El Curandero fue un hombre sorprendente y extraordinario cuya identidad ha sido, posiblemente, el secreto mejor guardado de la Historia de la Humanidad. Por el momento, después de cientos de miles de horas de investigación por parte de innumerables estudiosos, sigue siendo un enigma. Es indudable que llevó una doble vida, como la de los héroes románticos de antaño. Por ignoradas razones, esta noción de la doble identidad alcanzó la categoría de mito y se convirtió en uno de los cánones básicos de la liturgia de El Curandero: un hombre dotado de dos mentes, de dos áreas de conciencia diferentes y que, por esta razón, estaba facultado para realizar curas milagrosas.

El Curandero es la primera novela de ciencia-ficción del norteamericano F. Paul Wilson, médico y colaborador asiduo de "Analog", "Reason", "Fiction", "Startling Mystery Stories" y otras revistas del género.

 

<p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">Prólogo</p> </h3> <p>El doctor Rond observó el continuado rebullir de la multitud congregada frente a las puertas del hospital. Gente que se agitaba empujando, amontonándose, profiriendo gritos. Todos querían penetrar en el edificio. La mayoría, con el exclusivo fin de poder atisbar unos momentos a El Curandero, pero un buen número para tocarle o, mejor aún, para que él los tocase, con la esperanza de que resultaran curados de alguna enfermedad, cosa que ocurría a menudo. El doctor Rond sacudió la cabeza, preguntándose qué extraño poder de sugestión emanaba de aquel hombre.</p> <p>En un principio, las fuerzas de seguridad del hospital, cuyos efectivos habían tenido que incrementarse a causa de la presencia de El Curandero en el edificio, recomendaron al doctor Rond que no acudiera al lugar, pero después de haber visto con sus propios ojos los prodigios que aquel hombre realiza con los residentes que habían sido víctimas de los horrores, se felicitó por la decisión.</p> <p>Volviéndose de espaldas a la ventana paseó la mirada por la habitación. El Curandero atendía a otra de las víctimas, un varón de mediana edad.</p> <p>Todo un personaje este hombre llamado El Curandero. De su cuello colgaba una piedra preciosa que lanzaba vivos destellos; la mano izquierda dejaba ver una piel de color amarillo intenso, y un mechón de níveas canas remataba el revuelto pelo castaño.</p> <p>Estaba sentado frente al paciente, con las manos apoyadas sobre las rodillas del hombre y la cabeza inclinada, como si dormitase. Gotas de sudor perlaban su frente, y los párpados se crispaban a cortos intervalos en contracciones nerviosas. La escena se mantuvo durante unos minutos, hasta que el paciente rompió el silencio con un sordo gemido. Luego se levantó de improviso y, mirando a su alrededor, preguntó:</p> <p>—¿Dón... dónde estoy?</p> <p>Los enfermeros, apostados en los rincones, avanzaron con sigilo, le sujetaron con suavidad y se lo llevaron fuera de la habitación. El doctor Rond les siguió con la mirada. Ahora el enfermo podría rehabilitarse completamente a base de terapias convencionales. Pero había sido El Curandero el que propició la curación, puesto que durante siete largos años el paciente no respondió a ningún estímulo exterior, y ahora, una vez vuelto en sí, preguntaba, como si tal cosa, dónde se encontraba.</p> <p>El doctor Rond volvió a sacudir la cabeza, esta vez con admiración, y de nuevo fijó la atención en El Curandero, que permanecía hundido en el sillón.</p> <p>«Debe de ser una carga terrible la posesión de un don semejante —pensó—; un don que se cobra un buen tributo.» Muchas veces había notado que El Curandero murmuraba palabras ininteligibles. Tal vez padecía algún trastorno mental y en ello residiera la clave de sus extraordinarias facultades. Durante el intervalo entre paciente y paciente, parecía abstraerse por completo, murmuraba para sí una y otra vez y mantenía la vista fija en un punto no determinado del espacio. En estas ocasiones daba la impresión de que sus pensamientos se hallaban a cientos de años y a cientos de millones de kilómetros de allí.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">Primera parte</p></h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate: none"> Cúrate a ti mismo</p> <i> <h3><p>Año 36</p></h3> <p>El Curandero fue un hombre sorprendente y extraordinario cuya identidad ha sido, posiblemente, el secreto mejor guardado de la historia de la humanidad. Por el momento, después de cientos de miles de horas de investigación por parte de innumerables estudiosos, sigue siendo un enigma. Es indudable que llevó una doble vida, como la de los héroes románticos de antaño. Si consideramos la adulación histérica de que fue objeto, comprenderemos que le era absolutamente necesario un alter ego para poder disfrutar de un mínimo de intimidad.</p> <p>Sin embargo, por ignoradas razones, esta noción de la doble identidad alcanzó la categoría de mito y se convirtió en uno de los cánones básicos de la liturgia de El Curandero: un hombre dotado de dos mentes, de dos áreas de conciencia diferentes, y que, por esa razón, estaba facultado para realizar curas milagrosas.</p> <p>Ni que decir tiene que esta apreciación cae dentro del terreno de lo absurdo.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: right">(Extractado de El Curandero: hombre y mito, de Emmerz Fent)</p> </i> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">1</p> </h3> <p>La inspección desde la órbita indicaba que aquel claro era, probablemente, el lugar del accidente, pero un reconocimiento ordinario no había revelado huellas de un aterrizaje forzoso. Steven Dalt no obtenía mejores resultados con un análisis más minucioso. Algo había aterrizado allí con tremendo impacto no hacía mucho. Se veía una zanja profunda; unos pocos árboles estaban chamuscados, y el pasto todavía no había cubierto las marcas de la tierra. Hasta ese punto todo iba bien. Pero, ¿dónde estaban los restos? Había realizado una búsqueda cuidadosa entre los árboles que rodeaban el claro sin encontrar algo interesante. Ahora resultaba obvio que no iba a hallar una solución rápida y fácil como había esperado al comienzo; por lo tanto, inició la caminata de medio kilómetro que le separaba de su oculto vehículo.</p> <p>Al llegar a la parte más alta de una frondosa cuesta, oyó un grito a su izquierda. Se volvió y vio a un pequeño grupo de jinetes. Por su aspecto, parecían colonos tependianos. Lo extraño de la visión le sorprendió. Estaban bien alimentados en el Ducado de Bendelema y no podía ser: Bendelema y Tependia habían estado en guerra a lo largo de varias generaciones. Dalt se encogió de hombros y comenzó a caminar de nuevo. Había permanecido lejos durante muchos años y, en su ausencia, probablemente se habían suavizado las relaciones entre ambos ducados. El cambio era la regla en los mundos desgajados.</p> <p>Uno de los colonos le apuntó con un pesado aparato y algo hizo zip sobre su cabeza. Dalt se agachó y echó a correr hacia la derecha.</p> <p>Por lo menos había ocurrido un cambio desde su partida. se había reinventado la ballesta.</p> <p>Los cascos de las monturas de los tependianos golpearon sordamente el suelo al lanzarse en su Persecución, mientras Dalt bajaba corriendo la loma para entrar en un húmedo y oscuro bajío. Redobló la velocidad al darse cuenta de lo fácil que sería para sus perseguidores rodearle y atraparle en aquella zona hundida. Tenía que ascender de nuevo antes de que los otros le cercaran. A mitad de camino hacia la cumbre de la loma, fue detenido por un ruido de cascos que se dirigía hacia él. Habían logrado cortarle la retirada.</p> <p>Dalt dio media vuelta y retomó con cautela el descenso. Si lograba mantenerse fuera de la vista de sus perseguidores, éstos pensarían que había logrado burlar el anillo que habían tendido a su alrededor. Entonces, cuando oscureciera...</p> <p>Un proyectil chocó contra una Piedra cerca de su pie. Si continuaba corriendo, seguirían disparándole y podrían acertarle. Sin posibilidad de salvarse. Tal vez les recordó que llevaba puestas las ropas siervo que huyera en uniforme era pasado por las armas. Siguió corriendo.</p> <p>Otro disparo restalló muy cerca desgarrando la corteza de un árbol vecino. Le estaban cercando Evidentemente tenían una gran experiencia en esta clase de trabajo y no pasaría mucho tiempo antes de que le atraparan en el punto más bajo del terreno. No había escapatoria posible.</p> <p>En aquel momento vio la boca de la caverna, un bajo y angosto arco de sombras que se alzaba justamente encima de él, en la loma. Tendría, más o menos, un metro y medio de altura en la parte central. Mientras una lluvia de proyectiles se abatía sobre su cabeza, Dalt se zambulló rápidamente en ella.</p> <p>Apenas si llegaba a ser una caverna. Sumergido en la húmeda oscuridad, pronto descubrió que el lugar se convertía de repente en un túnel demasiado estrecho que no permitía el paso de sus hombros. No tenía otra alternativa que permanecer allí, lo más resguardado posible, y esperar lo mejor, lo cual, aunque lo examinara desde todos los ángulos posibles, no era demasiado. Si sus perseguidores no querían entrar para sacarlo, les bastaría con sentarse afuera y llenar la caverna con flechas. Tarde o temprano, una daría en el blanco. Dalt espió hacia afuera para verla llegar.</p> <p>Pero los cinco hombres no hacían nada. Permanecían sentados a horcajadas sobre sus cabalgaduras y miraban en silencio la boca de la caverna. Uno de los integrantes del grupo desencordó su ballesta y la aseguró a su espalda. Dalt no llegó a preguntarse sobre el comportamiento de los hombres porque en seguida comprendió que había cometido un error fatal. Estaba en una caverna de Kwashi, y prácticamente no existía allí ninguna caverna que no albergara una colonia de alarets.</p> <p>Se agazapó de un salto y corrió hacia afuera. Prefería enfrentarse con las ballestas antes que con los alarets. Pero, cuando se puso en movimiento, un óvalo cálido, cubierto de piel, cayó desde el techo de la cueva y aterrizó sobre su cabeza. Mientras sus oídos estallaban y su visión se tomaba anaranjada, verde y amarilla, Steven Dalt dio un grito de agonía, y cayó al suelo de la caverna.</p> <p>Al oír el grito, los cinco exploradores tependianos sacudieron su cabeza, dieron media vuelta y se alejaron cabalgando.</p> <p>Estaba oscuro cuando despertó. Se sentía frío, solo... y vivo. Esto último le resultó sorprendente al recordar su situación; sin perder tiempo se arrastró fuera de la caverna y salió al aire libre, bajo el cielo abierto. Con gesto vacilante, levantó su mano y arrancó de su cuero cabelludo los restos encogidos y disecados de un alaret muerto. Se sorprendió al verle en su mano. En ningún momento de la historia de Kwashi, ni en los registros de su raza nativa extinguida hacía mucho tiempo, ni en la memoria de ninguno de los integrantes de su degenerada y desgarrada colonia quedaba constancia de que hubiera existido algún sobreviviente al ataque de un alaret.</p> <p>Los primeros colonos habían encontrado artefactos de una antigua raza nativa inmediatamente después de su llegada. La cultura había alcanzado niveles preindustriales antes de que fuera destruida de manera inexplicable; se afirmó que la culpa la había tenido un cataclismo natural. Pero entre los artefactos encontraron algunas muestras de escritura simbólica, evidentemente dirigida a los niños de la raza, en las cuales se los prevenía con vehemencia contra los peligros que acarrearía el penetrar en una caverna. Parece ser que una criatura descrita como la cosa-que-mata-desde-el-techo-de-las-cavernas atacaba a todo lo que entrara en esos recintos. El escrito informaba: «De cada mil agredidos, novecientos noventa y nueve mueren».</p> <p>William Alaret, un colono con algunos conocimientos de zoología que había oído esa versión decidió investigar sobre el tema. Entró en la primera caverna que encontró y salió unos segundos más tarde gritando y tratando de arrancar la pequeña cosa de piel que tenía sobre la cabeza. Fue la primera de las muchas víctimas atribuidas a la cosa-que-mata-desde-el-techo-de-las-cavernas, que, en su honor, recibió el nombre de «alaret».</p> <p>Dalt arrojó el pellejo a un lado, trató de orientarse, y se encaminó hacia donde había escondido su vehículo. Pensó que ya no iba a tener problemas. En caso de encontrarse con algún grupo explorador que anduviera por allí a aquellas horas, era Poco Probable que lo vieran y en Kwashi había pocos animales carniceros.</p> <p>La nave estaba donde la había dejado. Se elevó con lentitud cincuenta mil metros y entonces conectó la presión orbital. Ésa fue la primera vez que oyó la voz.</p> <p>—Hola, Steve.</p> <p>Si no hubiera sido por las fuerzas G que lo empujaban en aquel momento, hubiera saltado de la silla por la sorpresa.</p> <p>—Esta presión es bastante incómoda, ¿no? —añadió la voz, y Dalt comprendió que venía del interior de su cabeza. La presión se desconectó automáticamente cuando la nave alcanzó la órbita, y su estómago sufrió la sacudida familiar que le provocaba la caída libre—. ¡Ah! Esto es mucho mejor.</p> <p>—¿Qué está pasando? —gritó Dalt, mientras miraba a su alrededor con frenesí—. ¿Es un chiste?</p> <p>—No es un chiste, Steve. Soy lo que quedó del alaret que aterrizó sobre tu cabeza allá en la caverna. Has tenido bastante suerte, ¿sabes? Siempre que una criatura de alto nivel de inteligencia actúa como blanco de un aparejamiento, la muerte de los dos es el resultado seguro; al menos eso ocurre la mayoría de las veces. —Dalt pensó que se estaba volviendo loco—. No, no es cierto. Por lo menos, no todavía. Sin embargo, existe esa posibilidad si no te sientas, te relajas y aceptas lo ocurrido.</p> <p>Dalt se recostó y dejó que sus ojos descansaran sobre el cono de metal, cada vez más grande, que era la nave madre de la Corporación de Caminos Estelares y que había aparecido sobre el mirador delantero. La señal encendida en la consola indicaba que la nave más grande estaba efectuando tracción y que había comenzado a remolcar al otro vehículo.</p> <p>—Bueno, ¿qué me ha pasado?</p> <p>Dalt se sintió un poco ridículo al hablar en voz alta en una cabina vacía.</p> <p>—Bien, trataré de simplificar las cosas: has conseguido un camarada, Steve. De ahora en adelante, tú y yo compartiremos tu cuerpo.</p> <p>—En otras palabras: ¡he sido invadido!</p> <p>—Ése es un término demasiado fuerte, Steve, y no del todo exacto. En realidad, no te estoy quitando nada, excepto una parcela de tu intimidad. Y eso no importa mucho ahora porque estaremos estrechamente asociados.</p> <p>—¿Y qué es lo que te da derecho a invadir mi mente? —preguntó Dalt con rapidez, y agregó—: ¿Y mi intimidad?</p> <p>—Nada me otorga el derecho de hacerlo, pero existen circunstancias atenuantes. Fíjate, hace unas horas yo era una babosa de las cavernas, estaba cubierto de piel y me alimentaba de líquenes. No tenía inteligencia para hablar de...</p> <p>—Para ser una babosa tienes un excelente dominio del lenguaje —interrumpió Dalt.</p> <p>—Ni mejor ni peor que el tuyo; porque la inteligencia que tengo la recibo de ti. Fíjate, nosotros, los alarets, como nos llamáis, invadimos el sistema nervioso de cualquier criatura de tamaño considerable que se nos aproxime lo suficiente. Es un acto instintivo. Si la criatura es un perro, terminamos con la inteligencia de un perro, de ese perro en particular. Si se trata de un ser humano, y éste sobrevive, como tú, el alaret invasor se halla a sí mismo en posesión de un alto grado de inteligencia.</p> <p>—Tú también has empleado la palabra «invadir».</p> <p>—Ha sido un desliz inocente, te lo aseguro. No tengo la intención de dominarte. Eso sería bastante inmoral.</p> <p>Dalt se rió de una manera desagradable.</p> <p>—¿Qué puede saber de moral una ex babosa?</p> <p>—Con la ayuda de tus facultades, ahora puedo razonar, ¿ves? Y si puedo razonar, ¿por qué no puedo obtener un código moral? Éste es tu cuerpo, y yo estoy aquí sólo a causa de un instinto ciego. Tengo la posibilidad de dominarte —no sin luchar, por supuesto—, pero sería inmoral intentarlo. No podría abandonar tu mente aunque quisiera; por lo tanto, Steve, estás ligado a mí. Tratemos de que resulte lo mejor posible.</p> <p>—Cuando regrese a la nave ya veremos lo «ligado» que estoy —murmuró Dalt—. Sin embargo, me gustaría saber cómo entraste en mi cerebro.</p> <p>—Yo mismo no estoy demasiado seguro. Conozco el camino que seguí para atravesar tu cráneo, y si poseyeras un vocabulario anatómico te lo describiría; pero mi vocabulario es el tuyo y es muy limitado en ese campo.</p> <p>—¿Qué esperabas? Fui educado en humanidades, no en medicina.</p> <p>—De todas maneras, no tiene importancia. No recuerdo casi nada de mi existencia anterior al momento de entrar en tu cráneo, porque hasta entonces no la comprendí.</p> <p>Dalt echó una ojeada a la consola y se enderezó en su asiento.</p> <p>—Bueno, quienquiera que seas, vete ahora. Estoy a punto de atracar y no quiero que me distraigan.</p> <p>—Con mucho gusto. Tienes un organismo fascinante y tengo mucho que explorar antes de conocerlo en detalle. Hasta luego, entonces. Ha sido un placer conocerte.</p> <p>Un pensamiento vagó por la cabeza de Dalt: ¡Si estoy volviéndome loco, al menos no lo estoy haciendo a medias!</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">2</p> </h3> <p>Barre le estaba esperando en el muelle.</p> <p>—¿No has tenido suerte, Steve?</p> <p>Dalt sacudió su cabeza. Estaba a punto de agregar un comentario cuando notó que el otro lo miraba con una expresión extraña.</p> <p>—¿Qué pasa? —preguntó Dalt.</p> <p>—No me vas a creer si te lo digo —contestó Barre.</p> <p>Tomó a Dalt de un brazo, lo condujo hasta el lavabo de los hombres que no estaba muy lejos, y lo enfrentó al espejo. Dalt vio lo que esperaba: un hombre alto, musculoso, con el ropaje de los siervos de Kwashi. El rostro bronceado; el pelo castaño corto Y brillante...</p> <p>De repente, dobló el cuello para ver mejor la parte superior de la cabeza. Una marca de forma más o menos ovalada dejaba ver que habían desaparecido algunos mechones de pelo. Pasó la mano por ese sector y una lluvia de cabellos cayó sobre sus ojos. Luego de dar unos cuantos golpecitos, la marca ovalada quedó totalmente al descubierto y una brillante porción de cuero cabelludo reflejó las luces del cielo raso sobre el espejo.</p> <p>—¡Maldita sea! ¡Se me ha caído el pelo!</p> <p>—No te preocupes, Steve —habló la voz dentro de su cabeza—. Las raíces no están muertas. El pelo crecerá de nuevo.</p> <p>—¡Será mejor que lo haga! —dijo Dalt en voz alta.</p> <p>—¿Será mejor que haga qué? —Preguntó Barre perplejo.</p> <p>—Nada —replicó Dalt—. Algo cayó sobre mi cabeza allá en la caverna y parece que ha conseguido que se me caiga el pelo.</p> <p>Se dio cuenta de que tendría que ser más cuidadoso cada vez que hablara con su invasor; de otro modo, muy pronto todos los de la nave pensarían que estaba loco, si es que aún no lo estaba.</p> <p>—Quizá debas ver al médico —sugirió Barre.</p> <p>—Lo intentaré, créeme. Pero primero tengo que rendir cuentas a Clarkson. Estoy seguro de que me está esperando.</p> <p>—Puedes apostarlo.</p> <p>Barre había sido uno de los principales investigadores en el proyecto del cerebro y tenía un perfecto conocimiento de la notoria impaciencia de Clarkson.</p> <p>Los dos hombres caminaron con paso enérgico hacia la oficina de Clarkson. La rotación de la colosal nave cónica produjo el efecto de una fuerza G.</p> <p>—Hola, Jean —dijo Dalt con una sonrisa, al entrar con Barre en la antesala de la oficina de Clarkson.</p> <p>Jean era la secretaria-recepcionista, y juntos se habían entretenido durante el viaje hasta allí. Los juegos más interesantes habían tenido lugar a la hora de dormir.</p> <p>La chica devolvió la sonrisa:</p> <p>—Me agrada verte sano y salvo.</p> <p>Dalt comprendió que, desde su silla, la joven no podía ver la zona calva de su cabeza. Por el momento era mejor así. Ya le daría explicaciones más tarde.</p> <p>Jean habló por el intercomunicador:</p> <p>—El señor Dalt está aquí.</p> <p>—¡Hágalo pasar! —gruñó una voz—. ¡Hágalo pasar!</p> <p>Dalt sonrió y atravesó la puerta que comunicaba con la oficina de Clarkson, con Barre pegado a sus talones. Un hombre enorme, encallecido, se levantó de su escritorio y se inclinó hacia adelante formando con su cuerpo un ángulo precario.</p> <p>—¡Dalt! ¿Dónde diablos has estado? Lo que tenías que hacer era ir hasta allí, echar un vistazo y volver. Podías haber realizado la investigación en una cantidad de tiempo tres veces menor. ¿Y qué te ha pasado en la cabeza? —La conversación de Clarkson se desarrollaba a la velocidad de siempre.</p> <p>—Bueno, esta...</p> <p>—¡No importa eso ahora! ¿Qué pasó? Puedo adivinar que no has encontrado nada porque Barre está contigo. Si hubieras hallado el cerebro, estaría en algún rincón, mimándolo como a un niño extraviado. Bien, ¡dime! ¿Qué te pareció?</p> <p>Dalt titubeó, esperando que concluyera el fuego de artillería.</p> <p>—No me fue bien —dijo por fin.</p> <p>—¿Y por qué?</p> <p>—Porque no pude encontrar ningún rastro de la nave. Sí, hay evidencias de que un vehículo ha estado allí hace poco, pero debe de haber partido de nuevo porque no hay restos de él por ninguna parte.</p> <p>Clarkson lo miré perplejo.</p> <p>—¿Ni una huella?</p> <p>—Nada.</p> <p>El director del proyecto reflexionó un momento y luego se encogió de hombros.</p> <p>—Tendremos que resolver eso más tarde. Ahora debes saber que hemos recibido otra señal del sistema que mantiene la vida del cerebro mientras andabas de paseo por allí...</p> <p>—No fue un paseo —declaró Dalt. Unos pocos minutos con Clarkson bastaban para alterar su sistema nervioso—. Tuve que huir de una cuadrilla de nativos poco amistosos y esconderme en una caverna.</p> <p>—Sea como fuere —dijo Clarkson y volvió a la silla de su escritorio—, ahora estamos seguros de que el cerebro, o lo que quedó de él, está en Kwashi.</p> <p>—Sí, pero, ¿en qué lugar de Kwashi? Como bien sabes, Kwashi no es exactamente un asteroide.</p> <p>—Casi hemos localizado su posición —interrumpió Barre excitado—. Muy cerca del sitio que inspeccionaste.</p> <p>—Espero que sea en Bendelema —dijo Dalt.</p> <p>—¿Por qué? —preguntó Clarkson.</p> <p>—Porque cuando realicé mis estudios culturales allí, trabajé como soldado a sueldo —como mercenario—, y el Duque Kile de Bendelema fue mi primer patrón. En Bendelema me conocen y me quieren. No soy demasiado popular en Tependia porque he luchado contra ellos. Repito: ¡ojalá esté en Bendelema!</p> <p>Clarkson asintió:</p> <p>—Está en Bendelema.</p> <p>—¡Bravo! —exclamó Dalt con alivio—. Eso simplifica mucho las cosas. Tengo una identidad en Bendelema: soy Racso, el mercenario. Al menos, es algo para empezar.</p> <p>—Y empezarás mañana —dijo Clarkson—. Ya hemos perdido demasiado tiempo. Si no recuperamos el prototipo y no damos buenas razones de su desperfecto, Caminos Estelares cancelará el proyecto. Sobre tus hombros pesan un montón de responsabilidades, Dalt. Recuérdalo.</p> <p>Dalt se volvió hacia la puerta.</p> <p>—¿Y quién va a permitir que lo olvide? —remarcó con una sonrisa burlona—. Te vendré a ver antes de partir.</p> <p>—Está bien —dijo Clarkson con un ligero movimiento de cabeza; luego se volvió hacia Barre—: Espera un segundo. Quiero repasar algunas cosas contigo.</p> <p>Contento, Dalt se separó de la pareja.</p> <p>—Es casi la hora de almorzar —dijo una voz femenina detrás de él—. ¿Vamos?</p> <p>En un solo movimiento, Dalt giró sobre sí mismo, se inclinó hacia el escritorio de Jean y la besó en los labios.</p> <p>—Lo siento, pero no puedo. De acuerdo con el horario de la nave, ha de ser mediodía para vosotros; pero yo todavía estoy en alguna condenada hora de la mañana. Debo anclar en el muelle y después quiero dormir un poco.</p> <p>Pero Jean no le estaba escuchando. En cambio, miraba con fijeza la zona sin pelo de la cabeza de Dalt.</p> <p>—¡Steve! ¿Qué te ha ocurrido?</p> <p>Dalt se enderezó de golpe.</p> <p>—Nada grave. Algo aterrizó sobre mi cabeza cuando yo estaba debajo y el pelo se cayó. Crecerá de nuevo, no te preocupes.</p> <p>—No estoy preocupada por eso —dijo mientras se ponía de pie y trataba de echar otra ojeada. Pero Dalt mantuvo alta su cabeza.</p> <p>—¿Te has lastimado?</p> <p>—En absoluto. Mira, odio tener que irme de este modo, pero necesito dormir un poco. Regreso allá abajo mañana.</p> <p>El rostro de la muchacha se ensombreció.</p> <p>—¿Tan pronto?</p> <p>—Me temo que sí. ¿Por qué no cenamos juntos esta noche? Te iré a buscar a tu cuarto. La cafetería no es exactamente un restaurante, pero si vamos tarde es probable que consigamos una mesa para nosotros solos.</p> <p>—Y después, ¿qué? —preguntó ella con timidez.</p> <p>—¡Sería un estúpido si fuera a pasar mi última noche en la nave hasta quién-sabe-cuánto-tiempo, sentado frente a la pantalla del televideo!</p> <p>Jean sonrió:</p> <p>—Esperaba que dijeras eso.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>—¡Qué extraños mecanismos fisiológicos despierta en ti esa mujer! dijo la voz mientras Dalt descendía por el corredor que conducía a los consultorios médicos. Tropezó al escuchar las palabras. Casi había olvidado que tenía compañía.</p> <p>—¡No es asunto tuyo! —murmuró con los labios apretados.</p> <p>—Me temo que muchos de tus actos son asunto mío. No estoy directamente conectado contigo en lo que respecta a la parte emocional, pero en lo físico... lo que tú sientes, lo siento yo; lo que tú ves, lo veo yo; lo que tú saboreas...</p> <p>—¡Está bien! ¡Está bien!</p> <p>—Por el momento lo soportas con entereza. Mejor de lo que esperaba.</p> <p>—Es probable que sea a causa de mi entrenamiento en investigaciones culturales. Me enseñaron a mantener mis reacciones bajo control frente a situaciones poco usuales.</p> <p>—Me alegra saberlo. Podremos mantener una larga relación si no te comportas como la mayoría de las inteligencias de nivel superior y no me rechazas en forma suicida. Podemos cuidar de tu cuerpo como de una pequeña empresa en la cual los dos somos socios.</p> <p>—¡Socios! —exclamó Dalt, con un tono de voz más fuerte de lo que hubiera deseado. Por suerte, los pasillos estaban desiertos—. ¡Este es mi cuerpo!</p> <p>—Si te hace más feliz, modificaré mi analogía: tú eres el fundador de la compañía y yo he comprado mi parte. ¿Que tal suena ahora, socio?</p> <p>—¡Pésimo!</p> <p>—Te acostumbrarás —canturreó la voz.</p> <p>—¿Para qué preocuparse? No estarás ahí mucho tiempo. Al médico se le ocurrirá alguna solución.</p> <p>—No encontrará nada, Steve.</p> <p>—Ya lo veremos.</p> <p>La puerta que comunicaba con el complejo médico se abrió con un ruido seco cuando Dalt pulsó el mecanismo de acción. El joven se introdujo en una prolija sala de espera.</p> <p>—¿Qué podemos hacer por usted, señor Dalt? —preguntó la enfermera recepcionista. En esos días, Dalt era una figura muy popular dentro de la nave.</p> <p>Inclinó la cabeza hacia la mujer y señaló la zona calva:</p> <p>—Quiero que el doctor vea esto. Bajo mañana y quiero solucionar este problema antes de irme. Por lo tanto, si el doctor dispone de algunos minutos, me gustaría verle.</p> <p>La enfermera sonrió:</p> <p>—Ahora mismo.</p> <p>Dalt era un hombre muy importante. Era el único de la nave que tenía acceso legal a Kwashi. Si creía que necesitaba un doctor, lo tendría.</p> <p>Un hombre vestido con la convencional bata blanca de los médicos asomó su cabeza por una de las tres puertas que daban a la sala de espera en respuesta a la llamada de la enfermera.</p> <p>—¿Qué sucede, Lorraine?</p> <p>—El señor Dalt quiere verle.</p> <p>El hombre miró a Dalt.</p> <p>—Por supuesto. Adelante, señor Dalt. Soy el doctor Graves. —El médico le hizo pasar a una oficina pequeña, repleta de libros y de microfllms—. ¿Quiere sentarse, por favor? Estaré con usted en un minuto.</p> <p>Graves salió por otra puerta y Dalt se quedó solo... o casi.</p> <p>—Tiene una biblioteca bastante grande, ¿no? —dijo la voz. Dalt miró los estantes y observó textos impresos, que debían de ser remanentes de los tiempos de estudiante del médico, y carretes de microfilms con los últimos descubrimientos clínicos—. Me harás un gran favor si le pides al doctor que te preste algunos de sus textos básicos.</p> <p>—¿Para qué? Creía que lo sabías todo sobre mí.</p> <p>—Bastante, es cierto, pero todavía estoy en periodo de aprendizaje y necesito ampliar el vocabulario para explicarte algunas cosas.</p> <p>—Olvídate de ello. No te quedarás aquí el tiempo suficiente.</p> <p>El doctor Graves entró entonces.</p> <p>—¿Cuál es su problema, señor Dalt?</p> <p>Dalt explicó el incidente en la caverna.</p> <p>—La leyenda dice —y la experiencia de los colonos parece confirmarlo— que «de cada mil agredidos, novecientos noventa y nueve mueren». Fui derribado por un alaret y todavía estoy vivito y coleando; y me gustaría saber por qué.</p> <p>—Creo haberte explicado ya —dijo la voz— que tu sistema nervioso no me rechazó a causa de un factor constitucional fortuito.</p> <p>«¡Cállate!» —gruñó Dalt mentalmente.</p> <p>El médico se encogió de hombros.</p> <p>—No entiendo cuál es el problema. Usted está con vida y el único saldo del choque es una zona calva que pronto desaparecerá... que ya está comenzando a desaparecer. No puedo darle las razones por las que usted está vivo porque desconozco el modo en que estos alarets asesinan a sus víctimas. Por lo que sé, nadie ha investigado acerca de ellos. Por lo tanto, creo que lo mejor es que lo olvide y se mantenga fuera de las cavernas.</p> <p>—No es tan simple, doctor. —Dalt habló con mucho cuidado. Debía organizar su discurso de la manera más conveniente; si se equivocaba y decía la verdad parecería un flamante esquizofrénico—. Tengo la sensación de que algo atravesó mi cuero cabelludo y entró, tal vez, en mi cabeza. —Dalt notó que la mirada del médico se estrechaba levemente—. No estoy loco —añadió con rapidez—. Usted tiene que admitir que el alaret algo hizo..., la zona calva lo prueba. ¿No puede efectuar algunas pruebas? Sólo para tranquilizarme.</p> <p>El doctor asintió. Se había convencido de que los temores de Dalt tenían suficiente base, y el brillo inquisidor desapareció de sus ojos.</p> <p>Condujo a Dalt hasta el cuarto contiguo y colocó un aparato parecido a un casco sobre su cabeza. Un golpe seco, un zumbido, y el caso le fue quitado. El doctor Graves extrajo dos transparencias y las colocó en un visor. La pantalla se iluminó con dos vistas de la parte inferior del cráneo de Dalt: una lateral y una antero-posterior.</p> <p>—No hay de qué preocuparse —dijo después de un momento de estudio—. He examinado cada parte de su cerebro. Eche un vistazo.</p> <p>Dalt miró aunque no sabía qué tenía que buscar.</p> <p>—Te lo advertí —dijo la voz—. Estoy totalmente integrado en tu sistema nervioso.</p> <p>—Bueno, gracias y perdone la molestia, doctor. Supongo que no tengo de qué preocuparme —mintió Dalt.</p> <p>—En absoluto. Simplemente, considérese afortunado por estar vivo si estos alarets son tan mortales como usted dice.</p> <p>—Pídele los libros —dijo la voz.</p> <p>—Me iré a dormir tan pronto como salga de aquí. No tendrás oportunidad de leerlos —le contestó Dalt.</p> <p>—Deja que yo me preocupe de eso. Tú consígueme los libros.</p> <p>—¿Por qué tengo que hacerte favores?</p> <p>—Porque si no lo haces, procuraré que tengas muchas dificultades durante tu sueño. Repetiré todo el tiempo: «Consigue los libros, consigue los libros, consigue los libros». Hasta que lo hagas.</p> <p>—¡Estoy seguro de que lo harás!</p> <p>—Puedes contar con ello.</p> <p>—Doctor —dijo Dalt—, ¿puede prestarme algunos libros?</p> <p>—¿Cuáles?</p> <p>—¡Oh!, sobre anatomía y fisiología, para comenzar.</p> <p>El doctor Graves entró en el otro cuarto y sacó dos gastados volúmenes de los estantes.</p> <p>—¿Para qué los quiere?</p> <p>—Para nada demasiado importante —dijo Dalt mientras tomaba los libros y los apretaba bajo su brazo—. Sólo quiero ver algunas cosas.</p> <p>—Bueno, pero no olvide quién se los prestó. Y no permita que este incidente con el alaret se convierta en una obsesión —dijo el doctor con énfasis.</p> <p>Dalt sonrió:</p> <p>—Ya lo he borrado de mi mente.</p> <p>—¡Sí que es gracioso! —exclamó la voz.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Dalt no tardó más de un minuto en llegar a su cuarto después de abandonar los consultorios médicos. Antes de que la puerta se cerrara, ya estaba acostado. Colocó los libros sobre la mesa, enterró su cara en la almohada y se hundió en el sueño inmediatamente.</p> <p>Se despertó cinco horas más tarde sintiéndose totalmente recuperado, a excepción de los ojos. Los sentía calientes; le ardían.</p> <p>—Puedes devolver los libros cuando lo desees —dijo la voz.</p> <p>—¿Ya has perdido el interés? —bostezó Dalt mientras se estiraba sobre la cama.</p> <p>—En cierto sentido, sí. Los he leído mientras dormías.</p> <p>—¿Cómo diablos lo has hecho?</p> <p>—Muy sencillo. De verdad. Mientras tu mente estaba durmiendo, utilicé tus ojos y tus manos para leer. Digerí la información y la almacené en tu cerebro. A propósito, hay una cantidad tremenda de espacio desaprovechado en el cerebro humano. No estás ni siquiera acercándote a tus posibilidades, Steve. Y deduzco que tampoco lo está haciendo ningún miembro de tu raza.</p> <p>—¿Qué derecho tienes a usar mi cuerpo? —dijo Dalt enojado. Se sentó y se frotó los ojos.</p> <p>—Nuestro cuerpo, quieres decir.</p> <p>Dalt pasó por alto la última frase.</p> <p>—¡Ahora comprendo por qué me arden los ojos! ¡He estado leyendo mientras dormía, o mejor dicho, mientras creía estar durmiendo!</p> <p>—No te excites. Tú has dormido y yo he armado mi vocabulario. Has descansado bien, ¿de qué te quejas? A propósito, ahora puedo contarte cómo entré en tu cabeza. Me filtré a través de los poros y luego por los capilares de tu cuero cabelludo, por los que continué hasta las emisarios venas parietales. Ellas penetran en el cráneo por el foramen parietal y se vacían en los senos sagitales superiores. Desde allí me resultó fácil infiltrarme en tu sistema nervioso central.</p> <p>Dalt abrió la boca para decir que en realidad el asunto no le importaba, cuando se dio cuenta de que había entendido con exactitud todo lo que la voz había dicho. Veía un claro diagrama del sendero descrito flotando en su mente.</p> <p>—¿Cómo puedo comprender tus palabras? Las comprendo, no hay duda. Sin embargo, no recuerdo haber oído antes esos términos. Es fantástico.</p> <p>—Debe resultar bastante raro —admitió la voz—. Lo que ocurre es que he hecho que mi nuevo conocimiento sea accesible para ti. El resultado es que experimentas los frutos de un proceso de aprendizaje sin haber pasado por él. Conoces hechos y no recuerdas haberlos aprendido.</p> <p>—Bueno —dijo Dalt poniéndose de pie—, al menos no eres un parásito total.</p> <p>—¡Eso me ofende! Somos socios... ¡Una simbiosis!</p> <p>—Supongo que serás útil en algún momento. —Dalt suspiró.</p> <p>—Ya he comenzado a serio.</p> <p>—¿Que quieres decir?</p> <p>—Encontré un pequeño neoplasma en tu pulmón, en el lóbulo medio, del lado derecho. Podría haberse convertido en un tumor maligno.</p> <p>—Entonces, ¡vayamos a ver al médico antes de que se produzca una metástasis! —dijo Dalt y se dio cuenta, sin mucho interés, de que antes hubiera dicho «desarrollo» en lugar de «metástasis».</p> <p>—No hay por qué preocuparse, Steve. Ya lo he destruido.</p> <p>—¿Cómo lo has hecho?</p> <p>—Trabajé sobre tu sistema vascular y en forma selectiva obstruí el suministro de sangre de ese grupo particular de células.</p> <p>—Bueno, gracias, socio.</p> <p>—No hace falta que me des las gracias, te lo aseguro. Lo he hecho tanto por mi bien como por el tuyo... ¡Me atrae tanto como a ti la idea de habitar un cuerpo con cáncer!</p> <p>Dalt preparó en silencio su ropa de siervo. La enormidad de lo que había sucedido en la caverna de Kwashi le golpeó con toda su potencia. Tenía, incorporado a su estructura, un perro guardián médico que se encargaría de que todo marchara con precisión. Sonrió con una mueca mientras se vestía con las ropas de la nave y colgaba de su cuello la relumbrante pieza con forma de prisma que usara cuando era Racso y que continuaba llevando después de que su cargo de investigador cultural en Kwashi terminara. Había ganado en salud, pero había perdido su intimidad. Para siempre. Se preguntó si valía la pena.</p> <p>—Una cosa más, Steve —dijo la voz—. He acelerado el crecimiento de tu cabello lo más que he podido.</p> <p>Dalt levantó una mano y sintió un vello espeso en el lugar en que antes estaba la zona calva.</p> <p>—¡Oye! ¡Tienes razón! ¡Está creciendo de verdad! —Fue hasta el espejo para mirarse.—. ¡Oh, no!</p> <p>—Lo siento, Steve. No podía ver y por eso no me di cuenta de que se había producido un cambio de color. Me temo que ya no podré hacer nada.</p> <p>Dalt contempló con desaliento el sendero de color gris plata que se alzaba en el centro de su cabello renegrido.</p> <p>—¡Parezco un disfrazado!</p> <p>—Puedes teñirlo. —Dalt hizo un ruido en señal de disgusto. Quiero hacerte algunas preguntas, Steve —dijo la voz en un apresurado intento por cambiar de tema.</p> <p>—¿Acerca de qué?</p> <p>—Sobre las razones que te llevan a bajar mañana al planeta.</p> <p>—Voy porque hace algún tiempo, en Kwashi, fui miembro del equipo de investigación cultural de la Federación, y porque la Corporación de Caminos Estelares ha perdido allá abajo un cerebro piloto experimental. Han conseguido permiso de la Federación para recuperar el cerebro, pero con la condición de que el trabajo de recuperación lo efectúe un hombre de investigación cultural.</p> <p>—No es lo que preguntaba. Lo que quiero saber es por qué el cerebro es tan importante; si se aproxima a lo que un cerebro realmente es; y todo eso.</p> <p>—Hay un modo fácil de averiguarlo —dijo Dalt dirigiéndose hacia la puerta—. Vayamos a la biblioteca de la nave.</p> <p>La biblioteca estaba cerca del centro de la nave y se manejaba exclusivamente por medio de computadoras. Dalt se encerró en una de las minúsculas cabinas y deslizó su tarjeta de identidad en la ranura correspondiente.</p> <p>La voz sorda, sin matices, de la computadora se oyó desde un micrófono oculto:</p> <p>—¿Qué desea, señor Dalt?</p> <p>—Le diré lo que quiero: déjeme ver todo lo que tenga sobre el proyecto del cerebro.</p> <p>Cuatro carretes de microfilms se deslizaron por un pequeño canal y aterrizaron en el receptáculo que estaba frente a Dalt.</p> <p>—Lo siento —dijo la computadora—, pero esto es todo lo que su rango actual le permite conocer.</p> <p>—Será suficiente, Steve —dijo la voz—. Colócalos en el visor.</p> <p>La historia que ponían de manifiesto los carretes demostraba una gran audacia, biológica y económica. Caminos Estelares estaba logrando el monopolio del mercado interestelar y desde allí intentaba expandirse y conseguir el dominio periestelar. Pero, a diferencia de las típicas corporaciones establecidas, C.E. gastaba dinero en investigaciones básicas. Una de las primeras áreas de investigación era el desarrollo de cultivos de tejido nervioso humano. Y James Barre les había encontrado un uso que prometía enormes beneficios económicos.</p> <p>El gasto más importante de los viajes interestelares comerciales, fueran de carga o de pasajeros, era la tripulación. Los buenos astronautas formaban un grupo selecto y eran difíciles de conseguir; y una nave exigía una buena cantidad de ellos para ponerse en marcha. Habían existido diversos intentos de reemplazar a la tripulación por computadoras, pero habían fracasado rotundamente. Algunas veces por fallos en la relación masa/volumen, otras debido a costos excesivos de mantenimiento. El desarrollo de Barre de un cerebro «artificial» —con este término él quería significar «in vitro» parecía ser una solución, al menos para las naves cargueras.</p> <p>Después de muchos errores y muchas pruebas con sistemas para mantener la vida del cerebro, se había logrado construir un prototipo que funcionaba. Se habían ensayado unos pocos vuelos con toda la tripulación en estado de alerta, y los resultados habían sido mucho mejores de lo esperado. Por lo tanto, se preparó el prototipo para un largo viaje interestelar con cinco paradas programadas y, por supuesto, sin carga en sus depósitos. El vuelo se había desarrollado bastante bien hasta que la nave llegó a la zona de Kwashi. Habían enviado a un solo técnico para controlar que todo marchara bien y, de acuerdo con su historia, estaba sentado en sus aposentos cuando la nave de repente se salió de su rumbo y las señales de emergencia comenzaron a sonar. En seguida, el técnico subió a un bote salvavidas y se lanzó al espacio. La nave descendió en línea recta hacia Kwashi y desapareció. Presumiblemente, en un aterrizaje violento. Los sucesos habían ocurrido ocho meses antes.</p> <p>No se suministraba más información sin un permiso especial.</p> <p>—Bueno, ha sido una pérdida de tiempo —comentó Dalt.</p> <p>—¿Se está dirigiendo a mí, señor Dalt? —preguntó la computadora.</p> <p>—No.</p> <p>—Es cierto que no había mucha información nueva allí —intervino la voz.</p> <p>Dalt sacó la tarjeta de la ranura, con lo cual desconectó la computadora de la cabina visora, antes de responder. De otro modo, el aparato se seguiría entrometiendo.</p> <p>—Ahora las teorías oscilan entre un desperfecto técnico o un juego sucio.</p> <p>—¿Por qué juego sucio?</p> <p>—El gremio de los trabajadores del espacio, por una parte —explicó Dalt poniéndose de pie—. Las compañías competidoras, por otra. Pero desde el momento que cayó en un restringido mundo desgajado, me inclino a favor de la teoría del desperfecto técnico.</p> <p>Mientras salía de la cabina miró el cronómetro que estaba sobre la pared: eran las 19.00 horas según el horario de la nave. Jean debía de estar aguardando.</p> <p>La cafetería estaba casi desierta cuando llegó con Jean, y les resultó fácil encontrar una mesa aislada en un rincón alejado.</p> <p>—No creo que debas teñirte el pelo —dijo Jean mientras colocaban sus bandejas sobre la mesa y se sentaban—. Creo que un toque de gris queda mono, para decirlo de una manera distinguida..., o mejor, ¿queda distinguido para decirlo de una manera mona?</p> <p>Dalt respondió a la broma con un silencio benévolo.</p> <p>—Steve —dijo ella de repente—. Estás comiendo con la mano izquierda. Nunca te vi hacerlo antes.</p> <p>Dalt miró hacia abajo. Su tenedor estaba apresado con firmeza en su mano izquierda.</p> <p>—Es extraño —dijo—. No me había dado cuenta.</p> <p>—Uní algunos circuitos, por decirlo así, mientras estabas dormido —dijo la voz—. Me parecía ridículo que un brazo tuviera más posibilidades que el otro. Ahora eres ambidiestro.</p> <p>—¡Gracias por avisarme, socio!</p> <p>—Lo siento mucho. Me olvidé.</p> <p>Dalt cambió el tenedor a su mano derecha y Jean cambió el tema de conversación.</p> <p>—¿Sabes una cosa, Steve? —dijo Jean—. Nunca me has contado por qué abandonaste el grupo de investigación cultural.</p> <p>Dalt hizo una pausa antes de contestar. Después de la caída de Metop VII, el último de una larga serie de autotitulados «Emperadores de los Mundos Exteriores», un nuevo espíritu de independencia hizo que cobrara importancia una organización libre de mundos llamada simplemente Federación.</p> <p>—Como sabes —dijo por fin—, la Federación tiene un plan de largo alcance para lograr que los mundos desgajados —aquellos que lo deseen— vuelvan al redil. Pero se ha descubierto que un número aterrador de esos mundos ha regresado a un estado de barbarie. Por lo tanto, las investigaciones culturales comenzaron con el objeto de determinar a cuáles de esos mundos se les podía confiar la tecnología moderna. Había otra regla que no aprecié lo suficiente entonces y en la que he comenzado a creer ahora; y a causa de ella comenzaron los problemas.</p> <p>—¿Qué regla era ésa?</p> <p>—No está escrita en ninguna parte con tantas palabras, pero se entiende que si la cultura de un mundo desgajado ha comenzado a desarrollarse de un modo tal que se diferencia de la del resto de la humanidad, debe ser abandonada.</p> <p>—Suena como si estuvieran haciendo pruebas culturales para dejar afuera a algunos planetas.</p> <p>—Eso es lo que pensé; pero no me molestó hasta que investigué un planeta que, por ahora, debe permanecer sin nombre. Sus habitantes habían estado desarrollando una cultura psi por medio de una reproducción selectiva y en ese momento estaban creando una Sociedad tangencial. En mi informe recomendé con mucho interés que fueran admitidos en la Federación; pensé que podríamos aprender tanto de ellos como ellos de nosotros.</p> <p>—Pero fueron rechazados, estoy segura —concluyó Jean.</p> <p>Dalt asintió.</p> <p>—Tuve algo así como una trifulca con mis superiores, pero se mantuvieron firmes. Salí de allí lleno de orgullo y de rabia, y renuncié.</p> <p>—Tal vez pensaron que lo habías pasado demasiado bien en aquel planeta.</p> <p>—No, me conocían bien. No he sentido remordimientos por vetar a Kwashi, por ejemplo. No, ellos temían que aquella sociedad no estuviera lo suficientemente madura como para ser expuesta a la civilización galáctica. Querían darle uno o dos siglos más. Pensé que no era honesto, pero no tenía poder para evitarlo.</p> <p>Jean le clavó los ojos con una mirada penetrante.</p> <p>—He notado que has usado el tiempo pasado. ¿Se ha producido algún cambio desde entonces?</p> <p>—Definitivo. He comprendido que hay una filosofía básica, muy definida, detrás de todo lo que hace la Federación. No sólo quiere preservar la diversidad humana sino que quiere extenderla hasta el límite de sus posibilidades. El hombre era casi una especie homogeneizada antes de que comenzara a colonizar las estrellas; los viajes interestelares llegaron justo a tiempo. La vieja Tierra es un buen ejemplo de lo que quiero decir. Hace mucho tiempo que las Alianzas del Este y el Oeste se fusionaron —algo que nadie pensó que ocurriría— y la Tierra se ha convertido en una gran burocracia sin rostro que se autoperpetúa. La gentuza que la puebla tampoco tiene rostro. Pero el hombre que partió hacia las estrellas, ¡él sí que es una criatura! Una vez que huyó de la presión de la otra gente; una vez que dejó de ver todo lo que los demás veían; que dejó de oír lo que los otros oían, comenzó a transformarse de nuevo en un individuo y eligió sus propios caminos. Los grupos pusieron en práctica esto hasta sus últimas consecuencias y muchos fracasaron. Pero pocos han sobrevivido y la Federación quiere que los que han tenido éxito lleguen tan lejos como puedan; por su propio bien y por el de toda la humanidad. ¿Quién sabe? Tal vez el hombre superior nazca algún día en un mundo desgajado.</p> <p>Dieron un paseo ates de dirigirse al cuarto de Dalt. Una vez allí, él se miró en el espejo y pasó una mano por la mancha gris de su cabello.</p> <p>—Aún está aquí —murmuró con una mueca de desagrado.</p> <p>Se volvió hacia Jean. Ella ya se había quitado más de la mitad de la ropa.</p> <p>—Aunque no te hubieras ido por tanto tiempo, Steve —dijo ella en voz baja—, igual te habría echado de menos. De verdad.</p> <p>El sentimiento era mutuo.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">3</p> </h3> <p>Cuando se despertó a la mañana siguiente Jean ya se había ido. Sin embargo, una notita sobre la mesita de noche le deseaba buena suerte.</p> <p>—Tendrías que haberme preparado para un traqueteo semejante —dijo la voz—. Ayer me cogiste casi por sorpresa.</p> <p>—¡Oh, eres tú de nuevo! —dijo Dalt—. Anoche te borré por completo de mi mente. De otro modo me hubiera sentido impotente. Seguro.</p> <p>—Me enganché en tu energía sensorial... Muy estimulante.</p> <p>Dalt se sintió desvalido y fastidiado. Tendría que acostumbrarse a la presencia de su compañero en los momentos más íntimos. Pero, ¿existiría mucha gente capaz de hacer el amor sabiendo que hay un fisgón en la ventana con una visión total y sin obstáculos?</p> <p>—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó la voz.</p> <p>—Socio —anunció Dalt en forma lenta y penosa—, vamos a preparamos para ir allá abajo.</p> <p>Fue hacia el armario y sacó de él una gastada chaqueta de piel y un peto que tenía grabado un círculo rojo. Era la marca de los mercenarios. Les siguieron un par de calzones de cuero rígido; una gran espada y un casco de metal completaron el cuadro. Luego se tiñó el pelo, por la seguridad de Racso.</p> <p>—Una cosa más —dijo, y buscó en el fondo del estante del armario. Su mano retomó apresando una daga ornada—. Esto es algo nuevo en el armamento de Racso.</p> <p>—¿Una daga?</p> <p>—No es sólo una daga. Es...</p> <p>—Sí. También es una pistola.</p> <p>—¿Cómo lo sabes?</p> <p>—Somos socios, Steve. Lo que tú sabes, lo sé yo. E incluso sé por qué la has cogido.</p> <p>—Te escucho.</p> <p>—Porque temes no ser tan rápido como antes. Piensas que tus músculos han perdido el tono que tenían cuando te hacías llamar Racso. Y no quieres morir en la búsqueda de un cerebro artificial.</p> <p>—Crees conocerme bastante bien.</p> <p>—Te conozco. Palmo a palmo de tu piel, desde tu nacimiento hasta ahora. Eres el único hijo de una pareja bastante acomodada de Friendly. Tuviste una infancia normal y una carrera académica poco notable; pero pasaste el examen de empatía con altas calificaciones y fuiste aceptado en el servicio de investigación cultural de la Federación. No has vuelto a ver a tus padres. Ellos nunca pudieron perdonar que su bebé los abandonara para dedicarse a saltar de un mundo desgajado a otro. Cortaste relaciones con tu hogar pero hiciste amigos en C.E.; ahora has roto con C.E. No eres un solitario por naturaleza, pero te has acostumbrado. De hecho, tienes una tremenda capacidad de adaptación, siempre y cuando tu código personal de ética y honor no sea violado... Eres muy estricto al respecto.</p> <p>Dalt suspiró:</p> <p>—Supongo que ya no habrá más secretos.</p> <p>—De mi parte al menos, no.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Dalt planeó que su llegada al Ducado de Bendelema se produjera antes del alba. Ocultó su vehículo y ya estaba sobre la ruta cuando el cielo comenzó a iluminarse. Mientras caminaba con una pequeña alforja sobre los hombros, se maravilló al ver, a ambos lados, los campos henchidos de granos y de verdes. La agricultura se había desarrollado a la buena de Dios en Kwashi y el hambre no era inusual. No obstante parecía como si este año no la padecieran en Bendelema. Hasta los siervos parecían bien alimentados.</p> <p>—¿Qué piensas, socio? —preguntó Dalt.</p> <p>—Parece que se preparan para la segunda cosecha abundante del año.</p> <p>—Con los nuevos métodos de cultivo, es extraño que... Una vez, casi me muero de hambre aquí.</p> <p>—Ya lo sé, pero no puedo explicarme que los siervos estén tan tordos.</p> <p>El camino dio una vuelta alrededor de una pequeña área arbolada, y Bendelema apareció ante sus ojos.</p> <p>—Veo que la arquitectura no ha mejorado desde que me fui. La fortaleza aún parece un montón de rocas.</p> <p>—Me pregunto por qué tantos retrógrados mundos desgajados se vuelven hacia el feudalismo —dijo el socio mientras se aproximaban a la estructura de piedra.</p> <p>—Hay algunas teorías. Es posible que el feudalismo sea, en esencia, la ley de la jungla. Cuando los primeros colonos llegaron, la educación de los niños pasó a un segundo plano frente a la necesidad de alimentarlos. Aquél fue su primer error: un error trágico; porque una vez que permitieron que la tecnología se les fuera de las manos, se encontraron sumergidos en una espiral descendente. Por lo general, a la tercera generación, el nivel técnico ya es muy bajo; caen las barreras, los elementos compensadores desaparecen y los más rudos se hacen cargo de la situación.</p> <p>»La filosofía del feudalismo es la del músculo. Es mío todo aquello que puedo coger y conservar. Se decreta el barbarismo. Esta es la razón por la cual mundos feudales como Kwashi deben permanecer fuera de la Federación. ¿Te imaginas a un puñado de estos patanes al mando de un acorazado interestelar? Nadie tiene el tiempo o el dinero necesario para reeducarlos; por lo tanto deben ser dejados solos para que produzcan su propia revolución industrial. Cuando estén preparados, la Federación les dará la opción de unirse a ella.</p> <p>—¡Eh, mercenario! —gritó alguien desde el portón de la fortaleza—. ¿Qué buscas en Bendelema?</p> <p>—¿Tanto he cambiado, Farri? —preguntó Dalt.</p> <p>El guardia lo escrutó intensamente desde la pared y entonces su rostro se iluminó.</p> <p>—¡Racso! ¡Adelante! ¡Eres bienvenido! El Duque necesita hombres de tu temple.</p> <p>Farri, un moreno soldado de caballería que había ganado algunos kilos y otras tantas cicatrices desde su último encuentro con Dalt, lo saludó mientras éste atravesaba el portón abierto.</p> <p>—¿Dónde está tu montura, Racso? —se burló—. Siempre preferiste cabalgar antes que ir a pie.</p> <p>—Se rompió una pata en una zanja muchos kilómetros más lejos de lo que quisiera acordarme. Era un buen corcel. Lo tuve que matar...</p> <p>—Es una pena. Sin embargo, el Duque se ocupará de que consigas uno nuevo.</p> <p>La audiencia de Dalt con el Duque fue de una brevedad inquietante. El señor de la fortaleza no mostró tanto entusiasmo como se esperaba. Dalt no supo si debía atribuir la reticencia del hombre a que estaba preocupado por otros problemas o a que sospechaba algo. Sin embargo, con su hijo Anthon fue diferente. Se mostró contento de verdad al ver a Racso.</p> <p>—Ven —le dijo una vez que terminaron con los saludos recíprocos—. Vamos arriba. Ordenaré que te pongan en el cuarto contiguo al mío.</p> <p>—¿A un mercenario?</p> <p>—¡A mi maestro! —Anthon había madurado desde la última vez que Dalt lo había visto. Había pasado muchas horas con el muchacho enseñándole los trucos con la espada que él mismo había aprendido durante su entrenamiento—. ¡He asimilado bien tus enseñanzas, Racso!</p> <p>—Espero que no interrumpieras el aprendizaje cuando me marché...</p> <p>—Bajemos al campo de luchas y comprobarás que no he permanecido inactivo durante tu ausencia. ¡Ahora soy un contrincante digno de ti!</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Era más que un contrincante. Lo que le faltaba en habilidad y sutileza, lo suplía con pura ferocidad. Dalt se vio obligado a defenderse varias veces; pero pudo observar a Anthon en los ejercicios de ataque y defensa de la sesión de práctica. En la superficie, el muchacho era el mismo que recordaba: valiente, confiado, único hijo legítimo del Duque y heredero de Bendelema. Sin embargo, había una nueva corriente subterránea. Anthon siempre había sido bruto y un poco cruel —perfectas cualidades para un futuro señor feudal—, pero ahora existía una nota adicional de desesperación. Dalt no la había notado antes y no podía figurarse la razón de su presencia actual. La posición de Anthon era segura. ¿Qué le preocupaba?</p> <p>Después del entrenamiento, Dalt se sumergió en una gran cuba llena de agua caliente; un hábito que le había hecho ganar fama de mm en otros tiempos. Luego se retiró a su cuarto donde, muy pronto, se quedó dormido. La larga caminata de la mañana en la que había tenido que cargar con la alforja, seguida por el vigoroso encuentro de esgrima con Anthon, le habían agotado.</p> <p>Cuando se despertó, sentía rigidez y dolor.</p> <p>—Espero que esos músculos doloridos te causen el suficiente malestar.</p> <p>—¿Por qué lo dices, socio? —preguntó Dalt mientras se daba masajes en los músculos con la empuñadura de la espada.</p> <p>—Porque no estabas en condiciones de realizar un entrenamiento como ése. La desgana con la que llevaste a cabo la práctica en la nave no te preparó como para enfrentarte a alguien como Anthon. Me parece bien que quieras hacerte daño, pero no olvides que yo también siento el dolor.</p> <p>—Bueno, entonces interrumpe las sensaciones dolorosas. Puedes hacerlo, ¿no?</p> <p>—Sí; pero es casi tan desagradable como el dolor mismo.</p> <p>—Entonces tendrás que sufrir conmigo. Y, a propósito, has estado terriblemente tranquilo hoy. ¿Qué ocurre?</p> <p>—He estado observando, comparando tus anteriores impresiones de Bendelema con lo que vemos ahora. O eres un pésimo observador o algo está pasando aquí... Algo sospechoso, algo secreto no sé qué.</p> <p>—¿Qué entiendes por «pésimo observador»?</p> <p>—Quiero decir que tus observaciones anteriores eran inexactas o que Bendelema ha cambiado.</p> <p>—¿En qué sentido?</p> <p>—No estoy seguro todavía; pero lo sabré muy pronto. Soy un observador más astuto que tú...</p> <p>Dalt levantó sus manos con un gemido.</p> <p>—¡No sólo tengo que vivir en un cuerpo ocupado sino que, además, debo soportar a un pedante!</p> <p>Se oyó un golpe en la puerta.</p> <p>—Adelante —dijo Dalt.</p> <p>Se abrió la puerta y entró Anthon. Echó una ojeada al cuarto.</p> <p>—¿Estás solo? Me pareció oírte hablar...</p> <p>—Una mala costumbre que he adquirido últimamente —explicó Dalt en forma apresurada—. Pienso en voz alta.</p> <p>Anthon se encogió de hombros.</p> <p>—Pronto servirán la cena y he ordenado que reserven un lugar para ti en la mesa de mi padre. Ven.</p> <p>Mientras seguía al muchacho por una estrecha escalera de peldaños desgastados, percibió el aroma pesado, inconfundible, del vino de Kwashi.</p> <p>Un hombre alto, de aspecto cadavérico, inclinó la cabeza cuando entraron en el comedor.</p> <p>—Hola, Strench —saludó Dalt—. Veo que aún eres el mayordomo.</p> <p>—Y lo seré mientras su señoría lo disponga —replicó Strench.</p> <p>El Duque en persona entró casi detrás de ellos y todos los presentes permanecieron en pie mientras su señoría se sentaba. Dalt se encontraba cerca de la cabecera de la mesa y adiviné, por la expresión irritada de sus rostros, que algunos consejeros de la corte habían sido desplazados de sus lugares de poder.</p> <p>—Debo agradecer a su señoría el honor de permitir que un mercenario coma en su mesa —dijo Dalt después de que un oficial de la corte efectuara el acostumbrado brindis por Bendelema y por la longevidad del Duque.</p> <p>—Tonterías, Racso —contestó el Duque—. Me serviste bien contra Tependia y siempre te has tomado un particular interés por mi hijo. Ya sabes que siempre eres bienvenido en Bendelema.</p> <p>Dalt inclinó su cabeza.</p> <p>—¿Por qué te inclinas y te arrastras frente a ese estúpido?</p> <p>—¡Cállate, socio! Forma parte de la representación.</p> <p>—¿Pero no te das cuenta de a cuántos siervos oprime este bárbaro?</p> <p>—¡Cállate, parásito santurrón!</p> <p>—¡Simbiótico!</p> <p>Dalt se puso de pie y levantó su copa de vino:</p> <p>—Ya que hablamos de vuestro hijo, quisiera hacer un brindis por Anthon, futuro Duque de Bendelema.</p> <p>Con un grito repentino, parecido al de un animal, Anthon saltó sobre sus pies y arrojó su copa sobre el suelo de piedra. Sin una palabra de explicación, abandonó precipitadamente el cuarto.</p> <p>Los otros comensales quedaron tan asombrados como Dalt.</p> <p>—Quizás he cometido una equivocación...</p> <p>—No sé qué le ha sucedido —dijo el Duque, con los ojos fijos en la roja mancha de vino que se escurría entre las piedras—. últimamente, Anthon se comporta de una manera bastante extraña.</p> <p>Dalt se sentó y acercó la copa a sus labios.</p> <p>—Yo no me daría demasiada prisa en tomar ese brebaje, socio charlatán.</p> <p>—¿Y por qué no? —¡Cállate, pensó Dalt mientras dejaba descansar sus labios sobre el borde de la copa.</p> <p>—Porque creo que en tu vino hay una sustancia que no está en el de los otros, y pienso que debemos tener cuidado.</p> <p>—¿Qué te hace sospecharlo?</p> <p>—Ya te he dicho que necesitas agudizar tus poderes de observación.</p> <p>—¡Qué importa eso ahora! ¡Explícate!</p> <p>—Muy bien. Me di cuenta de que tu copa ya estaba llena cuando te la pusieron delante; los demás utilizaron aquel cántaro de bronce para llenar las suyas.</p> <p>—No suena muy bien —reconoció Dalt, y comenzó a bajar la copa.</p> <p>—¡No hagas eso! Tan solo moja tus labios con una pequeña cantidad; creo que soy capaz de analizarlo según el efecto que te produzca. Un poco no te causará un daño real. —Dalt hizo lo que le pedía y esperó—. Bueno, al menos no querían dañarte seriamente —dijo por fin el socio—. Al menos, todavía.</p> <p>—¿Qué es?</p> <p>—Un alcaloide extraído, con seguridad, de una raíz del lugar.</p> <p>—¿Y qué crees que debía producirme?</p> <p>—Te hubiera sacado de la circulación por el resto de la noche. Dalt reflexionó un momento.</p> <p>—Me pregunto para qué.</p> <p>—No tengo la menor idea. Pero mientras todos están distraídos por la partida de Anthon, sugiero que vuelques tu vino sobre el suelo. Se mezclará con el de Anthon y nadie se dará cuenta. Y entonces podrás sorprender a estos patanes al permanecer despierto todo el tiempo.</p> <p>—Tengo una idea mejor —pensó Dalt mientras vertía el vino sobre la parte externa de su bota de modo que el mismo se deslizara hacia el piso en forma suave y silenciosa en lugar de producir un chapoteo ruidoso—. Esperaré unos minutos y luego fingiré que me duermo. Tal vez descubramos qué es lo que tienen in mente.</p> <p>—Parece peligroso.</p> <p>—Sin embargo, lo haremos.</p> <p>Dalt decidió aprovechar el tiempo que le quedaba antes de dormirse.</p> <p>—Anoche vi una luz brillante que cruzaba el cielo. Cayó en tierra más allá del horizonte. En los últimos tiempos he oído cuentos sobre luces de esa clase que caen en esta región. Se dice, incluso, que aterrizan en la misma Bendelema. ¿Es cierto o son simples habladurías de vasallos borrachos?</p> <p>La charla de la mesa se interrumpió en forma abrupta. Lo mismo hicieron los que estaban comiendo y bebiendo. Todos los rostros se volvieron en dirección a Dalt.</p> <p>—¿Por qué lo preguntas? —inquirió el Duque.</p> <p>El velo de sospechas que parecía haberse desvanecido durante la comida se levantó de nuevo entre Dalt y el Duque. Aquel decidió que había llegado el momento de hacer su salida.</p> <p>—Lo único que me interesa, señoría, son los cuentos vanos que he escuchado. Yo... se levantó a medias de su asiento y colocó una mano frente a sus ojos—. Yo... —Con cuidado, se dejó caer al suelo.</p> <p>—Llévenlo arriba —dijo el Duque.</p> <p>—¿Por qué no acabamos con este asunto ahora, señoría? —sugirió uno de los consejeros.</p> <p>—Porque es un amigo de Anthon y tal vez él no quiera que le hagamos daño. Mañana tomaremos una decisión.</p> <p>Con poca delicadeza y aún con menos miramientos por su bienestar físico, llevaron a Dalt hasta su cuarto y, sin ceremonias, lo arrojaron sobre la cama. El ruido sordo que produjo la pesada puerta de madera al cerrarse fue seguido por el de la llave en la cerradura.</p> <p>Dalt saltó de la cama y revisó la puerta. Habían quitado la llave que estaba en la puerta de dentro y la habían dejado en la cerradura después de darle una vuelta.</p> <p>—¡Felicidades por tu brillante idea! —comentó el socio en un tono cáustico.</p> <p>—Sin comentarios, por favor.</p> <p>—¿Qué hacemos ahora que estamos encerrados en el cuarto por el resto de la noche?</p> <p>—¿Qué otra cosa podemos hacer? —dijo Dalt. Se quitó las botas y se despojó del peto, el chaquetón y los calzones. Después se metió en la cama de un salto.</p> <p>A la mañana siguiente, la puerta estaba sin llave, y Dalt bajó las escaleras de la manera más discreta posible. Si la memoria no le faltaba, los aposentos de Strench estaban junto a la cocina... Sí, allí estaban. Y no se veía al mayordomo por ninguna parte.</p> <p>—¿En qué estás pensando? —preguntó la voz.</p> <p>—Me estoy asegurando de que no quedemos encerrados de nuevo en el cuarto esta noche. —Su mirada descansó sobre la tabla en la que Strench colgaba los duplicados de todas las llaves del castillo.</p> <p>—Empiezo a comprender.</p> <p>—Estás lento esta mañana, ¿no?</p> <p>Dalt descolgó el duplicado de la llave de su cuarto, y lo reemplazó por otra llave similar que cogió del tablero. En algún momento del día, Strench se daría cuenta de que faltaba una llave; pero buscaría una equivocada.</p> <p>Un momento después, Dalt se cruzó con el mayordomo.</p> <p>—Su señoría desea verte, Racso —dijo en forma ceremoniosa.</p> <p>—¿Dónde está?</p> <p>—En la Pared Norte.</p> <p>—Éste puede ser un momento crítico —dijo entonces la voz.</p> <p>—¿Por qué lo dices, socio? —murmuró Dalt.</p> <p>—Recuerda lo que ocurrió anoche después de que interpretaras tu número de desmayo. El Duque mencionó algo acerca de que hoy te atraparía.</p> <p>—¿Y crees que éste es el momento?</p> <p>—Es posible. No estoy seguro, por supuesto; pero me alegra que lleves tu daga.</p> <p>El Duque estaba solo, y saludó a Dalt/Racso de la manera más cálida que sus modales distantes le permitían después de que éste se disculpara por «haber bebido demasiado» la noche anterior.</p> <p>—He de hacerte una confesión —dijo el Duque.</p> <p>—Sí, señoría.</p> <p>—Cuando llegaste, pensé que eras un traidor. —Levantó una mano enguantada cuando Dalt abrió la boca para replicar—. No te defiendas. Un espía de la corte de Tependia me ha dicho que no has puesto los pies allí desde que desapareciste de un modo misterioso hace años.</p> <p>Dalt bajó la cabeza.</p> <p>—Me siento agraviado, mi señor.</p> <p>—¿Puedes culparme, Racso? Todos saben que te vendes al mejor postor, y que Tependia se ha tomado un interés fuera de lo común por lo que ocurre en Bendelema últimamente, incluso hasta el punto de enviar grupos exploradores dentro de nuestro territorio para secuestrar a algunos de mis vasallos.</p> <p>—¿Por qué lo hacen?</p> <p>El Duque se llenó de orgullo.</p> <p>—Porque Bendelema se ha convertido en una tierra rica. Como sabes, la última cosecha fue fructífera en todo el planeta; y, como siempre, la actual es pobre... Pues bien, esto sucede en todas partes excepto en Bendelema.</p> <p>Dalt no lo sabía, pero, de todos modos, asintió. Así que sólo Bendelema estaba gozando de una segunda cosecha abundante...</p> <p>Era un asunto interesante.</p> <p>—Supongo que habéis aprendido algún nuevo método de cultivo y que Tependia quiere robarlo —sugirió Dalt.</p> <p>—Eso y más —asintió el Duque—. Tenemos también nuevos métodos de plantío y de almacenamiento. Cuando llegue la próxima epidemia de hambre, rendiremos a Tependia no por la espada o por las teas, sino por la comida. Los tependianos, muertos de hambre, abandonarán a su amo y Bendelema extenderá sus dominios.</p> <p>Dalt se sintió tentado de decir que si los tependianos secuestraban vasallos y se adueñaban de los secretos de Bendelema, no habría más hambre. Pero el Duque soñaba con un imperio y no siempre es conveniente para un mercenario interrumpir los sueños de grandeza de un duque. Dalt permaneció en silencio mientras el otro fijaba su mirada en el horizonte que anhelaba poseer.</p> <p>El resto del día lo dedicó a una vana búsqueda de rumores, y a la hora de la cena estaba seguro de una sola cosa. la nave había chocado o había aterrizado en el claro que él inspeccionara unos días antes. Los de Bendelema sabían más cosas, pero se las reservaban... «Sí, vi la luz que caía, pero no observé nada más» comentaban.</p> <p>Anthon le ofreció de nuevo un asiento en la cabecera de la mesa, y Dalt aceptó. Cuando el Duque brindó, Dalt sólo probó un sorbo.</p> <p>—¿Cuál es el veredicto, socio?</p> <p>—El mismo de anoche.</p> <p>—Me pregunto qué ocurre. No me drogan ni en el almuerzo ni en el desayuno. ¿Por qué sólo en la cena?</p> <p>—Esta noche lo averiguaremos.</p> <p>Como esta vez no hubo ningún estallido por parte de Anthon, Dalt tuvo algunas dificultades para desembarazarse del vino drogado. Por último, decidió fingir un desmayo y derramar su copa durante el proceso, con la esperanza de disimular el hecho de que había tomado sólo unas pocas gotas.</p> <p>Después de caer sobre la mesa, escuchó con interés.</p> <p>—¿Cuánto va a durar esto, padre? ¿Cómo podemos drogarlo cada noche sin despertar sospechas? —Era la voz de Anthon.</p> <p>—Todo el tiempo que insistas en alojarlo aquí en lugar de ponerlo con los soldados —replicó el Duque con enojo—. No podemos permitir que vagabundee por ahí durante los servicios nocturnos. ¡Es un extranjero y no debe enterarse de la existencia del dios!</p> <p>La voz de Anthon puso de manifiesto su disgusto:</p> <p>—Muy bien. Mañana se trasladará a los cuarteles.</p> <p>—Lo siento, Anthon —dijo el Duque en un tono más suave—. Sé que es tu amigo, pero el dios está antes que un mercenario.</p> <p>—Tengo una idea muy buena con respecto a la naturaleza de este dios —dijo el socio mientras Dalt/Racso era llevado escaleras arriba.</p> <p>—¿El cerebro? Estaba pensando lo mismo. Pero, ¿cómo podría el cerebro comunicarse con esta gente? El prototipo no estaba preparado para ello.</p> <p>—¿Por qué piensas en la comunicación? ¿No es suficiente que haya venido del cielo?</p> <p>—No. El cerebro no se parece en absoluto a un dios. Tiene que haberse comunicado con esta gente antes de que lo deificaran. De otro modo, la caída de la nave sólo sería una historia más para contar a los niños.</p> <p>Como una repetición de los acontecimientos de la noche anterior, lo arrojaron sobre la cama y cerraron la puerta desde afuera. Dalt esperó unos minutos hasta que todo quedó en silencio; entonces, introdujo el duplicado en la cerradura y desplazó la original que estaba al otro lado. La llave hizo un ruido terrible al caer, pero nadie lo escuchó, y Dalt se escabulló por el pasillo hacia la escalera que rodeaba la zona donde se encontraba el comedor.</p> <p>Vacío. Los platos aún no habían sido levantados.</p> <p>—¿Dónde están todos? —murmuró Dalt.</p> <p>—¡Silencio! ¿Oyes esas voces? —preguntó el socio.</p> <p>Dalt comenzó a bajar, mientras escuchaba. Un canto sordo parecía llenar el ambiente. Una puerta estrecha se abría a su izquierda y el salmo iba en aumento a medida que se acercaba a ella.</p> <p>—Eso es... Deben de haber salido por aquí —comentó Dalt.</p> <p>El pasadizo, cavado en la tierra y en la roca, conducía hacia abajo, y Dalt lo siguió. Antorchas colocadas muy cerca unas de otras arrojaban una luz vacilante sobre las paredes rugosas, y el salmo se elevaba cada vez más a medida que Dalt se acercaba.</p> <p>—¿Puedes entender lo que dicen, socio?</p> <p>—Hablan de los objetos sagrados, la mitad de los cuales deben ser puestos en comunión con el sol durante un día, y la otra mitad al día siguiente. Un ciclo continuo. —El socio terminó de repente—. Parece que la letanía ha finalizado. Será mejor que nos vayamos.</p> <p>—No, nos quedaremos escondidos aquí. No hay duda de que el cerebro está allí, y quiero devolverlo a la civilización lo antes posible.</p> <p>Dalt se agazapó en una grieta de la pared, que estaba cubierta por las sombras, y observó la procesión que pasaba. El Duque iba al frente llevando algunos objetos cubiertos de tela; Anthon lo seguía con expresión malhumorada. Los consejeros de la corte iban arrancando las antorchas mientras avanzaban; sin embargo, Dalt observó que una luz brillaba aún al fondo del inexplorado pasadizo. Se dirigió hacia allí una vez que los otros pasaron.</p> <p>No estaba preparado para la visión que inundó sus ojos cuando entró en el último aposento. Los restos de la perdida nave carguera llenaban la abovedada cámara subterránea. Amontonados contra las paredes, yacían enormes piezas de retorcido metal; otras más pequeñas colgaban del techo. Y en el lugar principal, en el centro, apenas diferenciable de la otra basura, descansaba el aparato plateado que servía para mantener al cerebro con vida; tan alto como un hombre y dos veces más ancho.</p> <p>Y encima de todo, el cerebro; una bola de tejido nervioso que flotaba en su baño nutricio dentro de un globo de cristal.</p> <p>—Puedes oírlo, ¿no? —dijo el socio.</p> <p>—¿A quién?</p> <p>—El cerebro se las arregla para comunicarse con los nativos. Tenías razón.</p> <p>—¿De qué estás hablando?</p> <p>—Es telepático, Steve; y mi presencia parece haber bloqueado tu recepción. Sentí algunos impulsos en el pasadizo, pero no estuve seguro hasta que nos saludó.</p> <p>—¿Qué dice?</p> <p>—Algo obvio: quiere saber quiénes somos y qué queremos. —Hubo una breve pausa—. Le he dicho que queríamos llevarlo de vuelta a C.E. y ha efectuado una llamada de emergencia. No te sorprendas si tenemos compañía en pocos minutos.</p> <p>—¡Espléndido! ¿Y ahora qué hacemos?</p> <p>Dalt acarició la daga colgada de su cinturón mientras consideraba la situación. Era demasiado tarde para escapar y no quería irse sin conseguir lo que había ido a buscar. Sus ojos descansaron sobre el globo.</p> <p>—Corrígeme si me equivoco, socio —añadió—, pero creo recordar que el globo es transportable.</p> <p>—Sí, puede separarse del sistema que mantiene su vida durante dos horas aproximadamente, sin que sufra un daño grave.</p> <p>—Es el tiempo que necesitamos para llevarlo de vuelta a la nave madre y conectarlo a otra unidad.</p> <p>—Está muy asustado, Steve —dijo el socio cuando Dalt comenzó a desconectar el globo—. A propósito, ahora comprendo la letanía que hemos escuchado: los objetos sagrados que son puestos a diario en «comunión con el sol» son las baterías solares. Se cargan la mitad un día, y la otra mitad al siguiente. Así es como se mantiene en funcionamiento.</p> <p>El Duque y su comitiva llegaron armando gran alboroto en el momento en que Dalt había terminado de obturar los tapones de cambio del globo.</p> <p>—¡Racso! —gritó el Duque al verlo. ¡Nos has traicionado!</p> <p>—Lo siento —dijo Dalt—, pero esto pertenece a otros. —Anthon se abalanzó hacia él.</p> <p>—¡Basura, traidor! ¡Y yo, que te llamé amigo! —mientras la mano del joven trataba de alcanzar la empuñadura de su espada, Dalt levantó el globo.</p> <p>—¡Quieto, Anthon! ¡Si alguien intenta detenerme, destruiré este globo y a vuestro dios! —El Duque palideció y detuvo a su hijo poniéndole una mano sobre el hombro—. No he venido con la intención de robaros, pero debo cumplir con mi deber. Lo lamento, pero es necesario.</p> <p>Dalt no mentía. Pensaba, justificadamente, que estaba traicionando la confianza de sus amigos, y eso no le gustaba; sin embargo, no olvidaba que el cerebro pertenecía a C.E. y que su función era devolvérselo.</p> <p>—Espero que tu amenaza los detenga —dijo el socio—. Si consideran las posibilidades, comprenderán que al saltar sobre ti perderán a su dios; pero, si te dejan ir, también se quedarán sin él.</p> <p>En ese momento, Anthon enunció la misma conclusión; no obstante, su padre aún lo detuvo.</p> <p>—Dejemos que se lleve al dios, hijo. Nos ha ayudado con su sabiduría; lo menos que podemos hacer por él es garantizar su seguridad.</p> <p>Dalt asió a uno de los criados.</p> <p>—¡Tú, corre y prepárame un caballo! ¡Uno bueno!</p> <p>Observó cómo el criado se iba, y se encaminó por el pasaje hacia el comedor. El Duque y su grupo permanecieron en el nicho.</p> <p>—Me pregunto qué clase de trampa me estarán preparando ahora susurró Dalt—. ¡Imagínate! ¡Tanto tiempo que pasé con ellos, y nunca sospeché que tuvieran poderes telepáticos!</p> <p>—No los tienen, Steve.</p> <p>—Entonces, ¿cómo se comunican con este objeto? —dijo mientras miraba el globo que sostenía bajo su brazo.</p> <p>—El cerebro es un emisor y receptor excepcionalmente poderoso, ése es el secreto. Esta gente no tiene más poderes que cualquiera.</p> <p>Dalt se sintió aliviado al ver el caballo preparado y el portón abierto. La mayor de las dos lunas de Kwashi brillaba sobre el horizonte, y Dalt tomó el camino más directo hacia su oculto vehículo.</p> <p>—Espera un minuto, Steve —dijo el socio en el momento en que Dalt desmontaba cerca de la nave—. Me parece que tenemos un dilema moral en nuestras manos.</p> <p>—¿Cuál? —El socio había permanecido en silencio durante todo el viaje.</p> <p>—He estado conversando con el cerebro y me parece que se ha convertido en algo más que en un consejero.</p> <p>—Es probable. Chocó, descubrió que tenía poderes telepáticos, y trató de aprovechar la situación. Ahora hay que devolverlo. ¿Cuál es el dilema?</p> <p>—No chocó. Hizo sonar la alarma para librarse del técnico, y descendió aquí a propósito. No quiere regresar.</p> <p>—Bueno, no tiene demasiadas elecciones. Lo fabricó C.E. y a ellos debe volver.</p> <p>—Steve, ¡nos está implorando!</p> <p>—¿Implorando?</p> <p>—Sí. Mira, aún piensas en este objeto como en un conjunto de neuronas que han sido reunidas para conducir una nave; sin embargo, se ha transformado en algo más. Ahora es un ser que piensa, que razona y que tiene voluntad propia. Ha dejado de ser un simple mecanismo biológico. ¡Es una criatura inteligente!</p> <p>—Así que ahora te has convertido en un filósofo.</p> <p>—Dime una cosa, Steve. ¿Qué va a hacer Barre en cuanto ponga sus manos sobre él? —Dalt no quiso responder—. Sin duda, lo desguazará, ¿no es cierto?</p> <p>—Tal vez no... si se da cuenta de que tiene inteligencia.</p> <p>—Supongamos que Barre no lo desguaza. Si le permite que viva, pasará a ser un objeto de experimentación. ¿Estoy en lo cierto? ¿Tenemos derecho a llevarlo para eso? —Dalt no respondió—. No causa ningún daño. De hecho, puede ayudar a que Kwashi se incorpore más rápidamente a la civilización. No tiene ansias de poder. Aprendió de memoria la biblioteca de la nave antes de descender y se sentía muy feliz en aquel nicho, con sus baterías cargadas a diario, brindando información acerca de fertilizantes y de la rotación de las cosechas.</p> <p>—Estoy conmovido —dijo Dalt con sarcasmo.</p> <p>—Bromea si quieres; pero no te lo tomes a la ligera.</p> <p>—¿Por qué tienes que ser tan santurrón?</p> <p>—No hablaré más. Puedes dejar el globo en este lugar; será capaz de comunicarse telepáticamente con la casa y vendrán a buscarlo.</p> <p>—¿Y qué le digo a Clarkson?</p> <p>—Simplemente, la verdad... hasta el momento en que aparecieron en el nicho. Entonces le cuentas que el globo se rompió cuando saltaron sobre ti y que a duras penas escapaste con vida.</p> <p>—Eso destruirá el proyecto del cerebro, lo sabes. La devolución del mismo es vital para que continúe.</p> <p>—Tal vez sea cierto; pero es un riesgo que debemos correr. No obstante, si comunicas que el cerebro ha desarrollado una conciencia y tendencias de autoconservación, se despertará una buena cantidad de intereses académicos y las investigaciones continuarán de cualquier manera.</p> <p>Para su disgusto, Dalt descubrió que estaba de acuerdo con el socio. Sintió la tentación de dejar el globo sobre el césped y de irse de allí, mandando a C.E. al demonio.</p> <p>—Todavía nos está implorando, Steve. Como un niño.</p> <p>—Está bien. ¡Maldita sea!</p> <p>Acusándose de falta de carácter, Dalt se alejó una distancia prudencial de la nave y dejó el globo sobre la tierra.</p> <p>—Debemos hacer algunas cosas antes de partir, socio.</p> <p>—¿Cuáles?</p> <p>—Debemos informar a nuestro amiguito sobre las bases de la cultura feudal; algo que con seguridad no conoció a través de la lectura de la biblioteca de la nave.</p> <p>—Lo aprenderá con la experiencia.</p> <p>—A eso es a lo que tengo miedo. Sin una comprensión clara del feudalismo de Kwashi, su ayuda a Bendelema puede desequilibrar toda la estructura social. Un ducado próspero en exceso estará acosado por vecinos codiciosos y llenos de celos, o empleará su prosperidad para organizar un ejército y poner en práctica un plan de conquista. Cualquiera de las dos posibilidades puede ser fatal para el cerebro. Impedirá, más tarde, que Kwashi logre su rehabilitación social y tecnológica.</p> <p>—¿Cuál es tu plan, entonces?</p> <p>—Uno muy simple: toma todo lo que sé acerca de Kwashi y el feudalismo, y alimenta con ello al cerebro. Debes transmitirle la necesidad de encontrar un medio para que sus conocimientos se extiendan con amplitud por medio de la telepatía en las mentes de los mercaderes trashumantes, de los trovadores y de los vagabundos. Si esta prosperidad puede ser difundida en una gran área, habrá menos posibilidades de que sobrevenga un cataclismo social. A la larga, se beneficiará todo Kwashi.</p> <p>El socio obedeció y comenzó el proceso de alimentación. El cerebro estaba ávido de información y la tarea se completó con rapidez. En el momento en que Dalt se puso de pie para marcharse, oyó un crujido entre los arbustos. Al mirar hacia allí, vio que Anthon se le acercaba con la espada desnuda.</p> <p>—He decidido devolver el dios —tartamudeó Dalt con dificultad.</p> <p>Anthon se detuvo.</p> <p>—¡No quiero esa cosa inmunda! Pienso destruirla en cuanto termine contigo.</p> <p>Había una mirada de odio increíble en sus ojos; la mirada de un joven que descubre que su amigo y admirado instructor es un ladrón y un traidor.</p> <p>—¡Pero el dios ha demostrado que nadie pasará más hambre en Bendelema! —dijo Dalt—. ¿Por qué destruirlo?</p> <p>—Porque también se ha demostrado que nadie, en la corte de Bendelema, me respetará como Duque.</p> <p>—Respetan a tu padre. ¿Por qué no han de respetarte cuando te llegue el turno?</p> <p>—Respetan a mi padre por costumbre —gruñó—. Pero el dios es la fuente de autoridad en Bendelema. Y cuando muera mi padre, no seré más que una marioneta.</p> <p>Dalt entendía ahora la melancolía de Anthon: el cerebro amenazaba su posición.</p> <p>—¡Así que me has seguido no a pesar de mi amenaza de destruirlo sino a causa de ella!</p> <p>Anthon asintió y comenzó a avanzar de nuevo.</p> <p>—Aún tengo una cuenta que saldar contigo, Racso. No puedo permitir que hayas traicionado mi confianza y la de mi padre, y que te marches sin ser castigado.</p> <p>Con sus últimas palabras, lanzó una estocada imperfecta a Dalt, quien se agachó, giró con rapidez y regateó el cuerpo. No había cogido su espada cuando abandonó su cuarto y, en consecuencia, no la llevaba con él en ese momento. Pero tenía la daga.</p> <p>Anthon rió al ver la pequeña hoja.</p> <p>—¿Piensas que vas a detenerme con eso?</p> <p>«¡Si tú supieras!» —pensó Dalt. Sin embargo, no quería usar la pistola. Comprendía los sentimientos de Anthon. Si existiera un medio de atentarlo para poder escapar...</p> <p>Anthon atacó con ferocidad en ese instante y Dalt se vio obligado a retroceder. Su pie tropezó con una piedra y, por instinto, levantó su mano libre para mantener el equilibrio. Los acontecimientos que siguieron parecieron desarrollarse en cámara lenta. Sintió un dolor lacerante en su muñeca izquierda, algo que cortaba y crujía y que le hacía agonizar, y vio que la espada de Anthon pasaba a través de ella. La mano voló como si tuviera vida propia y un chorro de sangre cruzó el aire. La mano derecha de Dalt también pareció cobrar vida por su cuenta cuando dio la vuelta a la daga. Apuntó a Anthon con el extremo de su empuñadura y presionó el gatillo oculto. Un disparo enérgico atravesó la oscuridad y golpeó al joven en el pecho; cayó sin ruido.</p> <p>Dalt se asió el antebrazo.</p> <p>—¡Mi mano! —gritó con terror y agonía.</p> <p>—¡Dame el control! —dijo el socio en tono de urgencia.</p> <p>—¡Mi mano! —Era todo lo que Dalt podía decir.</p> <p>—¡Dame el control!</p> <p>Las últimas palabras sacudieron a Dalt. Se relajó por un segundo, y de repente se sintió un observador de su propio cuerpo. Su mano derecha arrojó la daga y apretó con firmeza el muñón que sangraba; los dedos se hundieron en la carne buscando los puntos de presión de las arterias.</p> <p>Sus piernas se hicieron más firmes cuando se puso de pie y se dirigió hacia el vehículo escondido. Apartó los arbustos con los codos y manipuló el disco que operaba la cerradura exterior de la puerta.</p> <p>—Me alegro de que ayer no lo cerraras con llave —dijo el socio.</p> <p>Había un botiquín de primeros auxilios para casos como éste. La mano derecha había sido relevada de su tarea de hacer presión, y había abierto el botiquín y luego un recipiente con gel coagulante. El muñón de su brazo izquierdo se sumergió en el coagulante y se quedó allí.</p> <p>—Esto detendrá la hemorragia.</p> <p>El gel tenía un efecto inmediato sobre cualquier tipo de sangre que se pusiera en contacto con él. El coágulo formado era firme y duro.</p> <p>Al levantarse, Dalt descubrió que su cuerpo le pertenecía de nuevo. Se tambaleó, débil y desorientado.</p> <p>—Has salvado mi vida, socio —murmuró por último—. Cuando vi ese muñón, y la sangre que salía, no pude moverme.</p> <p>—He salvado nuestra vida, Steve.</p> <p>Se dirigió hacia donde se encontraba Anthon con un agujero humeante en el lugar donde antes había estado su pecho.</p> <p>—Hubiera preferido evitar esto. No fue muy limpio, lo sabes. Anthon sólo tenía una espada...</p> <p>Dalt no estaba tranquilo todavía. Los acontecimientos de los últimos minutos aún no habían sido informados.</p> <p>—¡Limpio! ¡Al diablo con eso! ¿Que entiendes por «limpio» cuando alguien está intentando asesinarle?</p> <p>Pero Dalt parecía no escucharle. Comenzó a revisar el suelo.</p> <p>—¡Mi mano! ¿Dónde está mi mano? Si la encuentro, tal vez puedan injertármela.</p> <p>—No hay ninguna posibilidad, Steve. La necrosis habrá avanzado demasiado para el momento en que lleguemos a la nave madre.</p> <p>Dalt se sentó. La situación le absorbió por completo.</p> <p>—Bueno —dijo con resignación—. Ahora hacen maravillas con las prótesis.</p> <p>—¡Prótesis! ¡Haremos que crezca una nueva!</p> <p>Dalt hizo una pausa antes de preguntar:</p> <p>—¿Una nueva mano?</p> <p>—¡Por supuesto! Todavía tienes varios depósitos de células de mesénquima indiferenciado diseminados por tu cuerpo. Los llevaré hasta el muñón y guiaré el proceso para reconstruir tu mano. Realmente está mal que los humanos no tengan control sobre la fisiología de su cuerpo. Con una dirección adecuada, el cuerpo es capaz de casi todo.</p> <p>—¿Quieres decir que tendré mi mano de nuevo?. Buena y nueva?</p> <p>—Buena y nueva. Pero, de momento, sugiero que nos metamos en la nave y emprendamos la partida. El cerebro ha llamado al Duque y sería aconsejable que no nos encontraran aquí cuando lleguen.</p> <p>—¿Sabes? —dijo Dalt mientras entraban en el vehículo y dejaba que la puerta se cerrara tras él—, si cuidas siempre de mi cuerpo, podré vivir hasta una edad muy avanzada.</p> <p>—Lo único que tengo que hacer es controlar los cambios degenerativos, y así vivirás siempre.</p> <p>Dalt se detuvo a mitad de camino.</p> <p>—¿Siempre?</p> <p>—Por supuesto. Los viejos nativos de este planeta lo sabían cuando advirtieron a sus descendientes: «De cada mil agredidos, novecientos noventa y nueve mueren». La conclusión obvia es que la víctima número mil no morirá.</p> <p>—¿Nunca?</p> <p>—Bueno, no creo que pueda hacer mucho si recibes un disparo de energía como el que liquidó a Anthon. Pero, de todas maneras, no morirás de viejo... Lo procuraré. Por lo pronto, no envejecerás.</p> <p>La inmensidad de las palabras del socio golpeó a Dalt con toda su fuerza.</p> <p>—En otras palabras —suspiró—, soy inmortal.</p> <p>—Preferiría enunciarlo de otra manera: somos inmortales.</p> <p>—No lo creo.</p> <p>—No me importa lo que creas. Voy a mantenerte vivo durante mucho tiempo, Steve; porque mientras tú vivas, yo vivo, y me he encariñado con la vida.</p> <p>Dalt no se movió ni replicó.</p> <p>—Bueno, ¿qué esperas? Tenemos toda una galaxia de mundos para ver y estudiar; y éste ya me está enfermando.</p> <p>Dalt sonrió:</p> <p>—¿Qué prisa tienes?</p> <p>Se produjo una pausa.</p> <p>—Al fin has comprendido, Steve. Es cierto: no hay prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo. Literalmente.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">Segunda parte</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate: none"> Cura a tu prójimo</p> <i> <h3><p>Año 218</p></h3> <p>En estos tiempos, es difícil comprender el efecto devastador de «los horrores». No fue una plaga en sentido estricto: atacaba en forma individual, al azar, sin justificación. Saltaba de un planeta a otro por todo el Espacio Ocupado, y anulaba la mente de cada una de sus víctimas. Hasta el momento, ignoramos la naturaleza de esta enfermedad. Nunca pudo desarrollarse una Profilaxis efectiva. Y exista una única cura conocida: un hombre llamado El Curandero.</p> <p>El Curandero hizo su primera aparición pública en el Instituto Chesney de Desórdenes Psicofisiológicos de Largo IV, bajo los auspicios del Cuerpo Médico Interestelar. Informes de intensas investigaciones llevadas a cabo por los servicios espaciales de esa época revelan que un hombre de características similares (y sólo podía haber uno) había sido visto con frecuencia en el centro de investigación del C.M.I. en Tolive.</p> <p>El C.M.I., sin embargo, siempre se mostró firmemente recalcitrante a suministrar información concerniente a su relación con El Curandero, y afirmó que sólo le brindaba «apoyo logístico» cuando viajaba de un planeta a otro. Por lo tanto, cómo descubrieron su invento, cómo lo desarrollaron o cómo encaminaron sus notables poderes psiónicos, son secretos que sólo el C.M.I. conoce.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: right">(Extractado de El Curandero: hombre y mito, de Emmerz Fent)</p> </i> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">4</p> </h3> <p>El hombre vaga sin prisa por una de las estrechas callejuelas de Chesney mientras disfruta del sol. De repente, su visión de la canes es obstruida por la aparición de una enorme cara contorsionada que le mira de soslayo de una manera horrible. Por un momento, le parece sentir su aliento sobre el rostro. Entonces, desaparece.</p> <p>Se detiene y parpadea. Nunca le ha ocurrido algo parecido. Intenta arrastrar un pie hacia adelante para comenzar a caminar de nuevo y levanta una nube de...</p> <p>...polvo. Un árido desierto lo circunda, y el sol le golpea con crueldad, enrojeciendo y levantando ampollas en su piel. Y cuando siente que su sangre está a punto de hervir, las alas de un enorme pájaro sin plumas oscurecen de golpe el sol. El pájaro vuela dos veces encima de él, y entonces se le acerca a una velocidad que seguramente destruirá a ambos. Más cerca, el pico cavernoso se abre, hambriento. Más cerca, hasta que aparece...</p> <p>...de nuevo en la calle. El hombre descansa sobre la confortante solidez de un edificio cercano. Está bañado en sudor y su respiración es entrecortado. Está asustado... Tiene que encontrar un médico. Se separa del edificio y...</p> <p>...cae en un pozo negro. Pero no es una oscuridad apacible. Allí hay hambre. Cae, desmoronándose en la eternidad. Una luz abajo.</p> <p>Y mientras sigue cayendo, la luz toma forma... Un gusano albino, ciego, con grandes colmillos le espera unos kilómetros más abajo, con la mandíbula preparada.</p> <p>Un grito parte de su garganta; sin embargo, no se oye Y todavía sigue cayendo.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">5</p> </h3> <p>El socio estaba jugando de nuevo. El vehículo que venía de Tarvodet había atracado en la nave orbital y, mientras los pasajeros efectuaban el transbordo, el socio trataba de incluir sobre ellos en la elección de sus asientos por medio de sus poderes psiónicos.</p> <p>—El tipo de azul se va a sentar en el tercer asiento de la izquierda.</p> <p>—¿Estás leyendo su mente? —preguntó Dalt.</p> <p>—No, intento obligarle a que lo haga.</p> <p>—¿Nunca te cansas? Has estado jugando a esto desde que tengo memoria.</p> <p>—Sí, pero esta vez creo que lo he logrado. Mira.</p> <p>Dalt vio que el hombre de azul se detenía de repente freíste al tercer asiento, titubeaba y por fin se acomodaba en él.</p> <p>—Bueno, felicidades —susurró Dalt en voz alta.</p> <p>—Gracias, señor. Ahora, trataré de que ese jovencito se siente en el mismo lugar.</p> <p>El delgado muchacho pasó ante el tercer asiento de la izquierda sin mirarlo siquiera, y se sentó en el quinto de la derecha.</p> <p>—¡Maldición! —exclamó el socio. —¿Que ha ocurrido?</p> <p>—Seguramente, el muchacho ya había decidido sentarse allí. Estoy seguro de que viaja a menudo y de que le gusta ese lugar.</p> <p>—Es probable. Y también es probable que el tipo de azul viaje con frecuencia y que le guste el tercer asiento de la izquierda.</p> <p>—El cinismo no te favorece, Steve.</p> <p>—Bueno, no es fácil ser ingenuo después de pasar un par de centurias en tu compañía.</p> <p>—Déjame que te explique. Verás, no puedo obligar a una persona a que peine su cabello hacia la izquierda si lo prefiere a la derecha. Sin embargo, si le importa un comino la dirección de su pelo, es casi seguro que puedo conseguir lo que quiero.</p> <p>Una esbelta beldad rubia, con un opalescente vestido adherido al cuerpo, avanzó a través de la puerta.</p> <p>—Bien, ¿dónde la hacemos sentar?</p> <p>—Me da lo mismo.</p> <p>—¡Sí, sí! Tu ritmo cardíaco ha aumentado cuatro latidos por minuto, y tu entrepierna está bullendo.</p> <p>—Admito que es atractiva...</p> <p>—Es más que eso. Tiene un notable parecido con Jean, ¿no es cierto?</p> <p>—La verdad es que no me había dado cuenta.</p> <p>—Vamos, Steve. Sabes que no puedes mentirme. En seguida viste el parecido. No has olvidado a aquella mujer.</p> <p>Y probablemente nunca lo haría. Habían pasado ciento cuarenta años desde que la dejó. Lo que había comenzado como un romance casual a bordo, durante la expedición a Kwashi, se había convertido en un idilio increíble. Jean le había aceptado por completo, aunque le sorprendiera que Dalt se hubiese negado a exigir una compensación por la pérdida de su mano en Kwashi. Su sorpresa duró poco tiempo; y pronto fue reemplazada por el asombro cuando comprobó que la mano de su amante estaba creciendo de nuevo. Había escuchado que existían criaturas extraterrestres que podían regenerar sus miembros y se decía que el Cuerpo Médico Interestelar estaba realizando experimentos para provocar regeneraciones, pero ésta era espontánea.</p> <p>Y si el hecho de que la mano se estuviera regenerando no era lo suficientemente fantástico, el modo en que lo hacía rozaba lo surrealista. No aparecieron brotes de dedos; ni se esbozaron primitivas estructuras iniciales en la reconstrucción de la mano cortada. En lugar de eso, todo comenzó con la reaparición de la muñeca; después empezaron a aparecer la eminencia tenar y la hipotenar y la palma de la mano. La palma y los cinco metacarpianos se completaron antes de que crecieran las falanges del pulgar; y el pulgar, con uña y todo, terminó antes de empezar con los otros dedos. Era parecido a un edificio que se construye piso a piso, amueblando cada uno de ellos, antes de seguir con el siguiente. La tarea completa consumió cuatro meses.</p> <p>Jean aceptó aquello. Le hacía feliz el hecho de que su compañero estuviera entero otra vez. Y entonces, Dalt le explicó que no era totalmente humano, que un nuevo factor se le había agregado, un elemento que había entrado por aquel sendero de plata de su cabeza. Que era una entidad dual: un cerebro con dos mentes, y que su segunda mente tenía dominio del nivel celular.</p> <p>Y Jean aceptó aquello. Si no hubiera sido por la mano que había crecido en el lugar donde la otra había sido cortada, no le habría creído. Pero no formuló preguntas: la mano estaba al«, descolorida, sí, pero de cualquier manera estaba. Y desde el momento en que eso era cierto, cualquier cosa que Dalt le dijera podría serio también. Así que lo aceptó. Dalt era su compañero, ella le amaba y esto era suficiente.</p> <p>Hasta que los años comenzaron a pasar y Jean observó que su cabello se debilitaba y que su piel comenzaba a ajarse. Los tratamientos para conservar la juventud eran nuevos y poco eficaces. Y, mientras tanto, el hombre que amaba permanecía inalterable, ni un día más viejo que cuando le conoció. Y no pudo aceptarlo. Con lentitud, su amor comenzó a debilitarse, a secarse, a hundirse a causa del resentimiento. Y de ala, sólo hay un paso al odio desesperado.</p> <p>Por lo tanto, Dalt dejó a Jean... por el bien de ella, por el bien de su salud mental. Y nunca regresé.</p> <p>—Me parece que voy a hacer que se siente junto a ti.</p> <p>—No molestes.</p> <p>—Creo que tengo derecho a molestar. Has evitado cualquier relación estrecha con una mujer desde que abandonaste a Jean. No creo que...</p> <p>—La verdad es que no me importa lo que creas. ¡Lo único que te pido es que no te hagas el casamentero!</p> <p>—No obstante...</p> <p>La muchacha se detuvo a la altura del hombro de Dalt. Su voz era cristalina:</p> <p>—¿Está ocupado este asiento?</p> <p>Dalt suspiró con resignación:</p> <p>—No.</p> <p>La observó mientras se acomodaba. Hacía justicia a su traje adherente: era lo suficientemente delgada para evitar que el traje hiciera bultos en los sitios indebidos, y tenía la figura justa para llenarlo y hacer honor a su nombre. Se preguntó cómo le hubiera sentado a Jean uno de esos vestidos, pero en seguida cortó el hilo de sus pensamientos.</p> <p>—Mi nombre es Elien Lettre.</p> <p>—Steven Dalt —respondió con un saludo mecánico.</p> <p>Luego de una pausa, la chica dijo:</p> <p>—¿De dónde vienes, Steve?</p> <p>—De Derby.</p> <p>Otra pausa, ésta más incómoda que la anterior.</p> <p>—¡Ten piedad de esta chica! —le pidió el socio—. Sólo pretende entablar una conversación amistosa. ¡No tienes derecho a tratarla como si tuviera la Peste Nolevatol sólo porque se parece a Jean!</p> <p>Dalt pensó que tenía razón, y tomó de nuevo la palabra:</p> <p>—He estado realizando una investigación microbiana allí.</p> <p>La chica sonrió con una expresión digna de ser contemplada.</p> <p>—¿De verdad? Eso significa que has estado conectado con el departamento de biociencia. El año pasado seguí el curso del doctor Chamler.</p> <p>—¡Ah, sí! La Química de la Esquizofrenia. Un curso tradicional. ¿Te interesa la psicoquímica?</p> <p>Elien asintió:</p> <p>—Ahora regreso de un corto viaje. Sin embargo, nunca te he visto en el departamento de biociencia.</p> <p>—Me he mantenido bastante aislado... sumergido en mi trabajo.</p> <p>Era cierto. Dalt y el socio habían desarrollado un interés conjunto por una innumerable cantidad de formas de vida microbianas que habían sido encontradas en los planetas explorados del sector humano de la galaxia. Algunos de los mecanismos metabólicos y algunos sistemas enzimáticos eran increíbles, y las «leyes» de la ciencia biológica tenían que ser constantemente renovadas. La microbiología se había convertido en un vasto campo que necesitaría años para establecer un comienzo y décadas para sentar sus bases. Dalt y el socio habían hecho notables contribuciones al tema y habían publicado un buen número de artículos.</p> <p>—Dalt... Dalt... —decía la muchacha—. Sí, creo que he oído varias veces tu nombre en el departamento. Es gracioso, creía que tendrías más edad.</p> <p>Lo mismo pensarían sus compañeros del departamento de biociencia si no se hubiera ido. Hombres que parecían tener su edad cuando ingresó en la universidad habían visto engrosar su cintura y encanecer sus cabellos; había llegado el momento de marcharse. Dos colegas le habían preguntado qué tratamiento empleaba para conservar la juventud. Por suerte, el C.M.I. Central le había ofrecido una importante beca para investigar sobre terapia antimicrobiana y la había aceptado con ansiedad.</p> <p>—¿Estás de vacaciones en Derby? —preguntó Elien.</p> <p>—No, he renunciado. Ahora voy a Tolive.</p> <p>—¡Oh!, entonces vas a trabajar para el Cuerpo Médico Interestelar.</p> <p>—¿Cómo lo sabes?</p> <p>—Los principales centros de investigación-y-desarrollo del C.M.I. están en Tolive. Se supone que cualquier científico que se dirige a Tolive va a trabajar para el grupo.</p> <p>—En realidad, no me considero un científico. Sólo un vagabundo que va de un lugar a otro, estudiando y tratando de aprender lo que puede.</p> <p>Dalt y su compañero habían trabajado como ingenieros en un carguero periestelar, como catadores en Tandem, como pescadores en Gelc y así sucesivamente, en una deliberada y precisa búsqueda de conocimientos que abarcara el sector humano de la galaxia.</p> <p>—Bueno, con seguridad aprenderás mucho en el C.M.I.</p> <p>—¿Has trabajado para ellos?</p> <p>—Soy jefa de una unidad de psiquiatría. Mi especialidad son los modelos de comportamiento, pero estoy tratando de desarrollar una visión general de todo el campo; por esa razón realicé el curso con Chamler.</p> <p>Dalt asintió:</p> <p>—Dime una cosa, Elien...</p> <p>—El...</p> <p>—Muy bien: El. ¿Para qué trabaja el C.M.I? Debo confesarte que accedí a realizar este trabajo casi a ciegas; me llegó el ofrecimiento y lo acepté sin preguntas.</p> <p>—No trabajaría en ninguna otra parte —afirmó El llanamente, y Dalt le creyó. El C.M.I. ha reunido a algunas de las mentes más lúcidas de la galaxia humana con un solo propósito: el conocimiento.</p> <p>—El conocimiento por el conocimiento mismo no ofrece demasiados atractivos para mí; y con franqueza te diré que ésa no es la imagen que me han dado del C.M.I. Tiene una reputación casi mercenaria en los círculos académicos.</p> <p>—Los científicos y los físicos prácticos tenemos una visión limitada, de acuerdo con la opinión de la mayoría de los académicos. Y yo no soy la excepción. El C.M.I. comenzó con fondos privados —préstamos, no donaciones—, impulsado por un grupo de físicos, casi aventureros, que...</p> <p>—Algo así como un escuadrón de emergencia, ¿no?</p> <p>—Al principio, sí. Siempre había una plaga o algo parecido en alguna parte, y el grupo saltaba de un planeta a otro cobrando por esos servicios. La mayoría de las veces sólo podía brindar una terapia de apoyo; las toxinas y los elementos patógenos que aparecían en los planetas afectados habían ya desarrollado resistencia a las medidas terapéuticas habituales y no se podía hacer mucho, salvo echar una mano. Descubrieron algunas innovaciones y las patentaron, pero pronto se hizo evidente que era imprescindible realizar una serie de investigaciones básicas. Por lo tanto establecieron una base permanente en Tolive y comenzaron a reunir dinero.</p> <p>—Con bastante éxito, al parecer. El C.M.I. es famoso por su riqueza... por su enorme riqueza.</p> <p>—Allí nadie se muere de hambre. Puedo decir que el C.M.I. paga bien con el objeto de atraer a las mejores mentes. Ofrece un increíble conjunto de fuentes de investigación y da al individuo una participación en las ganancias de sus descubrimientos negociables. Por ejemplo, ahora hemos contratado los derechos de producción de la antitoxina para la Peste Nolevatol a Farmacéuticos Teblinko.</p> <p>Dalt estaba impresionado. La Peste Nolevatol era el flagelo del viajero interestelar. En la superficie parecía un caso suave de tiña; sin embargo, el hongo producía una antitoxina que tenía invariables efectos fatales sobre el sistema nervioso central. Era Muy contagiosa y sólo se curaba si se la cogía a tiempo y se efectuaba la extirpación de la zona de piel afectada... hasta ese momento.</p> <p>—Ese único producto puede financiar la operación completa del C.M.I., supongo.</p> <p>El sacudió la cabeza.</p> <p>—No hay ninguna posibilidad. Veo que no tienes idea del alcance del grupo. Por cada intento que rinde dividendos, siguen mil que terminan en un callejón sin salida. Y todos ellos cuestan dinero. Uno de nuestros fracasos más caros fue Nathan Sebitow.</p> <p>—Sí, he oído decir que renunció.</p> <p>—Se le pidió que renunciara. Podrá ser el biofísico más importante de la galaxia, pero es peligroso; descuida totalmente las precauciones de seguridad de él y de sus compañeros de trabajo. El C.M.I. le dio innumerables avisos al respecto, pero no hizo caso. Estaba trabajando con una radiación muy peligrosa. Finalmente, le cortaron los fondos.</p> <p>—Me imagino que no le llevaría mucho tiempo encontrar una nueva colocación.</p> <p>—No. Cuando «renunció» al C.M.I., Kamedon le ofreció todo lo que necesitara para continuar con su trabajo.</p> <p>—Kamedon... El planeta modelo en el que los Restructuristas están invirtiendo tanto dinero...</p> <p>El asintió:</p> <p>—Y Nathan Sebitow es la niña de sus ojos. Podría realizar descubrimientos muy excitantes. Sólo espero que no mate a nadie con esas poderosas radiaciones con las que juega. —Hizo una pausa—. Volviendo al tema del conocimiento por el conocimiento mismo: también encuentro que ese concepto es irrelevante. Sin embargo, el C.M.I. trabaja con la idea de que el conocimiento —al menos el conocimiento científico—, eventualmente puede funcionar en algún esquema de valor práctico. La existencia está compuesta por fenómenos intracorpóreos y extracorpóreos; cuanto más sepamos sobre estos dos grupos, más efectivos serán nuestros esfuerzos por remediar ciertas interacciones entre ellos que son perjudiciales para el ser humano.</p> <p>—Hablas como una verdadera conductista —bromeó Dalt con una carcajada.</p> <p>—Lo siento. —El se ruborizó—. Siempre me dejo llevar por el entusiasmo. De todas maneras, puedes ver la diferenciación que estoy tratando de establecer.</p> <p>—La veo y estoy de acuerdo. Es bueno saber que no me estoy metiendo en una inmensa torre de marfil. Pero, ¿por qué Tolive? Quiero decirte que he...</p> <p>—Se eligió Tolive por su clima político y económico: un gobierno no coercitivo y una fuerza de trabajo joven y numerosa. La presencia del C.M.I. y de la prosperidad que éste produjo han estabilizado el gobierno —y empleo este término porque eres un extranjero— y la economía.</p> <p>—Sin embargo, he oído muchas historias acerca de Tolive.</p> <p>—Quieres decir que está manejada por un grupo de sádicos, de fascistas, de anarquistas o de cualquier otro término desagradable que quieras desenterrar, y que, si no fuera por la presencia del C.M.I., el planeta pronto se convertiría en un infierno, ¿no es así?</p> <p>—Bueno, tal vez no lo diría en forma tan dura, pero ésa es la impresión que he recibido. No hay historias de terror concretas, sólo vagas prevenciones. ¿Hay algo de cierto en ello?</p> <p>—No me preguntes a mí. Nací en el planeta y me siento perjudicada. Pero piensa quién más es nativo de Tolive y comprenderás quienes están detrás de esta campaña difamatoria.</p> <p>Dalt reflexionó por un momento. El socio, con su memoria absoluta, acudió en su ayuda:</p> <p>—Peter LaNague nació en Tolive.</p> <p>—¡LaNague! —dijo Dalt abruptamente—. ¡Por supuesto!</p> <p>El levantó las cejas:</p> <p>—Un tanto para ti. No hay mucha gente que recuerde ese hecho.</p> <p>—¿Sugieres que alguien está tratando de difamar a LaNague al difamar su tierra? Es ridículo. ¿Quién querría calumniar al autor de la Carta Constitucional de la Federación?</p> <p>—Los que intentan cambiar esa Carta Constitucional: los Restructuristas, por supuesto. Tolive ha sido como es ahora durante centurias, mucho tiempo antes del nacimiento de LaNague y mucho después de su muerte. Los rumores y los comentarios comenzaron sólo cuando el movimiento de los Restructuristas empezó a cobrar impulso. Éste es el inicio de una campaña de largo alcance; ya verás: cada vez será más sucia. La idea es calumniar el pasado de LaNague y de este modo mancillar sus ideas, con lo cual arrojarán dudas sobre la integridad de su obra más importante: la Carta Constitucional de la Federación.</p> <p>—Debes de estar en un error. Además, esas mentiras pueden ser desenmascaradas con mucha facilidad.</p> <p>—Las mentiras, sí. Pero no los rumores y las deducciones. Los de Tolive tenemos un único modo de ver la existencia, una visión que puede ser distorsionada con facilidad y convertida en algo repulsivo.</p> <p>—Si lo que quieres es preocuparme, estás realizando un magnífico trabajo. Mejor me dices en qué me estoy metiendo.</p> <p>El esbozó una sonrisa helada:</p> <p>—Nadie te obliga a venir, me parece. Tú mismo has elegido. Sólo quería que tuvieras una versión real de los hechos. Cambiando de tema, ¿qué te ha pasado en la mano?</p> <p>Dalt observó que la mirada de El se clavaba en su mano izquierda.</p> <p>—¡Oh!, has notado su color.</p> <p>—Es difícil no darse cuenta.</p> <p>Dalt examinó su mano mientras efectuaba movimientos de pronación y supinación y la levantaba de su regazo; una mano amarilla, casi de color oro en el lecho de las uñas y un poco moteada en las palmas. En las muñecas, el tono normal de la carne reaparecía a continuación de una clara línea de demarcación. La espada de Anthon estaba bien afilada y había cortado en forma limpia.</p> <p>—Hace unos años tuve un accidente químico que manchó mi mano para siempre.</p> <p>El frunció el ceño y consideró la situación.</p> <p>—Cuidado, Steve —previno el socio—. Esta chica está conectada con la profesión médica y puede desconfiar de la vieja historia.</p> <p>—Puede remediarse con facilidad —dijo El después de una pausa—. Conozco a algunos cirujanos plásticos en Tolive...</p> <p>Dalt sacudió su cabeza y la interrumpió:</p> <p>—No, gracias. Quiero conservar este color para que me recuerde que debo ser más cuidadoso en el futuro. Pude haber perdido la vida.</p> <p>—¡Continúa! ¡Sigue con tu terquedad! —exclamó el socio—. Durante casi dos centurias me has impedido que corrigiera esa repugnante pigmentación. Fue un error mío, lo admito. Nunca había realizado la reconstrucción de un apéndice y yo...</p> <p>—Ya lo sé, ya lo sé! Cometiste un error en la disposición de la melanina. ¡Hemos hablado de este tema más veces de las que puedo recordar!</p> <p>—Y si me dejaras, podría corregirlo. Sabes que no puedo soportar que tengamos una mano amarilla. ¡Me enerva!</p> <p>—Esto ocurre porque tienes una personalidad obsesiva y compulsiva.</p> <p>—¡Bah! Ése es el término que emplean los estúpidos para denigrar a los perfeccionistas.</p> <p>El miraba ahora la zona de cabello gris:</p> <p>—¿También es el resultado de un accidente?</p> <p>—Un terrible accidente —asintió Dalt con gravedad.</p> <p>—¡No juegas limpio! ¡No puedo defenderme! —protestó el socio.</p> <p>El se inclinó y le observó:</p> <p>—Una mano dorada, una corona de pelo plateado y una enorme piedra roja suspendida del cuello... Eres todo un personaje, Steven Dalt.</p> <p>El estaba muy interesada. Dalt acarició con los dedos la piedra de su garganta y fingió no darse cuenta.</p> <p>—Esta piedra es un recuerdo de una antigua y arriesgada forma de trabajo. La conservo sólo por razones sentimentales.</p> <p>—Tienes demasiados colores para ser un microbiólogo —dijo El con una sonrisa muy cálida—, creo que vas a provocar un gran revuelo en el C.M.l.</p> <p>Unos días más tarde, descansaban en la sala de espera de la estación orbital mirando el torbellino de Tolive allá abajo, mientras sorbían unas bebidas y esperaban que llegase el transporte. Un hombre corpulento con un traje azul se acercó y se detuvo a compartir el paisaje con ellos.</p> <p>—Es hermoso, ¿no? —dijo, y ellos respondieron con un gesto de asentimiento—. No sé por qué, pero cada vez que contemplo una vista como ésta me siento insignificante. ¿A vosotros no os ocurre lo mismo?</p> <p>El pasó por alto la pregunta y formuló otra:</p> <p>—No eres de Tolive, ¿verdad? —Más que una pregunta, era una afirmación.</p> <p>—No, voy a Neeka. Estoy de paso para efectuar la correspondencia. Nunca he estado en Tolive —dijo mientras miraba el globo que giraba allá abajo—. ¿Cómo lo sabes?</p> <p>—Porque nadie de «allá abajo» diría lo que has dicho —replicó El, y pronto perdió interés en la conversación. El hombre corpulento hizo una pausa, se encogió de hombros y por último se marchó.</p> <p>—¿Qué significa esto? —preguntó Dalt—. ¿Por qué dijiste que no era de Tolive?</p> <p>—Cómo ya te dije, tenemos un modo diferente de ver las cosas. La raza humana se ha desarrollado en este pequeño planeta hace muchos años y ha proyectado una tecnología que nos permite sentarnos en la órbita, sobre un planeta extraño, y bebernos unas cosas mientras esperamos que una nave nos recoja. Como miembro de esa raza, me siento cualquier cosa menos insignificante.</p> <p>Dalt observó al hombre que había iniciado la discusión y comprobó que se alejaba tambaleando. Aminoró el paso para sentirse más seguro y se detuvo mirando al vacío; gotas de sudor corrían por su cara y oscurecían el azul de su traje. De repente, se volvió con los brazos extendidos y, con el rostro contorsionado por el pánico, comenzó a gritar de un modo incoherente.</p> <p>El saltó de su asiento sin decir una palabra y extrajo una jeringuilla de su bolso mientras se dirigía en dirección al hombre que, ahora, se había sumergido en un sollozante pozo de miedo. La muchacha colocó el aparato sobre la piel de la cara lateral de su cuello y apretó.</p> <p>—Se tranquilizará en un minuto —informó a una preocupada camarera mientras terminaba su tarea—. Hay que enviarlo al C.M.I. Central en el próximo vehículo para una admisión de emergencia en la Sección Azul.</p> <p>La camarera asintió con un gesto de obediencia, aliviada de que alguien que sufriera esos trastornos pudiera estar bajo control. Cuando llegaron dos compañeros de trabajo, el hombre corpulento ya estaba tranquilo, aunque todavía sollozaba un poco.</p> <p>—¿Qué diablos le ha ocurrido? —preguntó Dalt por encima del hombro de El, en el momento en que el hombre era conducido a un camarote trasero.</p> <p>—Ha sido atacado por los horrores —replicó. —No, hablo en serio.</p> <p>—Yo también. Esto está ocurriendo en todo el sector humano de la galaxia, exactamente de este modo: hombre, mujeres, gente de todas las edades entran en un estado psicótico agudo e ininterrumpido. Todos son normales desde el punto de vista bioquímico y en general carecen de antecedentes premorbosos en sus historias clínicas. Han estado apareciendo en la última década de una manera absolutamente irregular y parece que, por el momento, no se puede hacer nada por ellos —dijo mientras se le endurecía la mandíbula; y era obvio que le hería sentirse desprotegida frente a cualquier situación, y más aún en una relacionada con la medicina.</p> <p>Dalt la miró y sintió que la tristeza le embargaba. Era una mujer notable, muy inteligente, muy informada, y muy parecida a Jean; pero también era mortal. Dalt se resistía a la relación que la chica estaba tratando obviamente de iniciar, y cada vez que sentía que estaba a punto de rendirse, sólo tenía que recordar la cara de Jean, contorsionada por el odio, en el momento en que la abandonó, para echarse atrás.</p> <p>—Creo que tenemos que dejar de trabajar en el campo de la microbiología —dijo el socio mientras sus ojos reposaban sobre la figura de El.</p> <p>—¿Y qué vamos a hacer?</p> <p>—¿Qué te parece la prolongación de la vida?</p> <p>—¡Otra vez no!</p> <p>—¡Sí! Piensa que ahora trabajaremos en el C.M.I. con algunos de los más importantes científicos de la galaxia.</p> <p>—Las mentes más grandes de la galaxia han trabajado siempre en ese tema y todos los «grandes descubrimientos» y todas las «nuevas esperanzas» han ido a parar a un punto muerto. Las células humanas alcanzan un cierto nivel de especialización y después pierden su habilidad para reproducirse. En condiciones óptimas, un siglo es todo lo que duran; después de eso el A.D.N. se idiotiza y el A.R.N. se pone más idiota todavía. Lo que sigue es un agotamiento enzimático, una sobrecarga tóxica y, por último, la muerte. El porqué de que ocurra esto nadie lo sabe..., y eso me incluye, desde el momento en que mi conciencia no alcanza el nivel molecular; y por lo que deduzco de la literatura más reciente, nadie lo descubrirá en un futuro próximo.</p> <p>—Pero nosotros podemos hacer una contribución excepcional...</p> <p>—¿Crees que no lo he investigado por mi cuenta para poder brindarte una compañía humana estable? Ya sabes que no me divierte cuando te hundes en esos periodos de negra desesperación.</p> <p>—Ya sé que no. —Hizo una pausa—. Pero tiene que haber una salida.</p> <p>—Lo sé. Las banderas de prevención metabólicas están alerta todavía. Mira: ¿por qué no estableces una relación con esta mujer? Os atraéis mutuamente, y te hará bien.</p> <p>—¿Me hará bien ver como se convierte en una anciana amargada mientras yo permanezco joven?</p> <p>—¿Qué te hace pensar que estará contigo tanto tiempo? —preguntó el socio.</p> <p>Dalt no pudo responder a esa pregunta.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>No hubo novedades durante el viaje, y cuando el se ofreció a llevarlo del espaciopuerto hasta el hotel, Dalt aceptó a regañadientes. Sus sentimientos eran confusos: quería estar lo más cerca y lo más lejos posible de aquella mujer. Para mantener la conversación en un terreno seguro y tranquilizador, comentó que le extrañaba que hubiera pocos aparatos voladores en el aire.</p> <p>—Todavía estamos en la etapa de los automóviles, aunque una de nuestras fábricas de vehículos ha comenzado la producción de transportes aéreos. Sería bueno conseguir alguno a un precio razonable; los únicos que hay en Tolive llegan por vía interestelar y resultan carísimos.</p> <p>El acercó su automóvil a una cabina que estaba fuera del perímetro del espaciopuerto, cogió una tarjeta y la introdujo en una ranura. La tarjeta desapareció durante uno o dos segundos y después la cabina la devolvió. El la recuperó, apretó el acelerador y avanzó.</p> <p>—¿Qué ha sido eso?</p> <p>—Peaje.</p> <p>Dalt se mostró incrédulo.</p> <p>—¿Quieres decir que en la actualidad hay carreteras de peaje en este planeta?</p> <p>El asintió.</p> <p>—Pero no por mucho tiempo... si conseguimos una buena cantidad de vehículos aéreos.</p> <p>—Aún así, las carreteras pertenecen a todos...</p> <p>—No, pertenecen a quienes las han construido.</p> <p>—Sin embargo, los impuestos...</p> <p>—¿Crees que las carreteras han sido construidas con el dinero de los impuestos? —preguntó El con una mirada penetrante—. Utilizo esta carretera una o dos veces al año; ¿por qué tendría que pagarla el resto del tiempo? Un grupo de hombres se ha unido y ha construido esta carretera y me cobran cada vez que la utilizo. ¿Qué hay de malo en ello?</p> <p>—Nada, excepto que tienes que pagar cada vez que circulas por ella.</p> <p>—No necesariamente. Muchas veces, los miembros de una comunidad se unen y aportan dinero para las calles locales, las construyen y permiten que todos las utilicen; y los sectores comerciales tienen calles gratuitas por razones obvias. De hecho, dos de nuestras más grandes corporaciones han construido carreteras y las han donado a la comunidad; por supuesto, esas rutas llevan el nombre de las compañías y eso les sirve de publicidad permanente.</p> <p>—Lo encuentro complicado. Sería más sencillo si obligaran a cada uno a poner una cantidad y...</p> <p>—En este planeta no funcionaría. No puedes obligar a ningún toliviano. Sólo bajo amenaza física yo pagaría por una carretera que nunca utilizo. Y no nos gusta el empleo de la fuerza física.</p> <p>—Una sociedad pacifista, ¿eh?</p> <p>—Tal vez no... —comenzó a decir, y tomó una curva pronunciada para coger una rampa de salida—. Lo siento —añadió con una sonrisa rápida y forzada—. Olvidaba que te estaba llevando al hotel.</p> <p>Dalt dejó que la conversación decayera y miró hacia afuera del vehículo, hacia el paisaje de Tolive. No había nada notable: unos pocos árboles doblados que parecían coníferas estaban dispersos en grupos por aquí y por allá sobre el pasto liso y vulgar; una montaña se elevaba en la distancia.</p> <p>—No es lo que se dice un jardín exuberante —susurró después de un momento.</p> <p>—No, esta es la zona árida. El eje de Tolive tiene una pequeña desviación relativa sobre su base, y su órbita es suavemente elipsoide. Por lo tanto, el clima depende del lugar en que te encuentres y es estable la mayor parte del año. Toda nuestra agricultura se desarrolla en el hemisferio norte; la industria se mantiene principalmente en el sur, por lo general a escasa distancia de los espaciopuertos.</p> <p>—Pareces un informe de la cámara de comercio —remarcó Dalt con una sonrisa.</p> <p>—Estoy orgullosa de mi mundo —dijo El, sin sonreír.</p> <p>De repente, al final de la ruta, apareció una ciudad agazapada, esperándolos. Dalt había pasado demasiado tiempo en Derby y se había acostumbrado a las ciudades cuyos perfiles se elevan al cielo. Y también eran así las de Friendly, su ciudad natal. Sin embargo, estos edificios chatos de una o dos plantas correspondían a la idea que tenían los tolivianos sobre lo que debe ser una ciudad.</p> <p>SPOONERVILLE, rezaba un cartel escrito con caracteres interplanetarios. POBLACIÓN: 78.000. Pasaron por hileras de casas de colores, algunas aisladas; otras, interconectadas. Y vieron depósitos, negocios, restaurantes. El hotel se alzaba en medio de los edificios vecinos elevando cuatro plantas hacia el cielo.</p> <p>—No es exactamente el Centauri Hilton —señaló Dalt mientras el automóvil se detenía en la entrada principal.</p> <p>—Tolive no tiene mucho que ofrecer al turista. Este lugar, obviamente cubre las necesidades de Tolive, de no ser así alguien hubiera construido otro. —Hizo una pausa y miró a Dalt a los ojos—. Tengo un lugar encantador en el campo en el cual pueden vivir dos personas; y las puestas de sol son maravillosas.</p> <p>Dalt trató de sonreír. Le gustaba aquella mujer y la invitación, que prometía algo más que una puesta de sol, era tentadora.</p> <p>—Gracias, El. Me gustaría aceptar tu invitación alguna vez, pero no ahora. Nos veremos en el C.M.I. mañana después de mi entrevista con el doctor Webst.</p> <p>—Muy bien. —El suspiró cuando Dalt bajó del coche—. Buena suerte. —Sin añadir nada más, apretó el acelerador y se marchó.</p> <p>—Ya sabes lo que dicen sobre el infierno, la furia y las mujeres despechadas —observó el socio.</p> <p>—Sí, lo sé, pero no creo que sea una de ésas... Es demasiado inteligente para reaccionar de un modo tan primitivo.</p> <p>El cuarto reservado para Dalt estaba listo y su equipaje llegaría de un momento otro desde el espaciopuerto. Caminó hacia la ventana que se veía opaca, tocó un interruptor, y observó cómo la pared exterior se volvía transparente. Eran las 18.75 de un día de veintisiete horas —tardaría algún tiempo en acostumbrarse a ellos después de vivir en Derby días de veinticuatro horas— y la puesta de sol era una explosión anaranjada detrás de las colinas. Y con seguridad, se vería mejor desde la casa de El en el campo.</p> <p>—Pero la has rechazado —dijo el socio, cogiendo al vuelo el pensamiento—. Bueno, ¿qué vamos a hacer esta noche? ¿Saldremos a ver cómo se entretienen los miembros de esta vibrante metrópolis?</p> <p>Dalt se agachó junto a la ventana con la espalda apoyada en la pared.</p> <p>—Creo que me quedaré aquí y pensaré un rato. ¿Por qué no te marchas? —susurró en voz alta.</p> <p>—No puedo irme...</p> <p>—¡Ya sabes lo que quiero decir!</p> <p>—Sí, sé lo que quieres decir. Nos sucede esto cada vez que tenemos que desarraigarnos porque tus compañeros comienzan a lanzarte miradas suspicaces. Empiezas a añorar a Jean...</p> <p>—¡No añoro a Jean!</p> <p>—Llámalo cómo quieras. Te deprimes como una gallina de Lentemia que ha perdido a sus pollitos. Pero el problema no es Jean. Jean no tiene nada que ver con estos cambios de humor: está muerta y enterrada y has aceptado el hecho hace mucho tiempo. Lo que realmente te molesta es tu propia inmortalidad. Y no aceptas que la gente sepa que no envejecerás con los años como ellos...</p> <p>—No quiero convertirme en una rareza y no deseo esa clase de notoriedad. Antes de que te des cuenta, vendrá alguien que tratará de descubrir el «secreto» de mi longevidad y no se detendrá ante nada para obtenerlo. Vivo muy bien así, gracias.</p> <p>—Está bien. Son buenas razones, excelentes razones para querer simular ser un mortal entre los mortales. Es el único camino para que podamos hacer lo que queremos. Pero lo que dices es superficial. Dentro de ti se agazapa el hecho de que no puedas vivir como un mortal. No puedes gozar del lujo de llamar infinita a una relación, como hacen muchos mortales, porque «el fin de los tiempos» para ellos es lo mismo que el fin de la vida, la cual es demasiado finita. En tu caso, sin embargo, «el fin de los tiempos» puede llegar y tú estarás allí, observándolo. Por lo tanto, hasta que no encuentres otro compañero inmortal, tendrás que conformarte con relaciones relativamente cortas y tendrás que dejar de sentir resentimiento por el hecho de que no morirás en unas pocas décadas como todos tus amigos.</p> <p>—A veces me gustaría poder morir.</p> <p>—Ambos sabemos que no quieres decir eso; y en el caso de que fueras sincero, no lo permitiría.</p> <p>—¡Márchate, socio!</p> <p>—Ya me voy.</p> <p>Y así fue. Mientras el socio se replegaba en un lejano rincón de su cerebro trabajando con seguridad en algún oscuro problema filosófico o en una remota abstracción matemática, Dalt se quedó por fin solo.</p> <p>Solo. Ésa era la clave de sus negras depresiones periódicas. Se sentía bien una vez que establecía su identidad en un nuevo mundo, conseguía unos pocos amigos y trabajaba en lo que quisiera hacer en ese momento particular de su vida. Incluso podía fabricarse un sentido de pertenencia que le duraba algunas décadas. Entonces comenzaba a suceder, las miradas curiosas, las preguntas probatorias. Muy pronto se hallaba de nuevo en un vapor interestelar, pasando de un mundo a otro, de una vida a otra. La sensación de desarraigo comenzaba a pesar con fuerza sobre él.</p> <p>Desde el punto de vista cultural, también era un extranjero. No se podía hablar de una cultura humana interestelar; cada planeta desarrollaba sus propias tradiciones y estaba orgulloso de ellas. Nadie podía sentirse de verdad en su casa en otro mundo que no fuera el propio y por esa razón, los pasos en falso de un extraño eran tolerados con la esperanza de recibir el mismo trato frente a un error similar en el mundo del otro. A Dalt no le preocupaban los anacronismos de su comportamiento, y con los fragmentos que tomaba de cada mundo en que había vivido se estaba convirtiendo en el único representante de una verdadera cultura interestelar.</p> <p>Pero esto significaba que ningún mundo era su casa; sólo en los vapores interestelares sentía una leve sensación de pertenencia. Incluso en Friendly, su mundo natal, había sido tratado como un extraño, y sólo con grandes dificultades había logrado hallar el rastro de dos habitantes de su ciudad de origen en el transcurso de un reciente y muy descorazonado viaje sentimental.</p> <p>Por supuesto, el socio tenía razón. Casi siempre tenía razón. Dalt no podía elegir dos caminos al mismo tiempo; no podía ser inmortal y retener las prerrogativas de los mortales. Aún era un hombre, y podía vivir entre los hombres, pero tenía que desarrollar la perspectiva de un inmortal; una cosa que hasta el momento no había podido ni querido hacer. El tiempo lo había separado de los hombres y tenía que reconocer este hecho. Hasta ahora había vivido un montón de pequeñas vidas, una después de otra, separadas, diferentes. Y aunque todas le pertenecían, tenía que encontrar una manera de fusionarías en una sola entidad. Tenía que esforzarse por lograrlo. Sin prisa... tenía mucho tiempo por delante...</p> <p>Y allí estaba otra vez esa palabra. Se preguntó cuándo terminaría. O si terminaría alguna vez. ¿Llegaría ese momento, cuando quisiera morir? ¿Podría hacerlo? Las últimas afirmaciones del socio le hacían sentirse inseguro. Compartían un cuerpo y una existencia como resultado de un accidente. ¿Qué ocurriría si uno de los integrantes de la sociedad decidiera renunciar? El socio nunca lo haría; su apetito intelectual era insaciable. No, si alguien alguna vez lo intentara, ése sería Dalt. Y el socio se lo impediría. Parecía una situación lúdica en la superficie, pero bien podría ocurrir de aquí a unos milenios. ¿Cómo lo resolverían? ¿Encontraría el socio el modo de acceder a los deseos de Dalt? Tal vez pudiera destruir su mente; porque para la filosofía del socio la mente es la vida y la vida es la mente. De este modo se quedaría como único propietario del cuerpo.</p> <p>Dalt se encogió de hombros. Por supuesto, la ética del socio le impediría hacer una cosa semejante, a menos que se lo exigiera con firmeza. Sin embargo, no era un pensamiento demasiado reconfortante. A pesar de la oscura niebla de depresión que lo envolvía aquella noche, Dalt comprendió que amaba enormemente la vida y la posibilidad de vivirla. Planeando vivir con intensidad el día siguiente, y todos los, días siguientes, se sumergió en el sueño mientras la segunda de las tres lunas de Tolive se bamboleaba sobre el horizonte.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">6</p> </h3> <p>Algo molesto, Steven Dalt se las arregló para llegar a tiempo a su cita de las 09.50 con el doctor Webst en las oficinas administrativas del C.M.I. Con un fuerte dolor de espalda, tomó asiento en la sala de espera. Se dio cuenta de que tenía hambre.</p> <p>El día había comenzado mal. Si esto era un indicio de lo que seguiría, lo mejor sería regresar al hotel, meterse en la cama y adoptar la posición fetal. Se había levantado tarde y se había golpeado con la ventana. Había tenido que revolver en sus maletas hasta encontrar un traje presentable, y después había bajado corriendo el vestíbulo y había tenido que buscar un taxi que lo llevara hasta el edificio donde se encontraba la administración del C.M.I. No quería hacer esperar al doctor Webst. En los últimos tiempos, Dalt le estaba confiriendo mucha importancia a la puntualidad. Quizá, reflexionaba, a medida que se daba más cuenta de su inmortalidad se volvía más consciente del valor del tiempo de los otros.</p> <p>—Bueno, ¿qué hacemos? —preguntó de repente el socio.</p> <p>—Bienvenido después de tanto tiempo.</p> <p>—Soy yo quien tendría que haber dicho esas palabras. Una vez más: ¿qué vamos a hacer?</p> <p>—¿De qué hablas?</p> <p>—De nosotros. ¿Continuaremos cultivando microbios, nos meteremos con la gerontología, o qué?</p> <p>—No estoy seguro. Tal vez ni siquiera nos quedemos aquí. Nos contrataron para realizar una investigación antimicrobiana, y quizá no nos quieran para otra cosa. Sin embargo, creo que en este momento ya me he cansado de los microbios.</p> <p>—Estoy de acuerdo. Pero, ¿a qué nos dedicaremos?</p> <p>—Aún no lo he decidido...</p> <p>—Bueno, decidámoslo. Dentro de un momento tendremos que enfrentamos con el doctor Webst y será mejor que tengamos algo para decirle.</p> <p>—¿Por qué no improvisamos?</p> <p>Pareció que el socio titubeaba, y luego dijo:</p> <p>—Está bien, pero seamos lo más honestos posibles porque desde esta mañana ya cobramos nuestro sueldo.</p> <p>—Unos cuantos billetes no producirán la bancarrota del C.M.I.</p> <p>—No es ético aceptar un salario sin dar nada a cambio.</p> <p>—Después de tanto tiempo, socio, tu rigidez me sigue fastidiando.</p> <p>—Valor recibido por valor entregado; no lo olvides.</p> <p>—Está bien, está bien, está bien.</p> <p>La puerta que conducía a la oficina del doctor Webst se abrió y un hombre alto y elegante, de perfil aguileño, avanzó hacia Dalt que era el único ocupante del cuarto. Hizo una pausa, dio unos pasos y extendió su mano:</p> <p>—¿Doctor Dalt?</p> <p>—El «Dalt» es correcto, pero no me he doctorado. —En realidad, no era cierto; había obtenido dos doctorados en campos diferentes en vidas anteriores.</p> <p>—Señor Dalt, entonces. Soy el doctor Webst—. Interpretaron el antiguo ritual humano llamado «darse la mano» y a Dalt le gustó la firmeza del apretón de Webst.</p> <p>—Pensaba que tendría más edad, doctor —dijo Dalt mientras entraban en la oficina escasamente amueblada de Webst.</p> <p>El hombre sonrió.</p> <p>—Es gracioso... Yo también esperaba que usted fuera mayor. El artículo que publicó hace un año sobre la fiebre Dasein 11 y los múltiples agentes patógenos que se integran a ella, es un trabajo brillante; se percibía un aura de edad y de experiencia en él.</p> <p>—¿Se dedica a enfermedades infecciosas? —preguntó Dalt con rapidez, ansioso por cambiar de tema.</p> <p>—No, mi campo es la psiquiatría.</p> <p>—¿De verdad? Hice parte de mi viaje desde Derby en compañía de Elien Lettre. ¿La conoce?</p> <p>—Por supuesto. Nuestro departamento tiene puestas muchas esperanzas en ella; es una mujer extremadamente inteligente. —Hizo una pausa y observó una rápida serie de memorandos que pasaban por su visor—. Antes de que me olvide, he recibido una nota de la oficina de personal con respecto a sus papeles. La mayoría están incompletos y les gustaría que se diera una vuelta por allí hoy.</p> <p>Dalt asintió.</p> <p>—Muy bien, trataré de hacerlo por la tarde.</p> <p>A menudo, aquello era un problema: su historia personal. Había cambiado de nombre un par de veces, pero prefería ser conocido como Steven Dalt. Por regla general, se trasladaba de un campo de acción a otro que no tuviera ninguna relación con el anterior y este hecho obviaba la necesidad de referencias; podía comenzar desde abajo como lo había hecho en la universidad de Derby. Con el socio como compañero, muy pronto las autoridades comprendían que tenían a un genio entre ellos. O se metía en terrenos más peligrosos tales como la pesca de chíspenes en Gelc, donde el único requisito para coger el empleo era tener las agallas suficientes para salir con las redes... y no se formulaban preguntas.</p> <p>Para el departamento de personal del C.M.I., había pagado un alto soborno a un oficial de la oficina de registros de Derby con el objeto de que le facilitara algunos documentos en los que figurara como nativo de aquel planeta. Intencionalmente, había sido vago en los datos y había rellenado las solicitudes del C.M.I. en forma descuidada a fin de evitar preguntas hasta que todo estuviera listo. Ahora lo único que podía hacer era esperar.</p> <p>—Una pregunta —dijo Dalt. Webst lo miró—. ¿Por qué me recibe un psiquiatra en lugar de hacerlo una persona del departamento de microbiología?</p> <p>—Por razones de protocolo, creo. El doctor Hyne es el jefe de aquel departamento pero está de vacaciones. Según nuestra costumbre, toda la gente nueva de importancia —y usted entra dentro de esa categoría— recibe la bienvenida de un jefe de departamento. Y soy el jefe del de psiquiatría.</p> <p>—Ya veo —asintió Dalt—. ¿Pero cuándo podré...?</p> <p>El teléfono de Webst zumbó.</p> <p>—¿Sí?</p> <p>La palabra activó la pantalla y el rostro de un técnico hizo su aparición:</p> <p>—Mensaje privado, doctor.</p> <p>Webst levantó el auricular y movió la pantalla de modo que la imagen desapareciera de la vista de Dalt.</p> <p>—Adelante. —Escuchó, asintió, dijo: «Voy en seguida», y colgó—. ¿Ya ha desayunado? —preguntó a Dalt, cuyo movimiento de cabeza no dejó dudas sobre el estado de su estómago—. Muy bien, siéntase como en su casa; acomódese en esa mesa y ordene lo que quiera. Tengo que ir a revisar un equipo... Tardaré sólo unos minutos. Descanse y disfrute de la comida; tenemos un restaurante excelente, y nuestras gallinas ponen unos huevos deliciosos. —Hizo un saludo con el brazo y salió.</p> <p>—¡Que el dios de los estómagos vacíos le bendiga y le proteja! —remarcó el socio mientras Dalt encargaba la comida—. Anoche no cenamos y esta mañana no hemos desayunado. Demasiados descuidos.</p> <p>Dalt aguardaba hambriento.</p> <p>—No he podido evitarlo.</p> <p>—Me gusta Webst —dijo el socio en el momento en que una bandeja humeante salía de una abertura de la pared—. Parece un individuo bastante sencillo y le resultaría fácil ser de otro modo, a su edad y ocupando un cargo tan alto.</p> <p>—No había pensado en ello. —Dalt comenzó a comer con auténtico placer.</p> <p>—Y lo mejor de todo es que no hace alardes de sencillez. Le resultó muy natural acompañarte personalmente al comedor, ¿no es cierto? Sin embargo, piénsalo: la mayoría de los jefes de departamento hubiesen preferido que la recepcionista te abriera la puerta y te hiciese pasar. Este hombre ha realizado un esfuerzo para que te sintieses como en tu casa.</p> <p>—Quizá le han nombrado jefe hace muy poco tiempo y aún no sabe cómo actuar.</p> <p>—Steve, tengo la sensación de que el doctor Webst ha Regado a la cumbre de su carrera, que lo sabe y que puede comportarse como diablos se le ocurra.</p> <p>Webst regresó en ese momento con aspecto de preocupado. Fue directamente hacia su escritorio, se sentó y miró a Dalt con una expresión de perplejidad en el rostro.</p> <p>—¿Qué ocurre? —preguntó por fin Dalt.</p> <p>—¿Hmmm? —Webst sacudió su cuerpo—. ¡Oh, nada! Un problema técnico..., creo. —Hizo una pausa—. Quiero decirle algo: en el departamento de microbiología están todos muy ocupados hoy. Le invito a conocer el de psiquiatría. Ya sé que está ansioso por ver micro...</p> <p>—No es para tanto —interrumpió el socio.</p> <p>—...de este modo, al menos puede empezar a conocer el C.M.I.</p> <p>Dalt se encogió de hombros.</p> <p>—No tengo ningún inconveniente. Muéstreme el camino.</p> <p>Webst pareció muy complacido por la actitud de Dalt y le condujo por una puerta trasera hasta un pequeño garaje.</p> <p>—Nos está mintiendo, Steve.</p> <p>—Siento exactamente lo mismo. ¿Crees que tendremos problemas?</p> <p>—Lo dudo. Es un pésimo mentiroso, no creo que esté muy acostumbrado a los embustes. Sólo quiere llevamos al departamento de psiquiatría. Hagámosle el juego y veamos qué se trae entre manos. Tal vez encontremos la oportunidad de abandonar los microbios y entrar en otro campo. ¿No te interesan las enfermedades mentales?</p> <p>—No me importan demasiado.</p> <p>—Bueno, empieza a hacer alguna pregunta. ¡Demuestra un poco de interés!</p> <p>—¡Está bien, señor!</p> <p>—... buen tiempo, por lo tanto creo que cogeremos el camino más pintoresco —decía Webst—. Cuando llueve, cosa que no ocurre muy a menudo, utilizamos un túnel. Al principio pensamos edificar una cúpula, pero el tiempo es tan uniforme que no tenía sentido realizar semejante gasto.</p> <p>El pequeño automóvil se deslizó por el sendero, y la combinación del cálido sol, la fresca brisa que se colaba por la ventanilla abierta y su estómago lleno, amenazó con hacer dormir a Dalt. A marcha regular, atravesaron unas formaciones de edificios bajos, limpios, agradables, con intrincados jardines entre ellos.</p> <p>—Las preguntas, Steve —urgió el socio.</p> <p>—Dígame, doctor, si me permite el atrevimiento, ¿qué suma astronómico paga el C.M.I. por esta enorme porción de tierra situada tan cerca del centro de la ciudad?</p> <p>Webst sonrió.</p> <p>—Olvida que el C.M.I. ya estaba aquí antes de que usted y yo naciéramos.</p> <p>—Hable sólo de usted, señor —comentó el socio.</p> <p>—...y que la ciudad era sólo un pueblecito cuando la central se instaló. En realidad, Spoonerville creció alrededor del C.M.I.</p> <p>—Bien, debo decir que es hermosa.</p> <p>—Muchas gracias. Nos sentimos orgullosos de ella.</p> <p>Dalt miró al pasar uno de los muchos jardines y preguntó:</p> <p>—¿Qué ocurre con la psiquiatría en estos tiempos? Estaba convencido de que las enfermedades mentales pertenecían al pasado. Existen los enzimas y...</p> <p>—Los enzimas sólo controlan la esquizofrenia; del mismo modo que la insulina controlaba la diabetes antes de la aparición de los injertos de células beta. No existe curación por ahora, y no preveo una solución en un largo tiempo. —Sin que él se diera cuenta, su voz adquirió un tono de conferenciante—. Todo el mundo pensó que se había hallado una solución cuando Schimmelpenninck aisló las cadenas del sustrato enzimático en el sistema límbico del cerebro. Pero aquello fue sólo el principio. Existen diferentes grados y tipos de esquizofrenias, con rupturas en diversos puntos de las cadenas; sin embargo, el contexto del paciente también es muy importante.</p> <p>Webst hizo una pausa mientras el coche doblaba una esquina y se detenía para esperar que se abriera un portón automático. En seguida se encontraron en un patio octogonal lleno de gente dispersa por todos lados: en grupos o solos, hablando o tomando el sol.</p> <p>—Son los pacientes que pueden andar —replicó ante la mirada interrogante de Dalt—. Les damos el máximo de libertad posible, aunque también tratarnos de evitar que anden vagabundeando por ahí. Son inofensivos y están aquí por voluntad propia. —Se aclaró la garganta—. ¿Qué estaba diciendo? ¡Ah, sí! Por lo tanto, todo se reduce a un delicado equilibrio entre la química, el intelecto y el ambiente. Si el individuo ha aprendido a manejar la tensión, a menudo puede minimizar los efectos psicóticos de una ruptura mayor de la cadena enzimática. Si no ha aprendido a hacerlo, una ruptura insignificante en el término de una cadena puede conducirle a una locura irreparable.</p> <p>Webst lanzó una breve carcajada.</p> <p>—No obstante —continuó Webst—, seguimos sin saber de qué hablamos cuando nos referimos a la mente. Podemos mejorar su funcionamiento y su sentido de la realidad con nuestras drogas y con nuestras técnicas de enseñanza. Sin embargo, aún sigue siendo un enigma que desafía cualquier análisis cuantitativo.</p> <p>Guió el automóvil a través de una abertura cercana a un gran edificio azul y se apearon. Webst siguió hablando:</p> <p>—Por otra parte, tenemos los psicóticos quimionegativos. Todas sus cadenas enzimáticas parecen estar intactas; sin embargo, están divorciados por completo de la realidad. Son las víctimas de los llamados «horrores». A estos los tratamos aquí en Big Blue; son nuestros pacientes desahuciados —afirmó mientras acariciaba con su mano un disco que se hallaba en el marco de la puerta. En silencio, la primera de las dos puertas se abrió; entraron, y sólo cuando estuvieron dentro y la primera cerrada, comenzó a abrirse la segunda.</p> <p>—¿Son peligrosos? —preguntó Dalt intranquilo.</p> <p>—Solo para sí mismos. Estos pacientes están desconectados por completo de la realidad y les podría ocurrir cualquier cosa si se perdieran.</p> <p>—¿Qué es lo que les sucede? En la estación orbital, pude ver cómo a un hombre le daba uno de estos ataques.</p> <p>Webst torció la boca hacia un lado.</p> <p>—Por desgracia, no son «ataques» que se pasen. La víctima es golpeada por algo que aún no conocemos, grita en forma histérica y pasa el resto de su vida —al menos creemos que será así dado que el primer caso se produjo hace sólo diez años— desconectada del mundo. Todos los días aparecen nuevos casos en cada planeta de la Federación. Se rumorea que ahora han comenzado también los tarcos. Necesitamos hacer algún descubrimiento, encontrar un camino de salida. —Webst hizo una pausa y añadió—: Miremos por aquí.</p> <p>Abrió una puerta señalada con el número 12 y dejó que Dalt entrara antes que él en el cuarto. Estaba limpio y ordenado, con una cama, dos sillas y una luz indirecta. Estaba vacío, o al menos aquello fue lo que Dalt pensó hasta que Webst le señaló un rincón, detrás de una de las sillas. Una muchacha de no más de dieciocho años se agazapaba, temblando, en un estado de terror espantoso.</p> <p>Webst se acercó hasta un disco que estaba en la pared y agitó su mano sobre él.</p> <p>—Soy el doctor Webst. Estoy en el cuarto 12 con el señor Dalt.</p> <p>—Gracias, doctor —dijo una voz masculina—. ¿Puede bajar al vestíbulo un minuto?</p> <p>—Por supuesto —replicó, y se volvió hacia Dalt—. ¿Por qué no se queda aquí e intenta hablar con Sally mientras veo qué quieren? Es absolutamente inofensiva, no quiere —ni puede— hacer daño a nadie ni a nada, y éste es el problema crucial. Hemos normalizado sus enzimas y la hemos tratado con todos los agentes psicotrópicos conocidos para romper su caparazón. Sin resultados. Incluso hemos vuelto a emplear los métodos antiguos de terapia electroconvulsiva y los choques insulínicos. —Suspiró— Nada. Trate de hablar con ella y verá contra qué luchamos.</p> <p>Cuando Webst se marchó, Dalt volvió su atención hacia la muchacha.</p> <p>—Qué pena, ¿no? —dijo el socio.</p> <p>Dalt no contestó. Observaba a la muchacha; alguna vez debió de ser atractiva. Su cara tenía una expresión desolada, como de animal perseguido, que provocaba permanentes arrugas en su piel. Sus ojos, cuanto no permanecían fuertemente apretados, se abrían, enormes, y giraban en todas direcciones. Sus brazos se abrazaban a las rodillas que se apretaban contra el pecho, y sus manos estaban asidas de tal modo que sus nudillos se veían blancos.</p> <p>—Esto va resultar muy interesante —dijo por fin Dalt al socio. —Yo también lo creo. Pienso que además sería interesante averiguar qué está planeando el doctor Webst. Obviamente, nos ha traído hasta aquí para ganar tiempo.</p> <p>—Quizá quiera que trabajemos en su departamento.</p> <p>—No lo creo. Sabe que no estamos capacitados para este campo.</p> <p>—Hola, Sally —dijo Dalt.</p> <p>Sin respuesta.</p> <p>—¿Me escuchas Sally?</p> <p>Sin respuesta.</p> <p>Agitó una mano frente a los ojos de la chica.</p> <p>Sin respuesta.</p> <p>Golpeó las manos con fuerza cerca de la oreja izquierda de Sally.</p> <p>Sin respuesta.</p> <p>Colocó las manos sobre sus hombros y la sacudió con suavidad pero con firmeza.</p> <p>Sin respuesta. Ni un parpadeo, ni un cambio de expresión ni un sonido ni la más leve huella de un movimiento voluntario.</p> <p>Dalt se puso de pie y se volvió. El doctor Webst estaba parado en la puerta mirándole fijamente.</p> <p>—¿Algo va mal, doctor?</p> <p>De nuevo parecía preocupado, con aquella expresión azorada que no tenía mucha cabida en su rostro.</p> <p>—No diría eso —replicó con lentitud—. En realidad, algo debe de funcionar muy bien. Pero tengo que revisarlo más. —Parecía frustrado—. ¿No le importaría pasar por la oficina de personal para poner en orden sus papeles mientras yo arreglo algunas cosas por aquí? Sé lo que está pensando... Sin embargo, el C.M.I. está mucho mejor organizado de lo que parece. Es que esta mañana hemos tenido algunas extrañas ocurrencias sobre las que le hablaré más tarde. Por el momento, estaré bastante ocupado.</p> <p>Dalt no tenía intenciones de visitar el departamento de personal. En un impulso, preguntó:</p> <p>—¿Está Elien aquí?</p> <p>El rostro de Webst se iluminó.</p> <p>—¿La doctora Lettre? Sí, está en el edificio contiguo. —Guió a Dalt hasta la entrada y le señaló un edificio rojo que estaba al otro lado del jardín, a unos veinte metros de donde se hallaban—. Su oficina está situada en la última puerta a la derecha. Estoy seguro de que se sentirá feliz de poder mostrarle su sección. Le veré allí más tarde. —Deslizó su mano sobre el disco de la puerta y la puerta interior comenzó a abrirse.</p> <p>—Un buen sistema de seguridad —dijo el socio mientras dejaba atrás a los pacientes que deambulaban por allí—. Los intercomunicadores y las cerraduras de las puertas están preparados para responder sólo ante las palmas de las manos del personal autorizado. Los pacientes se quedan donde los dejas.</p> <p>—A menos que alguno se ponga violento y decida que el modo más rápido de conseguir su libertad es cortarle la mano autorizada a alguien y huir del complejo.</p> <p>—A veces no alcanzo a comprender tu sentido del humor... Pero ocupémonos de asuntos más urgentes.</p> <p>—¿Cuáles?</p> <p>—Webst. Al principio nos mintió para llevamos a ver las unidades de psiquiatría; ahora parece ansioso por librarse de nosotros e inventa excusas poco convincentes. Me gustaría saber qué le pasa.</p> <p>—Tal vez sólo sea poco competente y poco ordenado.</p> <p>—Te aseguro, Steve, que ese hombre es cualquier cosa menos un incompetente. Obviamente está sorprendido por algo en lo que estamos implicados.</p> <p>—Sin embargo, ha prometido damos explicaciones más tarde.</p> <p>—Exacto. Esperemos que cumpla su promesa.</p> <p>La puerta que Webst había señalado se abrió con facilidad ante el leve toque de Dalt y no se cerró detrás de él. Dedujo que no debía de haber pacientes encerrados en este sector del edificio. Sobre una puerta había un disco de bronce con un nombre grabado: ELIEN H. LETTRE. Llamó.</p> <p>—Adelante —dijo una voz familiar. El estaba tan hermosa con su bata gris como lo había estado a bordo de la nave con el vestido adherente.</p> <p>—¿Han traído ya el informe? —preguntó sin levantar la vista—. Han pasado casi diez minutos.</p> <p>—Estoy seguro de que pronto estará aquí —dijo Dalt.</p> <p>La cabeza de El se levantó en seguida y la muchacha le dedicó una sonrisa. Dalt pensó que no la merecía a causa del frío tratamiento que le había dispensado la noche anterior.</p> <p>—¿Cómo has llegado hasta aquí? —preguntó con un tono alegre.</p> <p>—El doctor Webst me mostró el camino.</p> <p>—¿Le conoces?</p> <p>—Desde esta mañana.</p> <p>—¡Oh!, pensé que venías para trabajar en microbi...</p> <p>Dalt levantó una mano.</p> <p>—Es una larga historia que todavía no acabo de entender. Sin embargo, aquí estoy, y prometiste enseñarme tu unidad algún día.</p> <p>—Muy bien. De cualquier manera estaba a punto de tomarme un descanso.</p> <p>Le llevó a través de un lento recorrido por el ala del edificio que le correspondía. Allí se estaban poniendo en práctica algunos principios behavioristas para la rehabilitación de aquellos esquizofrénicos que habían respondido satisfactoriamente a los tratamientos médicos. El estómago de Dalt había comenzado a gruñir de nuevo cuando regresaron a la oficina.</p> <p>—¿Puedo invitarte a almorzar?</p> <p>—¿Estás seguro de que puedes comprometerte? —dijo El mirándole de reojo.</p> <p>—Está bien —rió Dalt—. Lo merezco. ¿Qué contestas? Tienes que comer en alguna parte.</p> <p>La muchacha sonrió.</p> <p>—Me encantaría almorzar contigo, pero antes tengo que terminar el trabajo. El «descanso» no significa que pueda tomarme una hora libre. —Pensó un minuto—. Hay un lugar en la plaza...</p> <p>—¿Quieres decir que tenéis una plaza en la ciudad?</p> <p>—Es la tradición de Tolive. Todas las ciudades tienen una. La plaza pública es uno de los escasos ejemplos de propiedad común en el planeta. Se utiliza para discusiones públicas y... para otros asuntos de interés general.</p> <p>—Ha de ser un buen lugar para un restaurante. Me gustará.</p> <p>—Estoy segura. ¿Por qué no nos encontramos allí a las 13.00? Mientras tanto puedes familiarizarte con la plaza e ir captando el ambiente de Tolive.</p> <p>La plaza estaba cerca del complejo del C.M.I. y El le indicó cómo llegar hasta ella; después llamó a un ordenanza para que lo guiara a través del laberinto de edificios hasta la salida.</p> <p>La fresca brisa compensaba el calor del sol mientras caminaba; y cuando comparó sus vagos recuerdos del viaje en taxi por la mañana con las explicaciones que El le había dado, se dio cuenta de que su hotel no estaba lejos de la plaza. Estudió a los peatones con los que se cruzaba en su camino con la intención de descubrir algún rasgo particular, pero no logró encontrar ninguno. Los hombres usaban todo tipo de ropa, desde chaquetas hasta monos de trabajo. mujeres, desde saris hasta vestidos adherentes que las hacían aparecer semidesnudas.</p> <p>Las tiendas comenzaron a proliferar a lo largo de la calle y Dalt advirtió que estaba cerca de la plaza. Un cartel le llamó la atención: LA CHISPA DE LIN, escrito en letras grandes, y abajo, en letras más pequeñas, Para el viajero inteligente.</p> <p>—Aún falta mucho para el almuerzo —dijo el socio—. Veamos lo que venden en Tolive. Se puede aprender muchísimo sobre el clima intelectual de una cultura a partir de sus obras literarias.</p> <p>—De acuerdo. Veamos.</p> <p>Por el cartel que encontraron en la puerta comprendieron ante qué clase de negocio se hallaban: «Informamos de que mucha gente considera obsceno el material que se vende en este negocio. Usted puede ser uno de ellos».</p> <p>Adentro encontraron una colección de fotografías, revistas, telehistorias, videocasettes, etc.; la mayoría dedicados a la actividad sexual. Las categorías comprendían humano con humano, humano con animal, humano con plantas. El resto era algo enfermizo.</p> <p>—Nos vamos —dijo Dalt al socio.</p> <p>—Espera un minuto. Esto se está poniendo interesante.</p> <p>—No para mí. Ya he visto lo suficiente.</p> <p>—Se supone que los inmortales no deben ser tan remilgados.</p> <p>—Bueno, todavía me faltan dos siglos por lo menos, antes de que pueda soportar toda esta basura. ¡Mi felicitación al clima cultural de Tolive!</p> <p>Y salieron de nuevo a la calle. Caminaron media manzana más y llegaron a la plaza, que era redonda. En realidad era un círculo enorme de tránsito, bordeado por tiendas y pequeñas oficinas. Dentro del círculo había un parque con césped y árboles, y sectores de juegos para los niños. En el centro se alzaba una gran estructura blanca, una especie de monumento o un objeto de arte de gran tamaño perteneciente a una corriente abstracta ya superada.</p> <p>Dalt recorrió algunas casas de venta de ropa y estuvo tentado de efectuar alguna compra, pero recordó que todavía no tenía crédito en Tolive. Por lo tanto se conformó con ver cómo compraban los demás. Observó cómo una mujer bastante gruesa se subía a una plataforma de pruebas, pulsaba un botón y elegía estilo, textura y código de color, y esperaba que los sensores que tomaban las medidas se elevaran desde el suelo. Un zumbido anunció que su orden estaba siendo procesada, y la mujer se bajó de la tarima y se sentó a esperar a que la pieza que había encargado fuera confeccionada de acuerdo con sus instrucciones.</p> <p>Al lado había una tienda dedicada a la venta de fármacos y Dalt entró a curiosear sin rumbo por sus dependencias hasta que escuchó que un cliente pedía una dosis de quinientos miligramos de Zemmelar, el nombre comercial de un poderoso alucinógeno y narcótico.</p> <p>—¿Está seguro de lo que me está pidiendo? —preguntó el hombre que estaba detrás del mostrador.</p> <p>El cliente asintió:</p> <p>—Lo tomo con regularidad.</p> <p>El vendedor suspiró, cogió la tarjeta de crédito del cliente y encargó el pedido. Cinco paquetes cilíndricos cayeron sobre el mostrador.</p> <p>—Usted está en su derecho; puede hacer lo que quiera —le dijo al hombre; éste se guardó el pedido en el bolsillo y salió con rapidez.</p> <p>Al ver a Dalt, el vendedor estalló en carcajadas; después levantó una mano para detenerle al ver que había comenzado su retirada.</p> <p>—Lo siento, señor, pero, por la expresión de su cara, usted debe de ser extranjero.</p> <p>—¿Qué quiere decir?</p> <p>—Quiero decir que cree haber sido testigo de una audaz transacción ilegal.</p> <p>—Y bien, ¿acaso no lo ha sido? La droga está reservada para casos límites, ¿no es cierto?</p> <p>—Fue creada para eso —replicó el hombre—. Se supone que bloquea todas las sensaciones corporales y acentúa las fantasías más agradables del paciente. Cuando me toque irme, espero que alguien tenga el suficiente sentido común para inyectármela.</p> <p>—Pero el hombre ha dicho que la empleaba con regularidad.</p> <p>—Sí. Me temo que sea un adicto. Probablemente es nuevo en la ciudad... No lo había visto antes.</p> <p>—Sin embargo, la droga es ilegal.</p> <p>—Por esta razón sé que es usted un extranjero. En Tolive, no existen drogas ilegales.</p> <p>—¡No puede ser!</p> <p>—Se lo aseguro, señor. ¿Desea alguna en particular?</p> <p>—No —dijo Dalt mientras se volvía lentamente y salía del negocio—. No, gracias.</p> <p>—Tardaremos algún tiempo en acostumbramos a este lugar —le dijo al socio mientras cruzaban la calle hacia el parque y se sentaban sobre el césped debajo de una de las coníferas.</p> <p>—Sí. Aparentemente no tienen los tabúes que la mayor parte de la humanidad ha arrastrado desde la Tierra durante el período de desgajamiento.</p> <p>—Me parece que algunos de estos tabúes no son desagradables. Una parte del material que vimos en el primer negocio era absolutamente degradante. Y si resulta posible que cualquiera, con una tarjeta de crédito, se convierta en un adicto al Zem... no me gusta.</p> <p>—Sin embargo, tienes que admitir que la gente parece muy civilizada. A pesar de esa carencia de tabúes tradicionales de la cultura humana, parecen muy educados. Admítelo.</p> <p>—De acuerdo. Lo admito.</p> <p>Dalt miró a través del parque y observó que un buen número de personas se había congregado alrededor del monumento blanco. Unas letras, ilegibles a la distancia, se destacaban, iluminadas sobre un manchón oscuro, cerca de su vértice. Mientras estaba mirando un cilindro se elevó desde la plataforma y extendió lo que parecía ser un rígido apéndice de una sola pieza con una especie de correa que fluía desde su extremo. Un joven sin camisa fue llevado hasta la plataforma. Se produjo un ligero revuelo entre los espectadores, y el joven fue atado a un pilar.</p> <p>La máquina de un solo brazo comenzó a azotarlo en la espalda desnuda.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">7</p> </h3> <p>—Primero termina tu bebida, luego hablaremos —dijo El.</p> <p>—En realidad no hay mucho de qué hablar —respondió Dalt con sequedad—. Me iré de este planeta tan pronto como encuentre una nave que me lleve.</p> <p>Bebieron, en silencio, sumergidos en el barullo del restaurante, y los pensamientos de Dalt volvían una y otra vez hacia aquella increíble escena del parque como si intentara descubrir que lo que había visto no había sido más que una broma. Sin embargo, los gritos de dolor del hombre y los latigazos sobre su espalda no dejaban lugar a dudas. Nadie en el parque parecía darle demasiada importancia; algunos se detenían a leer el letrero y después proseguían su camino con indiferencia.</p> <p>También Dalt leyó lo que decía:</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>A. Nelso.</p> <p>Acusado de robo de un automóvil particular, el 9-6 Condenado el 9-20. Apelación denegada. Sentencia de castigo público, potencia 0.6. Se le administrarán unidades Gomier el 9-24.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Los latigazos cesaron y las letras desaparecieron. Desataron al hombre y lo ayudaron a bajar de la plataforma. Mientras Dalt trataba de averiguar si las lágrimas del joven eran producto del dolor o de la humillación, una mujer joven, de unos treinta años, con cabello rojizo, subió al estrado. Usaba una especie de armadura que cubría sus pechos y el abdomen; sin embargo, su espalda quedaba al descubierto. Mientras los ayudantes la ataban al pilar, el cartel cobró vida de nuevo:</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>H.T. Hammet.</p> <p>Acusada de robo de un televisor portátil de un negocio de venta al por menor el 9-8. Condenada el 9-22. Apelación denegada. Sentencia de castigo público, potencia 0.2. Se le administrarán unidades Gomier el 9-24.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>El cilindro levantó el látigo y estiró su brazo. La mujer retrocedió y se mordió el labio inferior. Dalt se sintió mal y abandonó el lugar.</p> <p>—¡Bárbaros! —exclamó el socio una vez que cruzaron la calle y se encontraron de nuevo en la zona de los comercios.</p> <p>—¿Qué? ¿No decías que no había que ser remilgado?</p> <p>—Un comportamiento sexual desviado, practicado en forma voluntaria, no es lo mismo que estos azotes públicos. ¿Cómo es posible que gente supuestamente civilizada continúe con esta brutalidad propia de la edad de piedra?</p> <p>—No lo sé y no me importa. Tolive ha perdido ya todo su interés en lo que a mí respecta.</p> <p>Una figura familiar apareció ante ellos. Era El.</p> <p>—¡Hola! —dijo casi sin aliento—. Lamento llegar con retraso.</p> <p>—No me había dado cuenta —replicó Dalt con frialdad—. Estuve demasiado ocupado contemplando el atávico espectáculo del parque.</p> <p>La muchacha se asió a su brazo.</p> <p>—Vamos. Comamos algo.</p> <p>—Te aseguro que ya no tengo apetito.</p> <p>—Entonces, bebamos algo y charlemos —dijo mientras lo arrastraba del brazo.</p> <p>—Vayamos, Steve —le animó el socio—. Me interesa oír su defensa de los castigos públicos.</p> <p>Al ver un letrero indicador de un restaurante, Dalt se encogió de hombros y se encaminó hacia la entrada.</p> <p>—Allí no —dijo El—. Han perdido su licencia la semana pasada. Vamos a Logues, no está lejos de aquí.</p> <p>El no intentó proseguir la charla y lo condujo hacia el restaurante. Durante el trayecto, Dalt permitió que sus ojos vagaran sobre el parque una vez más. No cruzaron ni una palabra hasta que estuvieron sentados frente a las bebidas.</p> <p>El modesto mobiliario de Logues y sus discretas luces se veían compensados por el extravagante empleo de camareros humanos.</p> <p>Después del segundo trago, Dalt rompió el silencio.</p> <p>—Querías que viera los azotes públicos, ¿no es verdad? —dijo clavando sus ojos en los de ella—. Querías decir eso cuando hablabas de captar «el clima de Tolive». Pues bien, lo he captado demasiado, hasta el cansancio.</p> <p>Exasperadamente paciente, El paladeó su bebida. Después dijo:</p> <p>—¿Por qué te sientes tan ofendido?</p> <p>—¡He visto los azotes! —le espetó Dalt—. ¡Azotes públicos! ¡Por esa razón abandoné la Tierra antes que los otros!</p> <p>—¿Preferirías castigos privados? —Su boca dibujaba la huella de una sonrisa.</p> <p>—Preferiría que no existieran los azotes, y no aprecio tu sentido del humor. Vi el rostro de aquella mujer. Sufría.</p> <p>—Pareces especialmente preocupado por el hecho de que tanto los hombres como las mujeres reciban un castigo.</p> <p>—Tal vez sea un anticuado, pero no me gusta ver cómo azotan a una mujer.</p> <p>El le miró fijamente.</p> <p>—Hay mucho de anticuado en ti. ¿Sabías que caes en un modelo de lenguaje arcaico cuando te excitas? Pero hablaremos de ello en otra oportunidad; en este momento me gustaría investigar tu despótica actitud con respecto a las mujeres.</p> <p>—Por favor... —comenzó Dalt, pero ella siguió adelante.</p> <p>—Ocurre que quiero ser tan madura, tan responsable, tan racional como cualquier hombre que conozca, y si cometo un delito, deseo que asumas que sabía exactamente lo que estaba haciendo. Cualquier indulgencia por el hecho de ser mujer la tomo como un insulto personal.</p> <p>—Muy bien. No nos desviemos hacia ese antiguo debate. El asunto que nos atañe es el castigo corporal en un lugar público.</p> <p>—¿Crees que los azotes se administran por deporte? —preguntó El—. ¿La gente que andaba por allí se divertía?</p> <p>—Las respuestas son «no» y «no»..., y no empieces a jugar a ser Sócrates conmigo.</p> <p>El insistió:</p> <p>—¿Se hundía el látigo profundamente en sus espaldas? ¿Sangraban? ¿Gritaban a causa del dolor?</p> <p>—¡Basta de preguntas! No, ni gritaban ni sangraban. Sin embargo, sufrían.</p> <p>—¿Por qué les hacían sufrir?</p> <p>Dalt miró el rostro sereno de El durante unos minutos.</p> <p>—¿Por qué haces esto?</p> <p>—Porque tengo la sensación de que puedes llegar a ser alguien muy importante para el C.M.I. y no quiero que nos dejes antes de leer el Contrato.</p> <p>—¿El Contrato del C.M.I.? Lo he leído y no hay nada...</p> <p>—No me refiero a ése; hablo del Contrato de Tolive.</p> <p>—No comprendo —dijo Dalt mientras sacudía su cabeza.</p> <p>—No esperaba que entendieses —agregó El en seguida—. Quiero decir que el doctor Webst estaba muy nervioso esta mañana y me imagino que se olvidó de darte una copia o de explicarte algo acerca de él.</p> <p>—En efecto. No tengo la menor idea acerca de lo que hablas.</p> <p>—Muy bien. Entonces me encargaré de ofrecerte un bosquejo de lo que puedes esperar de Tolive y de lo que Tolive espera de ti. El Contrato suena bastante frío e inútil, a menos que conozcas el pasado del planeta y entiendas las razones de algunas de sus cláusulas.</p> <p>—Me parece que no vale la pena que gastes saliva.</p> <p>—Sí, tú vales la pena. Ahora estás interesado, aunque no lo admitas.</p> <p>Dalt suspiró en forma reluctante.</p> <p>—Lo admito. Pero no creo que nada de lo que digas me hará comprender los castigos públicos.</p> <p>—Limítate a escuchar. —El terminó su bebida y pidió otra—. Como la mayoría de los restantes planetas miembros de la Federación, Tolive fue alguna vez un planeta desgajado. Fue tomado por un grupo muy grande de anarquistas que abandonó la Tierra entre las primeras colonias. No guardaban ningún parecido con el estereotipo de barba, con los tirabombas de los viejos días de la Tierra, ni tampoco con los modernos Broohnins. Simplemente sostenían la teoría de que ningún hombre tiene derecho a decidir, por los demás. Una filosofía noble, ¿no?</p> <p>Dalt se encogió de hombros.</p> <p>—Sin embargo —continuó El—, como la mayoría de los anarquistas de su tiempo, eran antiinstitucionalistas. O querían ningún tipo de gobierno: ni policía, ni cortes, ni cárceles, ni trabajos, fue el origen de muchos problemas. No querían ningún gobierno. Todo tenía que ser manejado por firmas privadas. Les llevó un par de generaciones poner aquello en marcha, y funcionó bastante bien... al principio. Entonces las fuerzas policiales privadas se desmadraron; se unieron, tomaron la ciudad e intentaron organizar una especie de estado neofeudal. Se tuvo que contratar a otra policía privada para reducirlos. El saldo fue una gran matanza y la destrucción de la propiedad. —Hizo una breve pausa mientras el camarero le traía otra bebida fresca y sugirió que tomaran un plato de verduras—. Por lo tanto, después de que estos hechos se repitieran varias veces, nosotros, mejor dicho, nuestros antepasados decidieron que había que actuar. Después de un largo debate, se Regó a la conclusión de que era necesario crear un mínimo de instituciones públicas: policía, castigos y administración.</p> <p>—¿Sin legislación?</p> <p>—Estuvieron de acuerdo en crear cargos para aquellos hombres a quienes les gustara ejercer un control sobre los demás; el concepto exacto de legislación fue dejado en suspenso... y, por lo que sé, aún lo está. Quiero decir, ¿qué clase de hombre desea perder su vida haciendo planes y reglamentos para alterar o encadenar la vida de sus semejantes antes que la suya propia? Existe un fallo básico en esta clase de hombres.</p> <p>—No es un deseo tan inmenso —dijo Dalt—. A lo sumo, aporta el placer de ser el centro de las cosas, de estar en las grandes decisiones.</p> <p>—Y estas decisiones significan poder. Sienten que están mejor capacitados para efectuar decisiones sobre tu vida que tú mismo. Un terráqueo de otra época lo expresó muy bien: «En cada generación, aparecen aquellos que desean gobernar bien; sin embargo, lo que quieren es gobernar. Prometen ser buenos jefes, pero sólo anhelan ser jefes». Su nombre era Daniel Webster.</p> <p>—Nunca lo oí nombrar. Pero dime una cosa: ¿cómo puede haber justicia si no hay ley?</p> <p>—¡Oh!, la ley existe. Lo que no hay es una legislación. Se formuló un código legal mínimo y necesario y se incorporó al Contrato. La policía local coge a aquellos que lo rompen, y los jueces locales determinan el alcance del delito. La autoridad penal dictamina la sentencia que consiste en azotamiento público o prisión.</p> <p>—¿Qué? —dijo Dalt con un tono de burla—. ¿No hay ejecuciones públicas?</p> <p>El no encontró divertida su actitud.</p> <p>—Nosotros no asesinamos a la gente... Pueden ser inocentes.</p> <p>—¡Pero los azotáis! ¡Alguien puede morir en aquel pilar!</p> <p>—En la actualidad, el pilar no es otra cosa que un sofisticado monitor psicológico que mide el dolor físico en unidades Gomier. El juez decide cuántas unidades Gomier deben ser administradas y la máquina determina el nivel relativo que se ha de aplicar a cada individuo. Si aparece algún signo de peligro, la sentencia es anulada en el acto.</p> <p>Hicieron una pausa para que el camarero colocara las bandejas con verduras frías delante de ellos.</p> <p>—Supongo que después lo llevarán a presidio —dijo Dalt mordiendo con ansiedad un tomate con forma de hongo—. Delicioso.</p> <p>—No. Después de que soporte aquella tensión, se considera que ha pagado su deuda. Sólo los criminales violentos van a la cárcel.</p> <p>Dalt la miró asombrado.</p> <p>—A ver si nos entendemos: los criminales no violentos reciben un castigo corporal, mientras que los violentos son solamente encerrados. Es una ridícula paradoja!</p> <p>—En realidad no lo es. ¿Es mejor encerrar a un joven que ha robado un automóvil con ladrones armados, asesinos y secuestradores? ¿Para qué obligar a un ladronzuelo a convivir con bárbaros? ¿Para que aprenda a cometer crímenes mayores? Decidimos destruir el viejo ciclo. Preferimos obligarles a sufrir un poco de dolor físico y algo más de humillación pública durante unos breves instantes, y luego los dejamos que se marchen. Su vida les pertenece de nuevo por completo. Nuestro sistema funciona porque el promedio de crímenes es muy bajo en relación con otros planetas. No por el temor, sino, tal vez, porque hemos roto el ciclo crimen-prisión-crimen-prisión. Los reincidentes escasean aquí.</p> <p>—No obstante, los criminales violentos sólo reciben como castigo la cárcel.</p> <p>—Exacto, pero no les permitirnos convivir con nadie. Históricamente, la cárcel ha funcionado como un nexo de la subcultura criminal. Hemos decidido desterrar ese fallo. No efectuamos ningún intento de rehabilitación; éste es un trabajo individual. El propósito de la prisión en Tobve es el de aislar al criminal violento de los ciudadanos pacíficos y castigarlo en forma temporal con la privación de su libertad. Tiene la posibilidad de elegir entre un confinamiento solitario o un trabajo en una granja.</p> <p>Dalt abrió desmesuradamente los ojos.</p> <p>—¡Trabajar en una granja! Suena a la Edad Oscura.</p> <p>—Lo preferimos antes que convertirlos en aceptables pequeños robots, como hacen en otros planetas más «iluminados». No nos gusta atentar contra la mente de un hombre sin su consentimiento; si pide que se le haga un bloqueo mental para que el tiempo subjetivo pase con mayor rapidez para él, es una decisión suya.</p> <p>—Pero trabajar en una granja...</p> <p>—De alguna manera tiene que ganarse su manutención. Por lo general, un prisionero bloqueado carece de voluntad; en consecuencia, el trabajo en la granja es mínimo. Se lo pone a trabajar en tareas agrícolas simples que podrían ser mejor hechas por una máquina; pero de este modo ayuda a solventar los gastos de alojamiento y vestido. Cuando es liberado del bloqueo que se efectúa una vez al año para darle la opción de seguir bloqueado o de volver al confinamiento solitario suele estar en mejores condiciones físicas que cuando comenzó. Sin embargo, ha perdido una parte de su vida; lo sabe... y tardará en olvidarlo. Si lo desea, y lo pide ante la corte, puede negarse al bloqueo mental; pero entonces permanece solo, alejado de los otros criminales.</p> <p>—Parece terriblemente duro —murmuró Dalt con un ligero movimiento de cabeza.</p> <p>El se encogió de hombros.</p> <p>—Son hombres duros. Han empleado la fuerza física o han amenazado con usarla para obtener lo que querían. No queremos ni debemos ser amables con esa clase de gente en Tolive. Insistimos en que todas las relaciones deben estar libres de la coerción física. Somos completamente libres y responsables de nuestros actos... y queremos que todos tengan muy presente esta responsabilidad. Está en el Contrato.</p> <p>—Pero, ¿con quién es este Contrato?</p> <p>—Pregunta «de quién» —interrumpió el socio.</p> <p>—¡Silencio! —le cortó Dalt.</p> <p>—Con Tolive —replicó El.</p> <p>—¿Quieres decir con el gobierno de Tolive?</p> <p>—No, con el planeta mismo. Declaramos persona a nuestro planeta, del mismo modo que las corporaciones se autotitulaban entidades legales muchos siglos atrás.</p> <p>—Pero, ¿por qué con el planeta?</p> <p>—Por la seguridad de su inmutabilidad. Para ser breve: todos los seres humanos mentalmente sanos, a los seis meses de haber cumplido los veinte años —una edad arbitraria—, deben firmar el Contrato; también deben hacerlo los que llegan al planeta después de esa edad. El Contrato asegura al firmante su derecho a perseguir sus propias metas sin que el gobierno u otros individuos interfieran. A cambio de una suma que no supera el cinco por ciento de su ingreso anual, los agentes del planeta protegen estos derechos: la policía, las cortes, etcétera. Pero si el firmante utiliza la coerción física o amenaza a alguien con ella, debe recibir el castigo reglamentario, sobre el cual ya hemos hablado. El Contrato no puede ser modificado por las generaciones futuras. Lo hacemos para salvaguardar los derechos humanos de los intentos de los tontos, los fabricantes de ídolos y los codiciosos de poder que han destruido todas las sociedades libres que se han animado a levantar su cabeza a lo largo de todo el curso de la historia humana.</p> <p>Dalt interrumpió:</p> <p>—Suena muy noble; pero luego te encuentras con que se puede adquirir libremente una droga tan peligrosa como el Zemmelar, y con negocios que venden el más pecaminoso e inmundo material que he visto en mi vida.</p> <p>—Se vende porque existe gente que quiere comprarlo —replicó El con otro encogimiento de hombros—. Si un firmante desea envilecer su cuerpo con productos químicos con el objeto de visitar un artificial Nirvana, es asunto de su exclusiva incumbencia. Las drogas se venden a precios competitivos; por lo tanto, no está obligado a robar para alimentar su hábito, y el consumidor tiene libertad para controlarlo, hacerse una cura o tomar una sobredosis que le conduzca a la muerte. Y hablando de lujuria; supongo que has llegado hasta Lins; es nuestro pornógrafo local. Lo que sucede es que yo no voy a decirle a otro individuo cómo debe divertirse... Pero, ¿no te has detenido en otros negocios? Hay uno muy grande en una esquina, que vende sólo clásicos, desde La República hasta Hamlet y Crimen y Castigo; desde Aristóteles hasta Hugo, Heinlein y Borjay. Y más abajo, en la calle Ben Tucker, hay un negocio especializado en las nuevas obras tolivianas. Pero no te has molestado en mirarlos.</p> <p>—La escena del parque interrumpió mi paseo —replicó Dalt con suavidad.</p> <p>Durante unos minutos comieron en silencio; ocasión que aprovechó el socio para introducirse:</p> <p>—¿En qué piensas? —preguntó a Dalt.</p> <p>—Estoy pensando que no sé qué pensar.</p> <p>—Bien, mientras tanto, pregúntale acerca del impuesto.</p> <p>—¡Excelente idea! —Dalt tragó un bocado y se aclaró la garganta.</p> <p>—¿Cómo justificas un impuesto en una sociedad voluntarias</p> <p>—Está en el Contrato. Se fijó un máximo de un cinco por ciento, aunque el gobierno gasta mucho, más; hace más de lo que debería.</p> <p>—Pero, no existe un gobierno del que se pueda hablar; ¿en qué gasta tanto dinero?</p> <p>—Obligaciones con la Federación, en su mayor parte: no tenemos ejército, por lo tanto tenemos que depender de la Patrulla de la Federación para que nos proteja de cualquier amenaza exterior. El resto de los gastos va a parar a la policía, los jueces y cosas así. El cinco por ciento nunca alcanza...</p> <p>—En consecuencia, no es una sociedad completamente voluntaria —afirmó Dalt.</p> <p>—La firma del Contrato es voluntaria, y esto es lo que cuenta. Ahora me tengo que ir. Termina la comida y tómate el tiempo necesario para pensar en lo que hemos discutido. Si decides quedarte, recuerda que Webst te espera en el complejo. Y no te preocupes por la cuenta: hoy invito yo.</p> <p>Se levantó, acercó sus labios a la mejilla del hombre y se marchó antes de que Dalt pudiera decir una palabra.</p> <p>—¡Qué salida! —dijo el socio con admiración.</p> <p>—¡Qué mujer! —replicó Dalt, y continuó comiendo. —¿Ya estás listo para salir de aquí?</p> <p>—No lo sé. Todo parece encajar de un modo lógico y fantástico.</p> <p>—No es tan fantástico. Funciona sobre el principio de que los humanos actúan con responsabilidad, si los haces responsables de sus actos. Lo encuentro bastante interesante y me gustaría pasar algún tiempo aquí; y a menos que quieras comenzar de nuevo la terrible discusión sobre nuestra sociedad, estarás de acuerdo.</p> <p>—Muy bien. Nos quedaremos.</p> <p>—¿Sin discutir?</p> <p>—Exactamente. Quiero conocer a El un poco —¡mucho!— mejor.</p> <p>—Me alegra oírlo.</p> <p>—Lo más gracioso es que cuanto más la conozco menos me recuerda a Jean.</p> <p>—Eso te ocurre porque en realidad no tiene nada que ver con Jean; es mucho más madura, mucho más inteligente. De hecho, Elien Lettre es una de las cosas más fascinantes de este fascinante planeta.</p> <p>La ausencia de respuesta de Dalt era un tácito acuerdo. Al salir sus ojos alcanzaron a leer lo que decía un plato dorado que estaba sobre la puerta: «El local, la cocina y la comida son de Clase I y están garantizados por Nauch y Cía». La fecha de la inspección más reciente figuraba debajo.</p> <p>—Supongo que será el equivalente toliviano de un departamento de salud pública —dijo el socio—. Sólo que Nauch y Cía ha de ser una empresa privada que trabaja por su cuenta. Cuando uno piensa acerca de...</p> <p>Dalt se detuvo cuando un automóvil particular estacionó frente al restaurante; de él descendió el doctor Webst. El médico pareció sentirse aliviado al encontrarle.</p> <p>—Me alegro de verle —dijo mientras se acercaba—. Me crucé con la doctora Lettre en el complejo y le pregunté cuándo pensaba regresar; me dijo que no estaba segura de que usted volviera.</p> <p>—Era una posibilidad.</p> <p>—Bueno, mire, no sé de qué se trata, pero debe regresar al complejo en seguida.</p> <p>Dalt se puso rígido.</p> <p>—Espero que no esté tratando de darme una orden.</p> <p>—No, por supuesto que no. Sólo que he hecho algunos descubrimientos asombrosos acerca de usted que pueden tener un enorme significado médico. He controlado todo dos veces.</p> <p>—De qué está hablando? —Dalt de repente tuvo una sensación incómoda.</p> <p>Webst le cogió de un brazo y lo condujo hasta el coche.</p> <p>—Sé que estoy diciendo tonterías, lo sé. Le explicaré todo durante el viaje. —Hizo una pausa—. Aunque en realidad es usted quien tendrá que darme algunas explicaciones.</p> <p>—¿Yo? —dijo Dalt ligeramente asombrado.</p> <p>—Sí. Exactamente, ¿quién o qué es usted, señor Dalt?</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">8</p> </h3> <p>—Éste es mi modelo psi —dijo Webst, mientras señalaba una línea roja irregular que ondulaba en la pantalla de su oficina—. Muestra el nivel bajo de actividad que podemos encontrar en cada ser humano. No hay nada especial en mis capacidades psi. Ahora, cuando enfocamos el detector sobre usted, vea lo que ocurre.</p> <p>Tocó un panel, y dos líneas verdes aparecieron sobre la pantalla. La inferior era similar a la de Webst y ocasionalmente se superponía sobre sí misma en algunos puntos.</p> <p>—Esto es lo que esperaba de usted: otro modelo normal —prosiguió Webst—. Y mire lo que obtengo. ¿Qué diablos es? —Señalaba una enorme configuración que danzaba con suavidad como las olas del mar en la parte superior del visor—. Hemos investigado con este aparato a miles de individuos, y jamás he encontrado una configuración que se aproximara a la suya, ni en forma ni en amplitud. Sea lo que fuere, le pertenece, porque le acompaña siempre. Al principio pensé en un desperfecto, y ésa fue la razón por la que le traje a Big Blue, donde tenemos otro modelo. Pero apareció el mismo diseño en el momento en que usted entró en el edificio, y desapareció tan pronto como se marchó. ¿Qué puede decirme, señor Dalt?</p> <p>Dalt se encogió de hombros con una convincente expresión de azoramiento.</p> <p>—La verdad es que no sé qué decir.</p> <p>Y no mentía. Su mente se esforzaba por tratar de dar a Webst, un profundo conocedor de la psiónica, una explicación falsa que fuera plausible. La máquina en cuestión era un descubrimiento reciente en las investigaciones del C.M.I. Detectaba los niveles de capacidad psiónica, incluso en los bebés, y había sido planeada para el mercado interplanetario, para las escuelas psi que estaban surgiendo en todos los planetas. El campo habitual de las investigaciones de Webst se centraba en la psiónica y en la psicoterapia; por lo tanto, él se tomaba la libertad de estudiar las capacidades psi de cada individuo que entraba en su oficina. Webst sintió que había jugado sucio con Dalt.</p> <p>—¿Quiere decir que jamás han medido sus capacidades psi? —preguntó Webst. Dalt sacudió la cabeza—. Bien, entonces, ¿tiene algunos blancos en su memoria?, ¿se encuentra a veces en ciertos lugares sin recordar cómo llegó hasta allí?</p> <p>—¿Qué intenta descubrir?</p> <p>—Estoy buscando una reacción disociativa o una segunda personalidad; algo, cualquier cosa que explique el segundo nivel de actividad. No quiero alarmarle —dijo con suavidad—, pero todos tenemos uno solo: una mente, un nivel psi. La única conclusión a la que puedo llegar es que usted tiene dos mentes o la mente más extraña de toda la galaxia.</p> <p>—Acertó en lo primero —dijo el socio.</p> <p>—Ya lo sé. ¿Qué hacemos?</p> <p>—No decir ni una palabra, por supuesto. ¿No queríamos abandonar la microbiología y meternos en la psiquiatría? Tal vez, ésta sea la oportunidad.</p> <p>Dalt reflexionó unos instantes. Por fin, dijo:</p> <p>—Es muy interesante, doctor Webst, pero carece de significado en lo que se refiere a mi vida profesional. —Y comentó al socio—: Creo que estas palabras llevarán la conversación hacia donde queremos.</p> <p>—Justamente, quería discutir este asunto con usted —replicó Webst—. Si obtengo el permiso del doctor Hyne, ¿le interesaría pasar algún tiempo en mi departamento ayudándome en algunos experimentos?</p> <p>—¿Qué clase de experimentos?</p> <p>Webst dio la vuelta a su escritorio y se detuvo frente a Dalt.</p> <p>—He estado tratando de que la psiónica resulte útil en el campo de la psicoterapia. Todos los días, estudiamos los llamados casos de los horrores, con el objeto de descubrir por qué no responden a la terapia convencional. No tengo dudas de que ése es el camino que hay que recorrer en el futuro. Lo único que necesitamos es una tecnología adecuada y los adecuados talentos psi. ¿Se acuerda de Sally Ragna, la muchacha que se oculta en un rincón y a la que ninguna terapia conocida alcanza a curar? Ésa es la clase de paciente que me interesa. Hemos desarrollado un instrumento que amplía los poderes psi, y exactamente en este momento un hombre con el uno por ciento de los poderes psi que usted posee está intentando echar una mirada en su mente. —Webst se puso rígido repentinamente y sus ojos se clavaron en Dalt—. Exactamente en este instante. ¿Por qué no viene hasta Big Blue y hace una prueba? Sólo le pido que eche una ojeada, que entre y salga. Nada más.</p> <p>—Es nuestra oportunidad —urgió el socio—. ¡Acepta! —obviamente, se sentía ansioso por probar.</p> <p>—Muy bien —dijo Dalt, que tenía algunos reparos—. Lo haré y veremos qué se puede conseguir.</p> <p>En Big Blue, se sentaron frente a Sally Ragna, que ya no estaba agazapada porque le habían aplicado narcóticos. El rastreador psi, que Webst había mencionado llevaba un disco reluciente de plata colgado sobre su cabeza.</p> <p>—Es una pérdida de tiempo —dijo Dalt al socio.</p> <p>—No lo creo. De cualquier manera, he aprendido algo: que la máquina de Webst no sirve para nada, no van a obtener nada con ella. No obstante, no la necesitaremos. Ya he hecho algunas pruebas utilizando la misma técnica que empleé en la nave y he encontrado muy poca resistencia. Estoy seguro de que lo lograremos. Sin embargo, hay una cosa: voy a tener que llevarte conmigo.</p> <p>—No sé si me va a gustar. —Lo siento, pero me temo que es necesario. Precisaré cada milímetro de reserva para permanecer orientado una vez que esté allí dentro y tal vez tenga que emplear tus exiguos poderes psi.</p> <p>Dalt titubeó. El pensamiento de tener que confrontar la locura en su propio terreno le producía pánico. Su estómago se contrajo en el momento de contestar al socio:</p> <p>—De acuerdo. Hagámoslo. Pero ten cuidado.</p> <p>—Yo también estoy asustado, compañero.</p> <p>Dalt pensó que nunca hasta aquel momento había considerado la posibilidad de ver al socio asustado frente a algo. Preocupado, sí, pero asustado...</p> <p>El pensamiento desapareció junto con la visión de Sally Ragna y del cuarto en que se encontraban cuando entró en el lugar donde la muchacha pasaba su vida:</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>/ innumerables puntos titilantes de luz que, de algún modo, no alumbran nada, toman forma de árboles / un cielo de color violeta inunda su visión como un relámpago arrojando sombras en absurdas direcciones / una niebla espesa oscurece casi totalmente unas formas parecidas a hongos vivientes que se arrastran, raptan y se adhieren a los árboles de puntos /</p> <p>/ ahora, hacia delante /</p> <p>/ después de pasar un cubo de agua repleto de peces con dos colas que apuntan en direcciones contrarias y nadan eternamente como en éxtasis / aparecen en las montañas, a la derecha / y desaparecen para dejar paso a un súbito precipicio que flota sobre un bosque húmedo rodeado por brillantes, inquisidores ojos amarillos /</p> <p>/ el descenso /</p> <p>/ hacia una desierta carretera que se extiende vacía y sin límites hacia adelante / y, de repente, una ciudad los rodea, con sus edificios construidos en ángulos imposibles / un hombre grueso se levanta y sonríe mientras sus formas crecen, y entonces se hincha, estalla, se quiebra, arrojando montones de gusanos retorcidos sobre el suelo / la cara y el cuerpo comienzan a disolverse pero la boca permanece, creciendo y acercándose / y siempre en aumento, cada vez más enorme, se acerca a ellos, los rodea, abrazándolos con un ruido sordo /</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Dalt, en seguida, se encontró sobre el suelo, con Webst y un técnico inclinándose sobre él. Pero fue el socio quien le despertó:</p> <p>—¡Levántate, Steve! ¡Ahora! ¡Tenemos que regresar en cuanto podamos!</p> <p>Con lentitud, Dalt se puso de pie y se sacudió las manos.</p> <p>—Estoy bien —le dijo a Webst—. Me he caído de la silla.</p> <p>Después, habló al socio:</p> <p>—¿A qué has estado jugando?</p> <p>—Te aseguro que a nada. Ha sido una experiencia alucinante, y si no volvemos en seguida, seguramente crearemos unas resistencias que nos impedirán intentarlo en el futuro.</p> <p>—Para mí ya es suficiente.</p> <p>—Pero es que podemos ayudar a esta chica; estoy seguro.</p> <p>Dalt apartó a Webst y al técnico.</p> <p>—Voy a intentarlo de nuevo —murmuró, y volvió a colocarse delante de la muchacha.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>/ y entonces se hallan en un pantano verdoso, repleto de manos de color ocre que tratan de alcanzarles para sumergirles en las arenas movedizas /</p> <p>/ el sol aparece de pronto sobre sus cabezas pero es rápidamente devorado por la niebla / sin embargo, insiste, y con lentitud la niebla comienza a desintegrarse y a desaparecer /</p> <p>/ la tierra titila entonces y la ciénaga comienza a secarse / el pasto comienza a marchitarse y a morir a causa del sol / lentamente una alfombra de suave césped comienza a crecer y a cubrir las ávidas manos /</p> <p>/ una enorme roca esférica aparece en el horizonte y se dirige hacia ellos amenazando con derribarles, hasta que la tierra se abre de golpe frente a ella y se la traga /</p> <p>/ cosas oscuras se abalanzan sobre ellos desde todas partes, levantando polvo a su alrededor, pero un muro suave, alto, seguro los envuelve en un instante y la luz del sol prevalece /</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Dalt se encontró de nuevo en el cuarto con Sally Ragna, sólo que esta vez permanecía sentado en su silla.</p> <p>—La dejamos en un santuario durante unos minutos y hemos vuelto a recuperar fuerzas —dijo el socio.</p> <p>—¿Tú has provocado aquellos cambios?</p> <p>—Sí, y fue más fácil de lo que creía. Encontré una gran resistencia al principio cuando trataba de hacer salir el sol, pero una vez que lo conseguí, logré el control absoluto. Hubo un par de atentados en contra de ella pero los pude reprimir a tiempo.</p> <p>—Y ahora, ¿qué?</p> <p>—Ahora que la hemos colocado en una cuna de plata, tan irreal como el horror en que estuvo sumergida todos estos años pero al menos no tan pavoroso, la traeremos a la realidad.</p> <p>—Pero ¿qué es la realidad?</p> <p>—No estoy para cuestiones estudiantiles en este momento. Limítate a acompañarme, y como definición funcional te diré que la realidad es todo aquello que te circunda cuando vagas por ahí con los ojos cerrados. Pero basta de charlas. Ahora viene lo más difícil. Hasta ahora hemos estado viendo lo que Sally ve; la tarea que nos ocupa es la de revertir la situación. Vamos.</p> <p>Regresaron y, en apariencia, la bondadosa reconstrucción del socio había durado: la pared ya no estaba, pero una suave gramilla se extendía hasta el horizonte. El socio levantó un panel verde a la izquierda; tres paneles más aparecieron y los encajonaron. Un ciclo iluminado puso fin al trabajo. Una extraña máquina apareció sobre sus cabezas y allí, a poca distancia de donde estaban, apareció un hombre sentado con una mano dorada y una piedra resplandeciente que colgaba de su cuello. Su cabello oscuro estaba surcado por un sendero de plata.</p> <p>Un resplandor repentino y, de nuevo, se encontraron frente a Sally. Sólo que esta vez, la chica miraba hacia atrás... y sonreía. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Después, la sonrisa desapareció y Sally quedó inconsciente.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">9</p> </h3> <p>—Algo ha conseguido —dijo Webst más tarde en la oficina, después de examinar a Sally y dejarla en su cama—, algo beneficioso. No estoy seguro todavía, pero puedo intuirlo. ¿Se dio cuenta del modo en que le sonrió? Antes, nunca había sonreído. ¡Nunca!</p> <p>El entusiasmo de Webst pasó sobre Dalt sin causarle ningún efecto. Se sentía cansado, cansado como nunca había estado antes. Notaba, también, como un vago sentimiento de disociación; había visitado la mente de otra persona y había regresado sutilmente cambiado por la experiencia.</p> <p>—Bueno, en realidad espero no haber hecho el escuerzo en balde.</p> <p>—Estoy segura de que no lo hizo —dijo una voz detrás de él. Era El, que cruzaba el cuarto—. Ahora está durmiendo —dijo, deslizándose en su silla—. Y sin hipnótico. Has llegado hasta e no hay ninguna duda.</p> <p>Webst se inclinó hacia adelante.</p> <p>—¿Qué es lo que ha hecho? —preguntó con intensidad—. ¿Qué ha visto allí?</p> <p>Dalt abrió la boca para protestar, para aplazar las explicaciones y descripciones hasta el día siguiente, pero el socio le detuvo:</p> <p>—Diles algo. Están ansiosos de información.</p> <p>—¿Cómo puedo describir todo... aquello?</p> <p>—Inténtalo. Deja a un lado los detalles.</p> <p>Dalt les hizo un breve resumen de lo que había visto y hecho:</p> <p>—En conclusión, mi idea es que la lesión de la chica no es orgánica sino conceptual. Su sentido de la realidad estaba totalmente desquiciado. Sin embargo, no sé cómo se produjo la ruptura. —Vaciló y a El le pareció que temblaba ligeramente—. Tuve la sensación de que estaba trabajando en contra de algo, algo oscuro y muy extraño que se encontraba sobre el horizonte. Durante un instante creí que lo tocaba o que me había alcanzado o que... —Se estremeció—. No lo sé. Tal vez era parte de la fantasía de Sally. De cualquier manera, lo que importa es que era una chica muy enferma y que he logrado ayudarla.</p> <p>—Entiendo —dijo Webst— que debemos asumir que estas esquizofrenias agudas, incurables y quimionegativas son, de hecho, un trastorno conceptual. Muy bien, lo acepto. Pero, ¿cuál es la causa del trastorno?</p> <p>Dalt recordó la cosa oscura que había sentido en la mente de Sally y la palabra «impuesto» irrumpió en sus pensamientos, pero la obligó a retroceder.</p> <p>—No puedo ayudarle en este punto. Pero tratemos de recuperarla y preocupémonos de aquello más adelante. La quimioterapia no funciona porque sus cadenas enzimáticas son normales; y la psicoterapia es inútil porque, en lo que respecta al paciente, el psicoterapeuta no existe. En apariencia, sólo una poderosa fuerza psiónica y la reconstrucción de su mundo fantástico tienen algún valor. Y, de hecho, me resultó muy fácil entrar en su mente. Quizás, al levantar una barrera impenetrable contra la realidad, deja una puerta abierta a la psiónica.</p> <p>El y Webst estaban radiantes ante el descubrimiento.</p> <p>—Es increíble —declaró Webst—. Un rumbo totalmente nuevo en el campo de la psicoterapia. Señor Dalt, no sé cómo podemos pagarle...</p> <p>—Dile cuánto ha de pagamos —dijo el socio.</p> <p>—No podemos cobrar por ayudar a esa pobre muchacha.</p> <p>—Te van a pedir que lo hagas una y otra vez. Y en esos lugares no encontraremos maravillas. Es un negocio arriesgado. No permitiré que entremos en otras mentes a menos que se nos compense adecuadamente. Valor dado por valor recibido, ¿recuerdas?</p> <p>—¡Qué barbaridad!</p> <p>—Es la vida. Algo que no cuesta nada carece de valor.</p> <p>—Eso es vulgar. Está demasiado trillado.</p> <p>—Pero es cierto. Diles una cifra.</p> <p>Dalt pensó un momento y luego dijo:</p> <p>—Exijo una cantidad por Sally... y por los otros que tenga que tratar. —Y mencionó una suma.</p> <p>—Es razonable —asintió Webst—. No quiero regatear con usted.</p> <p>El rostro de El reflejó asombro mezclado con diversión.</p> <p>—Eres una caja de sorpresas, ¿no?</p> <p>Webst también sonrió.</p> <p>—Será bienvenido, y le pagaremos todo lo que podamos si logra mejorar a los enfermos de los horrores. Trataremos de conseguir un presupuesto mayor. Hablaré con el doctor Hyne para que lo trasladen a nuestro departamento; mientras tanto, hay una cuestión ética que debemos considerar. Estamos realizando un procedimiento experimental en pacientes mentalmente incompetentes que no están en condiciones de dar su consentimiento.</p> <p>—¿Y sus guardianes?</p> <p>—Estos pacientes no tienen guardianes, carecen de identidad. Y un guardián no servía en lo referente a la cuestión ética. En su papel de médico, usted debe decidir si un procedimiento experimental —o uno establecido— brindará una posibilidad de beneficiar al paciente en lugar de hacerle daño, y si los posibles beneficios valen la pena como para correr el riesgo. Y hay que pensar en el paciente; no en la humanidad, no en la ciencia: en el paciente. Sólo usted puede tomar la decisión.</p> <p>—La tomé antes de penetrar en la mente de Sally —replicó Dalt con un tono ácido—. Las ganancias son mutuas: puedo aprender algo, y la muchacha recibirá, con suerte, ayuda terapéutica. Los riesgos, de acuerdo con mi punto de vista, corren por mi cuenta.</p> <p>Webst consideró estas palabras.</p> <p>—Señor Dalt —dijo finalmente—, creo que nos vamos a llevar muy bien.</p> <p>Extendió su mano y Dalt se la estrechó con fuerza. El vino a su lado y enlazó su brazo alrededor del de él.</p> <p>—Bienvenido a este departamento —dijo con una sonrisa esbozada en la comisura de los labios—. Éste es un buen cambio en un hombre que hace unas horas ansiaba abandonar el planeta.</p> <p>—Créeme que había olvidado aquel episodio. Apenas puedo aceptar el código en el que vive Tolive, pero puedo tratar de verlo con mis propios ojos y comprobar si es tan bueno como dices.</p> <p>El teléfono-visor sonó nuevamente mientras hablaban. Webst atendió la llamada, y de repente se dirigió hacia la puerta.</p> <p>—Era de Big Blue. Sally se ha despertado y ha pedido un vaso de agua.</p> <p>No había nada que añadir. El y Dalt se pusieron uno a cada lado de Webst y se dirigieron hacia el parking.</p> <p>Los últimos rayos sanguinolentos del sol se deslizaban sobre la plaza y descubrían a los pacientes ambulatorios unidos en apretados nudos. Todos los ojos se posaron en el automóvil que conducía a Webst, Dalt y El hacia Big Blue. Una mujer de edad rompió las filas y se adelantó hacia el trío:</p> <p>—¡Es él! —gritó con ansiedad cuando alcanzó el automóvil. ¡Tiene el mechón plateado, la piedra reluciente y la mano dorada que cura! —Apresó el faldón del traje de Dalt mientras éste se volvía—. ¡Tóqueme con su mano que cura! —gritó—. ¡Mi mente está enferma y sólo usted puede ayudarme! ¡Por favor! ¡No estoy tan enferma como Sally!</p> <p>—No, espere —dijo Dalt, escapándose de la mujer—. No es así como se hace.</p> <p>Pero la mujer parecía no oírlo y repetía:</p> <p>—¡Cúreme! ¡Cúreme! —Y por encima de su hombro alcanzó a ver que los otros pacientes se apiñaban en la plaza y se dirigían hacia donde él estaba.</p> <p>De repente, Webst apareció a su lado, el rostro muy cerca, los ojos brillantes en la luz que se desvanecía:</p> <p>—Vaya adelante —murmuró con excitación—. ¡Tóquela! No tiene que hacer nada más. ¡Levante el brazo izquierdo y tóquela!</p> <p>Dalt titubeó; entonces, sintiéndose un tonto, apoyó la palma de su mano sobre la frente de la mujer. La mujer se cubrió la cara y se escurrió murmurando:</p> <p>—Gracias, gracias.</p> <p>Con esto, pareció que se hubiera desbordado una presa. Los pacientes se arremolinaron a su alrededor, y Dalt se vio envuelto en un torrente de manos que al grito de «¡Cúreme! ¡Cúreme! ¡Cúreme! ¡Cúreme!», lo empujaban, le golpeaban, desgarraban sus ropas y le arañaban. Por fin, Webst y El lograron arrancarlo de la masa de suplicantes y lo introdujeron en el tranquilo Big Blue.</p> <p>—Ahora ya sabes por qué es el mejor profesional —dijo El con suavidad mientras que con un movimiento de cabeza señalaba a Webst y ponía un vaso de agua en la mano de Dalt. Una mano que, incluso ahora, en la seguridad que le brindaba Big Blue, delataba un ligero temblor. La experiencia de la plaza le había puesto muy nervioso —las manos, las voces, que gritaban en el crepúsculo suplicando un alivio para sus males psicológicos y fisiológicos. El incidente, aunque había ocurrido hacía sólo unos instantes, se tornaba surrealista en su memoria.</p> <p>Se estremeció y tomó un largo sorbo de agua.</p> <p>—No te entiendo.</p> <p>—El modo en que comprendió la situación inmediatamente. Se hizo cargo de que estábamos frente a un caso de histeria colectiva y se comportó como correspondía: la enormidad del efecto de la sugestión nunca ha sido debidamente considerado por la medicina, ni siquiera en nuestros días. Había una gran cantidad de enfermos crónicos en la plaza que habían escuchado que un hombre realizaba curas milagrosas y querían una parte del milagro para sí mismos.</p> <p>—Pero, ¿cómo se enteraron?</p> <p>El sonrió.</p> <p>—Una buena noticia atraviesa las paredes más rápidamente que un rayo láser.</p> <p>Webst abandonó el teléfono-visor del cual había estado recibiendo un gran número de veloces informes, y se volvió hacia ellos con una sonrisa:</p> <p>—Bueno, los ciegos ven, los sordos oyen y los cojos andan —anunció y soltó una carcajada ante la expresión aterrada del rostro de Dalt—. No, no es tan dramático, me temo, pero han encontrado algunos síntomas de franca mejoría.</p> <p>—Gracias a mí, no —soltó Dalt. Su tono de voz denunciaba el asombro que sentía—. Yo no he hecho nada. Son ellos, que piensan que he hecho algo.</p> <p>—¡Exactamente! Usted no los ha curado per se, pero ha actuado como un catalizador por medio del cual sus mentes se han podido levantar por encima de sus cuerpos.</p> <p>—Quiere decir que soy un curandero, por decirlo con otras palabras.</p> <p>—En la plaza, lo fue... y aún lo es, ahora más que nunca. Tenemos muy pocas oportunidades de observar el fenómeno de las curas psicosomáticas, algo que fascina a cualquier estudioso del comportamiento más que ninguna otra cosa. Es el poder de la mente sobre el cuerpo. Sabemos muy poco sobre la dinámica de esta relación.</p> <p>—Podría decirles algunas cosas al respecto —murmuró el socio.</p> <p>—Ya has hablado demasiado esta noche, amigo.</p> <p>—Y usted es un elemento fundamental —agregó Webst—. En ciertas áreas tiene una auténtica capacidad curativa; si sumamos a esto el hecho de que lo han visto sólo una vez tenemos como resultado que a los ojos de las mentes susceptibles aparece rodeado de un aura mesiánica.</p> <p>—Formulado de la mejor manera tradicional científica: a la defensiva —matizó el socio.</p> <p>Webst continuó en un tono más bajo, hablando más para sí mismo que para los otros:</p> <p>—No entiendo por qué este fenómeno no puede ser repetido en cualquier otro planeta del sistema humano y en una escala mucho mayor. Todos los planetas tienen su cuota de casos de horrores y todos están buscando el modo de curarlos. Si limitamos la información —tal como mantener su identidad en secreto—, la transmisión oral provocará una inevitable magnificación, y usted estará al borde de la muerte cuando termine su trabajo aquí. Además, todos los planetas reclamarán sus servicios. Y mientras reconstruye las mentes enfermas, la doctora Lettre y yo observaremos el epifenómeno.</p> <p>—¿Se refiere a las curas psicosomáticas?</p> <p>El asintió, comprendiendo la visión de Webst.</p> <p>—Exacto. Y será bueno para Tolive, también. Aquel-Que-Cura-Las-Mentes —perdón por esta frase melodramática— vendrá de Tolive, y esto menguará el poder de las calumnias que se murmuran por allí.</p> <p>—¿Qué le parece, señor Dalt..., o debería decir «Curandero»?</p> <p>—¿Qué te parece? —preguntó Dalt al socio.</p> <p>—Me suena espléndido. Siempre y cuando no comencemos a creer en todo lo que la gente diga sobre nosotros.</p> <p>—Interesante —replicó Dalt con lentitud—, muy interesante. Pero, ¿por qué no vemos cómo marchan las cosas aquí en Tolive antes de comenzar a pensar en los otros planetas? —Tenía que efectuar algunos ajustes, tanto físicos como intelectuales, si decidía pasar algún tiempo en Tolive.</p> <p>—Correcto —dijo Webst, y se encaminó hacia el teléfonovisor—. Estoy seguro de que éste ha sido un día agotador para usted. Haré que despejen la plaza. Luego podrá volver al hotel cuando lo disponga.</p> <p>—No pensaba en ese lugar —murmuró Dalt a El—. Preferiría ver la puesta del sol allá en la llanura.</p> <p>El le miró cálidamente.</p> <p>—No existe un sitio mejor.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">Interludio</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate: none">soliloquio de dos</p> <p>—¿Puedes hacer algo? —preguntó Dalt al socio.</p> <p>—Ya lo he intentado... muchas veces. Y he fracasado.</p> <p>—No lo sabía. ¿Por qué no me lo dijiste?</p> <p>—Sé lo que significa esta chica para ti. He hecho todos los intentos por mi cuenta. Ayer fue el último. Cuando entraste en su cuerpo, me introduje en su mente. Pensé que era el momento de mayor vulnerabilidad.</p> <p>—¿Y?</p> <p>—Las células no responden. Soy absolutamente incapaz de ejercer influencia sobre los componentes de otro cuerpo. Simplemente no responden.</p> <p>—¡Oh! —Una larga pausa, luego un suspiro—, Todo pasa, ¿no?</p> <p>—Excepto nosotros...</p> <p>—Sí, excepto nosotros.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Año 271</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>El advenimiento de El Curandero coincidió con un periodo de tumultos políticos en el seno de la Federación. El movimiento restructurista ejercía cada vez mayor influencia y exigía una intervención más activa de la Federación en los asuntos planetarios e interplanetarios. Esta actitud contradecía directamente la orientación más permisiva de la Carta Constitucional de la organización.</p> <p>La desaparición de El Curandero de los asuntos humanos ocurrió en el momento en que la fricción política alcanzaba su punto culminante. Ciertos estudiantes afirmaban que había sido asesinado en una nave que lo trasladaba fuera de Tarvodet, y existen algunas evidencias que sustentan esta teoría.</p> <p>Sus seguidores más fantásticos, sin embargo, insisten en que él es inmortal y que está siendo manipulado por las fuerzas políticas. Obviamente, la primera premisa es ridícula, pero la otra podría muy bien tener ciertos visos de verdad.</p> <p>(Extractado de El Curandero: hombre y mito, de Emmerz Fent)</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">10</p> </h3> <p>El Curandero, la figura más conocida de la galaxia humana, permaneció enguantado, cubierto con una capa, encapuchado, entre el pequeño grupo de dolientes, mientras el cuerpo de la mujer era colocado con delicadeza en la máquina que lo reduciría a sus componentes elementales. No sentía necesidad de llorar. La mujer había vivido su vida con plenitud, la segunda parte de ella a su lado. Y cuando los tratamientos de rejuvenecimiento habían resultado ineficaces y había comenzado a observar ciertos desgastes en los perímetros de su función intelectual, había acabado con su vida, tranquilamente, para asegurarse de que sería recordada por su amante como la orgullosa mujer que siempre había sido, no la persona disminuida en que llegaría a convertirse. Y sólo el Curandero, su amante, conocía el modo en que había muerto.</p> <p>El hombrecito arrugado que estaba junto a él lo sospechaba, por supuesto. Y daba su aprobación. Ellos y los otros observaron cómo la máquina devoraba el cuerpo, y todos aspiraron profundamente como si el aire estuviera lleno de moléculas de El; cada uno tratando de incorporar una pequeña porción de la amada amiga.</p> <p>El anciano miró a su compañero, cuyo aspecto no denunciaba el paso de los años. Al menos, en la superficie. Pero en los últimos años había aparecido huellas de tensión y fatiga debajo de sus ojos. Medio siglo de deformidad y de cuerpos y mentes enfermas, de manos extendidas y de ojos vacíos, pesaban sobre sus espaldas y, con seguridad, le aguardaban infinitos años de lo mismo.</p> <p>—Parece cansado, amigo.</p> <p>—Lo estoy. —Los otros comenzaron a desvanecerse—. Todo resulta inútil. Por cada mente que abro, se reportan dos nuevos casos. La presión aumenta continuamente: «¡Ven a nosotros! ¡Ven a nosotros! ¡Te seguirnos necesitando!» Adonde voy, me preceden discusiones, amenazas y sobornos de planetas y médicos rivales. Creo que me he convertido en una mercancía.</p> <p>El anciano asintió comprensivo:</p> <p>—Y ahora, ¿qué?</p> <p>—Me dedicaré a alguna clase de práctica privada. He permanecido en el C.M.l. todo este tiempo a causa de usted... y de ella. De hecho, me aguarda cierto sector representativo. Su nombre es DeBloise.</p> <p>—Un restructurista. Tenga cuidado.</p> <p>—Lo tendré. —El Curandero sonrió—. Pero ya he escuchado lo que tenía que decirme. No se preocupe, amigo —dijo mientras comenzaba a andar.</p> <p>El hombre arrugado miró con detenimiento como caminaba.</p> <p>—¡Ah! Si tuviera su talento...</p> <p>El sector Representativo DeBloise se había considerado a sí mismo un hombre importante durante un largo periodo de tiempo; sin embargo, tardó algunos minutos en adaptarse a la presencia del individuo que estaba sentado frente a él, al otro lado del escritorio. Un hombre de inconfundible aspecto que había ganado una fama casi mítica en las últimas décadas: El Curandero.</p> <p>—Para ser breves, caballero —dijo DeBloise con la mejor de sus sonrisas públicas— nosotros, los del movimiento restructurista, queremos animarle para que venga a nuestros mundos. Parece ser que usted nos ha evitado en forma sistemática en el pasado.</p> <p>—Se debe a que he trabajado para la cadena del C.M.I. en la que los mundos restructuristas siempre se han negado a participar. Según tengo entendido, las razones han tenido que ver con la Carta Constitucional de LaNague.</p> <p>—En parte, sí. —La sonrisa fue en aumento mientras decía—: Pareciera que los políticos nos metemos en todo. Pero eso no tiene importancia ahora. Lo que me trajo a Tolive fue la noticia de que usted ya no forma parte del C.M.l. Quiero que venga a Jebinose; nuestra Oficina de Medicina e Investigación pagará sus gastos.</p> <p>—Lo siento —dijo El Curandero con lentitud—, pero trato con pacientes, no con gobiernos.</p> <p>—Bueno, si usted quiere venir a Jebinose y trabajar en forma independiente de la Oficina, me temo que no va a ser posible. Hemos instaurado reglas muy rígidas para la práctica de la medicina en nuestro planeta, y temo que darle a usted tal licencia, a pesar de su reputación, sentaría un mal precedente.</p> <p>—Si un paciente desea mis servicios, él o su guardián deben tener libertad para contratarme. ¿Por qué tendría que intervenir cualquier oficina en el asunto?</p> <p>—Lo que pide es imposible —dijo DeBloise con un movimiento de cabeza—. Nuestra gente ha de estar protegida ante la posibilidad de una estafa.</p> <p>La sonrisa de El Curandero se volvió enorme en el momento en que se puso de pie.</p> <p>—Es evidente. Jebinose no es para mí.</p> <p>El rostro de DeBloise se endureció de repente: la sonrisa había desaparecido.</p> <p>—Para mí es evidente, Curandero —escupió la palabra—, que ha permanecido demasiado tiempo entre los bárbaros tolivianos. Muy bien, haga lo que le plazca: pero recuerde que soplan nuevos vientos y que pronto seremos dueños de toda la Federación y que la manejaremos a nuestro modo. Y cuando ocurra, veremos qué planetas contratan sus servicios libremente.</p> <p>—Tal vez entonces ya no exista El Curandero —fue la tranquila réplica.</p> <p>—¡No se burle de mí! —rió DeBloise—. Conozco su tipo. Se vanagloria por la adulación que recibe en todas partes. Los adoradores crean más adición que el Zemmelar. —Había un rastro de envidia en su voz—. Pero a los restructuristas no se nos asusta tan fácilmente. Usted es un hombre —de un talento inusual, es cierto,— pero un hombre; y cuando nos llegue el momento se unirá a la corriente o perecerá ahogado.</p> <p>Los ojos de El Curandero relampaguearon, pero su voz sonó tranquila:</p> <p>—Muchas gracias, señor DeBloise. Usted me ha aclarado un problema y ha apresurado una decisión que me venía preocupando en la última década. —Dio media vuelta y salió del cuarto.</p> <p>Pasaron dos siglos y medio hasta que El Curandero fue visto nuevamente.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Año 505</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>No mucho tiempo después de la desaparición de El Curandero se desató el así llamado escándalo DeBloise. Los restructuristas manejaron los hilos de tal modo que provocaron la guerra civil entre ellos y la Federación («guerra» es un término inadecuado para llamar a aquellas esporádicas escaramuzas). Esta contienda se transformó en una guerra interracial a gran escala cuando los tarcos decidieron intervenir. Fue en el período más álgido del conflicto terro-tarco que el mito de la inmortalidad de El Curandero comenzó a cobrar forma.</p> <p>Ajenos a las guerras, los horrores continuaron apareciendo con su frecuencia habitual, y las psicociencias ganaron muy poco terreno contra la enfermedad. Por tal razón, quizás, un hombre con un asombroso parecido a El Curandero hizo su aparición y comenzó a curar a los pacientes de los horrores con una eficacia que rivalizaba con la del original. De este modo, una figura histórica se convirtió en leyenda.</p> <p>Quién era y por qué había elegido aparecer en aquel momento tan particular continúa siendo un misterio.</p> <p>(Extractado de El Curandero: hombre y mito, de Emmerz Fent)</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">11</p> </h3> <p>Dalt cerró el contacto, abandonó los controles y se arrojó en el asiento.</p> <p>—Muy bien. ¿No te sientes mejor ahora? —preguntó el socio.</p> <p>—No —replicó Dalt—. Estoy cansado. Quiero irme a la cama.</p> <p>—Me lo agradecerás por la mañana. Tu estado mental estará mejor, y no te sentirás agotado. Te aplicaré isometría durante el sueño, como todas las noches.</p> <p>—¡Me pregunto por qué todas las mañanas me levanto cansado!</p> <p>—Fatiga mental, Steve. Mental. Hemos estado demasiado sumergidos en este proyecto y la tensión está comenzando a mostrar sus efectos.</p> <p>—Te lo agradezco muchísimo —murmuró Dalt mientras se deslizaba fuera de la cabina y cerraba la puerta—. Los siglos no han menguado tu talento para afirmar lo obvio.</p> <p>Y era obvio. Después del episodio de El Curandero, Dalt y el socio habían volcado su interés en las ciencias físicas, abandonando las ciencias de la vida, y habían pasado por la guerra entre la Federación y los restructuristas casi sin darse cuenta. El conflicto tendría que haber finalizado un siglo atrás debido a su falta de interés, pero una nueva fuerza lo había proyectado de nuevo a un primer plano. Los tarcos, en un intento tan torpe como sus anteriores incursiones diplomáticas, habían declarado una alianza unilateral con la coalición restructurista y habían atacado un buen número de bases de la Federación en un territorio fronterizo que estaba en conflicto. Dividir para conquistar ha sido siempre un ardid eficaz en la historia del inundo; pero los tarcos se olvidaron de considerar las variables raciales. Los humanos sienten escasa repugnancia al asesinar a sus semejantes por causas reales o imaginarias, pero existe un arquetípico rechazo ante el pensamiento de aceptar que una raza extraña se tome tales libertades. Muy pronto la Federación y los restructuristas se unieron y declararon indeseable al Imperio Tarco.</p> <p>Naturalmente, floreció la industria de las armas y los físicos se convirtieron en personajes muy populares. Los trabajos de Dalt generaron numerosas ofertas por parte de compañías ansiosas de entrar en el mercado de las armas. Las defensas de las fuerzas tarcas permitían que sus naves penetraran en territorio humano sin sufrir bajas considerables, y este hecho se convirtió en el centro de interés de las grandes compañías del tipo de Caminos Estelares, cuya oferta aceptó Dalt.</p> <p>El esfuerzo de las rápidas investigaciones había comenzado a afectar a Dalt; y el socio, su eterno perro guardián psicofisiológico, le había convencido de que disminuyera su trabajo y dedicara varias horas al día a descansar.</p> <p>Con gesto cansado, Dalt marcó el código en el disco de entrada y la puerta se abrió en silencio. Incluso en aquel momento, agotado como se sentía en cuerpo y mente, comprendió que sus pensamientos se deslizaban hacia los problemas de Caminos Estelares. Estaba tratando de frenar el fluir de su conciencia cuando una voz de barítono cumplió esta función:</p> <p>—¿Habla solo a menudo, señor Cheserak? ¿O prefiere que lo llame señor Dalt? ¿O señor Storgen? —La voz provenía de un hombre oscuro, de contextura recia, que se había apoltronado sobre una de las sillas de su recibidor. El hombre apuntaba con un arma el pecho de Dalt—. ¿O es mejor señor Quet? —continuó con una sonrisa suficiente. Dalt observó que otros dos hombres permanecían a sus espaldas, semiocultos por las sombras—. ¡Vamos! ¡No se quede ahí! ¡Entre y siéntese! Después de todo, ésta es su casa.</p> <p>Dalt observó que el arma seguía todos sus movimientos. Eligió una silla que estaba frente a los intrusos.</p> <p>—¿Qué quiere?</p> <p>—Por supuesto, su secreto. Pensábamos que estaría fuera durante un periodo de tiempo mucho más largo y apenas habíamos comenzado nuestra búsqueda cuando oímos que su vehículo llegaba a la casa. Su interrupción no ha sido muy elegante que digamos.</p> <p>Dalt sacudió su cabeza con tristeza al pensar que los humanos conspiraban contra su propia raza.</p> <p>—Dígale a sus amigos, los tarcos, que estamos tan cerca de descubrir sus mecanismos de defensa como cuando comenzó la guerra.</p> <p>El hombre se rió francamente divertido.</p> <p>—No, amigo mío, le aseguro que nuestras simpatías en lo que respecta a la guerra terro-tarca son absolutamente ortodoxas. Su trabajo en Caminos Estelares no nos interesa.</p> <p>—Entonces, ¿qué es lo que busca? —repitió, con los ojos clavados en los otros dos individuos, uno pesado y tranquilo; delgado e inquieto el otro. Los tres, al igual que Dalt, vestían el traje con casco en forma de pico que solía usarse en aquella zona de la galaxia humana—. Guardo mi dinero en el banco, por lo tanto...</p> <p>—Sí, lo sé —interrumpió el hombre sentado—. Sé en qué banco y conozco la cifra exacta. Y también tengo la lista de las restantes cuentas que tiene repartidas por los planetas de este sector.</p> <p>—Pero, ¿cómo se atreve...?</p> <p>El extraño extendió la mano que tenía libre y sonrió.</p> <p>—No hemos sido debidamente presentados. ¿Cómo debo llamarle, señor?</p> <p>Dalt vaciló; después dijo con un gruñido:</p> <p>—Dalt.</p> <p>—¡Excelente! Ahora, señor Dalt, permítale que le presente al señor Hinter —y señaló al pesado—, y al señor Giff —al delgado—. Soy Aaron Kanlos y hasta hace sólo dos años era simplemente el presidente de una Hermandad Interestelar de Técnicos Computadores con domicilio en Ragna. Entonces, una anomalía descubierta por la Combinación de Bancos Tellalung cambió mi vida. Me convertí en un hombre con una misión: dar con su paradero.</p> <p>Mientras Dalt permanecía en silencio, sin darle a Kanlos la satisfacción de pedirle que continuara, el socio habló:</p> <p>—No me gusta el modo en que está hablando.</p> <p>—Se me informó —continuó por fin Kanlos— de que un hombre llamado Marten Quet había depositado un talón de los Consejeros de Negocios Interestelares en una cuenta que había abierto recientemente. El C.M.I. estaba en orden; pero el hombre, no. —otra vez miró a Dalt en espera de una reacción. Al encontrar su mirada vacía continuó—: Al parecer la computadora insistía en que el señor Quet era en realidad un cierto señor Galdemar. Estos asuntos no son más que rutina en un planeta del tipo de Ragna, que es un centro de intrigas de la comunidad financiera interestelar. Mantener un cierto número de cuentas bajo diferentes nombres es una regla más que una excepción en estos medios. Por lo tanto, el código habitual de corrección se utilizó para alimentar a la máquina, pero ésta continuó sin aceptar la anomalía. Después de buscar un desperfecto en la maquinaria, el técnico ordenó una revisión completa de las dos cuentas. —Kanlos sonrió al pronunciar estas palabras—. Es ilegal, por supuesto, pero se le había despertado la curiosidad. La curiosidad se transformó en asombro cuando descubrió las novedades. Inmediatamente llevó la larga lista a sus superiores.</p> <p>—¡Seguro que lo hizo! —interrumpió el socio. Algunos de los jefes de computación manejan negocios paralelos de extorsión.</p> <p>—¡Tranquilo! —susurró Dalt mentalmente.</p> <p>—Aparecieron divertidas similitudes —decía Kanlos—. Incluso en la grafía, aunque, por supuesto, algunas correspondían a la mano derecha y otras a la izquierda. En segundo lugar, sus huellas digitales eran muy parecidas, con ligeras distorsiones unas de otras. Ambos hechos no aportaban gran cosa. Nada raro allí. Las huellas de la retina eran idénticas; y ésta fue la razón por la que la computadora no aceptó la cuenta. Entonces, ¿qué había alterado tanto al técnico? ¿Y por qué la computadora había rechazado el código de corrección? Como ya dije, las cuentas múltiples son algo común. —Kanlos hizo una pausa para lograr un efecto dramático, y luego agregó—: La respuesta estaba en las fechas de apertura de las cuentas. La cuenta del señor Quet tenía pocos días de antigüedad. ¡La del señor Galdemar había sido abierta doscientos años antes! Me mostré escéptico en un principio, al menos hasta que comprobé las huellas de la retina. No pueden existir dos idénticas. Incluso los productos de probeta tienen la cuenca de los ojos diferente. Por lo tanto, me enfrentaba con dos posibilidades: dos hombres de distintas generaciones poseían idénticas retinas o un hombre había vivido más tiempo que nadie. Lo primero no era más que una simple curiosidad científica; lo último podría asumir una importancia monumental.</p> <p>Dalt se encogió de hombros.</p> <p>—Lo más probable es que la primera posibilidad sea la verdadera.</p> <p>—Le gusta engañarme, ¿no? —rió Kanlos—. Bien, déjeme acabar con el cuento y entonces podrá valorar los esfuerzos que me he tomado para llegar hasta su casa. No fue sencillo, amigo mío, pero sabía que en esta galaxia existía un hombre que había vivido más de doscientos años y estaba decidido a encontrarlo. Envié copias de las huellas de retina de Quet/Galdemar a todas nuestras sucursales de la unión pidiéndoles que buscaran cuentas con aquellos modelos. Tomó su tiempo, pero después comenzaron a llover los informes: diferentes cuentas en diferentes planetas con diferentes nombres y huellas digitales, pero siempre el mismo molde de retina. Existía un sólido fondo —con gran cantidad de créditos— en el planeta Myma, bajo el nombre de Cilo Storgen, quien también tenía el modelo de retina de Quet/Galdemar.</p> <p>»Le interesará saber que el último informe descubrió que existían fondos a nombre de un hombre conocido simplemente como «Dalt» en una cuenta de Tolive que luego se transfirió al banco de Neeka. Esa cuenta tenía una antigüedad de más de dos siglos. Por desgracia, carecemos de sucursal en Tobve; por lo tanto, no pudimos continuar nuestra investigación más atrás. El registro más reciente, por supuesto, correspondía a la cuenta abierta en Ragna por el señor Galdemar, que dejó el planeta y desapareció. Sin embargo, muy poco tiempo después, un tal señor Cheserak —que tenía las mismas huellas de retina que el señor Galdemar y los otros— abrió una cuenta aquí, en Meltrin. De acuerdo con lo que dice el banco, el señor Cheserak vive aquí... solo. —La sonrisa de Kanlos se torció en forma maliciosa—. ¿Tiene algo que decir, señor Dalt?</p> <p>Dalt permanecía en silencio, pero una feroz discusión se sostenía en su interior:</p> <p>—¡Felicidades, genio!</p> <p>—¡No me eches toda la culpa! —se defendió el socio. Si haces memoria, recordarás que te dije...</p> <p>—Me dijiste —me garantizaste, de hecho— que nadie relacionaría nunca aquellas cuentas. Al parecer hemos ido dejando un sendero de balizas para localizamos.</p> <p>—Bueno, no pensé que fuera necesario tomarnos el trabajo de modificar nuestras huellas de retina. Y no porque fuera difícil —la covascularización de la retina no es un problema—, pero creí que cambiar los nombres y las huellas digitales sería suficiente. Las cuentas múltiples son necesarias debido a la situación económica, y estoy seguro de que nadie se habría dado cuenta si no hubieras insistido en abrir aquella cuenta en Ragna. Te avisé que ya tenías una cuenta en el lugar, pero no me hiciste caso.</p> <p>Dalt dio un respingo mental.</p> <p>—No te hice caso porque por lo general eres excesivamente precavido. Tenía la impresión de que podrías tolerar una pequeña desobediencia, pero...</p> <p>El sonido de la voz de Kanlos interrumpió la pelea.</p> <p>—Estoy esperando una respuesta, señor Dalt. Mi investigación demuestra que usted ha vivido más de doscientos años. ¿Algún comentario?</p> <p>—Sí. —Dalt suspiró—. Su investigación está equivocada.</p> <p>—¿De verdad? —las cejas de Kanlos se elevaron—. Por favor, señáleme mi error, si es que puede.</p> <p>Dalt escupió las palabras con un malestar creciente.</p> <p>—¡Tengo dos veces esa edad!</p> <p>Kanlos casi se levantó de la silla.</p> <p>—Entonces, ¡es cierto! —Su voz se tomó ronca—. ¡Cinco siglos! ¡Increíble!</p> <p>Dalt se encogió de hombros con cara de aburrido.</p> <p>—¿Y qué?</p> <p>—¿Qué quiere decir con ese «¿y qué?». Usted ha descubierto el secreto de la inmortalidad, trivial como pueda sonar la frase, y yo le he encontrado. Usted parece tener treinta y cinco años; por lo tanto, a esa edad se debe de haber operado el milagro. Entonces debió comenzar a utilizar lo que haya empleado. Tengo cuarenta, ahora, y no quiero envejecer más. ¿Me entiende, señor Dalt?</p> <p>Dalt asintió.</p> <p>—A la perfección.</p> <p>Y dijo al socio:</p> <p>—Y bien, ¿qué le digo?</p> <p>—¿Por qué no la verdad? Será tan útil para él como cualquier historia que inventes para superar el momento.</p> <p>—Buena idea.</p> <p>Dalt se aclaró la garganta.</p> <p>—Si uno desea volverse inmortal, señor Kanlos, debe hacer un viaje al planeta Kwashi y entrar en una caverna. Después de cierto tiempo, una criatura parecida a una babosa cae del techo de la caverna sobre su cabeza; las células de la babosa invadirán su cerebro y aparecerá una mente simbiótica autónoma con conciencia propia por debajo del nivel celular. Si le interesa, esta mente evitará que uno envejezca o que enferme. Sin embargo, existe un pequeño inconveniente: las leyendas del planeta Kwashi dicen que sólo uno de cada mil sobrevive a la experiencia. Ocurre que soy aquel uno.</p> <p>—No creo que sea un asunto para tomar a broma —dijo Kanlos con expresión de enojo.</p> <p>—¡Tampoco yo lo creo! —replicó Dalt con una mirada dura mientras se ponía de pie—. Ahora, creo que ya hemos perdido demasiado tiempo con esta charada. ¡Deponga su arma y márchese de mi casa! Aquí no tengo dinero ni el elixir de la inmortalidad que esperaba encontrar. Por lo tanto, tome a sus dos...</p> <p>—¡Ya es suficiente, señor Dalt! —gritó Kanlos—. Hizo un gesto a Hinter—. ¡Haz lo que tienes que hacer!</p> <p>El hombre robusto se adelantó llevando un saco en su mano izquierda. De allí sacó un globo de metal con una brillante superficie de cobalto que estaba interrumpida por una abertura oval. Las manos de Dalt fueron insertadas allí y Giff dio una vuelta de llave al aparato. La apertura se estrechó alrededor de sus muñecas a medida que el otro hacía girar la llave y, de repente, la esfera quedó suspendida en el espacio. Dalt trató de empujarla hacia él pero fue inútil. Sin embargo, podía moverla libremente a lo largo de un eje vertical.</p> <p>—Esposas de gravedad —remarcó el socio—. He leído acerca de ellas pero nunca hubiera esperado que nos las colocarían.</p> <p>—¿Qué hacen?</p> <p>—Te mantienen en tu sitio. Son utilizadas por muchas agencias parapoliciales. Cuando están activadas, te obligan a permanecer en un eje sobre el centro de gravedad del planeta. El movimiento a lo largo de dicho eje es ilimitado; pero eso es todo, no puedes ir a ninguna otra parte. Éste parece ser un modelo antiguo. Creo que los nuevos son mucho más pequeños.</p> <p>—En otras palabras, estamos atrapados.</p> <p>—Exactamente.</p> <p>—...queremos tenerlo a resguardo mientras proseguimos nuestra investigación —decía Kanlos, recuperando su apariencia de respetabilidad—. Pero sólo para asegurarnos de que no le ocurra nada, el señor Giff permanecerá con usted —agregó con una sonrisa.</p> <p>—No encontrarán nada —dijo Dalt con tenacidad— porque no hay nada que encontrar.</p> <p>Kanlos le miró con fiereza.</p> <p>—Le aseguro que encontraremos algo. Y no crea que me ha conmovido al afirmar que ha vivido quinientos años. Usted tiene aproximadamente doscientos cincuenta años, pero es más de lo que cualquier hombre puede vivir. Le seguí el rastro hasta Tolive, donde se encuentra el Centro Médico Interestelar. No creo que sea una coincidencia que las huellas acaben allí. Algo le han hecho y esto es lo que intento descubrir.</p> <p>—Ya le he dicho que nada...</p> <p>Kanlos levantó una mano.</p> <p>—¡Suficiente! El asunto es demasiado importante como para que gastemos palabras discutiendo. He invertido dos años de mi vida y mucho dinero para abandonar la empresa. Su secreto vale mucho, señor Dalt. Deploro la violencia física y trataré de no emplearla a menos que no tenga otra posibilidad. El señor Hinter, aquí presente, no comparte mi repugnancia por la violencia. Si nuestra búsqueda en los niveles inferiores no da resultado, él tratará con usted. —Y al decir esto abandonó el cuarto seguido por Hinter.</p> <p>Giff los miró marcharse e inmediatamente se instaló junto a Dalt. Revisó las esposas y pareció satisfecho; después, se arrinconó en uno de los rincones más oscuros de la sala. Se sentó en el suelo y buscó en sus bolsillos hasta encontrar un disco plateado; con la mano izquierda se quitó el casco y partió su cabello por la mitad. Colocó el disco en aquel sitio. Giff se apoyó contra la pared y cerró los ojos. Muy pronto, una sonrisa vaga comenzó a aparecer en sus labios.</p> <p>—¡Un disco mental! —exclamó el socio.</p> <p>—Fíjate. Estamos mezclados con una gentuza siniestra. ¡míralo! Debe de ser una de esas grabaciones sexuales.</p> <p>Giff había comenzado a retorcerse sobre el piso, doblando las piernas, flexionándolas y extendiéndolas con placer.</p> <p>—Me sorprende que no te culpes por ello —dijo el socio. —De algún modo, me siento culpable...</p> <p>—¡Ya era hora!</p> <p>—...aunque ésta sea una deformación del modelo que creamos para el aprendizaje electrónico.</p> <p>—No es cierto. Si recuerdas, los motivos que tuvo Tyrrell para modificar los circuitos cognoscitivos en sensoriales eran bastante nobles. El...</p> <p>—Ya lo sé, socio.</p> <p>El circuito de aprendizaje y su variación sensorial habían tenido nobles comienzos. El original, del cual hacía poco tiempo había expirado la patente de Dalt, había sido inventado para uso de los científicos, físicos y técnicos. Para ayudarles a mantenerse al</p> <p>tanto de los adelantos en sus sub-sub-especialidades. A causa de la enorme cantidad de investigaciones y de experimentación que se lleva a cabo en el sector humano de la galaxia, era totalmente imposible mantenerse al día y todavía encontrar tiempo disponible para poner en práctica el conocimiento. La creación de Dalt (y del socio) solucionó este problema al transmitir la información a los centros cognoscitivos del cerebro a gran velocidad.</p> <p>Más tarde, se adicionaron numerosos variaciones y refinamientos. El doctor Rico Tyrrell fue el primero en perfeccionar el modo sensorial de la transmisión. Lo empleó en un programa de rehabilitación de drogadictos para duplicar los efectos sensoriales de las drogas adictivas, y favorecer el destete psicológico en aquellos pacientes que habían superado la dependencia fisiológica. La idea fue rápidamente pirateada, y muy pronto se hallaron en el mercado casettes con grabaciones de fantásticas experiencias sexuales de todas las clases y variedades.</p> <p>Giff gemía y se arrastraba por el suelo.</p> <p>—Porque el casette es bastante fuerte —dijo el socio.</p> <p>—Algunas de estas grabaciones producen tanta adición como el Zemmelar, y los consumidores crónicos se vuelven impotentes en un contexto sexual real.</p> <p>—¿Cómo es que nunca los probamos?</p> <p>Dalt dio un respingo mental.</p> <p>—Nunca tuve necesidad. Y cuando llegue ese momento tomaré un poco de...</p> <p>Se oyó un quejido que venía desde el rincón: Giff había llegado al punto culminante de la grabación. Su cuerpo estaba arqueado de manera tal que sólo las palmas de sus manos, sus talones y el cráneo estaban en contacto con el suelo. Sus dientes se clavaban en su labio inferior con el objeto de ahogar cualquier grito. Repentinamente, se dejó caer al suelo, jadeando.</p> <p>—¡Debe de ser bueno! —exclamó Dalt.</p> <p>—Como casi todos, ha de combinar orgasmos masculinos y femeninos... La última moda en sensaciones sexuales —comentó el socio:</p> <p>—Y eso es todo: sensaciones. Sin emoción.</p> <p>—Exacto. Superonanismo. —El socio permaneció en silencio mientras observaban a su guardián—. ¿Has visto lo que cuelga de su cuello?</p> <p>—Sí. Una piedra resplandeciente, ¿no?</p> <p>—Parece igual a la tuya... Una imitación barata, sin duda, pero la semejanza es notable. Pregúntale.</p> <p>Dalt se encogió de hombros en un gesto de desinterés. Entonces se dio cuenta de que Giff se estaba moviendo.</p> <p>—¿Ha terminado ya? —le preguntó.</p> <p>El hombre se sentó, agotado.</p> <p>—No le gusto, ¿no es cierto? —afirmó en voz baja, manteniendo los ojos sobre el suelo mientras desconectaba el casette de su cuero cabelludo.</p> <p>—La verdad, no —replicó Dalt, y la sinceridad era evidente en su voz. Algunos siglos antes se hubiera sentido escandalizado, pero había aprendido ya a ver a la humanidad desde una perspectiva más indulgente..., una visión que había aprendido en los días en que era El Curandero. Había sido difícil al principio, pero, a medida que transcurrían los años, este punto de vista se había vuelto natural, un componente necesario de su psique.</p> <p>No despreciaba al hombre; tampoco le tenía lástima. Giff no era nada más que una expresión de las infinitas posibilidades abiertas a la existencia humana.</p> <p>Dalt movió las esposas hacia abajo y se sentó, con las piernas cruzadas, sobre el suelo. Cuando Giff guardó el casette en un compartimiento de su traje, Dalt dijo:</p> <p>—Tiene una hermosa piedra en el cuello. ¿Dónde la ha robado?</p> <p>Los ojos del hombre relampaguearon de un modo inusual.</p> <p>—¡Es mía! No será auténtica pero es mía. Mi padre dio una a cada uno de sus hijos de la misma manera que su madre había hecho con él. —Sostuvo la piedra entre sus manos y observó su brillo interior.</p> <p>—¡Hum! —gruñó Dalt—. Es parecida a la mía. Giff se puso en pie y se acercó a Dalt.</p> <p>—Por consiguiente, usted es un Hijo de El Curandero.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—La piedra... es una réplica de la que usaba El Curandero hace muchos siglos. Todos los Hijos de El Curandero llevan una.</p> <p>Se detuvo junto a Dalt y cogió entre sus manos la cuerda que circundaba su cuello. Dalt consideró la posibilidad de darle un golpe con el aparato que apresaba sus muñecas.</p> <p>—No servirá de nada —le previno el socio—. Aunque lo dejaras inconsciente, ¿de qué serviría? Sigue hablando; quiero oír algo más sobre estos Hijos de El Curandero.</p> <p>En consecuencia, Dalt permitió que Giff inspeccionara su piedra.</p> <p>—No soy Hijo de El Curandero. De hecho, ignoraba que el personaje tuviera hijos.</p> <p>Giff dejó la gema de Dalt y respondió:</p> <p>—Es sólo una forma de hablar. Nos llamamos sus hijos —aunque sería más adecuado sus tátara-tátara-tataranietos, sus choznos— porque ninguno de nosotros habría nacido de no haber sido por él.</p> <p>Dalt le miró sin expresión, y Giff continuó en un tono exasperado:</p> <p>—Soy descendiente de una de las personas que él curó hace doscientos años. Una víctima de los horrores. Si El Curandero no hubiera aparecido para curarla, ella hubiera permanecido en un instituto toda su vida; sus dos hijos nunca hubieran nacido y así sucesivamente.</p> <p>—¡Y tú no estarías aquí cuidándonos, idiota! —murmuró el socio.</p> <p>—La primera generación de Hijos de El Curandero —continuó Giff— fundó un club social, pero el grupo comenzó a crecer y a extenderse. La organización ya no existe en la actualidad. Somos sólo personas que mantenemos viva su memoria a través de nuestras familias y que usamos estas piedras de imitación. Los horrores aún hacen estragos y algunos dicen que El Curandero regresará.</p> <p>—¿Lo cree usted? —preguntó Dalt.</p> <p>Giff se encogió de hombros.</p> <p>—Me gustaría creerlo. —Sus ojos estudiaron la piedra de Dalt—. La suya es auténtica, ¿no?</p> <p>Dalt titubeó unos instantes, enfrascado en una conferencia esclarecedora.</p> <p>—¿Se lo digo? —le preguntó al socio.</p> <p>—Creo que es nuestra única posibilidad. No empeorará nuestra situación.</p> <p>Ni Dalt ni el socio temían la violencia física o la tortura. Con el socio que controlaba todos los sistemas físicos, Dalt no sentiría dolor y en cualquier momento podía fingir un estado parecido al de la muerte, con la piel enfriada por medio de una intensa vasoconstricción y con la actividad cardiovascular disminuido a su mínimo nivel.</p> <p>—Sí. Preferiría librarme de estas esposas y no tener que hacerme el muerto —le dijo al socio.</p> <p>—Yo también lo prefiero. Juega tus cartas.</p> <p>—Es auténtica —le dijo Dalt a Giff—. Es la original.</p> <p>La boca de Giff se torció en un gesto de escepticismo.</p> <p>—Y yo soy el presidente de la Federación.</p> <p>Dalt se levantó acompañado por las esposas.</p> <p>—Su jefe está buscando a un hombre que ha vivido más de doscientos años, ¿no es verdad? Bueno, yo soy ese hombre.</p> <p>—Ya lo sabemos.</p> <p>—Soy el que nunca enferma, el que nunca envejece... ¿Qué clase de curandero sería El Curandero si no pudiera curarse a sí mismo? Después de todo, la muerte es la culminación de toda una serie de procesos degenerativos.</p> <p>Giff reflexionó un momento. Aceptaba la lógica, pero se resistía a la conclusión.</p> <p>Y dónde está el mechón de plata y la mano dorada?</p> <p>—Sáqueme el casco y eche una mirada. Después, vierta un poco de la poción que encontrará en aquel cajón y frótela sobre mi muñeca izquierda.</p> <p>Después de un minuto de duda, Giff aceptó el reto y con cautela levantó el casco de Dalt.</p> <p>—Nada! ¿Qué intenta...?</p> <p>—Fíjese en las raíces —le dijo Dalt—. ¿No comprende que no puedo andar por ahí con el mechón sin teñir?</p> <p>Giff miró. El nacimiento del pelo de la zona oval de la cabeza de Dalt tenía un color gris plata. Giff saltó a un lado y comenzó a examinar a Dalt como si fuera una pieza de museo. Sin decir una palabra, fue hasta el cajón que Dalt le había señalado y sacó un frasco lleno de un líquido de color naranja.</p> <p>—Me... me da un poco de miedo todo esto —murmuró, abriendo el recipiente mientras se acercaba. Vertió la poción sobre la muñeca de Dalt que el aparato dejaba libre. La mayor parte del líquido cayó al piso pero una cantidad suficiente alcanzó el blanco.</p> <p>—Ahora frote —dijo Dalt.</p> <p>Sin mirar, Giff se puso el frasco bajo el brazo y comenzó a friccionar la muñeca izquierda de Dalt y su antebrazo. El líquido de repente cambió de color transformándose en rosado. A partir de una clara línea de demarcación, de la muñeca hacia abajo, la piel tomó un tono dorado profundo.</p> <p>—¡Usted es El Curandero! —siseo, clavando por primera vez sus ojos en los de Dalt—. Perdóneme, le libraré de las esposas inmediatamente. —En su prisa por buscar las llaves en sus bolsillos, Giff dejó caer el frasco que se estrelló contra el suelo.</p> <p>—¡Oiga, que es cristal auténtico! —dijo Dalt.</p> <p>Giff no hizo caso del incidente y la protesta. La llave ya estaba en su mano y la estaba insertando en la ranura correspondiente. La presión alrededor de las muñecas de Dalt se aflojó instantáneamente y el hombre vio sus manos en libertad.</p> <p>—Perdóneme —repetía, sacudiendo la cabeza y fijando los ojos en el suelo—. Si hubiera sabido que usted era El Curandero no me habría metido en esto, se lo juro. ¡Perdóneme!</p> <p>—Muy bien, muy bien. ¡Le perdono! —dijo Dalt con prisa—. Dígame, ¿tiene armas?</p> <p>Giff asintió con ansiedad, buscó en su bolso y le alcanzó un modelo manual pequeño, barato pero efectivo a corta distancia. —Bueno. Ahora, lo único que tenemos que hacer...</p> <p>—¡Eh! —grito alguien desde el otro extremo del cuarto—. ¿Qué está ocurriendo?</p> <p>Dalt reaccionó por reflejo, con el arma levantada. Era Pinte con su pistola preparada. Hubo un relámpago y Dalt sintió dolor. El disparo del arma de Hinter le había hecho un agujero en su pecho, dos centímetros a la izquierda del esternón. En el momento en que se le doblaron las rodillas, todo se volvió oscuridad y silencio.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">12</p> </h3> <p>Llamado desde el piso inferior por el aullido de Giff, Kanlos se encontró frente a una extraña escena: el prisionero —Dalt o como se llamase— yacía de espaldas, con un agujero en el pecho, la camisa empapada en sangre... muerto. Giff estaba arrodillado sobre él, sollozando y apretando las esposas de gravedad contra su abdomen; Hinter permanecía mudo a su lado, con el arma en la mano.</p> <p>—¡Tú, tonto! —Gritó pálido a causa de la ira—. ¿Cómo has podido ser tan estúpido?</p> <p>Hinter dio un involuntario paso hacia atrás.</p> <p>—Tenía un arma. No me importa lo valioso que sea un tipo. Si me apunta con un arma ¡yo disparo!</p> <p>Kanlos se aproximó al cuerpo.</p> <p>—¿Cómo consiguió el arma?</p> <p>Hinter se encogió de hombros.</p> <p>—Escuché un ruido y vine a investigar. Se había librado de las esposas y sostenía el arma entre sus manos.</p> <p>—Explícate —dijo, pateando con su pie al sollozante Giff.</p> <p>—¡Era El Curandero!</p> <p>—¡No seas ridículo!</p> <p>—¡Lo era! Me lo demostró.</p> <p>Kanlos consideró las últimas palabras.</p> <p>—Bueno, tal vez sea posible que lo fuera. Le seguimos el rastro hasta Tolive y allí fue donde hizo su primera aparición El Curandero. Todo encaja. Pero, ¿por qué lo liberaste?</p> <p>—¡Porque soy un Hijo de El Curandero! —susurró Giff—. ¡Y ahora he ayudado a asesinarle!</p> <p>Kanlos puso cara de disgusto.</p> <p>—¡Idiotas! Estoy rodeado de imbéciles e incompetentes. Nunca descubriremos ya cómo pudo permanecer vivo durante tanto tiempo. —Suspiró exasperada. Está bien. Todavía nos quedan algunos cuartos por revisar.</p> <p>Hinter se fue detrás de Kanlos.</p> <p>—¿Qué hacemos con él? —preguntó señalando a Giff.</p> <p>—Déjalo. Es un inútil.</p> <p>Bajaron la escalera dejando a Giff agachado junto al cuerpo de El Curandero.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">13</p> </h3> <p>—¡Vamos! ¡Despierta! —exclamó el socio</p> <p>—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Dalt.</p> <p>—Hinter te agujereó el corazón, amigo mío.</p> <p>—Y ¿cómo es que aún estoy con vida?</p> <p>—Porque el corazón auxiliar que te construí en la pelvis hace doscientos años por fin ha servido para algo.</p> <p>—Nunca me enteré de eso.</p> <p>—Nunca te lo dije. Ya sabes cómo te pones cuando me dedico a hacerte alguna transformación.</p> <p>—No volveré a poner objeciones. Pero ¿qué te impulsó a construirme un segundo corazón?</p> <p>—Me impresionó lo que pasó con Anthon cuando le agujereaste el pecho, y se me ocurrió que no era seguro que tuvieras todo tu sistema circulatorio dependiendo de un solo órgano. Por eso, adjunté un órgano auxiliar a la aorta abdominal, fabriqué algunas válvulas y lo dejé allí... por si acaso.</p> <p>—Repito: no volveré a poner objeciones.</p> <p>—Perfecto. Tengo algunas ideas respecto a la composición mineral de tus huesos que...</p> <p>—Más tarde. ¿Qué hacemos ahora?</p> <p>—Enviaremos al imbécil a su casa, y luego nos ocuparemos de los otros dos. Pero Sin esfuerzos: nos funciona un solo pulmón.</p> <p>—¿Por qué no los esperamos con el arma?</p> <p>—No. Tengo una idea mejor: ¿recuerdas las visiones que tenían las víctimas de los horrores?</p> <p>—Jamás lo olvidaré.</p> <p>—Ni yo. Creo que puedo recrearías lo suficiente para llenar casa de una considerable dosis de horrores. Les daré la dosis necesaria para aseguramos de que ninguno de estos dos —ni ningún otro— vuelva a poner sus pies aquí.</p> <p>—Muy bien. Pero librémonos de Giff.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">14</p> </h3> <p>Sin previo aviso, el cuerpo que estaba enfrente de Giff se movió y tomó una posición de sentado.</p> <p>—Deja de llorar y márchate de aquí —le dijo.</p> <p>La boca de Giff se abrió ante la sorpresa de ver con vida al hombre que aún lucía el agujero en el lugar donde antes había estado su corazón. Le miró dudando si reír de alegría o llorar de espanto. Resolvió el conflicto vomitando.</p> <p>Cuando se le vació el estómago, recibió instrucciones de subir al techo y huir por la salida de emergencia.</p> <p>—No repita nada de lo ocurrido —le ordenó el cuerpo—. No lo haga si valora su salud mental.</p> <p>—Pero, ¿cómo...? —comenzó.</p> <p>—Sin preguntas. Si no se marcha ahora, no me haré responsable de lo que le ocurra.</p> <p>Sin una palabra, echando una mirada hacia atrás, Giff se encaminó hacia el techo. En una última visión, vio que el cuerpo se ponía en pie y se arrojaba sobre una de las sillas.</p> <p>Dalt sacudió su cabeza.</p> <p>—¡Aturdido! —musitó.</p> <p>—Sí. Hay un largo camino desde la pelvis al cerebro. También hay espasmos en el arco aórtico que presentan algunas dificultades. Pero pronto estaremos bien.</p> <p>—Tengo que confiar en ello. ¿Cuándo comenzamos con los horrores?</p> <p>—Ahora. Te bloquearé porque no creo que puedas soportar sus efectos.</p> <p>—Esperaba que dijeras eso —pensó Dalt con alivio, y observó cómo todo a su alrededor se desvanecía y perdía forma.</p> <p>Y del cuerpo sanguinolento que descansaba sobre la silla comenzó a manar el terror, el mal, los horrores. Una columna débil al principio; más potente después; por fin un torrente sin fin.</p> <p>Los hombres que estaban abajo abandonaron la búsqueda y comenzaron a gritar.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">15</p> </h3> <p>Dalt terminó de inspeccionar los cuartos de la planta baja y se sintió aliviado al pensar que las dos criaturas balbuceantes, de ojos vacíos, que alguna vez habían sido Kanlos y Hinter, ya no significaban una amenaza para su vida y para su secreto. Salió al aire frío de la noche en un esfuerzo por suavizar el trabajo de su laborioso pulmón derecho. Entonces observó un cuerpo tirado entre los arbustos.</p> <p>Era Giff. Por la postura distorsionada de su cuerpo, era evidente que se había caído del techo y se había roto el cuello.</p> <p>—Parece que este Hijo de El Curandero era incapaz de obedecer órdenes —dijo Dalt—. Se debe de haber quedado en el techo y se volvió loco cuando los horrores comenzarán.</p> <p>—El hijo de Lot.</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>—Nada. Sólo una referencia distorsionada de un episodio de un antiguo libro religioso —dijo el socio y cambió de tema—. ¿Sabes? Es divertido pensar que un culto de seguidores de El Curandero aguarde su regreso.</p> <p>—No me parece divertido. Causamos una gran sensación... y después desaparecimos.</p> <p>—No por nuestra voluntad. Existieron interferencias externas.</p> <p>—Exacto. Pero ya no están, y la guerra continúa.</p> <p>—Quieres volver, ¿no es cierto?</p> <p>—Sí, y tú también.</p> <p>—Creo que tienes razón. Quiero aprender más aún sobre el tema. Tal vez podamos descubrir quién o qué se esconde detrás de los horrores.</p> <p>—Alguna vez creíste ver algo. Una pista, ¿no?</p> <p>—Casi nada. Un rastro..., la mirada de algo que se movía detrás de la escena. No tengo teorías ni evidencia. Sólo sospechas.</p> <p>—Suena un poco rebuscado para mi gusto.</p> <p>—Ya veremos. Sin embargo, primero debemos reparar el agujero que tienes en el pecho y lograr que el corazón original vuelva a funcionar. Cito tus palabras: «¿Qué clase de curandero sería El Curandero si no pudiera curarse a sí mismo?» Además, trataré de pensar algún modo espectacular para la reaparición del personaje.</p> <p>Después de cambiarse de ropa, subieron al techo y ascendieron al vehículo dejando a las autoridades de Meltrin dos idiotas balbuceantes, un imbécil muerto y la misteriosa desaparición de un respetado físico conocido bajo el nombre de Cheserak.</p> <p>—Por supuesto, los tarcos cargaron con la culpa.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">Tercera parte</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate: none">Cura a tu nación</p> <i> <h3><p>Año 1231</p></h3> <p>Los horrores persistieron con variables niveles de virulencia durante casi más de un milenio, y en este periodo ciertos individuos con los complementos indispensables —la piedra reluciente, el mechón plateado, la mano dorada— aparecieron a intervalos erráticos. Los esfuerzos de estos impostores fueron invariablemente coronados por el éxito al lograr curar la enfermedad. Y aunque la mayoría de las autoridades médicas atribuían sus curas a la sugestión (con la única excepción del C.M.I que, por extrañas razones, siempre se abstuvo de acusar a los impostores), las explicaciones cayeron en oídos sordos. Los Hijos de El Curandero no querían saber nada. Las explicaciones racionales no tenían ningún significado para ellos.</p> <p>Y así, en forma inexorable, el culto creció. Cruzó los planetas, las naciones, e incluso atravesó las barreras raciales (ya hemos discutido los conflictos entre los lentemianos y los tarcos durante la posguerra). Se extendió en todas direcciones hasta que... los horrores cesaron.</p> <p>Tan repentina e inexplicablemente como habían comenzado, los horrores dejaron de aparecer. No se han conocido nuevos casos en los últimos dos siglos y, aparentemente, el culto de El Curandero empieza a languidecer. Sólo lo mantiene el vivo hecho de que varios individuos han colocado monumentos recordatorios de video tape en todos los planetas. Sin embargo, nadie recuerda haber visto nunca a El Curandero.</p> <p>Los Hijos de El Curandero dicen que él aguarda el día en que se le necesite nuevamente.</p> <p>Veremos.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: right">(Extractado de El Curandero: hombre y mito, de Emmerz Fent)</p> </i> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">16</p> </h3> <p>Central de la Federación: oficina del primer auxiliar, Fuerza de Defensa de la Federación.</p> <p>Ros Petrical recorría el cuarto a zancadas. Era rubio, elástico, y se sentía orgulloso de su aspecto físico. Sin embargo, no intentaba impresionar al otro ocupante de la oficina. Se trataba de Bilxer, un viejo amigo y coordinador de la Federación, que se había acercado a saludarle. En aquel momento, llegó el informe. El departamento de Bilxer se encargaba de tabular e informar —a cambio de un salario por supuesto— sobre las fluctuaciones en los valores relativos del dinero que circulaba en los distintos planetas miembros de la organización. Sin embargo, se había producido una progresiva pérdida de interés en los promedios a lo largo de las últimas generaciones y en consecuencia, Bilxer se encontraba con una gran cantidad de tiempo libre entre sus manos.</p> <p>Petrical, hasta hacía muy poco, apenas si podía quejarse de tener exceso de trabajo. En la actualidad, sin embargo, lamentaba no haber seguido la carrera financiera en lugar de estudiar ciencia militar. Entonces, estaría reclinado en el sillón como Bilxer, viendo como algún otro recorría el cuarto.</p> <p>—Bueno, la teoría de los tarcos ya no sirve —dijo Bilxer desde su situación de reposo—. En realidad, nadie creyó nunca que hubieran participado en los incidentes.</p> <p>—¡Incidentes! Es un buen término para enmascarar una matanza fría y premeditada.</p> <p>Bilxer se encogió de hombros ante el estallido de Petrical y su descodificación semántica.</p> <p>—Nos quedan los broohnins.</p> <p>—¡Imposible! —dijo Petrical, moviendo el aire con su mano. Se sentía agitado, lo sabía y se maldecía a sí mismo por no poder ocultarlo—. Ya has leído el informe. Los sobrevivientes de la ciudad tarca...</p> <p>—¡Oh!, ¿quedaron sobrevivientes? —interrumpió Bilxer—. Es interesante.</p> <p>Petrical miró a su visitante y se preguntó cómo habían llegado a ser amigos. Se refería a la muerte de miles de criaturas racionales y parecía asignarles tanta importancia como a la devaluación del dinero tarco.</p> <p>Algo maligno se estaba extendiendo por los planetas. Sin ninguna razón aparente, y a un promedio alarmante, se llevaban a cabo matanzas de diferentes lugares a intervalos irregulares. Los primeros incidentes no habían sido de gran importancia; al menos a nivel interestelar. Un hombre derribado allí, una familia destruida acá, un incendio en algún establecimiento aislado. Después, los acontecimientos se extendieron a pueblos y ciudades. Entonces, los informes comenzaron a llover sobre la Federación y se formularon las primeras preguntas. Petrical había rastreado tenazmente a los asesinos, había encontrado pistas, muchas de ellas falsas, a lo largo de siete décadas. No había hallado ninguna respuesta y sí muchas preguntas, la más importante de las cuales era la siguiente: Si los depredadores querían asolar una ciudad o un poblado, ¿por qué no atacaban desde el aire? Un solo navío periestelar podía destrozar una ciudad entera desde la atmósfera con escaso o ningún peligro para los atacantes. En cambio, descendían al planeta y realizaban su trabajo con armas antipersonales.</p> <p>No tenía sentido... a menos que sembrar el terror fuera parte de sus objetivos. Los equipos de ataque habían sido muy eficaces. Nunca habían dejado testigos. Hasta ahora.</p> <p>—Los sobrevivientes —continuó Petrical en un tono agresivo— describen a sus agresores como humanoides «vestidos de vacío», sin rasgos físicos ni semejanzas con cualquier raza conocida. Metódicamente asesinan a todo ser viviente que se les pone delante. ¿Su modo de huir? Corren hasta cierto lugar y luego se desvanecen en el aire. Podrían ser los broohnins, pero no es su estilo. Además, no poseen los necesarios avances tecnológicos.</p> <p>—Alguien lo hace.</p> <p>Petrical dejó de caminar.</p> <p>—Sí, alguien lo hace. Y quienquiera que sea debe de utilizar algún nuevo principio físico. —se detuvo detrás de su escritorio y se hundió en el asiento. Su expresión, al hablar, era de tristeza—: Los tarcos piden una reunión de emergencia al Consejo General.</p> <p>—Bueno, sería útil que aconsejaras al director que la realice. ¿Te atreves?</p> <p>—No tengo otra elección. Debería haberlo indicado hace tiempo, pero lo evité confiando en que llegaríamos a obtener más datos sobre los agresores. Pero ahora que han atacado a los tarcos, no puedo esperar más tiempo.</p> <p>Bilxer se levantó y deambuló por el cuarto.</p> <p>—Suele decirse que la Federación está muerta, que es cosa del pasado. Una bella y ruidosa sesión de emergencia puede destruir esa idea.</p> <p>—Me temo —suspiró Petrical— que la respuesta a la emergencia sólo confirmará el diagnóstico final.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">17</p> </h3> <p>Josif Lenda hizo un inventario de la habitación mientras esperaba la aparición del señor Mordirak. Las altas paredes lucían estantes y más estantes sellados que contenían libros en su mayor parte. Y el mobiliario: un escritorio con lujosas tallas y tres confortables sillas; reptiles y otros animales embalsamados pertenecientes a una docena de mundos, que miraban fijamente desde los rincones y las paredes, intercalados con réplicas de armas muy antiguas, armas de combate individual. Que quizá no fueran réplicas. El cuarto carecía de ventanas y tenía luz indirecta. Lenda tuvo la sensación de haberse trasladado a un sombrío pasado.</p> <p>A pesar de —y sin duda a causa de— su casi patológico aislamiento, el señor Mordirak era con toda probabilidad el ciudadano más famoso de Clutch. Hombre de una salud increíble, vivía en una residencia que parecía haber sido traída desde los días previos de los vuelos estelares en la Tierra, y estaba situada sobre un pináculo de piedra en medio de los terrenos más desagradables del planeta. De acuerdo con lo que se sabía, jamás abandonaba su área, y cuando lo hacía, evitaba cuidadosamente que su imagen quedara grabada.</p> <p>Lenda sintió un poco de aprensión al oír un sonido que provenía de los dos escalones situados detrás del escritorio. Necesitaba con desesperación la ayuda de un hombre de la altura de Mordirak, pero éste se había mantenido aislado de cualquier asunto humano desde el día, hacía ya medio siglo, en que apareciera de repente en Clutch. Circulaban rumores de que había comprado el planeta. Aquello era bastante improbable; no obstante, se había levantado un aura de poder y riqueza alrededor del hombre, que aún persistía. Lo único que Lenda precisaba de Mordirak era una palabra de apoyo público; de este modo, sus planes para obtener un sitio en la Asamblea de la Federación estarían asegurados.</p> <p>Aquél era el motivo de su aprensión. Mordirak nunca concedía entrevistas; no obstante, había aceptado ésta. ¿Le interesaría? ¿O estaría jugando con él?</p> <p>Se abrió la puerta y un personaje de cabello oscuro y apariencia robusta, de una edad aproximada a la de Lenda, hizo su aparición. Se sentó con lentitud detrás del escritorio y sus ojos enfocaron al hombre que se encontraba frente a él.</p> <p>—¿Por qué un caballero tan joven como usted quiere representar a Clutch ante la Asamblea de la Federación, señor Lenda?</p> <p>—Pensé que me iba a recibir el señor Mordirak en persona —dijo Lenda, y en seguida se arrepintió de haber pronunciado aquellas palabras.</p> <p>—Yo soy Mordirak —fue la contestación.</p> <p>A pesar de que había esperado que Mordirak fuera un hombre de más edad y de haber pensado que su aspecto sería más imponente, Lenda le había reconocido desde el mismo instante en que el otro entró en el cuarto. La voz del hombre era joven, pero conservaba las cadencias propias de alguien acostumbrado a dar órdenes.</p> <p>—Lo siento —murmuró—. Jamás le había visto personalmente.</p> <p>—No importa —le aseguró Mordirak—. Ahora, responda a mi pregunta.</p> <p>Lenda se encogió ante la inexplicable sensación de incomodidad que el otro le provocaba, y habló:</p> <p>—Quiero ser el representante planetario porque Clutch es miembro de la Federación y los habitantes de este planeta debemos estar allí. Nadie parece creer que la Federación es importante. Yo sí lo creo.</p> <p>—La Federación está muerta —afirmó Mordirak llanamente. —Lamento no estar de acuerdo, señor. Muriendo, sí. Pero no muerta.</p> <p>—Sus miembros no han desarrollado tarea alguna a lo largo de tres siglos. A eso llamo yo estar muerto.</p> <p>—Bueno, entonces —dijo Lenda apretando la mandíbula—, hay que resucitarla.</p> <p>Mordirak gruñó:</p> <p>—¿Qué quiere de mí?</p> <p>—Su apoyo. Sé que puede brindármelo.</p> <p>—No tengo poder político.</p> <p>—Tampoco yo. Soy prácticamente desconocido para la población. Y ése no es su caso. Necesito los votos de más del cincuenta por ciento de los ciudadanos calificados de Clutch para que la Federación me acepte. Para obtener los votos, me hace falta su apoyo.</p> <p>—¿No puede conseguirlos por sus propios medios?</p> <p>Lenda suspiró:</p> <p>—En la última elección, fui el único candidato y nadie se molestó en votarme. La Carta Constitucional de la Federación no reconoce a los representantes que no tengan más de la mitad de los votos.</p> <p>La repentina sonrisa de Mordirak iluminó su rostro.</p> <p>—¿Y este hecho no le dice nada, señor Lenda?</p> <p>—¡Sí! Me dice que necesito que alguien les obligue a abandonar sus poltronas y sus aparatos de televisión para decir un simple «sí» o un simple «no» durante la hora en que las urnas permanecen abiertas.</p> <p>—¿Y cree que soy su hombre?</p> <p>—Señor Mordirak, su nombre es mágico en este planeta. Si el recluso más famoso de Clutch piensa que es importante que alguien nos represente, entonces los votantes también pensarán que lo es.</p> <p>—Temo no poder apoyarlo —dijo Mordirak, y su tono tenía un inconfundible matiz de punto final.</p> <p>Lenda trató de ocultar su frustración con valor.</p> <p>—Bueno, si no es a mí, apoye a otro. A cualquiera... Observe lo que está ocurriendo.</p> <p>—Lo siento, señor Lenda, nunca he tenido mucho que ver con la política ni con los políticos, y no me interesa comenzar ahora. —Se puso de pie y comenzó a salir.</p> <p>—¡Maldición, Mordirak! —gritó Lenda, saltando sobre sus pies—. ¡La raza humana se está yendo al demonio! ¡Nos estamos convirtiendo en basura! ¡Un grupo hace una cosa aquí, otro hace otra allá, desconectados, egoístas, indiferentes! Nos hemos convertido en un puñado de fragmentos con sólo un pasado genético común como único lazo. ¡No me gusta lo que ocurre y quiero hacer algo!</p> <p>—Usted tiene pasión, señor Lenda —dijo Mordirak con un tono de aprobación—. Pero, ¿qué cree que puede hacer?</p> <p>—Yo... no lo sé todavía —respondió reponiéndose rápidamente—. Primero tengo que ingresar en la Federación y trabajar desde allí. En sus comienzos, la Federación era una organización noble y útil para la humanidad. Odio pensar que se esté muriendo de inanición. Todo el esfuerzo de hombres como LaNague...</p> <p>—LaNague... —murmuró Mordirak mientras su rostro se suavizaba—. Crecí en su planeta natal.</p> <p>—O sea que usted es toliviano —dijo Lenda sin comprender del todo—. Este hecho explica su desinterés por la política.</p> <p>—En parte, sí. LaNague nació en Tobve y aún se le recuerda con respeto. Hay un buen número de tolivianos a quienes admiro.</p> <p>Por primera vez durante la entrevista, Lenda sentía que estaba conversando con un ser humano. El abismo inicial que les separaba había disminuido considerablemente, y Lenda pensó que debería obtener ventajas de esa proximidad.</p> <p>—No hace mucho visité la Central de la Federación. A LaNague se le destrozaría el corazón si la viera...</p> <p>—Esa técnica no sirve —gritó Mordirak, y su voz se afirmó.</p> <p>—Lo siento. Es que no sé qué hacer.</p> <p>—Ya lo veo. Se siente frustrado. Desea con desesperación resultar elegido y no sabe cómo lograrlo.</p> <p>—No es justo.</p> <p>—¿Por qué no? ¿Por qué querrían ellos que usted ocupara un asiento? ¿«Nacido para mandar», tal vez?</p> <p>Lenda permaneció en silencio. Le había molestado la insinuación, pero de algún modo había tocado ciertos resortes oscuros de su mente. A menudo se había preguntado acerca de sus móviles políticos sin hallar una respuesta satisfactoria. No obstante, se negaba a aceptar el retrato que le pintaba Mordirak.</p> <p>—No para mandar —replicó—. Si fuera éste mi propósito, me alegraría la caída de la Federación. Nadie se acercó nunca a la Federación para mandar, salvo que fuera un restructurista. —Hizo una pausa y entrecerró los ojos—. Supongo que soy un romántico. He pasado mi vida de adulto estudiando la historia de la organización y conozco perfectamente cómo funcionaba antes de la guerra. He oído las grabaciones de las grandes sesiones y debates. Con toda sinceridad le digo que si conociera la Federación tanto como yo, y la viese ahora, se echaría a llorar.</p> <p>Mordirak permaneció inmóvil.</p> <p>—Y hay otra cosa —presionó Lenda—. Estos agresores, estos ataques sin sentido a los planetas van en aumento. Las atrocidades que cometen son monstruosas, pero temo que el final será infinitamente peor. Si la Federación no brinda una respuesta adecuada, preveo que la raza terráquea —de hecho, todo este brazo de la galaxia— entrará en un largo y tal vez interminable periodo de feudalismo interestelar.</p> <p>La mirada de Mordirak no se alteró.</p> <p>—¿Y a mí qué?</p> <p>Lenda flaqueó visiblemente, pero se recuperó en seguida e hizo un último esfuerzo por llegar hasta el hombre.</p> <p>—Venga conmigo a la Central. Vea con sus ojos el desgaste.</p> <p>—Si usted lo desea, tal vez vaya el año próximo.</p> <p>—¡El año próximo! —Lenda estaba asombrado de su propia incapacidad para despertar interés en el otro—. ¡El año que viene será demasiado tarde! El Consejo General se está reuniendo en estos momentos.</p> <p>Mordirak se encogió de hombros.</p> <p>—Entonces, hoy. Me cambiaré de ropa.</p> <p>Lenda se sentía lleno de asombro ante el giro de los acontecimientos y ante la total falta de sentido del tiempo de Mordirak.</p> <p>Junto al hombre, atravesó los oscuros pasillos y se sumergió en la cristalina luz de la tarde. Ascendieron a un transporte aéreo, se elevaron, y atravesaron la tenue capa de nubes en dirección a la costa. No cruzaron ni una palabra mientras descendían a la playa y entraban en la cabina del tubo submarino. La potencia fue aumentando lentamente hasta el momento en que abandonaron la plataforma continental hacia el fondo de la caverna submarina a la que conducía el mayor de los portones Haas de Clutch.</p> <p>Los portones Haas habían revolucionado la navegación interestelar un milenio antes, al permitir que las naves se situaran perfectamente en la gravedad de las estrellas. En la primera etapa de su existencia, habían funcionado en el espacio interplanetario. Diversos accidentes en la atmósfera planetario, con trágicos resultados, habían llevado a los técnicos a intentar un método de presión profunda sobre el fondo del océano. El método funcionó. La presión atemperó los efectos de desplazamiento, y la navegación periestelar e interestelar se revolucionó al eliminar los problemas de escape/velocidad. El portón orbital, no obstante, siguió siendo necesario para los descensos, dado que el contacto con otra cosa que no fuera el vacío provocaba desastres incalculables.</p> <p>Lenda no dijo nada cuando penetraron en el vehículo, y Mordirak no pareció inclinado a romper el incómodo silencio. Sin embargo, una vez que el transporte giró hacia los dorados. pilares que señalaban los portones y se introdujo en el campo generado entre ellos, Lenda se sintió obligado a hablar.</p> <p>—¿Puedo preguntarle, señor Mordirak, qué le llevó a cambiar de idea y viajar a la Central de la Federación?</p> <p>El otro ocupante del compartimiento pareció no darse cuenta de que le hablaban. Lenda esperó un, tiempo prudencial y volvió a formular la pregunta.</p> <p>—Siento una fascinación particular por el proceso del gobierno —fue la respuesta—. Me repele todo lo que significa. Usted ha dicho que la Federación se está muriendo y quiero verlo por mí mismo. —Se reclinó y cerró los ojos.</p> <p>Los ulteriores intentos de conversación resultaron infructuosos, y Lenda, por fin, se resignó a permanecer en silencio durante el resto del viaje.</p> <p>Después de atravesar el portón de la Central y entrar en la órbita del planeta, Lenda se sintió desagradablemente sorprendido por el escaso movimiento que se observaba en toda la zona. Le transmitió sus aprensiones a Mordirak.</p> <p>—La Federación está en peores condiciones de lo que imaginé.</p> <p>La llamada para una sesión de emergencia tendría que haber alterado a todos los planetas y el lugar debería estar lleno de representantes.</p> <p>Mordirak asintió de un modo ausente, perdido en sus propios pensamientos.</p> <p>—A causa de su apasionada descripción —dijo Mordirak mientras atravesaban los desiertos corredores del Complejo de la Asamblea—, esperaba encontrar calles destrozadas y paredes agrietadas.</p> <p>—¡Oh!, el deterioro existe. Las grietas están, sólo que son metafóricas. Estos ámbitos tendrían que estar llenos de periodistas y curiosos. Como están... —Su voz se cortó al observar una melancólica figura que avanzaba desde el fondo del pasillo.</p> <p>—Creo que conozco a aquel hombre —dijo—. ¡Señor Petrical! El hombre le miró, pero no dio señales de reconocerle. —Lo siento, pero no concedo entrevistas en este momento. Lenda se siguió acercando y extendió su mano. —Josif Lenda. Nos conocimos el año pasado durante mi instrucción.</p> <p>Petrical sonrió en forma vaga y murmuró:</p> <p>—Ya recuerdo. —Después de ser presentado a Mordirak, que respondió con un imperceptible movimiento de cabeza, se volvió hacia Lenda con una expresión de tristeza—: ¿Aún le interesa ser representante?</p> <p>—Más que nunca —replicó—. Después, recorrió con la mirada todo el pasillo—. Espero que quede algo de la Federación cuando logre ser elegido.</p> <p>Petrical asintió.</p> <p>—Es una consideración muy real. Permítanme que les muestre algo. —Los condujo a través de una puerta hacia una galería cerrada que corría paralela a la enorme sala del Consejo General. En el extremo más alejado del cuarto, se alzaba un alto podio con seis asientos. Cinco estaban vacíos. El podio inferior estaba destinado a los sectores representativos de los cuarenta asientos; sólo siete estaban ocupados. La inmensa sección que correspondía a los representantes planetarios estaba casi vacía. Unas cuantas figuras solitarias permanecían en pie en forma ociosa, o estaban sentadas en posturas melancólicas.</p> <p>—¡Observen la reunión de emergencia del Consejo General de la Federación de Planetas! —La voz de Petrical rayaba con el disgusto—. ¡Escuchen los encendidos debates, las opiniones apasionadas!</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Siguió un largo silencio durante el cual los tres hombres observaron el cuadro con sus pensamientos reflejados en el rostro. La mandíbula de Petrical se proyectaba hacia adelante, mientras sus ojos echaban chispas a causa de la ira. Lenda parecía escandalizado y en sus ojos se notaba un brillo que no tenía nada que ver con el centelleo natural. Mordirak lucía su máscara de siempre y sólo durante un breve instante, una sonrisa torció la comisura de sus labios.</p> <p>Por fin Lenda susurró:</p> <p>—Está terminada, ¿no es cierto? —y era una afirmación, no una pregunta—. Ahora comenzará el inevitable descenso al barbarismo.</p> <p>—¡Oh!, en realidad, no es tan grave —comenzó Petrical con una energía forzada que se desvaneció rápidamente cuando se enfrentó con la mirada de Lenda. No tenía sentido jugar a ser fuerte con aquel muchacho. Lo sabía—. El descenso ha comenzado —dijo abruptamente—. Esto... —movió una mano señalando el salón casi vacío— lo convierte en un hecho oficial.</p> <p>Lenda se volvió hacia Mordirak:</p> <p>—Lamento haberle pedido que viniera. Lamento haberle molestado.</p> <p>Mordirak observó la escena del salón:</p> <p>—Lo encuentro bastante interesante.</p> <p>—¿Es todo lo que se le ocurre decir? —gritó Lenda entre dientes. Sintió una rabia repentina que le atenazaba la garganta. ¡Aquel hombre era insensible!— Frente a usted tiene no sólo el fin de la organización que durante mil quinientos años ha guiado al mundo hacia una civilización interestelar pacífica, sino también la probable destrucción de esa civilización. ¡Y lo único que se le ocurre decir es que le resulta «interesante»!</p> <p>Mordirak permaneció imperturbable:</p> <p>—Bastante interesante. Pero ya he visto lo suficiente. ¿Quiere que le lleve de regreso a Clutch?</p> <p>—No, gracias. Ya me ocuparé por mi mismo.</p> <p>Mordirak asintió y abandonó la galería.</p> <p>—¿Quién es? —preguntó Petrical. Sólo conocía el nombre del individuo; sin embargo, compartía la antipatía de Lenda.</p> <p>El aspirante a representante se volvió hacia el cuarto de asambleas.</p> <p>—Nadie —contestó.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">18</p> </h3> <p>Mientras se dirigía hacia el transporte, Dalt reflexionó sobre la inmensa alegría que le proporcionaba el fracaso de la Federación. Hacía tiempo que lo veía venir, pero le había prestado poca atención. De hecho, hada mucho tiempo que no se ocupaba de, los asuntos de sus semejantes. Aislado físicamente de ellos, los había extrañado un poco al principio; pero aunque no la necesitaba en absoluto, la proyección de una imagen psi por lo general le bastaba. La humanidad podía ser muy bien otra raza, de acuerdo con el contacto que mantenía con ella. El símbolo de la cultura interestelar humana, la Federación, se estaba muriendo, y él no lo lamentaba en lo más mínimo.</p> <p>Al contrario. Quinientos, incluso doscientos años antes, tal vez su reacción hubiera sido diferente. Entonces era alguien y la Federación era una organización útil. Ahora, él era Mordirak, y la Federación estaba en su lecho de muerte.</p> <p>La declinación, suponía Dalt, había comenzado al finalizar la guerra terro-tarca, un conflicto monstruoso y aparentemente interminable. El monolítico Imperio Tarco poseía poderosas fuerzas de asalto que habían producido estragos en la esfera de influencia de la Tierra. Pero el monolitismo que había sido en principio la gran ventaja de los tarcos, significó, a la larga, su derrota. El imperio había estudiado durante largo tiempo la estructura Ubre, excéntrica, desordenada, de la Federación y había comprendido su debilidad. Pero cuando las victorias comenzaron a escasear y ambos bandos estuvieron en igualdad de condiciones, la diversificación de la humanidad, propugnada por la constitución de LaNague, comenzó a tener sentido.</p> <p>Diversos fracasos tecnológicos en el campo de las armas pusieron en peligro la seguridad del enemigo, y el emperador de los Tarcos vio cómo su palacio era asolado por las naves terráqueas. Era el séptimo descendiente del emperador que había iniciado la guerra y, de acuerdo con la tradición tarea, permitió que los nobles de alto abolengo asesinaran a su familia y a él mismo, y los convirtieran en cenizas, antes que rendirse. Así acabó, con honor, la estirpe real.</p> <p>Después de la victoria, siguió la esperada celebración. La guerra había durado medio milenio y la Federación había demostrado que era una organización necesaria y efectiva. Habían quedado cicatrices, sí. Billones de personas habían perecido en las luchas y muchos planetas, a ambos lados de la Tierra, habían quedado virtualmente deshabitados. Pero las pérdidas no se limitaban a los recursos materiales. El conflicto había logrado que los terráqueos perdieran otras cosas.</p> <p>Cuando la excitación de la victoria se desvaneció, la humanidad comenzó un proceso de involución. Los indicios fueron casi imperceptibles en un principio, pero poco a poco se volvieron evidentes para los observadores y cronistas de la raza terráquea: la expansión se había detenido. Las pruebas de exploración a lo largo del perímetro galáctico, y en el centro, se suspendieron indefinidamente. Los límites señalados del Espacio Ocupado permanecieron inalterados.</p> <p>Los hombres habían aprendido a conquistar el espacio y, con júbilo, habían saltado de estrella en estrella. Habían cometido errores, habían aprendido de ellos y habían continuado moviéndose... hasta la guerra terro-tarca. Los problemas exteriores los habían detenido y obligado a retroceder. Directivas inconscientes, no formuladas, los habían hecho refugiarse en sus propios jardines. Los tarcos habían sido pacificados; de hecho, se habían incorporado a la Federación y tenían una representación de segunda categoría. Ya no significaban una amenaza.</p> <p>Pero, ¿qué ocurría? Tal vez existiera otra raza beligerante en alguna parte. Tal vez, otra guerra les estuviera aguardando. Las directivas parecían aconsejar el retroceso, permanecer tranquilos durante un tiempo y consolidarse.</p> <p>Pero la consolidación nunca se produjo, al menos no en escala productiva. Hacia el final de la guerra, los terráqueos y sus aliados estaban unidos por medio de una amplia red de portones Haas y, más que nunca, eran accesibles unos a otros. Si en aquel tiempo la Federación hubiera estado en manos de oportunistas, se habría instaurado un nuevo imperio. Pero había sucedido lo contrario: los oficiales de la organización, fieles a la Carta Constitucional, rehusaron utilizar el periodo de posguerra para extender su dominio sobre los planetas agrupados. Por el contrario, aconsejaron volver a la normalidad y trabajar para revertir las tendencias egocéntricas que toda guerra trae aparejadas.</p> <p>Y tuvieron demasiado éxito. Como respuesta, los planetas se desvincularon. de la Federación y formaron sus propios enclaves, alianzas y naciones, todos unidos por contratos mutuos y acuerdos de protección. Se atrincheraron en sus sectores y olvidaron los propósitos de la organización.</p> <p>Esta subdivisión, sumada a la ausencia de presiones exteriores, ocupó enormemente a los estudiosos de la política. Previeron el creciente aislamiento y, en consecuencia, la hostilidad que pronto nacería. Sin la Federación, que actuaba como foco de contención de los manejadores ambiciosos, veían surgir un feudalismo interestelar. A partir de él, la raza podría tomar dos senderos: consolidarse por completo bajo el más agresivo de los enclaves y volver a convertirse en un imperio del tipo del meteco de los días previos a la Federación, o desvincularse totalmente del intercambio interestelar y caer en el barbarismo y el estancamiento.</p> <p>Dalt no estaba seguro de compartir las teorías de los adivinos. Sin embargo, había una cosa que era real: la Federación ya no era un foco de nada.</p> <p>Mientras la imagen del casi desierto Consejo General segara danzando en su cabeza, intentó conciliar el sueño. Pero una voz tan familiar como sus propios pensamientos se introdujo en su mente. Era el socio.</p> <p>—Dando cada vez más vueltas en un círculo estrecho / El halcón no alcanza a oír al cetrero; / Las cosas se derrumban, pierde el centro; / la anarquía se desata sobre el mundo /...los mejores abandonan todas sus convicciones.</p> <p>—No me molestes.</p> <p>—¿No te gusta la poesía, Dalt? Estos versos pertenecen a uno de mis poetas preferidos. Apropiada, ¿no crees?</p> <p>—En realidad, no me interesa.</p> <p>—Pues debería. Se aplica tanto a tu situación personal como a la de tu raza.</p> <p>—¡Fuera, parásito!</p> <p>—Estoy comenzando a pensar que sería bueno que me fuera. En los últimos tiempos, me preocupas. Tu personalidad se está desintegrando.</p> <p>—Acaba con ese análisis vulgar.</p> <p>—Estoy hablando con seriedad. Mira en lo que te has convertido: en un recluso, en un excéntrico divorciado de los otros seres. Vives en una mansión gótica modernizada, y te rodeas de armas antiguas y de trofeos muertos, solitario y miserable. Mi preocupación es auténtica, aunque poco altruista.</p> <p>Dalt no respondió. El socio tenía una habilidad particular para golpear en los centros neurálgicos y, esta vez, sus conclusiones no eran agradables. Hacía tiempo que había comenzado a observar que su personalidad se estaba deteriorando. No le gustaba aquello en que se estaba convirtiendo pero se sentía incapaz de hacer algo para evitarlo. ¿Cuándo y por dónde tenía que comenzar el cambio? ¿En qué momento el aburrimiento ocasional se había transformado en desidia? ¿Cuándo los otros se habían transformado en cosas? Ni siquiera el sexo lograba distraerle, aunque se sentía tan potente como siempre. Ligazones sentimentales que antes le resultaban una parte fácil, natural, de su vida habían comenzado por ser difíciles; después, imposibles. El hecho de que todas aquellas relaciones del pasado terminaran en la muerte tal vez era el culpable.</p> <p>El socio, por supuesto, no tenía tales problemas. No se comunicaba en forma directa con el mundo y, para él, nunca había existido un marco de referencia mortal. Desde el preciso instante en que había ganado un lugar en la mente de Dalt, la muerte había sido nada más que una posibilidad; nunca algo inevitable. El socio no tenía necesidad de compañía y le bastaban las charlas ocasionales que mantenía con Dalt respecto a preocupaciones comunes; las reflexiones abstractas le absorbían todo su tiempo. Dalt le envidiaba esta cualidad.</p> <p>Se preguntó por qué siempre se refería al socio en género masculino. ¿Por qué no «eso»? O mejor todavía, ¿por qué no «ella»? Estaba casado con esa cosa que tenía en la cabeza hasta que la muerte los separara.</p> <p>—No culpes a tu extenso tiempo de vida de tu condición actual —dijo el eterno espía—. Confundes inercia con desidia. No has consumido todas tus posibilidades; de hecho, apenas las has probado. Te adaptaste bien durante todo un milenio. Sólo en los últimos ciento cincuenta años has comenzado a flaquear.</p> <p>—Otra vez has dado en el clavo —pensó Dalt. Tal vez, el fin de los horrores había precipitado su situación actual. En perspectiva, los episodios de El Curandero, a causa de la tensión en que lo sumergieron, habían sido puntos culminantes, crestas entre insípidos bajíos. Ahora se sentía de regreso en el mar, rodeado de horizontes poco prometedores.</p> <p>—Tendrías que estar vitalmente interesado en lo que le está ocurriendo a tu raza porque tú, a diferencia de todos los que te rodean, estarás allí cuando la civilización caiga en el feudalismo. Pero nada te conmueve. La ruda bestia del barbarismo está rompiendo los barrotes de la jaula de la civilización, y lo único que se te ocurre hacer es bostezar.</p> <p>—En realidad, hoy estás de un humor poético. Pero los bárbaros, como los pobres, están siempre entre nosotros.</p> <p>—Dime una cosa: ¿te gustaría que la Federación siguiera los patrones de la cultura de Kwashi?</p> <p>Dalt tuvo una visión repentina, pero respondió rápidamente:</p> <p>—¡Me gustaría que tú regresaras a Kwashi!</p> <p>Al instante se arrepintió de la frase. Era infantil e indigno de él. Además, confirmaba el deterioro de su estado mental.</p> <p>—Si yo estuviera allí, estarías muerto hace más de mil años.</p> <p>—Tal vez sería más feliz —replicó Dalt enojado. Se oyó un sonido extraño y observó que tenía en sus manos el brazo del sillón en el que descansaba.</p> <p>—¿Cómo lo he roto?</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—¿Cómo he arrancado el brazo del sillón?</p> <p>—¡Oh, eso! Bueno, efectué algunos cambios en tu actina y en los filamentos de miocina. Los músculos humanos se prestan para ello. Tu tensión muscular máxima está ahora por encima de lo normal. Por supuesto, luego de esta tarea tuve que asegurar los puentes de cruce entre los filamentos, reforzar los tendones y la inserción de los músculos, y luego fortificar los puntos de unión. Me pareció útil también incrementar la queratina epidérmica para prevenir...</p> <p>El socio hizo una pausa mientras Dalt depositaba con suavidad el brazo del sillón roto sobre el suelo. En los viejos tiempos, el socio hubiera recibido un discurso sobre los peligros de meterse con la fisiología de su anfitrión. Ahora, a Dalt parecía no importarle. El socio continuó hablando:</p> <p>—Me preocupas seriamente. Te sientes miserable. Es desagradable decirlo, pero tu vida emocional es asunto tuyo. Sin embargo, debo prevenirte: si cometes algún hecho que ponga en peligro nuestra vida física, no tendré más remedio que tomar medidas para impedirlo... con o sin tu consentimiento.</p> <p>—¡Fuera, parásito! —pensó Dalt con odio—. ¡Déjame dormir la siesta!</p> <p>—Me molestan tus palabras. He aprendido a guardar mi lugar en nuestra relación. A estas alturas, saber cuál de los dos es el parásito se ha convertido en una pregunta bastante inquietante.</p> <p>Dalt no respondió.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Al despertar, observó que estaban llegando a Clutch. El vehículo cruzaba la atmósfera y se dirigía hacia el mar. Entre nubes de espuma, el aparato se sumergió en el agua, salió a la superficie y descansó sobre su vientre. Un transporte piloto flotaba junto a él y lo guió bajo la superficie hacia su camino en el fondo.</p> <p>El tubo lo depositó en la playa poco tiempo después, y Dalt se dirigió hacia su medio de locomoción. El sol ya había completado un tercio de su órbita a través del cielo, y el aire era cálido, tranquilo y neblinoso en la costa. Bañistas y adoradores del sol disfrutaban del clima.</p> <p>Hizo una pausa para observar a un muchachito bronceado que hacía pozos en la arena. ¿Durante cuántos años los niños habían estado haciendo lo mismo? Recordaba que él, cuando era muchacho, lo había hecho. Le parecía que habían pasado doce mil años desde entonces. Se sentía como si nunca hubiera sido joven.</p> <p>Se preguntó si no había cometido un error al rehusar tener hijos. En seguida supo que la respuesta era no. Ver cómo las mujeres amadas habían envejecido para luego morir había sido muy duro. Ver lo mismo en sus hijos le hubiera resultado intolerable.</p> <p>El socio se introdujo de nuevo, esta vez con un tono de urgencia en la voz.</p> <p>—¡Algo ocurre!</p> <p>—¿De qué hablas?</p> <p>—No lo sé con seguridad, pero hay una poderosa fuerza psi operando por aquí cerca.</p> <p>Comenzó a soplar una brisa ligera, y Dalt miró por encima del chico hacia el lugar donde se escuchaban voces agitadas. La niebla del aire había comenzado a desvanecerse, concentrada en un punto situado a un metro de la orilla. Un disco gris, vertiginoso, apareció. Al principio, del tamaño de una moneda; después, cada vez más grande. Crecía en tamaño; la brisa se había convertido en viento. Cuando el disco alcanzó la altura de un hombre, desapareció devorado por la niebla y la espuma.</p> <p>Curioso, el niño se puso de pie y comenzó a caminar hacia el objeto, pero Dalt le puso una mano sobre el hombro y con suavidad le empujó hacia atrás:</p> <p>—¡A tu agujero de arena, jovencito! —le dijo—. No me gusta esto.</p> <p>Los ojos azules del pequeño le miraron con interrogación, pero algo en el tono de Dalt le hizo volverse y sumergirse en su excavación. Dalt volvió su atención sobre el disco.</p> <p>Se puso en cuclillas para observar los acontecimientos. El artefacto había dejado de crecer y un número de personas, luchando en contra del fuerte ventarrón, formaron un grupo semicircular a una respetable distancia.</p> <p>Entonces, como si hubiera traspasado una pared sólida, una figura con un traje de vacío y una mochila brillante sobre la espalda se materializó y echó a correr hacia la arena. Armada con lo que parecía ser un rifle de energía, giró hacia la derecha y se apoyó en una rodilla. Apareció una segunda figura que giró hacia la izquierda; la primera levantó su arma y comenzó a disparar sobre la multitud. La segunda se le unió inmediatamente, y el semicírculo de curiosos estalló en aterrorizados fragmentos voladores. Una gran cantidad de invasores comenzó a llegar a la playa, disparando, mientras corrían, con una mortal seguridad.</p> <p>Por instinto, Dalt se había agazapado sobre la arena a la vista del primer invasor; y ahora contemplaba con horror cómo los que hacía unos minutos estaban tomando el sol y bañándose se convertían en cadáveres sanguinolentos que manchaban la arena. Se desató el pánico y la multitud aterrada empezó a gritar y a arremolinarse para huir. Los agresores, pesados, sin rostro, con aspecto de muertos dentro de sus ropajes, persiguieron a su presa con una eficiencia sin remordimientos. Cuando uno de ellos corrió hacia él, Dalt comprendió lo que estaba viendo, y supo que pronto sería una de las víctimas de los asesinos que Lenda había mencionado.</p> <p>Percibió un movimiento a su derecha y vio al muchacho que abandonaba su refugio y gritaba llamando a su madre. Dalt abrió la boca para ordenarle que se detuviera, pero el invasor que se acercaba también le vio y levantó su arma.</p> <p>Dalt se puso de pie y corrió hacia el intruso. Ya conocía la eficiencia de los asesinos y comprendió que tenía escasas posibilidades de salvar al chico. Pero tenía que intentarlo. Algo, la necesidad de proteger una joven vida o la suya, o las dos a la vez, lo llevó a correr. Sus pies levantaron chorros de arena; sin embargo, su esfuerzo fue inútil. El arma del atacante zumbó con suavidad y por una esquina de su ojo Dalt alcanzó a ver que el chico se detenía en mitad de su carrera y caía al suelo.</p> <p>El pensamiento de salvar su vida fue repentinamente obnubilado por un velo rojo de ira. Dalt quería vivir, sí. Pero más que eso, en aquel momento, ansiaba matar. Entonces, vino a su memoria el brazo roto del sillón. Ya sabía lo que tenía que hacer. El invasor dio un respingo, aunque no se le podía observar ninguna expresión a través de la máscara opaca, cuando vio que Dalt se le acercaba. Comenzó a levantar el arma. Pero era tarde. Dalt empujó el rifle a un lado, agarró dos trozos del traje de la zona del pecho e hizo fuerza. Se oyó el ruido de algo que se rasgaba, y un aire fétido llenó el ambiente. Dalt introdujo sus manos dentro del traje, encontró la garganta y apretó. El hombre cayó al suelo.</p> <p>Después de desprender sus manos, Dalt empujó el cuerpo sobre la arena y cogió el arma. La inspeccionó brevemente, preguntándose cómo funcionaba. No tenía gatillo.</p> <p>El cuerpo del invasor se prendió fuego con una llama breve, incandescente, intolerable. Después, un humo negro se levantó sobre la arena.</p> <p>—¿Qué...? —comenzó a decir Dalt en voz alta, pero el socio le interrumpió.</p> <p>—Una buena manera de ocultar el planeta de origen. Pero no perdamos tiempo, Utiliza ese botón que está en el costado.</p> <p>Dalt vio que uno de los invasores le miraba con fijeza, momentáneamente paralizado por el asombro. Entonces, levantó su arma y tomó la posición de disparar.</p> <p>De repente, todo se hizo más lento, como si estuviera bajo el agua.</p> <p>—¿Qué ocurre? —preguntó Dalt al socio.</p> <p>—He acelerado el promedio de percepción de tu mente para darte un margen mayor sobre el disparo que se dirige hacia ti.</p> <p>El arma ya descansaba sobre el hombro del invasor y Dalt giró hacia la izquierda. Pareció flotar graciosamente, con suavidad a través del aire. Pero la caída sobre el suelo no fue delicada. Lanzó un quejido y rodó sobre sí mismo. Apuntó su rifle sobre el intruso y apretó el botón tres veces seguidas.</p> <p>Uno de los disparos dio en el blanco. El otro elevó sus brazos formando un amplio arco y cayó de espaldas sobre la arena.</p> <p>Después el cuerpo se incendió y el humo subió hacia el cielo como en el caso anterior. Dalt observó que estaba situado detrás de las filas de agresores.</p> <p>—Tal vez debas mantener la velocidad de la percepción —le dijo al socio.</p> <p>—Solo puedo hacerlo durante breves intervalos. Las neuronas no pueden mantener el promedio metabólico necesario más de un minuto o dos.</p> <p>Dalt se colocó en posición de tiro y apoyó su dedo sobre el botón, dispuesto a hacer lo que pudiera. Sin titubear, sin el más remoto sentimiento de culpa, comenzó a disparar sobre las espaldas de los confiados asesinos. Aplicó los conocimientos que había adquirido como cazador en los planetas del Espacio Ocupado: primero atacó a los de la periferia, después a los que estaban más adentro. Una docena de invasores yacía sobre la arena; algo no estaba funcionando de acuerdo con el plan previsto.</p> <p>Uno de los que estaban en el centro echó una mirada a su alrededor y, al observar que estaban sufriendo bajas previno a los demás. Los otros abandonaron a los batistas sobre los que estaban concentrando sus esfuerzos y trataron de descubrir el peligro que los amenazaba desde la retaguardia. El socio aceleró la percepción de Dalt una vez más. Entonces, el arma de Dalt comenzó a hacer una carnicería sobre las fuerzas enemigas. Tan pronto como un invasor levantaba su arma, Steve lo veía y disparaba, lo veía y disparaba, lo veía y disparaba. Si los músculos de sus dedos, brazos y hombros hubieran respondido con la misma velocidad de su percepción, los hubiera liquidado a todos. De momento, sólo había matado a la mitad. El asalto había sido frustrado.</p> <p>En el instante en que Dalt descubrió al personaje que debía de ser el jefe, su visión se nubló y una sensación de vértigo se apoderó de él. La onda retrocedió un poco y luego volvió con una fuerza cada vez mayor. Percibió una presencia absolutamente maligna, absolutamente extraña... y, sin embargo, familiar.</p> <p>Luego le sobrevino una sensación violenta y por un instante le pareció que contemplaba el universo desde adentro y desde afuera. Después ya no vio ni sintió nada.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Se despertó con los ojos y la nariz llenos de arena y con el murmullo del mar y de voces humanas en sus oídos. Se irguió sobre las rodillas, se limpió la cara con los dedos y abrió los ojos.</p> <p>Un pequeño grupo de personas, cuyo número iba en aumento, lo rodeaba. El círculo se abrió y él se puso de pie. Todos los ojos se clavaron en él, y mezclado entre el murmullo de las voces, la palabra «Curandero» se oyó una y otra vez. De repente comprendió que, durante el periodo en que había estado inconsciente, se habían manifestado sus poderes psi.</p> <p>Dalt sintió algo en su mano derecha: el arma robada. Abrió el puño y la dejó caer sobre la arena. Cuando reanudó su interrumpido viaje hacia su vehículo, la multitud se abrió y le dejó paso. El camino estaba obstruido por los cadáveres de los bañistas y los restos de los invasores que había liquidado.</p> <p>Contempló la escena mientras caminaba. En apariencia, el asalto había sido contenido: los atacantes se habían marchado, su portón de entrada vertical había desaparecido. Las cenizas humeantes de los invasores que no habían logrado huir le dieron una primitiva sensación de satisfacción. Pensó que aquello había sido una lección para ellos.</p> <p>La multitud le siguió hasta su vehículo a una distancia considerable, y se detuvo mirándolo, mientras Dalt pisoteaba el aparato entre la niebla con rumbo a las montañas. La reacción no tardó en llegar: sus manos temblaban mientras comandaba el vehículo. Dalt vertió una medida del leve licor lentemiano que había adquirido por placer un siglo atrás. Por lo general, lo paladeaba con fruición, pero ahora se lo bebió de un trago.</p> <p>Solo, sentado en la oscuridad con los pies sobre el escritorio, Dalt sintió una extraña sensación. No, no era el licor. Era algo más..., algo desagradable. Apoyó el vaso sobre la mesa y se puso en pie mientras trataba de reconocer el sentimiento.</p> <p>Estaba solo.</p> <p>—¡Socio! —llamó mentalmente, a la espera de la réplica familiar. Nadie respondió.</p> <p>Se puso de pie y gritó con toda la potencia de su voz:</p> <p>—¡Socio!</p> <p>El vacío que siguió fue más que una falta de respuesta. Adentro no había nada.</p> <p>El socio ya no estaba. El socio, padre; el socio, hijo; el socio, esposa, tutor, confidente, compañero, perro guardián, consejero, amigo. El socio... ya no estaba.</p> <p>El repentino descubrimiento de estar solo per primera vez en más de un milenio se unió a la comprensión de que sin él ya no sería inmortal. El peso de todos los siglos que había vivido cayó sobre sus espaldas cuando se dio cuenta de que sus días estaban contados.</p> <p>Comenzó a gritar:</p> <p>—¡Socio!</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">19</p> </h3> <p>Pasaron tres días opacos, durante los cuales el refugio de Dalt se vio sitiado por una legión de periodistas ansiosos de obtener una entrevista. El Curandero había vuelto y todos querían hablar con él. Previéndolo, Dalt había contratado una fuerza de seguridad para mantenerlos alejados. Por fin, le llegó la noticia de que un oficial la Federación y un político local llamado Lenda le solicitaban una audiencia, aduciendo que eran viejos conocidos. ¿Les permitirían la entrada?</p> <p>Dalt asintió al rostro que asomaba en la pantalla. Se preguntó qué querrían. Si lo que buscaban era la vuelta de El Curandero, se equivocaban. Sin el socio ya no existían los poderes psiónicos; era como cualquier otro hombre. Sólo que más extraño.</p> <p>En realidad, poco importaba lo que querían. Dalt, extrañamente, necesitaba compañía. Durante tres días había permanecido encerrado en su estudio sin ventanas, y un desacostumbrado deseo de sol, aire fresco y compañía humana había crecido en él.</p> <p>La puerta del estudio se abrió y Lenda hizo su entrada seguido por Petrical. La ansiedad y el asombro se reflejaban en el rostro del primero al recordar la última vez que había estado en aquel cuarto. Se sentó al otro lado del escritorio, enfrente de aquel hombre. Ahora, mil años de leyenda lo contemplaban. El níveo mechón de pelo y la mano dorada, solo faltaba la piedra resplandeciente acentuaban la imagen conocida por todos los habitantes del Espacio Ocupado. Petrical parecía menos impresionado; no obstante, su actitud era de reserva.</p> <p>—Me alegro de verlos de nuevo, caballeros —dijo Dalt con evidente cordialidad clavando sus ojos en Lenda—. Por favor, siéntense.</p> <p>Lo hicieron con los respetuosos ademanes de dos creyentes en un templo extraño. Ninguno habló.</p> <p>—¿Bien? —dijo Dalt por fin. Tres o cuatro días antes hubiera aguardado infinitamente, disfrutando del desconcierto provocado por su silencio. Ahora estaba poseído por un sentimiento de urgencia. Los minutos volvían a ser preciosos.</p> <p>Petrical cobró vida y murmuró:</p> <p>—Señor Mordirak... Curandero...</p> <p>—Será mejor que me llame Dalt.</p> <p>—Dalt, entonces. —Petrical suspiró aliviado—. Hay una pregunta que quiero hacerle. Por mi propio bien y por el de la humanidad: ¿Es usted realmente El Curandero?</p> <p>Dalt hizo una pausa considerando la respuesta.</p> <p>—¿Importa demasiado?</p> <p>El ceño de Petrical se frunció, pero Lenda se estiró en su silla comprendiendo.</p> <p>—No, no importa. —Miró a Petrical—. Al menos, no para propósitos prácticos. Por ahora, todo el Espacio Ocupado piensa que usted lo es; y esto es lo único verdaderamente importante. Observe lo que sucedió: un solo hombre luchó contra cincuenta personas en un asalto asesino sobre un grupo de bañistas desprevenidos. Y ocurre que tal hombre se parece a El Curandero. El incidente ha sido suficiente para los Hijos de El Curandero y también es suficiente para mí.</p> <p>—Pero, ¿cómo puede ser usted El...? —estalló Petrical, pero Dalt levantó una mano y le detuvo.</p> <p>—No quiero discutir el tema.</p> <p>Petrical se encogió de hombros.</p> <p>—Muy bien. Lo aceptaremos como premisa básica y trabajaremos a partir de ella.</p> <p>—¿Qué haremos?</p> <p>—Será una decisión suya, señor Dalt. Usted tendrá que decidir todo —dijo Lenda.</p> <p>—Sí, todo —asintió Petrical, tomando la palabra—. Es posible que usted esté informado de lo que ha venido ocurriendo durante los últimos tres años. O que no lo esté. La Central de la Federación está siendo bombardeada a preguntas desde todos los rincones del Espacio Ocupado sobre lo ocurrido en Clutch. Los asaltantes aislados, que hasta hace poco sólo eran una preocupación de los planetas víctimas de sus ataques —y aún en estos casos, una preocupación pasajera— se están convirtiendo en un problema cada vez mayor. ¿Por qué? A causa de los Hijos de El Curandero, un grupo que antes sólo despertaba un mero interés sociológico a causa de sus orígenes y de su extraña organización y que ha tenido un tremendo resurgimiento y que, por primera vez en la historia, ejerce una poderosa presión política.</p> <p>Dalt frunció el ceño.</p> <p>—No sabía que fueran numerosos.</p> <p>—En apariencia, el grupo nunca desapareció; sólo se hizo menos visible. Pero han estado entre nosotros, cuidándose, creciendo y pasándose el artículo de fe de que El Curandero volvería algún día, en tiempos de crisis. Ellos estarían siempre dispuestos a ayudarle en lo que fuera necesario.</p> <p>—Me siento gratificado —dijo Dalt con rapidez—, pero, por favor, vaya al grano.</p> <p>—Ése es el punto —dijo Lenda—. La gente ha reconocido en estos asaltos el primer anuncio de barbarismo interestelar. Comprenden que existe una verdadera amenaza para nuestra civilización; pero hasta ahora no tenían armas para luchar contra ella, como usted ya sabe. Sin embargo, la solución estuvo en nuestras manos todo el tiempo: sus seguidores. Los Hijos de El Curandero forman una infraestructura que atraviesa todas las fronteras. Lo único que necesitábamos era algún tipo de incidente —de «signo», si lo prefiere— que los activara, y usted lo ha logrado en la playa. Usted, como El Curandero, al reaccionar en contra de los agresores, ha dado sentido a una causa.</p> <p>—Están trabajando con frenesí —agregó Lenda—, pero sin guía. Enviamos fuerzas de defensa de la Federación, pero las han rechazado.</p> <p>—¿Significa que debo ocuparme del asunto? —preguntó Dalt.</p> <p>Petrical suspiró.</p> <p>—Exactamente. Diga una sola palabra y podremos contar con una multitudinaria y devota fuerza de defensa.</p> <p>—Un chivo expiatorio, quiere decir.</p> <p>—En absoluto. Los ciudadanos han sido los chivos expiatorios de todos estos asaltos hasta la fecha. Fueron ellos quienes sufrieron las agresiones, y son ellos los que deben ser protegidos.</p> <p>—¿Por qué no se protegen ellos mismos?</p> <p>—En primer lugar, porque no están preparados. En segundo término, los asaltos tienen lugar en áreas tan limitadas que existe una actitud previa de que «aquí no puede ocurrir». Esto cambiará eventualmente si el promedio de asaltos se eleva. Pero entonces, tal vez sea demasiado tarde. El mayor obstáculo que tenemos para organizar la resistencia es que no conocemos al enemigo.</p> <p>—¿No quedaron huellas en la playa?</p> <p>Petrical sacudió la cabeza.</p> <p>—No. Los cuerpos estaban totalmente incinerados. Sólo sabemos que cumplen el ciclo del carbono. Son humanos, o, al menos, humanoides. Las armas que llevan son diferentes a todas las conocidas, pero esto puede ser intencional. Un sistema de transporte fantástico, armas extrañas y cuerpos que se autodestruyen. Alguien trata de hacemos creer que estamos en presencia de una nueva raza. Pero yo no lo creo. Todavía no.</p> <p>Dalt se acomodó en su asiento.</p> <p>—¿Y qué esperan de mí?</p> <p>—Que les hable a los conductores de las sectas del Curandero —replicó Petrical—. Podemos traerlos hasta aquí o hacerlos ir a la Central de la Federación o adonde usted quiera. Nos bastará decirles que verán a El Curandero en persona y vendrán corriendo.</p> <p>—¿Y qué sacaremos en limpio de esto?</p> <p>—La unidad. Tal vez podamos organizar una defensa coordinada. Tal vez podamos unir a los planetas nuevamente. Hacer nacer la armonía en medio de la discordia.</p> <p>—E inyectar, otra vez, un poco de vida a la Federación —agregó Lenda.</p> <p>Dalt se volvió hacia él con un dejo del viejo cinismo en la voz. —Y usted se convertirá en un hombre público, ¿no es cierto? El rostro de Lenda enrojeció.</p> <p>—Si alberga alguna duda con respecto a mis intenciones que le impida actuar, me borraré totalmente del panorama.</p> <p>Dalt comenzaba a ver a Josif Lenda bajo una nueva luz. Quizás este político errante tuviera las condiciones de un hombre de estado. A menudo, las dos especies se confundían, aunque tradicionalmente los primeros eran mucho más numerosos que los últimos. Sonrió con una mueca:</p> <p>—No creo que sea necesario.</p> <p>Lenda lo miró con alivio, pero Petrical se puso serio:</p> <p>—Observo que su tono no es muy alentador.</p> <p>Dalt titubeó. No quería desilusionarlos demasiado abruptamente, pero no tenía intenciones de verse envuelto en otro conflicto como la guerra terro-tarca. En términos humanos, aún le quedaban unos cuantos años de vida; sin embargo, para un hombre acostumbrado a pensar en términos de eternidad, le parecían demasiado pocos. Sabía que aunque la guerra que se estaba fraguando durara sólo la mitad de lo que había durado la guerra T-T, la contribución que podría hacer, fueran cuales fuesen las expectativas de los dos hombres, sería minúscula. Y además, tenía cosas que hacer. Aún no había decidido cuáles, pero los os que le quedaban le pertenecían en exclusividad, e intentaba ser egoísta con ellos: bebería hasta la última gota de vida que le quedaba.</p> <p>—Lo pensaré —dijo— y les comunicaré mi decisión en unos días.</p> <p>Los labios de Lenda se apretaron, pero no dijo nada. Petrical dejó escapar un suspiro de resignación y se levantó.</p> <p>—Tendremos que esperar, entonces.</p> <p>—Correcto —dijo Dalt levantándose—. Uno de los hombres de seguridad les indicará el camino.</p> <p>Cuando los decepcionados hombres abandonaron la habitación, Dalt se vio obligado a enfrentarse con una caótica jungla de pensamientos y emociones. Caminó por el cuarto sintiendo una opresiva soledad. Se sentía culpable sin saber por qué. Era su vida. No había querido ser un mesías: le había caído del cielo. ¿Por qué tenía que volver a enterrarse en el pasado cuando el futuro parecía tan increíblemente corto?</p> <p>Sus pensamientos volvieron al socio, como lo habían hecho sin interrupción en el curso de los tres últimos días. Era obvio que las dos mentes habían permanecido juntas durante demasiado tiempo; la repentina pérdida del lazo de unión tenía un efecto devastador. Se sentía incompleto sin el socio. Era un lisiado, un amputado.</p> <p>Sintió rabia: por su propia confusión hacia adentro; hacia afuera... ¿por quién? Por quienquiera que hubiese asesinado al socio. Algo o alguien había tomado una parte de él allá en la playa. La mente con la que había compartido mil doscientos años de existencia, de un modo absolutamente inédito, se había evaporado. La ira hizo que se sintiera bien. Lanzó un juramento: el que ha causado la muerte del socio tiene que pagar por ello; un acto de tal naturaleza no puede quedar sin venganza.</p> <p>Levantó el auricular y marcó el código para llamar al guardia: —¿Ya se han marchado los dos hombres?</p> <p>El jefe de seguridad le informó de que estaban atravesando el portón de entrada.</p> <p>—Envíemelos nuevamente.</p> <p>—El modelo de estos ataques no es muy claro —decía Petrical— o, simplemente, no existe un plan. —Se encontraba en su elemento, ahora, dirigiéndose a los jefes de las sectas planetarias de los Hijos de El Curandero.</p> <p>Dalt observaba la reunión desde la pantalla de un televisor situado en los cuarteles que le habían concedido en la Central de la Federación. Como El Curandero, había aparecido frente al grupo unos minutos antes, y les había hablado brevemente ante el respetuoso silencio que había despertado su llegada. Aún le asombraba que nadie hubiera cuestionado su identidad. Su parecido con los millones y millones de imágenes de El Curandero que se guardaban en los hogares era, por supuesto, perfecto. Pero esto bien podría haber sido organizado por alguien deseoso de invertir algún dinero en un trabajo de reconstrucción. No... En su aspecto había algo más. Ellos sentían que él era un producto genuino. O más aún, querían a El Curandero. Su espera multigeneracional había sido reivindicada con su regreso.</p> <p>Unas pocas palabras de El Curandero que enfatizaron la importancia de una resistencia organizada frente a los asaltos y pidieron cooperación con la Federación habían sido suficientes. Petrical podía actuar con tranquilidad.</p> <p>El plan era simple en sus bases, y probablemente resultaría inadecuado,. Pero era un comienzo. Los Hijos de El Curandero formarían el núcleo de un ejército planetario que montaría guardia de día y de noche. A la primera visión de un vórtice, o tan pronto como se supiera que estaba a punto de comenzar un ataque, serían notificados y se movilizarían rápidamente. A menos que el gobierno local de algún planeta se opusiese, representantes de las fuerzas de defensa de la Federación serían enviados para instruirlos. El primer problema era enseñar al primer grupo sobre el campo de acción para evitar que los invasores destruyeran más vidas humanas; luego habida que pensar en técnicas contraofensivas.</p> <p>Los Hijos de El Curandero se convertirían en hombres «al instante», un concepto que se había perdido en los días del conflicto interestelar.</p> <p>Los jefes de las sectas partirían al terminar el día. Después, habría que esperar.</p> <p>—Me acabo de enterar de su regreso —dijo Petrical cuando vio que Dalt entraba en la oficina. Sus rasgos mostraban síntomas de alivio y asombro ante la vista de Dalt—. Usted es libre, por supuesto, de ir y venir adonde la plazca, pero me gustaría que nos avisara antes de desaparecer. Nueve días sin una palabra... Estábamos comenzando a preocuparnos.</p> <p>—Tenía que examinar algunas fuentes privadas de información —dijo Dalt— y debía hacerlo personalmente.</p> <p>—¿Qué ha aprendido?</p> <p>Dalt se sumergió en un sillón.</p> <p>—Nada. Nadie tiene la más leve idea sobre quién o qué está detrás de este embrollo. ¿Se han producido novedades en este tiempo?</p> <p>—Algunas buenas; otras, no tanto —replicó Petrical mientras buscaba una silla—. Se nos ha informado de cuatro asaltos en los últimos ocho días. Los dos primeros ocurrieron en planetas que aún no están protegidos por las milicias de acción rápida.— El tercero —y su rostro dibujó una gran sonrisa— tuvo lugar en el área de recreación de Flint.</p> <p>Dalt soltó una carcajada.</p> <p>—¡Hubiera dado cualquier cosa por estar allí! —Flint era un planeta independiente, uno de los primeros planetas desgajados, en el cual, de hecho, cada habitante iba armado y estaba dispuesto a presentar batalla.</p> <p>—Bueno, no tenemos demasiada información —ya sabe cómo son los de Flint Con los husmeadores—, pero todas las noticias indican que las fuerzas de asalto fueron destruidas. —Sacudió su cabeza con un gesto de admiración—. Ya sabe, siempre pensé que los flitenses estaban un poco locos, pero eso era antes de que se enfrentaran con los agresores.</p> <p>—¿y cómo se comportaron los hombres «al instante»? —preguntó Dalt—. ¿Participaron en alguna acción?</p> <p>Petrical asintió.</p> <p>—Ayer, en Aladdin. Se observó un vórtice a sólo cien kilómetros de una unidad volante. No se comportaron demasiado bien. Olvidaron todo el entrenamiento táctico. Por suerte, no se produjeron demasiadas bajas, pero no tendríamos que lamentar ninguna muerte si hubieran hecho lo debido. Olvidaron cortarles la retirada; se limitaron a atacarlos como si estuvieran locos. Muchos de los atacantes murieron, pero no lograron contener la agresión.</p> <p>—La primera sangre —dijo Dalt—. Es un comienzo.</p> <p>—Sí, lo es —estuvo de acuerdo Petrical. Levantó la mirada en el momento en que Lenda entraba con prisa en la oficina; sin embargo, continuó hablando—: Y si los grupos de milicianos continúan aumentando, creo que lograremos contener los ataques y, eventualmente, los eliminaremos. Cuando esto ocurra, veremos qué respuesta dan a la defensa nuestros desconocidos asaltantes.</p> <p>—Ya la han dado —dijo Lenda sin aliento—. ¡Neeka ha sido atacada simultáneamente en cuatro zonas! Las milicias no sabían qué hacer. Los ataques fueron más poderosos que los anteriores y los estragos cometidos han sido enormes. —Hizo una pausa en espera de la reacción de los otros y se enfrentó con los rostros silenciosos de los dos hombres—. No obstante, fue un incidente fuera de lo común. Uno de nuestros hombres guió un camión volador hacia el vórtice.</p> <p>Dalt movió la cabeza con tristeza.</p> <p>—Nuestra facción tiene algunos elementos suicidas en sus filas.</p> <p>—¿Por qué lo dice? —preguntó Lenda.</p> <p>—Porque el pasaje tiene poca o ninguna presión. Tiene el aspecto de un vórtice porque la diferencia de presión absorbe toda la atmósfera del lugar en que se encuentra. Los asaltantes no emplean aquellos trajes para preservar su identidad. Estoy seguro de que deben usarlos para sobrevivir al tránsito del pasaje.</p> <p>Petrical hizo una señal para indicar que estaba de acuerdo.</p> <p>—Lo comprendimos desde un principio y habíamos pedido a nuestros hombres que no se acercaran al vórtice. Los fluidos del cuerpo de aquel tonto deben de haber comenzado a hervir apenas traspuso el umbral.</p> <p>—Pero esto indica la dedicación de los grupos. Todos quieren entrar en acción —repuso Lenda—. Quieren presentar batalla al enemigo.</p> <p>—Un contraataque en su propia casa será la respuesta a muchos problemas —musitó Petrical—. Pero, ¿dónde está su casa? Hasta que la descubramos tendremos que limitamos a defendernos. —Miró a través del cuarto—. ¿Alguna idea, señor Dalt?</p> <p>—Sí. Dos muy obvias y otra, quizá, no tanto. Primero, tenemos que prohibir que nuestros hombres intenten atravesar el pasaje. La siguiente, debemos aumentar nuestras fuerzas milicianas. Estos ataques van en aumento en forma regular. Más que salteados incidentes, los ataques ocurren ahora con una persistencia mortal que me preocupa. Este asunto puede convertirse en algo más grande y más siniestro de lo que nadie —y les incluyo a ustedes dos ha vivido hasta ahora.</p> <p>—Estoy de acuerdo con usted en el último punto —dijo Petrical con un aire satisfecho—. Antes de venir para aquí convoqué a otra sesión de emergencia del Consejo General, y esta vez creo que la respuesta será diferente. Sus seguidores han estado promoviendo la acción en todos los planetas y han generado una preocupación general. Como resultado, la Federación ha recibido una gran cantidad de solicitudes de reinscripción. De hecho, hay montones de nuevos representantes camino de la Central.</p> <p>Esto no era una novedad para Lenda, que mantenía sus ojos fijos en Dalt.</p> <p>—¿Cuál es su idea «no tan obvia»?</p> <p>—Vehículos voladores equipados con aparatos de señal y reconocimiento. Nos han dado muestras del modo en que entran en los planetas. Los vehículos podrían enviar ondas subespaciales y nosotros podríamos controlar todas las direcciones para saber de dónde vienen.</p> <p>Petrical saltó sobre sus pies.</p> <p>—¡Por supuesto! Podríamos colocar un vehículo con cada grupo de milicianos y enviarlo en los contraataques. De ese modo podríamos detectar su posición exacta. Y cuando sepamos dónde encontrarlos... —Hizo una pausa—. Bueno, tal vez cueste demasiadas vidas.</p> <p>—¿Por qué no podemos enviar una fuerza de ataque? —preguntó Lenda.</p> <p>—Porque no sabríamos adonde la estamos enviando —replicó Petrical—. No sabernos nada sobre ese pasaje. Pensamos que ha de ser un túnel subespacial, pero no estarnos seguros de ello. Si lo es, están manejando una tecnología que supera todo lo conocido. Cualquier hombre que enviemos al otro lado sería asesinado antes de que tuviera tiempo de echar una ojeada. No. Primero mandaremos un vehículo teledirigido.</p> <p>Lenda asintió:</p> <p>—¿Y si enviamos en él una bomba planetario?</p> <p>—Han sido prohibidas por la ley, ¿no es verdad? —dijo Dalt.</p> <p>Petrical miró hacia el suelo.</p> <p>—Algunas quedan. —Levantó la mirada—. Están ocultas en agujeros del espacio. Pero no podemos pensar en ellas. Tendríamos que fabricar una por planeta y serían armadas y manipuladas por personas inexpertas. El resultado sería una tragedia de incomparables proporciones. Seguiremos con la idea del señor Dalt.</p> <p>Los dos hombres partieron con premura, dejando a Dalt con un sentimiento de satisfacción. Era gratificante que su idea hubiera sido aceptada con tanto entusiasmo. Y la idea le pertenecía de un modo absoluto. Había confiado demasiado en los veloces análisis del socio en las últimas centurias. Era bueno crear de nuevo una idea. Las líneas entre sus propios procesos mentales y los del socio a menudo se habían entremezclado y muchas veces era difícil determinar el origen de un pensamiento.</p> <p>Al pensar en el socio, una presencia familiar pareció cruzar el cuarto y tocarlo.</p> <p>—¡Socio! —llamó en voz alta, pero la sensación había desaparecido. Una vieja memoria y nada más.</p> <p>«Socio» —Pensó, mientras su mano dorada se transformaba en un puño frente a sus ojos... «¿Qué te han hecho, viejo amigo?»</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">20</p> </h3> <p>El socio sintió una sensación horrible, de aturdimiento y de insoportable dolor. Después, su lucidez se expandió como un cataclismo. La playa quedó atrás, lo mismo que Clutch y su estrella; más tarde, toda la Vía Láctea; más tarde, todas las galaxias.</p> <p>Había cortado los lazos con Dalt. No tenía protorreceptores; sin embargo, veía. No tenía sentidos vibratorios; no obstante, oía. Ahora era puro, su lucidez no tenía trabas. Remontó vuelo a una velocidad vertiginosa. Inmaterial. De repente, las relaciones espaciales carecían de significado, y él estaba en todas partes. El universo le pertenecía.</p> <p>Sintió que se expandía... en forma sutil al principio, más pronunciadamente después... Un estiramiento de las fibras de su conciencia... Sus pensamientos se estaban volviendo confusos... Estaba desorientado. La tensión de la lucidez cósmica se estaba volviendo insoportable, y las infinitas posibilidades y la variedad de la realidad amenazaban con destruirle. Todos los mundos, todas las formas de vida y todos los vastos espacios vacíos presionaban sobre él con una fuerza que amenazaba con enloquecerle.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Tenía que concentrarse...</p> <p>concentrarse...</p> <p>concentrarse...</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>De nuevo estaba en la playa. Dalt yacía sobre la arena. Vivo, pero inconsciente. El socio observó cómo los asaltantes efectuaban una veloz retirada hacia su agujero del espacio. El asunto de su identidad aún le inquietaba y decidió descubrir el lugar hacia donde se dirigían. Dalt estaba a salvo y él se sentía gloriosamente libre para hacer lo que se le antojara hasta el fin de la existencia.</p> <p>Titubeó. El lazo que había unido sus mentes durante doce centurias se había roto, pero aún quedaban otros lazos. Sería extraño no sentir la presencia de Dalt. Pensó que su indecisión era irritante y se obligó a marchar.</p> <p>—Adiós, Steve —dijo por fin a la forma inerte que yacía tendida—. Espero que no sufras. —Su lucidez le condujo hacia el vórtice. Como una crisálida que abandona su capullo se alejó de Dalt.</p> <p>Dentro del vórtice, encontró el silencio mortal del completo vacío, y reconoció el gris bidimensional del subespacio. Los agresores activaron sus unidades de propulsión e hicieron ademanes de marcharse. El socio los siguió.</p> <p>En forma abrupta, se encontraron de nuevo en el espacio real, en una playa no muy diferente a la de Clutch. Sin embargo, allí no había niebla. El aire era seco y claro bajo el sol calcinante y el socio miró a su alrededor. Había otras diferencias: las dunas habían sido rellenadas y estaban cubiertas de maquinarias a lo largo de muchos kilómetros sobre la costa. Muchas más estaban en construcción.</p> <p>Volvió su atención sobre los habitantes de la playa. Una vez que los sobrevivientes de las fuerzas de asalto llegaron a su destino, se quitaron los trajes y se dirigieron hacia una gran roca situada sobre el horizonte marítimo.</p> <p>Definitivamente, no eran humanos ni pertenecían a ninguna raza que el socio conociera. Trató de que su lucidez le indicara en qué punto se encontraba con respecto al Espacio Ocupado. El descubrimiento le sorprendió.</p> <p>Estaban en el brazo más alejado de la Vía Láctea, a sesenta mil años luz del límite del Espacio Ocupado. Y los agresores habían realizado el viaje a través del subespacio en pocos instantes. La habilidad para deslizarse de ese modo aparentemente imposible, de atmósfera en atmósfera, con increíble seguridad, indicaba un nivel de sofisticación técnica que resultaba aterrador.</p> <p>Se concentró de nuevo y logró que su lucidez le guiara por el mundo de estos seres. Respiraban oxígeno y eran humanoides con algunas leves diferencias. Carecían de nariz, la cual estaba reemplazada por un único orificio de forma oblonga y vertical. La diferencia más grande radicaba en la presencia de dos apéndices accesorios que les nacían de cada axila. Evidentemente, eran vestigios cartilaginosos que conservaban pequeñas cantidades de músculos atrofiados. Tanto hombres como mujeres —los primeros podían reconocerse por la presencia de gónadas masculinas en la pelvis,— adornaban sus apéndices con pinturas y joyas.</p> <p>Después de observar durante varios días a la pequeña comunidad, llegó a la conclusión de que, a pesar de las apariencias, estaba en presencia de una raza tranquila y feliz. Reían, gritaban, amaban, odiaban, peleaban, charlaban, robaban, compraban, vendían, producían y consumían. Los niños jugaban, los adultos se enamoraban y se casaban —la raza era estrictamente monógama—, tenían hijos, cuidaban de ellos, y eran cuidados cuando los años los debilitaban.</p> <p>Una gente dócil en apariencia. ¿Por qué cruzaban toda la galaxia para asesinar y destruir a una raza que ni siquiera conocía su existencia?</p> <p>El socio investigó, concentrándose en todos los mundos. Descubrió que su cultura era opresivamente uniforme a pesar de que abarcaba un área mayor que la Federación y el Imperio Tarco juntos. Halló las ruinas de otras tres civilizaciones inteligentes con las que ellos habían hecho contacto en el pasado. Estas no se habían asimilado, no habían sido subyugadas, no habían sido esclavizadas. Habían sido aniquiladas. Habían borrado cualquier rastro genético que pudiera quedar. El socio reflexionó sobre la incongruente ferocidad racial de estas criaturas y trató de descubrir las causas.</p> <p>La característica más consistente de la cultura era la ubicua representación del rostro de un miembro de su propia raza. Su imagen estaba presente en todos los cuartos de todas las colmenas y un gran busto ocupaba un lugar en una esquina de cada cuarto principal. Había enormes bajorrelieves en los costados de los edificios y cabeza,, talladas podían verse en las intersecciones de las calles más importantes. Los portones de entrada a los templos, en los cuales se pasaba una quinta parte del día en reverente adoración, tenían la forma de su rostro. La fe entraba a través de la boca.</p> <p>Y allí, en los templos, tal vez se encontrara una huella de la misteriosa ferocidad de la raza. Los rituales eran intrincados y laboriosos, pero el mensaje era claro: «Somos los elegidos. Los demás ofenden la visión de la Divina».</p> <p>El socio se expandió una vez más y se concentró en el mundo madre, aquél por donde había hecho su entrada, el planeta desde donde se lanzaban los ataques. Observó que había un contingente de tropas mucho mayor en la playa: pernoctaban en media docena de áreas separadas.</p> <p>¿Ataques múltiples? —se preguntó—. ¿O uno masivo? Comprendió que había perdido toda noción del tiempo y sus pensamientos volvieron a Dalt. Primero, por curiosidad; después, por compulsión.</p> <p>Si hubiera poseído pulmones y cuerdas vocales hubiera gemido mientras se expandía a través de la Vía Láctea guiado por un peculiar instinto hogareño hacia la pequeña oficina de la Federación donde Dalt estaba sentado.</p> <p>Le miró durante algunos minutos y comprobó que Dalt gozaba de buena salud y de buen ánimo. Entonces, de repente, Dalt se irguió en su asiento. «¡Socio!» —llamó—. De algún modo había sentido su presencia. El socio ya podía partir otra vez.</p> <p>De vuelta en el extraño mundo madre, se concentró en su blanco anterior: la isla. Resultaba evidente que no era una formación natural, era un artefacto construido por la raza e instalado sobre el piso del océano. La isla era una especie de templo-fortaleza con la forma que ya conocía: el rostro de la diosa de la raza; las estructuras que estaban sobre la isla formaban los rasgos de la cara. Un ciclópeo fenómeno de ingeniería.</p> <p>Su lucidez le llevó hasta los altos corredores vigilados por guardias armados con arcos y lanzas, un delirante contraste con las tropas reunidas en tierra. En los corredores aparecía grabada la historia de la raza y de su religión. En un momento, el socio conoció el pasado de la diosa, supo lo que había significado para la humanidad y qué había planeado para ella. Él la conocía. Incluso sabía su nombre. Se habían encontrado... miles de veces.</p> <p>Se introdujo profundamente en la estructura y cruzó por encima de sofisticados reguladores de tiro manejados con energía que justificaban las armas primitivas de los guardias. Elevándose otra vez hasta el nivel del mar, se encontró con una mole rodeada de muros y decidió ver qué contenía.</p> <p>Al fin, la encontró en el corazón del edificio, en un cuarto pequeño situado al final de la mole. Su cuerpo era pálido, corpulento, y sólo realizaba los movimientos indispensables. Sin embargo, estaba limpia y bien cuidada; un pequeño ejército se dedicaba a ello.</p> <p>Era vieja, casi tanto como la humanidad. Un fenómeno genético con una conciencia celular muy parecida a la del socio en el cuerpo de Dalt, que la había mantenido con vida y en funcionamiento durante siglos. No obstante, a diferencia de Dalt y el socio, la diosa tenía una única conciencia. Pero era prodigiosa. Poseía extraordinarios poderes psi, y con ellos había dominado a su raza durante toda su existencia hasta lograr someterla a su voluntad.</p> <p>Por desgracia, la diosa había sido una psicótica absoluta durante los últimos tres mil años.</p> <p>Odiaba y temía a todos aquellos que pudieran cuestionar su supremacía divina. Esta era la razón por la que habían perecido las otras tres razas. Incluso desconfiaba de sus propios adoradores, y había hecho que la trasladaran hasta aquel templo antiguo y obligaba a sus guardias a conservar el ropaje y las armas que usaran en su propia juventud.</p> <p>El socio estaba sorprendido ante la visión de la tragedia que tenía ante sus ojos. Se encontraba frente a una raza que había tenido variedad y color en el pasado. Ahora, sin embargo, a causa de la combinación de una religión basada en la psiónica y una filosofía de supremacía racial, se había convertido en una colmena de obedientes zánganos con sus vidas y su cultura centradas alrededor de la diosa reina. Cualquier mente independiente que se atreviera a manifestarse era rápidamente exterminada. Las razones eran obvias: la voluntad de la reina era más que una ley en la región; su origen era divino. Cuestionar era una herejía; la transgresión de sus mandatos, un sacrilegio. El resultado era una versión corrupta de la selección natural en un nivel intelectual. La mente dócil que se encontraba cómoda en la ortodoxia sobrevivía y progresaba; mientras que los inquietos, los cuestionadores, los revolucionarios, los rebeldes, los iconoclastas y los escépticos eran especies peligrosas.</p> <p>Mientras el socio la observaba, la diosa levantó la cabeza y abrió los ojos. Una línea «brillante, enceguecedora, despiadada como el sol» cruzó por la mente del alaret. Sintió su escrutinio. Las habilidades psi de la mujer la ayudaron a descubrir su presencia, tenue como era.</p> <p>Le envió un pensamiento. Estaba teñido de odio, confundido por la locura, pero el contexto era aproximadamente así: «¡Tú otra vez! ¡Creí que te había destruido!»</p> <p>Disfrutando de su ira impotente, el socio deseó tener el poder de enviarle una carcajada que atravesara la paranoia. De momento, tuvo que contentarse con observar sus torpes movimientos mientras trataba de lograr su posición.</p> <p>La lucidez del socio comenzó a expandirse en forma gradual y pronto se vio, a la vez, fuera y dentro del templo. Trató de concentrarse, pero no lo logró. Continuaba extendiéndose cada vez con mayor fuerza. Ahora volaba alrededor del planeta, por primera vez, desde que había despertado al estado consciente en la mente de Dalt, el socio conoció el miedo. Estaba fuera de control. Muy pronto su conciencia se expandiría y se disolvería hasta límites casi infinitos, para siempre. Sabía que éste sería su fin. Terminaría como una fuerza vital sin conciencia vagando en la eternidad. Su mente era incapaz de solucionar el problema; su inteligencia estaba a punto de quebrarse. Durante mucho tiempo había teorizado que la conciencia no puede subsistir sin una base material. Había probado lo contrario. Pero por poco tiempo. Tenía que encontrar otra base. Con desesperación, intentó penetrar en la mente de uno de los soldados de la diosa, pero la encontró cerrada para él. Lo mismo le ocurrió con otras formas de vida inferiores.</p> <p>Todas las mentes estaban cerradas para él..., excepto, tal vez, una...</p> <p>Se dirigió hacía casa.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">21</p> </h3> <p>Dalt se despertó de golpe y se sentó en la cama.</p> <p>—Hola, Steve.</p> <p>Una catarata de emociones en conflicto le recorrió: alegría y alivio al saber que el socio estaba con vida y junto a él de nuevo; rabia ante lo inoportuno de su regreso. Pero ocultó su emoción y preguntó:</p> <p>—¿Qué te ha ocurrido? ¿Dónde has estado?</p> <p>El socio le brindó un breve pero completo resumen de sus andanzas en una mezcla visual, auditiva e interpretativa sólo posible en una comunicación mente-a-mente. Cuando finalizó, a Dalt le pareció que el socio nunca le había abandonado. Sin embargo, descubrió algunas sutiles diferencias.</p> <p>—¿Te has dado cuenta de que me has llamado «Steve»? Me has estado llamando por mi apellido durante el último siglo.</p> <p>—Es que ahora te pareces más al viejo Steve.</p> <p>—Sí. La inmortalidad puede llegar a ser una carga. Enfrentarse con otra alternativa, por un momento, es una experiencia soberbia.</p> <p>—Lo sé —contestó el socio recordando el pánico que le había invadido antes de alcanzar la compacta seguridad de la mente de Dalt. Estaban soldados nuevamente... para siempre.</p> <p>—Pero volviendo al tema inicial —dijo Dalt en voz alta—, tú y yo ya sabemos quién está detrás de estos ataques. Lo que me preocupa es lo siguiente: ¿por que nosotros? Quiero decir que si ella quiere enviar sus tropas a asesinar, existen razas más cercanas.</p> <p>—Tal vez la mente humana sea especialmente sensible a sus poderes; no lo sé. ¿Quién puede entender las razones de una mente trastornada? Y créeme, ¡ella está trastornada! Paranoia, xenofobia, delirios de grandeza y todo lo demás. Steve, esta criatura cree que es divina. Y no es una pose. Y en lo que concierne a su raza, es una diosa.</p> <p>—Es una lástima que sean ateos.</p> <p>—¡No lo son! ¿Cómo podrían serio? Cuando estos seres hablan de su deidad, no se refieren a una abstracción o a un ser efímero. ¡Su diosa está encarnada! ¡Y está con ellos en todas partes! Puede mantener un contacto continuo con su raza... No se trata de un control o de algo parecido, sino de una idea de presencia. ¡Tiene poderes que nadie posee y es eterna! Está con ellos desde que nació el planeta, estuvo con ellos la primera vez que surcaron el espacio. Les ha guiado a lo largo de toda su historia. No es fácil decir «no» a todo eso.</p> <p>—Muy bien, pero si es tan divina como creen, ¿cómo pudo transformar a toda una raza en un manojo de asesinos? Debe tener alguna clase de control mental.</p> <p>—Comprendo que no tienes perspectiva histórica sobre el poder de la religión. La historia humana está tejida con las atrocidades cometidas en nombre de supuestos dioses benignos cuyas únicas manifestaciones aparecían en los libros y en la tradición. Esta criatura no es una mera fuerza cultural... Ella es la cultura. Sus seguidores atacan y asesinan porque es la voluntad divina.</p> <p>Dalt suspiró.</p> <p>—Parece que estamos a punto de damos contra una pared. Planeamos enviar espías a través del pasaje para tratar de localizar el sistema estelar donde se originan los ataques, de modo que podamos llevar a cabo una contraofensiva. Ahora es inútil. Sesenta mil años luz es una distancia incomprensible en términos humanos. Si hubiera algún modo de llegar hasta ella, tal vez le podríamos brindar una considerable dosis de horrores. Esto la sacudiría.</p> <p>—Me temo que no. Verás, esta criatura es la fuente de los horrores. Dalt permaneció en un azorado silencio. Luego dijo:</p> <p>—Siempre sospechaste que los horrores eran algo más que un desorden psicológico.</p> <p>—Debes admitirlo. Rara vez me equivoco.</p> <p>—Sí. Rara vez —replicó Dalt con suavidad—. Pero de nuevo me pregunto: ¿por qué?</p> <p>—Como ya te he dicho, la mente humana parece ser extraordinariamente sensible a sus poderes. Puede cruzar toda la galaxia y tocar a un hombre. Creo que lo ha estado haciendo durante años. Al principio, sólo debió ser capaz de crear una leve impresión. Después, probando en este brazo de la galaxia, debió dejar una huella profunda en alguna mente fértil. Esto dio origen al nacimiento del criminal culto de la diosa Kali en la antigua India. Sus miembros adoraban a una diosa de muchos brazos y muy parecida a nuestra enemiga. Con fines prácticos, podemos llamarla Kali, dado que el nombre con que la llama su raza es un trabalenguas de consonantes.</p> <p>—¿Qué pasó con su culto?</p> <p>—Murió. Tal vez, ella regresó a concentrarse en su propia raza, que probablemente se estuviera moviendo por el espacio en aquella época. Después, sin duda, estuvo muy ocupada exterminando a las otras razas que se cruzaron en su camino. Luego, vino un descanso y su atención volvió a volcarse sobre nosotros. Sus poderes habían crecido desde su último contacto, y, aunque aún era incapaz de controlar la mente humana, descubrió que podía inundarla con una corriente de terror tal que et individuo quedaba separado por completo de la realidad.</p> <p>—En otras palabras: los horrores.</p> <p>—Correcto. Continuó con esta táctica hasta descubrir un modo de que su raza pudiera entrar en nuestro planeta. Finalmente lo logró. El aparato tiene el tamaño de una ciudad pequeña y está activado en forma psiónica. Ya conoces el resto de la historia.</p> <p>—Sí —replicó Dalt—. Y también puedo prever lo que va a ocurrir. Está jugando con nosotros, ¿no es cierto? Un juego de miedo y terror, azuzándonos hasta que nos ataquemos unos a otros. La humillación, la desmoralización... son armas sucias.</p> <p>—Pero me temo que no es ésa su meta final. Cuando se canse del juego nos destruirá. ¡Y con qué facilidad! Lo único que tiene que hacer es abrir el portón, deslizar una bomba planetario de tiempo, cerrar el pasaje y esperar la explosión.</p> <p>—¡En dos años —dijo Dalt con un susurro sorprendido— puede llegar a destruir todos los planetas del Espacio Ocupado!</p> <p>—Seguramente no necesitará tanto tiempo. Pero tenemos que esperar un poco antes de que eso ocurra. No tiene prisa. Seguramente, seguirá jugando durante algunos siglos mientras prepara el golpe de gracia. —El socio se quedó en silencio durante un instante—. Esto me recuerda algo: vi enormes fuerzas de ataque alineadas en la playa. Si realmente busca un golpe desmoralizador...</p> <p>—No estarás pensando en que atacará la Federación, ¿verdad?</p> <p>—¿Se te ocurre un blanco mejor?</p> <p>—No... no —replicó Dalt pensativamente—. La idea de ver a los asaltantes de nuevo por las calles no le resultaba agradable—. Tiene que haber un modo de evitarlo.</p> <p>—Estoy seguro de que lo hay. Sólo que no hemos pensado en ello. Duerme ahora.</p> <p>—Buena idea. Hablaremos mañana.</p> <p>Al día siguiente apareció Lenda con la noticia de que los vehículos-espías estaban listos. Invitó a Dalt a que les echara un vistazo. No queriendo destruir las esperanzas de Lenda, Dalt no le comunicó las últimas novedades y le acompañó hasta los hangares.</p> <p>Al llegar allí, vio que cinco vehículos estaban terminadas y que otros seis estaban en vías de completarse. Parecían modelos comunes, salvo los instrumentos adosados a sus cascos.</p> <p>—Parece que hubieran sido preparados para una presurización —observó Dalt.</p> <p>Lenda asintió.</p> <p>—Algunos sensores lo requieren.</p> <p>—¡Sé lo que estás pensando! —dijo el socio. —Dime.</p> <p>—Quieres equipar estos vehículos con cañones para atacar la isla de Kali, ¿no? ¡Olvídalo! Hay muchos reguladores de tiro en el templo. Un disparo jamás llegaría hasta ella. Y tú no podrías hacerlo. Sus guardias te quitarían las ganas.</p> <p>—Tal vez haya un modo.</p> <p>Se volvió hacia Lenda.</p> <p>—Quisiera ver aquí a Petrical. Daré una vuelta y volveré a los hangares.</p> <p>Lenda le miró con asombro mientras se alejaba.</p> <p>Dalt salió a la calle.</p> <p>—Líbrame del aspecto de Mordirak, socio. No quiero ser reconocido.</p> <p>—Hecho. Ahora dime adonde vamos.</p> <p>—No muy lejos.</p> <p>Salió al exterior y se mezcló con la gente. Las calles estaban abarrotadas. Los nuevos representantes habían traído a sus familias, y los turistas llegaban constantemente para asistir al primer Consejo General de la nueva Federación. La cinta transportadora le paseó durante algunos minutos; entonces, se apeó frente a un almacén cuyo blanco frente tenía un cartel con una sola palabra: ARMAS.</p> <p>Después de atravesar el control de entrada, se encontró frente a un impresionante conjunto de armas mortales. Brillaban desde los estantes. Eran pulcras y siniestras, hermosas y mortales.</p> <p>—¿Puedo ayudarle en algo, señor? —preguntó un hombrecito de ojos bizcos.</p> <p>—¿Dónde están las armas de combustión?</p> <p>—¡Ah! —dijo el hombre mientras se frotaba las mano—. ¿Deportista o coleccionista?</p> <p>—Las dos cosas.</p> <p>—Sígame, por favor. —Le condujo a la trastienda del negocio y se situó detrás de un mostrador—. ¿Qué busca? ¿Revólveres? ¿Rifles? ¿Pistolas? ¿Automáticas?</p> <p>—Las dos últimas.</p> <p>—¿Cómo?</p> <p>—Quiero una pistola automática —dijo Dalt con suavidad—. Con doble cañón y carga continua.</p> <p>—Me temo que en esa línea sólo existe un modelo.</p> <p>—Lo sé. El fabricado por los ibizanos.</p> <p>El hombre asintió y buscó debajo del mostrador. Sacó una pequeña caja reluciente, la situó frente a él y la abrió.</p> <p>Dalt examinó su contenido durante algunos instantes.</p> <p>—Es lo que buscaba. ¿Se puede cargar con cartuchos de metralla?</p> <p>—Por supuesto. El modelo ibizano no despide las cápsulas, por lo tanto ya sabe que tendrá que emplear un dispositivo desintegrador.</p> <p>—Lo sé. Ahora, quiero que baje al taller y que le corte el cañón exactamente por aquí —y señaló una línea con el dedo.</p> <p>—Señor, ¡usted debe de estar bromeando! —dijo el hombre con evidente sorpresa. Sus ojos se estrecharon perdiendo su permanente bizquera. Pero, por la expresión de Dalt, descubrió que no se trataba de una broma—. Creo que tendré que ver su tarjeta de crédito antes de dañar un arma tan buena.</p> <p>Dalt sacó un delgado disco de metal y se lo tendió. El armero lo introdujo en una ranura que estaba en el mostrador y la imagen de Mordirak apareció en la pantalla que estaba a su lado. También se pudo leer el número 1. Mordirak tenía crédito de primera categoría en cualquier parte del Espacio Ocupado.</p> <p>Con un suspiro, el hombre le devolvió el disco, cogió el arma y se encaminó hacia el taller.</p> <p>—Tus conocimientos sobre armas son notables —dijo el socio. —Resabios de mis tiempos de cazador, ¿te acuerdas?</p> <p>—Recuerdo que me disgustaban.</p> <p>—Bueno, las armas de combustión aún son reclamadas por aquellos «deportistas» que sienten que su sentido de la masculinidad es ofendido por la ausencia del «culatazo» propio de las armas de energía.</p> <p>—¿Y qué se supone que harás con el arma ibizana?</p> <p>—Ya lo verás.</p> <p>El armero reapareció con el arma mutilada.</p> <p>—Supongo que tiene un marcador de blancos... —dijo Dalt.</p> <p>—Sí, por supuesto.</p> <p>—Bien, aliméntelo con cápsulas cilíndricas del número ocho y después lo adaptaremos.</p> <p>El hombre parpadeó, pero siguió las instrucciones.</p> <p>Habitualmente, el marcador de blancos se preparaba con movedizos ciervos de Kamadon. Los sensores marcaban la habilidad del, deportista: sobre una pantalla podía leerse «Perdido», «Muerto», «Herido» y otras variaciones. La línea de fuego quedó en blanco cuando Dalt comenzó a cargar el arma. Soltó el mecanismo de seguridad y la apoyó contra su pecho con los cañones hacia adelante. Comenzó a caminar.</p> <p>—Cañón izquierdo —dijo, y apretó el gatillo. El modelo ibizano vibró en sus manos; el rugido del cañón fue ahogado por el impacto, pero el fogonazo tuvo una extensión de veinte centímetros por lo menos. Uno de los blancos cayó partido por la mitad—. Ahora, el derecho —y los resultados fueron los mismos—. Automático —dijo después. Los dos cañones dispararon a la vez y ambos blancos cayeron deshechos. La pantalla indicadora se puso roja al no saber qué señalar.</p> <p>—¿Qué quiere cazar con un arma semejante? —preguntó el armero mirando alternativamente a Dalt, la pistola y los blancos destrozados de la pantalla.</p> <p>Una absurda pero irresistible respuesta le vino a la mente.</p> <p>—A Dios.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>—¿Quería verme? —preguntó Petrical.</p> <p>—Sí. Tengo razones para creer —y por favor no me pregunte por qué— que el próximo atentado será muy grande y que estará dirigido en contra de la Central de la Federación. Quiero que provea de cañones a los vehículos y que en ellos se instalen los mejores tiradores. Yo seré uno de ellos.</p> <p>Una expresión de asombro apareció sobre el rostro de Petrical.</p> <p>—¿Que planea hacer con ellos?</p> <p>—Atravesaremos el pasaje cuando se abra —replicó Dalt—. Quizá logre acabar con estos ataques de una vez por todas.</p> <p>El asombro fue reemplazado por la consternación.</p> <p>—¡Oh, no! ¡Usted no irá! ¡Es demasiado valioso para que se arriesgue en una misión suicida!</p> <p>—Por desgracia, soy el único que sabe lo que hay que hacer —dijo Dalt—. Además, ¿desde cuándo me da órdenes?</p> <p>Pero Petrical había sido enredado en demasiadas disputas verbales en el transcurso del Consejo General como para dejarse amedrentar. Ni siquiera El Curandero lo dominaba tan fácilmente.</p> <p>—Le diré lo que yo voy a hacer, y no tiene nada que ver con ayudarle a arriesgar su vida.</p> <p>—Señor Petrical —dijo Dalt en voz baja—, ¿tendré que coger mi propio vehículo e ir solo?</p> <p>Petrical abrió la boca para contestar y después la cerró. Reconocía cuándo lo derrotaban. Con el Consejo General reunido para la sesión de emergencia, lo único que le faltaba para estropearlo todo es que se supiera que había dejado marchar a El Curandero a enfrentarse con el enemigo, solo, sin el apoyo de las fuerzas de defensa de la Federación.</p> <p>—Pero los vehículos a control remoto fueron idea suya...</p> <p>—De acuerdo con las nuevas informaciones que poseo ya no sirven. La única solución es llegar hasta allí.</p> <p>—Bueno, entonces enviemos una fuerza mayor.</p> <p>—No. —Dalt sacudió la cabeza—. Si estos seis vehículos no pueden hacer el trabajo, tampoco servirán seiscientos.</p> <p>—Muy bien —dijo Petrical exasperado—. Dispondré los transportes y pediré voluntarios.</p> <p>La sonrisa de Dalt era auténtica.</p> <p>—Gracias. Y no se retrase mucho. No tenemos mucho tiempo. ¡Ah! Disponga una alarma para avisar cuando aparezca el vórtice. Tendremos que estar en los vehículos cuando se produzca el ataque. Instruiré a los hombres sobre lo que deben hacer y cómo deben hacerlo.</p> <p>Petrical asintió con evidente disgusto.</p> <p>—¿Por qué no me has consultado sobre todo esto? —preguntó indignado el socio, mientras Dalt volvía a los cuarteles.</p> <p>—Porque ya conozco tu respuesta.</p> <p>—Estoy seguro de ello. Es una locura y no quiero participar.</p> <p>—No tienes muchas opciones.</p> <p>—¡Sé razonable!</p> <p>—Socio, debemos hacerlo.</p> <p>—¿Por qué? —La voz en su cabeza sonaba enojada—. ¿Para mantener tu leyenda?</p> <p>—En cierto modo, sí. Tú y yo somos los únicos que podemos derrotarla.</p> <p>—Estás muy seguro...</p> <p>—¿Tú no? —El socio no contestó y Dalt sintió un repentino escalofrío—. Contéstame, ¿tienes miedo de Kali?</p> <p>—Sí.</p> <p>—Pero, ¿por qué? Siempre la has vencido cuando luchábamos contra los horrores.</p> <p>—Era diferente. No teníamos contacto directo con ella. Sólo peleábamos contra los residuos de su influencia, algo así como una especie de circuito resonante de imágenes tardías. Sólo una vez estuvimos en relación con ella... en la playa de Clutch. Y ya sabes lo que ocurrió allí.</p> <p>—Sí. Fuimos separados.</p> <p>—Exactamente. Los poderes psi de esta criatura son enormes. Ha pasado toda su existencia desarrollándolos porque el dominio de su raza depende de ellos. Calculo que ha comenzado catorce mil años antes que nosotros. Todas las medidas de seguridad alrededor de su templo —los reguladores de energía, los guardias con sus trajes ridículos y sus armas antiguas— no soportarían el ataque de un mercenario solitario. Son artilugios inventados por su paranoia. El verdadero sistema de defensa está en su mente. Puede destruir cualquier mente de su sistema estelar que pueda significar una amenaza para ella. Aunque redujéramos su planeta a cenizas, no la aniquilaríamos. Es prácticamente indestructible. —El socio hizo una pausa para dar mayor efecto a sus palabras—. ¿Aún quieres ir tras ella?</p> <p>Dalt titubeó durante un momento.</p> <p>—Sí.</p> <p>—¡Loco! —explotó el socio—. ¡Locura galopante, salvaje, pura! Por lo general puedo seguir tus razonamientos, pero esta vez es imposible. ¿Hay alguna cuestión racial de por medio? ¿Sientes que le debes algo a la humanidad? ¿Es un gesto noble o qué?</p> <p>—No lo sé con exactitud.</p> <p>—¡Eso es! ¡No lo sabes! ¡No le debes nada a tu raza! Le has dado más de lo que ella te ha entregado. Tu responsabilidad principal es contigo mismo. Sacrificar tu —nuestras— vidas es un gesto inútil.</p> <p>—No me importa. Si triunfamos, no será un sacrificio.</p> <p>—Tenemos tantas posibilidades de tener éxito como de hacer crecer flores en una estrella de neutrón. ¡Te lo prohíbo!</p> <p>—No puedes. Estás en deuda.</p> <p>—¿Con quién?</p> <p>—Conmigo. Ésta es mi vida y éste es mi cuerpo. Tú los has protegido, los has mejorado y extendido, es cierto, pero hemos compartido los beneficios por igual. Es mi vida y la has ocupado. Te estoy pidiendo cuentas.</p> <p>El socio esperó un largo tiempo y luego respondió.</p> <p>—Muy bien. Iremos entonces. —Había un tono definitivo en su voz—. Pero ninguno de los dos debe volver a hacer planes a largo plazo.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>Con los transportes armados y los voluntarios instruidos, Dalt y su tripulación se dispusieron a esperar los acontecimientos.</p> <p>—¿Crees que tendremos que esperar mucho? —preguntó Dalt al socio.</p> <p>—Me parece que no. Los kalianos estaban dispuestos para la partida cuando los vi.</p> <p>—Bueno, al menos podemos dormir un poco. Si hay alguna coherencia en sus ataques, ocurrirá durante el día.</p> <p>—Podría no ser el caso esta vez. Si lo que supongo es cierto y su objetivo es la Central de la Federación, podrían cambiar de táctica. Por lo que sabemos, su idea es destruir el complejo de la organización.</p> <p>Dalt gruñó con suavidad.</p> <p>—Eso sería una tragedia.</p> <p>—¡Tonterías! La Federación es algo más que unos cuantos edificios. Es un concepto..., una idea.</p> <p>—Es también una organización; y si hay algo que necesitamos ahora es justamente eso. En este momento existe el núcleo de una nueva Federación a partir del Consejo General. Si lo destruyen, se dañará toda la resistencia organizada.</p> <p>—Quizá no.</p> <p>—Los kalianos están unidos a través de su diosa. ¿A quién tenemos nosotros?</p> <p>—A El Curandero, por supuesto.</p> <p>—En este punto, si destruyen el Complejo de la Federación, también desaparecerá El Curandero. —Dalt miró la alarma—. Espero que todo marche bien y podamos trasponer el pasaje.</p> <p>—Si fracasamos, será culpa de nosotros.</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>—El pasaje está activado en forma psiónica y dirigido por Kali, ¿recuerdas? Si una fuerza psi de tal magnitud aparece en cualquier lugar de la Federación, la captaré en seguida.</p> <p>—¡Oh! —exclamó Dalt en voz alta—. Bueno, esperemos que sea pronto. Esta espera me destroza los nervios.</p> <p>—Me sentiré feliz si no se produce.</p> <p>—¡Ya hemos pasado por esto!</p> <p>—Perdón, señor —dijo un voluntario.</p> <p>—¿Qué ocurre? —preguntó Dalt. El hombre pareció confundido.</p> <p>—Pensé que me había hablado.</p> <p>—¿Eh? ¡Oh, no! —Dalt sonrió débilmente—. Estaba pensando en voz alta.</p> <p>—Bien, señor —asintió el otro y se marchó echando una rápida ojeada hacia atrás.</p> <p>—Debe de pensar que estás loco —punzó el socio—. También yo lo creo, pero por razones absolutamente diferentes.</p> <p>—Cállate y déjame dormir.</p> <p style="text-align: center; font-size: 125%; text-indent: 0em; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ">• • •</p> <p>La espera no fue muy larga. Antes del amanecer del segundo día, Dalt se despertó de golpe. Su sistema nervioso simpático vibraba a causa de la alarma.</p> <p>—¡Despierta! —dijo el socio con disgusto—. Ya están aquí.</p> <p>—¿Dónde?</p> <p>—A sólo dos kilómetros. Os llevaré hasta ellos.</p> <p>Asegurando el arma ibizana a su cintura, Dalt accionó la alarma y los veinte hombres se despertaron.</p> <p>El sargento a cargo del grupo se dirigió a Dalt.</p> <p>—¿Adonde vamos?</p> <p>Dalt reprimió un encogimiento de hombros y dijo:</p> <p>—Síganme.</p> <p>Inmediatamente después de activar la alarma, se abrieron los hangares y los seis vehículos estuvieron listos para salir en menos de un minuto. El socio guió a Dalt por encima del Complejo de la Federación.</p> <p>—Ahora bordea aquel edificio que parece una pirámide invertida.</p> <p>—¿Están allí?</p> <p>—Sí. Justo en el corazón del Complejo.</p> <p>—Desde una distancia superior a diez mil años luz..., ¿cómo pueden ser tan precisos?</p> <p>—Ella es precisa. Kali dirige la operación.</p> <p>Con las luces encendidas, los vehículos se situaron entre dos edificios y quedaron suspendidos cerca del pavimento.</p> <p>—Están al final de la galería —dijo el socio.</p> <p>Dalt sacudió la cabeza con respeto.</p> <p>—Una precisión increíble.</p> <p>—Y brillante desde el punto de vista estratégico. Casi no tenemos espacio para maniobrar en contra de ellos. Te advertí que era una enemiga formidable. No obstante, quisiste seguir con el asunto.</p> <p>Dalt deseó contestar en forma valerosa y segura, pero no se le ocurrió nada. En cambio, encendió los focos delanteros de su vehículo e iluminó una escena sobrecogedora: los invasores salían de su agujero como insectos enojados que abandonan su colmena.</p> <p>Los vehículos comenzaron a disparar y a avanzar hacia la horda. Los hombres caían a medida que iban siendo alcanzados. Observó que los vehículos que se encontraban a retaguardia devolvían el fuego...</p> <p>...y entonces, todo se volvió gris, opaco, chato y silencioso. Pasaron a través del vórtice hacia el subespacio. Dalt sintió una breve sensación de vértigo cuando perdió la visión y se sumergió en un vacío sin rasgos, pero alcanzó a ordenar a los demás que continuaran la defensa.</p> <p>—Mantenlos ocupados un poco más y llegaremos hasta allí. —Apenas había terminado de hablar el socio, cuando el pasaje vomitó una cantidad mayor de invasores. Sin mirar hacia atrás, Dalt aumentó la velocidad a su máxima potencia y enfiló hacia el mar—. ¿Ves la isla? —preguntó el socio.</p> <p>—Justo delante de nosotros.</p> <p>—Exacto. Sigue en esa dirección.</p> <p>—Espero que el sargento se acuerde de decirle a Petrical dónde ocurrió la invasión antes de penetrar en el pasaje.</p> <p>—No te preocupes por ello. El sargento es un hombre consciente. Y tenemos problemas mayores ante nosotros.</p> <p>Los otros vehículos los seguían y se encaminaban hacia la costa. Su misión consistía en prevenir cualquier agresión contra Dalt en su camino hacia la isla.</p> <p>—Dirígete hacia el sur —ordenó el socio.</p> <p>—¿Cuál es el sur?</p> <p>—A la izquierda.</p> <p>Estaban lo suficientemente cerca como para ver los detalles más salientes del templo.</p> <p>—¿Dónde desciendo?</p> <p>—No lo hagas. Al menos, no todavía. ¿Ves aquella gran abertura? Vuela hacia allí.</p> <p>—No parece muy grande.</p> <p>—Si puedes trasponerla, entraremos en el corredor.</p> <p>Los guardianes del templo-fortaleza estaban aguardándolos con los arcos, las flechas y las lanzas preparadas.</p> <p>—Aminora la velocidad y dispárales con los cañones —ordenó el socio.</p> <p>A Dalt le pareció demasiado brutal.</p> <p>—Pasaré por encima de ellos. Sólo están armados con juguetes. —Te lo recordaré cuando nos cojan y corten tu cuerpo en pedacitos. La compasión obnubila tu memoria. ¿Has olvidado a los bañistas de Clutch? ¿O a aquel niño?</p> <p>Dalt llenó de aire sus pulmones y accionó las nuevas armas con el botón de la consola. Los cañones atronaron el espacio, pero los guardias permanecieron incólumes.</p> <p>—¿Qué está fallando?</p> <p>—Nada. Excepto que los reguladores de energía son más poderosos de lo que creía. Nunca llegaremos hasta Kali.</p> <p>—No te preocupes. Llegaremos —gruñó Dalt y dirigió el vehículo hacia los guardias. Las lanzas y flechas se clavaron en el casco de la nave sin dañarla. Los hombres permanecieron en sus lugares hasta que Dalt estuvo casi encima de ellos. Entonces, rompieron filas. Algunos huyeron velozmente hacia los lados sin recibir daño alguno. Otros resultaron atropellados por la máquina.</p> <p>Después, la oscuridad. Las pupilas de Dalt se dilataron y los detalles se hicieron visibles bajo la débil luz del corredor. Los frescos históricos que el socio había estudiado en su primera visita los rodeaban. Adelante, el corredor se abría en una arcada baja y estrecha.</p> <p>—No creo que lo logremos —dijo Dalt.</p> <p>—Yo tampoco lo creo. Pero podemos emplearlo para impedir que nos sigan luego.</p> <p>—Estaba pensando lo mismo.</p> <p>En forma abrupta, aminoró la velocidad y dejó que el vehículo se deslizara hacia la abertura, hasta que sus lados rozaron los muros de piedra. El transporte quedó atascado entre ellos y Dalt se dispuso a salir. Un aire frío, húmedo, viscoso penetró en la cabina cuando Dalt saltó al suelo.</p> <p>Cargó la pistola ibizana y comenzó a andar. En seguida, oyó un ruido extraño y sintió un dolor creciente en el lado derecho de su espalda. Se agachó y algo zumbó sobre su cabeza. Dalt disparó hacia la arcada.</p> <p>Cuatro kalianos yacían sobre el piso abatidos por la eficacia del armamento de Dalt.</p> <p>—¿Qué me ha golpeado? —preguntó al socio cuando el dolor desapareció.</p> <p>—Una flecha. Se clavó en tu séptima costilla derecha y ahora está incrustada en el músculo intercostal. Un disparo poco feliz, te atravesó en ángulo y no interesó la pleura. He puesto un bloque sensorial en la zona.</p> <p>—Bien. ¿Hacia dónde vamos ahora?</p> <p>—A través de la arcada. ¡Y date prisa!</p> <p>Mientras Dalt cruzaba el umbral y se introducía en una pequeña cámara, otra flecha vino desde la izquierda. De nuevo, empleó el arma ibizana. Derribó a otros siete kalianos.</p> <p>—¡Sigue adelante! —Había una sombra de ansiedad en el mandato del socio.</p> <p>Dalt echó a correr, aunque su pierna izquierda se veía afectada debido al impedimento mecánico que la flecha clavada creaba en la acción muscular. Sin embargo, la herida no le dolía. Al abandonar la sangrienta cámara y entrar en otro pasillo, de repente su visión se nubló, y trastabilló.</p> <p>—¿Qué ha sido eso? —preguntó al socio.</p> <p>—El mismo golpe que nos separó en Clutch. Sólo que en esta ocasión yo estaba preparado. Ahora la cosa se pone difícil... La dama ha decidido presentar batalla.</p> <p>Dalt echó a correr hacia adelante otra vez y de pronto se encontró ante un foso enorme. Algo monstruoso y hambriento se agitaba en la oscuridad.</p> <p>—¿De dónde ha salido esto? —susurró asqueado.</p> <p>—De la mente de Kali. No es real. Sigue adelante.</p> <p>—¿Estás seguro?</p> <p>—Segurísimo... creo.</p> <p>—¡Oh, Dios! —Dalt apretó los dientes y continuó corriendo. Para su alivio, sus pies encontraron suelo firme, aunque parecía que estuviera corriendo en el aire. Unos tentáculos blandos, cubiertos de fango, salieron de las paredes y se tendieron hacia él. Se detuvo de nuevo.</p> <p>—¿Lo mismo?</p> <p>—Espero que sí. Sólo ves una pequeña parte de lo que yo veo. Estoy ocultándotelo casi todo. Y, de momento, sólo está jugando con nosotros. Creo que prepara...</p> <p>Una lanza se clavó en la pared de la izquierda interrumpiendo la discusión. Cuando Dalt se volvió con el arma ibizana lista para disparar, una flecha se incrustó en la fosa carnosa situada debajo de su clavícula izquierda. Los guardianes de la entrada del templo habían encontrado el modo de sortear el vehículo y corrían por el corredor persiguiéndole. Con un resplandor que iluminó toda la zona y un ruido ensordecedor, la ibizana guadañó las filas de los agresores dejando muchos muertos y unos cuantos heridos. Sin embargo, otra flecha alcanzó a clavársela en el costado derecho. Un líquido que parecía una mezcla de verdes, rojos y amarillos comenzó a circular a lo largo de la saeta.</p> <p>—¿Cuántas de estas cosas podré soportar? Estoy comenzando a parecerme a un gusano de Neekan —susurró.</p> <p>—Solo unas pocas más. Pero no otra como esta última. Ha perforado el conducto hepático y estás perdiendo bilis. También sangre. No puedo hacer demasiado para contener la hemorragia de los sinusoides venosos del hígado. Pero estaremos bien siempre y cuando no recibas otra herida semejante que interese un órgano vital, porque entonces perderás movilidad. La flecha que se clavó bajo tu clavícula estuvo cerca de hacerlo; rozó el plexo braquial. Un centímetro más arriba y hubieras perdido el uso de...</p> <p>Las palabras parecieron perder fuerza.</p> <p>—¡Socio! —dijo Dalt.</p> <p>—¡...corre! —El pensamiento era tenso, urgente—. Está golpeándonos con todo ahora... —otra vez las palabras se perdían—. Te indicaré hacia dónde tienes que ir.</p> <p>Dalt corrió con toda la velocidad que le permitían sus músculos. Renqueaba de la pierna izquierda y evitaba cuidadosamente que las flechas que llevaba clavadas tomaran contacto con las estrechas paredes. El pasillo se convirtió en un laberinto lleno de curvas. Y, a medida que pasaba el tiempo, la voz se volvía cada vez más débil.</p> <p>—¡Por favor, date prisa! —urgió el socio con un hilo de voz. Dalt comprendió que debía de estar librando una feroz batalla. En mil doscientos años el socio nunca había dicho «por favor»—. Dos vueltas más a la izquierda y llegaremos... No vaciles... Comienza a disparar apenas entres.</p> <p>Dalt asintió y preparó la pistola, absolutamente convencido de que iba a hacer lo que le ordenaban. Pero cuando llegó el momento, cuando dio el último giro, vaciló por un instante: quería ver a quién iba a destruir.</p> <p>Estaba allí, acostada sobre cojines, y le sonreía. El. De alguna manera, no le pareció absurdo encontrarla allí. Su muerte, que había tenido lugar hacía mil años, sólo había sido un mal sueño.</p> <p>Pero ahora estaba despierto, de regreso en Tolive, no en aquel insano planeta situado al otro lado de la galaxia.</p> <p>Se detuvo para arrojar el arma a un lado. Todas las neuronas de su cuerpo le transmitieron el mismo mensaje:</p> <p>«¡Fuego!»</p> <p>Su dedo pulsó el gatillo y El estalló en una lluvia roja. De repente, volvió a la realidad y se vio rugiendo, vaciando el cargador sobre el cuerpo inerte.</p> <p>Los ecos se desvanecieron y reinó el silencio.</p> <p>No había quedado mucho de Kali. Dalt miró los restos sólo una vez y retrocedió. Mientras aspiraba un poco de aire y se secaba el sudor que corría sobre su labio superior, le habló al socio:</p> <p>—¿No hay posibilidades de que resucite?</p> <p>No hubo respuesta.</p> <p>—¡Socio! —llamó en voz alta y temió que hubiera ocurrido lo mismo que en Clutch. Pero esta vez, sabía que el socio aún estaba allí... Una indefinible sensación denunciaba su presencia. El socio estaba herido, debilitado, ulcerado, y se había pertrechado en el rincón más lejano del cerebro de Dalt. Sin embargo, aún estaba allí.</p> <p>Sin mirar hacia atrás, Dalt apretó la pistola bajo su brazo izquierdo, con el cañón paralelo a la flecha que estaba clavada en su hígado, y volvió a entrar en el laberinto. Temió no encontrar el camino. No obstante, pronto descubrió unas gotas sobre el suelo mal iluminado. Había dejado un rastro de sangre y bilis y se guiaría por él.</p> <p>Por fin, logró atravesar el laberinto y se dirigió hacia su vehículo. Allí se enfrentó a un nuevo problema.</p> <p>Un grupo enorme de kalianos le esperaba. La reacción inmediata de Dalt fue la de preparar su pistola. Pero el cargador estaba vacío. Su gesto fue tan fútil como innecesario: al verle, los guardias arrojaron sus armas y se postraron con el rostro pegado al suelo.</p> <p>«Saben que ella ha muerto —pensó—. De alguna manera, lo saben.» Vaciló sólo un momento; entonces, cruzó entre los adoradores y entre sus hermanos muertos.</p> <p>Tuvo algunas dificultades para entrar en el vehículo a causa de las flechas que emergían de su flanco derecho y de su clavícula. Lo solucionó arrancando la última.</p> <p>Se sentó otra vez frente a la consola y, ante la duda, volvió a cargar el arma. Después, activó los instrumentos que se encontraban frente a él. La pantalla que estaba a su derecha se iluminó con el rostro del sargento. Dalt realizó un pequeño ajuste para enfocarle con claridad.</p> <p>—¡Curandero! —exclamó el otro con evidente alivio—. ¿Está bien?</p> <p>—Sí —contestó Dalt—. ¿Cómo anda todo por allí?</p> <p>El sargento sonrió.</p> <p>—Al principio fue difícil. Dos de los vehículos entraron en batalla y uno fue derribado. Pero cuando las cosas estaban empezando a ponerse realmente mal, los enemigos abandonaron la lucha... Arrojaron sus armas y se dirigieron en masa hacia la playa... sin fijarse en nosotros. Algunos se sumergieron en el océano y comenzaron a nadar hacia la isla. El resto está sollozando sin rumbo, a lo largo de la costa.</p> <p>—¿Todo bien entonces? —preguntó Dalt. El motor ya estaba a punto. Puso la marcha atrás y el aparato vibró tratando de desengancharse de la arcada. Se oyó un crujido, y el vehículo se liberó. El corredor era demasiado estrecho y no le permitía girar; por lo tanto, Dalt tuvo que resignarse a hacer el camino hacia atrás.</p> <p>El sargento dijo algo que Dalt no alcanzó a escuchar. Le pidió que repitiera sus palabras:</p> <p>—Dije que hay dos hombres heridos, pero estarán bien si logramos regresar.</p> <p>Con la cabeza vuelta sobre su hombro izquierdo y dos dedos sobre el volante, Dalt estaba totalmente concentrado en pilotar el transporte. No fue hasta que alcanzó el punto en que el pasillo se ensanchaba, que aquel «si» estalló en su cabeza.</p> <p>—¿Qué quiere decir «si»? —preguntó mientras preparaba el instrumental para que el aparato se guiara solo.</p> <p>—El portal, el pasaje, o como quiera llamarlo... está cerrado —contestó—. ¿Cómo vamos a regresar?</p> <p>Dalt sintió una tensión en su garganta, pero puso cara de valiente.</p> <p>—No se preocupe. Yo lo sacaré.</p> <p>—Correcto —dijo el sargento aliviado. Estaba seguro de que El Curandero podría hacer algo. La pantalla se oscureció.</p> <p>Dalt dejó a un lado el problema de cruzar los sesenta mil años luz que separaban a aquel pequeño grupo del resto de la humanidad y se concentró en el sendero de luz que se abría ante sus ojos. La empresa había sido fácil y tenía que haber supuesto que aparecería algún inconveniente.</p> <p>Cuando Dalt abandonó la oscuridad y salió al aire libre descubrió que los escalones que conducían al templo estaban cubiertos de postrados kalianos. La mayoría de los ojos estaban clavados en el suelo, pero en una y otra parte alguna cabeza se levantaba y le observaba con fervor. No alcanzó a leer ninguna expresión individual pero se percibía una terrible sensación de pérdida en sus posturas y movimientos. Los que le miraban parecían decirle: «Has asesinado a nuestra diosa y ahora te niegas a tomar su lugar. No nos abandones».</p> <p>Dalt sintió una súbita piedad. Toda la cultura kaliana había sido modelada, corrompida y fundada por un solo ser. Y ahora, aquel ser ya no existía. Un caos terrible se desataría. Pero de la anarquía podría surgir una sociedad nueva, más sana. Quizá con un nuevo dios, quizá sin ninguno. Cualquier cosa que ocurriera sería una mejora.</p> <p>—Tal vez —dijo una voz— su nuevo dios será un kaliano con un mechón de pelo blanco y una mano dorada. Y sus ministros narrarán cómo cruzó el vacío, soportó sus flechazos y venció a la todopoderosa, a La-Que-Nunca-Muere.</p> <p>—Veo que has recuperado fuerzas, socio.</p> <p>—No las suficientes. Nunca me recobraré de esta experiencia. Espero que haya saldado la deuda, porque nunca arriesgaré otra vez mi existencia.</p> <p>—Sinceramente, espero que no volvamos a encontramos en una situación semejante. Y sí, has pagado tu deuda por completo.</p> <p>—Bueno. Y si te despiertas de noche y oyes gritos horribles en tu cerebro no te preocupes. Estaré recordando todo aquello por lo que he pasado.</p> <p>—¿Tan malo fue?</p> <p>—Estoy sorprendido de estar con vida... Es todo lo que puedo decirte.</p> <p>Ante su mirada, aparecieron detalles de la costa y Dalt alcanzó a ver a algunos kalianos que nadaban hacia la isla.</p> <p>—¿Sabes cómo se maneja el generador, socio?</p> <p>—Sí. Como te dije antes, Kali lo hacía funcionar en forma psiónica. Al estar muerta, ha dejado de funcionar. Creo que podré activarlo durante algunos minutos. Llama al sargento para que sus hombres se preparen. Tenemos que actuar con rapidez.</p> <p>Dalt hizo lo que se le pedía, y encontró a cuatro de los cinco vehículos dispuestos a partir sobre la costa.</p> <p>—Allá vamos —dijo el socio—. Espero lograrlo, porque no tengo la más leve idea sobre cómo conducir el pasaje. Podríamos terminar en medio de un sol o en cualquier lugar del borde de la galaxia.</p> <p>Dalt se limitó a decir:</p> <p>—¡Hazlo! —y dio presión a la cabina.</p> <p>Durante algunos segundos nada ocurrió, después apareció un disco gris. Se expandió en forma gradual y tan pronto como su diámetro se hizo considerable como para pasar con un vehículo, Dalt impulsó el suyo hacia adelante y se sumergió hacia lo desconocido.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">22</p> </h3> <p>Parecieron flotar en aquel gris bidimensional eternamente. Después, como si atravesaran una cortina, se encontraron en el espacio real, a la luz del día. En la Central de la Federación. Lo primero que vieron fue a las fuerzas de defensa dispuestas a luchar. Todo el armamento del planeta se concentraba en aquella galería. Y todo estaba dirigido hacia Dalt.</p> <p>Con suavidad, guió su vehículo hasta el suelo, sobre los cuerpos incinerados de los kalianos, y descendió esperando que el siguiente vehículo hiciera lo mismo. Cuando apareció el último, el vórtice se dobló sobre sí mismo y desapareció.</p> <p>—Éste es el fin —dijo el socio con alivio—. A menos que la raza kaliana desarrolle otro fenómeno psi que aprenda a manejarlo, el pasaje nunca volverá a abrirse.</p> <p>—Para el momento en que ocurra —espero que transcurran algunos milenios— estaremos más preparados.</p> <p>Al cerrarse el pasaje, los tiradores de los otros vehículos abrieron las compuertas y saltaron al suelo. A la vista de sus camaradas, las tropas reunidas bajaron las armas y estalló un gran alboroto. Los transportes fueron rodeados por alegres, clamorosos soldados.</p> <p>Ros Petrical pareció materializarse en el aire, montado sobre una pequeña plataforma. Las tropas le dieron paso mientras descendía junto al vehículo de Dalt.</p> <p>Dalt abrió la puerta y salió a su encuentro. Su efecto sobre la multitud fue inmediato. Al aparecer su cabeza, la gente reconoció el mechón de pelo blanco. Se elevó un grito de alegría. Pero cuando vieron su cuerpo, el alarido perdió fuerza y se acalló. Siguió un silencio mortal roto sólo por algunos ocasionales murmullos de alarma.</p> <p>—Perdón por mi aspecto —dijo Dalt, mirando las flechas sangrientas que salían de su cuerpo y colocando la pistola ibizana debajo de su brazo—. Es que encontré resistencia.</p> <p>Petrical lo miró fijamente.</p> <p>—¡Usted es El Curandero! —musitó.</p> <p>—¿Quiere decir que lo dudaba? —preguntó Dalt con una sonrisa mientras se montaba en la plataforma.</p> <p>Petrical condujo la plataforma entre la multitud silenciosa.</p> <p>—A decir verdad, sí. Siempre pensé que existía una cadena de curanderos, pero usted debe ser el auténtico.</p> <p>—Así es. ¿Adonde nos dirigimos?</p> <p>—Bueno, pensaba llevarle al Consejo General; quieren oírle a usted en persona. —Miró las flechas—. Pero pueden esperar. Le llevaré al hospital.</p> <p>Dalt posó una mano sobre su brazo.</p> <p>—Vamos al Consejo. Estoy bastante bien. Después de todo —dijo citando unas líneas que tenían varios siglos de antigüedad— «¿qué clase de curandero sería El Curandero si no pudiera curarse a sí mismo?»</p> <p>Petrical sacudió su cabeza con asombro y enfiló hacia el vestíbulo del Consejo General.</p> <p>Una secuencia de acontecimientos parecida a la que había ocurrido en la galería se repitió en la sala. Los delegados y representantes habían sido informados de que la misión de El Curandero había resultado un éxito y de que él se dirigía a hablarles personalmente. Muchos de los hombres y mujeres eran miembros del culto de El Curandero y comenzaron a cantar y a gritar al verle aparecer. Como en la galería, se originó un gran revuelo que se desvaneció cuando vieron que el hombre estaba mortalmente herido. Pero Dalt agitó su mano y sonrió para tranquilizarles. Entonces, los gritos se renovaron con mayor intensidad.</p> <p>Entre horrorizadas miradas al cuerpo herido de Dalt, el presidente del Consejo trataba de poner orden en la sala, pero nadie le hacía caso. Los delegados y representantes gritaban, se agitaban y se abrazaban unos a otros. Dalt vio a Lenda entre los delegados de Clutch. Sus ojos se encontraron y Dalt esbozó un gesto de felicitación. El otro respondió con una sonrisa.</p> <p>Tras unos minutos de tumulto, Dalt comenzó a impacientarse. Cogió la pistola ibizana y se la tendió al presidente.</p> <p>—Úsela como campana.</p> <p>El anciano la recibió con una sonrisa y efectuó un disparo al techo. El material acústico absorbió el proyectil. La multitud calló.</p> <p>—Ahora que hemos logrado acallarlos —dijo con una dureza fingida—, por favor, ocupen sus puestos.</p> <p>Los miembros del Consejo rieron con ganas e hicieron lo que se les pedía.</p> <p>—Nunca en mi vida he visto un grupo de representantes más vigoroso, más entusiasta, más vital —susurró Petrical con el rostro enrojecido a causa de la excitación.</p> <p>Dalt asintió e interiormente le habló al socio:</p> <p>—Me siento bastante bien.</p> <p>—Ya era hora —fue la irónica respuesta—. Hacía dos siglos que no te mostrabas tan vital.</p> <p>El presidente del Consejo estaba hablando:</p> <p>—Queremos que El Curandero se convierta en jefe ejecutivo de la Federación. Ahora, quiero proponerles... —A pesar de los aparatos amplificadores, su voz se perdió en el gozoso caos que suscitaron sus palabras. Encogiéndose de hombros, el hombre bajó del podio y decidió dejar que la euforia siguiera su curso. El pandemónium tomó gradualmente la forma de un coro:</p> <p>—... ¡CURANDERO! ¡CURANDERO! ¡CURANDERO!</p> <p>El socio se convirtió en una voz demoníaca dentro de la mente de Dalt:</p> <p>—Los tienes en la palma de la mano. Toma la dirección y podrás dirigir el curso de la historia humana a partir de ahora.</p> <p>—¿Y convertirme en otra Kali?</p> <p>—Tu influencia no será tan perniciosa. ¡Míralos! ¡Tarcos, lentemianos, humanos! Piensa en las grandes cosas que podrás realizar.</p> <p>Dalt lo consideró mientras miraba a la multitud y bebía su intoxicante cántico:</p> <p>¡CURANDERO! ¡CURANDERO! ¡CURANDERO!</p> <p>Recuerdos de Tolive aparecieron en su mente.</p> <p>—Ya conoces mi respuesta, socio.</p> <p>—¿No te tienta?</p> <p>—No en profundidad. No recuerdo cuándo fue la última vez que me sentí tan vivo. Encuentro que aún me quedan muchas cosas por hacer, muchas metas que cumplir. El poder no es una de ellas.</p> <p>El silencio del socio indicó su aprobación.</p> <p>—¿Qué les vas a decir?</p> <p>—No lo sé con exactitud. Algo así como que mantengan la Carta Constitucional de LaNague. Que la Federación se convierta en el centro de sus aspiraciones. Paz, libertad, amor, amistad, felicidad, prosperidad y algún otro lugar común de la jerga política. Pero el gran mensaje será firme: «¡No, gracias!»</p> <p>—¿Estás seguro? —insistió el socio—. ¿No quieres convertirte en el conductor de la raza humana y de algunas otras?</p> <p>—Tengo cosas mejores que hacer.</p> <p style="page-break-before: always; line-height: 0%"> </p> <p style="margin-top: 15%"/> <title style="margin-bottom: 2em; page-break-before: avoid"> <p style="margin-top: 0.8em; margin-bottom: 0.8em">Epílogo</p> </h3> <p>Kolko se sentó junto al fuego y miró el vagón que estaba sumergido en la oscuridad no muy lejos de las llamas. Un grupo de gitanos thelespianos había acampado allí preparando su entrada a Lanthus, a la mañana siguiente. Kolko se sentía herido y mojado... pero sólo un poco. Thalana le había abandonado: se había unido al nuevo mentalista y no quería saber nada más de él.</p> <p>Se sintió tentado de entrar en el oscuro vagón y enfrentar a ambos; sin embargo, decidió no hacerlo por un buen número de razones. En primer término, no amaba a Thalana ni ella a él. Su orgullo estaba herido, no su corazón. En segundo lugar, un triángulo amoroso causaría dificultades en la pacífica compañía. Y por último, el pensamiento de tener que enfrentarse con el nuevo mentalista no le satisfacía demasiado.</p> <p>Una figura imponente, la del miembro más reciente del grupo, con su piel dorada, su cabello plateado... y la piedra reluciente. Y tenía talento. Kolko había visto ir y venir a montones de mentalistas, pero éste era el mejor.</p> <p>Un tipo agradable pero distante. Algo se ocultaba en su pasado, sin duda, pero ¿qué gitano no tenía algo que esconder?</p> <p>Podía reírse con el grupo alrededor del fuego y beber una increíble cantidad de vino sin emborracharse. Siempre sobrio. Y tenía el extraño hábito de murmurar para sí. Pero nadie se lo mencionaba... Había algo en aquel hombre que inspiraba respeto e impedía entrometerse en sus hábitos o en sus asuntos personales.</p> <p>Por lo tanto, le dejaría tener a Thalana. Otras bailarinas se unirían al grupo, probablemente más bellas que Thalana y mejor dotadas para la cama... aunque eso le llevaría cierto tiempo.</p> <p>Que sean felices. La vida era agradable aquellos días. Buen vino, buena compañía, buen tiempo, buen público en las ciudades.</p> <p>Cogió una rama artrítica de un árbol y atizó los leños encendidos contemplando cómo las chispas se elevaban hacia las estrellas.</p> <p>Que sean felices.</p> <!-- bodyarray --> </div> </div> </section> </div>