
Moisés Cabello Alemán
MULTIVERSO GEMINI
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© 2005-2007, Moisés Cabello Alemán
Santa Cruz de Tenerife, España.
moisesc@gmail.com | http://www.moisescabello.com
Ilustración: Montaje creado a partir de imágenes de dominio público y stock libre de royalties.
Fuentes: http://pdphoto.org y http://morguefile.com
(puede encargar un ejemplar impreso de Mareas en el Multiverso, que contiene esta obra y su precuela, Multiverso Armantia , en la web del autor, http://www.moisescabello.com)
1. Invasión
Existen dos clases de personas; las que pueden convivir con sus otros yo, y las que los eliminan antes de ser ellos las víctimas. Es una paranoia recursiva de la que ningún ente consciente capaz de viajar por el multiverso puede escapar.
Boris Ourumov (B14)
A medida que Marla y Olaf descendían hacia la costa, la situación empeoraba. Con terror, ella distinguió ya a esa distancia a los invasores desembarcando en los muelles pesqueros, abriéndose paso a disparos, pues portaban rifles. El panorama parecía sacado de un cuadro sobre Waterloo.
– Olaf -dijo agarrándole del brazo-, están tomando el pueblo y contra su armamento no podemos hacer nada. Deberíamos volver para advertir a…
– ¿Dejarles? -replicó Olaf impotente- Tenemos que organizarnos con ellos, reunir un frente que pueda recha…
– Olaf, por favor, mira… -dijo en el tono más apaciguador que pudo, señalando abajo- Si te señalan con esos trastos, mueres, no hay nada que hacer, créeme.
Pero Olaf, quien seguía discrepando con la mirada, se desasió con brusquedad de Marla y echó a correr cuesta abajo.
– ¡No! -gritó ella- ¡Te van a matar!
No tuvo más remedio que lanzarse tras él; Olaf no tenía muy claro el concepto de arma de fuego y temía que lo abatieran.
Al llegar, se toparon con decenas de aldeanos que subían premurosos huyendo del ataque, aconsejándoles que no continuaran descendiendo, pues un horror había salido del mar. Pero Olaf siguió con la carrera, sin que los cercanos ruidos de los disparos le amilanasen.
Fue apostado tras una casa como Marla encontró al general, donde intentaba retener a los soldados que veía huir con los demás para organizar al menos una pequeña resistencia, pero todos subían despavoridos.
¿Ya está? Pensó Marla al ver aquella marea de gente intentando subir la montaña. ¿Es así como acaba todo? Nada existía en Armantia capaz de contrarrestar el uso de armas de fuego.
Nada.
Posó su mano en el hombro de Olaf.
– Vámonos.
Por unos momentos no se sintió aludido, pero la manera en que contemplaba a la multitud delató la misma perspectiva.
– Sí, vámonos -dijo al fin.
El general se unió al gentío, y Marla se dispuso a hacer lo mismo cuando un proyectil alcanzó la espalda del hombre que tenía delante y con quien se iba a incorporar a la muchedumbre, lo que la obligó a seguir apostada en la esquina exterior de la casa. Olaf se detuvo, volviéndose.
– ¡Vamos! -gritó.
– ¡No te detengas, ahora iré yo! ¡Corre! -replicó ella.
Tras unos instantes de indecisión, Olaf se dispuso a subir la montaña con los demás, mientras Marla asomaba por la otra esquina, echando un vistazo rápido y poniendo pies en polvorosa a la primera oportunidad, accediendo así a la montaña desde otro flanco.
– ¡Quieta!
Paralizada, alzó levemente los brazos. La voz era masculina y tenía un acento distinto al de los armantinos.
– Date la vuelta, despacio.
Lo hizo poco a poco. El hombre, de mediana edad, estaba a no más de diez metros de distancia, apuntándola con su fusil.
– No te muevas -dijo este mientras con la otra mano se hurgaba en el bolsillo. Sacó un papel arrugado que extendió como pudo sin perderla de vista; de hecho alternaba la mirada entre el papel y ella constantemente.
– ¿Marla? -dijo él bajando levemente el arma y entrecerrando los ojos- ¿Eres tú? ¿Marla Enea?
Petrificada, escuchando únicamente el frenético galope de su corazón, y sin saber por qué, pensó en el instante en el que los Boris entraron a la fuerza en la sala de tránsito de Alix B y la mandaron al caos, meses atrás. ¿Querrán llevarme de nuevo? Pensó con temor. ¿Qué pintaba aquel tipo en todo aquello?
Un impactó sonó en los alrededores, lo que obligó al desconocido a volverse agachando la cabeza. Marla aprovechó ese momento para huir cuesta arriba. ¡Espera! Le oyó gritar a lo lejos mientras al fin se unía a la columna de gente que subía como podía. A sus oídos llegaron gritos de los invasores, ¡Ishtar! ¡Ishtar! ¡Por Ishtar! Todo era un caos. Desorden, pánico, tropiezos, muertos… ¿Qué sería de Olaf?
Para su alivio esperaba por ella al final del ascenso, donde se arremolinó un gran gentío intentando ayudar a alcanzar la cima a los más fatigados. Tras asegurarse de que ella estaba bien, Olaf, que acercó el caballo con el que llegaron allí, se interesó por los anónimos invasores.
– ¿Les conoces? -dijo alzando la voz entre los gritos de los demás.
– No -respondió ella-, pero sí las armas que están usando.
– ¿Y qué podemos hacer para protegernos?
Se le encogió el corazón al imaginar a Olaf ideando argucias medievales como ataques sorpresa desde escondites o tras los árboles, y protegiéndose con cosas accesibles a mano. Marla se limitó a lanzar una elocuente mirada al caballo.
– ¿Huir? -dijo él negando con la cabeza, como si no fuera una opción.
Me temo que por una vez tendrás que darte por vencido, quería decir ella, pero se limitó a asentir con la cabeza.
El general resopló mirando a su alrededor, y propinó un fuerte pisotón al suelo, maldiciendo, mientras veía impotente a lo que quedaba del pueblo huir por el camino que llegaba a la montaña.
– ¿De verdad no se puede hacer nada?
– Aquí y ahora, nada -respondió ella comenzando a irritarse. Oía los disparos cada vez más cerca y no era momento de seguir haciéndose el valiente.
Maldiciendo nuevamente, el general se incorporó en el caballo y la ayudó a montar, como era costumbre, comenzando el trote hacia la capital de Turín.
El viaje fue muy silencioso, con ambos sumidos en sus oscuridades durante el galope. Pensando en el futuro, o en si lo habría. Apenas unos meses atrás Marla se creyó capaz de ayudar a lograr la prosperidad de Armantia, de poder construir . Consiguió creer en el futuro de aquel lugar, en que era un último reducto que valía la pena salvar.
Pero aquello les sobrepasaba.
Gardar tardó en asimilarlo al intentar contárselo. ¿De fuera de Armantia? Decía. ¿Cómo es posible? Cuando Olaf le describió la invasión, los grandes navíos en los que llegaron y el letal armamento enemigo, el joven Rey se removió inquieto en el trono, contemplando largamente a su segundo en espera de que este sugiriera algo. Llevaba muy poco con la corona y por ello se apoyaba mucho en su general, pero Olaf parecía ausente.
– Es de suponer que los invasores querrán algo. Tal vez podamos negociar con ellos y salir airosos -dijo pendiente de la reacción de Olaf.
Sólo lo dice para impresionarle, observó Marla. Al ver que Olaf permanecía en silencio, Gardar se aventuró aún más.
– Mañana lideraré una comitiva de negociación. Iremos hasta el pueblo a parlamentar. Vosotros me acompañaréis.
Intentaba decirlo con tono oficial, pero su inquietud le delataba. Su general se limitó a asentir y a salir del palacio en silencio, seguido por Marla, preocupada por su actitud.
– ¿Estás bien?
Olaf miró alrededor con visible tristeza.
– No es justo. Ahora que teníamos un rayo de esperanza… no es justo.
– Lo sé -murmuró ella acariciándole el cuello-. ¿Qué vas a hacer?
– Acompañar a Gardar en la negociación. Por el momento no podemos hacer más.
– Entiendo. Luego hablaré con Enea de todo esto, tal vez se nos ocurra algo.
Enea se quedó en Hervine sustituyéndola en su posición de gobernadora, pues nadie notaría el cambio.
Olaf asintió. Él también reconocía en la mirada de Marla una desesperanza que sólo le vio una vez, meses atrás.
– Esto es grave… ¿Verdad?
Mas ella se limitó a caminar lentamente de aquí para allá, en silencio.
Acudió al dormitorio de huéspedes, confusa y triste. Ya sentada sacó del dedo su IA -un anillo-. Un par de meses atrás descubrió que podía hablar con Enea a distancia de anillo a anillo, pese a vivir en un mundo sin repetidores ni satélites. Aunque en Hervine ya empezaba a oírsela mal.
Cuando le contó todo lo ocurrido, Enea escuchó en silencio, pensativa, pero se mostró reticente a opinar al respecto, animándola a continuar. Marla narró también su extraño encuentro con uno de los anónimos invasores. Al final sólo consiguió contagiarle su inquietud, pues, al fin y al cabo, ella también era Marla Enea.
– Si la negociación de mañana fracasa -dijo Marla-, Turín caerá, seguida de Debrán, Los Feudos, Dulice… y la última resistencia será allí, en Hervine. No he visto caballos ni vehículos, así que a lo sumo tardarán dos semanas, y eso si no han desembarcado en otros puntos más cercanos, claro. ¿Crees que en ese tiempo podríamos crear una defensa adecuada?
Enea bufó.
– Ya me dirás con qué…
– Hervine es el país de las ciencias, no sé… ¿No estaban los alquimistas con glicerinas y potingues ignífugos?
– No he tenido más noticias al respecto. Preguntaré. ¿Pero quiénes eran? Es decir… ¿Cómo vestían, qué tipo de rifles llevaban…?
– Creo que intentas preguntarme cuán modernos eran. Los rifles parecían mosquetes, y las ropas, aunque con una configuración extraña, eran prendas como otra cualquiera. Simples uniformes, nada de camuflaje, ni artefactos raros.
– Acorde con los barcos en los que llegaron.
– Exacto.
Las perspectivas de futuro eran igual de funestas, pero siempre sonaba mejor una invasión de soldados del siglo XVIII que otra con tropas informatizadas.
Marla descansó una mano en la nuca, suspirando.
– Estoy muy cansada… procuraré mantener el contacto mañana en la negociación, si es que se produce. La llevará Gardar, pero Olaf y yo estaremos…
– ¿Que la llevará quién? Marla, Gardar tiene quince años…
– Lo sé, pero es el Rey y quiere hacerlo. Después de lo que le pasó a su padre y lo que él mismo hizo, quiere ser el mejor Rey del mundo, qué le vamos a hacer.
– Se vendió a Delvin, y fue fácilmente manipulado por el jefe… ¡Y subsiste lo de su edad! No puede dirigir ninguna…
– ¡Lo sé! -interrumpió alzando la voz-. ¿Pero qué puedo hacer yo? No tengo ninguna autoridad para decidirlo.
– Háblalo con Olaf, seguro que él puede influirle.
Marla suspiró.
– Le defenderá, aquí se toman lo de la corona muy en serio…
– ¿Y no puedes influirle tú a él?
– Maldita sea, haré lo que pueda. Mientras tanto ve preparando la defensa de Hervine e intenta ser discreta, organiza simulacros y ese tipo de cosas, seguro que Lynn dejó algo escrito al respecto.
– De acuerdo, que descanses.
– Tú también.
Al cortar la comunicación, el cansancio la atacó nuevamente. Se tumbó, pensando en qué les depararía el día de la negociación mientras se sumía en el más profundo de los sueños.
2. Ventaja multiversal
La IA de Julio Steinberg, presidente de La Red de la Humanidad, escupió el informe diario a gran velocidad .
– Setenta y dos universos agregados en el día de ayer, de los cuales diecinueve poseyeron instalaciones de Alix conflictivas, todas anuladas y posteriormente controladas con éxito. La Red de la Humanidad consta hasta esta consulta de tres mil quinientos cincuenta y ocho mundos. Un cero coma nueve por ciento continúa en estado de revuelta o rechazo, lo que es un cero coma dos por ciento menos que ayer.
La cosa iba sobre ruedas. ¿Y ahora qué? Pensó. Ya estaba claro que dominaría cuantos universos de su espectro -esto es, misma o muy similar cronología- se pusieran a su paso. A base de ensayo y error, tenía completamente automatizado el proceso de asimilación de universos. El momento de ataque, los lugares, las tareas… Era rutina. Aburrimiento. La red se estaba estancando.
Mostró en su mesa las últimas informaciones recibidas por su espía en Tierra B, mundo del único universo del caos con el que mantenía contacto. Sobre los Boris que allí maquinaban tenía abundante información, y eso era lo único que hizo especial aquel universo; se trataba de un mundo hecho expresamente contra su imperio. Al menos en la parte que le tocaba… Armantia. Allí fueron los que huyeron de la Red de la Humanidad y le encantaría, pese a la problemática física de los saltos, encargarse de Tierra B y de Armantia como se encarga habitualmente de los mundos de su espectro: invasión sorpresa y toma instantánea.
Sin embargo Tierra B era especial. Julio se limitaba a asimilar mundos casi iguales, de su mismo espectro, que como mucho estarían empezando el camino para convertirse en otra RH. Pero en aquel planeta, Tierra B, cada colonia huía de sus respectivos imperios, pertenecientes a espectros diferentes al que ocupaba la RH. Dichos imperios también estarían persiguiendo o vigilando a sus fugitivos.
No sabía nada de ellos, pero tampoco tenía intención de medir fuerzas; presentarse formalmente en Tierra B conllevaría exponerse a los imperios que iban tras sus respectivas colonias, quienes podrían decidir a su vez que son lo suficientemente fuertes como para asimilarle a él. No, debía ser discreto, y por eso envió a varios espías para mezclarse con los locales.
Los Boris y sus estúpidos intentos de sacar algo en claro de Armantia eran cada vez menos importantes para él, pues les tenía vigilados. No, su nueva preocupación era que La Red de la Humanidad se acabara debilitando por limitarse a devorar más de lo mismo, necesitaba nuevos retos. Tenía que ampliar su espectro, y ahí fue donde entró Tierra B.
Tal vez pronto pueda dejar de ser discreto, pensó. Según una de las últimas informaciones de sus espías, podía tener un as en la manga que le permitiera campar a sus anchas por Tierra B y así comenzar a asimilar mundos más allá de su espectro: una puerta abierta para lanzarse a la conquista del caos, y todo gracias a una mujer que trabajó para la propia Alix, si su consejero estaba en lo cierto. Pronto lo averiguaría.
Miró a la larga mesa de reuniones, que sólo reflejaba el vacío de la sala. Tras dar la orden para permitir el acceso a sus gestores, ministros y consejeros, las representaciones holográficas de estos aparecieron en los respectivos asientos.
– ¿Qué novedades tenemos respecto al asunto de la chica? -dijo Steinberg.
– Sí -Darío carraspeó levemente-, si no le importa señor, preferiría comenzar la reunión repasando su ficha para que todos tengamos una idea general de su perfil.
– Continúa.
– Hago notar -añadió Darío mirando a todos- que estos datos fueron rescatados de las centrales de Alix en uno de los universos de la Red, del que procede la persona.
– Continúa -repitió Julio mecánicamente.
CONFIDENCIAL
ALIX CORP. 2161
PERFIL DE EMPLEADO
Nombre completo: Marla Enea Benavente
Edad actual: 30
Fecha de nacimiento: 27/03/2131
Fecha de incorporación: 04/09/2153
Nº Identificación interna: 236
Departamento: Alix B
Cargo: Agente de campo
FICHA:
– Marla Enea Benavente fue considerada apta para el programa piloto de viajes entre universos para su uso comercial sobre otros candidatos el veinticinco de Junio de 2153, a los veintidós años. Pasó satisfactoriamente todas las pruebas físicas y psíquicas, y demostró su compromiso para con la nueva división de la compañía en ciernes (Alix B).
– Participó con éxito en las pruebas temporales secretas que se crearon en Alix B hasta 2155, concretamente en las campañas Cartago, Tigris y Alejandría, donde colaboraría en la creación de la figura del monitor de época.
– El veintiséis de Febrero de 2156 se gestionaría, con su consentimiento, su muerte oficial para dedicarse por entero a la compañía, viviendo en el exterior indefinidamente bajo otra identidad.
– Debido a su notable experiencia, se considera su incorporación en Alix A. El lamentable incidente Magallanes descarta esta opción.
– En Enero de 2160 la junta directiva decide retirar algunos agentes con peligro potencial de informar al público sobre las actividades de Alix B. Se crea la leyenda del mal multiversal. Marla Enea Benavente es considerada y rechazada.
– Con la creación de los módulos-vivienda, la junta directiva vuelve a tratar la cuestión el tres de Marzo de 2161. Contando con la aprobación del director general de Alix B (de nombre en clave Fran), se decide el retiro paulatino de todos los agentes que aún habitan en el exterior, empezando por los de mayor antigüedad. Así pues, se comienza con Marco Filch Shuttleworth, Marla Enea Benavente y Andrei Guzmán de Vries.
– El uno de Junio, tras la fuga de Boris Ourumov, se le encarga a Marla Enea Benavente su última misión antes del retiro: capturarle vivo o muerto. Fracasa en su empeño, por lo que se consideró más provechoso darle otra oportunidad antes de retirarla. El día tres, cuando se disponía a dar el salto, un número no registrado de Boris irrumpen en la sala de tránsito y envían a Marla Enea Benavente a algún lugar del caos.
– El cuatro de Junio la junta directiva de Alix se reúne con urgencia. Se decide el retiro del director general de Alix B por su ineficiencia en la crisis, en un encargo de eliminar a Boris Ourumov y Marla Enea Benavente.
Y luego les invadí yo, pensó Julio sonriendo al leer la última línea. Se preguntó que le pasaría por la cabeza al Julio de aquel universo cuando apareció. Seguramente creyó que vino del futuro. Malditas canas.
– ¿Y concretamente qué tiene ella que pueda ayudarnos a asimilar mundos de otros espectros? -dijo aún mirando el informe.
– Genes privilegiados -replicó Darío.
– ¿Perdón?
– Todos sabemos que el efecto de los saltos en un mismo espectro o uno muy similar, por ejemplo de un universo de la RH a otro, tiene efectos casi imperceptibles en el organismo. Pero cuando vamos a un universo totalmente distinto, el efecto se acentúa gravemente. La vejez se acelera.
– Mis arrugas no son de mis años, cuénteme algo que yo no sepa -dijo Julio impaciente.
– En seguida. El daño es muy enigmático, porque para empezar aún no sabemos si radica en nuestra propia tecnología o en la naturaleza física del mismo viaje.
Darío hizo una leve pausa, consultando más datos.
– Tampoco podemos determinar los detalles del proceso de envejecimiento puesto que al llegar ya está en marcha, manifestándose a los dos o tres días y durando alrededor de un mes. No se ve ningún defecto en las proteasas, ni aparecen progerinas, ni endonucleasas mutantes, ni tiene que ver con los habituales síndromes de envejecimiento acelerado, sino que el cuerpo, en una permanente fiebre de entre treinta y siete y treinta y ocho grados potencia su envejecimiento natural en varias décadas durante unas pocas semanas, para luego estabilizarse. No parece tan terrible porque no se manifiestan los rasgos de vejez asociados a la oxidación externa, pero el organismo…
– Al grano, Darío -interrumpió Julio.
– Ya llego. Marla Enea Benavente, a la que obligaron a dar el salto a un universo perteneciente a un espectro totalmente distinto al nuestro como es el de Tierra B, no ha envejecido ni un ápice.
Darío permaneció callado unos instantes para dejar que la frase calara entre los presentes. Nadie se atrevió a decir nada.
Qué efectista, pensó Julio poco impresionado.
– Usted quiere extender la red más allá de nuestro espectro -añadió Darío volviéndose hacia él-. Ahí tiene la prueba de que es posible.
– Ya veo -dijo Julio decepcionado-. ¿Nos hacemos con la muchacha y le decimos que tome el planeta en el que está Armantia?
– No me he explicado. Marla viene de nuestro espectro de universos, es una empleada de Alix. Podemos hacernos con cuantos ejemplares de su persona queramos, ¿entiende?
– Un ejército de Marlas inmunes a los saltos multiespectro que vaya por ahí a nuestras órdenes asimilando mundos del caos…
– Exacto -dijo Darío triunfal.
– Hmm…
Su consejero se sentó con una sonrisa de satisfacción, sabiendo que aquella murmuración era lo máximo que podía conseguir de Julio.
Por fin desentumecería la red. Nuevos mundos, tecnologías, gobiernos… aunque también enemigos desconocidos. Tendría que ir con cuidado.
– ¿Cuándo planeas capturar a la chica?
– El plan ya está en marcha desde hace una semana, y nos vamos a hacer con las dos que hay en Armantia, las primeras en que hemos observado el fenómeno.
– Recuerda que nuestra presencia en Armantia debe ser totalmente invisible…
– Descuide -tan triunfal estaba Darío que se permitió cortar al mandamás del imperio-, nos aprovechamos de las circunstancias locales. Serán otros quienes nos las entreguen.
3. La negociación
Marla se despertó tan sola como llegó a la cama. Acostumbrada a dormir con Olaf, su ausencia aquella noche la incomodó, más si cabe considerando la intermitente vigilia que mantuvo las últimas horas. Le localizó en el salón hablando con Gardar y varios guardias, bastándole con que se diera cuenta de que estaba despierta.
Ella prefirió esperó fuera, con el agradable frescor matinal que hacía soportable la oleada de calor de los últimos días.
– Nos iremos en breve -escuchó detrás. Era él.
– Dios, estás echo un asco -exclamó ella al ver su aspecto demacrado y ojeroso-. No puedes pasarte noches enteras sin dormir. Descansa algo antes de partir, por favor…
– Alguien tiene que dejar de dormir para que los demás puedan hacerlo. He estado planificando la negociación por si todo se torciera -dijo levemente irritado.
– Eso es algo que puede esperar al menos un par de horas. Necesitas descansar.
– Olvídalo. Además -añadió sonriendo- tú tampoco pareces muy descansada. ¿Lista?
– Sí. Escucha, mi amor… -dijo en su tono más meloso- ¿Crees que Gardar es la persona más idónea para semejante negociación?
Olaf notó que quería algo, y se puso a la defensiva.
– Explícate.
– Ya sabes… es joven y manipulable, ya ha ocurrido antes. Y además, ahora correrá un gran riesgo.
El general torció el gesto previendo que los tiros irían por ahí.
– Es el Rey -respondió como si así cerrara cualquier discusión posible.
– También lo era cuando te intentó…
– Marla, no -interrumpió en un tono que le aconsejaba no seguir.
El viaje hacia el pueblo fue tenso, pero tranquilo dentro de lo que cabía. Se llevaron a cuarenta hombres, por lo que pudieran encontrarse, quienes en todo el trayecto no tuvieron ni una conversación, ni una broma, ni un canto… la gente se limitaba a mirarse de reojo de vez en cuando. Los soldados sólo sabían de los invasores lo que oyeron a los supervivientes del primer ataque, declaraciones confusas y algunas exageraciones que no hicieron sino minar la moral general.
– Tengo un oscuro presentimiento sobre todo esto -se lamentó Marla cuando estaban llegando-. ¿Qué pueden querer? Han invadido y exterminado todo un pueblo. La conquista no es algo muy negociable…
Olaf la reprendió con la mirada, señalando a los demás discretamente con la cabeza. Bastantes malos ánimos hay ya sembrados para hablar de exterminios y conquistas, dijeron sus ojos.
Marla maldijo por millonésima vez desde que llegó a Armantia su larga lengua.
Aminoraron al vislumbrar al final del camino el portón de madera que daba al interior del pueblo. Estaba cerrado, y no se veía a nadie apostado en la parte superior de la muralla que albergaba la puerta. La aparente calma no hizo sino multiplicar los nervios de los presentes.
Finalmente Gardar tomó la iniciativa.
– Iré sólo -anunció-, veamos qué tienen que decirnos.
– Eso no es lo que acorda… -se apresuró a protestar Olaf.
– No, no voy a poneros en peligro a vosotros también. Soy joven e inofensivo, así que no me pasará nada. Tranquilos.
Olaf se le quedó mirando unos instantes, admirando la sangre fría del muchacho.
– Suerte.
Marla inclinó la cabeza como gobernadora de Hervine, y el joven Rey, que le devolvió el gesto, partió lentamente a caballo hacia el portón de madera, que estaba a unos cien metros.
Una vez enfrente del portón, Gardar parecía insignificante.
– ¡Soy Gardar Sturla, Rey de estas tierras, y vengo a parlamentar!
En respuesta, el portón se abrió hasta la mitad. Nadie salió, así que, tras asomarse, el joven Rey entró con el caballo. Poco después volvió a cerrarse.
Tensa la espera, todos miraron a su alrededor, esperando un ataque en cualquier momento. Pudo ver en Olaf que más allá de su lealtad a la jerarquía turinense, estaba de acuerdo con ella sobre el chico.
Mas no tuvieron que aguardar mucho. En apenas cinco minutos salió Gardar a caballo con trote premuroso pero extraño, cerrándose el portón tras de sí. A media distancia Olaf supo que algo iba mal, y le dio un vuelco al corazón cuando distinguió lo que era, pero el horror le retrasó a la hora de intentar evitar que Marla mirara. Todos lo vieron perfectamente.
Gardar estaba decapitado.
Los soldados se alteraron, y el pánico se apoderó del ambiente. El general, pasmado, ignoró por momentos el estado de histeria en el que Marla cayó súbitamente: gritaba constantemente entre lágrimas en dirección al portón, fuera de sí.
– ¡Hijos de puta, tenía quince años!
Pero no tuvo ánimos para calmarla. Unas cuantas siluetas aparecieron en lo alto de la muralla y les dispararon varias veces, derribando al menos a cuatro soldados. Los demás huyeron en desbandada y el general tuvo que llevarse a rastras a Marla, a quien no afectaban lo más mínimo los lejanos petardeos de los rifles a la hora de increpar a los atacantes.
Cuando se disponía a huir del alcance de los disparos, observó que el cuerpo de Gardar conservaba, atado a sus rígidas manos, un pedazo de papel. Se acercó a cogérselo, pero un repentino espasmo de la mano que lo sostenía le llegó a nublar la vista del susto. El corazón le latió con fuerza cuando pudo quitarle finalmente el ensangrentado papel y comprobar que estaba escrito por el otro lado, cuyo contenido tan escueto como desolador rezaba:
“QUEREMOS A MARLA ENEA Y DIPLOMA”
Apenas llevaban unos minutos de huída, Marla se detuvo para mirar atrás, y Olaf intentó animarla a seguir, susurrando la necesidad de regresar lo antes posible. Probó a tirar suavemente de su brazo, que ella retiró con fuerza.
– ¡Déjame! -le gritó -¡Dejadme en paz!
Reemprendió la marcha por su cuenta y el general consideró que sería mejor dejarla sola el viaje de vuelta.
Una vez llegaron al castillo turinense, Marla se dirigió directamente a sus aposentos, y allí volvió a derrumbarse. Mas esta vez, para su sorpresa, Olaf no fue a consolarla. La imagen de Gardar sin cabeza era con diferencia lo más horrible que había visto nunca, pese haber visto horrores similares cuando en Alix viajaba a otras épocas. Pero Gardar no era un desconocido y supo que aquella imagen la acompañaría el resto de su vida. Así pasó varias horas, hasta que, reflexionando, llegó a la conclusión de que era la única que tenía algo que decir en aquella historia.
Sólo ella conocía el letal armamento del enemigo, y sin embargo le servía únicamente para agravar sus remordimientos de conciencia. Se sentía culpable. Boris confió en ella, Lynn confió en ella, Olaf confiaba en ella, y ahora tenía la oportunidad de demostrar que acertaron.
Dicha culpabilidad se multiplicaba por el factor Armantia. Se debía a mucha gente, era gobernadora, compartía con Olaf la responsabilidad de garantizar la supervivencia de aquel gigantesco tubo de ensayo sociológico creado por la necesidad. Ante cualquier cosa nueva que los demás no entendieran ella siempre intercedía, sus conocimientos la aventajaban.
Pero no podía hacer absolutamente nada.
¿Por qué yo? No era nadie. Nadie…
En ocasiones su odio por Boris Ourumov emergía tan violentamente que le oprimía el pecho. Pensó en hablarlo con Enea, pero ambas acordaron no hablarse de su vida anterior: sólo podían convivir olvidando cualquier cosa anterior a la llegada a Armantia, dado que ese fue el momento en que pasaron a ser dos personas distintas con vidas diferentes. Lo contrario hubiera traído consigo la desagradable sensación de estarse leyendo la mente la una a la otra.
Sacudiendo la cabeza, procuró concentrarse de nuevo en el presente, pero siguió llegando a la conclusión de que no podía hacer nada.
Eso no me vale, pensó, tensando los puños.
Así fue en busca de Olaf, al que encontró sentado en el salón del trono con la mirada perdida en el estandarte turinense que tenía ante él.
Estaba llorando. Jamás le vio derramar una lágrima.
Pese a ello se limitó a coger una silla y sentarse frente a él, sin decir nada, intentando no aparentar que la estampa le conmovió profundamente, pues le haría sentirse peor. Pasados unos minutos, el general volvió a la realidad.
– No quería que me vieras así.
– Todos estamos igual, descuida.
A continuación Olaf derrumbó su enigmático carácter sacando a la luz el amplio abanico de servidumbres con los que ya no podía cargar. Expresó su frustración por la esquiva paz. Sí, la paz entre cuatro países era mucho decir, pero suficiente para un hombre. Dedicó toda su vida a ello y a ser el orgullo de su difunto padre. Se creyó victorioso al evitar la última guerra que Delvin maquinó. Pero la vida se lo quitó todo. En el intento, mataron a su familia. Mataron a su esposa. Nunca supo lo que su padre habría querido para él. La guerra se manifestaba una y otra vez por mucho que intentara apagar sus fuegos, y ahora le hacían eso a Gardar.
Marla intentó consolarle, sintiéndose mal por haber pensado poco antes que era ella la víctima de todo aquello. Le dijo que no tenía que cargar con todo él sólo, que ella estaba a su lado.
Pero tras decir esto el general la miró fijamente, acrecentando el tamaño de la inmensa bola de nieve en que se convirtió su impotencia. ¿Cómo voy a protegerte a ti? El concepto del multiverso le sobrepasaba, se esforzaba en entenderlo pero estaba a su merced. Para él Armantia era el único mundo o universo que existió siempre, y sin embargo llegaron exterminadores del exterior contra los que nada pudo y de los que nada supo. No sé absolutamente nada, dijo. Se sentía como un niño con armas de juguete perdido en medio de un campo de batalla. Titubeando, reveló sólo en parte el contenido del papel que encontró en manos de Gardar.
El invasor quería Diploma.
Marla le preguntó por lo que sabía de Diploma, pero su respuesta no fue demasiado concluyente. Un lugar, creo. Tampoco quería usarlo como moneda de cambio. Ella propuso que ambos lo encontraran antes que el enemigo, pero la sola idea le indignó. Diploma era un secreto sagrado que podría destruirles de no estar aún preparados para recibirlo.
Marla insistió alegando que sólo eran suposiciones y divagaciones, pero Olaf seguía rechazando la idea poniendo todo tipo de objeciones. Aquel persistente negativismo terminó enfadándola. Él no era así.
– Entonces… ¿Nos quedamos aquí charlando y esperamos el fin? Venga Gran General, ya estuvimos hace poco en un peligro parecido.
Sus ojos se clavaron en los de ella de nuevo, como si con la mirada le adelantase lo que iba a decir.
– La gente está aterrada, Marla. Entre los turinenses crece el rumor de un castigo divino. ¡En Turín! En Debrán sólo la noticia será devastadora. No hablamos simplemente de organizar una defensa, entiéndelo, nadie va a luchar, ni se puede; la situación es totalmente distinta a la de hace meses, entonces fue entre nosotros. Cerbatanas que escupen fuego, oí decir a uno de los soldados. ¿De dónde van sacar valor contra algo así?
– Bueno…
– ¿Qué les decimos, Marla? ¿Que no se preocupen y se encierren en sus casas? ¿O que se defiendan ante esto?
– Eh, ya vale de tanto derrotismo, soy muy consciente de nuestra situación.
Al fin, Olaf sonrió.
– Lo siento. Se supone que la pesimista eres tú. Me alegro de que hoy estés tan resuelta, Armantia necesita de nuevo a la salvadora…
– No me llames así -cortó Marla alzando el dedo índice y echándose hacia atrás.
– Oh vamos, ya hemos hablado de esto…
– No soy salvadora de nadie, y maté a gente. Por encargo.
Fui entre otras cosas una asesina profesional; los salvadores no hacen eso, Olaf -dijo con gesto severo.
– Pero eso fue en una vida pasada, tú misma me dijiste que por entonces eras fría, perdida…
– Y ahora soy lúcida -cortó-, y lo recuerdo todo muy bien. No soy una heroína de libro, tú mismo lo dijiste una vez. Así que no vuelvas a llamarme…
Olaf la interrumpió con un beso en la frente.
– La gente te lo terminará diciendo por méritos propios. Ya lo verás…
Un guardia se presentó en la sala, interrumpiendo la conversación.
– Señor, hemos abatido a uno de los invasores, le cogimos dirigiéndose hacia aquí. Iba solo.
Esto pilló por sorpresa a Olaf.
– ¿Está muerto?
– Aún no, pero tiene mal aspecto. Los muchachos se asustaron tanto que lanzaron toda una descarga.
– Que lo vea un médico, necesitamos interrogarle a toda costa. Y llévanos hasta él.
Llegaron rápidamente al establo que lindaba con el castillo, lugar donde dejaron al herido. Allí Marla se llevó una mano al pecho cuando le reconoció; identificó en el caído al soldado que se dirigió a ella durante el asalto al pueblo.
– ¿Iba solo decís? -le dijo al guardia.
– Sí, señora.
– Parece inconsciente -añadió Olaf.
– Lo está a ratos -comentó el guardia-. A veces murmura cosas sin sentido. Está muy malherido.
El caído mostraba puntos sangrantes en los muslos, costados y hombros, y un terrible olor a putrefacción evidenció lo empapadas que estaban sus ropas.
Con suerte no le han tocado ninguna arteria, pensó.
El soldado, pálido, abrió los ojos y dejó caer su cabeza hacia un lado, respirando aprisa cuando vio a Marla.
– Eres… eres… tú…
– ¿Te conoce? -le preguntó Olaf, tras apartarla levemente del soldado.
– Eh -replicó ella sorprendida-, ¿qué crees que me va a hacer? En fin… yo no recuerdo haberle conocido a él. Aunque… llegué a verle junto al resto de soldados en la invasión. Dijo mi nombre antes de que huyéramos.
– ¿Y por qué no me lo dijiste?
– No quería hacerlo hasta saber qué significaba, y tampoco quería preocuparte con…
El hombre interrumpió con más balbuceos.
– Bol… sillo… mi bolsillo…
– ¿Bolqué? -preguntó el general.
Marla se soltó bruscamente de Olaf y se acercó al herido, metiendo su mano en un pliegue que tenía cerca del esternón del que pudo sacar una hoja plegada y levemente salpicada de su sangre.
– Interesante.
Al desdoblar la hoja, se le aceleró el pulso al ver su foto de personal de Alix B junto a su nombre. Más abajo, un texto rezaba:
“Dáselo a esta persona”
– El… otro… el otro lado… -murmuró el hombre.
Le dio la vuelta a la hoja, y la recorrió con la mirada varias veces para asegurarse de que lo estaba viendo era real. Las manos empezaron a temblarle.
– Lo tenemos, Olaf.
– ¿Está… bien? ¿Os vale? -murmuró el hombre con un hilillo de voz.
– Desde luego -dijo ella-. Es justo lo que necesitábamos. ¿Quién te lo…?
El hombre la interrumpió exhalando y cerrando los ojos, y ella enseñó la hoja a Olaf, visiblemente excitada.
– No entiendo… -dijo él- ¿Qué es esto?
Ella le miró a los ojos.
– Un mapa con la situación de Dip…
Pero el general le tapó inmediatamente la boca con la mano, casi de un golpe.
– Puedes retirarte -le dijo al guardia.
Cuando este salió, retiró la mano.
– Buenos reflejos -dijo ella de mala gana frotándose los labios-, pero con haberte llevado el índice a la boca me hubiera callado ¿Sabes?
– ¡Esconde eso, rápido!
Marla comprendió entonces su actitud. Diploma era su gran secreto; se estaba comportando como un vigilante.
– Venga, aquí nadie sabe qué es.
El general señaló con la cabeza al herido. Tiritaba.
– ¿Quién te envía? -le preguntó Marla.
No respondió.
– Necesita que le saquen las puntas de las flechas cuanto antes, y que le laven las heridas -dijo a Olaf.
– Ya hice llamar a un médico.
El hombre resolló con dificultad.
– Fue él… me envió… traicionero…
– ¿Quién? -dijo Marla acercándose- ¿Quién te envió?
– Boris… Ourumov…
Ella dio un respingo, y su organismo se aceleró. Con el corazón bombeando con violencia, salió de allí corriendo como si así dejara con el herido los viejos miedos que volvían a acosarla.
Olaf se lamentó mientras iba tras ella a sabiendas de lo que estaba ocurriendo, y la encontró a las puertas, de rodillas en la hierba, gritando al cielo constantemente.
– ¡Te odio!
Incorporándola, la abrazó, intentando calmarla.
– Está en todas partes… No podemos librarnos de él… – sollozaba.
– Vamos… ven… tal vez aún pueda contarnos más.
– ¿Pero qué puede querer Boris, sea el que sea? El que yo conocí murió aquí… ¿Es que no pueden dejarnos en paz? No quiero que me lleven de nuevo… No quiero… -gimoteaba mientras volvían.
– Nadie te podrá separar de mi lado.
Cuando regresaron al establo, y algo más calmada, se excusó ante el general. Olaf asintió intentando mostrarse despreocupado, pero maldita la gracia que le hizo volver a tener noticias de Boris. Le señaló al desconocido, quien parecía dormido.
– Sabes mejor que yo qué preguntas hacerle.
– Prefiero esperar la ayuda médica, está muy malherido…
– Marla, tenemos a todos atendiendo a los heridos por la invasión. Cuando alguno llegue puede que sea tarde.
Ella asintió suspirando, volviéndose al herido.
– Eh -susurró-, ¿me oyes? ¿Estas consciente?
Con pesadez levantó los párpados hasta entrecerrarlos.
– Estoy… grave… ¿Verdad?
– Hay un médico en camino.
– Es… una sensación… horrible… frío…
– Fiebre. ¿Cómo te llamas?
– Miguel… Hamilton…
– ¿Conoces Alix?
– La… compañía… claro…
– Nos vamos acercando. ¿Y Ricardo Garriot?
– El… el… que fue…nuevo… presidente…
Olaf contemplaba a Marla asentir, confuso, pues no entendía nada.
– Sí, creo que somos del mismo universo, o al menos del mismo espectro. ¿De qué conocías a Boris?
Pero ya no dijo más, tras varias convulsiones todos sus músculos se tensaron, y expiró.
– Maldito bastardo -dijo ella-, otro al que untó para uno de sus recados. Y mira cómo acaba.
Como pude acabar yo, pensó en silencio examinando el cadáver. Luego volvió su cabeza a un lado, observando largamente al hombre que evitó que eso ocurriera.
– Pero por lo que parece, quiere ayudarnos -replicó Olaf-. Lo cual es extraño considerando que ellos están buscando Diploma. ¿Un infiltrado? Saca de nuevo el mapa…
Ella tardó unos momentos en reaccionar, y con mucho cuidado extrajo la hoja de su traje.
– Déjame ver -dijo Olaf-. Vaya… nunca pensé que pudiera estar ahí.
– ¿Dónde?
– En Los Feudos. Será fácil llegar, pero luego…
– ¿Llegar? Espera… para llegar hay que ir… ¿Has cambiado de opinión?
Él sonrió a su pesar.
– Haga lo que haga, diga lo que diga… no soy un vigilante ni me inicié como tal. Mi padre lo fue, pero él supo cosas que yo ignoro; a decir verdad me sorprende que hasta ahora no me lo hayas reprochado.
– Pensaba hacerlo, no lo dudes. Has dicho que será fácil, ¿pero…?
– Pero está en la zona norte. La gobierna uno de los señores más extraños de Los Feudos, corazón del comercio en Armantia y el lugar en el que los cuatro países intercambian recursos… pero también donde se arrebatan información. La paz sólo existe fuera de los Feudos, dentro vale todo.
– ¿Todo?
– El espionaje y las muertes por intereses comerciales forman parte del día a día allí, pero nadie se hace responsable ni admite nada de lo que ocurre en esas tierras. Por eso nunca te he llevado. Naturalmente los señores de Los Feudos están muy mimados, y todos están en el bolsillo de alguno de los cuatro países. Todos menos Necrorius Van Herberg, el hombre que nos ocupa.
– Suena tétrico. Como si tuviera una mansión.
– ¿Cómo lo sabes? -dijo Olaf frunciendo el ceño.
Marla le miró unos instantes con los ojos desorbitados.
– Si me dices que además es vampiro doy media vuelta.
Olaf negó con la cabeza ante otra de las rarezas de Marla.
– No admite actividad espía en sus tierras, tan sólo comercial. Igualmente y según parece, no es buen vecino de los otros señores y no gusta de las intromisiones.
– Lo que traducido, significa que esconde algo. Quizás los cadáveres de quienes chupa la sangre…
– ¡Marla!
– Perdón -dijo ella tapándose la boca para evitar que se le viera reírse. Añoraba las bromas.
– Todos los señores de Los Feudos esconden algo -dijo Olaf suspirando y rascándose el cuello-, este simplemente es más reservado. Ese es el problema. No podemos meternos a husmear sin más, tendremos que hablar con él y convencerle. Y será difícil sin hablarle de Diploma. Espero que la gravedad de la actual situación facilite las cosas.
Marla asintió y extendió ambas manos, apremiándole a ponerse en marcha.
– El tiempo es oro.
Esa frase pareció resultarle curiosa a Olaf.
– Vaya, ese dicho no lo conocía. Mas yo diría que es mucho más valioso que el oro. Con el metal dorado puedes amasar o recuperar, pero con el tiempo sólo puedes elegir la celeridad con la que te desprendes de él…
Se interrumpió al oír unos alaridos lejanos, y corrieron al ventanal más próximo desde que oyeron los primeros disparos: los anónimos invasores empezaban a salir del follaje, abatiendo a los guardias que aún no habían huido.
– No creo que volvamos -dijo el general con voz apagada-, si hay algo que te quieras llevar…
Tras negar en silencio se dirigieron raudos al establo. Olaf gritaba a todo el que veía que huyera a Debrán, pero ellos cabalgaron al sur. Tenían una cita pendiente con Necrorius Van Herberg.
4. Diploma
Dos guardias impidieron el paso en la verja exterior, por lo que el general se decidió a tomar la palabra.
– Soy Olaf Bersi, actual gobernador de Turín tras la reciente muerte de su Rey, y esta es Marla Enea, gobernadora de Hervine. Venimos a ver a Necrorius.
Ambos guardias se miraron, probablemente sorprendidos ante tales títulos, y dudando les rogaron que esperaran. Uno de ellos se marchó, regresando en su lugar otra persona que al verlos confirmó su entrada.
Una vez entraron, atravesando el intrincado jardín por un pequeño camino empedrado que les condujo justo a la puerta de la mansión, un criado se les acercó.
– Vienen cansados, veo. Mi señor se disponía a almorzar justamente ahora, y quiere que coman en su misma mesa, como corresponde a los señores.
– Será un placer -asintió Marla, diplomática.
Les guió al piso de arriba, donde, en un gran salón, se encontraba Necrorius Van Herberg de espaldas con una mano sobre otra, mirando más allá de las cristaleras, a través de las cuales se percibía una extensa llanura bañada por la luz radiante del mediodía.
El criado cerró la puerta, y Necrorius se dio la vuelta.
Era un anciano, pero conservaba buena parte de su pelo cano. Una mirada a la vez apacible y severa les escrutó, antes de animarles a sentarse.
– Espero que la comida sea de su agrado, la realeza no para muy a menudo por aquí -dijo al fin con voz cavernosa y un tono que daba a entender que así le gustaba que fuera, mientras tomaba asiento.
– No dudamos que lo será -replicó Olaf-. Y, aunque no es agradable la premura en la mesa, quisiera pediros un gran favor.
– Oh, ya sé por qué estáis aquí -dijo el anfitrión dando un sorbo de vino.
Marla y Olaf se lanzaron una disimulada mirada que Necrorius advirtió.
– Estoy algo al tanto de lo que ocurre por Turín, señores. Y en esas circunstancias, que el hijo de Harald Bersi y la depositaria de la confianza de Ellen Lynn, discípula de Boris de Alix, se encuentren aquí en este preciso instante para pedirme un gran favor no apunta a algo de poca monta. Mas, antes de hablar de vuestro favor, os rogaría información de primera mano sobre la evolución de esa invasión que estamos sufriendo.
Olaf le contó todo lo que vivieron hasta escapar de Turín, omitiendo a Miguel Hamilton y la petición de los invasores. El anciano se limitaba a asentir con la cabeza.
– De mal en peor, ya veo… y ahora naturalmente venís a por algo que creéis que os puede ayudar.
– En realidad tan sólo queremos permiso para dirigirnos a un determinado punto de vuestras tierras, está en zona no habitada, no debería molestaros…
– ¿Te inició tu padre en la condición de vigilante, Olaf?
La pregunta fue tan directa y cortante que Olaf tartamudeó levemente antes de poder responder.
– Él me contó… pero… murió antes de que pudiera…
– Entonces no te puedo ayudar -sentenció dando otro sorbo de vino.
– ¿De qué conociste a mi padre? -dijo Olaf perdiendo el tono oficial.
Necrorius sonrió.
– Como último vigilante jefe que queda, conocí la identidad de muchos de ellos. Él no me conoció a mí, no obstante. Los que quedaban guardaban el secreto de un lugar, pero yo guardo el lugar. Soy de la estirpe de los vigilantes guardianes. El más importante de ellos.
– Si sabe usted de nuestra urgencia, ¿por qué no nos deja…?
Necrorius suspiró, y Olaf se interrumpió.
– No puedo decir que sepa exactamente lo que es Diploma -admitió Necrorius alzando las manos teatralmente. Fue liberador para todos oír al fin la palabra-, sólo el lugar en el que está, y por eso no puedo confiarlo sin más. Tú ya debes saber hasta qué punto guardaba tu padre el secreto. Lleva siendo tal cosa cientos de años. Por algo será, ¿no crees?
Esta vez intervino Marla.
– No sé si es consciente…
– Marla… -interrumpió Olaf al haberla advertido de que sólo él trataría con Necrorius.
– No sé -repitió ella con fuerza mirando al anfitrión, haciendo callar a Olaf-, si es usted consciente de la situación. Quizá deba conocer algunos detalles adicionales. Primero, los invasores buscan Diploma, y arrasarán Armantia hasta encontrar el maldito lugar. El asedio en Turín ya debe haber terminado, y en breve comenzarán por Debrán y Los Feudos.
Necrorius se quedó perplejo.
– Y segundo -continuó ella-, la situación de Diploma la conocemos porque alguien infiltró entre los invasores a un individuo con el encargo de darnos el mapa de su situación exacta. Y el individuo no era de por aquí, si usted me entiende. Mire… no queremos llegar a Diploma por capricho, es una cuestión de ellos o nosotros; ¿y si Diploma tuviera respuestas e incluso soluciones a nuestra situación? Si no fuera así, la línea de vigilantes morirá como moriremos todos, y no por ello dejarán de hacerse con Diploma.
El anfitrión se quedó en silencio, con la mirada perdida en la mesa.
– He perdido el apetito -anunció.
Tras ella recibir una recriminadora mirada de Olaf, Necrorius se levantó, y ellos le imitaron.
– Mis criados les acompañarán a la salida -dijo señalando en dirección a la misma-. Está oscureciendo, los guardias que tengo allí sin duda deben estar haciendo el relevo. Buenas tardes, y que tengan ustedes suerte.
– Usted también -respondieron ambos.
En cuanto atravesaron la puerta, Olaf la regañó.
– Lo has echado todo a perder, te dije…
– Nos ha dejado ir allí, Olaf. Y de forma muy descarada.
– ¿Cómo has dicho?
– Ahora los guardias que vigilan Diploma están de relevo, ya le has oído. ¡Vamos!
Mapa en mano, se dirigieron al lugar en el que estaría lo que fuera Diploma.
– Siento no haberte hecho caso con Necrorius, pero como ves dio resultado -dijo Marla preocupada por lo callado que estuvo Olaf desde que partieron.
El general siguió apartando las ramas que molestaban su avance por la frondosa foresta que se interponía entre ellos y su destino, sin responder.
– No estás enfadado por eso -concluyó ella.
– No estoy enfadado.
– Pues lo pareces -dijo Marla irritada con el tono que solía usar cuando sabía que Olaf escondía algo. Lo detestaba.
Tras detenerse, Olaf se volvió, apoyándose con el brazo en un árbol.
– Marla… no sé si te has percatado de que Turín, mi patria, mi pueblo, mi hogar, mi cuna… está siendo arrasada y exterminada mientras hablamos -retomó el andar-. Y yo me he ido dejándoles a su suerte. No esperes que me comporte como un animado compañero de excursión.
Casi se le cae el mundo encima.
Bruta y mil veces bruta. Cómo se te pudo escapar, él lleva toda su vida aquí. Siempre pensando en ti…
Pudo devolverle a su rostro el atisbo de una sonrisa tras deshacerse en disculpas. Sin embargo sus sentimientos se fueron enterrando a medida que se acercaban a Diploma, para dar paso a la excitación ante lo desconocido.
– Como conocedor de la tradición vigilante… ¿Qué esperas encontrar allí? -dijo Marla.
– No lo sé. ¿Y tú?
– Por la leyenda que te contó tu padre, sólo sé que tiene que ser algo muy revelador.
Tras varias horas de trayecto, llegaron al punto indicado en el mapa. Un túnel de piedra atravesaba la rocosa pared.
– Parece que es aquí -dijo ella.
– No sé, sólo veo una caverna…
– Mira -replicó Marla señalando al pie de la puerta.
Muchas pisadas les rodeaban, pero ninguna iba más allá de la entrada.
– Cierto, deben ser de los guardias.
Ambos se miraron, unieron sus manos y, tras respirar hondo, se adentraron en el túnel.
Al poco tiempo la luz fue cediendo en la caverna, cuyo suelo, más bien arenoso, fue endureciéndose hasta el punto en que Marla se vio obligada a detenerse.
– Espera -dijo ella.
Se agachó y fue apartando arena con las manos, mas no tuvo que cavar muy hondo para sentir el frío tacto del metal.
– Desde luego -dijo eufórica-, vamos por el buen camino, sigamos…
Para su sorpresa la caverna dio a otro claro, un pequeño espacio inaccesible más que desde aquella salida a un área completamente rodeada de roca. Al frente, dos columnas de piedra en estado ruinoso guardaban un túnel metálico bañado con una extraña luz azul.
Definitivamente artificial.
– Prometedor, sí señor… -dijo Marla.
Avanzaron por el nuevo túnel con mayor rapidez y seguridad, hasta divisar una pared igualmente metálica al final, donde temieron un callejón sin salida, mas llegando se llevaron un susto de muerte cuando todo se encendió de golpe. La luz azul se convirtió en un cegador brillo blanco de origen incierto; Marla reparó en que la iluminación era totalmente difusa, ambiental. No fue capaz de vislumbrar sombra alguna.
De procedencia igualmente desconocida, se oyó una voz muy grave, extraña y potente.
– Contraseña.
Ambos permanecieron callados un rato mirando a su alrededor, aún confusos, para luego exasperarse por no haber sabido nada de ninguna contraseña.
– Necrorius no nos dijo nada, él tenía que conocerla… – empezó a quejarse Olaf.
– Más bajo…déjame esto a mí -susurró ella, para volver a levantar la voz-. No sabemos la contraseña.
Olaf la miró incapaz de creer lo que había dicho.
– ¡Sin contraseña no se puede estar aquí -bramó la voz haciendo temblar al túnel-, salid ahora mismo, y como digáis que habéis estado aquí, os daré caza y moriréis vosotros y los que os han visto!
Una gran corriente de aire les sorprendió, haciendo que entrecerraran los ojos, a lo que se sumó un ruido espantoso que parecía un grito y el parpadeo de las luces. Olaf tiraba con fuerza de Marla intentando huir, aterrado, pero ella no se amilanó.
– ¡No me amenaces con tus trucos baratos, vengo de otro universo!
Grito y aire desaparecieron, y la luz se volvió estable. Fue entonces cuando realmente notó los temblores de pánico de Olaf.
– Parla -dijo otra voz totalmente distinta, una especie de susurro aquejado considerablemente más lejano.
– Estamos aquí porque una fuerza invasora desconocida está eliminando la población de Armantia, y según ellos mismos, quieren Diploma. No sabemos si aquí se esconde algo que pueda ayudarnos a evitar la amenaza, pero consideramos conveniente entrar antes que ellos. No daré más detalles hasta estar dentro -dijo ella, firme.
– ¿Probar lo parla que puede?
– No -replicó volviéndose hacia Olaf con el ceño fruncido por la extraña forma de hablar del anónimo interlocutor-, pero tenemos la bendición de Necrorius Van Herberg, el único vigilante que queda con vida. El padre de mi compañero también fue vigilante. Yo llegué hace poco de la misma manera que vosotros, y sabemos por qué se creó este lugar.
– Entra usted solamente pues.
– No entraré sin él.
– No entra pues.
Olaf se volvió hacia ella.
– Marla… mejor entra tú. No me creo preparado para ver lo que hay dentro. Tú lo encajarás mejor.
Ella asintió, y cuando Olaf la fue a besar, Marla le selló los labios con la mano.
– No, nada de despedidas. Volveré enseguida, no te muevas de aquí -se volvió hacia el muro de metal, y alzó la voz-. ¡Estoy lista!
Para su sorpresa, la pared no se abrió, sino que se desvaneció, y una vez dentro reapareció a sus espaldas. El túnel continuó durante varias decenas de metros en las que el aire se volvió progresivamente más caliente y hediondo, y se llegó a plantear si debía continuar.
Pero a tiempo apareció algo reconocible: una escalera del mismo metal que bajaba hasta una profunda negrura. Tras cuatro escalones, de nuevo se encendió progresivamente una luz difusa cuyo origen ignoraba.
Y entonces lo vio todo.
La sala era cúbica, de unos treinta metros de diámetro a simple vista. Cargaba mucha suciedad, óxido y algo verdiblanco en algunos sitios concretos, tal vez moho. Una compleja trama de cables iba desde el punto central del techo al suelo, finalizando en varias cápsulas verticales que sostenían cuerpos extraños, figuras envueltas en la maraña de cables que se estremecían al unísono.
– Llegó como nosotros usted dice -dijo aquel familiar susurro quejicoso.
Marla, con la mano en la nariz por el terrible hedor, miró hacia su derecha y se encontró a una de esas figuras dirigirse acercándose en una pequeña base motorizada negra que recordaba vagamente a una silla de ruedas, y que avanzaba defectuosamente, con leves parones. No pudo distinguir
dónde terminaba la base y dónde comenzaba el tronco de aquella criatura, de piel pálida y enormemente arrugada, con terribles manchas de melanina. Tampoco distinguió brazos, pero el rostro era… parecía el de un simio sin pelo, completamente arrugado y cuya caída y desdentada boca babeaba. Aunque los ojos… sí, los ojos eran humanos.
– ¿Qué… eres tú? -preguntó ella con visible repugnancia.
– Uno que los de crearon sitio este. Lamento mi parlar forma rara, tiempo no idioma hablo este. Mucho.
– Pero… -dijo ella mirando el resto de cuerpos que albergaban las cápsulas mientras se estremecían- ¿Qué os ha pasado?
– Tiempo mucho… plan nuestro conservación perfecto, pero hongo un desconocido… consumiéndonos siglos.
– ¿Qué les ocurre? -dijo señalando los temblorosos cuerpos de las cápsulas.
– Luz molesta probable.
– ¿Y por qué están ahí?
– Exoesqueleto hongo diluye, no movimiento más individual, inmóviles terminar así. Mío resistencia más, afección pero igual progresiva. Último autónomo. Tiempo poco quédame.
No puede ser. No puede ser…
– Dime… ¿Qué hay aquí? ¿Para qué creasteis este lugar?
– Supervivientes recompensa conocimientos festín, cuando vigilantes por civilización preparado considera. Eso por Diploma llamarse. Quedamos para nosotros aquí saliera para que todo bien, y no humanidad fabricar en el dañina futuro tecnología. Hongo pero todo siéntolo ruina. Ruina. Siéntolo.
Mucho.
Ella aspiró profundamente en el intento de contener tanto su ira como las ganas de vomitar.
– Escucha… escucha atentamente… un número ingente de hombres armados con rifles… sí, rifles, debe sonarte, viene hacia aquí buscando algo. Sea lo que fuere, ahora sé que no lo van a encontrar. Pero van a destruir a todo vuestro pequeño caldo de cultivo armantino y no quedará nadie con vida, ¿entiendes? Así que dime… ¿Hay algo aquí que pueda ayudarnos?
– Siéntolo.
Apretando los puños miró a su alrededor. Las figuras suspendidas en las cápsulas ya no se estremecían.
– Esto… esto es… un fraude… ¡Esto no puede ser Diploma! ¿Para qué guardarlo en secreto tantos cientos de años? ¿Dónde quedó la tecnología, donde están todos los que vinieron y diseñaron Armantia?
– Siéntolo.
La ira le ganó la batalla, y se dirigió a la salida sin decir nada más.
– ¡Señora!
Eso la detuvo, volviéndose con el rostro contraído de desesperación.
– Por desconexión favor. Somos necesidad no ya. Hongo dolor. Manual sólo desconexión. Por favor. Ayuda.
Aguantando las lágrimas, continuó su camino.
– ¡Señora, señora!
Tras andar por el túnel se topó con el muro de metal, pero no paró; confiando en su instinto continuó caminando y lo atravesó. Sólo era una ilusión. Allí seguía Olaf, quien la miraba, expectante. Intentó decirle algo, consiguiendo únicamente llorar abiertamente y abrazarle con fuerza.
– ¡Estamos perdidos! Perdidos…
– ¿Pero qué ha ocurrido? ¿Qué has visto?
– Fue todo un fraude. No tenemos ayuda, Olaf. Tampoco ellos van a encontrar lo que buscan…
– Desde luego, no lo harán si puedo evitarlo.
Él se dispuso a añadir que se calmara, pero fue suficiente seguir abrazándola.
– Salgamos de aquí, necesitas que te de el aire -murmuró el general finalmente, estrechándole el brazo.
Una voz les sorprendió mientras recorrían la caverna.
– ¡…Marla!
La voz salía de su anillo.
– Sí, Enea.
– Llevo varios minutos intentando conectar, me tenías muy preocupada…
– Debe ser por haberme adentrado en un túnel. Ya sé qué es Diploma, Enea.
Y le contó todo lo ocurrido. Sin embargo, ella no se inmutó. Sus preocupaciones diferían.
– De acuerdo, ya se nos ocurrirá algo. Ahora tenéis que retroceder, aquí estamos intentando armar una defensa. El rumor corrió a Debrán, y están empezando a llegar refugiados a mansalva, también nos llegan armas de Dulice, sin duda la última defensa será aquí, en Hervine. ¡Debéis venir! Este es el único sitio seguro que queda.
– Eso haremos. Mantendré el contacto.
– Hasta que lleguéis.
Siguieron su camino, encontrándose con algo que no esperaban a la salida. Una fila de soldados invasores se aproximaba a lo lejos, y un golpe seco a su derecha, plac, captó la atención de Marla. Era Olaf.
Había recibido un disparo y yacía en el suelo.
Ella gritó, agachándose para verlo de cerca; el general gemía apretando los dientes con una mano agarrada a su hombro izquierdo, pero consiguió reunir fuerzas para levantarse mientras aullaba de dolor. Marla le dijo que corriera, que sería mejor que huyeran por separado.
– ¡No! -gritó Olaf dolorido.
– Son muchos y nos tienen en bandeja, será mejor que nos dividamos… ¡maldito seas Olaf, no tenemos tiempo para esto!
Él no se movió, sus ojos tristes.
– Van a por ti…
– ¿Qué?
– En el papel… también dijeron que te querían a ti… así que no puedo dejarte…
Ella calló, paralizada, pero otro disparo la devolvió a la realidad.
– ¡Mírate! ¡No puedes protegerme! Sabes que me puedo cuidar sola, ¡ahora corre! ¡Si sólo vienen a por mí podrás escapar!
Los cercanos impactos la obligaron a huir en la otra dirección.
Mientras se reincorporaba en el follaje percibió sin embargo que el fuego iba dirigido a Olaf y no a ella. Con lágrimas en los ojos deseó que pudiera escapar, aunque sabía que si iban tras él, en el estado en el que lo dejó no tendría nada que hacer.
Nunca antes corrió tan rápido por su vida, mientras las palabras del general resonaban en su mente.
Van a por ti…
Se topó con un invasor que la apuntaba; agachándose bruscamente corrió como pudo en otra dirección, pero se encontró a otro justo delante. Pronto se dio cuenta de que estaba rodeada.
Su suerte estaba echada. Decidió detenerse y, lentamente, incorporarse alzando ambas manos, contemplando con el corazón en un puño a los distintos soldados que tenía alrededor, quienes se acercaban poco a poco, apuntándola.
El que parecía el jefe, alzó la mano y gritó.
5. El ocaso del apocalipsis
Enea no dejaba de caminar de aquí para allá por fuera del castillo hervinés, preparando la última defensa. Los demás la notaron nerviosa, pero no sabían que se debía a la última comunicación que tuvo con Marla, claro estaba, dado que ella se hacía pasar por la Marla Enea que ellos mismos nombraron gobernadora.
Una extraña y sombría desazón la consumía, había oído claramente por la radio de su IA cómo los invasores alcanzaron a Marla y Olaf, momento en que se vio obligada a cortar la comunicación entre lágrimas cuando oyó los alaridos del general y los llantos de ella tras los disparos. Intentó contactar de nuevo más tarde pero no hubo respuesta.
Dios mío, están muertos…
Pero lo peor era tener que tragarse esas lágrimas para mantener la moral de un pueblo que, aunque no era el suyo sí era ya todo lo que le quedaba, y al que no podría defender de la invasión que se avecinaba.
Revisaba agitada algunas de las anotaciones de Lynn, quien previó una invasión desde otros reinos y diseñó con su antiguo consejero Courtland varias defensas según el tipo de ataque, valorando las mejores zonas, las mejores grutas, los mejores puntos.
Pero seguro que ella no contó con que los atacantes tuvieran rifles.
Uno de sus oficiales, Byron, se acercó.
– Refugiados desde Dulice, señora, vamos a tener serios problemas en sostenerlos a todos.
– ¿Ya van por Dulice? No me lo puedo creer… ¡Los tenemos al lado! ¿Y sus soldados? ¡Necesitamos apoyo militar!
Byron negó con la cabeza, con gesto sombrío.
– Se quedaron defendiendo a sus Reyes.
Pero su rostro daba otro matiz a la frase. Ya habrán caído todos, Raimundo y Carina incluidos. Como cayeron los turinenses y los debranos. Y el ejército hervinés, mucho inferior que aquellos en número y prácticamente una milicia, era lo que quedaba como último bastión de Armantia.
Fue en ese momento cuando Enea comenzó a tener la certeza.
– Nos van a exterminar a todos…
– ¿Cómo dice mi señora?
– Ordena que aseguren a los dulicenses en la zona sur, cerca del río. Se necesitará menos gente para paliar su sed.
– Sí, mi señora.
Calculó que como pronto al día siguiente llegarían los invasores.
Para su sorpresa, la última persona que esperaba ver llegó junto a varios soldados. Keith Taylor.
– Te dije que no quería volver a verte, Keith -dijo Enea secamente-, no me hagas llamar a los guardias…
Pilló a Keith con otra mujer un par de meses atrás. El daño fue tal que, de no ser por el apoyo moral de Marla en los momentos decisivos, aún seguiría encerrada en sus aposentos.
– No vengo por ti -cortó Keith sin sentirse aludido por las amenazas-, traigo a alguien.
Dos hombres más entraron llevando con notable cuidado el cuerpo de Olaf Bersi.
¡Vive!
– Le han alcanzado en el hombro, vamos a dejar que descanse dentro -dijo Keith refiriéndose al castillo, pidiendo aprobación con los ojos.
La mirada de ambos evidenció las profundas diferencias emocionales de ambos, a raya por una amistad común.
– ¿Y… ella?
Negó con la cabeza.
– No la encontramos.
Aquello sonaba peor que haber dicho que estaba muerta.
Dejaron al general en una cama, con los ojos entrecerrados y la mirada perdida. Los soldados se retiraron dejando a Keith y ella, quien se recostó para ver de cerca al general.
– Olaf… ¿Puedes oírme?
El general parpadeó fuertemente y la miró a los ojos. Estaba levemente pálido. Alargó su mano y acarició la cara de Enea.
– Pensaba… que te… que habías…
A Enea le dio un vuelco al corazón cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando.
– Olaf, espera… yo no…
Pero no supo si decirle que no era su Marla… No quería ver su cara al oír que no la encontraron. Y si él no sobrevivía… ¿No era mejor que no lo supiera? Lanzó una elocuente mirada a Keith, que asintió con gesto fúnebre, captando inmediatamente la idea. Con suavidad tomó la mano del general, posándola en la cama.
– Descansa -dijo sonriendo débilmente mientras apoyaba la suya en su frente, para tener una mejor idea de su temperatura. Él cerró los ojos.
Levantándose, Enea habló en voz baja con Keith.
– Todos los médicos están ocupados… y hay que cuidarle esa herida.
– Yo me encargo -dijo él-, por lo que parece no le ha afectado más que al hombro, lo dificultoso será extraer todos los fragmentos que se le han incrustado. Más allá de eso, creo que bastará con lavar la herida y evitar que se infecte, el derrame parece contenido.
Se preguntó entonces en dónde diablos estaría Marla. Estaban juntos en el momento en que la hirieron, tal vez tuviera fuerzas para alejarse un poco antes de que la alcanzaran.
A la puerta llegaron los ecos de un sonoro alboroto. Los invasores ya estaban allí, y ella corrió a lo alto del castillo para tener una mejor visión de la situación.
Una primera fila cayó por entero en una de las trampas preparadas para la ocasión, lo que les obligó a dividirse.
Parecían tener clara la dirección: el castillo, lo que puso aún más nerviosa a Enea. Desde lo alto del mismo apareció una pequeña batería de flechas, que hicieron mella en otro grupo.
No puede ser tan fácil. Aún no se produjo ni un disparo. Continuaron acercándose al castillo, cuando apareció el primer grupo de hervineses, gritando, desde la foresta colindante; a ojos de los invasores salieron de la nada, pero con una rapidez inusitada, hincaron el suelo con la rodilla, apuntaron y los derribaron a todos.
Enea no pudo sino llevarse la mano a la boca.
Se aproximaron al bajo del castillo, y les cayó otra descarga de flechas que abatió a la mayoría de invasores. De los alrededores salieron otros hervineses, pero los enemigos que quedaron derribaron a casi todos. De los guardias supervivientes, unos huyeron dando alaridos, otros, al ver a los invasores apurados recargando sus rifles, se les abalanzaron.
No quedó ningún enemigo entonces. Los que quedaron se pusieron a gritar de júbilo, mientras Enea les advertía desde lo alto del castillo que no lo hicieran. La razón tardó poco en materializarse: una marea de ellos se avecinaba a lo lejos, y los primeros disparos impactaron en unos hervineses que celebraban una victoria imaginaria. Los demás, de nuevo, huyeron despavoridos.
Cuando los proyectiles comenzaron a impactar contra los refuerzos de piedra por los que miraba, Enea tuvo que agacharse. Uno de los arqueros que permanecían arriba recibió un disparo que le desfiguró la cara, y tras caer redondo al suelo sus compañeros se apresuraron a esconderse en el interior, dejándola sola.
Enea se levantó de nuevo para mirar más cuidadosamente. Los invasores avanzaban impasibles hacia el castillo, y nadie
quedaba ya para detenerlos.
Y así acaba todo…
Cuando las lágrimas se hicieron nuevamente con su rostro, se dio una bofetada.
– Tu pellejo no lo tendrán gratis -se dijo a sí misma.
Descendió tan veloz como le fue posible al portal del castillo, y, a través del césped, avanzó hasta alcanzar los cadáveres de los invasores que más lejos llegaron en el primer ataque. De debajo de uno de ellos al que dejaron hendida una daga en la garganta, rescató un mosquete, apuntó a la ya no tan lejana muchedumbre, y disparó.
El retroceso estuvo cerca de dislocarle el hombro, lo que no le impidió ver cómo caía uno de ellos. Sin embargo los demás no se inmutaban. Apuntó nuevamente, sujetando el rifle con más fuerza, pero no disparó.
Mierda.
Necesitaba recargarlo, y no tenía ni idea de cómo hacerlo, así que buscó otro y repitió sin éxito, pues nuevamente debía reponer. Ya a cincuenta metros, seguía sin recibir respuesta.
¿Por qué no me disparan?
Fue entonces cuando tres personas, igualmente armadas, se abrieron paso entre los invasores, dirigiéndose hacia ella con paso más premuroso. Uno de ellos posiblemente fuera el jefe, quien la miraba impasible, los dos que estaban a su lado la apuntaban.
De la nada surgió un estallido que sorprendió a todos, tirando a Enea en la hierba. Los soldados se cubrieron los ojos ante el destello, y el sonido de un trueno retumbó en sus oídos.
A su lado, un hombre que se agachaba para cubrirla apareció de la nada, y al verle los soldados se arrodillaron para disparar, no supo aún a quién. Mas antes de cualquier disparo su conciencia se esfumó, no sin antes reconocer al aparecido:
Boris Ourumov.
6. Miedo desconocido
– ¿Y bien? -dijo Julio al holograma de Darío que osó irrumpir en su hora de descanso.
– Hemos mandado a unas cuantas Marlas al caos, y… han envejecido -dijo con voz apagada.
– ¿Y qué has hecho con ellas?
– Dejarlas a su suerte.
– Pues volved y eliminadlas. Muy bien, si han envejecido… ¿En qué queda tu plan?
– Persiste el hecho de que las que envió el Boris original a Armantia siguen indemnes. Ahora dudo que sean sus genes. Tal vez Boris les inyectara algo o manipulara la tecnología del salto, no lo sabemos. Pero la estudiaremos y daremos con el método, no lo dude.
– ¿La? ¿No quedaban dos en Armantia?
– Nos hicimos con una, la otra… se la llevaron los Boris.
– ¿Y saben para qué las queremos?
– Según nuestro informante sí, lo saben. Pero ya no importa, no han podido evitar que nos hagamos al menos con una.
– Sí, idiota, pero también pueden descubrir cómo dar saltos sin envejecer antes que nosotros. Ellos también tienen a una.
– No creo que esas sean sus intenciones, señor…
– ¿Y tú que sabes? A ellos también les putea mucho tener años de más por ir a ese universo. Yo que tú me pondría a investigar de inmediato con esa Marla para arrasar de una maldita vez ese puto mundo y sus Boris. Quiero resultados, como si la tienes que abrir en canal.
– No nos sirve muerta, señor.
– No me digas.
– De hecho según su perfil puede ser proclive al suicidio en circunstancias difíciles, y estas lo son. Tenemos que tratarla con mucho tacto…
– Era un decir, Darío, joder. Recuerda lo que nos jugamos, ahora esto es una carrera. ¿Algo más?
– De hecho… sí -dijo Darío titubeando-. Filtrando los mensajes para esta administración, descubrimos uno dirigido a usted muy… un poco… el narrador se lo leerá.
La característica voz del narrador comenzó a leer.
Esta es la cuestión, nos da igual lo que hagas con tu imperio o cómo lo expandas. Ahora bien, sabemos lo que pretendes hacer con ambas mujeres; ya es una anormalidad aberrante que coincidan más de una en un mismo universo, pero jugar además con su ventaja es hacer trampa y tendría consecuencias apocalípticas para el multiverso que tu ceguera de poder no te permite ver. Haz tus planes al margen de ellas. Advertido estás: si continúas por esa vía, tú y tu imperio desapareceréis como otros que osaron comprometer la estabilidad del multiverso para su propio beneficio. Eso es todo.
Se impuso un incómodo silencio.
– Dime quién lo ha mandado.
– Nos ha sido imposi…
– ¡No me jodas, Darío! Quien ha escrito eso sabe lo que nos traemos entre manos, y es imposible que lo sepa gente ajena a esta cúpula. ¡Este imperio depende de ello! Dime que ha sido uno de nosotros…
– A eso iba, señor. El mensaje no tiene remitente, ni rastro ni nada de nada. Simplemente apareció ahí. Los ingenieros no se lo explican, es la primera vez que ven algo así.
– El mensaje habla de nos. ¿Crees que son los Boris?
– No tienen acceso a este universo, y no serían capaces de hacer algo así.
– Pues investiga también eso, y mantenme informado.
– Sí, señor.
Su holograma se desvaneció al tiempo que le daba un puñetazo a la mesa. El mensaje le puso muy furioso. Iba dirigido a él, y le amenazaba, lo cual no tendría importancia – literalmente recibía varios millones de mensajes diarios de ese tipo desde toda la red- si no fuera porque estaba al tanto de sus planes. Una parte de él recordó que nunca tenía que haberse salido de su espectro de universos, al caos, pues se abría paso a lo desconocido.
¿Quienes estaban detrás? ¿Otro imperio multiversal? ¿Tal vez los Boris ya llegaban en masa sin envejecer y se creían con poder para derrocarle? ¿O algo más…? Le inquietaba el horror conocido, pero le aterrorizaba el desconocido…
7. Recuperar la iniciativa
– ¡Keith! -dijo un militar hervinés entrando en la sala en la que yacía Olaf Bersi. Keith le hizo un gesto dándole a entender que bajara la voz, señalando al general turinense.
– ¿Qué ocurre Byron? Deberías estar fuera…
– Lady Marla ha… desaparecido.
Las facciones de Keith se contrajeron.
– Explícate.
– En las proximidades del castillo le vimos usar las armas de varios invasores caídos, ellos se acercaron sin replicar, y cuando estuvieron cerca… se… hubo un… -Byron tartamudeaba respirando aceleradamente.
– Cálmate, hubo un…
– Lo siento, hubo un destello entre ambos, se oyó como un trueno y de él salió un hombre vestido enteramente de negro, juraríamos que era Boris de Alix… el de la guerra de Turín, ya sabes…
– Sí, sí, continúa -dijo Keith impaciente.
– Se tiró al suelo con ella, y… desaparecieron, sin más.
Por la poca información que Keith tenía sobre el trasfondo de Enea -cuando estuvieron juntos no hablaron de su pasado- no pudo deducir el significado de lo ocurrido, pero sí que no era bueno.
– Y eso no es todo… ¿Keith?
– Sí -replicó volviendo a la realidad-, te escucho.
– Cuando desaparecieron, los invasores se retiraron con gestos de frustración.
– ¿Quieres decir que… se han ido? -preguntó Keith incrédulo y mirando instintivamente a la puerta.
– Todos. Desde ese mismo momento acabó el asedio. Por eso estoy aquí, Keith… te pregunto a ti porque fuiste más cercano a la gobernadora… ¿Quién tiene el mando ahora?
– ¿No debería ser Lucas, el sucesor de Courtland?
– Murió en el segundo ataque.
– Entonces tú, Byron.
– Oh… eh… cierto, de acuerdo, en ese caso intentaré antes que nada medir la situación. ¿No es lo que debo hacer?
– Sí.
– Bien, me voy entonces…
– Adiós.
Byron ya debía saber que le tocaba a él, pero parecía tener la esperanza de que Keith asumiera la situación y así eludir la responsabilidad. Sin embargo este era consciente de sus limitaciones.
– Nunca te han atraído los asuntos de palacio…
¡Olaf! Había recuperado la conciencia.
– ¿Cómo estas?
– El hombro me escuece lo inimaginable, y duele lo incontable. Más allá de eso… la cabeza, supongo que por la caída. Ah, y aquí en un costado…
– Esa fue la cuchillada de Delvin, truhán -dijo Keith recuperando parcialmente el ánimo y el humor-. Tienes muchas vidas.
La herida de Olaf había dejado de sangrar, y este recuperaba color.
– Tengo un vago recuerdo de Marla atendiéndome -dijo Olaf entrecerrando los ojos-. ¿Dónde está ahora?
Tras mirarle unos instante, decidió decirle la verdad. No podía mentirle a su amigo.
– Quien te atendió fue Enea. A Marla… Sólo te encontramos a ti.
Olaf se quedó unos instantes mirando a través de Keith.
– Pero… ¿buscasteis bien? Si la hubieran… ya sabes… su cuerpo tendría que haber estado cerca.
– No estaba en las cercanías. Tampoco pudimos entretenernos mucho, nos necesitaban aquí.
Sin embargo el general no daba la impresión de estarlo escuchando.
– Keith… -dijo mirando al techo-.
– ¿Sí?
– ¿Es eso lo que espera a las mujeres con las que comparta mi vida?
Su compañero se apresuró a apaciguarlo, al ver el camino que seguían sus pensamientos.
– Vete olvidándolo, amigo. Lo de Amandine no fue culpa tuya, y en realidad, que no la hayamos visto hace que no podamos asegurar aún del todo su muerte. Y ya sabes que no soy lo que se dice un castillo de optimismo.
– El no saber si está muerta no la revive. A mí la incertidumbre no me da esperanzas Keith. Ya no.
– Es más que eso, Enea también ha desaparecido.
– ¡No!
– Sí, hace muy poco, al pie del castillo. Apareció Boris y se la llevó, entre destellos.
– Boris… maldito… malditos… y lo peor es que no entiendo nada de nada.
– A decir verdad, le salvó la vida. Nos salvó la vida a todos, estábamos prácticamente invadidos, pero al llevársela los invasores se retiraron. Nos dejaron en paz.
– Un momento… -dijo Olaf frunciendo el ceño-, cuando salí de la gruta también nos topamos con invasores. Por lo que cuentas, al recogerme tú ya se habían ido. ¿No habrá ocurrido lo mismo? Que Boris se la llevara y ellos se marcharan…
– Según tú ya estaban muy cerca. Yo diría que fueron los propios invasores quienes se la llevaron, y no ningún Boris.
Olaf bufó.
– Que no eras un castillo de optimismo ya me lo habías dicho, gracias.
– Hoy no hay motivos para el optimismo, Gran General. Hemos perdido a muchos hervineses -dijo caminando alrededor-, y nos hemos quedado sin gobernadora. Han desmantelado este país…
– Han desmantelado Armantia entera.
– ¿Cómo fue por Turín?
– Igual que aquí. Y decapitaron a Gardar.
– Sólo los más viejos recuerdan las guerras -dijo Keith mirando al suelo-, y no eran ni remotamente tan dañinas como esta invasión. La huella que dejará, acaso salgamos de esta, será muy grande.
– Helgi Snorri.
– ¿Cómo dices?
Olaf tardó en responder, sumido en sus pensamientos.
– Fue uno de los soldados que nos acompañó a parlamentar con los invasores en Turín. Sólo estuvo diecisiete años con vida. Cuando Gardar fue dec… ellos atacaron desde la lejanía, con la misma mortífera eficiencia de siempre. Alcanzaron a unos pocos. La mayoría echó a correr antes o después, y no les culpo, pero otros no lo hicieron. El compañero más cercano a Snorri, fue abatido; sólo se percibió por el sonido de su armadura, pues murió en el acto. En el caos general el chico se quedó paralizado, contemplando el cadáver de su compañero.
«Su mirada, Keith, el miedo, la incomprensión, el horror… el chico recibió otro impacto. Ya en el suelo, se palpaba el abdomen y luego contemplaba su mano manchada de sangre, pero sobre su rostro no marchó el dolor. Durante el poco tiempo que este permaneció alzado, persistió esa expresión de terror e incertidumbre. Cómo. Por qué.»
– Todos hemos visto cosas horribles -dijo Keith sin saber muy bien lo que había querido decir su amigo.
– Armantia es ese chico, Keith. Somos huérfanos del caos, no tenemos historia ni objetivo. Causas más allá de nuestra comprensión, bienintencionadas o no, nos zarandean a placer. Estamos condenados a desaparecer sin saber cómo ni porqué. Como aquel chico.
Se hizo un breve silencio en el que Olaf, concentrado, miraba el techo.
– Tenemos que tomar la iniciativa -dijo al fin.
– ¿En qué piensas?
El general intentó incorporarse, sin éxito.
– Ni se te ocurra -dijo Keith-, ¿qué es lo que ronda por tu cabeza?
– Hay que darse prisa. Necesitamos al menos una de esas naves.
– ¿Las de los invasores? ¿Quieres una de sus naves? ¿Pero cómo?
– Un asalto sorpresa, cuando sólo quede una.
– ¿Y qué piensas hacer con ella?
El general no respondió.
– Olaf- dijo Keith-, dime que no estás perdiendo el juicio. ¿Planeas ir al lugar de donde provienen? No tenemos la certeza del destino de Marla, ni sabemos nada sobre ellos, ni dónde están… qué digo, no sabemos ni manejar una de esas monstruosidades marinas. Sencillamente no puede ser.
Su amigo le miró fijamente en silencio durante unos segundos antes de responder.
– ¿No es eso último lo que le dijiste a ella cuando quería hacer lo mismo por mí?
Keith suspiró, mordiéndose el labio inferior.
– Escucha… sólo digo que no deberías pensarlo impulsivamente. Primero debes recuperarte.
Olaf chasqueó la lengua.
– No es sólo Marla, Keith. Necesitamos algo con lo que movernos hacia el exterior. Estamos aislados, ellos no. Recuerda: recuperar la iniciativa. Nos es imposible construir una de esas naves. Además, yendo allá podríamos averiguar sus planes. No me necesitas, tú tienes la experiencia adecuada para ese tipo de empresas; espera a que sólo quede una por partir, entretenles acaso queden varios y quieran salir unos cerca de otros, y cuando estén solos tú y tus muchachos podréis haceros con ella. Nadie acudirá en su ayuda, estarán incomunicados. Pero tiene que ser lo antes posible o se irán, y no podemos salir de Armantia de otra manera.
Su compañero se puso a resoplar cabizbajo mientras recorría la habitación negando con la cabeza.
– Hará falta por lo menos quince hombres -dijo al fin.
Olaf sonrió.
– Prométeme que lo harás en cuanto puedas.
– Byron debe aprobarlo.
– Por favor Keith, no lo retrases con burocracia.
– Está bien, pero no prometo nada; tal vez ya se hayan ido. Lo intentaré aunque sólo sea por vengarme.
– Gracias.
– Dámelas cuando tengamos ese navío. Y ahora prométeme tú que te vas a quedar aquí hasta que te recuperes, vendrá Edgar de cuando en cuando para ver cómo cicatriza.
– Ya ves que no me puedo mover -continuó sonriendo Olaf-, lo que es una lástima porque me gustaría resolver unos cuantos asuntos.
– Ya… -replicó sin mucha convicción- Voy a ver cómo están las cosas y a organizar la toma. Hasta otra, viejo amigo.
– Adiós y suerte.
Keith salió a tomar el aire y pensar cómo, dónde y con quién podría asaltar una nave.
Olaf, por contra, no tenía ninguna intención de esperar a recuperarse del todo, pero no le quedó más remedio que pasar dos largos días encerrado en el castillo hervinés, sin noticias de Keith y con vagas referencias del médico sobre la situación en el exterior.
– Yo diría que ya puede al menos dar un paseo. Le irá bien -aconsejó al ver que la herida del hombro cicatrizaba muy satisfactoriamente.
– Gracias -replicó Olaf-, de hecho, creo que saldré ya mismo.
El médico -Edgar, un anciano que presumía ser responsable del cuidado y longevidad de Ellen Lynn-, levantó el dedo premonitorio a una objeción.
– Byron quiere verle primero, está arriba.
Acto seguido el médico le guió a la sala superior, donde un hombre poco mayor que él y con vestimenta de soldado hervinés contemplaba una esquina, pensativo.
– Ah, Olaf Bersi, tomad asiento por favor… -dijo señalando la silla que tenía al otro lado de la mesa- Como veis soy el nuevo gobernador de Hervine.
– Keith Taylor me puso al tanto -dijo Olaf procediendo.
– Sí, el señor Taylor… precisamente quería hablaros de algo que me contó hace un par de días.
No habrá sido capaz.
– Al parecer -continuó-, Gardar Sturla ha muerto, lo cual os deja en idéntica posición que un servidor.
Byron no pudo percibir el disimulado suspiro de Olaf.
– En efecto, accedió a parlamentar con los invasores, y estos, en un acto de cobardía, le decapitaron cuando se encontraba solo.
– Mi pésame.
– Agradecido -dijo Olaf inclinando la cabeza-.
– No tenemos noticias sobre Debrán y Dulice, sólo decenas de miles de refugiados con muchas historias horribles que contar, y aún siguen llegando. Como países parecen totalmente desmantelados. Eso nos deja a nosotros dos como únicos gobernantes de Armantia en pie.
– Así es.
– Por ello y ahora que estáis mejor quería haceros una proposición de gobernante a gobernante y de militar a militar. Vivimos tiempos horribles, Olaf, sin precedentes en la historia de Armantia y creo que dado que ha pasado un tiempo prudente en el que no hemos tenido señales de vida de sus gobernantes, y sus tierras han quedado despobladas… consideraba la posibilidad de anexionar Debrán a Turín -dijo señalándole- y Dulice a Hervine -añadió señalándose a sí mismo-, para manejar y mejorar la situación con mayor eficacia, y quería consultarlo con vos.
– Creo que es aún es un poco pronto para decidir sobre tamaña cuestión- dijo Olaf sorprendido.
Byron le miró en silencio durante unos instantes.
– Claro -replicó al fin sonriendo-, mas os ruego que lo consideréis y me hagáis saber la respuesta tan pronto como os sea posible. Pediré que os traten acorde a vuestra nueva condición -añadió levantándose-, y espero que vuestra mejoría continúe como hasta ahora.
– Yo también, gobernador. Prometo que lo pensaré.
Tendré que tener cuidado, pensó al salir de la sala. Temía que Byron esperara de él una respuesta positiva antes de la reunión. Probablemente adivinara en su tono al responder que no estaría dispuesto. ¿Se quitaría la idea de la cabeza?
Pero él debía seguir con su plan, que pasaba por comprender lo que estaba ocurriendo y adaptarse a la situación. Todo un desafío, pero no estaba dispuesto a seguir a la deriva en las mareas que recorrían el multiverso.
Demasiado he perdido ya.
– Edgar -le dijo al volver a su dormitorio-, creo que ahora daré ese paseo. ¿Te importaría que lo diera en caballo?
El médico se sorprendió.
– Va… vais un poco aprisa, tal vez en unos días…
– No necesito tu aprobación, sólo quería consejo médico.
Edgar asintió con resignación.
– Haced el favor de mover lo menos posible vuestro brazo izquierdo.
– Naturalmente -dijo Olaf sonriendo-, y ahora si me disculpas…
Y con su destino en mente, partió hacia el establo.
8. Los ochenta y ocho puntos
Cuando Enea recuperó la visión, su retina y orientación regresaron violentamente a otro tiempo, concretamente al suyo. Observó con respiración agitada una luz ambiental inequívocamente domótica que iluminaba el amplio paisaje nevado que la rodeaba y cuyo suave titilar electrónico delataba la situación de las paredes. El silencio era casi hermético.
– Te puedes levantar, ya no estás en peligro. Oh, y siéntate ahí por favor.
La voz de Boris, a su espalda. Sus espesas cejas eran ahora más grises, aunque seguían contrastando con su fina y aguileña nariz. Tampoco portaba su habitual bata blanca de trabajo, sino un uniforme completamente negro, sin apenas tramas.
En silencio señaló a un sofá rojo que tenía a su lado, y se sentó frente a ella, esperando que hiciera lo mismo. Enea aún respiraba aprisa, le dolía el brazo por los retrocesos de los disparos y sintió los pómulos calientes y los tímpanos martilleantes debido al brusco cambio de temperatura. Tras levantarse, se dejó caer en el sofá con piernas temblorosas.
– Es probable… -dijo Boris cruzando sus dedos-que quieras saber quién soy, pese a que te hagas una idea.
Asintió, tensa, y de forma tan imperceptible como fue capaz echó un vistazo a la habitación para tener más claras sus opciones.
– Yo fui uno de aquellos que te envió a Armantia. No el que lo organizó todo, pero ayudé a B1… ah B1 fue el primero y quien decidió llevaros, nos distinguimos así… yo ayudé a B1 entrar en la sala de tránsito, y eliminé personalmente el sistema de seguridad multiversal. Iba con escafandra, te acordarás. El caso es que…
– No.
– ¿Cómo dices?
– No lo recuerdo. A mí me drogasteis para poder meterme en la cápsula. Con un gas, quedé inconsciente -dijo sin mucho afecto-. Por lo que dices debes referirte a Marla…
– ¿Marla? Ah, entiendo. Tú debes ser la otra.
– Así es.
– Ya…
Boris cogió rápidamente un pequeño cubo de metal lleno de tramas que tenía en la mesa.
¡La unidad, el dispositivo de viaje portable! Casi no recordaba cómo era…
– ¿Qué haces? -preguntó previendo lo que Boris iba a hacer.
– Irme, creo que es obvio -dijo programando el dispositivo.
– No… espera… no me puedes traer aquí y dejarme sin más… esto ha tenido que ser un malentendido… -dijo para ganar tiempo, mientras se sacaba la sandalia del pie.
– Tú eres el malentendido. Adiós.
Pero Enea fue más rápida, y se la lanzó a las manos, cayéndosele el cubo al suelo. Rauda, empujó a Boris antes de que lo pudiera recoger, y se hizo con el artefacto. Cuando Boris se disponía a abalanzarse sobre ella, le hizo detenerse.
– ¡Quieto! -gritó amenazando con tirar el cubo contra la pared con todas sus fuerzas.
– ¡No tienes idea de lo que estás sosteniendo! -dijo Boris alargando un brazo para intentar que se calmara.
– Desde luego, algo que tendría que haber sido destruido, y que supuestamente B1 hizo. ¿Cuántos chismes de estos hay, eh? ¡Dime! -gritó estirando el brazo para tirar el cubo.
– ¡Espera! Todos nosotros tenemos uno… todos lo inventamos…
– ¿Los Boris?
– Sí… se lo dirás a la RH ¿No es a lo que has venido?
– ¿La RH?
– ¿No sabes lo que es la Red de la Humanidad? -dijo sinceramente sorprendido.
Enea respondió estirando un poco más el brazo.
– ¡Espera! Iban a usar aquel mundo como campo de pruebas para lanzarse a conquistar el caos… pero primero tenía que ser de ellos; nosotros ya llevábamos tiempo allí, huyendo precisamente de la RH… al final consiguieron sabotear una de las colonias.
– ¿Armantia?
– No… otra cercana… Gemini.
– ¿Y con qué objetivo, eh?
– Comenzar el boicot de Armantia como incipiente intento de civilización, alentando a los gemineanos a invadir Armantia. B1 siempre fue el más moralista de nosotros… nos abandonó a los demás Boris para llevar la situación personalmente. Debí haberlo imaginado… pero creyó que nosotros no llegaríamos a reinventar la unidad, ni a recuperar las coordenadas de aquel mundo. Así que los demás, aquellos que viste junto a él cuando te… mandamos a Armantia, fuimos tras sus pasos.
– ¿Y para qué me has sacado de Armantia?
– Eres muy importante para nosotros, pero no me corresponde a mí decirte la razón.
Boris se había ido acercando poco a poco, casi imperceptiblemente, pero no para ella. Con ademán furioso, volvió a estirar el brazo.
– ¡Aléjate!
– Vale, tranquila… -retrocedió con ambas manos extendidas.
– En el sofá, siéntate ahí.
Obediente, Boris hizo lo que ella le ordenó.
– Ahora explícame qué es eso de La Red de la Humanidad. Y sé breve, no creas que no veo lo que intentas.
– La RH no es como la red de gestión de universos que teníais en Alix B para hacer los viajes, es una de verdad, una red centralizada de universos. Un imperio multiversal. Este mundo fue absorbido hace poco, de hecho.
– ¿Y es Alix la responsable?
– Una de otro universo que se convirtió en el imperio, sí.
La actitud de Boris cambió sensiblemente. De alguna manera, dejó de percibirla como una amenaza.
– Entonces se han mezclado -dijo ella-. Tanto cuidado en evitar encontrarse y al final se han mezclado…
– ¿Las Alix? Sí y no. Verás… quienes viajan por el multiverso se dividen en dos tipos; los que pueden convivir con su doble, y los que los eliminan antes de que les ocurra a ellos. Por razones obvias, hay un déficit de los del primer tipo. El mundo en el que estamos -y la Alix que albergaba- fue absorbido por la RH, imperio originario de una Alix que antaño se alió con el ejército para lanzarse a la conquista de otros universos. El universo de Tierra B, como se llamó al planeta en el que está Armantia, es el único del caos que se han atrevido a pisar, pues es destino de aquellos que huyeron de la RH, de quienes temen, conspiren en su contra. Pero como ves eso ha terminado en Armantia, con la invasión.
– No parece que lo de los dobles haya sido mucho problema entre vosotros, los Boris.
– Te equivocas. Hubo y sigue existiendo paranoia, conspiración y asesinato entre nosotros. B1 estuvo al tanto y se fue en cuanto os mandamos allí, dejándonos sin saber cómo desarrolló la unidad ni cómo podía viajar a otro espectro sin que… A lo que voy es que también hay problemas de dobles… entre vosotras.
– ¿Entre nosotras?
Pero Boris guardó silencio.
Es el momento de ceder un margen de confianza.
– No tienes que temerme -dijo bajando el brazo al fin.
– Diablos -dijo él suspirando también-, podías haberlo dicho desde el principio. Me bastaba con saber que no eres la Marla que temía. Cuéntamelo todo. ¿Te encontró Miguel?
– ¿Miguel Hamilton?
– Sí, le envié yo para ayudaros a encontrar a los precursores.
No lo sabe.
– Mucho me temo que murió. Y sobre los precursores… los encontró tu Marla, en un estado lamentable de conservación, y con sus instalaciones arruinadas. Un hongo, oí.
Boris sacudió la cabeza.
– Entonces Armantia está perdida…
– ¿Tan importante es ese lugar? No parecía haber nada.
Boris la miró extrañado.
– B1 os tuvo que contar el porqué de su importancia.
– Nos contó algo, pero… en realidad nunca le vimos allí.
– ¿Y cómo os pudo contar algo si nunca le visteis?
Enea le habló del desfase temporal entre la llegada de B1 y la primera Marla (Lynn), respecto a las dos siguientes, y el pergamino que dejaron para contarles la verdad.
– Entiendo -respondió él asimilándolo-. Verás… mi sospechas sobre ti al principio no eran gratuitas. Alguna Marla está al servicio de la RH. Nuestros sistemas de seguridad la han identificado en varios sabotajes a nuestra organización recientemente, llegando inluso a ocasionar la muerte de varios de nosotros. Hasta hace un momento pensé que eras tú. Dices que una de las otras dos murió de vejez. ¿Qué fue de la que queda?
– La otra es quien se encontró con Miguel y descubrió Diploma, justamente la que creías que era yo. Al salir de Diploma establecí contacto con ella por radio, pero al parecer llegaron los invasores… lo último que oí fue un disparo y gritos suyos. Ahí corté la conexión. No quería oír cómo moría.
Boris estuvo unos instantes pensativo, antes de responder.
– Sin embargo seguía viva cuando cortaste la conexión.
– Sí, pero…
– Y pese a que estabas armada cuando te recogí, y la distancia a la que estaban los gemineanos, tampoco te dispararon. Además, no me has dicho que disparasen a la otra Marla. Os quieren vivas a todas vosotras.
– ¿Gemineanos? ¿Y para qué nos quieren vivas?
– La colonia de los invasores se llama Gemini. Sólo te puedo decir que tú y tu doble sois lo suficientemente especiales como para que B1 quisiera teneros de su lado desde un principio y la RH del suyo.
– ¿Insinúas que en Armantia la RH intentó capturarnos o incluso reclutarnos a través de los gemineanos?
– No lo insinúo; los invasores llegaron a Armantia con dos encargos: hacerse con Diploma, su intención original, y capturaros a ambas, que fue el objetivo que les introdujo la RH. Y ahora estoy definitivamente convencido de que tu desaparecida compañera, en cuyo universo original nos encontramos, es la agente de la RH que nos ha estado saboteando y asesinando.
Enea tardó unos instantes en asimilarlo todo.
– ¿Qué? Ni hablar, ella no haría una cosa así.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque la conozco -dijo con una mueca despectiva-. Y yo nunca haría algo así.
– ¿Qué te hace estar tan segura?
Ella se quedó mirándole con el ceño fruncido.
– No, estás intentando confundirme…
– Ten la bondad de responder a mi pregunta. ¿Cómo lo sabes?
– Pues porque sí… porque somos iguales, hablamos igual, tenemos una forma de ser muy parecida… bueno ella suele ser más dramática, aunque llegó en circunstancias más trágicas… ¡Pero completábamos frases que decía la otra!
– De acuerdo, sois parecidas, es evidente, pero no más que dos amigas que han compartido infancia. ¿Hablasteis de vuestro pasado?
Se sintió incómoda.
– En fin, no… fue en Armantia cuando ambas pasamos a ser personas distintas con vidas diferentes. Acordamos no hablarnos de nuestro pasado porque hubiera sido igual que entrar en la mente de la otra, pero se supone que venimos de universos virtualmente idénticos como es tradición en Alix, no podemos actuar de manera tan dispar.
– Se supone.
– Mira, si tienes algo que decirme escúpelo, pero no sigas jugando conmigo -replicó ariscamente.
– Lo siento, me gusta que sean los demás los que lleguen a sus propias conclusiones, pero he olvidado que tú ignoras la regla de los ochenta y ocho puntos.
– ¿La qué?
Boris suspiró pensativo, como buscando las palabras.
– La regla de los ochenta y ocho puntos es la manera en que Alix comprueba las similitudes entre los universos. Comparan ochenta y ocho sucesos entre su universo original y el de similar espectro que toque evaluar; cuarenta que van desde el siglo XIII hasta la actualidad, veinte más sólo en los últimos quince años, y veinticuatro muy concretos en la última semana. Si todos coinciden, dan el visto bueno; dicho universo es reconocido como virtualmente igual al nuestro, de nuestro mismo espectro es de nuestro mismo espectro y puede entrar en su red de universos. Los que no coinciden los ignoran, como parte del caos.
– Vaya, siempre tuve la incógnita de cómo sabían si universo era igual a otro…
– El caso es que su funcionamiento es productivo, pero limitado. Sí, pueden conseguir dos universos lo suficientemente iguales como para satisfacerlos, pero pretender que dos universos sean idénticos con excepciones, como la no presencia de la división de Alix dedicada al estudio del multiverso, es una idiotez utópica. Se crean diferencias relativamente pequeñas que escapan a los ochenta y ocho puntos, y luego se manifiestan en toda su grandeza cuando se juntan elementos de uno y otro universo. Dichas diferencias las hemos visto entre nosotros los Boris, y deduzco que son las que han provocado que tu compañera esté en un bando opuesto al nuestro.
– Tendrían que ser muy, muy pequeñas como para no habernos dado cuenta -dijo Enea aún escéptica.
Boris, tras pensarlo unos instantes, se incorporó.
– Nos vamos.
– ¿Qué, a dónde?
– A dar un paseo.
– ¿Para qué vamos a…?
– Para que creas todo lo que te estoy contando.
– No, yo… tengo que descansar y asimilar todo esto… dormir, eso es lo que necesito, dormir.
– De acuerdo, pero sólo por esta noche; este apartamento no me lo han dejado para siempre. Y ahora… ¿me puedes devolver la unidad, por favor? -dijo extendiendo la mano.
Enea estaba ya demasiado cansada y con los nervios destrozados como para mostrarse reticente, por lo que le devolvió el artefacto, resignada.
– Es nuestra escapatoria, y sólo yo sé usarlo -dijo Boris mientras lo cogía, imaginando lo que pensaba-. Bien, veamos… tienes una cama ahí. Yo tengo que volver para informar, pero mañana…
– No tenía que habértelo dado -dijo ella levemente enojada como si aquello no formara parte del plan.
– Eh, volveremos, mañana por la mañana. Aunque no seré yo, sino otro Boris. Así que descansa cuanto necesites, pero bajo ninguna circunstancia abras la puerta de salida, sabes que no la necesitamos.
– Espera, ¿cómo sabré que es de los vuestros y no un Boris de la RH por ejemplo?
Aquello le pilló por sorpresa.
– Buena pregunta, espera… -se sacó del bolsillo del uniforme un rotulador grueso y se lo tendió- escribe lo que quieras en mi mano, sólo lo verá quien regrese mañana.
Tal y como dijo, escribió una única palabra en su palma y le devolvió el rotulador.
Esperanza.
La sonrisa de Boris al leerlo fue casi indetectable.
– Tienes la domótica disponible, úsala razonablemente, sin que llame la atención. Si sigues mis instrucciones no tendrás nada que temer hasta que vuelva mi compañero, aquí estas a salvo. Ahora aléjate un poco, por favor. Y no mires.
Se dio la vuelta y oyó al fin el pequeño trueno de la implosión.
Estaba sola.
Arrastrando los pies llegó a la cama que estaba en la esquina, dejándose caer como si estuviera hecha de plomo, y contempló el horizonte del paisaje nevado que tenía ante sí.
– Luces fuera -dijo casi sin voz.
El paisaje se oscureció en una simulada nocturnidad, y una tenue luz se alzó tímida sobre unos bosques lejanos. Era La Luna, su vieja y pequeña Luna, que le hizo rememorar el azulado astro que se veía desde Armantia, con su gran cráter.
– Realidad, transparencia de espejo.
El paisaje nevado se transformó en una imagen nítida y sin modular de una gran ciudad en la noche, cuya visión reconoció al instante. Era el lugar donde ella vivió y trabajó. A lo lejos se alzaban los rascacielos de Alix con su logotipo luminoso.
Pese a su cansancio se sentía como si acabara de despertar. Sí, se la llevaron de allí y la trajeron de vuelta; estuvo en otro mundo durante poco más de tres meses, y ahora lo recordaba como un sueño.
Y entonces recordó. Aquella no era su realidad, sino la de la otra Marla, y además fue truncada por la RH. Su sensación de familiaridad se esfumó, y el entorno le pareció de pronto tan ajeno como Armantia, el extraño lugar del caos donde intentó rehacer su vida. La dura verdad se abrió paso en su mente antes de el sueño la anestesiara.
Jamás volvería a tener un hogar.
9. Siempre Boris
Olaf se acercó a la gruta de Diploma en alerta. Toda la región estaba desierta, y no hubo ni rastro de Necrorius Van Herberg o sus criados cuando pasó por su mansión. Más tarde reconoció la entrada y el lugar concreto en el que recibió el impacto en el hombro; aún se veía la sangre seca sobre el empedrado suelo, lo que le hizo, involuntariamente, mirar una vez más a su alrededor. Pero seguía solo.
Con paso decidido entró en la gruta, reconociendo la luz antinatural que iba devorando poco a poco a la del atardecer que dejó atrás. Tras toparse con el muro de metal, sin que ninguna voz etérea le increpara, pensó repetir lo que vio hacer a Marla cuando estuvieron allí. Con sumo cuidado intentó tocar el muro con la mano, pero esta lo atravesó.
Tras retirarla y comprobar que no le pasaba nada, cerró los ojos y cruzó el muro en pocos pasos; no sintió nada más allá de la excitación creada por el hecho de adentrarse en las entrañas de un secreto que llevaban escondiendo siglos y que era clave en la oscura historia de Armantia. Al volver a abrirlos no se llevó ninguna sorpresa, el túnel aún se prolongaba un poco más, si bien para su sorpresa la luz era sensiblemente más intensa. Continuó hasta toparse con unas escaleras de metal, cuyo sonido al poner el pie le inquietaba al hacer más ruido del que quería, acaso no fuera ya alarmante el hedor a putrefacción que cruzaba.
Una gran sala débilmente iluminada apareció ante sus estupefactos ojos: en el centro se alzaba un extraño árbol grisáceo cubierto de ramas de varios colores y particular brillo que acababan en lo que a su distancia parecieron huevos de cristal.
Tras uno de ellos se movió una sombra, lo que le puso en alerta. Esta, al acercarse, se descubrió, reconociendo al hombre de traje oscuro.
Era él.
– ¿Quién eres? -dijo Boris.
Pero en ese momento Olaf no pensó en responderle. Le consumió una furia como pocas veces había sentido, y esta actuó por él: se aproximó veloz y con el brazo libre le atinó un puñetazo en la mejilla.
– ¡A dónde te la has llevado!
En el suelo, Boris se palpó la boca.
– Espera, dime…
– ¡Escúpelo, a dónde!
Otro puño salió disparado al rostro de Boris, aunque esta vez este se apartó a tiempo y devolvió el golpe con el canto de una mano en el hombro herido, delatado por el cabestrillo. Olaf se vio obligado a arrodillarse, gritando de dolor. Su oponente se dirigió a él y le agarró el hombro, presionándolo levemente y produciéndole más dolor.
– ¿Quién te envía? -le dijo mientras Olaf gruñía para no gritar.
– ¡Nadie!
– ¿Ah no? ¿Y cómo sabes quién soy y a quien envío o dejo de enviar?
– Aquí todo el mundo lo sabe… todo el mundo conoce a Boris de Alix.
– Cierto -dijo Boris soltándole el hombro y levantándose-. Cierto, fue B1. Pero sabes demasiado para ser un nativo. Obviando que has llegado hasta aquí, claro.
– Yo… yo conocí a Marla Enea… a las dos…
– La que los Boris nos llevamos estaba frente a un castillo, creo que no muy lejos de aquí.
– Enea… -musitó Olaf- pero… entonces… mi Marla…
El ruso le miró reprimiendo una carcajada.
– ¿Tu Marla? ¿Fuiste pareja de la otra?
Olaf no respondió, pero su expresión fue suficiente.
– Jej -sonrió Boris limpiándose la sangre en la manga de su traje-, no perdió el tiempo.
– ¿Sabes dónde está?
– ¿Ahora mismo? He oído que en Gemini -dijo mirando a su alrededor-, lástima de instalación.
– ¿Gemini?
– El lugar del que provienen los que os han invadido.
– ¿Vosotros nos podéis ayudar?
– ¿ Vosotros ?
– Los Boris… ¿No es eso lo que queréis, salvar Armantia?
Boris le dedicó una mirada extraña, tal vez preguntándose cuánto podía saber aquel aldeano.
De pronto, apenas pudo reprimir una carcajada.
– Salvaros… claro… -siguió riendo- ¿Cómo te llamas?
– Olaf Bersi.
– Bien, Olaf. Lo de querer salvar Armantia es la versión corta y simplona de la historia, y me temo que ni tú ni tus coetáneos entenderán jamás la larga. Lo que sí te puedo decir es que yo ya no tengo nada más que ver con ellos. Me desterraron aquí para siempre muy poco después de llevarme a la chica. En fin, dime Olaf Berzas…
– Bersi.
– Lo que sea… ¿Qué sabes de este lugar?
Le contó la tradición de los vigilantes, y la leyenda de Diploma tal y como le fue contada.
– Fascinante -respondió Boris-. Siempre hemos querido saberlo todo sobre los que montaron esto… gente de historia huidiza. Tras varios siglos ahora nos encontramos en su misma situación, y sin embargo -dijo mirando a su alrededor- todo esto es tan contemporáneo…
– ¿Hubo gente aquí? -dijo Olaf sintiendo aún palpitar el hombro- Cuando llegué aquí con Marla, una voz atronadora nos recibió ante el muro de metal.
– ¿Ya entrasteis aquí antes?- replicó asombrado.
– Sólo ella. Teníamos la esperanza de que aquí hubiera algo que nos ayudase. Pero dijo que todo fue un fraude; al salir nos esperaban invasores y yo quedé inconsciente. Me recogieron los hervineses pero ella ya no estaba.
– Como te dije, está en Gemini, o eso es lo último que supe de ella -respondió Boris distraído.
– ¿La han raptado verdad? ¿Pero para qué? Lo debe estar pasando muy mal…
El fugitivo miró a Olaf sombríamente.
– Te conviene que cambiemos de tema -dijo con voz grave-. ¿Sabes para qué es este lugar?
– ¿No es una especie de almacén de conocimientos? – respondió Olaf tras mirar a su alrededor.
– Sí, creo que esa era la idea… -murmuró pensativo, caminando con ambas manos cruzadas tras la cintura y observando los grandes huevos de cristal que se erguían a los pies del árbol central- debió servir para toda Armantia, pero no cuajó. Y por lo que veo -añadió al darse cuenta de que los huevos estaban vacíos- los gemineanos terminaron el trabajo. Una pena, nos hubieran podido contar muchas cosas.
– ¿Quiénes?
– Los precursores, naturalmente. Estuvieron aquí. Se conservaron de algún modo, y con tecnología que no me es del todo ajena.
Miró a Olaf suspirando.
– Es una pena que no te estés enterando de nada. Ni siquiera de lo que le está pasando a tu novia.
Olaf reunió esfuerzos para levantarse.
– ¿Lo sabes?
– Tampoco lo entenderías.
– ¡Eso tengo que decidirlo yo! -gritó con frustración.
– Eso tengo que decidirlo yo -repitió Boris burlonamente.
Olaf contuvo su ira, decepcionado.
– Sólo eres un viejo miserable, no como el que trajo a Marla. No el que sale en los libros, ¡en los cuadros!
– ¿Los libros hablan sobre B1? -rió a carcajadas- ¿Así se cubrió las espaldas, echándose flores en vuestra historia? – sacudió la cabeza sin parar de reír-. Esta si que es buena. Desengáñate Berzas, él era un perfecto hijo de puta, como todos nosotros -su sonrisa desapareció, y su tono se volvió a tornar serio- Nada de lo que aquí pueda haber hecho limpiará lo que desató… lo que desatamos… en cualquier caso no es algo que tu aldeana mente pueda alcanzar a comprender ni aún contándotelo tu Marla…
Boris le hizo un gesto de silencio, mientras se acercaba a una esquina. Al agacharse levantó una placa brillante fijada al suelo.
– Pues claro -musitó Boris para sí mismo- así es como pensaban hacerlo. Los gemineanos se dejaron unos cuantos, seguramente por las prisas. Pero… -se puso a levantar más placas del suelo- se llevaron la gran mayoría. Esto no va a salvar Armantia, aunque… ¡Acércate Berzas!
Olaf se agachó a su lado curioso por saber de qué se trataba, pero antes de darle tiempo a reaccionar, Boris sacó algo del hueco de la placa y golpeó con el objeto en el brazo bueno de Olaf. Este sintió un agudo pinchazo que le hizo apartarse rápidamente.
– ¿Qué has hecho? -le gritó al ver un pequeño punto de sangre en su brazo y sentir cómo se le entumecía.
– Escucha atentamente -le dijo Boris gesticulando nerviosamente-, lo que he hecho es por tu bien. Tienes que decirme exactamente lo que sientes, y si recuerdas algo nuevo. Es muy importante.
– Siento frío en el brazo -gimió Olaf aterrado.
– Sí, no te preocupes. Es normal. ¿Recuerdas algo nuevo? ¿Te sientes mareado? ¿Algo?
Olaf estaba concentrado en sus sentidos, aún con una mano donde sintió el pinchazo. Pero por lo demás estaba igual.
– No. Y el frío se va.
– Bueno, esperemos un poco, no tiene porqué actuar de inmediato.
– Pero… ¿Qué me has hecho?
– Te he inoculado lo que aquí se protegía. Hay hueco tras hueco en el suelo, pero tus invasores han vaciado todo y sólo dejaron tirados unos cinco inyectores. Sin embargo hay espacio para albergar miles, que aún así… se me antojan pocos. Debe haber otros lugares como este por aquí.
– ¿Más lugares como Diploma?
– Sí. ¿Recuerdas algo ahora?
– No…
– Entonces tal vez tu chica tuviera razón y se echara todo a perder. Esto tiene un aspecto bastante ruinoso -dijo mirando a su alrededor-, seguramente lo que te he inyectado perdió su eficacia, sea lo que fuere.
Boris se levantó dando un largo suspiro.
– ¿Pensáis hacer algo? -le dijo a Olaf.
– ¿Quiénes?
– Vosotros, hombre, los armantinos. ¿Os quedaréis aquí lamiéndoos las heridas de la invasión o tenéis algún plan?
– Un compañero hervinés ha ido junto a varios hombres a hacerse con la última nave invasora que parta de aquí.
Boris ladeó la cabeza, sorprendido.
– ¡Bien! -replicó aprobando la idea-. Os ayudaré.
10. Diferencias
Cuando Enea despertó el silencio era el mismo que antes de dormirse. La luz solar sin embargo se había vuelto insoportable. Intentó dar la orden de filtrarla y soltó una inteligible murmuración. Finalmente tuvo que levantarse y beber un sorbo de agua.
Tras filtrar la luz a la mitad, se acercó a mirar las transparentes paredes que mostraban el exterior. Se trataba, aparentemente, de la misma ciudad que recordaba; la única diferencia notable era el gran número de unos extraños y enormes vehículos de color violáceo y altamente reflectantes que se hallaban estacionados en sitios clave. Supuso que serían de la famosa RH.
Al fijarse en los transeúntes recordó que ella ya no trabajaba para Alix, y por tanto no tenía que ir por ahí como si no existiera… ¡Podía comportarse como una persona normal! De pronto tuvo una idea. Boris no había llegado, nadie la echaría en falta si salía un rato.
Buscó un ropero por todo el apartamento, encontrando uno cerca de la sala de aseo que para su fortuna también contenía ropa de mujer. Tras dar una ojeada se decidió por lo más genérico y a la vez informal que pudo considerando el calor exterior; un hidrocamisón azul turquesa que acababa en enredaderas grises. Pero no pudo salir sin antes darse una reconfortante ducha como no se daba en mucho tiempo, cuidando particularmente su pelo, el cual perfiló de forma distinta al que llevaba habitualmente cuando iba a trabajar.
Una vez desbloqueada la puerta, atravesó un largo pasillo hasta el ascensor, tensa por si se encontraba a alguien. Pero no se topó con nadie hasta salir al exterior, recibida por una oleada de aire caliente que tenía olvidado y que la obligó a detenerse y respirar hondo. Al hacerlo le llegó un olor cotidiano, el de los aditivos que le aplicaban al carburante hidrogenado en la mayoría de los vehículos del abundante tráfico.
¿Y porqué no? Pensó. Podría dar un paseo cerca de Alix, tenía mucha curiosidad.
Cuando con decisión atravesó un gran paso peatonal, fue sorprendida por la imagen de un enorme rostro en los visores publicitarios de las fachadas de los rascacielos. Era el de Julio Steinberg, presidente de Alix, quien sin embargo aparentaba ser más viejo que en sus recuerdos.
«Buenos días ciudadanos de la Red de la Humanidad, me complace anunciar que las piezas averiadas de la gran desaladora del Sur han sido sustituidas gracias a esta Red, evitando una importante crisis. Otra ventaja para este mundo de pertenecer a nuestra gran Red»
Así que Steinberg es el líder de la RH. Pero, ¿era el mismo? También el Boris que la llevó allí era más viejo que el que conoció. Algo se le estaba escapando.
– ¿Ventaja? Y una mierda -oyó a su izquierda. Al volver la cabeza descubrió a un hombre que le era muy familiar.
– Usted, usted es… ¿Egidio Roberts? -dijo parpadeando rápidamente.
Fue muy conocido por haber sido el candidato más popular en las elecciones presidenciales, que perdió cuando su rival solicitó los servicios de Alix. En ese momento no tenía buen aspecto, dio la impresión de estar bebido y lucía una barba de varias semanas.
– Vaya, alguien que se acuerda de mí y me llama por mi nombre. Aunque lo de Egidio Capone empezaba a gustarme – rió patéticamente, intentando mantener el equilibrio, y señaló a una de las pantallas con el rostro de Steinberg-. Menudo pendejo ¿eh?, creíamos que sólo se encargaban de escáneres médicos caros, investigaciones contra el cáncer para aparecer en los medios o armas de radio frecuencia para el ejército en secreto, y mírale; amo y señor de varios universos. Aunque el tiempo parece haberle tratado peor que a mí -dijo riendo y tosiendo escandalosamente.
– Desde luego -asintió Enea mirando la gran pantalla.
– Eso de la Red de la Humanidad es una jodida patraña, y aquí todos perdieron el culo por seguirle el juego al prometerles que la estructura de poder se mantendría o incluso les resultaría mejor. ¿Cómo no se han dado cuenta los muy imbéciles? ¿No es irónico? La gente normalmente vota promesas, no soluciones, pero los electos al parecer no han sido más listos, y han hecho lo mismo con ese de ahí. Con lo de la desaladora se lo está estampando a todos en la cara, y nadie se percata o no quieren hacerlo ¡Ja!
– ¿Por qué, qué pasa con lo de la desaladora? -le preguntó ella al no seguir sus razonamientos.
– Piensa en lo que ha dicho, hermosura… ¡Hemos repuesto la desaladora, somos los mejores! Las piezas eran insustituibles; cuando se montó la desaladora la tecnología iónica aún era legal, pero hoy por hoy ya no queda ninguna jodida infraestructura para fabricarlas. ¿De dónde crees que la han sacado entonces? ¡Ventaja gracias a la Red! -rió mirándola unos instantes, esperando a que ella misma se respondiera- ¡Se las han robado a otro universo de la RH por el amor de Dios! Pero no pasa nada, claro, a nosotros nos ha beneficiado… ¡Hic! Veremos qué pasará cuando en el universo que habita ese cerdo se averíen los molinos del programa Ozono y empiecen a coger de los nuestros. Lo que me iba a reír…
Realmente como dijo Boris, pensó ella sin apartar la mirada de Steinberg, un imperio multiversal. Terrorífico.
Egidio se puso a gritar aún más fuerte en contra de Steinberg, intentando llamar la atención, y ella, que prefería la discreción, continuó su camino.
Al llegar a la plaza que daba a las instalaciones de Alix ralentizó su ritmo, notando cómo el pulso se le disparaba. Boris la advirtió acerca de salir del apartamento y ella estaba nada menos que ante Alix Corp. Todo estaba exactamente igual que como lo recordaba en su universo, e intentó identificar desde una distancia prudente, entre la multitud que recorría la plaza, a la gente de uniforme que entraba; muchos le eran conocidos, e incluso atisbó alguna tarjeta amarilla. Pero una figura sospechosamente familiar la puso en alerta; subía las escaleras que separaban la plaza de uno de los edificios, y se volvió de improviso.
Era ella misma.
Cuando parecía que continuaría subiendo, Marla volvió la mirada con renovada atención, directamente hacia Enea. Al reconocerla primero se vio visiblemente sorprendida, pero luego su rostro emanó tristeza. Enea, por contra, entrecerró sus ojos.
¿Qué es lo que estás haciendo?
Marla bajó la mirada, y se dio la vuelta, renovando su andar, más ligero, hasta entrar en el edificio.
No puedo entrar ahí. Mierda.
¿Qué le habría podido pasar? Hubo complicidad en la mirada, por tanto debía ser su compañera. La reconoció. Pero entonces Boris tenía razón, y ahora era una agente de la RH. No tenía ningún sentido. ¿La delataría?
No, no será capaz.
Con una profunda confusión se dispuso a regresar a su provisional apartamento, pero a medio camino la interrumpió su IA: tenía una comunicación entrante por radio. Tras pensarlo unos instantes, alzó su mano a la altura del oído, sin decir nada.
– En la esquina izquierda de la calle Otto Linderbrock, dentro de quince minutos, sola -dijo la voz que esperaba oír antes de cortar el contacto. Aún es temprano, pensó. Seguramente Boris no habría regresado todavía.
Se dirigió al lugar en cuestión, mirando a su alrededor por si pillaba a alguien vigilándola; que Marla le rogara acudir sola no le dio buen pálpito -¿en compañía de quién creía que estaba?-. Ignoraba qué se encontraría, qué diría ella y, en general, qué cambió. El porqué de aquella evasiva.
Con una creciente paranoia llegó a la calle Linderbrock, que daba a un parque. Fue en la esquina cercana a este donde la vio ya esperando, haciéndole un gesto con la cabeza para que la siguiera, y comprendiendo que quería ir a algún lugar más privado en el interior del parque.
Con todos los sentidos en alerta, la siguió marcando unos tres metros de distancia, hasta que encontró una esquina vacía. Una vez allí, Marla se dio la vuelta, mirándola a los ojos.
En ese momento Enea se olvidó de todo lo que le había ocurrido tras salir de Armantia, y la abrazó con todas sus fuerzas. Después de todo lo que le estaba pasando, la alegría de verla con vida fue correspondida.
– ¡Te di por muerta! -dijo Marla alzando la voz, emocionada.
Eran, en esencia, dos náufragos que se encontraban en la playa. Pero esa sensación se fue disipando a medida que volvían a la realidad.
– Pero… ¿qué haces aquí? -dijo Enea.
Marla se volvió visiblemente incómoda.
– He recuperado mi vida tal y como era antes de…
– ¿Y antes te dedicabas a asesinar a científicos fugitivos? – replicó de mala gana, interrumpiéndola.
Marla encajó mal la acusación, señalándola con una mano igualmente acusadora.
– ¿Acaso tú no?
– Entonces era cierto -dijo Enea parpadeando mientras recordaba todo lo que Boris le dijo.
– ¿Qué era cierto? -replicó su compañera poniendo los ojos en blanco y dejando caer los brazos.
– Marla… la única persona que he matado en mi vida es a nuestro antiguo jefe, y lo hice para salvar la tuya.
– ¿Qué has dicho? -replicó ladeando la cabeza.
– Que no somos iguales, o al menos no exactamente.
Marla retrocedió unos pasos.
– Eso… eso es ridículo. Nos habríamos dado cuenta… yo…
– Acordamos no hablarnos de la etapa de Alix, por eso no nos dimos cuenta- decidió contarle también lo de la regla de los ochenta y ocho puntos.
Ella negaba incrédula, como si por alguna razón se sintiera traicionada, pero Enea insistió.
– Yo no participé en ninguna operación letal de Alix, se las dejaba todas a Marco. No somos iguales, Marla.
En un movimiento repentino y fugaz, su compañera sacó un arma de su espalda, encañonándola a la altura de la frente, los ojos brillantes.
– ¿Y qué me impide matarte ahora entonces? ¿Eh? ¡¿Eh?!
Enea mantuvo la calma, sin mover un músculo, mirándola fijamente a los ojos.
– Que te salvé la vida. Que me has abrazado hace dos minutos. Que soy tu amiga. Tu hermana.
Una lágrima bajó por el rostro horrorizado de Marla, quien tras mirar unos instantes su arma, la tiró cuan lejos pudo con repulsión, como si hubiera estado sujetando un animal peligroso. Lentamente, deslizando su espalda por la pared, se sentó al flaquear las piernas, sus dedos hundidos en el pelo.
Y con dificultad, como conteniendo algún dolor, exhaló.
Otra de sus crisis… ahora soy yo quien la compadece, pensó Enea con ironía y lástima. Decidió sentarse a su lado, sin decir nada. Creía que Marla lloraría, pero esta se limitó a mirar más allá de la pared de enfrente, y en su rostro se apreciaba una mayor madurez, fruto de muchas cicatrices emocionales.
– Estoy cansada Enea -dijo al fin-. Cansada de que nada sea lo que parece, cansada de peligros constantes, de incertidumbres y miedos, de que las cosas nunca vayan a mejor, cansada de una responsabilidad que nunca elegí… Sólo quería una vida normal… como la de antes…
A la mente de Enea llegaron imágenes de los días grises e idénticos que vivió antes de llegar a Armantia.
– No creo que la de Alix sea una vida que te gustara retomar.
– Era la que tenía, una vida auténtica en un lugar auténtico. Ya estaba establecida. Además, aquí ya no tengo que esconderme, ni pasar miedo… desde que ese malnacido nos secuestró, hemos vivido un engaño, y cuando creemos salir de él nos topamos con otro mayor, y otro y otro…
– También en Alix vivíamos en un engaño -dijo Enea con una sonrisa amarga-, supongo que es una cuestión de ignorancia voluntaria. En Alix nos conformábamos con saber pero no admitir. Ahora nos vemos forzadas a conocer todas las tretas y actuar en consecuencia.
– Tú siempre te adaptaste mejor a la situación, eres la optimista -dijo Marla mirándola con intensidad y asintiendo con la cabeza. Parecía empezar a aceptar… -. ¿Cómo podemos ser distintas y a la vez tan parecidas? ¿Cuándo tomaron nuestras vidas un rumbo levemente diferente? No me lo explico.
Enea se sentó a su lado, y ambas compararon aspectos de su vida pasada, anteriores a la llegada de Alix, pero todos coincidían.
– No me extraña que los ochenta y ocho puntos coincidieran -dijo Marla-, pero algo tuvo que hacernos distintas, inspirarnos de forma diferente o…
Con los ojos cerrados y profundamente concentrada en sus recuerdos, Enea estuvo unos minutos en silencio, y cuando parecía que ya no iba a decir nada, dibujó una pequeña sonrisa, como si hubiera dado con algo importante.
– ¿Conoces esto?
Recitó en voz alta.
– ”Levántate, oh marinero perdido, levántate oh marinero atrevido, desafía al viento y al vendaval que te ha tendido, mas perdónale al final, pues guiarte será su cometido”.
– ¿Qué es? -dijo Marla.
– ”Barco a la Luna y otras aventuras”, publicado en el dos mil quince. El libro que marcó mi adolescencia, y el primero que leí enteramente en texto, esa misma noche, sin representadores ni narradores. Hubo que transferirlo desde la biblioteca estatal, pues estaba descatalogado.
Miró a su compañera, quien se tapó la boca, con gesto de sorpresa.
– Ese es el libro que le pedí a Papá a los ¿catorce?, sí, catorce años -dijo Marla alterada.
– Igual que yo. ¿Pero…?
– Pero no pudo transferirlo a la biblioteca de casa. Se hizo efectiva aquel día la Ley de protección cultural contra el terrorismo ideológico, y se bloquearon las bibliotecas. Recuerdo que me enfadé mucho con él, pensando que era capaz de arreglarlo. Fue una noche triste -miró a Enea con una fascinación adolescente-, ¿pudiste leer entonces Muerte a Diez Pasos o El Regreso de Hermes?
– No -sonrió-, también estaban en mi lista, pero en mi caso la ley se aprobó al día siguiente. Y el funcionario al que Papá tenía que pedir permiso para transferirlos, le dijo que no cumplía los requisitos psicológicos. Lo cierto es que simplemente le caía mal…
– Sí, Rupert González, el tipo con quien tuvo la discusión cuando hizo la declaración.
Se quedaron unos minutos en silencio.
– Vaya -dijo al fin Marla con asombro-, un libro. Eso es lo único que hace que yo esté aquí y tú ahí. Un día y un libro. Me hubiera gustado leerlo…
Continuaron mudas varios minutos, pensativas.
– Pero aquí estamos -anunció Enea levantándose, con un tono que daba a entender que tenían entre manos asuntos más acuciantes-, juntas en un buen lío, tras haber seguido dos caminos diferentes.
Marla asintió seria, mirando al suelo, estrechándose ambas manos con los brazos sobre las rodillas.
– Estas en su bando, supongo. El de los Boris.
– No estoy en ningún bando, de momento.
– A estas alturas deben odiarme -continuó como si no la hubiera oído-. Saboteé una de sus instalaciones, me consta que varios de ellos no sobrevivieron.
– Tal vez lo comprendan, nos quieren vivas a ambas. Además, son los únicos que pueden llevarnos de vuelta.
– ¿De vuelta? -preguntó Marla mirándola con curiosidad.
– Claro, a Armantia.
Miró al suelo, negando con la cabeza.
– Todo aquello… fue un error. Nunca debió pasar -dijo mientras se levantaba, procurando evitar el tema-. Creo que debería regresar, me alegro de volver a verte y comprobar que estás bien… -añadió empezando a caminar.
– No, no, no… espera un momento… ¿Cómo que fue un error?
– No le diré a nadie que estas aquí -dijo Marla sin detenerse.
– ¡Marla! -gritó Enea enfurecida- En Armantia -continuó saboreando cada letra-, un Olaf Bersi moribundo acarició mi mejilla pensando que era la tuya. Que digas que todo fue un error rebaja mucho la opinión que tengo de ti, pero no es la mía la que te debería importar, sino la suya. Piénsalo.
Marla se había detenido, pero tras unos instantes continuó alejándose hasta perderla de vista. Por su parte Enea permaneció un rato allí, sus ojos cristalinos y la mente inmersa en una marea de sentimientos contrapuestos, decidiendo emprender también su regreso.
Por el camino tuvo que cambiar de acera debido a que la policía se estaba llevando a un Egidio que entre gritos y carcajadas no paraba de gritar ¡De mayor quiero ser como Steinberg, consigue crear la mayor farsa de la historia de la humanidad y además le lamen el culo por ello! ¡El sueño de todo político!
Y cuando entró de nuevo en el apartamento, se encontró una desagradable sorpresa. Boris estaba allí, de pie, apuntándola con una pistola diminuta. En respuesta ella se quedó totalmente inmóvil en la puerta procurando no parecer una amenaza.
– Identifícate -dijo él.
Por Dios .
– Escribí en la mano de tu compañero.
Suspiró y bajó el arma.
– Era yo el que debía identificarse de ese modo, ¿no te dijo que no salieras? ¿Y de dónde demonios has sacado esa ropa?
– Del armario.
– Pero no es nuestra… es igual, nos vamos, a eso quería llegar. Creo que sabes lo suficiente como para tomar la elección…
– …como si la tuviera…
– … de en qué bando quieres estar. Con la RH, o con nosotros.
– Si me hubieras dicho con la RH o en su contra habría quedado mejor -suspiró resignada-, tenéis que prometerme que podré volver a Armantia.
Boris sonrió.
– Operamos muy cerca de allí. ¿Hecho?
Enea asintió de mala gana.
– Hecho. Por cierto… La he visto, hablé con ella -dijo en tono serio.
– ¿Cómo dices?
– La otra Marla, está aquí. Sí que es quien os saboteó. Dice que le ofrecieron volver a su antigua vida en Alix, claro que ahora al servicio de la RH. Pero daba la impresión de ser aún rescatable.
– A ver si me aclaro, se carga a varios de nosotros ¿y ahora tiene remordimientos? Sigue viva sólo porque no tengo órdenes de…
Se vio interrumpido por un sonoro bofetón.
– ¿Quién narices eres tú para hacer juicios de valor? -le dijo Enea alzando la voz en un arranque de ira- ¡Todo es culpa vuestra, vosotros destruisteis su vida, como todo lo que tocáis!
Boris parpadeaba sorprendido, con una mano en la enrojecida mejilla.
– Pero… pero… yo no tuve nada que ver con su…
– ¡Todos sois responsables, estuvisteis en Alix, les vendisteis vuestros descubrimientos y provocasteis esta situación! De no ser por vosotros ella no os estaría dando caza en una compañía que aísla a sus trabajadores del resto de la sociedad; no os escudéis en que os habéis organizado contra la RH; habéis llegado a un punto en el que tenéis que protegeros de vosotros mismos. Así que nunca, nunca vuelvas a juzgarla en mi presencia. ¿Queda claro?
– Sí, sí, como el agua -dijo Boris de mala gana intentando que parara, con gesto agrio- ¿algo más?
– Eso es todo.
– Bien. Voy a programar la unidad para el salto, así que cuando yo te lo indique, tócala tú también.
11. Contraataque
– Parece que hemos tenido suerte, señor -le dijo a Keith uno de sus hombres.
Y así era. La gran nave invasora estaba atracada justo donde pensaban encontrarla, en un pequeño muelle de pesca hervinés abandonado, lo que explicaba la celeridad de la invasión; la amenaza llegó desde varios lugares de Armantia, no sólo desde Turín.
Cuando llegaron arrastrándose a lo alto de la ladera las expresiones de asombro tardaron en cesar al contemplar el antiguo puerto pesquero, pues acostumbrados a ver allí balsas años atrás, se encontraron con un monstruo de madera inabarcable por entero para el muelle. ¿Cómo puede flotar algo así? Se decía Keith.
– ¿Pero dónde están? -dijo uno a su derecha.
– Deben estar dentro -dijo otro.
– Aún así es muy raro -comentó Keith-. Acerquémonos un poco.
Ocultándose en lo posible bajo la densa vegetación, Keith y sus hombres descendieron hasta tener a la embarcación de frente.
– Empiezo a pensar que no hay nadie -dijo en voz alta su compañero más cercano. Keith optó por incorporarse del todo, y los demás le imitaron. Tensos, preparados para echar a correr en cualquier momento, contemplaron expectantes la cristalera que tenía uno de los extremos de la nave. Si el enemigo estaba dentro, tendría que haberles visto. Pero no ocurrió nada.
– Diría que siguen en tierra, lejos de aquí -dijo finalmente.
– ¿Y dejar la nave sola señor? -preguntó uno.
Keith le miró.
– Cierto -replicó sonriendo con malicia-, olvidaron que ibas a venir a llevártela.
Los demás rieron a carcajadas. Era un detalle del que no se habían percatado, la nave no poseía remos.
– En cualquier caso -añadió- nosotros hemos cumplido con nuestra parte. Ahora le toca mover ficha al Gran General.
* * *
– La próxima vez que me llames Berzas te hago bajar -le dijo a Boris en pleno trote hacia la costa hervinesa.
– ¡Eso si no me caigo antes! -respondió el viejo aterrorizado a cada salto que daba el caballo, agarrado a Olaf con los ojos cerrados.
Pocas horas después llegaron a un acantilado desde donde divisaron a lo lejos al enorme barco varado en el pequeño y decrépito muelle de pesca hervinés.
– Sí, creo que son ellos -confirmó Olaf-, y por suerte para ti, tendremos que ir a pie.
– Al fin -soltó Boris en un suspiro. A ojo, diría que quedaban dos kilómetros. El acompañante de Olaf esperaba que al menos en el camino la circulación regresara a sus piernas. Intentó bajarse del caballo, pero, torpemente, terminó cayendo de rodillas.
Olaf le levantó con una mano, viendo algo escrito en la suya.
– ¿Esperanza?
– No es nada -replicó su acompañante apartando la mano de su vista.
El general negó con la cabeza.
– ¿Qué pasa? -le dijo Boris.
– Que eres patético. Eso es lo que pasa.
– Disculpe su eminencia aldeana, pero nunca tuve necesidad de montar bestias salvajes.
– Qué decepción -seguía diciendo Olaf pesaroso como si no le hubiera oído, emprendiendo la marcha al lado del caballo.
Boris le alcanzó rápidamente, para no quedarse tras él ni dejar la conversación en ese punto.
– Ah, así que se trata de eso. De B1 y vuestra historia. ¿Y qué esperabas encontrarte, eh? ¿Uno de esos magos sabios con barba hasta los tobillos? Hazme un favor Berz… Olaf, a partir de ahora trátame como lo que soy. Un anciano de otro universo, sin más. Olvida todo lo que creas saber sobre mí, además, B1 es B1 y yo soy yo.
– ¿Y quién eres tú?
– Err… B14 -respondió casi en voz baja, muy serio. Continuaron parte del camino en silencio. Olaf permanecía muy pensativo, y volvió a tomar la palabra.
– ¿Y por qué nos ayudas, Catorce?
– No lo entenderías Berz… Olaf.
– ¿Sabes decir algo más que no lo entenderías?
– Muy bien, muy bien -respondió Boris envarado y ultrajado por el trato despectivo que alguien como él recibía constantemente de aquel nativo-, dímelo tú, lumbreras. ¿Qué esperas conseguir con todo esto más allá de intentar rescatar a tu Marla? ¿Eh? ¿De qué crees que le va a servir a tu gente viajar a Gemini suponiendo que no mueres en el intento?
No respondió inmediatamente, pero Boris percibió un significativo cambio en su mirada, antes de decidirse a responder.
– Marla, mi Marla, me habló una vez sobre la historia de vuestro mundo. De grandes civilizaciones, grandes guerras, grandes catástrofes y grandes victorias, de no menos grandes sabios y tiranos. De hazañas imposibles. Hoy sé que Armantia proviene de todo aquello, que también nos pertenece. Que vuestro pasado es nuestra Historia Oscura, lo que nos falta. Que aquí, en nuestra obligada ignorancia, no hemos hecho más que repetirla. Que tuvisteis mil guerras como la que creó Turín, y mil Delvins. Que no hemos hecho nada nuevo pese a que imbéciles o desesperados nos ocultaron el pasado al soltarnos aquí, esperando que no lo repitiéramos. Si no puedo devolverle a los míos todo lo que gente como tú les arrebató, de nada servirá que sobrevivamos a la invasión -miró al fin a Boris-; eso es lo que espero conseguir, Catorce.
Boris se achicó ante la demoledora mirada de aquel hombre, que apenas pestañeó. En aquel momento comprendió que lo juzgó mal, aunque no pudo evitar preguntarse si tal arrebato de lucidez tuvo que ver con lo que le inyectó en Diploma.
Prefirió esperar un poco antes de preguntarle si recordaba algo nuevo.
– No -murmuró Olaf pestañeando-, no, nada nuevo.
Pese a su visible cansancio, en los veinte minutos siguientes ninguna queja más salió del anciano, hasta que sus pies tocaron la arenosa playa que albergaba el muelle.
– Vaya, un buen buque -comentó Boris acercándose al barco-, tenía uno parecido en mi apartamento de Alix. Pequeñito, claro -dijo indicando el tamaño con las manos y una exagerada sonrisa.
Olaf no contestó, se limitó a contemplar la cosa flotante más grande que había visto en su vida. De la vegetación adyacente a la playa salió un grupo de hombres que pasaron inadvertidos.
Keith y los suyos.
– Qué rapidez -le dijo Keith a Olaf palmeándole el brazo bueno.
– Edgar no me retuvo demasiado, y además conté con caballo. Traigo conmigo a Boris de Alix, o al menos uno de ellos, ya me entiendes… al parecer es el que se llevó a Enea, pero le han echado de su grupo y abandonado aquí. Creo que prefiere que le llamemos Catorce. Puede sernos útil.
– Me lo figuro -replicó Keith lanzándole una mirada poco amistosa-. La situación es la siguiente: la nave está vacía, yo diría que sus ocupantes aún deben estar por Armantia. Si quieres usarla debemos darnos prisa, podrían volver en cualquier momento. Por si acaso, dejé algunos hombres atrás, subidos a los árboles para que nos avisen de su regreso.
Olaf asintió mirando el barco.
– Perfecto. Simplemente perfecto.
– Sólo tenemos un problema, y es que… en fin… no vemos remos a la vista… y no se nos ocurre otra forma de llevarlo.
– ¿Estáis de broma? -dijo Boris-. ¿No sabéis lo que es una vela? Esos trapos que cuelgan arriba no están de decoración.
Nadie dijo nada.
– ¿Sabes llevarlo? -le dijo al fin Olaf.
Boris miró al barco nuevamente.
– ¿Por qué no? Entre mis maquetas y mis novelas de Patrick O’Brian creo que es suficiente para llegar allí. En serio, sólo espero que a bordo tengan el suficiente material para orientarnos. Si no sabemos en qué dirección está Gemini, poder movernos no servirá de nada.
– No se hable más, examinemos la nave.
Subieron a la cubierta por las cuerdas tendidas al efecto, aunque Boris necesitó ayuda.
– No está mal -dijo este casi sin resuello, contemplando la parte superior del barco-, no está nada mal. Vayamos allí, al frente, el camarote del capitán debería ser ese.
Keith hizo un gesto a sus hombres para que vigilaran la playa desde allí, y junto a Olaf se dirigió hasta el lugar indicado, tras los pasos de Boris. Una vez dentro, el general advirtió el cambio de cara de Boris al mirar una mesa próxima. Este se acercó rápidamente, sus ojos fijos en una suerte de mapas que la desbordaban. Lucían muy extraños, nítidos y de muchos colores.
– Qué hijos de puta… -murmuró.
– ¿Qué ocurre? -inquirió Olaf.
Pero no respondió. Miró rápidamente hacia arriba, casi involuntariamente, para seguir examinando mapa tras mapa.
– ¿Podremos orientarnos? -probó de nuevo Olaf.
– ¿Con esto? Naturalmente que sí Berz… Bersi. Lo sabía, ese cabrón era un infiltrado de la RH. ¡Lo sabía! ¿No te das cuenta? -dijo alzando la voz y mirando a Olaf con cara de loco-, los gemineanos contaban con fotos de Armantia y Gemini hechas desde la Oberón… sólo él pudo dárselas. Sí, es verdad, no me entendéis, pero… ¡Demonios! Eso tal vez signifique que la RH se haga con ellas dos… -le dio un puñetazo a la mesa-. ¡Me lo olía! Y él sabía que sospechaba… hizo que me expulsaran… maldito hijo de…
– ¿Sabes entonces dónde está Gemini?
– ¿Qué si lo sé? -dijo volviendo a la realidad. Volvió a mirar a la mesa nervioso, cogiendo un objeto cercano a uno de los mapas -¿Sabes qué es esto? Una brújula, siempre marca el norte, con lo que… -echó un nuevo vistazo a los mapas- Gemini está en aquella dirección -concluyó señalando a la pared-. Bien, por aquí deben guardar provisiones, buscadlas. Si hubiera… nada nos impide zarpar ahora mismo. Tendríamos que empezar a…
Todos miraban mudos a un Boris que no paraba de hablar y gesticular, hasta que se volvió hacia ellos.
– ¿Qué hacéis ahí parados?
Olaf y Keith se miraron, y el primero asintió con la cabeza.
– Buscad -ordenó Keith a sus hombres.
Un grito del exterior les interrumpió.
– ¡Vuelven! ¡Los invasores vuelven a por el barco!
– Con el tiempo que tenemos para salir sería demasiado arriesgado -les dijo Boris.
Keith y Olaf se volvieron a mirar instantáneamente.
– No hay otra manera -dijo Keith con una sonrisa triste.
– Lo sé -respondió el general.
– Te dejaré cuatro de mis hombres para que vayan con vosotros -dicho esto se acercó y le agarró por los hombros-. Debes ser el único armantino con esperanza ahora mismo. Espero que consigas todo lo que vas a buscar a esas tierras. Suerte, amigo.
– Tú también. Te prometo que volveré.
– No lo dudo -dijo Keith con su eterna sonrisa, dándose la vuelta-, vosotros quedaos con ellos. Los demás, nos vamos.
– Señor Taylor -objetó uno de los excluidos dirigiéndosele en voz baja-, mirad a Peter, está aterrorizado, nunca ha estado en la mar. En cambio yo he pescado con mi padre por estas costas.
– De acuerdo, quédate con ellos… ¡Peter, te vienes con nosotros! ¡A la playa todos, ahora!
Boris se puso rápidamente a dar instrucciones a los cuatro hervineses que quedaron a bordo para preparar el barco, mientras Olaf, asomado a la baranda de cubierta, contemplaba a Keith gritando órdenes en la playa. Su voz se confundía con las olas.
– ¡Sabemos que los invasores no son indestructibles! ¡Arqueros! ¡Justo después de que disparen estarán indefensos intentando recargar! ¡No pueden llegar a la nave! ¡Esa será nuestra…!
– ¡Vamos! -gritaba Boris en cubierta. El navío comenzó alejarse muy lentamente de la costa, aunque suficiente para que Olaf se tuviera que agarrar con fuerza de la impresión.
Mientras se alejaban, todos se dirigieron a la popa, para ver lo que ocurría en la costa. Los hervineses se habían replegado a lo largo de toda la vegetación con la que lindaba la playa, por lo que ya no vieron a nadie.
– ¿No es peligroso que esos invasores se queden en Armantia con el armamento del que disponen? -preguntó Olaf.
Boris negó con la cabeza.
– No durará eternamente.
Lejana y ahogada, resonó una plétora de disparos.
– ¿Y Keith -añadió al oírlos-, tiene alguna posibilidad?
Catorce se volvió, dando la espalda a lo que dejaban atrás.
– No pienses en eso.
12. Contra la RH
– Así que esta es ella, ¿de dónde ha sacado esa ropa? -dijo un Boris de tantos, mirando a Enea.
– Del apartamento al que llegamos de Armantia -dijo el Boris con quien llegó.
Se encontraba en una gran sala de un blanco aséptico, cuya difusa iluminación no dejaba sombras. El aire, fresco, se movía. A su alrededor, varios Boris cuyas edades oscilaban entre los cuarenta y sesenta. Más allá, aparentemente sumidos en sus quehaceres, otras personas -¡caras nuevas!- caminaban en varias direcciones.
– Soy B3, bienvenida a Oberón -dijo el que habló al principio estrechándole la mano y sonriendo. Los demás sin embargo la miraban con una mal disimulada hostilidad-. Nuestro monitor de personal te guiará y te pondrá al día mientras comes algo. Te aclimatará, en definitiva. En fin, ya hablaremos más tarde, mucho queda por hacer. Oh, es aquel hombre -dijo señalando un pasillo-, al fondo.
Ella asintió sin decir nada, y se dirigió hacia la persona que la esperaba al final del pasillo, apoyado en una pared con los brazos cruzados; aún no la había visto. Era un hombre de mediana edad, pelo castaño y leve barba, vistiendo un uniforme similar al de los cirujanos pero en azul oscuro.
Este se acercó a ella con andares enérgicos al verla.
– Tú debes ser Marla Enea, ¿verdad? -dijo estrechando la mano vigorosamente- bienvenida a las instalaciones… oh, eso ya te lo deben haber dicho, naturalmente. Soy el monitor de personal, y estoy aquí para ayudarte en lo que pueda. En fin, ¿qué te parece si comemos algo? Pareces hambrienta… sígueme, te mostraré el comedor.
Apenas pudo abrir la boca, siguiéndole sin rechistar.
– El comedor no está muy lejos de los dormitorios. A decir verdad… No, es por aquí… A decir verdad debería haberte llevado al dormitorio primero, pero me dijeron que ya estarías descansada al llegar, no así saciada.
– Y es cierto -dijo al fin-, no he comido nada desde que estuve en… en…
– Sé dónde estuviste… Oh, es aquí -dijo cuando entraron en un gran salón que compartía el blanco inmaculado del resto de lugares.
Todo era curvo, sin detalles ni tramas aparentes, de aspecto lechoso… aquella sala en particular tenía largas mesas y bancos del mismo aspecto, sin vislumbrarse encajes en el suelo, dando la impresión de que todo estaba fundido. Muchos asientos estaban ocupados por gente con un uniforme como el del monitor pero en gris, y el sonido ambiente era ciertamente el de un restaurante en hora punta: el murmullo animado de sus clientes.
– Nos podemos sentar aquí -dijo su parlanchín guía señalando la esquina de una de las mesas. Procedieron situándose uno delante del otro. Él, por su parte, se sirvió de uno de los botes que estaban sobre la mesa.
– ¿Qué batido quieres?
– El proteínico.
– Aquí tienes. Así que desde Armantia…
Sorbiendo de la pajita que salía de su batido, Enea mantuvo su silencio, y a medida que este se prolongaba la cara del monitor, quién aún aguardaba respuesta, se hizo algo más seria mientras asentía lentamente.
– Imagino que ahora no debes morirte de ganas de entablar conversación con un desconocido.
Aquello le recordó un detalle.
– Aún no me has dicho tu nombre -dijo ella en el tono más normal que pudo.
– ¡Ah! -dijo él llevándose una mano a la frente- qué idiota soy, es verdad. Soy Miguel, Miguel Hamilton. ¿Ocurre algo? -dijo sosteniendo su ofrecida mano en el aire al percibir su expresión tras oír el nombre.
Ella dejó de nuevo el bote en la mesa, la cual miraba mientras entrelazaba sus manos.
– No… en fin, en realidad sí… Es que…
Todavía no.
– Tan sólo me preguntaba -continuó-, por el porqué del frío recibimiento de los Boris. Me dio la impresión de que no les hizo mucha gracia mi presencia.
– A algunos no se la haces, desde luego. Es un tema delicado, recuerda que tu compañera nos ha atacado, resultando en la muerte de uno de ellos. Y, a fin de cuentas, tú eres su doble.
– Si tan poco bienvenida soy… ¿Qué hago aquí?
– Eso te lo tendrán que decir los Boris.
– ¿Y porqué hay unos más viejos que otros?
Una sonrisa forzada de Miguel le bastó para darse cuenta de que era otra pregunta comprometida que sólo podría ser respondida por quienes ya sabía.
– Pero no me fío de ellos -dijo Enea en un repentino arranque de sinceridad, pues no pensaba decirlo. Miguel volvió a sonreír forzadamente.
– Y no te culpo. Yo tampoco llegué aquí, sin más.
– Dígame, señor Hamilton…
– Oh, por favor, por favor, ahora trabajamos juntos y no soy tu superior, llámame Miguel.
– De acuerdo, Miguel… tú… ¿Has estado en Armantia alguna vez?
– No, sólo en nuestra Tierra y aquí.
Ahora.
– Hmm -murmuró ella mostrándose deliberadamente sorprendida.
– ¿Por qué lo has preguntado? -inquirió mirándola fijamente.
– Eso te lo tendrán que decir los Boris -replicó tranquilamente.
– Me has preguntado si he estado en Armantia -insistió él suspicaz, en un tono que hizo trizas su habitual diplomacia-, ¿acaso me has visto allí? No te hagas la interesante.
– No soy quien debería decírtelo.
– ¿Quieres decir que ellos lo saben?
Enea asintió.
– Pero no me fío de ellos -concluyó imitándola con una sonrisa triste, viendo a dónde quería ir a parar.
Enea también lo hizo, alzando ambas cejas.
– Así que -dijo ella-, tal vez podamos fiarnos de nosotros mismos y dejarnos de secretitos… ¿no te parece?
Miguel lanzó una disimulada mirada a su alrededor antes de continuar.
– De acuerdo -dijo bajando un poco el tono de voz- pero tendrás que empezar tú, y espero que valga la pena.
Enea le contó lo que sabía por Marla, acerca del extraño que llegó con los invasores, y que le dio el mapa de Diploma antes de morir. Su nombre, Miguel Hamilton. Más tarde, Boris le contó que fue él quien le envió.
– ¿Boris, el que te sacó de Armantia?
– El mismo.
– B14… me dijo que nunca haría algo así. En cualquier caso ya lo han echado. Maldito hijo de…
Con gusto hubiera terminado la frase, pero se interrumpió al cambiar a rojo la iluminación ambiental.
– La alarma silenciosa -dijo Miguel mirando a su alrededor-, creo que será mejor que nos movamos. Ven…
Otro corto trayecto de pasillos blanquecinos se vio constantemente obstaculizado por el movimiento de personas que acudían a sus puestos siguiendo el protocolo. Mientras reparaba en que aún no había visto nada parecido a una ventana por ninguna parte, se topó con la sala más alta de las que había visto.
Diversas hololáminas translúcidas recorrieron la abovedada sala, distinguiendo en ellas todo tipo de gráficos y algunas fotos. Iban y venían, descendían y se elevaban como alfombras voladoras, y el epicentro de todo aquel movimiento estaba en una esquina en la que varios Boris evaluaban la información. Gesticularon, inquietos.
– ¡Lo confirmo! -gritó uno- ¡Sondas Von Neumann de la Red de la Humanidad!
Se oyeron muchas quejas y maldiciones.
– ¿Cuántas hay ya? -dijo otro.
– Trece, y el ritmo de crecimiento parece ser de una por hora. Estamos a tiempo, de momento sólo se están replicando las primeras. Tal y como se organizan da la impresión de que nos estén cercando, pero creo que aún no nos han visto. Deberíamos poner la estación en modo discreto. ¡Desactivad los rotadores, ahora!
– ¿Estación, rotadores? -dijo Enea desorientada mirando a su compañero- Miguel, ¿a dónde carajo me habéis traído?
– Agárrate a la baran…
Pero su guía no llegó a terminar la frase. Sintió de forma repentina una caída al vacío mientras se le elevaba el estómago, asiéndose a la barandilla que agarraba Miguel como si le fuera la vida en ello. Con estupor se dio cuenta de que no caía a ningún sitio.
Flotaba.
Se agarró aún más fuerte a la barandilla, confusa y mareada.
– ¿Nunca has estado en gravedad cero? -le preguntó Miguel.
En respuesta Enea comenzó a tener arcadas.
– Supongo que no -añadió agarrándola de forma que no se ahogara si vomitase ni girara de forma descontrolada, según el procedimiento estándar. Uno de los Boris, al verles, se enfadó.
– ¡Sacadla de aquí, lo va a poner todo perdido! ¿Quién la ha traído?
– Ya voy, ya voy… -respondió Miguel mientras se impulsaba con ella desde la barandilla hacia el exterior de la sala. La llevó a otra más pequeña con una ventilación mucho más generosa.
– ¿Mejor?
Enea resolló con dificultad.
– Más o menos… ¿Quieres aclararme ahora exactamente dónde estamos? Me dijeron que estaríamos cerca de Armantia.
– La cercanía es relativa… mejor que lo veas con tus propios ojos.
Dibujó con el dedo en la pared un cuadrado de aproximadamente un metro de lado a lado, dejando una silueta oscura a su paso, como si fuera un lápiz. Después, con un pequeño impulso se retiró a su lado, mirando al cuadrado. Tras unos instantes, la sala se oscureció salvo el rectángulo marcado, que pasó a ser de un azul luminoso.
Miguel la acercó hacia el recuadro y entonces comprendió el porqué del azul.
El recuadro era la ventana a un mundo que en un principio imaginó la Tierra. Pronto captó las diferencias con su planeta natal, al menos como lo conocía; prácticamente no veía continentes, sólo terrenos ampliamente fragmentados, unos más grandes que otros. Un enorme, complejo y numeroso archipiélago.
Enea preguntó si allí abajo se encontraba Armantia, y la respuesta fue afirmativa, aunque en aquel momento no se veía pues se encontraba al otro lado, en plena nocturnidad. Aquello lo cambió todo. Miguel le explicó que la mayoría de las islas estaban habitadas por colonias individuales, y Gemini, al nordeste de Armantia fue quien comenzó la invasión.
¿Pero de dónde… qué objetivo… por qué…? Era tanto lo que no sabía… supo por guía que todas las colonias tenían el mismo objetivo que Armantia, pero distinto origen. Cada colonia venía de un espectro multiversal con un desarrollo distinto de la historia de la humanidad, una humanización distinta de Tierras derivadas, pero lo suficientemente parecidas como para que un día, huyendo de la guerra multiversal, se reunieran alrededor de aquel mundo e inocularan en cada isla su propio pasado, que en el caso de Armantia era el modelo de historia del espectro original de ella y Miguel.
– Sí, eso lo entiendo -dijo Enea recuperando su respiración habitual-, pero, ¿cómo es posible que no las previnieran de luchar entre sí? Era obvio que se pelearían.
– Ahí entraron los vigilantes de cada colonia, que se encargaron de evitar cualquier intento de exploración del exterior, velar por la supervivencia de…
– Ya sé lo que hacen los vigilantes -cortó-, pero no han impedido que los gemineanos campen a sus anchas por Armantia sin dejar vida a su paso.
– Y ahí entraría la RH -añadió con un tono más grave.
– ¿La Red de la Humanidad? ¿Tiene acceso a este mundo? Dios mío…
– Eso me temo. Con este universo están empezando a asomar la patita al caos. Qué mejor que empezar por el lugar que alberga a sus opositores…
– No lo entiendo… ¿Por qué tienen que hacerlo a través de los habitantes locales, usando por ejemplo a los gemineanos? ¿No pueden venir aquí en masa como han hecho en nuestros mundos?
Miguel puso cara de circunstancia.
– Esa es la parte más delicada de todo el tema, y lo que te deberían explicar los Boris.
– Soy todo oídos -dijo ella como si no hubiera oído la última parte.
Miguel asintió haciendo una mueca, recordando su acuerdo y pensando en cómo decirlo. Le contó lo que ocurría con los viajes entre espectros diferentes de universo, la gente envejecía, él mismo era un poco más viejo. B1 y las Marlas que enviaron a Armantia no lo hicieron por alguna novedad en el proceso que B1 se llevó a la tumba.
– Es por eso que no se ha producido una invasión masiva desde el exterior -concluyó-, y es también por ello que los Boris tenían mucho interés en traeros aquí. Lamentablemente la RH parece que se ha hecho con tu compañera, y eso ha generado muchísima preocupación.
– ¿Por qué, qué teméis que haga?
Según le contó Miguel, el miedo no se trataba de lo que hiciera Marla, sino de lo que hicieran con ella.
– Si lo consiguieran… -continuó- si la RH replicara lo que os hace especial…
La frase quedó en el aire, pero Enea no necesitó mucho tiempo para terminarla.
– Se dedicarían a captar infinidad de Marlas para crear hordas de ellas que invadan Tierra B, y con ella a Armantia – concluyó-. Invadirán, interrogarán, ejecutarán. Debí convencerla de que viniera conmigo cuando tuve ocasión…
Le contó su encuentro con Marla antes de llegar a la estación, relato que dejó a Miguel meditabundo.
– ¿No te contó en qué trabajaba? -dijo al fin.
– Dio a entender que estaba tras los últimos sabotajes que habéis sufrido.
– Cierto, cierto. ¿Ya estás mejor?
– Empiezo a acostumbrarme… ¡Eh!
Cayó lenta y suavemente al suelo, como si en el agua expulsara el aire de sus pulmones.
– Están reactivando los rotadores, ahora quédate sentada hasta que volvamos a una ge, será un par de minutos. Es gradual, por seguridad.
Ella asintió, aspirando profundamente. La sensación de volver a notar el peso de sus entrañas era bastante desagradable, y tuvo la estresante impresión de que el aumento de gravedad no pararía y terminaría espachurrada en el suelo.
– Ya podemos incorporarnos.
Con piernas temblorosas, Enea se incorporó.
– No recordaba que pesara tanto.
– Suele pasar la primera vez -sonrió Miguel-, en fin, creo que ya he terminado mi trabajo. Ahora debes hablar con el consejo.
– Imagino quiénes lo forman…
– Piensa mal y acertarás. Procura no ponerte nerviosa, ya te puedes imaginar que no debes hablarles sobre todo lo que te he dicho de ellos o de lo que os hace especiales. Te he hablado de la RH, la estación, Tierra B y punto. Sígueme.
Volvieron a la sala abovedada donde desactivaron los rotadores, pero reinaba en aquel momento un silencio sepulcral; los Boris -contó nueve- estaban en ese momento sentados en fila frente a la entrada, apoyados en una mesa blanquecina fundida con el suelo que no recordaba haber visto allí. Entre ellos y los Boris existía otro recuadro- ventana en el suelo, mostrando una porción de Tierra B.
Miguel se retiró, y uno de los Boris alzó una mano.
– Acércate -dijo señalando al recuadro virtual que existía entre ellos.
Ella se aproximó lentamente hasta estar justo encima de la ventana, donde notó con vértigo el movimiento del planeta bajo sus pies.
El Boris que estaba en medio tomó la palabra.
– Primeramente queremos darte de nuevo la bienvenida. Tal vez la reacción de algunos de nosotros fue un poco brusca cuando llegaste, pero sin duda ya debes saber porqué estamos en alerta. Tu compañera anda tras nosotros, y tú eres su doble.
– B14 ya debe haberos contado que no somos tan…
El orador alzaba la mano asintiendo.
– Lo sabemos, lo sabemos. No te estamos acusando de nada, ya no. En estos momentos tal vez te estés preguntando ¿y ahora qué? Aceptaste entrar en esta organización y aun no sabes cual va a ser tu papel en ella.
– No muy distinto del que tenía en Alix, supongo.
– Así es. Te seré franco, en esta estación ya tenemos bastante trabajo destruyendo cada sonda automática que envía la RH a este universo. Pero ahora mismo la acción se está desarrollando ahí abajo, y apenas tenemos gente preparada para esos menesteres. Viajar de vuelta a nuestro universo original para captar personal se ha convertido en un lujo demasiado caro…
Enea supo leer entre líneas.
– Pero que quieras volver a Armantia facilita las cosas – continuó el que estaba a la derecha del todo-; es nuestra única parcela en este planeta, y queremos salvarla.
– ¿Me destinaréis allí? -dijo visiblemente más animada. Las expresiones que siguieron a su pregunta acabaron con sus esperanzas.
– Lo estarás -volvió a tomar la palabra el del centro- pero las actuales circunstancias nos exigen fijar nuestra vista en Gemini. Sí, la colonia de los invasores. Hemos evitado intervenir hasta ahora, pues se trata de una humanización diferente a la nuestra, y si seguimos el plan original de los precursores, no deberíamos mezclarnos.
– Evidentemente -dijo el que estaba al extremo izquierdo-, ese aseptismo fue dinamitado con la invasión de Armantia por los gemineanos. Nos consta que la RH está detrás; infiltraron a alguien allí y les azuzó para la invasión.
– Lo que queremos -continuó el de en medio- es que reviertas el efecto. Anular al contacto de la RH y borrar del mapa las pretensiones de invasión antes de que sea demasiado tarde.
– ¿Cómo esperan que yo sola haga todo eso?
– Como mismo lo hizo el contacto la RH, una vez allí ya averiguarás la manera. Eres una agente de campo y ya en Armantia tu compañera dejó huella en ese sentido.
Vosotros no estuvisteis allí.
– De todos modos -continuó-, no estarás sola. El señor Hamilton te acompañará. Haréis buena pareja. ¿Alguna pregunta?
– Creo que no -dijo ella con poco entusiasmo.
– De acuerdo, saldréis en cuatro horas, no se hable más. ¡Hamilton!
Miguel volvió a aparecer en la entrada.
– Iros preparando.
Cuando salieron de la sala los Boris se susurraron entre ellos con escasa discreción.
– ¿Qué tal fue? -dijo Miguel mientras caminaban.
– No hablamos gran cosa. Dime, ¿en qué descenderemos sobre Gemini?
– ¿Descender? ¿Quién hablo de descender?
– ¿Tenéis aquí vuestra propia sala de tránsito? -dijo Enea asombrada.
– ¿Como lo que teníais en Alix? No, usamos una unidad, tenemos varias. Por aquí…
Llegaron a otra sala idéntica a las demás, vacía salvo por varios asientos. A Enea se le hacía imposible recordar caminos en aquel entorno.
– Toma asiento -dijo Miguel-, aquí esperaremos a que traigan la unidad, ahora deben estar programando las coordenadas.
Durante ese tiempo se limitó a hablar sobre trivialidades de la estación, su relato de cómo llegó, la vida que allí llevaba… Finalmente llegó uno de los Boris portando un cubo metálico.
– Esto ya está listo, señores -dijo al entrar.
– ¿Dónde nos va a dejar? -dijeron casi al unísono Miguel y Enea, levantándose al verle.
– En una zona aparentemente despejada, a varios kilómetros de lo que parece un núcleo urbano, según las fotos aéreas. Pero vayamos al grano, la unidad no es difícil de usar…
– Espera, espera… -dijo Enea gesticulando con las manos- ¿Aparentemente? ¿Según? ¿Nos van a soltar a la buenaventura, sin más? ¿Sin información, sin atuendos, sin referencias, sin nada de nada?
Boris se la quedó mirando con una espesa ceja alzada.
– Señorita -dijo en un tono que la envaró-, esto no es Alix, supongo que se ha dado cuenta. Así que lamento que no disponga de su monitor de época. Os estamos ofreciendo lo más seguro que tenemos por ahora, y si no le gusta, no haberse ofrecido.
– ¡¿No haberme ofrecido?! Esto es… encima que… – balbuceó Enea indignada comenzando a alterarse. Miguel interrumpió para que no fuera a más.
– ¿Podremos comunicarnos de algún modo con la estación?
– No -dijo Boris de forma tajante-, por seguridad preferimos no saber nada de ustedes.
– Claro, ni siquiera hay confianza entre ellos mismos, como para confiar nosotros en ellos… -dijo Enea dando vueltas por la sala con las manos en la cintura.
– ¿Volveremos con la propia unidad? -interrumpió Miguel, intentando callarla también con la mirada.
– No. Está programada para un sólo uso. Una vez allí se autodestruirá. No es seguro que portéis un objeto de estas características, y menos si hay gente de la RH en Gemini, tendrían un atajo directo a la estación. De vuestro regreso ya nos ocuparemos nosotros en cuanto percibamos cambios favorables en la situación, presumiblemente producidos por vuestras acciones.
– O lo que es lo mismo -continuó ella sarcástica-, haced bien el trabajo o ahí os pudráis.
– Lo único que os podemos dar -dijo Boris ignorándola- es una tableta de nutrientes deshidratados. Guardadlas en los bolsillos -continuó dándoselas-. Nada más tengo que deciros, sólo un breve recordatorio. Haced volver a Armantia las tropas gemineanas y quitadles de la cabeza la invasión. Nos da igual lo que hagáis y cómo lo hagáis, Gemini no es asunto nuestro. Aquí tenéis la unidad, tocadla ambos y luego presionad la parte inferior. Tiradla en cuanto lleguéis allí, ella misma se destruirá.
Le dejó el cubo metálico a Miguel, para luego alejarse hasta situarse en la entrada a la sala.
– Podéis proceder.
Enea tocó la parte superior del cubo, y con el pulgar presionó la inferior, acordando con Miguel el instante usando la mirada.
Sólo Boris oyó la implosión.
Un silencio inquietante fue lo único que les recibió allí, aparte de una pequeña extensión árida que reflejaba débilmente la azulada luz de una Luna ya menguante.
– Qué silencio -dijo Miguel, para luego murmurar de asombro al ver el gran arco azulado en el cielo que se comía las estrellas.
– En aquella dirección -dijo Enea centrándose en el asunto que se traían entre manos. Caminaron sin decir palabra unos minutos, hasta apreciar a lo lejos la ciudad esperada.
Centrándose en las diferencias con lo que recordaba de los distintos lugares de Armantia en los que estuvo, no descubrió gran cosa a simple vista, salvo mucha más piedra que madera, y estilos más orientales.
– Espero que el sonido de nuestra llegada no haya alertado a nadie -dijo su compañero.
Continuaron en dirección a la ciudad. Fueron sigilosos, pero Enea no pudo evitar preguntarle si sabía algo más que ella sobre aquella Luna.
– Yo no -respondió mirando hacia el cielo-, aunque ellos sí. Siempre procuran no hablar del tema, pero por la forma en que lo evaden, estoy seguro de que hay algo allí. Planean varias cosas que no me han contado, el otro día me pareció oírles hablar sobre cepas de algo. Y sobre todo un secreto que guardan con celo, de nombre en clave Ishtar, como el dios gemineano, que usan en términos de contacto y negociación. Sospecho que se trata de una organización o algo así, pero no sueltan prenda…
Enea tuvo la impresión de que a Miguel no saber lo que tramaban los Boris le irritaba de un modo especial, en particular lo de Ishtar , como si tuviera su propia cruzada personal al respecto. Estaba segura de que él también ocultaba algo…
– ¡Quién anda ahí! -oyeron ambos entre la espesura.
– Viene de allí -dijo Miguel en voz baja señalando a lo lejos.
Enea miró en esa dirección, sin ver nada.
– No veo…
– Lo siento, chica.
Recibió un violento golpe en la mejilla desde la dirección en la que estaba su compañero. Tuvo la sensación de caer al suelo a cámara lenta, llegando a discernir a Miguel perdiéndose rápidamente en la penumbra antes de que la negrura lo llenara todo.
13. En alta mar
A Boris le brillaban los ojos cuando gritaba que subieran tal o cual vela, gesticulaba frustrado mientras les hablaba de términos navales que no conocían como si debieran, y nadie se quejó por orgullo… su actitud era otra, pero en ocasiones, cuando creía que nadie le veía, Olaf percibió en sus facciones una leve sonrisa, casi infantil, como si desde niño siempre hubiera querido hacer aquello.
Ellos no estaban tan alegres, pues un suelo tan poco firme no estaba entre sus experiencias; cada vaivén del buque era un completo martirio. Los cuatro hervineses que le acompañaron lo llevaron mucho peor que Olaf el primer día. Cuando se aproximaba el ocaso, este se revolvió en la litera y llegó a la conclusión de que lo que necesitaba era aire fresco. Le preguntó a sus compañeros, pero los gemidos de estos le dieron a entender que preferían seguir en cama.
Torpe y mareado fue recibido únicamente por la salada brisa marina y el leve retumbar de la quilla de la nave chocando contra las olas. En un extremo encontró a Boris, quien parecía petrificado, con ambas manos sobre el timón sin apenas moverlo y mirando con ojos entrecerrados en dirección al cada vez más anaranjado horizonte.
Decidió no decir nada cuando se colocó a su lado a mirar en la misma dirección, pues B14 aparentaba estar en alguna clase de ensueño y no quería perturbarle. De hecho, no reparó en el general hasta pasados unos minutos.
– ¿No duermes? -dijo sin soltar el timón.
– Necesitaba tomar el aire.
Boris sonrió, volviendo a dirigir su mirada al horizonte.
– No estáis acostumbrados a esto.
– Nunca navegué. Y en Armantia… sólo tuvimos pequeñas balsas para pescar, y siempre cerca de la orilla.
– Vamos… ¿Me vas a decir que nunca os picó la curiosidad?
Olaf se encogió de hombros.
– Un par de expediciones llegaron a salir, con bastante polémica política por cierto, pero nunca volvieron. Por lo demás, los vigilantes siempre lo impidieron. Fue su deber que no descubriéramos otras tierras.
– ¿Los conoces? A los vigilantes.
– Mi padre fue uno.
Nuevamente Boris centró su mirada en el mar, para luego volverse hacia el general sin perder la sonrisa.
– Y sin embargo su hijo dirige ahora una expedición a una colonia vecina.
Esta vez Olaf le imitó.
– Tengo las ideas más claras.
Lo dijo con una seguridad que ni Boris cuestionó; se notaba que el clima de enemistad que solía flotar entre ellos terminaba de diluirse. Comenzaban a tratarse como iguales.
– Olaf… hay algo que deberías saber de tu Marla… por si nos la encontráramos en Gemini.
– ¿Qué?
– Puede que ya no sea la que conociste. Oh, bueno, es la misma -quiso aclarar riendo nerviosamente, al considerar el asunto de los dobles-, pero no creo que esté en el mismo bando que tú.
Para sorpresa del anciano, Olaf cogió aire para responder, pero se limitó a mirar también el horizonte, sumido en sus pensamientos.
– Tal vez tampoco se encuentre con el mismo Olaf que conoció -replicó al cabo de varios minutos, cuando Boris ya perdió el hilo. Pero esa respuesta recuperó poderosamente su atención.
– ¿Crees que empieza a hacer efecto?
Olaf dudó.
– O simplemente he tenido tiempo para pensar. No lo sé.
Estuvieron otro rato en silencio. El Sol ya era invisible, y las primeras estrellas luchaban con el arco azul que partía el cielo en su particular batalla por el firmamento.
– Es una canallada -dijo Boris.
– ¿El qué?
– Esto -dijo moviendo la cabeza señalando al mar-. Que os lo quitaran. El mar, la exploración… la curiosidad.
– A ella le encantaba el mar. Le encanta, quiero decir. Nos quitasteis muchas cosas -añadió con tono de reproche.
– Te refieres a los vigilantes, no a los Boris -replicó riendo-. Aunque supongo que ellos también tienen su parte de culpa.
– Hablas de ellos en tercera persona -observó Olaf.
Boris le miró asintiendo.
– No creas que somos todos una secta de clones que trata de hacerse con el control del universo, o tal vez debería decir del multiverso. Al contrario de lo que puedas pensar no somos todos iguales. Incluso los que lo somos actuamos de forma diferente según las circunstancias. Me llevé un Nobel ¿Sabes? El tipo más joven que se llevó uno jamás; yo fui un prometedor físico del departamento de investigación cuántica de Alix. Lo iban a llamar Alix A pero me raptaron antes de que el nombre se hiciera efectivo.
– ¿Te raptaron? ¿Quienes?
Boris le miró con una mueca divertida, y Olaf se echó a reír. ¿Quiénes iban a ser?
– Esta es la situación, me comentaron. Desde tu mismo punto de partida, todos nosotros creamos una tecnología para Alix que derivaría en un caos de poder sin control y que pasaría por manos de cualquiera. Por tanto, tu eres tan cabronazo como nosotros aunque técnicamente aún no lo seas, así que nos ayudarás a arreglar en lo posible parte del estropicio. Así nos captaban. Y yo me lo creí.
– ¿Acaso no era cierto?
Boris negó con la cabeza, resoplando.
– No es tan sencillo, jovencito; subsiste el hecho de que aún no hice nada. No me vale que, dado que soy al fin y al cabo otro Boris fuera a repetir todo aquello que decían. Aún tenía un margen de cambio entre el momento en que me captaron y las perrerías que dijeron que haré para Alix, todavía podía separarme de esa vía. En aquel momento estaba demasiado abrumado y no lo consideré, pero luego lo vi.
– ¿El qué? ¿Que no eres igual que ellos?
– ¡No lo sé! Tal vez sí que lo soy, pero bastó aquel reclutamiento forzado para separarme cada vez más de ellos. Rechacé su infame grupo, y trabajé más por mi cuenta. Por eso estoy yo aquí, y por eso hablo en tercera persona de ellos.
Olaf quiso deshacerse de una duda que llevaba tiempo carcomiéndole, ahora que tenían más confianza.
– Cuando entramos en el barco y encontraste los mapas de Gemini maldeciste y dijiste que alguien te traicionó.
Boris suspiró largamente, como si le resultara un desafío explicarle a él aquello. Al parecer, en la Oberón los Boris estaban sobradamente enterados de la invasión de Armantia desde Gemini. Descubrieron Diploma al poder tomar imágenes desde la órbita, delatando el lugar uno de los filtros. Sus compañeros querían saber más sobre los precursores, y Catorce pensó que en ellos podría residir la calve para resolver el conflicto Armantia-Gemini, pues conocía la leyenda armantina sobre el tema.
Así, con el beneplácito de los demás, captó a alguien de un universo de su mismo espectro para enviarlo a Armantia, a ayudar. Se trataba de Miguel Hamilton, pero no el mismo que Olaf conoció junto a Marla. Su comportamiento era demasiado confiado, y en algún momento tuvo la impresión de que estaba esterándole, por lo que Catorce temió que la RH se hubiera adelantado, convirtiendo a Miguel en agente doble. Aquello motivó que clandestinamente se metiera en otro universo del mismo espectro y captara al Miguel Hamilton que Olaf vio morir. Sacrificó varios años más de su vida para otorgar a Marla la situación de Diploma, pues si B1 confió en su juicio, él también.
Gracias a Olaf, supo que Miguel llegó, pero moribundo. Por ello, y de forma nuevamente encubierta, intentó llevarse a la prometida del general para evitar que la RH la raptara con el soplo del primer Miguel, ya con ellos en la Oberón, sobre su situación exacta. En el proceso envejeció más si cabía. Pero se llevó por error a la otra Marla -Enea-, lo que fue igualmente un acierto. Lamentablemente, y seguramente por lo que la propia Enea le contó, el Miguel que le inspiró dudas resultó ser el infiltrado que parecía, y le contó a los demás Boris todo lo que hizo a sus espaldas, y estos le desterraron allí.
– Pero ahora soy libre, pardiez -continuó-, y aunque en su momento pudiera ser como ellos sé que ya no lo soy ni lo quiero ser. Tengo muy claro lo que quiero hacer en lo que me queda de vejez. Por eso -dijo en un tono particular que rememoraba una conversación anterior-, es por lo que os estoy ayudando.
Olaf asintió en silencio. El frío húmedo empezaba a calarle hondo, por lo que decidió volver. Se lo dijo a Boris, que murmuró una despedida mientras el imán marino atrajo de nuevo su mirada. Con muchas cosas en la cabeza volvió al camarote de la tripulación, que encontró vacío. Extrañado, regresó a la cubierta, y en busca de sus compañeros hervineses se dirigió al extremo del navío opuesto al que estaba Boris. Antes de llegar oyó un débil chapoteo ahogado por el sonido del mar.
Vio a uno de ellos en la esquina, asomando la cabeza por la borda, mirando hacia abajo.
– ¿También lo has oído? -dijo Olaf en voz alta.
El hervinés se volvió, con un cuchillo ensangrentado en su mano derecha y una mirada, no obstante, serena.
– ¡Tú! Aún estas a tiempo, Olaf -dijo.
¡Los ha tirado al mar! ¡A los tres!
– ¿De qué hablas? -dijo Olaf con sus sentidos en alerta y echando de menos el tacto de su espada de acero dulicense.
– Sigues a tiempo de hacer volver este navío y honrar a tu padre. No nos podemos mezclar con extranjeros bajo ningún concepto, y lo sabes.
¡Un vigilante! ¡Aún quedan!
Entonces recordó… se trataba del soldado que insistió a Keith quedarse a bordo antes de partir.
– Es inevitable, ya han venido otros a Armantia -replicó para ganar tiempo.
El hervinés negó con la cabeza.
– Esos ya se fueron, nuestra gente es la que nos debe preocupar. No me obligues a usar la fuerza, tienes las de perder… -dijo señalando su cuchillo y el hombro herido de Olaf.
Este simplemente se le quedó mirando, sin mover un músculo.
– ¿Y qué harás tú si nos matas? -replicó lentamente con tono neutro, pendiente de la reacción del otro.
– Dado que no sé llevar este barco, intentaré provocar su hundimiento. Sea conmigo dentro.
– Entonces tenemos un problema, porque no pienso…
– ¡Quieto!
El grito se produjo detrás de Olaf. Era Boris, quien portaba uno de los rifles de los invasores, con el que apuntó al hervinés.
– ¡Tira el cuchillo al agua!
Este se quedó paralizado. Sin duda conoció en la invasión el poder destructor del arma enemiga. Les miró a ambos, aún con el cuchillo en la mano, indeciso.
– Habéis firmado la sentencia de muerte de Armantia, y tal vez de todos los lugares más allá de estas aguas. Los planes que se guardan para nuestro pueblo desde la Historia Oscura ceden ahora al caos que vais a provocar. Yo, como vigilante, no formaré parte de él. Mi final va a ser más digno que el tuyo, Olaf Bersi. Mi padre sí estaría orgulloso de mí.
Finalmente y cuchillo en mano, se asomó a la baranda y pasó ambas piernas hasta quedarse en la parte exterior de la misma. Boris y Olaf sabían ya lo que pensaba hacer. El hervinés contempló el océano con el horror tomando poco a poco su rostro bañado por la leve luz azul que llovía del cielo; la alta mar era aún más terrorífica de noche para quien se adentra por primera vez. Fría. Inmensa. Oscura…
Temblando, cerró los ojos y se soltó. El chapoteo quedó nuevamente ahogado por el sonido del océano.
– ¿Pero qué carajo ha pasado? -preguntó Boris estupefacto, bajando el arma.
Olaf le explicó lo ocurrido.
– ¿A los tres? Mierda… espero que no te duela mucho el hombro, porque te necesitaré a pleno rendimiento mañana.
– Cuánta sensibilidad… ¿Llegamos mañana?
– A lo largo de la primera mitad del día, si mis cálculos son correctos.
Pero Olaf se quedó mirando el mar.
– Debe ser terrible morir ahogado en medio de la nada, donde sólo hay agua.
– No es agradable, no -respondió Boris distraído con los ojos en la dirección en la que estaría el hervinés en aquellos momentos-, aunque por lo que me cuentas los otros ya estaban muertos.
– Boris, hay…
– No -interrumpió el viejo volviéndose y alzando el dedo índice-, no, nada de Boris. Jamás vuelvas a llamarme así. Ni Boris, ni Boris de Alix, ni puñetas, renuncio a todo eso.
– ¿Entonces cómo te llamo?
– Acepto sugerencias -replicó mirando de nuevo al mar. Olaf sonrió.
– Catorce.
– ¿Catorce? -repitió mirándole con los ojos desorbitados, para luego sacudir la cabeza negativamente, alzando una mano- está bien, está bien. Catorce, sea así. Soy Catorce. Bien, ¿me decías?
– Nada… nada, me vuelvo a dormir.
Confundido y con un incipiente dolor de cabeza, Olaf volvió a su camarote, preguntándose por qué no sentía nada por aquellos hombres, por qué habló con el vigilante con aquella despreocupación cuando su vida corría peligro. De dónde salía aquel doloroso aplomo. ¿Acaso no tenía que perder?
14. La mediadora
Oscuridad. Dolor. ¿Agua? Enea oía de vez en cuando un molesto chapoteo. Ese sonido era lo único que le impedía volver a la inconsciencia, y no tuvo más remedio esforzarse por volver en sí. Notaba sabor a sangre, la mandíbula dolorida y un terrible dolor de cabeza. Atada, estaba atada y sentada. Escupió, sin abrir aún los ojos.
– La prisionera vuelve en sí, ve avisando al arbitrador -dijo una voz grave.
La frase accionó mil y un mecanismos en su mente, forzándola a entrar en situación. Multiverso, Armantia, Gemini, Miguel, traición. Elevó los párpados como si colgaran de ellos sendos yunques; de algún sitio llegaba la luz diurna. Un hombre de mediana edad, vestido de la misma manera que los invasores y con abundantes patillas se apostaba a su lado. Descubrió que la luz provenía de una ventana con cristaleras azules, culpable de sus ojos entrecerrados; esta iluminaba una pequeña sala con un completo amueblado de mármol, dotado de estructuras rectilíneas y predominando un singular naranja oscuro.
– Creo que lamentarás haber despertado -añadió en tono despreocupado, mirándola, apoyado en su rifle.
– Qué… ¿Qué van a hacer conmigo?
El hombre abrió mucho los ojos, como si no creyera lo que acababa de oír. Acto seguido golpeó su otra mejilla con la culata de su arma, dando ella un pequeño grito por la sorpresa. Comprendió que sería mejor permanecer callada.
Volvió a escupir, evaluando sus posibilidades. Su silla era ligera, y una pata se movía. Sí, un giro adecuado y…
– Eh, tú… -le dijo al guardia.
Este la miró con furia, alzando el arma para golpearla de nuevo.
Ni hablar.
Se alzó levemente con la silla, y volviéndose con fuerza sobre sí misma, golpeó las piernas del guardia, que cayó al suelo gritando de dolor, con ambas manos en su rodilla. Con cuantas fuerzas pudo, repitió el movimiento en sentido contrario, estrellando la silla en la pared y haciéndola pedazos.
Torpemente le quitó al guardia su rifle, apuntándole, sintiendo el calor de la circulación descender nuevamente por sus brazos.
– Ni se te ocurra volver a gritar o moverte.
– ¿Qué ha sido eso? -dijo una mujer entrando. Debía andar sobre los cincuenta. Alta y delgada, pelo castaño a la altura de los hombros, facciones orientales. Se estaba colocando una túnica sobre su traje.
– La prisionera me ha hablado -dijo el hombre con desprecio-, se ha atrevido a violar el protocolo.
– Lógico Shad, no lo conoce -la extraña alzó levemente una mano tranquilizadora-. Abstente de hacer tonterías ahora que aún no has sido sentenciada ante el arbitrador…
– No te acerques.
Pero la mujer se aproximó muy lentamente, sin ninguna hostilidad.
– Soy Lilith -dijo con calma-, tu mediadora con el arbitrador… ¿Y esa ropa?
Enea continuaba con su hidrocamisón turquesa de enredaderas, ahora sucio y arrugado.
– No sigas o disparo. Mírame a los ojos, sabes que puedo hacerlo, no te hagas la negociadora conmigo…
– Eh, no voy a hacerte daño. Escucha, será mejor para todos que…
Ahí Lilith miró tras Enea de forma sospechosa. Temiendo que la sorprendieran por detrás, se volvió fugazmente. Fue suficiente. Un puntapié le levantó el arma de las manos, y cuando volvió la mirada de nuevo, el rifle ya le estaba apuntando a la nariz.
¡Qué rapidez!
Retrocedió lentamente dos pasos, alzando las manos y bajando la cabeza.
– Vaya con la armantina -dijo finalmente Lilith asombrada-. Shad, toma el arma, y ata sus manos de nuevo. Nos encontraremos con el arbitrador en breve.
– Como diga la mediadora -dijo este incorporándose con dificultad.
Para no recibir más golpes, Enea puso sus manos tras la cintura, sin decir nada. Shad las ató fuertemente, colocándole además una capucha negra que le impedía ver.
– Gracias Shad -oyó decir a Lilith-, creo que ya puedo encargarme yo.
– Pero ella podría…
– Gracias, Shad.
– Como diga la mediadora.
Sintió desasirse la mano de Shad de su brazo. Otra, por el contrario -supuso que la de Lilith-, se posó en su hombro.
– Vamos -dijo efectivamente Lilith.
Guiada por la presión de la mano su mano, Enea anduvo en un incómodo silencio que duró un par de eternos minutos, momento en que se detuvieron.
– ¿Vas a decirme ahora de dónde has sacado esa ropa, armantina? -dijo Lilith en voz más baja-.
– ¿Y vosotros… -resistió el impulso de volver a escupir- a llevarme a un juicio?
– Hmm… el arbitrador se encargará de aplicar nuestra ley según tus acciones. En esencia eso es.
– ¿Y qué va a ser de mí?
– Te ejecutaran como a todos los extranjeros que clandestinamente entran en Gemini -dijo en un tono nuevamente despreocupado.
– ¿Entonces de qué me sirve contarte la procedencia de esta ropa?
La mano firme de Lilith la volvió a impulsar adelante con brusquedad, síntoma de que no le sentó bien su respuesta.
Me van a matar, pensó Enea horrorizada mientras caminaba a ciegas. Me van a matar…
Cuando los pasos sonaron con eco, Lilith retiró su capucha, y el pasmo de Enea hizo que el aire abandonara sus pulmones.
Se encontraba en una sala monumental cubierta de brillantísima madera, y abarrotada de gente en absoluto silencio. A su mente acudió algún antiguo salón de ópera, abovedado. En el otro extremo se erguía una hilera de personas que vestían túnicas moradas, con un hombre de avanzada edad y traje negro en el centro sobre un nimio taburete en actitud de espera.
– La armantina está aquí -dijo Lilith en voz alta, resonando en toda la sala.
El anciano de túnica oscura le hizo un gesto para que se aproximara, y Lilith la llevó del brazo hasta un taburete que se encontraba justo frente a él, de forma que podía ver a ambos, el tipo y el público. La que hasta entonces fue su guía se sentó a su derecha.
– Mirarás siempre a los ojos del arbitrador mientras dure el acto -le dijo su compañera, la mediadora, con tono solemne señalando al tipo de la túnica oscura. Enea obedeció, y cuando miró al anciano se encontró con unos grandes ojos de mirada aviesa que la escrutaban.
Dios mío, pensó, un polígrafo de carne y hueso.
– Gemini quiere saber -comenzó Lilith- cómo has llegado hasta aquí.
– En una de vuestras embarcaciones -respondió Enea aguantando la tentación de mirar a su interrogadora.
– Gemini quiere conocer el propósito de tu llegada.
– Detener las hostilidades de Gemini con Armantia, aparte de destapar al menos a un par de miembros de La Red de la Humanidad que están infiltrados entre vosotros y que originaron la invasión.
La fila de personas con túnicas moradas se puso a cuchichear. Quería ver la cara de Lilith, pues ella le preguntó sobre su ropa, y tuvo la vaga esperanza de que conociera parte del asunto, o le sonara la RH. De que no fuera una gemineana más.
Era lo único que le quedaba, pero aún tenía miedo de desviar la mirada del arbitrador.
– Gemini quiere saber si tienes pruebas de tales afirmaciones.
La mirada del arbitrador era tan penetrante que casi anulaba el deseo de parpadear.
– Un individuo llamado Miguel Hamilton me dejó inconsciente para deshacerse de mí. Ignoro si corrió la misma suerte.
Uno de los morados se dirigió en dirección a Lilith, y, por el sonido, supuso que le estaba susurrando algo al oído. Esta volvió a tomar la palabra.
– Gemini no tiene constancia de ello. Gemini tampoco ha recibido nada que sustente tus afirmaciones. Así pues, Gemini te ejecutará al alba, aplicando su ley. ¿Algo más que decir?
Ya está, no tengo nada que perder, pensó consiguiendo el valor necesario. Volvió su cabeza hacia Lilith, mirándola directamente a los ojos.
– Gemini no conoce el multiverso -dijo en un tono que recogía varios registros; rabia, desesperación, súplica…
El público se perturbó visiblemente, y el arbitrador enfureció.
– ¡Cómo te atreves a mirar al mediador sucia extranjera! – gritó.
Pero ella se quedó permanentemente con la mirada fija en Lilith, quien miraba atónita a Enea y al arbitrador.
– ¡Encerradla! -gritó el anciano-, tendrá en qué pensar mientras espera su hora.
Oyó un torrente de pasos mientras continuaba mirando a la mediadora. Así permaneció incluso cuando los tipos de túnica morada la intentaban despegar a golpes de su taburete al que se agarró con las piernas fuertemente, mientras su mirada continuaba taladrando a una horrorizada Lilith.
Uno de los golpes la tiró al suelo. Entre varios la sujetaron por los brazos, y la fueron arrastrando a lo largo de la sala para sacarla de allí. Entonces Enea tuvo un acceso de pánico, y empezó a gritar. En respuesta la volvieron a golpear, en las costillas. Intentó zafarse con más violencia, y la respuesta no fue menos dura.
Para cuando llegó a su celda recibió una paliza. La dejaron tirada en el suelo, y el calabozo, que era de piedra y cuya única salida era la pesada puerta de metal de movimiento lateral por la que entró, poseía una única abertura para el aire por la que llegaba algo de luz parpadeante y amarillenta. Estaba totalmente vacía.
Debido a los dolores que sentía por todo el cuerpo se enroscó en posición fetal. Desde que los Boris la sacaron de Armantia actuó con una cierta indiferencia hacia su propio destino e incluso en la sala no pensó demasiado en la confirmación de su ejecución. Pero aquello era demasiado, y todas sus barreras psicológicas se derrumbaron como un castillo de naipes.
Sus ojos se llenaron de lágrimas pese a apenas pudo sollozar debido a los pinchazos que sentía en las costillas al contraer el abdomen, a lo que no ayudaba que rodara sobre un infame suelo empedrado que hundía sus machacados omóplatos. Las sensaciones de desolación y miseria vaciaron de su cabeza cualquier esperanza, cualquier atisbo de actitud racional al que poder aferrarse. Volvió a escupir sangre y dejó posar su cabeza al fin en el suelo, intentando no pensar en nada.
No calculó el tiempo que estuvo en esa situación hasta que la puerta se volvió a abrir. Tal vez horas. Entre dolores y quejidos, se arrinconó instintivamente en la pared, sentada. La visión de un hombre de túnica morada y capucha echada entrando y cerrando la puerta, hizo que se cubriera rápidamente la cabeza, temblando.
– No he venido a pegarte -dijo una voz que reconoció al instante-. Si hubieras obedecido y te hubieras quedado mirando al arbitrador nada de esto te habría pasado. Oh, hablando de fallos, aquí nadie me conoce como Miguel Hamilton, como supondrás.
Ella le miró con incredulidad.
– ¿Me vas a ejecutar tú? -se limitó a decir.
– ¿Por qué, te gustaría? -dijo él pretendiendo ser conciliadoramente gracioso.
– Vete a la mierda, Miguel.
Este se apoyó en la pared del extremo opuesto al que estaba Enea, aún de pie.
– Para tu ejecución aún quedan varias horas. No, no he venido para eso. Pero he venido por eso. Como sabes vas a morir a manos de los gemineanos. En ese aspecto, he cumplido mi misión.
«No te preguntes cómo es posible o porqué lo hago. No estoy haciendo nada que no hiciera cuando estaba en el servicio secreto. Encontrar y ocuparme del asunto como proceda. Es una cuestión de bandos, chica. Mi otro yo hizo un trabajo parecido para los Boris… la línea es difusa. Si te sirve de consuelo, Marla, el grupo de los Boris no es mejor que la RH; esto no va de buenos y malos.
Más allá de eso sólo puedo decirte que, pese a que tú morirás, tu compañera vivirá. La RH ha desistido por algún motivo que ignoro de su intento de usar vuestra resistencia a los viajes multiespectro. No habrá ejércitos de vosotras arrasando este planeta.»
Hizo una pausa, mirándola en la débil penumbra anaranjada que se colaba por la abertura superior de la celda.
– Hace ya mucho rato qué se que voy a morir, hijo de puta. ¿Has venido a recordármelo? Tú estabas allí cuando me hicieron esto, te quedaste viéndolo todo…
– No debiste mirar a la mediadora -repitió Miguel sin prestar atención a su tono hostil-. Pero a lo que voy es a tu ejecución. Me han contado con suficiente detalle cómo será. Las tres horas de la justicia, la llaman. Eso debería hacerte saber porqué no voy a entrar en detalles.
«Mi misión se ha cumplido, Marla. Morirás aquí. Sin embargo nadie ha especificado cómo tienes que morir, así que esto lo hago extraoficialmente. Toma»
Le lanzó algo pequeño a sus pies. Ella miró con recelo un trozo de plástico, que recogió entre dolores: una pequeña pastilla blanca envasada.
Miró a Miguel, sin decir nada.
– Tú decides -dijo este-. Las tres horas de la justicia o una rápida muerte en plena inconsciencia.
El lento y molesto chirriar del portón metálico volvió a molestarla, hasta que se cerró nuevamente. Estaba sola.
Aún con la pastilla en la mano, se arrastró de vuelta a la esquina de la celda, y con los brazos sobre las rodillas, la contempló largamente.
Pensando. Reflexionando. Considerando.
15. Emerge la verdad
Durante la noche, el sueño de Olaf fue muy pesado. Tenía una martilleante sensación de estar pasando algo por alto. Deambularon por sus sueños gentes extrañas vestidas con ropas no menos exóticas, grandes formas metálicas suspendidas en la más profunda de las negruras, una voz que decía cosas cuyo significado ignoraba… y se terminó despertando con la aprensión del que ha oído cosas muy importantes y no las recuerda.
Mareado, no supo si por el barco, salió a cubierta, donde fue acogido por un Sol a medio amanecer. Divisó a Catorce en la otra punta, en su eterna contemplación del horizonte en el que ya se percibía tierra firme, por lo que se acercó – torpemente- hacia él.
– ¿Eso es…?
– ¡Eh!, ya te has levantado. Sí, la costa suroeste de Gemini, llegaremos esta misma tarde.
Olaf se dispuso a detallarle a Catorce sus sueños, pero se quedó mirando a Gemini, embobado. El lejano perfil de la isla hizo que un mecanismo invisible encajara innumerables piezas en su mente, y apenas notó un exceso de salivación, perdió el conocimiento. Muy poco después se descubrió a sí mismo sentado en la cubierta: Catorce le intentaba dar agua, pero Olaf se la apartó con la mano.
– Es todo recursivo -espetó.
Boris pestañeó muy deprisa, y se agachó para poder hablar más cómodamente con él.
– Repite eso -dijo casi ordenándolo.
El general se llevó una mano a la cabeza, y empezó a mirar a todos lados, confuso.
– No puede ser… todo es recursivo. Ahora… ¡ahora lo sé!
– ¿La inyec…?
– Sí, sí, ha hecho efecto. Y tanto que… oh… esto es increíble… Un ciclo…
Catorce lo agarró por los brazos.
– Intenta ordenar tu mente, di algo que se entienda… ¿Qué es recursivo?
– Todo…
– Recursivo… -repitió Catorce pensativo-, pero… no tiene sentido… ni tú deberías conocer ese concepto.
– Piénsalo… se produce un grave conflicto… -empezó a contar Olaf con los ojos apuntando más allá de su interlocutor- que se reproduce en muchos universos… la gente de esos universos se organiza y huye de ese conflicto… llegan hasta este mundo desde distintos lugares… eligen las colonias que correspondan a su pasado como Armantia o Gemini, y en ellas se encuentran con los restos humeantes de una incipiente civilización corrompida y en proceso de extinción, por lo que deciden hacer borrón y cuenta nueva… ¡la exterminan! A todo eso lo llamábamos la Historia Oscura… Inoculan la suya, esperando que sea la nueva esperanza para la… su humanidad y huyen nuevamente para nunca volver.
– Pasan los siglos -continuó Catorce viendo a dónde quería ir a parar-, esas neocolonias se marchitan o se mezclan destruyéndose entre ellas, como las guerras que hubieron en Armantia, y quedando al final en el mismo estado en que encontraron a las anteriores. Hasta que nuevamente surge un conflicto en otro espectro del multiverso, la aparición de la RH en este caso. Quienes huyen de él, como los Boris, se encuentran con que Armantia, su colonia correspondiente, no tiene mucho futuro, decidiendo como los anteriores que…
– Borrón y cuenta nueva -dijo Olaf enfocándole.
– Dios mío… ¿Pero quién eres?
Olaf le miró confuso, parpadeando fugazmente antes de responder.
– Soy yo… sí, sigo siendo yo. Olaf Bersi, sí… es sólo que ahora tengo… más de una conciencia, más recuerdos. Sé muchas cosas que antes desconocía, y que le dan un nuevo sentido a tanto de lo que Marla y tú me habéis contado…
Volvió a mirar a Gemini con decisión.
– Voy a romper el ciclo, Catorce. Mi Armantia durará más de cuatrocientos años. ¿Me ayudarás?
Catorce le observó unos instantes, valorando la nueva situación.
– Cuenta conmigo.
16. Ángeles corruptos
Enea decidió esperar hasta el último momento. Cuando volvió a oír el portón, supo que ya no sería Miguel, y se dispuso a sacar la pastilla de su envase. Era otra persona con túnica la que entró, y que cerrando lentamente, se retiró la capucha: Lilith. Fue suficiente para que Enea, con la pastilla ya en su mano, se detuviera. El gesto no pasó desapercibido para la mediadora.
– Conmigo eso no será necesario.
Suficiente, pensó. Si sabe lo que tengo en la mano tiene que saber muchas otras cosas.
Su visitante se apoyó en la pared, contemplándola unos instantes de brazos cruzados, como si la interrogara con la mirada.
– Antes de nada, quiero decirte que lamento lo que pasó anoche. Son las reglas, y tú no respetaste las pocas que te explicaron.
Enea no reaccionó, y Lilith la miró con mayor intensidad.
– ¿Es cierto lo que dijiste… ya sabes, sobre lo que viniste a hacer aquí?
– Sí.
Lilith asintió en silencio.
– Y Miguel es… -quiso añadir Enea.
– Sabemos quién es Miguel Hamilton y por quién se hace pasar. Le tenemos vigilado. Hablaste de la Red de la Humanidad, tú vienes de la Oberón ¿verdad?
– Sí, pero no pertenezco a ella, yo…
Enea pudo contarle a Lilith toda su historia desde que trabajó para Alix. Su visitante escuchó en silencio, y dio muestras de creerla.
– ¿Me mataréis? -concluyó Enea en cuanto atisbó un mayor acercamiento con Lilith.
– No… de momento -replicó esta suspirando-. Chica, si lo que dices es cierto, no puedo sino compadecerme de ti. Esta guerra va en bandas paralelas; no tienes idea del lío en el que estás metida.
– ¿Qué?
– Soy Lilith Arach-Samna, y he venido desde la estación Simanu. Así es, cada colonia tiene a sus papaítos ahí arriba, sus… ángeles. Vosotros huís de vuestra Red de la Humanidad, nosotros de la Alianza Tsung. Todos tenemos a nuestro fantasma, lo que nos debería convertir en víctimas de la misma causa y todo eso. Pero lamentablemente, incluso en esas circunstancias, quienes vienen aquí a conservar su modelo de civilización hacen ya planes prematuros de expansión, invadiendo otras colonias.
– No estoy segura de seguirte.
Lilith sonrió con pesar.
– A eso venimos, ¿recuerdas? Aquí en cada colonia se conserva, o tal vez debería decir defiende, un desarrollo distinto de una civilización dominante. Pero, ¿y el futuro? Las demás colonias también pueden ser una amenaza. Nadie lo dice, pero todos lo piensan. Así que… los que nos ocupamos de Gemini sabemos perfectamente que infiltrados de la RH han provocado que nuestra colonia invada Armantia. Y además lo permitimos, aunque no lo admitamos cuando lo hablamos con los de la Oberón. Porque creímos, a raíz de sus últimos conflictos, que Armantia sería una amenaza para Gemini y que por tanto si queríamos prosperar debíamos controlarla, asimilarla. Invadirla. Y si la iniciativa la toma la RH, quitándonos la responsabilidad, tanto mejor.
– ¿Incluso si para ello debéis seguirle el juego a imperios multiversales como La Red de la Humanidad? ¿Precisamente el tipo de amenaza del que huimos todos a este universo, incluidos vosotros? -dijo Enea aguantando el desdén.
– El enemigo de mi enemigo, es mi amigo. ¿No es eso lo que dicen? -dijo Lilith sonriendo con tristeza-. ¿Qué ocurre? -añadió al ver a Enea negando con la cabeza. En su esquina daba la sombra, y sus magulladuras le dieron un aspecto un poco más siniestro.
– Es evidente que no cuentas con que pueda volver a la Oberón a contarles todo esto. ¿Por qué no me dices directamente qué sentido tiene este encuentro y qué va a ser de mí? -dijo Enea cansada de charla. Se resistió a soltar la pastilla.
– De acuerdo, iré al grano. Sabemos que eres especial, que la RH te quiere muerta y que alguien aún más especial te ha tenido en consideración. Entiende que si bien lo que te he contado sobre Gemini y sus protectores es cierto, yo no soy exactamente una de los suyos; pertenezco a facción gemineana digamos cautelosa que no está de acuerdo con la labor que se realiza aquí.
– ¿Hay disidentes entre los propios ángeles de Gemini? – preguntó asombrada señalando hacia arriba, en hipotética dirección a la Simanu.
– Sí, y la situación ha dado un giro de ciento ochenta grados recientemente. Cuando nuestras tropas asaltaron Armantia trajeron consigo artefactos de incalculable valor procedentes de un lugar llamado Diploma, al que fueron para robar tecnología. Lo hemos hecho ya en otras colonias. El caso es que pudimos hacernos con algunas de esas rarezas, unas extrañas inyecciones de memoria. Creo que tú, por la historia que me has contado, mereces saber lo que ellas cuentan.
Así fue como Enea supo del ciclo. Los ángeles de las colonias se estaban poniendo de acuerdo para acabar con ellas tal y como las encontraron, y así rediseñarlas a su conveniencia, como otros hicieron tiempo atrás. El comienzo de un nuevo ciclo era inminente.
– Miguel tenía razón -dijo Enea ensimismada en la nueva información.
– ¿En qué?
– Aquí no hay buenos ni malos. Esto es un todos contra todos, como ha sido siempre.
– Y bien… Marla…
– Hazme un favor, ¿vale? Llámame simplemente Enea.
– De acuerdo, Enea. ¿De qué lado estás?
Enea devolvió a Lilith una mirada vacía, volviendo a la realidad.
– Viendo los que hay… ¿Acaso eso importa?
– Importa si quieres salir de aquí -dijo Lilith irritada al no ser tomada en serio.
Un arranque de ira reprimida surgió del su estómago de Enea como una bocanada de fuego.
– Entre todos me habéis ido quitando poco a poco las ganas de salvarme a cada oportunidad. Durante treinta años llevé una mierda de vida en la que lo perdí todo, hasta que esa misma mierda de vida se convirtió en todo lo que tenía. Pues incluso eso me fue arrebatado por ese… ese ya-no-sé-qué de Boris, que me hizo aparecer en Armantia a la fuerza, por una causa supuestamente bienintencionada.
Hizo una pequeña pausa, intentando deshacer el nudo que se le formó en la garganta.
– Tres meses, Lilith, tres meses llegué a acostumbrarme a vivir en lo que al principio fue mi pesadilla. Conocí a mi única amiga, quien encima es mi doble y que llegó antes que yo, razón por la que tuve que adoptar mi segundo nombre. Invaden Armantia y se cargan de un plumazo lo poco que llegué a construir en esos tres meses. A mi amiga la secuestran, y luego descubro que trabaja para la Red de la Humanidad. El tío que me hizo sobrevivir psicológicamente las primeras semanas en este mundo, me dejó por otra. Me vuelven a secuestrar los putos Boris, otra vez vendiéndose como los buenos. Y ahora me cuentas que planean un auténtico genocidio para repoblar Armantia…
– Pero Enea…
El intento de calmarla la enfureció aún más.
– ¡No tienes idea! Ya ni siquiera puedo reconocer un hogar en mi mundo. ¡En mi propio mundo! ¿Sabes lo que se siente? ¡Todo es de mentira, todo está infectado por la misma mierda! No tengo sitio al que ir o volver, no tengo objetivo ni nadie por quien luchar o que luche por mí. ¡No tengo nada!
– Deberías procurar…
– ¡Y tú me preguntas que si quiero salir de aquí! -empezó a gritar-. ¡A hacer qué, ¿eh?! ¡¿A apoyar otro grupo de personas que afirman ser los buenos?! ¡¿Creéis que soy una máquina?! ¡Mírame joder, me duele todo! Me duele todo… todo… -ahí la voz se le quebró.
Respiró hondo, decidida a no derramar ni una sola lágrima delante de Lilith, quien contemplaba la escena incapaz de articular palabra. Cuando esta pudo reaccionar, se incorporó para marcharse.
– Vuelvo enseguida. Y no hagas tonterías con eso -añadió señalando a la mano que portaba la pastilla.
No fue mucho tiempo el que esperó Enea sola, sujetando en su mano su plan b como quien se aferra a un salvavidas. Buscó una y otra vez excusas para no tomarla. La puerta volvió a abrirse sin sorpresas, pues era Lilith, sujetando una túnica morada.
– Póntela -dijo tirándosela-. Salgamos de aquí.
La mediadora tuvo que pasarle su brazo por el hombro, viendo el lamentable estado en el que se encontraba la prisionera.
– Quién te mandó a mirarme a mí, la mediadora…
– Ya… -respondió Enea caminando con dificultad- pero ahora estas aquí ¿No?
Lilith no pudo sino sonreír.
17. El precursor se manifiesta
– Perfecto -dijo Boris, contemplando la playa empedrada que tenía ante sí-, parece que llegamos a una zona deshabitada. ¿De qué te ríes? -añadió volviéndose a Olaf.
– De lo sorprendido que estaba cuando vi uno de estos buques. Y de lo primitivos que me parecen ahora…
– Por cierto, ahora que nos comportamos como caballeros… lamento haberte inyectado aquello sin saber siquiera si era peligroso. Lo lamento de veras.
– Hiciste bien. No tienes idea de la lucidez que tengo ahora, es… la impotencia que sentía por no entender nada, de estar atrapado, pero ahora… es liberador.
– Vaya, parece que hay muchas cosas que ya no voy a tener que explicarte. ¿Qué tienes en la cabeza exactamente?
– Ahora sé lo que es el multiverso, por ejemplo. Y recuerdo lo que le ocurrió a otra gente, una persona en particular, y todo lo que él sabía.
– Uno de los precursores -dijo Catorce confirmando sus sospechas-. ¿Entonces sabes qué les ocurrió?
– Ellos… descubrim… descubrieron cuando llegaron aquí el funcionamiento de los ciclos, y pretendieron que los demás no aniquilaran la civilización existente en Armantia pese a su decadencia. Pero no lo logra… mos, así que algunos nos ocultamos entre los armantinos y les revelamos la verdad. Planeamos el sabotaje de la repoblación, pero alguien que creíamos amigo nos traicionó… nos cazaron… nos asesinaron, uno a uno… pero antes yo pude duplicar mi memoria y esconderla bajo el suelo de Diploma…
Olaf sacudió bruscamente la cabeza.
– No quiero seguir hablando de eso. No soy yo, se… se estaba apoderando de mí.
Boris decidió no preguntarle más al respecto, pues parecía asustado.
Llegaron a tierra firme y descendieron a la orilla por las cuerdas. Todo parecía tranquilo. Tras tomar algunos mapas aéreos de Gemini se orientaron con la intención de acercarse al núcleo urbano más cercano; lamentablemente tuvieron que aproximarse desde un frondoso bosque.
Olaf quedó decepcionado con el paisaje, pues podía pasar por uno cualquiera de Armantia. Su isla natal era su mundo, de Gemini esperaba otro.
– Aún no hemos visto señales de civilización -comentó.
– En fin -dijo Catorce-, Gemini es grande. En realidad es mejor que nuestra discreción continúe hasta que…
Varios fragmentos de un pino cercano restallaron del mismo con violencia.
– ¿Pero qué…?
– ¡Detrás del árbol! -gritó Olaf al percatarse de lo que estaba ocurriendo- ¡Corre!
Se ocultaron rápidamente tras el lado contrario del tronco, con varios impactos sonando a su alrededor.
– ¿Quién diablos nos ataca? Porque esos no son los rifles gemineanos… joder, ni siquiera se oyen los disparos -dijo Boris alterado.
– ¡No lo sé!.
Una voz masculina resonó grave entre los árboles.
– ¡Sal con las manos en alto, Boris!
– Mierda -dijo él-. Deben ser de la RH. ¿Cómo me pueden haber encontrado?
– Tal vez nos vieran llegar esperando que fuéramos gemineanos. Lo que no me gusta es que se hayan traído su tecnología… aquí pueden ser imparables.
– Al menos parece que me quieren vivo. Eso te deja a ti en situación de escapar.
– Pero… -fue a objetar Olaf.
– Berzas, o corres o te hago correr.
Resignado, Olaf asintió, y se dispuso a huir.
– ¡Eh! -dijo por último Boris.
El general se volvió. Otro disparo impactó en la corteza, lo que hizo que Catorce se encogiera aún más tras el árbol. Al fin miró a Olaf.
– Espero que la encuentres.
Olaf asintió y salió corriendo lo más rápido que pudo, oyendo impactos en los troncos que dejaba atrás.
– ¡Ese no es, estúpido, Boris sigue tras el árbol! ¡Tú, ve a por el otro, que no escape! -gritó la voz atacante.
Sabiéndose perseguido, el general procuró correr aún más aprisa, a tropezones por el traicionero suelo lleno piedras musgosas. Quiso localizar algún sitio en el que esconderse para que pasaran de largo pero ya era tarde; a sus oídos llegaba el trote de su perseguidor y por lo tanto debía estar a tiro. Además, su ropaje era el más impropio para aquel tipo de carreras. Si no se le ocurría algo pronto, le dispararía.
– ¡Quieto!
En otras circunstancias no se detendría. A decir verdad no contaba con que a él le quisieran vivo, pero la voz que aún resonaba entre los árboles fue lo que le hizo detenerse y extender ambos brazos para no parecer una amenaza. ¿Un error? Pronto lo averiguaría.
– Vuélvete.
Lo hizo lentamente, confirmando sus sospechas. A no más de cinco metros, se hallaba apuntándole Marla Enea. Tenía el mismo traje con el que la encontró inconsciente en Armantia más de tres meses atrás, el pelo algo distinto… pero era ella.
La miró a los ojos, expectante ante cualquier reacción. Tuvo claro que él también fue reconocido; era su Marla, a quien notó vacilar muy levemente, quizá intentando que no percibiera esa familiaridad. Su perseguidora también estaba pendiente de su reacción.
Así no vamos a llegar a ninguna parte.
Olaf bajó lentamente sus brazos, y le dijo con toda la calma con la que fue capaz:
– De ti no voy a huir.
Marla mantenía su rictus neutral. Se acercó sigilosamente al inmóvil general, bajando el arma pero visiblemente rígida, preparada para atacar en cualquier momento. Oía voces provenientes de ella -¿su extraño anillo?- reclamando su atención, pero no se inmutó.
Al estar casi nariz con nariz se detuvo. Toda la tensión estaba en los ojos, se miraban sin apenas parpadear; a Olaf el corazón estaba a punto de salírsele del pecho, no supo qué esperar. Fue por eso que el abrazo le pilló de improviso, dando un respingo y tardando después en corresponderlo. Lentamente la envolvió él también en sus brazos.
– Lo siento -empezó a decir ella una y otra vez, sollozando-, me dijeron que moriste… que te mataron…
– No, fue culpa mía, te dejé…
Frotó su espalda a conciencia, intentado calmarla.
– Larguémonos -le dijo al fin, temiendo que llegaran otros.
Ella asintió. Cuando ambos se incorporaron, Marla se sacó su aún parlanchina IA de la mano y la tiró cuan lejos pudo.
– Ya no nos seguirán. Vamos.
18. Ishtar
Enea se sentó aún dolorida cuando entraron en la cabaña.
– Aquí estás a salvo -dijo Lilith-. ¿Cómo te encuentras?
– Algo mejor.
– Bien. ¡Arakhtu! -llamó afuera.
Según Lilith, estaban en Shabatu, una aldea gemineana perteneciente a su particular resistencia.
– Sí, mediadora -respondió un joven asomando levemente por la puerta. No le quitó ojo a Enea, boquiabierto.
– Ve a avisar a Adaru, ya tenemos a la armantina.
– ¿Ella es la que vino de otro mundo? ¿La que hizo frente al arbitrador? -preguntó el chico con visible asombro.
– Haz lo que te digo -replicó Lilith de mala gana provocando la rápida salida del muchacho.
– No eres muy paciente con él -observó Enea.
– Imagino que tan paciente como tú con los nativos armantinos. Como comprenderás no iba a corregirle explicándole los fundamentos de los viajes por el…
– Tampoco hablas igual que los nativos -interrumpió-. Tu acento es diferente.
Lilith suspiró y se sentó justo delante.
– Esta no es mi lengua materna. La aprendí en mi entrenamiento, durante mi juventud, porque es la que se habla aquí en Gemini. Por alguna razón se homogenizó este idioma en todas las colonias cuando se crearon.
– Entonces no somos del mismo…
– Exacto. En mi espectro de multiverso un cometa arrasó el continente europeo en pleno medievo hasta dejarla en una sombra de lo que fue. Mi generación sólo conoció las lenguas europeas como una de tantas cosas que se perdieron en aquella época. Nuestro mundo tuvo una evolución distinta a la del tuyo.
Ahora entiendo realmente la diferencia entre las distintas colonias de este planeta.
Por la puerta entró un hombre de baja estatura que tendría aproximadamente la edad de Lilith, y era previsible que también se quedara mirándola.
– Sí, soy la que llegó de otro mundo -dijo Enea con sarcasmo, sintiéndose una atracción.
El hombre miró a Lilith frunciendo el ceño y esta le hizo un gesto para que ignorara su comentario.
– La he sacado de la mazmorra, Adaru. Quiero que la cobijemos al menos hasta que se aclare el asunto.
– ¿Está eludiendo su condena a muerte? Lilith, ¿te das cuenta de lo que hará él como la… detecte? Así no nos vamos a ganar su apoyo…
– ¿Él? -preguntó Enea alzando la cabeza, mirando a ambos.
El muchacho volvió a asomar por la puerta, muy agitado.
– ¡El dios Ishtar acaba de bajar del cielo!
– Ya está aquí -se lamentó Adaru.
Con el pulso por las nubes, Enea miró petrificada a Lilith. Esta intentó quitarle hierro al asunto haciendo un ademán de espera, pero no consiguió tranquilizarla en absoluto.
– Ahora vuelvo -le dijo Lilith-. No te muevas.
Salió de la cabaña, y Enea sucumbió a la curiosidad, asomándose por la puerta.
Lilith se encontraba andando hacia un hombre de tez muy morena, quien la interceptó totalmente erguido y vistiendo un hábito de reflejos dorados. Los aldeanos de los alrededores permanecieron en silencio y se colocaron a una distancia prudente del interlocutor de Lilith.
Tras una inclinación mutua, la mediadora habló con él mientras andaban de vuelta a la cabaña.
¿Ese es el dios Ishtar? Pensó. ¿Un tipo con un hábito?
El hombre miró a la puerta de la cabaña, y alzó la mano para saludar.
Me ha visto, y a esa distancia no debería. Mierda.
El corazón comenzó a darle tumbos de nuevo. El tal Ishtar tenía algo que le hacía diferente y el miedo a lo desconocido se fue apoderando de ella. ¿Dios Ishtar? ¿Un dios? No puede ser…
Nunca se consideró una persona mística o religiosa al estilo clásico. Ella vivió en plena revolución cuántica donde todo era posible, donde el cristianismo, para sobrevivir a una sociedad cada vez más racional y desquitarse de la mística que promovía el régimen chino, su gran enemigo tras las guerras islámicas, transformó a Jesús en un sabio de un futuro apocalíptico que regresó al pasado para corregir el rumbo de la humanidad. Donde, en definitiva, la antaño cuarta dimensión era el nuevo eje de la fe.
Pero ahora hablaban de dioses de los de antes.
¿Es posible?
Se sentó tal y como la dejó Lilith, esperando, y sufriendo todos los tics imaginables al abrirse la puerta con Ishtar al frente. Ya la estaba mirando a los ojos cuando su rostro apareció tras el bordillo, lo que la puso todavía más tensa.
– Así que ella es la que tantas complicaciones está causando -dijo el hombre con voz tranquila.
– No es la que posee la RH, sino la otra -le explicó Lilith.
Enea miró a ambos con desconfianza, pues presentía una trampa.
– ¿Qué queréis de mí?
– Déjanos solos -le dijo Ishtar a Lilith. Esta obedeció sin decir nada.
– Deduzco -dijo el ¿dios? sentándose frente a ella-, que ya debes estar al tanto de lo que supone que ambas permanezcáis en este universo.
– No te entiendo.
– ¿No conoces los planes de la RH?
– Ah, eso… sí. Lo de aprovechar nuestra invulnerabilidad a los viajes multi-espectro.
Ishtar asintió con la cabeza.
– Tú debes salir de la ecuación para que la normalidad sea posible. Si no lo intenta la RH, lo harán otros.
Al grano.
– ¿Vais a matarme?
– ¿Esa es la solución que propones?
– No… No, claro que no, yo…
La mirada de Ishtar era inquietante. Aún no había pestañeado.
– ¿De verdad eres un dios?
– Eso es algo que Lilith y sus colaboradores han extendido por estos lugares para que encajen mis apariciones, pues Ishtar es una deidad local. No soy lo que creo que significa esa palabra, aunque podría equivocarme, nunca he visto uno.
– Pero…
– Cierto, tampoco soy humano. Ahora sí, claro -dijo mirándose a sí mismo-, al menos una parte de mí. La resistencia gemineana nos llama los etéreos porque a menudo nos hacemos invisibles para vuestros ojos. Pero volvamos a ti -se la quedó mirando unos instantes-. Hablábamos sobre la imposibilidad de tu permanencia.
– ¿Qué puedo hacer? -dijo Enea con tristeza.
– Irte a otro universo donde seas tu única. De eso me encargo yo.
Suspiró mientras una lágrima caía por su mejilla.
– Pero… ¿Qué será de todo esto? Armantia, Gemini, la RH, la resistencia…
– Para bien o para mal, creo que el final del conflicto llegará antes de que te vayas, así que lo sabrás. Siéntete afortunada, si el futuro se os tuerce no estarás aquí para sufrirlo.
La tristeza se convirtió en resignación. Tenía razón, era lo mejor. Miró a sus fríos ojos, con algo de curiosidad.
– ¿Entonces hay más como tú?
– Desde luego, y eso es parte del conflicto. La humanidad en sí no nos interesa. Venimos a este universo buscando también nuestra supervivencia, pero los planes de la RH y otros imperios humanos podrían alterar el hábitat que buscamos, y es ahí donde hay discrepancias entre los míos. Nunca intervenimos, y es lo que los etéreos estamos debatiendo ahora. ¿Qué crees que debe hacerse?
Ella parpadeó rápidamente, confusa.
– No entiendo… ¿Qué puede importar a algo como tú lo que yo crea?
– Eres distinta a los demás. Viajar libremente por el multiverso sin perjuicio alguno es algo que sólo los etéreos podemos hacer, de hecho así terminamos convirtiéndonos en lo que somos. Eso hace que me resultes muy interesante pese a tu insignificancia.
Y que no me hayas matado aún.
– Lo que creo sinceramente -dijo ella al fin- es que lo que más daño está haciendo a las colonias de este planeta son sus alteregos orbitales, sus ángeles. Se supone que cuidan de ellas, pero, al contrario, evitan que prosperen. Además son una fuente de problemas. Por la Oberón ha llegado la RH a este planeta. ¿Pensáis hacer algo al respecto?
– Como ya dije, no intervenimos. Aunque para ellos -dijo señalando afuera- sería un aliado muy poderoso. Para ellos y para los demás -añadió inclinando el índice hacia arriba-, pues hablo con todas las partes para recolectar datos.
Cuánta información, definitivamente me está dando un trato preferente.
– Y si no intervenís… ¿Qué haces aquí?
Ishtar ladeó la cabeza en el primer gesto que le vio desde que iniciaron la conversación.
– Considéralo un capricho.
– ¿Y si otro de los tuyos considera un capricho venir a…?
– Eso no va a pasar.
– Vale.
La conversación llegó a un punto muerto y el hombre mantuvo esa fría mirada sin pestañeo.
– Me voy, tengo que asimilar esta información con el resto de mi ser. Dile tú misma a Lilith que no serás ningún problema. Llegado el momento, vendré a buscarte. Recuérdalo, no podrás seguir aquí, ni tampoco esconderte de mí.
Acto seguido desapareció. No hubo proceso, ni implosión, ni una pequeña corriente de aire. Sencillamente se esfumó como si nunca hubiera estado allí.
Confusa y mareada salió de la cabaña, mirando al suelo y topándose con las piernas de Lilith.
– ¿Y bien? -dijo esta.
– ¿Sabías que podía matarme cuando le trajiste?
– Era una posibilidad. ¿Aún conservas la pastilla? -dijo en su defensa.
Touché.
– ¿No te da miedo negociar con esa cosa? -dijo Enea aún afectada.
– Puede que esa cosa sea nuestra única salida.
– Dice que no es humano pero su forma lo es… ¡Y desapareció!
Lilith sonrió.
– Es un completo misterio, desde luego, pero si tanto hablan con todos es porque preparan algo, y quiero que cuando eso ocurra nos tengan en cuenta.
– ¿Para qué?
– Para que a este planeta lo dejen en paz, y sé que tiene poder para conseguirlo. Eso es lo que me interesa.
– Eso le dije yo.
– Pero al parecer tienen que acordarlo primero. Hace tiempo me contó que incluso alguno de los suyos abogó por nuestra eliminación. Si entre colonias y ángeles es nuestra postura la elegida por Ishtar, y a su vez es su voluntad la que trasciende entre los etéreos, tendremos esperanza.
– Un poco pequeña, ¿no crees? Y no digamos ya si la que sobresale entre los suyos es la de quien nos quiere quitar de en medio…
– Es mejor que nada -dijo Lilith-. Mejor que nada…
– También me dejó el recado de comunicarte que no seré ningún problema.
– Celebro saberlo. Eso hace que en principio no tengamos que preocuparnos de tener a millones como tú campando por aquí, podemos volver a centrarnos en los que nos dan por saco ahí arriba. ¿Qué será de ti entonces?
– Llegado el momento me sacará de este universo.
– Mientras, nos puedes ayudar. Enea lo pensó.
¿Qué puedo perder?
19. Regreso
Desde que le encajó su mirada, supo que no era el mismo. Algo cambió en el Olaf Bersi que creía conocer. Sus ojos… una tez levemente más pálida… palabras cuyo significado antes desconocía…
– Estamos solos por aquí -dijo el general-. No deberíamos tardar mucho en llegar al barco si todo sigue despejado, y en un par de días estaremos de regreso en Armantia.
Marla asintió. No pudo culparle, ella tampoco era la misma. Pensó mucho desde que volvió a Tierra B. Sobre Armantia, sobre la RH y sobre ella misma.
¿Por qué decidió volver? Y sobre todo, ¿por qué la dejaron volver?
Ángel Levine, ese era su nombre. Nuevo encargado de personal en Alix. Muy incisivo. Muy persuasivo. Fue quien se adelantó entre los invasores cuando pensó que la fusilarían al gritar el jefe de batallón. Ahora todo está bien, le dijo. Ya no tienes de qué huir. Tampoco tienes que esconderte. Mira, ya existes. Vuelves a formar parte de la sociedad, y Alix ya no es tu antigua ocupación: es tu nuevo trabajo. Todo aquello de Boris y Armantia… queda ahora lejos. Ha sido por tu bien.
– ¿Estás bien?
– Sí, perdona, estaba pensando.
– Vamos, ya estamos cerca.
Tienes tu propia casa. Vuelves a gozar de las comodidades del mundo moderno. Sólo queremos que sigas trabajando para Alix. No la que yace ahora en cenizas, sino una nueva, la que te ha devuelto la libertad… La Red de la Humanidad. Nadie te va a obligar, puedes pensártelo hasta mañana aquí, en el que si aceptas, será tu nuevo hogar.
Una de las cosas que más la turbó fue no esperar hasta el día siguiente, pues bastaron un par de horas a solas para que aceptara. En ocasiones pensaba que tendría remordimientos, que la abordarían terribles pesadillas cuando bajara la guardia durante la noche.
Ha sido una misión larga, pero no la primera. Llegaste a cumplir una de dos meses en su día. ¿Recuerdas? Aquí tengo los informes. Misión Cartago, en los inicios de Alix B. También te encaprichaste de un miliciano, al que luego dejaste. Porque estabas en una misión, Marla. No era ni tu mundo ni tu época. No estabas allí para nada más, y por eso volviste aquí e informaste. Eres una profesional, no lo olvides. Y una de las mejores. Armantia fue una misión de un mes más que salió mal. Y ahora estás de vuelta en el lugar que te corresponde. Has hecho bien. Has elegido bien.
No, no tuvo pesadillas. De hecho se reintegró con rapidez. Dio con unos pocos conocidos que sobrevivieron a la caída de la antigua Alix cuando llegó la RH. Dominique seguía al cargo de la sala de tránsito -aún tenía puntos en la cabeza del golpe que le propinó Boris cuando asaltaron la sala y la mandaron a Armantia-, detalles como ese ayudaron. En los primeros días recuperó el entumecimiento de conciencia que creía olvidado, pero no lo percibió como algo negativo. Al contrario, era agradable, devolvía las cosas a su lugar. Hacía la vida más soportable.
Levine tenía razón.
– Estupendo, el barco sigue ahí. ¿Sabes trepar por esas cuerdas?
– Lo hice por un castillo para rescatarte.
Olaf rió a carcajadas, abrazándola y estampándole un beso en la mejilla.
– ¡Es cierto! Adelante.
Huyó. Ahora lo veía con claridad. Fue cobarde y huyó. El multiverso casi parecía diseñado para eso, Armantia estaba en otro universo del que no volvería a saber jamás. Pero pese a ello Enea la encontró y se lo echó en cara. Fue el primer bofetón emocional que le quitó el entumecimiento de golpe, ya ni en el multiverso tenía escapatoria. El segundo fue el resultado del examen médico que le realizaron antes de ser readmitida. Tenía que regresar.
Entiendo que quieras volver. Es cierto que estamos activos en ese mundo, sí. Tenemos entre manos varios trabajillos contra los Boris en algunas colonias. Pero no en Armantia si es eso lo que te está pasando por la cabeza.
No le importaba en absoluto no estar en la misma isla. Ni tampoco llevarse a unos cuantos Boris por delante; si algo no había desaparecido era su odio hacia él. Hacia todos ellos. Pero no le dijo nada de eso a Levine, claro. Así que la destinaron de nuevo a Tierra B, concretamente a una colonia llamada Gemini. No tenía ni idea de que fuera tan cercana a Armantia, y su sorpresa al encontrarse a Olaf en una de tantas persecuciones de Boris, fue mayúscula. El multiverso es un pañuelo, pensó entonces. Quién lo diría.
– ¿En qué piensas?
Marla no le miró.
– En muchas cosas.
– Si te gustaba el mar, aquí debes estar encantada -dijo Olaf, conciliador.
Ella sonrió, pues se notaba que lo hacía de buena voluntad. Estaba apoyada en la baranda de cubierta, y le dio la espalda apoyándose en ella con los codos, para encarar al general.
– ¿Quiénes somos ahora, Olaf?
Este torció el gesto ante lo inevitable de la conversación y se puso a su lado, pero mirando al mar.
– Los mismos, nos ha cambiado lo demás. Pero somos los mismos.
– A ti no te noto igual…
Le contó la historia de la inyección.
– Pero sigo siendo yo -aclaró sonriendo.
– ¿Y de mí cómo lo sabes? -dijo Marla con voz apagada, casi para sí.
– ¿A qué te refieres?
– Podría ser otra de otro universo, una de tantas.
– No es eso lo que vi en tus ojos cuando me apuntaste con aquella arma en Gemini.
– Pues podría ser otra de otro universo que se lió con otro Olaf Bersi…
– Si era otro como yo -interrumpió Olaf-, ¿qué más da?
No veo a dónde quieres ir a parar.
Marla hizo ademán de sonreír sin llegar a hacerlo.
– Tú nunca padecerás el mal multiversal. Ni tendrás el lío mental que tengo yo ahora…
– Eh…
Olaf le pasó un brazo por el hombro, acercando su cara a
la de ella.
– No estás sola.
Marla asintió, preguntándose si era cierto.
20. Contacto
Julio notaba cómo su propio organismo se alteraba con el curso de los acontecimientos. Hacía muchísimo tiempo que no sentía estrés, inquietud, expectación. Miedo. Él era el emperador de la Red de la Humanidad. No se rodeaba de la pomposidad que tal título supuso en el pasado, pero en la práctica era uno. Intocable, inalcanzable, omnipresente.
Dios.
Pero los últimos datos que analizó junto a la cúpula del imperio le devolvieron de golpe a la realidad. No era nadie. No era nadie porque la humanidad tampoco lo era.
Sabía que en el caos se enfrentaba a lo desconocido… Recordó los días de terror cuando descubrieron en uno de los universos, concretamente en el mundo que compartía coordenadas con La Tierra -al fin y al cabo, el único que miraban siempre en todos los universos- a unos bichos horripilantes que se colaron en la sala de tránsito con la sonda de regreso. Destriparon a más de veinte empleados antes de poder matarlos y sellarlo todo. Llegó a suplicar literalmente por las noches que no hubiera manera de que aquellos bichos les siguieran el rastro e invadieran la Tierra por su cuenta. Sólo el contacto ya daba miedo.
Sin embargo, y pese a ser más avanzados, también eran muy terrenales. Muy… orgánicos. Cuadrúpedos. ¿Familiares?
La cuestión se centraba en que la información que les proporcionó aquel topo en Gemini lo cambió todo. Y todo quería decir todo. Al principio lo que sintió fue rabia, pues pudo descubrir gracias a él que el otro infiltrado que tenía por aquellos lares, Miguel Hamilton, no cumplió su trabajo. Enea fue condenada a muerte allí, y sin embargo vista con vida más tarde, unida a un grupo de resistentes equivalente a los Boris que huían de la RH. Estos sin embargo evitaban algo llamado Alianza Tsung: la evidencia directa de que otro imperio multiversal tenía asuntos pendientes en aquel mundo. ¿Era más poderoso que la RH? ¿Cuántos más había en contacto con aquel planeta? ¿Se atreverían a asimilarle? ¿Se preguntarían lo mismo sobre él?
Incluso eso ya era secundario. En cuanto empezó a oír hablar sobre dioses, sobre tipos que aparecían del cielo y realizaban milagros, empezó a sospechar. Hasta que lo relacionó con los amenazantes y enigmáticos mensajes anónimos que recibía, y los inquietantes descubrimientos que sus nuevas sondas invisibles descubrieron alrededor de Tierra B.
No estaban solos.
Un escritor de ciencia ficción muy popular en el siglo veinte dijo que una tecnología lo suficientemente avanzada era indistinguible de la magia. Y descubrieron mucha, mucha magia.
Nubes que serían invisibles de no ser por la extraña actividad electromagnética que albergaban en su interior.
Muy poco densas, pero enormes y de movimientos enormemente caprichosos. Cuando la primera sonda se aproximó a una de ellas para investigar se materializó justo frente a ella una réplica idéntica que a su vez escrutaba al explorador. La sonda gemela comenzó a imitar sus movimientos. Parecía un intento de contacto. ¿Un genuino encuentro extraterrestre?
Probaron con otra cosa. La sonda también tenía oídos, así que la usaron para enviar información a su réplica gemela. Si esta era idéntica la recibiría y almacenaría. Y así fue. De hecho, tal y como esperaban, la sonda respondió en el mismo lenguaje binario: imágenes en bruto. La mayor parte de los datos consistieron en combinaciones de colores y degradados que no entendían, pero en una reconocieron la imagen de un planeta desconocido. Sí, se trataba de un contacto auténtico. Seguramente fuera su mundo natal.
Eso no tenía porqué dar miedo, sino más bien excitación. De hecho su poder de replicación explicaba en parte lo del tal Ishtar del que tanto hablaba su topo, el hombre que aparecía suspendido en el aire. Era una conjetura, pero sospechaba que replicaron a un humano para relacionarse con la especie a través de las colonias y sus ángeles, tal y como hicieron con la sonda. No, aquello era novedoso, revolucionario, pero no terrorífico. Fue la última instantánea la que complicó enormemente el sueño de Julio:
Una vista de su propio despacho, con él sentado, consultando datos en su IA.
21. Dantesca Hervine
– Armantia -dijo Olaf-. Qué raro se me hace llegar a ella.
El paisaje tampoco era especialmente añorable. Una costa de oscura roca y casas humeantes, las cicatrices aún sangrantes de la invasión gemineana.
Apocalíptico, pensó Marla.
– ¿Qué parte es? -dijo ella.
– Hervine, justo desde donde partimos. Qué ganas tengo de volver a Turín… contigo.
Marla sonrió sin alegría. Seguía habiendo algo que no cuadraba, y estaba segura de que Olaf se lo notaba. Tampoco percibía la añoranza que esperaba por volver a Armantia. Pero, ¿cuál sería su hogar entonces?
Unas náuseas terribles la invadieron de golpe, y tuvo que asomarse por la borda para vomitar.
– ¿Estás bien? Debe ser terrible marearse en un barco con lo que te gusta el mar -dijo Olaf.
Marla creyó notar en la frase un toque de ironía que no le gustó nada.
– Tú tampoco pareces muy sano -replicó observando su palidez, mientras se pasaba la manga por la boca.
– Yo también me mareo -dijo él sonriendo sin alegría.
Su respuesta no la convenció.
– Ah, veo que nos esperan -añadió el general.
Y así era, un destacamento de soldados hervineses les esperaba en formación. Cuando llegaron a tierra, ninguno de ellos se movió.
– ¿Qué ocurre? -le susurró Marla a Olaf.
– No lo sé, pero no me huele bien.
Los soldados no aparentaban ni amabilidad ni hostilidad. Se limitaban a permanecer inmóviles.
Descendieron lentamente por las cuerdas hasta pisar por fin un suelo firme, momento en el que uno de los soldados se adelantó.
– ¿Sois Olaf Bersi y Marla Enea?
– Sí -dijeron ambos al unísono.
– Quedáis pues detenidos. Os conduciremos al calabozo hasta que el gobernador decida sobre vuestro destino.
– Byron -siseó Olaf-. ¿De qué se nos acusa?
– Deserción y traición.
– Quiero hablar con el gobernador.
– Eso ocurrirá si el gobernador así lo desea. Tenemos órdenes de llevaros al calabozo. Vosotros decidiréis si vivos o muertos.
– De acuerdo -dijo Olaf resignado.
Afortunadamente no les ataron o vendaron. Se limitaron a escoltarlos.
– ¿Byron gobernador de Hervine? -dijo Marla alarmada- ¡Tendría que ser Lucas!
– Murió en la invasión. Al parecer el siguiente en el mando era él.
– Claro, el siguiente en el mando militar. Pero ese patán no sabe nada de gobernar, oh por Dios…
Curiosamente su sentimiento dominante era el de indignación. Después de todo le importaba lo que le pasara a Hervine. Después de todo…
Pero volvió a la realidad. Se los llevaban tal vez para ejecutarlos. Posiblemente. Probablemente. No tenía sentido entonces pensar en nada más allá de eso.
El viaje fue particularmente desolador, pues cruzaron parajes que Marla ya conocía, y que ahora estaban desiertos o en cenizas. Una plaza que siempre estaba en perpetuo bullicio se había convertido en un lugar donde unos cuantos campesinos apilaban cadáveres para luego quemarlos. Durante el viaje empezó a tener una verdadera idea del alcance de la invasión gemineana.
Cuando llegaron al calabozo los metieron a ambos en la misma celda. Para su sorpresa, enfrente de ellos estaba…
– ¡Keith! ¡Sobreviviste! Pero… ¿Qué haces aquí? -preguntó Olaf.
– ¡Vosotros también estáis vivos! Perdona, ¿Eres…?
– Marla -dijo ella sabiendo a qué se refería.
– Marla, sí. Me alegro de que estéis los dos bien. Al final te la trajiste, amigo.
– Sí -dijo Olaf sonriendo- pero no has respondido a mi pregunta.
– Cuando te fuiste… vinieron más hervineses a ayudarnos. Con muy pocas bajas, les entretuvimos hasta conseguir que sus armas fueran inútiles. Uno de nosotros había salido a pedir ayuda y se trajo algunos refuerzos. Tomamos a los invasores como prisioneros, y estos… confesaron que nos llevamos su barco. Así Byron descubrió el pastel y me apresó. Más allá de eso no hay mucho que contar. Se anexionó Dulice y Debrán y ahora lo intenta con Turín. Hay milicias por todas partes, incluso aquí en Hervine, que luchan contra él, o entre ellas mismas.
– Armantia está completamente desecha -dijo Olaf suspirando.
Con qué ligereza se llega aquí a la guerra civil, pensó ella.
– ¿Qué crees que va a ser de nosotros?
– A mí me iban a ahorcar mañana… imagino que con vosotros matarán más pájaros de un tiro.
– ¡La horca lleva abolida en Hervine desde que Lynn comenzó su mandato! ¡¿Cómo se atreve?! -dijo Marla alzando la voz, furiosa.
Olaf y Keith se interrumpieron, mirándola atónitos.
– ¡¿Qué?!
22. Virus
– ¿Un virus? -preguntó Enea asombrada.
– Eso he oído, sí -respondió Lilith. Parece que es la manera más fácil con la que los Boris pretenden eliminar cualquier rastro de humanidad de Armantia para volver a empezar con ella. Lo peor es que habrá gente que lleve ese virus a Gemini inconscientemente, con los mismos devastadores efectos. En la Simanu lo saben y miran para otro lado, porque en el fondo a ellos tampoco les gusta cómo va Gemini.
– ¿Qué podemos esperar entonces de Ishtar? ¿Nos ayudará?
– No lo sé. Es enormemente ambiguo en sus intenciones para con nosotros. Qué hará es un misterio, cuando le preguntas no se compromete. Siempre dice que tiene que hablarlo con los demás. Los que son como él.
– Entiendo. Entonces tenemos que buscarnos la vida con ese virus. ¿Cómo aparecerá?
– No lo sé.
– Ahora que lo pienso… recuerdo que Miguel Hamilton dijo algo acerca de los Boris y unas cepas. Tal vez sepa más de lo que dice.
– Interesante…
* * *
– La mediadora te ha reclamado- le dijo Shad.
– ¿A mí, por qué?- preguntó Miguel extrañado.
– Eso ya no es cosa mía. Debes acudir de inmediato.
– De acuerdo.
No se explicaba qué podría querer de él aquella mujer. Tal vez sospechase de lo que dijo de él la chica ante el arbitrador. Pero realmente ya daba igual, la ejecución -o el suicidio- ya debía haberse producido. Él era un gemineano normal y corriente, y Marla era la única prueba que hubo de lo contrario. No tenía nada que temer.
– Hola Miguel -dijo la mediadora cuando él entró en la sala.
No fue lo suficientemente rápido como para evitar que una sombra fugaz aparecida de su izquierda le sumiera en la sombra. Todo fue muy rápido. Una capucha, sí, le colocaron una capucha en la cabeza, se la iba a quitar y a gritar pero un golpe en la cabeza lo terminó de hundir en las tinieblas.
* * *
– Joder…
– Ya vuelve en sí -dijo Enea. Estaban en una de las salas de interrogatorio gemineanas en las que Lilith gozaba de acceso, y donde tenían garantizada una absoluta discreción.
– Tú -dijo Miguel pesadamente, sin saber a dónde mirar por la capucha. Estaba maniatado-. Sigues… viva…
– Qué lástima ¿Eh? Y ahora soy yo quien te tiene prisionero. ¿A que hay justicia en el mundo después de todo?
– Pero… cómo… cuando entré estaba la mediadora… si la atacaste a ella también todo el mundo te perseguirá, y no llegarás lejos… lo sabes…
– La mediadora está vivita y coleando, gracias -dijo Lilith-. Eres tú el que debe temer por su pellejo. Esto es un interrogatorio, Hamilton, ve situándote.
Miguel bufó.
– ¿Un interrogatorio? ¿A mí? ¿Qué esperáis sacar de mí? Por favor…
– Podrías empezar por el virus -dijo Lilith.
Miguel ladeó levemente la cabeza hacia donde provenía la voz de Lilith, en un gesto afirmativo.
– Vaya, veo que la cosa va en serio. Sí, es cierto, hay un virus.
Permaneció callado.
– No especifiques más, intenta averiguar cuánto sabemos – dijo Enea a Lilith-, aún se cree en posición de regatear información. Al fin y al cabo es de lo que vive.
Se acercó hasta la altura de la oreja del encapuchado, para susurrarle.
– Aún tengo aquí tu pastilla, cabrón. No me hagas ofrecértela para librarte de algo peor.
Se retiró de nuevo al lado de Lilith, quien la miraba preguntándose qué le habría dicho. El encapuchado permaneció en silencio, para suspirar al fin, rendido.
– Debéis tener en cuenta que sólo soy un mercenario. Realmente no trabajo directamente ni para la Red de la Humanidad ni para los Boris, por lo que mi información es limitada.
– Continúa -dijo Lilith.
– Lo que sé es que preparan un virus para aniquilar a los habitantes de todas las colonias.
– ¿Todas?
Miguel rió.
– No tenéis idea de la que se ha liado sobre vuestras cabezas… Hay ángeles que no están respetando la paz entre ellos… estaciones y naves que bombardean las colonias vecinas a la suya… el planeta entero como proyecto colectivo se está desmoronando. Por no hablar de que al igual que la RH, otros imperios tienen acceso y vigilan este mundo con codicia… es la puerta para asimilar más redes de universos, para engordar comiéndose otros imperios. Se vigilan entre ellos, paranoicos. Este mundo está condenado señoritas. No sé qué esperáis conseguir apresándome.
– Entiendo -dijo Lilith- ¿Y por qué quieren los Boris provocar una epidemia genocida?
– Un momento -dijo Miguel-, tú no conoces a los Boris, ni sabes de epidemias… ¿o la mediadora no es una gemineana normal y corriente?
– Es evidente que no. Vengo de la Simanu.
– Oh… así que te has aliado a la competencia de los Boris – dijo refiriéndose a Enea-, los ángeles de los gemineanos. Me desconcierta que me preguntéis acerca de ello, dado que los de la Simanu están con los Boris y otros ángeles tras lo del virus. Es como una coalición letal- rió.
– No es posible -dijo Lilith desconcertada-. Nunca oí nada al respecto.
– Entonces tal vez te tengan fichada. Ya no confían en ti ¿eh? ¿Con que disidentes internos en la Simanu? Ahora entiendo que estés con ella -dijo refiriéndose de nuevo a Enea.
– No has respondido a su pregunta. ¿Por qué? -dijo esta.
– Para que no gane nadie. Es una pataleta global, si creo una nueva colonia sobre la anterior, y los demás se la van a volver a cargar desde el espacio… matamos varios pájaros de un tiro. Al carajo todo el mundo, ciclo para todos. Puestos a hacer trampas, rompemos la baraja. Es así de simple.
– Ya veo que a nadie le importan los habitantes de las colonias. Los armantinos, los gemineanos… millones de personas…
– Lo siento guapa, esto va de gobernantes haciéndose la puñeta. Lo demás no importa, además está la legitimación moral de que es lo que hicieron otros cuando se encontraron el mismo panorama hace cuatrocientos años… nadie va a dejar de dormir por los habitantes de las colonias. Todos piensan ahora en los que les sucederán, y quieren asegurarse de que sea su humanización el potencial caballo ganador.
– Sólo Ishtar puede detener esto -dijo Enea a Lilith.
– Oh… -siguió Miguel- oh, Ishtar… una de las rarezas maravillosas del multiverso… que sólo mira con lupa cómo nos deshacemos en este podrido planeta. Sí, ya sé qué es, está en contacto con todos los ángeles, ya veo que con alguna colonia también. Nunca interviene, somos un teledrama para él.
Enea y Lilith se siguieron mirando, intentando leerse los pensamientos, y Miguel advirtió la desesperanza en sus rostros.
– Eh, no quiero que parezca que todo esto me da igual. El tono chulesco viene de que sencillamente no hay nada que hacer. Hago favores a la RH porque tal vez me mantengan lejos de aquí cuando todo esto reviente. Es una putada todo esto, lo sé, yo también he hecho amigos entre los gemineanos. Sé lo que sentís…
– Me partes el corazón -dijo Enea-. Por favor…
– En serio, no es ninguna treta, ni quiero aguar la fiesta. Es la verdad. Si queréis salvar las colonias… en fin, allá vosotras. Como veis no hay nada que hacer. Todos morirán. Quizá las civilizaciones que nazcan de la nueva repoblación si tengan más tiempo para prosperar y… -un puñetazo le interrumpió.
– Ahora estamos en paz -dijo Enea.
– Zorra -dijo Miguel escupiendo dentro de su capucha-. Al menos atrévete a pegarme sin la capucha, mirándome a la…
– Basta -dijo Lilith-. Escóndete en el pasillo de atrás -le dijo a Enea-. ¡Shad! -gritó.
– Vengo a la llamada de la mediadora -dijo el guardia apareciendo por la puerta.
– Llévatelo al calabozo. No saldrá hasta que yo lo diga.
– Como diga la mediadora.
– No, espera… ¡Tu mediadora no es quien crees! -gritaba Miguel pero Shad le arrastraba impasible.
– ¿Y ahora? -dijo Enea volviendo a aparecer.
– No lo sé… -dijo Lilith suspirando y sentándose de nuevo. Apoyó su cabeza en sus manos-. No lo sé… todo apunta a que tiene razón, estamos perdidos…
Se tapó la cara durante unos instantes, y cuando retiró las manos, sus enrojecidos ojos lagrimeaban.
– Ishtar me dijo que presenciaría el fin del conflicto antes de llevarme -dijo Enea intentando aportar algo de luz al asunto.
– Supongo que eres la afortunada, tú vivirás.
– Me refiero a que si lo dijo es porque tal vez sepa cómo o cuándo acabará todo.
– Bien por él, eso no nos ayuda mucho. Tenemos… tenemos que… -suspiró frotándose la cara con las manos de nuevo, ya más por cansancio- tenemos que reunir a nuestro grupo y separarlos de los gemineanos, tal vez en las cumbres… sí, ahí podríamos aislarnos del virus…
Un visible y agotador cansancio abatió también a Enea.
– ¿Ocurre algo? -preguntó Lilith al notarlo.
– Es asfixiante… ¿Vamos a separarnos de los gemineanos por temor a un virus traído por nuestros ángeles, de los que también nos separamos por sus planes de repoblación quienes a su vez se separaron de sus universos originales huyendo de los imperios multiversales? Huir, fragmentar, huir, dividir, huir… ¿En qué va a quedar todo esto, Lilith?
– Incluso aunque la humanidad consistiera en cuatro personas y tuviera que separar a dos para salvarla, lo haría, ¿algún problema con eso? -rebatió la mediadora empezando a enfadarse-. Para ti es fácil quejarte, tú no tendrás que vivirlo.
– Está bien, está bien. Supongo que tienes razón. Aunque tú también podrías sobrevivir regresando a la Simanu antes de que…
La mirada de Lilith la interrumpió.
– ¿Quién te crees que soy? Bajamos aquí para algo. Y ya oíste a Miguel, en la Simanu no soy de fiar.
– Imagino que sabes que…
– Sí -cortó Lilith, cada vez menos paciente. Por lo que la conocía, Enea le creía un mayor autocontrol-, sí, nuestras posibilidades son mínimas, y más si nos ven desde ahí arriba, y sin saber cómo llegará el virus. ¿Rociado aéreo? ¿Bombas racimo? ¿En los pozos? ¿Todo a la vez? La alternativa es quedarme aquí de brazos cruzados. ¿Vas a seguir tentándome al abandono?
Contrariada, no respondió.
– Bien -dijo Lilith sin alzar la vista, cogiendo un trozo de papel y una pluma-, si reuniéramos a todos en un día podríamos recorrer las montañas durante…
Enea siguió mirándola sin escucharla. Estaba delante de alguien que tenía la certeza de que iba a morir junto a todos los que la rodeaban, y que aún así podía fingir esperanza.
Sí, desde luego que les ayudaría.
23. El fin de una era
– No queda mucho para que nos lleven -oyó decir Marla.
Abrió los ojos. Estaba sentada en una esquina de la celda, con la cabeza apoyada en la pared. Después de todo logró dormitar unas horas. Keith, por contra, seguía con los ojos cerrados. Alguien dijo algo que la despertó. Sí, fue Olaf, sentado en la esquina de en frente.
– ¿Cómo te sientes? -dijo ella.
– Como en una de esas batallas místicas de los libros en las que estamos a merced de caprichos y rencillas divinas.
– Celebro saber que os ha llegado algo de la tradición griega.
– ¿Y tú? -dijo él.
– No lo sé -respondió tras pensarlo unos instantes-. Mal, supongo. No es así como pensaba acabar. No es así en absoluto.
– Suena a que tenías planes cuando viniste.
– Es posible.
Olaf se vio forzado a sonreír.
– Volvemos a las andadas, ahora vuelves a estar tan esquiva como cuando te conocí.
– Y tú tuviste mucha prisa por volver a Turín -dijo ella a la defensiva.
– Supongo que también tenía planes…
Se quedaron unos instantes en silencio, percibiendo en el ambiente la confianza perdida. Se estaban guardando secretos el uno al otro.
Dicho esto, Olaf se levantó, para sentarse a su lado.
– Ya no funciona así -dijo ella sin mirarle.
– Pero que hayamos cambiado no tiene nada que ver ¿Verdad?
Marla no respondió.
– En lo que a mí respecta, estás perdonada.
– ¿Por qué razón? -preguntó ella volviéndole a mirar.
– Así es como te castigas por creer dejarme. Pero el caso es que has vuelto, y creo que yo soy la razón, o una de tus razones. Eso me basta.
– Haces que todo sea muy fácil -dijo ella sonriendo. En parte gracias a esa respuesta pudo seguir guardándose la razón principal de su regreso. Si iban a morir no tenía sentido que Olaf se enterara.
Apoyó la cabeza en su hombro, y el general recorrió su pelo suavemente con su mano.
– Me siento enormemente afortunada de que seas la primera persona que me encontró cuando me enviaron aquí.
– Y yo de que te me aparecieras como salida de un cuento de hadas.
Continuaron varios minutos en silencio, disfrutando del momento, hasta que la llegada de varios pasos les hizo erguirse.
– Byron -maldijo Olaf.
El nuevo y autodeclarado a sí mismo Rey de Armantia venía acompañado de cinco guardias armados.
– Quién lo iba a decir, El Gran General apresado por traición. Me parece que no es la primera vez…
– Byron, abandona esta pantomima -dijo Marla-, no tienes idea de cómo va esto.
– Tengo la suficiente, lady Marla. Primero tu prometido rechaza sospechosamente hacerse con el control de media Armantia, para después enterarme de que engatusó a uno de mis hombres en un intento de ayudarle a viajar a la tierra de los invasores. ¡A la de los invasores!
Keith empezó a murmurar, despertando.
– Y encima ahora aparecéis vos con él -continuó señalándola-, tras desaparecer en misteriosas circunstancias, de mano de Boris de Alix. ¡Además de enterarme cuando sonsaqué a los invasores de que venían a por vos! Todo este asunto apesta. Por nada os daría a ninguno de los dos ningún gobierno de Armantia. Todo está desecho, y para volver a levantarnos necesitamos un único gobierno y un único Rey. Vosotros ya sólo me servís como apoyo popular.
– Tú -dijo Keith, ya despierto-, lástima que tus guardias no estuvieran contigo durante la invasión para presenciar por sí mismo la clase de Rey que van a tener.
Byron se le quedó mirando unos instantes sin decir nada.
– Sacadlos y que los ejecuten en la plaza, que todos lo vean -ordenó al fin.
– Esta ejecución marcará tu mandato, Byron. Y no para bien. Lo sabes -dijo Marla mientras los guardias la maniataban.
– Son tiempos difíciles, lady Marla, eso se entenderá. Además me he tomado la molestia de informar al pueblo acerca de vuestras actividades. Resulta sorprendente cómo se puede volver a unir a gente destrozada y desesperada cuando se les da a quién odiar. Creen que vosotros trajisteis a los invasores, y no creo que vayan desencaminados…
Esta vez la travesía fue menos agradable que hasta el calabozo hervinés, pues estaban atados y avanzando a empujones hasta la cercana plaza central de la ciudad de Hervine, abultada de un público del que únicamente recibieron abucheos e insultos.
¡Cómo pudiste abandonarnos! le gritaron a Marla. Aquella frase pudo con ella, y las primeras lágrimas empezaron a recorrer sus mejillas. Olaf se dio cuenta, y le exclamaba constantemente que no hiciera caso, que estaban bajo un engaño.
Pero es cierto que les abandoné, pensaba ella constantemente.
Estaban ya frente a las tres sogas. Marla seguía llorando desconsoladamente, y personas de rostro sucio y encogido les tiraban cuanto tenían a mano. Gente que lo perdió todo, menos el odio y el rencor.
Tras separarla a ella del grupo, el verdugo le colocó la soga en el cuello y anunció en voz alta los delitos que supuestamente cometió, siguiendo el antiguo protocolo. En ese punto Marla se serenó, al darse cuenta de que llorar no servía de nada, pero la impotencia que albergaba el rostro de Olaf al verla a punto de morir triplicó el dolor que sentía por la inminencia de su muerte, e hizo que sollozara de nuevo.
Al principio fue el propio gentío el que calló, y luego el verdugo se vio obligado a detenerse cuando algunos desde el público comenzaron a exclamar que, al igual que Marla, el cielo estaba llorando.
* * *
Enea contempló con asombro la multitud de estelas que caían del cielo.
– ¿Ves lo mismo que yo? -le dijo a Lilith, que iba delante en la cola de gemineanos afines en pleno éxodo hacia las montañas.
– Ramen nos proteja -dijo como respuesta afirmativa-.
Todos se habían detenido ya, contemplando el espectáculo.
– Entonces ya ha ocurrido -dijo Enea con voz apagada-, nos bombardean con el virus.
Lilith seguía mirando la plétora de bolas de fuego que surcaban el cielo.
– No es el virus -dijo Lilith con una respiración cada vez más acelerada. Retiró parcialmente la manga de su traje y se puso a manipular su pulsera, presumiblemente una IA.
Lilith insistió en lo que fuera que estaba haciendo pero no dio muestras de tener éxito. Frustrada, retornó su mirada al cielo.
– Lo ha hecho… -dijo al fin.
– ¿Qué? -preguntó Enea aún sin entender.
– La Simanu no devuelve señal. ¡No está!
– No te entiendo. ¿Y dónde está?
Lilith señaló con la cabeza hacia el cielo.
– Pero… pero… -dijo Enea casi sin habla- son demasiadas y muy grandes para ser fragmentos de la Simanu…
– No lo has entendido… La Simanu sólo es uno de esos bólidos -dijo Lilith sin apartar la mirada del cielo-, ha reentrado en la atmósfera. Los ángeles están cayendo…
Divisaron también a varios objetos voladores humeantes, aunque no incandescentes, perderse en el horizonte.
– Esas deben ser cápsulas de salvamento -dijo Enea-. Dios mío… entonces, están… todas han… ¿Cómo es posible?
Al fin, Lilith la miró.
– Los etéreos se han pronunciado.
* * *
– Darío, maldita sea, explícame qué está pasando -dijo Julio encolerizado.
– Lo ignoro, señor -dijo el holograma de Darío-, sencillamente no podemos comunicar con Tierra B, y las sondas no muestran contacto visual con la Oberón. Creemos que…
La imagen de Darío se transformó bruscamente, durante unos segundos, en un texto.
“FUISTE ADVERTIDO”
– …entre otras anomalías. ¿Se encuentra bien, señor? -dijo Darío al ver la cara que tenía Julio. Este se quedó unos instantes paralizado. A continuación comenzó a dar órdenes a toda velocidad.
– Nuestras instalaciones de reserva, las que usamos para viajar al caos… destrúyelas, ¿me oyes? Destrúyelas ahora mismo, así como todo nexo que podamos tener con Tierra B. Y que de allí no entre ni salga nada ni nadie…
– Pero…
– ¡Hazlo maldito imbécil! ¡Que de allí no salga ni entre nadie, y haz que se deshagan de cualquier hijo de perra que intente saltar a un universo que no esté en nuestra red. ¡Cuarentena! ¡Asepsia total! ¡Ahora!
24. Ángeles caídos
Algunos hervineses desataron a Marla entre mil y una disculpas, creyendo que tenía algo que ver con lo sucedido, para luego huir despavoridos, mientras que el verdugo y los guardias les ignoraban completamente, hipnotizados por los acontecimientos. Fue ella quien se encargó de desatar a los demás.
– Qué ocurre?- dijo Keith alarmado, mirando al cielo- ¿Bolas de fuego? ¡Decid algo!
– Creo que están cayendo -dijo Marla-. Todos… estaciones, cápsulas de evacuación… de un modo u otro, se está barriendo la órbita…
– No te entiendo.
– Yo sí -dijo Olaf-. Está diciendo que no habrá ciclo. Que esta Armantia durará más de cuatrocientos años. Que no volverá a haber Historia Oscura. Que hemos ganado.
– Pero… ¿Cómo…? – se decía Marla.
– Ya… no importa… ya no importa… -dijo Olaf con voz temblorosa.
Cuando Marla le miró, el general tenía mueca de sorpresa. Luego cerró los ojos, y sonrió de oreja a oreja como si recordara algo gracioso. Acto seguido cayó al suelo tieso como una tabla.
– ¡Olaf! -gritó ella agachándose y levantándole la cabeza.
– Temía que esto pasara… tal vez la inyección estaba defectuosa… tal vez estaba programado para cuando todo pasara… tal vez fuera este el… precio…
– ¿De qué me estás hablando? -dijo ella al borde del llanto.
– Seré breve mientras me quede conciencia… me muero, Marla. Este es mi final. Lo sentía llegar, aunque no lo esperaba tan pronto. Por eso quería ir contigo a Turín lo antes posible. Prométeme que mi funeral se hará allí. Prométemelo.
Ella se limitó a asentir con la cabeza, tapándose la boca para ahogar el llanto.
– No sé si hay un hogar para ti aquí, pero sí sé que puedes construirlo. Ahora este lugar tiene un futuro, y quiero que construyas también ese futuro… donde tú y nuestro hijo podáis ser felices.
Ahí Marla se quebró y comenzó a llorar con intensidad.
– Sí -continuó-, lo sabía, sé que por eso regresaste… Espero que Keith y Enea puedan cuidar de vosotros… No odies a Boris por esto, en estos días he sido el hombre más libre que Armantia ha conocido en cuatrocientos años…
Le cogió la mano y se la apretó débilmente, mirándola a los ojos.
– Te quiero. Y quiero que seas fuerte de ahora en adelante, cuando ya no esté para abrazarte. Hazlo por mí… hazlo por él…
Marla balbuceaba entre lágrimas cosas sin sentido, asintiendo sin cesar.
– Vete… ve… -balbuceaba Olaf.
Sintió una mano agarrarle su brazo. Era Keith.
– Hazle caso, tenemos que irnos, Marla.
– No pienso dejarle, aún sigue consciente…
– Te prometo que recuperaremos su cuerpo, pero ahora mismo los guardias y el verdugo no van a seguir entretenidos o asustados mucho tiempo. Tenemos que huir de Hervine, ahora…
– ¡No! -le desafió Marla.
– Llévatela… llévatela Keith… -balbuceó Olaf. Le temblaba una pierna.
– ¡No! -gritó ella desesperada intentado alargar el brazo hasta el general mientras Keith la arrastraba consigo- ¡No!
Algunos guardas les miraron cuando pudieron apartar la mirada del cielo, cuchicheando entre ellos.
– ¡Maldita sea! -le gritó Keith comenzando a perder la paciencia por la resistencia que ella ofrecía, avanzando a traspiés. La zarandeó, señalando al lugar en el que estaba Olaf, aunque desde donde estaban ya no le veían- Si quieres honrarle tienes que empezar a pensar en tu vida y en la de vuestro hijo. Los guardias ya se han fijado en nosotros ¿entiendes?
Ella se le quedó mirando confusa, aún llorosa. Asintió al fin con la cabeza, lentamente.
– Bien -respondió Keith suspirando-. Agárrame de la mano, sé cómo moverme por aquí.
Atravesaron al aterrorizado gentío a empujones, pues muchos dejaron de correr, paralizados por el horror que se les cernía del cielo. A lo lejos divisaron los guardias ya se mezclaban también con los demás. Definitivamente les perseguían.
Tan rápido como pudo Keith la llevó al principal mercadillo hervinés. Se metió en un establo rápidamente, aún con Marla de la mano, pero una hoja afilada se interpuso en su camino.
– ¿También vienes a robar? ¿Eh? -dijo el tembloroso hombrecillo que tenía delante, sujetando un cuchillo.
– ¡Noah! Soy yo, Keith…
– Keith… ¿Qué haces aquí? Te iban a ejecutar hoy, te deben estar buscando, y yo… yo…
– Noah, necesito uno de tus caballos con urgencia.
– Se acercan -gimió Marla mirando a lo lejos.
– Pero… -dijo él.
– Di que te lo robamos -replicó Keith acercándose ya a uno.
– Bueno… en ese caso… son cuarenta y siete moned…
Marla se subió detrás, y salieron de allí en caballo lo rápido que les fue posible, dejando al tendero con la palabra en la boca. El propio Keith, curtido en huídas, nunca cabalgó tan rápidamente, le costaba mantenerse firme con aquel trote. Pero la situación lo justificaba, pues al mirar atrás pudo divisar en la distancia un montón de soldados hervineses tras ellos, también a galope tendido.
Marla se agarró más a Keith, cerró los ojos e intentó no pensar en nada. Estuvo así tanto tiempo -calculó que hora y media- que Keith no pudo evitar gritarle si se encontraba bien. Ella dijo que sí.
Los guardias estaban cada vez más cerca, y su caballo comenzaba a mostrar síntomas de cansancio.
– ¿Por dónde vamos? -gritó ella por encima del ruido.
– ¡Estamos entrando en Debrán! -respondió.
Al horizonte divisaron también soldados. ¿Debranos? ¿Se involucrarían?
Definitivamente se trataba de un pequeño campamento militar debrano. Lo atravesaron con la idea de pasar de largo. Algunos soldados les miraron con curiosidad mientras encendían un fuego, y Marla, al reconocer a uno de ellos, pidió a Keith que se detuvieran. Este, en respuesta, vociferó que estaba loca.
– ¡Estoy segura, detente!
Dio media vuelta y se aproximaron a la hoguera.
– ¡Girome! -gritó ella-, ¡Girome!
Un chico que estaba de espaldas al lado de una tienda, cerca del fuego se volvió. El joven Rey debrano aún vivía, lleno de suciedad y sangre seca a un lado de la cara, pero entero.
– ¡Marla Enea y Keith Taylor! ¿Qué hacéis aquí, y porqué Hervine nos invade en plena crisis? -dijo él con sorpresa.
– Un militar tomó el poder en mi ausencia y aprovechando el ataque invasor se quiere hacer con toda Armantia. Hemos conseguido huir, pero nos persiguen aquellos jinetes… ¡Por favor, distráeles mientras huimos a Turín!
Girome hizo un amago de sonrisa.
– Sabía que no podía ser cosa vuestra. No os preocupéis, estamos aquí para evitar que las tropas hervinesas pasen de nuestra frontera. Ya hemos repelido varios ataques como debéis notar… ¡Antoine! ¡Terris! ¡Poned a todo el mundo en su sitio, están llegando más hervineses!
Todo el campamento se movilizó, y se puso en fila para encarar la llegada de los jinetes extranjeros.
– ¡Huid ahora! -les gritó Girome-, mas no atraveséis Debrán, la guerra civil aún nos carcome, no es lugar seguro. ¡Id por el sur, a través de Los Feudos!
Keith reanudó el galope sin dilación, por lo que Marla no pudo despedirse. Cuando se alejaban pudo ver al grupo de soldados intentando evitar el campamento, pero no les fue posible, por lo que se bajaron de los caballos y entraron en combate con la tropa que Girome allí tenía, con tal virulencia que Marla no pudo sino apartar la mirada.
A cada trote sentía que una mano invisible le tiraba del corazón. Se trataba de la imagen de Olaf moribundo en Hervine alejándose de ella a toda velocidad.
Se encogió como si una llama del mismo infierno la consumiera, agarrándose con más fuerza a Keith.
25. Mareas en el multiverso
Veintitrés días más tarde.
Marla se encontraba frente a la tumba de Olaf Bersi. Estaba en el cementerio de la familia, donde yacían muchos allegados del general, incluida su ex esposa, Amandine. Allí decidió dejar una pequeña piedra encima de los tallos para que la brisa matutina no se llevara las flores.
– Siempre se van los mejores -dijo una voz tras ella-. Estuve aquí en el entierro de su familia, pero no esperaba volver tan pronto…
Cuando se volvió, la sorpresa fue de lo más inesperada.
– ¡Girome! -gritó Marla. El joven Rey de Debrán seguía vivo pese a haber supuesto su muerte al no saber nada de él desde hacía semanas. Tenía rostro cansado y algunas cicatrices, y parecía cojear de un pie. Pero por lo demás poseía buen aspecto.
Él inclinó la cabeza. Un guardia debrano le aguardaba detrás.
– Lamento vuestra pérdida -dijo-. Olaf fue un hombre muy valeroso, y yo le debo la vida. Mi padre también le debía mucho.
– Pero -dijo ella sin recobrarse de la sorpresa-, ¿qué ha ocurrido con Debrán?
– La guerra civil ha terminado. Los sucesores de Delvin aprovecharon la invasión para intentar hacerse con el poder, pero finalmente fracasaron. Sigo siendo el Rey allí. Y por lo que veo, Turín también parece en pie.
– Sí -dijo ella con voz apagada-, me ofrecieron ser reina cuando todas las facciones de Turín firmaron la paz, pero lo rechacé. Ahora mismo lleva el gobierno el tutor de Gardar, aunque pronto se convocará una asamblea al no quedar nadie de sangre real.
Girome asintió mirando la tumba de Olaf, compartiendo con Marla un pequeño silencio.
– Sabréis que vuestra cabeza sigue teniendo precio en Hervine -dijo al fin mirándola.
– Sí, lo sé -asintió ella-. A Byron no debió gustarle que escapase.
– Y se apropió de Dulice y su industria armamentística. Lo pasamos muy mal conteniéndoles en la frontera Debrán- Dulice cuando creían que estaríamos diezmados. Ahora Armantia está dividida en dos, y ese tal Byron quiere, como Delvin, unificarla bajo su puño. Esto no ha acabado…
– No, pero tenemos un respiro. Vi como quedó Hervine tras la invasión, y ellos también necesitan recuperarse, Girome. No temas una guerra pronta. Quién sabe si la diplomacia se podrá encargar de esto en el futuro…
– Y ese asunto de los invasores…
– Tampoco les esperes pronto. Pero harías bien en empezar a fomentar la industria naval. Necesitamos comunicarnos con los demás. Sí, incluso con los invasores.
Girome se incomodó, aunque probablemente por respeto, no discrepó.
– Cuando leas y crezcas más, lo entenderás -añadió Marla.
– Señor… -dijo el guardia.
– En seguida -le dijo Girome-. Debo regresar cuanto antes, tengo muchísimas cosas que poner en orden.
– Me lo imagino. Suerte con tu reinado, prometo visitarte algún día.
– Lo mismo os digo -dijo él inclinándose de nuevo. Seguía dándole trato de gobernante.
Marla también retornó a su casa turinense en silencio, mientras anochecía. Aquel mismo día, por la mañana, el tutor le cedió amablemente la vivienda que Olaf tenía en la ciudad, la misma en la que este la hospedó cuando se la encontró allí, pues tras rechazar el reinado renunció a sus aposentos en el castillo.
Al regresar recordó su primer paseo con el general por la calle, visitando los mercados, el bullicio, los miradores… ahora sólo había frío, silencio, oscuridad. Las vacías calles comenzaban a tornarse azuladas.
Al entrar, el penetrante olor a madera húmeda y vieja le produjo una enorme nostalgia, por lo que decidió subir las escaleras, justo hacia la habitación en la que despertó por primera vez en Armantia. Seguía igual. La vela en la moqueta, la cama, el antiguo mapa de Armantia con los cuatro reinos y los feudos tras la cortinilla de la pared… y la azulada luz que entraba por la ventana. Lentamente se asomó, contemplando el camino por el que decidió seguir a hurtadillas a Olaf hasta la casa del escriba, el día en que le salvó de Sigmund. La noche también era muy parecida.
Definitivamente el recuerdo de Olaf perviviría con ella en aquella casa, y estaba siendo doloroso, al menos en la soledad. Pero le pareció un lugar apropiado para criar a su hijo. Pensando en ello bajó de nuevo las escaleras, y encendió una vela para poder dirigirse a la que fue su habitación en aquella casa meses atrás.
Tenía un poco más de polvo, aunque por lo general era tal y como la recordaba. En el armario seguía el uniforme de Alix B con el que llegó allí…
Me estoy torturando.
Regresó, no sin antes detenerse frente al espejo astillado que descansaba al lado del armario. ¡Cuánto había cambiado! La primera vez que se contempló en aquel espejo, tiempo atrás, tenía los ojos llorosos, grandes ojeras y gesto de desesperación. Ahora sus facciones denotaban una cierta tristeza, pero también infinitamente más serenidad, seguridad, madurez…
¡Toc toc toc!
¿Quién podría ser? Era un poco tarde para que fuera Keith.
Vela en mano, se aproximó a la puerta, pegando la oreja…
– ¡Soy yo! -se oyó al otro lado.
Marla la abrió cuan rápido pudo, sin terminar de creer que Enea siguiera con vida.
– ¡Estás viva! -gritó Marla abrazándola como pudo.
– Sí, sí… me dijeron que estarías aquí…
– Por favor, pasa…
Cerraron la puerta con gusto, pues entraba cierto frío del exterior, y Marla dejó la vela en la mesa de la entrada.
– Ven, siéntate. Lamento no poder ofrecerte nada, me acaban de dar la casa…
Enea le hizo un gesto apaciguador con la mano mientras se sentaba.
– No te preocupes, tranquila. Me he enterado recientemente de lo de Olaf… Lo siento muchísimo.
Marla asintió en silencio.
– Le enterramos en aquí, en Turín como pidió. Aún quedaban turinenses que honrarle.
– Entiendo.
– Y además… estoy embarazada. De él.
– ¡Eso es estupendo!
– Sí que lo es -dijo Marla también sonriendo.
– Yo… me temo que mi visita es breve.
Le contó todo por lo que había pasado. Gemineanos, etéreos… Ishtar.
– …y no puedo quedarme.
Marla no dijo nada. Se limitó a suspirar largamente mirando a la mesa, como si encajara una pesada losa más de soledad.
– A decir verdad presentía que no volvería a verte -dijo al fin.
– ¿No conoces a nadie aquí?
– Keith me visita de vez en cuando…
– Keith -repitió Enea con cierto retintín.
Eso hizo que Marla sonriera.
– Ya, es un mujeriego, pero tranquila, sé cuidarme. Además para él la voluntad de Olaf es sagrada, y está en Hervine junto a los que quieren echar a Byron.
– Eso espero -replicó Enea poco convencida-. En cualquier caso -añadió cogiéndole la mano- estoy aquí, aunque sea para despedirme. No me dejan mucho tiempo y quería al menos dejarte esto.
Sacó de su traje un libro y se lo entregó. Ella lo observó con curiosidad: se trataba de un ejemplar impreso de “Barco a la Luna y otras aventuras”.
– Para ti y vuestro hijo -concluyó Enea.
Marla se quedó mirando en silencio el libro, deslizando los dedos suavemente sobre la portada con relieve. Estuvo así cerca de un minuto.
– Gracias -dijo finalmente, volviendo a mirarla con lágrimas en los ojos-, muchas gracias.
– En fin, debo irme. Vaya, parezco Dorothy en El Mago de Oz -dijo riendo- aunque no vuelvo exactamente a casa. En cualquier caso, debo destacar que te dejo mejor que cuando te encontré. Pese a todo, ya tienes hogar y proyecto de futuro. Y esperanza. Ahora me toca a mí buscar todo eso.
– Que tengas suerte. Ha sido un placer haberte conocido… y una rareza también -ambas estallaron en carcajadas-. ¡Es raro despedirse de una doble!
– Cuídate, y cuídale. Tal vez ese niño sea la esperanza de este lugar.
Volvieron a abrazarse.
– Adiós.
– Adiós…
Marla contempló desde la puerta cómo Enea desaparecía en la distancia.
Suspiró al entrar en su casa con el libro, al que miró de nuevo fijamente. Podría leerlo, pero ya no sería lo mismo, y ya no cambiaría, ni falta que le hacía. Aunque le recorría el cuerpo un escalofrío de tiempos pasados, un deseo frustrado de querer leer aquel libro en su adolescencia. Pero supo que lo importante no era que lo leyera ella, sino su hijo. Debía conservarlo como un tesoro. Él sí lo leería en el momento oportuno.
Así pues entró en la biblioteca privada de Olaf -se puso como nota mental desempolvarla cuando pudiera y darle la vuelta al maldito cuadro de Boris coronando al Rey-, y colocó el libro en uno de los estantes, sobresaliendo levemente más que el resto.
Se le iluminó el rostro levemente ojear la biblioteca. Las palabras de Enea alegraron lo que se presentaba como una larga y triste noche, pero ya no podía sentir euforia. Tampoco el futuro sería tan apacible como su amiga se lo pintó. Nuevos desafíos llegarían, nuevas escaladas bélicas, quedaba pendiente también saber en qué colonias caerían las cápsulas de salvamento de todas aquellas estaciones, así como las intenciones de sus tripulaciones y si portarían armas avanzadas. Pero ella se mantendría al margen una temporada. Necesitaba descansar.
En cualquier caso ya no los gobernaban omnipresentes desde el cielo, ahora el futuro les pertenecía. Y no sólo eso…
Ahora tenía por quién defenderlo.
Epílogo
Enea se aseguró de estar sola en el mirador cercano a la casa de Marla, pese a ser muy poco probable que apareciera alguien por allí en aquellos momentos.
Levemente encogida de frío se asomó a contemplar la inmensa foresta que se extendía ante ella, en plena y familiar penumbra azul. Sólo los grillos, y los ecos de alguna cascada remota disimulaban su propia respiración.
– Estoy lista -dijo al aire.
Cuando se volvió, Ishtar ya estaba allí.
– Le ha gustado mucho el regalo, gracias por conseguírmelo -añadió.
El hombre de piel oscura, ataviado con su característico hábito, se aproximó a paso lento hasta quedar justo a su lado, observando también el paisaje. Enea siguió su ejemplo durante unos minutos, absorta y a la espera de que él dijera algo, pero el silencio continuó.
– ¿Crees que el futuro de la humanidad está a salvo aquí? – dijo decidiendo romper el silencio, lamentando hablar tan alto.
– Tal vez tenga una oportunidad. Mientras yo esté aquí, este mundo no podrá interactuar con otros universos.
Enea sonrió con pesar.
– Menos yo.
– No puedes quedarte.
– Claro… -le miró, frunciendo el ceño-. No como tú, el etéreo… -dijo con sorna esperando una reacción que no llegó- Tu humanidad a veces me resulta demasiado realista como para ser clonada -añadió-. Dime la verdad, tú fuiste humano, ¿eh?
Ishtar la contempló con su característica mueca reptilesca.
– Es una manera de decirlo.
– ¡Vaya! ¿Y cómo llegaste a convertirte en…?
– Tiempo.
– ¿Puedes ser más explícito?
El etéreo comenzó sin parar, no necesitando recuperar el resuello.
– Creamos remedios para curar enfermedades, nuestra vida aumenta. Construimos herramientas para modificar nuestro genoma. Nuestra vida aumenta. Nos inyectamos inhibidores, vacunas y reparadores de ADN de todo tipo. Nuestra vida aumenta. Comenzamos a agregarnos órganos artificiales con dichas funciones incorporadas. Nuestra vida y autosuficiencia aumentan. Empezamos a tener el poder de arreglarnos y mejorarnos a nosotros mismos. Llega la revolución. Muertes. Rebeldes. Nací entonces… Se habla de monstruos y humanos. De humanos de primera y de segunda. Guerras. Tierra inhabitable. Humanidad de segunda extinguida.
«En Marte nos seguimos mejorando. Casi inmortales, asimi- lamos el poder cuántico como una nueva extensión de nues- tro ser. Muchos desaparecen por imprudencia ante la nove- dad y ante el nuevo estado en el que nos estábamos convir- tiendo. Yo… -al decir esa palabra, su voz cogió tono, se volvió más humana- yo… fui probando, poco a poco, y mientras fui testigo de la extinción de nuestra especie conseguí crear en mi ser la funcionalidad de cambiar de universo. Y así, mo- viéndome por el multiverso, pude escapar del tiempo y dise- ñar y potenciar mi propia evolución, hasta dejar atrás cual- quier atisbo de humanidad»
Enea se quedó sin palabras.
– Pero si la humanidad que conociste se extinguió, el resto de etéreos… ¿Son humanos de otros universos que acabaron como tú?
Ishtar negó con la cabeza.
– ¿Estás diciendo que son extra… extra…?
– Desde que se alcanza cierto nivel de trascendencia, el origen es irrelevante.
Ella no le quitó ojo, mientras una pregunta salió ardiente de sus entrañas.
– Ishtar, o como quieras que te llames… ¿Por qué nos ayudas? Tienes poder suficiente para que hagamos lo que quieras, o para destruirnos. A decir verdad me inquieta que entes como vosotros puedan intervenir sobre lo que ocurre aquí, cuando es precisamente de lo que huimos…
– Podríamos controlaros, en efecto. Como tú podrías controlar lo que ocurre en un hormiguero. Pero imagino que la vida y destino de sus habitantes te resultaría absolutamente anodina, insignificante e irrelevante. Menos aún podría satisfacer tu megalomanía.
– Pero lo estás haciendo, Ishtar. Proteges a Tierra B, y a mí me vas a sacar de aquí.
– Eso no ha tenido nada que ver con vuestra especie, sino con el hábitat que buscamos los etéreos aquí. Nada me hace pensar que vuestra humanidad vaya a ir mejor que la que vi morir. En mis viajes por el multiverso he visto a vuestra especie naciendo, muriendo y ya extinta. Siempre de igual manera. Siempre ecos de lo mismo. Para mí, o al menos para la parte de mí que almacena mi origen humano, que es la que te está hablando, vosotros sois recuerdos. Ocurre que se tratan de recuerdos más valiosos que otros. Sólo eso. Una forma de recordar.
Enea asintió, cabizbaja.
– Bien, como dije, estoy lista -dijo con voz apagada.
Ishtar se sacó del hábito un cubo metálico que le resultó familiar.
– ¡Una unidad!
– Tiene su forma y apariencia para que te resulte familiar su manipulación, pero esta es especial. Únicamente posee seis usos y seis destinos programados, no sirve para viajar libremente ni te valdrá para regresar aquí. Una vez hayas visitado dichos universos, acaso decidas verlos todos, se deshará en tus propias manos.
– ¿Y qué lugares son esos?
– Lugares en los que nunca has estado pero puedes estar. Lugares como Armantia, como Gemini o como tu mundo original.
– ¿Te volveré a ver?
– No.
Enea se quedó mirando el cubo. Cada lado tenía un color.
– ¿Cómo te llamabas cuando fuiste humano? -indagó.
– Ramsés.
Continuó girando el cubo con una extraña e infinita melancolía, y el lado azul atrapó su mirada.
El mar…
– Gracias por recordarnos, Ramsés -dijo sin quitar ojo a la unidad.
Y lentamente, presionó el lado azul.
La Prisión del Frío
Cuando Cirio acudió al relevo, el frío era insoportable. Y llegó no sin esfuerzo; nunca la cima de la montaña había estado tan inaccesible.
– ¡Por fin! -gritó su compañero a través de la ventisca y la nieve- Pensaba que nunca vendrías.
– Hola Füller -respondió Cirio intentando sonreír, sintiendo la escarcha agarrotarle los músculos faciales-. Lamento la tardanza, la ventisca lo ha complicado todo.
– Sí, tiene que haber sido muy jodido… ¿te han hablado ya del relevo de hoy?
– La verdad es que no, hay un silencio muy extraño sobre el tema. ¿Qué me puedes contar?
– Al parecer han traído un prisionero, temporalmente.
Cirio no pudo esconder su asombro.
– ¿Un prisionero? ¿Aquí? Pero si hace más de veinte años que esto no se usa como prisión, y aquello fue por la guerra. Además, esto está en el culo del mundo…
– Creo que precisamente por eso lo han traído aquí. Parece llevarse muy en secreto, como si no quisieran que nadie le vea. En cualquier caso mañana se lo llevarán para ejecutarlo.
– ¿Le has visto?
– Lo trajeron al mediodía, así que realmente no he llegado a verle. Tú tendrás que hacer guardia hasta que se lo lleven al amanecer.
– ¿Le van a matar? Debe ser alguien importante entonces, quién lo iba a decir en este trabajo de mierda…
– Cirio, por Dios, parece mentira a tus cuarenta primaveras. Este asunto apesta. Estará encerrado, así que olvídale hasta mañana. Y no te acerques a hablar con él, cuanto menos sepamos, mejor. Si tan en secreto quieren llevar este tema, por algo será, y más si lo han traído tan lejos. Pero lo tienes fácil, de hecho no tienes ni que estar dentro.
– Bueno, no se puede decir que el día esté como para hacer la guardia fuera ¿Eh?
Füller logró un atisbo de sonrisa.
– También es verdad. En fin, me espera un viaje largo. Cuídate amigo, nos vemos en el próximo relevo.
– ¿El miércoles?
– Exacto. Ya me contarás cómo te ha ido. ¡Adiós!
Cirio le despidió con la mano mientras se alejaba. Poco tardó su compañero en dejar de ser visible.
En fin. Otra noche de aburrimiento.
Pero se mentía a sí mismo. Lo del prisionero era verdaderamente una novedad. Tantos cuidados le hacía aún más especial, y el creciente frío que se aproximaba con la noche lograría que entrara en la instalación forzosamente.
Y sabía que una vez dentro, la curiosidad podría con él.
Recorrió un lateral de la nave, mirando fijamente las paredes. Aquel enclave era casi como un castigo. Se trataba de la instalación militar más cercana a las afueras del país, llegar era endiabladamente difícil y las tormentas de nieve, frecuentes. No en vano, durante la guerra llamaron al lugar La Prisión del Frío.
Pese a lo rimbombante del nombre, el aburrimiento allí era absoluto. Solía estar completamente solo hasta ver a su relevo. Por eso miraba ahora de forma diferente aquel tugurio. Era diferente; albergaba en su interior a un desconocido.
Pasaron unos veinte minutos hasta que se decidió a entrar. La rutinaria entrada también dejó de serlo; ahora alguien oía sus pasos. Se dio cuenta entonces de que echaba de menos esa rutina, se sentía incómodo. Alguien a quien aún no había visto estaba minando su intimidad.
La excitación inicial pasó al tedio, sentándose lejos de la celda, a esperar. Tal vez hasta pudiera dar una cabezada. Sólo tenía que aguardar hasta el amanecer y volvería a su plácida soledad. Pero recordó también que era la litera de la celda – normalmente inhabitada- la que usaba para dormir.
Maldita sea.
Y del tedio pasó a sentirse estúpido por evitar al prisionero. ¿Qué diablos? Aquella era su prisión y él era el carcelero, no tenía que estar evitando a nadie. Con decisión llevó la silla a la sala de la celda, puso a esta ruidosamente en el suelo a unos cuatro metros de los barrotes y se sentó de brazos cruzados mirando al frente.
La cara de autoridad que quería mantener se tornó en su mueca más estúpida.
El prisionero por el que tanto jaleo se había armado era una mujer esposada que, con gesto soñololiento y respirando aprisa por el susto se incorporaba en la cama. La había despertado él con la silla.
Estaría entrada la treintena, largo pelo moreno y rostro levemente sucio y demacrado, de visible cansancio. Tenía una cicatriz llamativa en el cuello, parecía antigua. Sin embargo, otras marcas como arañazos o pequeños moratones denotaban un reciente interrogatorio. Cirio sabía cómo eran. Todo ello unido al clásico traje naranja de presidiario que le quedaba como un saco, hacía imposible percibirla como una amenaza.
Entre su propia estupefacción y que dada la brusca entrada ella debía pensar que Cirio tendría algo que decir, se produjo un embarazoso silencio. Pudo recuperar algo de entereza mirándola a los ojos lo más impasiblemente que pudo, esperando a que apartase la mirada.
Esta es mi prisión.
– ¿Puedo seguir durmiendo? -preguntó ella al ver que no decía nada.
Hay respeto en su voz, se dijo Cirio a sí mismo con satisfacción. Empezaba a dejar las cosas claras. Pero la mirada de la prisionera esperando una respuesta le hizo revolverse en la silla. ¿Si podía seguir durmiendo? ¿Qué debía responder? Él nunca había tratado con prisioneros. A decir verdad nunca había mandado sobre nadie.
Si le digo que sí quedaré como un estúpido.
– No -replicó con cuanta hombría le fue posible-. Su…
¿Su? ¿Qué deferencia puede merecer un prisionero condenado a muerte?
– …tu descanso hasta la ejecución ha concluido, esas son mis órdenes.
– Oh… -se limitó a decir ella sentada en la cama, balanceando las piernas sin saber muy bien qué hacer entonces. Su rostro emanaba tristeza.
Joder, no me pongas esa cara…
Cirio se volvió a revolver incómodo. Añoraba más que nunca su rutinaria soledad en aquel lugar. Aquella mujer le iba a dar problemas, y él definitivamente carecía de madera de carcelero.
Sólo tienes que aguantar hasta mañana Cirio… por la mañana temprano se la llevarán… ya se está haciendo de noche, es cuestión de horas…
– ¿Y no me vas a dar nada que hacer? ¿No me vas a interrogar tú también?
Ya empezamos…
– Cuando tenga algo que decirte te lo diré, mientras tanto guarda silencio.
Ella se le quedó mirando para volver a hablar en un tono más cansado del que ya tenía.
– Es evidente que eres un guardia de poca monta que hasta hace poco no sabía a quién se iba a encontrar aquí, y se ve a la legua que no tienes ni puñetera idea de cómo tratar a un prisionero. Tus titubeos, tu veloz pestañeo, tu tamborileo de dedos en la pierna sumado a lo incómoda que te está pareciendo esa silla creo que lo dejan bastante claro. Así que, educadamente para no herir tu repentino orgullo, te pido que digas algo o me dejes volver a dormir. Pero no me hagas perder más el poco tiempo que me queda.
Cirio se quedó planchado en la silla sin saber qué decir. Intentando no exteriorizar su inquietud, terminó de apoyar la espalda en la silla, cruzándose de brazos.
Mira lo que hago con tu tiempo.
Ella bufó, negando con la cabeza y apartando la mirada. Pasaron un buen rato así, en silencio, tiempo durante el cual la prisionera mantuvo su semblante pensativo. Subió las piernas a la cama, quedándose sentada y rodeando sus rodillas con los brazos. Mientras, Cirio la escrutó intentando conseguir pistas sobre quién era y qué le había pasado. De su cara no sacó más que la certeza de su profunda tristeza, suponía que la normal en alguien que sabía que iba a morir. También vislumbró lo hermosa que debía ser en otras circunstancias.
– ¿Cual es tu nombre? -dijo ella finalmente sin mirarle.
– Eso es asunto mío.
– Oh vamos, deja de fingir un imaginario protocolo carcelario. Además, nadie nos oye. Me da igual que te lo inventes, sólo quiero un nombre por el que poder llamarte.
Se la quedó mirando unos instantes, frunciendo el ceño.
– Cirio -replicó al fin, abruptamente.
– Bien, ya es algo. A mí puedes llamarme Dorothy.
– ¿Te llamas Dorothy?
– No, pero lo considero apropiado. Y bien Cirio, ¿estarás aquí hasta que me lleven?
– No puedo hablar del trabajo, y creo que lo sabes. ¿Por qué me lo preguntas? -replicó enfadándose cada vez que ella hablaba.
– ¿Que por qué te lo pregunto? Vaya… -miró a sus manos, cabizbaja- En los últimos años he estado en varias situaciones como esta. Pude escapar, pero ahora… no va a haber fortunio de última hora, parece. Te he preguntado eso porque de ser cierto, eres la persona con la que mantendré la última conversación de mi vida. ¿Entiendes?
No se lo había planteado, pero su incomodidad permanecía.
– Hablar contigo sólo me puede traer problemas.
– El simple hecho de hacer guardia conmigo aquí te traerá problemas. Hablar no empeorará eso, y como dije nadie nos escucha.
– ¿Por qué dices que tendré problemas por hacer guardia contigo aquí?
– Muy pocos de los que han tenido contacto conmigo se mantendrán con vida.
– ¿Qué?
– A efectos de tus jefes no existo, ni quieren que nadie sepa que existo. Y parece que se lo toman muy en serio. He visto con mis propios ojos cómo mataban a un par. Y tú, Cirio… no te ofendas, pero pareces muy prescindible.
– Mientes… ¿Qué es esto? ¿Un estúpido juego psicológico?
Se levantó de la silla con tosquedad y salió rápidamente de la sala en la que estaba la celda, sin que ella dijera nada para retenerle. Fue a por el abrigo y salió afuera.
Estuvo más de media hora aguantando el frío, encolerizado. No quería complicaciones en el trabajo, y esa mujer estaba empezando a dárselas.
¿Cómo sé ahora si dice la verdad? ¿Me matarán? ¡Joder!
Se sentía manejado, y odiaba esa sensación. Había empezado a sentir lástima por Dorothy, y ella seguro la aprovecharía. Pero lo que más odiaba era saber que podía tener razón; que, después de todo, lo que dijo tenía algo de sentido.
Cuando el frío le convenció de volver a entrar, se mantuvo lejos de la celda, en la sala de entrada. Ella tuvo que oírlo, pero no dijo nada.
Pasó otra media hora allí sentado, intentando dormitar en la silla, sin éxito. Afortunadamente el tiempo seguía pasando, quedaban menos horas para que se la llevaran. Mientras continuara callada, todo sería más fácil.
Pero tan pronto lo pensó, oyó su voz. ¡Estaba cantando!
Sola en un mundo olvidado,
sola en un mundo cruel,
mucho has caminado,
más has lamentado,
tanto has vivido,
más has perdido.
Sola en el límite del mundo,
con la fría indiferencia
de un vigilante furibundo,
sola en mis últimas horas
que pasan igual de solas
sola en mis últimos suspiros,
para los que no habrá oídos…
Lo que me faltaba.
Supuso que no sería tan horrible después de todo hablar un rato con ella. Lo prefería a tenerla el resto de la noche cantando en ese plan. Con decisión volvió hacia la celda; Dorothy no reparó en él, seguía en la misma postura, con los brazos sujetando sus rodillas, en las cuales descansaba la cabeza. Miraba la pared de la celda, pensativa.
Tras sentarse, Cirio esperó un poco a que hablara ella, pero como seguía ignorándole tomó la palabra.
– ¿De qué te acusan?
Ella le dedicó una mirada poco amistosa.
– Tú deberías saberlo -dijo volviendo a mirar a la pared.
– Lo ignoro.
– De todas formas no lo entenderías.
¿Y ahora no quieres hablar?
Cirio volvió a lo que realmente le inquietaba.
– ¿Cuándo crees que vendrán a matarme?
– Supongo que cuando vuelvan a por mí -respondió Dorothy mirándolo con interés.
Aquel brusco cambio de atención le puso en guardia.
– Comprobaremos entonces si es cierto.
A ella le volvió a cambiar la cara, mirando nuevamente la pared. Dado que presumiblemente seguiría callada, Cirio sacó un libro de las estanterías que tenía detrás y se puso a leer. Esto llamó la atención de Dorothy.
– ¿Qué libros tenéis ahí?
– Novelas para pasar el rato -respondió él secamente, sin ganas de reanudar otra conversación que ella intentaría llevar a lo que le interesaba.
– ¿Me puedes dejar uno?
Cirio la miró alzando la ceja, gesto que la prisionera no pasó por alto.
– Vamos, no pretenderás que pase mis últimas horas mirando una pared.
Si así la tengo entretenida…
Sacó otro libro de la estantería y se acercó a dárselo.
Sólo el libro atravesó los barrotes, pero fue suficiente. En un rápido movimiento, Dorothy agarró su muñeca y tiró de él con mucha fuerza, haciéndole impactar contra los barrotes. Se movió en el suelo conmocionado por el impacto, perdiendo la conciencia.
Notó algo duro tras la cabeza cuando volvió en sí. Lentamente levantó un brazo para palpársela, y descubrió que, de hecho, tenía por almohada a un libro.
– Lo siento -escuchó.
Volver a oír esa voz le hizo entrar en situación. Abrió los ojos; estaba tumbado al lado de los barrotes. Se alejó instintivamente rodando por el suelo, incorporándose con dificultad. Al palparse la frente descubrió un buen chichón.
Ella estaba de pie, caminando con calma alrededor de la celda. Se detuvo al descubrir que Cirio la estaba mirando.
– Es obvio que tú no tienes las llaves -anunció en tono de disculpa, encogiéndose de hombros. Cirio aún la miraba con el ceño fruncido-. Tenía que intentarlo -añadió.
– ¿Pero quién eres? -es todo cuanto Cirio pudo decir.
– Lo último que esperabas encontrarte aquí, de eso estoy segura -respondió sonriendo con sorna.
Con una mano en la frente, Cirio alejó un metro más la silla y volvió a sentarse.
– Todo era una mentira para ver si te sacaba de aquí, hasta que lo has intentado tú misma -dijo al fin.
– Error, vendrán a matarte, eso no es una invención. No gano nada diciéndotelo ahora; ya me he disculpado. Nada tengo contra ti, si estuvieras de brazos cruzados mientras pasan tus últimas horas de vida, seguro que harías lo mismo.
– ¿Pero por qué estás aquí?
– No lo sé con seguridad -dijo acercando su rostro hacia los barrotes, agarrándolos para descansar los brazos-, deduzco que por aparecer en este lugar como no debía y desde donde no debía.
– No lo entiendo.
– Ni yo puedo hacer que lo entiendas. Lo lamento…
– ¿Cuánto rato estuve inconsciente? -interrumpió Cirio alterado al ver por la ventanilla que la noche empezaba a tornarse azul oscuro.
– Varias horas. Llegué a pensar que te habías dormido, murmurabas cosas sin sentido.
– Sí, entonces lo estuve. Hablo en sueños. Maldita sea…
– ¿Qué pasa?
– ¿Mantienes eso de que me van a matar?
– Sí.
– ¡Joder! ¿Qué voy a hacer?
– Yo que tú saldría corriendo.
– Si huyo, tendré que estar haciéndolo toda mi vida, acaso no me maten.
Dorothy sonrió de oreja a oreja.
– Bienvenido al club.
– Eso si dices la verdad, claro. Ella se encogió de hombros.
– Tú mismo.
– No se te ve muy estresada ante la inminencia de tu muerte.
– Ya me he dado cuenta en otras ocasiones de que no sirve de nada. Hasta aquí hemos llegado, lo tengo muy asumido. Tampoco creas que me apasiona la perspectiva de vivir aquí.
Cirio empezó a frotarse el pelo con nerviosismo, mirando por la ventana de la sala.
– ¿Si? Pues yo no tengo ni pizca de ganas de morir. Ni pizca. Pero tampoco quiero huir.
Dorothy le miraba fijamente.
– Me gustaría ayudarte, pero no puedo hacer nada.
– Ya veo, quedando bien hasta el final. Oh…
Distinguió a dos siluetas acercarse en el horizonte. Estaban armadas. El pulso se le disparó.
– Ya vienen, esperaba tener algo más de tiempo. Mierda…
– ¿Cuántos son?
– Dos, y armados.
– ¿Con qué?
– Rifles.
– Huye.
Cirio se quedó mirando a Dorothy.
– Pero…
– ¿Qué parte no has entendido? ¿Quieres vivir? ¡Pues corre!
Y lo hizo. Salió disparado hacia la puerta trasera de la nave, sin pararse siquiera a coger el abrigo -no así su rifle-, y se precipitó montaña abajo. Apenas llevaba un minuto recorrido cuando se encontró con algo desagradable.
El cadáver de Füller.
Tenía un disparo en la cabeza. Debía estar ahí desde la noche anterior, pero en la nieve la sangre parecía reciente. Lentamente el cielo empezó a tornarse anaranjado.
Piensa bien lo que vas a hacer… piénsalo…
Dorothy tenía razón después de todo. Le iban a matar, y ella, al fin y al cabo, intentó que él no acabara igual. Si huía, tendría difícil salida. No tardarían en extender su rostro por todo el país, viendo lo importante del asunto. Y por encima de todo no le gustaba huir de nadie; aquella noche floreció en él una dignidad y carácter que creía perdidos. Los muy cabrones mataron a Füller, y pensaban liquidarle a él también. El asunto de Dorothy tampoco parecía muy limpio. Él tenía un rifle en las manos y un destino ya marcado.
Qué diablos…
Subió a paso lento pero determinado lo que llevaba de descenso. Caminaba procurando hacer el menor ruido posible, sin perder de vista la nave fronteriza. Al acercarse, distinguió a los dos hombres sacando a Dorothy al exterior, estaba visiblemente encogida de frío. Uno iba al frente, tras él iba Dorothy y otro clavándole el rifle en la espalda, obligándola a continuar.
Cirio se tumbó en el suelo, decidido a rememorar sus prácticas de tiro. Primero el que la apuntaba por la espalda. Bang. El eco rebotó en todas partes, y la silueta que había tras Dorothy cayó con una mancha oscura en el cuello. El que iba delante se volvió sorprendido, para encontrarse con un codazo de Dorothy que le hizo caer.
Rápidamente ella se puso a palpar el cadáver que tenía tras de sí, sacando un arma. Una pistola. Al volverse descubrió que el tipo al que había derribado se incorporaba apuntándole con el rifle. No le dejó terminar, siendo el disparo menos estruendoso que el de Cirio, quien no salía de su asombro. Con habilidad logró volver la pistola lo suficiente como para disparar a la cadena que unía sus esposas, liberando sus brazos.
Dorothy miró alrededor, buscando a su anónimo ayudante. Cirio corrió hacia ella, quien sonrió al verle primero, y se volvió inesperadamente seria después.
– ¿Ocurre algo? -dijo Cirio en voz alta a escasos metros de ella.
La respuesta fue una pistola apuntándole a la cabeza.
¡Cirio, idiota! ¡Ingenuo, siempre te pasa lo mismo!
Un escalofrío le recorrió la espalda, sabiendo que había llegado su hora. Relajó sus músculos y tragó saliva.
– Defiéndete -dijo ella.
Él ladeó la cabeza, sin entender.
– ¿Qué?
– ¡Te estoy apuntando con una pistola! ¿Es que no vas a hacer nada? ¡Tienes un rifle en las manos idiota! ¿A qué esperas?
Confuso, alzó su rifle lentamente, pendiente de todos sus gestos, hasta apuntarla.
Esto no tiene ningún sentido.
– ¿Por qué?
Ella le apuntó con más vigor, parecía que le dispararía de un momento a otro.
– Si huyes te matarán, y si no tampoco vivirás. Yo sé lo que es vivir años con miedo, huyendo eternamente. Sé lo que es vivir sin tener un hogar en ninguna parte, sin poder acercarte a nadie. Saberlo hace que no pueda dejarte marchar así. A mí ya no me queda nada, este era mi último viaje y no quiero vivir aquí. Pero si me matas tendrás una oportunidad. Serás quien pudo con la prisionera que casi escapa y que mató a dos soldados de élite, ¿entiendes? No te quedaba otro remedio, te estaba apuntando con un arma…
Movió su pistola hacia un lado y disparó a la nieve, haciendo que Cirio casi apretara el gatillo. Volvió a dirigirla hacia su cabeza.
– ¡Vamos! -gritó ella enfurecida.
Así que era eso…
Entrecerrando los ojos, Cirio apuntó con precisión.
– Contaré hasta tres -dijo Dorothy amenazante, apretando con más fuerza la pistola.
Pero él no se movió.
– Uno…
A la mierda.
Dejó caer su rifle al suelo, reuniendo el valor necesario para volver a articular palabra.
– No.
Esto la enfureció aún más, disparando nuevamente al lado de su pie izquierdo.
– ¿Mataste a uno de los guardias y ahora te niegas a defenderte ante una prisionera? ¡Cobarde! -escupió.
Cirio se limitó a negar con la cabeza. Ella apuntó a su hombro y disparó de nuevo. La bala no llegó a impactar, pero le rozó la piel, provocándole una quemadura. Con gesto de dolor se puso el brazo en el hombro, apretando los dientes.
– ¿Es que eres imbécil? -gritaba ella ya a viva voz- ¿Qué carajo te ocurre? ¡Reacciona!
Frustrada, le tiró la pistola a la cabeza, que Cirio pudo esquivar. Ella se acercó y le dio una bofetada.
– ¡No puedes vivir huyendo! ¡No puedes! ¿Me estas escuchando? ¡Di algo, desgraciado! -le gritaba zarandeándole con ambas manos en su chaleco.
– Tendré que hacerlo -dijo Cirio al fin-. Tendré que intentarlo.
– No puedes… -decía Dorothy perdiendo el hilo de voz- No… -y cayó de rodillas en el suelo, llevándose ambas manos a la cara. El llanto, descarnado y estremecedor, duró varios minutos en los que Cirio tuvo la impresión de que expulsaba años de indescriptible soledad y miedo, de supervivencia sin concesiones.
Finalmente se agachó a su altura.
– Tú también tendrás que intentarlo -le dijo-. Vamos.
La incorporó, viendo que ella iba cediendo al frío, pues temblaba más. En silencio la llevó a una cueva acondicionada que sólo Füller y él conocían y que estaba a unos ciento cincuenta metros de la nave. Allí tendrían refugio durante al menos un día más, y calefacción mecánica.
Sentó a Dorothy en la única silla de la estancia, y él se apoyó en la pared, palpándose aún el hombro.
– Estás loco -dijo ella.
– Tal vez. Y mientras pierdo la cordura me gustaría saber cómo has llegado hasta aquí.
– Es una historia muy larga y complicada.
– Tenemos todo el tiempo del mundo -dijo él aumentando la calefacción-. Podrías empezar por tu verdadero nombre.
Ella le miró unos instantes aún seria, hasta que sonrió como nunca antes la había visto sonreír.
Cronología previa
Año 1)
La humanidad llega a Tierra B huyendo de unas máquinas autoreplicantes que ella misma creó, las corales, con capacidad para viajar por el multiverso. Se encuentran con Tierra B, un mundo lleno de colonias de distintos modelos de la historia de la humanidad, donde Armantia corresponde a la suya.
Armantia está sin embargo menguando rápidamente entre conflictos y plagas, y los llegados debaten si merece la pena seguir con ese modelo y no usar el laboratorio colonial de a bordo para repoblar Armantia con un punto de partida controlado por ellos, como hicieron en otros universos antes que en aquel. Además, los avances armantinos iban en una senda propicia para construir nuevamente en el futuro a las corales. Finalmente se aprueba comenzar con el proceso, que duraría cerca de una década.
Año 2)
– En la puesta a punto del laboratorio, los llegados que se infiltraron entre los armantinos encuentran varias ruinas de una civilización anterior, en las que descubren el concepto de los ciclos. Advierten a los que en órbita preparan la repoblación, pero el plan no cambia.
Año 4)
– Los infiltrados, sensibilizados con los armantinos tras vivir entre ellos, no pueden continuar su tarea sabiendo que los demás serán exterminados en pocos años. Sus críticas son en vano, aunque para calmar los ánimos se decide crear las instalaciones de Diploma para que la nueva civilización tenga un apoyo cuando en un futuro ya no estén.
Año 5)
– A los pro-armantinos Diploma no les parece suficiente, por lo que deciden, clandestinamente y con ayuda de algunos contactos en órbita, sabotear el intento de repoblación para luego trabajar directamente sobre la civilización existente, y retirar del mando a los actuales líderes del éxodo. Revelan la verdad a los armantinos.
– Todo sale mal. Los pro-armantinos son delatados y asesinados. Uno de los ejecutores era, sin embargo, del otro bando, y pudo en órbita crear duplicados químicos de su memoria, que escondió ya en Armantia, bajo el suelo de las instalaciones de Diploma. Algunos logran salvarse y permanecer ocultos entre los armantinos.
Año 7)
– Con los pro-armantinos aún reorganizándose en secreto para conseguir volver a órbita, se decide desde ella comenzar con la primera fase de la repoblación, evitando dañar las infraestructuras existentes -pueblos, ciudades…- con un intensivo proceso de fumigación de toda Armantia con una modificación del virus de la viruela, hasta dejar a unas más manejables doscientas mil personas.
Año 8)
– Con el propósito de que la nueva colonia no descubra los ciclos, destruyen todo atisbo de civilización anterior que no corresponda con el esquema general de Armantia, salvo obviamente Diploma. A los supervivientes, deliberadamente jóvenes, se les inocula un nuevo programa cerebral con las semillas del modelo de civilización que se pretende.
– Algunos voluntarios deciden quedarse como vigilantes, para supervisar el devenir de la colonia y evitar que accedan a Diploma hasta que lo consideren oportuno, además de desalentar los viajes para no afectar al control de su aislamiento. Otros deciden hibernarse allí, para poder instruir a los colonos en el futuro de cómo evolucionar tecnológicamente sorteando la tentación de crear máquinas como las corales . Los llegados que permanecen en órbita, abandonan finalmente ese universo, en busca de nuevas oportunidades, y por temor a que las corales les encuentren si se mantienen estáticos.
Año 343)
– Boris Ourumov (B1) descubre Tierra B y Armantia. Al ver lo que le espera a su mundo original y en lo que derivaría Alix y su red de universos, decide que Tierra B, en otro espectro multiversal y por tanto fuera de la red de Alix, es un buen caldo de cultivo para que parte de la humanidad sobreviva a lo que ha creado.
– Acude a universos de su espectro original para convencer a otros Boris de su causa, y deciden ir llevando a Armantia agentes de Alix destinados a morir. La primera es Marla Enea Benavente, de la que para mayor seguridad se envían tres copias del mismo espectro.
– Otros Boris codician todo lo logrado por B1, en particular incluida la unidad, el dispositivo de viaje portable, y la habilidad de cambiar de espectro sin envejecer, e intentan conseguir esos conocimientos por las malas. Al mismo tiempo irrumpe la amenaza que B1 temió, pero no desde su mismo universo. La Red de la Humanidad les alcanza y mata a varios. B1 decide romper cualquier conexión con los demás universos y decide recluirse en Armantia, para dedicar el resto de su vida a su prosperidad.
– Tras buscarlas, B1 sólo encuentra a una de las tres Marlas que enviaron, vagando sola y hambrienta por un barrio turinense. Asumiendo su error de cálculo, decide acogerla y convertirla en su discípula.
Año 359)
– B1 intercede para convertir a su discípula en gobernadora de Hervine, bajo el nombre de Ellen Lynn.
Año 360)
– Enormemente envejecido, muere Boris Ourumov (B1), dejando tras de sí un pergamino para cuando lleguen las otras dos Marlas.
Año 398)
– Llega a órbita lo que queda del grupo de Boris que ayudaron originalmente a B1, y que pudieron escapar de la RH. Lo que se encontraron en Armantia, sin embargo, no era en lo que pensaban dejar sus esperanzas.
Año 401)
– Con muy pocos días de diferencia, llegan las dos Marlas restantes.