pausa-. Me quiero ir, Jack.

Todo se oscureció para Jack, que tenía la mirada perdida.

– ¿Por qué ahora? -dijo con una voz que no parecía la suya- Nada ha cambiado.

– Yo he cambiado -Ellie se detuvo para elegir las palabras que le hicieran comprender por qué se tenía que ir sin decirle la verdad, que solo complicaría más las cosas-. Pensé que podría soportarlo, pero no puedo.

– Podríamos hacer algunos cambios -dijo Jack con cierta desesperación-. Ya sé que no te he hecho participar de Waverley tanto como debería, pero lo intentaré -no podía creerse que Ellie estuviera ahí, tan tranquila, diciendo que iba a dejarlo. ¿Qué podía hacer sin ella?-. Contrataré a un ama de llaves. A alguien que pueda ayudar en la cocina y con Alice para que tú puedas estar más tiempo fuera. Eso estaría mejor, ¿no?

– Oh, Jack… -Ellie lo miró sintiéndose impotente-. Ya sé que me he quejado de estar encerrada en casa, pero ese no es el verdadero problema.

– Entonces… ¿cuál es?

– Son… mis sentimientos.

Se hizo un silencio agobiante. Jack sacó a Alice de la bañera y la cubrió con una toalla. No miró a Ellie.

– Todavía estás enamorada de él, ¿verdad?

Lo repentino de su voz la asustó.

– ¿Enamorada de quién?

Jack no podía pronunciar el nombre de Scott.

– Me dijiste que siempre habías querido a alguien. Que no tenías esperanzas y que por eso estabas preparada para casarte conmigo.

– Sí.

– ¿Todavía estás enamorada de él?

Ellie miró a Jack, podía dibujar su cara con los ojos cerrados, sabía cuántas arrugas tenía en la frente, conocía todas la canas de sus sienes y la longitud exacta de la pequeña cicatriz que tenía en la mandíbula. Formaban parte de ella de una forma inexplicable.

– Sí -dijo ella.

– ¿Y ese es el motivo por el que te quieres ir?.

– Sí -dijo con un suspiro. Ella estaba deseando poder decirle que era por él. La verdad le rondaba los labios, pero no pudo formar las palabras. Solo pensar en la expresión de incredulidad que pondría si le decía que lo quería a él hizo que se acobardara. Sería mejor dejarlo con la idea de que quería a otra persona-. Yo pensé que sería más fácil si los dos estábamos en la misma situación -siguió con cautela-, pero no. Lo único que conseguimos es que todo sea el doble de malo para ambos, y solo puede empeorar. Yo nunca seré Pippa y tampoco tendré nunca lo que quiero realmente. Cuanto más tiempo me quede, más nos vamos a amargar y más daño nos vamos a hacer -miró a Jack pero estaba frío y hermético. ¿No lo entendía?-. Lo siento.

¿Sentirlo?, ¿de qué servía sentirlo?, pensó Jack amargamente.

– ¿Qué va a pasar con Alice? -no era justo usar a Alice como chantaje, pero en ese momento no se sentía muy justo.

Ellie se mordió el labio.

– No me iré inmediatamente. Esperaré a que encuentres a alguien que se ocupe de ella.

– Gracias.

La ironía de su voz la hizo daño.

– Hago esto también por ti, Jack. Será mejor para los dos.

– ¿Y Alice?

– También será mejor para ella. No creo que le haga ningún bien crecer en una casa desgraciada.

– No tiene por qué ser desgraciada -insistió.

– Es lo que ha sido -dijo Ellie haciendo un esfuerzo por no llorar-. Y es lo que será. No soy la mujer que te conviene. Me prometiste que me dejarías marchar si te lo pedía.

Jack secaba mecánicamente los pies de Alice.

– Es verdad. Y te puedes ir si es lo que quieres.

* * *

No era lo que quería, pero era lo que necesitaban los dos. Se lo tuvo que recordar una y otra vez durante los diez días siguientes. Cada poro de su cuerpo le pedía que se olvidara de su orgullo, que le dijese la verdad a Jack y que le rogase que la dejara quedarse, pero sabía que no podía hacer eso. Era mejor romper de una vez que dejar que la situación siguiera eternamente. Daba igual lo que dijese Jack, acabaría encontrando a alguien a quien querer tanto como quería a Pippa, y Ellie no podía soportar la idea de estar ahí en ese momento.

No, era mejor irse en ese momento. Era mejor, pero muy difícil. Tan difícil…

Jack no intentó que cambiara de opinión. La trataba con una cortesía distante que le dolía más que su furia. Había llamado a una agencia de Darwin al día siguiente y les había pedido que enviaran a un ama de llaves lo antes posible.

– En este momento no tienen a nadie adecuado -le comentó a Ellie cuando le contó lo que había hecho-. Mientras tanto sugiero que sigamos como siempre -dijo fríamente.

– Claro -dijo Ellie con tranquilidad, pero cómo podía comportarse normalmente si tenía un peso en su interior que le impedía hacer nada; si respirar era un esfuerzo; si se movía lenta y pesadamente como una anciana quebrada por el dolor.

Hizo todo lo posible. Cocinó, limpió y comprobó cómo Alice andaba mejor cada día. La oyó decir palabras nuevas y se entristecía al pensar que algún día ese bebé sería una muchacha y ella no estaría ahí para verlo. Alguien ocuparía su lugar, para todo.

Cada vez que sonaba el teléfono se preparaba para oír que ya había un ama de llaves. Todos los días temía el momento en que Jack le dijese que ya no la necesitaba y que podía irse. Pero los días pasaban y no ocurría nada, y ella empezaba a anhelar que todo terminara. La espera, sin saber cuándo tendría que afrontar la situación, era un tormento. Estaba aterrada de pensar que si se quedaba más tiempo, su decisión no se cumpliría, y rezaba para que la agencia encontrase a alguien que la liberase de ese sufrimiento.

Sin embargo, cuando ocurrió tampoco estaba preparada. Estaba pelando unas patatas para la cena cuando entró Jack.

– Acabo de hablar con la agencia -dijo sin preámbulos-. Han encontrado un ama de llaves. Tiene unos cincuenta años, pero dice que le gustan los niños y tiene buenas referencias como cocinera.

Ellie se quedó mirando las patatas. Había llegado el momento y lo único que quería hacer era gritar que todavía era pronto. Tenía el corazón en un puño y se lo estaba exprimiendo, tuvo que hacer un esfuerzo enorme para reprimir las lágrimas.

Tardó un momento en poder hablar y, cuando lo consiguió, su voz sonaba como de otro mundo.

– Parece perfecta.

– Se llama Wanda -dijo Jack-. Ya ha trabajado en el campo y sabe lo que la espera.

– Fantástico. ¿Cuándo llegará?

– Pasado mañana.

Era demasiado pronto, pensó Ellie espantada.

– Entonces, todo resuelto.

– Sí -dijo Jack rotundamente-. Todo resuelto.

– Puedo… puedo prepararme para marcharme.

– Te quedaras hasta que llegue, ¿verdad? -dijo Jack agarrándose a cualquier excusa para retenerla un poco más.

Pero Ellie negó con la cabeza.

– Creo que sería mejor para todos que me fuese antes de que ella llegue.

– ¡Pero eso es mañana!

– Lo… Sí… Lo sé -dijo Ellie casi sin poder articular palabra.

Jack la miraba. Conocía perfectamente su espalda, y al día siguiente, cuando se diese la vuelta para marcharse, sería la última vez que la vería.

Sabía que se quería marchar, pero hasta ese momento no había comprendido del todo lo que iba a significar. Se quedaría solo. La casa se quedaría vacía, solo con sus recuerdos. Cuando él llegara, no la encontraría en la cocina ni con Alice, nadie le sonreiría. Jack pensó en todos los momentos en que no había apreciado su presencia y se maldijo por estúpido. Ahí estaba Ellie, pelando patatas. Él, sacudido por la transformación, solo podía mirar su espalda.

Estaba enamorado de ella.

Era evidente, ¿cómo no se había dado cuenta antes? Todas esas semanas había estado luchando contra ello, se había negado a reconocer cuánto la necesitaba, y ya era demasiado tarde.

– Ellie… -dijo en tono apremiante.

Se volvió con una patata en una mano y el pelador en la otra.

– ¿Qué pasa…? -preguntó con voz preocupada.

«¿Qué pasa?, quiso gritar Jack, ¡pasa que te quiero y estoy a punto de perderte!». Tuvo que resistirse a la tentación de acercarse y abrazarla hasta que le prometiera que se quedaría. Comprendió desolado que nada había cambiado porque él se hubiese dado cuenta de algo que debería haber sabido hace tiempo. Jack sabía que si se lo rogaba, Ellie se quedaría por Alice, pero ella seguía enamorada de Scott. No quería que se quedara por lástima. Quería que se quedara porque estaba enamorada de él, porque lo necesitaba como él la necesitaba a ella. Pero también quería que fuese feliz. Ella tenía razón, nunca sería feliz con él, y él nunca aceptaría ocupar el segundo lugar. Sería mejor empezar de cero.

– ¿Jack…?

– Nada -dijo lacónicamente-. No pasa nada.

– Deberíamos hablar -volvió a ser Jack quien rompió el silencio.

Estaban en la cocina fregando los platos de la cena. El sonido de la loza era como un estruendo en ese ambiente. Ellie estaba absorta fregando cada cacharro con una minuciosidad obsesiva.

– Supongo que sí -dijo al final, dejando una sartén en el escurridor.

– Si te vas mañana, deberíamos resolver algunos detalles -dijo con la voz entrecortada-. Te pagaré tu parte de Waverley, naturalmente, pero a lo mejor no puedo hacerlo por el momento. Me llevará algún tiempo arreglarlo, pero mientras te daré una asignación.

Ellie, pensativa, limpiaba el fregadero.

– No quiero dinero, Jack -dijo intentando reprimir las lágrimas-. No quiero nada…

– Hicimos un trato -insistió-. Eres mi mujer y tienes derecho a una asignación. Te has pasado todo este tiempo ocupándote de Alice y no has recibido nada a cambio.

Ellie se acordó de todas las puestas de sol que había visto, de los primeros pasos de Alice, del sonido de las botas de Jack en el porche. Tenía recuerdos que guardaría toda su vida, recuerdos de los labios de Jack, de su cuerpo, de sus caricias.

– Sí he recibido -dijo en voz baja.

– Necesitarás algún dinero para volver a empezar. Es lo mínimo que puedo hacer por ti -dudó un instante-. ¿Se lo has dicho a tus padres?

Ellie no pudo seguir fregando. Se quitó el delantal y lo dejó sobre una silla. No había pensado en su familia. No había podido pensar en nada que no fuese en cómo iba a soportar dejar Waverley, dejar a Alice y dejarlo a él. Respiró hondo y se volvió con una sonrisa forzada.

– No, todavía no.

Jack la miró. Tenía un aire de absoluta fragilidad, un soplido la habría derrumbado, pero mantenía la cabeza erguida y a Jack le dolió su sonrisa desafiante.

– ¿Qué vas a hacer, Ellie? ¿Dónde te vas a ir?

La sonrisa de Ellie se borró y tuvo que apartar sus ojos de los de Jack.

– No lo sé -reconoció deseando poder mentirle-, pero no te preocupes, todo irá bien.

– Pero, Ellie…

Ella ya no pudo resistir más.

– Será… será mejor que me vaya a hacer la maleta -murmuró. Tenía que salir de la cocina antes de que rompiera a llorar.

Jack la vio girarse y dirigirse a la puerta. Como haría al día siguiente, pero para siempre.

– ¡Ellie, no te vayas! -gritó, sin poder evitarlo.

El apremio que había en su voz consiguió detener a Ellie en el quicio de la puerta, pero no se volvió.

– Ahora no puedo hablar -dijo con voz sollozante.

– No… Quiero decir que no te vayas nunca -dijo Jack desesperado-. No te vayas mañana, no te vayas nunca -Ellie se quedó paralizada y con los ojos completamente cerrados. Aterrada de que le pidiera que se quedase por Alice y que no fuese capaz de rechazarlo-. Por favor, Ellie -Jack se puso detrás de ella y, aunque estiró una mano, no la tocó-. Por favor, quédate -aunque sea por lástima, pensó-. Sé que quieres irte. Sé que debo dejarte. Pensé que podría, pero no puedo. No pensaba decir nada, pero cuando te he visto darte la vuelta, he comprendido que no podría estar sin ti.

– Encontrarás a alguien. No te preocupes por Alice -dijo Ellie a duras penas.

– ¿Y yo? -Jack dudo, quería encontrar las palabras adecuadas-. Te necesito, Ellie.

– No…, no vamos a dejar de vernos. Siempre… seremos amigos.

– No quiero que seamos amigos. No me basta con eso -hubo un silencio sepulcral en el que las últimas palabras retumbaron por toda la habitación. Ellie se giró lentamente con una expresión de incredulidad absoluta en los ojos. Si no hubiese estado tan desesperado, se habría reído de su cara sorpresa. ¿Cómo era posible que ella no se hubiese dado cuenta?-. Estoy enamorado de ti -Ellie lo miraba, incapaz de hablar o de moverse. Ni siquiera podía creer lo que había oído-. Ya sé que tú no sientes lo mismo -reaccionó rápidamente Jack antes de que ella dijera que era inútil-. Ya sé que estás enamorada de otro y que yo no he hecho nada para que te enamorases de mí. Simplemente te tenía ahí. Tú lo hacías todo y yo nunca he hecho nada por ti. Nunca te he demostrado lo que significas para mí. ¿Cómo iba a hacerlo si ni siquiera lo sabía? Lo comprendí cuando dijiste que te querías ir.

Ellie tragó saliva. Se sentía desconcertada, como si estuviese en medio de un sueño terrible y maravilloso.

– Pero… tú quieres a Pippa -contestó, sorprendida de poder hablar.

– Sí, la quise. Pero nunca la quise como te quiero a ti. Pippa era divertida y animada. Fue maravilloso, pero algo irreal -en ese momento se daba cuenta por primera vez-. No sé si ese amor habría durado. Solo sé que lo que siento por ti sí es real. No contaba con enamorarme de ti, Ellie. Ni siquiera sé cómo ha pasado. Me había acostumbrado a verte como a una amiga, pero la noche que hicimos el amor fue una revelación. Comprendí que no quería ser tu amigo, que te quería como amante. Quería que fueses mía y de nadie más. Habría abofeteado a Scott cada vez que te miraba -Jack se detuvo y, como Ellie no decía nada, continuó lentamente-. No me merezco otra oportunidad, pero te pediría de rodillas que lo pienses, que te quedes, no por Waverley ni por Alice, sino porque quieres quedarte conmigo -era un sueño, tenía que ser un sueño, Ellie sacudió la cabeza con incredulidad y Jack se acercó desesperado-. No digas que no, por lo menos piénsatelo. Sé que estás enamorada de Scott, pero él tiene a Anna. No te necesita, y yo sí.

– ¿Scott…? -dijo Ellie con una voz muy extraña-. ¿Crees que estoy enamorada de Scott?

Entonces el sorprendido fue Jack.

– ¿Quieres decir que no?

– Claro que no.

Él estaba seguro de que era Scott. Tendría que recomponer todas sus ideas.

– ¿Estás enamorada de otro? -Ellie asintió con la cabeza y con una sonrisa temblorosa. El alivió que había sentido Jack al saber que no era Scott se evaporó. Podría ser alguien que no estuviese casado y que un día descubriera lo hermosa y maravillosa que era, como le había pasado a él-. Dijiste que no tenías ninguna esperanza. ¿Por qué no te quedas? Te haré feliz. Me pasaré el resto de mi vida intentando conseguir que lo olvides.

– Eso no ocurrirá nunca, Jack -dijo con una sonrisa vacilante.

– Podrías intentarlo, podrías aprender a amar otra vez -había un tono de desesperación en la voz de Jack-. Podrías cambiar de idea.

– No, no podría. Siempre lo querré a él.

Sus ojos estaban iluminados por el amor y Jack se retiró con el corazón destrozado de pensar que no era por él. Por lo menos lo había intentado. Debería haber sabido que Ellie no cambiaría de idea, que siempre sería fiel.

– Entiendo -dijo apesadumbrado. Apoyó las manos sobre la mesa intentando recobrarse después de una decepción tan amarga-. Está bien, no puedo hacer nada más. Será mejor que vayas a hacer la maleta -notó la mano de Ellie sobre su hombro, pero no se volvió. Era incapaz de soportar la cara de lástima que tendría ella-. Vete -dijo con un hilo de voz.

– Jack… -dijo con ternura-. Eres tú.

Jack no comprendía lo que acababa de oír. Se frotó la cara del cansancio.

– ¿Cómo?

– Mírame, Jack -él levantó la cabeza y la miró desconcertado-. Eres tú -Ellie sonreía. Su mano se deslizó hasta juntarse con la de Jack-. Siempre has sido tú.

– ¿Yo?

– Te he querido toda mi vida. Nunca podré querer a otro.

– ¿Me quieres a mí? -preguntó sin podérselo creer.

Ella sonreía, por fin podía decir la verdad.

– Siempre te he querido y siempre te querré.

– Repítelo -la atrajo contra él y escondió la cabeza entre su pelo-. Por Dios, Ellie, repítelo.

– Te quiero, Jack -dijo, con la voz quebrada por las lágrimas.

Jack levantó la cara de Ellie entre sus manos y la miró a los ojos.

– Una vez más.

– ¡Te quiero!, ¡te quiero! -dijo entre risas y sollozos.

Jack la besó, sus labios buscaban anhelantes los de Ellie. Se besaron con la pasión que produce pensar que habían estado a punto de perderse el uno al otro. Ellie lo abrazó y se entregó al indescriptible placer de saber que la quería tanto como ella a él.

– ¿Por qué no me habías dicho nada? -preguntó Jack mientras besaba sus mejillas, su nariz, su boca y sus ojos.

– No podía, estaba segura de que nunca querrías a nadie que no fuese Pippa. Cada vez que hablabas de ella parecía tan maravillosa… y tan distinta a mí. Pensaba que si te lo decía te sentirías violento y todo se estropearía. Me había convencido de que me conformaba con estar casada contigo, con estar cerca de ti. Eso era todo lo que había deseado siempre.

– Entonces… ¿por qué te ibas a marchar? -Jack sujetaba la cara de Ellie entre las manos y acariciaba sus mejillas con el pulgar.

– Porque comprendí que no era suficiente. Al principio todo iba bien, pero cuanto más tiempo estaba contigo, más te quería y más me dolía que no me correspondieses.

– ¡Y yo, celoso de Scott! -Jack sacudió la cabeza y sonrió, con la misma sonrisa que Ellie había adorado durante tantos años-. ¿Quieres decir que durante todo este tiempo he estado celoso de mí mismo?

Ellie se rio y se abrazó a él, por fin podía besarlo y sentirlo cerca. Era un sueño, un sueño maravilloso, una felicidad tan intensa que no parecía real.

– Creía que era evidente lo mucho que te quería. No podía creerme que alguna vez me fueses a corresponder -se apartó un poco para poder mirarlo a los ojos-. Y todavía no me lo puedo creer.

Jack sonrió y salió de la cocina con ella.

– Entonces tendré que demostrártelo.

– ¿Me crees ahora?

Ellie temblaba de placer al sentir las manos de Jack recorrer todo su cuerpo. Él estaba inclinado sobre ella y la miraba con una expresión de ternura tal que hacía que el corazón se le derritiera de felicidad y placer.

– Te creo -tomó su cara y la acercó para besarlo-. Lo que no quiere decir que no vaya a necesitar que me lo recuerdes de vez en cuando.

– Ahora no hay tiempo, tenemos mucho trabajo -dijo Jack con una firmeza fingida.

– Sí. Será mejor que mañana por la mañana llamemos a la agencia para decirles que ya no necesitamos un ama de llaves.

Jack le acariciaba el pelo.

– Tengo una idea mejor. Dejaremos que venga para ayudar en la casa, y tú tendrás tiempo para trabajar en el campo conmigo. Pero seguimos teniendo mucho trabajo, Ellie, solo que ahora lo haremos juntos.

– Ahora lo haremos bien -dijo con un suspiro.

Jessica Hart

***