
Poul Anderson
El avatar
BRUGUERA
Título original: THE AVATAR
Traducción: Beatriz Podestá
1.a edición: mayo, 1982
La presente edición es propiedad de Editorial Bruguera, S.A.
Camps y Fabrés, 5. Barcelona (España)
© 1978 by Poul Anderson
Traducción: © 1982 by Editorial Bruguera, S. A.
Ilustración de cubierta: Isidre Monés
Diseño de colección: Neslé Soulé
Printed in Spain
ISBN 84-02-08662-4 / Depósito legal: B. 5.538 - 1982
Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A.
Carretera Nacional 152, km 21,650. Parets del Valles (Barcelona)- 1982
Edición digital de cioranmex amp; urijenny
Agradecimientos
La máquina T no es sólo un fruto de mi imaginación. Su principio básico ha sido descrito por F. J. Tipler en la Physical Review, vol. D-9, N.° 8 (15 de abril de 1974), páginas 2.203-6; en Physical Review Letters, vol. 37, N.° 14 (4 de octubre de 1976), págs. 879-82, y en su tesis Casuality Violation in General Relativity (Universidad de Maryland, 1976). No es de ningún modo responsable del uso que he hecho de la idea, especialmente porque me he alejado mucho de su modelo matemático.
Del mismo modo, el concepto de vida en un pulsar procede de una entrevista con Frank Drake, publicada en la revista Astronomy de diciembre de 1973, págs. 5-8, y de una conferencia que pronunció en la reunión de 1974 de la Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia. El también es un científico de gran reputación que no presenta su idea más que como una especulación. Por otra parte, puedo haber cometido terribles errores técnicos de los que él no es responsable.
Mi agradecimiento a ambos científicos por permitirme utilizar sus ideas. Sólo espero que aparezcan aquí sin demasiadas magulladuras.
Partes de los capítulos II y XXIII aparecieron de forma algo diferente en el número de otoño de 1977 de Isaac Asimov's Science Fiction Magazine, en un cuento titulado Joelle, copyright 1977, de Davis Publications, Inc.
Tengo una deuda especial con Karen Anderson, Mildred Downey Broxon, Víctor Fernández Dávila, Robert L. Porward, Larry J. Friesen, David G. Hartwell y Sandra Miesel por sus sugerencias, sus informaciones y su ayuda, en general. Varias cosas buenas de este libro se deben a ellos. Las cosas malas las inventé yo solo.
Poul Anderson
1
Yo era un abedul, blanca esbeltez en medio de una pradera, pero no sabía designar lo que era. Mis hojas bebían de la luz del sol que fluía por ellas y hacía brillar su verde, mis hojas bailaban en el viento que convertía mis ramas en un arpa, pero yo no veía ni oía. La decadencia de los días me volvía dorado y quebradizo, el hielo me desnudaba, la nieve se arremolinaba a mi alrededor durante mi larga somnolencia, y luego Orión cazaba a su presa más allá de este cielo y el sol corría hacia el Norte para despertarme con su resplandor; pero yo no sentía nada de esto.
Y sin embargo, yo lo notaba todo, porque vivía. Cada una de mis células sentía de manera secreta cuando el cielo brillaba ruidosamente por vez primera y después se aquietaba, el aire pasaba en ráfagas, saltaba o descansaba soñando, la lluvia traía frío y risas, el agua y los gusanos hacían su trabajo para mis raíces extendidas, los pajarillos piaban donde yo los albergaba, susurrando, la hierba y los dientes de león me envolvían en riquezas, la tierra se estremecía, mientras la Tierra giraba entre las estrellas. Cada año, al partir, dejaba en mí un anillo, como recuerdo. Aunque no tenía conciencia, yo estaba aún en Creación y pertenecía a ella; aunque no comprendía, sabía. Yo era Árbol.
2
Cuando la Emissary atravesó el pórtico y Febo volvió a brillar en el firmamento, la mitad de la docena de tripulantes que habían sobrevivido se encontraban reunidos en la sala común, junto con el pasajero de Beta. Después de su larga ausencia, querían contemplar el regreso en las pantallas visoras más grandes que tenían y compartir una ceremonia, levantando copas del último vino de a bordo para brindar por un feliz regreso al hogar. Los que estaban trabajando hicieron llegar sus voces por el intercom. Salud. Proost. Skol. Banzai. Saude. Zdoroviye. Prosit. Mazel tov. Santé. Viva. Aloha. Cada palabra hablaba de un lugar muy especial.
Desde su puesto en el ordenador de enlace, Joelle Ky susurró, en nombre de los que habían quedado atrás para siempre, Zivio, por Alexander Vlantis, Kan bei, por Yuan Chichao; Cheers, por Christine Burns. No añadió nada propio, pensó que era una sentimental incurable y confió en que nadie la hubiese oído. Su mirada fue hacia una pequeña pantalla que podía proporcionarle datos visuales, en el caso de que fueran necesarios. Metida entre los contadores, los controles, los indicadores de carga y descarga que se amontonaban en la cabina, parecía una ventana abierta al mundo.
«Mundo», pensó, significaba «universo». La ampliación estaba en el punto uno, revelando simplemente lo que hubiese visto el ojo. Pero había tantas estrellas y tan brillantes, diamantes, zafiros, topacios, rubíes de brillo rojo, que la obscuridad que había alrededor y detrás de ellas era como un cáliz. Aun en el Sistema Solar, Joelle no hubiese podido distinguir constelaciones en semejante tropel. Pero la forma de la Vía Láctea cambiaba poco con respecto a las noches en América del Norte. Con ese brillo helado como guía encontró un resplandor fantasmal que era M31; tenía el mismo aspecto desde Beta, también, porque es hermana de toda nuestra galaxia.
Con todo, sintió la necesidad súbita de una visión más familiar. Su necesidad de la tranquilidad que le daría la sorprendió… ella, la holoteta, para quien todo lo visible era sólo un velo que cubría la realidad. Los últimos ocho años terrestres debían de haberla desgastado más de lo que suponía. Poco dispuesta a aguardar las horas, quizá los días, hasta ver nuevamente Sol, hizo correr los dedos por el teclado que tenía enfrente, dirigiendo la antena para que enfocara a Febo. Por lo menos le había echado una ojeada al salir y había visto incontables fotos suyas a lo largo de su vida.
El casco estaba ya en su cabeza, la conexión con el ordenador, el banco de memoria y el instrumental de la nave. En cuanto deseó esa zona celestial en particular, estuvo calculada. Para ella, esa operación era cotidiana; era como saber mover una mano para coger una herramienta, o como saber de dónde proviene un sonido. No tenía nada de mágico.
La escena enfocó un sector diferente. Apareció un disco ligeramente más grande que Sol observado desde Tierra o Luna, algo más amarillento, tipo G5. Luminosidad fotosférica diez por ciento mayor que la recibida por Tierra, que había sido detenida automáticamente para que no la cegara. Los resplandores menores no habían sido velados, de modo que distinguió manchas en la superficie, el nácar de la corona, esbeltas alas de luz zodiacal. Sí -pensó-; Febo tiene la misma clase de belleza de mi sol. Centro no la tiene, y sólo ahora siento cuan solitaria era esa carencia.
Sus dedos se adelantaron, pidiendo una imagen de De-méter. Ese problema lo hubiese podido resolver su cerebro, sin ayuda. Al haber efectuado el tránsito recientemente, la Emissary flotaba cerca del pórtico y tenía una posición Lagrange 4 con respecto al planeta, en la misma órbita, pero 60 grados más adelantado. La antena sólo debía recorrer la eclíptica para encontrar lo que ella deseaba.
A una distancia de 0,81 unidades astronómicas, sin ampliar, Deméter se parecía a las estrellas que había a su alrededor, más intensa que la mayoría y más azul que cualquiera. ¿Todavía estás allá, Dan Brodersen? -se preguntó Joelle, y después-: Oh, sí debes de estar. Yo he estado fuera ocho años, pero sólo han pasado unos pocos de tus meses.
¿Cuántos, exactamente? No lo sé. Fidelio no está seguro.
El anuncio general del capitán Langendijk interrumpió su ensoñación.
- Atención, por favor. Hemos registrado la presencia de dos naves en nuestros radares. Una es, obviamente, la embarcación de vigilancia oficial, que solicita circuito de comunicación. Dejaré el intercomunicador abierto, pero os ruego que no interrumpáis la conversación y no hagáis ruidos innecesarios. Será mejor que no sepan que estáis escuchando.
Por un momento, Joelle se sintió desconcertada. ¿Por qué tomaría precauciones, como si el retorno de la Emissary no fuera una razón para el regocijo universal? ¿Por qué aparecía esa nota de tensión en su voz? La respuesta le llegó desde dentro. Había sido indiferente a los problemas de las facciones, apenas existían para ella, pero cuando la reclutaron para esta tripulación, no pudo dejar de escuchar historias de disputas e intrigas. Brodersen le había explicado los hechos con bastante severidad, hechos que con frecuencia habían sido tema de conversación en Beta. Una considerable coalición dentro de la humanidad nunca había deseado esta expedición y no se alegraría de su éxito.
Dos naves, ambas presumiblemente en órbita alrededor de la máquina T. La segunda debe de ser la de Dan.
- Habla Thomas Archer, comandante de la nave de vigilancia Faraday, de la Unión Mundial -dijo una voz de hombre. Su castellano tenia el mismo acento que el de Joelle-. Identifíquese.
- Willem Langendijk, comandante de la nave de exploración Emissary -respondió su capitán-. Acabamos de pasar, camino al Sistema Solar. ¿Podemos comenzar la maniobra?
- ¿Qué? Pero… -Evidentemente, Archer estaba atónito-. Bueno, en realidad parece que… ¡Pero todo el mundo suponía que el viaje duraría años!
- Así fue.
- No. Fui testigo de su tránsito. Eso fue hace… esto… cinco meses, no más.
- Aja. Por favor, comuníqueme la fecha y la hora de hoy.
- Pero… ustedes…
- Por favor. -Joelle podía imaginar muy bien la dureza de la expresión de la cara de Langendijk, a tono con su sequedad.
Archer leyó las cifras en un cronómetro. Ella solicitó al banco de memoria la hora exacta que era cuando, junto con sus compañeros, habían terminado de recorrer el sendero hasta aquí y se habían lanzado en espiral por el espacio-tiempo hacia su desconocido destino. La resta dio un intervalo de veinte semanas y tres días. Con la misma facilidad habría podido decir cuántos segundos o microsegundos habían transcurrido en la vida de Archer, pero sólo había suministrado información en minutos.
- Gracias -dijo Langendijk-. Para nosotros han pasado ocho años terrestres. Diríase que la máquina T es una especie de máquina del tiempo, además de un transportador espacial. Los betanos -los seres a quienes seguimos- calcularon nuestro derrotero para que llegáramos cerca de la fecha de nuestra partida.
El silencio vibraba. Joelle notó que tenía más conciencia de la habitual del ambiente que la rodeaba. En caída libre, un flojo arnés de seguridad sujetaba su cuerpo ingrávido. La sensación era agradable, y le recordaba los tiempos en que soñaba que volaba, cuando era joven. (Después sus sueños habían cambiado, con su mente y su alma, cuando se había transformado en holoteta.) El aire que salía de un ventilador murmuraba y acariciaba sus mejillas. Tenía un ligero olor a madera verde, a causa de las sustancias químicas recicladas, y, en la presente etapa de variación necesaria para la salud, era fresco y un poco picante, por los iones. Su corazón resonaba con fuerza en sus oídos. Y, sí, los calambres en su muñeca izquierda se habían transformado en un dolor constante; tenía que reforzar su tratamiento para la artritis, el tiempo pasaba, el tiempo pasaba. Probablemente ni los mismos Otros podían cambiar eso…
- Bueno -dijo Archer en inglés-. Que me aspen. Esto…, bienvenidos. ¿Cómo están?
Langendijk cambió al mismo idioma, en el que se sentía un poco más cómodo y que, de hecho, se usaba a bordo de la Emissary con tanta frecuencia como el castellano.
- Perdimos tres tripulantes. Pero por lo demás, capitán, puede creerme, traemos noticias estupendas. Además de estar deseando llegar a casa, usted lo comprenderá, estamos deseando contar nuestra historia a toda la Unión.
- ¿Encontraron…? -Archer calló, como si temiera decir el resto. Era muy posible que sintiera temor. Joelle oyó como respiraba hondo antes de lanzarse-: ¿Encontraron a los Otros?
- No. Lo que encontramos fue una civilización avanzada, no humana, pero amistosa, que está en contacto con muchos mundos habitados. Están deseando establecer relaciones estrechas también con nosotros; nos ofrecieron tratos que a mi tripulación y a mí nos parecen fabulosamente buenos. No; no saben más que nosotros acerca de los Otros, pero conocen más pórticos que han aprendido a usar. Pero nosotros, las próximas generaciones humanas, tendremos bastante tratando de asimilar lo que los betanos pueden aportarnos.
»Y ahora, capitán, si me disculpa… comprendo que le gustaría oírlo todo, pero eso nos llevaría días y, de todos modos, tenemos órdenes de no demorarnos. El Consejo de la Unión Mundial ordenó esta misión y debemos informarle en primer término. Es razonable, ¿no? Por lo tanto, solicitamos autorización para proseguir hacia el Sistema Solar.
Nuevamente, Archer guardó silencio unos instantes. ¿Sentiría algo más que sorpresa? En un impulso, Joelle conectó los circuitos exoinstrumentales de la nave. La inmediata aparición de los datos la sedujo. No era una percepción completa, pero dentro de lo posible, ¡qué fácil, qué bendición comprender el cosmos en su totalidad, asimilarse a él! Resistiéndose, se concentró únicamente en el radar y la información de navegación. En menos de un instante calculó cómo hacer aparecer la Faraday en su pantalla.
No había ninguna razón especial para eso. Sabía qué aspecto tenia la nave de vigilancia: un cilindro gris, puntiagudo, capaz de aterrizar en un planeta, con el lanzamisiles y el proyector de rayos ocultos en su esbeltez… totalmente diferente de la enorme y frágil esfera erizada de aparatos que era la Emissary. Cuando la imagen cambió, no la amplió para hacer visible la nave situada a mil kilómetros. En cambio, la imagen de dos globos de brillo mate, rojo y verde, que aparecían en la pantalla contra las estrellas, se apoderó de ella. Eran balizas, cercanas a la máquina T. Los Otros las habían puesto allí. Sus sentidos ampliados le dijeron que otra similar se distinguía en la pantalla receptora: era de color ultravioleta.
Vagamente, escuchó a Archer:
- ¿…Cuarentena?
Y a Langendijk:
- Bueno, si insisten, pero pasamos ocho años andando por Beta y tenemos con nosotros a un betano, y nadie ha enfermado. Pinski y de Carvalho, nuestros biólogos, estudiaron el tema y me dijeron que el contagio interracial es imposible. Bioquímicas demasiado diferentes.
Absorta por las balizas, dejó de escuchar por completo. Oh, seguramente, un día ella, la holoteta, podría comunicarse de mente a mente con sus autores, si alguna vez los hallaba.
Aunque, ¿qué harían con ella, quizá en más de un sentido? Quizá, aún la apariencia física no fuera totalmente irrelevante para ellos. Era una cosa rara para hacer en estas circunstancias, pero por primera vez en más de una década, Joelle Ky consideró brevemente su cuerpo como carne, no como maquinaria.
A sus cincuenta y ocho años terrestres de edad, sus ciento setenta y cinco centímetros se conservaban esbeltos, por no decir flacos, su piel clara y pálida, apenas arrugada. En eso y en los pómulos salientes, sus genes habían conservado algo de la historia que también recordaba su apellido: había nacido en América del Norte, en lo que quedaba de los Estados Unidos antes de que se federaran con Canadá. Sus rasgos eran delicados, sus ojos grandes y obscuros. Su cabellera, antes negra, cortada por debajo de las orejas, tenía la tonalidad del hierro. Vestía el uniforme de fajina de la nave, un mono con abundantes bolsillos y presillas; pocas veces llevaba algo más elegante cuando estaba en casa.
Sonrió fugazmente. Me estoy poniendo tonta. ¡Si algo es seguro, es que ninguno de los Otros vendrá a hacerme la corte! ¿Será el recuerdo de Dan, allá en Deméter? Más tonterías. Pero si en Beta me volví ocho años mayor que él…
Por alguna razón eso le recordó a Eric Stranathan, el primer y último hombre de quien se había enamorado plenamente. Atravesando un cuarto de siglo -más los ocho años de esta misión- volvió, sentado frente a ella en una canoa en el lago Louise, entre montañas, aire perfumado por los pinos, bajo un cielo nocturno casi tan vasto como el que rodeaba a la Emissary, y mirando hacia arriba, ella susurró:
- ¿Cómo verán estos los Otros? ¿Qué significará para ellos?
- ¿Qué son? -respondió él-. Animales que han evolucionado más que nosotros; máquinas que piensan; ángeles que moran junto al trono de Dios; seres o un ser de una clase que nunca hemos imaginado, que nunca podremos imaginar ¿o qué? Los humanos nos lo estamos preguntando desde hace más de cien años.
- Llegaremos a saberlo -aseguró ella con orgullo.
- ¿Gracias a la holotética? -preguntó él.
- Quizá. Si no, por medio de… ¿quién sabe? Pero creo que lo lograremos. Tengo que creerlo.
- Quizá no deberíamos intentarlo. Me parece que no volveremos a ser los mismos. El precio puede resultar demasiado elevado.
Ella se estremeció.
- ¿Quieres decir que renegaríamos de todo lo que tenemos aquí?
- Y de todo lo que somos. Sí; es posible. -Su querida silueta alargada se movió, meciendo la barca-. Y no me gustaría. Me siento tan feliz donde estoy, en este momento…
Esa fue la noche en que se hicieron amantes.
Joelle se sobresaltó. Basta. Sé sensata. Ya sé que los Otros me obsesionan. Al ver nuevamente su obra, al servicio de los humanos, se debe de haber destapado algún manantial en mi interior. Pero Willem tiene razón. Los betanos serán suficientes para muchas generaciones de mi raza. ¿Lo sabrán los Otros? ¿Lo habrán previsto?
Se escandalizó un poco cuando notó que hacía varios minutos que no atendía al intercomunicador. En general, no era dada a la introspección ni a las ensoñaciones. Quizá había sucedido porque estaba conectada al ordenador. En esas ocasiones un operador se transformaba, en orden de magnitud, en el matemático y lógico más grande que hubiese vivido nunca en la Tierra, antes de que se desarrollara esa conjunción. Pero el operador seguía siendo un simple mortal, lleno de necedad humana. Supongo que mi hábito de concentración total mientras estoy en este estado se apoderó de mí. Como no estoy habituada a tratar con emociones, me descontrolé.
Marginalmerite, sabía que estaba discutiendo. Prestó atención y oyó que Archer declaraba:
- Muy bien, capitán Langendijk, nadie previo que ustedes volverían tan pronto…, si volvían, para decirle la verdad… y, por lo tanto, no tengo órdenes concretas para este caso. Pero mis superiores me dieron instrucciones y orientaciones generales.
- ¿Ah, sí? -replicó el capitán de la Emissary-. ¿Y cuáles son?
- Bueno…, ejem… Algunas personas muy influyentes están preocupadas por algo más que la posibilidad de que traigan un microbio raro a la Tierra. La cuestión es que no saben qué es lo que pueden traer. Mire, no estoy insinuando que un monstruo se haya apoderado de su nave y finja ser usted…, nada paranoico como eso.
- ¡Mejor así! En realidad, señor, los betanos…, es el nombre que les damos nosotros, por supuesto…, los betanos no sólo son amistosos sino que están deseosos de conocernos bien. Por eso comerciarán con nosotros en condiciones que de otro modo serían increíblemente favorables. Consideran que saldrán ganando.
La cautela respondió:
- ¿Qué?
- Sería largo de explicar. Hay algo vital que esperan aprender de nosotros.
La frase se enroscó en Joelle. Algo que yo misma nunca aprendí realmente y que posiblemente nunca aprenda.
La voz de Archer le arrebató el pensamiento de un golpe.
- Bueno; quizá. Aunque creo que eso confirma mi punto de vista; nadie puede decir cuál será el efecto sobre… nosotros. Y la Unión Mundial, como usted sabe, no es muy estable. Usted piensa informar directamente al Consejo…
- Sí -dijo Langendijk-. Seguiremos hasta las cercanías de la Tierra, llamaremos a Lima y pediremos instrucciones. ¿Qué tiene de malo eso?
- ¡Demasiado público! -exclamó Archer. Y después de unos segundos-: Mire, no estoy autorizado a decir gran cosa. Pero los funcionarios que mencioné quieren, ejem, recibir su informe de forma privada, examinar sus datos, esa clase de cosa, antes de publicar un comunicado de prensa. ¿Entiende?
- Hum, tenía mis sospechas -retumbó Langendijk-. Siga.
- Bueno, considerando las circunstancias, etcétera, voy a interpretar mis órdenes así: lo acompañaremos por el pórtico, hasta el Sistema Solar. Por supuesto, trabaremos nuestros autopilotos por radio, para estar seguros de que saldremos simultáneamente. Usted no se comunicará con nadie más que con nosotros, por un canal sellado. Nosotros nos ocuparemos de todo lo demás… hasta que le digamos otra cosa. ¿Está claro?
- Demasiado claro.
- Por favor, capitán, no quiero ofenderlo, nada de eso. Debe entender que es un asunto importantísimo. Las personas que son, ejem…, responsables de millones de vidas humanas, tienen que ser cautelosas. Incluyéndome a mí, para empezar.
- Sí; admito que está cumpliendo con su deber, tal como lo entiende, capitán Archer. Además, tiene los medios.
La Emissary llevaba un par de cañones, pero casi como una idea de último momento; sus oficiales de control de fuego eran también los pilotos de lanzamiento. Aunque podía alcanzar grandes velocidades, si se le daba tiempo, su tope de aceleración, considerando la carga útil y la masa, era de menos de dos gravedades, y sus giroscopios o reactores laterales sólo la hacían girar con lentitud. Nadie había imaginado que fuera una nave de guerra, sino un bajel solitario, encaminándose hacia lo que podía ser una galaxia entera. La Faraday estaba diseñada para el combate. (No se había dado el caso, pero ¿quién sabía qué podía surgir un día de un pórtico?) Además, su gran maniobrabilidad la hacía adecuada para el trabajo de rescate y para transportar grupos de exploración.
- Estoy tratando de hacer lo más conveniente para nuestro gobierno, señor.
- Me gustaría que me dijera quién está en el gobierno.
- Lo siento, pero sólo soy un oficial astronáutico. No sería correcto que hablara de política. Esto… ha comprendido, ¿verdad?, que no tiene ninguna razón para preocuparse. Esto no es más que una precaución extra.
- Sí, sí -suspiró Langendijk-. Vamos allá.
Y la conversación se centró en los detalles técnicos.
La charla terminó. Langendijk se dirigió a su tripulación.
- Lo habéis oído, por supuesto. ¿Preguntas? ¿Comentarios?
La respuesta fue una explosión de indignación y consternación; la más furiosa era Prieda von Moltke:
- Hollenfeuer und Teufelscheiss!' (Al carajo. N. del T.)
El primer ingeniero Dairoku Mitsukuri fue más moderado:
- Esto es quizá un poco prepotente, pero no creo que nos hagan perder mucho tiempo. El hecho de nuestra llegada generará una enorme presión popular para que nos liberen.
Carlos Francisco Rueda Suárez, el primer oficial, añadió con su tono más altanero:
- Además, mi familia tendrá mucho que decir sobre este asunto.
Un temor que deseaba fuera ridículo se alzó en Joelle, heló su cuerpo y endureció su voz de contralto:
- Estás presuponiendo que se enterarán -dijo.
- Por Dios, no puedes decir eso -protestó el segundo ingeniero Torsten Sverdrup-. Los Rueda mantenidos en la ignorancia… eso es imposible.
- Temo que no -respondió Joelle-. ¿Os dais cuenta de que estamos a merced de esa nave de vigilancia? Y su capitán no se comporta como si solamente quisiera actuar correctamente. ¿Lo hace? No pretendo ser muy sensible cuando se trata de gente, pero he tenido algunos contactos con camarillas y cabalas de alto nivel político. Y además, la última vez que hablamos en la Tierra, Dan Brodersen me advirtió que, a la vuelta, podríamos encontrar no sólo la hostilidad de algunas facciones sino auténticos problemas.
- ¿Brodersen? -preguntó Sam Kalahele, el artillero compañero de Von Moltke.
- El propietario de las Empresas Chehalis, en Deméter -explicó Marie Feuillet, química-. Se puede suponer que exageraba. Es un típico capitalista y, por lo tanto, desconfía del gobierno y quizá de la misma Unión.
- Pronto tendremos que iniciar la aceleración -declaró Langendijk-. Todos a sus puestos de vuelo.
- ¡Por favor! -gritó Joelle-. Escúchame un momento, capitán. Admito que soy horriblemente ingenua ante muchas cosas, pero Dan… el capitán Brodersen me dijo que dejaría un robot cerca del pórtico, programado para aguardarnos, por si surgían problemas. Previó la posibilidad de que volviéramos en una fecha cercana a la de nuestra partida. Bueno, ¿qué otra cosa puede ser esa segunda nave en órbita allá lejos…? El radar la registró… ¿Qué otra cosa puede ser más que su robot?
La voz de Rueda resonó:
- Virgen Santa, Joelle, ¿por qué no lo dijiste nunca en todos estos años?
- Oh, él creía que no debíamos preocuparnos por algo que quizá no sucediera nunca. Me lo dijo, bueno… porque somos amigos, sabiendo que almacenaría la información en el fondo del cerebro. La puse en mi cinta resumen, para que vosotros pudierais oírla si yo moría.
- Pero, en ese caso, no hay problema -dijo Rueda, contento-. No pueden mantenernos incomunicados, si eso es lo que teméis. En cuanto el robot le informe, él lo comunicará al mundo. Tendría que haberlo imaginado. Quizá sepáis que es pariente mío, por su primer matrimonio.
Joelle meneó la cabeza. Los cables que entraban en el casco eran flexibles y permitían el gesto, aunque la masa añadida causaba un notable esfuerzo y, en la ausencia de peso, hacía que su torso tuviera que compensar ligeramente el movimiento.
- No -respondió-. Fíjate qué lejos está. Ninguno de los sistemas ópticos que ha construido el hombre puede distinguir a la Emissary de las… ¿son siete, no? naves similares a esta distancia. Después de todo, no es más que un transporte del tipo Reina modificado.
- Y entonces, ¿qué utilidad tiene aparcar un observador aquí? -dijo en tono cortante el contramaestre Bruno Benedetti.
- Lo que ha sucedido es obvio -replicó la planetóloga Olga Razumovski-. Pero dínoslo, Joelle.
La holoteta inspiró.
- Lo que Brodersen planeaba es esto -dijo-. Enviaría el robot con el pretexto de estudiar la máquina T durante un período de varios años, con la esperanza de obtener algunas claves acerca de su funcionamiento. En realidad, las naves de vigilancia no realizan un programa muy satisfactorio, de modo que difícilmente podrían prohibir su proyecto. Además no lo habrá hecho en su nombre. Habrá conseguido que la Fundación de Investigación de Deméter lo auspicie. Ha sido un generoso colaborador. Y de todos modos, la nave realizaría observaciones auténticas.
»Y entonces, ¿por qué un conjunto de instrumentos tan valiosos es obligado a mantenerse a más de un millón de kilómetros de lo que está investigando? Yo diría que las autoridades utilizaron el pretexto de la seguridad, de una posible colisión si una nave salía con vectores equivocados. La probabilidad de que eso suceda es de una entre diez a la décima potencia. Pero podrían haber impuesto la regla, si les interesaba.
»De modo que el hecho de que estén así las cosas muestra sus verdaderas motivaciones. No quieren perder el control de las noticias del pórtico… otra nave betana, quizá, o nuestro retorno, o cualquier cosa maravillosa. Quieren ejercer la censura.
»¿Nos censurarán a nosotros? Hay poderosos elementos antiestelares en la Tierra, en más de un gobierno nacional. Podrían haber ganado influencia dentro de la jerarquía de la Unión. Podrían tener planes que no han comunicado a sus colegas.
Maldiciones, gruñidos, un par de objeciones rascaron el intercomunicador. Solitario entre ellos se oyó el aflautado sonido de asombro de Fidelio: «¿Cuál es el problema? -cantaba el betano-. ¿Por qué no estáis alegres?»
Langendijk silenció los ruidos.
- Como capitán de la nave de vigilancia, Archer tiene autoridad sobre mí -dijo-. Preparaos a obedecer sus instrucciones.
- Willem, escúchame -rogó Joelle-. Puedo enviar un haz al robot sin que se enteren en la Faraday, y decir la verdad a Brodersen…
Langendijk la interrumpió:
- Obedeceremos las órdenes. Esta es una orden directa que haré constar en el diario de a bordo. -Su tono se suavizó-. No discutamos, después de haber hecho juntos un viaje tan largo y duro. Calmaos. Pensad en que hay muchísimas posibilidades de que muchos de vosotros estéis sobreexcitados, transformando en montaña un grano de arena. Archer se comunica secretamente, con la secreta complicidad del comandante en jefe del Sistema Solar…, se comunica en secreto con sus amos secretos que le ordenan llevarnos a un lugar secreto. ¿No es un poco melodramático?
Con la mayor seriedad agregó:
- Además, pensad… la ley del espacio está por encima de la política. Tiene que estarlo. Si no, el hombre no va a las estrellas y muere. Cada uno de nosotros ha jurado solemnemente defenderla.
Después de una pausa en la que sólo se oyó el aire del ventilador:
- Todos a sus puestos. Aceleramos dentro de diez minutos.
Joelle sintió que se derrumbaba. La desesperanza la abrumó. En efecto, podría haber enviado el imperceptible mensaje de que había hablado si sus conexiones con el ordenador se hubiesen extendido al sistema de comunicaciones externas, pero los conmutadores para eso no estaban en su cámara.
y Willem tiene razón en cuanto a la ley. Y probablemente también tenga razón cuando dice que la idea de un complot contra nosotros es una fantasía enfermiza. ¿Quién soy yo para juzgarlo? He estado demasiado alejada de la humanidad común durante demasiado tiempo para saber como funciona. La realidad esencial es más fácil de entender, si, es más fácil formar parte de ella, que de nosotros, chispas que cruzan el noúmeno.
- ¿Lista, Joelle? -preguntó suavemente y algo contrito Langendijk.
- ¡Oh! -Joelle se sobresaltó-. Sí. Cuando quieras.
- He transmitido a la Faraday nuestra intención de acelerar a una g a las 15 y 35 y están de acuerdo. Ellos marcarán el paso; están maniobrando para eso. Conectaremos los autopilotos a cien kilómetros de la baliza Charlie. ¿Tienes ya la información que necesitas? Ach… tienes que tenerla. Sólo un idiota olvidadizo lo preguntaría.
Deseosa ella misma de reconciliación, Joelle esbozó una sonrisa que él no podía ver y respondió:
- Es lógico que lo olvides, Willem. Estoy haciendo el trabajo de Christine. -Christine Burns, la computadora humana titular que había muerto en brazos de Joelle pocos meses antes de que la Emissary emprendiera el viaje de vuelta a casa.
- La navegación queda a tu cargo, entonces -dijo Langendijk en tono formal-. Lista para iniciar la maniobra.
- Sí.
Joelle se puso en acción. La información la inundó, vectores de situación, vectores de velocidad, inercia, empujes, fuerzas del campo gravitatorio, las derivadas temporales y espaciales de éstas, cambiando continuamente, suaves y poderosas. La información salía de instrumentos, transformada en números digitales, y, mientras tanto, el banco de memoria le proporcionaba, no sólo los hechos específicos del pasado y las constantes naturales que requería, sino la entera y magnífica estructura analítica de la mecánica celeste y los esfuerzos de tensión. Tenía instantáneamente a su disposición los conocimientos físicos de siglos y del punto único del espacio-tiempo en que se encontraba.
La información pasaba, desde su fuente, a una unidad que la traducía, en nanosegundos, convirtiéndola en las señales adecuadas. Después, entraban en su cerebro. La conexión no se hacía por medio de cables conectados con su cráneo; nada tan crudo. La inducción electromagnética era suficiente. A su vez, ella consultaba al poderoso ordenador al que también estaba conectada, a medida que surgían los problemas, momento a momento.
La relación era total. Había sumado a su sistema nervioso la inmensa potencia de entrada, la capacidad de almacenamiento y la velocidad de localización de la maquinaria electrónica, junto con la inmensa capacidad lógico-matemática para el volumen y la velocidad de operación que pertenecía a su otra mitad. Por su parte, ella aportaba la capacidad humana para percibir lo inesperado, para pensar de forma creadora, para cambiar de opinión. Era el único componente no metálico de todo el sistema, un programa que podía reescribirse continuamente; director de una enorme orquesta muda que podía tener que tocar jazz sin advertencia previa o componer una sinfonía enteramente nueva.
Los números y manipulaciones no fluían ante ella como objetos individuales. (Tampoco planeaba las incontables decisiones cinestésicas que tomaba su cuerpo cuando andaba.) Los percibía como una sensación de continua corrección, como una función. Su conciencia superaba, iba más allá del mecánico baraje de símbolos; daba forma al diseño continuo como un escultor moldea la arcilla con manos que saben, por sí mismas, lo que deben hacer.
Artista, científica, atleta en el breve pináculo del logro…, eso le parecía la conexión a Christine Burns.
A Joelle, no. Christine había sido una conexión corriente. Joelle era una holoteta que había trascendido esa experiencia. Quizá la diferencia fuera similar a la que hay entre un católico devoto, mientras reza, y San Juan de la Cruz.
Además, este trabajo era rutinario. Joelle sólo tenía que dirigir, con sus pensamientos, la maquinaria que impulsaba la nave a lo largo de un conjunto de curvas tipo, a través de un conjunto de configuraciones conocidas. El ordenador habría podido hacerlo sin ayuda, si hubiera valido la pena tomarse el trabajo de reajustar varios circuitos. El robot de Brodersen realizaba el mismo tipo de tarea.
Christine, la conexión, había sido contratada porque la Emissary se dirigía a lo totalmente desconocido, donde la supervivencia podía depender de una decisión relámpago, nunca prevista o programada. Ella misma, si hubiera vivido, hubiese considerado fáciles estas maniobras.
Joelle las encontraba sedantes. Se recostó en su silla, consciente de haber recuperado el peso, y disfrutó de su unidad con la nave. No podía oír ni sentir, pero percibía el susurro del impulso. Las células de migma generaban gigavatios de energía de fusión para dividir el agua, ionizar sus átomos, lanzar el plasma por los compresores a reacción a una velocidad cercana a la de la luz. Pero su eficiencia era soberbia, un triunfo tan grande como la catedral de Chartres; sólo se notaba un resplandor apagado, manando a popa durante unos kilómetros, y el movimiento hacia adelante del casco.
Movimiento… duraría varias horas, en direcciones siempre cambiantes, mientras la Emissary tejía su camino por el pórtico de estrellas, entre Febo y Sol. Sin embargo, ahora sólo había un impulso directo hacia la primera baliza. Joelle se movió y frunció el ceño. Con menos de la mitad de su atención comprometida, no podía ignorar por mucho tiempo su temor a ser aprisionada en la Tierra.
Pero entonces la pantalla captó la propia máquina T y fue arrebatada por un milagro que nunca perdía interés.
A aquella distancia, el cilindro era una rayita entre la multitud, las nubes de estrellas. Magnificó, y la forma se volvió más clara, aunque sus dimensiones seguían siendo una abstracción: unos mil kilómetros de longitud, algo más de dos kilómetros de diámetro. Giraba alrededor de su eje mayor a tanta velocidad que cualquier punto de su superficie viajaba a tres cuartos de la velocidad de la luz. No había nada en su superficie plateada y brillante que revelara eso al ojo desnudo, pero de algún modo, un resplandor apenas perceptible e interminable de colores cambiantes transmitían la sensación del torbellino de energía que había en su interior. Los humanos creían que el resplandor provenía de campos de energía que mantenían materia comprimida a densidades inimaginables. Había lunas que tenían menos masa que la máquina misteriosa que abría los pórticos de las estrellas.
Más atrás, brillaban dos de las balizas que la rodeaban, una púrpura y una dorada; por medio de los instrumentos, Joelle espió una tercera, cuyo color era radio.
Esta cosa que habían forjado los Otros y habían puesto en órbita alrededor de Febo, como habían puesto otra en Sol y una en Centro y una en… ¿quién se atrevía a suponer en cuántas estrellas, a lo largo de cuántos años y años-luz? ¿Qué cantidad de razas inteligentes las habían hallado en el espacio, habían obtenido la misma autorización impersonal para utilizarlas y habían deseado para siempre saber quiénes eran, en realidad, sus autores?
Y, entre ellas, ¿qué proporción se habrá mutilado como lo estamos haciendo nosotros? -se preguntó Joelle, en un arranque de amargura-. Oh, Dan, Dan, no sirvió para nada que trataras de dar la noticia que nos pondría en libertad…
Y entonces, como en un amanecer, vio lo que él había visto antes. Tenía que haberlo pensado; lo recordó diciendo: «Cada zorro tiene dos entradas en su madriguera.» Sintió renacer la esperanza. No se detuvo a observar cuan débil era, cuan fácilmente podía ser aventada. Por ahora, la chispa era suficiente.
3
Daniel Brodersen había nacido en lo que aún se llamaba el estado de Washington y que, por cierto, no se había separado de los EK.UU. durante las guerras civiles, como habían intentado varias regiones y había logrado la Sagrada República Occidental. Sin embargo, durante las tres generaciones anteriores a la suya, el jefe de la familia había llevado el título de Capitán General del Dominio Olímpico y había ejercido su liderazgo sobre esa península, incluyendo la ciudad de Tacoma, un liderazgo real a diferencia de las pretensiones del gobierno federal, meras palabras.
Esos barones no se consideraban nobles. Mike era un pescador casado con una india Quinault, que había invertido su dinero en varias barcas. Cuando los Conflictos llegaron a América, él y sus hombres fueron el núcleo de un grupo que restauró el orden en la vecindad, sobre todo para proteger a sus familias. A medida que las cosas empeoraban, recibió peticiones de auxilio de un número siempre creciente de granjas y pueblos hasta que, bastante sorprendido, descubrió que era señor de muchas montañas, bosques, valles y riberas, con toda la gente que los poblaban. Cualquiera podía hacerse oír por él; no tenía ínfulas de grandeza.
Cayó en una batalla contra los bandidos. Bob, su hijo mayor, lo vengó de manera terrible, anexó el territorio fuera de la ley, para evitar una repetición, y se dedicó a defender y administrar una tosca justicia en sus tierras, para que la gente pudiera trabajar. Bob era leal a los Estados Unidos, y dos veces reclutó regimientos de voluntarios para luchar por su integridad. Así perdió a dos de sus hijos y murió defendiendo Seattle contra una flota que los Sagros habían enviado al Norte.
Durante su vida, acontecimientos similares ocurrieron en la Columbia Británica. El nacionalismo norteamericano o canadiense significaba mucho menos que la necesidad de cooperación local. Bob casó a John, el hijo que le quedaba, con Barbara, la hija del Capitán General del valle de Fraser. La alianza maduró en una estrecha amistad entre las dos familias. Después de la muerte de Bob, una elección especial dio su puesto a John. «Nos ha ido bien con los Brodersen, ¿no?», era la frase que se repetía en muelles y barcas, cabanas y casas, huertos, campos, bosques, talleres, tabernas, desde el cabo Plattery hasta Puget Sound y desde Tatoosh hasta Hoquiam.
Los primeros años de John en su cargo fueron turbulentos, pero eso se debió a acontecimientos exteriores a la Península Olímpica que, gradualmente, fueron perdiendo su violencia. Con la paz llegó la prosperidad y la civilización volvió a crecer. Los barones siempre habían sido bastante instruidos, pero hombres de acción. John fundó escuelas, importó profesores, los escuchó y leyó libros en sus pocos ratos libres.
Por eso pudo comprender, mejor aún de lo que permitía la astucia nativa, que el período feudal estaba acabando. Primero, el comando militar federal logró controlar la totalidad de los EE.UU., como había hecho el general McDonough en Canadá. Luego, estableció paulatinamente una nueva administración civil, logró una especie de acuerdo con la Sagrada República Occidental y el Imperio Mexicano y abrió negociaciones para unirse con su vecino del norte. Mientras tanto, la Unión Mundial, creada por el Convenio de Lima, se estaba ampliando. La Federación Norteamericana se asoció a los tres años de su proclamación, cumpliendo la promesa hecha con anterioridad. Este ejemplo arrastró a las últimas naciones que se resistían, y un gobierno limitado para todos los seres humanos fue realidad… durante un tiempo, al menos.
Cuando se iniciaron estos acontecimientos, John decidió que su misión sería preservar para su gente un nivel de autonomía que le permitiera seguir viviendo en alguna medida de acuerdo a sus tradiciones y sus deseos. A lo largo de los años, cedió a la centralización paso a paso, negociando cada concesión, y logró lo que deseaba. Al final era, nominalmente, un caballero, con considerables propiedades y merecedor de varios honores y beneficios, pero un simple ciudadano. En la práctica, estaba entre los magnates y apoyaba su fuerza en el respeto y el afecto de todo el noroeste del Pacífico.
Daniel era su tercer hijo, que heredaría pocas riquezas y ningún rango. Esto le parecía muy bien a Daniel. Disfrutó su infancia…, bosques, mesetas, ríos salvajes, el mar, caballos, lanchas, aviones, armas de fuego, amigos, ceremonias de la guardia, rudo esplendor del castillo hasta que se transformó en una mansión, visitas a parientes de su madre y a ciudades cercanas, donde tanto el placer como la cultura se volvían más complicados… Pero era inquieto, el resultado de una familia de luchadores, y en su adolescencia a menudo se metió en pendencias, cuando no salía a alborotar con amigos de mal vivir. Finalmente, se alistó en el Cuerpo de Emergencia del Comando de Paz de la Unión Mundial. Fue poco después de su fundación. La Unión misma no era más que una criatura a quien muchos querían estrangular. La gente del Cuerpo saltaba de un sitio a otro del Globo -y últimamente fuera de él- y la mayoría estaban llenos de armas que se usaban con frecuencia. Para Brodersen, comenzaron así una serie de correrías que, eventualmente, lo depositaron en Deméter.
Las amistades que hizo posteriormente asumían que ese joven estaba ya a mucha distancia en el espacio y quizá, a los cincuenta años terrestres de edad, a mucha más distancia en el tiempo. El mismo pensaba pocas veces en eso. Estaba demasiado ocupado.
Instalando su humanidad en una silla, sacó la pipa y la bolsa del tabaco.
- Al diablo con los torpedos -dijo con voz tonante-. Adelante a toda velocidad.
La gobernadora general de Deméter parpadeó al otro lado del escritorio.
- ¿Qué?
- Un dicho de mi padre -le explicó Brodersen-. Significa que me pediste que viniera personalmente a tu despacho porque no querías que charláramos sobre lo que sea por teléfono, y ahora andas de puntillas alrededor del tema como si fuera un establo que no se limpia desde hace mucho.
Sonrió, para demostrar que sus intenciones eran buenas, aunque no estaba seguro de eso.
- No me mantengas aquí barajando metáforas más tiempo del necesario. Lis me espera para cenar y, si se pasa el asado, es implacable.
Aurelia Hancock frunció el ceño. Era una mujer robusta, bastante gorda, con rasgos fuertes y cortos cabellos grises. Un cigarrillo ardía entre dedos manchados de amarillo; el tabaco había enronquecido su voz y se rumoreaba que se daba una cantidad muy grande de inyecciones reforzadoras de cáncer. Como de costumbre, llevaba ropas a la moda de la Tierra, pero conservadoras, una túnica verde de cuello abierto con adornos plateados, pantalones acampanados y sandalias doradas.
- Estaba tratando de ser amable -dijo.
El pulgar de Brodersen aplastó el contenido de la cazoleta.
- Gracias -respondió-, pero me temo que no hay modo de que este tema resulte agradable.
Ella reaccionó.
- ¿Cómo sabes de qué quiero hablar?
- Oh, bájate de esa incómoda plataforma, Aurie. ¿De qué va a ser, más que de la Emissary?
Hancock aspiró de su cigarrillo, lo bajó y dijo:
- De acuerdo, Dan. Tienes que dejar de propagar esas historias acerca de su vuelta. Simplemente, no son ciertas. Mi personal y yo tenemos ya bastante que hacer, sin necesidad de que surjan sospechas infundadas de que el mismo Consejo miente al pueblo.
Brodersen levantó sus pobladas cejas.
- ¿Y quién dice que he estado propagando historias? No he aparecido en ninguna transmisión, ni he montado una plataforma para discursear en Godard Park, ¿no? Hace cuatro o cinco semanas te pregunté si sabías algo de la Emissary, y te lo volví a preguntar un par de veces, desde entonces, y tú me has dicho que no. Eso es todo.
- No es así. Has estado hablando…
- Con amigos, claro. ¿Desde cuándo controlan las conversaciones tus espías?
- ¿Espías? Supongo que te refieres a los investigadores policiales. No, Dan; no es así. ¿Por quién me tomas? ¿Para qué iba a hacerlo, por cierto, con sólo medio millón de personas en Eópolis, y con lo que les gustan los chismes? Todo me llega automáticamente.
Brodersen la miró con renovado respeto. Su nombramiento había sido político. Tenía una actuación destacada en el partido de Acción de la Federación Norteamericana, era la colaboradora y la protegida de Ira Quick, pero, en general, no había hecho las cosas mal en Deméter, como intermediaria entre el Consejo de la Unión y una variedad de colonos cada vez más descontentos. (Un toque de piedad: Su marido había sido un poderoso abogado en la Tierra, pero aquí sus servicios no eran muy necesarios y a pesar de que disimulaba bien, todo el mundo sabía que era un alcohólico y no quería curarse. En todo caso eso hacía parecer aun más formidable a Aurelia Hancock.) Sería mejor jugar sus cartas con precaución.
- Primero hablé contigo -dijo.
- Sí, y te dije que seguramente yo me habría enterado si…
- No me convenciste de que mis pruebas fueran falsas.
- Traté de hacerlo, pero no me escuchaste. Piensa. A esa distancia, ¿cómo podía saber tu robot si era la Emissary? -Hancock volvió a fruncir el ceño-. El hecho de haber engañado al Control Astronáutico acerca de la verdadera finalidad de esa nave podría afectar la continuidad de tus licencias, ¿sabes?
Brodersen había esperado esta línea de ataque.
- Aurie -suspiró elaboradamente-. Déjame que te explique exactamente lo que ocurrió.
Encendió su pipa. Dejó vagar su mirada. La habitación y los muebles le gustaban; había pocos sintéticos, la mayoría habían sido hechos a mano con los materiales existentes unos setenta años antes, cuando hacía una sola generación que había humanos en Deméter. (Eso sería medio siglo terrestre -pasó por su cabeza-. Realmente he asumido este planeta, ¿no?) El revestimiento de madera clara de las paredes daba relieve a un florero lleno de pimpollos y a un asombroso holograma del monte Lorn con las dos lunas llenas sobre la nieve. A su derecha, dos ventanas se abrían sobre un jardín. Allí, rosas y césped terrestres llegaban hasta una cerca de hierro forjado, pero quedaba un enorme roble trueno del bosque desaparecido, con sus hojas azul verdoso exhalando un suave olor a jengibre. Las enredaderas crecían jubilosas sobre el metal. El tránsito ordinario se movía por la calle, peatones, ciclistas, la burbuja de un auto y la serpiente de un camión, zumbando sobre sus colchones de aire. En la acera de enfrente una casa moderna alzaba su trapezoide color pastel. Pero el cielo curvo era más azul que en cualquier lugar de la Tierra, y Febo por la tarde tenía una suavidad similar a la de Sol al atardecer. Durante medio segundo recordó que la presión barométrica era más baja y también la gravedad (80 por 100), pero su cuerpo estaba demasiado habituado para seguir sintiéndolo.
Aspiró de la pipa, saboreó el aroma entre la lengua y las ventanas de la nariz, y continuó:
- Nunca mantuve en secreto mi opinión. La teoría dice que una máquina T puede enviarte a cualquier lugar a su alcance del espacio-tiempo…, lo que significa espacio y tiempo. La Emissary seguía a una nave desconocida que había sido vista usando un pórtico en este sistema, obviamente para pasar entre dos puntos que desconocemos. Imaginé que la tripulación y los dueños serían amistosos. ¿Por qué no iban a serlo? Como mínimo, ayudarían a volver a la Emissary, una vez completada su misión. Y en ese caso, ¿por qué no enviarla a casa cerca de la fecha de partida?
- Ya he oído tu argumento -dijo Hancock-, pero después de que comenzaras tu agitación. Si te pareció tan plausible, tan importante, ¿por qué no presentaste antes un informe a la oficina indicada?
Brodersen se encogió de hombros. -¿Por qué? La idea no era una exclusividad mía. Además, sólo soy un ciudadano común.
Ella le miró con los ojos entrecerrados.
- El hombre más rico de Deméter no es exactamente un ciudadano común.
- No soy nadie al lado de los ricos de la Tierra -dijo con blandura.
- Como el clan Rueda, en Perú, con quienes tienes relaciones comerciales y familiares. No; no eres exactamente un ciudadano común.
Sin moverse, ella le miró fijamente. El se recostó, acunando la tibieza de la cazoleta, y la dejó mirarle. No porque se hiciera ilusiones acerca de su aspecto personal. Era un hombre grande, de un metro ochenta y ocho de estatura, huesos grandes, musculoso, ancho de hombros, pero en los últimos años había añadido centímetros a su cintura y parecía rechoncho. Su cabeza también era maciza, mesocefálica, su cara cuadrada con boca y mandíbula fuertes, una pronunciada nariz aguileña, ojos grises y separados con patas de gallo, la piel curtida y arrugada. Como la mayoría de los hombres en Deméter, iba afeitado y llevaba corto el pelo; que era liso, áspero, negro, con algunas franjas blancas, una última herencia de su bisabuela. Para esta reunión, como para la mayoría de las ocasiones, llevaba la ropa habitual de los colonos: un chaleco de piel de orosaurio sobre una blusa suelta, pantalones flojos metidos dentro de las botas cortas y un ancho cinturón con presillas que sujetaban pequeñas herramientas e instrumentos, además de un cuchillo en su vaina.
- A pesar de todo -dijo él, siempre en tono amistoso- no creo haber quebrantado ninguna ley, ni siquiera haberla torcido como para que sea ir reconocible.
- No estés demasiado seguro de eso.
- ¡Hum! Será mejor que recordemos la historia desde el principio, a ver si puedes señalar el momento en que quedé fuera de la ley. Por lo demás, relájate y disfrútala.
Brodersen respiró hondo antes de continuar:
- Pensé, y lo comenté con diversas personas, que la Emissary podría volver pronto. Pocos me prestaron atención. Sí; como supusiste, patrociné ese observador robot que la Fundación envió a estudiar la máquina T, pero el trabajo que realizaba era legítimamente científico y todavía no me han dado una explicación satisfactoria de la razón por la que tuvo que colocarse en una órbita tan distante.
«Espera, por favor. Déjame hablar un minuto más… -Aunque sus párpados se entrecerraron, dulcificando la nota imperiosa, su voz siguió adelante-. Los reglamentos espaciales no exigen que los planes de investigación sean explicados en detalle. Y ¿qué tenía de malo mantener una lente enfocada a la espera de la Emissaryl ¿Me acusas de fraude? ¡Caray, Aurie, fue al revés!
»De todos modos, después de unos meses, el observador volvió y envió un mensaje a la estación a la que debía informar, en ciertas circunstancias. Te llamé y te pregunté… prudentemente, creo… si sabías algo del asunto. Dijiste que no. Consulté con la Tierra y todos dijeron que no, allí también. El caso es que no me gustaría llamar embusteros a todos. Y especialmente a ti, Aurie. Y sin embargo, hoy me has invitado a una discusión confidencial, acerca de la forma de amordazarme.
Ella se enderezó en su silla, se apoyó en el escritorio y lo desafió:
- Estás sacando conclusiones apresuradas desde el principio. Conclusiones absurdas.
- ¿Debo correr descalzo por el establo para complacerte? -La nota de paciencia no era espontánea; había planeado su táctica mientras iba hacia allí-. Directa o indirectamente, tienes que haber oído mi razonamiento. Pero no importa; aquí está de nuevo.
»E1 robot registró un transporte de la clase Reina saliendo de un pórtico -dijo-. Por supuesto que estaba demasiado lejos para identificar la nave, pero nosotros los humanos no hemos construido ninguna otra cosa tan grande, y la forma era la correcta. O era una Reina o era una nave no humana de la misma clase. Luego, el robot registró a la Faraday, acercándose a la recién llegada y después siguió su trayectoria cuando seguían la senda Febo - Sol. Eso fue suficiente para que su programa decidiera que debía volver a casa e informar.
»Pese a eso, Aurie, no me precipité a armar un escándalo. Empecé por pedir a mis agentes en la Tierra que averiguaran exactamente dónde estaban todas las otras Reina en ese momento. Y resultó que ninguna de ellas podía haber sido vista por mi robot; todas estaban en el Sistema Solar o en éste.
«Mientras tanto, la Faraday volvió a Febo y reasumió sus funciones. Hice que uno de los directores de la Fundación preguntara cortésmente al capitán Archer lo que había sucedido. Respondió que nada raro, una nave de carga había tenido problemas en el tránsito hacia Sol y la había escoltado, como precaución, y que no, no era una Reina sino una Princesa, y si nuestro robot decía otra cosa, había que someterlo a una revisión general.
«Mira, Aurie. Sé que el observador está en perfecto estado. Así que, ¿qué diablos quieres que piense? O era una nave extraterrestre o era la Emissary, cosa bastante más probable. En cualquier caso, es la noticia más importante desde…, elígelo tú…, ¡y ninguna autoridad tiene una maldita palabra que decir sobre el tema!
Brodersen se inclinó hacia adelante. El caño de su pipa cortó el aire.
- Te concedo que probablemente, la mayoría de quienes mis agentes y yo hemos interrogado, son honestos -dijo-. Realmente, no tienen datos. En un par de casos, se tomaron el trabajo de hacer sus propias averiguaciones y no obtuvieron nada. Es comprensible que no hayan seguido preguntando. Su tiempo es valioso y yo tengo fama de alborotador. ¿Por qué iban a suponer que mis informaciones eran válidas? Sin duda, algunos supusieron que, por alguna obscura razón, yo mentía.
«Bueno, has estado en Deméter el tiempo suficiente para conocerme mejor, ¿verdad? Y, por mi parte, cuando me puse en contacto contigo por primera vez por este asunto y me dijiste que no sabías nada, te creí. Cuando volví a preguntarte y me dijiste que estabas investigando, también te creí. Sin embargo, desde entonces…, francamente, me siento cada vez más escéptico. Así que, ¿por qué me has mandado llamar hoy?
Hancock arrojó la colilla por un destructor de cigarrillos, sacó otro de una caja y lo encendió con un movimiento brusco.
- Dijiste que quería amordazarte -dijo-. Llámalo como quieras. Es lo que pienso hacer.
En realidad no me sorprende. Brodersen ordenó a los músculos de su tórax que se aflojaran y a su respuesta que fuera suave:
- ¿Por qué razón, y con qué derecho?
Ella le miró sin acobardarse.
- He recibido una respuesta a mis mensajes sobre este asunto. Proviene de los más altos niveles de la administración. El interés público exije que, por un tiempo indefinido, no se publique ninguna información. Y eso incluye tus alegaciones.
- El interés público, ¿eh?
- Sí. Me gustaría… -La mano que llevaba el cigarrillo hasta los labios de Hancock, temblaba-. Dan, nos hemos enfrentado otras veces. Sé que te opones a ciertas políticas de la Unión y que te estás transformando en el portavoz de esa actitud aquí en Deméter. Sin embargo, te estimo y confiaba en que creías que yo también deseo lo mejor para este planeta. Y hasta hemos trabajado juntos, ¿verdad? Como cuando convencí al Consejo de que concediera esos fondos extra a la Universidad, como tú querías, o cuando persuadiste a tu altanero parlamento colonial de que aprobara la Autoridad Ecológica, haciendo caso a mis argumentos. ¿Podría pedirte hoy que sigas confiando en mí?
- Claro -dijo él-, si me das razones.
Ella meneó la cabeza.
- No puedo. ¿Sabes?, no me han dado detalles. Es tan importante… Pero tengo fe en quienes han pedido mi ayuda.
- Sobre todo en Ira Quick. -Brodersen no pudo neutralizar la acritud de su respuesta.
Ella se puso rígida.
- Como quieras. Quick es el ministro de Investigación y Desarrollo.
- Y una correa de transmisión del Partido de Acción, que encabeza todas esas facciones de la Tierra que prefieren que no vayamos a la galaxia. -Brodersen controló su temperamento-. No discutamos de política. ¿Qué es lo que puedes decirme? Supongo que podrás darme algún argumento para que entierre el hacha.
Hancock despidió humo mientras miraba fijamente la brillante colilla que sostenía en la mano.
- Me sugirieron un caso hipotético. Imagina que tienes razón, que la Emissary ha vuelto, efectivamente, pero que trae algo terrible.
- ¿Una peste? ¿Un enjambre de vampiros? ¡Por el amor de Dios, Aurie! ¡Y el de María Santísima, y el de San José y San Pedro!
- Podrían ser simplemente malas noticias. Hemos dado muchas cosas por sentadas. Por ejemplo, que toda civilización tecnológicamente más avanzada que la nuestra tiene que ser pacífica, porque si no, no hubiese durado. Lo que, en realidad, es un non sequitur lógico. Supón que la Emissary descubrió una raza conquistadora de hunos interestelares.
- Estoy seguro de que los Otros no permitirían eso. Pero suponiéndolo, bueno, yo querría alertar a mi especie, para que preparara sus defensas.
Hancock sonrió desanimada.
- Fue un ejemplo improvisado por mí. Admito que no es muy plausible.
- Entonces dame uno que lo sea.
Ella hizo una mueca.
- De acuerdo. Ya que mencionaste a los Otros… supón que no existen.
- ¿Eh? Alguien construyó las máquinas T y nos permite usarlas.
- Robots. Cuando los primeros exploradores llegaron a la máquina del Sistema Solar, la cosa que les habló no ocultó que era un robot. Hemos edificado nuestros conceptos acerca de los Otros basándonos solamente en lo que dijo. Que es poquísimo, si te paras a pensarlo, Dan. Supón que la Emissary hubiese encontrado pruebas de que estamos equivocados. De que los Otros se han extinguido. O de que nunca existieron. O de que son básicamente malvados. O de cualquier otra cosa que puedas imaginar. Eres un hereje nato. Nada de esto te parecerá imposible, ¿verdad?
- N-no. Pero me parece muy improbable. Pero suponiendo que fuera así, entonces, ¿qué?
- Tú podrías seguir siendo cuerdo; eres una persona excepcional. Pero la humanidad, en su conjunto, ¿podría?
- ¿Dónde quieres llegar?
Una vez más, Hancock levantó su atormentada cabeza para enfrentarlo.
- Te gusta leer historia -dijo-, y como empresario eres una especie de político práctico. ¿Tengo que detallarte lo que significaría para nosotros la destrucción de la imagen de los Otros?
La pipa de Brodersen había muerto. La resucitó.
- Quizá debas hacerlo.
- Bueno. Mira, hombre -se sintió absurdamente conmovido por el americanismo. Compartían los mismos antecedentes, aunque ella venía del Medio Oeste. Y Joelle nació en Pennsylvania, recordó. ¿Dónde estarás ahora, Joelle?-. Cuando descubrieron que ese extraño objeto era una máquina T, y oyeron lo que el robot les dijo, sufrieron la más fuerte sacudida que había experimentado nunca la humanidad…, toda la humanidad. Habría que pensar en Jesús o Buda, para la fe, y la fe se extiende lentamente. Pero allí, de un día para otro, se encontraron pruebas directas de que existían seres superiores a nosotros. No sólo en la ciencia y la tecnología…, no; lo que dijo la Voz indicaba que estaban más allá como seres. Angeles, dioses, cualquier nombre que quieras darles. Y, aparentemente, benignos, pero indiferentes. Se nos dijo cómo podíamos ir de Sol a Febo, y cómo volver; que éramos libres de instalarnos en Deméter si así lo queríamos. El resto quedaba a cargo de nosotros, incluyendo cómo seguir adelante.
- Sí, claro -la alentó él.
- Probablemente ésa fue la causa más importante de la sacudida, la indiferencia. Súbitamente, los humanos comprendieron que no eran algo especial en el universo. Pero, al mismo tiempo, había algo a lo que aspirar. No es sorprendente que surgieran un millón de cultos, teorías, autoafirmaciones, locuras. No es sorprendente que, después de un tiempo, la Tierra estallara.
- Hum… Yo no creo que los Conflictos fueran sólo consecuencia de la revelación -dijo Brodersen-. El equilibrio que se había alcanzado era muy precario. Más bien creo que la idea de los Otros ayudó a evitar la locura colectiva…, evitó que las armas destructoras del planeta se usaran mucho…, así que la Tierra sigue siendo habitable.
- Como prefieras -replicó Hancock-. Lo importante es que la idea significó una gran diferencia, quizá mayor que la de cualquier religión tradicional. Bueno. Supón que la expedición de la Emissary haya descubierto que es una idea falsa. Como sugerí, quizá los Otros hayan muerto, o se hayan trasladado o sean menos de lo que pensamos, o peores de lo que pensamos. Deja que se sepa sin advertencia previa, deja que comentaristas histéricos derrumben los puntos de apoyo de cientos de millone de personas, y ¿qué puede pasar? La Unión no está tan arraigada como para sobrevivir a una locura generalizada. Y la próxima vez, las armas destructoras del planeta podrían dispararse.
»Dan -rogó-, ¿entiendes por qué tendremos que guardar silencio durante algún tiempo?
El chupó su pipa.
- Lo siento, pero necesitaré más detalles -respondió.
- Pero…
- Reconociste que todo era hipotético, ¿no? Bueno: no acepto la hipótesis. Si los Otros fueran monstruos, no estaríamos sentados aquí. Nos habrían destruido, o seríamos sus animales domésticos, o algo así. Se han extinguido…, hum, dime cómo una raza capaz de construir máquinas T va a permitir su propia extinción. Ni puedo imaginar que no sean mejores que nosotros; con esa clase de tecnología, ¿no mejorarías tu raza, suponiendo que no lo hubiese hecho la evolución? Y en cuanto a que se hayan marchado todos a vivir en alguna clase de universo paralelo…, ¿por qué iban a hacerlo, cuando este que tenemos está tan lleno de cosas divertidas que nadie podrá agotarlas antes de que se apague la última estrella?
- No dije que se tratara de esas cosas -dijo Hancock-. Eran sólo ejemplos.
- Hum. ¿Has oído hablar de la navaja de Ockham? De vez en cuando me afeito con ella.
- Sí; se trata de elegir la explicación más simple de los hechos.
- Exacto. Y, en este caso, ¿cuál es la más simple? Propongo que la Emissary volvió; que la historia que trajo tenía que ver con la forma de ir más allá de los dos sistemas planetarios que tenemos; que a ciertos políticos terrestres no les gusta la posibilidad y quieren suprimirla; y que tú, Aurie, has recibido tus órdenes. De todos modos, supongo que estás de acuerdo. Perteneces al Partido de Acción.
Brodersen ladró todo eso. Tanto daba que lo hiciera, entre la espada y la pared a causa de una decisión ya tomada, y quizá podría extraer alguna verdad de aquella que se había transformado en su enemiga.
Sin embargo, se sorprendió desagradablemente cuando ella dijo en su tono más frío:
- Considero eso como un insulto, capitán Brodersen. Pero no importa. Si no está dispuesto a colaborar libremente, tendré que obligarlo. No seguirá hablando como lo ha hecho hasta ahora.
El sintió frío. Había venido suponiendo que sería presionado, pero no que lo iban a maniatar.
- ¿Has leído el Convenio? -preguntó en voz baja-. Quiero decir la cláusula sobre la libertad de palabra.
- ¿Has leído las previsiones de emergencia y las leyes que fueron aprobadas para ponerlas en vigor? -replicó ella, aunque un poco dolorida.
- Sí. ¿Y qué?
- Declaro una emergencia. Vuelve dentro de cinco años y preséntate ante los tribunales. -Hancock cogió otro cigarrillo-. Dispongo de la policía. Hasta que nos pongamos de acuerdo, estás arrestado.
Quería decir que quedaría confinado en su casa y su correo y su teléfono serían intervenidos. Quizá fuera sincera cuando dijo que sus vigilantes sólo activarían las escuchas electrónicas cuando recibiera visitas. Podría manejar sus negocios como de costumbre desde su casa -actualmente se manejaban solos, de todas maneras- y podría dar cualquier razón que se le ocurriera, como un prolongado ataque de urticaria galopante, para justificar su encierro. Pero si decía que era por orden de Aurie, ella diría a los medios informativos que estaba detenido mientras se investigaba a su compañía por una sospecha de fraude.
Ella pensaba que, probablemente, podría dejarlo en libertad dentro de uno o dos meses. Dependía de lo que mandaran decir desde la Tierra.
El no desperdició esfuerzos protestando.
- Eres un gobierno, Aurie -observó. Cuando ella le miró inquisitivamente, explicó-: La única definición de gobierno que tiene sentido es ésta: un gobierno es la organización que se arroga el derecho de matar a la gente que no hace lo que ella quiere.
Podría haber añadido, además, que estaba haciendo una simplificación, ya que era obvio que ella actuaba en beneficio de un grupo cuya conducta bien podía ser ilegal; pero pensó que no valía la pena.
4
Dos corteses detectives de paisano escoltaron a Brodersen desde la casa de la gobernadora y le acompañaron a casa en su coche. Por entonces, Deméter estaba completando otro día, diez por ciento más corto que en Tierra. Sol estaba escondido detrás de la colina de Anvil, que asomaba azulgrís al final de la avenida de los Pioneros, con la cúpula del Capitolio, oro brillante, en su ladera. A la derecha y a la izquierda se extendía la ciudad, una ordenada vista de viviendas, pequeñas industrias, tiendas, empresas de servicios, la mayoría de los edificios rodeados por césped y flores. A su espalda, el río Europa, ancho y resplandeciente, se dirigía a la bahía Apolo y después al mar de Hefestos. La otra ribera era agrícola, campos de trigo y maíz, vividamente verdes en esta estación, contra unas pocas manchas azuladas de mariflora y paralluvia. Una luna estaba alta, a media fase, triste y multicolor en medio del azul sin nubes. Había alas allí arriba, frágiles y bucearos buscando sus nidos, alondras estelares subiendo para cazar en el crepúsculo. El aire soplaba fresco y traía aromas salvajes de la tierra firme del Este.
Qué hermoso es esto, pasó por su cabeza cuando salió, junto con unas líneas de su poeta favorito, escritas más de dos siglos antes:
Dios dio a todos los hombres toda la tierra para amar, Pero como nuestros corazones son pequeños, Ordenados, para cada uno habrá un lugar Amado por encima de todos;
y, al mismo tiempo, ¡No, maldición, no es suficiente! Tenemos todo un universo donde vivir, si podemos liquidar a los traficantes del poder.
Vividos, llegaron los recuerdos… la Tierra vista desde el espacio, pequeña, llena de brillantes torbellinos, infinitamente preciosa; cráteres lunares bajo el resplandor de las estrellas; un amanecer marciano, rojo, rojo, rojo, sobre las arenas, las rocas y los colores; la impresionante visión de Júpiter con sus muchas franjas; su primera visión de Febo a través de otras constelaciones. ¿Qué más había visto Joelle? ¿Qué otras cosas podía haber?
- Buen tiempo -dijo uno de los oficiales-. Parece que no habrá tormentas de verano hasta Hektos o Hebdomos.
- Sí -respondió maquinalmente Brodersen. Una parte suya notó que los chicos que iban con él habían nacido aquí. Usaban el calendario demetriano automáticamente. Había pocos átomos en ellos que hubiesen venido de la Tierra. ¿Qué pensarían individualmente de la libertad de la humanidad en el cosmos? Sin duda dirían que era una gran idea… hasta que algún neocolectivista les diera una estimación del costo social. ¿Y entonces qué? Se abstuvo de preguntar.
En cambio, giró hacia el suburbio de la Église de Saint-Michel. (No había tanto tránsito en Eópolis como para que los autopilotos fueran obligatorios.) El camino de la Montaña Oculta era dorado al atardecer, casas y jardines muy separados, bosques y praderas nativos entre ellas. Su propio alojamiento había sido proyectado para este clima, una casa de estilo hawaiano, en media hectárea de césped lódix y rosas terráqueas.
- ¿Cómo pensáis volver? -preguntó mientras entraba en el autopuerto.
- Estaremos por aquí hasta que nos releven, señor -fue la respuesta.
- Aja. ¿Queréis tomar una taza de café?
- Mejor no, señor. Gracias, de todas maneras.
Brodersen sonrió ante el embarazo de sus pasajeros, que disminuyó un poco su irritación, y se alejó. Los policías salieron de la propiedad, desvaneciéndose detrás de un gran seto de davisia, buscando sin duda un emplazamiento que les permitiera vigilar la entrada principal y la del fondo.
Después de saludar con unas palmadas a su pastor alemán entró en la casa. El salón era largo y alto; las paredes estaban revestidas de madera, como el despacho donde había estado, y tenía una arcaica chimenea de piedra que él mismo había hecho, enfrentada a un ventanal que daba al patio. Estaba lleno de fragancia, gracias a las flores que había dispuesto su mujer. Estaba escuchando música, su adorado Sibelius, pero no muy alta, mientras, sentada en un sofá con el gato en el regazo, estudiaba un informe de ingeniería. (Después de contratarla había descubierto pronto que merecía rápidos ascensos; después de casarse la hizo su socio. Estos días, Elisabet Leino ocupaba buena parte de su tiempo en actividades ajenas a las Empresas Chehalis: cívicas, teatrales, hortícolas -por no hablar de dos vivaces criaturas-, pero la compañía no funcionaría bien sin ella.)
- Hola -dijo. Apoyó los papeles y se levantó, con la intención de besarlo. Era una mujer ágil de piel marfileña, cabellos castaños y voz ronca; llevaba un vestido corto que hacía justicia a sus piernas. Sus rasgos acusados, casi clásicos, perdieron su aspecto de alegría-. Estás lleno de arrugas. No te ha ido bien, ¿verdad?
- Quiero cerveza -gruñó él, y sacó una botella de la pequeña nevera que había en el bar. Recordó sus modales-. ¿Tú también quieres una?
Ella se acercó y le besó ligeramente.
- Esperaré a la hora del aperitivo. ¿Qué pasó, cariño?
- Mucho, y todo malo. -Sirvió en una jarra de plata de un juego que había traído en su último viaje a la Tierra, al diablo con el exceso de equipaje, para su noveno aniversario de bodas, en este año demetriano. El contacto en su mano y la amarga frialdad en su boca lo confortaron.
Ella lo estudió.
- Ya has decidido lo que vas a hacer -dijo.
- Estoy trabajando en eso. Tú estás incluida, por supuesto; empezarás como principal consultador.
- Entonces, cuéntame. -Lo cogió de la mano y lo llevó hasta el sofá.
Ella se sentó mientras él andaba y hablaba, tragando entre frase y frase. Al final, resumió:
- A mí me parece obvio. Un grupo de tipos antiestelares han formado una cabala. Deben de tener miembros en varios gobiernos nacionales y sin duda en el Consejo de la Unión, la burocracia y los cuerpos espaciales. Es muy posible que se hayan tomado más en serio de lo que dijeron la posibilidad de que la Emissary volviera antes de lo previsto y estuvieran a la expectativa. De modo que están manteniendo incomunicada a la nave mientras deciden qué hacer con ella. Mientras tanto, yo he hecho demasiado ruido, de modo que le dijeron a Hancock que me pusieran un bozal. No creo que forme parte de la conspiración, pero es leal al Partido de Acción en general y a sus patrocinadores políticos en particular. Si le dicen qué su deber es obligarme a callar, lo acepta sin hacer preguntas inconvenientes. -Se encogió de hombros-. Supongo que tengo que agradecer que no sea del tipo que toma medidas más enérgicas de las que ha tomado.
Lis dejó que cayera un poco de silencio junto con al crepúsculo antes de murmurar:
- Supongo que no hay ninguna posibilidad de que hayan actuado bien.
- ¿A ti qué te parece?
- Oh, hemos hablado de esto muchas veces y sabes que estoy de acuerdo contigo. Simplemente, me lo preguntaba. Me parece odioso imaginar corrupción en las altas esferas de la Unión… ¡La Unión! ¿Qué piensas hacer?
El se detuvo, la contempló y dijo:
- ¿Qué puedo hacer salvo ser un buen chico? Y tú serás una buena chica. Hancock aceptó que te dijera lo que sucede, pero me advirtió que también te encerraría si hablabas. Haremos saber que estoy…, hmmm, «indispuesto» durante varias semanas no será creíble…, que me he hecho ermitaño para desarrollar una nueva idea para el negocio, que debe mantenerse en secreto hasta que esté lista. Y tú ocuparás mi puesto en el despacho.
- ¿Qué? -Estaba atónita-. ¿Tú, Dan, tan manso? El meneó la cabeza y apoyó un dedo en los labios.
- ¿Qué podemos hacer? Podría ser peor que unas vacaciones forzosas. Puedo leer alguno de esos libros que siempre estás recomendándome. Mira, preciosa, estoy cansado y malhumorado y no podré apreciar tu cena si no puedo relajarme un poco antes. ¿De acuerdo?
La mirada de ella reflejó la comprensión.
- De acuerdo -dijo.
Por lo tanto, durante el rato siguiente se dedicaron a la rutina familiar. Después de una segunda cerveza, llevó a los niños al cuarto de recreo para la media hora larga con papá que les pertenecía por derecho propio. Mike, que iba a cumplir tres años (dos, según el calendario terrestre), se contentó con dar saltos, riendo, ser balanceado por un tobillo y acompañar algunas canciones sin palabras. Era un poco más entonado que su padre, aunque eso no era decir mucho. Barbara, de siete años, pidió además que le hiciera un dibujo y le contara la última entrega de su saga de Pietorcido, el orosaurio. (En su infancia, el Capitán General John le había contado acerca de Pietorcido, el oso, pero eso sucedía en la Tierra.) Terminó la aventura bastante abruptamente con un seguro retorno al castillo de Queets.
La niña sintió su prisa.
- ¿Vas a marcharte de nuevo? -preguntó.
- No estoy seguro, cariño -respondió. Algo se removió en su interior-. Quizá tenga que hacerlo.
Cuan tibia la sentía entre sus manos.
- ¿Por mucho tiempo?
- Espero que no. Sabes que a veces tengo que salir de viaje para ganar dinero. Si debo irme, bueno, volveré a casa lo más pronto posible, con un montón de regalos y un montón de cuentos nuevos. -Abrazándola-. Ayudarás a mamá como las otras veces, ¿verdad? Esa es mi niña.
Ella le echó los brazos al cuello.
Suponía que los espías, que podían estar utilizando escuchas, a pesar de la promesa de Hancock, no darían importancia a ese diálogo. Sin embargo, cuando los niños volvieron a su habitación y se sentó a beber una copa con Lis, tomó la precaución de comentar:
- Acerca de mi confinamiento… me pregunto si me darán permiso para visitar Chinook. Hay varias cosas que debo atender personalmente. Hasta Barbara se dió cuenta de que estoy deseando ir allí. Podrían mandarme con un par de malditos guardias, para asegurarse de que no revelo secretos.
- Bueno, podrías intentarlo -respondió ella. -Lo haré dentro de unos días, cuando se hayan enfriado las pasiones.
Entendiendo tan bien como su hija el estado de ánimo de Dan, Lis cambió de tema. Siempre tenían mucho de que hablar; su negocio era enormemente variado. Che-halis poseía la mayor parte de las naves espaciales del Sistema Pebiano y se ocupaba de la mayor parte de las empresas de Deméter, por su cuenta o como contratista: transportes, minería, fábricas, exploraciones, investigación pura. Todo esto la comprometía inevitablemente con amplios aspectos de la economía y la política de la colonia y cada vez más, con la Tierra. Más allá de eso, aunque no tenían ambiciones políticas, ambos seguían con mucho interés los asuntos públicos, salían juntos a navegar o a explorar a pie, esquiaban, hacían patinaje artístico, jugaban al tenis, al ajedrez despreocupado y al póquer maquiavélico, trabajaban en la casa y en el jardín y a menudo salían a pasear, para observar las estrellas y preguntarse qué habría más allá. Esta tarde, hablaron de algunos descubrimientos recientes, acerca de una extraña relación entre los hipersáuridos dominantes, y los teroides primitivos a lo largo del litoral del golfo, y casi olvidaron sus problemas. Después, los niños alegraron la cena.
Pero cuando sólo estuvieron despiertos marido y mujer, Brodersen dijo:
- Estoy inquieto. Trataré de arreglar ese grabador de monofilmes. ¿Por qué no vienes y me ayudas?
El proyecto no era uno de los hobbies de Lis, pero recibió el mensaje y dijo: -Bueno.
Fueron hasta el taller. Media hora después, él terminó de armar el aparato que necesitaba gracias a su generosa provisión de recambios, y lo puso en funcionamiento. Un silbido llenó la habitación atiborrada de equipo. Chasqueó la lengua. -Vaya. Ineficaz.
- ¿Es para cubrir nuestras voces? -inquirió ella. Había comprendido su preocupación. En la granja de sus padres en la región de Trollberg se hablaba finés, y él había aprendido unos cuantos idiomas en sus años de vagabundeo por la Tierra, pero los únicos que tenían en común era el inglés -su lengua cotidiana- y el español, idiomas que hablaba cualquier policía.
- No -explicó él-. Los sonidos no serían suficientes, por lo menos sin un montón de equipo heterodino especial. Esto no es más que un generador de ruido radial de banda ancha que tendría que interferir las comunicaciones electrónicas en un radio de doscientos metros y parecer accidental. Estoy suponiendo que la oposición ha colocado escuchas en nuestras paredes para grabar las conversaciones. Es muy fácil; esas cosillas son muy pequeñas. Puedes alojarlas en los setos tirándolas con una honda.
El miedo la rozó.
- ¿Realmente crees que Aurie Hancock daría esa orden y que la policía la obedecería? Se supone que Deméter es una sociedad libre.
- Se supone. En realidad es un grupo de sociedades, y hay muchos países madre que no son exactamente libertarios. Si yo fuera gobernador, mantendría dentro de la policía a unos pocos hombres cuyos antecedentes no incluyeran el respeto por la intimidad. Un día podrías necesitarlos para enfrentarte con criminales que consideraran este planeta como un agradable coto de caza.
Brodersen se sentó en la mesa de trabajo, balanceando las piernas.
- De todas maneras, Lis, no creo que hayan instalado micrófonos; lo supongo. Este asunto es demasiado gordo para ser optimista. Mañana haz venir a Mamoru Sai-go con un detector, para que busque escuchas. Si encuentra alguna…, hum, te sugiero que la destruyas, pero primero transmite un mensaje diciendo que si vuelve a suceder recurrirás a los tribunales y a los medios de comunicación.
Ella quedó muda entre las herramientas mientras su mirada lo observaba. La ventana que había detrás de ella estaba cerrada y con las cortinas corridas, pero exhalaba frío, como transmitiendo la obscuridad externa.
- Entonces, no estarás aquí. -Lo sabía.
El buscó la pipa y el tabaco.
- Me parece que no, cariño. No podemos dejar que esos hijos de perra nos hagan eso, ¿verdad? ¡Se trata del futuro de la exploración espacial de la humanidad! Además no habrás olvidado que el primer oficial de la Emissary es Carlos Rueda Suárez, mi amigo, el primo de Tony. No olvido a mi familia.
- Ni tampoco a Joelle Ky, si vive -dijo Lis en voz baja.
El hizo una mueca viendo el dolor de ella.
- Sí, claro; otra vieja amiga.
- Más que una amiga -Lis levantó una mano-. No; no te molestes en fingir. Nunca he puesto objeciones a tus escapadas, ¿verdad? Me gustaría conocer a Joelle. Debe de ser muy especial si significa tanto para ti. Nunca la has nombrado con tanta indiferencia como supones.
- De acuerdo -dijo él, sonrojándose-. No es que nos hayamos puesto románticos, ¿sabes? Es demasiado… rara para eso. Pero… de todos modos, lo principal es que no veo cómo la cabala podría dejar en libertad a la Emissary. La publicidad sería calamitosa para sus fines y arruinaría sus carreras. Al mismo tiempo, es peligroso retener prisioneros. Pueden decidirse por hacer una masacre.
- Si son tan villanos. Si existe una cabala.
El asintió:
- Correré el riesgo de equivocarme.
- Tu vida también correrá riesgo, Dan.
- No mucho. Honestamente, valoro mi pellejo. Es el único que tengo.
- Básicamente, ¿qué quieres hacer?
- Ir a la Tierra. Investigar. Actuar. Principalmente, alertar al clan Rueda. Como mucho, habrán oído algunos rumores. No les he escrito directamente, como sabes, porque no estaba seguro de mis datos; cuando los confirmé fui tan ingenuo que pedí a Aurie que investigara más y hoy me tiró la vajilla a la cabeza. Seguramente interceptarán nuestra correspondencia y la detendrán si dice algo inconveniente. Nadie que yo conozca en Deméter a quien pudiera contarle esto tiene vinculaciones en la Tierra. No; debo ir personalmente a Lima, a hablar con el Señor( En castellano en el original.)
- ¿Cómo?
El dejó de rellenar la pipa y sonrió a medias.
- Lis, sólo con esa pregunta simple y práctica, conseguirías que me enamorara de ti.
No la había visto sonrojarse y bajar la vista desde hacía mucho tiempo. Ella apretó su muslo:
- Somos socios, ¿recuerdas?
- Difícilmente lo olvidaría. -Apoyó su aparato de fumar y le cogió una mano-. De acuerdo; no tenemos tanto tiempo, será mejor que empecemos a conspirar.
«Todavía no tengo un plan exacto. En general, supongo que es necesario que yo desaparezca y quede fuera de su alcance. Inmediatamente. Si no soy visto ni oído durante los próximos dos o tres días, Aurie dará por sentado que estoy encerrado y de mal humor. Pero después de eso parecerá raro si no hago una llamada telefónica de vez en cuando. Así que arrancaré esta noche.
Ella no pidió detalles. Nadie más que ellos sabía de la existencia del túnel. Unos años antes había alquilado una excavadora para agregar una bodega a su refugio para tormentas. Y ya que la tenía, excavó un túnel hasta el centro del bosque que había al norte de su casa, reforzándolo con cemento instantáneo. Eso había sido durante la grave disputa, en y alrededor de la Tierra, acerca de la jurisdicción y los derechos de propiedad en los asteroides, cuando durante un tiempo la Liga Iliádica estuvo al borde de la secesión. Si esa federación de colonias lunares y orbitales dejaban la Unión -y la Unión, probablemente, recurriría a las armas para traerlas de vuelta- Dios sabía lo que podía suceder, también en Deméter. La crisis se desvaneció, tras un malhumorado compromiso, pero Brodersen todavía se reprochaba no haber construido antes una salida secreta de su casa. Había visto suficientes desastres, la mayoría causados por los gobiernos, como para haberse asegurado desde el primer momento.
Desde el bosque podía andar cinco kilómetros hasta una solitaria parada de aerobús, volar a una ciudad distante y alquilar un coche. Poseía un par de identidades falsas, completadas con excelentes cartas de crédito, para proteger su intimidad cuando él y los suyos viajaban. En la charca que era Deméter, con menos de tres millones de habitantes, era una rana más llamativa de lo que hubiera deseado.
- ¿Y después? -preguntó Lis.
- Pensemos -dijo él, encendiendo la pipa y sorbiendo humo-. Obviamente, necesitaré transporte hacia Sol, transporte que me sea útil cuando esté allí. La Chinook… ¿qué otra cosa?…, su tripulación, las provisiones de a bordo, la lancha auxiliar. Además, la Williwmo fue diseñada prácticamente para trabajos como sacarme sin ser visto de cualquier lugar de este planeta.
- ¿Y cómo esperas pasar la Chinook por el pórtico, con esa nave de vigilancia?
El sonrió. La posibilidad de manejar, en vez de ser manejado, lo alegraba muchísimo. No era que se alegrara del lío en que estaba metido. Pero en los últimos años, sus jornadas se habían vuelto demasiado previsibles para su gusto.
- Ya veremos. Si no puedes conducir las negociaciones, será mejor que nos presentemos a la clínica geriátrica. Así, en principio…, hum…, bueno, «Aventureros», la compañía madre de Chehalis, ciertamente necesitaría otra nave de carga grande en el Sistema Solar, y como la Chinook no va a salir al espacio, bueno, podríamos alquilarla allí. -Chasqueó los dedos-. Pero claro, eso le proporcionaría una razón oficial perfecta para entrar en contacto con los Rueda.
Se inclinó hacia adelante y habló con total seriedad. -Sí, contemos con eso. Mañana, llamas a la tripulación. Habla de un posible viaje a Sol, casi sin preaviso, e invítalos aquí para discutirlo. La Hancock me dijo muy francamente que nos escucharían siempre que recibiésemos visitantes, y provocar interferencias en ese momento sería demasiado sospechoso. Pero puedes preparar resúmenes escritos y toda la conversación real puede ser por escrito mientras se dicen cosas inocentes que también puedes escribir por anticipado. Yo los elegí, son inteligentes y rápidos. Su actuación será convincente. Lis frunció el ceño.
- ¿Y estarán dispuestos a una aventura tan arriesgada?
- Bueno; algunos pueden sentir un verdadero respeto por la ley, o algo así. Pero estoy seguro de que si alguno rehusa, será lo suficientemente leal como para no ir corriendo a contarlo todo. No los elegí para que fueran mi tripulación en un posible viaje a nuevos planetas sin tratar de conocerlos bastante bien.
- Aun así, Aurelia no es tonta. Si se entera de que la Chinook está por zarpar, pondrá objeciones, con cualquier pretexto, para no correr riesgos.
- No tiene por qué saberlo. El despacho del Gobernador General no se ocupa de las entradas y salidas de naves. No dudo de que podrás arreglarlo.
Brodersen vaciló antes de agregar:
- Esto… finalmente, estará segura de que he desaparecido y muy posiblemente imaginará que entré de contrabando en la nave. Supongo que tendrás que escuchar unas cuantas cosas.
- Además de escuchar puedo hablar -le aseguró ella.
El sonrió.
- Sí, lo sé muy bien. No veo cómo podría causarte problemas serios sin enseñar la mano, y no puede hacerlo. ¿Qué podría probar salvo, quizá, que ayudaste a tu marido a escapar de una dudosa custodia legal? Y si eso se discutiera en un juicio, ¡huy!
- Podría inventar algo peor -dijo Lis-. No creo que quiera; básicamente no es un comisario. Pero podrían ordenárselo.
- Nuestros abogados pueden prolongar durante meses la discusión de un caso -le recordó él-. A esas alturas habré hecho estallar el maldito abceso. Claro que si fracaso…
- No te preocupes por mí -interrumpió ella-. Sabes que me las arreglaré.
Volvió a callar, de pie junto a él.
- Tendré miedo por ti -dijo finalmente.
- No temas. -Cambió la posición de la pipa y le rodeó los hombros con el brazo.
- Bueno; si tienes que marcharte, hagamos un plan cuidadoso. Para empezar, ¿cómo nos comunicaremos?
- Por medio de Abner Croft -propuso él. Era una de sus personalidades ficticias. Abner Croft tenía una cabaña en el lago Artemisa, a cien kilómetros de distancia. Su teléfono tenía un chisme militar que Brodersen había descubierto en la Tierra y reproducido para sí mismo, durante la crisis Iliádica, como una precaución extra. Si la línea era intervenida, sólo se podían oír unas pocas conversaciones banales, grabadas con anticipación. Lis y él se habían divertido inventando varias, disimulando sus voces o alterándolas con el voder. El podía entrar en el circuito desde cualquier teléfono solicitando una conferencia; a la maquinaria interruptora no le importaba.
- Hum -dijo ella-. ¿Dónde crees que estarás?
- En las Tierras Altas. Es el lugar lógico, ¿no?
Ella hizo una pausa.
- ¿Con Caitlin?
Desconcertado por la gravedad de su tono, tartamudeó:
- Bueno…, en fin…, allí está ella en esta época del año. Todos sabrán dónde encontrarla y les parecerá natural que un forastero quiera escuchar algunas de sus canciones. ¿Y quién podría ocultarme mejor, o decirme dónde puede aterrizar la lancha… o lo que sea?
La pipa soltaba nubes de humo. Lis volvió a tocarlo y esta vez no lo soltó.
- Perdona que te lo haya preguntado -dijo en voz baja-. No estoy protestando. Tienes razón; ella podrá ayudarnos mucho. Pero… ¿sabes…? no, no estoy celosa, pero quizá nunca vuelva a verte después de esta noche, y ella significa mucho más para ti que Joelle, ¿no es cierto?
- Oh, cariño. -El apoyó la pipa, bajo la mesa y la abrazó.
Con la cabeza apoyada en su pecho, abrazándolo con fuerza, dejó salir las palabras, aunque en tono bajo.
- Dan, amor mío, compréndeme. Sé que me amas. Y cuando fracasó mi horrible matrimonio anterior, cuando te conocí… Todo lo que has sido afirma que me amas. Pero tú, tu primera esposa… nunca fuiste tan feliz como cuando tenías a Antonia, ¿verdad?
- No -confesó él contra su voluntad-. Pero tú me has dado…
- Calla. Te he dicho claramente que no me importa tanto… si de vez en cuando vagabundeas un poco. Conoces a mucha gente, y en general no te acompaño en tus viajes de negocios a la Tierra, y eres un toro muy atractivo, ¿te lo he dicho alguna vez? No; calla, cariño, déjame terminar. Joelle no me preocupa. Por lo poco que me has dicho, hay algo de brujería en ella…, una holoteta y… Pero nunca inventaste pretextos para volver a ella. En cambio, Caitlin…
- Ella tampoco… -intentó él.
- Me dijiste que era sólo una amiga y amante ocasional. Bueno; no me habías dicho eso de nadie. A tu manera, eres muy reservado, Dan. Pero pese a eso, he llegado a conocerte. Os observé cuando ella vino de visita. Caitlin se parece mucho a Toni, ¿no?
Como respuesta, él sólo pudo estrecharla con fuerza.
- Dijiste que yo tampoco tenía por qué ser monógama -continuó Lis-. Y quizá no siempre lo seré.
Tragó una risita.
- Qué par de anacronismos somos… ¡conocemos el significado de «monogamia»! Pero desde que nos casamos, Dan, nadie ha valido la pena. Y nadie la valdrá mientras estés de viaje y yo no sepa si volverás.
- Volveré -prometió él-. Volveré a ti.
- Harás todo lo posible, seguro. Lo que es mucho. -Levantó la cara y él vio lágrimas, y las sintió y las saboreó. Ella continuó-: Lo siento. No tendría que haber hablado de Caitlin. Pero… dale recuerdos míos, por favor.
- Hace un rato te dije que tu pregunta práctica podía hacer que me enamorara de ti -tartamudeó-. Y ahora… esto. Tú eres total, increíblemente buena.
Lis se soltó, retrocedió y dejó caer sus manos desde las costillas hasta las caderas de Dan. Después dijo con voz ronca:
- Gracias, amigo. Ahora… mira, ésta será una noche breve; querrás coger el aerobús cuando los pasajeros estén adormilados… y todavía tenemos que conspirar mucho. Pero primero… ¿mmmmmmmm?
La calidez lo invadió.
- Mmmmmmmm -respondió.
5
Las Tierras Altas se alzaban a trescientos kilómetros al este del mar Hefestos y a dos mil al norte de Eópolis. Allí se habían instalado muchos emigrantes del norte de Europa, durante el siglo pasado. Como la mayoría de los colonos, en cuanto fue posible sobrevivir más allá del pueblo original y su apoyo tecnológico, tendieron a agruparse entre sí. Granjeros, ganaderos, carpinteros, cazadores, vivían en condiciones primitivas a causa de la falta de maquinaria; los costes de transporte desde la Tierra eran enormes. Después, cuando la industria de Deméter comenzó a crecer, adquirieron equipos modernos, pero no muchos, porque mientras tanto habían desarrollado métodos para enfrentarse con las condiciones locales. Además, a la mayoría no le gustaba depender de forasteros. Ellos, o sus antepasados, habían emigrado para liberarse de gobiernos, corporaciones, sindicatos y otros monopolios. Esa actitud sobrevivía.
La gente que la asumía había desarrollado toda una ética. En sus casas, muchos de ellos seguían hablando su idioma original, pero dada su variedad, el inglés ere la lengua común, en un nuevo dialecto. Las tradiciones se mezclaban, sufrían mutaciones o surgían espontáneamente. Por ejemplo, en el solsticio de invierno -frío, humedad, nieve en esta parte del continente que los humanos llamaban Ionia- festejaban Yule (no Navidad, que todavía se regía por el calendario terrestre) con comilonas, alegría, adornos, regalos y reuniones. Después de medio año del calendario de Deméter, encontraban otra ocasión para reuniones, con más aire de bacanales.
Entonces cada hoguera saludaba a otra hoguera a través de la distancia, mientras alrededor de ellas se bailaba, se bebía, se cantaba, se bromeaba, se apostaba, se competía, se hacía el amor, desde el amanecer hasta la puesta del sol.
Durante los últimos tres años, Caitlin Margaret Mulryan había suministrado música en esa estación a quienes se reunían en Trollberg, cuando no estaba ocupada en placeres asociados. Se había puesto nuevamente en camino, ya que el viaje era parte de la diversión. Mientras andaba, practicaba la última canción que había hecho para el festival, moviéndose a ritmo de vals, mientras se alzaba su clara voz de soprano:
En la noche de verano
brilla el rocío plateado.
Coge bien fuerte mi mano
Porque en nuestras tierras la música ha despertado.
Sus dedos saltaban por el tablero de control del sonador que sostenía debajo del brazo izquierdo. Programada para imitar una flauta, aunque más sonora, la caja de color caoba acompañaba el ritmo de su canción:
¡Arriba y abajo, baila alegremente! La dama vuela como la risa Desde las montañas a las tierras calientes. Y todos disfrutan de esta guisa.
Sus zapatos levantaban nubes de polvo. A su alrededor, las montañas soñaban a la luz ambarina de Febo que declinaba en el oeste, cerca de su punto más al norte, en un cielo en que unas pocas nubes blancas eran arrebatadas por el viento. El camino seguía el río Astrid, lleno de ondas y remolinos, verde de harina glacial, a su derecha, bajando hacia Aguabranca, donde desembocaba en el caudaloso Europa. Más allá de las aguas había tierras vírgenes nativas, que bajaban abruptamente hacia un valle ya obscuro, vestido de vegetación verdeazulada donde no surgían los peñascos… lódix, parecido a hierba o trébol, adornado con pétalos de puntas de flecha y pimpollos de sol, entre setos de altas lanzas rojas y flexibles dafnes. Había enjambres de insectoides, alas de llama de rico colorido, saltamatas que brincaban, multitud de embustes. Un frágil de plumaje brillante pasó volando, un juglar pió desde un matorral, una pareja de bucearos levantó el vuelo y un draco se cernía en las alturas; éstos no eran pájaros sino hipersáuridos, como todos los vertebrados bien desarrollados de Deméter. Aromas que recordaban a la resina y la canela eran arrastrados por la brisa del sur que refrescaba rápidamente la tarde.
A la izquierda de Caitlin había una cerca metálica. Bastante nivelada, hasta una escarpadura a tres o cuatro kilómetros, esta tierra había sido dedicada al pastoreo para ganado terrestre y, más allá, en campos de cebada, para los humanos. Para los invasores del espacio, la carne y la vegetación de Deméter eran frecuentemente comestibles, a veces deliciosas. Ella había estado cogiendo lunamoras, manzanas perladas y dulcifrutos desde que había bajado del bus en Freidorp. Pero no tenían todas las vitaminas y aminoácidos necesarios, y contenían algunos inútiles. Las plantas importadas eran de un verde intenso y el ganado que pacía en ellas increíblemente rojo.
Detrás de ella el camino desaparecía de la vista tras una colina. Adelante, trepaba como una culebra. Más allá de la cumbre siguiente, veía Trollberg, cubierta de bosques y prados hasta la cima. Detrás, borrosas como fantasmas, flotaban las cumbres nevadas de las montañas Faecianas, y el monte Lorn, su señor.
La música chispea
Y ella ante él se balancea.
Con su guirnalda de luz de estrellas
que cubre la cabeza de las más bellas
¡Arriba y abajo, baila alegremente!
La danza vuela como la risa…
Caitlin se detuvo. Había salido un garmo de un matorral. Pelaje gris, hocico redondeado, cola corta, el tamaño de un tigre, cruzó delante de ella con tanta gracia que le cortó el aliento. Ninguno de los dos sintió temor. A los carnívoros de Deméter no les gustaba el olor de los animales terrestres, y nunca los atacaban. Los cazadores humanos, por su parte, trataban de preservar el equilibrio de una naturaleza que les proporcionaba pieles para la venta, y el Consejo Popular de las Tierras Altas había declarado especie protegida a los garmos.
El animal también se detuvo y la contempló. Vio a una mujer joven. (Su edad exacta era de treinta y cuatro años, aunque como había nacido en la Tierra, los consideraba veinticinco.) De altura mediana, busto generoso, piernas largas, esbeltez de mimbre, llevaba una melena rizada de color castaño cobrizo que caía hasta sus hombros. Su cara era ancha en la frente, alta en los pómulos, ahusada en la barbilla, pero su boca era grande y llena. Debajo de las obscuras cejas arqueadas había ojos esmeralda y una nariz respingona. El aire libre había tostado su piel blanca, agregándole un montón de pecas. Su túnica y sus pantalones estaban muy usados. Un criocinturón, faja alegre como el arco iris, los rodeaba. En una mochila llevaba una muda de ropa, un saco de dormir, un poco de comida seca, los poemas de Yeats y otras cosas necesarias para viajar.
- Alabada sea la Creación -susurró-. Eres bellísimo, semental mío.
El garmo volvió a desaparecer en sus dominios. Caitlin suspiró y continuó su camino.
El desdeña el césped que antaño pisó.
Con su brazo radiante rodea su cintura
y la hace girar en torno al mundo.
Así, en su vértigo, ella lo percibe,
ligero como el viento y más alto que los árboles.
Se remonta gozoso.
Había empezado a cantar nuevamente, pero se interrumpió. Saliendo de atrás de una enorme roca que había detrás de la cerca, había aparecido un hombre. Igualmente sorprendido, después de un instante levantó la mano y gritó un saludo. Caitlin se le acercó corriendo. Vió que él también era joven, fuerte, rubio. Vestido con un mono, llevaba un cuerno hecho con un asta de tordenero, para llamar a sus vacas.
- Buenos días, mi niña -dijo con acento cantarín cuando ella llegó a su lado. En estas tierras, eso era muy cortés-. ¿Cómo va para ti?
- Muy bien. Te deseo lo mejor del día -respondió ella en el suave inglés de su tierra natal, que mucho tiempo antes había adoptado la lengua de sus conquistadores, apropiándosela.
- ¿Puedo preguntar adonde vas?
- A Trollberg, para la fiesta del verano.
Los ojos de él se abrieron mucho.
- ¡Ah! Eso suponía. ¿Eres Cathleen, cierto? Te llamaría señorita, como debe hacer un caballero, pero ignoro tu apellido. Nadie parece usarlo.
Ella toleró su pronunciación. Pocos Sasenachs o cabezas cuadradas podían hacer algo mejor.
- Sí, porque sólo estoy aquí cuando vuelve el sol, cuando toda la provincia es una gran taberna. Es un hermoso país este, y de gente amable, pero hay mucho más donde viajar en el planeta. ¿Y quién eres?
- Elias Daukantas. De la granja Vilnus. -Señaló hacia atrás con el pulgar. Sobre una hilera de álamos se levantaba lo que debía ser el humo de una chimenea. Tímidamente-: He oído mucho acerca de ti y desearía que Trollberg estuviera en la vecindad. O, por lo menos, la fortuna de haberte visto arribar antes. Ah…, ¿siempre caminas?
Ella asintió.
- ¿Para qué conducir y no saber por dónde voy?
- Pero ¿dónde pasas tus noches? Nunca he oído que visites nuestras escasas posadas, aunque más de dos mesoneros dicen que te pagarían bien por una noche de música.
Ella sonrió, para mostrar que no se había ofendido, mientras replicaba:
- Los bardos no cantan para ganar dinero, terrateniente Daukantas y creo ser un bardo, aunque no un Brian Merriman. Podemos aceptar presentes, pero cantamos por amor u hospitalidad. Duermo donde me dan la bienvenida, si no, extiendo mi saco en el lódix.
Torpe, él exclamó:
- ¿Pero cómo vives? -y luego sus mejillas enrojecieron por el atrevimiento.
- ¿Te sientes embarazado? -dijo ella alegremente, dando una palmada a la mano que aferraba la cerca-. Vaya, si todos me preguntan eso.
A propósito, siguió hablando en eopolitano. -Fui a la escuela de Medicina, aunque no me licencié. En invierno trabajo en la ciudad y su zona de influencia, desde el Hospital de San Enoch. La escasez de personal médico me permite dictar mis propios términos. Por supuesto, si fuera una persona decente trabajaría a jornada completa. Pero como toda mi alma no bastará para explorar Deméter… -Se puso tensa-. Y cuando tengo que ver gente que sufre…
Se interrumpió, se estremeció, liberándose de la tensión y rió.
- Por favor, ¡si no hablo más que de mí! ¿Hablaremos de ti?
- Nada hay que decir. Este es el lugar de mi padre y yo soy su tercer hijo.
Ella inclinó la cabeza a un lado. -¿Eres soltero, entonces? El asintió.
- Tja, conocéis nuestras costumbres en las Tierras Altas. Cuando me case podremos quedarnos en la casa grande, como socios, u obtener ayuda para limpiar tierras y levantar una morada. Creo que elegiré eso. El nuevo comienzo.
- ¿Y no hay una doncella que pueda decirte sus deseos a ese respecto?
- No. Algún día… Pero ya hemos hablado bastante de mí, oh, oh, Cathleen -dijo apresuradamente-. ¿Pasarás la noche con nosotros? Prometo que todo el grupo se sentirá muy feliz.
Ella miró hacia el oeste. Aunque las sombras se alargaban y las montañas se teñían de púrpura, Febo disponía de más de una hora antes de que el horizonte lo capturara.
- Te lo agradezco y también a tu familia -respondió-. Pero debo estar en Trollberg dentro de tres días y mi plan era seguir después de la puesta de sol, ya que Perséfone se levantará llena, grande y brillante, como Luna sobre Tierra.
Erion, con la mitad de tamaño aparente, ya se había levantado; su curva era marfileña sobre el azul.
- Te conduciré mañana, tan lejos como quieras -se ofreció él. La expresión de ella era renuente. El insistió-. Si quieres estar cerca de la tierra, bueno, aquí hay una familia que jamás has encontrado. Nuestro hogar, nuestros modales, deberían interesarte, son poco corrientes. Lo juro, no somos suecos ni británicos ni… ¡Por favor! Nos darías júbilo. No lo olvidaríamos nunca.
- Bueeeno… -Ella se acercó y entornó un poquillo los ojos-. Eres demasiado bueno, Elias Daukantas, y sin duda tendría una hermosa velada si descansara allí. De modo que si estás seguro de que no habrá objeciones…
El zumbido se hizo más fuerte. Volviéndose, vieron acercarse un coche pequeño. Su colchón de aire arrojaba polvo a izquierda y derecha, como la espuma a popa de una lancha rápida. Se acercó a ellos y frenó ruidosamente. Los trípodes bajaron haciendo ruido. La burbuja del techo se dilató. Un hombre alto bajó a trompicones.
- ¡Caitlin! -gritó.
Ella dejó caer su sonador.
- ¡Dan, oh Dan! -y corrió hacia él.
Se abrazaron. Después de un momento la boca de él dejó la de ella y buscó su oreja.
- Oye, mascushla (Queridísima, amor mío, en Mandes. (N. del T.) -susurró-. Estoy huyendo. Me persiguen. Me llamo Dan Smith. ¿De acuerdo?
- De acuerdo -susurró ella. El sintió la flexible esbeltez de ella, aspiró aromas soleados de cabello y aromas más tibios de carne-. ¿Qué deseas, corazón mío?
- Salir rápidamente de aquí e ir a algún lugar donde esté a salvo. Entonces hablaremos. -Brodersen necesitaba toda su concentración para seguir siendo cauteloso, en vez de tirarla al suelo y tirarse él encima.
El mismo esfuerzo se estremeció en ella, más fuerte que el de Dan. Se soltó, giró en redondo y dijo vacilante al asombrado granjero:
- Elias, querido, es una gran sorpresa la que he tenido. Aquí está mi prometido, Daniel Smith. No pensábamos encontrarnos antes del festival, él recorría los caminos. Pero ya que los dioses son tan bondadosos… ¿Podrás perdonarme, acaso? Volveré, si los Poderes lo permiten, y entonces cantaré para vosotros.
Ambos hombres se estrecharon la mano, murmurando torpes fórmulas de cortesía. Caitlin recogió su instrumento y tiró de la manga de Brodersen. Se metieron en el auto, que saltó hacia adelante. Daukantas miró largo rato en la dirección en que desapareció antes de levantar el cuerno y convocar a su ganado.
Con una luna y media brillando, Febo no lejos de la vista, el cielo estaba violeta más que negro y mostraba pocas estrellas. De las constelaciones, sólo Medea y Ariadna parecían completas. Afrodita y Zeus, los planetas hermanos, resplandecían como bujías. Tres nubecillas brillaban. La plata se esparcía en las copas de los árboles y salpicaba el suelo, abajo, en la sombra traslúcida. A través de un corte del bosque se distinguía el monte Lorn. Las moscas luminosas saltaban como pequeñas linternas. Los coristas chillaban por decenas de miles, llamando a sus parejas entre las hojas y las ramitas; una alondra estelar cantaba; cerca de la cueva un manantial cristalino manaba reluciente.
Caitlin había guiado a Brodersen hasta allí, por un sendero de caza, después que aparcara el auto. Había traído equipo de acampar propio, incluyendo una estufa de células combustibles que daba una bienvenida tibieza a su refugio. Los sacos de dormir rellenos de mollite volvían confortable el suelo. Pero ellos dos no durmieron. Después de un rato, entre tiernas bromas, prepararon la cena y la comieron. Cuando terminaron con esto, tampoco durmieron.
Hacia el amanecer ella se incorporó, apoyándose en el codo, para contemplarlo mejor. La cueva daba al oeste y los rayos de Perséfone entraban directamente, tan fantásticamente brillantes que, en medio de la blancura de ella, él creyó poder ver el color de rosa de sus pezones. Se estiró, para coger en el hueco de su mano un suave peso que se apoyó con fuerza cuando ella se inclinó para besarlo, con un beso prolongado.
- Mi amor, mi queridísimo, mi vida -casi cantó ella-. Si tuviera palabras para describir la maravilla que eres, los humanos me recordarían cuando Safo y Catulo hubiesen sido olvidados. Pero ni la misma Birgit podría disponer de esa magia.
- Por Cristo, cuánto te amo -dijo él, ronco a causa del poder de su amor-. ¿Cuánto hace? ¿Tres años?
- Un poquito más. Yo cuento también los meses que pasaron desde que supe lo que le estaban haciendo a mi alma hasta que tuve la oportunidad de asirte.
- Y yo pensé que no era más que otra calaverada. ¡Qué pronto demostraste que me equivocaba! Tú, no sólo tu cuerpo delicioso y el mismo infierno en la cama; sino todo lo que eres tú.
- Si no fuera porque han sido tus problemas los que te han traído a mi senda, mi bienaventuranza sería isotópicamente perfecta, Dan, mi Dan. Siendo así, alabaré a tus enemigos por ello, mientras conspiro para sacarles las entrañas. No suponía que nos veríamos antes del otoño.
- Si te quedaras en Eópolis…
Los lustrosos rizos se movieron, obscureciendo sus rasgos cuando meneó la cabeza.
- No. -Se puso muy seria-. ¿Todavía no hemos terminado con ese tema? No sería justo para Lis. Ni para ti. También la amas a ella, como debes. Yo la quiero y nunca le causaría más pena de la necesaria, y espero que la amistad que me brinda no nazca sólo del sentido del deber…, porque es seguro que sabe lo que hay entre nosotros, aunque nunca me habló de ello en voz alta.
Caitlin se sentó, abrazando sus rodillas, mirando por encima de la cabeza de él el plateado desierto.
- También, porque no tengo su don para los números y la organización. No podría compartir la aventura de tus empresas -dije-. No quiero ser un parásito. Y un trabajo continuado y seguro en un mismo sitio me idiotizaría. Un ave de paso he sido, desde la hora en que nací.
Brotó alegría de ella.
- ¡Oh, estoy trastornada! ¿Cómo nacería un pájaro?
El se enderezó y se sentó con las piernas cruzadas junto a ella.
- Del mismo modo que se incuba una idea -sugirió.
- Sí -respondió rápidamente-. Einstein meditó mucho tiempo acerca de la suya; tenían que llevarle comida y tabaco al sitio donde estaba… hasta que un buen día el huevo hizo crac y asomó el pequeño principio de la relatividad, todo mojado y desnudo, y el pobre hombre tuvo que correr de aquí para allá, buscando largas ecuaciones para meterlas en su pico; pero al final creció y se convirtió en un gran gallo de la teoría de la relatividad general y la mecánica cuántica vino y le construyó una buena percha.
- Sí. -La abrazó-. En cuanto al lanzamiento de un proyecto, lo veo yaciendo en los raíles engrasados y tú vienes y rompes una botella de champaña contra el director… es el mascarón de proa, por supuesto…
Siguieron diciendo tonterías. La alegría de Caitlin era una parte indivisible de lo que hacía que la amara.
- Eh -observó finalmente él-. No me has dicho cómo encontraste esta cueva. No es que haya perdido tiempo preguntándolo. Pero ya que estamos descansando, ¿cómo fue? Ella sonrió.
- ¿Cómo crees que fue? -Esto…
- Un cazador guapísimo, el año pasado. ¿Sabes, tesoro? Casi desearía que hubieses llegado un día después. Estaba haciendo planes con ese muchacho cuando llegaste. Bueno; podrá esperar un poco.
El trató de no ponerse rígido. Ella se apercibió, lo abrazó y dijo:
- Lo siento. ¿Te he herido? Lo lamento.
- Bueno; naturalmente no puedo pretender que seas célibe durante meses interminables -se obligó a responder-. Hay demasiada vida en ti.
- Tú eres el que amo, Daniel. Es cierto; hubo otros amores, también ardientes, pero ninguno como éste. Tu fuerza, tu sabiduría, la habilidad de tus adoradas manos, oh, eres realmente un hombre y, sin embargo, eres bueno, generoso y solícito. A ti te amaré hasta que mis ojos se cierren. El resto…, unos pocos son malos, la mayoría son buenos, ninguno ha sido aburrido, pero sólo han servido para jugar. O, como máximo, para estrechar una amistad.
- Sí, claro -dijo él-. Yo tampoco soy monógamo.
Ella trató de superar la barrera que había en él.
- Te lo he dicho, corazón mío, no soy ninguna gata. Un impulso, de vez en cuando, sí, pero en general tengo que pensar bien de él, y después tengo que suponer que no perjudico a nadie antes de darle más de un beso. No he tenido un número tan vasto de amantes. Unos veinte, quizá, desde que cumplí dieciséis en la Tierra.
- Y yo no siempre he elegido mucho -admitió Brodersen.
La acercó a él y la mantuvo así un momento. -Perdóname -dijo después, tembloroso-. No debí reaccionar así ante una broma. Pero…
- ¿Pero? -instó ella unos segundos después.
- Creo que fue porque me dijiste que podría haberme marchado de casa hoy, en vez de ayer. Súbitamente recordé que había dejado mi casa, y por qué.
- Y te refugiaste en los celos porque el verdadero pensamiento te hacía mucho daño. Oh, bienamado. -Se arrodilló ante él, acarició su cara, le miró a través de sus lágrimas.
- Puede ser -dijo él-. No tengo el hábito de explorar mi psique. Mientras la maldita cosa funciona sin hacer demasiado ruido, simplemente le cambio el aceite de tanto en tanto. De acuerdo, dejemos de lado este tema, sin que haga demasiado ruido al caer. Ella seguía muy seria.
- No, Dan. Estás en peligro y lo que más te preocupa son Lis y los niños. No merecería ser tu amante si tuvieras que ocultarme tus preocupaciones. Cuéntamelo.
- Lo hice, mientras veníamos hacia aquí.
- Diseñaste un esqueleto. Ahora echa aliento sobre él, para que se levante y viva.
- Yo…, esto…, no sé qué decir, Pegeen. -Así la llamaba en privado.
- Entonces, deja que te ayude. Volvió a instalarse a su lado; se tocaban, brazo con brazo, flanco con flanco, mientras contemplaban las alas de llama, los árboles y las estrellas fugaces. Salvo por el manantial, la noche se había vuelto silenciosa a medida que envejecía.
- ¿Por qué te has rebelado? -preguntó ella-. Claro que yo también aspiro a explorar soles lejanos. Pero tú tienes la Chinook, que fue remodelada con esa finalidad.
- Sí, después de que la nave extragaláctica pasó por el pórtico de Febo. ¿Lo has olvidado? Sólo había una nave de vigilancia, para observar qué camino tomaba…, cosa que sólo supo un par de oficiales especializados. Malditos sean, sólo suministraron la información al alto mando y el gobierno de la Unión lo declaró inmediatamente supersecreto de estado. El mismo don Pedro, el Señor( En castellano en el original.), el jefe del clan Rueda, él mismo no pudo conocer el secreto. Si el resto de la tripulación no hubiese hablado, tú y yo no sabríamos que una nave extragaláctica había pasado por allí.
»Oh, sí -continuó Brodersen, amargamente-. Entendí el razonamiento. Y hasta podía estar casi de acuerdo…, ¿me crees? No teníamos la menor idea acerca de la clase de seres que estaban al otro lado de ese pórtico. No podíamos dejar que un grupo cualquiera lo atravesara y provocara quién sabe qué problemas. Eso nos incluía a mí, y a mi compañía. Cuando puse en servicio activo la Chinook lo hice en la esperanza de que la expedición oficial volvería trayendo buenas noticias, de modo que el gobierno autorizaría a partir a expediciones privadas responsables. O, si la expedición no volvía, el Consejo de la Unión me autorizaría, unos años después, a hacer un segundo intento. Por eso la mantenía totalmente aprovisionada, para poder despegar rápido, antes de que un burócrata o un político pudiese anular mi permiso.»Pero la Emissary volvió, ¡diablos! ¡Y lo están ocultando! Quieren anular nuestras posibilidades de salida para siempre…
Se dejó caer de espaldas.
- Esto es infernal -dijo-. Me has oído contar una y otra vez lo que todo el mundo sabe. La última vez que nos encontramos me oíste hablar de mis primeras sospechas. Ahora me oyes despotricar acerca de lo que ha pasado desde entonces. ¿Por qué soportas estas repeticiones?
Ella apoyó la cabeza contra su hombro.
- Porque lo necesitas, querido mío -respondió. Y después de un momento-: Y ahora dime: ¿qué necesidad tenías de cargar, como el toro de O'Shaughnessy? Sabes controlarte. ¿Por qué no fuiste paciente y astuto, hasta poder reunir toda la verdad entre tus dedos y ser el verdugo de los culpables?
Más que las palabras, su tono lo calmó.
- Bueno -dijo-, ya me había comprometido, en alguna medida. Después deposité demasiada fe en Aurelia Hancock, y ya ves lo que pasó.
- Podrías haber aguardado. ¿Cuántos años, o millones de años pasaron mientras los Otros crecían en la galaxia y nosotros seguíamos ciegos, en nuestro globo? ¿Importarían unos cuantos más?
- Para la tripulación de la Emissary, sí -dijo en tono áspero-. Sabes que el primer oficial, si vive, es pariente mío. Y hay otra tripulante que es una buena amiga. Por no hablar del resto. Ellos también tienen sus derechos.
- Sí. Pero te estás jugando el bienestar de Lis y Barbara y Mike, por no hablar de los cientos que se ganan la vida en Chehalis. -Caitlin cogió la mano que tenía más cerca-. Dan, mi queridísimo, hay algo más que te impulsa. ¿Qué podrá ser? Sí, muchas veces me has dicho cuan maravilloso sería para los humanos disponer de la libertad de las estrellas, más que el fuego o la escritura o el fin de las enfermedades. Y no he disentido. Pero ¿por qué esta terrible prisa, a cualquier precio? Moriremos, amor mío, viejos, si se cumplen mis deseos, antes de haber conocido todo lo que hay aquí, en Deméter.
- Pegeen, en la Tierra vi mucho de lo que las convicciones grandes y apasionadas le hacen a la gente y especialmente a los gobiernos. Luego empecé a leer historia y supe los horrores que provocaron en el pasado. Eso me hizo jurar que sería siempre objetivo. Aunque sólo fuera eso, supuse que me impediría soltar discursos ante el primero que se presentase.
»Pero… supongo que cuando llegamos a lo que importa, yo tampoco puedo poner mis convicciones en un estante, a la espera del momento más conveniente para usarlas.
Ella lo besó y pidió:
- Cuéntame, entonces. Ojalá lo hubieras hecho antes.
El oía la tensión de su voz, pero no podía remediarla.
- Lo que temo es esto: si la raza humana no despega pronto en dirección a las estrellas, morirá.
»La Unión tiene graves problemas. Cuando salí del Comando de Paz, siendo aún muy joven, pensé que nos habíamos quedado sin trabajo. La Tierra parecía ordenada y sensata. Bueno; me equivocaba. Hay demasiados animales bípedos amontonados en ese planeta. Cada vez aparecen más locuras. Religiones como el Transdeísmo. Herejías como el Nuevo Islam. Credos políticos como el Asianismo. Naciones donde el populacho o los ministros del gabinete gritan pidiendo la secesión si no pueden obtener lo que quieren cuando lo quieren, sea factible o no. Y lo peor es que la mayoría de las quejas contra la Unión son legítimas. Cada vez más, el gobierno mundial está tratando de controlarlo todo, todo, desde el centro. Como si un mariculturista de Oceanía, un caballero del Himalaya, un hombre de negocios de Nairobi y un hombre del espacio que trabaja en una base Iliádica no supieran mejor cuáles son sus problemas especiales y qué deben hacer para solucionarlos. Diablos, ¿sabías que se está hablando con muchísima seriedad en el Consejo de resucitar la política fiscal de Keynes?
- Espero que no hayas tenido necesidad de estudiarla.
- Lo que importa es que cada vez que voy a la Tierra la veo más enferma. Muchos sociólogos afirman que la revelación de los Otros, una raza totalmente superior, tuvo mucho que ver con la locura que provocó los Conflictos. No lo sé. Quizá. Pero si es así, entonces el Convenio sólo ha servido para hacernos ganar algo de tiempo. Todavía no hemos aceptado el hecho de los Otros. Y no lo haremos hasta que podamos ir hasta allá. No; estoy seguro de que si las cosas siguen así, la Tierra estallará muy pronto. La consecuencia menos grave podría ser una especie de César, y los cesares, en realidad, no duraron mucho. Lo peor que podría pasar…, lo peor ni siquiera se puede imaginar, Caitlin.
»Y no pienses que podremos observar el desastre a salvo, desde aquí. Mi experiencia personal de las últimas semanas dice otra cosa. Deméter podrá estar a doscientos veinte años luz de la Tierra, según la última estimación que he visto, pero eso no es más que una excursión por el pórtico, para una nave con misiles de fusión.
»Oh, sí -terminó-. Quizá sea demasiado apocalíptico; dije que quería evitar el fanatismo. Quizá se las arreglen, de alguna manera. Pero estoy totalmente seguro de que la Tierra sólo encontrará ideas nuevas en las estrellas, y mientras tanto las ideas viejas están matando gente. Como mataron a mi primera esposa.
Calló, agotado.
- Dan, estás sangrando -dijo ella llorando a medias, y lo acunó lo mejor que pudo.
Y finalmente:
- En realidad, nunca me dijiste qué le pasó a Antonia. La amabas, te casaste con ella y murió de una mala muerte. ¿Me contarás la historia completa esta noche?
El miraba fijamente al vacío.
- ¿Por qué echarte eso a cuestas?
- Para que pueda entender, mi muy querido. Entenderte a ti y lo que hay en ti, porque es seguro para mí que ésa es tu gran herida y la razón por la que no pudiste callar acerca de la Emissary.
- Quizá -murmuró-. Fue un asesinato político, ¿sabes?, y esa política no existiría si no estuviésemos varados en estos dos miserables sistemas planetarios.
- Habla, Dan. Acerca de tu Antonia. Haré una canción en honor a su memoria, si quieres.
- Sí, me gustaría.
- Entonces, primero debo saber.
Estaba medianamente lúcido y lleno de pena; buscaba a tientas y gruñía.
- De acuerdo. Para empezar: cómo nos conocimos. Cuando salí del Comando de Paz quería dedicarme a la ingeniería espacial y tuve la suerte de que me aceptaran en la academia de la Confederación Andina. Cuando me licencié, entré a trabajar en Aventureros Planetarios… la gran corporación, ¿sabes?, dominada por el clan Rueda. No lo hice mal, me invitaron a algunas fiestas, y allí estaba Toni.
»Ella misma decía que no quería que nos prendiéramos de la teta de la plutocracia. Se dedicaba a la astrografía, y era muy buena. Nos agenciamos puestos para los dos en Nueva Cíbola. Como quizá recuerdes, es un satélite Iliádico, donde hay una oficina de Aventureros, y también está el observatorio Arp.
«Seis años terrestres… Yo estaba obligado a viajar mucho, hasta Júpiter a veces, pero ¿sabes, Pegeen?, aunque siempre había mujeres cerca, durante todo ese tiempo fui monógamo. No porque a Toni le hubiese molestado, pero ella existía y no había más que pensar.
Quedó mudo; Caitlin lo abrazaba.
- Finalmente, decidimos comenzar una familia -resumió-. Le encantaban los niños. Y los animales… y todos los seres vivos. Quería tener el niño en casa, en la mansión de los Rueda, a causa de sus abuelos. Eran demasiado frágiles para salir de Tierra, pero hubiese significado un cosmos para ellos ver llegar a la siguiente generación.
»¿Por qué no? Yo tenía una misión en Luna que me llevaría varias semanas. Ella podía volver con el clan y disfrutarlo. Son gente estupenda. Yo esperaba terminar antes de la fecha del parto, pedir una licencia y reunirme con ella.
«Bueno…, poco después de su llegada, la residencia fue bombardeada. Por terroristas. Publicaron un manifiesto anónimo diciendo que protestaban porque los Rueda despojaban a las masas de los beneficios del desarrollo espacial. Fue un incidente de una ola de violencia revolucionaria que recorrió América del Sur.
«Eso se acabó, por un tiempo. Ahora está surgiendo de nuevo. Los Rueda siguen siendo un blanco. Sí, claro que son ricos, porque sus antepasados tuvieron la astucia de invitar a la empresa privada espacial al Perú. Pero ¿despojar a las masas? Supón que el dinero se dividiera por partes iguales entre los oprimidos, ¿qué suma tocaría a cada uno? ¿De dónde saldría el capital para la próxima inversión? Pegeen, Pegeen, ¿cuándo aprenderán economía elemental los salvadores de la humanidad?
»De todos modos…, la bomba no hizo gran cosa. Destruyó un ala de la casa y mató a tres sirvientes que habían pasado allí la mayor parte de sus vidas… y sí, sí, a Toni y a su niño.
- No murió inmediatamente. La llevaron a un hospital. Preguntó si no podría ver la Luna en el cielo… fue lo último que pidió…, pero la fase estaba mal. Y yo estaba al otro lado, en un lunatrac, y una llamarada solar entorpecía las comunicaciones… Bueno, ésa es la historia. Durante un año no hice nada, pero los Rueda me apoyaron, y me ayudaron a recuperarme y me proporcionaron fondos, cuando decidí ir a Deméter e iniciar un negocio como el de ellos. ¿Entiendes ahora por qué me preocupo por Carlos en la Emissary?
Brodersen y Caitlin quedaron en silencio. La noche menguaba. Finalmente, él dijo: -Toni era muy parecida a ti.
Siendo un bardo, ella sabía cuándo guardar silencio.
Sólo le dio lo que tenía para darle. Al principio él estaba pasivo, luego trató de responder y ella le hizo comprender que no era necesario, y luego, lentamente, él comprendió con todo su ser que el pasado había muerto, pero ella estaba allí.
Más tarde, durmieron un rato.
Ella despertó antes que él. Incorporándose, la vio sentada en la entrada de la caverna, delineada contra el azul misterioso que aparece justo antes del amanecer en los planetas de tipo Tierra. Había programado su sonador para guitarra sola, y pulsaba el instrumento. En voz muy baja, cantó la última estrofa de la canción del festival.
Las montañas se doran, el este se aclara,
La brisa anuncia el final
De la noche prolongada.
Y por toda la amplia comarca
Con las manos enlazadas
Los danzarines vuelven a casa.
6
Yo era una oruga que se arrastraba, una pupa que dormía, una polilla que volaba buscando la Luna. Los cambios eran tan profundos que mi cuerpo no podía recordar lo que había sido antes; era como si hubiera renacido con alas. Ni tenía los medios para asombrarme de eso. Simplemente, era. ¡Pero qué brillante era mi ser!
Hasta mi ser infantil, una velluda longitud de hambre, vivía entre riquezas; jugo y crujiente dulzura de una hoja, luz de sol cálida o rocío fresco o brisas actuando sobre su piel, interminables olores, cada uno con su sutil mensaje. Luego, finalmente, los días menguantes hablaron a su fuero interno. Encontró una rama protegida e hiló seda de sus entrañas para hacerse un lugar solitario, y enroscado dentro de su obscuridad murió la pequeña muerte. Durante una estación, su carne trabajó en su propia transformación hasta que eso que abrió el capullo y salió pertenecía a un mundo totalmente distinto. Pronto mi piel externa resbaló de mí, mis alas liberadas se volvieron secas y fuertes y me lancé al cielo.
Mía era la noche. A mis ojos brillaba y chispeaba, llena de vagas formas que reconocía mejor por su fragancia. Mi alimento era el néctar de las flores, tomado mientras me sostenía con mis alas temblorosas, aunque a veces la savia fermentada de un árbol hacía que yo y miles como yo trazáramos alocadas espirales a su alrededor. Más audaz era esforzarse elevándose, después de la Luna llena, más perdido en su resplandor que en una tormenta. Y cuando el olor de una hembra pronta para aparearse flotaba alrededor de mí, me transformaba en Deseo volador.
Otra ciega compulsión envió a nuestra bandada en un viaje a través de las distancias. Noche tras noche pasamos sobre colinas, valles, aguas, bosques, campos, las luces del hombre como sorprendentes estrellas debajo de nosotros. Día tras día descansábamos en algún árbol, recargándolo con nuestro peso. Mientras estaba allí, respirando extraños vientos. Uno me recogió, haciéndome volver a la Unicidad, y en ese momento Supimos lo que había sido toda mi vida desde que yacía en el huevo. Sus maravillas eran muchas. Yo era Insecto.
7
Fría y vacía, la Emissary estaba en órbita alrededor de Sol, cien kilómetros detrás de la Rueda de San Jerónimo. Disminuido por la distancia, Sol le suministraba apenas una débil luz y parecía perdido entre las estrellas. La Rueda era más impresionante, dos kilómetros de diámetro, rotando majestuosamente para proporcionar gravitación terrestre a los talleres y viviendas que había en su borde. El núcleo, en el centro de los radios que eran pasillos, tenía espacio como para que una nave atracara en su muelle. Con su escudo antirradiación cubierto de aluminio, toda la estructura brillaba como si estuviera bruñida.
Sin embargo, había sido un fracaso. Los hombres la habían construido cien años antes, como base de operaciones en los asteroides. Aunque esos restos de un mundo abortado están muy esparcidos, podían ser explotados provechosamente por robots, como las lunas de Júpiter, en las épocas de conjunción inferior. Pronto, las naves espaciales perfeccionadas volvieron anticuada la idea. Era más barato, además de más productivo, que los hombres fueran en persona, acelerando continuamente a una gravedad o más, directamente entre estas regiones y los satélites industriales de la Tierra. La Rueda quedó abandonada. Se habló de aprovechar su metal, pero el incentivo no era suficiente. Ya en aquella época, el precio de los metales estaba bajando. Eventualmente, su propiedad pasó al gobierno de la Unión, que la restauró y la declaró monumento histórico. Recibía pocos visitantes.
Cuando Ira Quick, ministro consejero de Investigación y Desarrollo, autorizó su ocupación, nadie prestó mucha atención. Declaró que era un buen lugar para estudiar los gases interplanetarios. Este sería un trabajo prolijo, con pocas cosas fundamentales por aprender, pero presumiblemente útil; además, una institución privada patrocinaba el proyecto. Como las mediciones eran delicadas, la Rueda y sus alrededores serían cerrados al público durante algunas semanas o meses. Eso difícilmente molestaría a alguien, y menos que a nadie, al personal de custodia, que disfrutaría de unas vacaciones con paga completa. La noticia mereció un par de líneas en algunas revistas astronáuticas y treinta segundos en quizá una docena de noticiarios.
Una escotilla en el apartamento de Joelle Ky mostraba el cielo; la vista se volvía vertical gracias a un juego de prismas. No pasaba demasiado rápido para ser observado, ya que una vuelta duraba casi tres horas, y la vista era gloriosa. Pero pronto se cansó de ella, y hubiese pasado la mayor parte de su tiempo en estado de holotesis si hubiese tenido el equipo a mano. Hasta ahora, sus carceleros habían declinado retirarlo de la nave o llevarla allí.
Se disculpaban explicando que no se atrevían a actuar sin las correspondientes órdenes. Los veinte hombres que vigilaban a los tripulantes y el pasajero de la Emissary eran bastante decentes, a su manera, agentes del servicio secreto norteamericano en misión especial. Creían sinceramente que lo que hacían era correcto y necesario. Pero por supuesto habían sido elegidos uno a uno y educados en el culto de la disciplina y la obediencia que había prevalecido durante el anterior régimen militar. Su jefe, que presidía los interrogatorios y exhortaciones a los cautivos, era menos simpático. (En castellano en el original.) Pero no era un bruto, y cuando le dijo a Joelle que el mismo Quick iría a verlos, prometió pedirle autorización para llevarle sus aparatos.
- Claro, doctora Ky -añadió-, que si usted cooperara mejor y comprendiera cuál era su deber, quedaría completamente libre.
Ella se sintió demasiado cansada para responder. Se había refugiado en los libros, las artes visuales grabadas y la música. El director no se había negado a que se transfirieran el enorme banco de referencias, el material de recreo y los datos de la nave…, especialmente porque el aspecto más importante de su tarea era descubrir qué habían hecho y aprendido los exploradores en los ocho años últimos. Salvo para las comidas, Joelle abandonó prácticamente la vida social.
Sus antiguos compañeros eran más comunicativos. Aunque el capitán Langendijk era fríamente correcto con los agentes, Rueda Suárez, deliberadamente condescendiente y Benedetti un poco abusivo, los demás confraternizaron en diversas medidas. Frieda von Moltke hasta encontró en ellos una novedad sexual que deseaba desde hacía mucho. Las otras mujeres desdeñaron eso, reservando sus favores a sus amigos, pero no se negaban a una partida de cartas o balonmano.
Aún más solitario, aunque no del mismo modo que lo hubiese estado un humano entre no humanos, Fidelio buscó primero la clase de solaz de Joelle y luego, de forma creciente, la buscó a ella. Pedía explicaciones sobre cosas que le dejaban perplejo. Había estudiado español antes de embarcarse, pero no las mil culturas de una especie extranjera. Ella podía ayudarlo mejor porque se había dedicado a aprender sus dos lenguajes, al principio usando la holotética para ayudar a Alexander Vlantis, y después haciéndose cargo de la investigación cuando una marea ahogó al lingüista.
Estaba proyectando a Swinburne durante una guardia diurna cuando llegó el betano. Había mucha ficción y mucha poesía que la dejaban indiferente o, si no, intrigada; tenía una experiencia demasiado limitada de las relaciones emocionales corrientes y demasiado amplias de las que están en la base del universo. Sin embargo, los sensualistas románticos eran tan atractivos para sus vísceras como los precisionistas para su cerebro. Creía entender:
Time and the Gods are at strife; ye dwell in the mist thereof,
Draining a little Ufe from the barren breasts of love. I say to you, cease, take rest; yea, I say to you all be at peace,
Tul the bitter milk of her breast and the barren bosom shall cease'.
(El Tiempo y los Dioses se enfrentan; tú habitas en medio de ellos, arrancando un poco de vida de los estériles pechos del amor. Yo te digo, termina, descansa; sí, te digo que todo quede en paz, hasta que la amarga leche de su pecho y el estéril seno se terminen -N. del T.)
Sus pensamientos se alejaron del texto, como estaban haciendo desde que había empezado a leer. El impulso que había detrás de ambos era el mismo; había enseñado estas palabras a Dan Brodersen la última vez que habían estado juntos. En su actual aislamiento, con frecuencia se le aparecía la imagen de Dan, cada vez más vivida, hasta que podía oler su pipa y contar las patas de gallo de sus ojos. Se preguntó si sería porque estaba vivo (oh, ¡tenía que estar vivo!) y Christine en cambio, estaba muerta, o porque su virilidad era de alguna manera más segura que el recuerdo de ella, o… Perdóname, Chris, se dijo mientras se rendía a la evidencia de lo que había sido.
- Bueno -dijo él-, es bonito. No más que eso. Se estaba enfrentando con algo real. Pero, disculpa: ¿no es un poco rebuscado? Kipling hubiese conseguido lo mismo en una página, como máximo.
- Quizá sea por eso que nunca he logrado apreciar a Kipling -respondió ella.
El la miró, levantando una ceja.
- ¿Ni siquiera los poemas sobre maquinaria? Y sin embargo, tú, la holoteta, cuya alma se supone es un programa de ordenador, ¿disfrutas con Swinburne? -Encogiéndose de hombros-: Bueno, las personas son generadores de paradojas.
Súbitamente, sintiéndose irracionalmente herida, ella dijo:
- Seguramente, no te comprendo del todo. Pero suponía que vosotros, las personas normales, a veces captabais las resonancias de los demás. ¿Quieres decir que tampoco puedes hacer eso?
Por un instante, ella imaginó que entendía un antiguo mito. Por cierto, se sentía como si el demonio de este lugar la poseyera. Estaban pasando los pocos días de que disponían para estar juntos en una isla del archipiélago de Tuamotú, que él había conocido hacía tiempo (sí, con otra mujer, había admitido descaradamente). Desde la galería donde estaban, su mirada fue más allá de un macizo de hibiscos rojos y verdes y siguió hasta el sendero que llevaba a la playa, que se curvaba alrededor de una laguna. Hileras de palmeras asentían y susurraban en respuesta a la suave brisa. El agua era lapislázuli moteado de estrellas, salvo en los arrecifes, donde se blanqueaba y tronaba. Las únicas nubes estaban contra el Sol, un muro con el arco iris como puerta. No sabía el nombre de la dulzura y los aromas que el aire arrojaba. Por la mañana, ella y Brodersen habían paseado cogidos de la mano por la playa, desnudos salvo por las zapatillas que los defendían de los hermosos corales, habían nadado, después habían descansado (la luz atravesaba su piel hasta la médula) hasta que él le advirtió del peligro de las quemaduras y se habían vestido. Cuando volvían, habían encontrado a un hombre de piel obscura que sonrió, habló en español torpe, los invitó a su cercana casa a comer algo y después sacó una guitarra y cantó unas canciones, alternando con Brodersen. La lluvia que cayó entonces fue como si el cielo y la tierra estuvieran haciendo el amor.
Ahora, Dan, que había venido a ella desde Deméter, sugería que él también habitaba eternamente entre muros. El demonio conoció el horror. El dolor creció.
- Oh, bueno, no lo sé, nunca me preocupé mucho por… -Se interrumpió-. Eh, ¿qué te pasa? Parece que te hubieran pegado.
Ella meneó la cabeza con los ojos bien cerrados.
- No es nada -articuló su lengua.
El se acercó, cogió sus brazos con manos que temblaban un poco y gruñó:
- ¿Cómo, no es nada? Cualquier cosa que pueda inquietarte a ti, Joelle…
- No lo sé, no lo sé -respondió ella, sin poder detenerse. Recuperó el control-. Yo también…, tengo… mis momentos irracionales.
Y observando su desconcierto:
- ¿No te habías dado cuenta?
El tragó saliva, cosa que la asombró. Seguramente tenía experiencia en materia de extravagancias femeninas. Después de un rato, Dan dijo lentamente:
- Bueno, sí, debes disfrutar de mi compañía… aparte de la cama, quiero decir…, cosa que no es muy lógica.
Ella comprendió que, por debajo de la desenvoltura con que había aprendido a tratarla, a lo largo de los años, él seguía maravillándose ante su intelecto.
- Pero si tú también tienes debilidades reales… -Se interrumpió cuando ella se arrojó contra él.
- Abrázame fuerte, Dan -suplicó y ordenó, porque no quería recordar la despreciable psique que había debajo de su mente consciente-. Vamos adentro.
Apacigüemos la parte animal.
Pero esta vez no consiguió hacerla funcionar. El fue tan generoso y fuerte como siempre, y eso significó algo de alivio, y después le aseguró que estaba simplemente en un mal día y que todo volvería a ser maravilloso muy pronto, cosa que sin duda era cierta.
Pero… Ninguno de nosotros escapa al hecho de que con frecuencia es difícil, con mucha frecuencia imposible para nosotros -pensó Joelle en la Rueda-. Es peor para los betanos, por supuesto. ¿Cómo será tener que concentrar las esperanzas de amor en una raza desconocida y apenas civilizada a medias? ¿Será ésa la razón, además de nuestra holotesis compartida, por la que me siento tan cerca de Fidelio?
La puerta sonó. «Adelante», dijo ella, y se sintió más que complacida cuando comprobó que era él. No sólo había estado pensando en él. En la habitación tristemente funcional, que la pintura color pastel no alegraba, parecía una sólida confirmación de que existía otra realidad.
- Buenos dias (En castellano en el original) -saludó con la voz ronca y gutural de su raza en tierra. Unas vibraciones sibilantes dificultaban la comprensión de las palabras.
- Bienvenido -respondió ella, y sugirió que empleara su lengua natal, la que servía en el aire. Ella seguiría en español. Sin equipo computerizado voder no podía pronunciar los vocablos betanos, y no tenía gana de bajar con él al laboratorio y hablar ante los ojos del guardia apostado en el vestíbulo, que vendría tras ellos. Ciertamente, sin su maquinaria holotética, sus conocimientos eran limitados. Los idiomas contenían más matices desconocidos para ella de los que podía controlar un cerebro sin ayuda. (La «lengua» submarina era peor., tanto desde el punto de vista de la pronunciación como en cuanto a la comprensión.) Pero si las cosas no se ponían demasiado complicadas hoy, se las arreglaría.
- ¿Estás actuando, hembra de intelecto? -preguntó él, cortésmente-. No interrumpiría un sueño-lógica.
Esa era la versión de Joelle de un cierto concepto, no muy satisfactoria, pero sin duda mejor que «meditación», o «pensamiento filosófico» o «ensoñación intencionada».
- No; estoy ociosa y ojalá no lo estuviera -le aseguró-. ¿Cómo estás? No te veía desde…, no lo sé. El tiempo no tiene sentido en este maldito lugar.
- Estaba en la piscina -dijo él. Un tiempo antes, los biólogos de la Emissary habían advertido que Fidelio enfermaría y moriría si no podía pasar varias horas semanales en agua similar a la de sus mares nativos. Su composición no era idéntica a la de los océanos terrestres, pero tampoco exótica; cualquier laboratorio químico podía suministrar los ingredientes. Los habían traído de la nave a la Rueda y habían construido una bañera. El comercio de la sal entre las comunidades costeras y las del interior había condicionado buena parte de la historia betana.
- Qué bien -dijo Joelle, y pensó cuan inadecuada era la frase. Qué tragedia sería perderlo, para ambas especies y quizá para muchas más. Además, era brillante y gentil, valía más que un millón de Ira Quick.
Lo perderemos, si se acaba su comida, recordó. No podía nutrirse con tejidos terrestres; la mayoría eran venenosos para él. La expedición traía raciones para un año, para Fidelio, sobre todo de alimentos congelados y evaporados. Habían dado por sentado que mucho antes de eso, la Unión habría empezado a comerciar regularmente con Beta.
No era dada a la cólera, pero bruscamente la saboreó. Tratando de calmarse, lo observó mientras se sentaba en pies y cola ante su butaca. Joelle siempre encontraba algo, una forma o un movimiento o alguna sutileza menos fácilmente identificable que no había notado antes.
Bueno; nosotros dos somos los productos de cuatro mil millones de años de evolución separada, provenientes de las materias primordiales que componían nuestros muy diferentes planetas. Los nombres son necesarios, pero engañosos, nos dan la impresión de que entendemos, cuando en realidad no es así.
Su arbitrariedad es doblemente engañosa. Los exploradores apodaron «Centrum» al sol que encontraron al otro lado del pórtico, a falta de una proposición más imaginativa, y a sus acólitos «Alfa», «Beta», «Gamma»…, desde dentro hacia afuera. «Fidelio» fue sugerido por Torsten Sverdrup, que adoraba a Beethoven, y quedó. En su casa, el ser era llamado aproximadamente «K'thrr'u» en tierra y «Gaung Ro Mm» en el agua, pero ningún alfabeto terrestre podía traducir correctamente ninguno de esos nombres.
El era tan típico de su especie como ella de la suya, que abarcaba desde chinos hasta papúes, desde celtas hasta pigmeos, desde negros hasta esquimales, y más. Específicamente, él venía de la costa este del principal continente del hemisferio norte, en una latitud media, y pertenecía a la sociedad que había encabezado la revolución industrial mil años antes. En Beta, las civilizaciones no parecían nacer y morir en Tierra. Sin embargo, todo su mundo y sus colonias en otras estrellas se enfrentaban hoy con una crisis muy especial…
Fidelio era un bípedo de seis miembros. Tenía el tamaño de un hombre alto, excluyendo una potente cola, que terminaba en escamas horizontales y le agregaba otro tanto de longitud. A causa de su postura inclinada hacia adelante, medía alrededor de un metro cincuenta, y una grasa como de ballena cubría sus formidables músculos. Sus piernas, que recordaban a Joelle las del Tyranosaurio Rex, terminaban en pies anchos y membranosos, los brazos superiores en largas garras con membranas, los brazos inferiores, más pequeños, en manos con tres dedos y un pulgar, de aspecto no muy humano. La anatomía de su esqueleto hacía que sus miembros, más el torso, la cola y el esbelto cuello, fueran tan flexibles como para parecer desprovistos de huesos. Su cabeza era angosta y tenía un bulto en la parte posterior, que contenía el cerebro. Un hocico corto y afilado, rodeado de patillas, tenía una sola ventanilla que podía cerrar y una boca cuyos dientes variados de omnívoro incluían unos alarmantes colmillos. Las dos orejas eran pequeñas. Los dos ojos, grandes y de un azul uniforme, disponían de membranas, que cambiaban sus propiedades ópticas para la visión subacuática. Una piel suave y brillante de color marrón obscuro cubría todo su cuerpo; era más clara en el vientre. Despedía un olor picante, parecido al de yodo. Como vestido llevaba una bandolera con bolsillos. Como sus órganos reproductores eran retráctiles y, de todos modos, no muy parecidos a los de un hombre, no era obviamente macho…, salvo en casa, donde, para empezar, tenía dos tercios del volumen de la hembra corriente…
Su visión lejana, en el aire, no era igual a la humana, aunque veía mucho mejor sumergido o en la obscuridad, e igualmente bien a poca distancia. Su oído era superior y poseía sensibilidades químicas que Joelle había decidido no etiquetar como «gusto» y «olfato». Por su parte, él siempre se asombraba de la sensibilidad de la punta de los dedos de ella.
Aquí está, pensó ella, el embajador de buena fe y buena voluntad de su pueblo, metido en la cárcel, y ni siquiera sé qué piensa de eso. Ha tratado de decírmelo, pero no puede hacerse entender, a menos que yo esté holotética y quizá tampoco pueda así.
- ¿Qué puedo hacer por ti, Fidelio? -preguntó suavemente.
- Busco meter en mis corrientes de sueño (¿saber con todo su ser?) cómo los tuyos encontraron primero las máquinas de transporte e información de los Otros.
- Pero si lo sabes -dijo, sorprendida-. Simplemente, encontramos la máquina en el Sistema Solar, igual que vuestros exploradores interplanetarios encontraron antes la que está en órbita en Centrum.
¿Antes?, se preguntó. ¿Qué quiere decir eso? La simultaneidad no es un concepto que se aplique en distancias interestelares. Además, resulta que la T de máquina T significa no sólo «Tipler» y «Transporte» sino también «Tiempo». Los mismos betanos no están seguros de visitar el futuro o el pasado cuando pasan a un sistema diferente. Y si es por eso, nosotros no sabemos cuál es nuestra relación temporal con nuestra colonia en Deméter. Lo único que han podido determinar es que los tres pórticos se abren en la misma era general de esta galaxia.
Y, por lo que pueda importar, que puede ser nada, tenemos el hecho de que los betanos llevan muchos más siglos de civilización científica que nosotros en Tierra…, si es que somos civilizados.
- Esa es una verdad tirada en un arrecife y reseca -dijo Fidelio-. Yo busco el coral vivo. (Por supuesto, en Beta no había coral, pero sí había un genotipo que se comportaba de manera similar.) Tú me has dicho, Joelle (pronunciación indescriptible), que no predecías esta detención. Comienzo a dudar que lo sucedido sea consecuencia de una desviación (¿villanía?, ¿equivocación?, ¿desacuerdo? La palabra contenía la posibilidad de que Quick y sus validos tuvieran razón.) El impacto de aquella revelación original fue tremendo sobre Beta. Habrá sido comparable en Tierra. Pero la ola que levantó tenía una forma que es particular de los tuyos en cualquier condición que estuviera la humanidad contemporánea. Y las ondas no pueden haber desaparecido… He estado leyendo historias, Joelle, pero están llenas con referencias a acontecimientos y personalidades sin significado para mí.
- Ya veo -respondió ella lentamente. Comprendo (En castellano en el original)
(«I grasp». El inglés y el castellano no son equivalentes. En cuanto a él, en el mar hubiera dicho «mis dientes se cierran sobre eso», y en tierra «lo siento en mis vi-brissas».)
- Bueno -continuó ella-, creo que difícilmente podría darte una respuesta completa, porque yo misma estoy desconcertada. Pero lo intentaremos.
Se rascó la barbilla, pensando.
- Sí; recuerdo un documental sobre el tema, para las escuelas, que contiene mucho material original. Trataré de hallarlo.
Como todos los apartamentos de la Rueda, éste tenía una terminal de ordenador, con su pantalla. La cinta que recordaba era un clásico tal y tan antigua -de la época en que la gente suponía que habría una población permanente aquí, incluyendo niños- que supuso podría estar en el banco de datos. Activó el teclado y marcó su pedido.
Estaba.
8
(VISTA DE LA MAQUINA tomada desde lejos, un objeto de mil kilómetros de longitud, como una aguja flotando en el espacio, empequeñecida por la Vía Láctea.)
Narrador
…sondas no tripuladas transmitieron indicaciones acerca de algo curioso, en órbita alrededor de Sol, en el mismo sendero que Tierra, pero a ciento ochenta grados de distancia, de modo que estaba siempre en el lado opuesto. Un vuelo de aproximación confirmó que era un objeto extraño. Ningún asteroide podía tener una forma perfectamente cilíndrica. Y ciertamente, la mayoría no eran tan grandes ni giraban a semejante velocidad…
(Un astrofísico, famoso en esa época, habla desde su escritorio, poniendo ocasionalmente en pantalla un diagrama animado como ilustración.)
Ionescu
…no es posible. Esa cosa es tan densa como un colapsar; está al borde de la condición de agujero negro.
Sus átomos deben de haber sido comprimidos hasta que dejaron de ser átomos y se transformaron en materia nuclear casi continua, lo que llamamos neutronio. Sólo el campo de gravitación de una estrella mayor que Sol, derrumbándose dentro de sí misma cuando el fuego se extingue, puede llevarlos a esa condición. El cilindro no puede. Aunque sea gigantesco, su masa es demasiado pequeña… de hecho, no es suficiente para perturbar los planetas. Además, un cuerpo natural, formaría un esferoide.
Sin embargo, ahí está la cosa. Fuerzas de las que nada sabemos la formaron, le comunicaron su increíble energía rotatoria y la mantienen unida. No tengo ninguna duda de que es el producto de una tecnología mucho más alejada de la nuestra que la nuestra de la Edad de Piedra…
(Escenas de nerviosismo, discursos, multitudes, demostraciones, sermones, oraciones en todos los puntos de Tierra y en los satélites. Extractos de una rueda de prensa de Manuel Fernández Dávila, Donald Napier y Saburo Tonari, los tres hombres que irán, el grupo más internacional que el caos que reina en buena parte del mundo ha permitido reunir. Despegue de la lanzadera, una vivida explosión contra una austera cordillera. Reunión con la nave Descubridor, y traslado de los tripulantes.)
(Escenas durante el vuelo, que en ese tiempo llevaba semanas, la mayor parte en caída libre. Tomas por las escotillas: el cilindro creciendo a la vista hasta que su enormidad comienza a ser aparente y sus brillantes sirvientes se vuelven visibles. Hombres con trajes espaciales salen al exterior, sujetos por largos cables, para tomar fotografías y comprobar instrumentos. Hablan a Tierra por medio de un relé que ha sido puesto en órbita especialmente para ellos. Las palabras son generalmente escuetas, pero transmiten el pavor.)
Fernandez Dávila
…no son satélites. No giran alrededor del cilindro; todos se mantienen en su lugar en relación a Sol y a los demás. Dios sabe cómo se consigue esto, pero suponemos que están sujetos por parte de la energía que mantiene entera a la estructura principal. Hemos contado diez. No tienen rasgos diferenciales, salvo que emiten diferentes longitudes de onda. Están espaciados a lo largo del eje del cilindro -que es exactamente normal a la eclíptica- en diferentes distancias y orientaciones, el más lejano a un millón de kilómetros, el más cercano a unos mil. Cuando observamos el sistema con nuestro telescopio principal, es un hermoso espectáculo. Bueno, toda la astronomía es…
(En una fecha posterior, cuando la meta está cerca.)
Tonari
…resplandecientes servidores son sin duda esferas, de un diámetro estimado en diez kilómetros. No parecen ser materiales. Más bien, bolas de energía, nexos en un campo de fuerza. Hemos confirmado que no son totalmente estacionarias. Su configuración cambia, lenta, pero continuamente, de acuerdo a una pauta que no podemos descifrar…
(Vista exterior filmada por Tonari: una toma fugaz de la nave, otra larga del cilindro que llena la pantalla y un par de sus lunas, que no son lunas, y detrás y en todas partes, las estrellas.)
Napier (Mientras tanto, a bordo.)
…curva de aproximación satisfactoria. Nos pondremos en órbita a nueve mil quinientos kilómetros, retrocederemos a cien mil, luego calcularemos una órbita circular y… ¡Dios mío! ¿Qué es eso?
Voz
(Melodiosa, andrógina, hablando castellano con el acento de un habitante de Lima educado.)
Atención, por favor. Atención, por favor. Este es un mensaje para ustedes de los constructores del aparato que están investigando. Les damos la bienvenida. Pero deben cambiar su rumbo. Su presente camino es peligroso para ustedes. Prepárense a acelerar y aguarden instrucciones. Por favor, graben. Van a necesitar la información que están a punto de recibir. Por favor, graben. Dentro de cinco minutos estas palabras se repetirán, con ese propósito, seguidas por los datos necesarios. Son palabras de júbilo, de bienvenida porque ustedes, finalmente, han llegado hasta aquí. Gracias.
(Escena interior. Fernández Dávila ha puesto en marcha las fumadoras, pensando en los libros de historia.)
Napier Pero ¿cómo puede ser que…?
Fernández Dávila
Probablemente, vibraciones sonoras dirigidas al casco. Para ellos será facilísimo… ¡Saburo! ¡Saburo! ¡Saca el culo de la escotilla!
(No hay repetición del saludo: este documental ha utilizado la repetición prometida, ya que el original fue recibido por medio de un has radial de doscientos diez millones de kilómetros de longitud, después de lo cual recorrió una distancia equivalente hasta Tierra, perdiendo calidad a lo largo de todo el camino.)
Voz
…comprendan que no será fácil contar la verdad. Ahora, mientras ustedes se calman, deben retirarse aproxi- madamente quinientos mil kilómetros, y quedar en ór- bita. Si no, difícilmente volverán a sus hogares. Aquí están los horarios y los vectores…
(Tomas variadas, exteriores e interiores filmadas durante los días siguientes: el titánico artefacto, estrellas, Via Láctea, Nubes Magallánicas, la siniestra nebulosa de Andrómeda, los hombres que de algún modo continuaban con su rutina, haciendo bromas o jugando a las cartas, en medio de graves discusiones acerca de lo que habían aprendido cada vez que recibían un mensaje.)
Voz
(Extractos.)
Están escuchando una especie de sistema de computación activado, un robot si lo prefieren. Ningún ser viviente podría ni debería aguardar aquí su llegada…
El universo es una cornucopia de vida…
Los constructores han existido a través de las edades. Desean lo mejor para el cosmos y por esa misma razón no tratan de ser amos y, menos aún, dioses. Es mejor que cada raza forje su propio destino, aunque eso pueda ser trágico. Sólo así puede crecer, en fuerza, mente y espíritu. Además, los constructores tienen vidas propias que vivir, sueños propios que perseguir. Por lo tanto, nunca oirán mucho más que esto acerca de ellos. Para ustedes, para incontables seres que hay entre los soles, deben seguir siendo los desconocidos Otros…
Pero están interesados en ustedes. Los aman. Como es obvio, los han observado larga y profundamente. Habiendo llegado hasta aquí, ustedes pueden usar libremente su máquina para viajes interestelares. Serán guiados hacia un sistema donde hay un planeta similar a su mundo de origen, salvo que en él no se ha desarrollado vida inteligente. Es suyo, si deciden aceptarlo…
Narrador
Cuando las transmisiones de la Descubridor llegaron a Tierra fueron muy pocas las personas que conservaron algo de calma.
(El despacho del astrofísico.)
Ionescu
…especulaciones que comenzaron a ser oídas en el momento de las primeras observaciones próximas parecen haber sido confirmadas. Por lo que podemos suponer, esa cosa es una máquina de Tipler.
La llamo así en honor del teórico que, extendiendo los trabajos de Kerr y otros, publicó, en 1974, un ensayo sobre este tema y después siguió estudiándolo con imaginación y rigor matemático. Es cierto que se vio obligado a hacer ciertas suposiciones simplistas. Pero usó principios de física estrictos y bien fundados para demostrar que el transporte por el espacio-tiempo era una idea conceptualmente sólida, aunque requería, aparentemente, condiciones imposibles de lograr en el universo real. (Sonriendo.) Temo que la prueba es bastante esotérica. Pero en palabras sencillas, equivale a esto: un cilindro de materia ultradensa, girando a una velocidad mayor a la mitad de la velocidad de la luz, genera un campo. No un campo de fuerza en el sentido estricto. Llamémoslo, en cambio, una región en la que algunas cantidades varían según la posición del observador. Un cuerpo que pasa por ese campo puede ser transportado directamente de acontecimiento en acontecimiento. En un lenguaje más popular, según el camino que tome, puede ir desde cualquier punto del espacio-tiempo a cualquier otro dentro del alcance de la máquina.
Como he dicho, ese efecto parecía exigir condiciones imposibles. Por ejemplo, densidades de materia de muchísimo mayor magnitud que las de los mismos nucleones, como las que podrían existir quizá dentro de un agujero negro, pero en ningún otro sitio. Por lo tanto, sospecho que la densidad que hemos medido en el lejano cilindro, aunque es elevada, es sólo un promedio; que aumenta dentro hasta el punto en que ocurren fenómenos de tipo agujero negro; que en el mismo centro es una singularidad real. Sólo podemos suponer cómo lograron esto los Otros… podemos especular que la condición de energía débil puede, después de todo y en las circunstancias adecuadas, ser violada… y lo más posible es que nuestras suposiciones estén totalmente equivocadas. Con algo más de seguridad pensamos que la longitud finita de este objeto del mundo real limita el alcance de su efecto, aunque obviamente ese alcance es interestelar y quizá interepocal.
También estamos comenzando a tener una idea vaga acerca de la forma en que el cilindro se mantiene en su posición con respecto a Tierra. Esta posición no es estable. Las perturbaciones planetarias tendrían que hacer que un cuerpo se alejara de allí en un tiempo bastante corto. Pero, presumiblemente, el aparato ha estado donde está durante siglos, por lo menos. ¿Qué le proporciona esa estabilidad posicional? Analizando los datos disponibles, pensamos que, probablemente, existe una continua interacción con los campos magnéticos interplanetario y galáctico, aunque esto también debe suceder a través de distancias terribles.
Espero vivir lo suficiente para ver cómo adquirimos algo más de conocimientos acerca de la creación que los Otros han agregado a la Creación. Y quizá, finalmente, podamos hacer que nuestros descubrimientos sean comprensibles para el lego… y para nosotros mismos. (El rostro profesoral resplandece.) Pero eso no importa ahora. Lo que hoy importa por encima de todo es que ¡nos han dado la posibilidad de empezar de nuevo!
Narrador
Antes de que la Descubridor volviera a casa, la Voz ofreció conducir a la nave por el pórtico, de ida y de vuelta. Como dijo después Fernández Dávila: «¿Cómo no íbamos a aceptar?»
(Vistas de una nave que después recorrió esa ruta, tomadas desde una nave acompañante. Están intercaladas con simulaciones y dibujos animados, además de fotografías tomadas en el primer viaje. Esto y la narración aclaran lo que sucede. La nave espacial se mueve de esfera a esfera en un orden preciso.)
Voz
Las esferas son simples balizas, ayudas para la navegación: Con su ayuda, ustedes podrán seguir el sendero exacto por el campo de transporte, que los llevará al lugar preparado para ustedes.
¡Tengan cuidado! Cualquier sendero diferente los llevaría a un destino muy distinto. Y bien podría ser que allí no existiera ninguna máquina. Ustedes perecerían en algún lugar distante. Cuando los constructores desean establecer un nuevo punto de partida, deben enviar todos los materiales necesarios y el equipo a través de una máquina existente y construir una nueva en el nuevo sitio, antes de poder regresar.
Y aunque emergieran junto a una máquina, no encontrarían el camino de vuelta. Consideren esto: diez esferas, tomadas en sus distintas permutaciones, definen 3.628.800 senderos. En realidad, las combinaciones son muchas más, ya que no todos los senderos requieren el pasaje junto a cada baliza; si se ignora totalmente a éstas, el número se vuelve virtualmente infinito. Se debatirían en la obscuridad hasta morir o, más probablemente, hasta que emergieran en algún lugar donde no hubiera máquina.
Deben de haber notado que la configuración de las esferas no es constante; cambia gradualmente. Sin duda habrán supuesto que es para compensar los cambios de posición de las estrellas. No se preocupen por eso. Simplemente, sigan el mismo orden de pasaje junto a cada una, como se les ha explicado. Del mismo modo, el orden correcto en el punto opuesto de este viaje suyo los traerá siempre de allá hasta aquí. Habrán notado que es enteramente diferente del curso que los llevó de aquí.
Cuidado, repito, cuidado con desviarse de cualquiera de estas pautas. Envíen sondas no tripuladas por senderos elegidos al azar, si lo desean, pero no una tripulación viviente, porque quizá no regresaría nunca.
(El estudio de un famoso filósofo.)
Samuelson
…no creo que ningún ser humano tenga la posibilidad de entender a los Otros. Deben de tener algo infinitamente más importante que una ciencia y una tecnología superiores a las nuestras, quizá en millones de años. Estoy convencido de que tienen mentes superiores… y, sí, supongo que almas más nobles y superiores. No puedo creer que hayan existido durante tanto tiempo, con semejantes poderes, y no hayan evolucionado.
Sin embargo, en el caso de las máquinas T, me arriesgaré a adivinar sus razones. ¿Por qué la Voz no describió más senderos que los que hay entre Sol y esta sola estrella distante? ¿Por qué no sugirió siquiera cuál es la relación matemática entre un sendero dado y dos puntos dados del espacio-tiempo, para que podamos deducir cómo ir desde A, donde estamos, hasta B, donde nos gustaría ir? ¿Por qué, ciertamente, la Voz ha guardado silencio desde su primer contacto con los humanos?
Creo que eso es parte esencial de su doctrina de no intervención.
Pensad. Pusieron la máquina del Sistema Solar en oposición a Tierra y ni siquiera soñamos que existía hasta que desarrollamos una capacidad sustancial en el espacio. Pero la máquina del otro sistema gira en su órbita mucho más a mano, en un sendero estable, sesenta grados más adelante del planeta que probablemente colonizaremos, claramente visible para cualquier astrónomo de allí. Pero aparentemente, allí no hay astrónomos, no hay criaturas auténticamente pensantes que puedan ser tentadas por su visión a realizar esfuerzos febriles y desequilibrados en una lucha a muerte por él control.
La Voz dijo que los Otros nos aman. Debe de ser así: nos han regalado todo un mundo nuevo. Pero deben de amar a todas las razas inteligentes. Sospecho que una estirpe como la nuestra, con toda su historia de guerras, opresión, rapiña y explotación provocaría un desastre si, de un día para otro, se esparciera por la galaxia. Sospecho, además, que no somos inusualmente malos o miopes, que muchas especies se convertirían en una amenaza semejante, si se les diera la oportunidad.
Al mismo tiempo, los Otros se niegan, aparentemente, a tutelarnos. Estoy seguro de que, desde su punto de vista, tienen mejores cosas que hacer. Y desde el punto de vista de nuestro bienestar, pueden creer que estaría mal domesticarnos.
De modo que nos dejan nuestro libre albedrío, nos permiten usar sus pórticos estelares, pero no hacen más regalos. Debemos soportar la frustración de ver a Alfa de Centauro o a Sirio brillando inaccesibles en nuestro cielo, hasta que encontremos nuestro propio camino en el cosmos. Supongo que esperan que el largo esfuerzo común que requiere esto nos madurará un poco:…
(Vista de una nave espacial completando su camino. Súbitamente se desvanece. Vista de la máquina T en el Sistema Febiano. Súbitamente la nave aparece, aproximadamente a medio millón de kilómetros del cilindro.)
(Tomas realizadas durante el primer viaje. Fernández Dávila, Tonari y Napier miran fijamente desde su pequeña cabina. Balbucean. Dos de ellos rezan. Finalmente se controlan y miran hacia afuera con ojos expertos. Un terráqueo no distingue las constelaciones en el espacio; las estrellas visibles son demasiadas. Un astronauta puede. Aquí, ninguna es familiar. Después de un rato los hombres creen haber descifrado unas pocas, aunque sus formas están cambiadas, y los objetos extra-galácticos no parecen diferentes. Suponen, toscamente, que se han desplazado más de cien y menos de quinientos años luz al noroeste de Sol.)
Voz
El planeta que les interesará más está en el cielo, justo al lado de la nebulosa del Cangrejo…
(La toma se detiene en un punto de zafiro, infinitamente hermoso.)
Narrador El mundo al que bautizamos Deméter…
(Toma fija de Febo. Vista de la cabina de la Descubridor y tres hombres abrumados por la gloria.)
Voz
Su nave no tiene reservas para llegar hasta allí. Será mejor que regresen inmediatamente al Sistema Solar. Seguramente otras naves, aparejadas para la exploración, vendrán hasta aquí. Y ustedes mismos podrán estar a bordo…
(Escenas del camino de vuelta por el pórtico, totalmente distinto del de ida. Escenas de la salida en el otro extremo, de júbilo, de solemnidad, del largo viaje de retorno. Escenas tumultuosas, manifestaciones, ceremonias, fiestas, predicciones extravagantes, y, de vez en cuando, una palabra ocasional de presagio.)
Narrador
…finalmente prontos para mandar a nuestros primeros colonos. Antes, tuvimos que investigar durante varios años, aprendiendo las cosas más elementales acerca de Deméter. Los Otros prometieron que valdría la pena, pero no que sería el Paraíso…
(La casa de un famoso hombre del espacio.)
Fernández Dávila
El precio por persona que enviamos es alto y no sabemos qué podrán enviar de vuelta para pagarlo. Por esta razón, oímos protestas, oímos exigencias de que se abandone el programa. Bueno; yo sostengo que el estímulo que ha significado para la tecnología espacial, el orden de magnitud de mejora en naves e instrumentos, ya han amortizado todo el coste y han proporcionado una elevada ganancia. Además, hay que considerar la revolución científica, especialmente en la biología, que ha provocado Deméter. ¡Un grupo enteramente independiente de formas de vida! Necesitaremos décadas, siglos quizá, para examinarla a fondo, con sus consecuencias para la medicina, la genética, la agricultura, la maricultura, y quién sabe cuántas cosas más. Eso requiere una colonización permanente.
Además de esto, y en los términos económicos más crasos, afirmo que, dentro de una generación, los humanos de Deméter estarán reintegrando la inversión de Tierra multiplicada por mil. Recordad lo que significó América para Europa. Recordad lo que Luna y los satélites significan actualmente.
Y más allá de esto, pensad en los imponderables, en lo imprevisible: desafíos, oportunidades, ilustración, libertad…
El principio de nuestro acercamiento a los Otros…
Joelle descubrió que se había añadido un epílogo. Pensó que era igualmente honesto, pero era la honestidad de una generación posterior.
Trataba de la historia de Deméter. Cada año sólo se podían enviar unos pocos miles de individuos por el pórtico, para que aterrizaran en el planeta. La capacidad de transporte aumentó cuando la colonia comenzó a dar dividendos…, pero lentamente, a causa de las encontradas reclamaciones de esas riquezas. Los emigrantes viajaban auspiciados por los diferentes países, de acuerdo a un complicado sistema de cuotas. Sin embargo, por medio de sobornos o arreglos legales, muchos viajaban bajo banderas que no eran las suyas propias.
Las razones para ir eran tan variadas como las personas que iban. La ambición, la aventura, las visiones utópicas figuraban entre ellas. Pero algunos gobiernos subsidiaron la partida de ciudadanos disidentes y los presionaron para que aceptaran; otros se propusieron obtener puestos avanzados de poder para sí mismos, y otros aun tenían motivos más demenciales, como muchos individuos y organizaciones extraoficiales.
Al principio, todos debían vivir en Eópolis o cerca de ella, y una activa cooperación era indispensable para la supervivencia. La idea de que los Otros debían estar por allí, observando, reforzaba la solidaridad. Eso se desvaneció con el tiempo, y mientras tanto la población y la economía crecieron. También creció el conocimiento. La gente aprendió a vivir con independencia de la ciudad. El campo se transformó en un mosaico de grupos étnicos y contratos sociales.
Finalmente, se percibió la necesidad de una legislación demetriana. Quedó subordinada a la Unión, representada por el gobernador general, y su autoridad fue aún más limitada por el hecho de que la mayoría de las comunidades manejaba sus asuntos sin consultarlo.
En otros sitios, el tiempo también pasaba. El orden precario que había prevalecido en Tierra se rompió y llegaron los Conflictos. No pocos retóricos afirmaron que los había provocado la existencia de los Otros; era demasiado inquietante, provocaba demasiado la herejía. Había cosas que era mejor que los hombres no supieran nunca. En opinión de Joelle -derivada en buena parte de sus conversaciones con Dan Brodersen, que era totalmente terco- eso eran tonterías. En todo caso, el milagro era que el equilibrio hubiera durado, zigzagueando, hasta entonces, y la existencia de los Otros proporcionó una pausa para la reflexión e hizo que la locura no arrasara todo el planeta. Fuera como fuese, lo indiscutible era que, aunque muchos millones murieron y desaparecieron muchas naciones, el mundo sobrevivió. La civilización sobrevivió en la mayoría de las zonas. Las exploraciones espaciales sobrevivieron y no hubo un hiato importante más allá de Tierra, ya fuera en la industria, la exploración o la colonización de Deméter.
Un esfuerzo continuo fue considerado más importante aún que el envío de sondas no tripuladas a las estrellas cercanas. Fue el envío de esas naves a través de los pórticos, por senderos arbitrarios, programadas para regresar desde cualquier lugar por senderos igualmente arbitrarios. Ninguna lo hizo.
Lentamente, la humanidad parecía calmarse. En Lima se firmó el Convenio.
(El despacho de un famoso astrofísico, todavía vivo.)
ROSSET
…la teoría que estamos estudiando dice que una máquina T tiene un alcance finito. Lo estimamos en quinientos años luz en el espacio, quizá más, quizá menos. Lo importante es que si se quiere abarcar más que eso, hay que pasar por una máquina intermedia que actúa como relé.
Hasta ahora no hemos tenido suerte con nuestras sondas. Pero si insistimos durante el tiempo necesario, el cálculo de probabilidades garantiza que, finalmente, una encontrará el camino de vuelta, con el registro del sendero recorrido. Si eso sucede un cierto número de veces, tendremos, por lo menos, la información necesaria para alcanzar un cierto número de estrellas. También podremos vislumbrar los principios básicos de la elección de un sendero.
Esto será especialmente cierto si encontramos otra raza que también esté explorando. Podríamos comparar notas…
La cinta terminaba allí, unos veinte años atrás. Joelle se preguntó cómo habría llegado aquí. Quizá algún cuidador meticuloso había decretado que si la Rueda de San Jerónimo iba a ser un monumento, las referencias históricas de su banco de datos debían estar al día.
Por un minuto imaginó otra actualización, que comenzaba cuatro años atrás en el tiempo de Sol o Febo, doce años en su propia vida.
(Vista desde la nave de vigilancia en la máquina Febiana, de una nave desconocida que llega súbitamente. Larga, con la nariz despuntada, serrada, rodeada por un halo azul, no es, obviamente, humana. No responde a las señales y a una elevada aceleración recorre un sendero entre las balizas que los oficiales de la nave de vigilancia anotan cuidadosamente, hasta que desaparece.)
(Escenas de furor público y debates secretos después de que la noticia se hace pública. La burocracia ha desesperado de la efectividad de las sondas robot y hace tiempo que no se envía ninguna. Se toma la decisión de no enviar una ahora; irá, en cambio, una nave tripulada por ese sendero. No faltarán voluntarios para formar la tripulación.)
(La Emissary atraviesa el portal desconocido y desaparece.)
(Asombrosamente pronto, la Emissary regresa.)
(Entrevista con una famosa holoteta que explica lo que ha aprendido de los betanos. Han estado usando esta máquina de transporte, que descubrieron a fuerza de puro empirismo, durante los tres últimos siglos, pero con poca frecuencia, como relé hacia o desde una parte de la galaxia que visitaban con muy poca frecuencia. Ningún planeta de ese sistema los atraía como posibilidad de colonización, y en cuanto a la investigación científica, ya tenían demasiado entre manos. Volvían a casa a toda prisa y acostumbrada a emplear neutrinos más bien que radio o láseres para las comunicaciones en el espacio, la tripulación de esta nave no notó la presencia de los recién llegados.)
(Esta secuencia difiere de las precedentes porque la famosa holoteta no se dirige a toda la humanidad, sino a los pocos hombres que la mantienen cautiva.)
- Bueno -dijo Joelle-. ¿Lo entiendes mejor?
- No -confesó Fidelio.
- Yo tampoco -dijo Joelle.
9
Las palabras que dijo Lis hicieron que Brodersen mirara a su alrededor. El único teléfono público de Novy Mir estaba en una pared de la taberna. Sin embargo, nadie parecía interesado. La luz del sol entraba por las ventanas y una puerta abierta, junto con los olores de la tierra y la hierba, iluminando un icono y alegrando la pequeña habitación en penumbras. Un par de ancianos bebían té y jugaban al ajedrez. Un hombre más joven estaba sentado junto al samovar, aunque bebía vodka, y charlaba perezosamente con el posadero. Sus ojos se desviaban constantemente…, pero hacia Caitlin, que ocupaba una mesa y miraba con desconfianza una jarra de lo que estos rusos suponían era cerveza. De todos modos, por aquí hay poca gente que hable inglés, recordó Brodersen. Quizá nadie.
- De acuerdo. -Volvió a mirar la pantalla-. ¿Qué me decías, cariño?
Por un instante, mirando la imagen de su cara y los signos de falta de sueño en ella, sintió que estaban muy distantes.
La distancia física era trivial, pero no se atrevía a ir a ella, ni ella a él, para poder tocarse. Ni siquiera se podían llamar directamente. Desde aquí, su voz iba a la cabaña del lago Artemisa, donde era cifrada y pasada a su casa; allí, el instrumento de Lis transmitía la conversación grabada con antelación entre «Abner Croft» y su marido, que debía convencer a los escuchas de Hancock de que estaba en casa y reconstruía el mensaje de él. La respuesta de ella debía recorrer la misma ruta.
- Digo que sólo cinco de la tripulación están dispuestos a ir. -Lis los nombró-. El resto prometió guardar silencio y creo que lo harán, pero, bueno, lo que dijo Ram Das Gupta fue que tiene familia, y que este proyecto no es sólo desesperado; puede llegar a ser criminal.
- ¡Malditos sean! -gruñó Brodersen-. Estaban muy dispuestos a atravesar el pórtico, en la misma dirección que la Emissary, si obteníamos la autorización y los datos del sendero… yendo Dios sabe dónde, y El no suele decirlo.
- Esto no es lo mismo. Yo… no puedo evitar comprenderlos. La Unión significa mucho. Desafiarla es una especie de blasfemia.
- La cábala es quien está desafiándola, subvirtiéndola.
- Puedes estar equivocado, querido. Puedes estarlo. Y lo estés o no, si intentas esto y fracasas… -Se esforzó por mantener la angustia fuera de su voz y sus rasgos-. Siempre estaré orgullosa de ti, lo sabes, pero no podré convencer a Barbara y Mike de que su padre no murió como un criminal.
El puño de Brodersen golpeó la pared. Los que estaban en la habitación lo miraron, sorprendidos. Respiró hondo y sintió que su garganta se aflojaba un poco.
- Ya hablamos de esto, la otra noche -dijo él-. Te repito que no pienso ser imprudente.
Forzó una sonrisa.
- ¿Hubiese durado hasta hoy si fuese un tipo audaz?
- Lo siento, disculpa. -Ella parpadeó con fuerza-. No puedo evitar sentir temor por ti. Si pudiera ir contigo, oh, daría todos los años que me quedan de vida contigo.
Abrumado, él sólo pudo murmurar:
- Bueno, cariño…
Aunque sólo enseñaba su cabeza, la pantalla le dijo que ella se había erguido.
- Si te respaldo desde aquí será como si fuera contigo -dijo-. ¡Haz tu tarea, Elisabet Leino, y hazla bien!
- Oye, mira yo nunca quise…
- Hablemos de negocios. -Ella usó un tono enérgico-. ¿Te las arreglarás con sólo cinco tripulantes?
El luchó por entrar en esa clase de calma.
- En lo que se refiere a tripular la Chinook o la Williwaw sí, sin duda. Además, recuerda que lo primero que pienso hacer es ponerme en contacto con el Señor. Es muy posible que él pueda hacerse cargo de todo a partir de ese momento. Todo puede volverse enormemente seguro y fácil.
- En ese caso, cuando vuelvas haremos cosas infernales en privado.
- Seguro. -La sonrisa voló entre los dos y se esfumó-. De acuerdo. Disponemos de una tripulación básica. ¿Qué hay de la autorización para despegar?
- Estoy trabajando en eso.
Brodersen frunció el ceño.
- Hum… ¿Cuánto tiempo supones que te llevará? Hancock sospechará pronto que me he dado de baja.
- No he hecho nada que le recuerde nuestra existencia. En cambio, he trabajado a Barry Two Eagles. -Como Comisionado del Control Astronáutico para el Sistema Febiano, ejercía su autoridad sobre el tránsito espacial-. Algo confidencial, ¿entiendes? Anoche cenamos téte-á-téte en el Apolo. Quiere conquistarme, ¿sabes? ¿No lo sabías? -Lis rió-. No eres tan depravado como afirmas, mi querido Dan.
- Oh, sí, es un buen chico -dijo Brodersen con una mala gana que le sorprendió.
- Es cierto. Me agrada, y no me gusta usarlo, porque no obtendrá lo que pretende, pero no lo sabe, todavía. De todos modos, él no haría nada ilegal, por supuesto, pero está en su derecho si autoriza la salida de la Chinook hacia Sol sin decírselo al gobernador. Especialmente porque no sabe que se supone que estás arrestado. Le expliqué que estás muy ocupado, que te has enterado de que Aventureros necesita alquilar tu nave y que me pediste que me ocupara del asunto. Para él, fue una típica decisión rápida de Brodersen-Leino.
«Además le dije que Aurie Hancock lo vetaría si se enteraba, porque ella y su marido tienen acciones en una compañía rival… oh, te hubieras divertido con la historia que inventé. El se sorprendió y negó que ella fuera tan venal, pero seguí parloteando hasta que accedió a guardar el secreto, y después le ofrecí un soborno. Lo estás pensando.
- ¿Eh? Barry no acepta sobornos.
- En realidad, no. Pero cuando comenté que si cerrábamos ese trato podríamos hacer una importante donación para las investigaciones acerca de la clonación de tejidos cerebrales…
Vio que Dan hacía una mueca y ella también hizo una. Two Eagles había ordenado a un médico que desconectara la máquina que mantenía vivo a lo que quedaba de su hijo después de que un accidente le destrozara el cráneo.
- Dan, la haremos. Pase lo que pase.
- Claro. Pero hubiera preferido que no tuvieras que hacer eso.
- Yo también. Pero no hubo más remedio.
Después de una pausa, Brodersen dijo:
- Bueno. ¿Supones que lo hará?
- Estoy casi segura. Tendría que llamarme esta tarde.
- ¿Y cómo me recogerán?
- Ya hablamos de eso. Le dije que varios de los tripulantes de la Chinook tenían compromisos de último momento en tierra, y a causa de la necesidad de discreción no podían contratar un transbordador para ir hasta la nave. Se reunirán en un punto donde la Williwaw pueda recogerlos, si él lo autoriza. ¿Dónde?
Brodersen ya lo había pensado.
- En la costa este del lago Spearhorn. En los bosques que hay detrás, ¿lo recuerdas? Hay una especie de camino…, un buen lugar para aterrizar…, ¿de acuerdo?
- De acuerdo. -Ella miró su reloj-. Espera.
El vio que estaba pulsando una tecla.
- Ahora. Nuestra cinta se está acabando. Conecté la segunda sección.
- Buena chica. -No podía besarla-. Oh, buena chica.
- No estoy segura de que tengamos mucho más que hablar -dijo ella con aire triste-. Si la lancha no llega esta noche, supongo que mañana tendrás que buscar un teléfono y llamarme de nuevo.
- Naturalmente, querida.
- Los niños están muy bien, pero te echan de menos. Barbara está durmiendo la siesta. Podría despertarla.
- No.
- Me dijo que te diera recuerdos suyos y de Pietorcido.
- Dale recuerdos míos y… y…
Se atascaron durante un minuto o dos hasta que Brodersen estalló:
- ¡Por Dios! ¡Esto es inútil!
- Sí. Y será mejor que te pongas en camino. Ese lago está bastante lejos de Novy Mir.
- Sí, tienes razón. Te quiero, Lis.
- Adiós, cariño. -Apretó las teclas que correspondían a una despedida grabada-. Quiero decir hasta pronto, hasta la vista. Y no te preocupes si te lleva algún tiempo. Siempre estaré aquí.
La pantalla quedó gris. No muy firmemente, Brodersen llegó a la mesa de Caitlin. La silla crujió cuando dejó caer su peso.
Ella se estiró y le cogió la mano.
- ¿Todo bien, cariño mío? -preguntó en voz baja.
- Así parece -murmuró él, mirando fijamente la mesa.
- Y por dentro, todo va mal. Esa pobre dama valerosa. Demostraste tu buen juicio eligiéndola, Dan, por cierto.
El enfrentó su mirada verde e intentó una sonrisa.
- Soy buen juez en materia de mujeres. Termina tu copa y vámonos de aquí.
- Con júbilo te acompañaré a cualquier parte, bien mío, pero -hizo una mueca-, ¿tengo que beber esto?
- Oh, no importa. Déjalo para los pobres.
- ¿Quieres que inicie una revolución?
Un poco más alegre, dijo Adiós' al posadero y la acompañó fuera. Febo se acercaba al mediodía, la mayoría de los colonos estaba en las tierras comunales, las casas soñaban una junto a la otra, a lo largo de la única calle polvorienta. Su madera olía a alquitrán por el calor, aunque imágenes coloridas adornaban los tejados. Pasó un gato. Una babushka tricotaba, sentada en su taburete, mientras vigilaba a un par de niños cuyos gritos eran casi el único sonido. Más allá, el verdor del valle llegaba hasta las montañas que lo encerraban. La escena parecía salida de un libro de cuentos para niños, pensó Brodersen.
Pero sus creadores habían llegado aquí en naves espaciales impulsadas por la fusión; los agroquímicos dirigían la conversión del suelo, hasta que las plantas terrestres, modificadas por los biólogos, podían florecer; la tecnología ecológica, trabajando a nivel de microbios, mantenía a distancia la vida nativa para que no volviera y reconquistara la zona; por la noche, las constelaciones llevaban nombres como Eneas y Grifo, y sólo un poderoso telescopio podía encontrar la estrella que era Sol.
- ¿Hacia dónde nos dirigimos? -inquirió Caitlin cuando él abrió el auto burbuja.
- A encontrarnos con la lancha que me recogerá -contestó Brodersen-. Por favor, ¿devolverás este coche a la agencia de alquiler?
- ¿Cómo? ¿No tienen un autopiloto que puedas usar?
- Sí, pero tú te quedarías en el fin del mundo.
- Eso es lo que tú crees.
- Eh, espera, no pensarás que…
- Entra -dijo ella-. Conduce mientras discutimos, así ya habremos terminado al llegar y estaremos listos para pasatiempos más interesantes.
- Pegeen -dijo él, dejando la culpa a un lado, porque Lis no le reprocharía el alivio que pudiera obtener-, siempre se te ocurre la misma idea.
- Así es -concedió ella-. ¿No es una idea bonita?
La Chinook giraba alrededor de Deméter como una luna cercana. Después, se convertiría en cometa.
Copiada de la Emissary, ya que su propósito habría sido el mismo si los dioses hubiesen sido bondadosos con Brodersen, era una esfera de doscientos metros de diámetro, bruñida como un espejo. (Su planta energética podía mantenerla tibia sin problemas; más difícil era, a veces, liberarse del calor excesivo.) A popa, sus tubos de escape formaban un dibujo parecido a un tulipán. En medio de la nave estaban los motores químicos auxiliares, montados sobre pivotes. Alrededor del hemisferio delantero, escotillas, torretas, alojamientos y platos electrónicos interrumpían la continuidad del casco. En el polo opuesto a la dirección principal, dos grúas flanqueaban una gran puerta circular.
La tripulación estaba a bordo. Habían llegado con más facilidad de lo que había insinuado Leino a Two Eagles. Habían tomado el trasbordador habitual que iba a Perséfone, desapercibidos entre los demás pasajeros. En el puerto, contrataron una lancha privada, cuyo piloto y propietario pidió autorización para ir a Erion y los llevó, en cambio, a la nave. El tránsito entre satélites no estaba muy controlado, y la mayoría de los hombres del espacio estaban dispuestos a transgredir un par de reglas para ayudar a un colega.
Recoger al capitán sin ser vistos era un problema mayor.
Llegó la orden. La puerta se abrió. Una cinta transportadora llevó a la Williwaw hasta ella. Las grúas la cogieron, la sacaron y la balancearon para que su escape no tocara a la nave madre. La forma de sus setenta y cinco metros de longitud sugería un torpedo, con aletas en la parte posterior, alas retráctiles en el centro y un botalón en forma de lanza proyectándose desde la nariz.
Lanzaba vapor, demasiado caliente para ser visible. Las grúas la soltaron y aceleró. Parte del agua se condensó, muchos kilómetros más atrás, formando una blanca nube espectral. Era un sistema poco eficiente, comparado con la propulsión de plasma, pero podía soportar el duro pasaje por una atmósfera. Pese a su gran tamaño y a la energía inimaginable que producía su maquinaria, la Chinook era demasiado frágil para eso y hasta para aterrizar en cualquier parte.
Obedeciendo las disposiciones del plan de vuelo oficialmente aprobado, la Williwaw pasó un par de horas acercándose al planeta antes de alcanzar los bordes de su estratosfera. Todavía habría que disminuir mucho la velocidad; lentamente, para no arder. Las alas achaparradas se extendieron. Los cohetes callaron, cerrados por sus válvulas. Durante un tiempo, el piloto y su ordenador condujeron la lancha en un largo vuelo sin motor. Finalmente, llegó a un nivel en el que los motores a reacción de las alas tendrían la entrada de aire necesaria. Los encendió. Un aullido creciente llenó la cabina. Aunque seguía decelerando furiosamente, ahora la Wüliwaw era un avión. Los transmisores ópticos revelaron al piloto un mar de muchas nubes iluminadas por el sol, muy lejanas, allá abajo. Tendría que recorrer la mitad del globo antes de aterrizar.
Las lunas de Deméter giran con más rapidez que la Luna de Tierra. Esta noche, Erion se había puesto y Perséfone no saldría hasta después del amanecer. Por eso, se veían muchas más estrellas que antes, suaves en el crepúsculo azul violáceo; el silencio habitaba aquí. Amurallado por las masas de bosques en sombras, el lago negro resplandecía. En su centro, Zeus arrojaba un claro perfecto. Como el valle que lo rodeaba estaba mucho menos alto que la caverna, conservaba la tibieza que levantaba el fantasma de la fragancia ahumada de las flores que crecían en el lódix, en el prado donde estaban sentados Caitlin y Brodersen.
El se desperezó sobre la hierba elástica. Se estaba poniendo húmedo.
- Maldita sea, Pegeen -dijo-. No puedes venir y basta.
En lo profundo de su cerebro, sintió que su vehemencia profanaba la paz a su alrededor.
Ella se enroscó, con el tobillo debajo de la rodilla, se apoyó contra él, lo despeinó, mordisqueó su oreja.
- Me gustas cuando te pones firme -murmuró-. Tómalo en el sentido que más te guste.
- ¡Esto es ridículo! ¿Cuántas veces tendré que repetirlo? Te falta el entrenamiento…
- Tú mismo has prometido que me lo suministrarías, y aprenderlo es fácil, y nada igual a joder en caída libre.
- Sé formal, ¿quieres? Hablaba de un viaje corto de placer, hasta Afrodita o Ares.
Ella dejó caer la mano para apoyarse. El antebrazo, la cadera y el muslo continuaron presionando suavemente contra él, que sintió su aliento en la mejilla, mientras su tono revelaba diversión:
- Bueno; entonces, con seriedad hablaré, verruguita de mis entrañas. Has confesado que no tienes contramaestre y, lo que es peor, no tienes médico. ¿No podría yo ser ambos? ¿Debo dejar que te alejes hacia el peligro sin mí, cuando puedo auxiliarte? Pensad también en vuestra tripulación, capitán Brodersen. ¿Le negaríais lo que puede salvar una vida para estar libre de temores a mi respecto?
- Pero el viaje no será peligroso.
- En ese caso, ¿por qué negarme la experiencia? Sabes que las naves de los emigrantes son como cuarteles volantes. Tengo más conciencia de que hay un universo alrededor mío aquí… o, sí, mirando las noticias del espacio… de la que tuve nunca en la Isabel.
- Bueno…, mira… nunca se sabe lo que puede pasar. Estamos yendo contra la corriente y…
- Y tu amante no debe estar a tu lado. Daniel, Daniel, me enfadaría contigo si no estuviera tan desilusionada.
- ¡Demonio, Pegeen! -La abrazó, acercándola aún más.
- Claro -dijo ella taimada- que si temes el escándalo, puedo ser decorosa contigo. Seguramente, alguno de los chicos de a bordo podrá consolarme.
- No digas eso, bruja. -Sabía que ésta era la última escaramuza de una batalla que ella había ganado, con sus especiales armas, en cuanto llegaron allí-. Me rindo. Vendrás.
Su rendición le alegró. Ella selló su victoria aguardando -¿treinta segundos?- a que él la besara, aunque inmediatamente después nadie supo quién tenía la iniciativa.
Se detuvieron allí, ya que la lancha podía llegar en cualquier momento, y se quedaron sentados, dejando que la serenidad los colmara. Finalmente, Caitlin se levantó.
- Me despediré -dijo. El la veía claramente a la luz del crepúsculo, pero modificada por éste, hasta transformarse en una visión un poco irreal, de la tonalidad de la Vía Láctea, que se movía por la pradera. Metió una mano en el lago y bebió, arrancó un pétalo a una flor y lo aplastó amorosamente entre labios y dientes, rodeó con los brazos a un koost de la altura de un hombre y abrazó el matorral, enterrando su cara en las hojas… Finalmente, volvió junto a él.
- Realmente tratas de ser parte de todo esto, ¿verdad? -murmuró él.
- No; lo soy. -Su mano trazó un arco desde las estrellas hasta el agua, pasando por los bosques-. Y tú también, Dan. Todo. ¿Por qué la gente no se da cuenta?
- Supongo que no podemos ser tú. Una vez dijiste algo acerca de que tenías sangre de hada. Creí que era sólo una metáfora. Esta noche, no estoy tan seguro.
Ella se quedó con la mirada perdida. -No estoy segura de mi verdadero ser.
- Bueno, hasta un viejo agnóstico como yo podría creer que hay algo de cierto en eso de las hadas.
- Oh, no. Nada de palabrería mística. Ni siquiera a Yeats le acepto su metafísica. -Miró hacia arriba-. Empero es seguro que éste es un extraño cosmos, más extraño de lo que suponemos, ¿no es así, encanto mío?
El asintió.
- Su tamaño. He tratado y tratado de imaginar un año luz, un solo año luz, pero, por supuesto, no pude. Después he tratado de imaginar la pequeñez de un átomo y tampoco pude. La mecánica de las ondas. La radiación de fondo que queda del Comienzo. Expansión permanente… ¿hasta dónde? Agujeros negros. Quasars. Máquinas T. Los Otros. Sí. -Después de un silencio, tocándola-: Pero me parece que te referías a un misterio en particular.
- Bueno, es una extraña historia que me contó mi madre, y es una buena católica.
- ¿Quieres contármela?
- Seguro, pero, ay, no sé cómo. Porque no es realmente una historia, algo que sucedió en realidad o si no es un embuste. No; es la forma y el momento en que fue narrada, y quién la contó. ¿De cierto te gustaría escucharla?
El la estrechó más. -¿Por qué me preguntas eso? Caitlin respondió a su gesto. -Gracias; eres un oso adorable.
- Primero debes entender. Madre era de Lahinch, en Country Clare. Esa es una de las partes de Erin que se empobrecieron durante los Conflictos, hasta que sólo quedaron granjeros pobres, muchos de ellos iletrados. Entonces, volvieron a creer en el Sidhe, si alguna vez habían dejado de hacerlo, aunque supongo que Lady Gregory no reconocería sus historias. Y sabiendo de la existencia de los Otros, ¿por qué no iban a creer?
Allá en el lago el enorme bulto negro de un wassergeist apareció en la superficie, profirió su sobrenatural silbido y se hundió.
- Bueno, como ya te he dicho, madre fue a Dublín con una beca para estudiar música; un profesor que había ido de pesca la oyó cantar. Pero estuvo poco tiempo en la ópera porque se casó con Padraig Mulryan y le dio dos hijos. Después le vino la morriña. El, un médico, no podía emprender el viaje, pero la envió de vacaciones a la granja de sus padres y sintió gran alegría recorriendo la campiña que amaba.
Caitlin estaba sentada muy erguida, con los dedos entrelazados, ordenando sus pensamientos. Brodersen aguardaba. El perfil de la muchacha contra la noche clara era entrañable para él.
- Esto lo relató mucho después, y yo fui la primera en oírlo, después de su confesor. Mi padre, ese hombre bueno y seco, quince años mayor que ella, lo hubiese llamado un mero sueño, como probablemente fue. Pero madre estaba tratando de conmoverme cuando vio que rompería con mi religión y mi familia. Quería que yo supiera que ella también había sentido lo que yo, para advertirme que me precaviera.
»Y sin embargo, no pudo decir más que esto. Hacía una semana que iba de excursión, durmiendo en la casa más cercana cuando el sol se ponía, y todos se alegraban de conocer a una persona nueva. Pero esa noche de luna, bajo Slieve Bernagh, era tan clara que extendió su saco de dormir en el musgo y se acostó, con los ojos perdidos allá arriba.
«Entonces surgió una música de la luz de la luna, como una llamarada, y uno cuya belleza era tal que lloró al verlo, le pidió que fuera a la montaña con él. Ninguna mujer nacida de mujer podía haber rehusado, o habría sido una santa si hubiera podido, me dijo mi madre. Ella dejó el césped como un pájaro y él la anidó en sus brazos y se la llevó. En cuanto a lo que siguió, ella sólo podía hablar de arco iris y soles, púrpura y oro, viento y mares embravecidos, y todo una gloria. Si así fue como le hizo el amor, entonces así fue como le hizo el amor. Despertó donde se había acostado y un rayo de sol le hizo cosquillas en la nariz hasta que estornudó… Te he contado en inglés, Dan, una canción que hice sobre esto en gaélico, porque a madre le faltaban las palabras. A mí también, pero yo vi sus ojos y oí su voz. El tampoco tenía nada que decir. -Nueve meses después nací yo y crecí hasta ser idéntica a ella -continuó Caitlin, después de un rato durante el cual un meteoro pasó por encima de sus cabezas-. Sí; sé muy bien lo que estás pensando. El bueno de mi padre nunca lo pensó. Para él, me había llevado unos días de más o unas días de menos, no importaba. Y cuánto me mimó, porque yo era su única hija y el último hijo que tuvieron. El tenía razón, Dan. Supongo que me concederás que conozco bien a la gente. Ella no conoció a más hombre que él, nunca.
- Oh, no quise decir eso -protestó torpemente Brodersen-. No es que me importe, pero… No; supongo que alimentaba alguna fantasía…, ¿estás de acuerdo en que podía tener alguna…? Quizá sin darse cuenta… y se emborrachó un poco.
- Nunca le interesaron la hierba ni la botella. -Cuando él trató de disculparse, Caitlin le cubrió los labios con la mano-. Ya, quieres decir que se emborrachó con el claro de luna.
- A veces sucede -replicó él cuando ella le soltó-. Vaya, si recuerdo un viejo enebro, detrás de casa, que me hablaba. He olvidado lo que me decía, pero lo recuerdo hablando, tan bien como recuerdo haber aprendido a montar a la misma edad, cuatro o cinco años, supongo. Los sueños permanecen de las formas más extrañas. Y si eres como ella, Pegeen, entonces ella es como tú, y tú eres una soñadora…, excepto a veces, cuando eres tan práctica que me asustas. Ella no rió como él esperaba, pero sí sonrió.
- Soy simplemente una mujer, Dan. Vosotros, los hombres, sois el sexo romántico.
- Muy bien. ¿Qué supones que sucedió? Si piensas que realmente fue a Elhoy…, así lo llamamos en mis lares…, si piensas eso no me burlaré. Viviendo en el mismo mundo de los Otros, no hay problemas para aceptar el Mundo Subterráneo.
- ¿Y a los demonios? -Sintió que ella se estremecía-. Eso es lo que temía madre, que el infierno la había tentado y había caído. El sacerdote dijo que no debía creer eso; lo más posible era que se le hubiese aflojado un tornillo. Pero en el alma, conserva ese temor hasta hoy. Mi padre me ha contado que era muy alegre, en su juventud y que, por esa época, se volvió devota.
La presión estaba presente, ciertamente, reflexionó Brodersen. Donde el hecho de los Otros no destruyó las religiones, ha inspirado otras nuevas, o revitalizado las antiguas. ¿Se lo habrán propuesto?
- ¿Tú qué crees?
- ¿Yo? No lo sé. Sé en qué consiste una prueba científica, y no las hay.
- Pero debes de haber especulado. Es obvio que te importa mucho.
- Naturalmente. Norah es mi madre. Y aunque estoy muy lejos, la amo, y a mi padre, y a mis hermanos, y espero verlos nuevamente durante nuestro viaje.
Caitlin le cogió la mano con fuerza y prosiguió:
- ¿Recuerdas que esta conversación se inició cuando me preguntaste sobre mi sensación de formar parte del universo? Creo que la tuvo, esa noche, mucho más fuerte que yo. Si fuera budista, hubiese hablado del Nirvana, o el conocimiento o alguna otra cosa maravillosa. Pero como era una campesina irlandesa, por más que se hubiese casado con un médico y cantado ópera, retrocedió horrorizada y eso es una lástima terrible. Pero en cuanto a lo que provocó su experiencia y le dio esa forma, no hago conjeturas.
- ¿Puedo hacerlas yo? -respondió él-. Tenía una naturaleza aventurera, como tú, y quería vivir, pero nunca luchó por su libertad como tú. De modo…
Br-r-ruu-uuum-m, dijo el cielo. Se pusieron en pie de un salto. Allá arriba, el metal reflejó la luz del sol oculto y resplandeció, después se zambulló y eclipsó. Sin embargo, pudieron seguirlo mientras se acercaba a ellos. El zumbido se transformó en rugido, las hojas temblaron, el aire se agitó. La lancha hizo girar sus alas, descendió verticalmente, bajó las ruedas, aterrizó, apagó los motores y descansó. El silencio volvió, como un trueno.
Brodersen y Caitlin cogieron sus cosas y corrieron hacia ella.
10
El auditorio de la Rueda de San Jerónimo incluía una habitación entre bastidores donde oradores o artistas podían aguardar, preparándose, si era necesario. Ira Quick no lo necesitaba, pero pasó unos segundos ante un espejo, controlando su aspecto. El espejo le mostró a un hombre caucasiano, delgado, de cuarenta y cuatro años, huesos finos, con una frente ancha coronando rasgos finos y regulares, ojos castaños, una barba Vandyke negra, y cabellos negros y ondulados, apenas salpicados de gris, que escaseaban en la coronilla, pero caían abundantes detrás de las orejas hasta la mitad del cuello. Era la moda, como la apagada iridiscencia de su túnica y el brillo de sus pantalones negros, mucho menor que el año pasado: era la moda, no la última moda. «No seas el primero en probar lo nuevo.»
Vaya, parezco un actor, preparándose para la entrada que cautivará a un público hostil, ¿eh?, pensó, apreciando su habilidad para reírse de sí mismo. Por debajo de eso tuvo plena conciencia de la terrible seriedad de la gestión que iba a realizar; sí, una tragedia. La tragedia no consistía en el choque entre el bien y el mal; eso era melodrama. La tragedia ocurría cuando se planteaba un conflicto ineluctable entre personas de la misma moralidad, la misma (bueno, casi la misma) inteligencia y sensibilidad.
Henry Troxell, director de la guardia, se movió.
- Esto… ¿Está usted… hum… listo, señor?
- Sí -dijo Quick-. Nada de presentaciones fantasiosas, por favor.
- De todos modos no sabría hacerlo, señor. De acuerdo.
Troxell salió. Su tono agresivo reverberaba a través de la puerta abierta.
- Damas y caballeros. Tengo el placer…, les he explicado muchas veces que mis hombres y yo hemos estado cumpliendo nuestro deber, tal como nos fue indicado por nuestro gobierno y el suyo. Ustedes han exigido una entrevista con alguien que esté en el poder. Ahora esa persona ha llegado. Tengo el honor de presentarles a Ira Quick, representante del Oeste Medio en la Asamblea de la Federación Norteamericana, y Ministro de Investigación y Desarrollo en el Consejo de la Unión Mundial. El señor Quick.
Retrocedió por el escenario, mientras entraba el recién llegado, dirigiendo el aplauso, hasta que se dio cuenta de que era el único que aplaudía.
Quick fue hasta el atril, que psicológicamente le parecía un apoyo valioso, y sonrió. Previsto para cientos de personas, el salón parecía enorme y hueco. Doce prisioneros sentados en la primera fila lo miraban con odio…, el extraterrestre no estaba con ellos, notó, sin saber si sentirse aliviado o irritado. Los guardias, sentados o de pie, añadían un número similar; los demás estaban en sus puestos, aunque el riesgo de una emergencia era minúsculo. Todo el mundo llevaba monos espaciales. Los agentes del servicio secreto portaban armas cortas en sus pistoleras, unas pocas pistolas y sobre todo paralizadores sónicos.
En el silencio, sintió el zumbido de la ventilación. El aire olía adecuadamente fresco; con seguridad un aroma ligeramente rancio era producto de su imaginación. Como estaba casi vacío, el auditorio tema mala acústica, resonaba un poco. Bueno, pensó, he hablado en peores lugares. Evocó fugaces recuerdos: la escuela de un pueble-cito lleno de peones, con olor a estiércol; una tarde lluviosa en una logia masónica semidestruida por las bombas en la última guerra civil; un cruel amanecer de invierno junto a la puerta de una fábrica cuyos obreros sabían que serían despedidos cuando se reinstaurara la automatización; la clase de cosas a que debía habituarse, un joven y brillante abogado que se había transformado en un joven y brillante político. En cierto modo fue deseable. Me ayudó a entender al hombre de la calle.
- ¿Les importa si hablo en inglés? -comenzó-. Es mi lengua nativa y ustedes la usaban tanto como el español en su nave, ¿verdad?
La hosquedad que lo enfrentaba no cambió.
- Gracias.
Habiendo dado una nota informal, apoyó la punta de los dedos en el atril y dio libre curso a su famosa voz de barítono.
- Buen día, señoras y señores. Y espero que éste sea un buen día para ustedes y para la humanidad. Más de lo que puede expresar cualquier lenguaje, lamento, deploro, lo que les ha sucedido. Allí estaban ustedes, de vuelta de su expedición, una expedición cuya importancia empequeñecía a la de Colón. Habían trabajado, habían sufrido, habían perdido tres camaradas queridos, y lo habían soportado todo. Pero finalmente, traían de vuelta el premio que abriría una era nueva y más brillante, según creían sinceramente. Tenían todo el derecho a esperar un triunfo, honores durante el resto de sus vidas, inmortalidad en la historia. En cambio…
- Ach, basta de mierda -gritó una mujer rubia y alta-. No nos la tire. Ya hemos tenido bastante.
Debía de ser Frieda von Moltke, artillero y piloto, como el mulato, Sam Kalahele, sentado a su lado. El capitán Willem Langendijk se volvió, con la exagerada corrección que Quick recordaba, para hacerla callar. El primer oficial Carlos Francisco Rueda Suárez alzó ligeramente sus aristocráticas cejas para mirar despreciativamente… al escenario. Las expresiones de los demás iban de la sonrisa al embarazo…, salvo la mujer delgada, de pelo gris, Joelle Ky, que se mantenía impasible.
Quick levantó la mano.
- No me he ofendido -dijo-. Créanme, simpatizo con ustedes. He recorrido todo el camino desde la Tierra para que podamos tener un diálogo significativo y lograr un modus vivendi que también les satisfaga a ustedes. La idea era que yo les hablara brevemente y después mantendríamos una discusión libre. ¿Están de acuerdo?
- Oigámoslo -ordenó Langendijk.
El contramaestre Bruno Benedetti se cruzó de brazos, se recostó y bostezó artificialmente.
- Ya que estamos aquí -dijo-. No tenemos otra cosa que hacer.
- Por favor. -Esther Pinski, médico y bióloga asistente hablaba con timidez (aunque había atravesado el pórtico en dirección a lo desconocido, como los demás, para estudiar formas de vida que, por lo que sabía, podían ser letales)-. Seamos corteses.
- Sí -añadió el ingeniero Dairoku Mitsukuri-. Si no, ¿cómo obtendremos la libertad?
La tripulación se calmó. Quick retomó su postura de orador.
- Gracias -dijo-. Son ustedes muy generosos. Sois mortalmente peligrosos pensó y en seguida: No, no es culpa de ellos. Es lo único que saben. Debo tratar de educarlos. La educación es la clave del futuro. Sintió que la tolerancia crecía en su fuero interno.
»E1 coronel Troxell y, sin duda, sus hombres habrán hecho todo lo posible por explicarles por qué han sido retenidos todo este fastidioso tiempo -comenzó-. Sin embargo, y con todo respeto, quizá no sean demasiado elocuentes. Hablar no es lo suyo. Es lo mío…, tendría que serlo, si quiero mantenerme en mi cargo.
Nadie se hizo eco de su risita. La planetóloga Olga Razumovski se rascó la nariz.
- Pensaba hablar también con el… ah… betano -continuó-. ¿Puedo preguntar por qué no está aquí?
Las miradas buscaron a Joelle Ky. Cruzó las piernas y dijo secamente:
- Le aconsejé que no viniera. Después proyectaremos esta escena en su presencia y trataremos de explicársela, punto por punto.
Quick se alejó del atril y redujo su sonrisa. Nada perdía tan rápidamente a un público como una actitud rígida o un rostro insensible. Además, las holotetas le ponían muy nervioso. No eran humanas… Nunca debía admitir este prejuicio. Era suficientemente adulto como para reconocer que era un prejuicio.
Marie Feuillet, química, suavizó la respuesta de Ky cuando dijo:
- Fidelio está tan desconcertado y creo que tan ofendido…
- Bueno, sus compañeros de a bordo lo conocen mejor -concedió Quick-. Fidelio, por favor, acepte mis mejores deseos y la bienvenida de mi gobierno al Sistema Solar.
Cocentrándose en la tripulación:
- Una bienvenida espantosa; estoy de acuerdo. He venido a pedir disculpas y, al mismo tiempo, a explicarles por qué el gobierno no tenía otra salida. Sus custodios quizá hayan insinuado las razones; pienso completarlas. Háganme las preguntas más duras que puedan y yo les daré las respuestas más francas que pueda. Pero, en primer lugar, creo que será mejor que describa la situación desde el principio, tal como la vemos mis colegas y yo. Por favor, no piensen «esto ya lo he oído». Por favor, escuchen. Quizá no lo hayan oído todo.
»Cuando firmaron su contrato para este viaje, sabían que probablemente estarían en cuarentena durante un período indefinido al retorno, independientemente de los resultados de sus investigaciones. En el caso de Deméter, aun cuando la Voz de los Otros nos había asegurado que estaba libre de cualquier enfermedad que pudiese contraer la humanidad, aun en ese caso, pasaron diez años antes de que cualquier científico que hubiera estado allí volviera a poner los pies en cualquier cuerpo celeste del Sistema Solar. Por supuesto, no tendrían que haber aguardado tanto en órbita. Pero ese período podría haber sido más largo del que han pasado hasta ahora en la Rueda.
Floriano de Carvalho, el biólogo jefe, se ruborizó.
- ¡Un período diferente, Quick! -gritó enfadado.
El orador retrocedió un poco en el escenario, como podría haberlo hecho un matador de antaño.
- Sí, ciertamente, ciertamente. Estarían en contacto audiovisual con sus seres queridos y el mundo entero, recibirían regalos, disfrutarían de… mejor comida y bebida de la que temo les han dado… oh, sí, y por encima de todo, ¿me equivoco?, estarían transmitiendo su mensaje. El mensaje de que la humanidad puede desplazarse libremente por la galaxia.
- Bueno, todavía no -dijo un tipo delgado-. En mil años, los betanos han descifrado los senderos que los llevan a unas cien estrellas y luego de vuelta a casa. Pero es el comienzo.
Por un instante, Quick no lo reconoció. Un bloqueo mental. Había conocido personalmente a cada tripulante y a su sustituto, había estudiado cada expediente después de fracasar en el intento de impedir la expedición. Pero había supuesto que pasarían muchos años; si había suerte, la Emissary no volvería. Después llegó la catastrófica noticia y casi deseó tener un Dios al que dar gracias de que Tom Archer comandara la nave de vigilancia en ese momento. No había tenido la oportunidad de persuadir a muchos oficiales como él de que debían cooperar. De todos modos, la contingencia había parecido remota… que una máquina T pudiera enviarte con la misma facilidad por el tiempo que por el espacio… teórico, sí, como e=mc2 había sido teórico alguna vez… El mensaje de Archer: la Faraday había escoltado a la Emissary por el pórtico hacia el Sistema Solar, después de engañar astutamente a su colega, y montaba guardia. ¿Qué debía hacer? Más tarde, Quick se sintió orgulloso de la rapidez con que había cristalizado las soluciones de la Rueda e, incidentalmente, de la Faraday. (Enviarla nuevamente a su puesto en el Sistema Febiano. Antes de que terminara su turno allí, asignarla a una expedición cartográfica al distante Hades, con las generosas pagas extraordinarias de costumbre para la tripulación. Eso le daba cierta cantidad de semanas en las que inventar una solución más permanente.) De todas maneras, había sido una pesadilla realizar la tarea manteniéndola en el más absoluto secreto. Ningún hombre solo podría haberlo hecho. Un vínculo de algo más que hermandad existiría siempre entre esas personas, en puestos importantes e inferiores de una docena de países diferentes, que se habían jugado sus carreras mientras se esforzaban, entre bambalinas, por evitar el desastre.
Y después… Los mensajes radiofónicos entre Tierra y la Rueda no podían ir en clave, cuando se suponía que sólo estaban allí unos pocos científicos inofensivos. Las naves correo tardaban días y, en cualquier caso, no viajaban con mucha frecuencia. Eso también podía provocar comentarios. (Además, los fondos discrecionales disponibles no eran suficientes. ¡Oh, esos malditos reaccionarios tacaños que siempre frenaban a las personas de visión!) Así, Quick había llegado con un panorama muy fragmentario de lo que habían averiguado Troxell y sus hombres.
Por suerte aprendo rápido. Su chiste habitual rompió el conjuro. No había durado más de un segundo, mientras él se maravillaba ante la magnitud de lo que estaba haciendo por la humanidad. Supo el nombre del último alborotador, el segundo ingeniero de la Emissary, tan bien como el de su propia mujer.
- Estaba hablando en metáfora, señor Sverdrup -dijo-. Pero, por lo que sé de su relato, los betanos podrían guiarnos a planetas que podríamos colonizar, cuando Deméter se haya llenado. Y lo que es más importante -¿me equivoco?-, pueden presentarnos a unas veinte razas inteligentes de las que podríamos aprender muchísimo: ciencia, arte, filosofía, ¿quién podría preverlo?
- Empezando por los betanos -dijo Rueda en tono cortante-. Tecnológicamente son los más avanzados. Si los comparamos con sus ingenieros, los nuestros son niños que juegan con ramitas. Para empezar, pueden enseñarnos a construir naves espaciales con posibilidades que, para nosotros, son de ciencia ficción, tan fáciles y baratas de hacer como los automóviles. Y están dispuestos. Nos han ofrecido unas posibilidades de intercambio comercial tan generosas que todavía estoy atontado. Les dijimos que en Tierra la persona de un embajador es sagrada. Señor, ¿dónde está el embajador en este momento? ¿Cuáles son sus intenciones con respecto a él?
El matador esquivó la embestida.
- Por favor, señor Rueda, es lo que discutiremos ahora. Seguramente, usted no me considera anticientífico. Soy el ministro de Investigación y Desarrollo.
Rueda replicó con las cejas. Maldito sea, ha pasado toda su vida adulta en el espado, pensó Quick, pero sigue siendo un miembro de su clan plutocrático y deben de haber hablado de política delante de él. Sabe que no me propuse obtener el puesto de I amp; D en el gabinete porque quisiera dar vía libre a esas fuerzas ciegas. No, mi misión es controlarlas: Son buenos vasallos pero malos señores. Aja, Ira, citando tu discurso habitual, ¿eh?
- Volvamos al siglo veinte -dijo- y a la moratoria en la investigación de las técnicas de recombinación del ADN, que impusieron los científicos responsables, hasta que se redactasen reglamentaciones de seguridad. El resultado fue que ninguna nueva plaga arrasó al mundo y en cambio, el hombre cosechó los frutos de los nuevos conocimientos en el campo de la genética.
«Damas y caballeros: hoy ustedes están en la posición de esos pioneros. Saludo su heroísmo, simpatizo con su situación y aprecio el amplio potencial para el bien que derivará de su hazaña. Sin embargo, estoy seguro de que no desearían descargar una enfermedad terrible sobre la humanidad. Lo que pido no es el fin de las exploraciones, sino una moratoria. Y rezo para que ustedes estén de acuerdo.
»¿Qué enfermedad?, preguntarán. Amigos, la misma pregunta se hizo en los laboratorios genéticos. "¿Qué enfermedad?" Nadie lo sabía. Si lo hubieran sabido, no se hubiese planteado el problema. Sin embargo, tuvieron la sabiduría de admitir las limitaciones de sus conocimientos.
»Su gobierno toma con mucha seriedad su papel de guía. Cuando se observó a la nave betana pasando por el pórtico de Febo, la expedición que la seguiría fue autorizada después de largos debates, públicos y oficiales. Tras una horrible batalla política, que perdieron los míos, aunque obtuvimos unas pocas concesiones, y después algunos nos reunimos para planear cómo ganaríamos la próxima batalla. En gran medida, la decisión de autorizar el viaje se apoyó en la suposición de que ustedes tardarían años en volver. Parecía claro que necesitarían mucho tiempo para establecer comunicación con una especie totalmente desconocida. Mientras tanto, nosotros, en casa, podríamos imaginar las contingencias y prepararnos para ellas. ¡Y forcejear para saber quién diría la última palabra! Pero, en cambio, habiendo pasado varios años allí, ¡ustedes volvieron a los pocos meses!
Quick pasó de la excitación a la solemnidad.
- Fidelio, querido amigo de las estrellas, perdona lo que debo decir. Moralmente, estoy seguro de que tú y los tuyos sois benignos. Pero la certeza moral no es suficiente, cuando un gobierno debe velar sobre millones de vidas. Y, de hecho, ¿qué sabéis de nosotros? ¿Tenéis pruebas positivas de nuestra honestidad, de nuestro pacifismo? Creo que debemos a nuestras posteridades la toma de grandes precauciones.
Un par de sus oyentes reían disimuladamente. La golfa de la Von Moltke rió en voz alta y gritó:
- Sólo sabe español, señor Estadista Elocuente. ¿Quiere que traduzca?
Quick controló un brote de furia, consideró la posibilidad de repetirse en el segundo idioma, decidió que eso sólo serviría para subrayar su error, y replicó con su sonrisa más agresiva:
- Si lo desea, hágalo, madame. Pero la respuesta no pareció impresionarla. Se dirigió nuevamente a la tripulación: -Dejando a un lado las posibles intenciones agresivas, que a mí también me parecen improbables, dejando eso a un lado, piensen en el impacto en la sociedad. Los Otros nos dieron Deméter; también nos dieron los Conflictos. La Unión sigue siendo muy vulnerable. El Comando de Paz tiene más trabajo cada día. Ustedes son idealistas. Suponen que un torrente de informaciones revolucionarias, tecnología, ideas, filosofías, fe… suponen que sólo puede ser deseable, que puede provocar un renacimiento.
«Amigos, les recuerdo que el Renacimiento europeo original fue, ciertamente, brillante en las artes y las ciencias, pero fue también una era en la que la civilización estalló, la era no sólo de Miguel Ángel y Leonardo, sino de los Borgia y los Cenci. Y el arma más letal de que disponían era la pólvora. Nosotros tenemos cabezas de fusión.
«Pido perdón por repetir argumentos que se barajaron una y otra vez antes de su partida. Pero, después de todo, ustedes han pasado ocho años de sus vidas lejos de aquí, en un lugar exótico. El entusiasmo de los descubrimientos y los logros ha borrado esas precauciones de sus memorias. Y, evidentemente, el coronel Troxell y sus hombres no han logrado convencerlos de su importancia.
«Permítanme repetir que quienes cuidamos del bien público creíamos contar con años de preparación para su regreso. Previendo el peligro nos proponíamos, al mismo tiempo, fortalecer las instituciones de la ley y el orden y educar al público. Francamente, al volver tan pronto, ustedes mismos han provocado la emergencia.
Rueda levantó un brazo.
- ¿Sabe por qué lo hicimos? -gritó.
Desconcertado, el ministro escuchó su propia voz:
- ¿Qué? Bueno… no. Supongo que no. Sin duda estará en los informes… el coronel Troxell me ha dicho que han sido muy francos… pero es mucho material y no quise hacerlos esperar más. -Reunió su coraje-. Muy bien, señor Rueda. Di por sentado que así funcionaba el pórtico.
- Se equivoca, señor Quick -dijo el primer oficial-. Los betanos han tenido mil años para estudiar las máquinas T. Inventaron sondas baratas y enviaron millones, mientras nosotros sólo pudimos enviar unos pocos miles. De modo que recuperaron algunas. Con la información obtenida pudieron empezar a ver trazas de un esquema, indicios de una teoría. Están muy lejos de haberlo entendido todo, es cierto. Pero han descubierto que pequeñísimas variaciones en un sendero, que no son suficientes para llevarte a un destino diferente en el espacio, pueden llevarte a un momento diferente en el tiempo. La gama no es muy amplia; una o dos décadas en cualquier sentido. Más allá de eso, su información sigue siendo incompleta. Pero nos dijeron que podrían calcular un sendero alrededor de la máquina de Centrum que nos traería de vuelta antes o después de la hora en que dejamos Febo, en cualquier lugar -en cualquier momento- de un lapso de varios años. -Elegimos volver unos días después de nuestra partida. Si fueron meses es porque no pudimos conducir la Emissary con tanta precisión como ellos controlan sus naves. Fue una decisión nuestra. Nuestra.
Langendijk frunció el ceño. Rueda le dijo que no con la cabeza.
Horrorizado -sintió que sus labios perdían la sensibilidad- y aunque ya sabía la respuesta, Quick preguntó:
- ¿Por qué?
- No habíamos olvidado los debates previos -dijo Rueda-. No; pasamos ocho años pensando. Vimos el riesgo de que su facción, señor, se impusiera, porque sabe exactamente lo que quiere, mientras nuestra gente sólo ofrece esperanzas. Decidimos que sería mejor volver pronto.
Sobreponiéndose a su abatimiento (por Dios, ¡encima de todo, viajes por el tiempo!), Quick se alegró de descubrir que su contraataque estaba listo.
- Gracias, señor Rueda -susurró-. Me gustaría que me dijese qué es lo que se propone mi facción, como usted la llama. Me interesaría saberlo. Yo creía que el Partido de Acción y otras organizaciones similares se proponían simplemente el bienestar de la humanidad.
Rueda se encogió de hombros.
- ¿Qué es el bienestar de la humanidad? ¿Quién lo determina? Permítame citar una pequeña historia. Hace varios siglos, los shoguns japoneses excluyeron a los extranjeros… nada nuevo, nada fresco. El señor Mitsukuri me ha contado cómo trataron de reglamentar toda la vida, hasta el precio que se podía pagar por una muñeca para un niño.
- Festung Menschenheim (Para reforzar los lazos humanos. N. del T.) -agregó venenosa Von Moltke-. Este reino de ermitaños podría durar. Mantenga misiles junto a las dos máquinas T y haga trizas cualquier cosa rara que pueda aparecer. Oh, sí.
No es una mala idea. Quick levantó las manos.
- ¿Qué clase de monstruo creen que soy? -gritó-. ¿Cómo suponen que puedo responder a esa clase de acusaciones? ¿He dejado de golpear a mi mujer? Damas y caballeros, no quiero creer que esos años en Beta los hayan transformado en paranoicos. ¡Les ruego que dejen de hablar así!
El capitán Langendijk intervino:
- Por favor, todos ustedes, por favor. Seamos civilizados. -Se puso de pie y se dirigió al escenario-. Señor, no adelantamos la fecha del regreso porque sufriéramos un complejo de persecución. Simplemente, parecía sensato. Además, puede imaginar las razones personales. En ocho años, muchas de las personas a quienes queremos podían haber muerto, otras habrían envejecido. Confiábamos en escapar a eso.
Quick intentó responder. La autoritaria voz de Langendijk continuó:
- Como dijo Carlos, recordábamos las polémicas antes de nuestra partida. Las discutimos una y otra vez… incluyendo el peligro de revivir los Conflictos. Descubrimos que era ínfimo.
»Usted habló de un torrente de novedades. Bueno; eso no puede suceder. En cien años, apenas hemos empezado a conocer Deméter, que no tiene pobladores nativos inteligentes. En cuanto a Beta, los betanos, que tienen experiencia en encuentros entre especies diferentes, estiman que pasarán cincuenta años antes de que ellos y nosotros progresemos más allá del intercambio de misiones culturales y científicas. Tanto tiempo necesitaremos para conocernos. Tierra tendrá mucho tiempo para adaptarse.
»Por favor, déjeme terminar. La tecnología llegará más rápido, es cierto. Pero ¿y qué? O ¿y qué no? La tecnología de más rápida aplicación será astronáutica Senderos por los pórticos, naves espaciales baratas, abundantes, prácticas, planetas del tipo Tierra deshabitados… la válvula de escape, ¿comprende? La libertad de marcharse y empezar de nuevo, no unos pocos miles por año, amontonados en un transportador, sino ilimitada. Libertad. Eso es lo que hemos traído.
Se sentó, con la cara roja, poco habituado a discursear y aguardó. Toda la habitación aguardó.
Quick dejó crecer el silencio para subrayar las palabras que estaba reuniendo, antes de volver a apoyarse en el atril, reasumiendo su postura pastoral, y dijo:
- Aquí sólo hay idealistas. Ustedes no hubieran ido a Beta si no lo fueran. Yo no serviría en Lima y Toronto si no lo fuera. Y si es por eso, los hombres que se han hecho cargo de ustedes aquí no hubiesen aceptado ese trabajo duro y difícil si no lo fueran.
Distorsiono apenas la verdad, pensó. Emocionalmente, debo ser yo, Ira Wallace Quick, quien da forma al destino. No hay éxtasis como ése. En el nivel más crudo, oír a una multitud que me vitorea, ver cómo me adora, es mejor que llevarse a una mujer a la cama.
Qué honesto soy conmigo mismo. (Estoy siendo irónico. Con frecuencia lo soy. Me gusta ese rasgo, si es moderado.) Por lo tanto me atreveré a ser franco y añadir que alguien debe hacerse cargo de la administración, y yo, a lo largo de los años, he llegado a conocer al hombre común y sus necesidades.
- Capitán Langendijk -dijo-. Admito que es sincero, pero ¿ha considerado realmente las consecuencias de la introducción temeraria de ese tipo de astronáutica? Habló de una válvula de escape. Permítame hablar, en cambio, de los miserables de la Tierra, naciones enteras que aún no han salido del hambre y la barbarie, millones de pobres y oprimidos dentro de los denominados países avanzados. ¿Acaso podemos olvidarlos? Seguramente no supone que pueden empacar y marcharse. ¿De dónde sacarían el importe del billete más barato, de las herramientas que necesitarán al llegar? ¿Dónde obtendrían la instrucción necesaria para la supervivencia? Deméter ya se ha cobrado varios cientos de vidas, de emigrantes cuidadosamente escogidos transportados a un mundo cuidadosamente investigado. ¿Pero, de dónde sacarían el incentivo para partir, las energías necesarias?»No; lo que usted propone distraería recursos imprescindibles y mano de obra calificada aún más imprescindible. Para beneficiar a unos pocos privilegiados, la mayoría vería prolongados sus sufrimientos. ¿No se siente solidario con sus semejantes?
- Mamma mia!1 -gritó Benedetti-. ¿No sabe nada de economía elemental? Che sdochezza!2 Quick se puso rígido.
- Creo que un gobierno debe ser compasivo -declaró. Ky se movió en su silla.
- Gobierno compasivo -dijo- es una frase en código que significa: «Nadie sentirá compasión por los contribuyentes.»
1. ¡ Madre mía! 2. ¡Qué barbaridad! (Notas del traductor).
Ese chiste no es suyo, pensó Quick, irritado. Está demasiado alejada de la realidad. Apuesto que lo oyó de labios de Daniel Brodersen, ese hijo de perra de Deméter. Los investigadores me dijeron que tenían una estrecha vinculación.
Se controló, relajó un músculo y luego otro, se inclinó sobre el atril y exhortó, con toda suavidad:
- Damas y caballeros, entiendo su amargura. No preví que nuestro encuentro se alejaría tanto del tema principal, ni que sería tan hostil. Miren, he abandonado mis otras responsabilidades y he viajado varios días desde Tierra para elaborar un plan con ustedes, que sea satisfactorio para sus vidas privadas y cumpla con el deber que tenemos ante la humanidad y la civilización. ¿Qué les parece si mantenemos un auténtico diálogo?
Horas más tarde estaba sentado en el apartamento que le habían asignado, con un whisky con soda en la mano, buscando una decisión. Pronto debería reunirse con Troxell para cenar. Sin duda podría esquivar las preguntas y sugerencias indeseables alegando fatiga, para lo que, por cierto, no necesitaría fingir. De ninguna manera podía permitirse el lujo de ser sincero. Y no podía quedarse mucho tiempo aquí, enjaulado en el espacio exterior, mientras los hechos se precipitaban en casa. Para él, la Rueda tenía un mal karma. De modo que si podía estructurar bien la conversación durante la guardia nocturna obtendría ideas acerca de cómo actuar. Pero esto exigía tener, por lo menos, un plan de acción provisional, cosa que, a su vez, exigía que examinara unos hechos terribles.
Una ducha caliente le había quitado el sudor y un cambio de ropas lo liberó del olor. La bata arropaba su cuerpo. El vaso estaba fresco en su mano, húmedo, y cada sorbo le recordaba el olor del humo… una hoguera en un mitin político, la fogata de un campamento en las Rocallosas, el fuego aprés-ski en el hogar de un chalet suizo, un habano después de una cena de cuatro estrellas y al otro lado de la mesa una jovencita en actitud de adoración, perteneciente al pool de programadores del gobierno… Haydn resonaba. Las estrellas desfilaban, magníficas, por una escotilla de la pared. Apenas notaba todo eso.
¿Qué hacer, qué hacer?
Tragedia, una verdadera tragedia, a años luz de lo que había tenido que vivir cuando era un joven fiscal, en tiempos del antiguo gobierno militar, y ayudaba a condenar malhechores que sólo eran el producto del caos de la sociedad. Los que embarcaron en la Emissary en dirección a Beta eran, a su modo, lo mejor que podía ofrecer Tierra, inteligentes, instruidos, idealistas. Ni siquiera podía llamarlos tecnófilos rabiosos, como ellos tampoco podían llamarlo correctamente xenófobo rabioso. El y ellos poseían partes separadas de la verdad, como los ciegos que palpaban al elefante.
Tendría que enfrentarse con los problemas difíciles, sin embargo, o dejar de considerarse un estadista. ¿Qué posición era más correcta, o menos errónea? ¿Qué era más esencial para el elefante, la trompa o la cola?
Vi demasiada miseria cuando comenzaron los Conflictos, leí demasiadas estadísticas sobre eso. Siempre lo perseguiría la imagen de una niñita desconocida. Había ocurrido un enfrentamiento fronterizo entre los Estados Unidos y la Sagrada República Occidental, una bala de mortero se había desviado y él, como oficial de la comisión mixta de armisticio, había buscado pruebas de culpabilidad. En cambio, la había encontrado a ella, apretando su osito contra la herida por la que se había desangrado hasta morir. Y, con todo, por lo menos una muerte rápida, en las ruinas de su casa. El hombre era peor, la pelagra peor aún. ¿Qué raison d'étre tiene un gobierno, salvo cuidar de su pueblo? ¿Y quién lo cuidará, salvo un gobierno?
Quick bebió un trago, le prestó atención mientras pasaba por su garganta y se puso conscientemente sarcástico. Ahora estoy citando el discurso 17-B. Eso ayudó a calmarlo, sin modificar los hechos.
El hecho más destacado era que el homo sapiens no tenía nada que hacer en las estrellas. Eventualmente, cuando estuviera listo, entonces adelante. Pero primero debía poner su casa en orden. En realidad, se podía sostener que todas las iniciativas interplanetarias, desde el primer Sputnik, habían sido una equivocación. Por supuesto, eso era una herejía. Quick nunca lo había dicho en público. Los tecnófilos se hubieran precipitado sobre él como una avalancha, con sus cifras de aumento en la riqueza real a causa de minerales y manufacturas, sus citas sobre avances del conocimiento científico y todo lo que eso había significado en todos los campos, desde el control de seísmos hasta la medicina.
Y habrían dicho la verdad. Lo que no se habían preguntado nunca era qué podría haber hecho la humanidad para construir un mundo estable y decente si se hubiese quedado en casa tranquilamente.
Fuera como fuese… Oh, ¡malditos sean los Otros! Ya deben de estar condenados. Hacen que uno crea en Satanás.
A la desbandada, hacia Deméter, a cualquier coste en trabajo y materiales, para dar nuevas esperanzas a algunos miles de los millones de terráqueos… Sí, sí, las inversiones estaban dando buenos dividendos; Deméter proporcionaba muy buenas rentas, parte de las cuales volvían al pueblo en forma de sueldos más altos y precios más bajos… pero ¿y los pobres que debieron arreglárselas de cualquier modo mientras se hacían las inversiones? Con ese capital se les hubiera podido proporcionar mucho bienestar.
Más importante, fundamental, incurable, era la pérdida de atención. Los mejores de Tierra, en número creciente, ya no se preocupaban por el gobierno de Tierra. Se iban al espacio. Déjalos en total libertad, deja entrar a los betanos, y eso será el fin del programa de Ira Quick para una civilización humana y racional.
Acarició su barba, cuya suavidad le resultó calmante. Siguió revisando la situación. Los suyos no eran los únicos intereses que estaban en juego. Las razones de sus aliados eran todas diferentes. Stedman, de la Sagrada República Occidental, temía el colapso de una fe y un estilo de vida que ya habían sido debilitados por influencias seculares terrestres. Makarov, de Gran Rusia, preveía la destrucción de su sueño de reunificación con Bielorrusia, Ucrania y Siberia. Abdallah, del Califato de La Meca, sospechaba que Irán, ya comprometido a favor de la industria de alta energía, ganaría una ventaja decisiva en su zona del Islam. Garcilaso, de la Confederación Andina, había logrado para su corporación una relación viable con su principal competidor, Aventureros Planetarios, y no quería que se alterara, no tanto por los perjuicios económicos como por la pérdida de posición para su familia. Broussard, de Europa, hablaba de política práctica, pero básicamente temía el olvido en que podrían precipitarse su cultura y su tradición. La lista seguía.
Quick detuvo su ensoñación y apretó su vaso. Un realista debe aceptar la realidad. No podía hacer desaparecer Deméter, ni los pórticos estelares ni a los Otros; ni siquiera la Liga Iliádica. El agua no corre cuesta arriba. Pero sí se puede excavar una hoya para atraparla. Y después de eso, quizás, con suerte y esfuerzo, se pueda instalar una bomba para devolverla a su sitio. Hoy confirmé mis temores. No hay forma de hacer que esa tripulación coopere. Sólo puedo agradecer que ninguno de ellos tenga la habilidad de fingir, con la finalidad de traicionarme más tarde.
Son seres humanos valiosos, y sin duda el extranjero que está con ellos tiene derecho a que me preocupe por él. No podemos mantenerlos en cautividad hasta que mueran de viejos, ¿verdad? No. Demasiadas posibilidades de que el secreto se sepa.
Bueno, ¿cuál es la alternativa? ¿Liberarlos? Eso no sólo anularía toda nuestra lucha sino que destruiría al Partido de Acción y a todos los grupos que colaboraron conmigo. ¿Qué sería de mis esperanzas?
Muy bien. ¿Cuáles son los hechos? La tripulación de la Emissary había hablado con franqueza en los interrogatorios.
a) Aunque los betanos podían entrar en el Sistema Febiano cuando querían, no tenían la menor idea de cómo entrar en el Sistema Solar, desde esa máquina o desde cualquier otra. Y pese á su estrecha relación con los betanos, los visitantes humanos habían respetado el compromiso de mantener en secreto ese sendero.
b) Los betanos reconocían la posibilidad que el contacto con la humanidad no fuera beneficioso, después de todo, para ellos o para nosotros. Enviaron un embajador, que es también un investigador, pero no mandarán a nadie más a Febo. La próxima jugada es nuestra. Si ninguna nave terrestre llega a Beta para iniciar relaciones regulares, aguardarán mucho tiempo antes de tomar la iniciativa. (Quick tenía dificultades para creer en tanta discreción hasta que recordó que estaba pensando como un terrestre, no como un betano. Su interés primario en nosotros tenía una motivación totalmente extrahumana, y difícilmente podrían satisfacerla si imponían su presencia.)
c) Cuando la Emissary partió casi todos dieron por sentado que estaría ausente durante años, por lo menos, y que quizá no volvería. De modo que había tiempo para organizar las cosas en Tierra y Deméter.
d) En la Faraday sabían que la Emissary había regresado. Según un reciente informe de Aurelia Hancock, al parecer el peligroso Brodersen sospechaba algo y, sin duda, sus socios sospechaban también. Además, en la Rueda de San Jerónimo había veintiún hombres que sabían más aún, si no todo. Sin embargo, una cantidad tan pequeña no era imposible de manejar. Apelaciones al deber o a la vanidad; persuasión de diversas clases; presión, ya que cada persona tiene sus puntos débiles. Y, por supuesto, la creación de un estado de opinión tal que nadie en su sano juicio aceptase las acusaciones de un par de locos aislados. Eso llevaría tiempo y dinero, pero era posible. A pesar de decenas de miles de testigos, la comunidad intelectual de occidente no aceptó la verdad acerca del imperio de Stalin durante décadas, y tardó aún más en hacerlo con el de Mao.
No es que Ira Quick quisiera instalar campos de concentración, ni nada por el estilo. El ejemplo demostraba, simplemente, lo que se podía conseguir con un buen esfuerzo propagandístico, para bien o para mal. En general, una doctrina era propagada por gente que ni siquiera la apoyaba en su totalidad pero daba por sentado que ciertas afirmaciones básicas eran ciertas. Estas entraban en los libros de texto y…
e) La tripulación de la Emissary. Eso era lo más difícil. Dejarlos en libertad para que propagaran su historia…
Porque la historia no era sólo que habían estado allí, era la revelación que predicaban Rueda y Langendijk…
…y puedes olvidarte de la justicia social. Y de la carrera de Ira Quick. Oh, mis socios y yo podríamos evitar las acusaciones criminales. Revisamos cuidadosamente los detalles legales. La Enmienda de Potencialidades Peligrosas permitía a su ministerio el secuestro de materiales que pudieran transformarse en una amenaza. El caso de los Finalistas (miembros de una secta nihilista que había encontrado varias cabezas de fisión de la época de los Conflictos) constituyó un precedente para mantener personas incomunicadas. Aunque el asunto de la Emissary provocaría un escándalo ruinoso, no podrían acusarlo… a menos que los mantuviera prisioneros demasiado tiempo, digamos más de tres meses. Quizás podría volver a abrir mi estudio jurídico cuando se acallara el escándalo. Con el mundo patas arriba, supongo que los abogados tendrán mucho trabajo. Pero ¿para qué serviría todo? Entonces, ¿qué hacer? Por el bien de la humanidad.
Quick tragó saliva. Troxell era sumiso; se le había dicho que el gabinete de la Unión había ordenado este arresto en una sesión ejecutiva. No era exactamente así. En cambio, un grupo decidido dentro del gobierno, había actuado.
¿Y ahora qué?
Quick dudaba de que la misma Unión, abierta y legal-mente, pudiera convencer a Troxell de que hiciera una masacre.
Fea palabra. Y fea idea.
Y sin embargo, muy fácil de realizar. Por ejemplo, con algún gas misericordioso.
Relevar a los hombres de Troxell. Encontrarles destinos individuales que los dispersaran. Después, dos o tres hombres de toda confianza…
Caería sobre mi cabeza y las cabezas de mis colegas. Nunca podríamos lavar nuestras manos…
Pero esa niñita muerta. Pobreza. Ignorancia. Los mejores, los más inteligentes, marchándose en busca de aventuras en vez de quedarse a servir. ¿Es tan diferente de una guerra?
Vació su vaso y lo apoyó, golpeándolo. No lo sé. Tengo que pensar. Consultar. Compartir la culpa. Pero pronto, de todos modos, habrá que hacer algo con esa tripulación.
- No lo entiendo -dijo Fidelio.
- Yo tampoco -respondió Joelle, allí, en sus habitaciones.
- El tampoco. El macho llamado Quick (Kh'eh-yih-kh-k). ¿No ha visto en resúmenes y oído la narración de nuestro dilema en nuestro mundo? ¿No puede darse cuenta de cómo deseamos venir hacia vosotros, si vosotros vais a recibirnos?
- O no puede o no quiere hacerlo -dijo Joelle-. Puede ser demasiado sutil para él. O… no lo sé. No lamento estar tan alejada de esas cosas como lo estoy.
Su mirada fue hacia la portilla. En la noche cristalina del espacio, las Pléyades se habían vuelto visibles gracias a la rotación de la Rueda. Los betanos habían calculado que Beta estaba aproximadamente en esa dirección. Allí yacían tres humanos cuyos rincones de un planeta extranjero serían para siempre Tierra'.
- Si Chris estuviera aquí -dijo Joelle en voz casi inaudible- quizá podría explicarlo.
1. El autor está citando a Rupert Brooke, poeta inglés que escribió un famosísimo poema acerca de un soldado británico muerto en Francia en la Primera Guerra Mundial: There is a córner in a foreign field that is forever England (Hay un rincón en tierra extranjera que será por siempre Inglaterra). (N. del T.)
11
El banco de memoria
El sol que los humanos bautizaron Centrum es una enana K3, con una luminosidad equivalente a 0,183 de la de Sol. Girando a su alrededor, a una distancia media de 0,427 unidades astronómicas, Beta, el segundo planeta, recibe una irradiación total equivalente a la de Tierra… más infrarrojos, muchos menos ultravioletas. El período orbital es de aproximadamente 118 días terrestres. La rotación se ha reducido a dos tercios de esto. Por lo tanto, el período que va del amanecer a la puesta del sol es un año betano, y la inclinación del eje mantiene permanentemente helado el hemisferio sur. (La precesión cambia eso, pero a nivel de épocas geológicas, porque Beta no tiene luna.) También hay un importante casquete de hielo en el polo norte.
La lenta rotación hace que el campo magnético sea débil. Por eso, las auroras son pocas y débiles y el brillo del cielo por la noche es más fuerte que en Tierra o Deméter. Los ciclones son, igualmente, flojos. Pero el tiempo turbulento es común a lo largo del terminator, donde el día encuentra a la noche. En las zonas templadas y tropicales del norte, el ciclo característico es: deshielo por la mañana temprano, lluvia desde media mañana hasta mediodía; sequía por la tarde; lluvias al anochecer; después nevadas y eventualmente heladas y tranquilidad hasta el amanecer, cuando nuevos vendavales anuncian el nuevo deshielo. La vida ha evolucionado adaptándose a estas condiciones.
Básicamente, es de la misma clase que en Tierra o Deméter: proteínas en soluciones acuosas, plantas que fotosintetizan, animales que comen la vegetación o se comen entre sí. Eso no es sorprendente en un globo tan similar… diámetro medio, 11.902 kilómetros, densidad media, 5,23 g/cc, agua líquida que cubre el sesenta y cinco por ciento de la superficie. Comparados con -por ejemplo- Mercurio o Júpiter, los tres mundos son prácticamente trillizos.
Pero sus ligeras diferencias condicionan la naturaleza y el destino de todo lo que vive en ellos.
Joelle Ky y Christine Burns recorrían la costa oriental. A su alrededor se extendía la soledad. Estaban a cincuenta kilómetros de una megalópolis que albergaba a quince millones de individuos, pero los betanos adoraban al campo. Por cierto, era imposible reconocer una ciudad desde arriba. Sólo se veía el núcleo histórico, edificios amontonados en mil hectáreas o menos y, por lo demás, un parque interrumpido por un camino ocasional, jardines alrededor de un lago artificial o de una elegante aguja. La mayor parte de la ciudad era subterránea. Hasta las regiones agrícolas carecían del aspecto regimentado de los campos y las praderas humanas.
Joelle y Christine habían aparcado su aerocoche y habían seguido a pie. El vehículo lo había prestado una matrona local, deseosa de complacer. Ni los asientos ni los controles se adaptaban a sus cuerpos, pero el autopiloto se hizo cargo cuando Joelle le dio instrucciones, y en un vuelo corto como éste podían sentarse de cualquier manera.
Anduvieron un rato, en silencio, antes de que Joelle reuniera el coraje para decir:
- Querías que encontráramos un lugar para hablar en privado, Chris -y se preguntaba por qué le costaba tanto. ¿Estaría retrocediendo ante lo que iba a escuchar?
La conexión computadora de la Emissary respiró hondo.
- Así es -dijo en su musical inglés de Jamaica. Era alta y delicada, con rasgos dulces y ojos de cervatillo. Su piel era casi ébano, sus cabellos una aureola obscura. Llevaba un vestido cuyo escarlata desafiaba al paisaje.»No era necesario venir tan lejos. Cualquier sitio desde el que no se oyeran las conversaciones en el campamento hubiera servido. -Rió. Desde que se habían conocido, Joelle envidiaba la facilidad con que reía-. Y nuestros anfitriones no espían las conversaciones.
- Oh, un cambio de ambiente -dijo la holoteta. Luchaba por expresar: Desea confiarte a mí. Mi fría personalidad siente el calor de tu necesidad. ¿Acaso no mereces un lugar hermoso para tu confesión?, Fracasó. He estado aquí otras veces. Me gusta el lugar.
- A mí también. ¿Por qué no nos hablaste de él?
- Hay muchos otros lugares estupendos. Sabes que, de vez en cuando, necesito estar sola.
- Es un buen sitio para ti, Joelle. Eso avivó su conciencia del lugar, casi hoja por hoja. El hábito desapareció y sintió cómo la gravedad quitaba siete u ocho kilos a su peso terrestre, y alteraba ligeramente su forma de andar, todos sus movimientos. No podía sentir la reducción en la presión del aire, pero notó el calor, aliviado por la brisa salada del mar, a su derecha, y olor tras olor, dulces, sulfurosos, a rosas, a queso, a especias indescriptibles. La marea golpeaba; el viento cantaba; una criatura voladora con alas de cuero emitía sonidos aflautados.
El cielo era de un azul púrpura. Centrum estaba bajo, al oeste, casi inmóvil, tres cuartas partes del tamaño aparente de Sol visto desde Tierra, un disco anaranjado al que podía mirar sin riesgo durante un segundo. Al otro lado se cernían inmensas nubes sobre el horizonte oriental, obscuras en el centro, salvo donde las iluminaban los relámpagos, rojas y doradas en los bordes. Reflejaban sus tonalidades en el océano que, en los otros sitios, era gris acero con crestas blancas, hasta que se estrellaba en una playa llena de guijarros.
Las terráqueas andaban más arriba, a través de matas que raspaban sus tobillos y volvían a cerrarse detrás de ellas. Tierra adentro, las cañas resonaban y árboles solitarios balanceaban sus frondas en ramas delgadas que se agitaban sin cesar. Los rayos de sol horizontales descubrían infinitos matices de marrón, alazán, rubí, alba-ricoque, ocre, oro, una obscura riqueza a lo Rembrandt.
Ocho años, pensó Joelle. ¿Todavía puedo recordar con claridad un maizal en Kansas, un bosque en Tennessee?
El mundo que la rodeaba voló, porque Chris le había cogido la mano.
Los dedos de Joelle respondieron, tímidos, y las dos mujeres siguieron andando. Finalmente, Christine dijo, con voz ahogada:
- Espero que no te importe si… descargo mis problemas en ti.
- No. Adelante. -El pulso de Joelle tartamudeaba. Eligió sus palabras-: Pero te darás cuenta de que soy la última persona de la tripulación indicada para dar consejos personales. ¿Qué puedo saber de las emociones?
- Más que el resto de nosotros. No serías una holoteta en funciones si no te pareciera que es una vida completa.
- Una vida no muy humana.
- Lo es, lo es. Cualquier cosa que pueda hacer un ser humano es humana.
- Por definición, si insistes. Eso no quiere decir que un asceta y un libertino sean iguales. Sólo he podido ser lo que soy.
Christine la contempló.
- No quiero ser indiscreta -dijo finalmente-. Si lo soy, dame una bofetada, por favor. Pero pienso que sabes más acerca de la gente de lo que crees que sabes.
- ¿Cómo? Crecí desde los dos años en la institución donde se desarrolló la holotética; fui una huérfana de guerra adoptada por una institución militar de investigación. Se ha venido a saber que una holoteta debe comenzar casi a esa edad. Tú tenías… ¿dieciocho, me dijiste?, cuando empezaste el adiestramiento para ser conexión. Mi primer recuerdo es estar conectada. Eso marca a una persona. -Joelle apretó la mano que sostenía la suya-. No me quejo. En conjunto, he tenido una vida satisfactoria. Pero no ha sido como la tuya.
- ¿Para nada? Yo… bueno, tú has evitado las relaciones íntimas durante este viaje, te he visto rechazar avances que no siempre eran frívolos, pero… Perdona, no quiero ser indiscreta. Pero se dice… no, se sabe, para hablar claramente, que has tenido tus cosas.
Eric Stranathan, recordó Joelle, y por un instante Beta desapareció totalmente, él y ella estaban en el lago Louise y no había nadie más. Después él, un hombre orgulloso, hijo del Capitán General del valle de Fraser, no pudo soportar la idea de ser una mera conexión con respecto a ella (pues así se había sentido cuando surgió la comprensión de lo que significaba ser holoteta) y se marchó. No creo que hayas oído hablar de Eric, Chris. En esos tiempos, ni habías nacido. Estás pensando en mis amantes ocasionales posteriores, otros holotetas, en general, placer físico y poco más, excepto, supongo, hasta cierto punto, Dan Brodersen.
- Nada profundo -dijo. La mano en la suya la contradecía.
- Has sido como una madre para mí -dijo la jamaicana-. Por eso me he atrevido a recurrir a ti ahora.
¿Una madre, una madre? No; una imagen materna. En tu mente, Chris, tú eres una conexión corriente, yo una holoteta parecida a un dios. La verdad es que he sido sólo un superior simpático, que te proporcionó instrucción avanzada. (Tú eres la juventud y el encanto. Yo soy la vejez que súbitamente está intentando… intentando, contra su voluntad.)
Joelle sintió que el viento aumentaba, minuto a minuto. Tuvo que levantar la voz:
- Gracias. Ja, dejemos de hablar de mí y ataquemos tu problema. Dime lo que quieras, querida.
- Querida.
- Hace semanas que estoy reuniendo valor para esto -dijo Chris, como si rodeara un obstáculo-. Como acordamos que ya habíamos hecho lo suficiente, podemos volver a casa pronto. No es que sienta miedo de ti. Siento miedo de mí misma, de encarar los conflictos que hay en mi interior. ¿Puedes ayudarme?
- Puedo intentarlo.
- Tú… tú recordarás que, al comienzo, nos divertimos mucho en la nave. (Cuando seis candidatos femeninos y nueve masculinos obtuvieron los puestos de tripulantes, las chicas no tuvieron motivo de queja, especialmente después de que Joelle se borró de ese deporte en particular.) Después Chi y yo nos lo tomamos en serio. Cuando murió… (Yuan Chichao, planetólogo, fue a un barranco a examinar unas rocas graníticas y cayó muerto. Un análisis posterior demostró que las plantas de ese sitio exhalaban un gas letal al calor del mediodía, que fue atrapado y concentrado por una capa de inversión. Los betanos estaban desesperados. No tenían ni idea. Ese vapor era inofensivo para ellos.) Recordando, supongo que estuve un poco loca, llorando primero, después haciendo tonterías. Torsten me estabilizó. Fue increíblemente bueno, fuerte, considerado. Tiemblo al pensar que pude transformarme en una zombi drogada, si no fuera por él.
Yo no podría haber hecho eso por ti, ¿verdad?, se retorció dentro de Joelle. En voz alta:
- Te subestimas. Eres sana, te has recuperado por ti misma. -A regañadientes-: De todos modos, es obvio que él te ayudó mucho. Te sientes en deuda con él. Os he observado, a ti y a él, día a día, os he observado hora a hora, Chris.
- Así es. Quiere que nos casemos cuando volvamos a Tierra.
- Vaya, espléndido -dijo automáticamente Joelle.
Chris tragó saliva.
- Estoy enamorada de Dairoku.
Su aspecto es similar al de Chi. Nunca lo pensé, pero…
- ¿Y qué piensa él?
- Soy su buena amiga, su respetada camarada de a bordo y disfrutada compañera de cama -dijo Chris rápidamente-. Junto con Frieda, Esther, Marie y Olga. Y tú también, si quisieras. Desde que supimos de la posibilidad de trasladarse en el tiempo, habla cada vez más de una chica que conoce en Kyoto… Es cortés conmigo, considerado, hasta diría que afectuoso, pero… ahí termina todo.
- ¿Le has dicho lo que sientes por él?
- No. En realidad no. Las cosas que se dicen en un colchón… después se olvidan, ¿no? ¿Tendría que hacerlo?
- Tendría que pensarlo antes de darte un consejo -dijo Joelle-. Y muy probablemente, me equivocaría.
Seguían andando. El viento era cada vez más fuerte, el mar crecía. Las nubes, al este, eran un muro que se acercaba velozmente. Despedían un ruido que recorría el cielo color índigo.
Chris encogió los hombros para protegerse del frío.
- ¿Y Torsten? -preguntó.
- No tienes obligación de casarte, ¿sabes? -dijo Joelle con brusca irritación.
- Claro que no. Pero…
- No se consumirá. Encontrará a alguien cuando volvamos. O a una serie de álguienes.
- Sí, claro. Pero… si no puedo conseguir a Dai… ¿querré perder a Torsten? Me gustaría hablarte más de él, contarte cosas pequeñas, para que me aconsejaras qué es lo mejor. Creo que no soy enteramente egoísta. Me quiere… Pero, tú conoces a Dai, él y tú habéis trabajado juntos, en el mantenimiento del motor y los propulsores. Quizá podrías darme una idea acerca de mis posibilidades… -Chris llevó la mano de Joelle hasta su pecho.
¡No respondas!
Qué curiosos son los caminos del amor. Dudo de que sean menos poderosos en nosotros que en los betanos, y aquí han creado una encrucijada en la historia. Joelle encontró fuerzas repasando los hechos.
Los antepasados de los betanos eran omnívoros que se habían vuelto cazadores a lo largo de la costa, sin especializarse en tierra ni en el agua, aunque nadaban con más rapidez de lo que corrían. Quizá la destreza y la inteligencia emergieron cuando cambios en las corrientes oceánicas, debidos a modificaciones en la glaciación, hicieron que disminuyera la «pesca» y abundara la caza, animales grandes, de los que se ven favorecidos por el frío. Eventualmente, la especie se esparció ampliamente; algunos de sus miembros quedaron demasiado tierra adentro para visitar el mar. Seguían sujetos al ciclo de día y noche.
La hembra era dos veces más grande que el macho; su cuerpo proporcionalmente más fornido, pero sus miembros de la misma longitud. De modo que era más poderosa y ágil en el agua, pero comparativamente lenta y torpe en tierra. Tenía cuatro salidas para nutrir a sus hijos. Difícilmente se podía llamarlas tetas, dado lo diferente que era su estructura, o llamar leche a su producto. En general daba a luz una carnada de cuatro, de los que tres eran machos; su equivalente de los cromosomas, no el de su compañero, determinaba el sexo de las crías.
Los óvulos eran producidos de uno en uno, durante un período de unas cien horas, a lo largo de la época de cría, y en general eran fertilizados por diferentes machos.
Esto sucedía alrededor de mediodía. El parto se producía al anochecer del día siguiente; el período de gestación era similar al humano. Las crías nacían de un útero compartimentado, a intervalos correspondientes con sus respectivas concepciones. A causa del tamaño de la madre, esto era más fácil que en un parto humano. La madre los alimentaba durante la noche, a lo largo de la cual crecían velozmente, y comenzaba a destetarlos por la mañana. Mientras los alimentaba no era fértil, y continuaba haciéndolo durante el tiempo necesario para seguir siendo estéril hasta el mediodía siguiente. En consecuencia, la separación entre nacimientos era de cuatro años betanos, o diecisiete meses terrestres.
En ambientes primitivos la madre estaba en desventaja en tierra firme, pero debía quedarse allí, para cuidar a los pequeños durante la primera noche de sus vidas. Sus compañeros -tres por lo general- obtenían la comida mientras ella trabajaba en el campamento y lo custodiaba. (Los ojos betanos se adaptan magníficamente a la obscuridad.) Cuando se desarrollaron costumbres matrimoniales tomaron, naturalmente, una forma poliándrica.
Quizás a causa de las relaciones sexuales poco frecuentes y también de las diferencias somáticas, las diferencias psicomentales entre macho y hembra eran mucho más notorias en Beta que en Tierra. Los primeros tendían a ser agresivos, inventivos, prácticos, con tendencia a la abstracción, pero no muy creadores en las artes que apelan directamente a la emoción. Las hembras eran firmes, persistentes, despiadadas si era necesario, prácticas, pero artísticas, con una sensibilidad para el mundo viviente que los machos ni siquiera sospechaban. Casi todas las sociedades eran matriarcales, y la Gran Madre era el arquetipo religioso.
Esto era así a causa de la forma del vínculo que mantenía unidos a los padres y aseguraba un cuidado adecuado de las crías, que maduraban lentamente. En el hombre, es una libido que funciona todo el año. En los betanos, la concupiscencia era, en todo caso, una fuerza disruptiva, capaz de provocar pasiones que podían ser incontrolables. Muchas instituciones de muchas culturas diferentes evolucionaron para mantener a una esposa en celo compañera exclusiva de sus maridos, para proteger la virtud de una hija.
Más bien que un celo atenuado y permanente, la naturaleza en Beta utilizó la nutrición para ligar a macho y hembra. Además de alimentar a sus hijos, ésta lo alimentaba a él.
Mutilando una palabra (había miles) para designar el fluido que producía la hembra, los científicos de la Emtssary lo llamaron enin, y eninación a su proceso de producción. El enin alimentaba a los lactantes de ambos sexos. También contenía una hormona que provocaba el crecimiento… y era esencial para la salud y el vigor del macho adulto. Sólo necesitaba pequeñas cantidades, y extraerlas de la hembra le daba un placer tan intenso que pronto quedaba saciado, pero debía volver varias veces por rotación planetaria. (A ella le gustaba dar enin, aunque sus sensaciones eran suaves y difusas.) De este modo, la hembra normal estaba segura de retener a sus esposos.
Durante el período de celo quedaba seca. La feromona que producía en ese momento incitaba a sus compañeros a la concupiscencia. Al finalizar ese período estaban hambrientos. Cuando a comienzos del embarazo se volvía a producir una eninación limitada, era una ocasión de júbilo, la fiesta más importante de numerosas fes.
Esta dependencia directa hacía que los machos consideraran a las hembras seres misteriosos y terribles. En algunas zonas, los dos sexos formaban dos subsociedades diferentes, con leyes, rituales y lenguajes separados; la «lengua» común podía ser un torpe dialecto.
Universalmente, la unidad básica estaba formada por los maridos de una esposa dada y los hijos adolescentes. Se suponía que formaban una fraternidad indisoluble. Por supuesto, en la práctica esto podía ser diferente. Los solterones eran muy escasos, ya que eso requería formas rebuscadas de prostitución; la homosexualidad era desconocida. Cuando la civilización se hizo sofisticada y cosmopolita, aumentaron los esfuerzos para hacer que los sexos fueran -no «iguales» porque eso era impensable- más asimilables.
Como en Tierra, finalmente hizo su aparición el estado, tanto sedentario (a lo largo de las afortunadas costas) como nómada (en el adusto interior de los continentes). Como en Tierra, trajo obras públicas, guerras, conquistas, esclavitudes, tiranías, corrupciones, decadencias y caídas. También como en Tierra, fue el agente de considerables progresos materiales e intelectuales.
Pero ningún estado betano era comparable con un estado terrestre. Sus jefes eran invariablemente hembras -un monarca podía ser proclamado divino- que mantenían bajo control la combatividad masculina. La estructura familiar preservaba a sus súbditos de ser movilizados en ejércitos parecidos a máquinas o atomizados. Además, al tener acceso al mar, cualquier persona sana podía vivir mediante la antigua caza marina, y alejarse nadando de la opresión. A causa de esto, la mayoría de las naciones eran o quietistas y tradicionalistas o activas pero racionales. Sus empresas imperialistas solían tener objetivos definidos, y se detenían en cuanto los lograban.
En conjunto, pues, la historia betana, con sus más y sus menos, era menos angustiosa que la de Tierra. Pero, en cambio, la violencia privada entre machos era más común.
Finalmente, llegó una revolución científico-industrial. Trajo sus peligros y sus desastres, pero nunca se acercó tanto al abismo como la terrestre, sobre todo porque ocurrió muy gradualmente en esas civilizaciones conservadoras, dominadas por las hembras, con su fuerte ética ambientalista. Pero, a la larga, cambió más completamente el carácter de la vida betana de lo que la revolución terráquea cambió la condición humana.
Esto sucedió a través de las ciencias biológicas, que habían sido preferidas a las físicas. Los investigadores aprendieron a sintetizar la principal hormona del enin.
Los cambios no llegaron de un día para el otro. Las fuerzas que los contrarrestaban eran las costumbres, los hábitos, la religión, la ley, las emociones, incluyendo las que se asociaban al acto de tomar el enin, la sexualidad recurrente, el deseo de descendencia. Pero ahora, los machos podían vivir alejados de las hembras durante todo el tiempo que lo desearan y mantenerse saludables.
Los individuos jóvenes comenzaron a postergar el matrimonio y a buscar compañeras adecuadas en todo sentido. Por primera vez, Beta conoció algo parecido al amor romántico. Mientras tanto, la mística que rodeaba a la hembra en la mente masculina (y a menudo en la femenina) comenzó a disiparse.
Algunos machos se volvieron célibes para explorar… explorar Beta y los planetas vecinos, la ciencia, la filosofía, los logros. Se fundaron órdenes monásticas. El idealismo extremo engendró el fanatismo, con todas sus consecuencias. Muchos machos comprendieron que eran libres de ir tan lejos como quisieran en ciertas zonas, como la ingeniería, por la que las hembras no demostraban mucho entusiasmo. Una industria de alta energía nació y se desarrolló.
Esto no sucedió, de ninguna manera, en una única convulsión. Individuos reflexivos de ambos sexos trabajaron para impedirlo. Un resultado fue el gobierno mundial. Otro fueron los viajes espaciales. Como buena parte de la antigua reverencia por la vida, encarnada en la hembra, seguía existiendo, pareció natural orientar la nueva tecnología hacia afuera, donde no podría dañar al planeta sino, más bien, aportarles nuevos recursos.
La libre empresa, en el sentido humano, nunca había existido. Como para compensar esto, la guerra y otras locuras similares habían ocurrido siempre en una escala increíblemente pequeña, para la medida humana. El estado mundial disponía de amplias reservas para un programa espacial.
Pronto, los betanos descubrieron la máquina T en órbita alrededor de Centrum, en exacta oposición al planeta. En los diez siglos siguientes, con enorme esfuerzo y paciencia, encontraron senderos que pasaban por cien pórticos estelares diferentes; colonizaron media docena de planetas deshabitados; conocieron a una veintena de razas inteligentes, aprendieron de ellas, y de esa forma enriquecieron su civilización más allá de toda medida.
Pero, al mismo tiempo, las bases de esa civilización estaban siendo velozmente erosionadas. La revolución biológica continuó, mucho más lentamente de lo que una cosa tan importante hubiese avanzado en la humanidad, pero continuó, inexorablemente. Mientras los machos, habiendo superado su dependencia física de las hembras, seguían perdiendo, generación tras generación, también su dependencia espiritual, la química permitió controlar el ciclo reproductor. Una hembra podía estar en celo o no, cuando lo deseara.
Los efectos psicológicos de esto fueron, al mismo tiempo, liberadores y devastadores. La armonía primordial con el sol y las estrellas había dejado de existir o era, como máximo, el resultado de una decisión personal. Al entrar en un campo que hasta entonces había sido exclusivamente masculino, como los viajes espaciales, la hembra tuvo que resolver no sólo sus relaciones laborales sino el problema de su identidad, quién y qué era en realidad. Nunca lo logró completamente. La confusión y la amargura se extendieron, abarcando también a las que se quedaban en casa. Con frecuencia, la sexualidad se transformó en un arma.
Los profetas, los filósofos y la gente en general buscaron un nuevo ideal viable y satisfactorio. El ejemplo de otras razas inteligentes, el conocimiento de la existencia de los Otros, duplicaron la intensidad de sus búsquedas y sus desengaños.
Cuando la Emissary llegó, el dilema psicosexual había llevado a Beta a la crisis. La inquietud, la excentricidad, las enfermedades mentales, el crimen, los tumultos aumentaban marcadamente. Por ocupados, prósperos, interesados en su trabajo que estuvieran, pocos de los más afortunados eran felices y, en muchos casos, la tristeza era un telón de fondo permanente.
Algunos llegaron a proponer los viajes en el tiempo para abortar todo el desarrollo de la ciencia, pero, de todos modos, eso era imposible porque no se conocía ningún sendero que condujera a una nave al pasado de Centrum, ni parecía posible encontrarlo. Las propuestas, que se oían con más frecuencia, de que la raza «volviera a la naturaleza» por su propia voluntad, eran igualmente idealistas. Sin la tecnología moderna casi toda la población, como la misma especie, moriría, y esa tecnología estaba en manos de los sexualmente emancipados. Sólo se podía seguir hacia adelante… pero ¿en qué dirección?
Entonces llegó la Emissary.
A medida que las comunicaciones mejoraban, aumentó la excitación entre los betanos más perspicaces. Lo que había sido una interesante investigación académica adquirió otro significado. Estos bípedos no eran solamente un nuevo tipo de seres inteligentes. Eran, por derecho propio, lo que los betanos querían llegar a ser.
Sus costumbres sexuales eran similares a las de otras razas que conocían, pero que incluían demasiadas diferencias, que afectaban en exceso a sus formas. (Por ejemplo, una raza alada migraba perpetuamente, dando vueltas y vueltas a su mundo. Ninguna de sus instituciones, costumbres, actitudes, creencias, podían ser adoptadas por habitantes de una superficie.) Los humanos, pese a todas las divergencias, tenían un parecido básico con sus anfitriones. La prueba eran las afinidades que se desarrollaron entre individuos de las dos especies.
Los estudios científicos, la literatura, la amistad, permitían a los betanos la esperanza de aprender a ser esa clase de machos y hembras. Eso no sucedería en una sola generación ni en un solo siglo; lo que se aprendiera podría tardar mil años en transformar la civilización; el resultado sería, seguramente, no una copia sino cien por ciento betano. Pero esto podría ser una forma de comprender. La estrella Polar que tantos habían buscado durante tanto tiempo, ciegos en su dolor, bien podía ser Sol.
Fidelio se lo había suplicado a Joelle:
- Enseñadnos vuestra forma de amar.
Ni ella ni Christine prestaron mucha atención al tiempo. Los vendavales del crepúsculo eran peligrosos, a veces, pero Centrum estaba a muchos días terrestres del horizonte. Además, esos vientos venían del oeste. Una lluvia tan temprana era poco corriente pero bienvenida, porque aliviaría el calor. Si llovía, sus ropas y su calzado se secarían rápidamente después. Siguieron andando, envueltas en sus tormentas privadas.
Pero, finalmente, Christine se acercó a la mujer mayor, porque si no, el viento hubiese arrancado las palabras de su boca:
- Oye, ¿no sería mejor volver?
Joelle miró a su alrededor. El cielo estaba color tinta, cruzado por relámpagos, resonando por los truenos. Retazos de nubes eran arrastrados más abajo. Una especie de rocío llegaba desde el mar, que se retiraba, reptaba, se estrellaba y hacía estallar su obscuridad en blancas espumas, moliendo los guijarros con un ruido ensordecedor. No podía ver muy lejos, pero hasta donde alcanzaban sus ojos, los matorrales se movían formando olas marrones, doradas o rojas; los árboles se columpiaban; hojas y ramas eran arrastradas por el viento. El viento rugía y gritaba. Se cerró alrededor de ella y la empujó como una ola helada y turbulenta, como la marea solar que había ahogado a Alexander Vlantis. Y su fuerza seguía aumentando.
- Sí -gritó. Refugiarse en el auto. No tratar de levantarse hasta que haya pasado esto.
Dieron la vuelta. Ahora la lluvia las golpeaba, primero como una espada, después como un hacha, finalmente como un martillo cuyo único golpe durara eternamente. Caía a torrentes sobre el suelo reseco, aferrándose a los pies hasta que empezó a disolverse en lodo. Las mujeres resbalaron, cayeron, se arrastraron erguidas a medias, cogidas la una a la otra para auxiliarse, siguieron avanzando vacilantes. La tempestad llenó el cráneo de Joelle con explosiones, aullidos, alaridos. Los truenos conmovieron sus huesos.
¡Esto es imposible!, gritó una parte aislada de su mente. En ocho años terrestres, veinticinco betanos, nunca sucedió algo así… antes del anochecer… ¡nunca!
La holoteta que había dentro de ella respondió sin pasión: ¿Qué son veinticinco años en la duración de un mundo? Dando el tiempo suficiente, cualquier cosa que pueda suceder, sucederá. Probablemente un frente frío masivo, deslizándose desde el ártico por un camino inusual, ha empujado ante sí las tormentas del terminator. Tendrías que haber consultado el informe meteorológico antes de partir. Pero no te sientas culpable. Sólo cuando estás conectada con tu máquina puedes pensar en todo.
El viento seguía arreciando. Los relámpagos transformaban la lluvia en mercurio, y después volvía a reinar la obscuridad. Llegó el granizo. Los pedruscos rebotaban en el suelo y lo blanqueaban. Golpearon la, carne, amorataron, hirieron, salió sangre que fue lavada instantáneamente. No había modo de hacer frente al bombardeo. Las humanas se volvieron y se dirigieron hacia el oeste, buscando un refugio.
Una sombra se cernió delante, un árbol tras el cual protegerse. Lo rodearon, ciegas, sordas, abrazadas.
Una rama delgada como un látigo abrió el cuero cabelludo de Joelle. Cayó sobre manos y rodillas en el barro. Un relámpago le mostró la rama envolviendo el cuello de Christine.
La rama se soltó y la dejó caer. A gatas, Joelle se arrastró hasta ella. La sangre brotaba de la boca de Christine; quiso incorporarse en el granizo. Joelle trató de protegerla, con la espalda. Las manos de Christine cayeron, sus ojos quedaron en blanco, brillando a la luz de los relámpagos. Joelle puso sus labios en los de ella.
Inútil. Una laringe fracturada es inmediatamente fatal.
Joelle se arrodilló bajo el árbol, con el cuerpo de Christine en sus brazos.
12
En el punto adecuado de su órbita alrededor de Deméter, el motor principal de la Chinook entró en funcionamiento. Durante unos segundos, su escudo electromagnético contra las radiaciones cósmicas quedó desconectado. Volvió a funcionar, logrando rápidamente un alto potencial positivo en el casco, en cuanto el motor a reacción de plasma alcanzó el equilibrio dinámico. Con una aceleración promedio de una gravedad, que era su tope superior cuando los tanques estaban llenos, la nave trazó una espiral y se dirigió hacia la máquina T. Como estaba en el punto L4, en la misma órbita que el planeta, pero sesenta grados más adelante, el viaje llevaría setenta y tres horas en teoría, y algo más en la práctica.
Cuando todo estuvo en orden, Brodersen ordenó que todos los sistemas se pusieran en automático y todos los tripulantes se presentaran en la sala de reunión. Cuando iba hacia allí desde el centro de mando (que en su mente, recordando sus viajes a lo largo de Juan de Puca y hacia el norte, atravesando las austeras glorias del Pasaje Interior, aún llamaba el puente) sintió que la gravedad de Tierra tiraba de él, veinticinco por ciento mayor que la de Deméter. Hacía demasiados viajes interplanetarios todos los años como para no saber que se acostumbraría pronto a esto, y a los relojes que medían el tiempo según el día terrestre, pero cada vez su cuerpo tardaba un poco más en adaptarse. Mientras bajaba una escalera y recorría un pasillo circular, con una alfombra verde y paredes pintadas de gris y blanco, se preguntó si no estaría empezando a considerarse viejo, de no existir Caitlin.
Aparte de los muebles y los juegos, la sala de reunión era igualmente triste. Con tan poco preaviso, nadie había tenido tiempo de decorarla o hacer algo para alegrarla. Pero cuando la vio a ella, la cámara se volvió radiante.
Había sacado de su mochila un breve vestido color azafrán. Parecía un sol, contra la gran pantalla visual junto a la que estaba embelesada. Deméter llenaba un cuarto de su superficie, con el azul cobalto de la zona diurna obscureciéndose hasta el turquesa y el zafiro, rodeada por torbellinos de un blanco virginal que aquí y allá permitían ver vislumbres ocres de tierra y de la zona nocturna, como un fantasma a la luz de la luna. Su brillo hacía desaparecer las estrellas hasta que se desviaba la vista hacia el marco y se dejaba que los ojos se dispusieran a recibir sus miríadas de estrellas.
- Gloria, gloria -la oyó cantar-. ¿Cómo no ibas a estar lleno de vida?
- Muy fácilmente. -No pudo evitar el decirlo.
Ella dio un salto, rió de alegría y corrió descalza hacia él. No parecía sentir el aumento de peso. Bueno, suprime la gravedad, pasó por su cabeza antes de que la adorada masa entrara en colisión y lo abrazara. Olía a jabón y restregado reciente, pero también a sí misma, y algo de olor a sol quedaba en los cabellos sueltos. Unos pechos oprimieron el suyo. El beso continuó.
- So, caballito -murmuró cuando subieron a respirar-. Los otros estarán aquí en seguida.
- ¿Los Otros? -Sus tonos eran tan variados, y además veía su sonrisa, así que oyó la mayúscula-. ¿Acaso nos espían a hurtadillas? Quizás aprendan algo. Quizás podamos intercambiar información técnica.
- Sabes que me refería a la tripulación, cabeza de chorlito. -Se soltó-. Las cosas ya son bastante complicadas sin que encuentren a su anciano y supuestamente respetable capitán en tus garras.
- ¿Tendrían que encontrarlo en las garras de otra persona? Y no puedes esperar que me tomen por tu tía solterona. No lo parezco.
La alegría de Dan se desvaneció.
- Y temo que haya reacciones peores que la envidia. Especialmente… Después, te lo explicaré, después. Pero mira, Pegeen, macushla', comprendo que para ti esto es una gran aventura. Pero no lo es. Es un asunto feo. Hay demasiadas posibilidades de que sea de los que se recuerdan diciendo: Muy divertido, y hubo muchos muertos… -El puño golpeó la palma-. Y tú podrías ser uno de ellos, oh, por Dios que podría suceder.
Ella, que se había puesto seria, respondió en voz baja:
- O tú. Sí. Si quieres que salte menos, haré lo posible, por ti. -El impulso volvió y envió sus dedos a recorrer la cabeza de él y la fuerte línea de su quijada, acariciando la barba naciente-. Pero ten fe, Daniel, el pesimismo no te va bien, no al luchador nato que eres.
- Soy realista, o trato de serlo. Tú vives en un universo bueno y alegre, como tú, y por eso te amo. Y alegras mucho el mío. Pero sin embargo, a la realidad le importa un bledo lo que pensamos.
Brodersen sintió que sus orejas se calentaban y oyó sus palabras saliendo a tropezones. Necesitaba alguna forma de terminar su sermón y escogió la que le pareció más fácil.
1. Queridísima, amor mío. (N. del T.)
- Deja que ponga un ejemplo. Cuando entré te sorprendí afirmando que Deméter tenía que ser… bueno… vivífero, porque es hermoso. Eso no es así. Cada planeta que he visto es hermoso en su estilo, y casi todos están muertos y lo han estado siempre. Haces que la vida parezca más importante de lo que es.
Ella pareció un poco picada.
- ¿Estás pensando que no me he encontrado con el dolor y la muerte, siendo una paramédica? Y que nunca me quedé contemplando un fósil y… -se interrumpió. Entró un tripulante.
Los demás estaban detrás de él. Brodersen estrechó manos, presentó a Caitlin a quienes no había conocido antes, ofreció cervezas o refrescos de la nevera, y finalmente los tuvo sentados en hilera delante de él, su chica muy formal en un extremo. Se sentó en la mesa de billar, balanceó las piernas y sacó la pipa y la bolsa de tabaco.
- Muy bien -comenzó en inglés, lengua que su auditorio usaba con más frecuencia que el español-. En primer lugar, dejadme deciros que no sé cómo daros las gracias y que no voy a intentarlo. No debemos ser muy duros con los que decidieron no venir. Probablemente no hay justos ni pecadores absolutos en este asunto. Uno tiene que elegir, y quizás a la hora de la verdad desearemos haber elegido otra cosa. Yo creo que no. Pero, pase lo que pase, que acabe cantando en falsete en el harén del Gran Khan si algún día olvido vuestra lealtad.
No es simple lealtad, pensó. Son demasiado inteligentes y libres para seguir a otro hombre como perros. No los hubiera contratado si no fueran lo que son. Pero ¿qué son? ¿Lo saben ellos? Arriesgar el pellejo contra una estrella hostil no es lo mismo que arriesgar el honor contra un gobierno legalmente constituido. De catorce, nueve se negaron. Y supongo que, entre estos cinco, no encontraré dos razones iguales. ¿Podré imaginar cuáles son las que los impulsan? No puedo preguntarlo. Nunca sabes lo que podrías provocar. Sin embargo es una información importantísima, ¿no es verdad, hijo?(En castellano en el original.)Su mirada los escudriñó.
Stefan Dozsa, primer oficial y encargado de electrónica. Desafiante, como siempre.
Philip Weisenberg, ingeniero. Tranquilo y vigilante.
Martti Leino, ingeniero ayudante. Mirando furioso de Caitlin a Brodersen, alternativamente.
Susanne Granville, conexión de computadora. Seria, inclinada hacia adelante en su asiento, los ojos fijos en el capitán.
Sergei Nicolaievitch Zarubayev, artillero y piloto principal. Su expresión, habitualmente seria, se había iluminado cuando Caitlin le dio un enérgico beso de saludo; eran viejos amigos.
¡No des más vueltas! ¡Levanta las velas!
- Mi mujer os ha explicado en qué clase de lío nos encontramos -prosiguió Brodersen-, pero, dadas las circunstancias… comunicación escrita y charla falsa, ¿no?… probablemente no pudo entrar en detalles. Hablaré acerca del tema tanto y tan detalladamente como queráis, ahora que estáis todos o después, individualmente. Pero por ahora, permitidme que haga un resumen.
Marcó los puntos con sus gruesos dedos.
- El robot observador que estaba en el pórtico y que todos conocéis informó de lo que juro fue la vuelta de la Emissary. Fue escoltada al Sistema Solar… ¿adonde si no?… y no se supo nada más desde entonces. Algunos de vosotros, que estabais cerca, me oísteis gruñir mis sospechas. Después, algunas investigaciones elementales las confirmaron. Cuando me enfrenté con la gobernadora intentó hacerme tragar una historia absurda, condimentada con insinuaciones acerca de cosas horribles que se arrastraban por la galaxia, y terminó por ponerme bajo arresto domiciliario y colocarle una mordaza a Lis. Bueno, me marché y aquí estamos.
»Esto no es exactamente lo que habíais previsto cuando os presentasteis voluntarios para tripular la Chinook y os quedasteis en vuestros trabajos habituales, esperando que os llamara para tener la oportunidad de viajar a las estrellas. Mi enhorabuena a vuestros cerebros. Habéis visto anticipadamente el camino que tendremos que recorrer y habéis entendido que si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará.
«Supongo que Lis os explicó lo que sospecho. No ha sido el conjunto del gobierno de la Unión el que ha actuado, sino una facción interna. Con la publicidad bastará para quitar de en medio a los conspiradores, si no les damos tiempo para acorazar sus defensas.
»Me propongo ir a Tierra y ponerme en contacto con varias personas que conozco, sobre todo el clan Rueda. Eso lo haré bajo cuerda, para evitar que suenen ciertas alarmas. Mientras tanto, vosotros podréis pasarlo bien a bordo; oficialmente no sois más que una tripulación que lleva la Chinook a quienes la han fletado. Y quizás eso sea todo, en lo que a nosotros se refiere. Quizá mis contactos puedan hacerse cargo de todo; me gustaría que así fuera.
»Si no… bueno, mi mujer os advirtió, ¿no? No sé qué puede suceder. Jugaré mis cartas a medida que lleguen, y si hago una mala apuesta, vosotros también os quedaréis en la calle. -Agitó la pipa en dirección a los demás antes de llenar la cazoleta-. No sé si aún quedan leyes acerca de la piratería. Podrían llamarlo así.
«Escuchad, si esto es más de lo que estabais dispuestos a afrontar, hacedme el favor de decírmelo. Os licenciaré formalmente, anotaré en el libro de bitácora que protestasteis, os mantendré en las mejores condiciones posibles limitando vuestros movimientos y os dejaré en el primer lugar que sea seguro para todos ¿De acuerdo? Hablad.
Apretó el tabaco y lo encendió mientras aguardaba. El silencio se prolongó.
- No suponía que lo haríais -dijo, finalmente-. La oferta seguirá en pie mientras naveguemos pacíficamente. Cuando comience la acción, si es que llega, será demasiado tarde para renunciar. ¿Entendido?
¿Y mataré a quienes retrocedan ante el fuego enemigo… aunque sean éstos, mis amigos? Sí, tendría que hacerlo e invocar la ley del espacio en mi juicio, a menos que resulte que todo este safari surgió de una terrible equivocación mía. En ese caso, mereceré el trato que mis antepasados daban a los bandidos.
La ventilación zumbaba. El humo dio a su lengua un calmante mordisco amoroso.
- Final del discurso -terminó-. ¿Preguntas? ¿Comentarios? ¿Rechifla?
- Sí. -Martti Leino se inclinó hacia adelante, un movimiento que derramó cerveza de la jarra que sostenía. Ásperamente-: La señorita Mulryan, ¿qué… hace a bordo?
Previsible. Brodersen lo estudió antes de responder. El hermano menor de Lis no se parecía a ella sino a sus antepasados Ladogan: bajo, fuerte, chato, un rostro ligeramente asiático, con cabellos negros y ojos celestes rasgados. Su buen talante habitual había desaparecido.
- Me ocultó cuando huí -dijo Brodersen-. Sin ella, hubiese tenido que quedarme en algún lugar habitado y podría haber sido reconocido. Principalmente, será nuestro oficial médico.
- ¿Ella? -El tono era despectivo.
- Trabaja en el hospital St. Enoch y está calificada para tratar cualquier cosa que nos suceda… como heridas, por ejemplo. También trabajará como contramaestre. No tendrá tiempo de aburrirse.
Leino miró con odio a Caitlin, que estaba sentada con las manos cuzadas sobre el regazo, y le lanzó una pequeña sonrisa conciliatoria.
- Sí, no dudo de que la mantendrás muy ocupada, ¿verdad? -dijo en tono cortante.
- Eh, cuidado -aconsejó Weisenberg.
Brodersen se enderezó e hizo sentir el látigo del soldado aristócrata en sus palabras:
- Ya es suficiente, señor Leino. Si tiene quejas acerca de cualquier persona, incluyendo al capitán, preséntelas formalmente. Por lo demás, demuestre a su compañera el respeto que merece.
El joven se recostó en su silla como si lo hubieran golpeado en el estómago. Lo traté con demasiada dureza, ¿no?, comprendió Brodersen. No debí hacerlo, aunque me enfadé, por Pegeen.
- Cuidado, cuidado -repitió Weisenberg-. Nada de palabras fuertes, por favor. No podemos permitirnos ese lujo. Señorita Mulryan, le doy la bienvenida.
Surgieron arrugas alrededor de su sonrisa.
- No me hacía mucha ilusión ocuparme del trabajo de contramaestre -añadió.
- Le agradezco su amabilidad, señor -susurró ella y dejó que su brillante mirada se detuviera unos segundos en él. Era de estatura mediana, delgado, de rostro nudoso; su nuez era saliente, sus ojos pequeños y castaños bajo las cejas pobladas. Tenía la costumbre de llevar un gorro escocés sobre sus cabellos blancos y cortos, y a quienes le preguntaban, decía que era el ingeniero jefe de la nave.
Yo también te lo agradezco, Phil, trató de proyectar el capitán. Probablemente no era necesario. Los Weisenberg y los Brodersen eran viejos amigos.
Susanne Granville dio unas palmadas en el hombro a Caitlin.
- Sí, bienvenida -dijo en su inglés con acento francés-. Tienes que entender que la gente del espacio siente horror ante las personas sin entrenamiento… ¿verdad, Martti? Pero tus deberes, estoy segura de que podrás aprenderlos. Por favor, pídeme ayuda si la necesitas.
Su estuvo muy bien, siendo tan fea y Pegeen tan atractiva, pasó por la mente de Brodersen. Se controló. ¿Qué diablos estoy pensando? Si es buena persona, eso es todo.
Zarubayeb levantó la mano. El artillero era un hombre grande y fuerte y tosco; tenía cabellos rubios que le llegaban a los hombros y llevaba barba, dos cosas que no estaban a la moda en Deméter, salvo en su región natal de Novy Mir. Le daban un aire a lo Tolstoy.
- ¿Y si hacemos instrucción de combate? -inquirió.
- ¿Eh? -gruñó Brodersen.
- Dijiste que tendríamos que estar preparados para luchar si íbamos a las estrellas. «Por si acaso», dijiste. Por lo tanto, llevamos armas retráctiles, como la Emissary, además de armas cortas. Ahora hablas de un posible choque. Piratería, dijiste.
- Aguarda un momento -protestó Stefan Dozsa.
- No; déjalo seguir -dijo Brodersen.
- Capitán -replicó Dozsa con su propio acento-. Estoy de acuerdo con la idea, pero no con el lenguaje. Cuando era joven aprendí que el gobierno es el enemigo natural del pueblo. Si aceptamos su semántica tendremos la mitad de la batalla perdida. No somos piratas, somos liberadores.
Caitlin se agitó. La alarma se traslucía en su voz:
- Habláis como un fanático, señor. Mi patria lo recuerda demasiado bien, demasiado bien.
Dozsa rió. Era un hombre fornido y obscuro con ojos almendrados en una cara ancha y plana.
- Entonces llamémosnos policía privada. O evangelistas. O lunáticos; posiblemente esto sea lo mejor. Pero no piratas. Los piratas esperan ganar dinero.
- Di lo tuyo, Sergei -apremió Brodersen.
- Creo que deberíamos hacer instrucción y práctica con armas cortas,-afirmó Zarubayev-. Sin duda todos pueden disparar, a bordo, pero sólo tú y yo, capitán, hemos servido en los Comandos de Paz y conocemos las técnicas de combate… combate espacial, también. Podemos enseñar. Faltan días para llegar a la máquina T, más días desde el pórtico Solar hasta Tierra y ¿quién sabe cuánto más? El tiempo necesario para hacer instrucción básica y algo de teoría.
- Bueno… hum… -Brodersen movió las caderas encima de la mesa-. No queremos problemas.
- Un poco de entrenamiento no nos hará daño -dijo Dozsa-. En este viaje, la mayoría de nosotros no tendrá mucho que hacer. Yo me alegraría de tener algo que llenara las horas en que no estoy de guardia. ¿Qué pensáis vosotros?
Echó una mirada a Leino, que seguía inmóvil.
- ¿Quizás ayudaría a unificarnos?
Comenzó una discusión. Después de aprobar la propuesta y los correspondientes detalles, surgieron otros puntos. Habían pasado más de dos horas cuando Brodersen despidió a la tripulación. Los que no estaban de guardia podrían haberse quedado en la sala de reuniones, pero ninguno lo hizo. Cuando salía, Weisenberg murmuró:
- Veré qué puedo hacer con Martti, Dan, pero en realidad es cosa tuya, ¿no?
- ¡Uf! -dijo Brodersen cuando él y Caitlin quedaron solos.
Ella le cogió las dos manos.
- Pobre querido. Seguro que no es muy divertido ser capitán, por cierto.
El levantó un ángulo de su boca.
- Y tú descubrirás que ser contramaestre no es exactamente gracioso, reina. El trabajo incluye más que cocinar y ser camarero, aunque eso ya es bastante. Distribuyes, te ocupas del inventario, te fijas en que la estiba esté equilibrada… Será mejor que empiece a enseñarte ya.
Ella se acercó.
- ¿La prisa es tan absoluta? -insinuó.
- Desgraciadamente, sí -respondió él.
Ella suspiró.
- Bien. Más tarde. -Haciendo un gesto hacia la pantalla de visión más cercana-: Allá fuera siempre es más tarde mientras vivimos, ¿no es cierto, corazón?
El no respondió; estaba demasiado absorto contemplándola enmarcada por las estrellas.
13
Yo era un gran salmón orgulloso, pero no tenía palabras para grandeza u orgullo; yo era ellas. Mis flancos tenían el azul del acero y mi vientre el blanco de la plata, pero todo lo que sabía de metal era un anzuelo que había mordido y del que me había liberado desgarrando mi carne. Era uno con el agua y siempre lo había sido. Cuando salí del huevo, ondulaba y susurraba alrededor de mí mientras me refugiaba entre guijarros, mientras la sombra de un lucio se deslizaba por los amarillos fragmentos de sol. Después fluyó, burbujeó, acarició, envolvió, cuando me lancé río abajo hacia el mar. Cuando se volvió salada hizo brotar a la vida un conocimiento que había tenido en el huevo y salté de júbilo, hacia arriba, a través de una catarata de luz donde el aire ponía un filo en mis agallas. Luego, durante años fuera del tiempo, rondé por el mar, perseguí, me apoderé, hundí dientes en dulzuras que se debatían y me regocijé.
Pero finalmente llegó una fragancia anhelante y giré, poderoso, hacia el hogar.
Eramos muchos, éramos muchos, afrontando un río que rugía contra nosotros mientras cobraba vida con el brillo de nuestros cuerpos. Ahora nosotros éramos presas, moríamos y moríamos, pero seguramente cada muerte participaba del mismo júbilo que tenían los vivientes. Yo gané el pasaje. La vida que había en mi interior clamaba a voces.
Bajo la paz de una charca en las tierras altas, fabriqué con mi cola, entre los guijarros que una vez me habían albergado, un lugar para mis hijos. No entendía que eso era lo que serían -los hubiese devorado, de haberlos encontrado- pero aun así, los amaba. Y luego me buscó, él. Pronto estuve listo para morir. Entonces, el Convocador vino y me llevó a la Unidad. Yo era Pez.
14
Deméter disminuyó rápidamente de tamaño, de un mundo a un globo, a un contorno azul, a un punto brillante entre tantos otros. La gente entró en la rutina de sus obligaciones. Estas consistían sobre todo en montar guardia, cuando la Chinook funcionaba automáticamente como ahora, salvo en el caso del contramaestre. Mientras ella trabajaba alegremente en la cocina, preparando la primera comida del viaje que no sería sacada del depósito y calentada, Brodersen estaba en el camarote del capitán, sin más obligación que ser accesible.
La parte interna y privada del camarote era de tamaño confortable y estaba bien amueblada: una cama doble, plegada para aumentar el espacio, sillas, armario, cómoda, estanterías, mesa, pantallas para ver el exterior y el interior. Murmurando apenas, los ventiladores mantenían el aire en movimiento, fresco a pesar de su pipa; en la presente etapa de su ciclo de temperatura e ionización, tenía aroma nocturno. Los mamparos grises con bordes azules estaban vacíos de imágenes; las estanterías, de libros; toda la habitación, de objetos personales, ya que había sido imposible traer más de lo que Caitlin y él llevaban en la espalda. Sin embargo, la habitación podía cobrar vida cuando lo desearan, porque un buen porcentaje de toda la cultura de la humanidad estaba en el banco de memoria de la nave.
Brodersen sabía que le convenía dormir una siesta y seguir durmiendo durante toda la guardia nocturna, después de cenar. Había estado demasiado tiempo en acción. Si estaba demasiado tenso, no podía actuar. El tabaco por sí solo no podía luchar contra eso, y en el espacio ahorraba mucho el alcohol y la marihuana. Decidió reencontrarse con viejos conocidos. Apretando las palancas que había en los brazos de su butaca, soltó las ventosas que la mantenían fija por si había cambios en la aceleración, y la enfrentó con las terminales, volviendo a anclar las patas con su peso. Después de pedir el código de referencias y estudiarlo un momento, marcó la Quinta de Beethoven para el audio y las «Treinta y seis vistas de Fuji», de Hokusai, para el vídeo, a intervalos que podía controlar manualmente, y se instaló. Quizás, más tarde, algo de Monet o hasta un poco de Van Gogh, pensó, o quizás cuadros no, sino… m-m-m-m… ¿un poco de Kipüng? Hace años que no leo Tres soldados.
Sus gustos en materia de arte no eran más esotéricos que eso. Básicamente se consideraba un hombre sencillo, aunque no despreciaba la buena comida -la que preparaban Lis y Caitlin, como la mayoría de las mujeres atractivas- u otras sutilezas. Sus padres se habían preocupado de que tuviera una buena educación, pero su mente había sido bastante pragmática hasta que se enroló en los Comandos de Paz. Entonces, sintió el deseo de entender lo que experimentaba, alrededor de Tierra y más allá. Eso lo llevó a leer bastante historia, antropología y otras disciplinas vinculadas a éstas, cosa que lo hizo más consciente de la existencia de los grandes creadores. Su primera mujer había alentado estos intereses, y la segunda seguía haciéndolo.
- No soy un intelectual -observaba a veces-; prefiero a los pensadores.
Pero había donado una cátedra de Humanidades a la universidad de Eópolis. La especie necesitaba preservar, entender y amar su herencia… de cara a los Otros, y a todo el cosmos.
Estaba empezando a sentir que los músculos de su cuello y sus hombros se aflojaban, cuando la puerta sonó. ¡Maldita sea! ¡Al infierno! Tacos, también. El capitán nunca está tranquilo. Levantó su masa y la llevó hasta la parte externa del camarote. Era pequeña, estrictamente un despacho, salvo por la existencia de complicados enlaces electrónicos con el centro de mando. Sentado detrás de su escritorio, apretó el botón de admisión. La puerta retrocedió, permitiéndole vislumbrar el pasillo que se curvaba en este nivel, donde vivía la gente.
Martti Leino entró con paso majestuoso y, como si recordara el procedimiento planeado, se cuadró, en estilo civil.
- Solicito una entrevista privada, señor -dijo.
Oh, oh. Bueno. Sabía que iba a suceder.
- Claro -dijo Brodersen, y cerró la puerta-. Pero ¿desde cuándo mi tripulación tiene que ponerse formal conmigo, por no hablar de mi propio cuñado? Siéntate. En cualquier silla.
El joven (treinta y siete, demetrianos) obedeció rígidamente. El rojo y el blanco se perseguían por su rostro. Su respiración era entrecortada.
- Pareces el profeta Nahum con resaca -observó Brodersen-. Afloja un poco. Ya que no fumas, ¿quieres una copa?
- No.
- ¿Qué pasa?
- ¡Lo sabes bien! -Como el rostro frente a él lo observaba en silencio, Leino se obligó-: Tu… ¡tu hembra!
No ha perdido el control, no del todo, comprendió Brodersen. Mejor. No me gustaría que la llamara de un modo que no me dejara elección.
Sorbió el sabor amargo de su pipa mientras elegía palabras. Mantuvo la voz baja.
- ¿Te refieres a la señorita Mulryan? Para tu información, no es la hembra de nadie más que de sí misma. Si piensas de otro modo, trata de empujarla en cualquier dirección que ella no haya elegido antes.
- ¡Está viviendo contigo… abiertamente!
- Eso sólo nos importa a nosotros.
- ¡Y a Lis, hijo de perra! -gritó Leino. Se incorporó a medias, con los puños apretados, volvió a sentarse y apretó las mandíbulas.
- Claro. Al decir «nosotros» quería decir «nosotros». Ella lo sabe y no le importa.
- ¿O es demasiado orgullosa y leal para decir lo que siente? La conozco desde hace más tiempo que tú y la conozco mejor, Daniel Brodersen.
Más tiempo, sí, pensó el capitán. ¿Mejor? Podría ser. Aunque la familia en la granja bajo Trollberg era larga, siete hijos. Lis la mayor, Martti el quinto, el enorme desierto que los rodeaba, el trabajo, el placer y los descubrimientos compartidos -y a veces también el peligro- los había unido estrechamente. Por alguna profunda razón, el vinculo entre estos dos había sido siempre particularmente fuerte. Cuando él llegó a Eópo-lis, para estudiar ingeniería nuclear, ella estaba recién divorciada y compartían un apartamento. Ella empezó a trabajar en Chehalis, se volvió cada vez más valiosa -y atractiva- para su jefe, y rehusó amistosamente sus proposiciones, lo que no era corriente, hasta que, finalmente, se casó con ella. Ella quiso que su hermano fuera el padrino en la modesta ceremonia.
- Permite que te recuerde que hace casi diez años que soy su marido -dijo Brodersen, aún de buen modo-. ¿No supones que eso me permite entenderla mejor que tú?
- Diez años… siete de Tierra… ¿No hay un dicho en Tierra acerca de la picazón del séptimo año? -La sonrisa de Leino era provocativa.
- ¿Estás insinuando una aventura casual? -Brodersen controló su ira. Dentro de sí se agitaba la sardónica confesión de que había tenido varias. No tenía por qué decirlo en voz alta. Se inclinó hacia adelante, los brazos en el escritorio, la pipa en la mano derecha, apuntada a su visitante, y la agitó.
«Martti -dijo-. Escucha. Escucha bien. Evidentemente no te has encontrado con el hecho de que se puede amar a más de una persona a la vez. Apostaría a que te sucederá, pero eso no interesa ahora. Lo que importa entre nosotros dos es esto: Tu hermana aprueba esta relación. Ella y Caitlin Mulryan son íntimas amigas. Exagero un poco, pero seguramente porque los tres no hemos tenido suficientes oportunidades de estar juntos. Seguramente son buenas amigas, y serán aún mejores. Si no crees en mi palabra, te autorizo a preguntárselo a ella cuando volvamos. ¿De acuerdo? Leino tragó saliva. -No. Mentiría valerosamente -siguió en el dialecto de su tierra- para proteger a aquel a quien dio su palabra, para ocultar sus heridas a mis ojos.
Brodersen lo miró de frente.
- Tú me conoces bastante. ¿Crees seriamente que soy la clase de persona que hiere deliberadamente a su mujer?
Leino se mordió el labio. Está tratando de ser justo, pensó Brodersen. Está recordando.
Después de licenciarse, Leino también había empezado a trabajar en Chehalis. En todo caso, era nepotismo al revés, ya que los profesionales calificados siempre escaseaban en Deméter. El único favoritismo que había demostrado Brodersen había consistido en asignarlo a unos pocos proyectos espaciales… exploración, prospección, establecimiento de minas en un asteroide y un cometa… proyectos en los que él, Brodersen, lo acompañó. No lo hubiera hecho si Leino no fuera competente. Los humanos establecen relaciones muy estrechas en esas circunstancias,
El capitán trató de consolidar su ventaja.
- Ni Lis ni yo sentimos esto como una traición. Usa tu imaginación. Hay un millón de formas diferentes de traicionar que puede poner en práctica un cónyuge monógamo, y la mayoría lo hace. Pequeñas crueldades. Negligencias. No aceptar tu parte del trabajo. Ciertas deshonestidades básicas. Y hay más. Tienes razón; tu hermana no aceptaría tranquilamente la traición… la verdadera traición.
»De modo que, cálmate. Recibiste una sorpresa, nada más. Ya te repondrás.
- La humillación -dijo Leino-. Exhibiendo públicamente a tu amante.
La pipa de Brodersen se estaba apagando. Se recostó, sopló hasta reavivar el fuego y formó una sonrisa.
- ¿En estos tiempos? Bueno, reconozco que Lis y yo somos excepcionales. Hacemos todo lo posible para que nuestros asuntos privados sean privados.
- ¿Vuestros asuntos? -chispeó Leino-. ¿Te gustaría que ella te hiciera lo mismo a ti?
Brodersen se encogió de hombros.
- Es adulta y libre. Y además supongo que nunca me traicionaría. De todos modos, Caitlin está a bordo a causa de una emergencia. Sin su ayuda quizás no estariamos aquí… y ninguno de nosotros, ellos o yo, ninguno de nosotros es hipócrita.
Eso, pensó, en lo que a mí se refiere, puede ser mi mayor hipocresía hasta la fecha. Bueno, un hombre totalmente sincero sería un monstruo.
La reflexión fue fugaz. Terminó cuando Leino se puso en pie de un salto, los puños cerrados, la cara contraída, y gritó:
- ¿Quieres decir, cerdo, que corromperías a Lis? Me importa un carajo lo que pueda sucederte, pero por el Dios que le dio vida, ¡manten tus manos fuera de su alma!
El instinto hizo que Brodersen respondiera:
- ¡Silencio! -con el volumen exacto-. Siéntate. Es una orden.
Los hombres del espacio aprenden pronto que todas las vidas de una nave pueden depender de la obediencia instantánea. Leino se derrumbó. Salvo por el ventilador y su jadeo, el despacho se vació de sonidos por un tiempo que Brodersen midió hasta que dijo con calma:
- Martti, hermano de Lis, escúchame. Has hablado de su orgullo. También admiras su inteligencia. Y entonces, ¿por qué supones que podría ser corrompida? Simplemente ha decidido comportarse de forma algo diferente a la que hubieses preferido tú.
»Si te preocupan su fe y su moral, ¿por qué no pusiste objeciones cuando se divorció de su primer marido? Juró serle fiel sobre una Biblia, ¿recuerdas? Es de la Sagrada República Occidental.
Leino lo miraba fijamente con la boca abierta.
- Porque sabías que a pesar de su impresionante inteligencia es un hijo de perra dominante, desconsiderado y estrecho de miras -siguió Brodersen-. Si algún día llega a la conclusión de que yo soy tan malo como él, se deshará de mí, también, y tú aplaudirás, ¿no? Me propongo hacer lo posible para que no lo haga nunca. Pero ¿qué son el divorcio y el nuevo casamiento, más que poligamia en el tiempo, en vez de en el espacio?
Dejó que su pregunta calara antes de continuar:
- No me entiendas mal. Respeto tus principios. Funcionan en el lugar de donde vienes. Son tradiciones sólidas y probadas: la familia por encima del individuo, la casa presentando un frente sólido ante el mundo… diablos, yo también crecí en medio de eso. Y no estoy diciendo que esté mal. Por lo que sé, es la verdad absoluta. Estoy diciendo que no es la única forma de vida posible. Y tú, Martti… no quiero parecer superior, sólo estoy enunciando un hecho… tú no has estado en contacto con las alternativas. Llegaste a Eópolis, que se considera cosmopolita, directamente del campo. Bueno, Eópolis no es cosmopolita. Es un montón de pueblecitos, que se desconocen entre sí, amontonados en unos pocos kilómetros cuadrados. Nunca has estado en Tierra. Lis sí. Además, siempre has trabajado mucho, a menudo en el espacio, cosa que ha limitado tus contactos humanos. Repito: no estoy diciendo que debas cambiar tu filosofía. Digo que no has tenido la oportunidad de aprender a ser tolerante… realmente tolerante, cuando realmente importa, acerca de cosas que afectan a las personas que quieres. Inténtalo, amigo mío.
- La ley de Dios… -murmuró Leino.
Brodersen, que era agnóstico desde la pubertad, se encogió nuevamente de hombros.
- No te preocupes por Dios. Primero, tratemos de entendernos con los Otros. -Volvió al ataque-. Aunque nunca te he espiado, pocas veces vi que te levantaras para ir a la iglesia después de una partida de póquer nocturna, o cualquier cosa así. Y te he oído jactarte un poco acerca de lo que has hecho con las damas, y te he visto rondando a una o dos de mala reputación. Por no hablar de las bacanales anuales de tu zona natal.
Leino se sonrojó.
- Todavía soy soltero.
- Y, por supuesto, supones que te casarás con una virgen. Y después, ella no sufrirá a causa de tus escapadas ocasionales, sobre todo si eres discreto. -Brodersen rió a carcajadas-. Martti, he estado bastante tiempo en las Tierras Altas. Te dije que me recordaban a mis lares. No juguemos al escondite, ¿eh?
Las palabras siguieron yendo y viniendo durante media hora. Leino se tranquilizó.
Al final, Brodersen resumió:
- De acuerdo, no lo apruebas y no supuse que lo hicieras tan de improviso, pero estás de acuerdo en que nuestra misión es demasiado importante para hacerla peligrar por una discrepancia personal, y en que Caitlin es importante para la misión. ¿Correcto?
Leino tragó saliva -estaba a punto de llorar- y asintió.
- Bueno, eso es todo lo que ella o yo podemos pedir razonablemente -dijo Brodersen-. Pero, por tu conveniencia, además de la nuestra, te voy a hacer un pequeño ruego. No es más que un ruego, ¿entiendes?
Los dedos de Leino estaban tensos y unidos en su regazo.
- Si puedes -continuó Brodersen- no la mantengas a distancia, rígido y formal. Recuerda que Lis no lo hace. Sé amable. A ella le gustaría ser amiga tuya. Y a mí me gustaría que fuerais amigos. Después de todo, te he explicado que lo nuestro no es una aventura pasajera; estoy tratando de pensar en el futuro. Dale una oportunidad y disfrutarás de su compañía. Por ejemplo, sé que te gustan las baladas. Bueno: canta baladas maravillosamente bien.
- Estoy seguro de que así es -dijo Leino.
- Descúbrelo por ti mismo -exhortó Brodersen-. Te sobrará mucho tiempo, aun cuando empecemos con la instrucción militar. El noventa por ciento del valor consiste en aguardar que sucedan las cosas, cualquier cosa. Caitlin puede animar muchísimo esa espera.
Después, a solas, meditó con su pipa y un trago de whisky que se permitió. De modo que establecemos otro compromiso absurdo que puede mantenerse durante un breve período de tiempo, para que nuestra empresa -olvidemos nuestra vida cotidiana- siga adelante. Me pregunto, me pregunto… ¿los Otros, tendrán que hacer lo mismo?
15
Si sabías exactamente dónde mirar, la máquina T brillaba como una chispita entre las estrellas… a popa, porque la Chinook había dado media vuelta y retrocedía hacia ella. Pero Susanne Granville, sin embargo, había enfocado la pantalla visora de su camarote en dirección a Febo. Aunque las lentes le quitaban luminosidad, dejándole la de una luna, de modo que la corona y la luz zodiacal brillaban como nácar, el disco todavía borraba del ojo del observador la mayoría de los soles distantes.
- Una última visión familiar -explicó a Caitlin-. El pórtico será nuevo para mí. Nunca he guiado una nave por él, salvo en simulaciones de entrenamiento. ¿Sabes?, habíamos previsto hacer varios ensayos entre aquí y Sol antes de iniciar nada nuevo.
- Pero ¿acaso eres necesaria? -preguntó Caitlin-. Me enseñaron que el esquema del pasaje es exacto, no una danza, ni siquiera un desfile o una parada, sino como una pieza de ajedrez que salta de una casilla a otra… y cualquier autopiloto puede conducir una nave de esa guisa.
- Eso es cierto casi siempre y, en efecto, el autopiloto lo hace. Pero las variaciones permisibles son muy pequeñas. Si excedes el margen de tolerancia, entras en otro pórtico. Y donde vamos entonces, sólo Dios puede decirlo, y no creo en Dios. Muy posiblemente llegamos a algún punto del espacio interestelar, ninguna máquina a mano, el vacío rodeándonos, y morimos. Ciertamente, ninguna de las sondas de Sol volvió nunca. -Susanne se estremeció apenas-. Es una regla prudente mantener a una conexión en el circuito durante el tránsito, pronta para hacerse cargo con flexibilidad y buen juicio si ocurre algo imprevisto… El té está listo. ¿Cómo lo quieres?
- Con leche, por favor. No; olvidaba que no hay leche fresca. Solo, como tú, y muchas gracias.
Caitlin dejó que su anfitriona sirviera el té en las tazas de la nave. Su mirada verde vagabundeaba.
Encontró poca cosa, fuera de la grandeza de la pantalla. Como todos los demás, Susanne había embarcado a toda prisa. Aparte del despacho anexo al camarote del capitán, los demás sólo se diferenciaban por los colores; éste era rosa y blanco. Por lo demás, sólo lo distinguía el aroma de las tazas y la tetera.
Dos ocupantes les hubiesen proporcionado un toque extra, y había sido planeado con esa posibilidad, pero lo más posible era que la conexión de la computadora siguiera en solitario. Baja, delgada, encorvada, de brazos largos y rasgos de rana, desde los que sus cabellos negros y escasos iban a reunirse en una cola de caballo, representaba más de sus veintiocho años terrestres. Una voz aguda y un quimono chillón no ayudaban. Uno tendía a concentrarse en sus ojos, que eran bellísimos: grandes, con pestañas abundantes, de un castaño brillante.
- Hubiera traído un té mejor, si hubiese podido -se disculpó-. Sé lo suficiente de cocina como para apreciar lo que preparas para nuestra mesa con las raciones habituales. Quizás, cuando tenga tiempo, me permitirás ayudarte.
- Oh, hacerlo para tan pocos no da trabajo -dijo Caitlin-. Aunque si lo que buscas es la distracción, me alegraré de tener tu compañía.
- Pensé que debíamos conocernos -propuso tímidamente Susanne. Se sentó frente a su invitada-. Este viaje puede volverse largo o peligroso.
- O las dos cosas. Y nosotras somos las dos mujeres de a bordo. Además, puedes hablarme del resto de la tripulación. Apenas he tenido oportunidad de hablar con ninguno de los hombres, salvo con Sergei Zarubayev, para otra cosa que para saludarlos o abrumarlos con preguntas técnicas. Dan me ha mantenido muy ocupada, aprendiendo mis obligaciones.
Susanne se sonrojó.
- El entiende mejor a la gente. Tiene un don para eso. Yo no soy… desenvuelta.
- Igualmente podrás darme otro punto de vista. Además, cuando estamos libres y juntos, no perdemos el tiempo con informes.
La sonrisa de Caitlin se desvaneció cuando Susanne se sonrojó más aún y bebió haciendo ruido. Acercándose, dio unas palmaditas en la rodilla a su anfitriona.
- Lo siento. Disculpa mi lengua. Trataré de no ser tan desvergonzada. Es que soy muy feliz.
- El y tú… estáis enamorados, ¿no? -Las palabras apenas se oían.
- Sí. Ruiseñores, rosas y whisky añejo. Pero no temas por su matrimonio. Nunca le haría daño, porque él también la ama y ella a él, y es una dama maravillosa.
Susanne miró la taza, el sol y la taza de nuevo.
- ¿Dónde os conocisteis?
- Los dioses quisieron que fuera a través de Lis. Sin duda sabes que trabaja en el teatro Apolo, organizando, reuniendo fondos, calmando susceptibilidades… Bueno, yo he actuado allí, varias veces, en papeles secundarios, o cantando unas canciones. Lis organizó una fiesta en su casa para los actores… ¿Nunca me viste actuar?
Susanne meneó la cabeza.
- No salgo mucho.
Caitlin habló en un tono más suave:
- Dicen que las conexiones tienen intereses más elevados que las personas corrientes.
- No; sólo diferentes, y sólo cuando estamos conectados. Sueltos, somos como todos los demás. -Susanne levantó la palma de la mano y enfrentó la mirada de la otra-. La verdad es que los años de duro entrenamiento, el trabajo lui-méme, tienen una influencia. Con frecuencia, es cierto lo que se dice de nosotros, somos introvertidos. La profesión atrae al tipo.
Trató de reír.
- Pero hay excepciones. Una minoría es normal.
- Yo no te llamaría otra cosa, creo -la tranquilizó Caitlin-. Tímida quizás, lo cual me parece un atractivo, a mí que soy una descarada. Tu acento en inglés también es bonito. ¿Eres del sur de Francia?
- No. Mis padres sí. Yo nací en Eópolis. ¿Conoces La Quincaillerie, la gran ferretería de la avenida Tonari? Es de ellos. Bueno, yo era hija única y poco sociable, y todos sus amigos eran franceses, así que… -Habiendo dejado su taza en una mesita, Susanne extendió los brazos.
- Dan me dijo que venías de Tierra.
- Ha visto mi curriculum vitae, pero por supuesto, mi infancia… ¿por qué iba a recordarla? Mis padres me enviaron allá a estudiar cuando tenía… dieciséis… terrestres… y los tests mostraron que tenía talento. En Deméter no puedes estudiar para ser conexión. Vivía con mis tíos, y después de licenciarme trabajé con una firma en Burdeos, pero cuando pasaron seis años sentí nostalgia y volví. Pronto me contrató el capitán Brodersen.
Hubo un silencio, largo e incómodo. Caitlin lo rompió.
- Mi turno, si te interesa. (La computadora asintió, deseosa de enterarse.) Aunque tengo menos que decir que tú. Nací en Baile Atha Cliath… Dublín, dirías tú. Como mi padre era un médico próspero, podía enviar a sus hijos de vacaciones a lugares famosos, como tu zona, Susanne. Pero en general yo prefería recorrer los caminos de Eire; supongo que era una chica rebelde, que se sentía cada vez más encerrada hasta que a los diecinueve terrestres pedí autorización para emigrar. La cuota irlandesa estaba casi vacía… tuvimos que volver a llenar nuestra tierra después de los Conflictos… y me aceptaron. Y he estado en Deméter desde entonces. -Suspiró-. Pero cómo suspiro por volver a andar por mis verdes tierras una vez más y besar a mis padres. Pese a nuestras diferencias y a los disgustos que les di, sus cartas han sido melancólicas.
- Estoy sorprendida de que hayas conservado tu patois todos estos años.
- Bueno, nuestro primer lenguaje es el gaélico, ¿sabes?, y además tenemos el hábito de tratar de conservar nuestra identidad dentro del cantón de las Islas, y encima de eso Europa, y encima de eso la Unión Mundial. -Caitlin cambió su entonación-. Puedo hablar inglés de Eópolis cuando quiero. O británico, o escocés, o yanqui del este, o sureño… Si coleccionas baladas, aprendes.
- ¿Vives en Eópolis?
- Sí, en una cabaña junto al río en la ribera Anyway, junto a un perro mestizo, un par de ratones blancos, un tanque de mariposas arco iris, una gata vieja y cachonda y un número variable de gatitos. Y trabajo como paramédico. Cuando no estoy vagabundeando por cualquier parte. Y ya basta de hablar de mí, seguramente… ¿Por qué me miras así, Susanne?
- La ribera Anyway es un barrio malo -murmuró la conexión.
Caitlin rió.
- Es un distrito políglota, barato, disoluto y divertido, pero no es malo si haces amigos y no pierdes la calma. Lo que queda de mi virtud ha corrido más peligro en la sala de enfermeras de St. Enoch o en residencias a la moda de la colina de Anvil que en la ribera.
- ¿Dices que viajas por el planeta?
- Sí.
- ¿Quién cuida de tus animalitos cuando te marchas?
- Un viejo granuja a quien llaman Matt Fry. Ni yo ni nadie sabremos nunca cómo consiguó meterse en una nave de transporte. Nunca narra dos veces la misma historia y no tenía ninguna calificación especial para justificar su peso, salvo que es el pícaro más encantador desde Falstaff. Yo, por lo menos, podía prometer que me calificaría en medicina, porque mi papá había dado un buen punto de partida a su niña. Bueno, Matt es bondadoso y comprensivo con los animales, y mantiene la casa limpia y a salvo, y sólo pide dormir allí, más las botellas que dejo detrás de mí, y ninguna suele estar llena. -Caitlin meneó la cabeza-. Ojalá pudiera albergarlo todo el año, pero ninguno de los dos tendría intimidad y, claro, mis amigos masculinos…
Se detuvo.
- Oh, mi mala sombra. He vuelto a turbarte. ¿Podrás perdonarme?
- No, no, no -tartamudeó Susanne entre sonrojos-.
No me has ofendido. Creía que… tú y Daniel… no, como tú dices, la intimidad… allons', cambiemos de tema, ¿eh?
- Será mejor -asintió sobriamente Caitlin-. Tengo la lengua demasiado suelta. Un defecto irlandés, como la bebida. Dan siempre me está diciendo que la controle.
- Hablar y beber; creo que ésos son problemas de la especie, no de algunas naciones. -Susanne habló con rapidez, alejando la conversación de los temas personales, ganando confianza a medida que lo lograba-. Eres la primera irlandesa que conozco. He leído algunas de las obras de tu pueblo, y proyectado algunos de sus dramas, y visto documentales… Quizá durante el viaje puedas enseñarme tu tierra.
- A fe mía que me encantaría.
- Y después yo te llevaré a la Provenza. Y más, si tenemos tiempo. Pero primero iremos a Irlanda, por tus padres.
- Magnífico. ¿Qué prefieres, una ciudad moderna… me dicen que Dublín está estupenda… o monumentos históricos y paisajes solitarios y encantadores? Tendremos que elegir una cosa o la otra.
- El campo. Las ciudades de Tierra son demasiado parecidas. Pero cada paisaje campestre es único.
- En nuestro campo llueve -advirtió Caitlin-, y llovizna, y llueve, y hay niebla, y llueve y puede nevar un poco. Ya no recuerdo en qué estación está ahora.
- Cela ne fait ríen2. Igual me gustaría verlo. Nuestra campagne francesa está demasiado civilizada ahora: agrodominios, parques, comunidades, y en medio algunos lugares que se conservan típicos para los turistas. Caitlin sonrió tristemente.-Entonces date prisa en ir a Irlanda que, por lo que oigo, está siguiendo el mismo camino. Me alegro de haberla conocido salvaje y de que Deméter seguirá siendo lo que es mientras yo viva. -Tarareó un par de compases de una canción.
- ¿Qué era eso? -preguntó Susanne.
- Oh, se dice que es una antigua canción de cuna. Yo
Ande.
Da lo mismo. 3. Campiña. (Notas del traductor.)
le escribí una letra cuando mi madre me escribió desde Lahinch, donde estaba pasando sus vacaciones.
- ¿La letra? ¿La cantarías?
- ¿Cuándo se ha negado un bardo? -Caitlin rió-. Es misericordiosamente corta.
Atraer a los turistas Como si esto fuera la luna; Atraer a los turistas Cobrándoles una fortuna Para cantarles canciones Sobre la piedra de Blarney, Eso es Irlanda, señores.
Y a partir de eso, las dos estuvieron mucho más animadas.
16
Cuando la Chinook estuvo aproximadamente a un millón de kilómetros de la máquina T, la nave de vigilancia Bohr estableció contacto láser. La notificación de su partida hacia Sol ya había llegado allí. Sólo quedaban un par de formalidades y el envío de un pequeño «pez piloto» automático que advertiría a la guardia en el otro lado del pórtico que una nave estaba pasando y que había que poner en práctica las habituales medidas de precaución. Estos trámites se completaron mientras la Chinook maniobraba para acercarse a la primera baliza.
Esta no era la más exterior. El sendero que recorrería rodeaba siete globos brillantes. No era similar al sendero que llegaba a Febo desde la máquina Solar, que incluía diez balizas. Muchas mentes habían especulado acerca de las razones de esas diferencias. Posiblemente, los viajeros extragalácticos habían encontrado algunas respuestas.
Estaba solo, en el centro de mando. Existían probabilidades abrumadoras de que no fuese más que un simple pasajero durante el tránsito. Los sistemas cibernéticos se ocuparían de todo. Si fallaban, o parecían a punto de fallar, Su Granville en el computador, Phil Weisenberg y Martti Leino en la sala de máquinas -dirigidos por ella- se harían cargo de todo. Sin embargo, se sentía obligado a estar en su puesto, y sin Pegeen que podría distraerlo, aunque a los dos les hubiera gustado pasar estas horas juntos. Brodersen nunca se cansaba de observar. Visualmente, la aproximación a un pórtico era menos espectacular que muchas cosas en el espacio. Pero pensaría en el significado de lo que veía, y trataría de asimilar la idea de la existencia de seres que habían creado aquello, y sentiría que su alma se ahogaba y después subía vertiginosamente, llena de temor reverencial.
Cada pasaje era ligeramente distinto del anterior, ya que las balizas modificaban continuamente su configuración para adaptarse al movimiento de las estrellas por la galaxia (y quién sabe a qué otros aspectos proteicos del universo). Los cambios eran demasiado pequeños para que los sentidos los notaran en menos de décadas, eran fácilmente compensables y, en cualquier caso, había un cierto nivel de tolerancia. Si se desviaban unos pocos kilómetros de su camino, seguirían llegando al lugar previsto, aunque el momento y la posición exactos de su aparición no serían estrictamente los mismos. Aun así, las leyes del espacio prescribirían un recorrido muy lento del sendero, con un amplio margen de error.
Después de todo, un error grave podía arrojarte a lo desconocido. Asumiendo que un tránsito completo incluía dos o más balizas, siete significaban 5.913 destinos posibles. (Las sondas robot habían verificado esta suposición, partiendo desde aquí y desde el Sistema Solar. Ninguna había vuelto.) Además, había un número infinito de senderos que no iban directamente de baliza en baliza, cada uno de los cuales también te llevaba a algún lado. (Las sondas robot también habían verificado eso, hasta que las autoridades decidieron que habían perdido demasiadas.)
Brodersen sabía que un sendero en particular lo llevaría dondequiera que hubiese ido la nave desconocida… y la Emissary, que había vuelto para desaparecer en otra clase de trampa. Como el resto del público, ignoraba cuál era ese sendero. (En su momento había estado de acuerdo en que era sensato mantenerlo en secreto.) Debía haber una máquina T al final del sendero. Una de las sondas humanas debían haber aparecido por allí. Pero si los desconocidos la habían visto, no tenían modo de saber quién la había enviado, ni desde dónde.
Como la mayoría de la gente, Brodersen daba por sentado que muchos, quizás todos los recorridos de baliza en baliza llevaban a otras máquinas T. El problema era, una vez que habías pasado, ¿cómo volvías? Vagarías ciegamente dé pórtico en pórtico, hasta que se acabaran las provisiones, a menos que encontraras una sociedad avanzada que te ayudara. La Emissary había zarpado con esa esperanza, pero la Emissary estaba segura de la existencia de esa civilización. Pero la siguiente máquina T podía ser, simplemente, un relé en un lugar vacío… Era seguro que muy pocos caminos llevaban a razas que supieran de esas cosas. El Sistema Febiano, por ejemplo, estaba vacío no ya de navegantes espaciales sino de inteligencia hasta que la Voz guió a los hombres hasta allí… Pasaron horas.
La mayor parte del tiempo, la Chinook estuvo en caída libre y él flotaba sujeto por un arnés a su silla, en la exhilarante fantasmagoría de la gravedad cero. Luego, cuando la nave llegaba a la distancia prescrita de una baliza, los giroscopios, zumbando suavemente, la hacían girar; los tubos de reacción se encendían y durante unos minutos tenía un ligero peso; luego volvía a perderlo. El silencio era vasto. Podría haber usado el intercom para hablar con Pegeen, pero toda la tripulación lo habría oído. Por otra parte, nadie tenía nada que decir, mientras las majestuosas visiones se balanceaban por las pantallas.
Una esfera que parecía tener el tamaño de Luna, verde como Irlanda, recortada contra la negrura hasta que desapareció… la máquina T en el momento de máxima aproximación, un cilindro escorzado, que medía unos pocos grados de arco, blanco, con una insinuación de brillo perlado contra las estrellas, una sensación en la espalda de cuánta masa, cuan apretada sobre sí misma estaba girando, cuan furiosamente… Una esfera cuyo color no estaba en el espectro visible… la Vía Láctea, las nebulosas, las galaxias detrás de nuestra galaxia… Y ahora el cielo se estaba alterando tanto que hasta él lo notaba; esta estrella brillante y aquella estrella acercándose o alejándose, finalmente revoloteando y ondulando en la obscuridad como luciérnagas, mientras la Chinook se adentraba cada vez más en ese campo que creaba el monstruo de masa que giraba monstruosamente…
El tiempo fue largo y el tiempo no existió hasta que una sirena gritó: «Atención.» El pulso de Brodersen dio un salto. Aferró los brazos de su silla. La nave giró pesadamente, se detuvo, colgó un instante. La fuerza lo aferró. La maniobra final en cualquier sendero era una fuerte aceleración directamente hacia la máquina.
No sintió el salto, ni la torsión, nada más que la caída libre cuando los motores a reacción se apagaron. En sus pantallas el mundo pareció tambalearse momentáneamente. En seguida quedó firme; era una ilusión óptica debida a la persistencia de la visión. A su alrededor no vio más que una titánica serenidad; un cilindro, achicado por la distancia hasta parecer un trocito de hilo, que no era el cilindro que había estado viendo; un disco como el de Febo pero más blanco, más fiero, que era el disco de Sol.
La Chinook había pasado.
Reasumió su capitanía.
- Aram Janigian, comandante de la nave de vigilancia Copérnico -dijo la cara que apareció en su pantalla con fuerte acento extranjero en su español-. Bienvenida, Chinook.
- Daniel Brodersen, comandante. Gracias -fue la respuesta igualmente ritual-. Todo bien a bordo.
Aunque ya era un fenómeno familiar, Brodersen volvió a sentirse impresionado por el hecho de que una nave siempre emergiera con la misma velocidad relativa a la segunda máquina T que la que tenía con respecto a la primera en el instante del salto. De alguna manera, la diferencia de energía entre las estrellas era compensada dentro de los campos de transporte… a menos que alguna ley de conservación desconocida para el hombre estuviera funcionando.
- Aquí está su actualización -dijo Janigian.
Fue directamente de computador a computador, comenzando por la hora local exacta. Una lectura mostró a Brodersen que estaba a menos de dos horas de su ETA'; 1. bastante bien. Luego llegó información acerca del viento solar, noticias de otras naves que estaban en el sistema, etc. Cuando esto estuvo hecho, Janigian transmitió personalmente ciertas informaciones selectas. Puerto Helena, de la Liga Iliádica, estaba cerrado por huelga; se le había acordado prioridad A a un cargamento de agua cometaria e hidratos de carbono que se dirigía a Luna; un asteroide del espacio interestelar que pasaba en órbita hiperbólica se acercaría mucho a Marte el 3 de febrero; hasta nuevo aviso, una esfera de un millón de kilómetros de radio alrededor de la Rueda de San Jerónimo quedaba prohibida a personas y transportes no autorizados…
Brodersen se sobresaltó, fue sostenido por su arnés y volvió a caer.
- ¿Eh? -exclamó-. ¿Y por qué?
- Un proyecto científico para el que sería perjudicial la contaminación por gases; eso me han dicho -respondió Janigian, aburrido-. ¿Qué le importa? Usted va a Tierra.
ETA: Estimated time of arrival, o sea: Hora estimada de llegada. (N. del T.)
- Esto… había pensado visitar la Rueda, ya que estoy aquí. -Brodersen mintió con rapidez-. Para recordar tiempos felices. ¿En qué consiste ese proyecto?
- No lo sé. Si quiere le transmitiré el anuncio completo a su banco. Quizá pueda obtener autorización.
- Gracias. Siga, por favor.
Una vez transmitida toda la información, intercambiadas las corteses despedidas y calculados los vectores, la Chinook se puso en marcha a una gravedad. Necesitaría entre cuatro y cinco días terrestres para rodear Sol y llegar a Tierra. Sería un viaje totalmente rutinario.
Brodersen pidió la proyección de la prohibición. Después de mirarla con odio, se quitó el arnés y se paseó entre los instrumentos, las superficies lisas y las pantallas llenas de estrellas del centro de mando. Luego, activó el intercom.
- Phil, ¿podrías venir aquí? -Una parte suya imaginó la desilusión de Caitlin, porque no le había dicho nada. Después, después… a ella y a todos. Primero necesitaba una consulta con el mejor técnico de a bordo, que era también el más antiguo de sus amigos de a bordo.
Weisenberg atravesó tranquilamente la puerta. Los pliegues de su rostro estaban flojos; pocas veces parecía excitado.
- ¿Qué pasa, Dan? -preguntó en su inglés lento. Sus padres, neochasiditas, habían ido a Deméter huyendo de la persecución en la Sagrada República Occidental.
- Lo has oído todo, ¿no? -Siguiendo la costumbre, Brodersen había puesto su conversación con Janigian en el intercom-. De acuerdo, mira este informe sobre lo de la Rueda de San Jerónimo y dime a qué huele.
Weisenberg colocó su largo cuerpo, articulación por articulación, en una silla frente a la terminal. Hubo un silencio. Brodersen sintió que brotaba sudor en su piel y lo olió.
- ¿Y bien? -dijo finalmente.
Weisenberg lo miró.
- Es bastante equívoco, ¿no? -dijo.
- ¿Equívoco? ¡Diablos! ¿Quién esperan que se tome en serio toda esa chachara acerca de cerrar durante meses un monumento nacional para una investigación tan tonta?
- Cualquiera que no esté paranoico, Dan. Las fundaciones, a veces, financian iniciativas raras, y el monumento en cuestión es monumentalmente poco importante para casi todo el mudo.
Brodersen golpeó el puño contra el mamparo, haciéndose daño.
- ¡Muy bien! ¡Estoy paranoico! Tú también. Todos nosotros. Por buenas razones. La Emissary está siendo retenida en algún lado, si ella y su tripulación no han sido destruidos. ¿No te parece que la Rueda es un lugar lógico?
Weisenberg asintió con su blanca cabeza.
- Bueno, si insistes, si. No es muy probable que una nave pasara cerca de la zona prohibida. Y si alguna lo hiciera, no tendría razones para dirigir sus antenas hacia allí, con el máximo de amplificación, e identificar una nave de tipo Reina modificado orbitando junto a la Rueda. -Largos dedos rascaron una larga barbilla-. ¿Dónde está la Rueda actualmente?
Susanne ya había terminado su guardia; si no, Brodersen no hubiese tenido más que preguntar. De modo que marcó su pregunta en el teclado. El y Weisenberg observaron la exhibición visual que acompañó a las coordenadas.
- Sí -dijo-. No lejos de la conjunción inferior con Tierra. Lo que la hace más recomendable como prisión.
Desde su silla, Weisenberg consideró al capitán, de pie a su lado.
- ¿Quieres decir que deberíamos dar media vuelta y mirar un poco? -dijo en voz baja.
- ¿Y qué hacemos si no?
- Bueno, seguimos hacia Tierra, según nuestro plan de vuelo, y alertamos a los Rueda según nuestro propio plan.
- Dudoso -gruñó Brodersen-. Les llevará tiempo buscar una excusa para enviar una nave, y ocuparse de los preparativos y el papeleo. Mientras tanto, puede pasar cualquier cosa. Seguro que Aurie Hancock va a sospechar de mí tarde o temprano… y apostaría que será temprano: es una hembra de coyote inteligente. Ahora, les llevamos ventaja. Si la Emissary está allí podemos llevar la historia a Lima… fotografías… y hasta podemos hacer una declaración por radio que hará trizas la conspiración.
- Tranquilo, tranquilo -advirtió Weisenberg-. El rodeo significará dos o tres días de viaje, como comprenderás. Supón que no vemos nada. ¿Cómo lo explicaremos cuando lleguemos a Tierra?
- Oh, escribiremos un cuento mientras vamos allá -dijo Brodersen impaciente-. Bueno, como que un meteorito nos golpeó y estropeó nuestras comunicaciones, de modo que no pudimos avisar, pero quedamos en caída libre mientras hacíamos las reparaciones. Es tan improbable como una serpiente con muletas, sí, lo admito. Pero no es totalmente imposible, y podemos falsificar los daños y, además, Aventureros puede persuadir al consejo de investigación de que lo trate como un incidente trivial.
»Oh, sin duda podemos inventar algo mejor. Tenemos varios días. -Brodersen se alejó de la terminal, recorriendo la cubierta, con las manos cogidas tras la espalda y pisando fuerte. Cada vez que pasaba frente a una pantalla visora su frente se llenaba de estrellas-.Consultaremos a los demás, por supuesto, pero estoy seguro de que estarán de acuerdo. De hecho, voy a ordenar un cambio inmediato de vectores, hacia la Rueda.
- No -dijo Weisenberg-. Aguarda un poco.
- ¿Eh? -exclamó Brodersen, deteniéndose bruscamente.
- Hasta que nos alejemos de la máquina T y la nave de vigilancia no pueda notar que nos estamos desviando -explicó el ingeniero.
Brodersen chasqueó los dedos.
- Tienes razón.
- Tú también tienes razón, chico. Tenemos que aprovechar la oportunidad. Esta puede ser la última ocasión de llegar a los Otros.
Weisenberg estaba sentado tranquilamente y no alzó la voz, pero en sus ojos apareció una luz que Baal Shem Tov hubiera reconocido.
La lluvia había llegado desde el mar apoderándose de Eópolis. Aurelia Hancock, gobernadora general de De-méter para la Unión Mundial, había abierto las dos ventanas más próximas a su escritorio para respirar la frescura. La humedad la envolvió y gratificó su olfato, junto al sonido del agua cayendo, golpeando, gorgoteando, olores a rosas mojadas y a hierba y a roble trueno. La vista, enmarcada en paneles de color dafne pálido, era gris plateada y descendía diagonalmente volviéndose de un azul negro, llegando hasta verdes obscuros y rojos. Más allá del césped y la cerca, los autos pasaban como sombras. El otro lado de la calle se desvanecía en el misterio.
Su teléfono la alejó de todo eso.
- Su llamada a la señora Leino está lista.
- Uf -se oyó gruñir. No había habido respuesta cuando había intentado hablar, una hora antes. Habiendo dejado el instrumento en «insista», había hojeado compendios de noticias y caído en una ensoñación… y ni siquiera había fumado, le recordó su paladar. Además, sus pantorrillas latían y su sacro protestaba. He estado demasiado tiempo en esta silla, comprendió. A mi edad, fabricas grasa muy pronto si no te mueves-. Conecte -dijo mientras su mente seguía divagando. Tengo que hacer más ejercicio. Jugar al tenis de nuevo, regularmente, más vale que reconozca que nunca podré hacer gimnasia todos los días, con lo aburrida que es. Pero ¿con quién juego? ¿Con Jim? Solían hacerlo, ella y su marido. Además jugábamos a otras cosas. Ahora estaba demasiado entregado a la bebida; nada desagradable, encantador como siempre, sólo se ponía muy indolente, pero estaba claro que no le interesaba curarse. Y entonces ¿con quién? La idea de sus piernas gordas y varicosas saltando por la pista ante la mirada de algún funcionario joven y obsequioso, no la atraía. Y no pensaba solicitar la colaboración de una de las socias coloniales del club, después de los desaires que les habían hecho a ella y a Jim. Y aquí llegaba Elisabet Leino a la pantalla, delgada, tostada, feliz en su hogar y sin duda en su cama, con una expresión cortésmente hostil.
- Como está, gobernadora Hancock -dijo, no preguntó-. Siento no haberla atendido antes. Estaba trabajando en el invernadero y no oí el timbre.
¿O me estabas posponiendo durante una plausible media hora? Los escuchas informan que casi siempre tardas en atender las llamadas. Aurie colocó una sonrisa en su cara.
- ¿Por qué tanta formalidad, Lis? Somos viejas enemigas en la mesa de juego. Y hemos sido aliadas en problemas cívicos.
Unos ojos ligeramente almendrados de color azul hielo se burlaron de los suyos.
- Usted sabe por qué, gobernadora Hancock.
Aurie reunió fuerzas. Sus dedos encontraron un cigarrillo.
- Como quieras. Si todavía no he logrado aclarar las cosas, no vale la pena insistir. ¿Puedo hablar con tu marido?
Sólo los labios se movieron en el rostro de Atenea.
- No.
- ¿Cómo? -Por un instante fue como si la lluvia cayera de abajo arriba.
- Está enfermo.
¡Ataca!
- ¿De veras? No creo que ningún médico haya ido a tu casa.
- ¿Sus agentes toman nota de todos los detalles que nos conciernen?
Aurie encendido el cigarrillo e inhaló su sabor acre, que desafiaba a la lluvia, mientras preparaba su respuesta.
- Señora Leino, si prefiere que le hable así, su marido debe de haberle explicado la situación. Cuando solicité su colaboración y la negó, no tuve otra alternativa que ponerlo bajo arresto domiciliario y ponerla a usted bajo vigilancia temporal.
»Desde entonces, algunas conversaciones telefónicas… sí; las estamos escuchando. Cuando haya pasado la emergencia, tendrá derecho a pedir daños y perjuicios. Mientras tanto, seguiremos escuchando. Dos conversaciones telefónicas indicaron que se estaba quedando quieto, como debía. Pero sucede que la segunda de esas llamadas llegó cuando usted salió de su casa y evadió la vigilancia de nuestros agentes.
Fue hacia los bosques, aparcó el auto, entró en los matorrales y despistó a sus seguidores, criados en la ciudad. Horas después, los escuchas registraron una conversación entre Dan Brodersen y Abner Croft. Horas más tarde, Lis Leino volvió a su auto y regresó a casa.
¿Las dos llamadas serían falsificaciones? Ira Quick me ha enviado un memorándum confidencial acerca de un sistema para realizarlas. Leino podría haber hecho que su hija recibiera una de las llamadas; la niña no necesitaba saber lo que estaba sucediendo. Y mis investigadores aún no han logrado demostrar que Abner Croft exista.
Aurie exhibió sus intenciones.
- Y ahora, querida -dijo de los dientes para afuera-, examinando unos documentos de rutina, he descubierto que la Chinook salió rumbo a Sol hace unos días. No me lo habían informado. La ley no lo requiere. Pero la Chinook es la nave preferida de Dan y el comisionado Two Eagles es un buen amigo suyo. Estoy segura de que usted me entiende. Debo hablar con Dan.
- Ya le he dicho que está enfermo -dijo Lis, abominablemente tranquila-. Necesita dormir. No pienso despertarlo.
- ¿Permitirá entonces la entrada de agentes policiales para confirmar que está ahí?
Por primera vez, el rostro de Lis se coloreó.
- De ninguna manera. Consiga una orden de registro.
- Yo misma la redactaré -advirtió Aurie-, y si está ausente, usted será considerada cómplice, señora Leino.
Arrogancia.
- Proceda, señora Hancock. Consultaré a mi abogado. -La pantalla quedó en blanco.
Aurie se hundió en su butaca. Fuera, la lluvia seguía cayendo y el cielo se obscureció.
Se ha marchado, supo. De algún modo escapó, embarcó en su nave y llegó al Sistema Solar.
¿Cómo alcanzarlo? ¿O cómo reparar el daño?
Hay que informar a Ira.
Tenía que hacerlo, inmediatamente, pero durante un momento su mano sólo pudo levantar el cigarrillo, para que resecara la parte interna de sus labios, y volver a bajarlo. Ira, pensó, hermoso Ira Quick, me hiciste ver con tanta claridad que nuestro primer interés humano debe ser la justicia social, y que los Otros y su búsqueda son… ¿como el Lucifer de Milton, dijiste? Hermoso Ira Quick, haré lo que pueda por ti.
17
Un mensaje recorrió el rayo transmisor de Eópolis a un satélite de comunicaciones, que lo pasó al gran transmisor, en órbita a gran distancia de Deméter. Desde allí cruzó el espacio interplanetario hasta la máquina T, cerca de la cual lo recibió la Bohr. La primera parte era un nombre y dos direcciones en Tierra, seguidos por URGENTE OFICIAL; el resto estaba en clave. Obediente, el oficial de comunicaciones de la nave de vigilancia puso la cinta donde había sido registrado en un pez piloto que atravesó el pórtico hacia el Sistema Solar y se dirigió a la Copérnico. El oficial de ésta lo envió a otra estación relé que compartía la órbita de Tierra y esta máquina T, a noventa grados de ambas, y que lo transmitió al planeta. En esa vecindad, tuvieron lugar varias complejidades electrónicas. Después de unos milisegundos, un teléfono sonó y se iluminó en los dos despachos de Ira Quick, en Lima y Toronto. Era de noche, no había nadie y no había dejado dicho dónde se le podía localizar. (Como dato trivial, estaba disfrutando un coñac después de cenar con una bonita y ambiciosa joven estadística, cuya persona disfrutaría más tarde.) Al no obtener respuesta, los teléfonos grabaron el mensaje en un banco de grabaciones especial cuya combinación sólo conocía Quick.
Casualmente, estaba en Toronto. Había ido allí después de su reciente retorno de la Rueda, llevando consigo a su familia, ya que parecía que estaría disponible durante algún tiempo. Existía la deplorable necesidad de ocuparse del aspecto nacional de su carrera, después de haberse concentrado mucho en el internacional. Los inviernos en Norteamérica central eran peores cada año, como para refutar a los expertos que afirmaban que Tierra se estaba enfriando lentamente y entrando en una nueva edad glacial. (Enfrentarse con eso significaría un inmenso esfuerzo para el gobierno. Y sin embargo, los que estaban infatuados con los Otros permitirían que se malgastaran gente, esfuerzos y recursos incontrolados en dirección a las estrellas.)
A la mañana siguiente de esa agradable ocasión, llegó una ventisca desde las tundras y cegó la ciudad con su blancura. Los compromisos exigían que fuera a su cuartel general. Ni siquiera la hologramía tamaño natural con sonido estereofonico podía sustituir siempre el apretón de manos a un humilde elector o a la comida con uno importante. Desde el hotel podría haber ido fácilmente por el subterráneo hasta el edificio Churchill, pero primero debía ir a su casa en los suburbios a cambiarse de ropa. Había pensado alquilar una habitación en el centro para estas frecuentes contingencias, pero decidió no hacerlo. Si se sabía, podría haber chistes.
Su mujer le dio el desayuno y no le hizo preguntas. Le dio un beso grande y cariñoso antes de irse. Lo merecía. Alice McDonough no sólo era sobrina del hombre que había reunificado Canadá después de los Conflictos, y por lo tanto un nexo con inestimables conexiones políticas; era atractiva, sabía recibir, era la madre de sus tres hijos y lo quería… o, por lo menos, tenía la decencia de mantener sus peleas en privado.
Su auto se abrió camino hacia el complejo del capitolio. El viento aullaba y lo balanceaba, la nieve cubría el techo, el frío se colaba dentro, pese a la calefacción. Se sintió irracionalmente alegre cuando llegó al aparcamiento; la tormenta despertaba sus temores más primitivos. Saludando a sus empleados con la simpatía habitual, entró en su despacho personal y cambió la pantalla gigante de la vista directa del exterior a una de una playa hawaiana.
Ahora el ambiente era agradable: un escenario cálido, lleno de azul y blanco y espuma que se derramaba; sillón confortable; un escritorio ancho, sólido y lleno de aparatos; una alfombra blanda bajo sus pies, después de quitarse los zapatos; retratos autografiados de celebridades; dibujos originales, diplomas honorarios, certificados de asociación, cartas enmarcadas, cada una, un signo de estima y afecto. El trabajo que lo esperaba, aunque menos importante que el que hacía para la Unión, tenía su fascinación propia. La noche anterior, se prolongaba, estimulante, en su conciencia.
- Aaaah -murmuró, sonrió, y activó el registro del teléfono.
Se encendió una luz roja. ¿Qué diablos? Marcó la secuencia de números necesaria. La pantalla se iluminó con su nombre y la dirección de Aurelia Hancock. Su corazón dio un salto. Marcó la siguiente imagen, vio un galimatías identificado con un número y pulsó el programa de desciframiento adecuado. Apareció un inglés normal:
Querido Ira:
Rezo para que éstas no sean muy malas noticias y para que las recibas a tiempo para hacer lo que te parezca mejor. Recuerdas a Daniel Brodersen, ¿verdad? (Más números y letras. Quick podía haber solicitado el archivo de correspondencia, pero no fue necesario. Recordaba muy bien que había aprobado la sugerencia de Hancock de encerrar al alborotador.) Bueno, acabo de descubrir que huyó y va en camino hacia Tierra. (Seguían detalles hasta el silencio insolente de Elisabet Leino, y la comadreja que había contratado como abogado. No parecía práctico arrestarla, tenía demasiados amigos, pero Aurie la había amenazado con la Disposición de Poderes de Emergencia, el Decreto de Mediaciones Peligrosas y la jurisprudencia de los Finalistas, si cometía más infracciones.)
Comprobé los datos, con el pretexto de controlar las densidades de tránsito, y descubrí que la Chinook pasó por el pórtico de acuerdo con su plan de vuelo (adjunto). Tendría que estar en Tierra o muy cerca cuando recibas este mensaje.
No sé qué se propone Brodersen. Quizás él tampoco lo sepa. Pero me atrevo a apostar que tratara de comunicarse con sus ex parientes, los Rueda, y conseguir su ayuda.
Ira, querido Ira (no era su tipo de mujer, físicamente, pero había descubierto que era sensible a sus insinuantes galanteos; eso había asegurado que su indudable competencia quedara al servicio de la causa), no puedo decirte cuánto siento que haya sucedido esto, ni lo que daría por arreglarlo. Haré lo que me ordenes. Mientras tanto, me quedaré quieta. Estoy segura de que podrás manejar el problema, como lo haces siempre, pero me dan ganas de llorar cuando pienso en tanto trabajo y tantas preocupaciones. Sinceramente,
Aurelia.
Quick se enorgulleció de su reacción fría y rápida. Pidió noticias de la nave en el intercom; sus subordinados la obtendrían pronta y discretamente. Luego releyó la carta y sus suplementos con cuidado, se sentó, se acarició la barba y consideró la situación.
En primer lugar había que evitar el pánico, la agitación visible. En segundo, poner bajo fuerte vigilancia a Brodersen y a cada miembro de su pandilla desde el momento en que aterrizaran o desde este momento, si ya lo habían hecho. (¡Maldita incertidumbre! El momento en que una nave emergía del pórtico, medido en ese sitio, tenía una relación muy variable con el momento en que había entrado en el otro extremo, presumiblemente a causa de las variaciones en el sendero que seguía alrededor de la máquina T. Ninguno había llegado antes que su pez piloto, pero algunas habían aparecido casi en seguida y otras hasta tres días después.) Podía utilizar al servicio secreto norteamericano -o más bien a algunos agentes bien elegidos dentro de él- a través de los mismos canales que había utilizado para obtener cooperación en el asunto de la Emissary.
Sí, vigilar a Brodersen y ver qué había pasado, qué se podía averiguar. Pero en el momento en que cualquiera de ellos quisiera ponerse en contacto con los Rueda, apresarlo a él y a toda la pandilla. Una orden de arresto figuraba junto al mensaje de Hancock. Podrían reunirse con los prisioneros de la Rueda, para compartir su destino.
Quick se dedicó a otros asuntos. Después de una hora, lo llamó su jefe de personal. Chaveau parecía preocupado.
- Señor, acerca de la nave Chinook -dijo-. Lleva retraso y tampoco ha enviado ningún mensaje.
- ¿Qué? -Quick aferró los brazos de su butaca-. ¿Y a Control de Tránsito no le interesa eso?
- No conocía su rutina, ni a quién preguntar en el Control Astronáutico, y me llevó un rato averiguarlo. Parece que cuando una nave entra en el Sistema Solar, la nave de vigilancia envía su plan de vuelo a su destino… Tierra, en este caso… pero eso simplemente ingresa en el banco de datos. Les parece que cualquier otra cosa sería complicada e innecesaria, ya que si una nave se ve obligada a cambiar de planes siempre puede notificarlo a una de las estaciones que reciben las llamadas de emergencia.
«Bueno, esta persona que encontré buscó el registro; decía que la Chinook llegaría ayer a la órbita de Tierra. Después lo comprobó con Control de Tránsito y luego con su colega iliádico y… bueno, jefe, para abreviar, nadie sabía nada. Mi contacto está muy preocupado, pero me las arreglé para convencerla de que aguardara… sugerí una misión especial que puede haber tenido un pequeño contratiempo… de que aguardara antes de avisar a la División de Seguridad. Pero me parece que no esperará mucho.
- Muy bien -dijo Quick, con una dosis de calidez extra. Sintió que se encendía una esperanza. El accidente uno-en-un-millón, el que nunca ha sucedido aún, sucedió y los destruyó. Recuperó la calma. No.
- ¿Qué hacemos, señor? -preguntó Chaveau.
La mente de Quick se disparó. Nadie sabía por qué estaba preocupado. Para proseguir con esto con la energía necesaria, tenía que dar una razón. Ya estaba preparada.
Asumiendo su expresión más seria, dijo:
- Jacques, esto es estrictamente confidencial y quizá no tendría que decírtelo. Pero tengo confianza en ti y quiero que estés motivado. Sabes del descontento que hay en Deméter, quejas, protestas formales y peticiones, un par de tumultos. Sobre todo hombres de negocios coloniales que no quieren pagar impuestos a su madre patria y a la Unión -afirman que no obtienen casi nada a cambio-, como si ya no formaran parte de la humanidad y no estuvieran obligados a ayudar a sus hermanos más pobres… ¡No necesitas predicarte el evangelio a ti mismo, Ira Quick! Y debo admitir que unas pocas quejas son legítimas. El gobierno no se ha preocupado tanto por su bienestar como debiera. Lo que no ha recibido publicidad es el desarrollo de francos sentimientos revolucionarios, que han evolucionado desde las proclamas sediciosas a la acción. No es una mentira total. Estoy anticipándome a lo que temo sucederá algún día si las personas adecuadas no están alerta y lo controlan. Oh, sólo es una pequeña minoría, por ahora. Pero tú sabes cuánto daño pueden hacer unos pocos terroristas.
»La gobernadora Hancock me ha advertido que el capitán propietario de la Chinook puede estar mezclado en eso y puede venir hacia aquí con propósitos nada inocentes. Se comunicó conmigo, más bien que con otras personas, porque tenemos una estrecha vinculación política, ¿sabes?, y confía en que yo procederé con prudencia. Recuerda que no tiene pruebas sólidas contra ese Brodersen. Podría ser honesto. Un arresto en falso provocaría más antagonismos allá, y constituiría una violación de sus derechos.
Quick peinó su barba con los dedos.
- Pero su conducta es sospechosa, ¿verdad? -terminó-. Empecemos por averiguar dónde está.
- Será mejor que lo ponga en contacto con la Comisario Ayudante Palamas, la persona con quien hablé -dijo Chaveau.
- Sí. Mientras hablo con ella, manten listas comunicaciones con… -Quick los nombró. Unos pocos lo habían ayudado a tomar la iniciativa de secuestrar la Emissary. Otros no sabían nada de eso, pero de una u otra forma se los podía persuadir para que ejercieran su influencia en direcciones útiles, sin necesidad de dar muchos detalles. Tenían fe en él, o le debían favores, o se alegrarían de que él se los debiera. Entre todos, ejercían un considerable poder.
Su conversación con Palamas fue satisfactoria. Organizaría una investigación, en todo el Sistema si era necesario, y le informaría directamente de los resultados.
Pero después de eso, las horas fueron ratas que lo roían.
Esas inmensidades, cientos de millones de millones de kilómetros, no estaban exactamente patrulladas. Aquí y allá -en naves, lunas, asteroides, estaciones hechas por el hombre- había poderosos radares u otros instrumentos, como espectrómetros de multiplicación, sobre todo con finalidades científicas. Podían ser puestos en funcionamiento, pero no en un abrir y cerrar de ojos, sobre todo porque con frecuencia pasaban considerables fracciones de una hora entre el mensaje y la respuesta. Y después, debían explorar distancias aún más enormes, grado tras grado de arco, mientras el tiempo se desangraba.
Quick tenía una intuición acerca del paradero de la Chinook. No se había atrevido más que a sugerirlo a Palamas, insinuando que los estudios que se realizaban en la Rueda de San Jerónimo eran más importantes de lo que había indicado el gobierno y que sería terrible si una estela de iones los alteraba. Sólo podía esperar que alguien en el espacio estuviera de acuerdo con él y pudiera comprobarlo. Ciertamente, era mejor no comunicarse directamente con Troxell.
De algún modo se las arregló para completar el día, estrechar la mano humilde, dar la enhorabuena al ganador de la beca, discutir la estrategia para las próximas elecciones durante una comida que -lo notó vagamente- era excelente, enfrentarse con diversos asuntos de rutina y mantener una máscara afable estirada sobre su cara. A las diecisiete horas llamó a Alice para decirle que no volvería a casa esa noche, tampoco.
- Trabajaré hasta tarde, quizá toda la noche -explicó.
- Sí -dijo ella, inexpresiva.
Su aspecto me da pena. Soy un hombre compasivo.
- Es verdad -dijo-. Si no me crees, llámame más tarde.
- ¿Para qué? -suspiró ella.
El frunció el ceño.
- ¿Te estás deprimiendo de nuevo, cariño? Te he dicho muchísimas veces que si mi trabajo me obliga a moverme mucho, eso no significa que tengas que quedarte en casa, deprimida. Tienes que buscarte intereses, actividades…
- Me dijiste que no me asociara al club Galaxia, porque es un grupo de presión para la exploración en el espacio. Fui leal y lo hice. Ya he llegado al límite de las cosas a las que quieres que me asocie.
- Oye, no empecemos a pelear.
- Oh, no. Mi problema es que te quiero. -Su voz seguía siendo llana y cansada-. Y a los chicos. Creo que necesitan la protección que puedo darles. ¿Alguna vez te has preguntado qué clase de relaciones amorosas tendrán los Otros?
Irritado, respondió bruscamente:
- He oído cincuenta mil especulaciones acerca de todas las cosas posibles concernientes a los malditos Otros… y gente que dice haber tenido contacto con ellos, credos, chifladuras, malas canciones, peor literatura, pero nunca nada constructivo, nada que no fuera la evitación de nuestros deberes humanos.
- Buenas noches, Ira -dijo ella, y cerró el circuito.
El levantó los ojos hacia el cielorraso.
- Dios, si existes, dame fuerzas -declamó-, y si no existes, dámelas igual, ¿eh?
Los preparativos lo tranquilizaron un poco, como a un perro que da vueltas antes de acostarse sobre la hierba. Esta no era su primera vigilia aquí y el lugar estaba equipado. En teoría podía hacer todo desde su casa. En la práctica, eso requería interconexiones -por ejemplo a sistemas especiales de datos- cuya instalación sería cara y poco segura. Envió a buscar la cena, transformó el sofá en una cama, aflojó sus ropas, se instaló entre los brazos del sofá y consideró qué entretenimiento pediría a la pantalla. Quizás un libro clásico que siempre había querido leer o un espectáculo clásico que siempre había querido ver. No; estaba demasiado tenso. O un entretenimiento superficial o una afirmación, uno de esos nobles discursos de los fundadores del Partido… no; espera. ¿Por qué no un par de sus propios discursos, para estudiar su forma y tratar de mejorarlos? Estiró el brazo para coger el control de búsqueda.
Su teléfono sonó.
Saltó de la butaca, pero se obligó a recuperar la calma. Con todo, sudaba y temblaba en su interior.
- Finalmente tengo noticias -dijo Palamas. El ruido de ambiente indicaba que llamaba desde su apartamento, o lo que fuera-. Parece que han localizado la Chinook, acercándose a la Rueda desde la parte exterior.
Brodersen… ojalá su teórica alma arda por siempre en el mítico infierno; lo imaginó…
- ¿Cuál es, exactamente, su información?
Según la respuesta, las probabilidades eran elevadas. Un objeto metálico del tamaño adecuado había sido registrado en el borde de la zona prohibida. Iba hacia dentro, a una baja aceleración, o sin ninguna. Un par de días antes, un monitor del tiempo solar había registrado la estela de un motor a reacción en lo que constituía un camino apropiado. Todos los hechos indicaban que la Chinook se dirigía a las proximidades de la Rueda de San Jerónimo, usando la aceleración suficiente para rodearla y después volver a dirigirse en dirección a Sol, rodearla una vez más (para poder observar mejor) y después, presumiblemente, acelerar en dirección a Tierra, a una gravedad, y llegar con la historia que hubiese elaborado su tripulación. No; llegar con una transmisión radiofónica que miles de receptores sintonizarían en cuanto estuviera a su alcance.
- Supongo que podremos comunicarnos con ella -dijo Palamas-. Los láseres quizá no lleguen, pero si su radio está abierta, como ordenan los reglamentos, tendrían que oír una señal fuerte.
- No… quiero decir, espere. -Quick eligió las palabras-. Aprecio sus esfuerzos, señora Palamas, y no los olvidaré. Pero este asunto es más importante de lo que puedo decirle. Deberé apelar nuevamente a su paciencia.
Se inclinó hacia el receptor.
- Esto debe hacerse lo más secretamente posible -dijo-. Los medios informativos no deben siquiera sospecharlo. Básicamente, estoy invocando mis poderes ministeriales, según el Convenio de la Unión. A esa nave se le ordenará dirigirse directamente a la máquina T y volver al Sistema Febiano, manteniendo silencio radiofónico bajo las más severas penalidades si no lo cumplen.
»¿Me ha entendido, señora Palamas? Las más severas penalidades. Usted y yo tenemos una larga noche de trabajo por delante. Tengo que notificar los hechos a las personas adecuadas, consultar con ellas, hacer los arre-glos necesarios. Usted tendrá que llamar a sus superiores, indicarles que se comuniquen conmigo y dar por sentado que darán su conformidad mientras hace que las unidades espaciales pongan en práctica mis órdenes lo más pronto posible. ¿Me ha entendido bien, señora Palamas?
- Creo… creo que sí, señor ministro.
- Bien. -Quick exhibió una sonrisa tensa-. Le repito que sus servicios no serán olvidados. Ahora dediquemos unos minutos a discutir qué significa exactamente todo esto y cómo debemos actuar.
Ella era cincuentona y regordeta; durante el día un control había revelado que estaba plácidamente casada y afiliada al Partido Constitucional, pero Quick había obtenido colaboración en casos más difíciles que éste.
Su miedo comenzó a disiparse. Brodersen y compañía eran prófugos de la ley de Deméter, estaban acusados de conspirar contra el orden público. Tenía los mandatos judiciales que lo decían. Y también tenía autoridad -si lo apoyaban en los lugares adecuados- para enviarlos de vuelta por el pórtico, incomunicados y sujetos al impacto de una cabeza nuclear al menor signo de rebelión. Mientras tanto, avisaría a Aurie, para que se preparara a hacerse cargo.
Los detalles y las contingencias eran infinitos, por supuesto. Por ejemplo, no había ninguna nave cerca de la Rueda, con excepción de la Chinook y la vacía Emissary. Brodersen podía intentar algo desesperado. Por bien que fueran las cosas, Ira Quick tenía muchísimo que hacer y después muchos rastros que cubrir y explicar. Necesitaría ayuda ilimitada, sí, en el más alto nivel.
Además, esta crisis le hacía ver con claridad que él y sus aliados habían vacilado demasiado, habían sido demasiado débiles y misericordiosos acerca de las medidas definitivas con respecto a la Emissary y su tripulación. Había llegado el momento de actuar, por el bien de la humanidad.
El saberlo le provocó euforia. Quick ensayó una sonrisa de luchador. Por el cielo, Brodersen, pensó, te tengo acorralado, estoy a punto de ensillarte y montarte y quebrarte… pero ¡gracias por el desafío!
18
Cuando la orden llegó a la Chinook, la primera respuesta de su capitán fue dar otra orden:
- Apaguen las máquinas. Deceleración en cinco minutos.
Una sirena gritó su advertencia. Los tripulantes sujetaron a toda prisa los objetos sueltos y encontraron asideros para sí mismos. Mientras tanto, la aceleración disminuyó rápidamente hasta que la nave quedó en caída libre, atraída sólo por el sol, disminuido por la distancia, hacia donde se dirigía.
Caitlin salió como una flecha de su camarote hacia el despacho donde se encontraba Brodersen. Había aprendido rápida y alegremente a moverse en la ausencia de peso. Los problemas no lograban borrar de su cara y su cuerpo la alegría del vuelo. La esbelta forma cubierta por un mono entró velozmente por la puerta, rebotó en dos mamparos sucesivos con una mano y un pie, se sujetó a un barrote, se detuvo con un esfuerzo que coloreó sus mejillas y arrojó rizos bronceados sobre ellas y, flotando, se estiró hasta plantar un beso en la boca del hombre.
- Cuidado, eh, cuidado -dijo él. Su voluminoso cuerpo estaba sujeto a un sillón-. Tenemos que tomar un par de decisiones, y pronto.
Ella se puso grave.
- ¿Qué te trajo aquí?
- Esa llamada de Stef -dijo él, innecesariamente. El primer oficial, de guardia en el centro de mando, había recibido el mensaje y alertado a Brodersen en la línea privada.
- Hay truenos en tu frente. ¿Qué pasa, vida mía?
- Lo sabrás junto con los demás. -Su brazo la rozó y casi la arrastró al dirigirse a la clavija del intercom.
El temperamento fulguró. Ella trató de devolver el golpe.
- ¿Me vas a empujar como si fuera un cadáver?
- Maldición -dijo él entre cortante y suplicante-. Quizá tengamos que ir a la Rueda, y cada segundo estamos doscientos kilómetros más cerca de pasar de largo.
Instantáneamente contrita, ella no perdió tiempo pidiendo disculpas; le acarició la cabeza.
- Capitán a tripulación -declamó él-. Atención. Hemos recibido un mensaje de Tierra, radio de largo alcance, y debe de haberles dado mucho trabajo localizarnos e identificarnos. Tiene las características del gobierno. Se nos requiere en Deméter, por «graves cargos de conspiración contra el orden y la seguridad pública». Debemos ir directamente a la máquina T. No; no tan directamente. Especifican los parámetros de vuelo. No estaremos cerca de ninguna parte para hacer nuestro anuncio con el equipo transmisor que tenemos. Además, se nos prohibe hablar con nadie, salvo con una nave oficial que entrará en contacto con nosotros. Se nos advierte que las naves de vigilancia asignadas harán cumplir todo esto con «los medios más apropiados». El mandato está firmado por Ira Quick, ministro de I amp;D, e invoca nada menos que plenos poderes de emergencia.
Respiró hondo.
- En resumen, hermanos y hermanas, el enemigo ha descubierto nuestro juego antes de lo que temíamos, y nuestro destino es sumirnos en el mismo olvido en que está la Emissary, o en algo peor. ¿Qué haremos?
- ¡Jesús, María y José! -había surgido de Caitlin, antes de que se enderezara, colgando del barrote con los nudillos blancos, y lo mirara con ojos duros como esmeraldas. Por el intercom llegaba una chachara confusa.
- ¡Silencio! -gritó Brodersen.
Cuando lo obtuvo, dijo:
- Podemos obedecer, como buenos pagadores de im-puestos, o reaccionar de alguna manera. Pero la reacción tiene que comenzar en seguida, supongo. Por eso corté la aceleración. Aunque no ganamos mucho tiempo con eso. Pensad rápido.
- Tendríamos que estar todos reunidos, y no ser sólo voces para los demás -protestó Caitlin.
- Sí, pero te lo he dicho, nuestra velocidad…
- Y ya que la hemos disminuido, sí, ¿por qué no dirigirnos a esa Rueda de la infamia? Si decidimos ser mansos, después de todo, entonces no conocerán en Tierra lo que hicimos antes, ¿no creéis?
- Por Dios, puede que tengas razón. Esperad, todos. -Brodersen se restregó la barbilla mientras reflexionaba en voz alta-: Veamos… si liquidamos nuestro presente vector y aplicamos otro para la cita… sí, supongo que podríamos maniobrar dos o tres horas antes de que radares que están muy alejados de nosotros puedan notar la diferencia… la velocidad de la señal es finita, el error probable es grande… y además, el camino que se supone debemos tomar está más o menos en esa dirección… ¡Sí!
Golpeó la tapa de su escritorio; el ruido de un disparo y un violento contramovimiento de su cuerpo dentro del arnés.
- Apuesto mi huevo izquierdo contra tu virginidad, Pegeen, que podemos trazar una ruta tal hacia la Rueda que ninguno de los que están más allá de la órbita de Marte pueda decir que no nos dirigimos al camino que nos indicaron. -Su tono se acercó al rugido-. ¡Stef y Phil! Empezad a frenar. Media gravedad. Eso nos dará un par de horas de tiempo.
- ¿No sería mejor enviar un mensaje a Tierra, en seguida, diciendo que obedeceremos? -preguntó Zaru-bayev.
- Claro, claro -concedió Brodersen-. La orden especifica la forma que debe tener nuestra respuesta. Nada más que el número cero-cero-uno, dirigido a un funcionario concreto del Consejo Astronáutico, pero sin identificación nuestra. Les importa mantener el secreto, ¿eh? De acuerdo, Stef, ponió en el láser.
- Su -continuó-. ¿Entiendes de qué se trata? Antes de hacer planes, necesitamos más hechos. Enchúfate y computa si podremos llegar a la Rueda mientras desde el sistema interior parece que nos estamos dirigiendo al camino que nos indicaron. Quiero decir, ¿cuánto tiempo podemos engañarlos, razonablemente? Toma en cuenta todas las estaciones de radar que pueden estar siguiéndonos, pero no olvides calcular el aumento del disco de radar de la Rueda a causa el escudo antirradiación. ¿Puedes hacerlo?
- Sólo probabilidades. -La respuesta de Granville fue más fría de lo que esperaban quienes no la conocían bien-. No puedo garantizar nada.
- Diablos, en este universo siempre estamos jugando con probabilidades. ¿Cuánto tiempo necesitas?
- Media hora, quizá, sobre todo para encontrar los datos.
- Bueno. Si tu respuesta es positiva, empezaremos a acelerar en cualquier dirección que te parezca óptima para llegar a la Rueda sin que nos vean. Luego nos encontraremos en el salón y discutiremos. Yo creo que hay que rescatar a la gente de la Emissary. Vosotros podéis discrepar -dijo Brodersen a su tripulación-. Reunid vuestros argumentos mientras aguardáis. Pensad mucho. Rezad pidiendo ayuda, si os parece… ¡pero pensad!
Después, trató de reconstruir lo que habían dicho… no las palabras reales que estaban esparcidas en fragmentos, dichas de boca a boca, desorganizadas como lo están siempre las palabras cuando varios seres humanos tratan de razonar juntos, sino una especie de sinopsis, un intento de enmarcar los distintos estados de ánimo en que habían abandonado la reunión.
Sergei Zarubayev, práctico y glacial:
- ¿Qué opción le queda a la cabala, más que matarnos?
Stefan Dozsa, toscamente, con el puño golpeando en la rodilla:
- Y seguirán en el gobierno. Bien pueden transformarse en el gobierno. De modo que pasaremos del despotismo a la tiranía.
Philip Weisenberg, temblando con una emoción que pocas veces demostraba:
- Esto parece nuestra primera oportunidad, la primera oportunidad del hombre de hallar a los Otros. ¿Dejaremos que sea la última?
Martti Leino, furioso: -No, maldito seas, Daniel Brodersen, ¿no has metido ya a la familia de la que se supone eres responsable en suficientes problemas? -Pero después cedió, hoscamente, en parte porque era el único, en parte porque Dozsa se burló de su coraje hasta que el capitán lo frenó.
Caitlin Mulryan, fuerte y ardientemente:
- ¿Qué quiere decir eso de que debo quedarme a bordo mientras vosotros hacéis vuestra incursión? Es hora de que sepáis… -Y a ella también hubo que calmarla antes de que diera un desganado consentimiento a su táctica.
Susanne Granville, suavemente:
- ¿Por qué iba a venir, capitán, más que para seguirte?
El mismo:
- Quizá sobreestimé nuestras fuerzas al venir hacia aquí. Honestamente, pienso que no. Pero subestimé a la oposición… sobre todo, supongo, a Aurie Hancock. Pero es lógico suponer que hubiesen actuado con la misma velocidad y decisión si hubiéramos ido directamente a Tierra, y hubiésemos tenido menos capacidad de maniobra, y seguramente no tendríamos las pruebas que tenemos para demostrar que la Emissary volvió.
«Bueno, sería facilísimo enviarla a Sirio, servida por los cadáveres de su tripulación, y no mucho más difícil disponer de nosotros. No estoy diciendo que eso vaya a suceder; estoy diciendo que no me sorprendería. ¿Queréis quedaros quietos ante semejante riesgo?
»Si podemos deslizar a la banda de Langendijk fuera de esa cárcel… yo personalmente creo que es una cárcel… bueno, "Y entonces ¿qué?", preguntaréis. No lo sé, salvo que entonces dispondremos de la prueba irrefutable. Las fotografías de la Emissary que tomamos podrían ser falsificadas, pero ¿cómo podríamos falsificar a las personas? Y, sabéis, pueden haber aprendido cosas muy útiles donde sea que estuvieron.
»Por supuesto, no podemos contar con eso. He desarrollado un par de planes alternativos que me gustaría explicaros. Son estrictamente teóricos. Tendremos que ver cómo ruedan los dados. Os daréis cuenta de que ya no jugamos al póquer, sino a los dados.
»Si aceptáis mis ideas, después tendré que averiguar si existe alguna posibilidad de que tengamos suerte en la Rueda. Quizá no la haya.
Weisenberg cortó insignias de una hoja de metal, Caitlin arregló una chaqueta y Brodersen quedó vestido como un contralmirante de las fuerzas espaciales del Comando de Paz. Solo en el centro de mando, aguardó que la radio estableciera contacto.
El silencio envolvía su cabeza, y se volvía más profundo, de algún modo, a causa del bajo peso que lo mantenía en su sillón. Oyó la respiración en su nariz, sintió el cuello contra la piel. Una multitud de estrellas relucía en las pantallas, la Vía Láctea brillaba alrededor de sus senderos obscuros y el disco de Sol resplandecía faraónico entre alas luminosas. Una pantalla de alta magnificación le enseñaba su blanco, radios y borde girando lentamente, como para moler una piedra desconocida. La nave cautiva no estaba en ese campo y no ajustó el radar en dirección a ella, porque la había visto y lo había registrado. Había visto.
La protesta inicial de Leino brotó mientras aguardaba y se movió como un fantasma por su interior. ¿Tengo la razón? Ahora estoy comprometido, pero ¿tendría que haber empezado? Podría ser que Quick y su pandilla estén tratando de protegernos de algo espantoso.
¡Ja! Su ser volitivo y su ser racional respondieron simultáneamente.
Bueno, pero quizá debí quedarme en casa, dudó el fantasma. No tanto por Lis, aunque era en ella en quien pensaba Martti, sino por Barbara y Mike. Sus cuerpecitos amados vinieron a sentarse en sus rodillas; casi pudo sentir la tibieza y el perfume, el suave aroma que sólo tienen los niños pequeños. ¿Acaso Deméter no es suficiente para el curso de sus vidas? Es cierto que una apertura a la galaxia significaría toda clase de revoluciones, quizá buenas -creo eso, pero puedo equivocarme- y quizá malas, pero nada volverá a ser seguro… la clase de seguridad que su padre tendría que proporcionarles…
Se enderezó. ¡Mierda!, dijo como si fuera un exorcismo. ¿Debo volver a considerar eso? La Unión no es estable, ningún país lo es, el verdadero y seguro infierno se está preparando en Tierra y Deméter está a un salto de allí. Pero a nuestro alrededor hay un universo de novedad, nuevos hogares, nuevos conocimientos, nuevas ideas. La única cosa de que carece es de una seguridad total. Ninguna parte del universo la tiene. Sólo contiene oportunidades.
Huy, el timbre. Fin del sermón.
Marcó la aceptación. La pantalla presentó la imagen de un joven vestido de paisano pero con aspecto disciplinado. Pese a eso, su asombro era evidente. La ansiedad de Brodersen disminuyó un punto. Obviamente, en la Rueda no sabían nada de él.
- Misión especial del Comando de Paz -dijo-. Almirante Matthew Fry, comandante del transporte Chinook. -Había tomado prestado su sinónimo del casero de Caitlin. En cuanto a la nave, un nombre ficticio no era aconsejable; había demasiadas pocas astronaves de la clase Reina.
Pasaron unos tres segundos mientras las ondas luminosas llevaban su afirmación por el espacio, más el tiempo de reacción al otro lado, más el tiempo para que llegara la respuesta… once latidos del corazón. Brodersen los contó y en el fondo de su mente se alegró de que no fueran más.
- Señor, usted… perdone, señor -el joven tragó saliva-. No teníamos la menor idea de que había alguien cerca de aquí.
Lo que suponía. ¿Por qué van a tener un vigía? ¿Y por qué Quick iba a avisarles? Eso los hubiese preocupado. Y sus radares no le dirán si vamos hasta allí, porque la Rueda nos ocultará durante horas.
Temía que hubieseis oído el mensaje que nos enviaron. Pero, de nuevo, no había razón para que estuvieseis escuchando. Cualquier comunicación para la Rueda irá en un económico rayo láser, ya que su órbita se conoce con exactitud.
- No se suponía que ustedes tuvieran esa información hasta ahora -dijo Brodersen-. Comuníqueme con su jefe; circuito cerrado.
Tiempo.
- Señor, está durmiendo. ¿Puede aguardar?
Brodersen estaba alerta esperando una oportunidad así para saber algo más. Asumió su expresión de ordenancista.
- Insubordinación, ¿en? -ladró-. Diga su arma, rango y nombre.
Tiempo. Era difícil intimidar a una persona con semejante demora en la transmisión. Pero un alto oficial de los CP impresionaba, sobre todo en el espacio, donde casi tenía poderes de vida o muerte.
- ¿Cómo ha dicho, señor? Yo, sí, claro, llamaré inmediatamente al coronel Troxell.
- He preguntado su arma, rango y nombre. Dígamelos.
Tiempo. El de la Rueda palideció y dijo, desvalido:
- Servicio secreto norteamericano. Teniente Samuel Webster, señor.
De modo que ésas tenemos. Sí, Quick es norteamericano. Es lógico.
- Será mejor que aprenda a obedecer rápidamente las órdenes si no quiere que lo echen, teniente Webster. Bueno, no informaré sobre esto. Póngame con el coronel.
Tiempo.
- Sí, señor. ¡Gracias, señor!
Pasó más tiempo, minutos. Brodersen deseó que su imagen le permitiera encender su pipa.
Un hombre corpulento, con el cabello cepillado con prisas y la túnica mal puesta, apareció en la pantalla.
- Troxell al habla. -Su mirada exploraba-. ¿Almirante… esto… Fry? Bienvenido, señor. Me parece que nos ha cogido desprevenidos, pero estamos a sus órdenes.
La forma en que cerró sus labios, que significaba que había terminado de hablar, tenía una precisión militar.
- Muy bien -dijo Brodersen-. Primero, mantendrá un silencio total en las comunicaciones al exterior, salvo con esta nave. Si recibe algún mensaje comuníquemelo; yo dictaré su respuesta. Dentro de poco le explicaré las razones. Segundo, quiero aumentar mi aceleración a una gravedad, para atracar en la Rueda dentro de cinco o seis horas. ¿Es factible?
Tiempo.
- Bueno… sí…, pero… Almirante, como precaución de rutina, me gustaría ver sus órdenes.
No es inesperado.
- ¿Me transmitirá las suyas, coronel?
Tiempo.
- ¿Qué? Perdón. Tenga la bondad de explicarse.
Brodersen soltó una risita como supuso que lo haría el almirante Fry.
- Usted opera en condiciones de máxima seguridad. El servicio secreto norteamericano no es famoso por la facilidad con que facilita documentos confidenciales. El Comando de Paz tampoco. Ambos pondremos nuestros carretes Omega en su lector cuando llegue y compararemos.
Tiempo.
- ¿Tan secreta es su misión?
- Sí, porque se relaciona con la suya. Coronel, prepárese. Ha estado vigilando a los miembros de la expedición de la Emissary. ¿Está dispuesto a hacerse cargo de un cargamento de no humanos?
El efecto fue tan poderoso como Brodersen esperaba. (Si no, hubiese dado media vuelta en ese mismo momento y hubiese tratado de comunicar sus noticias a un par de naves estelares, a un par de asteroides aislados antes de que las naves de vigilancia le dieran caza… aunque las posibilidades de que eso sirviera para algo fueran pocas.) Las dudas de Troxell se desvanecieron. No habían sido fuertes desde el primer momento, ya que no tenían razones para suponer que nadie, fuera del gobierno y la tripulación de la Faraday, conociera los hechos.
Con todo, Brodersen debía proceder con cautela, aunque sacando el máximo de provecho a sus triunfos. En efecto, él, que sólo tenía dobles parejas, estaba tratando de hacer creer que tenía un póquer. Simulando conocimientos que no tenía, debía sacárselos a Troxell, fingiendo que le contaba su propia historia.
Inventó lo siguiente: después de la vuelta de la Emissary, el CP había apostado vigilancia extra en la máquina T febiana. Una nave desconocida emergió. Fue abordada y su tripulación hecha prisionera sin oponer resistencia. Habiendo fletado la bien equipada nave de exploración de Chehalis, el CP se los llevó, en custodia. Para evitar especulaciones, Fry declaró al entrar al Sistema Solar que su destino era Vesta y se dirigió a su verdadero destino disimuladamente.
Troxell le creyó. No era un tonto, pero estaba predispuesto. Brodersen lo había imaginado. Los carceleros de la Rueda -veintiuno en total, supo fingiendo un malentendido- debían de ser de ideología Accionista. Si no, Quick no los hubiese elegido, después de estudiar sus expedientes y obtener, sin duda, psicoexámenes en profundidad de voluntarios «para una tarea confidencial de la mayor importancia».
Pronto, Troxell estuvo deseoso de hablar. Necesitaba justificarse a sí mismo, después de haber estado encerrado durante tantas semanas con sus prisioneros, que eran también sus acusadores. Brodersen escuchó pacientemente, alentadoramente, todas las tesis antiestelares. Durante un minuto siguió decidido por el Consejo. Pero no. Unas pocas frases no pueden cambiar la fe de un hombre.
Mientras tanto su corazón saltaba, su piel se enfriaba y latía, su alma gritaba tras una difícil calma…, porque en el discurso había alusiones a la verdad. La tripulación de la Emissary había pasado ocho años al otro lado del pórtico. Habían perdido a tres personas. Carlos y Joelle estaban vivos. Sostenían que los extraterrestres eran amistosos y que deseaban realizar intercambios culturales. Tenían un extraterrestre consigo.
Tenían un extraterrestre consigo.
Brodersen no logró encontrar una forma segura de averiguar qué aspecto tenía la criatura. Dedujo que podía vivir en condiciones terrestres, era de un tamaño aproximadamente humano y afirmaba ser el único representante que enviaría su raza a menos que la humanidad decidiera libremente establecer relaciones…
- Y después mandaron una nave, pese a eso, ¿eh? -dijo Troxell-. ¿Pensarán que somos tontos?
- Bueno, quizá tuvieran que cambiar de idea -contemporizó Brodersen-. Hay que investigarlo, y usted tiene ahí a la única gente con experiencia.
«Además, y quizá esto sea más importante, el Consejo ha decidido que tenemos que saber mucho más acerca de ellos antes de permitir que suceda nada. Espero que al arrestar a este grupo todo quede claro y no necesitemos tomar medidas más drásticas. Usted comprenderá, coronel, que no podemos permitir una histeria generalizada. De ahí el secreto.
Tiempo.
- Sí, claro, almirante Fry; de acuerdo. Discutamos los arreglos, ¿le parece? ¿En qué precauciones ha pensado?
Poco después, la conferencia terminó.
La gravedad terrestre volvió a aparecer cuando la Chinook siguió adelante. La Rueda ya era visible! Cuando se interrumpió la comunicación externa la tripulación pudo llenar el intercom con su chachara. Brodersen sabía que tenía que organizarlos bien. La empresa sería, por lo menos muy difícil.
Se puso de pie, se desperezó, volvió a desperezarse hasta que los nudos más duros desaparecieron de sus músculos. Es mejor que me dé prisa, decidió. Oh, les daré instrucciones y los ejercitaré lo mejor posible. Pero eso no es gran cosa, no llevará más de un par de horas. Primero debemos descansar.
Primero iré con Pegeen. Podría ser nuestro último rato juntos.
19
Mediante los delicados impulsos de sus motores auxiliares, la Chinook se alineó con el centro abierto de la Rueda. Humos del color de las llamas tiñeron la noche y se disiparon. Eso hacía posible una rápida sangría del enorme potencial electrostático que la defendía de los rayos cósmicos. Cuando estuvo en buena posición, deslizándose por una trayectoria cuidadosamente controlada, un giroscopio comenzó a girar en su interior. Su casco reunió velocidad hasta que giró lentamente más rápido que la estación. En ese momento ya estaba muy próxima.
La tripulación estaba sentada y quieta, para evitar el mareo causado por las variaciones en el peso radial y la aceleración de Coriolis. Brodersen se tranquilizó escuchando la voz firme del oficial de control. La historia que había inventado justificaba la ausencia de insignias en la Chinook, aparte del número de registro y el llamativo emblema de su compañía, y también de la presencia de una torreta de cañones de energía, contrapesada por un tubo para misiles. Igualmente podían haber sospechado, en la Tierra quizá, y haber mandado una advertencia a la velocidad de la luz. Pero, evidentemente, no había sido así. Pero su corazón se arrastraba, las mandíbulas le hacían daño de tanto apretarlas y el sudor frío goteaba por sus costillas. Había pasado más de un cuarto de siglo terrestre desde su último combate.
La nave espacial se deslizó en el hangar a unos pocos metros por segundo. Estaba apenas desviada del centro. (Era mejor así. Una nave de su tamaño tenía el espacio muy justo.) Unos brazos se extendieron desde las paredes del cilindro. Unos cojinetes giratorios detuvieron la Chinook, con la proa sobresaliendo hacia adelante y la popa y los tubos direccionales hacia atrás. Sus revoluciones se volvieron idénticas a las de la Rueda en el momento en que las puertas de pasajeros y carga quedaron enfrentadas con las correspondientes de entrada. Esto hizo que la Rueda ganara momento angular, pero el cambio era minúsculo. Después de que un número suficiente de maniobras de atraque hubiese afectado la rotación de forma significativa, los motores a reacción del borde la reducirían.
Como los visitantes no tenían bultos que descargar, sólo un tubo se adelantó para permitir la salida de la tripulación. Un tanque de reserva lo llenó de aire. Cuando la presión se igualó, un sensor encendió una luz verde y emitió un «bip». Pueden pasar.
Brodersen hizo pasar una lengua de madera sobre labios arenosos. Pero, por lo demás, como antes, recuperó bruscamente la calma; estaba demasiado ocupado para estar nervioso.
- Ahora -dijo a sus hombres-. Recordad las instrucciones y las señales. Tiró un beso a Caitlin, que estaba detrás de ellos, con una metralleta en las manos. Susanne no estaba allí; conectada con su computadora y, a través de ella con toda la nave, la haría responder a cualquier orden. Las limitaciones de energía la restringirían a unas pocas acciones básicas, pero Brodersen se alegraba de disponer de ese limitado respaldo.
Caitlin tocó con los labios el caño de su arma y lo movió en dirección a él. El dio la espalda a la gloria que era ella.
- Buena suerte -deseó a sus hombres y echó a andar.
La fuerza centrífuga puso la compuerta debajo de sus pies, pero la compuerta tenía escalones. Más allá de la válvula exterior el tubo tenía más escalones, muy apretados porque estaba plegado como un acordeón en un mínimo de longitud. La luz de flúor arrojaba extrañas sombras entre los pliegues. La baja gravedad tenía su propia magia.
Al salir ascendió por una escalera fija hasta una plataforma parecida a un balcón, prevista para ayudar en la descarga de equipaje. Desde allí, una segunda escalera subía al puente, pero se detuvo y miró a su alrededor. Este era el momento en que deberían cargar o huir.
Un amplio corredor de cinco metros de altura se arqueaba, perdiéndose de vista hacia ambos lados, convexo por encima de él, cóncavo por debajo. Había puertas que daban a él, cerradas. Una escotilla daba a un radio; era un pasaje hacia el borde. El vestíbulo tenía pinturas y alfombras de colores tristes; la corriente de aire de las rejas de los ventiladores hacía ruido y tenía un ligero olor a aceite, un signo de descuido reciente.
Había hombres amontonados debajo de él. Salvo Troxell, que llevaba su túnica de uniforme y pantalones, los demás vestían monos. Cada uno llevaba una pistolera de cuero, golpeadoras, no aturdidoras. Brodersen contó. Veintiuno. Sintió algo de optimismo. Por ahora, la cosa funciona. Están aquí, todos, incluyendo a los oficiales de comunicaciones y control, los técnicos de mantenimiento, el contramaestre…
De eso había convencido al coronel. Que encerrara a sus prisioneros en el auditorio (Brodersen había averiguado dónde se encontraba), que trajera a todos sus hombres a recibir a los recién llegados y los ayudara a escoltar a los extraterrestres (que quizá pudieran usar sus capacidades extraterrestres para intentar la huida) hasta un lugar seguro.
- ¡Bienvenido, señor! -gritó Troxell en inglés. Su voz de bajo resonó un poco entre los paneles desnudos-. ¿Todo en orden?
- Sí -contestó Brodersen.
- Baje.
- Espere un minuto. Quiero un hombre que me cubra la espalda.
- ¿Eh?
- Tenemos que ser muy cautos, ¿no cree? Muy bien, Sergei.
Apareció Zarubayev, llevando una metralleta. Se reunió con su capitán de un salto. Los agentes parecían sorprendidos. Barbudo, con los cabellos largos, vestido como ellos, el ruso rompía sus esquemas.
Aquí vamos. Brodersen sacó su pistola. La metralleta de Zarubayev apuntó hacia abajo.
- ¡Que nadie se mueva! -gritó Brodersen-. ¡Manos arriba o disparamos!
- ¿Qué demonios…? -El rugido de Troxell se interrumpió cuando habló el arma de Zarubayev. La ráfaga de advertencia resonó desagradablemente contra el mamparo del fondo. Los guardianes quedaron inmóviles.
- Las manos en la cabeza -ordenó Brodersen-. ¡Rápido! Bueno, muchachos; venid.
Weisenberg y Leino se reunieron con él. Llevaban rifles automáticos y más armas en la espalda.
- Quedaos como estáis y nadie sufrirá daños -dijo Brodersen-. Pero el que haga algo raro morirá. ¿Está claro? Morirá.
Interiormente rogó que eso no sucediera. Aquellos tipos sólo hacían su trabajo. Pero había encontrado algunos como ellos, cuando llevaba realmente el uniforme de la Unión, y había ayudado a matarlos. Los compromisos de ambas partes eran irreconciliables.
Miró a derecha e izquierda. Zarubayev sonreía, como si disfrutara de la situación. Quizá era así. Weisenberg estaba tenso, su boca deformada, pero su arma no temblaba. La cara de Leino estaba húmeda y deformada, bajo su casco de pelo negro, y su respiración era agitada, pero tampoco parecía sentir miedo. Y a mí me llamaban la Mole de Piedra, recordó Brodersen.
En la escotilla estaban Dozsa y Caitlin, sus reservas, vigilando la línea de retirada. Se preguntó qué aspecto tendrían. No era un picnic llevar a cabo una operación paramilitar con aficionados. Había asignado los puestos lo más cuidadosamente posible. Zarubayev, aunque nacido en Deméter, había pasado unos años en el cuerpo interplanetario de CP antes de entrar a trabajar en Chehalis; nunca había luchado, pero había hecho mucha instrucción y maniobras. Leino, criado en el campo, era un tirador de primera. Weisenberg podía convertir cualquier herramienta en parte de su cuerpo, y un arma era una herramienta. Los tres tenían mucha experiencia en el espacio. Dozsa también, pero no con armas, y no fuera de una nave. Pegeen… Sí; hice lo que pude en el tiempo que tuve. Ahora sabremos si calculé bien.
La rabia desfiguraba la cara de Troxell.
- ¿Está loco? -gritó-. ¡Esto es piratería! Si creen que podrán salirse con la suya, hijos de perra…
- Tómelo con calma -respondió Brodersen-. Ya le he dicho que no les haremos daño a menos que nos obliguen. Oiga, nos proponemos liberar a la tripulación de la Emissary. Están detenidos por acusaciones falsas. Se han burlado de ustedes. Ira Quick es un criminal y dentro de poco será sometido a juicio.
- ¡Pruébelo! -desafió un agente.
Brodersen meneó la cabeza.
- Como le dijo Antonio a Cleopatra, no me gusta discutir. Los noticiarios darán la información. Hoy, tendrán que obedecer mis órdenes.
- Vayan hacia allá, junto a la puerta número catorce. -La señaló. Estaba bastante alejada de la entrada del radio-. Agrúpense. Quiero que este tipo los tenga en su línea de fuego.
Señaló con el pulgar a Zarubayev.
- El los vigilará mientras los demás vamos a buscar a los prisioneros. Luego, los desarmaremos y los encerraremos. Les dejaremos un taladro eléctrico, o un martillo y un escoplo o cualquier cosa que les permita liberarse en un par de horas, después de nuestra partida. ¿Entienden? No queremos hacer daño a nadie. No somos bandidos, estamos tratando de corregir un error terrible que amenaza a la Unión. Consideren que están arrestados por otros ciudadanos, obedezcan y todo irá bien. Pero repito que, si es necesario, dispararemos.
«¡Muévanse! Mantengan las manos en la cabeza. ¡Muévanse!
Se alejaron. Tuvo conciencia del ruido de los pies al arrastrarse, de jadeos, temblores y maldiciones en voz baja, de olor a sudor y miradas de odio.
- ¡Deténganse! -gritó. Y a Leino y Weisenberg-: ¡Adelante!
Ignoraron la escalerilla y saltaron, cayendo como hojas en otoño. Los siguió. El impacto fue leve en pies y rodillas. La escotilla estaba a dos saltos. Estaba abierta. Brodersen indicó a sus compañeros que entraran. Cuando desaparecieron, su mano libre aferró un pasamanos y, saltando, se dejó caer en la escalera.
Un disparo de pistola lo detuvo. Dos. Tres. Resonó en sus tímpanos. Se dio la vuelta. El grupo de agentes se estaba disolviendo como una gota de mercurio cuando cae. Los hombres se dispersaron, o se dejaron caer en la cubierta, sacaron sus pistolas y dispararon. La metralleta de Zarubayev respondió, abajo un par de cuerpos se derrumbaron, y después el ruso se tambaleó. Salía sangre de su cuello y su vientre.
Brodersen disparó sobre el enemigo. Por su cabeza pasó: Un fanático, un devoto, un héroe… Se debe de haber agachado un poco cuando dos o tres de los otros lo ocultaban…, ha sacado su arma y disparado… Sabía que seguramente no daría en el blanco, pero provocaría un tiroteo…, nunca sabré quién fue…
Oyó gritar a Troxell, vio cómo se retiraban los supervivientes cuando Dozsa llegó a la plataforma, se agachó junto a Zarubayev y roció el corredor con metal. Aullaba y rebotaba en medio del ruido de las explosiones. Troxell y sus hombres desaparecieron por la curvatura de aquel mundo en miniatura.
No continuará una batalla a tiros en estas condiciones. Las pistolas no tienen precisión aquí…, baja gravedad, vectores Coriolis, es difícil apuntar…
Había dos muertos, sus formas desprovistas de gracia, sus rasgos horribles. Tres más estaban malheridos. Uno se alejaba arrastrando las piernas, uno miraba una rodilla deshecha y gemía, uno estaba sentado contra el mamparo, aturdido. La sangre de Zarubayev goteaba desde la plataforma, lenta y escarlata, lenta y escarlata. Dozsa gruñía en el borde. Caitlin estaba a su lado ahora, con el rostro alterado, diciendo tacos ininterrumpidamente y moviendo firmemente su arma de un lado a otro.
Lo que intentará Troxell será impedirnos liberar a los prisioneros.
La parálisis de Brodersen terminó. Sólo había durado unos segundos.
- ¡Manteneos firmes! -gritó-. ¡Quedaos a cubierto! ¡Volveremos!
Y se precipitó por una corta escalera circular en dirección al ascensor.
Weisenberg y Leino estaban allí. Obviamente el ingeniero mayor había impedido que el más joven se precipitara a participar en la batalla, cosa que hubiese sido inútil, o peor. Seguían forcejeando.
- Vamos -dijo Brodersen, y pulsó el botón.
El ascensor era poco más que una plancha de acero en ángulo recto con la cremallera que la transportaba. Había tres más en la misma galería. Entre ellos había escaleras, generosamente provistas de descansos, para situaciones de emergencia. El túnel tenía unos novecientos metros de longitud. Brodersen miró cómo convergía, en perspectiva, en un término pequeño como un átomo, y se sintió ligeramente mareado.
Weisenberg se dejó caer en un banco y miró fijamente al suelo.
- Eli, Eli -murmuró-, que haya tenido que jasar esto.
Leino, de pie, aferraba el pasamanos como para romperlo y sacudía su rifle. Su habla de las Tierras Altas se oyó:
- Cayeron por sus propias obras, los cerdos.
- Todavía no hemos terminado con ellos. -La respuesta de Brodersen fue mecánica. La mayor parte de su ser aullaba yo metí a Pegeen en esto, a Pegeen-. Estoy seguro de que tratarán de cazarnos en el auditorio.
Weisenberg levantó los ojos, instantáneamente alerta.
- ¿Podrán?
- No lo sé. Tú oíste lo que pude sacarle a Troxell acerca de la distribución de este sitio. No me atreví a insistir mucho.
- Jesu Kriste -gruñó Leino-. Esta cosa se arrastra.
- Tiene que hacerlo -le dijo Weisenberg-. Cambios en la gravedad y la presión del aire. Necesitas tiempo para adaptarte. Y el que haya cogido el enemigo no irá más rápido. Y se retiraron en la dirección del giro. El auditorio está contra la dirección del giro, desde aquí. Tenemos una pequeña ventaja.
- Sí, y nosotros tres tenemos más potencia de fuego que ellos -añadió Brodersen-. Siéntate, Martti. Recupera fuerzas.
El mismo dio el ejemplo después de elegir un rifle de los que llevaba Leino, pero su mente no cooperaba. Pegeen. Lis. Barbara. Mike. Las estrellas.
Una vez, cuando era niño, durante un crucero a vela en las islas de San Juan, había padecido un dolor de oídos galopante. No podía hacer nada, más que aguantar hasta que el tímpano se rompió, aliviando el satánico dolor. Eso llevó un par de horas. Este viaje de cinco minutos le pareció más largo.
Pero, finalmente, terminó. Una puerta doble, bajo un mural fotográfico -Armstrong en Luna-; había supuesto que tendría que disparar a la cerradura, pero sólo había un pasador, una barra de acero sujeta en dos ganchos que debían haber sido soldados a toda prisa cuando él llamó desde el espacio. La quitó y abrió las puertas.
En filas de cien, las butacas enfrentaban un escenario tan vacío como ellas. Cerca, los exploradores de la Emissary se pusieron de pie, atónitos. La mayoría vestía descuidadamente y le parecieron borrosos a Brodersen mientras se acercaba, hasta que vio a Joelle… por Dios, tiene el pelo gris, está flaca, bueno, ocho años… Vio al extra-terrestre, cruce quimérico entre nutria, langosta, foca, pato, canguro, cocodrilo, marsopa, no, en realidad no, nada que tuviera nombre, nada para lo que sus ojos estuvieran preparados, una mancha marrón…
- ¡Venimos a liberaros! -gritó-. ¡Somos amigos! ¡Os sacaremos de aquí! Joelle, ¿me reconoces?
- ¡Libertad, libertad, libertad! -cantó Leino.
Un hombre alto se separó del grupo. Brodersen reconoció al capitán Langendijk. Weisenberg corrió a saludarlo. Brodersen y Joelle se detuvieron, se miraron, se tendieron las manos.
Weisenberg y Langendijk se detuvieron.
- Esto es un rescate -dijo el ingeniero, jadeante-. Estáis detenidos ilegalmente… hemos venido a poneros en libertad., hacer conocer la verdad… encontramos resistencia… quizá tengamos que luchar para volver a la nave… aquí hay armas…
- Dan -se maravilló Joelle. Sus ojos eran enormes, ébano en el rostro marfileño.
El trató de recuperar la lucidez.
- De prisa -dijo sibilante y la cogió por la muñeca. A su vez ella hizo señas al extraterrestre, que se acercó.
Un hombre se acercó.
- ¡Daniel! -exclamó-. Por todos los santos…1 -Carlos Francisco Miguel Rueda Suárez. Se estaba quedando calvo.*
1. En castellano en el original.
Una enorme rubia lo siguió. Brodersen recordó apenas su nombre, Frieda von Moltke. El resto dudó, desconcertado. Brodersen comenzó a retroceder. Mejor no quedar bloqueados.
- De prisa, de prisa -gritó. Cuando estuvieran al otro lado de las puertas, Weisenberg y Leino podrían repartir las armas que llevaban. Después de eso, que Troxell tuviera cuidado. Los dos ingenieros estaban junto a Brodersen, gritando, haciendo señas. Langendijk los apremiaba, pero no eran soldados, ni estaban ligados emocionalmente a estos salvajes invasores. Los clamores y las armas despertaron el instinto de ocultarse. Necesitaban unos minutos para entender la situación.
Brodersen volvió al corredor. Su mano derecha sujetaba el rifle, la izquierda a Joelle. El extraterrestre los seguía de cerca. Leino venía tras ellos. Weisenberg se detuvo en la puerta para dar prisa a los retrasados, y Von Moltke aprovechó la oportunidad para coger una metralleta de las que llevaba en la espalda. Rueda Suárez la imitó.
Por la curva de la cubierta llegaron Troxell y sus hombres. La primera fila llevaba un par de mesas grandes cogidas por las patas, con la parte superior mirando hacia adelante… escudos.
Después, Brodersen nunca pudo recordar con exactitud lo sucedido. Se inició una nueva batalla. El y los suyos retrocedieron hasta el vestíbulo; zigzaguearon, se arrodillaron, se tiraron al suelo, corrieron un poco más, siguieron disparando y, de algún modo, ninguno fue alcanzado. De alguna manera, el enemigo había desaparecido cuando llegaron al próximo radio.
Supuso que su fuego había sido demasiado fuerte, y no había permitido que las pistolas fuesen eficaces. O los agentes se habían quedado sin municiones. O las dos cosas. Troxell habría dejado unos cuantos hombres para mantener atrapados a los tripulantes de la Emissary que no se habían movido inmediatamente. Volver al auditorio sería un suicidio.
Joelle sacudió a Brodersen, haciéndole recuperar la conciencia.
- Oye, Dan, tenemos que ir hasta uno de los depósitos. Fidelio… el betano… el extraterrestre, no puede comer nuestros alimentos. Tenemos provisiones para él.
- ¿En? -dijo-. No. Demasiado arriesgado.
- No, si nos damos prisa -dijo rápidamente Rueda-. ¡Por Dios, Daniel, Fidelio es nuestro vínculo con toda su raza!
- De acuerdo -dijo Brodersen-. Guíanos. A toda prisa.
El depósito de víveres no estaba muy lejos ni estaba cerrado con llave, y las raciones estaban acondicionadas para un fácil transporte, secas y congeladas, aparentemente. Con su carga, el grupo buscó el siguiente túnel, se amontonó en el ascensor y se dirigió al centro.
Casi no hablaron en el camino. Estaban atontados. Brodersen contó: él, Joelle, el extraterrestre, Weisenberg, Rueda, Leino, Von Moltke. Cuatro salvados. Bueno, era mucho, si podían prestar declaración en Tierra. Si no, él se transformaría en una nota al pie de la historia, un desesperado que se hizo matar en una incursión que intentó con algún obscuro propósito.
El ascensor terminó su recorrido. Corrieron por una galería curva. Allí estaba la plataforma. Allí estaban Pegeen, Dozsa, Pegeen, Pegeen. Ella gritó alegremente. Brodersen no vio a Zarubayev, que debía de haber sido llevado a la nave. Ella podría haberlo hecho, en esta gravedad reducida. ¿Vivía? La pregunta debía aguardar su turno. Troxell idearía algo pronto. Sería mejor marcharse antes.
El grupo de Brodersen subió velozmente la escalerilla y se metió en la nave, seguido por él. Fue hasta el intercom más cercano.
- ¡Su, vamonos de aquí, rápido! -dijo con voz ronca.
Las válvulas se cerraron. La máquina despertó. A baja aceleración la Chinook se retiró de la maquinaria que la rodeaba y volvió al espacio abierto.
Unos dedos tiraron de la manga de Brodersen. Miró y vio a Von Moltke.
- Por favor, capitán -dijo ella con acento ronco-, he oído que su artillero está herido. He oído también que su armamento es como el de la Emissary.
- Sí -dijo, atontado por el cansancio-. Sí; así es.
- Yo era artillera en la Emissary -le recordó ella-. Puedo a justar los detalles con sus ingenieros. Déjeme destruir los platos de transmisión de la Rueda y la nave. Mejor incapacitar la nave, también. Entonces no podrán avisar a Tierra sobre nosotros. Y cuando él vaciló:
- Dudo de que hayan llamado, pero lo harán pronto, a menos que lo impidamos. Si lo impedimos, no sufrirán daños. Tendrán que quedarse quietos hasta que alguien se preocupe y mande una nave rápida a comprobar. Mientras, usted llevará a cabo su plan. ¿Correcto?
- De acuerdo -dijo él-. Coordínelo con Phil, el jefe de ingenieros Weisenberg y con nuestra conexión, Granville.
Mientras, sólo deseaba a Caitlin.
Minutos más tarde, un rayo de energía hizo enmudecer la Rueda de San Jerónimo. No causó más daños, pero un misil transformó a la Emissary en un montón de chatarra. Eso dolió.
Dos delitos más, pensó Brodersen. Será mejor que preparemos un alegato estupendo para merecer el perdón oficial.
No. Por encima de eso, antes, dormir. Apenas pudo poner todo en orden y encaminar la nave por la ruta que le pareció apropiada antes de derrumbarse en la cama.
Sergei había muerto. Caitlin lo abrazó estrechamente.
20
Nuevamente a una gravedad terrestre, la Chinook se dirigió a la máquina T. En la ruta prescrita el viaje duraría seis días terrestres.
- Nuestra mejor opción es obedecer por ahora, mientras tratamos de elaborar una estrategia -había explicado Brodersen-. Si no, vendrán a buscarnos, y una nave de vigilancia tiene más patas que nosotros. Y, por cierto, no podríamos escapar a un misil de seguimiento.
Posiblemente, Von Moltke los había salvado de eso, agregó su mente. Las noticias de su incursión habrían proporcionado la excusa perfecta para ordenar que la nave estallara en mil pedazos. Eso, en sí mismo, no aliviaría a Quick y sus socios de la incomodidad creada por los pasajeros de la Emissary que habían quedado atrás, por no hablar de las preguntas que podían estar haciéndose los mismos hombres de Troxell, pero, presumiblemente, podrían arreglárselas. Ciertamente, lo intentarían; un fallo podía resultar letal.
Tal como estaban las cosas, mientras la Chinook siguiera en libertad, teniendo la posibilidad de hacer público todo el asunto, el grupo de Langendijk estaría a salvo de algo peor que la persistencia del encarcelamiento. Por cierto, desde un punto de vista táctico, era mejor que Brodersen no hubiese logrado liberarlos. Ahora, la causa de ¿la libertad? no tenía todos los huevos en una canasta muy frágil. A medias por casualidad, su operación había resultado bien.
No; no fue así. Hay hombres heridos, hombres muertos. Lo de los agentes ya es bastante malo, pero puedo tolerarlo… que hayan luchado contra nosotros fue criminal e imprudente, quizá tantas semanas de encierro los volvieron un poco locos… pero Sergei, uno de mis hombres, mi amigo, ha muerto.
Había despertado junto a Caitlin y por un momento sólo tuvo conciencia de ella. Luego, el recuerdo lo abrumó. Su respiración temblorosa la despertó, para abrazarlo y murmurar cosas durante un buen rato.
- Esto es una guerra, Daniel, amor mío, y siempre han caído hombres en las guerras. La tuya es justa, como las que se hacían contra los tiranos y los amos extranjeros, una y otra vez, en Tierra, y ahora somos más felices por eso. Yo también conocía a Sergei, sí, y más de lo que te he dicho. El universo le causaba júbilo, pero si debía dejarlo, estará orgulloso de que la razón sea ésta.
Y así, lentamente, le devolvió el ánimo hasta que pudo levantarse y dedicarse a su trabajo.
Pero más tarde, cuando entró a su camarote a buscar algo, la encontró sentada, silenciosa, con rastros de lágrimas en la cara. Cuando le preguntó qué le sucedía ella dijo, apenas en un susurro, que estaba componiendo una canción y deseaba estar sola.
Caitlin estaba ausente, de guardia, cuando él se encontró con Joelle Ky, Carlos Rueda y el extraterrestre. Pronto combinaría una reunión general en la que todo el grupo pudiera oír la historia de la Emissary. Pero no podía postergar el obtener una síntesis de los hechos, para poder hacer planes, y eso se hacía más rápidamente con un grupo pequeño. Pese a estar muy agradecido a Frieda von Moltke no la invitó, ya que su escaso conocimiento mutuo podía volver más lento el proceso. Carlos era primo de Antonia, la primera mujer de Brodersen. Aunque era un niño cuando ella murió y no había visto mucho a su pariente político, compartían muchas cosas. Brodersen había empezado a hacer negocios con Joelle diecinueve años terrestres antes; desde que se trasladó a Deméter la había visitado cada vez que viajaba al planeta madre y, durante la última década…
Nunca había estado seguro de lo que sentía por ella, porque era diferente de todas las mujeres de su vida. Cuando entró, volvió a sentirse sorprendido. Cumplían años con un mes de diferencia, pero de pronto, ella tenía cincuenta y ocho, había estado mucho tiempo en un lugar cuya rareza había ayudado a agrisar los rizos que recordaba azul-negros, a arrugar una frente que recordaba serena, a adelgazar la carne hasta no ser más que un manto tirante sobre huesos que seguían siendo tan exquisitos como antes.
Se puso en pie de un salto.
- Joelle -dijo con la garganta apretada-. Hola. Es maravilloso tenerte aquí.
Ella sonrió. Eso y su voz tampoco habían cambiado. Ambas cosas eran agradables y un poco remotas, como composiciones de Brancusi o Delius.
- Gracias por todo, Dan. Estoy ansiosa por saber exactamente qué significa «todo»… ciertamente, muchísimo… -Las cuatro manos se unieron y podrían haberse besado, pero entró Rueda y abrazó al capitán, a la peruana.
- ¡Daniel, Daniel, qué magnífico! -Su español parecía casi una canción-. Nuestro salvador, nuestro guerrero… he estado hablando con algunos de tus hombres… ¿Sabes? Cuando era pequeño, tú eras mi ídolo. Y tenía razón. Por Dios, ¡eres todo un hombre!
Retrocediendo, volvió a asumir su aristocrática dignidad. Brodersen lo observó unos segundos. Había algo de Tony en el rostro de rasgos firmes, en la nariz breve y en los ojos color avellana de Rueda. De estatura mediana, había agregado unos centímetros al contorno de su cintura durante su ausencia, y Brodersen comprendió cuánto debía molestarle ese rasgo de madurez prematura; sin duda, más que haberse quedado con sólo una franja de pelo castaño. Por lo menos, sus bigotes eran los mismos.
Luego llegó el extraterrestre y anuló todas las otras impresiones. Lo más posible era que él (¿ella, ello?) no tuviese esa intención, decidió Brodersen. Si algo, su actitud parecía tímida aunque, ¿cómo saberlo? Pero su aspecto -necesitaría práctica antes de entender bien todos esos contornos- su paso, su olor que recordaba a una costa, pero en realidad no…
- ¿Puedo presentarte formalmente a Fidelio? -dijo.
Rueda, sonriente. El extraterrestre extendió el brazo derecho inferior. Brodersen estrechó su mano. Una vez había hecho lo mismo con un gibón domesticado, en Asia, en tiempos de los CP, y había quedado asombrado; el pulgar del antropoide estaba en una posición rarísima y no tenía carne. El apretón de Fidelio volvió fraterno al del gibón.
Brodersen lo miró a los ojos, que no se parecían a los de ningún animal terrestre o demetriano, y se olvidó de los apretones de manos. Dentro de sí, un rugido: Este es un ser no humano inteligente. Lo es, lo es. Mi sueño se ha vuelto realidad.
- Fidelio -tartamudeó-. Mucho gusto. Bienvenido [1].
- Buenos días, señor, y muchas gracias' -tosió y silbó la boca de grandes colmillos. Súbitamente, Brodersen rió a carcajadas… no de nada, ni de nadie, rió, había recuperado la alegría.
- Venid a mi camarote -urgió cuando terminó de reír-. ¿Qué puedo ofreceros? ¿A Fidelio le molesta que fume? Será mejor que nos pongamos cómodos.
Dos horas más tarde, compartían una idea embrionaria acerca de lo que había estado sucediendo alrededor de Sol, Centrum y Febo.
Rueda no podía quedarse sentado. Recorría la habitación, haciendo gestos que parecían golpes de karate. La sangre había desaparecido de sus rasgos, volviendo gris su piel olivácea, y miraba el estrecho espacio que lo rodeaba como sus antepasados habían mirado entre las puntas de las espadas, antes de un duelo.
- No podemos soportarlo -declaró-. No puede ser. Se rebelan contra el Convenio, desean cerrar los pórticos estelares, ay el secuestro y el asesinato son los menores de sus crímenes. Daniel, Joelle… Fidelio… No temáis equivocaros al luchar contra ellos. Tenemos razón.
Sentado en un sillón con las piernas cruzadas, la cazoleta de la pipa caliente en su mano y el humo mordiendo su lengua quemada, Brodersen dijo:
- Supongo que eso es axiomático, Carlos. La cuestión que se ha planteado ante esta asamblea es, dónde vamos desde aquí. Y cómo. Y si lo hacemos.
Joelle había elegido una silla de respaldo recto frente a él y apenas se había movido, salvo para hablar, casi siempre dando una visión objetiva de Beta. Sus manos descansaban en su regazo. Fidelio estaba sentado junto a ella, en un trípode de patas y cola, y tampoco se movía mucho, salvo que sus patillas temblaban.
- Debes de tener alguna idea, Dan -dijo ella.
- ¡Sí! -Rueda se detuvo de golpe y miró con fijeza al capitán-. Siempre fuiste audaz, pero no imprevisor.
Brodersen frunció el ceño.
- Quizá esta vez lo he sido. O quizá hubiesen demasiados comodines en esa baraja. En realidad yo… bueno, confiaba de forma algo infantil en que vosotros, los de la Emissary, hubieseis traído alguna carta insólita que pudiésemos jugar.
Los labios de Joelle se curvaron apenas.
- Si la tuviésemos, no habríamos languidecido en la Rueda.
- No, pero… -Brodersen se encogió de hombros, chupó de su pipa, la apoyó en un cenicero y enfrentó sus miradas-. Bueno; mis compañeros y yo hemos discutido varios planes. Ninguno es muy atractivo, pero veamos qué os parecen.
Los contó con los dedos.
- Podemos desafiar inmediatamente a los hijos de perra, virar, pasearnos por el Sistema Solar. No podremos vagabundear por siempre, pero tenemos un montón de delta V antes de que se agoten nuestros tanques. Los alimentos son suficientes para varios años y podemos reciclar el aire y el agua mientras el combustible para las células migma no se agote, lo que significa años… Oh, claro que Fidelio está limitado a ¿qué? ¿Unos meses? Pero, de todos modos, no podríamos estar tanto tiempo en el espacio.
»Sabéis, las naves de vigilancia pueden cazarnos. Una nave que acelera es un blanco difícil y sin duda podríamos hacer estallar algunos de sus misiles, pero finalmente liquidarían nuestras defensas. Y, mientras tanto, nos mantendrían alejados de Tierra y de cualquier colonia. Semejante esfuerzo podría ser demasiado grande y notorio para la oposición… no pueden permitirse una publicidad incontrolada… pero yo no contaría con eso. Tened presente que tienen suficiente influencia sobre los resortes del poder como para haber hecho cosas como encarcelaros.
- Aguarda -dijo Rueda-. Podemos transmitir nuestro mensaje, ¿no? Supongo que vuestro transmisor de radio es como el nuestro, que no podía enviar un mensaje a distancias astronómicas. Además, probablemente, nadie lo sintonizaría. Pero las radios son limitadas precisamente porque los láseres llegan muy lejos.
- Ahí hay dos problemas -replicó Brodersen-. Primero, un mensaje como ése a Tierra o Luna o los satélites, es recibido por un comsat, y de allí va a su destino. Lo que quizá no sepas, porque no supone ninguna diferencia, casi nunca, es que el programa incluye censura. Sólo algunas comunicaciones oficiales pueden estar cifradas. Todo lo demás es revisado por un computador, y si encuentra una referencia a un tema «señalado», el mensaje pasa a un humano que decide si es inofensivo o no. El sistema data de la época de los Conflictos, y hasta yo tengo que admitir que no es malo. Por ejemplo, fue lo que atrapó a los Finalistas antes de que estuvieran listos para activar su bomba atómica. Pero puedes apostar tu alma a que cuando la pandilla de Quick planeó lo que harían si la Emissary volvía, una de las primeras medidas que tomaron fue hacerse con el control de esas comunicaciones, sin hacer ruido… colocar los programas y el personal adecuado para poder interceptar cualquier comunicación reveladora.
«Segundo; podríamos comunicarnos con otros lugares, como una nave, un asteroide, una base en Marte, o algo. Digo "podríamos" porque la mayoría tienen aparatos receptores muy limitados… habría que acercarse mucho… y sólo las naves están constantemente a la escucha. Bueno, igual podríamos hacerlo. Pero, si alguien nos oyera, ¿nos creería? Y si lo hiciera, ¿le creerían los demás? No olvidéis que no vamos contra un disidente como yo, nos estamos enfrentando con algunas de las figuras políticas vivientes más importantes y respetadas… que lo son, la mayoría, por ser maestros de la propaganda y las relaciones públicas.
»En conjunto, supongo que el ataque tendría pocas posibilidades de éxito. La más fácil sería que nos mataran antes de que hiciéramos algo útil.
»¿Qué más hemos considerado? Bueno, cuando nos acerquemos a la máquina T, estaremos en comunicación con su nave de vigilancia. Por cierto, en las actuales circunstancias, lo más fácil es que haya más de una. Es de suponer que la mayor parte de los oficiales y los tripulantes no son villanos, simplemente obedecen órdenes que quizá los intriguen un poco. Si les contamos nuestra historia… les enseñamos a Fidelio… ¿entendéis?
»E1 problema es que la cabala debe de haber pensado en esto, también, y cerrado las escotillas. Si no, no nos hubieran dicho que fuéramos allí, ¿no? Pueden ignorar que tenemos a Fidelio a bordo, pero saben que vimos y fotografiamos la Emissary. Eso ya es muy peligroso para ellos. Lo que yo sospecho es que en alguna de las naves tienen un par de oficiales que están en la conspiración. En cuanto empecemos a contar la historia, nos enviarán una descarga cerrada. Después, las explicaciones son fáciles. Estamos notoriamente armados y estoy seguro de que en Deméter hay una orden de arresto contra nosotros. No sería difícil afirmar que, según el criterio de esos oficiales, estábamos a punto de abrir fuego.
»La tercera posibilidad es ir por el pórtico a Febo y ver qué pasa en ese lado. Quizá estén menos preparados, menos equipados, y podamos escapar o hacer algo que valga la pena. Hasta he considerado… ya que os tengo aquí, con vuestros conocimientos… he considerado tratar de recorrer el sendero que lleva a Centrum desde Febo, y pedir ayuda en Beta. Pero es una idea un poco loca, porque los guardias no nos darán tantas facilidades.
»En la práctica, lo que más me preocupa es… bueno, Deméter está poco poblado y bastante aislado; no es difícil controlar la información. Les resultaría fácil retorcernos el pescuezo. Por ejemplo, en cuanto nos alejáramos de la máquina T y los vigilantes habituales, la nave de escolta podría disparar un misil. Después, el mundo se enteraría del trágico accidente que destruyó la Chinook. No me gusta pensar esto de Aurie Hancock, pero es posible. También podrían internarnos indefinidamente. El Sistema Febiano tiene muchos lugares adecuados para campos de detención secretos. Y me atrevo a suponer que se nos reuniría el resto de vuestra tripulación.
»Y hasta aquí hemos llegado. Mi instinto me dice que tendríamos que pensar en volver a Febo y hacer lo que parezca mejor cuando lleguemos allí, aunque manteniendo abiertos los ojos y las opciones hasta entonces. Bien puedo equivocarme. Y me alegraría escuchar sugerencias.
»¡Vaya! -terminó Brodersen-. ¡Qué conferencia! Me vendría bien otra cerveza. ¿Alguien más?
Se levantó para ir hasta la nevera.
- Aguarda -dijo Joelle.
- ¿Qué?
Pocas veces -cuando un problema era especialmente interesante, o cuando las cosas iban muy bien en la cama- había visto una luz como la que iluminaba su rostro.
- Dan -le dijo con voz ligeramente insegura-, podemos ir directamente de Sol a Centrum.
- ¿Cómo? -exclamó él.
- Sí. -Ella se enderezó en su asiento-. Los betanos hace mil años que están explorando los portales. Han superado los tanteos. No tienen una teoría completa, nada parecido a lo que saben los Otros…
- Los Otros -murmuró Rueda.
- …pero han logrado cierta comprensión -siguió diciendo Joelle-. Toma tres lugares, tres estrellas, si quieres, A, B, C, con pórticos conocidos… senderos conocidos… de A a B y de B a C. Entonces los betanos pueden calcular una ruta directa de A a C.
Era como si una nova hubiese estallado ante Brodersen.
- No con total certeza -estaba diciendo Joelle-. No han medido tan exactamente la curvatura del continuo. Pero las probabilidades de éxito son elevadas. Seguramente más elevadas que para los planes que expusiste.
- Y… y… -Brodersen tanteaba entre esplendores-.
Podemos ir hasta la máquina de Sol… fingir que nos dirigimos a Febo… y después mentir, fingir, amenazar o lo que sea hasta que estemos tan metidos en el campo de transporte que seamos un blanco imposible… Saldremos en Centrum. Iremos a Beta. Volveremos encabezando una armada betana.
- Cuya única arma ofensiva sería la verdad -dijo Rueda-. Hubiese oído antes o no la parte técnica, la idea era nueva para él. También quedo transfigurado ante la revelación.
Brodersen cogió el vaso de cerveza que estaba junto a su silla y lo hizo trazar círculos encima de su cabeza.
- Por el honor de la casa -gritó con brío juvenil-. ¡Lo haremos!
- La computación es difícil -advirtió Joelle-. Fidelio y yo haremos las investigaciones y tendré que usar la holotética. Tienes instalaciones holotéticas a bordo, ¿no?
La llama que había en ella no la había visto nunca. Volveré a ser lo que soy, irradiaba. El calor y el frío pasaban por sus mejillas. Volveré a ser Una con el Todo.
Rueda la miró absorto. Fue como si Brodersen pudiera leer los pensamientos del peruano. ¿Serás para nosotros lo que los Otros no quieren ser?
Harían un funeral de hombre del espacio para Sergei Nikolaievich Zarubayev, lanzando su cuerpo envuelto en la bandera por una escotilla, en un ataúd conducido por un cohete de señales, mientras sus compañeros, en posición de firmes, escuchaban la lectura del servicio por el capitán.
Primero, Caitlin asumió las obligaciones del oficial médico, lavándolo y disponiéndolo en su camarote. Con cuatro tazones que llenó de aceite y trocitos de cordel que flotaban sobre corchos, hizo lámparas que ardían junto a su cabeza y sus pies. Apagó las luces fluorescentes y pidió que lo velaran.
Encontró una cierta sorpresa, ciertas objeciones -una costumbre bárbara; lo civilizado era reunirse después y tomar café-, pero Brodersen, Dozsa, Granville y Von Moltke entendieron, aunque era extraño a sus tradiciones, e hicieron que los demás lo aceptaran. (El capitán sentía que él y los suyos necesitaban emborracharse en esta pausa entre batallas y que a Sergei le hubiese gustado ser el motivo.) La reunión se celebró en la sala común. Su y Stefan la habían decorado un poco, con flores de papel y cosas así. Además de los refrescos habituales, había alcohol y marihuana; las pantallas presentaban el universo como ornamento; la música que había preferido y los ballets que había amado Sergei eran la música de fondo. La gente estaba allí y lo recordaba.
Después de varias horas, Martti Leino se alejó. A esas alturas, reinaba la animación. Abrazados, Brodersen, Weisenberg y Dozsa cantaban desafinando El vado del rio Kabul. Von Moltke y Rueda estaban muy juntos en un rincón. Granville y Ky mantenían una seria conversación. Fidelio observaba a la raza exótica.
Leino bajó por el vestíbulo circular hasta la habitación de Zarubayev. La puerta estaba abierta. Oyó unas notas musicales, vaciló, frunció el ceño y entró.
Tan desnuda como las demás, esta habitación estaba envuelta en sombras y luces amarillentas. Zarubayev yacía en su cama, vestido de uniforme. Sus cabellos y su barba brillaban en la media luz, pero su rostro estaba vacío. Las lámparas que lo rodeaban despedían un aroma limpio y algo de calor. Caitlin estaba sentada a su lado. Llevaba un caftán azul, el mejor vestido que había traído. Sus rizos sueltos caían. En el brazo izquierdo acunaba el sonador, mientras su mano derecha le arrancaba sonidos parecidos al de un instrumento de viento de madera.
Cuando Leino entró, se detuvo.
- Oh -murmuró.
- ¿Qué…? -El se puso rígido-. No importa. Siento haber interrumpido.
- No. Aguarda. No te vayas. -Caitlin iba a ponerse de pie, y cuando vio que él parecía un poco menos incómodo, volvió a sentarse-. Viniste a despedirte. No te molestaré.
El apretó los puños y volvió a aflojarlos.
- No, señorita Mulryan.
- No tienes bondad para mí.
- Oh, éste no es momento de discusiones.
- Sólo quería decir esto, señor Leino; si desea estar a solas con su amigo, bien pudo venir más tarde. -Se puso de pie.
Sorprendido, él exclamó:
- No, por favor. Sabía que lo conocía, pero no que le… importaba.
Ella sonrió dulcemente.
- Sí, era un joven callado, ¿no? -Un silencio y después, en voz baja-: Aun cuando me enseñó, durante este viaje, a manejar armas de fuego, no aprovechó ninguna oportunidad de ponerse fresco, aunque bien sabía que me gustaría. Porque me veía como la mujer de Daniel, no su capitán, sino su amigo. Y eso dice mucho acerca de él, ¿no?
El se sonrojó.
- ¿Cuándo lo conoció?
- Antes que a Daniel. Vino al hospital, herido; quizá lo recuerde. Bromeábamos en medio de su dolor. La gente creía que no tenía sentido del humor, pero eso no era cierto. Oh, me contó una historia muy absurda acerca de su problema, era ruso y no le gustaba el ajedrez… Cuando sanó nos encontrábamos, siempre que podíamos, hasta que yo empecé a pasar temporadas con Daniel en Eópolis. Nunca estuvimos muy enamorados, Serge y yo, pero significaba un océano para mí.
- Y para mí -dijo Leino lentamente, mirándola donde estaba, frente al muerto-. Hicimos trabajos juntos en el espacio, de esos en que uno confía su vida a su compañero. En Deméter hacíamos excursiones, navegábamos, íbamos a fiestas…
Su voz se apagó. Ella asintió.
- Lo que sucede entre hombre y hombre ninguna mujer lo entenderá nunca, realmente; pero es muy valioso.
Medio borracho él le espetó:
- ¿Y entre hombre y mujer?
Ella se volvió para rozar con la punta de los dedos el rostro que había sido de Zarubayev.
- Es más difícil encontrar palabras para eso, por mucho que lo hayan intentado los poetas con todas sus fuerzas. -Su mirada volvió a Leino-. En los hechos, Sergei y yo compartimos más que el simple placer.
»Los demás nunca comprendieron -dijo en un susurro-. Lo tomaban por severo, cuando sólo era tímido, pero oh, ¡cuan divertido era cuando se sentía cómodo! Creían que era prosaico como una máquina, pero recuerdo una noche en que sacamos un telescopio fuera y, cuando nos perdimos en la eternidad, empezó a hablar de los Otros. Creía que no podían ignorarnos, como parece, sino que sentían un cuidado y una compasión que somos demasiado pequeños para experimentar…
Se interrumpió.
- Bueno -dijo-, usted no quiere que divague, quiere darle su mensaje. Buenas noches, Martti Leino.
- No. -El levantó la mano, como para bloquearla-, Por favor, quédese. No sabía que alguien más había estado tan cerca de él.
Se restregó los ojos con la muñeca.
- Perdóneme. ¿Puedo preguntar qué estaba haciendo cuando llegué?
- Nada importante.
El insistió:
- Estaba cantando.
Ella enderezó los hombros.
- Bueno, sí, eso hacía, una canción, como hacemos en el campo irlandés. Pero estaría mal dar un espectáculo cuando ése no es el hábito de mis compañeros de a bordo. Buenas noches.
El estiró un brazo en su camino.
- Por favor, señorita Mulryan… Caitlin…, por favor, no te vayas.
La mirada verde de ella encontró su mirada azul.
- ¿Por qué?
- Porque… oh, te lo dije, los dos hemos perdido a alguien y…: están cantando canciones de Kipling en la sala de reuniones. La tuya, ¿qué es?
Ella bajó los ojos.
- Simplemente un ochlan. Tú dirías una endecha.
- ¿La cantarías de nuevo?
Ella lo contempló un momento antes de decidirse.
- Sí, porque eres tú quien lo desea. El lo hubiera deseado.
Se sentaron a ambos lados de la cama. Las lámparas parpadeaban, las sombras se movían, los ventiladores susurraban. Los ruidos apagados y desordenados que llegaban desde el velatorio no parecían fuera de lugar. Los dedos de Caitlin evocaron el Aria de Londonderry:
Si las estrellas lloraran por nuestro camarada
Con lágrimas de luz, dando al cielo un fulgor,
Si la lluvia que cae sobre su madre patria
Le estuviera dando un largo, último adiós,
Si por lo menos un pimpollo cayera a darle un beso
Desde un árbol repleto de capullos en flor,
Entonces no estaríamos tan solos y afligidos,
El mundo lloraría, el mundo que él amó.
Pero el silencio reina entre soles y planetas,
Las hojas están mudas, el tiempo sordo y ciego.
Sólo estamos nosotros con nuestro compañero
Y nadie más conoce su bondad y su belleza.
21
Yo era un cuervo. Mis primeras vagas ensoñaciones terminaron en hambre, cuando el universo se quedó vacío. Irritado, golpeé su cáscara hasta que se rompió; allí estaba el día. Mis ojos se llenaron de brillos. Abrí mi boca en dirección a ellos y grazné pidiendo comida. Unas alas proyectaron sombra sobre mí, un pico ancho y duro se metió en el mío abierto y el amor se derramó así en mi interior. Pronto tuve conciencia de que otros desnudos me empujaban, de modo que yo también empujé y exigí con tanta fuerza como ellos.
El plumaje creció en nosotros y pasamos mucho tiempo admirando con alegría nuestra brillante negrura. Pero antes de mucho, nuestros padres nos arrojaron del nido. Después del primer y hermoso terror y los aleteos frenéticos, aprendí cómo me sostendría el viento y qué poder aguardaba pronto para desplegarse en mis alas. Me apoderé del aire, subí, me precipité, me deslicé, disfruté. El cielo era mío y toda la tierra que había debajo estaba madura para ser saqueada.
Pertenecía a la bandada por supuesto, y tenía mi lugar en su jerarquía y mis deberes ocasionales, como vigilar si llegaban halcones u hombres, cuando íbamos a las tierras que estaban más allá de nuestro bosque. Nunca deseé que las cosas fueran de otro modo. Los cuervos se divierten. Charlábamos, intrigábamos, gritábamos nuestro júbilo, hacíamos expediciones, perseguíamos mochuelos, encontrábamos cosas para comer y cosas brillantes para llevar a casa, nos divertíamos con las travesuras de criaturas desconocidas, desde las copas de los árboles. En lo más profundo del frío, sin hojas todavía, podíamos picotearnos la vida en la nieve. Pero, ¡oh, los veranos verdes y susurrantes! ¡Oh, mi hembra y nuestros queridos pichones!
Al final me volví viejo, débil, lento, aunque mi conocimiento de esto era brumoso. Un día un zorro me cogió en la tierra. Me liberé de sus fauces, pero la sangre chorreó de mí, hasta que no pude volar más. Encontré un matorral y me acosté en la tierra húmeda y llena de hongos, sin ver el cielo, jadeando mientras la obscuridad soplaba cada vez con más fuerza dentro de mí. Entonces llegó El Convocador y, vivo aún por un rato, abandoné aquel país en el cual había sido Pájaro.
22
Una campanada resonó en el camarote de Joelle.
- Entre -dijo.
Brodersen lo hizo, cerrando la puerta detrás de él. Enmarcado por la habitación impersonal parecía doblemente grande y lleno de vida. En su interior, ella sintió que lo deseaba.
¡Déjate de tonterías!, se ordenó. Tiene mucho que hacer, está preocupado, mira sus ojeras, la forma en que sus poderosos brazos cuelgan a sus lados, los ojos grises, más caídos que nunca. Además, pronto comenzaré con mi propio trabajo, la maravilla de la Unidad me poseerá y nada más será importante.
Sin embargo, el deseo seguía latiendo débilmente por sus venas. Ocho años, no; más bien nueve, y Brodersen había sido su último amante, cuando visitó Tierra… No había encontrado dificultades con el celibato durante la expedición, cuando cada hora de vigilia estaba cargada de descubrimientos. El riesgo de que un hombre se comprometiera emocionalmente y la persiguiera cuando ella estaba interesada en un proyecto (como había sucedido un par de veces en casa) era un precio demasiado alto para calmar una picazón que, de todas maneras, no era muy frecuente. Claro que al final lo pagué. Christine… Christine estaba enterrada en Beta. Dan estaba aquí, a dos metros de ella.
- Vengo a ver cómo te encuentras -dijo con su voz profunda.
- Muy bien, gracias -respondió Joelle por encima de su pulso-. Tuvimos mucha suerte de que tuvieses la previsión de mantener preparada esta nave.
- Previsión, mierda. -Sonrió-. Estaba tascando el freno y supuse que si algo aparecía cerca de mí… como tú, volviendo pronto… debía estar listo para levantar el vuelo antes de que algún burócrata me negara la autorización.
Miró a su alrededor.
- De todos modos, nos cogieron bastante desprevenidos -dijo-. Y vosotros, los de la Rueda, estáis peor. Oh, acerca de ropa para ti. Pegeen… Caitlin Mulryan, nuestro contramaestre, ¿recuerdas?, tendrá mucho gusto en prestarte un par de cosas; sois más o menos del mismo tamaño. Después, cuando tenga tiempo, hará más cosas con la tela que tenemos, para quien lo necesite. Es una buena modista. Puedes empezar a pensar en la clase de prendas que prefieres.
Joelle se encogió de hombros.
- Sabes que no me importa, con tal que la ropa sea cómoda. Pero dale las gracias en mi nombre, por favor. Trataré de hacerlo personalmente, pero también sabes que soy muy olvidadiza con las cosas de todos los días.
- ¿Qué más necesitas? Por ejemplo, la mayoría de nosotros guardamos un pequeño surtido de comida y bebidas. Imagino que no tendrás ganas de tomar todas las comidas en el comedor.
- Oh, si no os importa que sea poco conversadora, puedo sentarme en una mesa colectiva. Ignoro el ruido. Pero me gustaría poder ofrecerte algo… si pudiera ofrecer algo a una visita. -Hizo un gesto, notando que era muy torpe-. ¿Quieres sentarte? Y, bueno, durante mi ausencia no ha dejado de gustarme el olor de una pipa.
- Lo noté en la conferencia y me alegré. -Se sentó y ella se sentó frente a él. Sacando la bolsa del tabaco, continuó-: Sólo puedo quedarme un minuto o dos. Tengo que arreglar lo necesario para que Fidelio disponga del baño de agua salada que necesita. Estoy seguro de que tenemos los productos químicos y el metal o el plástico o lo que sea para el contenedor, pero será mejor prever el reciclaje, en caso de que el viaje dure más de lo que espero.
- ¿No es eso un problema para tus ingenieros?
- Sí, pero antes Fidelio tendrá que explicar exactamente sus necesidades. Eso llevará mucho tiempo, aun con la ayuda de Carlos, que sabe un poco del lenguaje betano. No; lenguajes, ¿verdad? Tú eres la experta en eso, pero creo que te espera una sesión con los computadores.
- Llámame si tienes problemas lingüísticos serios. Por cierto, ¿considerarías la posibilidad de modificar un juego de conexiones encefalográficas para Fidelio, para que pueda conectarse conmigo? Es un holoteta.
- ¿Sí? No tenía ni idea.
- Parece que afecta menos la personalidad entre los betanos que entre los humanos. -El silencio llegó mientras ella trataba de decir lo que quería decir. Rompiendo la barrera a toda prisa-: Dan, es maravilloso volver a verte. Más que haber sido liberada. Tú has sido quien lo ha hecho.
El quedó muy atareado cargando su pipa.
- No; nosotros lo hicimos, todo el grupo, y Sergei… Quizá no te hayamos hecho un favor. Vas hacia el peligro.
- ¿No estábamos en peligro en la Rueda?
- Sí… supongo que así era. Tengo que seguir alejando esa idea pesadillesca de que estamos totalmente equivocados. De que estoy arriesgando vidas para nada.
Ella se las arregló para inclinarse hacia adelante y apoyar una mano en la rodilla de él.
- No te angusties. La política siempre me confunde, pero tú tienes intuición y conocimiento. Confío en tu juicio, tal como tú confías en mis cálculos. Confía en ti mismo, Dan.
- Será mejor -dijo él secamente. Sus dedos siguieron trabajando en la pipa-. Bueno, ¿estás dispuesta para hacer ese análisis, Joelle?
¿Estaré demasiado flaca y canosa para él? Retiró la mano.
- Sí. Sería más fácil y quizá más seguro si Fidelio y yo pudiésemos funcionar como una unidad holotética y tomar una estructura teórica completa de un banco de memoria. Con todo, yo llegué a dominar los principios físicos que, según los betanos, se aplican a las máquinas T… era lo mío, como dirías tú… y él y yo hemos terminado de analizar los datos que hay en esta nave en materia de parámetros exactos de espaciotiempo local. La información parece suficiente. Supongo que hoy tendré que hacer una especie de repaso y mañana podré estudiar el sendero en detalle.
Había arrugas de preocupación en la frente de él, como cuando se conocieron y él era un ingeniero de Aventureros que la consultaba acerca de un diseño muy complicado. Oh, había quedado tan deslumbrado ante su intelecto, aunque en realidad ella dudaba de que fuera mejor que el suyo -configurado y orientado de otra manera, pero no intrínsecamente mejor- salvo cuando ella quedaba conectada con su máquina. E1 había encontrado excusas para volver a verla, cosa que llevó a citas para cenar cuando enviudó y se fue a vivir a Deméter, haciendo viajes ocasionales a Tierra. Ella disfrutaba de su compañía como disfrutaba del viento del mar. Eventualmente, en un impulso, lo había dejado llegar a su cama y había quedado atónita… Qué joven parecía con esas arrugas de preocupación.
- Suponiendo que lleguemos a Beta -dijo-, ¿nos ayudarán? Carlos y tú subrayasteis que no quieren interferir, que han sido siempre muy cuidadosos, respetando a las especies menos avanzadas.
- Pero la humanidad es algo especial para ellos -le aseguró Joelle-. Tendremos que dar muchas explicaciones y ser muy persuasivos, lo admito. Pero cuando nosotros, los de la Emissary, describimos nuestra historia y nuestra sociología, lo poco que pudimos transmitir, no las encontraron más grotescas que lo que habían hallado en otras razas. Sus líderes creen que podremos ayudarlos en su crisis psicosexual.
- Y entonces ellos harían… ¿qué?
- Una aparición en el Sistema Solar, supongo, invencibles, para protegernos mientras transmitimos los hechos a Tierra.
- Y dices que nos ofrecen un trato fabuloso. Su tecnología a cambio de la autorización para explotar Júpiter y Saturno, cosa que nosotros no podríamos hacer, de todos modos. ¿Es eso?
Brodersen encendió el tabaco mirándola a través del humo.
- Por supuesto que eso destruirá a los Accionistas y todos los partidos como ése. Además del escándalo, quiero decir. Su filosofía moriría. -¿Cómo?
- Vaya, es obvio. En cuanto dispongamos de su misma tecnología, nos meteremos por todos los pórticos que han registrado los betanos, además de iniciar un programa para encontrar más. Las ganancias posibles en incontables lugares, de incontables maneras, son inimaginables. Si no, ¿por qué se iban a molestar los betanos con nuestros planetas gigantes? De modo que aun antes de que comencemos con la emigración a gran escala, el poder económico se desplazará fuera de Tierra. Y también se desplazará de los gobiernos, los sindicatos y las grandes corporaciones hacia las empresas pequeñas y los individuos. Y eso será lo que quede del estado mundial de bienestar que los Accionistas quieren construir. Me atrevería a decir que Quick lo ha previsto.
Joelle frunció el ceño, tratando de entender. -Pero eso no es lógico, Dan. Presumiblemente, las medidas de asistencia social responden a una necesidad. Si la necesidad desaparece, ¿para qué continuar con ellas?
Brodersen rió con la risa resonante que ella conocía. Salía humo de su boca. Tenía un aroma masculino.
- Querida, lo estás haciendo otra vez. Suponer que la gente es lógica. No es así. El estado de bienestar… cualquier estado… es un fin en sí mismo. Es la forma de que unos pocos impongan su voluntad a la mayoría. Y, por Dios, ¡cómo les importa hacerlo! Necesitan hacerlo. -Aspiró de su pipa-. Habla con Stef Dozsa, si te interesa. A su país lo han hecho papilla mil veces. Santo Imperio Romano, Imperio Mongol, Imperio Otomano, Imperio Austríaco, Imperio Soviético, Imperio Balcánico… No; mejor no lo hagas. Esa historia lo ha convertido en un anarquista rabioso. En su caso es inofensivo, pero si te convirtiera a ti… bueno, bajo tu rígido aspecto, Joelle, encierras mucho de salvaje. Lo sé.
¡Lo sabes, Dan!
Brodersen se estiró.
- Mi debilidad personal es que divago -dijo-. Será mejor que deje de aburrirte y siga haciendo mi trabajo.
- No me aburres, Dan -respondió con dificultad Joelle. Sentía calor en la cara y en los pechos-. Nunca lo hiciste. Siempre fuiste fascinante, supongo que porque somos tan diferentes.
- Sí, así es. Bueno, de todos modos… -Se puso de pie.
Ella también lo hizo.
- ¿Por qué no vienes durante la guardia vespertina, cuando los dos estemos libres? -sugirió-. Podría requisar algo de comida y vino. ¿Te acuerdas cuando cocinabas tú? Yo sigo siendo terrible para eso, pero… supongo que tú habrás mejorado.
- No mucho. -Se miró los pies-. Además, yo… tengo una cita. Lo siento, pero no es de las que se pueden deshacer.
- ¿Puedo preguntar con quién? -dijo ella por su herida.
- Caitlin y yo festejamos un aniversario. Por el calendario demetriano; así se repite con más frecuencia-. Levantó los ojos-. ¿No lo sabías? Creía que era obvio. No, no estamos casados; sigo con Lis y no pienso cambiar, pero Caitlin… bueno, estamos muy unidos.
- Ya veo.
El le cogió las manos.
- Joelle… oye… no es celosa. Quiero decir… demonios, es estupendo que estés aquí y… No es que te esté haciendo una proposición, pero si quieres… más adelante…
Ella se obligó a sonreír, a inclinarse, a rozar los labios de él con los suyos.
- Podría ser. Pero no hay prisa. Y no te sientas obligado. Porque temo que es lo que te sucede ahora, te sientes obligado. Caitlin es como una Chris de piel blanca.
Además, pronto seré transhumana. -Muy bien, Dan. Hasta pronto.
Pequeña, fea, humilde aunque nunca servil, Susanne Granville aguardaba en el cuarto de la computadora. Había conectado la pantalla visora, dirigiéndola a Sol, y estaba sentada mirando. Obscurecido pero ampliado, el disco era una confusión de manchas, resplandores, prominencias que brotaban y una corona de nácar. La música resplandecía. Joelle reconoció Finsk Forar, de Nielsen. La música, como la arquitectura, era una de las pocas artes formales humanas a las que creía responder correctamente. Ella y Susanne habían hablado de esto más de una hora durante la fiesta en memoria del artillero., -Hola -dijo-. No esperaba encontrarte aquí.
Susanne se puso en pie de un salto.
- Sabía que iba a hacer una última revisión de los materiales no mecánicos, doctora Ky, y pensé que quizá podría ayudarla. Por si acaso, pedí al contramaestre (Caitlin Mulryan) que me excusara de ayudarla.
Oh, sí. Joelle no respondió. Con cuánta frecuencia me he encontrado con esto. Tú eres apenas una conexión, yo soy la holoteta suprema. Sólo aspiras a ser de alguna utilidad para mí. Como Chris, como Chris. Me verás conectada, a un nivel del que no eres capaz, ascendiendo a un cielo que no puedes alcanzar, pero cuyos fragmentos has entrevisto. Yo llegaré al Absoluto, yo estaré en el Noúmeno, yo conoceré la Realidad Final, no como una construcción matemática sino inmediatamente, en mi cerebro y en mis huesos.
¡Oh, Susanne!, pensó. Ojalá pudiera besarte y tranquilizarte, como no pude hacer con Christine, como no pude hacer con Eric.
Su mente divagaba (y eso la irritaba, la hacía sentir doblemente ansiosa por entrar en circuito, donde esas cosas tan poco disciplinadas no ocurrían) y se preguntaba en qué medida se sentía atraída por Brodersen porque su madre era una Stranathan y él había visitado muchas veces a esa familia cuando era pequeño. Eric Stranathan pertenecía a ella, el primero y menos olvidado de los amantes de Joelle, hijo del Capitán General del valle de Praser, él mismo una conexión.
Fueron ellos, Joelle y Eric, los primeros en averiguar que la brecha entre holoteta y conexión no era cuantitativa sino cualitativa, imposible de superar. Sin una razón especial, su mente voló hacia un aburrido conferenciante en un vestíbulo de aire viciado en una convención en Calgary…, pero la razón era clara; esa tarde se habían conocido.
23
El banco de memoria
- El cerebro humano y, por lo tanto, el sistema nervioso en su totalidad, puede ser integrado con una computadora del diseño apropiado -decía el conferencista con tono monótono-. Ya hemos superado hace mucho la etapa de los «alambres en la cabeza». La inducción electromagnética es suficiente para establecer la conexión. Después, la computadora proporciona su amplia capacidad para almacenar y procesar datos, su aptitud para realizar operaciones matemático-lógicas en micro-segundos, o menos. El cerebro, aunque es mucho más lento, proporciona creatividad y flexibilidad; en la práctica está reescribiendo el programa continuamente. Por supuesto que existen computadoras que pueden hacer eso por sí mismas, pero en una mayoría de casos no funcionan tan bien como una conexión entre una computadora y un operador, y quizá nunca podamos mejorarlas mucho. Después de todo, el cerebro contiene billones de células en una masa de un kilo, aproximadamente. Además, la conexión da a los seres humanos un acceso directo a cosas que, si no, sólo conocerían indirectamente.
»Para nuestros fines actuales, las ventajas son dobles: (a) Como ya he mencionado, los programas se pueden alterar en cualquier momento, mientras se están llevando a cabo. Antes, era necesario revisarlos, controlar trabajosamente sus resultados y luego reescri-birlos lentamente, con posibilidades de error y sin ninguna garantía de que la nueva versión sería lo que se necesitaba. Cuando las conexiones y sus equipos sean de uso cotidiano, estaremos libres de esos inconvenientes, (b) Y gracias a sus experiencias, como también he sugerido, la conexión ganará una perspicacia que él o ella no hubiesen obtenido de otro modo y se transformará en un hombre de ciencia más capacitado, pudiendo también escribir mejores programas, también cuando trabaja independientemente del aparato.
¡Buen Dios!, pensó Joelle. ¿Tenemos que soportar esto?
Es cierto que la conferencia era un acontecimiento, tanto político como científico. El secreto militar en el que se había criado estaba empezando a disminuir; aquí, en Calgary, la gente podía discutir libremente unos progresos que habían sido ocultados durante décadas. El público tenía derecho a la información, en lenguaje llano, durante las ceremonias de apertura.
El problema era que no había palabras para describir lo que era estar en conexión, creando espacios no dimensionales y curvaturas tiempovariantes para ellos, y tensores internos y funciones y operaciones que nadie había imaginado antes. Creabas un cosmos conceptual, descubrías que era imperfecto y lo anulabas, creabas otro, y otro, hasta que finalmente contemplabas lo hecho y ¡oh maravilla!, era muy bueno. Cada vez, los números se precipitaban a través de ti para verificar y sabías qué cantidad de realidad habías abarcado; era como un brote de revelación. El cristiano espera estar eternamente en presencia de Dios, el budista espera unirse con el todo en el Nirvana, la conexión espera lograr algo más que el genio…, ¿existe una gran diferencia entre ellos? Sí; la conexión lo logra, en esta vida.
Algunos días, horas, fracciones de segundo. Después, él o ella no pueden entender totalmente lo sucedido. El momento más elevado del amor también está fuera del tiempo, pero lo entendemos mejor, cuando estamos en paz, de lo que entiende la conexión lo que ha sido la conexión.
La mirada de Joelle vagaba. ¡Eh, qué chico tan guapo había a una docena de asientos a su derecha! ¿Por qué no lo había visto antes? Bueno; no se fijaba mucho en la gente. Huérfana de guerra, criada desde la primera infancia en el programa pionero de holotética, después ingresada en el mundo académico cuando terminaron los Conflictos, una virgen que no sabía qué hacer con el sexo opuesto y no estaba segura de querer averiguarlo… -…mientras la conexión con maquinaria macroscópica no es muy eficaz en relación al coste, el caso es diferente en la vigilancia y control de instrumentos científicos. En este caso es inadecuado proporcionar números al cerebro que opera, como lecturas de un voltímetro y nada más. Un espectro, por ejemplo, es mejor evaluado, racionalmente apreciado, cuando el operador lo ve y, simultáneamente, conoce la longitud de onda exacta y la intensidad de cada línea. Esto se puede lograr. Subjetivamente, es como sentir directamente los datos, como si el sistema nervioso hubiese desarrollado órganos receptores totalmente nuevos de poder y sensibilidad sin precedentes.
En otros sitios se habían hecho experimentos de este tipo. Lo más importante del proyecto Itaca (en el que Joelle se había criado, del que formaba parte) fue dar el paso siguiente. ¿Cuál era el significado de esos datos, esas sensaciones?
- En la vida cotidiana no aprehendemos el mundo como un revoltillo de impresiones sin elaborar, sino como una estructura ordenada. A lo lejos, no vemos manchas marrones y verdes; vemos un árbol, de tal y tal especie, a tal y tal distancia. Aunque se hace inconscientemente, sí, instintivamente ya que los animales también lo hacen, podríamos decir que construimos teorías, modelos del mundo, dentro de los cuales nuestras percepciones directas tienen sentido. Naturalmente, modificamos estos modelos cuando eso parece razonable. Por ejemplo, podemos llegar a la conclusión de que no vemos un árbol sino un camuflaje que lo representa. Podemos darnos cuenta de que hemos calculado mal la distancia, porque el aire está más claro o más brumoso de lo que nos pareció al principio. Pero, básicamente, por medio de nuestros modelos entendemos y podemos actuar en un universo objetivo.
«Hace mucho que la ciencia añade datos a nuestro almacén de información y así nos obliga a cambiar nuestro modelo del conjunto del cosmos, hasta que hoy abarca miles de millones de años y años luz, en los cuales hay galaxias, partículas subatómicas, la evolución de la vida, y todas las otras cosas que nuestros antepasados ni siquiera sospechaban. Para la mayoría de nosotros, esta parte del Weltbild ha sido, por cierto, muy abstracta, por inmediato que sea el impacto de las tecnologías que hace posible.
»Para aumentar las posibilidades de laboratorio, el Proyecto Itaca comenzó a trabajar sobre los medios de proporcionar a un operador de conexión la teoría, tanto como los datos. Esto era más que aprender un tema, temporaria o permanentemente. Cualquier operador tiene que hacerlo, para poder pensar en una tarea dada. Y, por cierto, se lograron grandes éxitos aquí, en el Instituto Turing, que introdujo sistemas para que la computadora proporcionara a su socio humano los conocimientos necesarios. El Proyecto Itaca mejoró mucho esos sistemas, y sus sucesores civiles continúan progresando. Los llamados holotetas.
»E1 trabajo ha tenido un resultado inesperado. Esos operadores a los que Itaca adiestró desde la niñez, conexiones que hoy son adultos que, a su vez, hacen avanzar su arte, se van introduciendo cada vez más en una modalidad que debo llamar intuitiva. Un jugador de fútbol, un acróbata o, simplemente, una persona que va andando, está resolviendo constantemente complejos problemas de física, casi sin pensar en ellos; el organismo siente lo que tiene que hacer. De forma análoga hemos llegado, por ejemplo, a manipular aminoácidos individuales dentro de moléculas de proteínas, usando iones dirigidos por campos de fuerza que son controlados por un holoteta de una forma que sólo los Otros, quizá, podrían planear paso a paso. Sucede lo mismo con muchísimas empresas. La percepción directa por medio de la holotética está llevando a la comprensión a un nivel no verbal.
«Esto es doblemente cierto porque nuestros conocimientos teóricos están lejos de ser perfectos. En la actualidad, con mucha frecuencia, un holoteta siente que las cosas no van como se pretendía, que algo está mal en el modelo… e intuye los cambios necesarios, la situación real, como sucede con tanta frecuencia en nuestra vida cotidiana. Después, un estudio sistemático suele confirmar su intuición.
»Mis colegas discutirán varios aspectos de la conexión holotética. Este esbozo preliminar que he hecho…
Cuando el aburrimiento quedó superado y la concurrencia se desplazaba hacia las bebidas, Eric se acercó y se presentó. El también había estado viendo cosas.
En una canoa en el lago Louise subieron los remos y se dejaron llevar. El agua danzaba, azul, verde, diamantina. Alrededor, por encima de los bosques, las montañas se alzaban silenciosas. Con un movimiento apenas perceptible, la barca se balanceaba con cada uno de sus movimientos.
Ella metió un dedo en el agua y miró las ondas concéntricas.
- Las interferencias electrónicas también forman un muaré -dijo-. Es maravilloso encontrar lo mismo aquí. Nunca me había fijado en eso.
Miró a Eric y saboreó la situación.
- Gracias por traerme aquí- un poco asustada, dejó que sus ojos sé desviaran- los electrones lo hacen en tres dimensiones: No; cuatro, pero no he percibido eso, todavía.
Le había hecho observaciones similares después de ir al ballet en Calgary. Mientras bebían café y coñac, ella le había explicado que El lago de los cisnes y Ondina eran sublimemente newtonianos, cuando para él -eso dijo- eran sublimemente sexuales. Con todo, él, una conexión, encontraba tantas matemáticas como melodías en un recital de Bach y admiraba por encima de todo las sutiles perspectivas de Monet. (Mirando los mismos. 3-faxes ella le señaló interacciones de colores; él dijo que creía que los críticos de los dos últimos siglos no las habían visto.) Hoy, por la razón que fuera, ella notó que él se sentía incómodo.
- Oye, Joelle, no nos perdamos en abstracciones… Aguarda. Por favor. Déjame explicar lo que quiero decir.
Claro que tú y yo trabajamos con datos, montamos paradigmas, computamos resultantes, claro que sí. Es un trabajo estupendo. Pero no dejemos que interfiera con lo que… bueno… encontramos en lugares como éste. En nuestras vidas privadas, especialmente. Esto -hizo un gesto con la mano, abarcando el horizonte- es real. Todo lo demás lo inferimos. Aquí es donde estamos vivos. Ella le miró durante largo rato. Esa noche se hicieron amantes.
El canadiense, ella americana, en una era en que los gobiernos militares estaban paranoicos, después de los Conflictos, antes de que sus países se federaran y se unieran a la Unión Mundial…, estuvieron más de un año separados. Mientras tanto, la holotética evolucionaba exponencialmente, desde un mero perfeccionamiento de la conexión hasta un orden totalmente nuevo de percepción y existencia.
Ella sentía que crecía y se alejaba de él, y eso le hacía daño, pero podía oponer tanta resistencia como un feto en la matriz. Cuando él logró, finalmente, reunirse con ella en la universidad de Kansas, ella supo lo que él debía aprender e hizo los arreglos necesarios.
Cuando llegó a su despacho hicieron el amor. Luego almorzaron unos bocadillos y hablaron. Finalmente, ella se inclinó y lo besó, larga y tiernamente, como si se estuviera despidiendo de un niño.
- Vamos -dijo. Mientras lo llevaba a su laboratorio, su paso se volvió triunfante.
Una vez allí, le advirtió:
- Las palabras no sirven aquí. Debes experimentarlo por ti mismo. Nos relacionaremos más íntimamente que en la cama; muchísimo más.
Se habían registrado efectos casi telepáticos cuando una conexión pasiva en un circuito holotético no sólo recibía los mismos datos y teorías que la conexión activa sino que «sentía» las evaluaciones de ésta.
- Tú… ¿subordinarás mi unidad a la tuya? -inquirió Eric-. Según lo que he leído, eso no proporciona una impresión particularmente fuerte o clara.
- No todo está en los libros. Te dije que… nosotros… De acuerdo, estoy haciendo progresos vertiginosos. He adquirido una, no lo sé, intuición, casi instinto, y la realimentación entre el sistema y yo, la continua programación en cada sesión… -Tiró de su manga-. Ven. ¡Tienes que saberlo! -¿Qué has planeado? Ella frunció apenas el ceño.
- Eso depende en parte de ti, de cómo recibas lo que suceda. Empezaremos contigo y el 707. Piensa dentro de él por un rato, ponte cómodo. Luego, por las interconexiones, te pondré en fase conmigo y mi computadora. Tendrá que ser sólo de entrada hacia ti, sin que tengas acceso a los efectores; si no, podrías arruinar algunos experimentos delicados. Tengo que darles una ojeada, ¿sabes? Necesito ayuda con tanta frecuencia que tengo canales siempre abiertos entre otras computadoras y mi sistema. Para genética, en un laboratorio en este mismo campus; para física nuclear, en el gran acelerador de Minnesota; para cosmología, en el orbital de Sagan. Espero poder transmitirte algo de lo que estoy haciendo actualmente. Lo sabré, porque tú tendrás una cierta salida hacia mí. En la práctica, estaré examinando tu mente. Sí -dijo ante la estupefacción de él-; he llegado a esa etapa.
- Después… -Lo abrazó y lo besó-. Que haya un después.
El respondió, pero ella sintió que él sentía que su tono había sido bondadoso más bien que de ruego.
El se instaló en la butaca adecuada, la colocó en la inclinación que prefería, dejó que músculos y huesos se aflojaran antes de colocarse el casco en la cabeza, ajus-tarlo y asegurarlo, poner sus muñecas en las espirales de contacto, pasar los dedos sobre la placa de control y revisar los ajustes. Mientras se conectaba del mismo modo, ella vio cómo la antigua emoción lo iba tranquilizando.
- ¿Activamos? -preguntó él.
- Adelante -respondió ella.
- Te quiero -dijo él, y apretó la tecla maestra.
Desde ese momento ella, con una parte secundaria de su conciencia, sintió y pensó lo mismo que él.
Momentáneamente, los sentidos y el intelecto fueron un torbellino, él imaginó que sentía un silbido agudo, los recuerdos surgieron de un largo enterramiento, como si hubiese caído hacia atrás en el tiempo, hasta esta niñez lugar para nadar y musgo frío y verde en una roca, ese halcón suspendido y la lana áspera de una manta envolviéndolo. Luego, su sistema nervioso se calmó y controló. La inducción electromagnética, la amplificación de los impulsos más sutiles, un programa básico que a lo largo de los años había refinado para adaptarlo a su ser único, engranó; el humano y la computadora se convirtieron en un todo.
«Piensa», dijo ella, y supo su respuesta: ¿cómo no hacerlo cuando en este momento su genialidad era mayor que todas las que habían existido en Tierra antes de este día?
«Las palabras no sirven aquí», me dijo ella. Eran plenamente conscientes de lo que los rodeaba. Si lo hubieran querido, habrían podido examinar sus más micrométricos detalles, un arañazo y un reflejo en el metal pulido, la danza de una aguja en un contador, el murmullo y el ligero olor a aceite de la ventilación, las mareas en sus venas. Pero Joelle sintió que ni siquiera ella le importaba mucho. Tenía que conquistar un universo de percepciones.
En los siguientes minisegundos, mientras buscaba un problema que valiera la pena, una fracción de él calculó el valor de una integral elíptica hasta los mil decimales.
Era un agradable ejercicio semiautomático. Los números se ordenaron de forma muy satisfactoria, como ladrillos en manos de un albañil. Ah, le llegó, sí; la estabilidad de los vórtices tipo Mancha Roja en planetas como Júpiter, sí, oí hablar de eso en Calgary. La aguja de los segundos en el reloj de la pared apenas se había desplazado.
Ordenó una lista de los datos que pensó iba a necesitar y los pidió. Para él era como buscar en su memoria normal un par de datos, salvo que esto funcionaba de forma meteóricamente más rápida y segura, a pesar de que los buscaba en bancos que estaban a cientos de kilómetros de distancia. Le llegó la teoría: fórmulas, valores específicos de cantidades; sí, esa ecuación diferencial sería muy difícil de resolver; no, espera, vio la forma de evadirla, pero la ecuación, ¿era realmente plausible, no podría idear un conjunto de relaciones que describieran mejor las condiciones en un sol abortado…? Se levantó una llamarada limpia como el hielo, se estaba perdiendo en ella, se estaba emborrachando de sensatez.
Eric, llamó ella: no hubo voz, no hubo nombre, un roce.
Tuvo que desviar su atención de Júpiter con una promesa: volveré.
Eric, ¿estás listo para seguirme?
En realidad no era una pregunta; lo que sentía era una intención. Era ella. A una velocidad de vértigo, a medida que las redes de neuronas se adaptaban a los esquemas sinápticos del otro, ella se fusionó con él. Los remolinos informes que suceden tras los párpados cerrados no tomaban forma en la imagen de ella; más bien, él recibió impresiones pasajeras de sí mismo antes de que la presencia de ella lo inundara. No había aprendido a aceptar y entender la mayoría de las señales que entraban en él, y había muchas más que su cuerpo no podría recibir nunca. Esto significó un dolor para él, tanto como para ella.
Eric, en esto también eres mi primer hombre, y creo que el último.
Los lóbulos frontales, más parecidos que el resto de sus organismos, engranaron. Además, Joelle había practicado intercambios a ese nivel y había desarrollado su técnica con otras conexiones, hasta ser una experta. La comunicación entre ella y Eric se fortificó y clarificó segundo a segundo. No era directa, sino a través de sus computadoras, cuyas traducciones eran inevitablemente imperfectas. Las impresiones eran con frecuencia fragmentarias y distorsionadas, cuando no una chachara incomprensible… estallidos de números arbitrarios, formas, resplandores luminosos, ruidos, no-símbolos menos reconocibles, que lo hubieran atemorizado si no fuera por la constancia subyacente de ella. Lo que tocaba su mente como pensamientos de ella eran seguramente reconstrucciones, por su poder lógico aumentado, de lo que suponía que ella podría estar pensando en un momento dado. Las palabras reales que se decían seguían el común camino de los mortales, de labios a oído.
Pese a eso, aceptó sus significados con una plenitud, una profundidad con cuya existencia no había soñado, allí en el umbral de su universo.
- Genética -dijo ella en voz alta. Esa era la única clave que él necesitaba. Ella lo conduciría a las investigaciones de esta rama. El conocimiento brotó. El trabajo se hacía en el nivel submolecular, en las bases de la vida animada. Con frecuencia la llamaban para que realizara las tareas más difíciles, inventara otras nuevas o interpretara resultados. Hoy el plan funcionaba automáticamente en parte, y a su solicitud en otras; tenía acceso a él en cualquier momento.
Su cerebro ordenó el cierre de los circuitos adecuados y quedó conectada al complejo de instrumentos, sensores, efectores, y a la entera comprensión que tenía el hombre de la química de la vida. Recibiendo de ella, Eric percibió.
No recibió una presentación de cantidades, lecturas en indicadores, cuyo significado se volvía claro después de largos cálculos. Los números estaban presentes, pero él tenía la misma conciencia de ellos que de su esqueleto. No estaba mirando desde fuera y haciendo deducciones, estaba allí.
Era ver, sentir, escuchar, viajar, aunque ninguna de esas cosas, porque iba mucho más allá de lo que la pobre y limitada criatura humana podría sentir o hacer; más allá, mucho más allá.
La célula vivía. Había pulsaciones que cruzaban su membrana, como colores, la célula era un globo de iri- discencia, latiendo en el intrincado fluido que la acunaba, bebiendo ávidamente la energía que le llegaba en cataratas por gradientes eternamente cambiantes. Unas distancias verdes llegaban al infinito dorado. Detrás de cada logro estaba la paz. El cosmos de la célula era un Nirvana que danzaba.
Ahora por dentro, a lo largo de los arcos iris hacia el océano interior. Aquí había un maelstrom de… sabores… y aquí gobernaba un gigantesco propósito subyacente; dentro de la célula, el trabajo era continuo, impulsado por una ley tan amplia que podía haber sido Dios, el Capitán. A medida que la escala de su conocimiento se volvía más sutil, Eric vio estructuras que parecían arquitecturas góticas, llenas de misterio y música. Delante de él el núcleo crecía desde una isla de bosques moleculares hasta una galaxia de átomos constelados, cuyos campos de fuerza brillaban como nubes de estrellas arrastradas por el viento.
La voz de ella llegó lejana y enigmática, oída como en un sueño:
- Sigúeme.
El salió de la célula, a través del espacio y el tiempo, a la velocidad de la luz a través de praderas no vistas, hacia las tormentas que rugían en un gran acelerador de partículas. Se unió a ellas, poseído por su mismo fervor, la misma velocidad lo llenó y se lanzó hacia la meta, como para encontrarse con una amante.
El átomo lo aguardaba. Su núcleo, donde la energía era demolida, era más majestuoso de lo que se puede describir con palabras. Conchas de electrones, mágicamente chispeantes, lo velaban. Se precipitó a través de ellas, las fuerzas le hicieron incontables caricias, el núcleo brilló, una entera creación en sí mismo, atravesó sus barreras externas y, mientras le causaban un estremecimiento de placer, siguió adentrándose.
El núcleo estalló. No era un desastre, era una revelación. El átomo lo abrazó, se entregó a él. La radiación explotó hacia fuera. Las estrellas matutinas cantaron juntas y todos los hijos de Dios gritaron jubilosos.
- Cosmología -dijo Joelle la omnipotente. El tanteó hasta hallarla en una obscuridad opresiva. Ella lo envolvió y volaron juntos por un rayo láser y el relé de un satélite hasta un observatorio, en órbita alrededor de Luna.
Brevemente, espió las estrellas como con sus ojos, sin la bruma de ningún cielo. Sus multitudes azul acero, blanco escarcha, dorado puesta de sol, rojo brasa, casi borraban la noche del firmamento. Inmediatamente, se alió con el instrumental que estaba buscando los límites extremos del espacio-tiempo.
Primero tuvo conciencia de espectros ópticos. Le hablaron de luz que florecía, de gases que giraban y saltaban, le hablaron de mareas en el cuerpo de un sol -un cuerpo más parecido a la célula viviente de lo que hubiera imaginado antes- y de los hornos de sus profundidades donde los átomos concebían generaciones de elementos y los fotones que salían disparados hacia el espacio eran el primer grito de la vida. Luego sintió un viento solar soplando a su lado, olfateó su riqueza y conoció la milenaria sutileza de su trabajo. De allí en adelante se entregó a espectros de radio, y de rayos cósmicos, a campos magnéticos, flujos de neutrinos, relatividades, que hacían posible los pórticos y parecían hacer posibles los viajes por el tiempo, por la curva del continuo que es el todo.
En el Gran Cañón del Colorado se pueden ver estratos de mil millones de años de antigüedad y en medio de ellos un enebro nudoso; así se sabe algo acerca de Tierra. Así, Eric aprendió algo sobre las profundidades y el orden en el espacio-tiempo. Vivió la vida de las estrellas: ¡qué múltiples eran las ondas que las formaban, cuan fuerte la atadura después a una existencia entera! Entre la inmensidad de gigantes azules y agujeros negros, encontró lugar para forjar planetas en los que podían crecer cristales y flores. Contempló lo que era aún desconocido, su abrumadora mayoría, ahora y siempre… y cómo deseaba Joelle seguir investigando.
Pero a través de toda la experiencia, la parte observadora en él sentía que, comparada con la de ella, su percepción era nebulosa y su entendimiento limitado. Cuando ella lo devolvió a la carne, gritó.
Estaban sentados en el despacho. El escritorio de ella los separaba. Ella había levantado la persiana y abierto la ventana que había a su espalda. Unas sombras andaban apresuradamente por la hierba y la luz de sol que las seguía era brillante, pero como si el aire en el que brillaba estuviera helado; en la habitación entraban olores a tierra mojada, olores otoñales.
Ella habló con mucha dulzura.
- No podíamos hablar de forma significativa hasta que fueras allí, ¿verdad, Eric?
La mirada de él fue hacia el sofá vacío.
- ¿Hasta qué punto fue significativo lo nuestro, aun al comienzo?
Ella suspiró.
- Yo quería que lo fuera. -Esbozó una sonrisa-. Lo disfruté.
- Nada más que eso, lo disfrutaste, ¿en?
- No lo sé. Me importas tú y me importa todo lo que me enseñaste. Pero he seguido adelante, hacia el sitio donde traté de llevarte.
- ¿Hasta dónde llegué?
Ella se miró las manos, cruzadas e indefensas sobre el escritorio y murmuró:
- No muy lejos. Era como mostrar un cuadro a un ciego. Puede hacerse una pequeña idea con los dedos, la textura, las áreas obscuras son ligeramente más cálidas que las claras…, pero, tan pequeña…
- Mientras tú abarcas la totalidad, desde cuántos hasta cuasares -dijo roncamente él.
Ella levantó la cabeza, desafiando su infelicidad conjunta.
- No. Apenas he empezado y, por supuesto, nunca terminaré. Pero ¿no lo ves?, eso es parte de la maravilla; siempre hay algo más que encontrar. Experiencias directas, tan directas como la visión, el tacto, el hambre o el sexo, experiencias de la realidad real. El mundo que conocen los humanos es una consecuencia pasajera y accidental de ella. Cada vez que entro allí, las conozco mejor y se apoderan más de mí. ¿Cómo puedo detenerme?
- ¿Yo no podría aprender?
Ella sabía que él no tenía esperanzas.
- No. Un holoteta tiene que empezar pronto, como yo, y no hacer casi nada más, especialmente en los años formativos de la adolescencia. -Le ardían los ojos-. Lo siento, cariño. Eres bueno y bondadoso y… cómo me gustaría que pudieras seguir adelante. Lo mereces.
- Pero ¿no te gustaría volver a ser lo que eras cuando nos conocimos?
- ¿Y a ti?
Nunca podría comprender verdaderamente lo que había sucedido hoy. Sin embargo…
- No -dijo-. Y, por cierto, no me atrevería a intentarlo de nuevo. Puede crear adicción. Para mí sería sólo eso, y después, la locura. Para ti…
Se encogió de hombros.
- ¿Conoces el Rubaiyat?
- He oído hablar de él -dijo ella-, pero no he tenido tiempo de ser culta. El recitó:
Pero si el alma puede dejar el polvo
y cabalgar desnuda por el aire del cielo,
¿no seria una vergüenza… no sería una vergüenza
para ella habitar mutilada en esta carcasa de barro?
Ella asintió.
- El viejo decía la verdad, ¿no? Una vez leí que Ornar era matemático y astrónomo. Debía de sentirse solo.
- ¿Como tú, Joelle?
- Tengo algunos colegas, recuérdalo. Les estoy enseñando… -Se interrumpió, se inclinó sobre el escritorio y dijo con renovada preocupación-: ¿Qué pasará con nosotros? Tendremos que colaborar. Eres lo suficientemente fuerte como para seguir adelante y cumplir con tu deber. Estoy segura de eso. Pero nuestras vidas personales… ¿Qué será mejor para ti?
- O para ti. Ocupémonos primero de eso.
- Lo que tú quieras, Eric. Estaré muy contenta de ser tu esposa, tu amante, cualquier cosa.
El guardó silencio durante un rato, buscando palabras -supuso ella- que pudieran no herirla. No las halló.
- Me estás diciendo que tanto te da -dijo él-. Estás dispuesta a tratarme lo mejor que te sea posible, porque no te interesa gran cosa. -Levantó una mano para que no hablara aún-. Oh, sin duda obtendrías un placer limitado del hecho de vivir conmigo, hasta de mi conversación. Por lo menos, te ayudaría a llenar las horas en que no estuvieras conectada… hasta que tú y esos colegas tuyos fuerais tan lejos que ya no te quedara tiempo para cosas infantiles.
- Te amo -protestó ella. Un par de lágrimas corrieron por su cara.
El suspiró.
- Te creo. Se trata simplemente de que el amor ya no es importante, comparado con esa grandeza. He sentido mucho afecto por algunos perros que tuve. Pero… Llámalo orgullo, prejuicio, testarudez, lo que quieras… me niego a desempeñar el papel de perro.
Se puso de pie.
- Sin duda colaboraremos de forma muy eficiente hasta que yo me marche -terminó-. Con todo, hoy, mientras aún queda algo de ella, me despediré de mi chica.
Ella se acercó. El la abrazó mientras lloraba. Pero cuando, finalmente, ella lo besó, sus labios estaban firmes.
- Vuelve un rato a la conexión -aconsejó él.
- Lo haré -respondió ella-. Gracias por decírmelo.
El se alejó por un viento que se había vuelto frío al atardecer. Ella se quedó en la puerta y saludó con la mano. El no se volvió. Quizá prefería no saber cuan velozmente se cerraría la puerta.
24
Naturalmente, los recién llegados estaban muy solicitados a bordo de la Chinook. Por eso, Weisenberg se sintió un poco sorprendido cuando Rueda Suárez lo invitó a tomar un trago en su camarote antes de la cena. Cuando llegó, a la hora fijada, el ingeniero escuchó una canción folklórica del altiplano andino sonando a poco volumen y vio que en el lector aparecía una página en verso.
Rueda siguió su mirada.
- García Lorca -dijo el peruano-. Estoy muy contento; el banco de datos contiene a mis favoritos. El, Neruda, Cervantes, todos, por no hablar de la música.
- Bueno; hicimos nuestros planes pensando en la posibilidad de muchos años de ausencia, igual que vosotros -comentó Weisenberg-. Además, como vosotros, teníamos esperanzas de enseñar algo de la cultura humana a extraterrestres.
- Años… ¿en su caso, señor? ¿No está casado?
- Sí, y tengo cinco chicos estupendos. Pero el menor está empezando la universidad y los demás ya son independientes. Sarah iba a venir en la expedición, como contramaestre. Claro que cuando tuvimos que salir como lo hicimos, no se lo permití. -Weisenberg sonrió, aunque había pena tras la sonrisa-. Más exactamente, no se lo dije; escapé, dejando un mensaje, porque uno necesita un buen agujero negro para refugiarse en él, cuando a Sarah se le sube la sangre judía a la cabeza.
- Ya veo. ¿No quiere sentarse? ¿Qué va a beber? Saqué una ración de cada tipo de licor del almacén.
- Entonces, whisky, gracias. Solo; sin agua.
Weisenberg plegó su delgadez en una silla. Rueda sirvió lo mismo para los dos y se instaló frente a él.
- Pensé que deberíamos conocernos un poco -dijo el anfitrión-. Dentro de cuarenta horas estaremos en la máquina T y sólo Dios sabe lo que sucederá. Si el plan de Daniel tiene éxito y llegamos a Beta, igual tendremos que hacer un enorme esfuerzo. Si no es así, bien podremos estar en grave peligro de muerte. Sería mejor saber cómo podemos ayudarnos. Y… quizá usted pueda encontrarme algún trabajo. Me siento inútil, me preocupo, bebo demasiado. -Su sonrisa era amarga-. Frieda podría mantenerme ocupado, pero está explorando a los nuevos hombres que la rodean.
Weisenberg bebió un trago.
- ¿Por qué no le pide un trabajo al capitán?
- No quiero aumentar sus preocupaciones. Además, usted es nuestro técnico jefe. Si pudiera sugerirme algo, para que se lo dijera…, ¿entiende? Usted y yo nos comunicamos mejor que la mayoría. Me dijeron que pasó años en Perú, trabajando para Aventureros.
Weisenberg asintió.
- Estudié ingeniería nuclear en Lima; no había escuela en Deméter, en aquellos tiempos. Después, sí; trabajé con la compañía de su familia. Fue entonces cuando cogí el microbio del espacio. Pero también me gustaba la ciudad. Es bellísima y me dio muchos momentos gloriosos. ¡Estaba allí cuando se firmó el Convenio!
- ¿Por qué se marchó, si no le importa decírmelo?
- Oh, sobre todo por mis padres. No me resultó fácil trabajar en la superficie, aunque la crianza de una familia me mantuvo de buen humor. Cuando Dan fundó Chehalis fui corriendo a trabajar con él.
Rueda miró su vaso, bebió y lo miró de nuevo, como si contuviera una profecía.
- El espacio -murmuró-. Sí; todos nosotros debemos estar obsesionados con el espacio, ¿no? Si no, ¿por qué estaríamos aquí? Creo que a mí me cogió cuando era niño, una noche fría y brillante en Machu Picchu. Las estrellas que brillaban sobre las ruinas incas eran como una legión de ángeles.
- O de Otros -dijo Weisenberg en voz igualmente baja.
Rueda lo miró inquisitivamente.
- ¿Está entre los que creen que los Otros son Dios?
- No; en realidad no. -La conversación se volvía íntima rápidamente, pero sólo quedaban cuarenta horas de paz-. Pero fui a la escuela neo-chasídica de rabinos en Eópolis. Y uno lleva la marca toda la vida, aunque haya perdido la fe.
- Bueno, yo soy una especie de católico, creo, pero debo admitir que esos años en Beta me hicieron preguntarme muchas cosas. Hasta entonces, daba por sentados a los Otros. Pero cuando los betanos, con sus fantásticas posibilidades, resultaron ser mortales y estar muy confundidos, igual que nosotros, perplejos, aterrados por los Otros, igual que nosotros… sí, eso me desconcertó mucho. -Rueda hizo una mueca-. Además era conservador en política. Y ahora veo cómo cosas que nunca soñé han estado infectando al gobierno y esa fe también se tambalea.
Bebió el resto de su whisky.
- Sigue siendo posible creer en el poder, la sabiduría y la benevolencia de los Otros. Que siga siendo posible.
Habiendo tomado un sorbo de agua, levantó la botella de la mesa y ofreció otro trago a Weisenberg. El ingeniero meneó la cabeza. Rueda se sirvió nuevamente y bebió.
- No hago un culto de ellos -dijo Weisenberg-. Por ejemplo, no creo que estén trabajando secretamente para guiarnos a nosotros y a todo el universo. Quizá sea así, pero la Voz lo negó y también los betanos. En conjunto soy agnóstico acerca de ellos y seguiré siéndolo hasta que obtengamos información directa, cosa que quizá no suceda nunca.
- Pero son importantes para su alma -observó Rueda.
Weisenberg asintió nuevamente. -Fundamentales. Especialmente cuando miro el cielo en el espacio. Aunque probablemente, no juegan a ser dioses, parece imposible… bueno, imposible de aceptar para mí, por lo menos… que sean indiferentes con respecto a nosotros… que nos dejen usar los pórticos sólo porque eso no los perjudica y que nos enseñen un único sendero hacia un planeta nuevo por bondad ociosa, como un hombre que da a las palomas las migas de un bocadillo que no va a comer! No; es obvio que de alguna manera nos estudiaron en detalle, aun antes de que Fernández Dávila partiera de Tierra. ¿Pueden haber perdido interés desde entonces?
- Pueden haberse marchado a otro sitio -dijo Rueda-. Recuerde que nadie, incluyendo a los betanos, ha visto una nave suya.
- Quizá mantienen invisibles sus naves. Quizá no necesitan naves. Sería absurdo que abandonaran esas máquinas T… piense en la inversión de energía y recursos… o que nos abandonaran a nosotros. Puedo imaginar que se matengan fuera de nuestra vista. Podríamos quedar abrumados por su presencia, aplastados. Pero, maldita sea, deben de ser benignos. Tenemos que importarles.
- Esta galaxia es muy grande. Al parecer hay millones de razas inteligentes, o miles de millones. ¿Tendrán tanto tiempo?
- Si pueden construir máquinas T alrededor ¿de cuántos soles? pueden seguir lo que sucede en los planetas.
- ¿Como Dios? «Su ojo mira al gorrión.» -Oh, los Otros no deben de tener poderes infinitos. Pero quizá no podamos entender la diferencia.
Rueda se puso serio.
- No están haciendo mucho por ayudar a los de esta nave, ¿verdad?
- Que yo sepa, nunca hicieron milagros en beneficio de individuos -admitió Weisenberg-. He fracasado muchas veces tratando de entender cuál es su relación con nosotros, cómo se expresa su preocupación. Sólo estoy convencido hasta la médula de que les importa… de que la Voz no mintió cuando dijo que nos amaban.
Era hora de preparar otra comida. Caitlin entró en la sala de reuniones, de camino hacia la cocina, y se detuvo.
El extraterrestre… el betano… Fidelio estaba de pie o sentado o en cuclillas ante una de las grandes pantallas visoras mirando hacia afuera. Las luces interiores obscurecían el cielo a sus ojos, pero vio pasar la Vía Láctea junto a la cabeza de él. Estaba solo.
- Oh -dijo-. Te deseo muy buenos días.
Aunque no se volvió a mirarla respondió con una ronquera sibilante:
- Buenos días, señora Mulryan.
Caitlin pasó al castellano.
- ¿Me reconoces, sin siquiera mirarme?
- Mi raza tiene oídos más agudos que los vuestros. -Si no se tenía práctica hacía falta un oído muy dotado para seguir lo que decía Fidelio, aunque hablaba con fluidez y corrección. Era sólo que la naturaleza nunca había previsto que debería imitar sonidos de esta clase. Como si comprendiera que había sido un poco seco, continuó-: Además, cada individuo tiene un olor diferente. Esa es otra cosa que no habéis evolucionado para notar. Pero vuestra vista en el aire es mucho mejor que la mía, en las distancias largas, y sólo puedo admirar impotente vuestra sensibilidad táctil.
Entonces se volvió en un movimiento único y fluido -la luz se reflejaba en su pelaje- y se enfrentó con ella.
Ella avanzó hasta quedar a su lado.
- Me gusta tu olor -dijo-. Me recuerda a mi patria y a mí, una niña, jugando donde el mar molía los guijarros… pero es muy diferente, también soy una niña soñando en la misma costa, viendo el país de las hadas en las nubes… Perdón; no puedes entender eso.
- Quizá pueda. Mi gente también tiene mitos y fantasmas, que son más fuertes en los más jóvenes.
Ella puso las manos en sus zarpas palmeadas, porque las manos estaban más atrás, oprimió sus nudos y dijo alegremente:
- Estaba segura. Pero no sabía que habías aprendido tanto acerca de nosotros. ¡Entiendes cosas como «país de las hadas»!
- He trabajado con las demás especies inteligentes. Eso me ayuda a suponer lo que puede ser importante para la vuestra. -La mirada totalmente azul la observó intensamente-. Admito estar sorprendido por tu inmediata comprensión de mí. Mi acento parecía terrible a todos los que no eran de la Emissary.
Caitlin le soltó y se encogió de hombros.
- Bueno; colecciono canciones en muchos idiomas.
La gran forma marrón se enderezó y sus patillas temblaron.
- ¿Quieres decir que cantas, tú misma? ¿Y no música formal, como la que la gente de la expedición me hizo escuchar, sino canciones corrientes? -¿Cómo? ¿Nunca cantaban?
- Sí, algunas veces, pero… -Fidelio vaciló-. Observé que mi raza tiene oídos comparativamente exigentes. Caitlin sonrió.
- Ya sé a qué te refieres. Bueno, si pese a eso te interesas en nuestra música, por las grabaciones… no diría que soy una gran intérprete pero… -Buenos días -dijo una nueva voz. Fidelio no necesitaba ver a quién hablaba. Caitlin sí. Joelle Ky estaba en la puerta.
- Oh, buen día, señora. -Caitlin se apresuró a saludarla gentilmente-. ¿Podría hacer algo por usted?
- No. Pasaba por aquí. -La holoteta estaba tan rígida como su tono de voz.
- Estábamos charlando…
- Este es el primer miembro de la tripulación con quien puedo charlar libremente -explicó Fidelio.
- ¿Nos acompaña, doctora Ky? -preguntó Caitlin con timidez.
- No -dijo la otra mujer. Su rostro estaba helado-. ¿Qué podría ofrecerles? Siga, señorita Mulryan. La cena puede esperar. Sin duda es más importante ampliar la experiencia de Fidelio con… la humanidad.
Desapareció.
Caitlin contempló el lugar donde había estado. La pregunta del betano hizo que su atención volviera a él:
- ¿Hay conflictos entre vosotras dos?
- No. Yo nunca… quiero decir… -Caitlin tomó aliento-. Después de todo, apenas nos conocemos, ella y yo. Claro que yo sé quién es y me imponen respeto, y esperaba que…
Suspiró, se encogió de hombros a medias y se irguió.
- Un conflicto es posible -admitió-. El capitán Brodersen me dijo algunas cosas. A ella puede molestarle mi intimidad con él. Pero estoy segura de que esto te parecerá rarísimo.
¿Acaso Fidelio se agazapó, como poniéndose a la defensiva?
- ¿No has entendido? Queremos que esta clase de cosa no sea rarísima para nosotros.
- Bueno, sí… -tartamudeó Caitlin-. Supongo… he oído… es absurdo, pero…
Las lágrimas asomaron, aunque no sobrepasaron sus pestañas.
- Lo que esperabas que fuera una apertura al amor, se ha convertido en una apertura al odio y el temor. ¡Pobrecillo!
Se controló.
- Trataremos de hacer lo mejor -dijo-; Dan Brodersen se ocupará de eso. Mientras tanto, sería mejor que llegaras a conocer a más humanos que los pocos que fueron a tu planeta. Somos muy diferentes. Seguramente, algunos de nosotros podremos ayudarte. Además, el hecho de conocernos ayudará a que olvidemos un poco la pérdida que hemos sufrido, y los actos desesperados que nos esperan dentro de unos días.
Volvió a cogerlo, esta vez de las manos, ya que se las había tendido.
- Deja que sea tu guía. Yo puedo interpretar, sí, y arreglar pequeñas reuniones, y tratar de que todo sea alegre. Todos lo necesitamos.
- Muchas gracias -dijo él-. Eres bondadosa.
Pero seguía encorvado, y sus palabras eran mecánicas. Caitlin lo observó atentamente, contra las despiadadas estrellas.
- Estuviste contento un momento -murmuró finalmente-, pero la alegría huyó de ti.
El hizo un ruido que podía parecer un suspiro.
- No es nada que tú pudieras solucionar. Y si quedamos libres, se curará pronto.
- ¿Quieres decirme qué es?
- Yo soy un holoteta, como Joelle Ky, y echo de menos el… el estado de comunión. Habrás oído que se vuelve vital para nosotros o, por lo menos, para nuestra felicidad. -Fidelio levantó la cabeza-. No importa. No es peor para mí que para ella.
- ¡Pero tú estás entre extraños! -exclamó Caitlin-. Y tenemos el equipo a bordo, pero no se adapta a tu cuerpo. ¡Qué mal debes de sentirte!
Se precipitó sobre el cuerpo tibio y macizo y lo abrazó. El la tocó, en una tímida respuesta.
- Oye, Fidelio -dijo cuando se separaron-. Tienes suficiente espíritu como para comprender que lamentarse es inútil. Puedes olvidar un poco tus problemas. Lo estabas haciendo cuando nos interrumpieron. Volvamos adonde estábamos: la música. Te gustaría oír nuestras canciones y a mí me llenaría de júbilo escuchar las vuestras. Ahora tengo que preparar la comida, pero no hay razón para que no cantemos mientras tanto.
El se estremeció, enderezándose. La vida volvió a su voz.
- Sí, por favor, hagámoslo. ¿Puedo asistirte en tu trabajo?
Por primera vez desde que dejaron la Rueda, ella rió.
- ¿Qué pasa? -preguntó él.
- Oh… gracias… Puedes alcanzarme algunas cosas. Pero estaba recordando una casa de campo primitiva en Irlanda y te vela en el fregadero blandiendo una bayeta.
Como si le hubiesen quitado un peso de encima, Caitlin fue bailando hacia la despensa. Mientras lo hacía, comenzó su cursillo:
La cucaracha, la cucaracha Ya no puede caminar…
- Ah. -El aliento de Prieda von Moltke era cálido y olía a almizcle-. Ha estado muy bien. Eres estupendo.
Martti Leino abrió los ojos a la cara redonda de nariz ancha y labios gruesos que había debajo de la suya. Los brazos y los muslos de la muchacha aún lo estrechaban. El sudor pegaba algunas mechas de cabellos rubios a la frente y las mejillas rosadas; él sentía la misma humedad en el vientre.
- Tú también -dijo él-. Me he divertido, y lo necesitaba. Muchas gracias.
Ella rió.
- No hemos terminado, amigo. Pero ¿qué te parece una cerveza, antes? Y ¿te importa que fume?
- No. Yo no fumo, pero no me molesta. -Se bajó de ella y se apoyó en la almohada. Los pies de ella golpearon el suelo. Era pesada; no gorda, salvo los pechos amplios, sólida. Cruzando el camarote tomó un cigarro de una caja (la nave estaba equipada para satisfacer muchos vicios menores) y lo colocó entre sus dientes mientras cogía las botellas.
Al volver, se detuvo junto a la cama. Lo contempló, especulativa.
- Martti -preguntó-, ¿por qué cerraste los ojos después que empezamos?
El los desvió.
- Costumbre -murmuró.
- Creo que no. Podríamos haber apagado la luz, si querías. Estabas usando todos tus sentidos hasta que… ¿Decidiste fingir que yo era otra persona?
- ¡Por favor!
- Oh, no me ofendería. No estamos enamorados. Tampoco quiero fisgonear. Es que soy curiosa.
El guardó silencio. Ella le alcanzó una jarra cubierta de rocío por el frío y encendió su cigarro. Se sintió el olor acre del humo. Se sentó junto a él, lado a lado.
- Creo que me gustas mucho, Martti -le dijo. Y astutamente-: Supongo que eres mejor que tus compañeros. Stefan Dozsa es simpático pero ¿apresurado? No muy prometedor. Y los otros dos, serán muy difíciles. Weisenberg habla como un hombre totalmente casado y Brodersen tiene a su amante, que es mucho más bonita que yo.
Leino gruñó.
Sí, la tiene.
Una vez más, la mirada de Frieda se volvió pensativa.
- Es una persona deliciosa. Y dotada; cantó algunas de sus canciones mientras tomaba mis medidas para hacerme ropa decente. Y cocina estupendamente. Y parece hacer bien el resto de la tarea del contramaestre. ¿Qué más?
- No lo sé. -Leino habló con rapidez-. Hace poco que la conozco. Sí, es toda una mujer.
Bruscamente, torciéndose para mirarla:
- Habíame de ti, Frieda. Todo el mundo está hablando siempre de Beta y de política terrestre y cosas así. Ahora nos queda poco tiempo hasta… Bueno, ¿cómo ha sido tu vida?
La artillero se encogió de hombros e hizo un anillo de humo.
- Anduve por ahí.
- Cuéntame más.
- Si después me cuentas tu historia. -La mía no es gran cosa -dijo Leino-. Soy muy joven; estoy empezando a descubrirlo… Tú has visto más que yo.
Ella reunió el cigarro y la botella en la mano derecha para que la izquierda pudiera revolver los cabellos de Martti.
- Eres listo, Martti. Y recostándose en la almohada:
- Bueno, un bosquejo, si quieres. Nací en Prusia oriental, hace treinta años, pero para mí han sido treinta y ocho. Mi familia no era rica, pero recordábamos que durante un par de siglos habíamos sido junkers, y después habíamos proporcionado oficiales al Imperio Soviético, y cuando se derrumbó… Ach, la mansión de nuestros antepasados estaba a la vista de nuestra casa. Mi padre fue guerrillero durante los Conflictos. Yo formaba parte de las Freiheit Jugend; nunca tuvimos que luchar, pero estábamos preparados. Finalmente me tomé un Wanderjahr antes de entrar en el Comando de Paz. Me adiestraron para el espacio. Cuando la Emissary empezó a reclutar, me presenté y fui aceptada.
- No eres exactamente una chica de su casa -dijo Leino.
Ella pareció melancólica.
- Me gustaría casarme, invertir mi esterilidad, tener hijos mientras mis padres puedan disfrutar de sus nietos. Si es que viven… y tal vez nosotros estemos yendo hacia la muerte.
- Sí. Es difícil aguardar sin hacer nada, ¿verdad?
- Oh, es el destino humano. Aguardas el resultado del análisis del laboratorio, o el veredicto del jurado, o dónde caerá la bomba en el campo de batalla, o… lo que sea. -Frieda chupó su cigarro hasta que la punta se volvió roja como Aldebarán-. Lo terrible en este caso es que podemos ser la última oportunidad de la humanidad para llegar a las estrellas. Nuestros enemigos no se detendrán si nos liquidan, sjrurlos versenkt'. Temerán que vengan los betanos, u otros, y por esa razón trabajarán para obtener el control hasta que puedan poner, abiertamente, armas en las máquinas T de Sol y Febo, para mantener encerrado su reino. Es demasiado posible. Mi pueblo recuerda los soviets.
1. Hundidos sin dejar rastro. (N. del T.)
- A menos que los Otros intervengan -dijo Leino-. ¿Será un sueño imposible? ¿Obtuvisteis alguna clave en la Emissary?
La expresión de Frieda se endureció.
- No. La Voz fue el único signo de los Otros, para nosotros, para los betanos y para las demás razas que los betanos conocen. -Vació su botella, la dejó caer en el piso y golpeó con el puño en su rodilla-. Martti, no me gusta pensar en los Otros. Lo hicimos durante ocho años. Obsesionan a los betanos más de lo que Cristo obsesionó a Europa… oh, pude sentirlo cuando empecé a aprender su lenguaje y a ayudar en los estudios, lo sentí. Ya te he dicho que vengo de un país lleno de sueños y pesadillas que se recuerdan.
Violentamente:
- ¡Olvídate de los jodidos Otros! ¡Hacemos nuestro destino!
- Bueno, sí; quizá -dijo él en voz baja-. Yo también lo he pensado. Soy cristiano… no muy bueno, creo, y eso me ha hecho preguntarme sobre el efecto que tienen en nosotros. Oh, sin duda no son más que una especie que nos aventaja en ciencia y tecnología. En cerebro, también, supongo, pero ¿son tan importantes los cerebros? No me sorprendería que nuestros holotetas sean tan inteligentes como ellos o más. Si son ángeles, como creía el pastor de la iglesia de mi pueblo, o si simplemente están libres del pecado original, ¿por qué dejaron que sucedieran los Conflictos? ¿Y las herejías, los cultos absurdos que se les dedican? ¿Será que están condenados, serán demonios? No lo sé. No lo sé.
Sorprendida, Frieda dijo:
- Dejemos en paz la religión. -Guardó silencio un par de minutos-. ¿Puedo pedir música, Martti? Tengo ganas de Beethoven… la primera sinfonía, mientras todavía era feliz aprendiendo de Haydn y Mozart. Quiero escuchar felicidad.
- Claro -dijo Leino, acariciándola.
Ella volvió a su lado en medio del resonar de armonías, apoyó su cigarro y se apretó contra él.
- Este es un fondo muy bueno para joder, además -dijo.
- Eh, aguarda -objetó él-. Tengo que descansar.
Ella lo tocó.
- Estoy segura de que descubrirás que tu capacidad es mayor de lo que supones. -Pausa; cálculo; puñalada-. Seguramente, Caitlin Mulryan también podría demostrártelo.
Viendo que hacía una mueca.
- No te preocupes; era una broma. Eres un hombre encantador. Disfrutemos el poco tiempo que queda hasta llegar al pórtico.
De nuevo, él cerró los ojos.
25
Ira Quick mantenía a distancia el invierno de Toronto con una grabación de la catedral de York reproducida en la pantalla visora gigante. No era estática, sino que se movía lentamente alrededor de las delicadas fachadas, las intrincadas bóvedas, las resplandecientes ventanas de la más maravillosa de las iglesias medievales. Sintonizado en el límite de lo audible, pero sin perder nada de su fuerza, un canto gregoriano la ambientaba. El espectáculo era un recordatorio de lo que el hombre, sólo y atado a Tierra, había logrado. La herencia que ahora amenazaba la inhumanidad. Lo fortificaba en su resolución.
Simeón Ilytch Makarov, primer ministro de Gran Rusia, estaba sentado al otro lado de su escritorio. Había volado hasta aquí de incógnito, a petición urgente de Quick.
- Usted es el individuo más poderoso de nuestro grupo -había dicho el norteamericano- y nosotros dos somos los más decididos. Temo que nos enfrentamos con una crisis; tenemos que reunimos y decidir. Prefiero no decir nada más por teléfono, aunque esta conversación esté siendo cifrada. Y yo no puedo ir a verlo. Todas mis líneas de comunicación están centradas en este despacho.
Cuando llegó, Makarov encendió un cigarrillo atroz, aspiró el humo con fuerza y preguntó en un español con fuerte acento:
- Bueno, ¿qué tiene que decirme? Era un individuo fornido con bigotes de foca, cabellos grises escasos, vestido con descuido; un superviviente de los combates de las guerras civiles que habían asolado su país. Su vida estaba consagrada, desde entonces, a su eventual reunificación.
- Nada que usted no sepa. Sabe perfectamente que la Chinook se está acercando a la máquina T y tendría que llegar dentro de unas tres horas. Por eso no puedo moverme de aquí. Alguien tiene que dar las órdenes si sucede algo imprevisto. -Quick golpeó la mesa con la palma de la mano-. ¡Cristo! ¡El tiempo de transmisión es de más de veinte minutos!
- Sí; nuestro grupo está de acuerdo en que usted está en la mejor posición para tomar la responsabilidad. ¿Por qué quiere compartirla conmigo, ahora?
- Usted la comparte en cualquier caso, señor1 Makarov. -Quick frunció el ceño-. Hay un hecho nuevo; espero que no sea importante. Me enteré mientras usted venía hacia aquí. Me he mantenido informado acerca de la Rueda de San Jerónimo. El hecho de que uno de mis proyectos favoritos se esté realizando, supuestamente, allí, es una excusa suficiente. Troxell no envía detalles por láser, por supuesto, pero se supone que debe enviar una señal periódica que significa «Todo va bien». Se ha demorado.
- ¡Eso puede ser malo!
- O puede ser un simple descuido. Se ha vuelto impuntual; el aislamiento, la tensión, se notan en él y en sus hombres. Creo que no debo enviar una petición de informes inmediatamente; sería muy llamativa, me haría parecer preocupado, justo en el momento en que la Chinook exige toda mi atención. -Quick hizo una pausa antes de añadir con tono significativo-: Y sin embargo, el análisis de los datos del radar muestra que la nave utilizó un trayecto de aceleración raro y poco económico para entrar en el sendero que le marcamos. La mantuvo en la sombra de radar de la Rueda, dada la distancia astronómica y el escudo electromagnético, durante horas.
1. En castellano en el original.
Makarov gruñó como si lo hubieran golpeado.
- ¿Por qué no nos lo dijo en seguida?
Quick suspiró.
- Hace muy poco que lo he sabido. Por favor, señor; comprenda que debo proceder con precaución. Ya hay demasiada gente enterada. Si pido información de alta prioridad se preguntarán por qué. Si subrayo una pregunta determinada, se harán aún más preguntas.
- ¡Uf! Tengo las cosas mejor organizadas en Gran Rusia.
- Esa es una razón importante para que usted sea tan valioso, tan decisivo para nuestros esfuerzos, so Tirano bárbaro.
- Exactamente, ¿cuánta información se ha filtrado, de qué clase y a quiénes?
Quick extendió los brazos.
- «Exactamente» es un requerimiento imposible. Como ya le he dicho, no trato con un puñado de hombres disciplinados, como los suyos, cuyo silencio está garantizado. He hecho todo lo posible por mantenerlo au cou-rant, tan informado como yo mismo.
- Sí. Pero hay muchas otras cosas que reclaman mi atención. ¿Qué le parece si me hace un resumen, prescindiendo de que ya me haya comunicado un hecho concreto?
¿Estará jugando conmigo? ¿O por debajo de su astucia campesina será básicamente tonto? No es para esto que lo necesito hoy… lo necesito. Debo complacerlo. Quizá, dentro de unos años… Quick ordenó los hechos en la cabeza y comenzó:
- Nuestro grupo original conoce toda la historia, por supuesto. Eso incluye a los subordinados que tuvimos que poner al tanto. -Entre éstos, figuraban todos los tripulantes de la nave de vigilancia Lomonosov, en su mayor parte recién asignados, que estaba de guardia en la máquina T febiana, aguardando la llegada de la Chinook. Eran o veteranos de Makarov, que entraron en el servicio espacial cuando terminaron las guerras, pero seguían siendo fieles a su antiguo jefe, o agentes suyos con adiestramiento técnico. Quick había tenido que admirar la rapidez con que el primer ministro había arreglado esto. La Junta de Control Astronáutico había agradecido esta solución que se le ofrecía, con tan poco preaviso. Ahora, la Bohr no tendría que dejar su puesto para escoltar a la nave de los delincuentes hasta su lugar de detención.
«Hice que un equipo de psicólogos entrevistara a la tripulación de la Dyson. El pretexto, que los mismos psicólogos se creyeron, fue tratar de saber cómo reaccionaban los hombres del espacio ante un acontecimiento especial. Al parecer, ninguno sospechó la verdad, aunque tenían dudas ante el incidente. Ningún problema serio, creo. -La Dyson era la nave de vigilancia que estaba en el pórtico Solar cuando la Emissary volvió al Sistema Febiano. Quick casi deseaba tener un dios al que dar gracias de que Tom Archer, capitán de la Faraday, que estaba de guardia al otro lado del pórtico, fuera inteligente, además de leal. Había enviado un pez piloto pidiendo a la Dyson que cruzara y le prestara ayuda de emergencia; luego había conducido la Emissary en la dirección opuesta. No encontrando a nadie en la entrada al Sistema Solar, como era de suponer, condujo a su cautiva a una distancia segura y se puso en contacto con Quick. Cuando la Dyson volvió, el ministro había enviado un mensaje a su intrigado capitán… disculpas y todo eso, pero se había hecho necesario comunicar una cierta proporción de secreto, porque no era la clase de cosas que debían saber los extremistas de Tierra o Deméter.
»E1 problema de la Faraday es mucho más delicado, pero no tengo que repetir eso, ¿verdad? Archer y su primer oficial pertenecían a la causa, pero no había sido posible elegir con el mismo cuidado al resto de la tripulación. Esas personas se habían alegrado ante la reaparición de la Emissary y habían protestado ante la necesidad de ponerla en cuarentena, no como precaución de salud pública sino como si fuera un enemigo. Después de consultar con sus jefes, el capitán dijo a sus hombres: "Parece que puede haber traído algo peligroso… Quizá no lo sea, pero el gobierno quiere investigar cautelosa y profundamente, y no quiere que haya una histeria general. De modo que, para asegurar el secreto nos vamos a Hades, con una misión científica." Rápidas y versátiles, las naves de vigilancia servían con frecuencia como exploradores, y el planeta más exterior del Sistema Febiano tenía rasgos curiosos que los científicos deseaban conocer mejor. "Sí, esto os mantendrá alejados de la familia y los amigos que esperabais ver pronto, pero las órdenes son las órdenes. Se les comunicará que estamos bien. Y no olvidéis que cobraremos una paga generosa por la misión extra." La Faraday no se quedaría allí para siempre.
»Troxell y sus agentes pueden ser un riesgo mayor aún -continuó Quick-. Por más que los hayamos elegido con cuidado, han estado expuestos durante semanas a argumentos pro estelares enormemente persuasivos. Si uno o dos de ellos fueran convertidos… podrían arruinarnos el mismo día en que desembarcaran en Tierra.
»Esas son las preocupaciones obvias. Hay muchas que lo son menos. La gama va desde mi ayudante, Chauveau, o Zoé Palamas, por ejemplo, a quien le he transmitido mis sospechas acerca de una incipiente rebelión en Deméter, hasta los técnicos de las estaciones espaciales a quienes se les pidió que localizaran la Chinook y le transmitieran la orden de que volviera a casa.
»Señor, la situación es precaria y está empeorando. Soy cada vez menos capaz de controlarla por mí mismo. Necesito mucha ayuda. De nuestro grupo, usted es el más indicado para proporcionármela.
Makarov aplastó su cigarrillo insistentemente antes de tirarlo por el destructor y coger otro.
- ¿Qué quiere que haga, exactamente? -gruñó.
Quick suspiró.
- Si lo supiera, señor, probablemente no hubiese tenido que llamarlo. Pero la verdad es que los acontecimientos son imprevisibles. Si las cosas van mal, quizá no pueda mantener el secreto yo solo. Ni tenía la costumbre de hacerlo a este nivel. Sus consejos, sus vinculaciones, su acción… ¿Me sigue?
«Suponga que todo sucede como deseamos. [La Chinook llega a la máquina T manteniendo obedientemente el silencio en sus transmisiones. La nave de vigilancia regular es la Copérnico, la especial que enviamos es la Alhacen. Ambas tripulaciones han sido advertidas de que los viajeros están requeridos en Deméter por cargos criminales y deben ser considerados peligrosos. Además, Broussard, de la Confederación Europea, se ha ocupado de que el capitán y el artillero de la Alhacen, aunque no conozcan los hechos, sean hombres en los que se puede confiar; obedecerán su orden de disparar si es necesario. Su gobierno nacional los protegerá ante la junta de investigación… Pero supongamos que la Chinook pasa hacia Febo sin incidente. Allí la Lomonosov aguarda para conducirla. Cuando se alejen lo suficiente de la Bohr, la Lomonosov envía una partida de abordaje que controla a los demetrianos, los interroga, se comunica con la gobernadora Hancock y aguarda instrucciones.]
«Pasará algo de tiempo hasta que sepamos exactamente qué ha hecho o puede hacer aún la pandilla de Brodersen. Podemos llevarnos una sorpresa desagradable. Por ejemplo, pueden haber hecho propaganda en la Rueda. Será mejor que estemos preparados para responder rápida y decisivamente.
»Pero, de momento, ¿qué haremos si surgen problemas en las próximas horas, de cualquier manera imprevisible? ¿Qué haremos? Le repito, señor, que los hechos se están produciendo con demasiada rapidez para nosotros. Hemos tenido que improvisar, hemos extendido demasiado nuestras líneas, nuestras coberturas están llenas de agujeros, demasiada gente… desde Hades hasta la Rueda, estará haciendo preguntas dentro de muy poco. ¿Qué haremos?
Makarov despidió humo. Apestaba. -Eso depende de cómo sea la realidad -dijo-. Tiene razón, será mejor que lo acompañe en su vigilia. Después de un momento, agregó: -La realidad absoluta es siempre la muerte. Quick se enderezó en su asiento. Temía un poco que sucediera esto. ¿También lo deseaba un poco? -No le entiendo bien -dijo vacilante. -¿No hay un proverbio en inglés, «Los muertos no cuentan historias»?
Sí, y ¿cuántas tumbas han llenado tus verdugos, Makarov? La boca de Quick se había puesto algodonosa. Sintió frío, aunque la calefacción era buena.
- Tenemos… nuestro grupo ha… discutido medidas extremas, es cierto. Pero estrictamente en caso de absoluta necesidad.
- Me ha estado diciendo que la necesidad se ha vuelto absoluta… se haya dado cuenta o no.
Quick aferró los brazos de su sillón. ¡Ataca!
- Quizá tendría que ser más explícito, señor.
Makarov agitó su cigarrillo.
- Muy bien. -Su tono era totalmente natural-. He pensado mucho en esto, como se dará cuenta, y he sondeado a otros de nuestro grupo. No se sienta insultado porque no le incluí. Sus actos, sí, y su liderazgo demuestran que es fundamentalmente un realista.
»Podemos destruir la Chinook y su tripulación. Podemos enviar un destacamento de confianza a despachar al personal que está en la Rueda, incluyendo al de Troxell.
»La Faraday… todavía no estoy seguro. Podríamos hacer que la Lomonosov la destruyera en Hades. Después explicaríamos estas pérdidas como una triste serie de accidentes, que sucedieron casi juntos por casualidad. Bueno; no hay prisa con la Faraday. Si es posible, prefiero salvarla, ya que su tripulación ha recibido sugerencias acerca de monstruos estelares.
»E1 ideal sería que todo sucediera en la Rueda para que parezca que los monstruos que habían esclavizado a la tripulación de la Emissary, se apoderaran también de la estación de cuarentena. Sí, y cuando Brodersen apareció en su investigación privada, lo atrajeron, capturaron a él y a sus hombres y partieron en su nave hacia su planeta. Afortunadamente se traicionaron ante el vigilante Lomonosov, que los hizo volar en mil pedazos.
A pesar de que había acariciado ideas parecidas -como fantasías, como fantasías- a Quick le pareció necesario murmurar:
- ¿Y usted cree seriamente que podríamos hacer tragar semejante historia sensacionalista a toda la raza humana?
- Probablemente, tragarán lo necesario -dijo Makarov-. Nada de lo que afirma un gobierno es demasiado increíble para la mayoría de sus ciudadanos.
«Tenga presente que no estoy diciendo que esta estrategia sea factible; eso tendremos que averiguarlo. Por ejemplo, Stedman, ¿colaborará plenamente? Puede perder los nervios cuando se imagine enfrentado con su Dios. Si él u otro dejan de ser de fiar, ¿qué es lo mejor que podremos hacer? En cualquier caso, ¿cómo explicamos y justificamos el hecho de que tantos altos funcionarios del Consejo no fueran notificados y consultados inmediatamente? ¿Qué pruebas podemos fabricar, qué detalles pueden inventar para nosotros algunos hombres inteligentes?
»La ventaja de crear invasores estelares es que en ese caso, podremos lograr fácilmente nuestro objetivo, una guardia en ambas máquinas T para liquidar cualquier nave desconocida en el momento en que aparezca. La opinión pública apoyará esto, sí, requerirá esto y el fin de las exploraciones. Pero nos arriesgamos a fracasar y ser desenmascarados.
«Quizá el camino más seguro sea destruir la Faraday con el resto y hacer que todo parezca un accidente. O… hum… podríamos echar parte de la culpa a los terroristas. En ese caso tendremos que encontrar una ruta política diferente, más lenta, hacia nuestra meta.
»Lo esencial, señor' Quick, es que, hagamos lo que hagamos, no podemos hacerlo tímidamente. Tenemos que tener huevos y aceptar grandes riesgos. Créame, el peligro de los paños tibios es mucho mayor.
»Sí. Ciertamente tendré que quedarme a su lado en estos momentos -terminó Makarov.
- Está diciendo cosas terribles -protestó Quick-. ¡Pero si algunos de los que propone matar nos han estado ayudando!
- He oído otro proverbio inglés -replicó Makarov-. No se puede hacer una tortilla sin romper huevos. Es un dicho excelente. En el pasado he tenido necesidad de firmar la sentencia de muerte de seguidores que habían sido valiosos. Juzgué que estaban siguiéndome con demasiada independencia, o que tenían relaciones discutibles, o que… Bueno; tenía que reconstruir un estado que había llegado al caos. ¿Cómo iba a investigar cada paso por separado?
»Por diferentes razones, señor' Quick, consideramos vital que la raza humana se quede en casa, realice sus tareas naturales y se despreocupe de los desconocidos… por lo menos hasta que esté lo suficientemente organizada para enfrentarse con ellos. Eso es vital. En los tiempos anteriores a la terapia celular, ¿qué mujer dudaba en quitarse un pecho canceroso? Eso perjudicaba su belleza, pero no podía elegir si quería seguir viviendo, ¿no?
»Lo que es más, señor Quick -Makarov se inclinó hacia adelante-, lo que es más, usted se ha comprometido. Toda nuestra pequeña organización lo ha hecho. Tenemos un ideal, nos dirigimos a tropezones hacia él, cometemos errores, como todo el mundo, y hoy estamos al borde de la ruina. ¿Eso hace que nuestro ideal no sea correcto? ¿Cómo podríamos seguir sirviendo a la humanidad desde una prisión?» E iremos a prisión si algo de lo sucedido se hace público. La publicidad provocará investigaciones. Nuestros subordinados tratarán de salvar sus pellejos delatándonos. La Chinook nos está obligando a ir más allá de los límites de la legalidad teórica. Es evidente que estamos conspirando para violar los derechos de su tripulación. Ya los hemos violado, solicitando deliberadamente una orden de arresto sin causa justificada. De ahí surgirán incontables acusaciones de abuso de autoridad. Estaremos encerrados durante mucho, mucho tiempo… ¡a menos que demos el golpe adecuado ahora mismo, y que lo demos con fuerza!1. En castellano en el original.
Una parte de Quick recordó un ensayo que había leído años antes, acerca de la crónica fascinación de los intelectuales por la violencia como instrumento… atraídos, rechazados, atraídos nuevamente, como por la idea de las relaciones sexuales con una niña impúber o con un extraterrestre; es una especie de xenofilia, y cuando un conflicto que aprueban (y aprueban la mayoría) hace erupción, son los primeros en aplaudir las cabezas nucleares y pedir más soldados para alimentar el horno. En aquel momento, le había parecido una idiotez reaccionaria. Después, cultivando su sentido de la justicia, había tenido que admitir que podía haber algo de verdad en la tesis.
Este hijo de perra tiene razón en el presente contexto. No se puede hacer tortilla sin romper los huevos. Y no se puede mantener en orden una sociedad sin romper alguna cabeza ocasional.
Y, por Dios todopoderoso, tendría que actuar. Si no… ¿arresto, acusación, juicio? ¿Una sentencia de cárcel? ¿Un psiquiatra rehabilitador (bajo, gordo, barbudo, narigón)
explorando la psique de Ira Quick, que su torpe raza no entendería ni en una entera época geológica? En libertad ya viejo, viejo para disfrutar lo poco que encontrara en el naufragio de su carrera y su vida social. Sus hijos, su mujer, sus amigos, sus amantes, el mundo entero llamándolo secuestrador y asesino, a él que sólo había deseado el progreso humano.
Se sabe que tomo decisiones rápidas.
Quick se pasó la lengua por los labios.
- Señor, no estoy necesariamente de acuerdo con sus proposiciones. -Con cuanta calma hablaba, pese al martilleo en su interior-. Pero cuando un estadista como usted habla, yo escucho. ¿Le importaría explicarse con detalle?
Sintió su valiente sonrisa.
- Tenemos que pasar el tiempo mientras aguardamos.
Las voces que rodeaban a la imagen de la catedral se dirigían a su triunfante conclusión.
26
La Chinook estaba a más de un millón de kilómetros de su meta, desacelerando, cuando recibió la primera comunicación. Brodersen la atendió en su despacho.
La pantalla le enseñó un rostro angular que hablaba inglés británico:
- Vincent Lawes, comandante de la nave de vigilancia Alhacen, en misión especial. Esa es la Chinook, de Demé-ter, ¿no? -En realidad no era una pregunta-. Póngame con su capitán.
- Aquí lo tiene -respondió Brodersen-. ¿Qué desea?
Los segundos pasaron mientras los rayos luminosos hacían el camino de ida y vuelta. Caitlin, sentada junto a Brodersen, le cogió el brazo, que estaba desnudo. El tenía mucha conciencia de la calidez y la presión, de su respiración rápida y sus sutiles aromas de mujer.
- Óigame bien, capitán Brodersen -dijo Lawes. Su tono era áspero y tenía un tic junto al ojo derecho-. Se le requiere por acusaciones graves. Su nave está armada. Mis órdenes dicen que debo ocuparme de hacerlo pasar al Sistema Febiano, donde lo están esperando. Debo considerarlo peligroso y no correr riesgos con usted. Ninguno. ¿Me entiende?
- ¿Qué procedimientos utilizaremos?
Tiempo.
- Maniobrará como de costumbre, pero bajo nuestra dirección, no la de la Copérnico. De hecho, no debe mantener absolutamente ningún contacto con la Copér-nico. Nos dirigirá todos los mensajes a nosotros, y en inglés. La Copérnico no está en su órbita habitual. Se mantendrá al otro lado de la máquina T mientras ustedes hacen el tránsito. Para entrar en contacto con ella tendrían que usar la radio y en español, ya que nadie sabe inglés en esa nave. Lo detectaríamos. Cualquier acción incorrecta por su parte hará que disparemos. Repito, ¿me entiende? Asegúrese de que es así, capitán Brodersen.
- Vaya, vaya -el demetriano chasqueó la lengua-. Tiene el esfínter apretado, ¿eh? ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo una pequeña charla? Tiempo.
Caitlin recitaba, susurrando… una maldición gaélica, pensó Brodersen.
- He recibido órdenes -replicó Lawes, cortando cada palabra-. Entre otras cosas, usted está acusado de tratar de diseminar información tecnológica peligrosa para la seguridad pública. Sin cuestionar la lealtad del personal de la Copérnico, tengo que ocuparme de que no les envíe ningún mensaje, ni a ellos ni a nadie más. No es necesario aclarar que no van a sintonizarlo. Si tenemos que abrir fuego contra usted, colaborarán con nosotros.
- Ya veo. M-m-m-m… ¿Y usted, capitán Lawes? Nuestra versión de la historia es bastante interesante. Tenemos muchas cosas que podríamos enseñarle, también.
Tiempo.
La única sorpresa, si lo fue, era la aterrorizada vehemencia de Lawes.
- ¡No! ¡De ninguna manera! Si lo intenta, interrumpiré la conexión. Si persiste, cuando vuelva a llamar, tengo autorización para atacar.
- De acuerdo. De acuerdo. ¿Qué más?
Tiempo.
Brodersen le murmuró a Caitlin:
- Sí que lo han convencido, ¿eh? Probablemente, ha sido algo más que una exhortación a su lealtad. Es oficial de la Unión, después de todo, no de Europa. Soborno, chantaje…
- Su sendero y vectores no son correctos para un tránsito -dijo Lawes-. Expliqúese.
- Sí, iba a hablarle de eso. El sistema de control central está mal de la tripa. Adquirimos una aceleración errónea y tenemos que compensarla. En vez de ir directamente hacia la primera baliza, estamos aplicando parámetros que nos dejarán a velocidad relativa cero cerca de la baliza Bravo. Desde allí iremos a la situación adecuada para un acercamiento normal. Aquí tengo las cifras, si quiere que se las transmita.
Durante varios minutos se discutieron detalles técnicos. Finalmente y no muy convencido, Lawes dijo:
- Muy bien. Controlaremos continuamente su ruta, recuérdelo. Esté a la escucha de posibles instrucciones. Si no sucede nada sospechoso, volveré a establecer comunicación directa a las diecinueve y treinta. ¿Está claro? -Cuando recibió la confirmación, obscureció la pantalla sin despedirse.
Brodersen se recostó.
- Vaya -dijo-. Por un momento me pregunté si dispararía. Le tiembla el dedo sobre el gatillo. Pero, por supuesto, a esta distancia Frieda puede interceptar cualquier cosa que envíe… espero.
- Estoy pensando en cuan desesperados están nuestros enemigos -dijo Caitlin.
- Así es. Y cuanto más desesperada está la gente, más peligrosa es. Incluyéndonos a nosotros. -Se volvió para sonreírle. La cara adorada se acercó a la suya-. Bueno, tenemos de tres a cuatro horas antes de que las cosas se pongan difíciles. Mejor descansa un poco, macushla', si puedes.
Ella le acarició la mejilla. -Tengo una idea más interesante, vida mía. -¿Eh? Yo… mira, tengo que dar una vuelta, levantar la moral de las tropas, comprobar todo…
- Si los responsables no tienen sus departamentos en orden, ya es demasiado tarde -dijo ella con firmeza-. Pero todo está perfectamente. Los he sondeado de formas que el capitán ignora. La moral de la mayoría es excelente y los demás tienen, por lo menos, corazones firmes. Sí; podríamos hacer una asamblea y cantar canciones de revolución y libertad. Pero será mejor hacerlo en el último momento.
Queridísima, amor mío. (N. del T.)
Sonrió.
- De modo que tienes más de una hora libre, Daniel Brodersen, y segura estoy de que querrás pasarla con estilo.
- Oh… bueno… oh, mira… francamente estoy tan preocupado que dudo que…
Ella detuvo sus palabras con los labios. Sus manos vagabundeaban. Finalmente rió.
- ¿Ves? Esa preocupación no tenía razón de ser. -Poniéndose de pie y cogiéndolo de la muñeca-: Ven, semental mío. Luchar es inútil. Tu destino está sellado.
Las estrellas brillaban en todas las pantallas del centro de mando. La imagen amortiguada de Sol parecía una luna ardiendo, con Tierra oculta detrás de él. En otra dirección resplandecía un globo apenas dorado, la señal ante la que se había detenido. En otra dirección, el cilindro que era la máquina T giraba, con su masa y su energía reducidas por la distancia -unos cincuenta megametros- a una joya perdida en el cielo.
Brodersen flotaba solo, sujeto por el arnés, escuchando su propia sangre. Esa marea funcionaba más fácilmente de lo que había previsto. En ningún caso hubiera tomado un supresor del miedo, porque necesitaba cada milisegundo que pudiera reducir de su tiempo de reacción, pero había supuesto que estaría muy tenso. Pegeen es una buena medicina, pensó.
Si pudiera estar aquí. Ella no lo distraería… a propósito. Pero él no estaba seguro de poder ser, en su presencia el robot perfecto que debía ser. Era muy difícil controlar el conocimiento de que pronto podía estar muerta.
Y Stef, de servicio en las consolas de detección y comunicación en el cubículo de electrónica; Joelle como holoteta y Susanne como conexión eran partes de la nave, sus pilotos por las rompientes y bajíos que la esperaban; Phil y Martti ocupaban el cuarto de máquinas, aunque lo más probable era que sólo tuvieran que sudar; Frieda tenia el centro de armamentos con Carlos -que había aprendido algo de eso- como ayudante. Eso dejaba a Caitlin para confortar a Fidelio. Sintonizando un momento, Brodersen la había oído intercambiando canciones con el betano.
Un guiño y un pitido concentraron su atención en el receptor. El rostro demacrado de Lawes apareció en la pantalla.
- Nave de vigilancia… ya ha llegado. ¿Está listo?
- Más o menos -respondió Brodersen-. Todavía tenemos problemas. Espero que los aparatos no se vuelvan locos de pronto. Podrían enviarnos al infierno, ¿sabe?
Aquí la demora en la comunicación era imperceptible. Dozsa había informado que la Alhacen estaba a unos pocos miles de kilómetros. La magnificación podría haber hecho visible su esbelta silueta, pero no había razón para molestarse.
- Deseo lo mismo… por ustedes -dijo Lawes-. Proceda de acuerdo con su plan de vuelo. Estaré en contacto. ¡Adelante!
- Sí. -Brodersen se dirigió al intercomunicador-. Capitán a tripulación. Ya han oído. A trabajar.
Vio que Lawes se sonrojaba y apretaba los dientes, cada vez más convencido de que eran un grupo de piratas.
La ausencia de peso dejó lugar a un pequeño empuje variable y una sensación de aceleración de Coriolis, cuando los giroscopios hicieron rotar la nave. Terminó de girar; orbitó por un instante hasta que el impulso despertó y se lanzó adelante a toda velocidad. La aceleración clavó a Brodersen en su asiento.
Los instrumentos y computadores de Lawes tardaron un minuto en determinar lo que sucedía e informárselo.
- ¡Aguarde! -gritó-. ¡Esa no es la dirección!
- Ya lo sé, diablos. -Brodersen exhibió su mejor imitación de una persona muy preocupada-. Le dije que teníamos problemas. Espere, no me moleste.
- ¿Qué está haciendo?
- ¿Cree que queremos meternos en un sendero cualquiera y desaparecer para siempre? Déjeme en paz. Tengo que tratar de detener esto.
- Le daré una breve oportunidad, capitán. -Lawes cerró la boca. Brodersen y sus compañeros intercambiaron frases que habían ensayado.
La energía impulsora de los iones se interrumpió, como debía hacerlo si la Chinook iba a recorrer el camino que había calculado Joelle. Cayendo hacia el siguiente punto de inflexión, hizo girar nuevamente su nariz. Un radar podía haber registrado el movimiento, si hubiese estado vigilando, pero había confiado en que a Lawes no se le ocurriría, por ahora.
- Navegación estima que podemos mantenernos en esta trayectoria durante seis horas sin adentrarnos demasiado en el campo -dijo. Era verdad-. Los ingenieros esperan reparar la avería mucho antes de eso. Lawes contrajo las cejas.
- Quiero saber más. ¿Por qué no nos llamó antes? -¿No se suponía que teníamos que mantenernos en silencio? No somos criminales, capitán. Somos ciudadanos respetuosos de la ley, deseosos de llegar a casa y limpiar sus nombres. Cómo diablos nos acusaron de algo es lo que no puedo entender… De acuerdo. Si lo desea pondré en pantalla las partes pertinentes de nuestro libro de bitácora y las notas del ingeniero jefe.
Estas eran una obra de arte, a juicio de Brodersen. Sin embargo, no le hacía mucha gracia presentarlas. Su trabajo como capitán era hablar, nada más -estirar el discurso lo más posible- y mantener ocupados a sus adversarios, mientras Joelle, Su y las leyes de la física impulsaban la nave.
Sólo tenía unos veinte minutos de plausibilidad, hasta que llegara el momento de la siguiente aceleración. Sus pilotos arrancarían a toda velocidad, casi no había margen de seguridad… Otro impulso.
- ¡Chinook, deténgase! ¿Está loco? -Los controles están locos. -Ya no puede creerle.
- Pídale a su ingeniero jefe que estudie la información que enviamos. Haga que la estudie bien. Brodersen ganó también ese asalto. La aceleración había cesado y él colgaba como en el fondo de un sueño. El sudor que había brotado en su cara flotaba a su alrededor en glóbulos. Pegeen podría también convertirse en un brillo entre las estrellas. Su ropa interior absorbía el sudor, pero se sentía frío y pegajoso. El tiempo se estiraba. Lawes reapareció en la pantalla.
- Mi ingeniero dice que su material no tiene sentido -dijo en tono cortante-. Superficialmente es tan plausible que debe de haber sido preparado. Está intentando escapar.
- Escapar, ¿adonde?
- No importa. Brodersen, invierta el sentido o disparamos.
Está reaccionando según nuestro plan.
- Aguarde, capitán Lawes. Aguarde un segundo. Está a punto de comprometer su misión y poner en peligro su carrera. Preste atención, mientras puede.
- ¿Se ha vuelto loco?
- No estoy loco. Por favor, note que estoy hablando muy cuidadosamente. Tan lentamente y con tantas palabras como supongo que puedes tolerar. Controle sus emociones y escúcheme. Puede gastar unos minutos en salvar su cara y quizá la de sus superiores, ¿verdad?
- Bueno… -Lawes tragó saliva-. Siga. Diga lo que tiene que decir.
- Lo haré. De acuerdo, le mentimos; hasta ahora hemos estado ganando tiempo. Era necesario. Lo que sucede es que detrás de nuestro arresto hay más de lo que usted imagina. ¿Quiere oírlo?
- ¡No! ¡He recibido órdenes!
- Quizá no le convenga saberlo, ¿eh? Bueno, desde nuestro punto de vista, no tenemos nada que perder. Si vamos a Febo, como están las cosas, nos matarán. Si saltamos hacia la galaxia, tendremos una mínima posibilidad de encontrar ayuda en algún sitio. No contamos con eso, por supuesto. Pero tendremos unos años de vida, mientras duren nuestras provisiones. No creo que eso moleste a sus jefes. Más bien tendrían que alegrarse de librarse tan fácilmente de nosotros.
- Mis órdenes dicen que debo ocuparme de que vayan a Febo. Y en caso contrario debo matarlos. Si no vuelve inmediatamente, no disfrutará ni de una hora de esos años.
- Nosotros también estamos armados, capitán. Podemos bloquear sus misiles durante algún tiempo. Y mientras tanto, transmitiremos… en español, visual, con la máxima potencia. ¿Está seguro de que no nos sintonizarán en la Copérnico? ¿O en alguna otra nave? Tenemos la potencia suficiente como para que nos oigan a diez millones de kilómetros. Es una historia que puede provocar la caída de gente muy importante. Y en casos así, la gente pequeña se ve arrastrada… Ojalá me permitiera hablarle, Lawes.
- No. -Tormento-. ¿Tiene algo más que decir antes de que empecemos a disparar?
- Claro que sí. Tengo una sugerencia. -Brodersen usó toda la fuerza de su personalidad-. Llame a Tierra y pregunte qué debe hacer. Nosotros seguiremos zigzagueando, por supuesto, pero usted sabe cuánto tiempo es necesario para un tránsito, y preferimos salir en un sistema planetario, como una máquina T, más bien que en el espacio interestelar. Nuestra mejor posibilidad es ir de baliza en baliza, cuantas más, mejor, y lanzarnos desde la última. Tiene tiempo para llamar. Mientras, a menos que dispare, guardaremos silencio. -Bueno… ¡no tiene derecho a negociar! -Pero estoy negociando. Escuche. Lo que quiero que haga es que dirija su mensaje, no a la oficina que le han indicado, sino a su alto mando. Explíqueles el problema. Descubrirá que se quedarán atónitos. -Estamos bajo medidas de seguridad. Brodersen suspiró. Era lo que esperaba. -De acuerdo; como quiera. -Y más fuerte-: Pero ¡llame!
Siguió discutiendo y lo convenció. La pantalla se obscureció y él se derrumbó, jadeante. El intercambio de mensajes vía satélites entre aquí y Tierra llevaría tres cuartos de hora. Para entonces, a su ritmo sostenido, la Chinook estaría dentro del campo de transporte.
Las estrellas se regocijaban. El se enderezó y dijo por el intercom:
- ¿Habéis oído, chicos y chicas? Hemos llegado hasta aquí. Alegraos.
Algunos hurras le respondieron. Caitlin tocó un acorde en su sonador y declaró: -Tú nos has traído, Daniel.
- No; lo hicisteis todos vosotros -respondió-. Eh, Pegeen, te quiero.
- Aguarda a que te coja de nuevo -dijo ella. Joelle está escuchando… Por un acuerdo tácito, la conversación terminó. Se cruzaron palabras ocasionales, la mayoría funcionales. Los gustos en materia de música eran demasiado distintos para compartir un concierto. Cada uno en su puesto se mantuvo solitario. Brodersen revivió sus últimos encuentros con Caitlin; el primero merecía un doce en la escala de Beaufort; el segundo había sido tan dulce como aquella unión final, cerca del amanecer, en la cueva del monte Lorn… Hasta se adormiló un rato. La nave lo despertó, cambiando su rumbo, malgastando auxiliares químicos y consumiendo combustible nuclear para seguir su difícil camino.
Estaba totalmente alerta antes de que llegara la respuesta de Tierra.
La voz de Dozsa la entregó, gritando: -¡Misiles!
La decisión fue matarnos, comprendió Brodersen. Quick, o quienquiera que esté en el otro extremo, teme que tengamos un plan.
Se quedó sentado, con los puños apretados y vacíos. La supervivencia ya no le concernía.
A elevadas aceleraciones, cruzando el espacio que los separaba en un par de minutos, aunque cambiaban vectores a intervalos variables para confundir el fuego defensivo, los torpedos se dirigían hacia la Chinook. A bordo, nadie llevaba traje espacial. Si una cabeza nuclear explotaba cerca del casco, adiós.
Brodersen espió las estelas de los escapes, estrechas y plateadas. Los sensores se conectaron con los tubos. Un computador extrapoló. Zarubayeb había ajustado al máximo el sistema. El fuego pulverizó la obscuridad cuando los rayos láser cargados de energía encontraron sus blancos. Un jubiloso «todo despejado» dijo a los humanos que no morirían en los próximos segundos.
La nave tembló. Von Moltke había lanzado sus propios misiles. Este era su verdadero trabajo; confundir a un oponente vivo.
La Chinook no era sólo más grande que la Alhacen; llevaba un armamento de desproporcionada potencia. Las naves de vigilancia, en realidad, no estaban previstas para batallas. Sus armas eran en parte una reliquia de los Conflictos, en parte una concesión a vagos temores… que la facción de Quick quería reforzar…
La nave se agitó alrededor de Brodersen, precipitándose hacia su siguiente punto de referencia. Unos destellos en el cielo.
- Artillero a capitán -entonó Von Moltke-. Han detenido nuestra descarga.
- Se suponía que lo harían, esta primera vez -le recordó-. Una lección. Stef, ¿tienes contacto? Bueno, conéctame.
Su intención era repetir su primitiva amenaza y negociar una escapatoria para su nave. No deseaba, repetía que no deseaba, matar más hombres que hacían lo que se les había asegurado era su deber.
Las estrellas habían empezado a arrastrarse por las pantallas. Pronto estarían en un espacio-tiempo tan deformado que ningún cohete tendría la menor posibilidad de seguirlos. Por supuesto, cualquier mensaje que transmitiera desde allí quedaría totalmente mutilado. Bueno, más o menos, todo el mundo quedaría satisfecho…
- Misiles -ladró Dozsa. Escupió un juramento y recitó los datos técnicos. Tenían que venir de la Copérnico. Diablos, esto era lo que más temía, que la influencia de Quick fuera tanta como para forzar a la honesta tripulación de Janigian…
- ¡Misiles! -Estos venían de la Alhacen, uno, uno, uno, tan seguidos como el tubo podía lanzarlos.
- Capitán -dijo Von Moltke escuetamente-, no creo que podamos darle a tantos. El sollozo de Granville:
- No; computo que no podemos. Mon pére… Joelle, como acero golpeando acero: -Podemos llegar a la próxima baliza y acelerar hacia adentro antes de que lleguen.
La masa de Brodersen fue contenida por su arnés, justo cuando el peso retornaba.
- No -gritó-. Terminaremos en cualquier parte… De pronto, comprendió. -Adelante.
La nave aceleró. Casi imaginó que veía crecer frente a sí la máquina T, que giraba y giraba.
En cambio, vio claramente las primeras salpicaduras de fuego, cuando Frieda paró el ataque. Luego, Sol desapareció de su pantalla. Las estrellas eran una horda enteramente distinta. El sol no era blanco, ni amarillo, ni el naranja sangre de Centrum, sino color ámbar y arrugado. Leonado, debajo de las franjas de colores, tres veces mayor del tamaño aparente de Luna vista desde Tierra, había un planeta. Tan cerca que daba miedo, giraba un gran cilindro iridiscente.
Brodersen se dejó caer un instante en la rugiente noche.
El invierno caía, blanco, alrededor de la torre en Toronto.
- Bueno -dijo Quick, finalmente-. Se marcharon.
- ¿Está seguro? -preguntó Makarov envuelto en una nube de humo. No tenía la educación científica necesaria para seguir cada detalle de lo que se les había comunicado.
- Sí -le dijo Quick-. Cualquier plan que tuvieran… si tenían alguno… sospecho que en realidad huían al azar, salvo en cuanto a aumentar lo más posible su posibilidad de… Oh, ¿cómo podríamos estimarlo? No importa. Se vieron obligados a entrar desde el sitio en que estaban. Se fueron, Makarov, perdón, primer ministro Makarov. Como los miles de sondas que nuestra especie malgastó buscando nuevos senderos. Puede olvidarlos.
Makarov encogió su amplia humanidad.
- ¿Está seguro?
- Sí. Totalmente. -Quick aflojó los músculos y se tapó los ojos. Temblaba de agotamiento.
- Ah. -Makarov exhaló humo-. Qué simplificación.
Quick levantó los ojos.
Makarov sonrió. Pocas veces lo hacía.
- Un factor menos en la ecuación, quizás el factor menos conocido, ¿comprende?
Comprendo que eres un analfabeto en matemáticas, pasó por la mente de Quick.
Reunió sus fuerzas. Un hombre civilizado no debía ser menos que un guerrero bárbaro.
- De acuerdo. Por supuesto, interrogaremos a las tripulaciones de la Alhacen y la Copérnico, pero al parecer no oyeron nada que no debieran oír. Eso nos deja la Lomonasov para cualquier misión especial que decidamos… y una pausa para respirar.
- No podemos sentarnos y jadear mucho rato -advirtió Makarov-. A la brillante luz de la nueva situación, actuaremos. Primero, después de avisar a nuestros colaboradores, enviamos la Lomonosov a la Rueda. Si no encuentran complicaciones, dispondrán de quienes están allí, incluyendo a la gente de Troxell. Después tendremos tiempo para hacer arreglos más completos. ¿De acuerdo?
Ya he vivido horas infernales dudando acerca de los problemas morales, pensó Quick. Llega un momento en que el hombre civilizado debe atacar, junto con su aliado de conveniencia, o quedarse atrás, cosa que le impediría sentarse en la conferencia de paz.
- Creo que debemos consultarlo con la almohada, señor, y seguir hablando; pero por el momento me inclino a pensar que, en principio, usted tiene razón.
27
Caitlin entró flotando en la sala de reuniones. Se cogió del borde de una mesa para protegerse de las corrientes de aire que transformaban en una nube sus cabellos sueltos. Había apagado las luces, para ver mejor las pantallas visoras. Como enormes ventanas, le daban acceso al universo que la rodeaba.
En la mayoría, las estrellas se amontonaban como siempre, la misma divina horda de gemas en un cuenco de cristal negro, tantas que no podía ver las alteraciones del cielo; tampoco el plateado de la Vía Láctea se vertía por cauces muy diferentes que los que se veían desde Tierra o Deméter. En una dirección se podía ver la máquina T, pero era apenas una aguja perdida en la inmensidad. La Chinook se había alejado mucho de ella antes de elegir una órbita alrededor del planeta.
Lo extraño estaba a su derecha y a su izquierda. A la derecha, el disco del sol, con un diámetro de un sexto del que brillaba donde había nacido. Su resplandor rojizo no necesitaba filtros; podía mirarlo directamente, sin sufrir más que una persistencia de la imagen, y distinguir una tenue corona ocre. No encontró luz zodiacal, lo que volvía la visión doblemente extraña.
A la izquierda estaba el mundo gigante. La nave había llegado frente a la zona iluminada, y a la distancia que se encontraba hubiese necesitado un par de años terrestres para darle la vuelta. Por ahora, el globo estaba casi en plena fase, suficientemente grande y brillante para borrar todo lo demás de la pantalla que lo mostraba. La mera visión revelaba cómo, a fuerza de girar, el disco se había aplanado. Unos tonos ambarinos se confundían sutilmente, por debajo de cinturones de nubes que eran color naranja obscuro o claro, con listas azul verde y castaño rojizo. La sombra de una luna era como la pupila de un ojo. Donde la noche cortaba un cuarto creciente no estaba totalmente obscuro; había un ligero resplandor.
La mezcla de luminosidades transformaba la habitación en una caverna de luces suaves y sombras ominosas, un lugar de misterio y silencio.
El silencio no se quebró cuando entró Martti Leino. Había interrumpido su vuelo en la puerta cuando atisbo a Caitlin y se quedó unos instantes contemplando la forma esbelta y escarchada antes de casi ladrar:
- Hola.
Unas trenzas oscilaron entre la luz y la obscuridad cuando ella giró apoyándose en el brazo. La mano libre se quitó un rizo de la cara para poder ver mejor.
- Oh. La mejor mañana para ti -saludó en voz baja.
- Mañana… bueno, sí; nuestros relojes indican ochocientos… lo más parecido a una mañana que veremos nunca -farfulló-. Te estaba buscando.
- ¿De veras? ¿Y por qué?
El se impulsó apoyándose en el marco de la puerta, pasó como una flecha junto a la mesa, se cogió de ésta y llegó junto a ella. Al estar tan cerca, los brillos del exterior iluminaban la cara de la muchacha, y las sombras la esculpían. El tartamudeó:
- A la hora del desayuno he visto que tienes problemas…
- Sí. La ausencia de peso es maravillosa, hasta que hay que lavar y amontonar cosas; entonces se vuelve terrible.
Aunque las provisiones incluían muchas raciones almacenadas en tubos y otros materiales previstos para estas condiciones, la limpieza y la comida de nueve humanos y un extraterrestre era complicada, aun para un contramaestre con experiencia.
- Bueno; mis antepasados soportaron cosas peores. ¡Piensa que yo podría haber sido sirvienta en una casa protestante victoriana! Ya aprenderé cómo se hace esto.
- No tendrías que hacerlo tú sola, ahora que Su estará muy ocupada. Yo… yo podría ayudarte, Caitlin.
- ¿Qué? Pero tú mismo tendrás tu tiempo ocupado.
- No. Tendré que hacer, claro, pero… Oh, es cierto que todos los hombres del espacio aprendemos a ayudar en las investigaciones, y no teniendo científicos en la nave… Bueno, los estudios que los compañeros más calificados pueden realizar no necesitarán de mi ayuda. Phil Weisenberg puede ocuparse de la organización, y así. He hablado con él y está de acuerdo en que probablemente seré más útil ayudándote… si quieres -terminó Leino, desviando la mirada.
- Vaya, eso es muy cariñoso y te lo agradezco. -Ella se estiró y lo cogió del hombro-. Que los caminos por donde andes sean suaves para tus pies.
- Bueno, tenemos que ayudarnos… ser amables los unos con los otros… mientras podemos -murmuró él-. ¿No? Mientras estemos vivos. En realidad nunca habrá más caminos para nosotros, caminos por los que podamos andar, nunca más.
Ella sonrió.
- Seguro, ¿ya te estás desanimando, Martti, muchacho? ¿Cuando acabamos de salvar la vida y quedar en libertad?
- ¿Libertad? -La mirada de él recorrió la habitación y se aferró a la mesa con innecesaria fuerza, hasta que sus uñas se pusieron blancas-. ¿Encerrados en una cáscara metálica, saltando ciegamente por el espacio mientras nos quede comida, si no nos volvemos locos antes…? -Trató de controlarse.
Ella le acarició la cabeza, mientras hacía ruiditos tranquilizadores. Finalmente, él pudo decir con sencilla desesperación:
- Sabes que estamos perdidos. Fidelio ha confirmado que su gente nunca estuvo aquí. Iremos tanteando, de máquina T en máquina T… En mil años, gastando miles de millones de sondas, los betanos aprendieron a moverse entre unas cuarenta estrellas… y no encontraron a los Otros… a nadie que los ayudara. Caitlin, estamos perdidos.
Ella meneó la cabeza, sonriendo aún a través de los cabellos que serpenteaban entre estrellas, y respondió en voz baja pero alegre:
- Creeré eso de mí cuando pongan las monedas sobre mis ojos, y quizá ni siquiera entonces. Pero supon que lo que dices sea lo peor, Martti querido. El se estremeció violentamente.
- Oh -susurró ella-, estás muy mal, sí. Si vas a ayudarme, déjame que te ayude antes. Quédate quieto.
En una hábil maniobra soltó la mesa, fue hacia él y desde atrás cogió su brazo izquierdo con la mano izquierda y apretó sus piernas con las rodillas. El quedó atónito.
- Tranquilo, muchacho, tranquilo -dijo ella-. Tengo que anclarme si voy a darte un buen masaje en la espalda; lo necesitas.
Su mano derecha empezó a friccionar. -Ay, un nido de ratas, como diría mi padre si fuera menos digno y más irlandés. Quítate el mono hasta la cintura.
El tembló mientras obedecía.
- Relájate -exhortó ella-. Afloja. Flotaremos, pero tarde o temprano quedaremos contra una pared, y mientras tanto trataré de ablandarte esos latíssimus dorsi. Mientras lo masajeaba, rió:
- Es un invento mío. El sexo en caída libre me hizo pensar en el masaje en caída libre, sobre todo porque él suele estar muy tenso… No, afloja, afloja. -Y mirando a su alrededor mientras trabajaba-: Supon que realmente estemos perdidos por varios años, hasta que no tengamos más alimentos y cada uno deba elegir cómo quiere morir. No admito que sea así, tenlo presente, pero supongámoslo. ¡Qué destino estupendo! -¿Eh? -dijo él-. ¡No hablarás en serio! -Sí. Oh, será duro renunciar a montañas y mares, un rayo de sol atravesando la lluvia, un hogar encendido al atardecer. Pero, piensa, Martti querido. Mira. Toda esa gloria y nosotros a punto de conocerla… y luego más soles, más mundos, más bellezas y maravillas y quizás, al final, un nuevo Deméter para nosotros, aunque si no es así, vaya, después de unos años aquí en el universo, habremos visto más que en todos los siglos anteriores. -Lo sujetó con más fuerza y su mano se volvió más enérgica-: ¡Alégrate de estar vivo!
Prevista para la exploración, la Chinook llevaba una soberbia panoplia de instrumentos científicos. Pero aparte de las dos computadoras, a bordo no había especialistas en su utilización. Entre los viajeros existían los conocimientos técnicos suficientes -incluyendo el de cómo buscar cosas- como para que, dirigidos por Wei-senberg, pudieran averiguar algo acerca del reino donde se encontraban. Pero eso podría ser demasiado poco.
Entonces Joelle hizo su anuncio al capitán y al ingeniero: Fidelio podía hacerlo. Su raza había explorado muchos sistemas planetarios, entre los que no había dos iguales. Sus cuerpos espaciales incluían personal adiestrado para hacer e interpretar una enorme cantidad de observaciones, a la espera del día en que la sonda volviera con la noticia de que había hallado otro pórtico para volver. Fidelio había sido uno de ellos, además de un oficial xenológico que representaba a su nave cuando visitaban a otras razas. Esa combinación era la causa de que lo hubieran elegido para la Emissary.
- Su técnica incluye la holotética, como supondrás -advirtió ella-. Tendremos que modificar una unidad para que pueda usarla. Como te darás cuenta, habrá que tantear un poco; nuestros equipos son muy primitivos para él.
- ¿Podremos construirle uno adecuado? -preguntó Weisenberg.
- Si volvieras en el tiempo hasta Galileo, ¿podrías construirle un telescopio electrónico? -dijo burlona-. Oh, supongo que finalmente podremos perfeccionar un poco nuestro sistema, pero, por ahora debemos obtener todos los datos posibles. Vosotros haced las cosas obvias, determinar masas, tomar espectrogramas, etcétera. De todos modos, tenéis que hacerlo. Cuando la conexión de Fidelio esté lista, él podrá deciros qué clase de información adicional necesitaremos, particularmente información suministrada directa y continuamente.
«Dejadnos solos para consultar. Seguid en lo vuestro. Ya os diré qué más tendréis que hacer, y cuándo.
Brodersen levantó una ceja sin decir nada. Ella reconoció su expresión de «¿Y qué tal está el aire encima de ese caballo tan alto?» que había visto muchas veces. Antes nunca la usaba conmigo, pasó por ella como una ráfaga helada. Siempre sintió demasiado respeto por mi mente. ¿Qué lo ha cambiado? ¿La tensión del viaje? ¿Esa aventurera de Caitlin?
El interrogante persistió en ella en los días siguientes. No es que estuviese obsesionada; sólo por el trabajo, como todos los demás. Sin embargo, volvía a su conciencia una y otra vez, sobre todo cuando trataba de dormir.
Esto, con frecuencia, era difícil. Nunca había tomado con naturalidad la ausencia de peso. Para ella el placer de flotar y volar era leve comparado con el tedio de las largas horas en las máquinas de gimnasia, para evitar que su sangre estuviera viciada y sus huesos se redujeran. (Los demás hablaban, o cantaban o contemplaban: espectáculos, esa clase de cosa. A ella no le interesaban. Teóricamente podría haberse retirado al interior de su cabeza, donde habitaban las matemáticas, o al recuerdo del Noúmeno, como hacía con cierta frecuencia. Pero los ejercicios monótonos y sudorosos eran demasiado exasperantes.) Lo que era peor, cuando estaba al borde de los sueños, cada vez con más frecuencia se despertaba jadeando, sintiendo que caía en un pozo sin fondo. Entonces debía dejarse llevar en la obscuridad, y buscar la calma. Aparecían pensamientos que no deseaba.
¿Qué me importa que a Dan ya no le importe? Nunca fue más que un animal para mí, más inteligente y más fuerte que los demás, excelente en la cama, pero sólo un animal para llenar alguna de esas horas en que yo era sólo un animal. Si mi cuerpo quiere ser usado, sugirió que estaba dispuesto… probablemente ahora no, probablemente está demasiado nervioso e inseguro, pero en algún momento. O podría recurrir a… Rueda, supongo. Un hombre de mundo como él vería más allá de mis menopáusicos cabellos grises y, sin duda, será un artista. Al diablo la dignidad. El sexo es una necesidad física, como defecar.
¿Lo es? ¡Eric, Eric!
Eh. Aguarda. Ni siquiera es una necesidad. He prescindido de él durante casi nueve años y lo he añorado poco y pocas veces.
¿Acaso el miedo de la muerte hace que me sienta sola? Vamos a morir aquí. Las posibilidades de que no encontremos el camino de retorno son… no; son incalculables… es ridículo… Pero si somos cuidadosos, si nuestra suerte es razonable, tendríamos que disponer… oh, de diez años hasta que se termine la comida. Sin una geriatra a bordo, yo podría morir antes de eso.
Además, hace mucho que aprendí a no temer a la muerte. Habiendo visto la Realidad de frente… No hay un «yo» cuya pérdida se deba temer. Hay una asociación temporal de mitocondrios, células eucarióticas, flora intestinal y cosas así, una simbiosis que es una sombra en el mundo que la rodea y que la engendró, que no tiene más finalidad que la perpetuación de los genes que contiene. Si se me ofreciera la inmortalidad de mi «persona», no la querría. Demasiado trivial, comparada con átomos, eones y galaxias.
Por cierto, debería dar la bienvenida a esta posibilidad sin igual de explorar, experimentar, aprender. El hecho de que no pueda informar de mis descubrimientos a mis colegas es lamentable. Sin embargo, desde mi punto de vista, es la pérdida de una satisfacción muy trivial, comparada con lo que me aguarda en la próxima década.
Entonces, ¿por qué necesito que alguien me abrace? ¿Por qué es tan largo el tiempo que falta para la guardia matinal y mi trabajo?
El trabajo era absorbente a pesar de la exasperación de la gravedad cero, y la ley de Murphy. Su finalidad era adaptar el sistema holotético de la Chinook a Fidelio. Primero venía la parte mecánica, un casco que se adaptara a su cráneo y conexiones para el resto de su cuerpo. Eso era fácil. Después vino la electrónica: circuitos construidos y ajustados para resonar con un sistema nervioso que era consecuencia de miles de milllones de años de evolución distinta. Esto hubiese constituido un importante proyecto de investigación, si no lo hubiesen resuelto ya en Beta. Como estaban las cosas, se conocía la mayor parte de los requerimientos. De todos modos, Su Granville y la misma Joelle tuvieron que pasar horas escribiendo programas y luego conectadas, cada vez que Weisenberg proporcionaba un nuevo puñado de datos de sus instrumentos. Leino ayudaba un poco y los otros colaboraban cuando la ocasión lo exigía. Si no, se ocupaban de astronomía y física espacial. Como había que alimentarlos y lavar su ropa y sus sábanas, Caitlin dejó de lado su curiosidad y se ocupó de eso, por la causa de la supervivencia. A menudo cantaba para ellos en la mesa o durante los períodos de ejercicio. Esa era casi la única distracción para todos.
Una vez preparado el instrumental, llegó el verdadero desafío: crear el programa básico por medio del cual Fidelio se integraría con el computador. Aun entre los humanos, cada holoteta era un caso único. Fidelio no era humano. Además, la tecnología de computadoras de los betanos tenía diferencias considerables con la terrestre. (Pero, aunque resultaba extraño, y dentro de la relatividad de semejante comparación, no parecía que los holotetas de una especie tuvieran una visión más amplia o profunda que los de la otra. Las máquinas betanas poseían numerosas superioridades, pero, conectada con ellas, Joelle había funcionado más o menos igual que en casa. ¿Acaso los cerebros tenían las mismas limitaciones? ¿O era la Realidad, la limitada?)
De nuevo, y en un grado mayor, la tarea habría sido imposible si no se hubiese realizado antes en Beta, cuando la interconexión de miembros de las dos razas pareció deseable. Joelle y Fidelio estaban tratando de duplicar algo que recordaban bastante bien… pero no era nada sencillo. En cambio, existía un idioma de computadora totalmente nuevo -prácticamente una nueva semántica- más un complicado programa para traducirlo a un lenguaje que las máquinas de la Chinook pudieran manejar, más un programa para retraducir, más un conjunto abierto de instrucciones especiales. Joelle y Fidelio tenían lo fundamental en sus cabezas y sabían, de forma general, cómo reconstruir los detalles, a fuerza de lógica bruta, cálculos y experimentos.
No como analogía sino como metáfora: el problema era como el que tendría que afrontar un peruano que tuviese que hacer de intérprete entre un chino y un árabe si hace tiempo que no habla esos idiomas, el primero tartamudea y el segundo es sordomudo.
Sin conexiones, el problema hubiese sido insoluble.
Susanne se conectaba y revisaba los programas provisionales buscando inconsistencias y detalles inadecuados, cuando no se la necesitaba para otras investigaciones. Después, Joelle y Fidelio lo comprobaban. Eso era duro para Joelle; percibía la Realidad distorsionada, blanqueada, febril, y después tenía pesadillas en las que, generalmente, veía el cadáver descompuesto de Eric. Despertaba, se decía que Fidelio no se quejaba, aunque debía ser peor para él, y volvía al trabajo. Volver a entrar en el puro Noúmeno sería una cura.
La Chinook siguió en órbita durante un par de semanas alrededor del planeta al que los humanos no habían bautizado.
- Todo parece listo, hembra de intelecto -dijo él cuando hubo examinado cuidadosamente el instrumental. Usaba el idioma ronco y sibilante de su pueblo cuando estaba en tierra. Era más fácil para él que el español-. Hagamos un ensayo, y si descubrimos que estamos en una marea fuerte, vayamos adelante a sentir la integridad de este volumen-donde-nadamos.
Ella sintió una sonrisa ante la expresión. Se desvaneció cuando lo miró. Mitad criatura marina, era hermoso en caída libre. Largo y de un marrón muy intenso, su cuerpo ondulaba desde el hocico y los ojos lapislázuli hasta el final de la cola poderosa y controlada con precisión: cada dedo de los seis miembros sabía lo que hacía y sus movimientos eran encientes. Su olor parecido al del yodo la abrumaba con recuerdos de playas terrestres, de mareas y viento, de sol y gaviotas. Qué lástima que estuviera encerrado en este lugar estrecho, entre dos computadoras, que ante él hubiese contadores y palancas en vez de frondas subacuáticas, que su vista estuviera limitada por metal pintado en vez de ondulantes profundidades verdes y una luminosidad encima de su cabeza.
Ella controló su atención y, sujetándose con una mano, apretó el botón del intercom.
- Su -llamó-. Soy Joelle. Ven.
A la conexión podía llevarle varios minutos interrumpir lo que estuviera haciendo.
- Volver a las profundidades debajo de las profundidades, eso será como volver a la costa después de años tierra adentro -susurró Fidelio.
- Lo sé -dijo Joelle. Sentía el mismo ardor. La holotesis compartida con un betano tenía dimensiones que ningún humano podía ofrecer, entre otras el conocimiento de que el hecho de que ella fuese distinta, también ensanchaba la experiencia para él. Juntos habían especulado si los Otros no serían varias razas diferentes que formaban grupos permanentemente conectados.
- Ha sido seco… -La voz de Fidelio quedó flotando. En realidad era incapaz de autocompasión.
El dolor que sentía por él la atenazó. Su mano libre buscó el brazo más próximo de él, el derecho superior. Las garras de esa pata podrían haberla hecho pedazos, pero sólo sintió tibieza y suavidad.
- Oh, Fidelio -murmuró.
Tus reservas de alimentos sólo alcanzan para menos de un año. Morirás entre gnomos sin pelaje ni cola, con sólo cuatro miembros, que no pueden nadar ni un día sin ayuda; ninguna esposa te cogerá en sus brazos para que puedas lactar de ella por última vez mientras te hundes; no sabemos qué honras fúnebres deberíamos organizarte.
Su mirada extraterrestre captó la suya.
- Pediré esto de ti, Joelle -dijo con calma. Ella esperó que desviara la mirada inmediatamente, porque un betano sólo miraba con fijeza a alguien a quien odiaba o a quien amaba y a quien ofrecía su fe. El siguió mirándola. La sangre latía en sus oídos-. Te advierto que no es una onda, es una ola.
- Sí, si puedo.
- Ahora que puedo usar este equipo, déjame ser el holoteta siempre que se necesite uno, mientras siga aquí.
¿Porque no tienes nada más que hacer, Fidelio? Se soltó de la agarradera para coger el brazo de él con las dos manos.
- S-sí.
- Tú podrás hacer tus propias búsquedas cuando yo floto descansando. Dentro de poco, el sistema será de nuevo sólo tuyo.
Los ojos le ardían. Diablos, no iba a llorar, ¿no? Joelle meneó la cabeza. Las lágrimas cayeron, brillantes.
- ¿Esto no es aceptable? -¿Sonaba resignado? ¿Cómo podía saberlo?-. G'ng-ng, entiendo, hembra de intelecto. Mi pedido refluye.
- ¡No, no! -La fuerza de su reacción la preocupó. Tensa, mal dormida, el cerebro funcional pero el resto oscilante. Si no tengo cuidado, me pondré histérica-. Me has entendido mal. No he querido negarme. Claro que puedes hacerlo. Cuando quieras, cuando quieras.
- Haces fluir agua, Joelle. Estás llena de pena [¿herida?, ¿sin fluidos vitales?, ¿perdida en un arrecife áspero?]. ¿Es por mi culpa?
- No, oh, no, Fidelio, ¡podemos conectarnos juntos!
- Con frecuencia, confío, empezando hoy. Huelo un esplendor delante de nosotros. Pero, Joelle, querida compañera mental, con más frecuencia… -Estaba tartamudeando, pensó ella, y vio que los tendones de sus garras se ponían tensos-. Sólo en el Todo, puedo suscitar a Beta, esposa, co-esposos, hijos, nietos, amigos, los vivos y los muertos por igual, no simples recuerdos sino realidades percibidas en el espacio-tiempo; puedo sentir que existen. Será casi tan bueno como abrazarlos.
El calló. Aunque lo veía borroso, sintió su asombro.
- ¿No sabías esto, Joelle? ¿Nunca lo has hecho tú misma? Ninguna palabra servirá para explicar. Bueno, pienso que puedo mostrarte, enseñarte antes de hundirme. Ciertamente, debo intentarlo. Es muy bueno que pueda hacerte un regalo.
Ella se apoyó contra él, lo abrazó y lloró.
Susanne entró por la puerta.
- Aquí estoy -dijo y-: ¡Oh! Pardonnez-moi! Vous me pardonnerez! [2]
Torpemente, por la falta de peso, trató de retirarse. Joelle, torciendo el cuello (su mejilla estaba apoyada en el pelaje de su compañero de mente, que la rodeaba con sus dos brazos inferiores, mientras acariciaba sus cabellos con la mano izquierda superior) vio la conexión cogida del marco de la puerta como una gran araña negra. Fidelio, con quien lograba nuevas comprensiones, iba a morir pronto, pero antes de morir podía llevarla a la Unidad con Eric y Chris y él mismo y…
- ¡Fuera! -gritó Joelle-. ¡Fuera de aquí!
Susanne huyó llorando.
- ¿Qué se desconectó? -preguntó ansioso el betano.
Nadie, nadie debe verme así, salvo tú que no eres humano, mi compañero de holotesis… Estoy siendo irracional. Fui injusta con esa conexión. Debo disculparme. No. ¿Cómo podría explicarlo? Ira. ¿Por qué tengo que explicarlo? ¿Por qué soy la única que siempre tiene que ser racional? Desconcertada. ¿Por qué he estado acordándome de Eric, últimamente? Además, no es más que una conexión. Menos que eso; lo último que oí… instalado, casado desde hace tiempo, transformado en un administrador no muy importante en Calgary.
Joelle respiró hondo.
- No… no es nada, Fidelio. Estoy cansada y… Abrázame, déjame descansar un rato. Después tomaré una píldora para dormir -que me dará nuestro oficial médico, esa tal Mulryan. Bueno, puede ser que tenga la elegancia de no simpatizar conmigo- y… después estaré en forma y podré… ¡oh, Fidelio!
Susanne se fue a su camarote sin decir una palabra a nadie, aparte de informar a Caitlin que no cenaría con los demás.
A la guardia matinal siguiente entró en el centro de computación con el rostro impávido. Joelle la saludó superficialmente en inglés.
- Estaba preocupada por Fidelio. Es un viejo amigo.
- Comprendo, madame -dijo cuidadosamente la conexión, y se dedicaron al trabajo habitual.
En realidad, Susanne tenía poco que hacer; sólo controlaba para asegurarse de que la unión entre Joelle, Fidelio, las computadoras y los instrumentos no se torciera sutilmente. Eso no sucedió; ya no quedaban parásitos en el sistema. Los dos holotetas unieron sus conciencias como dos amantes que se conocen bien unen sus cuerpos; se transformaron en algo más que la suma de sí mismos y dejaron que el universo se derramara en ellos.
Ya sabían bastante, por las observaciones y deducciones hechas por sus compañeros. El aspecto de las galaxias vecinas mostraba que esta región estaba más o menos a quinientos años luz de Sol, aproximadamente en la dirección de Hércules. Esta información permitía identificar varias estrellas brillantes, como Deneb, y objetos como la nebulosa de Orion, cosa que, a su vez, definía su posición con más exactitud. (Como si importara. Un solo año luz es un abismo donde la imaginación se ahoga.) El Sol era una enana roja de tipo M, masa 0,02 de Sol, luminosidad 0,004 de Sol. Tenía cinco planetas, ninguno de los cuales parecido a Tierra, todos aparentemente estériles… excepto, quizás, éste, el más grande, alrededor del cual estaban en órbita la máquina T y la Chinook, a una distancia de unos 24 millones de kilómetros.
Ese mundo era un gigante, noventa y dos por ciento de la masa de Júpiter, rodeado por una docena de lunas. Su distancia media del sol era de 1,64 unidades astronómicas, un poco más lejos de lo que Marte está de Sol. Como Júpiter, tenía una vasta atmósfera, sobre todo de hidrógeno, después de helio. Los componentes menores incluían amoníaco, metano y compuestos orgánicos más complejos. También como Júpiter, estaba caliente a causa de la contracción; el aire en las alturas era tenue y frío como el espacio, pero más abajo se espesaba y se calentaba hasta que el agua se evaporaba y habían tormentas del tamaño de pequeños planetas. La mayor parte de su masa era líquida, aunque la presión, a pesar de la temperatura, mantenía en estado sólido un núcleo metálico de tamaño equivalente a cinco Tierras. Girando sobre su eje una vez cada diez horas y treinta y cinco minutos, generaba un inmenso campo magnético que atrapaba partículas cargadas procedentes de Sol. Pero este último tenía una radiación tan débil que estos cinturones de Van Allen estaban muy lejos de la intensidad jupiteriana. Ningún ser humano podía quedarse en ellos durante mucho tiempo, pero dadas sus defensas electrostáticas, la Chinook podía atravesarlos y volver a subir sin que quienes estaban a bordo recibieran una dosis digna de mención.
Tendría una razón para hacerlo. Joelle y Fidelio se hubiesen perdido en soles, lunas, magnificencias y sutilezas ambientales, cada una de ellas única. Pero apenas se instalaron en el maravilloso caleidoscopio, cuando algo tiró de los límites de sus conciencias. Lo descartaron durante un tiempo, exploraron un vórtice, descubrieron por qué un globo interior giraba al revés, establecieron que este sistema era más antiguo que el de Sol, pero ese algo no desaparecía. Casi con impaciencia, hicieron que sus dos mentes lo confrontaran. Emisiones hertzianas del mundo que estaban rodeando, sí, claro, ¿qué otra cosa se podía esperar?
El hecho saltó.
Los relámpagos, los efectos sincrotón, cien fuentes separadas estaban emitiendo energía radial. Cada una de ellas tenía un conjunto de pautas, que los holotetas entendían del mismo modo que un bailarín de ballet entiende cómo otro está ejecutando un pas seul'. Pero un pequeño elemento era como una flauta, desafiante y variable, en medio del rugido de una tempestad en el mar…
Quizás en una década de esfuerzos concentrados, humanos sin ayuda hubiesen hecho este descubrimiento. Los holotetas comprendieron instantáneamente que esto no podía ser producido por la naturaleza inerte; por lo tanto, estaban escuchando el discurso de seres que estaban vivos y eran inteligentes.
Flotando en la sala de reuniones ante su tripulación, el planeta espléndido a su espalda, Brodersen murmuró:
- Sí. Creo que tendríamos que ir a ver.
- El peligro es demasiado grande -objetó Joelle-. Estamos a salvo en órbita. Podemos seguir enviando señales.
- ¿Hasta que comencemos a morirnos de hambre? -gruñó Dozsa. El esfuerzo por obtener una respuesta había sido suyo-. Podría suceder, ¿sabes?
- ¿De veras? -preguntó Caitlin-. ¿Y por qué iba a ser así? ¿No has estado transmitiendo en su longitud de onda, una señal matemática que no pueden confundir?
Dozsa sonrió en medio del cansancio de sus anchos rasgos.
- Has estado demasiado ocupada para oír las noticias, ¿no, querida? Bueno, el problema básico es el tamaño de este mundo. Y también el ambiente natural de esas frecuencias, el nivel de ruido. Sin la holotética nunca hubiésemos podido separar la fracción que lleva información. Los nativos, sean quienes sean, no tienen necesidad de atender llamadas desde fuera, estoy seguro. Debemos usar un haz muy estrecho para obtener una potencia que no puedan dejar de recibir e identificar. Pero entonces, llegamos a un área muy pequeña. -Hizo un gesto hacia el globo leonado-. Es enorme. Y las emisoras no son fijas, diríase que se mueven constantemente.
- Me gustaría saber cómo hacen eso -observó Brodersen- y cómo es posible la electrónica en este sitio. -De todos modos, lo he intentado… por si acaso -siguió Dozsa-. Sobre todo por pasar el tiempo, mientras otros recogían datos planetológicos. La posibilidad de que lleguemos a un receptor que casualmente esté sintonizado en la banda adecuada es…
Soltó un momento su agarradera para encogerse de hombros con más elocuencia.
- …como la posibilidad de que adivinemos el sendero que puede llevarnos nuevamente al Sistema Solar. -Además -señaló Rueda, aunque era superfluo- tenemos un límite temporal. El ejercicio no nos mantendrá indefinidamente sanos en caída libre. Necesitamos el peso.
- Por lo tanto, o nos vamos de aquí eligiendo un sendero al azar o hacemos un esfuerzo por entrar en contacto con los nativos -resumió Brodersen-. Yo voto por quedarnos con lo que tenemos, hasta que sepamos que es inútil.
Podía dar órdenes tácticas que serían inmediatamente obedecidas, pero en una soledad como ésta, un capitán que no consultara los deseos estratégicos de sus seguidores no sería capitán mucho tiempo.
- Aquí hay vida pensante, con una tecnología sofisticada. Y es una vida que quizá sea muy apreciada por los Otros, ya que no pusieron la máquina T en un punto de Lagrange, sino en una órbita de satélite, delante de todo el mundo. -Hizo una pausa-. Los habitantes podrían ser los mismos Otros.
Hubo un silencio hasta que Caitlin susurró: -Maravilla de maravillas, querido mío, si así fuera. -La luz del planeta brillaba dorada en sus ojos. -Pero las condiciones de allí… -protestó Joelle. -La Wüliwaw podrá soportarlas -replicó Brodersen-. Fue puesta a prueba en Zeus… robóticamente, claro, a causa de la radiación, pero de todos modos, lo soportó muy bien. -El mayor planeta de Febo era más grande que Júpiter-. Supongo que una tripulación podría soportar varias horas por vez. Seguro, será peligroso, pero he pasado por peligros peores y todavía estoy aquí para contar mentiras acerca de ellos. No hubo mucha discusión. Cuando quedó decidido, Brodersen dijo: -Muy bien. Siguiente pregunta: ¿quién viene conmigo?
Caitlin hizo un gesto afirmativo con la cabeza pero fue Rueda quien exclamó: -¿Contigo? ¿De qué hablas?
- Como será peligroso, enviaremos una tripulación mínima -dijo Brodersen-. Un piloto, un copiloto que será también oficial de comunicaciones y… bueno, estarán tan ocupados como un pulpo con un solo tentáculo, de modo que supongo que hará falta un tercero como observador y lo que sea necesario.
- Yo -gritaron prácticamente Leino y Frieda. Weisenberg carraspeó y dijo en voz más alta de lo necesario:
- Esperad, todos. Esperad. Hablemos con sensatez. Cosa que no estás haciendo, capitán, si realmente te propones ir.
- ¿Eh? -gruñó Brodersen-. Estoy calificado para ser copiloto, por lo menos. ¿Supones que mandaría gente a una misión peligrosa a la que yo no fuera?
- Dan, eso es mierda pura. -En boca de Weisenberg, el taco tenía valor de revulsivo-. El capitán no hace esas cosas. No tiene derecho.
- Es cierto, es cierto -dijo Rueda-. Eres demasiado importante para nuestra supervivencia. Brodersen se sonrojó.
- ¡Oh, vamos!
- No; no vamos. Tú vuelves atrás de tu disparate -interrumpió Weisenberg-. Sí, sí; si te pasara algo elegiríamos otro jefe y seguiríamos adelante. Pero no tan bien. Tú no eres un superhombre, Dan, pero tienes talento para coordinar los esfuerzos ajenos. Además, tienes un montón de conocimientos acerca de tus responsabilidades, la clase de conocimientos que no se escriben.
Un murmullo de aprobación le respondió. Dirigió su cara de Ramsés en esa dirección.
- Tenemos que ser racionales y considerar esto con sangre fría -dijo rápidamente-. Los que vayan deben ser competentes para ir y, al mismo tiempo, ser aquellos cuya pérdida nos perjudique menos. Además de Dan tenemos tres personas que pueden pilotar la nave, y necesitamos dos. Stef, Carlos y Frieda, ¿verdad? ¿Qué dos? -Su mano cortó los asentimientos-. Callaos. Pensad correctamente. Carlos podría remplazar muy bien a Stef como primer oficial. Pero tú también podrías, Frieda, con un poco de esfuerzo, y eres el único artillero que tenemos. Esa es una verdadera especialidad. No estoy diciendo que vayamos a meternos en una pelea. Lo más probable es que sólo luchemos contra la naturaleza, pero eso podría requerir la colocación de un rayo o un explosivo exactamente donde se lo necesita. ¿Es así? Es así.
»Muy bien. Stef y Carlos serán los pilotos. Podrán discutir entre ellos quién mandará.
Su mirada recorrió la habitación.
- ¿Quién será el tercero? Ciertamente, ninguno de nuestros holotetas. Ni Martti ni yo… ¡Cállate, Martti! Yo soy el ingeniero jefe y él es mi ayudante y mi sustituto. Sin un buen mantenimiento, sin reparaciones, esta nave moriría. ¿Quién queda? Su y Caitlin. Su tiene una preparación técnica muy superior. Pero la gravedad en este planeta es dos veces y media superior a la de Tierra. Tú no eres fuerte, Su.
Momentáneamente, sus labios se curvaron hacia arriba.
- Diría que eres resistente, más resistente de lo que la gente cree, pero tus músculos no son muy fuertes y tampoco tus reflejos son muy rápidos. Caitlin…
- ¡Eh, aguarda un momento! -rugió Brodersen.
- ¡No! -aulló Leino. -¿Lo dices de veras1'
28
Guiada por sus holotetas, la Chinook se dejó caer fácilmente a una órbita sincrónica que la mantendría encima de la región que exploraría su lancha. Eso la situaba debajo de los cinturones de radiación. En la práctica, el campo detenía la mayor parte del flujo de partículas que encontraba en el espacio.
La Cinta transportadora y la grúa extrajeron la Wüliwaw, que se balanceaba, y la lancha se puso en funcionamiento, liberándose.
- Oh… oh… -suspiró Caitlin, casi como si rezara. Había observado el acercamiento en las pantallas viso-ras sintiendo un temor reverencial, pero ahora estaba, en carne y hueso, ante un terrible esplendor.
Los sistemas ópticos de la cabina de control se abrían sobre un hemisferio entero; los demás, sobre amplios sectores del cielo. El planeta llenaba casi la mitad. Cuando lo miraba, no veía nada más; ámbar y oro, la luz que fluía hacia adentro borraba todas las estrellas. A la derecha, increíblemente distantes, unas franjas rojas en el borde del mundo se obscurecían hasta la púrpura, llegando luego a la negrura cósmica. Más allá estaba el sol, una brasa pequeña. A la izquierda se situaba el borde nocturno más próximo, una obscuridad habitada por débiles resplandores, relámpagos remotos y listas naranja que eran nubes altas, reflejando el brillo del amanecer. En el medio se extendía la cara iluminada, zonas brillantes, franjas de colores más vivos de mil matices cambiantes, fluyendo, ondulando, formando remolinos, mareas, ríos, una interminable danza majestuosa o alegre.
La lancha ronroneaba y latía. El vapor de los reactores al condensarse formaba un pequeño banco de niebla a popa, que se disipaba en seguida, pero pronto veló el globo de la Chinook. El peso mantenía a los viajeros firmemente en sus asientos. Aunque menor a una gravedad, la aceleración era considerable, para permitirles llegar abajo en el momento del amanecer local. El intercambio de información de Rueda con la nave era seco y escueto, y sonaba irreal.
Lo terminó como si sintiera alivio. Hasta ahora, todo era satisfactorio. Por un momento guardó silencio, como sus compañeros. La luz formaba un halo alrededor de su cabeza calva. Finalmente dijo, en voz baja:
- Virgen Santa, uno podría morir feliz después de esto.
Dozsa sonrió no muy alegremente. Su acento se volvió notorio.
- Si quieres… Yo tengo una mujer y un hijo en casa. Esta es la clase de experiencia que me gustaría haber tenido.
Rueda pareció sorprendido.
- ¿Y aun así has venido?
- ¿Qué podía hacer? Estaba de acuerdo en que había que bajar a explorar, y tengo la cualificación adecuada. -Dozsa pilotaba, ya que, además de su experiencia anterior, era un entusiasta de las artes marciales, entrenado para la fuerza y la velocidad-. Entiéndeme bien, Carlos; no siento miedo. En realidad, disfruto ante el desafío. Pero lo disfrutaré más en retrospectiva.
Se santiguó.
- O en la próxima vida, si Dios no dispone que tengamos éxito. Nuestra muerte tendría que ser limpia y rápida.
- Sí. -Caitlin era apenas audible-. Una estrella brillante en un cielo como éste… Hay destinos peores, ¿no?
- Uno se siente cerca de Dios en esta misión -dijo Rueda, como con sordina-. Pero no es el Padre Bondadoso de quien ras hablaban las hermanas en el colegio, ni el Señor justo que invocaba nuestro sacerdote.
- Es ambos, y más -replicó Dozsa-. Caitlin, pagana, hasta tú debes de estar escuchándolo, desde tu infancia.
Ella meneó la cabeza; sus cabellos trenzados formaban un clarobscuro a su alrededor.
- No. Quizá fueran demasiado católicos para mí en Irlanda. Fue parte del esfuerzo de reconstrucción cuando terminaron los Conflictos, una forma de conservar la fe después de los Otros… y yo una rebelde nata. Pero no guardo rencor. Dozsa sonrió.
- Bueno, no discutamos. No tenemos energías para malgastar. Si no te importa, te incluiré en mis plegarias. Lo más probable es que rece unas cuantas. Rueda miró hacia atrás, donde estaba ella. -¿En qué crees, si puedo preguntarlo? -inquirió. -En la vida -contestó ella.
Guardaron silencio, observando cómo se acercaba el planeta, se retiraba la noche y aumentaba el resplandor. Entonces llegó una nueva petición de lecturas y confirmación de los detalles del plan de vuelo. Después de enviarlas, Rueda agregó:
- Eso fue innecesario, amigos.
La voz de Brodersen remplazó la de Joelle. Era casi irreconocible.
- Ha sido culpa mía; yo he insistido. ¿Realmente estáis bien?
- Nunca mejor, amor mío -se atrevió a responder Caitlin-. Salvo que tú no estás aquí. Aunque, de todos modos, en esta cabina no hay mucho sitio para juegos. Haz la cama antes de que yo vuelva. Recordarás que quedó muy desordenada…
- Pegeen, por favor…
- Lo siento. -Se acercó al altoparlante, como si fuera él-. Sientes miedo por mí. ¿Pero no lo sentiría yo por ti, si estuvieras aquí? No seas egoísta, alégrate de que esté viviendo una maravillosa aventura.
- Lo… intento…
- No; más que una aventura. Una magia que nunca soñaron en Tir na nOg. ¿Sabes?, estaba pensando que necesitaremos un nombre para nuestro planeta y para su gente. Difícilmente podremos pronunciar el que ellos le dan, sea el que sea.
Brodersen dudó.
- ¿Y?
- Pensé en Danu, la diosa madre de los Tuatha de Danaan, los que se transformaron en el gran Sidhe. -¡De acuerdo! -decretó él.
La Wüíiwaw entró en la atmósfera perceptible más bruscamente que sobre Deméter, ya que este aire estaba más comprimido por la gravedad. Su ruta y sus vectores habían sido computados teniéndolo en cuenta. Tenían una guía constante en Joelle, conectada holotéticamente a instrumentos cuyos operadores habían buscado lo que Fidelio les indicaba. Si no, su misión hubiera sido suicida.
Tal como estaban las cosas, en la primera hora Dozsa fue mucho más allá de sus propios límites. Rueda estaba casi igual de ocupado, manejando las comunicaciones y ayudando a pilotar. Pronto, la cabina olió muy mal, a causa de su sudor. Se llenó de monstruosos rugidos, alaridos, silbidos, ronquidos. Su propio peso tiraba de los humanos, dos veces y media mayor de lo que la raza estaba habituada a soportar. Cada dedo era pesado, un brazo era una carga, los cuellos se esforzaban por mantener las cabezas en posición, las tripas se hundían, los corazones trabajaban, las costillas dolían al respirar, las bocas se secaban y las gargantas se irritaban.
Eso no hubiese sucedido en una centrífuga de prueba o en una nave de vigilancia a toda velocidad, donde una persona puede sentarse o acostarse cómodamente. Danu bramaba. El impacto estratosférico hacía estremecerse la nave, que daba saltos y corcoveaba como un mustango. Más abajo, a una menor velocidad relativa, encontró vientos que la sacudieron. Si no los hubieran enfrentado con habilidad, podrían haber arrancado las alas de la lancha. Concebida para mundos del tipo de Tierra, era aerodinámicamente pobre en éste. Y tampoco la sola habilidad podía compensarlo, cuando todo el cielo era tan extraño. Más de una vez, Joelle se había sorprendido cuando surgía alguna turbulencia que no había podido prever por falta de datos. Por rápida que fuera su respuesta, debía ser dicha, cosa que devoraba segundos. Desde una nave madre betana, podría haber pilotado directamente, podría haber sido, virtualmente, la nave.
En cambio, Rueda y Dozsa tuvieron que arreglárselas como podían hasta que les llegaba la palabra de ayuda. Dos veces atravesaron tormentas. La ceguera los envolvió hasta que los relámpagos convirtieron las nubes voladoras en focos incandescentes. Siguieron los truenos; era como estar dentro de un cañón. Los huracanes rugían y tiraban. Cada gota de la turbulencia golpeaba con fuerza. Sacudidas, empujones y pozos de aire arrojaban los cuerpos contra los arneses. Una vez, el granizo golpeó el casco. Otra, el diluvio universal lo envolvió.
Durante todo ese tiempo, Caitlin observó. No podía hacer otra cosa, excepto tocar un hombro, de vez en cuando, y señalar algo siniestro a la distancia: una nube alta como una montaña un vórtice de turbulencia, un nido de víboras de relámpagos, o una ferocidad para la que los humanos no tenían un nombre. Si no, se abstenía de molestar a los hombres. Vigilaba, enviaba todo su ser hacia fuera, reía de felicidad.
La Williwaw triunfó. Ocasionalmente, pareció difícil de lograr, aunque las computadoras le asignaron buenas posibilidades, pero lo logró. Cuando llegó, aproximadamente, a la altura en que se originaban las transmisiones, encontró calma. Aquí el aire era tibio y denso y no tenía prisa. Las corrientes térmicas subían y ayudaban a sostenerla. El autopiloto pudo hacerse cargo. Holgazaneó, trazando un amplio círculo, y comenzó a emitir una transmisión propia, señales grabadas en varias bandas danvanas. Un rayo llevó hacia arriba la voz monótona de Rueda.
- Estamos a salvo. Repito, estamos a salvo. Dadnos unos minutos para descansar y enviaremos un informe.
Como Dozsa, se dejó caer, con la barbilla sobre el pecho. Caitlin se inclinó para tocar a ambos hombres.
- Oh, pobrecillos míos, qué cansados estáis… -Calló, porque adquirió conciencia de lo que la rodeaba.
Sin la amplificación luminosa, hubiese estado ciega. Gracias a ella, su visión era excelente. Todo era tan extraño que necesitó un rato para entender lo que veía, pero inmediatamente percibió un montón de belleza.
Por encima, el cielo era índigo en el horizonte, aclarándose hasta llegar al violeta en el cénit. Allí había algunas nubes aisladas, con formas poéticas y dignas de una puesta de sol en Colorado. El sol mismo estaba alto, rodeado de una especie de arco iris. Más abajo, una capa de nubes parecía un océano, pero no uno de los que los hombres habían surcado. Era enorme; tenía cumbres, cañones, llanuras brumosas, grandes y lentas cataratas, infinitamente intrincadas y siempre diferentes. Era dorado, con toques rojos, listas azules, verdes y marrones, y sombras donde se hundía hacia el misterio.
Lejos, pasó un rebaño. ¿Tenían alas, tenían aletas? Pasaron demasiado rápido para distinguirlos, pero brillaban.
Llegó un sonido musical desde fuera, del viento que fluía con calma.
Caitlin reclinó su asiento y dejó que sus dolores co- menzaran a aflojar. El peso que la abrumaba era sólo como una mano pesada y demasiado bondadosa.
Después de un rato, los humanos se recuperaron como para hablar con su nave, controlar instrumentos, grabar vistas y hablar un poco más. Un rato después, llegaron algunos danvanos.
Caitlin fue la primera en verlos. Sus compañeros volvían a estar muy ocupados, no tan frenéticamente como durante el descenso, pero preocupados. Las comunicaciones con el espacio se habían interrumpido. Del altavoz sólo salían crujidos, zumbidos, ruidos caóticos, hiciera lo que hiciera Rueda. En algún lugar por encima de ellos, en. el cielo de aspecto sereno, algún fenómeno eléctrico había vuelto opaca la parte más alta de la atmósfera a todas las frecuencias de que disponía. No era una posibilidad que los holotetas hubiesen previsto. No eran dioses, disponían de una cantidad de información menor de la que hubiese reunido una expedición betana y, además, cada mundo es único. Dozsa temía que el problema fuera el preludio de un súbito cambio en el aire. Denso como era, con una presión que se acercaba al límite de la resistencia del casco, ¿no habría en la atmósfera corrientes de gas en que resultaran peligrosas? Sin excesivas esperanzas, buscó sugerencias en los instrumentos y el comportamiento de la lancha. Por eso, podrían no haber visto a los recién llegados, que hubieran pasado desapercibidos si Caitlin no hubiese estado alerta. Ella gritó -cantó- y golpeó sus espaldas mientras señalaba con la otra mano y sintonizaba la magnificación de las pantallas y volvía a señalar. Rueda silbó.
- Maravilloso -dijo-. Vamos hacia ellos, Stefan.
Dozsa frunció el ceño.
- No estoy seguro -replicó-. En estas condiciones, cambiar nuestras pautas de vuelo…
- ¡Abajo, pedazo de amadan!' En gaélico, tonto, idiota, subnormal. (N. del T.)
- gritó Caitlin-. ¡Juro que son lo que vinimos a buscar!
- ¿Cómo lo sabes? -preguntó el primer oficial. -¿Quieres decir que tú no lo sabes? -Bueno… bueno. De acuerdo. Supongo que si no investigamos nos habremos molestado inútilmente.
Caitlin le despeinó los cabellos empapados en sudor. -Ahora sí que hablas como querría Dan. Dadas las condiciones, la velocidad de la Wüliwaw no era elevada. Al descender, Dozsa la hizo disminuir todo lo posible, y quizás algo más. La visión que había ante ellos se volvió más clara y deslumbrante.
La mujer contó diecinueve formas que viajaban en grupos de dos y tres y se habían elevado desde las nubes para reunirse delante de la lancha, un kilómetro más abajo, pero exactamente en su ruta. Eran del tamaño de ballenas y tenían la misma forma básica de torpedo, los mismos hocicos chatos en los que las (¿bocas?) estaban en el extremo, eran circulares y cerradas por esfínteres; y tenían aletas en el extremo opuesto, aunque éstas eran cuatro, horizontales y verticales, y parecían ser más bien superficies de control flexibles que impulsores. Breves zarcillos y largas antenas que rodeaban los hocicos contenían -o eran- órganos sensoriales. De la parte central surgían unas intrincadas estructuras musculares de las que brotaban alas suaves y estrechas que excedían, en longitud, a los cuerpos. Adelante de éstas había dos brazos (o trompas, ya que parecían no tener huesos) que terminaban en lo que los humanos sólo podían llamar manos.
Su colorido era exquisito: azul ultramar en los lomos que se volvían zafiro en los vientres, mientras las alas brillaban como joyas de refracción; cada movimiento de sus flexibles superficies era una sorprendente combinación de ondas cromáticas. La gloria estalló cuando las criaturas comenzaron a bailar para la nave espacial. Se zambullían, subían, planeaban, se volvían y se deslizaban a centímetros una de la otra, después trazaban arcos de kilómetros con una armonía que se apoderaba de la mente y la hacía volverse sobre sí misma, como hacen siempre el gran arte y el amor.
- Tienen una música para eso -supo Caitlin-. Carlos, ¿podrías sintonizar su música?
Rueda se arrancó a su propio asombro y trabajó con el receptor sónico. Finalmente, eliminó el ruido del vuelo de la lancha, los sonidos del viento, y sintonizó la canción. La cabina se llenó de bajos profundos como el mar y agudos claros como el hielo y sonidos más altos o más bajos de los que distingue el oído humano. La escala era desconocida para los hijos de Tierra; si alguna impresión clara comunicaron a los hombres fue la de un poder inmenso, pero Caitlin dijo con lágrimas en los ojos:
- ¡Oh, el júbilo que hay en ellos, el júbilo! ¿No podéis sentirlo? Entonces mirad cómo juegan.
- Será mejor que me concentre en mantener la nave en el aire -dijo Dozsa.
A pesar de que su mirada se desplazaba hacia la armonía mitad majestuosa, mitad alegre de los movimientos que lo rodeaban, cambió la dirección de la Williwaw trazando una amplia curva.
- Nos están dando la bienvenida -dijo Caitlin-. Si en realidad son los Otros, vaya, siempre supe que debían de ser personas alegres.
- Eh, aguarda, cariño -aconsejó Rueda-. Es un espectáculo soberbio, pero estás sacando conclusiones apresuradas. Estos podrían ser animales curiosos y juguetones, como los delfines que danzan alrededor de un barco.
- ¿Con manos? Usan las manos mejor que los bailarines de huía.
- ¿Dónde están la ropa, los adornos, las herramientas, cualquier signo de artefactos?
- Ahora no los necesitan. Calla, creo que puedo estar empezando a entender su música.
- Será mejor que te des prisa -advirtió Dozsa-. No puedo seguir esta maniobra sin riesgo. Pronto tendré que usar un radio mayor. El problema es que nuestra velocidad más reducida es mayor que su velocidad máxima.
- Es lógico -dijo Rueda-. La naturaleza los diseñó para… Danu. Y los hombres no diseñaron a esta lancha para esto. Además la lancha usa energía nuclear y ellos usan química… disculpa, Caitlin, querías silencio.
- No, sigue, si se te ocurren ideas -dijo ella-. Quería escuchar, no molestar. Te dedicaré un oído. La ciencia también es un conjunto de artes.
Rueda exhibió una sonrisa torcida.
- No soy un hombre de ciencia. Un aficionado dominguero, solamente… Estamos grabando esta escena, ¿no?
- Sí, claro.
- Estupendo -dijo Dozsa, hosco-. Vida así en un mundo como éste. Nos dará mucho de que hablar en el futuro.
La ceremonia continuaba. Los humanos hablaban entre las melodías, contemplando los movimientos, mientras volaban entre una enana roja y un mar de nubes.
- Supongo que son como dirigibles vivientes -aventuró Rueda-. Esos cuerpos gigantescos deben de ser como enormes bolsas de gas, infladas por su propio calor. Unas válvulas los ayudan a subir y bajar, las alas usan el viento, y probablemente poseen algún sistema de reacción, usando fuelles o… no lo sé. Pero la atmósfera es suficientemente densa, a este nivel, para que resulte práctico. Respiran hidrógeno en vez de oxígeno, naturalmente, pero sospecho que por lo demás no son tan diferentes de nosotros; también deben de estar hechos de proteínas disueltas en agua.
- ¿De dónde vienen? -quiso saber Dozsa-. ¿Qué los hizo evolucionar? ¿Cómo empezó la vida aquí? ¿Dónde empezó la cadena alimenticia?
- ¿Cuántos años y organizaciones de investigación me permitirás para contestar a esa pregunta, amigo? Lo que yo supongo es que el «océano primordial está debajo de las nubes, donde el aire es verdaderamente denso y los productos químicos pueden concentrarse. ¿Originalmente en coloides? Recordad que este planeta se parece a Júpiter o Zeus o Epsilon. Irradia más de lo que recibe. Eso significa un gradiente térmico que impulsa la bioquímica, especialmente cuando el sol es débil. La energía llega de abajo, no de arriba. Me atrevería a decir que esta altura es marginal para la vida, como la Antártida o el fondo del mar en Tierra.
Dozsa hizo una mueca a los bailarines. -¿Una inteligencia desarrollada donde toda la ecología flota? ¿Cómo es posible? No hay piedra para herramientas, no hay fuego… Rueda asintió.
- Por eso confieso tener mis dudas acerca de estos animales, deliciosos, por otra parte. Caitlin se enderezó dentro de su arnés. -Vaya, vaya, ¿dónde habéis aparcado a vuestras imaginaciones? -desafió-. ¿No podéis pensar en cosas que flotan y pueden usarse, como quelpo y espinas de pescado, pero mejores? Si necesitáis algo que reemplace al fuego, ¿por qué no recordar los enzimas que catalizan la reducción de los compuestos orgánicos? ¿Y acaso sabemos por qué los monos antropomórficos se transformaron en hombres en Tierra? Nada de dogmatismos acerca del tema en un planeta extraño. Rueda se acarició el bigote.
- Es cierto. Sin embargo, declino creer en la posibilidad de la electrónica sin materiales sólidos ni minerales disponibles. Sí, supongo que los Otros pueden hacer trucos con campos de fuerza puros. Pero ¿cómo vas desde aquí hasta allá? ¡No de un solo salto! La inteligencia nativa de Danu podría desarrollarse, ser tan noble y artística e intelectual como quieras, pero, por sí misma, no puede construir una civilización científico-tecnológica. -Se oyó una risa-. E pur si muove'. 1. Y, sin embargo, se mueve. (N. del T.) Hemos detectado sus transmisiones.
Se hundió en el asiento. El cansancio quitaba relieve a su voz.
- No importa. Me parece que esta gravedad está llegando a la médula de mis huesos. No puedo pensar muy bien. Espero que suceda algo más, pronto.
Dozsa asintió. No había razón para que repitiera lo que ya sabían. Su permanencia allí estaba muy limitada en el tiempo. Los músculos podían adaptarse al elevado peso, pero el sistema cardiovascular, toda la distribución de fluidos del cuerpo humano, no. La sangre se estaba acumulando en sus extremidades inferiores; el corazón era cada vez menos capaz de alimentar al cerebro. La filtración de células podía provocar edemas y, eventual-mente, los daños serían irreversibles.
Además, el casco no era impermeable. A esta presión, las moléculas de hidrógeno se introducían por el metal. Finalmente, la mezcla se volvería explosiva.
- Bueno. Nuestro plan era quedarnos hasta la puesta del sol -suspiró Dozsa-. Quizá fuimos demasiado optimistas. Las distancias deben de ser enormes en Danu. Estos tipos, si son inteligentes, deben de ser los que estaban por aquí. Los otros… los Otros…
- Los verdaderos Otros hubiesen llegado antes, ¿es eso lo que quieres decir, Stefan? -preguntó Caitlin. Nuevamente, él asintió.
- Temo que tengas razón. -Caitlin volvió a mirar hacia afuera-. Pero ¡qué encantadores son, qué llenos de alegría!
Dozsa llevó la Willlwaw a su anterior altitud y dirección. La danza continuó. Los visitantes observaron y registraron lo mejor posible.
El sol color ámbar pasó al mediodía. Llegaron más danvanos.
Ya no se podía dudar de su inteligencia. La danza se disolvió y los que habían traído equipo se hicieron cargo. Algunos llevaban objetos curiosos colgados de sus titánicas personas, otros guiaban vehículos de formas variadas (¿plataformas?, ¿pájaros?, ¿nautilus encerrados?) de los que sobresalían dispositivos (¿telescopios?, ¿telarañas?, ¿anillos enlazados?). No intentaron acercarse a la nave, sino que se quedaron justo debajo de ella y ajustaron sus aparatos.
El receptor de radio captó sonidos ordenados, con la misma amplia gama de las canciones anteriores, pero evidentemente hablados.
- Dadme cinco minutos -murmuró Rueda, y empezó a trabajar con un espectrómetro de reflexión que había sido instalado para él en la Chinook. Dozsa mantenía la lancha en un curso estable y a una velocidad estable, aunque un viento vespertino se estaba levantando, zumbaba fuera y hacía vibrar su estructura. Los dolores, el agotamiento, el peso de la gravedad quedaron olvidados.
- ¿Cómo responderemos? -inquirió Caitlin eufórica, e inmediatamente-: Vaya, sí; tengo una idea, si vosotros no tenéis otra mejor, muchachos.
- El micrófono es tuyo -dijo Dozsa-. ¿Qué has pensado?
- Una señal con una pauta, para mostrar que queremos comunicarnos. ¿Por qué empezar con las matemáticas? Saben muy bien que conocemos el valor de pi. Pero si podemos reconocer su música y disfrutarla, a fe que reconocerán la nuestra. -Caitlin metió la mano en la red que había a un lado de su asiento-. Suerte que pensé en traer mi sonador.
Insertó un programa y tocó el teclado. Eine Kleine Nachtmusik brotó del instrumento.
- Nos ofrecieron alegría -explicó-. Devolvámosla.
Una pantalla en alta magnificación mostró que los de Danu reaccionaban. Por lo menos se movieron… ¿para discutir?
- ¡Ja! -dijo Rueda-. Lo que esperaba.
Dio unos golpecitos al espectrómetro.
- Esos vehículos, la mayor parte de esos chismes, son metálicos. No son aleaciones que pueda identificar, pero son metal, sin duda. Decidme cómo fueron extraídos en un planeta cuya superficie es de hidrógeno líquido caliente.
- No los extrajeron -declaró Dozsa-. Vinieron de fuera.
Vistos contra el cielo púrpura y una torre de nubes, dos portadores danvanos se juntaron. Uno de los pilotos se retiró llevado por sus alas de madreperla, el otro se quedó. Súbitamente, él y sus máquinas quedaron ocultos detrás de unas sábanas y cortinas de luz. Se extendían cada vez más, incluyendo todos los colores, una aurora artificial. Onduló un rato, como insegura. Después…
- Jesús, María y José -susurró Caitlin-. Están respondiendo a Mozart.
Tuvo que mostrar a los hombres que era así, que las luminosidades estaban en relación con las notas (no de forma simple, pero cada vez más fielmente, a medida que el artista desconocido iba entendiendo mejor las intenciones de un terráqueo muerto muchos siglos antes), hasta que el espectro y la escala musical fueron una sola celebración. Su comprensión del hecho no era estrictamente científica, demostrable por cualquier técnica analítica corriente; era la clase de intuición que tenían Newton o Einstein.
Otras transmisiones y transformaciones lo confirmaron. Los intentos e intercambios televisivos fracasaron; evidentemente las electrónicas eran demasiado diferentes. Sólo la música y el resplandor podían decir y responder:
- Hola, vosotros; os queremos mucho.
El breve día se acercaba a su fin. Caitlin seguía en éxtasis, mientras sus compañeros se ponían cada vez más ceñudos.
Finalmente:
- Debemos marcharnos -dijo Dozsa-. No podemos hacer otra cosa.
- Volveremos -Caitlin habló como en sueños. -No; difícilmente será así -le dijo Rueda en tono compasivo-. ¿No estábamos de acuerdo? Quedarse aquí o arriba, en órbita, significaría la muerte. Oh, sí; podemos estar equivocados acerca de eso pero ¿qué podemos hacer más que comportarnos según nuestras mejores deducciones? Y estábamos de acuerdo, ¿verdad?
Ella inclinó la cabeza. La luz del atardecer la iluminó. Era dorada. Abajo, los danvanos aguardaban su próximo mensaje.
Rueda se inclinó en su asiento para apretar con fuerza la mano que Caitlin le tendió.
- Esos no son los Otros -le recordó-. No pueden serlo. Supongo que son una… una raza preferida. Una a la que los Otros pueden acercarse abiertamente, quizá porque son más felices, más bondadosos, más creadores que otros. Si es así, entonces los Otros les dan cosas de metal, para que puedan comprender mejor aún lo que son… artistas natos y ¿quién sabe qué más? Pero no científicos. No ingenieros. No pueden ayudarnos. Y nosotros, nosotros no podríamos sobrevivir mucho en este sitio, a menos que pusiéramos la Chinook en régimen de rueda y le impidiéramos partir para siempre. Y ¿con cuánta frecuencia visitarán los Otros a estos hijos adoptivos suyos? Quizá lo hagan la semana que viene, pero quizá no vengan hasta dentro de mil años. ¿Cómo podríamos saberlo?
- Sí. -Caitlin enderezó los hombros para soportar el peso-. Nuestra mejor apuesta es seguir adelante.
Rió, emocionada.
- Hemos visto esta parte de lo que contiene el universo. Ahora, ¡al próximo mundo!
Dozsa se mordió el labio.
- Si es posible -dijo-. Todavía no hemos establecido contacto con la Chinook. Tendremos que abrirnos paso solos, sin ayuda, hasta el espacio abierto.
Caitlin se liberó de su nostalgia.
- Vamos, muchacho, vamos -instó-. Podrás hacerlo. Todavía tenemos que ver maravillas más asombrosas que las de aquí.
29
Yo era un chimpancé, nacido donde el bosque y la sabana se unen. Mi primer recuerdo es mi madre, abrazándome. La tibieza y los olores de su cuerpo, mezclados con la fragancia más marcada del pelaje y con los aromas de la tierra y la vegetación que nos rodeaba. Las hojas resplandecían, verdes-doradas encima de nuestras cabezas, y los rayos de sol se deslizaban entre ellas para manchar el suelo donde nos sentábamos. Mis labios buscaban entre su pelo áspero hasta que encontraban una teta y me alegraban colmando mi barriga.
Después corrí, libre y ruidosa con la banda, salvo cuando un anciano enseñaba los dientes. Entonces una retrocedía respetuosamente. El Anciano, El, era como el cielo sobre todos nosotros, que enviaba sol o lluvia por igual y a veces rugía y brillaba hasta que temblábamos de terror: porque El nos guiaba hasta árboles seguros y frutos deliciosos. El nos enseñaba esa danza llena de muecas y aullidos que hacía alejar al leopardo.
Aprendí dónde encontrar bananas y nidos de pájaros, insectos y gusanos. Después aprendí a humedecer una vara y meterla en los hormigueros que crecían bajo el resplandor de la sabana. Empecé a compartir la vigilancia mientras bebíamos en el río. Cuando crecí más, me transformé en la única hembra que se unía a las cacerías ocasionales, cuando seguíamos a algún animal pequeño, lo cogíamos, lo arrojábamos lejos, nos volvíamos locos con su carne, su sangre salada y sus huesos crujientes. Una locura más pura era saltar, balancearse, ir de rama en rama, transformarse en aire y velocidad, aferrar y soltar el árbol como un amante.
El primero que me montó fue El. Su apretón era fuerte como el de una serpiente pitón. Gruñía y empujaba, y el olor de El me mareó. Pero después, cuando mis estaciones llegaban, prefería a otro entre los machos, el más gentil. Nos limpiábamos y tocábamos durante perezosos, encantadores ratos, o nos sentábamos cogidos de la mano en un matorral, contemplando la llanura que blanqueaba la luna.
Había tantas cosas para admirar, el sol, el tiempo, una mariposa, elefantes, el rugido de los leones, el aroma de las flores, las criaturas que llegaban en conchas brillantes y seguían andando con dos largas patas, los guiños distantes de los fuegos que encendían a la hora del crepúsculo… Espiábamos, explorábamos, olfateábamos, masticábamos, escuchábamos, gritábamos nuestra alegría, o mascullábamos nuestra ira, o nos maravillábamos en silencio.
La mayor de las maravillas era cuando mi incómoda pesadez me abandonaba, haciéndome daño, y dejaba un bebé que se aferraba a mí. Crecía, y terminaba por abandonarme o se quedaba muy quieto y yo lo llevaba, dolorida, intrigada, hasta que se ponía extraño; pero siempre llegaban nuevos bebés, nuevos amores.
Una vez, el macho que más me gustaba me quiso cuando El también me deseaba y lo desafió. Pero pronto fue derrotado y, arrastrándose, ofreció el culo. Fue otro macho el que finalmente derrotó a El y se transformó en El. Una mañana, cuando nos despertamos, nos encontramos con el cuerpo que nos había dominado durante tanto tiempo, yaciendo al borde de nuestro claro. La brisa jugueteaba con su pelaje grisáceo. Las hormigas trabajaban. Los buitres llegaron. Nos alejamos porque, de algún modo, sentíamos temor.
Después de que un cocodrilo cazara a mi compañero especial pasé a otra banda. Rango a rango, ascendí hasta ser la primera de las hembras. Nos ordenábamos de manera menos clara y sabia que los machos, pero sabíamos quién mandaba a quién. Por cierto que ahora, en mi madurez, ya no los temía, de El para abajo. Iban y volvían en sus absurdas empresas; nosotras soportábamos y en realidad la banda era nuestra… era mía. Yo cogía la mejor comida y los mejores lugares de descanso de las hembras, pero con frecuencia vigilaba a los niños, no sólo los míos, y los protegía de los peligros.
Cada vez menos, volvían mis estaciones. Cada vez menos deseosa de movimientos, me dediqué a mirar hacia fuera del grupo, las sombras o la lluvia, a través de las llanuras, las estrellas por la noche, llena de un sentimiento de que había más cosas, más allá, de las que suponíamos.
Súbitamente, desde la obscuridad, llegó el Convocador. Yo fui llevada y me transformé en Uno, por así decirlo, con el amanecer y los relámpagos. El árbol en cuyas ramas trepaba era el árbol que sostiene el mundo. Volvería a vivir mis días de chimpancé, ilesa, pero sería eternamente hechizada por un júbilo que en realidad, no podría recordar. Yo era Mamífero.
30
Con más de la mitad de su superficie en la obscuridad, el sol rojo cada vez más cercano al creciente iluminado, Danu seguía siendo sublime para el ojo. Al otro lado, un par de lunas destacaban entre los brillos que llenaban el firmamento.
Martti Leino no soportaba la guardia. Sólo en su camarote, colgaba atado; sus manos estaban entrelazadas, con los nudillos blancos, salvo cuando daba un puñetazo contra el tabique y rebotaba y sus piernas colgaban, indefensas. Unas lágrimas oscilaban brillantes alrededor de su cabeza.
- No, Dios, Señor, no -graznaba-. Por favor. No sabes lo que harías si la dejaras morir…
Horrorizado:
- ¡Perdóname, Señor! No debí decir eso. Pero sálvala. Tú puedes. Lo harás, ¿verdad? Por favor…
Respiró rítmicamente, hasta que su cabeza giró y sus miembros hormiguearon, pero, finalmente, pudo decir en finés, con voz llana:
- Martti, chico, eres un caso clásico de histeria. ¿Lo sabes? Bueno, ya basta. Eso no ayuda a Caitlin. Reza un poco, si quieres, pero no le digas a Dios lo que debe hacer y ocúpate de tus cosas.
- ¡Ay-y-y-y! -aulló, retorciéndose.
Estaba nuevamente un poco más controlado cuando la puerta sonó.
- ¿Eh? -preguntó estúpidamente en voz alta.
La llamada se repitió.
- Entre -dijo hipando. El timbrazo se repitió y recordó que se había encerrado, para que no lo molestaran, cuando empezaron los temblores. Bueno… soltándose de su litera dio una patada para ir hacia la puerta, erró el cálculo, se golpeó contra la mesa y cometió una serie de equivocaciones absurdas antes de lograr abrir el pasador.
Frieda von Moltke entró, interrumpió su vuelo sujetándose en el marco, echó una buena mirada a Leino y cerró la puerta. Como él se limitaba a mirarla con la boca abierta, tomó la iniciativa:
- Vaya, estás peor de lo que suponía.
El cerró la boca.
- ¿Qué quieres? -consiguió decir.
Ella lo cogió de los brazos. Flotaron, con una ligera rotación que hizo girar el camarote alrededor de ellos.
- Vi que te estaba poniendo frenético -dijo ella-. Te marchaste. Bien, pensé; quizás una copa, un tranquilizante, una siesta. Se calmará cuando nadie lo mire. Pero tardabas en volver.
El le dio la espalda.
- Ellos tardan demasiado en volver.
- Sí, hace horas que no podemos comunicarnos y ahora deben de estar alejándose del planeta, si aún están vivos, sin que nadie los guíe. Sería muy malo que perdiéramos la lancha.
- Jesu Kriste, ¿te importa eso?
Ella lo abrazó con fuerza.
- Martti, querido, escucha. En mi familia todos han sido soldados, desde que hay crónicas. Ellos sabían lo que es perder un amigo. Ich hat' einen Kameraden…' ja. Lo lloras. Pero sigues adelante.
El apretó los puños.
- Si piensas… sólo una amiga…
1. Primera estrofa de la conocida canción Yo tenía un cámarada. (N. del T.)
Frieda asintió para sí misma. Interrumpió su vuelo cuando pasaban junto a una silla, enganchó un pie en ella, siguió sujetándolo con la mano izquierda y usó la derecha para cogerlo por la barbilla.
- Así no le sirves a nadie, ¿sabes? -dijo suavemente.
- Sí. ¿Y quién no está así? Toda la tripulación está aguardando, sólo eso. ¿Qué podríamos hacer?
- Podemos darnos ánimos, estar preparados para mañana -dijo ella-. Podemos consolarnos mutuamente. Para eso he venido. Llora, si quieres. No tiene nada de malo. Vi llorar muchas veces a mi padre cuando íbamos a poner flores al cementerio a sus antiguos compañeros de la guerrilla.
- Frieda, Frieda. -La abrazó, enterró la cara en su pecho y se estremeció. Ella lo acariciaba.
- ¡ATENCIÓN! -atronó el intercom-. ¡Todos! ¡Escuchad!
Ambas cabezas miraron hacia allí. -Escuchad. -La voz de Brodersen era extraña; parecía estar llorando-. Mensaje de la Williwaw. Están… están bien. Vuelven hacia aquí. Volverán dentro de dos, tres horas. No encontraron nada que pueda ayudarnos, pero ¡están vivos! ¡Vuelven!
- ¡Ya-a-a-ah! -gritó Frieda, abrazando a Leino contra su cuerpo. El flotó como un muñeco de trapo, moviendo los labios. En medio de sonidos desconocidos, ella oyó: -Señor, gracias… Cristo, gracias… Después de unos minutos, Brodersen hizo un anuncio con más calma. Joelle podía conducir la lancha hasta aquí y él personalmente se encargaría de atracarla. Todos los demás podían dormir. Ciertamente, los tres de la Williwaw necesitarían hacerlo. Dentro de unas doce horas, o lo que fuera necesario, se serviría el desayuno y los exploradores harían su informe. Luego, probablemente, la Chinook volvería a la máquina T para dar otro salto. Eso llevaría más de un día terrestre. Mientras tanto, organizarían una buena fiesta para celebrarlo.
- Buenas noches. Verdaderamente buenas, ¿eh? Muy buenas noches.
(La Chinook entró en el cono de sombra de Danu y la mitad del cielo desapareció.)
- Lo celebraremos en seguida. -Frieda rió y besó a Leino.
El retrocedió.
- ¿Qué quieres decir?
Los ojos azul porcelana de Frieda se abrieron mucho.
- ¿Qué supones, chico? Los dos estamos contentos.
El se alejó de ella. Mientras flotaba, extendió las manos, negándose.
- No. No estaría bien. Daré gracias a Dios.
- Sí, claro. Pero después…
- ¡Vete! -gritó él-. ¡Sal de aquí, golfa! No; lo siento. No quise decir eso. Pero… bueno… por favor, Frieda, vete. Tus intenciones son buenas, pero vete.
Ella lo contempló unos instantes y se marchó.
Brodersen tenía que liberarse de su inquietud. (Pegeen, Pegeen.) Habitualmente, en esas circunstancias hacía ejercicio, pero ahora eso hubiese sido intolerable. Por lo tanto, hizo una inspección. Todo estaba en orden, él lo sabía, pero el gesto lo ayudaba, le daba la sensación de que hacía lo posible por el pequeño mundo que, muy posiblemente, sería el suyo y el de Caitlin hasta su muerte. No es que él fuera su Dios… no, ¡de ningún modo! Sólo sentía la necesidad de dar lo que podía dar.
Adiós, Lis, pensó mientras volaba por los pasillos silenciosos. Adiós, Mikey, chico. Seguramente te irá muy bien y quizá ni siguiera me recordarás. Adiós, Bárbara, cariño. Tú podrás… ¿Por qué será que me preocupo más por ti, Babsy? Cuando crezcas serás como tu madre, una mujer independiente, capaz de dar vuelta al mundo si se atreve a amenazarte.
Os echaré de menos, hijos míos. En realidad no deseo que me echéis de menos, pero seria bonito pensar que me recordaréis con cariño.
Dobló una esquina, agarrándose del metal para cambiar de dirección. Lis… ¡Maldita sea, Lis, te amo!
También te amo a ti, Pegeen, ¿y cómo diablos voy a medir entre vosotras dos, y por qué iba a hacerlo? Lis ha sido abandonada, pero puede tener otro hombre, si quiere, o muchos hombres, y vivir una vida larga y plena. Pegeen está aquí, pero lo más posible es que muera joven en el espacio, con todos nosotros, y yo no valgo tanto.
Brodersen logró sonreír. No me siento culpable. Esto ha sido una guerra y las cosas sucedieron así, y si cometí errores la oposición también lo hizo. Lo que sucedió fue una vergüenza, pero tanto Lis como Pegeen me darían de patadas si empezara a lamentarme ahora. Me dirían que siguiera intentándolo.
Triunfante, pasó por él la idea: Pegeen está viva. La veré dentro de un par de horas.
La amplia puerta de la sala de reuniones apareció. No había razón para entrar allí, pero lo hizo. Y oyó sollozos. Se cogió de una mesa en la que se jugaba a varios juegos, sintió la reacción en sus músculos y quedó anclado en los dedos. Las pantallas visoras mostraban un eclipse total. Danu, bautizado por Caitlin, era un monstruo, no totalmente negro, sino misteriosamente iluminado y con anillos carmesí, mientras a su alrededor las estrellas resplandecían y pasaba un par de lunas. El murmullo de los ventiladores subrayaba el silencio. Los ciclos normales de temperatura saludable e ionización habían refrescado el aire, que tenía un subliminal aroma nocturno.
Susanne Granville, acurrucada en un rincón, parecía un borrón de tinta. Con una mano aferraba el respaldo de una silla y con la otra se cubría la cara. La luz del cielo era suficiente para ser despiadada.
Brodersen dio una patada y voló a través del frío. -Eh, Su, ¿qué te pasa?
- ¡Oh…! -Trató de respirar hondo mientras él se detenía junto a su silla-. Lo siento. No es… no importa. -Oh, vamos. -Volvió a pensar que era una chica muy dulce, que le gustaba mucho y sí, que la respetaba. Tímidamente, apoyó un brazo en sus hombros-. ¿Tienes problemas, Su?
- Yo… lo siento… Tendría que haber ido a mi camarote…
- ¿Pero? -Se acercó un poco más a ella. -Allí no hay nada. Aquí se puede ver la galaxia. -Hundió la cabeza en el pecho de Brodersen.
Poco después la levantó -él distinguió su cara fea a la luz de las estrellas- y confesó:
- Yo… te pido perdón, Daniel, buen amigo. Está mal que llore cuando vuelven sanos y salvos, ¿no? Pero… -sus ojos, sus bellísimos ojos lo miraron-. Una cosa. No tienes por qué darte prisa con esto. Tienes problemas más urgentes. Pero… Jadeó.
- Estamos perdidos en la eternidad. Por favor, cuando tengas tiempo… ¿Qué puedo hacer?
- Ah… -murmuró él, sintiendo que ella también era una mujer (sin deseo, porque Caitlin desembarcaría pronto, pero con un súbito afecto especial)-. ¿Te han dejado fuera de la conexión?
- No me lo han prohibido. Pero Fidelio y la doctora Ky lo hacen todo… -Sintió que se ponía tensa y vio a la luz de la Vía Láctea cómo se esforzaba por controlar sus labios-. ¿Qué me queda, Daniel? ¿Cómo puedo ayudar?
Le dijo unas cuantas frases amables y la acompañó a su camarote, donde le dio un sedante y un beso fraternal antes de marcharse. Cuando la puerta se cerró detrás de él, se preguntó qué diablos podría encontrar para ella.
31
Como las observaciones confirmaban que no había peligro, el autopiloto guió la aceleración de la Chinook hacia la máquina T. En camino, la tripulación celebró una fiesta. Brodersen recomendó echar la casa por la ventana, sin escatimar la bebida, la hierba o cualquier otra cosa. Primero, Caitlin, ayudada por Susanne, preparó gran cantidad de canapés y Weisenberg fabricó nuevos ornamentos para la sala de reuniones en su taller, objetos coloridos de metal o de plástico.
- Damas y caballeros -declaró el capitán cuando su gente estuvo reunida-; nos enfrentamos con la grave necesidad de emborracharnos, de emborracharnos como cubas, de beber como peces… y me refiero, por supuesto, al Nivel Internacional de Peces Curda, cuya condición se determina por medio de un encefalograma, después que han consumido un litro de whisky escocés legítimo por cabeza.
- No; irlandés -requirió Caitlin levantando su copa-. Slainte go fail leat.
Se sonrieron. Aunque estaba dolorida a causa del peso y el accidentado vuelo, pocas veces le había hecho pasar un rato mejor que cuando despertó, después de la llegada, salvo, quizá, los siguientes.
- Brindo por nuestras nobles personas -dijo Brodersen, dirigiéndose a la tripulación.
La mayoría de sus respuestas fue nominal. Las consideró. Las pantallas visoras exhibían esplendor: el hemisferio iluminado de Danu alejándose en el cielo, pero todavía enorme, el sol como un rubí, estrellas, y el río galáctico y estrellas. Nadie miraba… quizá no fuera a propósito, pero parecía que estuvieran dando la espalda al cosmos.
Carlos Rueda parecía alegre. Frieda von Moltke le había dado una bienvenida digna de un rey. Sin embargo, esta noche jugaba más bien con Stef Dozsa, aunque éste parecía severo. Phil Weisenberg exhibía una sonrisa calma y cortés. Su había recuperado algo de moral ayudando a Caitlin, pero pese a eso, Brodersen veía preocupación en su cara. Joelle Ky se había sentado algo alejada y dedicaba su atención a Fidelio… de forma casi ostentosa, lo que no era su estilo. Era fácil darse cuenta de que Martti Leino no había dormido muy bien e, hiciera lo que hiciera, no podía alejar su mirada de Caitlin.
Está enamorado de ella, pensó Brodersen. Es comprensible. Quizá ella debería… o quizá no. No lo sé. Podría provocar más problemas de los que solucionase: es un tipo tan intenso… Y ¿qué puedo hacer con respecto a Joelle? Hay algo que la está devorando, también a ella. No estoy seguro de qué es. Apoyó un brazo en los hombros de la chica que estaba a su lado, sintió su flexible esbeltez, respiró la fragancia de su juventud. No me gusta privarme de ningún rato que pueda pasar con Pegeen.
Rió.
- ¿Qué es lo gracioso, corazón? -preguntó ella.
- Nada -dijo apresuradamente Brodersen. ¡Ja! Aquí estoy yo, dando por sentado que soy un regalo de Dios para la femineidad doliente y que una noche conmigo hará ronronear a Joelle. Joelle…
- Oye, ¿qué te parece un poco de música? Música tuya, quiero decir. Ahora que has vuelto. -Rozó con la boca la maravillosa suavidad de su mejilla y prácticamente sintió que los ojos de Leino lo apuñalaban, y sin duda Leino no era el único. Será mejor que deje de exhibir lo que yo tengo y ellos no. Pero ¿cómo lo consigo?
- Bueno, si la gente lo quiere. -Caitlin hizo una pausa-. No, en vez de un recital, ¿qué os parece si bailamos? Seguramente no hay nada mejor para aflojar la tristeza.
- Estamos un poquito cortos de mujeres -señaló Weisenberg-. Cuatro. Bueno, Fidelio y yo comeremos pavo.
- Tres -dijo Joelle-. No me contéis.
- Oh, no -protestó Brodersen-. ¿Por qué?
Como ella seguía obstinadamente sentada, se acercó y le dijo en voz baja:
- Siempre te gustó ir a bailar cuando salíamos juntos. ¿Qué ha pasado? -La mirada de ella parecía doblemente obscura-. Te necesitamos. La desilusión de Danu fue un golpe fuerte. Si no nos alegramos un poco, nos costará seguir adelante. Por favor, Joelle.
- ¿Y Fidelio? -respondió ella también en inglés-. Nadie se preocupa por sus sentimientos. Como si la hubiese oído, Caitlin gritó: -Oh, no necesitamos parejas; una danza de figuras, una jiga… sí, Fidelio también. ¿Por qué no? En Beta también deben de saltar para divertirse. -Soltó una risita-. A fe mía que será muy especial. La primera danza interespecies de la historia humana.
Brodersen interrogó al extraterrestre acerca del baile, en español. Se sorprendió ante el entusiasmo de su respuesta afirmativa.
- Entonces, estamos de acuerdo -dijo Caitlin-. A ver cómo podemos agitarnos. Dadme unos minutos para buscar un ritmo que nos sirva.
Y tomando su sonador, lo programó para sonido de acordeón y tocó mientras ensayaba pasos. Su vestido amarillo ondulaba sobre las ágiles y esbeltas piernas y el cabello color bronce caía libremente.
De algún modo, esa visión, seguida por sus instrucciones, cambió el estado de ánimo de todos. Cuando comenzó el verdadero baile, con música del banco de datos, hasta reían… al principio de su propia torpeza, como cuando Rueda pisó la cola de Fidelio; después, de bromas y burlas, aunque no eran muy graciosas. Su sangre volvió a pulsar tibiamente; su ligero sudor hizo que se olieran unos a otros como carne; los pies que golpeaban, las manos cogidas, los ritmos, los hicieron plenamente conscientes de que estaban vivos.
Después de unas vueltas comenzaron a separarse para beber, hablar o divertirse. Comenzó una partida de tenis de mesa. Caitlin cantó su «Canción de verano» para Wei-senberg, Rueda, Susanne y Prieda. Más tarde, se formaron parejas para bailes más tranquilos. (Brodersen y Susanne fueron decorosos, Dozsa y Frieda todo lo contrario, pero otras combinaciones variaron. Leino hizo gala de alegría alcohólica cuando tuvo a Caitlin en sus brazos, y Joelle se apretó con fuerza contra Brodersen.) Fue una fiesta muy buena.
Alrededor de la mitad de la fiesta, Caitlin se encontró diciendo a los demás:
- Sí, somos afortunados; eso es lo que somos. Habéis visto las cintas de Danu. Si no os emocionasteis, habría que tiraros por la escotilla, porque ya estáis muertos. Y no son nada comparadas con la realidad. Yo lo disfruté, pero no seré egoísta. Os cederé vuestro turno en la próxima maravilla y en la otra, y en la otra. Si nunca volvemos a casa, los dioses habrán derramado más aventuras en nosotros de las que tuvo nunca nuestra raza. -Hizo sonar un acorde en su instrumento-. ¿Y quién dice que no volveremos? El universo es nuestro y no veo límite ninguno para nosotros… ninguno.
- ¿No has estado componiendo una balada sobre ese tema? -preguntó Brodersen con la lengua un poco torpe-. Me parece que te he sorprendido un par de veces en eso desde que volviste.
No había tocado el tema hasta entonces porque a ella no le gustaba hablar de cosas que no estaban terminadas. Eso se llevaba el mana, decía. Además, inmediatamente le hacía pensar en otras cosas. Ella asintió. -Sí, así es.
- ¿La has terminado? -dijo precipitadamente Leino-. Por lo que más quieras, Caitlin, ¡cántala!
- Si lo deseáis -dijo ella. Hubo un aplauso-. Bueno, no es sobre nosotros, ¿comprendéis? Es acerca del futuro, cuando todos los humanos viajen libremente como hacemos nosotros ahora. Porque lo harán, lo harán.
Se subió a una mesa, se sentó con los pies descalzos balanceándose y transformó el sonador en una guitarra.
La Vía Láctea en una pantalla coronaba su cabeza erguida.
Sopla un mentó como un clarín.
Es hora de que me vaya
Desde las nubes veraniegas
En dulces cielos
Donde la luz llega como una lanza,
Desde las noches de luna y rodo;
Pero por lejos que vagabundee
Mi canción añorará a lo lejos
Una nota, un compás,
Una melodía
En memoria de ti.
Las estrellas que brillaban suavemente están severas
Sobre nuestra querida tierra
Pero yo debo alejarme, hacia lo alto,
Y espero que tú comprendas.
Donde arden soles desconocidos
Sus mundos vivos giran.
Una danza desde el amanecer
Hasta el día, hasta la obscuridad,
En las cimas de las montañas y el mar
Sigue eternamente.
Aunque ignorantes nos equivocamos,
Y la muerte puede arrastrarnos abajo,
Una nota, un compás,
Una melodía
Hasta entonces sonará en mi.
Qué milagros habitan allá,
Qué mente sabia y extraña,
Qué empresas puede intentar el hombre,
Sólo podemos ir a averiguarlo.
Pero sin embargo, en todas las maravillas.
El resonar del trueno
Que se hace más veloz
En esos cielos vírgenes
Cuando por primera vez ven nuestras naves,
Una nostalgia golpea como un látigo.
Cantaré en la fundación de naciones
Entre las constelaciones
Una nota, un compás,
Una melodía.
Recordando tus labios.
Y cuando finalmente tu fugitivo
Vuelva desde el abismo
De la obscuridad llena de estrellas al día común,
Perdóname con un beso.
Horas después, Weisenberg explicó que era viejo y se retiró con paso nada firme hacia su cama. Fidelio lo siguió pronto. (¿Todas las razas inteligentes necesitarían retirarse periódicamente al mundo de los sueños?) Frieda se llevó a Dozsa. Brodersen condujo a Joelle a un rincón donde se sentaron y hablaron muy seriamente en voz baja. Leino se dedicó a Caitlin. Cuando se dedicó a ignorar marcadamente a Rueda y Susanne durante un rato, aunque Caitlin les hablaba, el peruano sonrió irónicamente y sugirió a la conexión la idea de refrescar sus copas… después de lo cual la condujo, con la mano en su codo, hasta la pantalla donde brillaba Danu y colocó dos sillas para ambos. Las luces habían disminuido; la mayor parte de la iluminación llegaba de fuera, suave y llena de sombras. Por un altavoz, también atenuado, se oían los conciertos de Brandenburgo de Bach.
- ¿Quieres escucharme? -La pipa de Brodersen trazó un arco. Una nube perfumada se arrastraba tras ella-. Has estado tratando horriblemente mal a la pobre Su. La has herido. No podemos permitirnos ese lujo, con ninguno de nosotros.
- ¿Y qué quieres que haga? -replicó Joelle-. Admito que le grité una vez, aunque no había hecho nada malo. Pero después le pedí disculpas, ¿no? ¿A qué más estoy obligada?
- Bueno, deja de echarla de su trabajo. Ayudante del contramaestre no es suficiente. Caitlin me ha dicho… oh, esto es estrictamente confidencial… me ha dicho que debe fingir que no puede con una serie de tareas, para hacer que Su se sienta necesaria. Eso es duro para Caitlin; tiene su propio orgullo. Y de todos modos, no es mucho lo que se puede hacer por ese lado.
- ¿Me estás pidiendo que le invente trabajo? Dan, no puedo. Se daría cuenta inmediatamente y se sentiría doblemente herida, ¿no? Además, no puedo desplazar a Fidelio. Ya fue muy desagradable cuando tuve que hacerme cargo de guiar la Williwaw porque tiene muy mal acento en español. -Joelle cogió la muñeca de Brodersen-. Le prometí que se encargaría de todas las computaciones que pueda hacer, desde la conexión más elemental para arriba. No le queda nada más, Dan, y morirá pronto.
El contempló en silencio los rasgos fatigados y la estructura interna que no había cambiado.
- Sabes -dijo finalmente-; en realidad no eres la intelectual distante que afirmas ser.
- ¿Lo he hecho? Juro que no fue a propósito.
- No… supongo que no. -Meditó-. Súbitamente, después de tantos años que te conozco… Joelle, empiezo a pensar que eres la persona más inocente que he conocido en mi vida.
Ella se apoyó contra él, no con la engañosa suavidad de Caitlin, ni la vitalidad de Lis, sino con la torpeza que él recordaba. Nunca había aprendido matices.
- Y… tú… no eres exactamente duro por dentro… tampoco, ¿verdad? -tartamudeó.
Rueda y Susanne intercambiaron recuerdos de Europa. Tenían muchas catedrales y museos que compartir. El verdadero placer llegó cuando averiguaron que también tenían en común posadas y cafés. Cuando hablaba de ellos, Susanne se llenaba de vida. También había estado en Perú, pero sólo había visto los lugares corrientes. El disfrutó hablándole de los otros.
- Si volvemos… podría ser, sabes, podría ser… te llevaré allí -prometió.
- Eres muy bueno -dijo ella.
El extendió las manos con las palmas hacia arriba.
- No; me gustará. Para ser franco, te diré que hasta esta guardia vespertina me habías parecido… bueno, algo descolorida. Estoy encantado de haber descubierto que me equivocaba.
Ella se sonrojó y bajó los ojos.
Viendo que estaba confusa, él se puso serio; ese tono era más fácil para ella.
- Además, estamos en las mismas, ¿no? Ambos somos esencialmente superfluos… piezas de recambio, en el mejor de los casos.
Ella miró hacia Danu.
- No; tú fuiste al planeta.
- Justamente porque no soy insustituible. No es nada seguro que vuelvan a necesitarme de nuevo para algo parecido. O, aunque sea así, tendremos que llenar días y semanas entre esas ocasiones… nosotros dos… ¿no?
Ella hizo una mueca.
- ¿Cómo?
- Debemos inventar algo. -Chasqueó los dedos. Una idea acababa de nacer-. Mira, Susanne. Lo que no hay en esta nave son científicos calificados. Quiero decir de laboratorio y de campo. Pero lo que sí hay es un banco de datos que contiene la mayor parte de los conocimientos humanos, por no hablar de Fidelio que, sin duda, disfruta comunicando su sabiduría. ¿Por qué no nos transformamos en expertos? Ella levantó los ojos. -Nom de Dieu!'
- Tendremos que pensar mucho -siguió él- y estudiar, y hacer experimentos, y… Tú química, quizá, yo planetología… o cualquier otra cosa útil para la que tengamos talento. Su, ¡tenemos trabajo por delante!
Cuando se sentaron, Leino se sintió suficientemente audaz como para tomar el pelo a Caitlin.
- Esa última canción tuya -dijo-. Creí que te oponías totalmente a la idea de papeles sexuales específicos. Pero tus versos hablan de «él» yendo al espacio. ¡Qué vergüenza!
Ella lo miró y frunció la nariz.
- Para que te enteres, chico, «hombre» en ese contexto, no significa «macho humano adulto», sino «humanidad». ¿Por qué no podría tratarse de una mujer en el espacio, y él esperándola?
Fingió preocupación.
- Oh, te cobraré esto, Martti Leino, lo haré. Ya verás cómo será mi próxima canción.
- Lo siento -exclamó él. Sus rasgos mostraban preocupación-. No quise ofenderte.
Ella tomó una de sus manos entre las suyas.
- No estoy ofendida. De veras. No seas tan vulnerable, amor.
El bajó la cabeza y murmuró:
- Lo soy, cuando se trata de ti.
Ella llevó su mano derecha a la cabeza del muchacho, a lo largo de la sien, la mejilla, la oreja y la mandíbula, y luego hacia la nuca donde sus dedos recorrieron los cabellos.
- Oh, eres un chico encantador.
El se puso incoherente. Su puño martilleó en su muslo.
- Caitlin… me molestabas… soy cuñado de Daniel, ¿recuerdas? y Lis… Pero no eres lo que pensaba. Eres maravillosa. Das. Eres adorable. -Trató de respirar-. Perdóname. Era el whisky quien hablaba.
- ¿No eras tú? -preguntó ella tiernamente.
- ¿Para qué serviría?
Caitlin lo abrazó. Por encima de su hombro espió a Brodersen, que rodeaba con el brazo los hombros de Joelle. Intercambiaron miradas y, después de un momento, signos de «todo bien» que nadie más vio. Susanne y Rueda fueron los últimos en marcharse. Habían estado hablando con demasiada animación para detenerse, hasta que, finalmente, la naturaleza los obligó a bostezar. El la escoltó hasta su puerta.
- Buenas noches, Carlos -dijo ella-. O más bien, buena guardia matutina.
El oyó la nerviosidad de su tono, se inclinó y le besó la mano.
- Buenas noches, Susanne -dijo, y se fue.
De acuerdo al programa, el autopiloto de la Chinook la puso en órbita a cierta distancia de la máquina T. La vuelta a la ausencia de peso despertó a algunos de los que dormían después de la juerga. Quienes tenían más experiencia, simplemente cambiaron la marcha del sueño.
Brodersen estaba en su despacho, revisando cifras… La Williwaw había gastado muchísima masa de reacción en su viaje y quería una estimación de cuánta más se atrevería a gastar… cuando Caitlin entró.
- Vaya, hola -dijo, alegre-. ¿Cómo fue todo?
Vio que estaba preocupada, se desprendió el arnés y se catapultó para abrazarla. Ella retrocedió.
- Pero ¿qué sucede, cielo?
- Oh, no lo sé, no sé -dijo ella apoyada contra su hombro. Flotaban juntos-. Dime primero cómo te fue con Joelle.
- Oh… bien. Dos o tres veces. Por supuesto no fue tan bueno como contigo, macushla , pero bien. No creo que se repita con frecuencia. Francamente, no es por hablar mal de ella, espero que no. Te prefiero a ti.
- Y yo a ti. -Se estremeció.
- Aguarda, ¿no vas a decirme que Martti te hizo daño?
- No, no. Estaba muy borracho, pero me trató como a una frágil princesa. Pero no pudo hacer nada, Dan, nada. Pese a todo lo que intenté. Tampoco en esta última hora, después de haber dormido, y haber eliminado el alcohol. Se puso a llorar. No dejarás que sepa que te conté esto, ¿verdad?
- Claro que no.
- ¿Crees que debo intentarlo de nuevo? El me dijo que no, pero ¡qué porquería es una mujer que no puede ayudar a su amante! -Caitlin sintió que Brodersen se ponía tenso-. No; será mejor dejarlo solo con su pena.
- Creo lo mismo. Dime que no estoy siendo codicioso.
- No, mi amor, no.
El rió y la estrechó.
- Bueno, Pegeen, soy el capitán de este Holandés Errante y puedo decidir los horarios. De acuerdo, nos tomaremos un descanso extra antes de hacernos cargo de nuestras obligaciones…
32
A medida que la nave se adentraba en el campo del pórtico y la imagen de Danu se volvía borrosa, Brodersen se preguntó si Caitlin lamentaba despedirse del mundo que la había encantado y que, seguramente, nunca volvería a ver. ¿O estaría demasiado absorta por su ardor de exploradora? Cómo deseaba que estuviera aquí, en el centro de mando, a su lado, donde se sentaba ocioso. ¿Había alguna buena razón para que no lo hiciera? Bueno, sí; en su papel de oficial médico, debía estar en la enfermería, donde se encontraba, por si acaso. Pero cualquier «acaso» sería, con seguridad, letal para cualquiera.
Llegó algo de peso en un susurro de cohetes químicos durante unos minutos. La Chinook se dirigía a la última baliza. Era de color plateado. Fidelio había sugerido con insistencia tocar todas las bases antes de dar el salto. Todos esos hitos, considerados en conjunto, debían tener una finalidad, debían llevar a otras máquinas T, pero era posible -y hasta probable- que sus constructores no hubiesen tenido razones, o tiempo, para colocar una máquina.al final de cada uno de los senderos más cortos. Muchos de éstos podían dar al espacio interestelar vacío, como cualquier ruta al azar alrededor del cilindro. Era cierto que el orden en que se recorrían las balizas significaba toda la diferencia. Nueve de ellas, el total alrededor de esta máquina, significaban más de un tercio de millón de destinos. ¿Los habrían visitado todos los Otros?
La Chinook siguió la ruta más obvia y simple, de fuera hacia adentro, haciendo los zigzags que requerían el mínimo gasto de energía. Tenía que llevar a algún sitio… si los Otros apreciaban la elegancia en ingeniería… si no se habían visto obligados por factores externos…
Bueno, si no había nada detrás de este pórtico, los náufragos tendrían que aceptar la vida en el vacío. La aceleración cero sólo podía ser tolerada por un período limitado; después, el peso se volvía esencial para la salud. Si aceleraban continuamente, la masa de reacción se acabaría en seguida. Por tanto, no habría más remedio que poner la nave en «régimen de rueda», hacerla girar con un radio de giro lo suficientemente amplio para minimizar las variaciones centrífugas y el efecto de Coriolis. Los diseñadores habían previsto la eventualidad al hacer las modificaciones en las naves de tipo Reina. El casco podía dividirse en dos partes, separando la mitad delantera de la trasera. Eso requería gran cantidad de trabajo, parte del cual sólo podía hacerse con junturas explosivas, pero la posibilidad existía. Un cable lo suficientemente fuerte para soportar la tensión seguiría conectándolas. Mediante los cohetes laterales podrían separarse un par de kilómetros, y los mismos motores las harían rotar. Una seudogravedad como la de Tierra prevalecería a bordo. El cable llevaría la energía del reactor a los alojamientos. Y otra Rueda comenzaría a girar por el espacio: otra prisión.
Brodersen hizo un mueca, no por primera vez, ante la perspectiva de realizar ese trabajo con una tripulación inadecuada. Era infernalmente más complicado de lo que parecía. El mero hecho de equilibrar las masas de los hemisferios, por no hablar de salir al exterior con trajes espaciales…
Pero lo haremos, de algún modo, si no hay más remedio, se prometió. Y olvídate de esa espantosa palabra, «prisión, ¿eh? ¡Pegeen estará aquí!
Para morir, finalmente.
Agitó el puño en el aire y dirigió su atención hacia afuera. El cilindro brillaba, cercano. Se preguntó cómo sería para Joelle y Fidelio percibirlo directamente a través de los instrumentos mientras pilotaban la nave, a través de fuerzas que negaban el espaciotiempo. Era una experiencia que debía de estar más allá de las palabras; mística, quizá transmística. Sería mejor que se atuviera a lo práctico. Ambos holotetas estaban conectados porque ellos mismos ignoraban en donde emergían, qué tendrían que entender y hacer instantáneamente.
Y aquí llega la baliza, muy cerca, a babor.
La sirena gritó su advertencia. El casco giró y se precipitó hacia adelante. La Chinook pasó.
Primero miró hacia todos lados, buscando una máquina T. El corazón redoblaba en su pecho. La vio, a lo lejos, una vara recortada contra la obscuridad, y lanzó un grito de alivio.
Después adquirió conciencia de la obscuridad. Ninguna estrella brillaba tras esa vara. En cualquier dirección que mirara, todo estaba vacío: sólo había noche. A lo lejos, ardía una misteriosa chispa blancoazulada, en medio de una bruma perlada que se extendía a los lados, como alas. En otro sitio, muy alejado, distinguió débiles puntos luminosos y unos pocos resplandores pequeños y borrosos. Con los motores apagados, la nave caía silenciosamente por la obscuridad.
- Dios mío -murmuró Brodersen-. ¿Dónde estamos? La actividad surgió en él. Fue hacia el intercom. -Capitán a tripulación. Informad. Unas voces temblorosas le dijeron que nadie había sufrido daños, todavía.
Joelle habló la última, como en sueños. -Fidelio y yo pensamos que ya sabemos lo que ha sucedido. Es muy extraño… -Bruscamente, como una máquina-: Necesitamos más datos. Acelerad a cuarenta y cinco grados de nuestro radio vector actual alrededor del sol que veis, hacia dentro. Comenzad los programas de observación planeados y estad preparados para recibir nuevas instrucciones.
- De acuerdo -dijo Brodersen. Una pequeña parte de él se preguntó por qué su obediencia era tan automática. La Joelle que recordaba, que gustaba de él y complacía sus deseos de compañía, y hasta de la pequeña parte de sus conocimientos que él podía asimilar, pero en el fondo, siempre se mantenía distante, y no existía. Unas pocas guardias nocturnas atrás había abrazado a una mujer mayor, que se comportaba como una solterona, patéticamente deseosa de él al principio, ansiosa después a su manera y de aspecto desvalido cuando se quedó dormida. Desde entonces, se había dedicado a discutir contingencias con quienes manejaban los instrumentos, había pasado la mayor parte de su tiempo libre en su camarote y casi no hablaba en la mesa… avergonzada, suponía, aunque no podía comprender por qué.
Pero su cerebro sigue siendo bueno, y en este momento se ha intensificado más allá de mi pobre imaginación. El peso volvió. Brodersen conocía por lo menos tres maneras de estimar la velocidad. Medidas Doppler; exploración de condiciones ambientales, como el viento solar; cámaras detectando planetas como rayas sobre el fondo de las estrellas. Pero ¿dónde están las estrellas? Este sistema no tiene nada para nosotros.
Tendría que quedarse en el centro de mando hasta estar seguro de que todo iba bien. Pero, a menos que se produjera una emergencia, era innecesario. Manoseó controles y observó contadores, tratando de averiguar algo. La ñereza blancoazulada que Joelle había llamado sol era realmente brillante; la óptica detenía su potencia. Estaba dando a la Chinook una iluminación comparable a la que Sol da a Tierra, pero aun con una elevada magnificación, el disco parecía pequeño, sugiriendo que estaba muy, pero muy distante. Explorando y amplificando selectivamente, logró encontrar una compañera, amarilla, casi perdida en el resplandor.
Las manchas borrosas que había en el cielo resultaron contener puntos de luz envueltos en niebla luminosa e intrincados filamentos. Debían ser nebulosas de tipo Orion, cercanas, donde nuevos soles se estaban formando a partir de polvo y gas, mientras él observaba. En su mayor parte, lo que le habían parecido estrellas individuales eran racimos de estrellas, muy separadas.
Empezaron a llegar informes del laboratorio astronómico. Más allá del alcance de las pantallas visoras, pero abundantes para el equipo del laboratorio, había más nebulosas. En una dirección particular había una enorme región, invisible al ojo, que irradiaba violentamente en las ondas infrarrojas y de radio. En todo el cielo no había rastros de las galaxias externas familiares, aunque contenía fuentes similares de radiación.
A medida que pasaban las horas, se obtuvieron más y más de estos resultados, bajo la dirección de Fidelio. Dijo a los humanos qué debían buscar y lo encontraron. Debía tener una idea muy exacta de la clase de lugar donde había ido a parar la Chinook.
Brodersen fumaba su pipa. Suponía que él también conocía la respuesta. Resonaba en él como el redoble de una campana.
Como Su estaba explorando para los investigadores, Caitlin preparó la cena sin ayuda. Hasta ahora, nadie había tomado más que un bocadillo apresurado en su puesto de trabajo. Había logrado que el Viejo decretara la necesidad de una comida decente en condiciones agradables.
En el mundo cotidiano de la cocina cantaba, mientras trabajaba, canciones alegres de rincones poco pretenciosos de Tierra. Cuando empezó a llevar cosas al comedor, su música vaciló. El comedor estaba al lado de la sala de reuniones y las puertas estaban abiertas; desde las grandes pantallas visoras, la ceguera primordial la asaltó, con la estrella azul brillando en el centro.
- Das una luz maravillosa -murmuró-. La he visto en grietas de glaciares y una vez en un horno nuclear.
Pero ¿qué ilumina?
Se detuvo. Joelle había entrado en la sala de reuniones. Después de un momento de vacilación la saludó con un gesto. Caitlin se acercó a ella.
- Hola. ¿Cómo es que no está conectada? -preguntó la mujer más joven-. La comida estará lista dentro de una hora y pensé que necesitaría una palanca para soltarla.
La cara y el cuerpo de Joelle se pusieron rígidos.
- Ya no soy necesaria.
- Oh… Ya veo. Fidelio quiere estar solo. -Caitlin se estiró, tocó el hombro de la otra y lo apretó cariñosamente-. Dejándola más sola a usted.
Joelle se liberó del apretón y trató de darse la vuelta. Caitlin la tocó y dijo:
- Por favor…, ¿la he ofendido? Lo siento. No quería hacerlo. Usted vino aquí porque la vista es mejor, ¿verdad? No deje que le impida contemplarla. Joelle titubeó. -No es eso.
- Me ha parecido; soy tan entrometida. Me dio pena y… Pero ¿por qué iba a sentir pena por usted, a quien admiro tanto? -A toda prisa-: Doctora Ky, si está preocupada por Dan, no hay razón. Mis defectos son más numerosos que las estrellas, pero los celos no figuran entre ellos.
La frase las desconcertó a ambas e hizo que sus miradas se desviaran hacia la noche exterior. En el silencio que siguió, una corriente de aire con olor a curry parecía doblemente fuera de lugar.
Finalmente, Joelle dijo ásperamente, siempre mirando a lo lejos:
- Gracias. Usted comprende que habíamos tenido una relación, antes, ¿no? Muy bien. No deseo continuar discutiéndolo.
- Sí. Qué mezquinos parecemos, y nuestros conflictos, en este universo.
Joelle dijo, con tono casi burlón: -Usted estaba deseosa de preguntar más, ¿verdad, señorita Mulryan? Bueno, ¿qué piensa del lugar donde estamos?
- ¿Cómo puedo responder honestamente si no sé qué es? Usted nos lo dirá, cuando llegue el momento, y será estupendo saberlo.
La expresión de Joelle se suavizó un poco. -No es un secreto. Sin duda, varias personas lo saben ya, pero usted ha estado demasiado ocupada para escucharlas. No nos vamos a quedar mucho tiempo. El capitán exigirá pronto un informe y después nos ordenará volver a la máquina T, para un nuevo salto. Mientras tanto, Fidelio y yo seguimos adelante, en parte por la microscópica posibilidad de encontrar trazas de algo que pueda ser útil, pero principalmente por… por él. Por Fidelio. Esto es fascinante. Caitlin volvió a tocarla.
- Y usted queda excluida. -No se atrevió a completar el gesto y dejó caer el brazo.
- Después repetiré la grabación de los datos para mí.
- No es lo mismo, ¿verdad?
La mirada de Joelle se perdió en la estrella azul.
- No hay manera de saber dónde estamos en el espacio -dijo lentamente-. Además, esa frase no tiene sentido…, en estas circunstancias. Digamos que es algún lugar de la galaxia embrionaria y fechémoslo de diez a veinte mil millones de años antes de nuestro nacimiento.
El aire silbó alrededor de los dientes de Caitlin.
- ¿Hemos viajado por el tiempo?
- ¿Por qué no? La Emissary lo hizo. Las naves que viajan entre Sol y Febo lo hacen, en una medida menor y variable. Por lo que sabemos, el Danu que encontró la Chinook puede estar milenios en el pasado o en el futuro de la Rueda que asaltó la Chinook… aunque desde un punto de vista relativista mi lenguaje es muy impreciso.
»Las teorías que tenemos dicen que un campo de transporte no puede llevarte más atrás en el tiempo del momento en que fue generado. Pero no puedo imaginar que Danu exista ya. Por lo tanto, o la máquina T que está junto a él es…, era…, será extremadamente vieja, o ese campo engrana de algún modo con el de la máquina de aquí. Lo segundo me parece más posible.
»Y, en cualquier caso, los Otros tienen que ser anteriores a esto. -Joelle sonrió sin alegría-. Pese a que es muy temprano, ¿no?
- Sí -susurró Caitlin-. Si las estrellas todavía no se han formado.
- Hay pocas, por ahora. No muchos átomos más complejos que hidrógeno y helio. Las nubes de gas todavía están derrumbándose hacia su centro para formar las galaxias. Los soles se condensarán a partir de ellas…
- …como gotas de rocío de la bruma al amanecer. -Caitlin resplandecía.
- …y núcleos más complejos se forman dentro de ésos…
- …aire para respirar, hierro para nuestra sangre, oro para una sortija de bodas.
- …pero el proceso apenas ha comenzado. Lo que ve allá lejos es una estrella joven. Es tan grande que podría tomar forma con una sola compañera, más bien que como parte de un grupo, dentro de una nebulosa…, una supergigante de tipo 0, cincuenta mil veces más luminosa que Sol. Si estuviésemos más cerca, su radiación nos mataría. No vivirá mucho tal como está; unos pocos millones de años, como máximo, y estallará; convirtiéndose en una supernova. Durante un cierto tiempo, será tan brillante como era… es… toda la galaxia en nuestros días… antes de que sus remanentes se hundan en una estrella de neutrones o un agujero negro. Los elementos pesados que se creen en esa explosión serán despedidos al espacio; formarán parte de las posteriores generaciones de soles y planetas.
»La estrella tiene una compañera más pequeña, ¿la ha visto? Se verá afectada. Lo que sucederá, si humanos y betanos sabemos algo de astrofísica, es una nova periódica, no como la supernova, pero que también arrojará elementos al universo.
»Me atrevería a decir que una situación similar a ésta ya ha ocurrido en otro sitio, monstruosamente temprano en la historia cósmica, quizá dentro de una nebulosa. Llegó a haber una concentración local suficiente de carbón, nitrógeno, oxígeno, todos los materiales necesarios para que se formaran planetas en los que pudiera surgir la vida, aun entonces, antes de que existiera esta indicación de la futura galaxia. Quizá una o más de esas formas de vida evolucionaron, transformándose en los Otros.
«Posiblemente -terminó Joelle- una pequeña parte de lo que nos forma a usted y a mí se está haciendo allá, en aquellas estrellas, ahora mismo.
Caitlin unió sus manos y dijo:
- ¡No es raro que los Otros hicieran un pórtico para venir a ver esto!
- Sin duda -suspiró Joelle-. Había esperado que tuvieran una estación científica. Por eso seguimos moviéndonos diagonalmente con respecto a la máquina T, en vez de retroceder directamente. Pero ya no creo que la tengan. Si existiera estaría aquí cerca, ¿no? Hay que pensar que todo, incluyendo los materiales para la máquina T, tiene que ser enviado desde el pasado. Y ésa es una empresa vastísima para cualquiera, semidiós o no. Seguramente, tendrán que atender también a otras cosas. Y cuando las estrellas gigantes estallen, destruirán todo lo que esté en sus órbitas, a menos que la máquina T pueda sobrevivir. No; supongo que los Otros vendrán ocasionalmente en sus naves, o lo que usen, para hacer observaciones. El intervalo puede ser de miles de años.
Después de un minuto, añadió:
- Si tienen instalaciones, a pesar de lo que supongo, están en otro sitio. No tenemos la menor posibilidad de encontrarlas en un sistema de escala tan vasta. No; nos quedaremos un par de días explorando, espiando, transmitiendo… una esperanza irreal, por cierto… y después intentaremos otro salto.
A causa de la forma en que contemplaba la estrella, Caitlin le preguntó:
- Usted sería feliz aquí, estudiando, ¿no?
- No es factible. -Joelle sorió torcidamente-. Nos quedaríamos sin masa y tendríamos que ponernos en régimen de rueda, cosa que sería muy inconveniente para los estudios. Y lo que es peor, siempre pensaríamos en las oportunidades perdidas. Debemos continuar.
Volvió a vacilar.
- Es terrible. -Y, como diciéndolo antes de que desapareciera el impulso-: Dénos ánimos, Caitlin, por favor.
La contramaestre se sonrojó, sus pestañas aletearon, su voz tembló; la holoteta nunca la había visto tan tímida.
- ¿Podré? Yo, yo no soy más que una especie de bardo. Usted hace cosas, doctora Ky… usted entiende, es una druida. Nuestras vidas dependen de usted.
- No; de Fidelio, tal como están las cosas… por ahora. Y usted entiende lo que no entiendo yo… Discúlpeme -Joelle se dio la vuelta-. Tengo algo que hacer.
Partió a paso vivo. Vistos desde atrás, sus hombros temblaban.
33
SALTO.
Nuevamente, el cielo estaba lleno de estrellas. Durante un momento en que su corazón no latió, Brodersen no pudo encontrar una máquina T entre ellas. Después que la descubrió, pequeña por la distancia, pudo mirar a su alrededor y maravillarse.
Un disco solar colgaba a lo lejos. Más o menos del mismo tamaño del que veía Tierra, era nítidamente verdoso -soltó un taco, pasmado- y estaba lleno de manchas. Según un contador, su luminosidad por unidad de área excedía la de Sol en un treinta por ciento. La corona que lo rodeaba era inmensa y rubicunda; sin magnificación, pudo ver llamaradas y prominencias como surtidores de fuego, pero no encontró luz zodiacal, pese a que detuvo el brillo y amplificó las fuentes débiles hasta el límite de sus pantallas.
Después de escuchar los informes, ordenó que la Chinook acelerara en el plano orbital de la máquina y comenzara la investigación. Después se rascó la cabeza y se dirigió, quejoso, al intercom:
- Eh, ¿qué pasa? No sabía que la secuencia principal incluyera estrellas verdes.
Los holotetas no respondieron. Estaban demasiado absortos. Después de un momento le llegó el tono tímido de Su Granville.
- Creo que puedo suponerlo. El verde no es un color imposible, pero la gama de temperatura de superficie que le produce es tan angosta que se lo observa pocas veces.
- ¿Será por eso que los Otros se interesen por esto?
- No. Supongo que está abandonando la secuencia principal y casualmente está pasando por una breve fase verde.
Hidrógeno ardiendo en el núcleo, reacciones nucleares desplazándose hacia la superficie…
- Aguarda. ¿No se transformará en una gigante roja?
- Sí, llegado el momento. Pero al principio se encoge y se vuelve mucho más caliente. Eso acorta la longitud de onda más alta. La expansión ya ha empezado, pero todavía necesita tiempo para enfriar la superficie, enrojecer la luz, mientras el total de radiación aumenta… -Quedó consternada-. Oh, tú sabes astronomía elemental. Lo siento.
- No es nada, Susanne. Tendría que haber deducido todo eso yo solo.
Cuando estuvo seguro de que nadie había detectado nada peligroso, Brodersen salió del centro de mando. No pudo resistir la tentación de mirar a hurtadillas a los varios investigadores y hacerles algunas preguntas, pero se marchó antes de transformarse en una molestia y buscó a Caitlin. Estaba en la sala de reuniones, rodeada por las vistas que ofrecía, maravillada. Cuando entró, fue rápidamente hacia él, lo abrazó y lo besó con la fuerza de un ciclón.
El respondió. Cuando salieron a respirar ella cantó:
- Oh, ¡Dan, Dan! ¡Las cosas que estamos viendo! ¡Todo lo que aprenderemos, sí, y haremos!
- Por cierto que me gustaría hacer algo -gruñó él-. Esto de ser inútil me pone nervioso.
Ella torció la cabeza. Su sonrisa se llenó de picardía.
- Bueno, capitán. Podría hacer justicia a un pobre contramaestre que soporta privaciones. Esa vista me pone cachonda.
- ¡Dios mío! ¿Hay alguna vista que no te haga eso?
Ella lo soltó y lo cogió del codo.
- Después podrás ayudarme a preparar la cena.
A lo largo de las horas llegaron los informes.
La nave estaba a miles de años luz de Tierra, si se juzgaba por el contorno alterado de la Vía Láctea y la situación de las galaxias vecinas. Los objetos astronómicos identificables no parecían cambiados, incluyendo la monstruosa S Doradus. Por lo tanto la fecha, deducida desde el hipotético comienzo del universo, era la misma que en casa, millón de años más, o menos. La Chinook había retornado del pasado remoto.
Lecturas Doppler de la máquina T combinadas con estudios del sol daban a este último una masa superior a la de Sol. Sobre esa base, las teorías estimaban su edad aproximada alrededor de los diez mil millones de años. Se necesitarían mediciones más precisas para afinar esa cifra. Pero, claramente, pertenecía a una generación primitiva. Esto era confirmado por la escasez de polvo a su alrededor y por las débiles líneas metálicas de su espectro. Sin embargo, contenía más elementos pesados de lo que cabía esperar. Quizá se había formado cerca de la reciente explosión de una supernova. (¿Podría haber sido la detonación de la gigante azul que los humanos habían contemplado poco antes? Especularon mucho y muy inútilmente.)
Tenía planetas. Uno se movía más o menos a la misma distancia que la máquina T, a poco más de una unidad astronómica, algo menos de noventa grados más adelante. El globo era del tamaño de Tierra y había oxígeno en su atmósfera.
Era imposible saber dónde habían colocado originalmente la máquina de los Otros, salvo que, presumiblemente, no había estado a sesenta grados. Quizá había estado justo al otro lado del mundo viviente, como las de Sol y Centrum y otras estrellas que conocían los betanos. Si era así, había agotado su capacidad para mantenerse en su puesto, porque ahora orbitaba tan sujeta a las perturbaciones como cualquier cuerpo celeste natural.
Brodersen meneó la cabeza y chasqueó la lengua. De todos modos, cualquier cosa que dijera no sería adecuada.
- Bueno -dijo-. Supongo que lo que interesaba a los Otros desapareció hace mucho. A menos que deseen observar la muerte del sistema.
Pronto, los receptores de Dozsa le hicieron dudar de su conclusión. Una fuente situada en el planeta terrestroide emitía una señal de radio que, aunque era simple y repetitiva, tenía que ser de origen artificial. ¿Un radiofaro, un mensaje? Para la Chinook era, sin duda, una convocatoria.
Fue un vuelo de tres días.
Quienes sabían de astronomía estuvieron muy ocupados, proporcionando a Fidelio datos que él integraba en un panorama cada vez más completo. Eran demasiado lentos para él. Pese a eso, pasaba la mayor parte de su tiempo en holotesis, explorando el ambiente estelar a través de la entrada directa de los instrumentos, considerándolo, o -quizá con más frecuencia- contemplando lo Absoluto de esa manera suya que le daba la sensación de que sus seres queridos eran reales, dentro de un espaciotiempo que lo unía con ellos.
Mientras tanto, los ingenieros revisaron la Williwaw, después del esfuerzo del viaje a Danu; la revisaron a fondo, la ajustaron lo mejor posible para las condiciones previstas y llenaron sus tanques de masa con las provisiones de la nave. Brodersen ayudaba siempre que era posible. No había lugar para mucha gente.
Rueda y Su tenían más tiempo libre del que deseaban. Joelle no sabía qué hacer.
Despertando muy temprano en la segunda guardia matutina, incapaz de volver a dormir, no encontrando solaz en los libros o la música, se levantó, se puso un mono y dejó la esterilidad de su camarote. Iría hasta la cocina a prepararse una taza de té, que había olvidado retirar con las raciones privadas, y después, mientras el betano descansaba, se conectaría. Era difícil hacerlo sin ayuda, pero que la mataran si pensaba pedir ayuda. Eso sería totalmente humillante, ya que no estaba preparada para realizar algo valioso y sólo pretendía sumergir su ser durante un rato en los corazones de átomos y estrellas… en lo que ya se sabía de ellos, nada más. Ni siquiera era como si ese estado fuera una adicción que debía ser satisfecha. Después de todo, lo había experimentado plenamente hacía muy poco.
Plenamente… Todo ha quedado vacío.
El corredor subrayó su sensación cuando llegó a él, un largo hueco que se curvaba hacia ambos lados, pautado por puertas cerradas, aire frío y sibilante. Cuando una de las puertas, la de Frieda von Moltke, se abrió deslizándose, Joelle se sobresaltó, casi asustada.
Martti Leino salió, se despidió con un gesto y, cuando se volvió, vio a la holoteta. También sorprendido, balbuceó:
- Buenos días, doctora Ky. ¿Cómo está? -Estaba despeinado y descuidadamente vestido.
- Insomne -dijo Joelle, porque debía ser obvio-. ¿Y usted?
Leino parecía satisfecho consigo mismo.
- Bueno, yo tampoco he dormido mucho. Iba a prepararme un café a la cocina. No me queda en el camarote. ¿Quiere acompañarme?
Joelle cambió de idea acerca del té. ¿Por qué se ruborizaba?
- No, gracias, prefiero andar un poco. -Lo dejó.
Esa golfa, ¿está atendiendo a todos los hombres de a bordo?, pensó. Si es así, ¿por qué me preocupo? ¿A mí qué me importa? Por lo menos parece haberle quitado a Leino el aspecto de perro apaleado que tenía estos días.
¿Qué lo habrá causado? Tuve la impresión de que se emparejaba con Mulryan la guardia nocturna después de la fiesta, pero no, ahora parece evitarla. ¿Habría pensado que se iba a acostar con él y, en cambio, le dijo que no? Una pelea… Pero ella le habla cariñosamente a la hora de las comidas, aunque difícilmente obtiene más que un monosílabo como respuesta.
No lo sé. Nadie me dice nada. Quizá sea porque nunca pregunto. No sé cómo hacerlo. Ni cómo hacer nada que tenga que ver con la gente.
Eric me volvió enteramente humana durante un tiempo breve -me volvió enteramente humana-, pero después lo dejé atrás en una Realidad demasiado cautivadora. Me volví cartesiana. Unos pocos amantes subsiguientes que eran holotetas tenían cuerpos unidos a sus mentes, pero meramente unidos, en lo que me concernía. El resto fueron apenas algo más que cuerpos, pasatiempos, animales domésticos como máximo.
¿Eso me habrá hecho vulnerable ante Chris, la bella y dulce Chris? Amar es ser vulnerable, supongo. ¡Ají No podría haber salido nada de eso. ¿Cierto?
Y en cuanto a Dan…
Sus pies subieron una escalera hacia el nivel científico, donde estaba la computadora. El metal la encerró en su estrechez. Le llegó una frase desde su infancia en Tennessee. Aunque formaba parte del proyecto Itaca, en las fronteras del conocimiento humano, sus padres adoptivos la mandaban a la escuela dominical. Allí, el capellán protestante de la reserva militar solía leerles el Libro de las Oraciones, además de la Biblia. Volvió toda la escena, las paredes blanqueadas, la imagen banal de Jesús bendiciendo a los niños, las ventanas abiertas al olor del trébol y el zumbido de las abejas, toda la clase sentada, correctamente vestida, en sillas duras de madera, mientras la voz de bajo del hombre se precipitaba sobre ellos: «…atenazados por la miseria y el hierro…»
Sabes, se parecía a Dan y sonaba como él. Me impresionaba muchísimo, siendo tan pequeña. Me pregunto, a pesar de ser tan piadoso, me pregunto si sería tan bueno como él en la cama.
¡Basta!
Joelle se sonrió de sí misma. ¿Por qué? ¿Será una blasfemia? No, comprendió. Es peligroso. No me atrevo a obsesionarme con Dan, como temo que me esté sucediendo. Sería lo de Chris, de nuevo. El es de Mulryan. Oh, ella me lo prestaría de vez en cuando, si yo quisiera, y él sería considerado; pero sé que me reprocharía ese tiempo que podría pasar con ella, de estos pocos años que nos quedan. Y eso me haría sentir tan sola, tan sola.
No me atrevo a admitir que Descartes (en cuanto creador, de símbolos que no tienen ya más significado científico que el Antiguo Testamento) estaba equivocado.
Llegando al pasillo que buscaba tomó una ruta que la llevó al laboratorio espacial. La puerta se abría sobre el obscuro interior y oyó hablar. Sorprendida de nuevo, se detuvo.
Carlos Rueda Suárez:
- Sí, te concedo que el gobierno de Deméter necesita profundas reformas y probablemente todo el planeta debe opinar en los problemas políticos que lo conciernen. Pero ¿autonomía? ¿Independencia? ¡Pero si no es ni el germen de una nación!
Susanne Granville:
- ¿Qué quiere decir «nación»? El Perú, ¿es homogéneo? ¿La Confederación Andina? ¿Por qué nuestras colonias separadas no podrían hacer una pequeña Unión Mundial propia?
En su español casi sin acento no hablaba con timidez, sino con energía y un cierto entusiasmo.
Rueda:
- Suenas como Daniel Brodersen.
Granville:
- Escucho sus palabras y aprendo.
Rueda:
- Y también piensas por ti misma, según he notado. -Una risa triste-. ¿Por qué estamos discutiendo? ¿Qué nos puede importar la política? Estamos a la deriva en el espaciotiempo. Es concebible que Tierra y Deméter y la raza humana ya no existan, si ésa no es una frase sin sentido. Nunca estaremos seguros.
Granville:
- Quizá sí. -Y en inglés-: Todavía seguimos peleando, amigo.
Rueda:
- Daniel de nuevo. Bueno, Su, hemos conversado mucho en estas últimas horas, ¿no? La vida y el destino y Dios y cosas pequeñas que son grandes para nosotros… ¿por qué no Deméter? Pero cuando estemos menos cansados.
Granville, suavemente:
- Tienes razón, Carlos. Además la vista es demasiado encantadora para discutir. Mira.
Dan me pondría en el potro por espiarlos, pensó Joelle. Podría dar la vuelta y alejarme, pero él querría que les advierta que los he visto. Hizo un esfuerzo por hacer ruido al andar, detenerse en la puerta y saludar:
- Hola.
El cuarto estaba lleno de bultos sombríos. La luz del pasillo iluminaba débilmente a Rueda y Granville, sentados junto al tabique más alejado, uno frente al otro, muy próximos. Una sola pantalla detrás de ellos rebosaba de clara obscuridad, estrellas, Vía Láctea, el planeta, un brillo verde-amarillo y, cerca, un punto dorado que era su luna. Caitlin había propuesto llamarlo Pandora, ya que nadie sabía qué iba a depararles, problemas, esperanzas o las dos cosas.
Rueda se puso en pie de un salto para inclinarse cortésmente.
- Ah, doctora Ky. ¿Qué le trae por aquí? -Ni él ni la conexión parecían incómodos, aunque Joelle sospechaba que la interrupción les molestaba.
- Yo… yo quería revisar algunas lecturas -dijo la holoteta-. ¿Por qué diablos me siento incómoda? ¿Y ustedes? Aguarda, no tienes por qué ladrarles esa pregunta.
- No es un secreto. Creí que todos lo sabían. Su y yo nos hemos transformado en personas inútiles o, como máximo, en ayudantes ocasionales. Hemos decidido aprender especialidades que sean necesarias en la nave, pero apenas hemos comenzado a explorar nuestras mejores posibilidades. De modo que venimos aquí a jugar con los aparatos cuando no son necesarios.
Y entablan una conversación que dura toda la guardia nocturna. Qué cálidas sonaban sus voces. Joelle se estremeció un poco en el frío de un amanecer artificial.
- Ya veo. Buena suerte, entonces. -Se alejó de ellos andando rígidamente en dirección a su computadora.
En órbita alrededor de Pandora, a veinticinco mil kilómetros, los viajeros de la Chinook lo veían muy grande en la pantalla de la sala de reuniones. Bajo el reflejo del sol agonizante que ardía al otro lado, los océanos encogidos eran aguamarinas y los continentes destacaban como manchas pardas de contorno bien definido. Unas pocas nubes de agua estaban teñidas de color oliva; las tormentas de arena color ante eran más grandes. En ningún lugar había trazas de hielo o nieve, pero vastas salinas brillaban lívidamente. A un brazo de distancia estaba la luna, un creciente lleno de cicatrices, de la mitad del tamaño de Luna vista desde la perdida Tierra, o Perséfone vista desde la perdida Deméter. Más allá brillaba el universo.
Flotando frente a su tripulación, Brodersen gruñó:
- Maldita sea, tenemos que enviar una partida allí o admitir que no hablamos en serio cuando decimos que queremos ayuda para volver a casa. No parece muy prometedor pero, ¿quién sabe? Beta tampoco parecería prometedor si no lo conociéramos. ¿De acuerdo, Fidelio?
El extraterrestre hizo un ruido afirmativo. Sus ojos reflejaban la luz de un mundo tan desconocido para él como para los humanos.
Alguna vez Pandora había tenido la masa adecuada y había estado a la distancia óptima de una estrella para crear vida. Las plantas liberaron oxígeno en su atmósfera, conquistaron la tierra y atrajeron tras ella una rica diversidad de animales; el fermento de la evolución trabajó durante cientos de millones de años hasta que existió una criatura que pensó y forjó.
Pero ahora el globo estaba desgastado por la edad. Cansado por las mareas, tardaba casi un mes en girar sobre su eje. Su luna más cercana se había alejado. Otra, un cuerpo pequeño que seguía un camino propio, parecía haber sido robada. Agotadas, las sustancias radiactivas del núcleo ya no daban calor para empujar la corteza y levantar nuevas montañas. La erosión había convertido las últimas cadenas de montañas en colinas. Sin embargo, existían grandes desniveles, donde las plataformas continentales se precipitaban hacia el fondo de los mares muertos, hacia desiertos rugosos y pantanos salados.
Creciendo hacia la extinción, el sol había arrastrado buena parte de la atmósfera hacia el espacio, por calentamiento y por viento solar, contra el que Pandora ya no tenía un fuerte campo magnético donde refugiarse. El agua había partido después. Los océanos que se secaban producían dióxido de carbono, y el efecto de invernadero hacía subir las temperaturas.
Aunque en algunas regiones todavía había temporales de lluvia, especialmente al amanecer y a la puesta del sol, la mayor parte de la tierra estaba reseca y los vientos arrastraban polvo. Los trópicos ya estaban muertos; por lo menos, los investigadores no encontraron rastros de vida en ellos. Algo de vegetación sobrevivía en lo que habían sido las zonas templadas y polares. Allí los inviernos, tan largos como los de Tierra, y las noches veinticinco veces más largas, eran cruelmente fríos. El día era siempre un infierno.
Y esto seguiría empeorando durante dos mil millones de años hasta que, finalmente, la gigante roja llenara el cielo y devorara a su hijo, antes de hundirse en el olvido de la enana negra.
- Hemos identificado cosas que parecen ruinas de ciudades -continuó Brodersen-. También hemos descubierto una gran base en tierra, que emite una señal de radio constante, y hemos inspeccionado el satélite emisor, que, probablemente, sirve para facilitar la navegación de los visitantes después de que crucen el pórtico.
Weisenberg y él se habían puesto trajes espaciales para examinar el satélite. Era una esfera de metal, del diámetro de la Chinook, liso, salvo por las marcas dejadas por los micrometeoros. (Esto sugería su antigüedad, ya que en este sistema quedaban muy pocos cuerpos pequeños.) Los hombres habían supuesto que en la aleación había transductores que transformaban la energía solar en señales de radio. Aunque era eficaz, no se adaptaba a la idea que tenía Brodersen de lo que hubieran hecho los Otros. Una mayor desilusión fue causada por la ausencia de seres que dieran la bienvenida a los recién llegados o respondieran a sus repetidas llamadas.
Proyectó la mandíbula.
- Bueno, ya lo sabéis -dijo-. Lo que planteo ante esta asamblea es qué vamos a hacer. Yo opino que debemos enviar la Williwaw a dar un vistazo. Alguien debe de venir aquí de vez en cuando, o puede haber alguien por el planeta, aguardando para ver cómo somos. ¿De acuerdo?
Estaban de acuerdo.
Sacó todo su encanto de la manga.
- Estupendo, estupendo. Muy bien, ahora decidiremos quién irá. El primero, yo… Aguardad… ¡Escuchad!
»Esta no es una situación como la de Danu. Allí la lancha sólo tenía que enfrentarse con la atmósfera y la gravedad… la naturaleza. Aquí, la tripulación tendrá que desembarcar, ¿para qué iremos, si no? Podemos necesitar un soldado, un diplomático, un leñador, cualquier cosa. Y con la debida modestia, que es muy poca, os recuerdo que he desempeñado una cantidad de trabajos de ese tipo.
«¡Cállate, Phil! Quizá teníais razón antes, cuando decíais que el capitán es indispensable, pero las cosas han ido cambiando. Puedo nombrar a tres o cuatro de vosotros que podrían ocupar mi lugar y hacer muy bien las cosas. Además, si no puedo ejercitar mi machismo] de vez en cuando, se oxida.
»He dicho. Consideremos quiénes más irán.
El debate fue más rápido de lo que Brodersen esperaba. Dozsa, nuevamente, como piloto. Rueda, nuevamente, como copiloto y segundo en general (Su Granville pareció aún más angustiada que cuando el capitán se había autodesignado); Fidelio, por su experiencia con xenosapientes (el betano asintió gravemente); Caitlin, esta vez por si hacía falta atención médica (Leino guardó silencio).
Pegeen… ¡oh, no, no! Realmente se me escapan las cosas de las manos, ¿no? Ella daba saltos y cantaba. Pegeen, ¿y si las cosas no salen bien en esa bola infernal?
1. En castellano en el original.
34
La Chinook descendió hasta una órbita más baja, cuya inclinación facilitaría a la Williwaw alcanzar su meta. La lancha salió, despidiendo vapor, y cayó hacia el planeta. El obscuro escudo que era éste se dilató hasta llenar todo el panorama; ya no estaba delante, sino abajo.
Sujeto entre Dozsa y Rueda, indefenso, Brodersen se estiró hacia donde estaba Caitlin y le cogió la mano. Ella devolvió el apretón, con fuerza. Los próximos minutos serían difíciles, quizá fatales. Aunque la atmósfera había sido estudiada cuidadosamente desde el espacio, no era familiar. Podía implicar cualquier cantidad de pegas que provocaran el incendio de una nave. No había un control en tierra para ayudarles a aterrizar. La nave madre no podía ayudar, más que a ratos, hasta que hubiesen vuelto a subir a una posición sincrónica. Habían tenido que descender para el lanzamiento a causa del sol, contra el cual la lancha no tenía protección electrostática.
La palma de Brodersen sudaba tanto que no podía saber si la de Caitlin estaba seca o no. Ella le sonrió y levantó el pulgar. Bruscamente, se volvió para acariciar con su mano libre a Fidelio, que estaba en cuclillas a popa, sujeto por un arnés especial. El betano apoyó un momento sus garras en la cabeza de ella, con mucha gentileza: ¿una bendición?
Atravesaron el cielo. Un silbido agudo se transformó gradualmente en un rugido, mientras el casco recibía impactos que lo desplazaban. Pero después de un rato, Dozsa miró hacia atrás, con la cara sudorosa y dijo: -Bueno, lo conseguimos.
Brodersen gritó entusiasmado. ¡Diablos!, pensó molesto. ¿Por qué tendré que estar tan sujeto que no puedo coger a Pegeen y besarla? Bueno; espera a que aterricemos, chiquilla, espera a que aterricemos.
Trazando una amplia curva para disipar el calor, la Williwaw se deslizó hacia abajo en dirección al mundo. Brodersen lo contemplaba, fascinado, extrañamente consciente de que iba a poner pie en él. (¿Cómo se habrá sentido realmente Armstrong? Era un hombre tan reservado.) Un mar nocturno se agitaba pesadamente bajo la pequeña luna; una cadavérica extensión de salinas terminaba en una escarpadura de kilómetros de elevación; más allá estaba la meseta que había sido un continente; la salida del sol la mostró vacía, ocre, el suelo cocido como ladrillo, rajado y marcado; una tormenta de polvo los cegó momentáneamente; a lo largo de un cañón seco se levantaban unos pocos tocones altos, afilados y coloridos destacando entre montañas de escombros. ¿Habría sido una ciudad?
Dozsa puso en funcionamiento los reactores. Rueda se encargaba de la navegación, al principio por el sol, según cálculos hechos con anticipación, después utilizando las transmisiones que los llevaban a su destino.
A medida que viajaban hacia el noreste, el terreno era más elevado; la estación ayudaba, también: otoño en el hemisferio norte; la temperatura bajó y más y más vida apareció ante sus ojos. Unos matorrales dispersos, duros y brillantes, y plantas más grandes, aisladas, que sugerían vagamente con sus formas grotescas a saguaros o árboles de Josué, se iban acercando gradualmente entre sí; los arroyos desembocaban en lagunas; un césped rojizo dejó de formar manchas y se transformó en continuo; grupos de dendriformes se volvieron un bosque cuyas frondas marrón-violeta brillantes ondulaban al viento. No había nubes en el cielo, púrpura más bien que azul, con un matiz verde del sol, que estaba totalmente inmóvil detrás de la lancha.
Fidelio habló. Brodersen tuvo que concentrarse para seguir su ronco y sibilante español:
- Creo que las estaciones son más extremas aquí que en cualquiera de nuestros planetas, biológicamente tanto como meteorológicamente. Nada crece en las largas noches, ni en el invierno que se acerca ni, supongo, en la terrible culminación del verano. Los animales necesitarán adaptarse a eso. Posiblemente hemos llegado en un momento de reuniones y preparativos febriles.
Brodersen empezó a decir que esa suposición iba mucho más allá de los datos disponibles, pero decidió no hacerlo. Los betanos poseían conocimientos acerca de una gran variedad de mundos… ninguno como Pandora, claro, pero había un par que se le parecían un poco. Además, en este momento, su interés en la ecología local estaba subordinado a…
¡Allí estaba la meta!
Caitlin gritó, Brodersen y Dozsa murmuraron tacos asombrados, Rueda se santiguó, Fidelio se movió y su olor a iodo se hizo más fuerte. Las fotografías tomadas desde el espacio reflejaban poco de la realidad que había aquí.
Ciertamente, había existido una ciudad, hacía mucho, muchísimo tiempo. Restos de muros se levantaban todavía en algunos lugares entre las malezas amontonadas; sus vividos colores primarios y suaves pasteles eran tan brillantes como antes. Donde la hierba cubría los claros había grandes bloques inclinados, enterrados a medias.
Al norte de las ruinas vieron un grupo de varios edificios, aparentemente intactos. Dozsa apagó los reactores y planeó, para que sus compañeros pudieran observar. Al principio, era difícil ver en las estructuras algo más que masas chillonas; después, el ojo empezaba a entender el diseño y hallaba una belleza solemne. Hexaedros cubiertos de columnatas se adaptaban armoniosamente unos a otros, alrededor de una torre central hecha de arcos y espirales, coronada por un resplandor de sol tridimensional. Un puente interno se extendía entre los edificios que estaban más al este y al oeste, en un arco que tenía la delicadeza del ala de un pájaro.
Dos kilómetros más al norte las tierras vírgenes se detenían, excluidas, forzadas a crecer alrededor de lo que debía de ser una base para naves espaciales (¿y qué otra cosa?). Aunque era impresionante y a pesar de ser el señuelo que había atraído a los viajeros, no había mucho para ver. En general, vieron un pavimento de color turquesa y de unos cuatro kilómetros cuadrados. Semicilindros (¿cobertizos?, ¿cuarteles?) del mismo color lo rodeaban; sus curvas se complicaban en lo que parecían entradas y antenas direccionales. Cerca del extremo más alejado había una gran cúpula gris. Unas burbujas más pequeñas la rodeaban. Una compleja red metálica se levantaba sobre ellas cubriéndolas, sin duda en relación con el transmisor de radio y otros equipamientos. Mirando la superficie lisa descubrieron grandes círculos marcados con surcos. ¿Serían escotillas que llevaban a silos donde se depositaban las naves?
Los detalles menudos eran apenas visibles porque un ligero temblor encerraba todo el conjunto, como una vibración de calor hemisférica.
Las lágrimas rodaban silenciosamente por las mejillas de Caitlin.
- Gloria a la Creación -dijo vacilante-. Otra raza en el universo que sabe, piensa… y no está muerta.
- ¿Qué? -preguntó Rueda en tono ausente. Estaba tratando de comunicarse con la Chinook, que ya debía de estar estacionada en posición sincrónica-. ¿Qué quieres decir?
- ¿No está claro, hombre? El campo está desolado y las ciudades derruidas, salvo aquí, donde hay algunas restauraciones… en el estilo antiguo, porque, fijaos, el puerto que hay ante nosotros es de una arquitectura totalmente diferente. ¿Quién más que los propios pandoranos volverían a erigir semejante monumento del pasado, después de haberse marchado por el pórtico a un mundo más joven?
Había hablado en inglés. Brodersen planteó la pregunta en español a Fidelio, quien opinó:
- Eso parece razonable, compañera nadadora, aunque un colmillo queda enganchado en la carne. ¿Por qué se iban a tomar tanto trabajo por mera ang'gh k'hrai… ¿nostalgia?, ¿sentimentalismo? Sí, por mero sentimentalismo. Un banco de datos puede conservar todos los recuerdos del planeta madre, para recrear hologramáticamente a voluntad, mejor que unas pocas casas en desuso en este arrecife que se derrumba.
Dozsa sacó la nave de su planeo y comenzó a trazar un círculo.
- La respuesta a eso es que las casas no están en desuso -sugirió mientras-. Reciben visitantes.
- ¿Por qué? -preguntó Rueda-. ¿Qué visitantes? ¿Turistas? Difícilmente, cuando no quedan más que fragmentos, aparte de lo que estamos viendo. Fidelio tiene razón, la electrónica puede reproducir mejor la vieja Pandora. ¿Científicos, que observan lo que está sucediendo? No necesitarían instalaciones tan grandes y complicadas, estoy seguro, especialmente con una tecnología astronáutica que debe de ser igual o superior a la de Beta.
- Antes propuse unos pensamientos acerca de los ciclos vitales aquí -dijo suavemente Fidelio-. Eran razonables, pero bien pueden flotar sin raíces en la verdad. Dogmatizar acerca de sapientes que no hemos conocido es un remolino de sinrazón. Si alguna vez descubrimos cómo son, la única certeza es que nos sentiremos sorprendidos.
- Estar vivo es sentirse siempre sorprendido -dijo Caitlin-. Qué bueno es eso.
- Ahora no importa -interrumpió Brodersen-. Veamos antes si podemos establecer contacto… Maldita sea, Carlos, ¿se habrán dormido en órbita?
Como si lo hubiesen convocado, los delgados rasgos de Weisenberg, capitán suplente, aparecieron en la pantalla. Su calma habitual se había hecho trizas.
- ¿Cómo estáis? -gritó casi-. ¿Estáis bien?
Se relajó un poco cuando oyó el informe y vio las imágenes, en directo y grabadas. Joelle, enredada en la holotesis, recibió todo directamente en el cerebro. El resto de la tripulación lo vio desde sus puestos.
- Parece que no vive nadie aquí -terminó Brodersen con un suspiro-. Bueno, exploraremos y quizá obtengamos alguna pista sobre la fecha de llegada de la próxima nave, o inventaremos la forma de dejar un mensaje o… no lo sé.
Weisenberg frunció el ceño.
- Alguien se ocupa del negocio -advirtió-. O algo. Si no, el campo estaría cubierto de mugre traída por el viento y hierbas, por no hablar de la porquería de los animales. Acercaos con cuidado.
- Mmmm… sí; tienes razón. Nos mantendremos alerta. Mantente a la escucha para el próximo emocionante episodio.
Después de una conferencia, la Wüliwaw cambió su trayectoria y se acercó a la base desde arriba. Tenía una ametralladora en cada ala. Dozsa envió una ráfaga. No había nadie allí que pudiera enfadarse o sufrir daño y era una forma simple y fácil de sondear. Rueda siguió la trayectoria y Brodersen dispuso una cámara para que repitiera la filmación ampliada y lentificada.
Las balas golpearon la bóveda diáfana. Las trazadoras rebotaron fieramente hacia los lados. Dozsa viró rápidamente con un rugido de propulsores, y se dirigió hacia el cielo.
Nadie habló hasta que examinaron la grabación de Brodersen. Ninguna bala había penetrado más de unos centímetros antes de rebotar, achatada por el impacto.
- Aja -murmuró-. Si hubiésemos llegado navegando alegremente hasta eso… Fidelio, ¿tienes idea de qué puede ser?
El betano hizo un gesto indescriptible. -Concebiblemente, ondas hipersónicas de amplitud ultraelevada, heterodinadas hasta formar una concha casi sólida. Tal vez, un más sutil y eficiente tipo de campo, desconocido para mi pueblo. Las naves pando-ranas, al descender, deben transmitir una señal que lo desconecta para ellas, pero no creo que la señal pueda ser encontrada mediante pruebas arbitrarias. -Yo tampoco. Bueno, ¿y ahora qué? La pregunta de Brodersen era retórica. Desde el principio habían pensado en salir y andar… estaban decididos a hacerlo. Dozsa acercó nuevamente la lancha, en vuelo lento y bajo. A mitad de camino entre la base y el hermoso conjunto de edificios, un claro en el bosque parecía ser un buen lugar para un aterrizaje vertical y el posterior despegue. Dozsa descendió cuidadosamente; los reactores protestaban por el trabajo. Una detallada observación mostró que el terreno no cedía ante la presión, salvo las toscas plantas que lo cubrían. De todos modos, mantuvo las ruedas retraídas y extendidos los patines, que podían ser soltados si se enredaban o quedaban atrapados.
La Williwaw se detuvo firmemente y nivelada. Los motores se quejaron y el silencio resonó en sus oídos.
Luego vino un latido y un silbido, al soltar aire la nave para equilibrarse con la menor presión en Pandora. La gente se quitó los arneses. Caitlin llegó antes que Brodersen a dar el beso que éste se había prometido.
- Bueno -dijo después de estrechar la mano a los demás-, empecemos. Preparad vuestras armas.
Tomando un rifle automático, se escurrió entre los asientos de la cabina, bajó por una escalera hasta el vientre de la nave y abrió la escotilla. Quizás iba a sumergirse en veneno… era posible, dijeran lo que dijeran los espectroscopios.
No lo esperaba. Chichao Yuan había muerto en Beta a causa de una dosis letal de un gas natural, pero era una casualidad muy poco probable, sin precedentes en la experiencia de los betanos. Aún menos plausible era coger una enfermedad nativa provocada por hongos, microbios, virus, cualquier cosa, cuando las dos biologías más similares que conocía Fidelio ni siquiera basaban sus herencias en los mismos nucleótidos. De todos modos, en otras circunstancias la expedición hubiese procedido con más cuidado, enviando máquinas controladas desde la nave a recoger muestras para analizar en una cámara segregada, antes de que el primer miembro se aventurara a salir, y quizá poniéndolo después en cuarentena. Pero a la Chinook le faltaba personal competente. Por lo tanto, el capitán reclamaba el orgulloso privilegio de ser conejillo de Indias.
Se descolgó hasta el terreno y se quedó allí, como en un sueño. Yo, el viejo Dan Brodersen, he hollado un nuevo mundo, el primer hombre que lo hace. Sintiéndose casi mareado, se agachó para tocar la tierra, levantar un poco, hacerla correr entre sus dedos. Estaba tibia y seca y olía como… ¿carbón vegetal?
El calor lo golpeó, salvaje como en el desierto del Sahara. Reseco, el aire absorbía humedad de las ventanas de su nariz hasta que se pegaron, de sus labios hasta que se agrietaron. Aunque la falta de presión amortiguaba un poco los sonidos, el viento soplaba con fuerza, haciendo crujir ramas y susurrar frondas. Lo sintió como la respiración de un horno. Olores alquitranados lo llenaban.
Miró a su alrededor. Ahora que estaba fuera, el resplandor verde cambiaba los colores más de lo que había supuesto: en el elástico césped rojo obscuro, en lóbregos troncos y ramas que crecían hasta tres o cuatro veces la estatura de un hombre, en formas serradas de color obscuro que crecían desde ellas, en extensiones sombrías más allá de las cuales los matorrales reflejaban los rayos del sol con un resplandor parecido al de la mica, en la piel del dorso de su mano. Una docena de criaturas aladas pasaron volando, brillantes como el bronce. Otros voladores menudos, que no podían ser insectos, volvieron, después de la alarma del aterrizaje, a zumbar por allí.
- Dan, amor mío, ¿cómo te va? -El miedo de Caitlin salió de su receptor portátil.
- Estupendamente -respondió-. De verdad. Cálmate. Siéntate, recuerda nuestra doctrina de la precaución; aguarda a que esté seguro.
Por supuesto, nunca estaré seguro, pensó. Nunca podré estarlo. Puedo estar respirando la muerte en este instante. Descubrió que la idea no le preocupaba, por absurda. Y entonces, ¿por qué odio la idea de dejar desembarcar a Pegeen?
Pero no podré posponerlo mucho más.
Recorriendo el lugar, notó por primera vez que pesaba un poco más; la gravedad de Pandora excedía en un pequeño porcentaje la de Tierra. En un tronco caído, en el bosque, descubrió un animal del tamaño de un gato y se quedó inmóvil mientras lo observaba. Era un cuadrúpedo sin cola, de piel lisa y brillante, de color azul pálido, tenía pico, tres ojos -el tercero en la parte posterior de la cabeza- y una aleta dorsal que parecía un abanico. Cuando el animal lo descubrió a él, plegó la aleta y se alejó de un salto.
- Demasiado rápido para ser un reptil o una criatura inferior de ese tipo -dijo Brodersen cuando lo describió por radio-. ¿Equivalente a un mamífero terrestre? No lo sé, pero supongo que no lo hubiera visto si mi forma y mi olor no fueran demasiado extraños para ser reconocidos instantáneamente. Por lo tanto, supongo que es la forma zoológica básica de aquí; cuatro miembros, tres ojos, pico. La vela puede servir para enfriarlo, y supongo que puede tener algún órgano sensorial en ella.
El milagro del animalito lo golpeó. Toda una evolución, toda una nueva cara de la vida. E Ira Quick quería mantener a la humanidad atrincherada en sus establos para ganado.
Brodersen continuó. Se detuvo una vez más en otro lugar del claro. Esta vez había visto una huella.
La vegetación era escasa y no representaba un obstáculo. Pero una franja de un metro de anchura de marga desnuda y apisonada iba directamente hacia el bosque; por lo que podía calcular, directamente hacia los edificios que eran su próxima meta. Se quedó pensativo, en el viento abrasador, antes de continuar su recorrido. En el borde opuesto encontró la misma huella, igualmente lineal, que también se perdía de vista en las profundidades.
Los animales no hacían esa clase de huellas en Tierra ni en Deméter. Interrogado, Fidelio dijo que tampoco en Beta. Bueno; Pandora podía ser diferente.
Brodersen abría la marcha por el sendero, seguido en fila india por Caitlin, Dozsa y Fidelio. El grupo llevaba armas, transmisores-receptores de radio, cantimploras que usaban con mucha frecuencia y mochilas ligeras con algo de equipo. Rueda se había quedado en la lancha; había puesto muchas objeciones, pero una reserva era esencial y él era la elección lógica. Salvo por el rumor del viento y un ocasional graznido o crujido, el bosque era silencioso. Los «árboles» -más bien parecían enormes cactus de especies variadas- y las «cañas» crecían muy separados, probablemente por la falta de agua, pero su amplio follaje formaba un techo, de modo que las sombras salpicadas de manchas verdes de sol hacían que el ambiente fuera un poco menos caluroso que a descubierto. De vez en cuando, alguna criatura zumbaba o aleteaba o pasaba corriendo; una vez el grupo vislumbró en la distancia un animal grande como un pony, también con una aleta dorsal, pero en conjunto era una selva poco fructífera.
- La vida nada contra la corriente hasta que es abrumada y se hunde -filosofó Fidelio-. Cuando el sol de Pandora comenzó a traicionarlo, las especies superiores deben de haber muerto, a menos que los sapientes hayan llevado algunos ejemplares en su huida. Quedaron pocas especies simples y la evolución volvió a empezar. El sol no cambió muy rápido para ellos en los siguientes pocos millones de años.
Había dejado caer sus patillas, un signo de pena o dolor. |
- Lo hará. Otra extinción masiva; otro repliegue; otro y otro, aunque pienso que cada uno más débil y hambriento; hasta el final. ¿Cuándo quedará Pandora totalmente desierto? Quizá, dentro de mil millones de años.
Mil millones de años, recordó Brodersen mientras andaba. Contar hasta mil millones, a un ritmo de cuatro números por segundo, llevaría -lo había comprobado en una minicomputadora- casi ocho años. Mil millones de años de tiempo real… es una larga acción de retaguardia para luchar contra las Normas.
Aunque ¿acaso alguna raza de seres lucha contra otra cosa?
El paseo fue breve en la tarde que duraría varios días terrestres. Volvieron a salir bajo el cielo ardiente y vieron las casas de lo desconocido.
Sólo césped, matorrales y brotes de plantas mayores crecían alrededor de ellos. Muros escarpados parecidos a acantilados, parecidos al arco iris, se levantaban hasta que se unían de forma intrincada, con columnatas que los vinculaban. Ni puertas ni ventanas interrumpían su suavidad. Un portal daba paso a un patio, y Brodersen condujo por él a sus seguidores. Aquí también, la naturaleza luchaba por volver. Las raíces no habían roto (aún) el pavimento o las paredes, pero una vegetación baja tapizaba los rincones donde se había acumulado el polvo y los brotes trepaban por las adornadas pilastras. Una criatura voló desde una galería; ¿tendría su nido allí?
Los recién llegados le prestaron poca atención. En medio del patio había dos estatuas.
Los pedestales eran de piedra, la escultura del mismo material perdurable de las fachadas. Los colores realistas los convencieron de que eran retratos. Las entidades representadas tenían el doble de la estatura humana, cosa que podía ser arte, pero que Brodersen sospechó era verdad. La desnudez los reveló como de dos sexos (probablemente, dijo Fidelio, y Brodersen recordó haber leído algo acerca de una placa en la primera cosa que la humanidad envió fuera del Sistema Solar). Robustos, de piernas cortas, brazos largos y colas cortas, bípedos, tenían tres ojos pero caras planas, sin pico. Los cubría algo azul que no era pelo ni escamas ni plumas… El catálogo de su apariencia podía continuar.
En sus manos de cuatro dedos uno sostenía alzado un martillo y una inconfundible hacha de leñador, el otro una hoja de piel o tela que tenía pictogramas (o jeroglíficos, o…). Por extrañas que fueran sus formas, sus expresiones reflejaban la calma.
Después de que el silencio durara, Caitlin murmuró:
- Un buen destino para vosotros, pueblo de Pandora.
- ¿O serán los Otros? -preguntó Dozsa en voz baja.
Brodersen meneó la cabeza.
- Difícilmente -respondió-. Los Otros construyeron máquinas pesadas como Luna con material estelar para cruzar el universo, el espacio y el tiempo a la vez. No se molestarían con esta clase de cosa.
- ¿Podrían los pandoranos ser aprendices de los Otros? -se preguntó Caitlin.
Dozsa se volvió pragmático.
- ¿Serán pandoranos? ¿Cómo podemos saberlo?
- Creo que sí -dijo Fidelio-. Tienen la anatomía de cuatro miembros y tres ojos. Rasgos como la aleta dorsal y los picos en vez de mandíbulas surgen sin duda de los animales primitivos a partir de los que se desarrollaron las formas más elevadas de la época presente.
Como si todos los mamíferos placentarios murieran o evacuaran Tierra y eras más tarde surgieran nuevas especies cuyos antepasados fueran ornitorrincos, pensó Brodersen. O lagartos, o gusanos.
- Bueno, vamos a echar una ojeada -dijo.
Debía haber una forma de entrar en los edificios, pero no existía ninguna que los forasteros pudieran encontrar.
- Vuelven a intervalos y limpian los hierbajos de esta zona -sugirió Brodersen-. Si no, estaría cubierta.
- Pero ¿con qué frecuencia? -preguntó Dozsa.
- Para estimar eso -dijo Fidelio- tendríamos que conocer las tasas de crecimiento. Aprender eso, llevaría uno o dos años. Y entonces podríamos suponer. ¿Diez años? ¿Veinte? Vosotros podríais estableceros aquí, la gravedad conviene a vuestras necesidades físicas, pero no creo que pudierais vivir de lo que produce la tierra.
Caitlin hizo una mueca y lo abrazó. Le quedaba menos de un año. El le respondió un instante, antes de que su curiosidad, que hacía temblar sus patillas y retorcerse a su cola, volviera a absorberlo.
- Aja -dijo lentamente Brodersen-. No parece práctico. Pensé que podríamos dejar un mensaje, quizá grabado en acero inoxidable, cerca de esas figuras. Símbolos que dijeran… oh… «Estamos perdidos, pensamos seguir probando un pórtico tras otro de acuerdo al siguiente plan; por favor, vengan a buscarnos.»
- ¿Le prestarían atención? -desafió Dozsa.
- ¿Tú no? -le espetó Caitlin. El asintió.
- Pero ¿cómo haremos para que nos entiendan? -preguntó a Fidelio.
- No consigo una mínima idea -admitió él-. En ocho años de íntima relación con vuestra expedición logramos una pequeña comprensión mutua. Y parece que nuestras dos razas son más parecidas que otras.
Se sentó un momento sobre pies y aletas, una forma larga y graciosa de color caoba entre los muros calientes y coloridos. Las garras y membranas de una mano superior se cerraron sobre el hocico, los dedos de las manos inferiores formaban un puente.
- No -dijo finalmente, croando y piando el español que quizá hacía daño a su garganta-, no lo veo. Recordad que si seguis adelante, seguís con el riesgo de emerger en la nada. Los pandoranos no son los Otros. A menos que conozcan a los Otros… ¿y por qué iba a ser así, más que vuestro pueblo o el mío?… aun si pudieran traducir vuestra súplica, ¿enviarían a una tripulación siguiendo vuestras huellas con el mismo peligro? Caitlin, hembra de amor, ¿ordenarías eso?
Ella calló.
Después de un rato, Fidelio dijo:
- Por mi parte, estoy muy dispuesto a hacer lo que decidáis. Podéis elegir quedaros, con esperanzas de ayuda antes de que se acaben vuestras provisiones. Mi consejo, que puede ser malo, es que sigáis explorando. Pero formad vuestro propio juicio, queridos amigos.
- ¡No! -brotó de Caitlin en inglés-. ¡Un ser marino como él, muriendo en este mundo que parece una momia! Si no podemos devolverle el mar, ¡que tenga las estrellas!
Brodersen sonrió tristemente y apoyó una mano en su hombro.
- Te has apresurado demasiado, cariño -reprochó-. Yo quería decir eso.
No podían hacer nada más allí y el calor los estaba agotando. Las quemaduras de sol podían ser un peligro también, más rápidas y crueles que en Tierra, si no tenían cuidado.
- Nos marchamos, por ahora -dijo Brodersen a Rueda por la radio-, descansaremos unas horas en la lancha… manten el aire acondicionado encendido, ¿me oyes?… y pensaremos qué vamos a hacer. Quizá deberíamos olfatear alrededor del campo de aterrizaje, por si averiguamos algo. Quizá habría que montar escaleras para llegar a esas arcadas elevadas. Y quizá tendríamos que despegar en seguida, aunque personalmente creo que no. De todos modos llegaremos pronto.
- Os prepararé algo de comida -prometió Rueda.
El grupo salió por el portal sin observar un orden especial y comenzó a atravesar la sección más o menos despejada que los separaba de las tierras vírgenes. El sol verde resecaba y brillaba, el viento resonaba.
Fidelio gritó. Los humanos nunca habían escuchado antes sorpresa y agonía en una voz betana.
Brodersen vio volar dardos desde el bosque, cortos, gruesos, con barbas en la parte posterior y cabezas metálicas triples.
- ¡Al suelo! -rugió, y se dejó caer. Su rifle gruñó, pulverizando el bosque, arrancando astillas de sus ramas, que ahora eran pesadillescas, barriendo el follaje.
Un ulular agudo le respondió. De la emboscada, surgieron dos seres. Después, Brodersen sabría que Caitlin había aprovechado la oportunidad para tomarles una foto. Para él, era innecesario. Los vio con total claridad y no los olvidaría mientras viviera.
Eran bípedos, delgados, que le llegarían al pecho. Sus cabezas tenían tres ojos y picos, sus manos tres dedos simétricamente espaciados, sus pies eran como pezuñas, en sus espaldas había aletas y su color era marrón. Llevaban pantalones cortos en cuyos cinturones había cuchillos y hachas cortas. Uno aferraba una especie de arco. El otro estaba herido; sangre negra salía de uno de sus brazos.
No cargaron, sino que huyeron a derecha e izquierda, chillando. Brodersen le disparó al más cercano.
- ¡No! -gritó Caitlin-. Huyen, asustados… Dan, ¡tienen mentes!
Los dejó ir, pero disparó otra ráfaga contra los matorrales. Dozsa se le unió. Había habido más de dos salvajes en el ataque. No hubo respuesta. Los asusté a todos, concluyó Brodersen. Los dos que salieron huyendo estaban aterrados. Quizá cogí a alguno. Ojalá.
Soltó el gatillo. Un profundo silencio lo cubrió; el viento lo hacía más profundo. Se puso en cuclillas y miró a su alrededor. No vio ningún signo de peligro.
- Monta guardia, Stef -ordenó-. Si te parece que ves un movimiento, cualquier clase de movimiento, dispara.
Se acercó a Fidelio. El betano yacía en un lago de sangre. La suya era púrpura. Más sangre salía de la herida que había desgarrado su cuerpo entre los brazos superiores e inferiores. Había empapado a Caitlin, que estaba arrodillada, tratando de detener la hemorragia.
Miró a Brodersen cuando se acercó.
- Es inútil -le dijo con voz sorda-. No tengo el equipo, ni los conocimientos ni el tiempo. Una arteria importante, un órgano vital…
El flujo disminuía. La violenta respiración de Fidelio también, y se estaba relajando en su lucha contra la muerte.
Caitlin se movió y apoyó la cabeza del extraterrestre en su regazo. Los ojos azules la buscaron.
- Fidelio -dijo en español-, ¿me oyes?
- Sí -se oyó apenas.
- Fidelio, volveremos a casa. Y ayudaremos a tu gente a aprender lo que necesitan acerca de nuestra manera de amar, aunque creo que tienen mucho que enseñarnos acerca de eso.
- Gracias… -oyó apenas Brodersen.
Caitlin acarició su pelaje y cantó en voz muy baja:
Sleep, my babe, for the red bee hums the silent
twilight's fall. Aeobhaül from the grey rock comes to wrap
the world
in thrall.
Se lo había cantado a los hijos de Brodersen, la antigua Canción de cuna de la madre Gartan. La melodía era bellísima.
Alend van och, my child, my joy, my love, my heart's
desire The crickets sing you lullabye, beside the dying fire'.
Brodersen los dejó solos y, tomando todas las precauciones militares posibles, fue a explorar los matorrales. No encontró muertos ni heridos, aunque manchas negras y húmedas le dijeron que había dado en el blanco más de una vez*. Probablemente la banda se había llevado las bajas, como debe hacer un ejército. Reunió algunas armas que habían dejado caer, para su examen posterior y volvió. Para entonces, Fidelio había muerto.
Habiendo informado al horrorizado Rueda, Brodersen ordenó:
- No, te quedas donde estás. Aquí no hay lugar para un aterrizaje, especialmente porque tendrías que maniobrar la lancha tú solo. Supongo que estás a salvo. Pero, en la duda, ¡despega a toda prisa! La Wüliwaw es demasiado importante para la supervivencia de todos para arriesgarla por nosotros. -Después de una protesta-: Cállese, señor, y obedezca órdenes.
Volvió con Caitlin y Dozsa.
La canción de cuna incluye expresiones gaélicas y dice, aproximadamente: "Duerme, hijo mío, porque la abeja roja zumba al caer la tarde. Aeobrnill viene desde la roca gris a envolver al mundo en esclavitud. Alend van och, hijo mío, mi alegría, mi amor, deseo de mi corazón; los grillos te cantan una canción de cuna, junto al fuego agonizante." (N. del T.)
- De acuerdo, en camino. Tú en el medio, Pegeen. Manteneos alerta.' Disparad a la menor sospecha. Nos atrincheraremos en la lancha hasta que la Chinook esté lista para recibirnos.
Ella señaló en silencio la forma que había a sus pies. El meneó la cabeza.
- No; no podemos; pueden estar esperándonos. Y tampoco enviaré un destacamento a buscarlo después. Ojalá pudiéramos, pero ¿querrías que tus amigos arriesgaran sus vidas por tu cadáver? Estoy seguro de que él no querría.
«Vamonos.
35
La nave espacial aceleró, alejándose del planeta, volviendo a la máquina T para el próximo salto. En la primera guardia vespertina, después de comer, la sala de reuniones estaba vacía. Nadie quería contemplar Pandora y su sol verde, ni confesar su desaliento, sugiriendo que se apagaran las pantallas. Solos o en parejas, los tripulantes derivaron hacia sus camarotes.
Brodersen y Caitlin bajaron su cama porque sólo así podían sentarse uno junto al otro, apoyados en las almohadas y el tabique. Se habían puesto pijamas, cosa poco frecuente, y se sirvieron whiskys. Sus manos adyacentes estaban unidas.
La bebida se agitaba en los vasos. El tomó un sorbo de su humo y fuego, y otro, y vio que sus manos estaban más firmes.
- Dios mío, Pegeen, Dios mío -gruñó-. He vuelto a perder un tripulante. Otra vez.
- No pudiste hacer nada, cariño -respondió ella-. Nadie te culpa.
- ¡Yo sí!
Ella dejó que él mirara al aire y respirara medio minuto antes de apoyar su vaso en un estante, cogerlo por la barbilla y obligarlo a mirarla.
- Ya basta, Daniel Brodersen -dijo, cortante-. Te estás compadeciendo de ti mismo y ésa es la más baja de las emociones.
El enfrentó su mirada, enmarcada por cabellos bronceados sueltos, tragó saliva y asintió.
- Sí. Tienes razón y lo siento. Fue horrible y tendría que haberlo tomado como un hombre.
Ella puso un brazo sobre los hombros de él. -No, amor mío, no te sientas en falta por eso. Has estado llevando una carga que puedes dejar… que debes dejar. -Lo besó largamente, aunque con más ternura que pasión.
Cuando se sintieron cómodos, ella suspiró. -Para decirte la verdad, no me preocupo mucho por ti. Pero Phil Weisenberg… creo que está mal.
- ¿Eh? Bueno, se saltó la cena, pero un retroceso como éste puede estropear el apetito de cualquiera. Caitlin se mordió el labio.
- No lo oíste cuando me llamó para decirme que estaría ausente. Ni lo viste cuando embarcamos, ni después, cuando estábamos listos para acelerar. Oh, sí, lo viste, pero no te fijaste; tenías otras cosas en la cabeza. Se ha transformado en un silencio, eficiente, cortés robot.
Brodersen frunció el ceño. -Sí que son malas noticias. Caitlin apretó su mano.
- No te preocupes todavía, corazón. Déjame ver qué puedo hacer. Ya sé que sois viejos amigos, pero tengo la idea de que no sería franco contigo por no aumentar tus preocupaciones. Quizá yo le parezca más fácil.
- Mmmm… bueno, tú tienes un don… de acuerdo. -Brodersen bebió un poco más. Brusca, roncamente-: Quizá puedas saber por qué nos atacaron esos demonios. Caitlin reunió palabras.
- No son demonios, Dan -dijo después. Su tono era gentil-. Son seres inteligentes como tú y yo… cazadores, aún, cuyas pocas viviendas en el bosque no vimos desde arriba… pero nuestros antepasados eran iguales, no hace mucho. ¡Oh, cuánto me alegro de que al parecer no hayamos matado a ninguno! -¿Después de lo que hicieron?
- Piensa. ¿Qué son? Una raza que evolucionó a partir de los animales inferiores, en los últimos millones de años, después que el sol cambió. -Sí, eso es obvio.
- Piensa, Dan. La raza más antigua había partido. Quizá volvieran de vez en cuando, por reverencia, o por una triste curiosidad, pero ¿por qué iban a establecer esa base, que puede albergar una flotilla de naves, o levantar esos edificios en el estilo antiguo, o erigir esas estatuas? ¿Para qué, más que para ayudar a sus sucesores? Para abolir los peores horrores de ese ambiente. Para dar a los nuevos seres cosas útiles… como hierro, para forjar cabezas de flecha para la caza… pero un poco de tecnología por vez, para que puedan aprender el buen uso, no el malo… -Caitlin tapó con la mano la boca de Brodersen-. Calla, macushla, déjame terminar. Supongo que los antiguos guían el desarrollo de toda la joven cultura o de todas las culturas que existan en Pandora. Supongo también que esa guía es muy lenta y cuidadosa, para no aplastar el espíritu y el genio nativos, para dejarlos florecer. Eso explicaría, ¿verdad?, la presencia de las estatuas… un recuerdo de los maestros que regresan después de generaciones y vuelven a abrir la escuela… maestros que, supongo, hacen todo lo posible por no transformarse en dioses.
»A1 final, mucho antes de que el planeta esté totalmente quemado, habrá una civilización capaz de moverse entre las estrellas.
Caitlin sonrió, bebió, rozó con los labios la mejilla de Brodersen.
- ¿Te parece razonable, dulzura? -preguntó.
- Bueno… Sólo podemos hacer suposiciones. -Golpeó el vaso al apoyarlo en su estante-. Pero ¿por qué, en nombre de Dios, dispararon contra nosotros?
- ¿Cómo podían saber quiénes éramos? Ninguno de nosotros se parecía a los maestros. Podíamos ser demonios que invadían su sagrado santuario. O podíamos ser una nueva clase de animal que se mata por precaución, o para comer. Fidelio pensaba que ésta es la estación de la recolección, antes del terrible invierno… para las compañeras, los hijos, la gente que quieren. Podría haber muerto en la Rueda, por una mala razón. Esto fue por un error y a causa del amor.
- No supimos preverlo. El universo nos tomó por sorpresa.
- Siempre lo hará, Dan. Lo sabes.
El asintió nerviosamente, terminó su bebida y se volvió hacia ella.
- Pegeen, haces que todo vuelva a estar bien…
Se abrazaron, nada más. Cuando ella sintió que la tensión desaparecía de él, lo instó con los brazos a acostarse. El cerró los ojos. Ella besó sus párpados. El sonrió. Ella se tendió a su lado. Pronto quedó dormido.
Ella sólo había bebido un poco de whisky. Levantándose, se paseó, descalza, con los dedos entrelazados; su cara reflejaba una inquietud creciente. Finalmente, después de mirar al hombre y asegurarse de que estaba profundamente dormido, fue hacia el intercom privado y marcó un número.
La voz de Weisenberg se arrastró por el altavoz.
- ¿Sí?
- Espero no haberte despertado.
- Oh, no. No es tarde. -Parecía una máquina-. ¿Qué pasa, Caitlin?
- Me gustaría verte, si es posible.
El dudó.
- ¿Es urgente? Estoy cansado. No sería buena compañía.
- ¡Al diablo la compañía! Las especificaciones de tu trabajo no incluyen mantenerme divertida. Quiero ir a verte y charlar un poco. Me echarás cuando quieras.
- Bueno. Si insistes.
- Gracias, querido Phil. Estaré ahí en dos saltos cuánticos.
Tardó un instante para sonreír a Brodersen.
En el corredor se encontró con Leino. Vestido pero desaseado, se paseaba con un cigarrillo de mariguana entre los dedos. Los dos se detuvieron unos segundos.
- Te deseo buenas noches -aventuró ella.
La mirada de él la recorrió de arriba abajo y de lado a lado. El pijama que llevaba ella era delgado.
- ¿Adonde vas? -preguntó él.
- Tengo asuntos urgentes, Martti, y te ruego que me perdones por ello. -Intentó pasar y él levantó una mano, como para detenerla, pero la dejó caer. Ella llegó a la puerta de Weisenberg y entró. El la vio.
Después de echar el pasador, Caitlin se detuvo un momento. Una sola luz de flúor iluminaba el cuarto, puesta al mínimo de luminosidad. La pantalla de datos, que podía proporcionar la mayor parte de la herencia de la humanidad, estaba obscura. Weisenberg estaba sentado en la obscuridad, agobiado, con las manos colgando de los brazos de su butaca y la barbilla casi apoyada en el pecho.
Levantó gradualmente la cabeza.
- Hola -recitó-. ¿Puedo ofrecerte algo?
- Sí, pero no una copa. Quédate donde estás, Phil. -Soltó una silla y la trasladó para poder sentarse frente a él.
El volvió a bajar los ojos.
- Disculpa, pero ya te he dicho que estaba muy cansado.
- Si estuvieras sanamente cansado estarías roncando. -Se inclinó hasta poder cogerle las dos manos, tibieza alrededor de frío-. ¿Qué te pasa?
El forzó cada sílaba.
- ¿No lamentas la muerte de Fidelio?
- «Lamentar» es poco para lo que siento.
- Bueno, entonces, considérame de luto… por el segundo compañero que perdemos. -Weisenberg se estremeció-. No quiero exagerar las cosas. Pero no tengo tu talento para…
Calló.
- ¿Para qué? -preguntó ella suave e inexorablemente.
El tragó saliva.
- Por favor… no me entiendas mal… No quiero insultarte, Caitlin, no es que piense que tú… no sientes… tan profundamente… más, quizá… Pero tú tienes tu… talento… Compondrás una canción… exorcizarás… el dolor más fuerte… como hiciste con Sergei… ¿no? -Tragó saliva de nuevo-. Me gustará oírla, cuando esté hecha. Me ayudará.
- No, Phil -replicó ella-. No haré ningún lamento por Fidelio.
Sorprendido, él levantó los ojos y la miró.
- No estaría bien, ¿sabes? -explicó-. No lo conocía, en realidad. Ninguno de nosotros lo conocía, salvo la gente de la Emissary, Joelle Ky, la que más, supongo, y ¿cuánto? ¿Qué podría decir yo de él? Los huesos blanqueados de lo que sucedió. Nada suyo. No quiero hacer una canción que para mí, sería mecánica. Valía más que eso.
- No te entiendo bien.
Ella hizo una mueca.
- Sí, tú no eres un bardo. Somos una raza extraña. -Retiró las manos, pero no la mirada y dijo-: Piensa en esto. Cuando Sergeí se fue, no quedaste anonadado, aunque habíais sido compañeros durante mucho tiempo y aunque los dos erais humanos, con la comprensión y la hermandad que eso significa. Honor y afecto a la memoria de Fidelio, pero no estábamos cerca de él, ni él de nosotros, no era posible. Bien podemos llevar luto por él, Phil, como dijiste. Pero querías decir «llorar», y eso es otra cosa.
El hizo una mueca de dolor y endureció la boca.
- Tranquilo, querido, tranquilo -dijo ella-. ¿Qué temes? ¿Por qué te sientes humillado? Otra cosa te ha hecho daño hoy y creo saber qué es.
Una fina nube de ira se formó en él.
- Mira, tus intenciones son buenas, pero no me interesa el análisis de salón. Si me perdonas, prefiero acostarme.
Ella levantó la palma de la mano y rió. -Te agradezco que sepas usar correctamente el lenguaje de mi profesión, Philip Weisenberg. No tengo intenciones de analizarte, ni en un salón, ni fuera de él. Lo que quiero decir es que la causa de tu depresión está en un lugar muy visible, un lugar que te hace honor.
El quedó boquiabierto, se controló, trató de responder. Ella continuó antes de que pudiera hacerlo, con seriedad y cogiéndole de nuevo las manos:
- Cuando también Pandora falló y de una forma tan terrible, cuando supimos que debemos continuar nuestra búsqueda, seguir y seguir buscando, súbitamente… no pudiste más. Has sido el símbolo de la fortaleza, siempre calmo, siempre firme, aún más que Dan. Quizá nadie haya llorado en tu hombro, aunque no me extrañaría ' que hubiese sucedido, pero tú eras la encarnación del valor y la sensatez, que simplemente por estar ahí nos ayudaba más de lo que puedo decirte. Nunca recibiste nada de nosotros; a tu manera silenciosa, dabas siempre. -Vaya, ¿y quién te da a ti?
- Y ahora, cuando nuevamente te han quitado la esperanza de volver a esa familia que quieres tanto…
Caitlin se puso en pie, se inclinó sobre él y lo abrazó. El se puso rígido y trató de soltarse. Ella no se lo permitió. Sus trenzas cayeron sobre el pelo canoso cortado a cepillo. Y de golpe, se aferró a ella, enterró la cara en la suavidad de su pecho y comenzó a llorar.
- Sarah, Sarah… -Ella se dejó caer en el regazo del hombre y lo abrazó más de cerca, sin quejarse cuando él la apretaba demasiado.
La situación se mantuvo un par de minutos; después, trató de controlarse.
- Disculpa, Caitlin. No quería…
- Shhh. -Lo mantuvo junto a ella-. Llorar no es poco masculino. Aquiles lo hizo. Cuchulain lo hizo.
- Lo… sé… pero… estas cir… circunstancias… es malo para la moral…
- Aquí estamos los dos solos, Philip, y yo no lo contaré. Compartiremos, esta noche lo compartiremos.
Lo escuchó hablar de su mujer, sus hijos y sus nietos. Cuando a Weisenberg se le acalambraron las piernas, ella bajó la cama, para poder sentarse a su lado. Después, cuando comenzó a cabecear, le sugirió que se desvistiera y se acostara. El profirió un gruñido de vergüenza. Ella rió y entrecerró los ojos en un brazo.
- NO espiaré -prometió-. Dime cuando estés visible. Quiero asegurarme de que te duermes.
Weisenberg le concedió el deseo. Ella lo arropó, se sentó en el borde de la cama y lo hizo hablar más. En el curso de la conversación, le relató lo que suponía era la verdad acerca de los pandoranos. A él la idea le pareció reconfortante.
Pero no se dormía. Se adormilaba y volvía a despertar, sobresaltado.
- Te daría un trago, o un poco de hierba o una pastilla -le dijo ella, finalmente-, pero para ti, en esta hora, estarían mal. No les importa la gente.
Pasó por encima de él y se metió debajo de las mantas.
- ¡Eh! -exclamó él cuando ella puso un brazo sobre su pecho-. ¡Espera! ¿Qué haces?
- Necesitas que te abracen y te besen un poco, Phil. ¿Crees que a tu Sarah le importaría?
- Oh… no, pero… -Hizo una mueca-. Soy viejo. Estoy muy cansado.
- ¿Te he pedido algo, salvo que sepas que no estás solo? -Ella se estiró, alcanzando el interruptor de la luz, y obscureció la habitación. Luego lo acarició, murmurando cosas, como podría hacer una madre con su hijo, durante mucho rato.
Finalmente, la respiración de Weisenberg se aquietó. Ella comenzó a soltarse con cuidado. El seguía estrechándola, y volvió a colocarse a su lado.
- Caitlin -susurró él, soñando a medias.
Ella le hizo el amor, lenta y suavemente. Después de eso y unos mimos, se quedó profundamente dormido.
Caitlin cerró la puerta tras de sí y se dirigió al camarote del capitán. Leino llegó por la curva del pasillo. En su silencio helado, sus pasos resonaban audibles y desacompasados. Se detuvo cuando la vio, apoyó el puño izquierdo en la cadera y llevó la mano derecha a la boca para chupar de su pitillo de mariguana.
- Bueno -dijo-. Buenas noches de nuevo. Espero que esté pasando una buena velada, señorita Mulryan.
- Sí y no -respondió ella, tranquila-. Phil y yo teníamos que hablar de algo importante.
El levantó las cejas. Sus ojos recorrieron su despeinada figura. Donde sus muslos se juntaban, el pijama estaba húmedo.
- Hablar -dijo-. Sí, por cierto. ¿Y cuál ha sido el tema?
- Martti querido, sabes que no debes preguntar eso. Ya tenemos poca intimidad, tal como están las cosas. ¿O habrá sido la hierba la que preguntó? ¿Cuántos has fumado? ¿Has estado andando en círculos todo este tiempo?
El se sintió picado.
- ¡No me llames «querido»!
- ¿Debo llamarte «enemigo», entonces? -Dio un paso hacia él. El estuvo a punto de retroceder y preservar intacto su espacio personal, pero quedó inmóvil. Ella apoyó una mano en la parte posterior de su cuello. Su mirada verde captó la de él.
- Te sientes muy mal, tú también; has estado debatiéndote tú también, para tratar de recuperar tu equilibrio, ¿no? Pero has elegido un mal camino; sólo puede empeorar las cosas.
El enseñó los dientes.
- ¿Cuál es tu camino? -preguntó, cortante.
Ella lo consideró un momento antes de sonreír.
- Bueno -dijo con voz profunda-. Funciona.
El la miró fijamente. Las caderas de ella ondularon cuando puso su mano libre en la cintura de él.
- Tú y yo tenemos asuntos pendientes, Martti -le dijo.
El trató de retroceder. Ella lo retuvo.
- La última vez estabas demasiado nervioso -dijo-. Quizá no sepas que es muy corriente. No me diste la posibilidad de ayudarte, aunque yo quería hacerlo. Y desde entonces, quiero volver a intentarlo.
- ¿Quieres… decir…? -No pudo seguir.
Ella le quitó el cigarrillo y lo tiró al suelo. La alfombra no sufriría y el limpiador regular recogería colilla y cenizas.
- Ya te dije que así no, Martti querido.
El la abrazó.
Poco rato después, en su camarote, él se dejó caer sobre la almohada; parecía complacido y deslumbrado. Ella se acurrucó.
- ¿Ves, ahora, que tenía razón? -inquirió.
- Sí -murmuró él-. Claro. Gracias, Caitlin.
Haciendo un pequeño esfuerzo, mientras contemplaba con los ojos entrecerrados el cielorraso:
- Gracias. Esto… me parece que fui demasiado rápido. ¿Te gustaría pasar el resto de la guardia nocturna conmigo?
- Sí que me gustaría. Soy una lagarta desvergonzada y glotona. -Lo besó. El respondió vigorosamente.
Habían dormido un rato y hecho el amor por tercera vez, y descansaban apoyados en el mamparo, como habían hecho ella y Brodersen unas horas antes. El camarote estaba tibio y lleno de olores animales. Faltaba poco para la guardia matutina.
- ¿Puedes venir esta noche? -preguntó él-. Oh, no quiero molestar a Dan, ni nada, pero sería maravilloso, si pudieras.
- ¿Cuántas ganas tienes de que venga? -dijo ella__.
Estoy segura de que Frieda podría… hacerte un lugar. El la abrazó. Su voz adoptó el dialecto de las Tierras Altas:
- Nada tengo para la susodicha Frieda, Caitlin, que tú eres mucho más linda y, sí, vivaz.
- Ah, bueno; linda, vivaz; si eso es todo, me alegro. -¿Qué? -Giró la cabeza para mirarla. Ella devolvió la mirada.
- Vaya, es que temía estuvieses enamorado de mí. Eso podría destrozarte. Indignado, protestó: -¡Lo estoy, Caitlin!
- No hablaste de eso esta noche… Aguarda, por favor. Déjame terminar. No me siento herida ni ofendida. Piensa lo incómodo que sería si todos los hombres del mundo me desearan. Lo que creo es que te has transformado en un buen amigo, Martti, y atesoro eso. -Lo abrazó y lo besó.
El apenas reaccionó. Cuando ella lo soltó, la miró, casi horrorizado.
- Caitlin, corazón mío, sí que te amo -dijo con voz desigual-. Para mí eres la más hermosa.
Ella se sentó muy erguida. Su voz fue como un látigo:
- ¿Y entonces por qué no has podido hacer el amor conmigo hasta que me has visto como una golfa?
El se ahogó. Ella continuó, agitando un dedo en dirección a su pecho:
- Óyeme, Martti Leino. Ten muy presente que no me tomaría todo este trabajo si tú no me importaras. Sería más fácil darte placer y dejarte chapotear en tu suficiencia. Sería más fácil para los dos, sin duda, mientras dure este viaje. Pero puede que no dure hasta nuestro pequeño Juicio Final. Puede que podamos volver a casa. Y, en ese caso, algún día querrás casarte… aguarda. Estás a punto de decir que te casarás conmigo. Te advierto que es imposible, pero, lo sea o no, no hay diferencia. Seguramente querrás una esposa a quien respetar, de quien enorgullecerte.
«Martti, ¿cómo vas a ser un marido para una mujer a quien respetes?
Después, cuando terminaron los gritos y el dolor desapareció, yacieron en silencio. Ella murmuró al hueco entre el cuello y los hombros de él:
- Oh, perdóname. Juzgué que había que hacerte esto… por ti… alguna vez, y ¿quién mejor que una compañera de viaje? Sobre todo porque sé bien que los viejos hábitos de pensamiento no se cambian en un día, y aquí tenemos semanas, meses, años quizá… No temas, no voy a investigar tus sentimientos hacia tu madre o tus hermanas, especialmente Lis. -El se encogió-. No, querido Martti, no lo haré. Creo que no es decente ni necesario. Tú tienes ese conocimiento de que nosotras las mujeres no somos vasos sagrados, profanados por siempre si aceptamos la honesta sensualidad que tú conoces. No somos tan diferentes de ti en eso, como tú no lo eres de nosotras en la fragilidad.
- Caitlin.
- La esposa que tengas puede elegir ser sólo tuya, como ha hecho Lis con Dan hasta ahora. No hay nada de malo en eso, si es lo que los dos deseáis. Pero tendrá tanto derecho a la libertad, a cualquier libertad, como tú, y si la reclama, no será menos sino más. Sí, la libertad puede ser solitaria, aterradora, y por eso muchas personas renuncian a ella, para sí o, lo que es peor, para los demás. Pero con frecuencia pienso que ser humano es ser libre. Todo lo demás puede ser hecho por máquinas o bestias. La libertad es nuestra.
- Pero… abusamos de ella…
- Ciertamente. No somos más que monos con cerebros demasiado grandes para sus cuerpos. Si encontramos a los Otros, sabremos qué es, realmente, la libertad. Mientras tanto, seamos tan dignos de ella como podamos.
Caitlin rió dulcemente.
- ¡Oh, fíjate qué sermón! Martti, pronto tendré que pensar en preparar el desayuno. Pero antes, si no estás muy cansado… y bien podrías estarlo; muchos chicos lo estarían… si no lo estás, me gustaría empezar a demostrarte lo que quiero decir.
Después, entre risas compartidas, ella dijo: -Oh, bueno, no pasará nada si sólo por esta vez el desayuno se demora una hora o dos, ¿verdad que no?
La gente dormía en el resto de la nave. Prieda y Dozsa juntos; Brodersen y Weisenberg pacíficamente; Joelle pesadamente, con calmantes; Rueda, dando vueltas; Su-sanne con una sonrisa que iba y venía y volvía a aparecer. Controlada por sus robots, la Chinook se dirigía hacia la máquina de transporte.
36
Yo era un hijo del Pueblo, mi padre un hombre de la Sociedad del Maíz, un hombre respetable que de ningún modo hubiera pasado por encima de los demás. Pero en el décimo mes anterior a mi nacimiento, en una noche en la que él y los suyos estaban en el kiva bendiciendo a sus muertos, mi madre soñó un extraño sueño. Era como si hubiesen llegado los kachinas y la hubiesen llevado gentilmente hasta su hermoso mundo debajo del mundo. Por lo tanto, cuando se arrodilló en una esterilla, sostenida por sus hermanas, y me dio a luz, los hombres de la sociedad de mi padre -después de haberse purificado debidamente- danzaron algunas medidas, soplaron el humo sagrado de sus pipas y rezaron.
No recibieron ningún signo, bueno o malo, de modo que me tomaron por lo que era, otro varón, y me presentaron al sol. Después lloré y grazné y pataleé y dormí, fui mecido por mis padres y parientes, bebí la vida de los pechos de mi madre. Me llevaba en la espalda, atado a un madero, mientras trabajaba los campos de judías, calabazas y algodón. En esos momentos, mi cabeza estaba vendada contra la madera, para achatar mi cráneo y hacerme más guapo. Pero pronto anduve vacilante, al cuidado de niños mayores. Nosotros los niños jugábamos a muchos juegos felices, pocas veces interrumpidos por lágrimas. Sin embargo, mi primer recuerdo es un cuervo que volaba cerca de mí. Yo estaba cerca del borde del acantilado; al otro lado, la pared más lejana del cañón trepaba desde las profundidades de sauces, cactus y enebros hasta quedar finalmente desnuda. Entre esos verdes profundos o polvorientos, las rocas pardas con sombras azules, el calor y la luz y la calma y los olores resinosos, todo bajo un cielo donde la vista podía perderse para siempre… oh, ¡allí pasaba esa negrura orgullosa y brillante, volando!
Nuestro pueblo se levantaba a mitad de la altura del cañón, en un saliente. Las alturas que había más arriba le daban sombra cuando las tardes de verano estallaban. La nuestra no era la mayor ni la menor comunidad en esa Mesa, donde habitaba el Pueblo. Las paredes de adobe eran gruesas y fuertes, su aspereza agradable al tacto; las habitaciones eran obscuras pero confortables en todas las estaciones; las escaleras iban de nivel a nivel y siempre las estábamos usando, para ir a trabajar o para ir a hacer visitas. Aunque nos preocupaba ser corteses, recuerdo muchas bromas.
Dueños de la primavera, seguíamos el sendero que bajaba al río para pescar, purificarnos o recoger hierbas… o, cuando hacía calor, para refrescarnos; los jóvenes retozaban en bancos de arena mientras los mayores estaban sentados, gravemente alegres. Otros senderos llevaban hasta la cima, donde crecían nuestras cosechas y cortábamos leña (después de haber explicado nuestra necesidad a los árboles), cazábamos, viajábamos a diferentes pueblos y buscábamos la unidad con los espíritus en sueños o meditaciones. Allí, en una noche clara, como eran la mayoría de las noches, un hombre veía más estrellas de las que podía contar, más estrellas que obscuridad, arracimadas alrededor de la Espina Dorsal del Mundo. La luna llena desdibujaba su esplendor, pero hacía que la tierra brillara misteriosamente.
Sí, la Creación estaba llena de luz. Hasta las más poderosas tormentas, los nubarrones, brillaban tanto como resonaban. Hasta nuestros muertos, para quienes rompíamos nuestros mejores cacharros, para enterrarlos con ellos, hasta nuestros muertos veían resplandores en el mundo que está debajo del mundo o cuando volvían invisibles hasta nosotros.
Fui creciendo, deber tras deber. Primero, ayudé a vigilar a los pequeñines. Después, cultivé el maíz, porque ése era el privilegio de los varones. Más tarde aún, llevé cargas y manejé herramientas demasiado pesadas para las mujeres. Conducido por mis mayores, cacé, corté leña, viajé; participé en ceremonias adecuadas para mis años; así aprendí lo que un hombre debe saber.
Aparte de unas pocas tareas que eran exageradamente duras o aburridas, disfrutábamos todo lo que hacíamos. En cuanto a las que no gustaban a nadie, aparte de la satisfacción de saber que manteníamos vivo al pueblo gracias a ellas, las hacíamos lo más alegres que podíamos. Así, para nombrar una, cuando las mujeres molían el maíz que habían traído los hombres (después de limpiar nuestros edificios, para que el maíz se sintiera feliz de entrar en ellos), transformaban la tarea en una fiesta, charlando mientras trabajaban sobre las piedras, mientras un hombre, en la puerta, tocaba la flauta para ellas.
A medida que mis miembros se alargaban, todos observaron cuánto me parecía a mi madre en mi aspecto, sin nada de mi padre. Esto provocó algunos chismorreos, entre los más mezquinos. Pero se acallaron, porque el Pueblo considera las relaciones entre hombre y mujer como ordinarias, más bien que sagradas. (Pero no hay nada bueno que no sea sagrado.) Mi padre decidió simplemente, que cuando fuera adulto, no debía unirme a su Sociedad, sino a la de mi tío. Hubiese sucedido de todas maneras, ya que calculamos la descendencia y la herencia por la rama femenina.
Pese a lo que sucedió después, no puedo decir y no diré nada de mis ritos de iniciación, salvo que terminaron en el kiva, donde los espíritus se alzaron desde el sipapu para bendecirnos. Allí entré a formar parte de la Sociedad de las Hierbas. Eso hizo que pasara años estudiando qué plantas curan, cuáles hacen daño, cuáles calman el dolor, cuáles dan sabor, cuáles causan extraños sueños y deben ser evitadas, y cómo hablar a cada clase de planta con respeto y amor.
Mientras tanto me casé, fundé un hogar, realicé los trabajos de un marido. Mi esposa era una moza erguida que pronto se volvió más atractiva para mí que la luna al salir o los pimpollos de yuca. ¡Y cuando me dio mi primer hijo, para llevarlo y enseñarlo a Sol…!
No sólo había júbilo, desde luego. Algunos de nosotros sufríamos accidentes, otros enfermaban y no podíamos curarlos, muchos morían jóvenes y lo mejor era envejecer con los dientes gastados hasta las encías, la carne debilitada, la ceguera y la sordera acechando, hasta que nos volvíamos inútiles. Por bondadosos que fueran los hijos y nietos que cuidaban de los ancianos, recordando cómo habían cuidado éstos de los recién nacidos, quizás esto era lo más doloroso.
Cada vez con más frecuencia, sufríamos las incursiones de los nómadas que había en el nivel inferior de la mesa. Acechaban entre las artemisas; eran hermanos de los coyotes, y sus arcos más poderosos que los nuestros; vivían para la guerra. En mis tiempos capturaron un pueblo, torturaron hasta la muerte a los hombres que no habían matado antes, ultrajaron a las mujeres antes de llevárselas y abandonaron a los niños. Esto nos recordó antiguos sistemas de defensa que habíamos dejado de lado; después de semejante castigo aprendimos a soportar un sitio hasta que el hambre se llevaba a las jaurías hambrientas. Sin embargo, recuerdo terribles batallas.
No eran sólo sus almas salvajes que los hacían asaltarnos. La necesidad también los obligaba. En mis tiempos, las sequías se prolongaban. Sabíamos de dos años seguidos sin lluvia, y las leyendas decían que eso ya era terrible. Ahora contamos tres, cuatro, cinco… Nuestras cosechas disminuían, nuestras semillas morían en la tierra recocida, a menos que lleváramos agua sin cesar… Seis, siete, ocho… Nuestro sol nos abrasaba desde un cielo que había empalidecido; la tierra rielaba en el calor del verano. Los inviernos eran secos, silenciosos, increíblemente fríos… Nueve, diez, once… Repartíamos la poca comida que podíamos obtener. Los ancianos y los más jóvenes perecían. Cuatro de mis hijos murieron, dos mientras los miraba, dos mientras ayudaba en las rogativas…
El Convocador vino a mí. Fui llevado al mundo que no está debajo del mundo, ni encima, ni más allá, pero que es todo el mundo.
No tengo palabras para lo que vino después. Menos aún que para una noche con una mujer muy amada, o una noche en el kiva, o una noche en que tu madre muere en tus brazos. No hay palabras. Fui cada uno de los dioses que han existido y entendí todo lo que existe. Es más bello y terrible que cualquier sueño. No puedo recordar más en este cuerpo.
Al final, Uno dijo eso que sólo entendí como: «Volverás a tu vida. Si quieres, puedes olvidar lo que ha sucedido aquí. Piensa bien.»
Flotando en una poderosa paz pensé, hasta que finalmente dije: «No; no me quitéis más de lo necesario.» ¿Acaso recuerdo una risa cariñosa que también puede haber sido un llanto?
Volví a reunirme con el Pueblo. No habían advertido mi ausencia. No tenía modo de decírselo. Todavía era un hombre que se regocijaba con su esposa, sus hijos y sus amigos, que lloraba a sus heridos y sus muertos. Me encontraban extraño por los largos ratos que pasaba ahora separado de ellos, bajo las estrellas.
Doce años, trece… Nos aferrábamos a nuestras moradas ancestrales, a las tumbas ancestrales, como líquenes a una roca. Pero no somos líquenes, se me ocurrió. Somos el Pueblo. Y éste no es un mundo detenido para siempre en una única armonía, que sólo la magia negra puede cambiar. Hacemos mal en colgar de los pulgares, por brujería, a hombres y mujeres que sólo son descorteses. He aprendido que el mundo cambia eternamente y es más vasto y variado de lo que imaginamos. Eso puede ser bueno, o puede ser malo, pero es la verdad.
Si nos quedamos donde estamos, moriremos. Debemos irnos a un país mejor.
Hablé. Profeticé. Me enfurecí. Me coloqué encima de los demás y fui despreciado por eso. Partí, solo, y reuní conocimientos acerca de tierras donde podríamos ir. Con esto en la mano pude razonar con el Pueblo. También me transformé en un gran médico, cosa que demostró que los kachinas me favorecían.
Finalmente los llevé lejos.
Ahora estamos prosperando, cada año construimos más en nuestro nuevo pueblo, en un lugar donde el verano es verde y un río brillante corre entre los algodonales. Evito los honores que querrían hacerme, pero reclamo el derecho de andar solo cuando lo deseo, que es frecuente, y liberar mi alma a las estrellas. Más allá está la Unidad. ¿Acaso el Convocador me llamará de nuevo antes de que muera, o entraré en la tierra? Mi fuerza me ha abandonado y mis ojos están opacos. Pronto dejaré de ser lo que soy y seré otra cosa, sea lo que sea. Dejadme agradecer a la vida todo lo que me dio. Yo era Hombre.
37
SALTO.
Había una espada de luz que giraba; había una máquina T y un maravilloso par de lunas para ella; había un fondo estelar. No había ningún sol a la vista.
Lentamente -le llevó varios segundos- Joelle retiró su conciencia de la trascendencia de un cruce por el espaciotiempo bajo holotesis. No necesitaba dirigir su visión al espectáculo de la pantalla; podría percibir directamente por medio de todas las antenas de a bordo. Sus oídos le trajeron el aterrado:
- Jesucristo… oh, Jesucristo, ¿qué es eso? -de Brodersen desde el intercom. Por lo demás, en el cuarto de la computadora reinaba el silencio. Flotando en su arnés, podía no haber tenido cuerpo. Pero ninguno de los demás podía concebir cuan plenamente existía dentro y hacia el universo. Los datos la desbordaban: un rayo gamma de fotones o un campo magnético eran tan reales, tan inmediatos como cualquier visión o sonido. Como una persona colocada en un medio desconocido, volvió sus múltiples sentidos y magnificado intelecto a lo que la rodeaba y buscó la comprensión-. Joelle -suplicó Brodersen-, ¿tienes alguna idea de dónde estamos?
- Sí -respondió una ínfima fracción de ella-. Un pulsar. Necesitaré mucha más información, por supuesto. No comiences la aceleración lineal. Bien puede ser peligroso alejarse de la máquina. Quédate en órbita alrededor de ella y aguarda órdenes.
- Sí. ¿Habéis oído todos? Manteneos en vuestros puestos. Preparaos para la maniobra. -La voz del capitán temblaba.
No la necesitaban para esa simple tarea. Los instrumentos de navegación y una computadora en el centro de mando, manejada por Susanne, eran suficientes. Joelle volvió a entregarse al cosmos.
El conocimiento llegó lentamente, a lo largo de horas, en ese ambiente inverosímil. Cometió repetidos errores, análogos a los que cometen los seres humanos normales en una habitación diseñada para propiciar ilusiones ópticas. Fuerzas, energías, átomos libres, iones y partículas subnucleares, eran asombrosamente distintas en su configuración y comportamiento de lo que conocía. El mismo haz de resplandor, estrecho, barriendo la noche y las estrellas, como un guiño del tiempo, era hipnótico. El desafío volvía su empresa triplemente maravillosa.
Y en los programas, los bancos de datos, sus propios recuerdos, había un legado de Fidelio. Mejor hubiera sido tenerlo conectado con ella. Pero cuando empezó a aprender cómo debía emplear la información que él le había dejado, comenzó a sentir que llegaría a ser tan buena como el equipo que ambos habían formado. En cierto modo, él estaba todavía a bordo, un fantasma dentro de la máquina y de ella misma. Eso le daba fuerza y paz, como nada y nadie más podría haberlo hecho.
Concepto a concepto, Joelle construyó el reconocimiento de lo que había alrededor de la nave.
La Chinook se había desplazado muy lejos en la galaxia, en el mismo brazo de la espiral, pero a miles de años luz más cerca de su núcleo velado por nubes. También había viajado varios millones de años hacia el futuro; donde había estado S Doradus, en la Nube Magallánica mayor, había una resplandeciente nebulosa. El cuerpo había estallado allí, una supernova, pero mucho antes de que ella se marchara de casa… cuando los dinosaurios andaban por Tierra, si esa afirmación tenía algún sentido físico.
Más bien, un sol gigantesco había explotado, esparciendo la mayor parte de su sustancia por el espacio, para nutrir soles y mundos que nacerían más tarde. La estrella de neutrones era un remanente, con dos tercios de la masa de Sol. La gravedad la había desplomado tanto que su diámetro no medía más de veinte kilómetros. Había pocos átomos en su interior. En cambio, existía un océano de partículas elementales, tan próximas entre sí como permitía la mecánica cuántica, intercambiando sus naturalezas con enorme vivacidad, en densidades que el hombre podía medir pero no concebir.
Una pequeña parte de la materia estelar, atrapada en el monstruoso campo magnético que generaba su rotación, era arrojada fuera a través de un par de espirales, hasta que su velocidad se acercaba a la de la luz. Por consiguiente esta materia emitía radiación de sincrotones en rayos finos de poca dispersión, cuyo ardor equivalía al de un sol entero. La mayor parte eran frecuencias de radio; la luz visible era sólo una pequeña fracción. Astrónomos con receptores sensibles y bien sintonizados en planetas distantes que estuviesen en el camino del rayo, señalarían el guiño de un pulsar.
Los Otros habían hecho que su máquina estuviera en una órbita cuyo plano fuera normal a esos torrentes de energía, a una distancia de unos setenta y cinco millones de kilómetros. Las condiciones hubieran sido letales más cerca, donde el gas que caía desde el espacio y la violencia encadenada de la estrella creaban un torbellino de fuertes radiaciones. Joelle se preguntó por qué el vector del radio no era más largo, mucho más largo. Tal como estaba, y a lo largo de su «año» de 157 días, la máquina tenía que ser golpeada repetidamente por una furia que debería destrozarla, que seguramente vaporizaría cualquier nave que emergiera en ese momento.
No. Un gran objeto redondeado giraba a su alrededor. Joelle determinó que su período era tal que el objeto estaba siempre entre la máquina T y la estrella durante un tránsito. No era una situación estable, pero sin duda el dispositivo tenía máquinas robóticas que reajustaban su ruta, si era necesario. Era un escudo.
Otra cosa más grande funcionaba también como satélite de la máquina, de forma tal que, con alguna compensación ocasional, la colocaba detrás del escudo cuando la protección era necesaria.
- ¿Y qué diablos podrá ser eso? -preguntó Brodersen a los cielos.
El, Dozsa, Weisenberg y Granville salieron a explorar en la Williwaw. Joelle los acompañó por medio de la telemetría y la transmisión audiovisual. El flujo de datos hacia ella hubiese sido enloquecedoramente lento e incompleto si una holoteta no estuviera por encima de la impaciencia. (Entre entrada y entrada tenía todo lo demás para considerar, para morar en ello.) Sin embargo, estaba con ellos mucho más de lo que Rueda, Leino, Von Moltke y Mulryan, forzando ojos y oídos ante las pantallas, podían suponer. Entendiendo lo que encontraban los investigadores mejor que ellos mismos, Joelle les estaba diciendo qué debían buscar, cómo, y qué significaban sus descubrimientos.
El escudo era una concha curva. Su densidad media era la misma del cilindro; sin duda, la misma fuerza mantenía su integridad. Tenía unos cinco kilómetros de anchura, suficientes para interceptar un rayo que tenía la quinta parte del diámetro, y era lo suficientemente resistente como para reflejar esa energía sin sufrir daños. Su forma lograba la máxima difusión, minimizando el impacto sobre la estrella. Unos accesorios alrededor de su circunferencia, algunos pesados, otros esbeltos, probablemente generaban campos para desviar partículas cargadas que podrían sobrepasarlo y desviarse hacia adentro. Un aparato diferente en el centro del lado cóncavo era seguramente el motor que corregía la órbita. Joelle podía ver todas esas formas de un modo que era imposible para los demás -porque no era fácil describirlas en el lenguaje humano- y podía apreciar su exquisitez.
Lo que Brodersen y sus acompañantes vieron era muy impresionante, la brillante concha blanca recortada contra el cielo negro lleno de destellos, la punzante línea de brillos que giraba más atrás. Aunque no sentían peso, parecían experimentar la fuerza de enormes poderes; aunque estaban rodeados de silencio, los zumbidos y crujidos de los receptores de radio les transmitían el ruido de un cosmos que estaba pariendo.
Joelle sólo tenía una vaguísima idea de cómo estaba hecha la cosa, o cómo funcionaba. Los Otros conocían leyes de la naturaleza que los hombres y los betanos no habían descubierto. Eso no la sorprendía. Pero si alguna vez los conocía, estaba segura de que ella, la holoteta, pronto podría aprender… comunicarse… ¡oh, quizás entrar en su hermandad!
Brodersen dirigió la Williwaw hacia el satélite.
- Por favor -dijo Caitlin, con timidez-, coma este bocadillo, beba esta leche. Está muerta de hambre.
Debajo de su casco Joelle parpadeó. No sentía hambre. Pero ¿cuánto hacía que no comía? Los circuitos tendrían que incluir monitores fisiológicos para mí, pasó por su mente. Sí, sería un anexo interesante, aunque secundario. Decidió que sería mejor aceptar el consejo de la chica y cogió la comida y la botella de exprimir.
- También tendría que dormir -aventuró Caitlin-. Parece la ex amante de la muerte. Recuerde que están conduciendo la lancha lentamente y con mucha precaución. No llegarán a destino en muchas horas.
Como no le cortaban la cabeza, continuó:
- Francamente, creo que es un error que tenga agua a su disposición, con una conexión directa a las tuberías. Tendría que desconectarse varias veces al día, por lo menos.
En caída libre, sin hacer ejercicio, mi corasen se encoge, mi sangre se estanca, mis huesos se atrofian. Ninguna parte de la admonición parecía real. Ciertamente, no era importante, a menos que simbolizara una especie de apoteosis. Los Otros no tienen estos problemas. No deben de meter cosas por un esófago poco dispuesto y excretar los sucios residuos.
- Cuando termine -rogó Caitlin-, deje que la lleve a su camarote, le administre un poco de terapia física y la haga dormir. No será útil para nadie si se derrumba. Su cerebro no funcionará bien si su circulación no lo hace.
Tiene razón, maldita sea.
- Muy bien.
Flojamente colgada en el aire, Joelle sintió piernas que se sujetaban en las suyas, manos que masajeaban su torso o flexionaban sus miembros, a través de toda su piel. Caitlin era tibia y elástica. Tenía la regla, lo que hacía más penetrante su olor. Una mecha suelta rozó la mejilla de Joelle, le hizo cosquillas y le acercó un aroma diferente, limpio y brillante.
- Debo admitir que su tratamiento me hace bien -dijo-. No tan agarrotada.
- Está en mejor forma de lo que merece, para su edad -replicó Caitlin, más audaz ahora-. Pero eso no durará, a menos que haga ejercicio con regularidad.
- Lo hice, como recordará, hasta que llegamos aquí. Ahora no tengo tiempo. No puedo amputarme de las glorias que me rodean. ¡Qué poco viva estoy en este momento!
- Debería hacerlo. No tenemos tanta prisa. Le recomiendo un hombre, además. Joelle se puso rígida.
- Lo siento -dijo Caitlin-. No quiero ser indiscreta. Pero, usted y Dan… usted entiende, ¿verdad?, que no siento celos de eso.
¿Cómo podrías sentir celos, haciendo lo que haces?, Joelle consideró esa respuesta. Pero decidió que no deseaba discutir. El tema era supremamente trivial. Además, le dijeron sus nervios y sus glándulas, al no estar en circuito me gustaría que me hiciera el amor, no; que me jodierá, nada más, yo pasiva. Las palmas y los dedos en su espalda generaban calor. ¿O esta criatura que está en el camarote conmigo? Le faltan algunos requisitos, por supuesto, y sin duda no le interesa, pero… ¡no!; Christine, Christine, ¡no! Caitlin se detuvo. -¿Qué pasa? -preguntó alarmada. -Nada -tosió Joelle.
- ¿Cómo que nada? Ha dado un salto y se ha puesto rígida como si hubiese recibido una descarga de mil voltios. -Caitlin la enfrentó a la distancia que determinaba su brazo, sosteniendo ligeramente a la mujer mayor. Su cara reflejaba inquietud-. Si prefiere hablar, sé guardar un secreto y he conocido a personas muy diferentes. Hoy compartimos el temor por lo que pueda sucederle a Dan. ¿Quiere compartir otras cosas?
Joelle meneó la cabeza hasta que se sintió mareada.
- No, ya le dije que no es nada. Pero basta de masaje. Déme una pildora que me haga dormir cuatro horas. Debo estar alerta cuando la lancha llegue a destino.
- Como Caitlin dudaba, gritó-: ¡Es una orden!
Nada de Christines. Nada de Erics. No puedo permitirme ese lujo. Causan demasiado dolor. ¿Para qué sufrir más? De todos modos, es apenas un epifenómeno, como su fraternal fantasma, el deseo, que es también su madre. En el noúmeno hay paz. Nunca traiciona. Que sea mi amante, mi vida, mientras siga separada de los Otros.
El segundo satélite era un elipsoide plateado de aproximadamente nueve kilómetros por cinco, con el eje mayor en el plano de su órbita y la de la máquina T. Giraba no lejos de la baliza más exterior, y dentro del sendero del escudo. El parecido de un objeto que tenía «a popa» con el que había dentro de la concha, confirmó la opinión de Joelle de que eran motores para contrarrestar el efecto de las perturbaciones. Otros bultos eran menos identificables, pero constituían sin duda instrumentos o, quizás, equipo de comunicaciones. Casi todos conformaban un encaje metálico, con alguna fosforescencia aquí y allá, o una mancha de color parecida a una aurora; el conjunto constituía una vista encantadora contra el fondo de estrellas.
Un reborde alrededor de un segmento del satélite exhibía curiosos recortes y enigmáticos aparatos.
- Sabéis -dijo Brodersen-, apostaría a que eso es el muelle, hecho para adaptarse a varios tamaños y formas de naves espaciales.
Se puso el traje espacial y voló desde la lancha con un reactor en la espalda para andar por allí y examinarlo. Como el metal era no ferroso, las suelas magnéticas no lo ayudaban, pero se había puesto un par de chanclos adhesivos de minero de asteroide. A través de la cámara que llevaba en el puño, Joelle vio la gran curva hacia su izquierda, las constelaciones desconocidas a su derecha, amontonadas más allá del borde del muelle.
La excitación vibraba en su voz.
- Hemos tenido mala suerte; hoy no hay nadie, pero ha habido gente y volverá a haberla. Se ve que este sitio se usa.
Nada se adaptaba a la Wüliwaw. Sin embargo, encontró un nicho donde atracar la lancha. Probablemente, una de las máquinas que había por allí podría sujetarla, si supiera hacerla funcionar. Optó por dejar a Dozsa de guardia, contra su voluntad, y condujo fuera a los demás, andando o en cohete personal.
Una cavernosa abertura en el «casco» era la entrada a un túnel que recorría tres cuartas partes del largo de la estación (porque debía de ser alguna clase de estación). Otros pasajes menores se alejaban, ramificándose. Todas las paredes brillaban con una suave luz que, según los espectrómetros, iba casi desde el ultravioleta hasta el infrarrojo… ¿para una variedad de ojos? El pasamanos permitía impulsarse. A intervalos había marcos que podían ser descansos, o cabinas de observación, o… Puertas de diferentes contornos estaban tan bien encajadas como para ser casi invisibles, y no había modo de abrirlas.
- Cada inquilino tiene su llave -aventuró Brodersen.
Dijo eso porque no todas las puertas eran opacas y plateadas. Por las razones que fuera, algunas eran transparentes. Unas pocas, ni siquiera parecían materiales, aunque, si eran campos de fuerza, resultaban más duros que el acero. Mirando, fotografiando, midiendo espectros, los humanos atisbaron media docena de medios ambientes distintos. Iluminaciones rojas y sordas, azules y brillantes o intermedias, revelaban celdas austeras, nieblas revueltas, confusos invernáculos con vegetación de todos los colores, por los que zumbaban voladores que parecían joyas, escenas holográficas de una tierra pedregosa donde flotaba polvo amarillo bajo un cielo naranja, mecanismos que se movían, vistas menos comprensibles que éstas. Había indicaciones de atmósferas espesas, medianas, tenues, que contenían oxígeno libre o hidrógeno libre o ninguno de los dos, a temperaturas de cualquier clase entre el punto de ebullición del nitrógeno y el punto de fusión del plomo. En todos los casos, lo que los humanos veían era, obviamente, la antecámara de un rico complejo de alojamientos, laboratorios y Dios sabía qué más. (Los usuarios lo sabían, los Otros lo sabían.) Brodersen dijo que estaba seguro de que siempre incluían un cuarto de centrifugado, a menos que dispusieran de algo más elegante, para que los huéspedes pudieran disfrutar de su peso nativo cuando lo deseaban.
¡Huéspedes!, la idea atravesó a Joelle. Una confraternidad galáctica de mentes, culturas, razas, a quienes los Otros habían considerado dignas, para quienes habían preparado esta mansión. No estamos entre ellas.
Eso le dolía más que haber sido una hembra humana. Lo alejó de sí y sumergió su conciencia, la bautizó en las otras cosas que estaba descubriendo.
Porque, en realidad, los apartamentos eran casi incidentes para los exploradores, un detalle mientras vagaban por el laberinto. Lo que contaba, lo que los abrumaba, era lo que había en el centro.
Allí, el corredor principal se hinchaba hasta formar un espacio esférico de un kilómetro de anchura. Una red tridimensional de alambres proveía un fácil acceso a su superficie interna. Sobre ésta, estaban emplazados diversos dispositivos en los que había resplandores y arco iris. Había vistas del espacio exterior, también, que no estaban enmarcadas en pantallas tangibles. Y había exhibiciones.
Exhibiciones… No eran fotografías ni dioramas, sino imágenes sólidas y movibles, hechas de luz, que no estaban confinadas a espectro visible para los humanos. No retrataban especies, ya que eran totalmente abstractas: formas, matices, movimientos. Una línea, por ejemplo, nacía con un destello señalando un número que, a su vez, era mostrado por un conjunto de chispas. Lo más cercano al realismo de lo que había a la vista era el esquema del pulsar.
O eso suponía Joelle. La mayor parte de lo que veía era incomprensible, nada más que rayas, telones, vórtices, cintas, cataratas. Probablemente estaban previstas para razas cuyas convenciones visuales -cuya entera visión del mundo- era totalmente diferente de la humana. Se concentró en la que le pareció más comprensible. Antes de mucho, le resultó muy comprensible. No porque hubiese estado aguardando a los humanos en particular. Pero el espaciotiempo debía contener a muchas criaturas, además de los betanos, que lo percibían y pensaban en términos no tan diferentes de los suyos.
¿Los Otros habrán preparado esto para beneficio de cualquier forastero que llegara por casualidad? Sí, creo que sí.
Representaciones de átomos, la tabla periódica, estados cuánticos y sus cambios… El núcleo del hidrógeno-1 era una unidad de masa; su línea neutral de emisión en el espacio, una unidad de longitud; la frecuencia, una unidad inversa de tiempo. Entre el cero absoluto, indicado por el comportamiento de las moléculas y la fusión que formaba el deuterio, la escala de temperatura estaba dividida en grados: doce a la decimosegunda potencia. Variaciones y reiteraciones aclararon la presentación para la holoteta.
Siguió desarrollándose. En el momento oportuno llegó una demostración acerca de cómo operar una cierta máquina. Se cogía una varilla de un estante y se tocaban con ella varios puntos luminosos en una cierta secuencia…
- Adelante -dijo Joelle a Brodersen. El obedeció.
La información la inundó.
Comenzó transmitiendo dígitos binarios. Luego pasó rápidamente a formar diseños que podía reconocer. (Suficientes puntos «sí» o «no» en un espacio coordinado describirán completamente una imagen, tono, función matemática…) Pocos minutos después, aprendió que debía responder y lo hizo a través del radar de la nave. Después de un rato, el automatón se había adaptado a su ritmo de trabajo, su punto de vista, las limitaciones de su equipo y las características de su sistema nervioso.
Sólo en el cráneo, su cerebro hubiese necesitado años para empezar a comprender torpemente. Con la holotesis, podía hacer cien interpretaciones hipotéticas en un segundo, comprobarlas en relación con lo que ya sabía y así, cortando las ramas secas, haciendo brotar otras que revelaban fuerza o debilidad, ir ascendiendo por un árbol lógico, cada vez más cerca del tronco que era la verdad. Nadie en la nave, sólo Fidelio, podía entender verdaderamente lo que estaba haciendo, y su fantasma la ayudó.
Sí, necesitó horas para encontrar el hecho central, días para captarlo completamente, tan increíble era: había vida, vida inteligente en el pulsar.
La Chinook giraba alrededor de la máquina T, convertida en su tercera luna. La Williwaw había vuelto a ella. Habiendo investigado la estación todo lo posible, que no era mucho, y habiendo logrado una comunicación con ella, cuyos resultados eran completamente imprevisibles, Brodersen y su grupo no podían hacer mucho más. En algún momento, Joelle fue consciente transitoriamente de que mientras ella llamaba e investigaba, sus compañeros debían seguir con su rutina… juegos, intrigas, sueños, desesperaciones… como protozoarios en una gota de agua sucia.
El robot de la estación la puso en contacto con el Oráculo, que era una creación de los Otros, pero no un autómata.
Casi sólida, sujeta a terribles y estremecedores seísmos, la superficie de la estrella de neutrones yacía bajo una atmósfera de seis milímetros de espesor. Allí, bajo una gravedad equivalente a billones de gravedades terrestres, a densidades que eran múltiplos aún más elevados de la terrestre, los núcleos interactuaban de forma que hubiesen sido impensables en otro lugar. Protones, neutrones, electrones, neutrinos, sus antipartículas -elementos más elevados y fugitivos-, mesones de todas clases -bariones, leptones, bosones, fermiones -encanto, giro, color, rareza-, fusionándose, dividiéndose, convirtiéndose unos en otros y volviendo al estado anterior, orbitando brevemente formaban conjuntos que podían durar un microsegundo completo -la materia de la estrella era tan múltiple, tan variable como el gas, el agua y el polvo que nos dieron la vida.
La vida no es una cosa; es una forma. Es una serie de acontecimientos, es la evolución de conjuntos que llevan información, es crecimiento, decadencia y nuevo crecimiento. Dondequiera exista esa posibilidad, habrá vida.
Cuando Caitlin lo oyó, dijo:
- Eso no es química. Es alquimia.
Por cierto que estructuras capaces de autorreproducirse a un nivel subatómico, más bien que molecular, iban más allá de la física que conocían humanos y betanos. Pero cuando encontró al Oráculo, Joelle se movió con rapidez hacia la comprensión. En el éxtasis místico de esta profunda entrada en lo Absoluto, perdió su dolor y perdió su yo.
No podría haberse comunicado directamente con los habitantes del pulsar. Sus vidas eran demasiado breves. Unos pocos segundos, unos pocos giros del cielo y esos seres menos que microscópicos habían agotado su ciclo.
Pero los procesos que contenían eran tan veloces, tan furiosamente enérgicos que, en esos pocos segundos, abarcaban más percepciones y experiencias, más vida que un siglo humano. Para ellos, ella era tan inerte como una piedra para un humano.
El Oráculo le proporcionó una grabación enlentecida de algunas vidas. Pudo seguir apenas fragmentos, momentos, al azar de las historias. Los héroes eran demasiado extraños para ella. Pero llegó a entender que habían sido héroes.
Explorando, a lo largo de mil millones de generaciones, descubrieron las Montañas de Fuego, que competían en magnificencia a enormes alturas inexplorables. En el brillo de la radiación que llenaba el mundo que conocían, no habían tenido idea de la existencia del cielo. Ahora…
Había montañas, muchas de las cuales duraban años enteros, de los terrestres, las más altas de las cuales alcanzaban doce y trece milímetros de elevación. Los buscadores de conocimientos se decidieron a explorar las Montañas de Fuego, escalándolas.
Se formaron dinastías de audaces, padre, hijo, nieto, bisnieto, que trabajaron, sufrieron, se arriesgaron y finalmente murieron en la gran empresa. Civilizaciones nacieron, florecieron y se derrumbaron mientras los escaladores seguían luchando, cada generación legando a la siguiente una base más alta. Muchos perecieron y muchos más desesperaron cuando llegaron al límite del aire. Pero un consejo de valientes prevaleció y comenzaron los trabajos de construcción de un túnel que ascendía a través de una determinada montaña.
Un millón de vidas más tarde, a través de una cúpula transparente, una colonia en la cima contempló lo que había más allá de las Montañas de Fuego… contempló las estrellas.
¿Sería eso simple coraje?, se preguntó Joelle. ¿O el Oráculo les daría… ánimos… para continuar luchando durante el equivalente de una era geológica terrestre?
Le faltaba el lenguaje para hacer esa pregunta y, en cualquier caso, dudaba de que el Oráculo dijera semejante cosa. Estaba más allá del orgullo.
Había sido preparado por los Otros para morar en el pulsar. Gigantesco en comparación con los nativos, virtualmente inmortal, se mantenía en su sitio, que se convirtió en un santuario para los demás. Con conciencia de sí mismo, de una inteligencia equivalente a la de ella cuando estaba en holotesis, nunca se sentía solo ni aburrido, porque compartía las acciones, los pensamientos, hasta las almas de las otras entidades. (Ella especuló acerca de una posible casi-telepatía, vía modulación de las fuertes energías nucleares, pero el vocabulario que tenía en común con él era demasiado primitivo -una especie de lenguaje de signos- para permitirle preguntar.) Los aconsejaba cuando así lo deseaban, aunque tuvo la impresión de que sus pronunciamientos eran deliberadamente ambiguos, como los de Delfos, para no causar en ellos una seudomorfosis que perjudicara la maduración de sus potencialidades innatas. Había grabado y les había entregado, cuando lo desearon, historias enteras de ellos, de naciones desaparecidas, de logros olvidados.
Principalmente, era el intermediario entre ellos y los extranjeros. Transmitía mensajes a la estación y los recibía gracias a ciertos rayos que podían transportarlos. La estación retransmitía de varias maneras, incluyendo radio. El Oráculo aceleraba o enlentecía las transmisiones según fuera el receptor.
Así, a través de él, los habitantes de la estrella y los visitantes que llegaban hasta allí para aprender algo sobre la estrella podían saber algo, los unos sobre los otros. Eso podía ser lo más cerca que se podía llegar a la hermandad que los Otros fomentaban. O no.
Brodersen se detuvo asiéndose de una mesa y contempló a su gente en la sala de reuniones. Detrás de él, una pantalla mostraba los rayos que giraban -filos de espadas, manecillas de reloj- más cercanos, más brillantes. Pronto, el escudo tendría que desviar esa ira.
- No podremos quedarnos mucho más aquí -dijo-. Lo sabéis. Aun antes de que la caída libre nos provoque cambios irreversibles, habremos excedido la dosis de radiación permisible. El nivel es terriblemente alto y nuestras protecciones no son adecuadas.
«Podemos retirarnos a una distancia prudente y aguardar, en la esperanza de que alguien que pueda ayudarnos llegue antes de que muramos de hambre. Por supuesto, eso significa poner la nave en régimen de rueda; nunca volvería a acelerar. Quizá resultara. Podría ser que alguien nos llevara a casa, gratis.
«Joelle, has dicho muy poco a los demás durante estas últimas semanas. Lo hemos soportado, porque sabemos que tu trabajo ha sido durísimo. Aprender el idioma betano desde cero fue un picnic, en comparación. Pero hoy necesitamos un informe tuyo. Te he pedido que lo presentes delante de todos, porque nos concierne a todos.
- De acuerdo. Cuando quieras, adelante. Flotando frente a él, ante los demás, pensó fatigada que sus caras reflejaban asombro. Tengo un aspecto horrible. El espejo había mostrado cabellos que se habían vuelto una opaca melena gris, ojos hundidos, ojerosos e inyectados en sangre en una cara que era poco más que piel estirada sobre huesos, un cuerpo flaccido y amarillento, manos temblorosas con uñas demasiado largas. ¡Oh, maldita sea esa abominable carne, que no me deja permanecer en comunión con el Oráculo! Habló con la máxima sequedad:
- Debo subrayar que mis intercambios han sido rudimentarios. A pesar de la multiplicación de la computadora, a pesar de la generosa cooperación de mi interlocutor, no me quedan suficientes años de vida para descifrar todo el lenguaje. La demora de varios minutos en la transmisión tampoco ayuda. Bien puede ser que haya interpretado mal varias cosas, incluyendo alguna que es crucial para nosotros.
- No haríamos nada sin ti -dijo Susanne Granville, cogida del brazo de Carlos Rueda. Joelle respiró hondo.
- Bueno, teniendo en cuenta esas reservas… Los Otros construyeron esta estación porque sabían que las especies que recorren el espacio querrían estudiar un mundo tan único. Supongo que confían en que, por medio del estudio, tanto los habitantes de la estrella como los visitantes crecerán un poco, se acercarán un poco más a ser lo que ellos son. No he podido descubrir si se manifiestan directamente a alguna de las razas, pero mi impresión es que no. Probablemente vienen aquí por su cuenta, para observar los datos, las biografías que prepara el Oráculo.
- Entonces comparten -suspiró Caitlin-. Su deseo es conocer las vidas que hay en todos los mundos. ¿Para amar mejor?
- Ciertamente, nos conocían bien antes de programar el robot de la máquina T del Sistema Solar -dijo Frieda-. ¿Qué Oráculo habrán plantado en Tierra?
- Nada parecido a éste, obviamente -dijo Brodersen-. Prosigue, Joelle.
- Un número de sociedades avanzadas ha encontrado el camino hasta aquí, presumiblemente después de repetidos intentos -continuó la holoteta-. Envían expediciones científicas de vez en cuando. No hay fechas fijas y nadie viene con demasiada frecuencia. Recordad cuántas otras cosas a que dedicar su atención y sus esfuerzos tendrá una raza que haya aprendido los caminos de varios pórticos. Muy posiblemente, una o dos llegarán aquí durante la próxima década. Pero no sabrán cómo ir a Sol, a Febo o a Centrum. ¿Cómo podrían saberlo? El mismo Oráculo no lo sabe.
En el silencio angustiado que la rodeaba, continuó:
- He hecho algunos progresos. Si pudiéramos quedarnos donde estamos, haría más. El Oráculo parece dispuesto a decirme cualquier cosa. Pero no podemos. De modo que me he concentrado en interrogarlo acerca de los pórticos espaciales. Y tengo algunos indicios.
»No puedo calcular dónde y cuándo llegaremos por un sendero en particular. Pero, con lo que he aprendido aquí, puedo hacer una computación probabilística de la magnitud y la dirección de ese tránsito. Y lo que es más importante, puedo hacer una estimación bastante buena de las posibilidades de que haya otra máquina T al final del pórtico.
»Los Otros continúan construyéndolas, ¿sabéis? -Una risa golpeó su laringe-. La palabra «continúan» es un típico ejemplo de ruido carente de sentido, ¿no? Disculpadme. He perdido la costumbre de verme limitada a mi cerebro natural.
»Lo que importa es que los Otros no trabajan al azar. Conocen el pleno mejor que eso. Siempre están expandiendo sus fronteras… sólo para saber más, estoy segura, no para conquistar… -Para amar, susurró Caitlin; Joelle la vio-. Y van a lugares donde es posible encontrar algo, además de vacío. Recordad que deben enviar los materiales y quizá también las herramientas para construir una máquina T antes de que la expedición pueda volver. Es un trabajo complicado, hasta para ellos.
»Creo que si vamos saltando de máquina en máquina, de acuerdo a un esquema que puedo elaborar a medida que viajamos y reunimos más datos… si siempre tratamos de saltar lo más lejos posible en una dirección plausible… creo que eventualmente llegaremos a la frontera donde están. Ellos mismos.
Joelle se sintió débil. Tenía la cabeza llena de arena. Cada una de sus células parecía hacerle daño. En caída libre, se dejó caer y deseó dormir. Oyó vagamente la voz de Brodersen: -¿Entendéis todos el riesgo que correremos? Joelle no garantiza que volveremos a encontrar transporte después de cada salto. Las posibilidades pueden favorecernos, pero repito que, cada vez, podremos fallar.
- Podríamos quedarnos aquí, en régimen de rueda y en una órbita amplia -sugirió Weisenberg-. Aparentemente, tenemos una posibilidad razonable de que llegue una nave antes de que muramos de hambre. Supongo que su civilización podrá sintetizar alimentos para nosotros, y no le importará hacerlo. Su tripulación no podrá llevarnos a casa, pero sin duda podríamos vivir vidas muy interesantes en su planeta de origen. -¿Lo dices en serio, Phil? -preguntó Caitlin. -No; tengo familia. Pero he pensado que uno de nosotros debía defender la posibilidad de quedarnos.
- ¿Y dejar a la humanidad en manos de tipos como Ira Quick? -gruñó Dozsa.
- Una buena observación -dijo Brodersen-. Tenemos tiempo para pensarlo. Mientras tanto… Joelle, te pondremos en tratamiento, empezando por veinticuatro horas de sueño.
Ella apenas notó su abrazo cuando la llevó por el pasillo hasta su camarote, ni prestó mucha atención a Caitlin, que le limpiaba el sudor seco, ni se enteró de que ambos la sujetaban a la cama y aguardaban a que se durmiera. Mientras se deslizaba en la obscuridad sólo pensaba en el Oráculo y en quienes le habían dado forma.
38
SALTO.
Las estrellas visibles habían disminuido, como en una noche nublada en Tierra. Las más brillantes eran sobre todo rojas, lo que sugería que estaban cerca; unos pocos gigantes resplandecían azules.
Había un enorme sol entre ellas. Su tonalidad naranja-sangre opaca no necesitaba ser amortiguada por la óptica. Las lentes zodiacales eran inmensas, aunque débilmente iluminadas, pero el disco no tenía rasgos -ni manchas, ni llamaradas, ni prominencias, ni corona- y carecía de un borde fotosférico definido, desvaneciéndose de forma borrosa en el espacio.
Más cerca y más grande para la visión, había un planeta alrededor del cual giraba, evidentemente, la máquina T en posición troyana con respecto a una gran luna. Estos dos cuerpos también brillaban, como brasas. Magnificando, Brodersen vio el globo primario derretido, bajo una atmósfera espesa de nubes obscuras. Mientras observaba, un asteroide pasó por su campo visual, obscuro, marcado, girando sobre sí mismo.
Joelle habló:
- Este es un nuevo sistema que está cuajando. La energía del sol proviene de la contracción; todavía no está lo suficientemente comprimido en el núcleo como para iniciar reacciones termonucleares. El espacio sigue estando polvoriento; hay muchísimas rocas de todos los tamaños. Al caer en los planetas en formación, los calien-tan hasta la incandescencia y aumentan su masa. Creo que el que está frente a nosotros llegará a parecerse mucho a Tierra.
¿No será Tierra?, se estremeció Brodersen. No; es demasiado improbable. De todos modos, no habría diferencia. No quiero creerlo. No lo haré.
- ¿Cuánto tiempo llevará? -preguntó en voz alta, alejándose de su atónita curiosidad.
- Quizá cinco millones de años hasta que el sol llegue a la secuencia principal. En el planeta, la formación de una corteza sólida puede llevar más tiempo. Necesitaría más información para hacer un cálculo exacto.
- Lo siento. No nos quedaremos. No hay nada para nosotros aquí.
Excepto, Dios mío, para hacernos una idea del nivel en que se mueven los Otros, del nivel en que viven. Para observar el nacimiento de un sistema de mundos, seguramente para observar su evolución, su florecimiento, su muerte: para eso abrieron este pórtico.
39
SALTO.
- ¡Ooooh! -La voz de Caitlin retumbó en el intercom-. ¡Oh, gloria, gloria!
Se quebró en un sollozo.
El espacio resplandecía, las estrellas se amontonaban hasta que apenas se podía distinguir la Vía Láctea y apenas parecía quedar obscuridad entre ellas. El brillo de muchas era como el de Venus o Júpiter en su momento de mayor intensidad brillando sobre Tierra. La mayor parte era de color rubí, pero algunas iban del naranja brillante al dorado profundo.
El sol al que había llegado la Chinook tenía un aura blanca y era desgarradoramenté parecido a Febo.
- ¿Dónde estamos, Joelle? -preguntó Brodersen con voz ronca.
Su respuesta tuvo una vibración, un toque de deleite y… ¿humildad? que le habían faltado durante mucho tiempo.
- Qué belleza… Debemos de estar en un racimo globular, Dan. Viejo; casi no hay polvo o gas libres; los miembros más grandes y de vida más corta se han extinguido hace mucho, dejando sobre todo enanas, aunque los tipos G, del tipo de Sol, también sobreviven… Quedémonos un poco, de todos modos.
Todos estuvieron de acuerdo. Además (¿quién podía saberlo?), los Otros podían habitar en un lugar tan maravilloso. Los programas de investigación habituales comenzaron. Poco después, la nave estaba acelerando. El peso sentaba bien.
Los estudios terminaron en unas pocas horas. Joelle había reunido directamente la mayor parte de los datos y los había interpretado. El sol amarillo tenía, por lo menos, siete planetas. Uno, situado a algo más de una unidad astronómica de él, parecía terrestroide y, ciertamente, había oxígeno en su aire. La máquina T estaba en la misma órbita, a sesenta grados. No se detectaba ninguna comunicación.
Sin embargo, Brodersen decidió:
- Iremos a dar una ojeada. Es un viaje de unos tres días. Aunque sea para salir de la gravedad cero por un tiempo.
Guardia nocturna.
En su cama, Leino soltó a Caitlin y se acostó junto a ella.
- Aaaah -dijo-. Ha sido estupendo. Cuando flotas también es bueno pero, vaya, estamos diseñados para un campo gravitatorio, ¿no?
Ella se sentó, abrazó sus propias rodillas y miró fijamente hacia adelante. Sus lustrosos bucles caían junto a sus mejillas y sobre sus hombros. El sudor brillaba un poco sobre su piel blanca; él sintió una mezcla de olores femeninos, soleados y almizcleños, y una sensación de calidez irradiada. Le llevó unos minutos recuperar las energías suficientes para notar la inquietud que reflejaba el rostro de ella.
Se incorporó sobre un codo.
- ¿Qué pasa, querida? -inquirió.
Ella seguía mirando al mamparo, no a él.
- Nada -dijo en voz baja-. Y al mismo tiempo, todo. No es culpa tuya, Martti. Es culpa mía.
El palmeó un muslo sedoso.
- ¿No quieres decírmelo?
- No quiero herirte.
El contrajo los músculos.
- Adelante. Tú… tú siempre hablas con facilidad, Caitlin, siempre estás alegre y… bueno, he tardado en darme cuenta de que eres una persona muy independiente y… sí, muy reservada. -Silencio-. Por favor. Quizá pueda ayudarte. Sabes que andaría descalzo por el infierno por ti.
Vio como ella reunía sus fuerzas.
- Eso es lo que está mal, Martti.
- ¿Eh? -El también se sentó muy erguido.
- De acuerdo; esto tenía que suceder. -Lo miró a los ojos-. Has dicho la verdad, el peso es bien venido, también para hacer el amor. Pero Dan tendría que haber sido el primero.
El se sonrojó.
- Vaya, si no me equivoco, está con Frieda esta noche. Por lo menos, desaparecieron juntos.
Caitlin asintió.
- Claro, y no se lo reprocho. -Por cierto que me alegré por ella cuando tuvo éxito, hace un par de semanas… después de tanto tiempo contigo. Es un alma buena, que merece una parte razonable de lo mejor.
El se encogió. Ella lo notó, apoyó una mano sobre él y dijo en voz baja:
- Tengo prejuicios, ¿entiendes? Me gustan todos los de a bordo; cada uno de vosotros es especial; pero amo a Dan y él me ama. -Después de un momento-: No lo hubiese desatendido con tanta frecuencia si tú no necesitaras ayuda. Tan bien pienso de ti, Martti Leino. Ahora ha llegado el momento de volver a la normalidad.
- ¿Quieres decir que me dejarás? ¡No! ¡Te amo!
Ella le dio un ligero beso.
- Oh, no. Mientras dure este viaje, tú y yo nos revolcaremos de vez en cuando. Y no será un favor que te haga por pura bondad. He sentido mucho placer aquí. -Separándose un poco de él, nuevamente grave, prosiguió-: Pero eres demasiado emocional conmigo. Francamente, te has vuelto muy posesivo. Esta noche, casi me arrastraste de la sala de reuniones, cuando tenía aún palabras para Phil y una cita tácita con Dan. Me pareció mejor no hacer una escena… No te sientas herido, querido, fue un buen retozo. Pero, de todos modos, esa clase de cosa tiene que terminar, y el lugar donde debe terminar eres tú.
El golpeó el puño contra la palma.
- Ño puedo dejar de amarte, Caitlin.
- No; si no surge un rencor terrible nunca nos desenamoramos, ¿verdad? Pero los viejos fuegos arden con más suavidad cuando se enciende un fuego nuevo. Cuando volvamos a casa, pronto estarás cortejando a una chica muy diferente de mí. Me atrevo a creer que te he demostrado que se puede ser vivaz y decente al mismo tiempo, y que me recordarás con cariño por eso.
«Pero, Martti -dijo como si lo acariciara-, tú necesitas una mujer sólida, para el resto de tus días, una compañera, un árbol debajo del cual esté tu casa. Como Lis, como tu madre, estoy segura. Debo ayudarte a evitar que tengas una fijación conmigo. Eso sucederá si nuestra búsqueda dura muchos meses, a menos que los dos nos ocupemos de impedirlo. Entonces quedarías arruinado, y no podrías ser el padre de familia que la naturaleza quiere que seas. Yo no soy para ti, a menos que sea como una amiga del sexo opuesto. Soy una vagabunda.
- Oh, ya he superado los celos de ti, creo… Ella sonrió.
- Eso no es lo que quería decir, cariño mío. Tengo pies inquietos. Ni el mismo Dan puede mantenerme en Eópolis. Necesitas una esposa, no una amante migratoria. -Apoyó las piernas en el suelo-. Martti, sé muy bien que no podemos resolver nuestros problemas conversando durante una hora. Necesitaremos paciencia y reflexión y cariño.
Se puso en pie.
- Lo primero y más importante es hacernos amigos… relájate… y pisotear todo el melodrama que pueda nacer entre nosotros, pero alimentar cualquier brote de comedia que nazca… porque los humanos somos animales cómicos, ¿no crees?
«Creo recordar que disponemos de una botella de whisky casi llena.
Cuando estuvieron recostados, un poquito borrachos y suficientemente relajados para poder bromear, ella rasgueó el sonador y observó:
- Sí, no te echaré a patadas, no mientras sigamos viajando, no tengas miedo. Eso sería un lamentable desperdicio de talento. Simplemente, tienes que comprender que soy una vagabunda nata… ¿Recuerdas que te burlaste de mi Canción del viajero del espacio, porque la cantaba un hombre, cosa que no era cierta, y dije que te ajustaría cuentas en la próxima? Bueno, pues he compuesto la próxima, para ti.
Las asociaciones de la noche a que se refería, ya no eran dolorosas para él.
- Adelante -invitó.
Ella sonrió y empezó a cantar:
Estoy en el espacio en una eterna persecución,
Ningún mundo puede atraparme,
Mientras acelero canto una canción
Sobre el muchacho que dejé atrás,
El muchacho más fiel, el muchacho más sensual,
El muchacho que dejé atrás.
Oh, era un premio; los cielos estrellados
Siempre me lo recordarán.
Sí, era hermoso verlo, y es raro
Encontrar un alma tan feliz.
Aunque no era manso y besaba como una llama
Y no podía fatigarlo.
Cada ves que me sentía mal, buscaba a mi muchacho Para que él me calmara los nervios; Yo ronroneaba y lo atacaba y pronto estábamos saltando, Todo el tiempo sus brazos me rodeaban.
Nos dijimos adiós en un día en que yo Confieso haber llorado un poco,
Y aunque es mejor ir a explorar, Con frecuencia me cuesta dormirme.
Y así, mi buen señor, podrá deducir Que tengo esperanzas de encontrar Sólo uno o dos, incluyéndote a ti, Como el muchacho que dejé atrás.
Guardia nocturna.
- Te sientes desgraciado, Dan -dijo Frieda.
- ¿Eh? No, no, ¿por qué me iba a sentir desgraciado después de todo lo que hemos hecho? -Brodersen empujó el brazo hacia ella. Frieda arqueó la espalda y él la pudo coger por la cintura-. Estaba distraído. Disculpa.
- Estabas en un lugar alejado y que no era bueno. La forma en que dejaste caer la boca y esa arruga entre tus cejas…
Pasó ligeramente los dedos sobre los surcos de la cara de Dan. La preocupación hacía palidecer el azul de sus ojos.
El intentó sonreír.
- Bueno, soy el Viejo, ¿sabes? Preocuparme por la nave es mi enfermedad laboral. Ayúdame a olvidarla. La cabeza rubia se meneó.
- Ese no es el problema. Eres fuerte y práctico, no de los que meditan sobre pasados errores. Por lo tanto, cuando te sucede, quedas indefenso.
- Oh, no importa. ¿Qué te parece si bebemos, fumamos o hacemos las dos cosas?
Ella presionó con su solidez para sujetar el brazo que tenía debajo de la espalda.
- Todavía no, Dan, por favor. Caitlin podría ayudarte. ¿Puedo intentarlo?
El frunció el ceño mirando sus propios pies. Frieda y él estaban en el camarote de ella, donde había muy poco que mirar, ninguno de los pequeños toques alegres que la irlandesa había puesto en el suyo. Como siempre, había música, una fuga de Bach sintonizada a poco volumen, pero ineluctablemente noble.
- Deja que adivine. -Se puso de costado y apoyó la cabeza en el pecho de él, para no tener que mirarlo-. Te sientes culpable por Zarubayev y Fidelio, por el resto de nosotros que estamos perdidos en el espaciotiempo por culpa tuya, supones. Dan, Liebchen', sabes que fuimos libre y alegremente. Nosotros, los que salvaste de la Rueda… Fidelio también, Fidelio sobre todo, creo… te lo agradeceremos mientras vivamos, pase lo que pase. Errores, desgracias, cada capitán los conoce. Eres un capitán demasiado fuerte para dejar que te entristezcan. No; aprenderás de ellos y seguirás adelante, por el bien de tus seguidores. Y si al final, y es lo que me parece más probable, si al final no tenemos éxito, no volvemos a casa… vaya, ¡qué aventura gloriosa habremos tenido!
- Sí -suspiró él.
- Caitlin hace que sientas eso en tu sangre. Es una pena que no esté contigo esta noche. -Frieda hizo una pausa-. O quizá sea mejor. Quizá te hace demasiado feliz para que mires en lo más profundo, en las raíces de tu pena. Dan, estabas pensando en tu familia.
El inspiró temblorosamente.
- Tu esposa, tus hijos -dijo ella-. Piensas que los has abandonado. Cuando Caitlin no está, vuelven a tu mente. Y entonces te dedicas a castigarte de todas las maneras posibles.
Su boca se contrajo y parpadeó.
- Oye, cambiemos de tema -dijo ásperamente-. Tú no eres un psicotécnico… y yo no soy un maldito paciente.
- Ja, ja, lo sé; no soy más que tu compañera Frieda. Pero podemos hablar, ¿no? ¿Por qué no me cuentas cómo es Lis? Me gustaría saberlo.
Mucho después, él yacía en una especie de paz, soñoliento.
- Eres una mujer maravillosa -dijo rodeado por la música suave-. No tenía idea de lo buena que eres… comprensiva, generosa…
El no vio la amargura que la atravesó.
- Oh, sí; tengo mi reputación de viejo soldado curtido. Bueno, los dos granaderos de la canción lloraron cuando volvieron y descubrieron que habían hecho prisionero al Emperador. -Rió-. Y ahora, si quieres hacerme un favor, Dan, dormirás y te despertarás sintiéndote bien a la hora del desayuno. Una hora antes del desayuno.
El la estrechó un poco. -Seguro. Buena idea. Y ella le dijo, en un impulso:
- Dan, será mejor que lleguemos pronto a casa. Si no, me voy a enamorar mucho de ti.
Visto desde fuera, el planeta era de un azul más profundo que Tierra o Deméter, adornado por nubes que tenían un suave matiz ambarino dentro de su blancura. Los continentes parecían manchas oxidadas en esa claridad, salvo donde la nieve brillaba en picos y altiplanos. Sus contornos eran borrosos; los colores del amanecer y el anochecer, mientras la Chinook estaba en una órbita cercana alrededor de él, eran fantásticos. No tenia casquetes polares. Tres lunas lo orbitaban.
Masivo, denso, con una gravedad en la superficie cinco veces mayor que la de Tierra, el mundo tenía una atmósfera muy densa. Los humanos no hubieran podido respirar sin ayuda al nivel del mar. Sus pulmones hubiesen aceptado la combinación de oxígeno y nitrógeno, pero no su concentración, y el efecto de invernadero mantenía las tierras bajas muy calientes en las latitudes altas, e insoportables cerca del ecuador. El hombre sólo hubiera podido sobrevivir en las mesetas más altas.
Pero la vida cubría el globo, no muy diferente del tipo terrestre, teniendo en cuenta las diferencias cósmicas.
- Diablos, eso podría ser el espectro de reflexión de la clorofila -murmuró Dozsa-. Cubierto por otra cosa, por supuesto, pero…
- Las posibilidades en contra de que pudiéramos alimentarnos allí abajo, sin semillas ni sintetizadores, son absurdamente grandes -interrumpió Weisenberg.
- Podríamos investigar -propuso Dozsa.
Brodersen meneó la cabeza.
- No; me gustaría, pero el riesgo es demasiado grande y las ventajas demasiado pequeñas, ya que no hemos visto signos de civilización ni de inteligencia.
- Además -dijo Caitlin-, los Otros están preservando este mundo para una raza que pueda, verdaderamente, crecer en él, tal como guardaron Deméter para nosotros.
Guardia nocturna.
La Chinook volvía al pórtico. Caitlin seguía despierta después de que Brodersen se hubiese dormido, hasta que se levantó, se puso el pijama y dejó el camarote. Entrando en la sala de reuniones, cerró la puerta, apagó las luces y la pantalla que mostraba el sol, y se sentó en una obscuridad sin sonidos para estar con las estrellas del racimo.
Había pasado media hora cuando la puerta volvió a abrirse, dando paso a una persona que volvió a cerrarla tras de sí. El cielo, más radiante que una luna llena, mostró a Susanne Granville. Tenía la cara llena de lágrimas.
Se detuvo cuando vio a Caitlin. -Oh -tartamudeó-, disculpa. Y se volvió para marcharse.
- Aguarda, Su. -La contramaestre se puso en pie de un salto y se acercó a ella-. ¿Qué te pasa?
- Ríen… no es nada. N-n-no sabía que estabas aquí. Me iré a mi camarote.
- Ni lo pienses. -Caitlin puso un brazo sobre sus hombros-. Si alguien se va, seré yo. Tú has venido en busca de consuelo, chica.
Consideró el rostro desolado, la cabeza gacha, la respiración desigual, los dedos que se retorcían. -¿O de fuerza?
Susanne cedió. Caitlin la abrazó, acarició y murmuró hasta que pasaron los sollozos. Entonces, la llevó a una pequeña mesa de juego, la sentó, se sentó enfrente y se estiró para cogerle una mano. Los cielos eran como una casa adornada con diademas detrás de ellas. Su se estremeció. -Hace frío -dijo con voz apagada. -Sí, es el momento del ciclo de temperaturas -replicó Caitlin-. Pero tú lo sientes pese a tu mono y yo no tengo más que este pijama tan fino. Él verdadero frío está dentro de ti, querida. ¿No quieres aceptar un poco de tibieza?
Su desvió su mirada hacia el exterior. -No voy a entrometerme -dijo Caitlin-. Pero soy el médico de esta nave, y en Deméter he oído cosas peores de lo que podrías imaginar. Ayudé cuando pude y siempre guardé silencio… Tiene que ver con Carlos, ¿verdad?
Su asintió violentamente.
- Sí, todos hemos notado que estáis muy próximos y nos hemos alegrado por ti -siguió Caitlin-. Mira, si me dices que me meta en mis cosas, te pediré disculpas y te dejaré en paz. Pero tú tienes un corazón fuerte detrás de tu suavidad. Una pelea con él te haría sentir mal, pero no te aplastaría así. ¿Qué ha pasado, Su?
La conexión alzó un puño y dijo, casi demasiado rápido para ser entendida:
- ¡Me ha pedido que me case con él!
- ¿Qué? ¡Pero eso es estupendo! Dos personas maravillosas… ¿Le dijiste que no?
- Sí. Tuve que hacerlo. Es imposible.
- ¿Por qué?
Como Su no dio más respuesta que tragar saliva un par de veces, Caitlin reconstruyó, con su tono más tranquilizador:
- Sin duda, primero te hizo una proposición, y tú declinaste. Esta noche te propuso matrimonio. Eso muestra que te ama, querida. Podría obtener mucho sexo en otros lugares. Frieda… y yo, confieso que ya hubiera satisfecho mi curiosidad, si no te hubieses enamorado de él. Es cierto que una ceremonia presidida por Dan no tendría valor legal o canónico, pero sería una boda por su intención honesta, y estoy segura de que se haría cargo de las formalidades cuando volviéramos a casa. Dan, que lo conoce desde hace mucho, me ha dicho que cuando Carlos da su palabra, no se vuelve atrás, nunca. Su meneó la cabeza.
- ¿Por qué no te mudas a su camarote, simplemente? -preguntó Caitlin-. Me dijiste que tus padres eran religiosos, pero que tú te considerabas una atea devota.
- Por ellos -replicó Su en un suspiro-. Ya los he herido demasiado, sin necesidad de volver como… como una fulana.
Recuperó una sombra de su vitalidad. -Aunque no lo sería, pese a todo. -Pero ¿aceptarías una ceremonia en la nave? ¿Le quieres? Y entonces, en nombre de Maeve, ¿por qué le has dicho que no? -Soy… une vierge.
- ¿Virgen? -Caitlin sonrió-. Bueno, eso no es corriente a tu edad, pero no es una vergüenza. No es más que una desgracia.
Viendo que el dolor de la muchacha no desaparecía, siguió sobriamente-: ¿Es que tienes miedo de las relaciones conyugales? ¿No del dolor, quizá, sino de la ignorancia? Yo puedo ayudarte a superar eso, y Carlos mucho más. Frieda di… tengo razones para suponer que es muy considerado… ¿O tienes miedo de quedar subordinada, anulada? El tiene su toque de machismo. Pero apostaría a que tienes ánimos para enfrentarlo, y elegir tu propio camino. Acuérdate de Lis Leino. -No comprendes. Nunca he sido inoculada. -¿Qué? -Caitlin quedó abrumada. -Mis padres… no es que esté enfadada con ellos. Son adorables. Pero viviendo en casa, si me ponía la inyección antes de casarme, hubieran pensado que era una declaración de que… pensaba ser muy barata, como la mayoría de las chicas. Caitlin resopló.
- Eso es lo que ellos opinaban.
- No te condeno -dijo Susanne, a toda prisa-. Es que a mí me criaron para elegir otra cosa. Y cuando estaba en Tierra, ir a un médico para que me hiciera eso me hubiese parecido… ¿furtivo? Rió amargamente.
- De todos modos, no era necesario. El problema no se planteó.
- Y volviste, y te quedaste pacientemente enamorada de Dan… oh, lo noté, lo noté… hasta que Carlos y tú… Tienes miedo de quedar embarazada.
- Sí. El aborto es un homicidio. Cuando no es necesario para salvar la vida o la salud de la madre, es un asesinato.
«Además carecemos del instrumental necesario. ¡Infanticidios no! Antes, me arrojaría por una escotilla.
»Y no podemos traer niños… a esta nave perdida… para que consuman raciones y acorten los pocos años que les quedan a nuestros compañeros… -Su se enderezó en su silla. La mano que Caitlin no sujetaba golpeó en la mesa, haciendo un ruido solitario-. Le dije que no. El quería seguir hablando, pero me fui corriendo. Quizá ahora pueda volver a hablar con él. Gracias. ¿Sabes que Dan fue bueno conmigo en esta misma habitación? -Aguarda. -Caitlin se acarició la barbilla y frunció el ceño al universo-. Déjame pensar. A fe que más de un terrible dilema humano ha tenido lo que nuestro capitán llama una solución mecánica. No tengo el instrumental ni los conocimientos necesarios para esterilizar a uno de vosotros dos. Pero en una época, había anticonceptivos mecánicos. Quizá Phil y yo podamos volver a inventar, entre los dos, alguna cosa que no sea demasiado desagradable. Sintió la resistencia.
- No sientas vergüenza. ¿No sacrificarías un poco de lo que consideras tu dignidad por tu felicidad y la de tu hombre?
Susanne tuvo que luchar antes de decir: -Sí, sí.
- Y quizá no sea necesario. -A medida que se le ocurrían ideas, el entusiasmo de Caitlin aumentaba y maduraba hasta el júbilo-. Preguntaré al banco de datos. Bien puede saber algo acerca de los procedimientos… sí, la vasectomía no es una cirugía complicada, si puedo averiguar cómo hacerla, y es reversible por medio de la clonación, si volvemos a casa… creo que una vez leí algo acerca de mecanismos intrauterinos… o algo acerca de la química… Oh, consideraremos los detalles después. Lo que importa, pobre inocente, es que no estés desamparada. ¡Adelante! ¡Cásate con él y que Dios te bendiga!
La conexión estaba abrumada. -¿Y si fracasamos y se produce una concepción? -Vaya, en ese caso -replicó Caitlin y era como si resonara una trompeta- no será un fracaso, de ninguna manera. Será un triunfo. Significará que no nos rendimos a la muerte, no, aunque nos ofrezca rendirnos honores militares. Seguimos peleando, seguimos viviendo, seguimos luchando… ¡y tu hijo con nosotros!
Lentamente comenzó a crecer en Susanne un brillo igual al de las estrellas.
40
SALTO.
La multitud de estrellas era menos abundante y brillante que antes, aunque mayor que alrededor de Sol o Febo… salvo que en una dirección coronaba un gran ámbito nocturno, salpicado sólo por unos pocos resplandores en el primer plano. No veía ningún sol. La máquina T tenía como satélite un gran elipsoide, muy parecido al del pulsar. Estaba en órbita alrededor de algo que el ojo percibía como una chispa azul-blanca que parpadeaba y Joelle y los instrumentos percibían como una fuente infernal de radiación dura.
El juicio de Joelle les llegó, como si fuera el de Dios:
- Nos hemos acercado demasiado al núcleo de la galaxia. Esas son las nubes de polvo que siempre lo ocultaron. Aquí hay un agujero negro.
El colapsar definitivo, el remanente de una supernova, tan enorme que su fuerza gravitacional, forzada sobre sí misma, lo había comprimido en una pequeñez, en un campo de fuerza tal, que ni la luz podía escapar… Las leyes conocidas de la física quedaban relegadas, y la materia se encogía cada vez más en dirección a un punto geométrico, una singularidad, en el que ninguna ley tenía vigencia. Pero los exploradores no podían observar nada de esto… Sólo una parte infinitesimal de ondas mecánicas podía retornar de ese pozo energético que toda lo devoraba. El material interestelar, absorbido, entregaba su energía como un último grito desesperado, antes de desvanecerse… ¿por toda la eternidad?
Sospecho que la eternidad es una superstición humana y que los Otros lo saben, pensó Brodersen. En voz alta: -Más allá debe de haber un observatorio, similar al que encontramos antes, salvo, supongo, una serie de diferencias muy instructivas. Investigaremos. El nivel de radiactividad no es tan elevado que no podamos quedarnos un tiempo.
- No. -Había urgencia en la voz de Joelle-. No. Sigamos. En seguida.
- …¿por qué?
- No puedo decírtelo. Una intuición… Nosotros los holotetas trabajamos con intuiciones, Dan… con mucha frecuencia… y aquí… Fuerzas, energías, la misma forma del espacio, todo es muy extraño. Tengo miedo de que no podamos enfrentarnos con esto.
Sin más conocimientos, dijo su autorrespeto. Los Otros podrán enseñarme a volver y aprender, cuando los encuentre, si es que los encuentro.
41
SALTO.
Nuevamente, el cielo estaba constelado de estrellas, casi tantas como hacía dos saltos, casi todas de tonalidad rojiza, desde la de la sangre hasta la de las rosas, pero brillantes y nítidas. La mayoría eran menos brillantes que las del racimo y más brillantes que las del espiral interno, un hecho que indicaba su distancia y su separación. No había rastros de nebulosas, galaxias exteriores o la Vía Láctea. En una dirección, la densidad estelar se hacía cada vez mayor, hasta que la vista se condensaba en un globo rubí, como un enorme sol talismático.
La máquina T estaba sola, a meses luz del cuerpo astronómico más cercano, algo borroso. Cualquiera que fuese el sendero que seguía, era dirigida por toda la multitud. El cilindro tenía un tamaño doble al de todas las máquinas que los viajeros habían visto hasta ahora. Veintitrés balizas lo rodeaban, esparcidas a lo largo de cien mil kilómetros.
- Estamos cerca del centro de la galaxia, dentro de las nubes. -El tono de Joelle había recuperado la firmeza y una calma onírica-. Aquí hay muchas más estrellas que en cualquier otro lugar, y las supervivientes que vemos son las más antiguas, formadas al comienzo. Puede haber un agujero negro de tamaño monstruoso, que se ha tragado millones y sigue haciéndolo. Si es así, entonces su ritmo se ha vuelto muy lento, pues el nivel de radiación es muy moderado, y debemos de habernos internado muy lejos en nuestro futuro, cuando sólo las enanas más longevas siguen brillando.
Flotando en su puesto de mando, silencioso y maravillado, Brodersen se oyó preguntar:
- ¿Y por qué el pórtico que tomamos no lleva a ninguna de ellas? Pegeen podría encontrar palabras para lo que siento ahora, pero mi tonto cerebro sólo puede cacarear… sólo podría hacer eso aunque no estuviera atónito.
- Las máquinas T no tienen un alcance infinito. Son necesarios relés, emplazados en las ubicaciones óptimas del espaciotiempo. Esta podría servir para ir a más lugares que miembros tiene la galaxia. Eso, y sus dimensiones, y lo que ya he observado y calculado mientras viajábamos, me hace pensar que los senderos más largos que genera llegan extremadamente lejos.
- Un cruce… ¡Eh, aguarda! -rugió Brodersen. La revelación explotó en él. Su pulso se transformó en un tambor de guerra-. ¡Escuchad, escuchad! Una civilización, un conjunto de civilizaciones o… o más posiblemente algo para lo que no tenemos palabras o ideas… y los mismos Otros… su gente debe de pasar por aquí. ¡Si nos quedamos, los conoceremos!
Gritos y chachara llegaron al intercom desde todos los puestos de la nave. Weisenberg esperó a que se hiciera el silencio antes de formular su advertencia:
- Aguarda. ¿Con cuánta frecuencia pasa alguien? Probablemente, la mayoría de los tránsitos son directos, simplemente porque una máquina corriente puede llevarte a más mundos de los que podrías recorrer en una vida que durara un millón de años. Quizás esto se usa una vez por siglo. En la escala de tiempo que usan los Otros, justificaría su construcción.
- No podremos asegurarlo hasta que no lo hayamos intentado -dijo Brodersen, más tranquilo.
- Pero no podemos estar tanto tiempo en caída libre -advirtió Caitlin-. La verdad es que nuestra última aceleración fue demasiado breve para mantenernos sanos. Brodersen lo consideró.
- Tienes razón. -Exuberante-: Tendrás que perder esa mala costumbre tuya, Pegeen, de tener siempre razón. -De acuerdo, necesitamos peso y no queremos ponernos en régimen de rueda antes de lo necesario, sino mantener nuestras opciones abiertas al mayor tiempo posible. De modo que aceleraremos hacia aquí y hacia allá por esta zona. Digamos… hum… cuatro horas hacia afuera, media vuelta y cuatro horas hacia aquí, desacelerando. De ese modo, nunca nos alejaremos a más de un millón de kilómetros, y nuestra velocidad relativa no será demasiado alta. No tendremos problemas para detectar una nave y enviarle una señal.
- ¿Y por qué van a usar ondas electromagnéticas para comunicarse? -objetó Dozsa-. Me han dicho que los betanos no las utilizan.
- Pero conservan su capacidad de recibirlas, en caso de necesidad -dijo Rueda-. Además, la radiación de nuestros reactores sería registrada por sus instrumentos.
- Y podríamos colocar una luz grande, y gorda y parpadeante en nuestro casco -añadió Leino, excitado.
Bueno -gritó Brodersen-, ¿qué os parece?
La Chinook volaba. Iba a tres cuartos de una gravedad, menos de lo que su capitán había pensado. Caitlin había observado que eso era suficiente y haría durar más la masa de reacción. Todos andaban ligeros, sobre sus pies y en sus corazones.
Al entrar en el camarote de Joelle, la paramédico encontró a la holoteta de pie en un ambiente poco hospitalario. Todos los demás mantenían generalmente algo sintonizado en sus pantallas, ya fuera música, o alguna obra de arte estática. Aquí la pantallla estaba muda y obscura. A menos que se contara la cama, cuidadosamente hecha, la habitación no contenía rastros de personalidad.
Con el caftán azul suelto que Caitlin le había hecho, Joelle parecía la escultura de un bodhisattva. Su desaseo había desaparecido, estaba lavada y arreglada y razonablemente descansada, pero también habían desaparecido los últimos rastros terrenales. Con sus ojos enormes y su cofia de cabellos grises, su rostro estaba pálido como el marfil, casi desprovisto de carne, de sexo, inhumanamente sereno. La mano que levantó y la sonrisa que exhibió al saludar trazaron curvas abstractas. Su voz había vuelto a ser melodiosa, pero la melodía no era para oídos mortales.
- Es muy amable por haber venido -dijo, una fórmula.
- No es molestia -respondió Caitlin-. Tenemos que mejorar su estado físico, y si prefiere empezar en privado, bueno, supongo que los primeros ejercicios que le recetaré no necesitarán equipo de gimnasia. Apoyó su botiquín y abrid la caja. -Empezaremos por un chequeo. Joelle se quitó el vestido y lo tiró encima de una silla. Caitlin estudió sus formas de espantapájaros, giró alrededor de ella, recorrió la piel con dedos inquisitivos. Joelle se quedó quieta, salvo para quitar los brazos del medio cuando se lo pedía.
- Una delgadez razonable no tiene nada de malo -observó Caitlin-. Ojalá mi culo fuera un poco menos realista. Pero el suyo es positivamente etéreo.
Como su gambito conversacional fracasó, se puso activa.
- Tendremos que restaurar los tejidos musculares desgastados, lo cual significa que tendrá que comer más proteínas. Además, una ligera capa de grasa es normal en una mujer. Dígame, ¿cuáles son sus platos favoritos? Puedo tratar de preparar comidas que le parezcan apetitosas.
- Es lo mismo -dijo Joelle-. Infórmeme cuánto debo consumir de cada cosa y lo haré.
Caitlin frunció apenas el ceño, pero no tenía una respuesta inmediata. Prosiguiendo su examen encontró buena salud. Eso incluía los signos neurológicos. Las tensiones, los tics y las contracciones habían desaparecido, los reflejos eran excelentes, un ritmo cardíaco lento y regular mantenía una tensión sanguínea que podía haber sido envidiada por alguien veinte años más joven.
- Fin de la rutina -dijo, finalmente-. Puede vestirse. Haré los análisis habituales de muestras de células y fluidos, pero no dudo de que estarán muy bien.
Joelle volvió a ponerse el caftán.
- Entonces, será mejor que empiece con su programa, si me lo explica.
- Mmmm… Aún no he terminado. Siéntese. Quiero hablar con usted.
Cuando estuvieron sentadas y Joelle hubo aguardado pasivamente que Caitlin hablara, ésta lo hizo:
- Puedo recetar para su cuerpo, pero eso puede no ser muy útil si no sé nada de su mente. Por ejemplo, ¿con cuánta fidelidad seguirá mis instrucciones?
- Con mucha. -La promesa no era ferviente ni desganada-. Supongo que no van a interferir demasiado con mi trabajo y comprendo que su finalidad es impedir que un colapso interfiera.
La boca de Caittin se puso tensa.
- Eso es lo que más me preocupa. ¿Cuántas holotesis podrá soportar, antes de que le suceda algo? ¿Qué podría sucederle? ¿Sería irreversible? ¿Habrá empezado ya? Joelle, ninguno de sus compañeros de la Emissary afirma haberla conocido íntimamente, pero están de acuerdo en que se ha transformado en una extraña. Nunca he oído hablar de nadie que pase conectada prácticamente todas las horas de vigilia. No; en casa el tiempo está limitado por reglamentaciones, y me pregunto si Dan no tendría que obligarla a cumplirlas.
- ¿Teme que haya daños? -preguntó la otra mujer, impávida.
- Sí. Esquizofrenia inducida, quizás, o una condición que se le parece, o… ¿Quién podría decirlo? Soy apenas una enfermera que estudió un poco más. Las referencias médicas que hay a bordo están llenas de tecnicismos y después no aclaran los síntomas para el diagnóstico, ni el pronóstico, porque la situación no tiene precedentes. Sin embargo, su comportamiento es cada vez más… autístico. -Caitlin se inclinó hacia adelante-. Sea honesta. Nosotros, el resto de nosotros, ¿somos para usted algo más que parte de la maquinaria?
- Claro -respondió Joelle, siempre plácida. Una sonrisa pasó por su cara como un rayo de luna que atraviesa las nubes-. Me gustan todos ustedes, les deseo lo mejor y me propongo hacer todo lo posible por llevarlos a casa sanos y salvos. Para lograrlo, será mejor que desarrolle mis poderes. Le aseguro que, lejos de estar loca, cada día me vuelvo más cuerda de lo que ha estado nunca un miembro de nuestra especie.
- Oh, ésa es una afirmación grande como una ballena.
- Sí, suena grandiosa cuando se la pone en esa chachara de orangutanes que el hombre llama lenguaje. Me gustaría que usted pudiera hacer la experiencia. Usted es una poetisa y podría comunicar algo de la sensación, si no de la realidad. No soy elocuente, y además he hecho menos práctica que la mayoría, durante toda mi vida, en materia de comunicarme con la gente común. Además, cuando no estoy conectada, me siento, bueno, viva a medias. -Joelle se detuvo, para buscar frases-. Supongo que Susanne Granville habrá tratado de explicarle lo que es la conexión para ella. Es la más pálida sombra de lo que es para mí. Y no cree que ella esté loca, ¿verdad? O… cuando compone una canción… cuando está haciendo el amor, usted seguramente con más plenitud que otros… ésas son experiencias trascendentales, ¿no? Usted las busca una y otra vez, siempre que le es posible. No perjudican a su razón, ¿verdad? Por el contrario, ¿no se siente más fuerte y estable gracias a ellas?
- Son naturales -arguyó Caitlin-. Evolucionaron en nosotros desde que la vida primitiva comenzó a agitarse en Tierra. Y usted ha renunciado a ellas. Eso no puede ser saludable. Oh, sí, sacerdotes y monjas y santos místicos, científicos y artistas totalmente dedicados, han podido conservar el equilibrio, a veces. Quizás el ascetismo se adaptaba a sus temperamentos mejor que los placeres corrientes. Pero se mantuvieron dentro del mundo humano, buscando metas humanas, rodeados por cosas a las que podían responder los sentidos humanos… no unidos por alambres a una máquina. Nunca le prohibiría su holotesis, Joelle, pero estoy pensando que tendría que usar también el resto de su persona.
Por primera vez hubo dolor en el rostro que había frente a ella, y en la voz que respondió, aunque poco. -Lo intenté. Con más empeño del que supone. Año tras año, los resultados disminuyeron y las heridas aumentaron, hasta que me transformé en una vieja tonta cuando no estaba conectada. -Recuperó la calma-. Mientras tanto, en este vuelo, comencé a usar verdaderamente, a controlar lo que aprendí en Beta. Y Fidelio me enseñó más. Y las increíbles entradas, todo el cosmos abriéndose ante mí, facetas del noúmeno que ni los betanos ni los humanos habían soñado. Buscando una mayor penetración, he estado descubriendo nuevas técnicas… formas de discernir, pensar, entender… filosofías… que me proporcionan una penetración más profunda, que me empuja hacia adelante…
Lo paz de Joelle se transformó en un tranquilo ardor.
- Caitlin, créame, nunca he sido tan feliz, y cuanto más me alejo de lo que usted llama humanidad, más feliz y más cuerda me vuelvo. No; no soy mejor que usted, soy diferente, y ¿cómo se sentiría si una orden le robara su don para componer canciones y hacer el amor? Yo… pronto podré superar algo en mí que sé que está mal: la compadezco. Pobre animal bello y dulce, la compadezco. Pero creo que los Otros no lo harían, así que yo tampoco debo hacerlo.
»Los Otros… Quizá no los encontremos. Podemos morir en el espacio o en el mundo de alguna superficie que simplemente tenga una tecnología superior a la nuestra. Podría soportar esas cosas, si cualquiera de las dos sucede. Pero estoy convencida de que cada raza, cuando puede hacerlo, sale a buscar a los Otros, como hacemos nosotros, a tropezones. ¿Qué finalidad más elevada se puede tener?
»Y si los encontramos, si eso sucediera… estaré lista para hablar con ellos.
Fue más tarde, después de haber rogado que no se limitara a Joelle mientras no aparecieran señales de peligro, cuando Caitlin pensó en la última frase, la que no había dicho: Estaré lista para unirme a ellos.
La Chinook volaba.
La sala de reuniones brillaba con sus nuevas decoraciones. Las notas de un órgano salían de una terminal en cuya zona visual holográmica aparecían alternativamente paisajes de Tierra y Deméter: un jardín florecido, una puesta de sol en el océano, una montaña, un árbol en una pradera. En las demás, resplandecían las estrellas y el corazón de la galaxia. Vestidos con sus mejores ropas, Dozsa, Weisenberg, Leino, Frieda y Caitlin flanqueaban una mesa detrás de la cual se encontraba Brodersen. Frente a él estaban Carlos y Susanne, cogidos de la mano. En la parte posterior de la habitación aguardaba un festín cuya confección había llevado muchos días.
Sólo Joelle estaba ausente, aunque tenía conciencia de los acontecimientos desde su superioridad. Había dado su torpe bendición a la fiesta. Había que mantener una guardia permanente, por si aparecía alguna nave galáctica, para poner en acción instantáneamente todo lo que estaba programado, y ella podía remplazar a las dos personas que montaban guardia habitualmente.
Brodersen levantó los papeles que necesitaba. Como él no era sacerdote ni magistrado y la pareja no compartía la misma fe, no les pareció correcto buscar y utilizar las fórmulas tradicionales. Caitlin había escrito esto, adornándolo con arabescos caligráficos, como un regalo extra para su amigos.
Ella tendría que haber presidido la ceremonia, pensó. El espectáculo sería mejor. Yo soy un mamarracho, como párroco. Yo… maldición, me arden los ojos y lo veo todo nublado. ¿No estaré a punto de llorar? Lis, Lis, los rayos de sol entrando por la ventana de la capilla cuando nos… -Bienamados amigos -empezó-. En este día de nuestro exilio, nos hemos reunido para crear un hogar. Perdidos, pero perdidos entre esplendores; en peligro, pero cargados de esperanzas, pedimos la bendición de Dios o pedimos la bendición de la vida para dos de entre nosotros, Carlos y Susanne. Les agradecemos que hayan renovado nuestro valor, alegrado nuestros ánimos. ¡Compañeros de viaje, que seáis siempre felices! ¡Y ahora, seremos testigos de vuestros juramentos, mientras nos comprometemos nuevamente a… Una sirena aulló.
La Chinook no estaba lejos de la máquina T, moviéndose hacia afuera, y había cuatro horas completas disponibles para la ceremonia y el festejo, antes de que el giro los interrumpiera. A velocidad electrónica, Joelle conectó la pantalla adecuada, con el máximo de magnificación. El cilindro que giraba y un par de balizas parecieron saltar dentro de la habitación. Pero nadie distinguió más que un borrón que pasó velozmente ante sus ojos y desapareció.
Después de un momento en que la música pareció obscena en el silencio, llegó la voz de Joelle, sin relieve: -Una nave. Completó el tránsito en treinta y siete segundos.
- Nombre de Dios -murmuró Rueda y abrazó a su novia.
Antes de que pudieran derramar una lágrima, Caitlin abrazó a ambos. Desde atrás de sus hombros temblorosos dijo a Brodersen:
- Dan, tenemos que terminar con un asunto importante, sí, y tenemos que celebrarlo antes de pensar en este desafortunado asunto. ¿Quieres empezar de nuevo?
El capitán estaba sentado, solo, en su despacho. Su línea privada estaba conectada con la holoteta. Sus mandíbulas se cerraban con fuerza sobre una pipa que había vuelto acre el aire que lo rodeaba y quemaba su lengua. Había una botella de whisky sobre su mesa, junto a las copias de las fotografías de alta velocidad.
Estas mostraban un enrejado tridimensional, de un kilómetro de longitud en su lado mayor, de una configuración nada sencilla, aunque gracioso, y de aspecto frágil como una tela de araña al amanecer que brilla humedecida por el rocío. Una luminosidad perlada enmascaraba la totalidad. Eso y la distancia apenas permitían la apreciación de más detalles. También había sido imposible determinar con exactitud el sendero que habían utilizado.
Joelle dijo:
- Sospecho que esa nave casi no tiene masa, es casi una combinación de campos de fuerza. Estos podrían proteger a los pasajeros y la carga de la fantástica aceleración que la hizo atravesar el pórtico. Si hay una carga; si hay pasajeros. Podría ser robótica… no; es un concepto demasiado primitivo… y puede no llevar más que diseños, grabados en unas pocas moléculas, que son información. ¿Por qué mandar tu cuerpo a cualquier parte? ¿Por qué no enviar una grabación de tu personalidad que puede ser activada al llegar… en un cuerpo fabricado e idéntico o en uno preparado especialmente para eso? Puede hacer y experimentar lo que tú quieras. Luego puede volver, como un diseño… y ser transcrito… en ti. Vaya, podrías vivir mil vidas diferentes, en otros tantos mundos, y después reunirías a todas.
- ¿Sabes que es así? -preguntó Brodersen sordamente.
- Claro que no. Pero sé que es posible. Hasta percibo algunos detalles de cómo se podría hacer. Si tuvieras semejante capacidad, ¿no la usarías?
- Sí, supongo que sí. Entonces ¿nunca nos percibirán?
- No he dicho eso. Quizá también pasen por aquí naves más primitivas, materiales. Por mil razones, no todas las razas de la hermandad tienen por qué estar en el mismo nivel tecnológico. O quizá los Otros vengan aquí, de cuando en cuando. No creo que ésos fueran Otros, Dan. Para ellos no habríamos pasado desapercibidos.
Brodersen bebió un trago.
- ¿Cuál es tu estimación intuitiva de las posibilidades de todos esos casos? De que pase alguien que no sea demasiado adelantado para prestar atención, como nosotros no somos demasiado adelantados para no notar a un hombre en el bosque. O alguien que esté tan del otro lado como para ocuparse de los gorriones.
- Yo diría que las posibilidades son pocas.
- Sí, yo también. Quizás estemos equivocándonos, Joelle, equivocándonos de forma letal pero ¿en qué podemos apoyarnos, si no en nuestras suposiciones, tú las de tu cerebro, yo las del instinto ciego? Si nos quedamos aquí unos meses más, yendo y volviendo para tener peso, gastaremos nuestra masa de reacción y no nos quedará más camino que el régimen de rueda y quedarnos. Creo que es mejor conservar nuestra libertad de movimientos. Trataré de que levemos el ancla cuando esto se discuta y se vote.
La pipa de Brodersen se había apagado. Volvió a encenderla.
- Pero no lo discutiremos hasta dentro de un par de semanas -decretó-. Mientras, podría aparecer algo, nunca se sabe. Y Su y Carlos se merecen una buena luna de miel.
No volvió a aparecer nada
42
SALTO.
En la más total obscuridad, una colosal rueda tachonada ocupaba un tercio del cielo. Desde donde estaba la Chinook, parecía inclinada; la visión mostraba un brazo, después el núcleo desde el que se curvaba, después otro brazo que había atrás. Brillaba, brillaba; el corazón era rojo-dorado, los brazos azul-blanco y había racimos esparcidos por todas partes como chispas.
- Espacio intergaláctico -susurró Brodersen.
- Unos cincuenta mil años luz hacia afuera. Más que el sitio donde estábamos -dijo Joelle. Había exaltación en su tono-. Juzgando por los colores, el brillo relativo de las porciones internas y externas, hay menos estrellas gigantes de lo que suponían nuestros astrónomos y menos polvo y gas para que se formen estrellas nuevas. Debemos de seguir estando en el futuro, más lejano, quizás. ¿Mil millones de años? ¡Quedémonos un poco, así podré aprender!
Brodersen contempló el cilindro y sus brillantes acompañantes.
- Otra máquina T solitaria, y grande, como la anterior. Un punto de partida hacia otras galaxias… y épocas. Cuando calculaste qué sendero nos llevaría más lejos, lo hiciste bien.
- Pero ni trazas de ayuda para nosotros -dijo la voz fatigada de Leino-. ¿Cuánto tiempo podremos seguir cazando? ¿En qué lugares absurdos?
- Sí -dijo-. Empiezo a preguntármelo. Quizá no sea inteligente seguir adelante. Quizá Joelle tendría que guiarnos para que volvamos sobre nuestros pasos, si puede hacerlo.
- Creo que sí, en general -les dijo la holoteta-. Pero eso requerirá más información. Que tendré que reunir, de cualquier manera, para mejorar mis computaciones, decidamos lo que decidamos.
- De acuerdo -dijo Brodersen-. Nos quedaremos un tiempo; tanto da.
Se restregó los ojos.
- Podremos reflexionar. Y quizá hasta descansar un poco, después de este último impacto.
Caitlin preguntó dulcemente:
- ¿Nadie se ha fijado en lo bello que es?
Flotaba, sola, en la sala de reuniones, y adoraba. Los relojes marcaban las veintidós treinta del día que la tripulación arrastraba por el cosmos, y la reunión había terminado pronto.
Dozsa entró, se impulsó hacia ella y se detuvo asiéndose de una silla. La única iluminación venía de fuera, plateada y rosada, suave como un claro de luna. La teñía contra las sombras moteadas y las obscuridades más profundas que llenaban la habitación.
- Pensé que te encontraría aquí -dijo él-. Esto… ¿cómo estás?
- Más allá del júbilo -respondió ella, sin desviar la mirada del cielo.
- Sí, es una vista espléndida. Es una vergüenza que nadie más parezca apreciarla. Salvo Joelle, a su fría manera… Es para amantes.
- Por cierto que es así, Stefan.
El primer oficial sonrió y rodeó su cintura con el brazo. Ella no reaccionó visiblemente, ni a favor ni en contra.
- Tú eres una- vista aún más maravillosa, Caitlin -murmuró.
- Gracias, bondadoso señor, por vuestra mendacidad. -El humor desapareció-. Pero, por favor, y no es que quiera ofenderte; quiero perderme en lo que tenemos frente a nosotros, mientras sea posible.
- Ohhhh. -El se acercó-. Caitlin, cariño.
Ella se puso tensa y se volvió, enfrentándolo.
- Stefan, hemos sido buenos camaradas. No estropearías eso, ¿verdad?
El la besó en la boca. Ella retrocedió, sin poder desprenderse de su abrazo, pero ganando medio metro en todo el resto de su cuerpo.
- Suéltame -exigió.
El tiró de ella.
- Suéltame -dijo ella, subrayando cada palabra- o, por Morrigan, irás a parar a la enfermería.
Dozsa la soltó. Su indignación se enfrentó con la furia de ella. Caitlin respiraba con fuerza.
- Si lo dudas -advirtió-, si confías en tu karate, perderás un ojo, por lo menos, y las joyas de la familia. Soy tan capaz de hacer pedazos a alguien como de coserlo.
Controló su ira.
- Ah, he perdido los estribos -dijo, haciendo un esfuerzo-. No tenías mala intención, estoy segura. Olvidaremos el asunto.
La furia de él aumentó.
- Tú no eres simplemente la mujer de Dan Brodersen -escupió-. También eres la de Martti Leino. ¿Y la de quién más?
Ella volvió a ofenderse.
- Soy mía y de nadie más.
- Pero vas moviendo el culo por ahí cuando te apetece, ¿verdad? Y yo no soy suficientemente bueno para ti.
Ella intentó ser prudente.
- Stef, querido, Martti necesitaba ayuda. No puedo decir por qué, pero era así. Ahora ya no la necesita casi nunca. Y es Dan quien sangra. Debe tomar decisión tras terrible decisión, sin saber si la próxima será nuestra sentencia de muerte. Trato de hacer más tolerable su vida. Y es la persona principal para mí, el hombre a quien amo y que me ama.
- ¡Sí! Esta noche se ha ido con Prieda. No creas que no os vi a los tres murmurando cosas y a ellos dos marchándose.
Caitlin sonrió.
- Sí. Ella también tiene sus necesidades, según he sabido. ¿Alguna vez trataste de conocer algo más que su cuerpo grande y fuerte? Se sentía tan mal que decidí… bueno, no importa.
- ¿Y yo? ¿Nunca se te ocurrió que soy capaz de sufrir?
- Oh, Stefan, baja el telón de ese teatro -suspiró ella-. Has disfrutado muchas veces de Prieda y volverás a hacerlo. Y hoy has pensado que tenías una oportunidad.
Hizo un gesto como para apartarse de él. -Sí, bien sé que echas de menos a los seres queridos y temes no volver a verlos. Pero tu alma es fuerte, como la mía, y no tienes responsabilidades como Dan, ni… Oh, el problema es que más allá de la ayuda de un compañero para sobrevivir, no tenemos nada que ofrecernos, más que diversión.
- Y yo no te parezco divertido -dijo él con amargura. Ella rió.
- Vaya, amigo, te he mirado con mucho interés durante semanas. Pero las condiciones nunca han sido adecuadas. El sonrió. -¿Y…?
Ella meneó la cabeza.
- En otro momento, quizá. Ya te he dicho que Dan me necesita. Esta noche está siendo muy bondadoso, pero he tenido que sugerírselo. No hay nada malo en pasar un buen rato, pero no puedo arriesgarme a otra relación tan intensa como la que tengo con Martti. Dozsa pareció aún más alegre.
- Te prometo, Caitlin, que no pretendo más que pasar un buen rato.
- Pero diste por sentado que tenías derecho a hacerlo. -Su tono era compasivo-. Lo siento, Stef; no puedo permitirlo.
El primer oficial tragó saliva, miró sus manos, que se aferraban a la silla, y, finalmente, dijo: -Te ruego que me perdones.
- Estaba segura de que eras lo suficientemente adulto como para pedir disculpas. -Acarició su mejilla-. Seamos un par de amigos que se han reunido para admirar una enorme belleza.
43
SALTO.
Negrura, nada ciega y absoluta. La gente gimió, en una especie de terror.
Las balizas que rodeaban la máquina T no eran bujías rojas, violetas, esmeralda, ámbar, encendidas contra la maldita negrura; brillaban pequeñas y perdidas, como si en cualquier momento fueran a ser devoradas. Después, allá a lo lejos, el menor de los resplandores, en el límite de lo visible, los ojos encontraron un único punto luminoso.
- No perdáis la calma -ordenó una parte de Joelle que desprendió de sí misma para eso-. No estamos en peligro inmediato. Investigaré.
Ordenó su mente. Con los sentidos y los órganos de la nave, tanteó.
El radar le acercó el cilindro que giraba. Era el más grande de los que habían visto. Aunque en caída libre, sintió su masa y la energía que estaba encerrada en su interior. Los instrumentos ópticos y la radio, muy amplificados, le mostraron estrellas esparcidas, pocas y débiles, brasas semiapagadas que ardían lentamente, extinguiéndose, Alrededor del casco, había un vacío casi total. La radiación y las partículas de materia que conocía de antiguo habían desaparecido casi completamente, dejando un hueco al que no tenía sentido calificar de frío y vacío. Buscó y encontró galaxias vecinas, tan carbonizadas como ésta. Sus formas eran caóticas. Trató de encontrar otros grupos y tendría que haber podido atisbar algunos de los más cercanos, como el grupo Virgo, por medio de los últimos fotones que emitiría, pero fracasó. Se habían alejado demasiado.
Su conciencia volvió al entorno inmediato. Los instrumentos habían acumulado la información suficiente para que comprendiera que la máquina estaba en órbita alrededor de un sol totalmente muerto. Parecido a Sol, no había explotado nunca, al ser demasiado pequeño, sino que pasó por la etapa de gigante rojo y las fases variables, se encogió hasta ser un globo del tamaño de un planeta, de la máxima densidad posible para que los átomos siguieran siendo átomos, y se enfrió lentamente, desde el calor blanco hasta la escoria. Quedaban algunos planetas verdaderos, rocas desnudas o rodeadas por sus atmósferas heladas. Salvo uno…
Joelle recordó que debía descender desde las alturas y decir a su gente lo que le había sido revelado.
- Estamos en el futuro remoto… espacialmente hemos vuelto a la galaxia, pero temporalmente estamos en algún momento entre setenta y cien mil millones de años después de nuestro nacimiento. No queda ninguna estrella viva, salvo las menos luminosas (los mansos heredarán), que están muriendo ahora, mientras la galaxia misma se desintegra. El universo se ha expandido a cuatro o cinco veces el tamaño que tenía en nuestro tiempo. Si seguimos adelante, creo que podremos saber si seguirá agrandándose eternamente o si, después de todo, la primitiva idea era exacta, y se derrumbará sobre sí mismo, formando una nueva bola de fuego y un nuevo cosmos.
- ¿Seguir adelante? -gritó una tripulante. No identificó su voz distorsionada, no quiso hacerlo-. Oh, no, oh, no.
Habló Brodersen, cuidadosamente pragmático: -¿Qué es ese pequeño brillo amarillento que vemos? Debe de estar cerca.
- Así es. La enana negra que estamos orbitando tiene acompañantes, y la fuente de luz es un satélite de uno de ellos. No tengo una idea clara de su naturaleza. Tendríamos que echar un vistazo. La máquina T está en posición troyana con respecto a su primario, y la distancia es de una unidad astronómica y media, menos de cuatro días a la aceleración máxima.
- Sí, supongo que tendremos que ir -dijo Brodersen.
Joelle le recordó serenamente, mientras la maravilla cantaba y tronaba dentro de su ser holotético:
- Sin duda es obra de los Otros, ¿sabes?
La Chinook voló.
Las pantallas de la sala de reuniones estaban apagadas y nadie estaba seguro de quién lo había propuesto en primer lugar; no había encontrado la menor oposición. En cambio, las terminales de datos exhibían imágenes tristemente brillantes de obras humanas… Pericles, Shah Jenan, Hokusai, Monet, Fidias, Rodin, una y otra vez, en secuencias múltiples… mientras sonaba la música. Pocos le prestaban mucha atención.
Como la nave estaba corta de tripulantes, se había desarrollado la costumbre de que, después de las comidas, quienes no estaban de guardia ayudaran al contramaestre y su ayudante a quitar la mesa. Así, Philip Weisenberg se encontró andando hacia la lavadora junto a Caitlin.
- Estás muy deprimida esta noche, ¿no? -preguntó él-. ¿Qué te pasa? ¿Puedo ayudarte?
- Te lo agradezco, pero no es nada -dijo ella esbozando una sonrisa-. Un estado de ánimo, un capricho. -No lo subestimes, querida. Aislados como estamos, por mucha grandeza que haya alrededor de nosotros, quedamos cada vez más indefensos ante nosotros mismos. -Acercó los labios al oído de ella-. Tú me ayudaste en una noche muy mala. No lo he olvidado. Ven a verme cuando quieras.
- Bueno… -Bruscamente, lo tomó del brazo-. ¿Podríamos ir a alguna parte y hablar?
Fueron al camarote de Weisenberg. El sintonizó El lago de los cisnes, una representación grabada en Luna, quizá cien millones de milenios antes, simplemente para dar calidez a la habitación. No había alcohol ni mariguana a mano, y ella declinó su oferta de preparar una taza de té. Instalándose silenciosamente en una silla, él dejó que Caitlin se paseara.
- Sí, has dicho la verdad -dijo ella-. Acerca de que estamos tan aislados que nuestras mezquindades nos dominan, hasta que parecemos monos en un zoológico. No lo había comprendido antes porque los esplendores que encontrábamos eran siempre demasiado grandes. Pero en esta tumba de la Creación me han sobrecogido… cosas que han pasado… y nosotros… ¿tendremos la culpa si nos volvemos locos? En casa, cuando los conflictos nos abrumaban teníamos atardeceres y amaneceres, bosques, brezales, alondras o simplemente una ciudad, un mundo de seres humanos donde podíamos ir y hacer. Aquí, en una cascara de metal, ¿qué nos queda más que mirar, mientras seguimos un fuego de San Telmo hacia ninguna parte? No; peor que eso, porque un fuego de San Telmo por lo menos nos arrastraría por un honesto pantano, el agua fría salpicando, juntos rompiéndose, ranas croando y, al final, cuando nos ahogáramos, turba para recibirnos y preservarnos para que nuestros descendientes nos encontraran y se maravillaran, ¡dentro de unos pocos miles de años!
- ¿Tú también? -dijo él-. ¿Tú también quieres volver? Ya nadie imagina que podremos volver a casa, pero… ¿Nueva Tierra? Caitlin, no hay ninguna posibilidad.
- Oh, lo sé bien. Pero tendríamos estrellas para mirar. O… Tierra y Deméter no son los únicos mundos vivientes. Moriría contenta en Danu, entre los cantantes y bailarines.
- Tampoco podemos volver allí. Hacia adentro no es exactamente lo contrario de hacia afuera, y Joelle no tiene la información, por no hablar de los conocimientos básicos, para computar un sendero con exactitud.
- Eso también lo sé. Pero podríamos dirigirnos a cuando la galaxia estaba viva, ¿verdad?
Caitlin siguió paseándose durante un rato. Brillantes fantasmas saltaban donde fluía la música. Finalmente se detuvo, se plantó frente a Weisenberg y exigió:
- ¿Qué quieres para nosotros, Phil?
- Seguir -dijo él-. Mientras sea necesario, o mientras sea posible.
- ¿Con la débil esperanza de que podamos hallar un piloto que nos lleve a Sol?
- Sí. -Desde su contenida delgadez contempló la desesperada redondez de ella y dijo-: Caitlin, creo que por debajo de tus nostalgias, estás de acuerdo. Es cierto que para mí es más fácil, de muchas maneras. Yo no soy una criatura de campo abierto y cielos; soy un ingeniero. Una máquina es tan natural para mí como un árbol o la lluvia. El espacio fue siempre mi pasión, las estrellas, la idea de los Otros… junto a Sarah y los chicos, por supuesto, pero, diablos, seguir explorando es la única manera de recuperarlos y, mientras tanto, ganemos o perdamos… Diablos, me estoy poniendo sentimental.
Ella se quedó mirándolo.
El cambió de postura, paseó su mirada por el cuarto y dijo, incómodo:
- Caitlin, tú no estarías tan preocupada si no intentaras ayudar a Dan a llevar su carga, ¿verdad? -El lleva la carga de la tripulación -replicó ella. -¿Y tiene alguna idea de lo mucho que te pesa? -Exageras, Phil. Pero mientras pueda alegrarlo a él, que es mi vida, sí, para eso estoy. Casi abrumado:
- ¿Una persona tan independiente como tú dice eso? -¿Por qué no? ¿Acaso él no haría lo mismo por mí, si lo necesitara?
Weisenberg guardó silencio, mirando el suelo, antes de volver a levantar los ojos y decirle:
- De acuerdo. No es tan distinto de lo que hay… lo que había… lo que hay entre Sarah y yo. Pero Caitlin, si quieres relajarte un rato, abandonar el control, recordar Irlanda en voz alta o cualquier otra cosa que desees, bueno, aquí estoy.
Mucho después, ella le deseó las buenas noches. Se habían hecho algunas caricias, pero sobre todo habían hablado, sólo hablado, él tanto como ella, aunque de vez en cuando las palabras de Caitlin salían entre lágrimas.
- Duerme bien, Phil -dijo ella-, gracias, gracias.
- Si hay que hablar de agradecimiento -respondió él-, yo estoy en deuda.
Revestido de un aire cuyas nubes blancas resplandecían, bañado por océanos matizados de zafiro y lapislázuli, con continentes verdes por la vegetación, el planeta brillaba. Su cercana luna ardía, brillante como un sol.
La Chinook se desplazó alrededor del mundo, y giró nuevamente mientras los instrumentos asimilaban información.
- Del tipo Tierra -susurró Susanne. -Me parece que no del todo -le dijo Rueda-. Hemos obtenido espectros. Eso que ves es clorofila, y hay indicaciones de que su bioquímica difiere de la nuestra en cosas aún más fundamentales. No hay nada allí que pudiera nutrirnos. Pero está vivo. Joelle informó por el intercom: -El satélite es un gigantesco reactor nuclear que consume su propia masa, aparentemente con una conversión casi total a energía. Eso viola las leyes de la física que hemos formulado, pero, claramente, esas leyes expresan un caso particular. Sospecho que aquí vemos una interacción forzada directamente entre quarks. Probablemente el aparato que la provoca está en un espacio hueco en el centro, protegido por los mismos campos que impulsan el proceso. Sin duda, este sol artificial fue originalmente una luna natural con las propiedades adecuadas…, tendría que durar cinco o seis mil millones de años… y por eso los Otros decidieron resucitar este planeta.
- ¿Los Otros? -preguntó Frieda temblorosa. -¿Quién si no? -dijo Brodersen-. Me pregunto si sembraron vida en él o dejaron actuar la evolución química.
- De cualquier manera -dijo Caitlin en tono radiante-, aquí está nuevamente la vida. Quizá… no hemos visto signos, pero quizá sigan corriendo por los bosques todavía…, quizá seres pensantes. Aunque nunca verán las estrellas, ¿quién sabe qué llegarán a ser, a hacer, a amar?
Y después de un momento, con voz suave: -¿Será que los Otros hicieron esto porque querían ver, una vez más, la respuesta a esa pregunta?
La nave volvió a la máquina transportadora.
Reunida en la sala, la tripulación escuchó a Brodersen:
- Tenemos que decidir. Joelle no nos puede conducir a ningún punto exacto y previsible del espaciotiempo, aunque nos puede indicar una dirección, en general. Antes o después, si seguimos navegando, pasaremos por un pórtico en el que no habrá máquina T del otro lado. Y allí terminaremos, para siempre. Por lo menos, podría ser en nuestro propio tiempo, megaaño más o menos, cuando el universo sea brillante y un poco familiar. Por supuesto, eso significa abandonar las esperanzas de encontrar a los Otros, e igualmente de sobrevivir después de que nuestras raciones se terminen. Pero el plan que hemos puesto en práctica nos ha llevado a lugares cada vez más extraños. El próximo puede matarnos -chasqueó los dedos- así. O lentamente.
Apretó el tabaco en su pipa, la encendió, sorbió humo.
- Muy bien -dijo-. Oigamos lo que quiere cada uno de vosotros.
Sentada cerca de él, pálida e inexpresiva, Joelle dijo:
- Prefiero continuar. Pero, para ser honesta, es porque, ciertamente, podríamos encontrar a los Otros. La idea de volver a casa, en sí misma, me deja indiferente. Vayamos hacia donde vayamos, cuando nos detengamos podré investigar la Realidad.
Leino:
- Volvamos. ¿Qué hay en el futuro más que un universo completamente liquidado? Si es cíclico, su colapso lo destruirá todo. Si no lo es, no habrá en él más que obscuridad, eternamente. ¿Por qué iban a estar allí los Otros?
Weisenberg:
- No; no podemos rendirnos.
Rueda:
- Pero ¿sería rendirnos? Tenemos una posibilidad, microscópica, sí, pero finita, una posibilidad de conseguir ayuda en la joven galaxia.
Susanne:
- Si intentáramos dos o tres saltos más antes de invertir la marcha…
Dozsa:
- No. Las posibilidades de quedar atrapados en este ataúd volante son demasiado grandes. Quiero morir en acción, explorando un planeta, cualquier cosa; ¡pero en acción!
Frieda:
- Iba a votar por seguir adelante, pero lo que has dicho, Stefan, me hace pensarlo dos veces.
Caitlin se adelantó.
- ¿Ninguno de vosotros lo entiende? -exclamó-. Oh, por un tiempo yo también me desanimé, pero Phil me alentó en una larga conversación que tuvimos, y después, cuando he visto este mundo… ¿No lo entendéis? Los Otros viven para la vida. Son los mayores adversarios de la muerte. ¿En qué otro lugar podríamos estar seguros de encontrar uno de sus puestos avanzados más que aquí, en el día del juicio final? ¿Y cómo podríamos solicitar su ayuda, sino teniendo tanto ánimo como ellos?
Guardia nocturna.
A través de sus sentidos electrónicos, integrada por su cerebro extra electrónico y sus recuerdos (Fidelio, Fidelio) en un todo cada vez más significativo y magnífico, el noúmeno entró en Joelle y la convirtió en parte de sí mismo. El espaciotiempo se curvó fuerte, sutil, misteriosamente, dimensión tras dimensión; las energías fluyeron, materia como una onda que iba y volvía a través de las mareas; la Ley, inmanente y omnipotente, no era una ecuación inmutable, sino una música que comenzaba a1 escuchar apenas.
Gracias, Caitlin, pobre animal, chispeó una pequeña porción de su ser. Nunca podría haber despertado emociones crudas en tus semejantes animales y haberlas transformado en voluntad, como lo hiciste tú en una sola hora agitada. Ahora me espera una disolución que no puedo temer, yo que sé en mis células más profundas que la Esencia es lo que es; o que me esperan (existencia conmovida) los Otros.
Guardia nocturna.
La luz en el camarote era tenue y dorada. La terminal de datos formaba una ilusión de rosas. Caitlin había ajustado el termostato para que hubiese tibieza y había esparcido extractos de almendra y clavillo de su despensa, para perfumar el aire. El audio tocaba «Las ovejas pueden pastar tranquilas», la más entrañable de las melodías.
Se quitó la ropa y permaneció de pie ante Brodersen, tendiéndole las manos.
- Maldita sea -dijo él, desde lo más profundo de su pecho, deseando ser más elocuente-. Pegeen, eres tan bella que haces daño.
Ella sonrió.
- Tú también para mí, Dan adorado.
- No, aguarda…
Su risa fue como una bendición para él.
- Sí, eres feo comparado con el Apolo de Belvedere, y yo tampoco soy una bomba atómica. Pero eres bello porque eres tú. Te pareces a ti mismo, el hombre que amo. Y yo soy lo mismo para ti, ¿no es verdad, amor mío?
En un latido de corazón se puso seria -vulnerable- y se arrojó contra él.
- Oh, Dan, Dan, nos dirigimos hacia lo desconocido, no podemos prever qué será de nosotros, ni en qué nos transformaremos, pero tenemos esta noche. Abrázame, Dan, hazme el amor, ámame.
44
SALTO.
Luz, luz en todas partes. Era como si el espacio se hubiera transformado en una gota de rocío a la luz del amanecer, y ellos estuvieran en el centro. Suaves iridiscencias, todos los colores que existían y que alguna criatura hubiese visto alguna vez giraban, se mezclaban, temblaban, fluían, inundaban. Aquí y allá había un breve torrente de chispas como estrellas en fuentes, racimos, pares y tríos danzantes, solitarias que recorrían graciosos arcos antes de morir o renacer en otro lado. El espectáculo se introducía en la conciencia como un torbellino y arrastraba al espectador hacia sus inenarrables armonías.
Los de la Chinook no tenían manera de saber qué tamaño tenía el globo luminoso que los encerraba. Seguramente, era vasto. La máquina T quedaba empequeñecida por la distancia a que había emergido la nave. Igualmente remotas, y de tamaño comparable, había otras dos cosas. La primera era, quizá, una esfera blanca y ardiente, aunque las fuerzas y los torrentes hacían vacilar la percepción; formas menores, igualmente veladas, se movían a su alrededor, siguiendo rutas intrincadas. La segunda era un elipsoide suavemente curvado que parecía ser más inmaterial, casi-sólida y fuerte, que la nave que había atravesado un centro galáctico, siglos atrás. Una especie de telaraña se extendía desde ella, no idéntica a la que tenían los observatorios en la estrella de neutrones y el agujero negro, pero con la misma intrincada delicadeza.
¡Aquí están los Otros!, resplandeció en Joelle. Ningún ser más que los Otros podría haber hecho esto.
Envió a sus investigadores, abrió sus multitudinarios sentidos, convocó toda su comprensión del noúmeno. No comprenderé todo lo que está sucediendo aquí, pero captaré lo suficiente para poder hacer las preguntas correctas cuando los Otros lleguen, preguntas que demostrarán que soy digna de entrar en su hermandad.
Entonces quedó ciega, quedó muda, quedó insensible, quedó lisiada. Los instrumentos sólo podían registrar las cosas para las que estaban previstos. La teoría no daba cuenta de nada en un medio cuya naturaleza surgía de principios que estaban más allá de ella. Un gusano podría haber explicado mejor el vuelo de los pájaros de lo que ella podía entender este lugar como parte de su realidad.
Abrumada, apenas notó la aparición de un asteroide, no lejos de la Chinook. La masa, obscura y dentada tenía, como compañera, una pequeña forma prismática dorada y brillante que se dirigió hacia el globo incandescente. El asteroide lo siguió. Ganando rápidamente velocidad, los dos desaparecieron de la visión.
La llamada de Brodersen llegó a ella como desde detrás de un muro de piedra:
- Joelle, ¿cómo estás? ¿Qué puedes decirme? -No puedo -se oyó decir lloriqueando. -Sí, no me sorprende. -El tono del capitán resonaba a través de sus lacónicas palabras-. Escuchad, amigos. Sea lo que sea lo que hemos encontrado, y yo creo que es lo que estábamos buscando, sólo podemos aguardar a que estos… constructores… se pongan en contacto. Supongo que lo harán; tienen que habernos visto. Dejad vuestros puestos. Nos encontraremos en la sala de reuniones. Será mejor que estemos juntos. Joelle respondió: -Me quedaré en holotesis. -Bien. Gracias. Esperaba que lo hicieras. -¡Igualmente estarás con nosotros! -gritó Caitlin. No; en realidad no. Estoy segura. El orgullo y la fe surgieron nuevamente en Joelle. No tendría que haberme deprimido al descubrir un reino totalmente nuevo de la Ley. Mejor será estar ansiosa de aprenderlo y absorberlo dentro de mí. Debo tener fe en que los Otros me enseñarán.
Recortándose contra el cielo auroral apareció un punto de luz. Creció rápidamente hasta convertirse en una flecha nacarada que se dirigía directamente hacia la Chinook, desde la dirección del elipsoide, que debía de ser la morada de sus creadores. Vienen, vienen. Y yo soy aquella que hablará con ellos, la que puede hacerlo, yo, la única entre los humanos, yo, que he ido más allá de lo humano.
La tripulación flotaba, esperando. Las pantallas mostraban un inmenso y suave brillo; los colores del arco iris volaban entre ellos, cambiando la habitación donde se encontraban. Estaban cogidos de la cintura, Rueda y Susanne, Prieda entre Leino y Dozsa, Caitlin entre Brodersen y Weisenberg. Compartían la respiración, el sudor, los olores animales, la tibieza… a veces el sabor, en un beso.
La nave desconocida, si era una nave, se acercó. No era mayor que la Wiüiwaw y sus formas eran fluidas, pero sin rasgos acusados detrás de la iridiscencia. Por medios invisibles se detuvo a cien metros de ellos. Y hubo silencio en el cielo por espacio de media hora.
- ¿Puedes comunicarte, Joelle? -preguntó roncamente el capitán.
- No -respondió-. Ni por láser ni por radio. Ni recibo nada de ellos.
- Pero apuesto a que nos están observando -dijo él-, de alguna forma que ignoramos, que ni siquiera podemos sentir.
Caitlin se puso tensa entre los brazos de su hombre.
- ¿No puedes? -susurró.
- ¿Qué? -Giró la cabeza a la derecha para mirarla. La luminosidad jugaba sobre los cabellos castaño rojizos; la mirada verde estaba perdida en el exterior; los pechos estiraban el mono cuando su tórax se llenaba de aire-. ¿Tú puedes?
- No lo sé -respondió con voz sonámbula-. ¿Cómo podría saberlo? Pero siento…, no hay palabras para decirlo…, una agitación brillante…, recuerdos olvidados se levantan frente a mí como delfines en el mar… ¿A vosotros no os sucede?
El sintió miedo. Una exploración de todo el cuerpo, nervios, cerebro…, ¿habría sido elegida, o sería más sensible? Súbitamente, recordó la historia de la colina de Elf que le había contado su madre.
- ¡Oh, Pegeen! -La estrechó con fuerza y sintió que el brazo de Weisenberg también se ponía rígido.
- No temáis por mí, queridísimos -dijo ella, sin desviar la cara del universo-. Es un estado feliz. Los Otros sólo pueden ser buenos.
Uno o dos minutos después -muchos latidos en el dolorido pecho de Brodersen- ella se estremeció, miró aturdida a su alrededor y dijo en voz muy baja: -Se ha marchado. Me ha dejado. -¿Alguien lo tiene? -ladró Weisenberg. Obtuvo murmullos negativos.
- Entonces, supongo que habrán terminado -aventuró-. ¿Y ahora qué? La flecha seguía inmóvil.
- Deben de estar enviando un mensaje a través de las máquinas T -dijo Joelle-. Nuestra aparición debe de ser poco usual, hasta para ellos, muy posiblemente no tenga precedentes. Querrán consultar archivos, quizá llamar a un especialista. Pero no creo que tengamos que esperar mucho.
- No; no van a atormentarme -dijo Caitlin. Brodersen podía compartir la forma en que se tranquilizaba, por momentos, volviendo de un sueño en la vigilia a su propio ser.
- Pero ¿qué harán? -dijo Susanne, vacilante. Su mirada a Rueda traicionó su miedo por él-. Hemos llegado a la morada de los dioses.
- Sí, y los mitos dicen que los mortales que lo hicieron nunca volvieron a ser los mismos -replicó Caitlin-. Pero yo creo que seremos más de los que éramos. A Brodersen le susurró: -Mientras pueda seguir amándote… La media hora se acercó a su lenta terminación. Un segundo casco esbelto se hizo visible. Venía desde la máquina T hacia la Chinook.
Se detuvo en el lado opuesto de la nave humana al que ocupaba su gemela. El resplandor abarcaba las tres naves y las tremendas estructuras que había más allá.
En todas las ondas de que disponía, Joelle radió su saludo. Aquí estoy, proclamó en los lenguajes humanos que conocía, en betano y en lo que había podido aprender de oracular. Aquí estoy, soy aquella con quien podréis hablar, la que os ha aguardado como aguarda una novia.
Brotó en ella una respuesta que era una bendición:
«Bien venida, Joelle Ky: Alégrate; descansa.» (Su percepción aumentó.) «Oh, pobre espíritu acongojado, ¡que puedas alcanzar, finalmente, la paz!»
¿Quién eres? ¿Qué eres?
«No tengas miedo.»
¿De vosotros?
«Sí, no temes sufrir, Joelle Ky, y en eso tienes razón. Aquí, al final de tu búsqueda, hay un refugio. Pero hay un temor más profundo en ti, de que no podamos o no queramos concederte tu más sagrado deseo. Una promesa no anulará ese temor, ya que bien puede ser cierto. ¿Puedes curar el terror y aguardar con calma lo que vaya a suceder?»
Eso la desgarró.
¿Cuándo decidiréis?
«Nos llevará algún tiempo. No somos seres sobrenaturales, instantáneamente omniscientes e infalibles. Hemos venido aquí para conoceros, saber desde dónde habéis venido y por qué, qué os proponéis obtener, cómo una victoria vuestra podría cambiar el curso del tiempo, quizá para muchos mundos diferentes… para saber plenamente esas cosas y atrevernos a juzgar.»
Si sus brazos no hubiesen estado sujetos a las conexiones, si no hubiesen estado flotando en el firmamento, los hubiera levantado para orar.
Ya veo. Aquí estoy, entonces. Tomadme, examinadme, interrogadme, usadme como queráis.
El pensamiento bondadoso (ella sintió la bondad como un rayo de sol en su interior) dijo:
«No eres necesaria. Eso es bueno, ya que no eres representativa de tu raza; ves el cosmos desde un ángulo distinto al de tus compañeros, por herida que te sientas. Hubiésemos mirado en ellos, lo mejor posible. Pero gracias a nuestra buena fortuna, tampoco los necesitamos a ellos, con quienes nuestro conocimiento hubiese sido imperfecto. Un avatar nuestro está a bordo. ¿Qué? No comprendo…
«Ahora debemos dejarte y buscarla a ella. Sería cruel hacer esperar a tu gente más del mínimo necesario para saber. Que el valor te traiga la calma, Joelle Ky. No permanezcas en tu holotesis.» (No una orden; un ruego.) «Ve con tus congéneres y sé uno de ellos. Adiós.»
La presencia se desvaneció. Joelle quedó sentada en su arnés, marginalmente consciente de lo que le traía el intercom. Una vez trató de llorar y no pudo. Después de eso, sin cejar, se quedó donde estaba.
La rica voz femenina de contralto dijo por el altavoz del intercom, en un inglés cuya entonación cortó la respiración de Caitlin:
- Que lo mejor que existe sea siempre vuestro. Nos gustaría entrar. Por favor, abridnos, si estáis de acuerdo, por vuestra escotilla número tres. Nos sentiremos muy felices de conoceros.
- Si estamos de acuerdo… -surgió de Brodersen. Con todo, sus hábitos de soldado le hicieron decir a sus camaradas-: Quedaos donde estáis. Yo iré y los conduciré aquí.
Además, ése es un lugar un poco estrecho para recibir a los señores del universo, pasó por su fuero interno, tan absurdamente como la conciencia de su boca seca y su pulso clamoroso. Agitando las piernas e impulsándose con las manos, se propulsó por corredores y escalerillas hasta el panel de control que necesitaba. Allí tuvo que esperar un momento que sus manos dejaran de temblar para accionar el motor.
La válvula de admisión retrocedió. Dos entraron. Los rodeaban unas auras plateadas -debían protegerlos del espacio, supuso la mente desestabilizada de Brodersen- que se apagaron inmediatamente. Ante él había un hombre y una mujer.
¿Tendría que arrodillarme? No; ¡no puedes arrodillarte en caída libre!
- B-b-bien… venidos. Estamos…, oh…, a vuestras órdenes.
Ambos eran altos, bien formados, ágiles, rubios, de ojos azules. Largos cabellos rubios enmarcaban rostros agraciados y fuertes, jóvenes e inmemorialmente maduros. El hombre, que llevaba barba, vestía una túnica que podía ser de lino, una falda escocesa que podía ser de lana, zapatos que podían ser de piel y una gran capa. La mujer, cuyas trenzas llegaban casi hasta sus ligeramente calzados pies, llevaba un vestido suelto y un manto. Sus ropas estaban bordadas y eran muy coloridas. Ambas personas llevaban joyas de oro, plata y cristal: filetes, cadenas, brazaletes, broches, anillos que se metían unos en otros. Los cuchillos que colgaban de sus coloridos cinturones daban la impresión de ser herramientas, no armas. El llevaba una vara de mando con adornos de bronce que terminaban en una multitud de ramitas, en las que había hojas. Posados allí y en sus hombros, o volando a su alrededor, había pájaros: alondras, zorzales, pardillos, petirrojos. Ella llevaba una pequeña arpa en el brazo.
Ambos sonrieron.
- No; somos nosotros quienes debemos daros la bienvenida, bravo explorador -dijo el hombre. Su voz de barítono resonaba-. ¿Quieres conducirnos junto a los demás?
- Sí, señor, sí. -Brodersen lo hizo en medio de pensamientos tumultuosos. La pareja no requería pasamanos, manijas o apoyo para los pies. Se desplazaban erguidos, como fantasmas.
Por la escalerilla, atravesando el corredor, hasta la puerta de la sala de reuniones…
Brodersen se hizo a un lado para que pasaran los visitantes. Por eso, no vio a Caitlin cuando la oyó gritar: ¡O-o-o-oh! Ninguna de las cosas que había visto durante el viaje le había arrancado un sonido semejante. Alarmado, se impulsó, apoyándose en el marco. Ella flotaba sujetada por Weisenberg con los brazos en alto, la boca entreabierta, las lágrimas brotando y danzando resplandecientes. Olvidó la precaución y el respeto, se lanzó hacia ella y la cogió con una fuerza que casi hizo soltarse al ingeniero.
- Pegeen, ¿qué pasa?
- Nada -dijo ella, ahogándose-. Ellos… Aengus mac Og, el dios del amor. Brigit, su hermana, la diosa de los bardos… No podéis ser… ¿es posible, es posible?
El hombre meneó la cabeza.
- No -dijo en voz baja-. La única cosa que no son aquellos a quienes llamáis los Otros, es dioses. Pero para ti, para tu solaz y como homenaje, nos hemos esforzado por ser como una sombra de ellos.
La mujer fue hacia Caitlin. Los dos hombres que estaban junto a la chica la soltaron para que recibiera el contacto sin interferencias.
- Nos eres muy amada -murmuró aquella que era Brigit- y mucho ansiamos conocerte plenamente y darte nuestras gracias por lo que nos habrás dado.
- ¿Qué? ¿Yo? -tartamudeó Caitlin-. Vagabunda, loca, hacedora de canciones, ¿qué cosa en el mundo podría daros?
- La vida que has hecho. -Brigit soltó el arpa y la acercó a su seno.
Usando un tirador como pivote, Brodersen se retorció para mirar airado a Aengus. Rodeado por sus pájaros, el hijo de Dagda dijo:
- No temas por ella. Nunca le causaríamos dolor voluntariamente ni a sabiendas, no más del necesario. La vida es digna de amor. Oh, nosotros también matamos, nosotros también dejamos morir, porque rao somos dioses y absolutamente no somos Dios; nosotros también estamos con frecuencia sujetos a un destino. Pero, en la medida de lo posible, fomentamos la vida y preservamos y reverenciamos la libertad, todo lo que podemos, porque ésa es la mayor epifanía de la vida que conocemos. ¿Cómo no íbamos a honrar los derechos de nuestros avatares?
- Avatar… encarnación… -Súbitamente, Weisenberg pareció viejo-. ¿Quieres decir que es algo que vosotros hicisteis…?
- No -les dijo Aengus mientras Brigit abrazaba a Caitlin y le murmuraba cosas-. ¿Cómo podría una obra nuestra vivir plenamente una vida que no es la nuestra? Ella es tan humana como vosotros. Las diferencias que hay en ella son menores que las diferencias… en la construcción de las células, en la composición de la sangre… entre cualesquiera de vosotros dos. Si nunca hubiese sido convocada, hubiese terminado sus días sin saber qué poder dormía en ella.
- ¿Qué poder es ése? -graznó Leino.
Brigit levantó el rostro.
- Ser una con nosotros -contestó.
Aengus:
- Si fuéramos realmente dioses, podríamos contemplar directamente vuestras almas. Pero sólo somos los Otros, que, por nosotros mismos, sólo podemos rozar la capa más exterior de una mente y no podemos sentir en absoluto la interioridad de una entidad que no la tiene.
Brodersen, violentamente:
- Bueno, ¿qué diablos sois? ¿Intelectos puros, moviéndose por el espacio y el tiempo, o qué?
Brigit, sonriendo un poco, dirigiéndose más a Caitlin que a él:
- Por cierto que no. ¿Qué más que un cuerpo podría crear y llevar una mente? Y, si fuera posible, un espíritu solitario carente de sentidos y carne y todas las alegrías que hay en el cosmos, ¿no sería digno de compasión? Nosotros, vuestros Otros, somos tan corpóreos como vosotros, nuestra materia nació en las estrellas como la vuestra y tenemos viejas necesidades animales. Somos vuestros parientes.
Brodersen:
- ¿Y cómo sois realmente debajo de esas máscaras?
Aengus:
- ¿Son máscaras?
Brigit:
- Oh, unos pequeños cambios, fácilmente hechos, en beneficio de nuestro avatar. Si ella fuera otra clase de ser humano, nos habría parecido mejor que aparecer con piel obscura, u ojos almendrados o lo que fuera necesario. Pero por debajo… No hemos venido desde Tierra, respondiendo a una llamada, Daniel, sólo porque casualmente estuviéramos allí.
Aengus:
- No debemos continuar con esto. No hasta que conozcamos, por Caitlin, toda vuestra historia, más allá de lo que las meras palabras o los meros pensamientos podrían transmitir. -Se había puesto muy grave. Su mirada crucificó a Brodersen-. Debes saber, capitán, que todavía no te entendemos a ti. Creemos que sois personas de buena voluntad. Sin embargo, si volvéis, podríais causar la ruina, parcialmente a causa del conocimiento de lo que vuestro pueblo no debe saber en un día de peligro. Si no podemos daros la vuelta, viviréis vuestras vidas en un lugar agradable que prepararemos. Pero pienso que preferiréis volver a casa.
Brodersen, y la mayor parte de su tripulación:
- Oh, sí, sí.
Aengus:
- Postergaremos el resto hasta que nos sintamos seguros de lo que podemos decir. Caitlin es para nosotros el cáliz de ese descubrimiento.
Brigit:
- Si lo desea. -A la joven que seguía abrazando-: Queridísima, no sufrirás daño ni dolor, excepto el que tú misma puedas elegir después. La memoria tiene su precio, pero, si quieres, serás liberada de todo recuerdo.
La besó en la frente.
- Te advierto que no creo que lo desees. Piénsalo bien, hija; tómate tu tiempo. Nunca te forzaríamos ni te apresuraríamos. No estamos totalmente seguros de lo que te hará la unidad con nosotros. Piensa; pregúntanos; pregunta a tus camaradas; tómate todo el tiempo que quieras y no temas decir no.
Caitlin levantó la cara hacia la que era la de una diosa y respondió a través de sus lágrimas:
- Sí no voy, no volveremos a casa, ¿verdad? -Rió; su alegría parecía real-. Además aquí está el mismo señor del amor.
El Otro cambió su expresión preocupada por una sonrisa y dijo en voz baja:
- Todos nosotros te amamos.
- Ya hemos hablado demasiado -dijo Brigit-. Ahora, cantemos.
Y tomó su arpa, que estaba en el aire a su lado.
Después, nadie pudo decir exactamente qué había pasado, salvo que, al final, siguieron a Aengus, Brigit y Caitlin hasta la escotilla y los despidieron entre música. Por entonces, la joven estaba embelesada. Se despidió de su hombre besándolo como en un sueño.
Las dos brillantes naves se alejaron de la Chinook.
45
Yo era un avatar cuyo destino fue más extraño del que habían previsto aquellos que me dieron el ser. Si me hubiera quedado en casa, es probable que en algún momento de mi vida alguno de aquellos que dedican sus cuidados al hombre me hubiese Convocado. Entonces hubiesen compartido conmigo mucho júbilo, una medida de tristeza, muchos deseos e interrogantes, iras, llamadas, hechos, triunfos, desastres, miedos, maravillas, deseos, vínculos, libertades, quizás un ligero y lento aumento de sabiduría; los años de un ser humano ordinario. Pero la casualidad y el deseo me llevó hasta ellos, en el extremo confín de este nuestro universo.
Lo que sucedió después, no puedo saberlo ahora. Mi cuerpo recuerda demasiado poco de eso, apenas un fantasma de la verdad, aunque no puedo encontrar las palabras para ello. Las bellezas y las glorias… ¿se puede cantar un cuadro o esculpir una melodía? Y eso era lo menos importante de la realidad.
Los Otros y yo no estábamos solamente unidos, éramos un todo. Su conciencia, intelecto, sentidos, recuerdos, enfoques, sentimientos, almas, eran míos, como mi alma era suya. Ellos eran yo, yo era ellos, yo era un Otro.
Como fue, soy incapaz de pensarlo y más aún de decirlo. La época en que nací me ha legado las ideas que usaré intentando -y fracasando- hablar de lo que he preservado dentro de mí misma, de lo que aprendí.
No sé si son más adecuadas para esto, o menos, que las ideas de alguien que vivió hace treinta mil años y fue el primer avatar de mi raza, o los instintos de un animal o el retoñar de una planta.
Los primitivos Otros surgieron en un mundo que tomó forma antes de que cuajara la galaxia. Quizá la escasez de metales pesados hizo que desarrollaran su técnica y su elevada ciencia con mucha lentitud, de modo que evolucionaron en armonía con cada una de sus etapas antes de seguir adelante. O quizá se adaptaron, tanto psicológica como somáticamente, a un ritmo más rápido. Sea como fuere, finalmente viajaron a las estrellas que habían nacido por entonces, en naves que se desplazaban casi a la velocidad de la luz. El descubrimiento de otras razas inteligentes y el intercambio con ellas les comunicó un ímpetu tan poderoso que adquirieron el poder de construir las grandes máquinas de transporte. En ese momento, ya no eran una sola raza, y a medida que sus exploradores recorrían el espaciotiempo encontraron más seres que podían ser ayudados a unírseles, si lo deseaban.
La mayoría de las especies no estaban preparadas. Pocas lo estarían alguna vez. Los Otros no premian, ni tratan de guiar en secreto. Sólo en pocos casos revelan su existencia. No creen que el verdadero destino de nadie sea parecerse a ellos; no creen en el destino. Cualquier clase de vida es igualmente valiosa, y tiene el mismo derecho a ir por su camino distinto. Además, esa diversidad es el alimento que hace crecer sus propios espíritus.
Esto no significa que sean diferentes. No; con conocimiento, inteligencia y sensibilidad como la suya, habiendo compartido diferentes vidas en muchos planetas a través de toda la historia del universo, desde su fiero nacimiento hasta su cenicienta muerte, los Otros conocen la tragedia hasta profundidades y alturas que, por suerte, no puedo recordar; mi mente, aislada, no sobreviviría. Cuando pueden, y consideran que la acción no dañará la integridad de un pueblo, ayudan. Pero con más frecuencia, observan y lamentan.
Pero no son demasiado solemnes. Su alegría, humor, picardía, capacidad de disfrutar, euforia, van más allá de mis posibilidades de comprensión. Igualmente su creatividad. Piensan en sus propias vidas como obras de arte en proceso de creación, que deben ser conformadas para deleitar al artista y a su público.
Esta actitud puede haber surgido porque, en ellos, la mente, la conciencia es proteica. La unión parcial o total de personalidades a voluntad podría ser llamada telepatía, pero es una palabra muy mezquina para eso. Lo que sucede no es magia. Requiere una onda transportadora, que obedece a las leyes de la física. Un rudimento de eso ocurre a veces, entre nosotros. Los Otros lo han llevado a la plenitud.
Esto incluye la posibilidad de colocar el diseño de una personalidad en otro cuerpo, sea ese cuerpo natural o artificial, orgánico o mecánico o… estaba el Oráculo, por ejemplo. Ese diseño es incompleto y está distorsionado, por supuesto. Una mente no se puede aislar. Lo que la genera y mantiene debe gobernarla, tanto como es gobernado por ella.
Pero un Otro puede vivir existencias separadas y reunirías, eventualmente, en el ser original. Un Otro puede ser inmortal, en un sentido, trasladando un pasado desde un cuerpo agonizante a otro nuevo, que ha sido creado con ese propósito, o a más de un cuerpo. La unión de mentes ya habrá formado parte de esta personalidad integrada con muchas entidades diferentes. Las grabaciones, también, presentadas a una conciencia posterior, si es necesario, representan una especie de resurrección.
Así, los Otros no son nómadas en ningún nivel. Tampoco están unidos en una enorme supermente; eso sería ineficaz, si fuera posible. La individualidad, fluida en su forma, es gracias a esa receptividad, más real de lo que es para nosotros. De esta raíz puede brotar su apasionada devoción por la libertad.
No son dioses. En nuestra galaxia y en cualquier instante dado, hay más de lo que pueden conocer o prever, Por amplio que sea su alcance, por enormes que sean sus construcciones, comprenden mucho mejor que nosotros cuánto mayor que ellos es la realidad, cuan eternamente misteriosa. Aunque sus símbolos no sean cosas como una luna creciente o menguante, sino el nacimiento y la muerte de las estrellas, ellos también tienen que crear mitos, ellos también quedan atónitos.
Por cierto que para ellos su tecnología, ciclópea o subatómica, se ha vuelto incidental, un conjunto de medios para un conjunto de fines. Han abandonado muchas cosas porque ya no son necesarias. Los logros que buscan son más sutiles… demasiado sutiles para ser percibidos por nosotros. (Si cincelas una estatua, tu perro la verá como una piedra que ha cambiado un poco su forma.) Pero tengo que tratar de transmitir una insinuación, un fragmento.
Permitidme decir, entonces, que los Otros se preocupan por explorar, entender y celebrar la existencia.
Una manera de lograrlo, entre otros, son los avatares.
Aunque son cuidadosos y no se exceden, no consideran una violación la creación de un avatar. Esos organismos no son anormales. Como máximo, viene a la vida en el lugar de un ser similar, que hubiese nacido de todos modos. Pero sí contiene ciertas estructuras, muy profundas, increíblemente sutiles, en la frontera entre lo molecular y lo atómico. Esas estructuras no afectan su funcionamiento y no son hereditarias. Sólo sirven para que sea posible la Unidad.
Hace falta poco más. Por ejemplo, en el caso de la mayoría de los vertebrados terrestres, lo más simple es fertilizar un óvulo partenogenétícamente, añadiendo el microorganismo para que la célula se duplique. Si se quiere un macho, es necesario hacer, además, algunos pequeños cambios en los cromosomas. Cualquiera que sea el tratamiento, para cualquier clase de organismo, es muy suave y conserva, más bien que destruye.
Un avatar, entonces, vive su vida como un miembro corriente de su especie. Puede que nunca sea Convocado. Los Otros no planean constantemente sobre ningún planeta; el cosmos es demasiado grande. Cuando uno de los de su clase entra en comunión, se trata de un acto de amor. No hay daños ni distorsiones; salvo aquellos que están muriendo y para los que el olvido puede ser misericordioso, vuelven al lugar donde estaban, para seguir siendo como eran. Solamente han compartido. De este modo, los Otros participan de todas las vidas en todas partes.
Es cierto que si el avatar es inteligente, unas sombras de recuerdos se avivarán a veces en su ser…
- ¿No puedo quedarme? -rogué. -No, querida -cantó la parte de mí que estaba en el corazón de Brigit-. Sería una condena para ti. Desde otra parte de mí habló Aengus: -Tampoco te gustaría ser pasiva, un parásito. Te estamos agradecidos por lo que has dado…
- Pero ahora que habéis vivido mi vida no tengo nada más que ofrecer.
- ¡Ojalá te quedaras…! No, eso no está bien. Lo que está bien es que seas lo que eres. Nunca Convocamos dos veces a un avatar.
- Porque tienes conciencia y por lo tanto libre albedrío, podemos hacerte el regalo de Leteo. Si aceptas, olvidarás todo lo que estaba Aquí. Será para ti como una noche sin sueño.
- Piénsalo bien, queridísima. Sabes que, si recuerdas, siempre te sentirás perseguida.
- Pero por un fantasma maravilloso -respondí. -Tendrá muchas caras, y algunas serán terribles. Medité mucho tiempo en la Unidad. Recuerda tus momentos más elevados, de amor, intuición, creación, belleza, victoria, cuando por un rato fuiste más allá de ti misma. Es más que eso, ser un Otro, y aun eso son las tierras bajas, entre las montañas.
- No -decidí-. Lo que pueda conservar de vosotros no lo entregaré a cambio de nada. Sí, será muy difícil saber que una vez mi alma abarcó tanto de la realidad que hasta pude sentir un poco de la inmensidad que queda para investigar, y para crecer, y para disfrutar. Pero no perderé totalmente el conocimiento de lo que es vuestro amor.
Nos acercamos mucho para despedirnos. Para esto, adoptaron nuevamente las apariencias que me habían mostrado al principio, porque me gustaban. No porque su verdadero aspecto fuera muy extraño, ni porque haya sido muy extraño lo que sucedió entre Aengus mac Og y yo. No dista muchos siglos de la mía la época en que los humanos, uno por uno, empezarán a ser Otros. Pero no por eso dejarán de ser humanos.
46
Había pasado menos de una hora cuando la voz de Brigit vibró en el intercom de la Chinook:
- Caitlin vuelve a vosotros. Entrará por la misma escotilla.
Solo en su despacho, Brodersen mordió la pipa que había estado chupando. La cazoleta oscilaba, rodeada de las espesas nubes azules que había formado. Al no ser ayudado por su aliento, el fuego, en caída libre, se apagó. Manoteó el cinturón de su asiento, desprendió la maldita cosa y se alejó de su butaca. Detrás de él yacía olvidado un tubo de whisky.
- El mensaje que lleva os alegrará -la voz lo seguía-. A través de ella hemos sabido que el vuestro es un propósito correcto. No es totalmente acertado; nunca lo creáis de ninguno de vuestros propósitos, pero vuestro éxito será preferible a vuestra derrota. Aunque no os ayudaremos en vuestra empresa, os enviaremos hacia vuestro destino. Aunque no decimos que triunfaréis, os deseamos lo mejor.
»Pero preparaos para partir pronto. Las fuerzas que hicieron este lugar y lo mantienen aquí, en el fin y el principio de un universo, están equilibradas en un rayo que gira. Por pequeña que sea, la masa de vuestra nave les pesa lo suficiente como para detener todo trabajo mientras estáis aquí. Tampoco tenéis ya nada que hacer entre nosotros. Habéis ganado, hasta ahora, y por lo tanto habéis ganado el derecho a volver a casa… o el derecho a volver y luchar por llegar a casa. No podemos daros más. Cuando comience vuestra próxima guardia, os rogaremos que partáis.
«Mientras tanto, dad la bienvenida a Caitlin. Sed buenos con ella.
- Cristo -gritó Brodersen mientras volaba-. ¿Cómo podría ser de otra manera?
Unos pocos tripulantes habían llegado a la escotilla antes que él. Los hizo a un lado con los codos y él mismo le abrió. Entró un brillo plateado, se apagó y allí estaba. El la tomó en sus brazos y flotaron, girando ridículamente. El aroma y la tibieza y la ligereza de ella lo abrumaron. Diablos, pensó, estoy llorando.
- ¿Estás bien? Pegeen, macushla, cariño, ¿qué sucedió? Tan pronto…
- Me ha parecido largo -dijo ella, como sonámbula. Su sonrisa venía del Nirvana-. Me han mandado de vuelta por el tiempo. Mira.
De un bolsillo del mono sacó el bloc de notas que siempre llevaban los exploradores del espacio.
- Aquí están escritos los senderos que debemos seguir, rehaciendo todo el camino, hasta llegar a Danu, de donde pasaremos al sistema de Beta. Llegaremos menos de un mes después que la Emissary.
- Pero tú, Pegeen, ¡tú!
- Oh, estoy muy bien. Has de darme un rato para… bajar. -Bruscamente, se aferró a él, que la sintió estremecerse-. Dan, abrázame, por favor. No tendría que estar llorando después de lo que he tenido. No tendría que llorar…
Desde el fondo del pozo donde estaba su ser, Joelle radió:
Por lo menos, ¿no me diréis adiós?
«Sí, y más», fue la respuesta. «Hemos sabido por el avatar de lo terrible de tu necesidad.»
¡Entonces llevadme a vosotros!
«No puede ser. Oh, Joelle, ¿puede un árbol volar o un pájaro coger un rayo de sol? Eres lo que eres y eres lo que puedes llegar a ser, si estás dispuesta. Alégrate de eso.»
¿En los pocos y miserables años que me quedan, sabiendo que nunca sabré lo que vosotros sabéis, sabiendo que mi noúmeno no es más que una sombra?
«Si lo deseas, podemos hacer que olvides.»
¡No!
«¿Qué más?»
Si no soy digna de vuestra compañía (…no hay una dignidad especial en eso.), entonces abrid la Realidad para mí. Aunque me mate o me vuelva loca, enseñadme la Esencia.
«No poseemos la Esencia.»
Pero lo que tenéis…
«Los fragmentos que poseemos no te harían daño en sí mismos. (Una conferencia sobre la relatividad, ¿haría daño a un chimpancé?) El avatar podría decirte… Pero tú tienes más dotes y antecedentes que ella. Por lo tanto, escucha, si lo deseas.
»(Matemáticas y trozos de lo que podían ser percepciones directas o podían no serlo, y:) Nuestro continuo de espaciotiempo no es toda la Creación. Es una burbuja en un océano hiperdimensional que crea eternamente otros de su clase, casi como los antiguos océanos de Tierra y Deméter y Beta crearon vida una y otra vez, porque ésa era su naturaleza. Los universos mueren, como las estrellas y las flores, pero su materia continúa, transformada en algo que no había existido antes.
«Aquí y ahora, nuestro cosmos acabado, en expansión, huyendo de sí mismo, se ha cruzado con otro. De esta unión, cuando sea completa, surgirá un mundo de mundos enteramente nuevo. (Alabada sea la suerte de que el otro plano sea también antiguo, ¡de que ninguna vida, rogamos para que así sea, perezca en la génesis!) Cómo será el próximo ciclo es algo que no podemos predecir.
«Las leyes y las constantes de la física ya están cambiando. Ni tú ni nosotros podríamos existir un instante fuera de esta fortaleza de fuerzas. Lo que vendrá será totalmente extraño. Pero trataremos de ser parte de ello, de entenderlo y amarlo. Estamos construyendo una máquina…
»…que es sólo un medio para un fin, Joelle, para el fin que no tiene fin.» Y después de un silencio: «¿Sigues deseando un vislumbre?» [Sil]
«¡Percibe!»
Ella gritó. No de dolor o de miedo; de impotencia.
«Que viajes bien. Que siempre viajes bien.»
Caitlin se movió.
- Tengo que ir con ella -dijo.
- ¿Eh? ¿Qué quieres decir? -preguntó Brodersen.
- Esto se me confió, ayudar a Joelle -le dijo-. Sabían que iba a sufrir. No pueden curarla. Quizá no haya remedio. Pero debo intentarlo, Dan.
- ¿Y yo? Oh, no quiero importunarte, no necesito consuelo en este instante… pero has cambiado, Pegeen.
- Sí. -Lo abrazó con fuerza-. Estoy lejos de ti. Lucharé por volver, lo haré. Pero ahora… tú eres más fuerte que ella.
- Ha llegado la hora de vuestra partida -dijeron las voces de los Otros-. Llevad con vosotros nuestra bendición.
47
Enorme y rojo dorado en el cielo azul púrpura, el sol púrpura, el sol de Beta indicaba la última hora de la mañana. Una de las tormentas de lluvia que predominaban en esa parte del largo día, acababa de terminar. Quedaban algunas nubes dispersas, brillando suavemente, y el arco iris formaba un puente en el horizonte occidental. La tierra mojada resplandecía, como si los tonos profundos del césped, los matorrales y las frondas de los árboles estuvieran adornados con diamantes. Soplaba una brisa fresca que traía olores parecidos a los de las especias. Al este brillaba un estuario y se levantaban siluetas de edificios, pero más cerca casi nada indicaba que ésta era una de las principales sedes de la civilización interplanetaria. Una vieja torre levantaba su bulto de piedra gris cubierto de hiedra, sobre la tierra.
Era la época del crecimiento, entre la noche helada y la tarde ardiente. En todas partes brotaba vida vegetal que crecía casi a ojos vista. El cielo estaba lleno de alas y las canciones resonaban en montes y praderas.
Joelle y Caitlin se acercaron andando a la torre. Una gravedad menor que la terrestre daba elasticidad a sus pasos. Pero andaban con expresión grave: la joven, sobria; la mayor, triste.
- ¿Y por qué no puede olvidar su dolor? -preguntó Caitlin-. Sí, tuvo un gran shock, al descubrir que lo que sabe es una gota de espuma que un momento después volverá a caer al mar, perdiéndose. Pero ¿fue una verdadera sorpresa? ¿Será menos emocionante mañana, cuando haga un descubrimiento?
Toelle meneó la cabeza.
- Es peor -dijo desde su depresión-. Descubrí que no sólo soy ignorante, soy estúpida. No; ni siquiera eso, porque implicaría algo en común con los Otros. A pesar de nuestros trucos holotéticos, seguimos siendo animales inferiores. Somos como monos tratando de escribir una obra de Shakespeare en la consola de una computadora, apretando teclas al azar e incapaces de persistir más de cinco minutos. O somos como gusanos ciegos tratando de ver.
Durante un segundo, Caitlin apretó los puños y miró fijamente al viento. Cuando controló la expresión de su cara, dijo:
- No nos desprecian. ¿Cuántas veces tengo que decírselo? Para ellos, cualquier clase de vida es noble. Nos corresponde sentir orgullo por ser lo que somos.
- Para usted es fácil decirlo.
Caitlin contuvo una respuesta.
- Usted es comunicativa, física, sanguínea, todo lo que yo no soy -siguió Joelle-. Y lo que creía ser, resultó una ilusión. De modo que no soy nada.
Caitlin se sonrojó, frunció el ceño y dijo, cortante:
- ¿No le parece que ya es hora de que salga de ese baño de autocompasión?
- Oh, cumpliré correctamente con mis deberes, no se preocupe.
Suavizada, Caitlin tocó la mejilla de Joelle.
- Aprenda a ser humana de nuevo. El cerebro es sólo una faceta de la existencia, ni la mayor ni la más brillante. La ayudaré en lo que pueda. Todos sus compañeros lo harán.
Se percibió el sabor ácido del desprecio.
- Sí, empezando con mucho sexo. Su panacea favorita, ¿no? Sin duda podrá persuadir a sus sementales de que hagan a la vieja dama el favor de joderla con cierta regularidad. ¡No, gracias!
- ¿Acaso sugerí eso? -dijo Caitlin en voz baja-. No haría semejante cosa. Me parece tan fea como a usted. O más fea, quizá. No creo que usted vuelva a desear un hombre, como hombre, nunca más. Lo cual no es una vergüenza para usted, es sólo su gusto y elección, Pero es terrible verla helada en su soledad. Déjenos entibiarla y liberarla. Podemos, si usted es cálida con nosotros, si le importa.
- Sigo siendo una holoteta. Ustedes siguen siendo animales para mí. Bienintencionados, pero animales; y nunca me interesaron los perros. En cuanto a mis colegas de Tierra, ¿cómo pueden gustarme, si ya no los respeto, ni me respeto a mí misma? Un sentimentalismo pegajoso no va a cambiar nada de esto… Ya hemos llegado.
Un volador estaba aparcado junto al edificio, cuya puerta había sido cubierta. Las mujeres entraron en una penumbra fría y llena de ecos y subieron por una rampa espiral al segundo piso. Allí estaban las unidades de conexión que los betanos y los científicos de la Emissary habían diseñado para uso conjunto. Los recuerdos de Fidelio se precipitaron sobre Joelle. Hubiéramos compartido la misma pérdida, nos hubiéramos ayudado en nuestro dolor. Pero está muerto.
Tres nativos aguardaban; una hembra destacaba entre las formas menores de dos machos. Los rayos de sol entraban por una ventana haciendo brillar su pelaje caoba. Su olor a yodo llenaba la nariz, como el aire de una playa. Con zarpas superiores y manos inferiores hicieron gestos de bienvenida. Los humanos devolvieron sus cortesías lo mejor posible.
Joelle ocupó su lugar. Caitlin la ayudó a conectarse y después se apartó. La holotesis despertó. Joelle descartó la idea de examinar el noúmeno, esa triste ficción. Simplemente, pretendía un dominio completo del idioma local. Sin embargo, sintió que el estado la poseía, sintió su poder en su ser, sí, esto era lo suyo.
Por medio del accesorio vocalizador produjo los sonidos sonoros, sobreagudos y a veces aflautados, del idioma de Tierra.
- Que el buen tiempo sea vuestro, matriarca y sus fieles machos.
- Que la marea te sostenga, hembra de intelecto -fue la respuesta igualmente ritual de los betanos.
- Lamentamos llegar tarde -explicó Joelle-. La lluvia nos retuvo en el campamento. Nuestros compañeros de bandada estaban usando los vehículos que nos fueron prestados para varios recados relacionados con nuestra instalación, y pensé en la posibilidad de una tormenta peligrosamente fuerte.
- No nos resecamos -dijo la hembra. -Pasamos el tiempo calmando las oleadas internas contra lo que vamos a oír -añadió el más grande de sus maridos.
- Eres bondadosa al reunirte con nosotros, debiendo de tener mucho trabajo -dijo el otro.
- Es lo menos que puedo traer a la esposa y hermanos de hogar de aquel que fue mi amigo -les dijo Joelle.
Súbita, deslumbradoramente, comprendió que era así. Había aceptado la solicitud de entrevistarse con ellos como un gesto calculado. La tripulación de la Chinook necesitaba mucha buena voluntad si iba a persuadir a todo un mundo que se convirtiera en su aliado. Pero ahora que estaba aquí, con quienes Fidelio había amado… Sus ojos ardieron y se nublaron. Se los frotó con los nudillos, irritada, y siguió, contenta de que su voz artificial no se alterara:
- Junto a mí está una hembra de nuestra banda, denominada Caitlin. El murió en sus brazos. Antes de entonces, prefería su compañía, después de la mía, porque disfrutaba de su música y le daba sus canciones a cambio. Haré de intérprete entre vosotros y ella. Juntas trataremos de coger con red la historia de cómo fue todo para él. Preguntad lo que queráis.
Caitlin se adelantó hasta que la viuda se inclinó sobre ella y pudo ofrecer la caja que llevaba.
- Toma esto, señora mía -dijo en voz baja-. Mientras estábamos en la nave hice copias de las grabaciones suyas que tenemos y amplié las mejores vistas e imágenes, para ti.
Mientras Joelle traducía, los betanos vieron lo que era. Por un rato miraron las fotografías en silencio. Luego la hembra apoyó dulcemente sus zarpas en la cabeza de Caitlin, la acarició con sus manos grandes y temblorosas y rugió y silbó… ruidos marinos…
- Que nunca te falte agua salada limpia. Que cada viento te traiga felicidad. Esto en nombre y en la presencia de Dios.
- Oh, es algo dolorosamente insignificante. Uno se siente tan impotente…
- Quizá no captes cuánta ayuda derramas al compartir recuerdos con él. Levantas los días suyos que para nosotros están sumergidos.
La reunión duró largas horas, porque los betanos deseaban todo, cada detalle que los humanos pudieran recordar. Sus preguntas volaban como gotas de lluvia en el viento. Una cámara grababa la escena, pero Joelle sospechaba que, en realidad, no necesitaban de eso; lo que hacían era evocar a Fidelio en su interior. Caitlin descolgó el sonador de su hombro y les ofreció las canciones y melodías que le había ofrecido él. Al final, dejó el instrumento de lado y les cantó la canción de cuna.
Cuando terminó, el silencio se prolongó un rato en la torre. Luego la viuda se movió, levantó un brazo superior bendiciendo y dijo:
- Que la misericordia acompañe siempre a quienes son misericordiosos. Defenderé vuestra causa ante el Consejo Soberano y creo que podré moverlo a que os ayude.
- ¿Qué? -exclamó Joelle sorprendida-. ¿Tú? -¿No habíais cogido la integridad de la verdad acerca de mí? Eso presagia el bien, que ambas llegarais aquí sólo por bondad. Sabed que para honrar al ex ser del que viajó con vosotros, la Liga de Viajeros Espaciales últimamente me nombró su delegada. Como sus miembros se sumergirán ante mi dirección, lo que diga en el Consejo tendrá una carga plena.
Un golpe de suerte. No la desilusionaré acerca de mis motivos… o más bien, los motivos que servía, sin esperar que nada me importe realmente nunca más. Además, lo que sugiere es alarmante. Si Caitlin ha entendido… Joelle miró a la mujer más joven y la vio con la mirada perdida en la ventana, el rostro tan alejado de las emociones normales como una máscara mortuoria. Brevemente, la compasión había traído a Caitlin desde esos reinos donde su alma vagaba desde que dejó a los Otros, pero ahora había vuelto allí. Joelle dirigió su atención a los betanos. -¿Se duda de que vuestro pueblo nos ayude? -preguntó.
- Sí -respondió francamente la hembra-. La historía que trajisteis es terrible. Confiábamos en aprender de vosotros cómo podemos transformarnos en lo que debemos transformarnos. Hoy, muchos se preguntan, en cambio, si nosotros… nuestra descendencia, toda nuestra raza… no podríamos aprender la traición, la opresión, la violencia, como las que vosotros informáis sin que os parezcan cosas demasiado raras. Hay algunos que querrían poneros en cuarentena.
- ¿Vuestra especie es perfecta? -replicó Joelle, más interesada en una información justa que en defenderse.
- Claro que no. Tú sabes la enfermedad que padecemos, y la clase de sequedad que eso ha provocado. El problema es: las aguas que ofrecéis, ¿serán curativas o venenosas?
- Tenemos algo más que ofrecer, además de nosotros mismos.
- Sí; la carta del camino que habéis seguido. Eso hace flotar vuestra causa. Sin embargo… -La viuda extendió las manos, como abrazándola-. Bueno, este día nos enseñasteis a nosotros tres cuánta decencia tiene vuestra raza. ¿Cómo los de este mundo no vamos a ayudaros lo más posible? Eso pediré al Consejo.
Joelle quedó asombrada ante el alivio que sintió.
Pocos minutos después, la familia se despidió sobriamente y partió. Se ofrecieron a llevar a las terrestres, pero éstas prefirieron volver andando.
Cuando dejó la holotesis, Joelle no sintió la depresión que le era habitual en ese momento. Por supuesto, no podía pensar igualmente bien, pero no sentía la necesidad de hacerlo. La razón magnificada había estado conteniendo lo que empezó a manar de ella.
El sol apenas se había movido. Las nubes tormentosas azul negras estaban iluminadas por los relámpagos al oeste; algunas nubes se desprendían de ellas y cruzaban el cielo, seguidas por un viento fuerte y cortante; una nueva tormenta se preparaba. No comenzaría antes de que las mujeres llegaran al campamento, pero, mientras, refrescaba el ambiente. El paisaje viviente se mecía, aguardando.
Caitlin cogió del brazo a Joelle. Nuevamente, el rostro de la muchacha, toda su actitud, reflejaba una preocupación muy humana, sugiriendo apenas la parte suya que estaba en otro sitio.
- Échese a llorar -dijo.
- ¿Qué? -Joelle parpadeó.
- La vi luchando por no hacerlo, todo el tiempo. Su máquina le dio fuerzas. Pero ¿por qué no ceder? Usted sabe que a mí se me caían las lágrimas.
- Usted es diferente.
- ¿Cuánto, en el fondo?
Me lo pregunto, pensó Joelle.
- No me gustaría verla apenada por la pena en sí -continuó Caitlin-. Pero este día ha sido hermoso porque me ha mostrado que todavía puedo amar.
- Bueno… yo… -Joelle tragó saliva-. Eran los parientes de Fidelio. No son humanos.
- ¿Y eso qué importa? Son seres inteligentes. Desean su amistad. Concédala, reciba la de ellos y vuelva a vivir.
No, maldición; no quiero gritar. Yo…
- Nuestras razas estarán cada vez más en contacto -dijo Caitlin pensativa-. Tierra necesitará una especie de embajador en este planeta, que debería ser el jefe de una misión científica permanente. Por cierto que nadie estaría tan calificado como usted.
- Si los betanos nos aceptan.
- Lo harán; puede estar segura -dijo Caitlin. ¿Qué conocimiento inexpresable había detrás de sus palabras?-. No sólo porque sienten la necesidad de estudiar nuestras vidas. Por cierto que aunque eso sería valioso, difícilmente será el remedio simple que esperaban en su primera alegría. Esos remedios no existen, ¿verdad que no?
»Pero entre nosotros y las nuevas razas a las que podemos conducirlos… vaya, ¡hay mundos enteros abiertos! Los Otros no nos hubieran enseñado cómo volver por todos los pórticos que recorrimos en nuestra búsqueda si no creyeran que somos dignos de su confianza… toda la humanidad y Beta. Debemos dejarlos en su puesto de avanzada pero… en el resto…
La voz de Caitlin se extinguió. Se detuvo y quedó rígida un momento, con los ojos vueltos hacia el cielo, la boca deformada, los dedos contraídos como para aferrar el viento. Joelle pudo leer sus pensamientos:
Debemos dejarlos en paz. Nunca más volveremos a conocerlos.
Con un gesto brusco, como controlando su dolor, Caitlin siguió andando y hablando. Hasta había algo de entusiasmo en su tono:
- Los bailarines de Danu. Los maestros de Pandora. El Oráculo del pulsar y los que van allí de visita. Los tripulantes de aquella nave que vimos pasar en el borde de la galaxia. ¡Y más, y más! Joelle, podría envidiarla; semejantes aventuras de la mente y el espíritu pueden ser suyas… serán suyas. Le juro que para los Otros, los momentos de mayor elevación son los dedicados a la búsqueda. ¿Qué más puede pedir? Y esos dos que cono-cimos… hijos de la humanidad… en un sentido más profundo que el de la sangre, descienden de usted.
Podría ser así. Quizá tenga razón. Aquí en Beta, desafíos, afecto, paz interior.
- Y de Fidelio -terminó Caitlin.
Entonces Joelle lloró.
48
El ojo no veía cambios. Sol resplandecía sobre una obscuridad donde las estrellas nunca parpadeaban en sus incontables brillos, la Vía Láctea era un rio plateado, las nebulosas y las galaxias hermanas se percibían en la lejanía y el gigantesco cilindro de la máquina T giraba entre sus balizas, recorriendo la misma órbita de Tierra, pero invisible desde ella. Cualquier sensación de que había sucedido algo irremediable sólo podía ser una tontería, hija de la incertidumbre y el agotamiento emocional. Varias horas antes, una nave tripulada por criminales fugitivos había tratado de escapar, se había metido en un sendero al azar y había desparecido por toda la eternidad. Eso era todo. Nada importante había sucedido. Nada.
Salvo vidas puestas en peligro. Salvo murmullos en la tripulación… hay algo que no nos dicen, pero ¿qué y por qué? Salvo una conciencia demasiado inquieta para dejarme dormir.
Flotando sólo en el centro de control, en silencio, Arana Janigian, comandante de la nave de vigilancia Copérnico, contemplaba la pantalla visora. ¿Lawes estará despierto en la Alhacen? ¿Se preguntará si hicimos bien, descubrirá que lo que nos han dicho no es fácil de creer y se maldecirá por no haber tenido los huevos para jugarse la carrera, hacer público el incidente y tratar de que se iniciara una investigación? ¿O sabe la verdad y duerme profundamente, confiando en que mañana recibirá órdenes de volver a casa?
¿Acaso se le ocurrió esta verdad, que cosas importantes habían sucedido, estaban sucediendo, seguirían sucediendo mientras existiera un futuro? Se trataba, meramente, de que su escala temporal era cósmica. Las estrellas evolucionaban sin cesar; después de millones de años la mayoría de las que aparecían más brillantes habrían estallado y muerto. Mientras tanto, la nebulosa de Orion y sus parientas habrían engendrado nuevos soles, nuevos planetas. Dentro de unos cinco mil millones de años comenzaría la lenta agonía de Sol. Por entonces, habría perdido estas constelaciones, habiendo girado -¿cuántas veces?, ¿unas veinticinco?- alrededor de una galaxia que también cambiaba incansablemente. Después…
Ante Janigian apareció una nave.
Automáticamete, sonaron las alarmas. Los hombres que estaban de guardia gritaban por el intercom. Ningún pez piloto había avisado. Ni podía haberlo hecho. Ese gran cilindro chato, con sus misteriosas excrecencias y el resplandor azul que lo rodeaba, no había sido construido por humanos. Pero había muchas fotografías de otro similar en las bibliotecas y los bancos de datos de Tierra y Deméter. Una nave muy parecida había pasado por el Sistema Pebiano.
- ¡Todos a sus puestos! -gritó Janigian-. ¡Estén alerta! ¡No hagan nada sin recibir órdenes, pero estén alerta! Comunicaciones, póngame con la Alhacen.
La nave aceleró suavemente. Otra nave hermana emergió y se hizo a un lado. Llegó una tercera.
- Lawes, ¿es usted? Lawes, no dispare, ¿me oye?
- ¿Cree que estoy loco? Claro que no. Llamaré a mis superiores. Usted intente, si puede, comunicarse con esas… esas criaturas. Notifíqueme instantáneamente y conécteme si lo consigue.
Una cuarta, una quinta, una sexta… Una pausa y los extraterrestres maniobraron para colocarse en una formación que podía ser defensiva, pero…
El séptimo bajel fue diferente, pequeño, esférico, torpe en comparación, cuando aceleró a la habitual gravedad… una Reina.
- Lawes, ¡la Emissary ha vuelto! Por la Santísima Virgen, ¡los ha traído hasta nosotros! -Contra todas las órdenes…
- No; aguarde, aguarde. Esa nave no es la Emissary. Magnifique su imagen; fíjese bien. Es la Chinook. La Chinook ha vuelto de la muerte.
¿Será un sueño? No; demasiada solidez, el arnés que me sostiene, medidores cuyos diales no se disuelven, la familiar inercia de mi cuerpo, aunque el universo estalle allí fuera.
Los extraterrestres la habían rodeado, como una muralla.
- Llamada habitual -ordenó Janigian-. Páseme directamente la respuesta.
En menos de un minuto, la pantalla de comunicaciones exhibió la cara de Daniel Brodersen. Los días transcurridos desde la última vez que había pasado a Sol habían vuelto más profundas sus arrugas, habían encanecido su áspero pelo negro y le habían dado algo más, un aspecto remoto… ¿Cómo era posible?
Sonrió y habló en su español lento, como antes: -Buen día, capitán, o noche, si eso es lo que dicen los relojes. Escúcheme, por favor. No somos inocentes crédulos que pueda borrar del espacio antes de que se enteren. Pero venimos en son de paz. Si usted dispara, no dispararemos. No necesitamos hacerlo. Espero que no malgaste las municiones de la comunidad en nosotros. Nos dirigimos a Tierra. Sin embargo, nos gustaría empezar con la Copérnico y la Alhacen. Esperemos que nos escuchen y envíen un mensaje, al cuartel general oficial, dando fe. ¿Lo harán?
- Sí -contestó Janigian. Lawes habló por la conexión auxiliar. -No -gruñó-. Son subversivos; deben de haber reclutado una flota de monstruos. -¿Quién se lo dijo? -bufó Brodersen. -Lawes -dijo Janigian-, cállese. Y deje que sus hombres escuchen.
Brodersen empezó. Tenía grabaciones, que proyectó, y escenas en vivo desde el interior de las naves betanas. A medida que hablaba, la incredulidad de Janigian se transformó en ira que aumentó hasta la rabia incontrolada. Lawes, incrédulo al principio, comenzó a demostrar su propia furia un rato después. Hasta que tuvo que dejar su puesto para impedir un motín.
El teléfono de la mesilla de noche sacó a Ira Quick de una pesadilla. Una casa derruida, una niñita muerta acusando al cielo, abrazando aún su osito, sangre demasiado escarlata… Estaba cubierto de sudor frío. Cuando se apoyó en el codo y encendió la luz, vio como caía la nieve en la ventana nocturna. Junto a él, un bulto tibio, su mujer, se movió, nadando hacia la vigilia.
Aceptó la llamada. Una cara entró en el panel, una voz comenzó a disparar noticias recibidas. Pocos segundos después, Quick dijo:
- Aguarde. Deténgase. Quiero recibir esto por otra línea. Grabe cualquier cosa que llegue hasta que vuelva a tomar contacto con usted y asegúrese de que su circuito es seguro.
Apoyó los pies en el suelo. Alice se sentó.
- ¿Qué pasa? -preguntó.
- Confidencial -replicó él-. Aguarda aquí.
Se levantó.
Es raro, pensó una sección de él, uno no siente las catástrofes inmediatamente. Como la pierna que me rompí esquiando, o el intento de extorsión, o la investigación y el recuento de votos de Bergdahl. Afronté muy bien todo eso. Una persona se transforma, temporalmente, en un autómata eficaz. La angustia llega después. Miró a Alice, la juzgó bellísima, lamentó que posiblemente la perdería y deseó vagamente haberle prestado más atención.
- Cariño, debe de ser terrible -susurró ella-. Déjame estar contigo. Por favor.
- No. Te he dicho que aguardes aquí.
En su estudio escuchó el informe. Era confuso e incompleto, pero poco ambiguo. Dio las respuestas obvias, dejó el instrumento en llamada especial y volvió a subir para llamar a la puerta de su huésped incógnito.
Simeón Ilytch Makarov le hizo entrar. La figura baja y gorda llevaba un pijama horriblemente llamativo.
- Bueno, ¿qué pasa? -preguntó cortante el primer ministro de Gran Rusia.
Quick lo hizo retroceder y cerró la puerta. -Malas noticias -dijo-. Las peores, en realidad. Makarov se mordisqueó el bigote pero no retrocedió. -Parece que Brodersen ha vuelto. Encabezando una flota betana. La Alhacen trató de comunicarse conmigo, pero entraron demasiado rápido. La Copérnico envió un mensaje al Control Astronáutico. Palamas me avisó. Está confusa, no sabe qué pensar, pero supuso que yo merecía una oportunidad. ¿Qué podía decirle? Esencialmente, «mentiras, fraude. Guarde el secreto hasta que sepamos más».
- Pero no es un fraude -dijo lentamente Makarov. -Difícilmente. De algún modo ese demonio… -Quick tragó saliva, controló un estremecimiento y entró en detalles.
- Bien -dijo Makarov-. Bien. Quick volvió a estremecerse. -¿Qué vamos a hacer?
- Yo me vuelvo a casa, por supuesto. -Makarov dio media vuelta, se dirigió al armario, lo abrió y sacó su maleta-. Consígame un auto para ir al aeropuerto.
- Pero… señor… -Quick luchó consigo mismo-. Tenemos que planificar, coordinar, alertar a la organización.
- Sí. Mientras tanto, niegue. Manténgase firme, como dicen ustedes. Tenemos unos días antes de que lleguen a Tierra.
- Y cuando lo hagan…
- Debemos estar dispuestos. -Makarov se derrumbó. Por un momento quedó gris-. Políticamente, estoy terminado, como usted. Y mis esperanzas.
Se enderezó, puso la maleta en la cama y comenzó a llenarla.
- Trataré de estar en posición de negociar mi supervivencia. Si no, intentaré desaparecer. Le aconsejo que haga lo mismo.
No; no estoy preparado. No soy el tipo, éste no es esa clase de país y no tengo vinculaciones adecuadas en el extranjero. Estoy acabado. Quick contempló la tormenta de nieve. El público se volverá contra mi. Puedo elegir la prisión o una pistola.
- ¡Malditos sean! -gritó-. ¡Los muy ingratos! ¡Que Dios los envíe al infierno!
49
Había pocas farolas en Eglise de St. Michel, y ninguna cerca de la casa de los Brodersen. Cuando Elisabet Leino abrió la puerta, vio su césped, arriates, copas de árboles plateadas por la luna. Tanto Perséfone como Erion estaban altas; las sombras dobles cruzaban el rocío temprano. El aire que entraba era fresco y tranquilo.
Sofocó una exclamación de sorpresa y aguardó que hablara la persona que había llamado a su puerta. La luz de la casa era menos bondadosa con Aurelia Hancock que el resplandor del cielo. La gobernadora general de Deméter se quedó un momento mirando al suelo y retorciéndose los dedos. Finalmente, levantó los ojos y rogó:
- ¿Puedo entrar?
- Sí -respondió Lis, haciéndose a un lado.
Hancock entró.
- Por favor, ¿podrías cerrar la puerta? He venido en secreto.
Lis cerró, se volvió y se enfrentó con su visitante. El salón, la alfombra, el suelo de madera dura, el entablado de las paredes, la chimenea que había construido Dan, ya no eran serenos. Estaban alerta. Hasta el gato, en el sofá, despertó y les envió una mirada amarilla.
- ¿No quieres sentarte? -invitó Lis automáticamente.
- No sé si puedo -dijo la otra mujer en su desdicha. Revolvió su bolso buscando un cigarrillo.
- ¿Una copa, entonces?
Hancock miró asombrada a Lis.
- ¿Beberías conmigo?
- Te ofrezco una copa a ti.
- Ya veo. No, gracias.
Lis fue hacia el hogar y apoyó el codo sobre la repisa. Allí descansaban unos pocos recuerdos… unos candelabros heredados de sus padres, pipas de Dan, un trofeo de un concurso de patinaje artístico que habían ganado juntos, la clase de cosas que hay en un hogar. Segura junto a ellos, Lis preguntó:
- ¿Por qué has venido?
Hancock comenzó a temblar.
- A pedir tu ayuda, tu perdón y…
Lis levantó las cejas.
- ¿Qué supones que puedo hacer? Las noticias ya son públicas. Dentro de un par de días llegará por el pórtico el gobernador provisional y el comité investigador no tardará mucho más. Yo no tengo ningún cargo oficial.
- ¡Pero eres la mujer de Dan Brodersen!
- El hombre a quien hiciste todo lo posible por matar. -Lis golpeó la piedra con el puño-. No; no debía haber dicho eso, quizá. Creeré lo que me has dicho hace un rato, por teléfono, de que tu intención no era ésa y los hechos se precipitaron. De todos modos, Aurie, asumiste una responsabilidad y tendrás que cargar con las consecuencias.
Con la cabeza gacha, Hancock sacó el cigarrillo que había estado buscando, pero en vez de encenderlo lo destrozó con dedos temblorosos.
- No entiendes -murmuró-. No pido nada para mí. Te estoy pidiendo que tengas piedad de Ira Quick.
Lis se puso rígida por la sorpresa.
- ¿Qué?
Nuevamente, Hancock se obligó a levantar la mirada.
- Tú lo ves como un monstruo, que trató de deshacerse de tu marido y ahogar todo lo que a Dan y a ti os importa. -Su voz se volvió más fuerte-. Pero no lo es. Sin duda ha cometido errores terribles…, aunque nunca sabremos qué hubiera pasado si hubiese ganado, ¿verdad? Hubiese pasado a la historia como un estadista, un héroe… No importa; perdió, eso es todo. Pero ¿sería posible que comprendieras que no hizo lo que hizo por maldad? Ambicioso, vanidoso, sí; es humano. Pero creía honestamente que hacía lo que debía hacer.
- No estoy muy segura de eso -dijo Lis.
- No importa -repitió Hancock. Ahora estaba llorando-. Pero pregúntate para qué serviría la venganza. ¿No sería mejor para todos…, no sería el mejor principio para esta era vuestra… si perdonarais?
Lis guardó silencio unos segundos antes de decir:
- Te he preguntado qué esperabas que hiciera, suponiendo que quisiera hacerlo.
- ¡Todo! -gritó la visitante. Y más bajo-: Concédeme que entiendo de política. Dan es el hombre del día, el hombre del siglo, pero necesita que se levanten los cargos que hay contra él, acciones ilegales que provocaron homicidios, y… Si él solicitara públicamente una amnistía general, ¿quién podría rehusarla?
Se restregó los ojos.
- Puedes convencerlo de que lo haga. No es un hombre vengativo, y… ya te lo he dicho, ¿no sería un hermoso gesto? Yo no importo. Aceptaré lo que me toque. De todos modos, resulta que no fui más que un peón. Y el resto de los conspiradores tampoco importa. Pero Ira… -Cayó al suelo, encogida, apoyándose en los brazos-. ¡Ira, por favor, Ira!
Lis quedó un momento de pie, apoyada en sus largas piernas y su fuerza. La luz y la obscuridad se alternaron en su cara. Finalmente murmuró como para sí misma:
- La vida pública se ha terminado para todos ellos. ¿Se animarán a salir a la calle en Tierra? Pero en Deméter aún hay continentes enteros para gente que quiera empezar de nuevo.
No quiso tocar la forma acurrucada frente a ella, pero dijo:
- Sí, Aurie. Haré lo que me pides. También por ti.
Cuando se quedó sola, salvo por los niños dormidos, Lis volvió a su estudio. Era una habitación grande, eficientemente amueblada, llena de modernísimo equipo de oficina, pero encima del escritorio había un holograma del monte Lorn y sus nieves eternas. Se detuvo, mirando con el ceño fruncido el comunicador, hasta que apretó la tecla de repetición. Una vez más consideró el último mensaje de Brodersen desde Lima. Tanto la voz como la imagen denotaban cansancio: «…una cantidad infernal de tonterías que hay que hacer. Y no les veo fin, por cierto. Tú lo resistirías mejor que yo, cielo. Y sería estupendo tenerte aquí. Me repitió constantemente que no sería práctico, y luego busco maneras de convencerme de que estoy equivocado…»
Pero, pronto, mencionó a Caitlin. Al principio, Lis se saltó esa parte, pero luego se mordió el labio y la escuchó dos veces. Luego se sentó y meditó. Finalmente, escuchó la respuesta que había estado preparando cuando Aurelia Hancock la interrumpió. Ahora tenía mucho que decir, nuevo e importante. Pero antes de hacerlo, quedaba algo que podía importar mucho más.
Su Doppelganger electrónico miró desde la pantalla y declaró:
«…tus noticias casi me dan miedo. Déjame hablar con ella. Los próximos minutos de la grabación son para ella.»
Se aclaró torpemente la garganta y cambió de posición. Después:
«Hola, Caitlin querida. Salud. Lo que Dan me dice de ti no suena muy bien. No es que me haya dicho mucho, en parte porque no tiene mucho que decir, creo. Aparentemente, vives tu vida de forma más o menos normal. Pero, bueno, por ejemplo, no mencionó ninguna broma entre vosotros, y habitualmente las comparte conmigo. O…» La cinta reprodujo el sonido del timbre de la puerta y se detuvo.
Lis meditó, volvió a poner la máquina en marcha y habló a los años luz que había detrás de ella.
- Dan, esto es para Caitlin. Para ella sola. Desconecta y deja que oiga el resto. Tengo más para ti, pero lo pondré en la próxima cinta. -Sabía que él accedería a su petición.
»Caitlin, creo que será mejor que no le enseñes esto a Dan. Dile que son cosas de mujeres. Dios sabe que ya tiene bastantes preocupaciones. Y tú, tu pena, es la mayor de todas.
«Por favor… -continuó Lis, luchando por respirar…
¿entiendes que no quiero que te sientas culpable, ni nada parecido? Nunca podré imaginar lo que te ha sucedido. Ni lo que deseas…, ése es el verdadero problema, ¿no? Estás sumergida en el sueño de lo que fue, y él lo siente, y…
Controló sus pensamientos.
- Tienes que volver. Por ti, por él y, sí, por mí. Por mí personalmente, no a través de él. Podría comprar un billete para Tierra, Caitlin, ya que él estará varios meses allí. Lo haría, pero tú necesitas todo lo que puede dar. No debe perderte en esa media vida en que estás. Y yo tampoco. He descubierto que eres muy importante para mí.
Suspiró.
- Oh, sí, te he envidiado y sin duda volveré a hacerlo alguna vez en el futuro. Pero no siento celos. Ya no. Ambas lo amamos y él nos ama a las dos. Bueno, ¿por qué no vamos a querernos nosotras? -Rió-. Quizá llegue el día en que me envidie un poco… o sienta algo de celos. ¡No le haría ningún mal!
«Caitlin, vuelve a casa.
»Yo no he estado donde tú, pero soy mayor que tú y he visto partes de la vida que quizá tú no conoces. Déjame sugerirte, déjame llamarte…
Cuando terminó, Lis se levantó y se estiró, músculo por músculo. Mañana escucharía su discurso, quizá lo modificaría un poco, sólo para que fuera más claro. Sabía cuál era el consejo y esperaba que fuera útil. Mientras tanto, ¿qué tal una copa antes de acostarse, un poco de Sibelius y a la cama? Quería disponer de todas sus energías por la mañana.
Al diablo con ser Griselda, o Penélope. Tenía mucho que hacer.
50
Este año, la primavera llegó pronto a Irlanda. Allí, una mañana, Brodersen y Caitlin fueron de excursión.
Estaban en el condado de Clare. Cinco siglos de antigüedad, abandonada mucho tiempo, restaurada últimamente para alquilarla a los turistas, su casita de campo guardaba recuerdos de generaciones que habían nacido entre sus paredes, habían crecido y habían amado, concebido y dado a luz niños, trabajado, sufrido, llorado, reído, cantado, soñado, envejecido muerto y enterrado. Baja y blanqueada, cubierta por un techo de paja, estaba sola en una colina, mirando al mar; los que habían vivido aquí habían sido, sobre todo, pastores de ovejas. A varios kilómetros, una aldea en una ensenada todavía alojaba pescadores. Como sus modales eran antiguos, no corrían a informar al mundo quiénes estaban viviendo allí, sino que respetaban su deseo de intimidad, tal como les había dicho el párroco. Cuando encontraban a la famosa pareja en la calle o en la tienda, los llevaban a pasear en barca o bebían con ellos en la taberna, los aldeanos se contentaban con ser amistosos.
- Un día estupendo, por cierto -dijo Brodersen. Se colocó en la espalda la mochila que contenía el almuerzo mientras miraba a su alrededor.
Hacia el oeste, la aulaga y los heléchos terminaban bruscamente en lo alto del acantilado. Más lejos, las aguas brillaban leonadas, esmeralda, mercurio, en una vibración de olas pequeñas. Más cerca, estallaban en espuma y fuentes blancas en rocas y escollos. Desde aquí arriba escuchaba su rugido. Hacia el sur, la tierra también era abrupta, y más aún hacia el norte. Al oeste, se extendía la vegetación en dirección a la masa azulada de una montaña que era la meta de su excursión con Caitlin. Setos de espinos florecían, nevados, a lo largo de los sinuosos senderos. Granjas esparcidas enviaban el humo de sus chimeneas a un cielo por donde vagaban unas pocas nubes. Más cerca estaban los declives de un muro circular de tierra que había protegido una casa antes de que San Patricio caminara por Erin. Desierto, finalmente, el lugar era conocido como punto de reunión de los sidhe, cuyas primeras historias se contaron antes de que Cristo caminara por Galilea.
Una brisa fresca traía aromas de mar, de tierra, de vegetación. Allá arriba, cantaba una alondra.
- Sí -dijo Caitlin-. Como si este país quisiera despedirse de nosotros con una bendición.
E1 la miró. La camisa gruesa, los pantalones y las botas no podían ocultar su erguida esbeltez ni quitar gracia a su andar. Los cabellos color bronce caían, sujetos por una cinta; un rizo suelto temblaba encima. En la cara tostada por el sol y un poco pecosa sus ojos eran más verdes que los campos sembrados y su sonrisa tenía una alegría que él no había visto desde que dejó la nave para ir con los Otros hasta que pudieron estar solos un tiempo en este lugar.
- Este país…, esto…, me dio la mejor bendición que podía darme allá en Deméter -dijo él-. Tú.
Caitlin rió.
- Vaya, Dan, si pareces un bardo…
- No; no es lo mío. Pero…, vaya…, siempre quiero decirte lo que siento por ti y nunca soy capaz de hacerlo.
- Tienes algo mejor que las palabras para eso, y podrías considerar la posibilidad de una demostración cuando hayamos descansado en aquel pico. Pero primero tenemos que llegar. Vamos.
Cogiéndolo de la mano lo llevó por un sendero hasta un camino de tierra que serpenteaba entre setos florecidos, ora a la izquierda, ora a la derecha, más o menos en la dirección que deseaban tomar.
Cuando adquirieron un ritmo firme -músculos fle-xionándose, balanceo y golpeteo suave de zapatos, pulmones llenos, sangre circulando-, él se atrevió:
- Otra cosa que no sé cómo decir, Pegeen, es cuánto me alegro de verte recuperar tu personalidad de antes. Me alegro… Hubiera dado la vida para ayudar a que sucediera.
Ella se puso grave.
- ¿Estaba tan siniestra?
- Oh, no. Quien no te conociera de antes no habría supuesto que te había sucedido algo extraño.
- Espero que no. -Había un toque de severidad en su tono. El único secreto que preservaban los de la Chinook era la existencia de los avatares.
- Os comprometo a guardar silencio sobre esto -había dicho a sus compañeros de viaje-, por mí, por los Otros, y también por muchos más.
Brodersen había añadido peso a esto último señalando cuántas locuras, engaños y anhelos vacíos inspiraría su conocimiento, sin beneficio para nadie. Sin duda, la opinión de que la tripulación daría su palabra y la cumpliría había sido un factor en la decisión de dejarlos volver a casa. Por otra parte, bastaba con decir que los Otros habían tomado su decisión tras un estudio.
Andando junto a Caitlin, Brodersen continuó:
- No andabas por ahí melancólica, ni haciéndote la importante, ni haciendo cosas infantiles. Por cierto, que la niña que había en ti parecía haber muerto. No hacías chistes ni te reías ni patinabas por los pasillos ni… oh, todas las cosas que solías hacer. Nunca cantabas si no te lo pedíamos, y no eran canciones felices, y no compusiste más. En la cama, conmigo…, bueno, seguro, sentías placer, en cierto modo, pero no era divertido. Y a veces te sorprendí llorando, como una noche cuando creíste que estaba dormido, o me daba cuenta después. Pero evitabas decirme por qué, hasta que supuse que era mejor fingir que no me daba cuenta.
Ella lo cogió del brazo con fuerza.
- Dan, queridísimo, ¿por qué no me dijiste cuánto te estaba hiriendo?
- Hubiese empeorado las cosas.
- ¡Qué pena! El sueño de los Otros me dominaba y nada podía hacer más que tratar de vivir, día tras día, mientras encontraba el camino del retorno. Pero si hubiese tenido la inteligencia de desviar la mirada de lo que había pasado ya hacia lo que me rodeaba, y quien…
- Vaya, cariño, todo salió bien. ¿No? Mientras tanto, los dos tuvimos suerte al estar tan ocupados en Beta y Tierra.
Bueno, no estoy muy seguro acerca de Tierra. Brodersen frunció el ceño y escupió. El perdón ejecutivo para nuestros actos, una formalidad, pero larga e incómoda. Multitudes, discursos, ceremonias, conferencias, banquetes, recepciones, Causas Valiosas, toneladas de correo, miles de llamadas y siempre los jodiaos periodistas, ni un minuto de tranquilidad, hasta que Pegeen y yo pudimos escapar hacia aquí. Todo ese escándalo puede haber demorado su recuperación… ¿Será «recuperación» la palabra adecuada? No me atrevo a preguntárselo.
Cambia de tema.
- Y dentro de poco, hala, a Deméter -dijo.
Su tarea estaba hecha. Entre las monumentales tonterías de los últimos meses había cosas que no se podían evitar si uno era decente: ayudar y aconsejar a los betanos, tomar parte cuando se establecían planes y procedimientos para las relaciones regulares de ambas razas, transmitir a los científicos el tesoro de información que había a bordo de la Chinook y en las cabezas de la tripulación… y tenía que admitir que algunas causas eran genuinamente valiosas. El héroe de miles de millones de personas podía obtener dinero para la conservación de los océanos, empujar la política en dirección a la libertad y el sentido común, alegrar una hora de los niños internados en un hospital.
Pero, finalmente, salvo Joelle, la Chinook estaba a punto de llevar a los vagabundos a casa. (Carlos y Susanne querían visitar a los padres de ella. Piedra y el marido que había encontrado en Tierra querían emigrar.) Los betanos no tenían suficientes datos para calcular trucos cronocinéticos en ese pórtico. Probablemente, ningún humano debía hacerlo, de todos modos, por lo menos hasta que los humanos fueran más sabios. Por lo tanto, la ausencia de Brodersen del sistema Febiano sería aproximadamente igual a su presencia en el sistema Solar.
Bárbara y Mike, ¿habrían cambiado mucho? Según las cartas y las cintas de Lis (que estaba de acuerdo con él en quedarse en Deméter, ocuparse de los niños y el negocio, no exponerse al acoso), simplemente habían adquirido algunas habilidades nuevas y estaban ansiosos por enseñárselas a papá. Pero, a su edad, el tiempo que va del fin del invierno al comienzo del verano puede ser tan largo como el tiempo de ir hasta el fin del universo y volver.
Brodersen notó que Caitlin no había respondido. Perturbado la miró y vio que estaba seria, con la mirada fija en el horizonte y las profundidades azules que había más allá. ¡No! ¡Por favor!
- Disculpa -dijo tanteando-. ¿He" dicho algo malo? No querría que volvieras a ponerte triste, por todos los planetas del Universo. Pero parece ser que lo he conseguido.
- En realidad, no, querido. -Le palmeó la espalda-. Sólo me lo has recordado.
- ¡Soy un idiota! Yo, bueno, te estaba describiendo cómo estabas antes, para tratar de explicar cómo eres… eras… antiguamente. No tendría que haber invocado esos fantasmas. No lo sabía. ¿Me perdonas?
- No hay nada que perdonar. Ya he triunfado sobre la nostalgia, el intento imposible de recuperar, de veras que lo he hecho. -Sus dedos se cerraron sobre los de Brodersen. Se detuvieron en medio del camino y se miraron. La sombra de una nube pasó sobre ellos y luego, nuevamente, brilló el sol.
- Honestamente, Dan, amor mío, los recuerdos que quedan yacen silenciosos en lo más profundo, más allá de la pena o la alegría. Soy yo quien debe pedirte perdón por mi ceguera ante tu necesidad de hablar de esto.
- Bueno, no soy muy bueno enviando señales, Pegeen, macushla. 1. Queridísima, amor mío. (N. del T.)
Después del beso, andando nuevamente, ella le dijo: -Has dicho una cosa que me preocupa, que hubieras muerto por convertirme de nuevo en lo que era. -Lo he dicho en serio.
- ¿De veras? No deberías. ¿Y Lis y los chicos?
El hizo una mueca.
- Sí, ellos. Tienes razón. No lo había pensado. Cuando una persona ama a otra como yo te quiero a ti… -No pudo seguir.
- Dan -dijo ella-. Ya te he dicho que habría una única razón para que te dejara: si me interpusiera entre tú y Lis. Eso transformaría lo que es bueno y feliz en una cosa malvada y dolorosa. ¿Cómo podría soportarlo?
- No temas -prometió él-. Puedes tener que hacerme una advertencia, de vez en cuando, pero… bueno, cumplo con mi palabra y además, también la amo a ella.
Ella sonrió con toda la cara.
- Ah, ahora sí reconozco a mi capitán.
Como había hecho ella antes, él miró a lo lejos.
- Estoy sintiendo, y no es la primera vez, que todo esto no es justo para ti.
- ¿Cómo?
- Tengo un hogar, y una familia, y lo significan todo para mí. Tú mereces lo mismo. ¿Te estoy impidiendo que lo tengas? Me parece que sí,
Ella rió a carcajadas, sorprendiéndolo tanto que tropezó con una raíz y estuvo a punto de caer. Cuando se recuperó, ella dijo:
- Dan, Dan, ¿realmente puedes imaginarme languideciendo en una situación que no haya elegido libremente, sí, provocado voluntariamente? Fueron necesarios los Otros para causar eso, y ni siquiera fue permanente. -Pero… a veces… una elección libre puede no ser sabia.
- Siempre sé lo que quiero, por mucho que cambie de idea. Con el tiempo, puede que quiera un marido, si es un hombre como es debido, cosa que incluye que no renunciaré a ti. O quizá nunca lo quiera, ¿acaso sería trágico? Pienso que, finalmente, querré un hijo o dos, que bien podrían ser tuyos. Ya veremos qué pasa. Tenemos todo un cosmos ante nosotros.
Después de un minuto en el que cantó la alondra, Caitlin continuó:
- Ya tengo algunos cambios en la cabeza…, volveré a la escuela de medicina, para poder zarpar en alguna de las expediciones que saldrán hacia las estrellas.
- ¿Qué? -Se detuvo.
- No te preocupes, corazón mío. -Ella le obligó a seguir andando-. Volveré a ti, como prometía en aquella canción. O quizá podamos viajar juntos. No en todos los viajes. No tienes derecho, y espero que no sientas deseos de ausentarte mucho de Deméter. Pero tienes el derecho y espero que tengas el deseo de vivir plenamente hasta que mueras.
El lo consideró.
- ¿No será una fiebre de viajes, después de la experiencia que tuvimos?
Ella respondió con franqueza:
- No. Eso podría haber sido cierto si yo siguiera siendo la que era. Tú hablaste de una niña en mí, cuya muerte temías. Bueno, estaba sólo dormida, pero ha despertado siendo algo mayor. Necesito descubrir y aprender, usar de mí misma al máximo. Y, sí, servir, porque lo que nuestros exploradores hagan cambiará muchas vidas más de lo imaginable. ¿No tendríamos que tratar de que los cambios sean inofensivos, o benignos? Y, ante todo, ¿no habrá que cuidar de la libertad de cada ser inteligente? Quiero estar donde pueda ser útil, por poco que sea, esos fines.
- Ya veo. -Brodersen hizo una pausa-. Y yo tengo la idea de que tu utilidad no será poca.
Siguieron andando. El día se extendía, brillante, tibio, verde, lleno de perfumes. Desde atrás de un risco, un halcón se lanzó a merodear donde el sol volvía doradas sus alas. Sentían cómo el terreno se elevaba hacia las alturas.
Súbitamente, Caitlin gritó:
- Oh, ¿qué estamos haciendo en vez de ser felices?
Descolgó el sonador de su hombro. Estaba programado para guitarra. Tocó unos acordes. Poco después estaba cantando, mientras sus pies seguían alegremente el ritmo:
¡Arriba y abajo, baila alegremente!
La danza vuela como la risa
Desde las montañas a las tierras calientes.
Y todos disfrutan de esta guisa.
FIN
COLECCIÓN © NARANJA
BRUGUERA
Una formidable aventura intergaláctica en la línea de la mejor
Poul Anderson, el escritor norteamericano de origen escandinavo*, nacido en 1926, es uno de los grandes nombres de la ciencia-ficción contemporánea. Ganador de cinco premios Hugo y dos premios Nébula, ha escrito hasta el momento más de doscientos relatos cortos y unas cincuenta novelas, entre las que destacan títulos como Guardianes del Tiempo, Extraños en la Tierra y La Onda Cerebral. El Avatar es la historia del aventurero Dan Brodersen que, a bordo de una nave comercial, parte a la conquista de las estrellas y localiza al Emissary, un antiguo bajel espacial aprisionado muchos años antes cuando regresaba de contactar con una misteriosa raza de extraterrestres conocida por el nombre de Los Otros. Brodersen, atrapado en la inmensidad del espacio y del tiempo, lleva a cabo una desesperada búsqueda de Los Otros, los extraños seres que pueden hacerle regresar al hogar.
PRECIO EN ESPAÑA 475 PTAS. IMPRESO EN ESPAÑA, PRINTED IN SPAIN