El tiempo ha pasado, y el joven Willand, el ayudante del viejo mago Gwydion, ha formado una familia con el convencimiento de que los tiempos convulsos del Reino han concluido definitivamente. Sin embargo, cuando mira atrás, no puede evitar cierta inquietud, pues sabe que las fuerzas malignas siguen al acecho y que en cualquier momento pueden desa­tarse y acabar con la vida tal como ellos la conocen. Una extraña tormenta en el horizonte es la señal inequívoca de que algo pasará, y muy pronto. De nuevo, sólo Gwydion puede detener los más funestos presagios, y todo apunta a Maskull, su viejo rival. Gwydion confia ciegamente en quien cree la encarnación del rey Arturo: el joven Will, que ahora tiene mucho que perder, pero sabe que de él depende la salvación de todo el Reino.

Robert Carter nació en 1955 en Etruria y se educó en Australia y Estados Unidos. Trabajó durante varios años en el Medio Oeste de Estados Unidos y en diversos países africanos, hasta que empezó a trabajar en Inglaterra para la BBC. Viajero impenitente, desde 1979 ha publicado varias novelas y guiones cinematográficos, algunos de ellos bajo seudónimo, entre los que destacan algunas obras de ciencia ficción y novelas históricas. La danza de los gigantes es la segunda entrega de la trilogía de El lenguaje de las piedras, que ha obtenido un importante éxito de crítica y ventas en Alemania, Francia, Ho­landa y Portugal.

<p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 600%; hyphenate: none">PRIMERA PARTE:</p> </h3> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">«UN PELIGROSO DILEMA»</p> <p></p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 1</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">En llamas</p> <p style="margin-top:5%">Las llamas brotaban del fuego proyectando una larga sombra sobre los verdes campos, y moteaban las casitas de Norton de Abajo con una tenue luz amarilla. La hoguera de este año había sido hermosa. Según el mago Gwydion, esta noche era «Lughnasad» en su lengua verdadera, la fiesta de Lugh, el Señor de la Luz, y coincidía con el primer día de otoño, cuando los primeros haces de trigo segado se llevaban al pueblo y se trillaban siguiendo una antigua tradición. En el Día del Pan se molía el grano y se tostaba pan de Lammas con unos largos tenedores. Después, se comía untado con mantequilla fresca. Ese día, los habitantes del valle reflexionaban sobre los bienes con que la Tierra les obsequiaba.</p> <p>Hoy, el tiempo era casi tan bueno como el Lammas de dos años atrás, cuando Will había tomado la mano de Willow y juntos dieron tres vueltas alrededor del fuego siguiendo la dirección del sol. De este modo, dejaron claro a todos los presentes que, a partir de ese momento, debían ser tratados como marido y mujer.</p> <p>Will pasó su brazo por los hombros de Willow mientras ella mecía en sus brazos a la hija de ambos. Era enternecedor ver la cabecita dormida de Bethe asomándose por la parte interior del codo de su madre. Apoyaba su diminuta mano sobre la manta que la arropaba y, a pesar del desasosiego que sentía Will en su fuero interno, esta noche se deleitaba con su papel de mando y padre. «Aquí la vida me sonríe», pensó Will, y supo que difícilmente podría estar mejor en otro lugar. Sabía que, si no fuera por la desazón que le abrumaba, esta noche sería perfecta.</p> <p>Pero esa sensación no desapareció. Will era plenamente consciente de que iba a ocurrir algo, que ocurriría pronto, y que no sería algo agradable. Esa inquietud había calado hondo en él durante todo el día, como si fuera un eco que se negara a desaparecer. Will sabía que era una advertencia.</p> <p>Se apartó las dos gruesas trenzas de pelo que le caían a la altura de la mejilla izquierda y miró fijamente el corazón de la hoguera. Poco a poco, dejó que los pensamientos sobre Norton de Abajo se difuminaran y se adentró en las imágenes que las llamas crearon para él. Abrió su mente y le asaltaron multitud de recuerdos: recuerdos de días felices, de días terribles y de noches funestas. Pero la imagen más insistente de todas fue el momento en el que el brujo, Maskull, le alzó en una ráfaga de fuego por encima del círculo de piedras llamado el Anillo del Gigante. Esa noche, había visto a Gwydion extenuado por la magia de Maskull, y después, mientras Gwydion intentaba sacar el mal de la piedra de batalla, el futuro del reino parecía estar al borde del abismo…</p> <p>Habían pasado más de cuatro años, pero el terror que había sentido esa noche y al día siguiente perduraba vividamente en él. Siempre lo recordaría.</p> <p>—¿Will? —preguntó Willow mientras le miraba a la cara—. ¿En qué estás pensando?</p> <p>Will esbozó una amplia sonrisa.</p> <p>—Quizás haya bebido demasiado —se disculpó mientras acariciaba el cabello de su esposa. A la luz del fuego, el pelo de ella era tan dorado y largo como el suyo. Will se quedó mirándola, después posó la mirada sobre la niña cuya manita había agarrado su dedo por vez primera hacía un año. Ahora empezaba a parecerse a su madre.</p> <p>—¡Pero qué niñita tan hermosa! —exclamó el viejo Baldgood, el tabernero rubicundo y brillante por el sol de todo el día. Había empezado a recoger y arrastraba una mesa por un extremo hacia el salón de la taberna Hombre Verde. Baldram, uno de los hijos mayores de Baldgood, levantaba el otro extremo de la mesa.</p> <p>—Parece que Bethe hubiera nacido ayer —comentó Will al anciano.</p> <p>—Mañana cumplirá quince meses, ¿verdad, bichito? —aclaró Willow con voz melosa.</p> <p>—Claro que sí, y será toda una señorita antes de que os deis cuenta. ¡Fijaos en este grandullón! Date prisa Baldram, hijo mío, ¡o nos quedaremos aquí toda la noche!</p> <p>—Mi padre es un viejo mandón, ¿verdad? —replicó Baldram, sonriendo entre dientes.</p> <p>Will devolvió la sonrisa al hijo del tabernero mientras desaparecían en el interior del Hombre Verde. Resultaba difícil imaginarse a Baldram de bebé, porque ahora era capaz de cargar un barril de cerveza debajo de cada brazo hasta Pannage sin inmutarse.</p> <p>—Hola, Will —saludó uno de los muchachos de Overmast al pasar junto a él.</p> <p>—Hathra, ¿cómo va todo?</p> <p>—Muy bien. Se ha almacenado el heno de Suckener's Field y ya está listo para mañana. ¿Has llegado a un acuerdo con Gunwold respecto a los terneros?</p> <p>—Me ofreció doce pollos por cada uno, pero al final quedamos en diez. Me pareció más justo.</p> <p>Hathra se echó a reír.</p> <p>—¡Tienes razón!</p> <p>—Enséñanos un truco de magia, Willand —pidió uno de los niños. Era Leomar, el hijo de Leoftan el herrero, con tres de sus amigos. Tenía los mismos ojos azules y penetrantes que su padre, así como su mismo estilo directo de relacionarse con los demás.</p> <p>Will le pidió a Leomar el anillo que lucía en el dedo, pero cuando el niño se dispuso a sacarlo, había desaparecido. Entonces, Will sacó una ciruela del zurrón que colgaba de su cinturón, y se la ofreció.</p> <p>—Venga, muérdela. Pero ten cuidado con el hueso.</p> <p>El niño siguió las indicaciones de Will y descubrió que el anillo estaba pegado alrededor del hueso de la ciruela. El pequeño se quedó boquiabierto. Sus amigos fruncieron la nariz, y después su perplejidad estalló en risa.</p> <p>—¿Cómo lo has hecho? —preguntaron.</p> <p>—Es magia.</p> <p>—No, no lo es. ¡Son conjuros!</p> <p>—¡Cállate y disfruta de la fogata! —contestó, mientras alborotaba el cabello del niño—. Tienes razón, sólo era un conjuro. ¡La magia de verdad no es algo con lo que se pueda jugar!</p> <p>Otras dos personas saludaron a Will con un gesto de la cabeza, y Will les correspondió. El Valle era un lugar donde todo el mundo se conocía, y todos estaban encantados con ello. Nunca llegaban forasteros, y ningún habitante del Valle abandonaba su hogar. Pasaban meses y años sin que ocurriera nada fuera de lo común, y todos lo preferían así. Todos, menos Will.</p> <p>Aunque los habitantes del Valle no eran conscientes de ello, fue Gwydion quien posibilitó que sus vidas transcurrieran pacíficamente. Años atrás, el mago había urdido un hechizo de camuflaje para que quienes pasaran por el Valle no se percataran de su existencia, y a sus habitantes nunca les entraban ganas de marcharse. El mago consiguió que cualquier persona que siguiera el camino desde Norton de Abajo hasta Norton capital sólo pudiera llegar hasta Norton Medio antes de encontrarse caminando de vuelta a Norton de Abajo. Únicamente Tilwin el hojalatero, afilador y vendedor de ultramarinos, procedía del exterior, pero ni siquiera él visitaba el Valle últimamente. Aparte de Tilwin, sólo los Invidentes, los «manos rojas», con sus ojos huecos y su afán por el oro, habían sentido la tentación de ver a través del manto protector de Gwydion. Pero los Invidentes únicamente estaban interesados en el dinero, y como los carretones del diezmo se dirigían a Norton Medio para recaudar allí, siempre habían dejado tranquilos a los habitantes del Valle. Cuatro años atrás, el servicio de Will al rey Hal para poner fin a la batalla de Verlamion le valió una cédula real secreta que ordenaba que se pagara el diezmo de Norton de Abajo con las propias arcas del rey. Por todo ello, el Valle estaba totalmente aislado del mundo exterior.</p> <p>«Y yo soy la razón por la cual Gwydion nos mantiene ocultos», pensó Will incómodamente mientras volvía a observar las entrañas del fuego. «Probablemente crea que el peligro no ha pasado. Pero con Maskull en el exilio y la Piedra del Destino destruida, ¿por qué sigue siendo necesaria esta protección?»</p> <p>La derrota de Maskull le había despejado el terreno a Gwydion, pero el mago no se vanagloriaba de ello. En su tiempo, él y Maskull habían formado parte del Ogdoad, el consejo de nueve guardianes de la tierra, cuya labor consistía en dirigir los destinos del mundo siguiendo el sendero verdadero. Pero Maskull sucumbió al egoísmo y, a pesar de que desde hacía mucho tiempo se había profetizado una traición en el seno del Ogdoad, Gwydion no podía hacerse a la idea.</p> <p>Will suspiró saliendo de su abstracción. Luego observó el entorno que le resultaba tan familiar. Era extraño: durante todos esos meses que estuvo viajando con Gwydion, siempre creyó que no había nada mejor que estar en casa. Y ahora que tenía una familia de la que ocuparse, había más razones para apreciar la vida en el Valle. Sin embargo… cuando un hombre ha vivido aventuras extraordinarias, éstas le cambian de algún modo…</p> <p>Para un hombre resultaba fácil ir a la guerra, pensó Will. Pero una vez vista, ¿puede quedarse toda la vida arando la tierra?</p> <p>Will creía que no porque, de vez en cuando, un profundo anhelo se apoderaba de su corazón. En esos momentos, prefería adentrarse solo en los bosques y practicar con su lanza hasta que el cuerpo sudaba y le dolían los músculos. Tenía ansias de viajar, y el motivo de todo ello era una retahila de preguntas sin responder.</p> <p>Se desperezó y besó a Willow en la mejilla.</p> <p>—Feliz Lammas —anunció.</p> <p>—Igualmente —respondió ella, devolviéndole el beso—. Creo que ya hemos acabado con la hoguera. Creo que todos se han divertido.</p> <p>—Como de costumbre.</p> <p>—¿Tú te has divertido?</p> <p>—¿Yo? —se extrañó Will—. Yo me lo he pasado en grande.</p> <p>—Eso parece —replicó Willow con una extraña media sonrisa en los labios.</p> <p>—¿Qué quieres decir?</p> <p>Willow pasó los dedos por la trenza que colgaba junto a la oreja de su marido.</p> <p>—Te vi contemplando la hoguera durante un buen rato. ¿En qué estabas pensando?</p> <p>—Pensaba que sólo un necio desearía estar en otra parte.</p> <p>Ella sonrió.</p> <p>—¿De veras?</p> <p>Era agradable ver que todo el mundo estaba tan contento. Habían visto hombres y mujeres dar vueltas alrededor de la hoguera. Escucharon las promesas que pusieron fin a la celebración de Lammas. Algunos se habían prometido en matrimonio y otros se dieron un apretón de manos en señal de que, a partir de ese momento, ya eran marido y mujer. Las parejas desaparecían sigilosamente en la oscuridad del bosque y se dirigían a sus respectivos hogares.</p> <p>No cabía la menor duda de que, desde la abolición del diezmo, el Valle había prosperado como nunca antes. En verano habían construido tres nuevas casas de campo. También tuvieron ocasión de llenar el nuevo granero, trabajando menos tierras. Los excedentes no se destinaban a enriquecer a unos pocos, porque tanta era la abundancia que las familias del Valle habían olvidado lo que era pasar hambre.</p> <p>—De aquí a un rato, la pequeñita irá a la cama —comentó Willow.</p> <p>—Sí, ha sido un día muy largo.</p> <p>Caminaron por el sendero oscuro hasta llegar a su casa. Will pasó su brazo sobre los hombros de ella mientras avanzaban por la cálida y apacible noche. <i>Avon</i>, el caballo blanco de guerra que el duque Richard de Ebor le había regalado a Will, jugueteaba en el jardín como si fuera un fantasma que surgiera de las tinieblas. Los astros brillaban con intensidad: la estrella Brigita, que se alejaba por el oeste; Arondiel, que nacía por el este, y al sur estaba Iolirn Fireunha, el Águila Dorada.</p> <p>Se oyó el aullido de una lechuza. Will se acordó de que en el Lammastide de hace seis años se había sentado junto con un hechicero en Dunmhacan Nadir, el Monte del Dragón, cerca de la figura cortada en el césped de un antiguo caballo blanco. Juntos habían contemplado miles de estrellas y centenares de hogueras que teñían de rojo las llanuras de Barklea.</p> <p>Will volvió a suspirar.</p> <p>—¿Por qué suspiras? —preguntó Willow.</p> <p>El joven se pasó los dedos por la cabellera.</p> <p>—Sólo estaba pensando. Ya sabes… sobre los viejos tiempos. Sobre Gwydion.</p> <p>Parecía que hubiera transcurrido mucho tiempo desde que Will y el hechicero se vieron por última vez. Sería estupendo volver a viajar con él, como habían hecho en el pasado. Caminar de nuevo entre los setos del verano, disfrutar del sol y de la lluvia, sentir la gélida caricia del viento sobre las mejillas.</p> <p>—Me pregunto qué estará haciendo en estos momentos —murmuró Will.</p> <p>—A menos que me equivoque, estará paseando por las verdes colinas de la Isla Bendita —respondió Willow—. O estará sentado sobre una torre muy alta, en algún lugar de los bosques salvajes de Albanay.</p> <p>La mirada de Will recorrió los espacios oscuros entre las estrellas.</p> <p>—Hmmm, probablemente.</p> <p>«¿Bosques salvajes?», A Will le pareció oír la risa socarrona de Gwydion. «Aquí no hay nada salvaje. ¡Mira! Estos árboles que conforman una fila muestran el lugar donde, en su día, creció un seto. ¿Y qué hay de esos antiguos surcos? El reino ha sido amado y cuidado por cientos de generaciones de hombres. Como bien dices, se parece mucho a un jardín.»</p> <p>Mientras Willow entraba en la casa para dejar a Bethe en su cuna, Will se quedó en el jardín que había detrás de la vivienda. Pudo oler las hierbas, toda la vegetación que había crecido en la tierra fértil: plantas maduras y listas para ofrecer la abundante dulzura de la tierra. Los aromas del huerto todavía impregnaban el aire apacible. Oyó a <i>Avon</i> relinchar de nuevo, y trató de recodar si antes había notado esa esquiva sensación en el estómago. Cuando reflexionó sobre ello, se asustó: «Se trata de una premonición sobre una premonición» pensó irónicamente. «Al menos, algo es algo…»</p> <p>Willow salió al jardín y comentó:</p> <p>—Me alegro de que hayamos decidido llamarla Bethe. Los nombres esconden un gran significado mágico, porque no se me ocurre ningún otro nombre para ella.</p> <p>—Bethe<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" href="#n1" type="note">[1]</a> es el abedul —aclaró Will—, «Beth» también es la primera letra del alfabeto druida y Bethe es nuestra primogénita.</p> <p>—Me gusta.</p> <p>—Como sabes, el abedul fue el primer árbol en poblar estas islas cuando el hielo empezó a inundar los territorios del norte. Su corteza blanca recuerda a la Dama Blanca, una mujer sabía que enseñó por vez primera acerca de los nacimientos y los inicios, a quien algunos conocen como Lady Cerridwen. Nuestro palo de mayo siempre está hecho de abedul, y Bethe nació el uno de mayo, que también coincide con la fecha de mi cumpleaños. En la lengua antigua del oeste, la palabra «birth» significa «ser». Y «beitharn» significa «el mundo» en la lengua verdadera. Tal vez sea ésta la razón por la cual yo sugerí este nombre y tú lo aceptaste, porque nuestra hija lo es todo para nosotros.</p> <p>Willow se acercó a Will y apoyó la cabeza contra su pecho.</p> <p>—Ese libro tuyo contiene tantos conocimientos…</p> <p>Se refería al libro de magia que Gwydion le había regalado un día triste en Verlamion. El hechicero explicó:</p> <p>—Hay mucho que leer y más que saber. Se dice que un joven de pueblo se hace mayor a los trece años, que el hijo de un noble guerrero puede empuñar las armas en una batalla a los quince y que un rey debe cumplir los dieciocho años antes de sujetar la espada. Pero quien aprende magia no adquiere sabiduría hasta su madurez.</p> <p>Willow miró fijamente a Will.</p> <p>—¿Y cuándo se alcanza la madurez?</p> <p>Él negó con la cabeza.</p> <p>—No tengo ni idea. Pero, según dice el refrán: «La varita de sauce tarda en convertirse en un bastón de roble». Y así debe ser, porque lo que sí sé es que hay más cosas en este mundo de las que un hombre puede aprender en una sola vida.</p> <p>Ahora fue Willow quien suspiró.</p> <p>—Entonces, dime la verdad. ¿Lees ese libro cada día con la esperanza de que, algún día, te conviertas en hechicero como Gwydion?</p> <p>—No, eso es imposible.</p> <p>—¿Y por qué lo lees?</p> <p>—Porque Gwydion me lo regaló y me hizo prometer que lo leería. Y se lo prometí.</p> <p>Willow volvió a abrazar a su marido, pero esta vez sus palabras delataron cierta inquietud.</p> <p>—Pues ahora vas a ser tú quien me prometa algo, Willand Leelibros: que no te pasarás la noche quemando velas para leer.</p> <p>Will sonrió entre dientes.</p> <p>—¡Te lo prometo gustosamente!</p> <p>Durante unos instantes, siguieron abrazados bajo la luz de las estrellas. Una estrella fugaz parpadeó brevemente en el oeste, y luego el aire fresco agitó las hojas de los manzanos más cercanos. Willow levantó la mirada, y él la notó perturbada.</p> <p>—¿Qué ocurre?</p> <p>Pero no fue necesario responder, porque vieron que un extraño resplandor morado había empezado a cubrir el cielo.</p> <p>—No mires eso —ordenó Willow apartando rápidamente la mirada.</p> <p>Will notó que sus presagios se intensificaban.</p> <p>—Son… son sólo las estrellas del norte.</p> <p>—No me importa lo que sean —replicó Willow con una voz apagada.</p> <p>Will observó fijamente el resplandor centelleante a medida que iba creciendo en intensidad.</p> <p>—En una ocasión, Gwydion me habló de las estrellas del norte —susurró—. Pero nunca las he visto.</p> <p>Mientras contemplaba la oscuridad, Will sintió que el poder de la tierra le impregnaba los dedos de los pies. Los manzanos también parecían sentirlo. Will entornó los ojos y se dio cuenta de que ese destello no procedía de las estrellas del norte. No podía ser. Era una luz más intensa y brillante que trataba de comunicarle un mensaje.</p> <p>—¡Will, entra! —gritó Willow mientras tiraba de su marido por el brazo.</p> <p>—Yo… —La luz palpitaba de forma irregular como si fuera un rayo lejano, aunque no se veía ni una sola nube en el cielo. Era un tono lívido. Parecía originarse de una fuente oculta detrás de las oscuras colinas que rodeaban el Valle. Cuando recordó sus conocimientos populares sobre el aspecto del cielo, Will empezó a sentirse muy incómodo, porque se percató de que esa luz no era natural.</p> <p>Pensó inmediatamente en el lorc, el entramado de líneas terrestres que alimentaba a las piedras de batalla. Habían brillado con una luz misteriosa. Según la fase lunar podían verse en plena oscuridad, bañadas con un destello pálido y sobrenatural.</p> <p>—¡Mira! —exclamó mientras señalaba hacia el resplandor—. Fíjate en ese halo. Parece llegado directamente del Anillo del Gigante.</p> <p>El antiguo círculo de piedra no podía verse desde el Valle. Era, según las palabras de Gwydion, <i>Bethen Feilli Imbliungh</i>, el Ombligo del Mundo, un lugar de gran influencia, así como la fuente gracias a la cual la energía terrestre fluía por el lorc. Will siempre había imaginado que ésa era la razón por la cual las hadas colocaron una de sus terribles piedras de batalla, la piedra que se había enfrentado a la magia de Gwydion y la había derrotado.</p> <p>—No puede ser la piedra de batalla, ¿verdad? —preguntó Willow mientras observaba la luz parpadeante—. Me aseguraste que Gwydion había extraído todo mal de ella.</p> <p>—Así es. Pero esta noche es Lammas, cuando el poder de la tierra llega a su punto álgido.</p> <p>—El año pasado no presenciamos esas luces. Ni el año anterior.</p> <p>Las palabras de Willow se vieron interrumpidas cuando un leve temblor sacudió el suelo. Fue tan suave que apenas pudo oírse, tan sólo se sintió en los huesos. Will oyó a <i>Avon</i> relinchar, y después percibió el golpeteo de las manzanas que caían al suelo de la huerta. La tierra empezó a temblar. Mientras Will observaba la penumbra de la noche, notó que Willow le miraba asustado. Acto seguido, cayeron dos macetas del alféizar de una ventana trasera de la casa. Will las oyó hacerse añicos, una tras de otra, contra el bordillo del suelo. Willow dio un salto.</p> <p>—¿Qué está ocurriendo?</p> <p>—No lo sé.</p> <p>—Voy a comprobar que Bethe esté bien. —La madre entró en casa.</p> <p>Will la dejó marchar mientras atendía a los sonidos de la noche y el temblor se desvanecía a sus pies. El Valle recobró la tranquilidad. En una ocasión, Gwydion le había hablado de unas montañas de fuego que se alzaban en los confines del mundo, unas montañas que escupían llamas y brasas ardientes, pero en el Reino no había nada parecido. El hechicero también se había referido a los temblores que sacudían la tierra de vez en cuando. A veces se originaban por los antiguos movimientos y los cambios profundos de las capas de la tierra.</p> <p>¿Pudieron estos movimientos haber causado el temblor?</p> <p>Pero, si así era, ¿qué era esa luz?</p> <p>Había algo extraño en esa luz, porque Will sintió escalofríos. El destello intermitente y vistoso era del mismo color que las llamas que le habían atrapado y quemado dentro del perímetro del Anillo del Gigante. Era un fuego morado que le había elevado por encima de las piedras y empezado a consumir su carne. Un fuego morado que le habría matado lentamente, en una cruel agonía, si la magia de Gwydion no le hubiera salvado. Y un fuego de esa índole sólo podía surgir de las manos de Maskull.</p> <p>—Por la luna y las estrellas… ¡Me ha encontrado!</p> <p>El terror se apoderó de Will. Se acordó de un día cuando viajaba junto a Gwydion en carro y el hechicero le había comentado lo que ocurríría si alguien trataba de manipular una piedra de batalla con la magia. «Si todo el daño del mundo se liberara con una sola mano… bastaría para torturar a la tierra más allá de lo imaginable.»</p> <p>¿Y quién si no Maskull se atrevería a manipular una piedra de batalla?</p> <p>El miedo se apoderó de Will como si fuera un gusano en sus entrañas, y levantó la vista hacia las Cumbres. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Entró en su casa y encendió una vela nueva. La mecha húmeda crepitó al encenderse con la llama que ya iluminaba la cavidad del quinqué. El polvo seguía posándose sobre las vigas en penumbra. Willow estaba junto a la cuna y sostenía a su hija en brazos. El temblor había despertado a Bethe, y la niña sollozaba.</p> <p>—¿Adónde vas? —preguntó Willow, quien vio a su marido subir la escalera que conducía al desván.</p> <p>—Voy a llamar a un viejo amigo.</p> <p>Will se acercó a su baúl de roble y cogió el libro que se volvía más voluminoso a medida que se iba leyendo. Luego procedió a bajar las escaleras, cogió un paño delicado y limpió las enormes cubiertas de cuero marrón. No disponía de mucho tiempo. En breve, los otros habitantes del Valle se percatarían del destello y acudirían a él para pedirle consejo.</p> <p>Will colocó el valioso libro sobre el atril de madera que descansaba junto al fuego y que él mismo había construido para su uso concreto. Will se compuso para el ritual que siempre acompañaba a la apertura de cualquier libro de magia.</p> <p>Colocó la palma de su mano izquierda sobre la cubierta del libro y repitió las palabras de la lengua verdadera escritas en ella.</p> <div id="poem"a> Ane radhas a 'leguim oicheamna;<br> Ainsagimn deo teuiccimn.<br> </poema> <p>Seguidamente, volvió a repetir el hechizo en lengua vulgar.</p> <div id="poem"a> Pronuncia estas palabras para revelar los secretos que contienen;<br> Aprende y llega así a un verdadero conocimiento.<br> </poema> <p>Este libro no tenía un cierre metálico, como era habitual en casi todos los libros de magia, puesto que se cerraba con magia. Mientras Will murmuraba el hechizo, las tapas se fueron soltando y el libro se abrió. Su interior contenía palabras que sólo Will podía leer. Buscó una página especial mientras recordaba las palabras que pronunció Gwydion cuando se despidieron.</p> <div id="poem"a> Si alguna vez te encuentras con serios problemas,<br> busca la página que contenga el pájaro más veloz.<br> Llámalo por su nombre y eso bastará.<br> </poema> <p>A Will le temblaban los dedos cuando la página que tenía ante sus ojos empezó a llenarse con la imagen de un pájaro blanco y negro, con un cuello marrón rojizo y una larga cola. Dudó por un instante. «¿Sería éste un momento de verdadera necesidad?», se preguntó Will. «¿Estaré haciendo lo correcto?»</p> <p>Will miró en su interior, luego se fijó en Willow, que acunaba a su hija, y de pronto sintió que debía invocar el hechizo. Pero después vio el vivido destello de la llamarada y oyó que Bethe empezaba a llorar. Sabía que su obligación era pronunciar la palabra mágica sin dilación.</p> <p>—¡Fannala!</p> <p>Pronunció el auténtico nombre de las golondrinas. De pronto, sintió que los pensamientos se desvanecían, como si le hubieran atestado un fuerte golpe en la cabeza. Salió un pájaro del libro y voló hacia la luz de la vela. La golondrina dejó un rastro de plumas blancas que le cayeron del costado, de modo que cuando los ojos perplejos de Will trataron de seguir la trayectoria del pájaro, la perdió en la oscuridad. Will miró de nuevo sin saber muy bien a qué atenerse, y entonces apareció una figura gris en la esquina de la estancia.</p> <p>—¿Quién está ahí? —gritó Willow mientras sujetaba fuertemente a Bethe y cogía un espetón para el fuego.</p> <p>Will estaba desconcertado, como si un enorme oso o tigre se hubiera apoderado de la habitación y estuviera listo para atacar. Pero esa figura desprendía una luz azul clara que se desvanecía, convirtiéndose después en la figura de un anciano que surgía de la oscuridad.</p> <p>El hechicero era un hombre alto y de aspecto taciturno. Vestía una larga túnica de caminante de color marrón ratón. Iba tocado con un gorro oscuro muy ceñido a la cabeza, y con su mano sostenía un bastón de roble. Los dedos de los pies asomaban desnudos por debajo de su túnica y su camisa ceñida con cinturón. Su larga barba parecía estar dividida en dos secciones.</p> <p>—Te dije que invocaras a un pájaro veloz, no a una golondrina. ¡Tonto!</p> <p>Will se quedó mirando al hechicero mientras éste se acariciaba las dos puntas secas de su barba y las unía en una sola.</p> <p>—Maestro Gwydion.</p> <p>El hechicero echó un vistazo por la habitación con sus ojos cansados y el ceño fruncido. Golpeó el bastón contra la chimenea.</p> <p>—Espero que tengas una buena razón para invocarme de este modo.</p> <p>Will percibió el malestar del hechicero como si de un cuchillo se tratara. Hacía más de cuatro años que no se veían, y Will esperaba un reencuentro más amable.</p> <p>—¿Una buena razón? —atajó Willow, quien procedió a dejar la vara metálica. No estaba dispuesta a que alguien le hablara en ese tono a su marido junto al fuego del hogar—. Yo diría que sí hay una buena razón. Y retire lo de «tonto», Maestro Gwydion, por favor. Quienes no respetan los buenos modales en esta casa salen pitando de ella, sean quienes sean esas personas.</p> <p>Gwydion se volvió hacia ella con gravedad, pero luego pareció reflexionar sobre sus palabras y se inclinó en un gesto de reverencia.</p> <p>—Te he ofendido. Por favor, acepta mis disculpas. Si he sido grosero, es porque estaba ocupado con un recado importante y esperaba que nadie me interrumpiera.</p> <p>Will se acercó hacia la puerta sin dudarlo ni un segundo.</p> <p>—No estoy del todo seguro, Gwydion, pero creo que he dado con algo que deberías ver.</p> <p>Cuando salieron al jardín, Gwydion se tapó los ojos para protegerse del resplandor morado, y luego asió el brazo del Will.</p> <p>—Has hecho bien en invocarme. Por supuesto que sí.</p> <p>Will sintió que se le encogía el corazón.</p> <p>—¿De qué se trata?</p> <p>—Algo que me he temido cada día de estos últimos cuatro años.</p> <p>—¡Eh! —exclamó Will, pero Gwydion ya se había alejado bastante de la casa—. ¿Adónde vas?</p> <p>—Al Anillo del Gigante, ¡por supuesto!</p> <p>—¿Solo?</p> <p>—Eso —repuso el hechicero por encima del hombro de Will— depende enteramente de ti.</p> <p>Will observó cómo Gwydion daba largos pasos hacia la oscuridad, y su mirada desesperada se posó en la puerta de entrada a la casa.</p> <p>—Pero… ¿qué será de Willow y de Bethe?</p> <p>—Bueno, será mejor que no vengan porque probablemente las Cumbres se habrán vuelto un lugar muy peligroso.</p> <p>Will corrió hacia la puerta y luego se dio media vuelta.</p> <p>—Gwydion necesita mi ayuda —se justificó—. Debo ir con él.</p> <p>Willow acunaba a su hija.</p> <p>—¿Ir? ¿Adonde?</p> <p>—A las Cumbres.</p> <p>Los hermosos ojos de Willow se entornaron mientras observaban a su marido. Luego suspiró.</p> <p>—¡Oh, Will!</p> <p>—No te preocupes, no tardaré. Te lo prometo.</p> <p>Will la abrazó por un instante, luego la besó apresuradamente, se puso la capa y partió.</p> <p>—¿Qué crees que es? —preguntó Will mientras trataba de alcanzar al hechicero.</p> <p>Gwydion parecía palpar el aire. Pronunció unas palabras masculladas y extendió el brazo, pero ninguna lechuza acudió a su llamada.</p> <p>—¿Ves como todas las criaturas nocturnas se han puesto a buen recaudo? Ninguna ave puede volar con este resplandor.</p> <p>Subieron por un sendero de piedra que nadie excepto Gwydion conocía. Atravesaba el bosque de Bethershaw, aunque bordeaba los árboles, las sombras de los árboles, y también atravesaba espesas zarzamoras que se abrían al paso de Gwydion y se cerraban tras Will. Resbaló por una ribera cubierta de musgo después de que lo hiciera el hechicero, y sintió cómo la tierra sucumbía a sus pies. Pero los árboles cedieron y una explanada penumbrosa se abrió ante ellos, una tierra desolada que brillaba con el resplandor morado.</p> <p>Caminaron por la espesa hierba, y Will advirtió que atravesaban zonas totalmente oscuras y un sinuoso laberinto que formaba el entramado energético de la tierra. Al cabo de un rato, vieron cinco enormes piedras levantadas que destacaban en plena noche, dispuestas una junto a la otra como si se tratara de un grupo de conspiradores. Will sabía que estas piedras eran muy antiguas: los restos de la tumba de Orba, la reina de la Luna de Verano, quien había vivido en la era de los primeros pobladores.</p> <p>Fue ella quien había gobernado el país hacía mucho tiempo, y junto a ella estaba la tumba de su marido Finglas, profanada por un dragón. Ahora, esa tumba no era más que una protuberancia en la tierra y sus flujos subterráneos. El hechicero movió su báculo ante Will, y sus ojos penetraron en la oscuridad como si fueran linternas. Will sintió que el corazón le latía con intensidad cuando Gwydion se detuvo y entornó los ojos frente el destello violeta del cielo.</p> <p>—Este resplandor no proviene del Anillo del Gigante —explicó—, sino de algún lugar del oeste.</p> <p>El hechicero le indicó a Will que se detuviera junto a él.</p> <p>—¡Mira! ¡Liarix Finglas!</p> <p>Los temibles destellos parecieron elevarse del cielo y colocarse detrás de la Piedra del Rey como una monstruosa tormenta de rayos. Will vio el enorme colmillo negro que formaba la piedra contra el resplandor. Junto a ella se erigía el antiguo árbol del tronco retorcido en el que Gwydion había perecido por culpa de la magia del brujo Maskull. Hacía cuatro años habían pisado hierba quemada; ahora había crecido y se notaba húmeda y espesa bajo los pies.</p> <p>Pudieron observar una clara perspectiva del oeste. Allí, el cielo estaba cubierto de nubes y se apreciaba a lo lejos un enorme penacho que se elevaba sobre la tierra llana. Avanzaba inclinada por efecto del fuerte viento, y su base era de un color brillante entre blanco y amatista.</p> <p>—¡Mira! —exclamó Will—. ¡Es una tormenta de rayos sobre las planicies!</p> <p>—¿Alguna vez has visto una tormenta como ésta? —Cuando Gwydion se dio la vuelta, un silencioso juego de luces cubrió las lejanas llanuras, creando así unas franjas coloridas sobre la superficie del suelo—, ¿Y el estruendo que rompió tus bonitas macetas? ¿Fue un trueno?</p> <p>—Creo que viene de más lejos.</p> <p>Gwydion emitió una risa breve que en absoluto denotaba diversión.</p> <p>—Quieres creer que el peligro está muy lejos y que por tanto no nos concierne. Pero debes recordar que sólo existe una Tierra. La magia conecta a todos quienes la conocen. Los peligros lejanos también nos afectan. No te tranquilices con lo que ahora ves, porque cuanto más lejos esté el peligro, peor será.</p> <p>Al escuchar las palabras de Gwydion, Will sintió un escalofrío. Le acusaban de una forma de pensar totalmente contraria a las leyes y las costumbres de la magia.</p> <p>—Lo siento —respondió con humildad—. Fueron palabras egoístas por mi parte.</p> <p>—Liarix Finglas —murmuró Gwydion mientras seguía avanzando. El hechicero acarició la piedra con los dedos, saboreando ese nombre en su lengua verdadera—. Según las palabras menores de los últimos años, sería «la Piedra del Rey». Y actualmente las hordas de hombres que acuden a esta tumba la llaman «la Delicia del Pastor». ¡Qué poco original! Para ellos, esta tumba no es más que un amuleto del que obtener un poco de suerte. ¡Oh, cómo se han ido deteriorando los tiempos! ¡Qué herencia tan triste hemos recibido de la antigüedad! Estamos viviendo en la era antigua del mundo, Willand. Y todo está dispuesto para ir en contra de nosotros.</p> <p>Will reparó en la amargura que transmitían las palabras de Gwydion.</p> <p>—Estoy seguro de que no te lo crees.</p> <p>El rostro del hechicero resultó difícil de interpretar cuando se volvió de nuevo hacia Will.</p> <p>—Creo que, en estos momentos, tú y los habitantes de tu pueblo tenéis suerte de seguir con vida.</p> <p>Will volvió a sentir un nuevo escalofrío.</p> <p>—¿A qué viene eso?</p> <p>Gwydion sólo le respondió con un gesto de desprecio, y Will se agarró fuerte al brazo de su maestro.</p> <p>—¡Gwydion, te he hecho una pregunta!</p> <p>El hechicero protestó mientras apartaba el brazo.</p> <p>—Y como puedes ver, estoy evitando responderte.</p> <p>—Pero, ¿por qué? Antes no te comportabas así conmigo.</p> <p>—¿Por qué? —Gwydion reclinó la cabeza y alzó la mirada al cielo—. Porque tengo miedo.</p> <p>Will sintió que una punzada de pavor golpeaba su barriga e invadía su mente. Su contestación había sido peor de lo esperado. Aun así, el temor aclaró de algún modo las ideas, y le volvió más sensible al peligro. Se sintió más despierto y alerta cuando echó un vistazo a su alrededor. Sobre las Cumbres, el cielo se abría a la inmensidad. Abarcaba desde el este al oeste, desde norte a sur. De repente, Will se sintió sumamente vulnerable.</p> <p>Con el corazón encogido, echó un vistazo alrededor del lugar donde habían desenterrado la piedra de batalla y hallado la cueva, un hueco que ahora estaba cubierto de hierba. Pero la piedra no estaba en ningún lado.</p> <p>—No eres tan amable como te recordaba —le reprochó a Gwydion.</p> <p>—Los recuerdos rara vez son precisos. Y tú también has cambiado. No lo olvides.</p> <p>—Aun así, eres menos simpático que antes. Tienes la lengua más afilada.</p> <p>—Si así me ves, es porque ahora eres más consciente de algunas cosas. Ya no eres un ser inocente en el que se puede confiar.</p> <p>El hechicero miró de arriba abajo un rayo de luz terrestre que abarcaba el territorio entero como una flecha. Will lo vio de un tono verdoso y delicado. Pero se trataba de una luz que conocía bien, aunque resultaba demasiado brillante para tratarse de la luz de una línea de la tierra. Era más brillante de lo que había visto nunca. Pasó junto al círculo de piedras levantadas.</p> <p>—Ese sendero que brilla con una luz temblorosa se denomina Eburos —aclaró Gwydion—. Se trata de la línea del tejo. Fíjate en él, Willand, y recuerda todo lo que veas, porque según el Libro Negro ésta es la mayor de las nueve líneas que componen el lorc. Veo que su brillantez te sorprende, pero no debería, porque esta noche es Lughnasad, y estamos muy cerca de la luna nueva. Todos los cambios de luna son días de especial significado mágico, pero hoy comienza Iucer, la época en la que los confines de este mundo se confunden con los del Reino Inferior. Lughnasad con luna nueva significa que incluso los seres más sencillos del bosque verán cómo se ilumina la línea del suelo. «<i>Trea lathan iucer sean vailan…</i>» «Tres días de magia sobre la faz de la Tierra», reza el refrán. Casi puedo verlo esta noche.</p> <p>Will asintió con la cabeza.</p> <p>—Una vez más, el lorc está adquiriendo un mayor poder.</p> <p>Gwydion le miró a los ojos.</p> <p>—Temía que hicieras ese comentario.</p> <p>La frustración se apoderó amargamente de Will.</p> <p>—¿Cómo es posible? Yo destruí la Piedra del Destino en Verlamion. ¿Acabamos con el corazón del lorc?</p> <p>—Pero, ¿acaso destruimos la Piedra del Destino?</p> <p>—¿Dudas por un instante de que no te dijera la verdad?</p> <p>Entre maestro y discípulo se cernió el silencio.</p> <p>—La batalla se detuvo, ¿no es así? —insistió Will.</p> <p>El hechicero inclinó ligeramente la cabeza.</p> <p>—Digamos que la batalla no continuó.</p> <p>—Yo sólo sé lo que vi, Gwydion. La Piedra del Destino quedó hecha añicos. Debió de acabar destruida, porque la silenciamos y todos los Invidentes del claustro enloquecieron.</p> <p>El hechicero no respondió a las palabras de Will, salvo por un gruñido que denotaba incertidumbre. Después, levantó su báculo hacia el lívido resplandor. Recorrieron juntos la línea hacia la cresta de las Cumbres.</p> <p>El poder de la tierra provocaba un cosquilleo en los dedos de las manos y de los pies de Will a medida que avanzaba. Enseguida llegaron a lo que, desde lejos, parecía un anillo formado de figuras inmóviles. Will se fijó en el círculo perfecto de aproximadamente ochenta piedras, en ese anillo que estaba a unos cuarenta pasos de distancia. Las sombras que proyectaba cada piedra cubrían todo el terreno escarpado. Willand empezó a sentirse como un intruso, y así se lo hizo saber a Gwydion.</p> <p>—Escucha —dijo Gwydion desde lejos—: los druidas solían venir aquí indefectiblemente cada equinoccio de primavera, y volvían ese otoño. Ah, ¡qué desfiles organizábamos cuando el mundo era joven! Ellos traían sus caballos blancos, todos pintados con una franja roja en la frente como tantos unicornios sin cuerno. Hacían los preparativos dos días antes de la luna nueva y se sentaban para beber leche, cerveza, y ser testigos de cómo se iba retrayendo la energía del lorc. Eran tiempos hermosos, Willand. Tiempos hermosos…</p> <p>Se acercaron al anillo respetuosamente y entraron por la entrada correspondiente, inclinándose ante los puntos cardinales antes de llegar al centro y sentarse. Las piedras del anillo eran pequeñas, no más altas que un niño, estaban torcidas y deterioradas. La más grande miraba hacia el norte. Cuando Will había llegado a este sitio cuatro años atrás, no rindió honores ni pidió permiso, pero aun así, cuando tocó la piedra principal ésta le dio la bienvenida de todos modos. Había tenido el privilegio de sentir el inmenso e inagotable poder que permanecía latente. Antes de que la brujería de Maskull le tendiera una emboscada, Will percibió el enorme poder que atesoraba la piedra, algo tan inmenso como una montaña enterrada bajo tierra cuya cumbre fuera el anillo. Todavía podía percibir esa sensación tan parecida a una energía benévola, un poder que surgía inagotable desde el Ombligo del Mundo. Will entendió perfectamente que los druidas, buenos conocedores de las piedras, se reunieran dos veces al año en este lugar.</p> <p>Will esperó que Gwydion decidiera qué hacer, y entre tanto se entretuvo observando el lejano resplandor del oeste hasta que éste se hundió por el horizonte y quedaron bañados por la oscuridad. Unas ráfagas de viento agitaban la espesa hierba. Las nubes estaban comenzando a tapar el cielo. Todavía no eran lo suficientemente espesas como para ocultar las estrellas, pero las obligaban a parpadear con vehemencia, señal que a Will se le antojó un mal presagio.</p> <p>Se abrochó la capa y estaba a punto de decir algo cuando sintió una presencia cercana que acechaba. Cuando se dio la vuelta, una figura con pelaje salió de su escondite. Después, un grito desgarrador rompió el silencio. La figura se abalanzaba sobre ellos y por poco alcanza la espalda de Gwydion. Alguien alzó un brazo, y Will vio un cuchillo levantado.</p> <p>—¡Gwydion! —gritó Will.</p> <p>Pero el hechicero se quedó inmóvil.</p> <p>Will sólo oyó el leve murmurar de unas palabras mientras se abalanzó sobre la figura por los pies y la arrojó al suelo. La fuerza de Will hizo caer el cuchillo del puño que lo sujetaba. Recibió varios golpes en la cara, pero Will se dio cuenta de que carecían de poder porque consiguió reducir a su enemigo el tiempo suficiente para aplicar un hechizo de inmovilización, que impidió al atacante mover sus miembros.</p> <p>—Procura no causarle ningún daño, Will. No puede valerse por sí sola.</p> <p>El joven procuró recobrar la compostura y serenarse. Ese cuerpo que se retorcía compulsivamente le repugnaba. La atacante profirió unos jadeos sordos cuando Will recuperó el chuchillo.</p> <p>—¿Quién es ésa? —El joven se secó la sangre de la boca, justo en el lugar donde la mujer le había atestado los golpes—. Es una suerte que la oyeras venir. Yo no tenía ni idea.</p> <p>—No la oí, sino que percibí su magia.</p> <p>—Será mejor que algún día me enseñes ese truco.</p> <p>Gwydion protestó.</p> <p>—Nunca fue fácil matar a un hechicero del Ogdoad. Y todavía menos cogerlo por sorpresa.</p> <p>Will negó de nuevo con la cabeza y se apartó las dos trenzas hacia la espalda. Luego manipuló el cuchillo con los dedos. Era grueso, de doble filo, y tenía una manija negra bastante pesada.</p> <p>—Este cuchillo es un arma maléfica —comentó mientras le tendía el cuchillo a Gwydion.</p> <p>El hechicero no quiso aceptarla.</p> <p>—No es maléfica.</p> <p>—¿Ah, no?</p> <p>—Tampoco es un arma, ni siquiera es un cuchillo. ¿Te enseñé a pensar de este modo?</p> <p>—A mí me parece un puñal —murmuró Will—. Y habría acabado contigo.</p> <p>—Mira con atención. Está hecha de obsidiana, el mismo cristal negro que los Invidentes utilizan en los ventanales de sus claustros. Se trata de un objeto sagrado que se emplea en rituales y no debe profanarse con la sangre.</p> <p>—Bueno, la sangre que pretendía derramar era la tuya.</p> <p>—Tiene más elementos en común. —Gwydion sacó el cuchillo de hierro de estrellas de la funda que siempre colgaba de una cuerda alrededor del cuello del hechicero. Lo levantó—. Un «iscian», algunos lo llaman un «athame», aunque en realidad un athame sólo lo pueden utilizar las mujeres. No es un puñal, sino una especie de brújula para delimitar el círculo que conforma la frontera entre dos mundos. Estamos en la estación de Iucer, y hoy por la noche esta hermana ha llegado aquí merced a un acto de magia. Ignoro por qué ha elegido interferir en asuntos que no son de su incumbencia, pero fíjate en lo que le ha pasado.</p> <p>Will se volvió hacia la mujer que todavía pataleaba en el aire. Sus piernas y brazos luchaban entre sí.</p> <p>—Suéltala. Pero debes ser consciente de los poderes que fluyen en este lugar.</p> <p>Will se aflojó el cinturón para buscar algo en su zurrón. Sintió cómo su corazón palpitaba con fuerza mientras danzaba para deshacer el hechizo. Al final, el cuerpo de la mujer se precipitó al suelo, como si sus huesos se hubieran deshecho en sangre. Era una mujer delgada de mediana edad, tenía el pelo largo ribeteado con unas cuantas canas. Seguramente, esa mujer había sido morena y muy atractiva veinte años atrás.</p> <p>—¡Háblame! —ordenó Gwydion mientras hacía una señal sobre la cabeza de la mujer.</p> <p>La hermana empezó a retorcerse y a gritar, y su voz se cargó de malicia:</p> <div id="poem"a> ¡Grandes matanzas,<br> Pequeñas matanzas!<br> ¡Ahora todo son matanzas<br> Y ahora no hay ninguna!<br> </poema> <p>—¡Paz! —exclamó Gwydion, y volvió a repetir la señal sobre su cabeza.</p> <p>La mujer se calló e inmediatamente pareció caer en un profundo sueño.</p> <p>—¿Quién es esa mujer? —preguntó Will.</p> <p>—Viene de una de las aldeas cercanas a… allí. —Gwydion indicó con gestos hacia el final del resplandor morado en el oeste—. Esta mujer invocó un hechizo mágico muy importante para llegar hasta aquí. No debería haberlo hecho, y no creo que se hubiera atrevido a menos que su vida corriera peligro. En teoría ni siquiera debería saber utilizar este tipo de magia, pero la curiosidad es un poderoso atributo en algunas de las Hermanas de los Sabios. En esta ocasión le ha servido para salvarle la vida, aunque pronto comprobaremos si ha valido la pena salvarla.</p> <p>—¿A qué te refieres?</p> <p>—Este hechizo está mal urdido. Le ha provocado locura. Creo que ésta es la única razón por la cual trató de matarme.</p> <p>Will miró el cuchillo con espíritu crítico.</p> <p>—No sabía que las hermanas acostumbraran a salir con su athame.</p> <p>—Generalmente, no salen con él. Procura no devolvérselo a esa hermana, Will. Yo sé los usos que deben darse a esta herramienta, pero creo que si se hace con él, tratará de matarse cuando se despierte.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 2</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Pequeña Matanza</p> <p style="margin-top:5%">Poco a poco, Gwydion fue deshaciendo la magia que había afectado a esa mujer. Will se maravilló ante el porte tranquilo que el hechicero mantuvo en todo momento cuando tendió a la hermana en el interior del círculo y bailó para sacarle todo mal. Le colocó unos amuletos sobre la cabeza, dibujó unos signos sobre su cuerpo con el báculo, y por último le sacó una viscosa y brillante víbora de la boca. Luego tendió la serpiente en el suelo para que desapareciera en plena noche.</p> <p>Después, Will se quedó contemplando la luz de las estrellas centelleantes. Sentía un cosquilleo en la comisura de los labios, y notó que le estaba saliendo un bulto en el lugar donde la mujer le había atestado un puñetazo.</p> <p>—¿Qué vas a hacer? —preguntó a Gwydion.</p> <p>—¿Que qué voy a hacer? —El hechicero parecía molesto por la pregunta—. Tal vez será mejor que decidas tú.</p> <p>—No, tú eres el mago.</p> <p>—Pero <i>tú</i> me has invocado.</p> <p>—Bueno, creí que sabrías el motivo de… eso. Me pareció obra de Maskull.</p> <p>—Efectivamente. Lo es.</p> <p>Will estuvo a punto de preguntarle al hechicero por qué estaba tan seguro, pero recordó que Gwydion rara vez revelaba toda la verdad y cómo preservaba celosamente su sabiduría. Por supuesto todo hechicero debía ser reservado, porque él como guardián debía ser experto en manipular. La finalidad última del Ogdoad era dirigir el destino del mundo para que no se desviara del camino correcto y verdadero. En muchas ocasiones durante la larga historia del reino, algún miembro de la sociedad de hechiceros se vio obligado a intervenir en momentos de importancia crucial. Gwydion conocía la ley de causa y efecto así como las motivaciones de los seres humanos, había vivido tanto tiempo que veía nítidamente las consecuencias de las acciones mucho antes de que sucedieran. Will comprendía perfectamente que había cierta información que Gwydion podía divulgar y otra que no; además, estaba convencido de que algunos de los secretos que guardaba el hechicero concernían a sus propios orígenes.</p> <p>Will percibió una desagradable sensación mientras la Mujer Sabia se retorcía y murmuraba en sueños a sus espaldas, al tiempo que los tres esperaban a que amaneciera. Al fin, el cielo se tornó gris por el este y empezaron a filtrarse rayos de luz.</p> <p>—Estará preocupada —comentó Will refiriéndose a Willow—. Seguramente no habrá dormido en toda la noche.</p> <p>Gwydion se quedó mirando a su protegido por unos instantes, y luego apartó la mirada.</p> <p>—¿Por qué no esperar hasta que realmente haya amanecido? —propuso el hechicero—. Te costará menos decidirte a plena luz del día. El hechizo que protege el Valle es, necesariamente, muy poderoso. Es muy poco probable que ni siquiera tú encuentres el camino a casa a media luz.</p> <p>—¿Decidirse? ¿Sobre qué?</p> <p>—Sobre lo que debes hacer.</p> <p>Will suspiró. Ya le había oído hablar de esta manera en el pasado, y se preguntaba adonde quería llegar Gwydion.</p> <p>En la penumbra de los momentos previos al amanecer, la escarcha impregnaba la tierra. Una fina neblina envolvía los valles que rodeaban las Cumbres, y mientras las estrellas desaparecían una por una, Will se dirigió al saúco. No se atrevió a acercarse demasiado por miedo a que le engullera una vez más. Prefirió golpear el extremo del agujero de donde había sido arrancada la piedra de batalla. Era como el boquete que quedaba después de extraer un diente picado, pero el dolor y el hedor que emitía ese hueco ya había desaparecido.</p> <p>—Gwydion, ¿dónde está el bulto?</p> <p>—¿El bulto?</p> <p>—El trozo grande de piedra de batalla que quedó.</p> <p>—Me lo llevé.</p> <p>Will inclinó la cabeza en un gesto que denotaba sorpresa.</p> <p>—¿Y por qué lo hiciste?</p> <p>—Quería dárselo a mi amigo Cormac.</p> <p>—Un regalo muy extraño para un amigo.</p> <p>—Tal vez sea extraño, pero sin duda también útil. Cormac es señor del clan MacCartharch. También es el señor de la Isla Bendita, así como un magnífico constructor de castillos. Una vez drenadas, las piedras de batalla pasan de ser mortales a ligeramente benignas. Cuando se extrae todo mal de ellas, queda un pequeño residuo de bondad que sirve de amuleto. Creo que la piedra se adaptará bien cuando esté pegada con mortero dentro de las murallas del castillo de An Blarna, propiedad de Cormac.</p> <p>—¿Qué poder conferirá a ese lugar? ¿Invulnerabilidad?</p> <p>—¡Eso no! Cormac tendrá que procurarse su propia seguridad, y ahora más que nunca. Pero sabrá defenderse con el don de la diplomacia, porque al parecer ese pequeño fragmento de piedra concede a quienes lo tocan cierta habilidad con las palabras.</p> <p>—En ese caso, tú habrás dormido siete noches enteras encima de ella, diría yo.</p> <p>Gwydion se echó a reír.</p> <p>—¿Alguna vez te he dicho que burlarse es una actividad muy infantil? Debo comunicarte que, desde la última vez que nos vimos, han sido muchas las noches en que he deseado dormir sobre alguna superficie tan suave como el parapeto de un castillo.</p> <p>—Por lo que a mí respecta, en estos momentos desearía estar en la cama. —Will se estiró y bostezó—. Aunque lamento mucho el estado de tu pobre espalda, ha llegado la hora de que dé descanso a la mía. En realidad debería estar en casa.</p> <p>Gwydion le respondió con una mirada silenciosa, y Will sabía que el hechicero tenía mucho en que pensar. Se quedaron sentados hasta que las alondras que revoloteaban en el cielo empezaron a cantar, hasta que el cielo en el este se tornó un azul frágil sobre las pálidas neblinas de un amanecer veraniego. Unas largas y bajas filas de nubes permanecían suspendidas en el horizonte, rosadas como la carne fresca de un salmón. Mudaron lentamente a un dorado intenso mientras el sol se elevaba para disipar la niebla nocturna que todavía se aferraba a la tierra.</p> <p>—¿Alguna vez has encontrado el Libro Negro? —preguntó Will, refiriéndose a los rollos de manuscritos antiguos de los que Gwydion tanto le había hablado, el libro que relataba la historia de las piedras de batalla.</p> <p>El hechicero se irguió.</p> <p>—No he encontrado el Libro Negro, y quizá no lo encuentre nunca. Pero no he estado de brazos cruzados. Me he enterado de alguna información que en su día debió de contener el Libro Negro. Algo puede encontrarse: versos de fragmentos del libro, copias de copias o traducciones escritas de memoria mucho después de que se perdiera la obra. Mis hallazgos han sido escasos; aun así, me han proporcionado algunas claves acerca de cómo llevar a cabo la peligrosa tarea de drenar una piedra de batalla.</p> <p>—No estarás pensando en…</p> <p>—Mis primeros intentos fueron temerarios. Sólo ahora me he dado cuenta de ello. Pero, de haberlo sabido antes, <i>no</i> habría obrado como lo hice. ¿Y dónde estaríamos ahora?</p> <p>Will protestó.</p> <p>—Supongo que todas las decisiones deben tomarse sobre la base de un conocimiento imperfecto.</p> <p>La barbilla del hechicero empezó a moverse agitadamente.</p> <p>—Te diré que creo que ahora sé lo suficiente para probar de nuevo.</p> <p>Oyeron un ruido, y Will se dio la vuelta.</p> <p>—¡Mira! La hermana se mueve.</p> <p>Se levantaron para ayudar a la Mujer Sabia en cuanto se despertase. Primero abrió los ojos y agitó la cabeza; después luchó débilmente con su cuerpo y consiguió hablar como si estuviera enferma de fiebres. Gwydion levantó su cabeza y la obligó a beber el contenido de una pequeña cantimplora de cuero. Luego le preguntó con firmeza:</p> <p>—¿De dónde eres, hermana?</p> <p>—Vivo en Fossewyke, Maestro —contestó con una voz muy tenue y parecida a la de una muchacha.</p> <p>—Eso es Pequeña Matanza, ¿verdad?</p> <p>Los ojos de la mujer escudriñaron su entorno, y después añadió:</p> <p>—Sí, Maestro. Se encuentra en el valle del riachuelo Eyne.</p> <p>—Será mejor que regrese a casa sin dilación. No coma ni beba hasta el atardecer, momento en el que volverá a ser usted misma. ¿Promete hacer lo que le digo?</p> <p>—Sí, Maestro.</p> <p>Will retiró el cuchillo enfundado mientras Gwydion apuntaba a la mujer con su dedo amenazador.</p> <p>—Le prometo que se recuperará. Ahora prometa usted que cumplirá mis instrucciones.</p> <p>—Se lo prometo, Maestro.</p> <p>—Ahora, ¡váyase! Que tenga suerte sobre la faz de esta Tierra, y no vuelva a sentir la tentación de entrometerse en asuntos que están totalmente fuera de su alcance.</p> <p>Y con esas palabras, la hermana se levantó y se marchó rauda como un corderito. Will quedó impresionado por el poder que transmitían las palabras de Gwydion.</p> <p>—¿Vuelve a ser ella otra vez? —preguntó Will, quien no lo tenía muy claro.</p> <p>—Aún no. Pero al atardecer será la misma de siempre, salvo por un fuerte dolor de cabeza. Eso le enseñará a ser más prudente con asuntos que superan sus conocimientos. No la castigué más porque probablemente actuó así para salvar su vida. En teoría, la magia que ha utilizado debería haberla matado, y es esa discrepancia lo que me preocupa.</p> <p>—¿Discrepancia? —se extrañó Will con el corazón encogido—. ¿A qué te refieres?</p> <p>—Ven, Willand, debo pedirte un favor.</p> <p>Will siguió al hechicero mientras éste seguía la línea de la tierra por el oeste hasta que Gwydion pronunció:</p> <div id="poem"a> ¡Grandes matanzas,<br> Pequeñas matanzas!<br> ¡Ahora todo son matanzas<br> Y ahora no hay ninguna!<br> </poema> <p>—¿Sabes lo que esto significa?</p> <p>Will negó con la cabeza.</p> <p>—¿Acaso debería saberlo?</p> <p>—Es la respuesta a las fogatas que ardieron ayer por la noche en la llanura.</p> <p>—¿Cómo pueden ser una respuesta?</p> <p>Gwydion se sentó en el suelo.</p> <p>—Te lo diré, pero primero debes contarme una vez más qué le ocurrió a la Piedra del Destino de Verlamion, la misma que crees que destruiste sin saber cómo.</p> <p>Will también se sentó. Rememoró esos momentos desesperados en que luchó contra la Piedra del Destino. Le contó al hechicero todo lo que pudo recordar de los hechos ocurridos en el sótano del claustro de los Invidentes. La Piedra del Destino había sido ni más ni menos que la losa que cubría el sarcófago del fundador de la orden.</p> <p>—Al final utilicé esto para romperla —explicó Will mientras introducía un dedo por el cuello de su camisa. Quería sacar el talismán del salmón para mostrárselo a Gwydion, pero estaba atado al cuello. Perplejo, se dio unos golpecitos en el pecho, y luego recordó que el día anterior se había lavado el pelo y peinado las trenzas para las celebraciones de Lammas. Había colgado el talismán sobre un clavo y luego se olvidó de ponérselo. Era sólo la figura de un pez del tamaño de su pulgar, tallado en piedra verde con un ojo rojo, pero lo echaba de menos.</p> <p>—No importa —se lamentó Will—. Probablemente no sea importante.</p> <p>Los ojos grises de Gwydion le miraron fijamente.</p> <p>—A menudo, el poder de la magia se ve incrementado por los talismanes. En momentos de peligro, puedes aunar una gran fuerza si albergas una verdadera creencia y conocimiento en tu corazón. Tú ya sabías lo que tenías que hacer sin que nadie te lo enseñara. Te lo he dicho en numerosas ocasiones, Willand, tú eres el Hijo del Destino. Es lo que profetizó el Libro Negro.</p> <p>Will se mordió el labio porque de pronto sintió una enorme carga que le abrumaba.</p> <p>—No sé de dónde vengo, Gwydion, y eso me asusta.</p> <p>El hechicero acarició a su protegido con un gesto amable de la mano.</p> <p>—Willand, debo interferir lo menos posible en tus asuntos. Sé poco acerca del papel que debes desempeñar, salvo un pequeño fragmento revelado por los visionarios de antaño. Debes creerme cuando te aseguro que no estoy ocultando información que te serviría de ayuda.</p> <p>Will suspiró mientras se acercaba las rodillas al pecho y las rodeaba con los brazos.</p> <p>—Últimamente he tenido las mismas pesadillas una y otra vez. Me viene la misma idea cuando mi sueño es poco profundo: que Maskull es mi padre.</p> <p>Gwydion negó con la cabeza.</p> <p>—La Piedra del Destino sólo pretende infundir miedo y decir mentiras. Plantar la semilla del engaño en la mente de los hombres es la estrategia defensiva de estas piedras.</p> <p>—Entonces, ¿cómo explicas las palabras de Maskull cuando me enfrenté a él en lo alto de la torre de toque de queda? Eso fue algo que tampoco puedo olvidar. Me dijo: «Yo te he creado, y por tanto puedo destruirte con la misma facilidad». ¡Me he preguntado tantas veces qué quería decir!</p> <p>Gwydion respondió amablemente.</p> <p>—Maskull no es tu padre. De eso puedes estar seguro.</p> <p>—Entonces, ¿por qué dijo lo que dijo?</p> <p>—Trata de olvidarlo.</p> <p>El hechicero se levantó y se alejó de Will. El joven quería incorporarse de un salto, correr detrás de él y seguir insistiendo en el asunto que le preocupaba, pero Gwydion le obligó a detenerse y a recordar que debía respetar los secretos de un hechicero.</p> <p>—Si tú lo dices.</p> <p>Mientras observaba su larga sombra de la mañana que se extendía delante de él, empezó a percibir una sensación que le corroía por dentro. Al cabo de un rato, se puso a temblar y se incorporó. Se había levantado una fría brisa del oeste y pensó que probablemente la humedad del césped le estaba calando los huesos. El poder que fluía del Anillo del Gigante se estaba retrayendo a medida que el sol ascendía por el horizonte, pero todavía podía sentir los ecos de las corrientes de energía que fluían a oscuras debajo de sus pies desnudos. Trató de buscar una respuesta en su interior, y luego se fue a hablar con Gwydion acerca de la energía que recorría la tierra.</p> <p>—¿Hay algún modo de detener la capacidad energética del lorc? —preguntó Will—. ¿Por qué no detenemos ese flujo en su origen? De ese modo, las piedras de batalla nunca se activarían.</p> <p>Gwydion negó con la cabeza.</p> <p>—Tu sugerencia es impracticable.</p> <p>—Pero, ¿por qué? Dijiste que el Anillo del Gigante controla el flujo de la tierra del mismo modo que las esclusas controlan la corriente de un molino. Puedo percibir la energía que nace a mis pies. Es de una gran potencia.</p> <p>—Así es, pero no tengo capacidad para controlarla, como tampoco puedo contener un río bravo con mis propias manos. En cualquier caso, no serviría de nada. Cualquier intento de bloquear el flujo causaría estragos. Bloquear el canal de un río detendría la rueda, pero también haría subir el nivel del agua y al final rompería la esclusa. Interferir directamente con el lorc supondría un riesgo para todos los flujos de la tierra que nos sustentan. Al final, acabaría por convertir el reino en tierras baldías.</p> <p>—Si el poder de este entramado de líneas no se puede contener, yo diría que el lorc tampoco se contendrá. Sin duda alguna, se está despertando. ¿Puedes notarlo, Gwydion? ¿O has ido perdiendo gran parte de tus poderes?</p> <p>El hechicero miró severamente a Will.</p> <p>—¿Perdiendo? Sabes perfectamente que nunca he sido capaz de percibir el lorc de forma directa. En este sentido, tu facultad para detectarlo es única.</p> <p>De repente, Will prestó atención a un sonido agudo que escuchó en el aire. Se trataba del insaciable gorjeo de una alondra. ¿Los habitantes del Valle también podían oír ese sonido? ¿Lo estaría escuchando Willow? Will se detuvo para darse la vuelta.</p> <p>—¿Qué favor querías pedirme?</p> <p>Gwydion se apoyó en su bastón.</p> <p>—Ahora sé lo que tenemos que hacer. Sean cuales sean los peligros que amenacen, debo encontrar las piedras de batalla una por una. Debo drenarlas o detenerlas, porque no me atrevo a enfrentarme a ellas como tú hiciste con la Piedra del Destino.</p> <p>—¿Cuántas has encontrado?</p> <p>—¿En los últimos cuatro años? Ninguna.</p> <p>—¿Ninguna? —La noticia sorprendió a Will.</p> <p>—Sin tu talento como guía, he estado ciego. —Gwydion abrió las manos indicando que no cabía ninguna otra respuesta al problema.</p> <p>—Pues, en ese caso, debiste llamarme —le reprochó Will. Luego se dio cuenta de la trampa que el hechicero le había tendido, y añadió—: Antes de que Bethe naciera, me hubiera marchado contigo de buena gana.</p> <p>Gwydion miró fijamente a su protegido.</p> <p>—¿De verdad habrías venido?</p> <p>Will observó con melancolía la neblina que se alzaba por el oeste, reparando en los estorninos y el modo en que volaban. Sus movimientos delataban que había algo que enturbiaba el ambiente, algo desagradable que llegaba de las llanuras.</p> <p>—Sabes que habría hecho cualquier cosa para ayudarte, Gwydion.</p> <p>—Pero, ¿habrías querido hacerlo? —El hechicero levantó su bastón y señaló hacia el oeste—. Veo que has percibido la amargura que impregna el viento del oeste. ¿Hueles ese desagradable olor a quemado? Es carne humana. Debemos ir enseguida a la aldea Pequeña Matanza para averiguar qué estragos ha causado una fatal debilidad en el espíritu de un hombre poderoso.</p> <p>A Will se le encogió el corazón al oír las palabras que sabía que se pronunciarían desde el amanecer.</p> <p>—Ahora soy padre y esposo. No puedo irme sin avisar. Es tiempo de siega, Gwydion, y le prometí a Willow que no tardaría.</p> <p>Su justificación era razonable, sensata desde todos los puntos de vista. Pero a Will le empezó a sonar como una excusa.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>A medida que avanzaba la mañana, el sol de agosto ardía a sus espaldas. Will vio unos rayos dorados que resplandecían sobre las aguas espumosas del río Evenlode. A mediodía cruzaron hasta la otra orilla del río y avanzaron en dirección sur, de manera que el sol envolvía los verdes recovecos y los estanques que se encontraron por el camino con brillo tembloroso.</p> <p>Recorrieron una o dos leguas hacia el sur y se encontraron con mucha gente por el camino. Gwydion les saludó y le recomendó a Will que se callara. Algunas personas parecían ver a Will pero no al hechicero. Otras parecían advertir su presencia. En ocasiones, alguien se paraba para abrazar a Gwydion como si fuera un familiar que hubiera fallecido hacía mucho tiempo. Gwydion les obsequiaba con palabras amables o algún regalo.</p> <p>Llegaron a un riachuelo y vieron la pequeña choza del guarda del puente. También había dos hombres ataviados con una librea roja que vigilaban el puente. Hacía tiempo, podían verse unas armas pintadas sobre un tablero de madera, pero el dibujo ya se había desvanecido.</p> <p>Ni el guardián del puente Windrush ni los dos vigilantes armados parecieron advertir la presencia de Will y Gwydion, aunque un vagabundo insensato extendió las manos para recibir una bendición y Gwydion le asió brevemente por la mano al pasar.</p> <p>—¡Bienvenido sea, Maestro de las sorpresas! —exclamó el vagabundo.</p> <p>—¡Cállate! —advirtió Gwydion mientras Will se fijaba en las lamentables heridas del vagabundo.</p> <p>—¿No tiene amigos que se ocupen de él? —preguntó Will enfadado—. ¿Es un hombre o un perro? ¿Y por qué va vestido con estos harapos? ¿No hay ninguna hermana por los alrededores? ¿Qué clase de lugar es éste?</p> <p>—Nos encontramos en el pueblo de Lowe, y pronto lo dejaremos atrás —aclaró Gwydion.</p> <p>—¿No se puede hacer nada por estas personas?</p> <p>—Este pueblo pertenece a un desdichado personaje cuya compañía haríamos bien en evitar. Ese hombre ha echado a la Mujer Sabia de esta localidad, y por esa razón los lugareños acabarán asesinándolo algún día. Cierta es la ley que reza: «Por los hombres humildes siempre serán juzgados los nobles».</p> <p>Vieron una agrupación de casas y a sus propietarios sentados frente a sus respectivas entradas. Varios niños sucios jugaban por las calles, y los lugareños tenían un aire extraño. No respondieron a los saludos de Will al pasar. Sin embargo, una anciana recibió a Gwydion como un súbdito recibiría a su rey. Le dio un paquete que el hechicero guardó en su bolsa de grulla, e inmediatamente Gwydion se la dio a Will para que la llevara él. Mientras abandonaban el pueblo y subían la colina dejando atrás los tejados cubiertos de musgo, Will se dio la vuelta para observar el valle en el que las aguas temblorosas del Windrush brillaban a plena luz del día. En la ribera derecha del puente había una imponente casa solariega.</p> <p>—No la mires —ordenó Gwydion mientras acuciaba a Will para que no se detuviera.</p> <p>—¿Cómo es posible que el pueblo se haya deteriorado tanto?</p> <p>—Un lugar de mal aspecto y tierras baldías. No todas las aldeas del reino están tan bien situadas como Norton de Abajo. Muchas carecen de un señor bondadoso. Debes considerarte afortunado por el hecho de que el Valle sea una región sin gobernante, porque a algunas personas les encanta sentirse todopoderosas siempre que pueden.</p> <p>Gwydion había comentado que no viajarían hasta muy lejos, pero ya habían recorrido más de una legua y a Will le dolían los pies. Se dirigían al lugar donde ardía esa luz morada, pero el hechicero tenía por costumbre no llegar a su destino siguiendo el camino más recto. Él siempre tenía en cuenta los flujos energéticos del terreno, eligiendo así los senderos más antiguos. O bien caminaba dando grandes zancadas en forma de arco desde la base hasta la cima de una colina, para luego subir una colina en línea recta o adentrarse en el frío corazón de un bosque. El báculo de Gwydion siempre marcaba un ritmo constante, buscaba los estrechos senderos de los ciervos, y Will casi siempre seguía al hechicero en vez de caminar a su lado, como Gwydion prefería. Rara vez hollaban los caminos transitados por los hombres, aunque en ocasiones se encontraban con senderos polvorientos, una vía bordeada por árboles nudosos o una senda que atravesaba campos sembrados. Will estaba preocupado por Willow. Le consumía el hecho de no haberse despedido de ella como correspondía. Pensó en lo que le hubiera gustado decirle, después se imaginó a su hija gateando por el jardín mientras su madre recogía las manzanas que habían caído al suelo. Esa imagen evocó en él los sucesos de la noche en que se reencontró con Gwydion, así como el asunto que les ocupaba.</p> <p>La situación era peligrosa. No cabía la menor duda de que Maskull estaba de algún modo implicado en ello. También estaba el intenso hormigueo que Will sintió en el estómago, una agitación que otros no se hubieran atrevido a llamar «miedo».</p> <p>Cuando se detuvo para reflexionar, vio a lo lejos a varias personas que trabajaban en los campos o se dirigían al mercado. Tan pronto como Gwydion los vio, dio media vuelta y se adentró en la espesura del bosque. Se susurraba a sí mismo, pero no bendiciones. De vez en cuando, posaba las palmas de las manos sobre el tronco liso y gris de una alta haya para urdir un hechizo o preguntar la dirección correcta al aire. Se inclinaba para cribar la tierra entre los dedos, después para beber con sus propias manos un poco de agua que él mismo desenterraba del suelo. Will se acordó del sanador Gort, cuyos conocimientos sobre la tierra resultaban fascinantes. Pero en una ocasión Gort comentó que un verdadero hechicero como Gwydion conocía el reino a fondo porque lo había recorrido de arriba abajo en numerosas ocasiones. Añadió que Gwydion podía diferenciar el gusto de las aguas o percibir las distintas texturas del polvo hasta una legua de distancia, del mismo modo que los transportistas del gran camino del norte sabían la distancia que habían recorrido con solo escuchar el modo en que las personas pronunciaban algunas palabras.</p> <p>—¿Falta mucho? —preguntó Will.</p> <p>—No estamos lejos.</p> <p>Cuando el joven empezó a tener hambre, Gwydion se adentró en el bosque y extrajo un montón de setas. Tenían un gusto delicioso. Will vio un riachuelo en cuya ribera crecían varios sauces, y pronto detectó unos frutos blancos pegados a los troncos que parecían unas orejas gigantes. Su gusto era muy parecido a su aspecto, puesto que dejaban el estómago lleno.</p> <p>Vieron numerosos muros de piedra y praderas. Ante ellos se abrió un brezal acariciado por el viento en el que los helechos se estaban volviendo marrón rojizo. Gwydion se detuvo cuando se acercaron a una de las antiguas carreteras que él tanto detestaba. Will echó un vistazo a la vía y se dio cuenta de que cubría una larga distancia hacia el norte y hacia el sur. Era un camino totalmente recto y no se desviaba. Aunque en algunos tramos estaba deteriorado, cortaba el terreno como si se tratara de una herida causada por una navaja.</p> <p>—¡Es un camino de esclavos! —exclamó Gwydion con desagrado mientras corría hasta uno de los extremos—. Se trata del más recto, construido en este mismo lugar hace cincuenta generaciones, cuando el imperio de los colonos se instaló en la isla a la fuerza. Ahora su nombre es Fosse. ¿Ves como todavía sigue ejerciendo su influencia divisora sobre la tierra?</p> <p>Después de tanto tiempo siguiendo a Gwydion, los pies de Will se habían acostumbrado a recorrer un verdadero sendero que cruzara el terreno. Cuando colocó sus pies en esa carretera para percibir las corrientes terrestres, pudo sentir el modo en que la energía estaba distorsionada y contenida, como si formara estanques salobres junto a ese antiguo camino. Entendió las palabras de Gwydion cuando comentó que el pueblo de Lowe era un lugar estéril. Se preguntó de qué manera habría madurado y florecido el talento del hechicero en el transcurso de los últimos años. ¿A qué se referiría con ese comentario?</p> <p>Después de cruzar el Fosse, el camino empezó a discurrir en dirección sur. El terreno se abrió y subieron más cuestas de las que bajaron. Cruzaron una amplia bolina de terrenos sembrados que desembocaba en las llanuras más elevadas. Al final, Gwydion se detuvo y bailó un ritual mágico mientras pronunciaba unas palabras en lengua verdadera que se referían a una abertura en el camino. En un instante, entre los brezos se abrió un sendero que antes no existía. Se adentraron en él, y Will sintió un escalofrío en los huesos, el mismo que tuvo al entrar en el Valle. En ese momento se sintió feliz, pero ahora, el viento había intensificado el olor a quemado y Will comenzó a sentir algo desagradable en el cuello. Una especie de gravilla se le había pegado en los labios y en el rabillo del ojo. El camino que se abría ante ellos, así como la vegetación circundante, estaban cubiertos de polvo. Comenzaron a darse cuenta de que las hojas estaban moteadas con gotas de agua, que luego terminaron empapadas por un chaparrón.</p> <p>Will pensó en la enorme nube que había cubierto el cielo la noche anterior. Era como si una columna de lluvia hubiera sido enviada deliberadamente para apagar las hogueras. El riachuelo que nacía en las montañas fluía en un tono gris lechoso, arrastrando manchas negras en la superficie del agua. Gwydion se inclinó para observar la corriente, pero esta vez no mojó su mano en ella ni bebió el agua.</p> <p>—Éste es el valle del riachuelo Eyne —explicó—. Y allí está Fossewyke. Nos estamos acercando a nuestro destino.</p> <p>Will se fijó en la espuma de cenizas que flotaba sobre la superficie del riachuelo. Pronto descubrió la razón de ese polvo: el agua había atravesado un enorme brezo que había perecido en el incendio. Cuando se adentraron en el valle, sus pies sentían el terreno caliente y humeante en algunos rincones, a pesar de que había llovido lo suficiente como para extinguir el fuego.</p> <p>—Vapor —dijo Gwydion mientras asentía con la cabeza ante las volutas—. Nada habrá sobrevivido al incendio de la pasada noche.</p> <p>Mientras caminaban hacia el núcleo de la devastación, Will volvió a percibir ese intenso olor acre. Los árboles de la zona habían quedado destruidos, y los troncos estaban ennegrecidos por uno de los lados. Todo estaba cubierto de una fina capa de ceniza. En algunos rincones se habían formado montoncitos que parecían grises ventisqueros. El bosque parecía abatido por un vendaval que hubiera arrasado toda la vegetación. Nada se tenía en pie. El ambiente estaba enrarecido por una neblina, montones de ceniza y escombros de roca retorcida.</p> <p>Will se frotó los ojos para aclararlos cuando se acercaron a lo que había sido un estanque con peces. Su lecho estaba demasiado caliente como para caminar sobre él. Se había secado con tanta rapidez que los peces se quemaron vivos y yacían calcinados sobre la arcilla agrietada. Will extendió las manos y palpó los restos de lo que habría sido un calor abrasador. Ahora entendía por qué Gwydion no quiso llegar antes allí.</p> <p>Todo el entorno presentaba un aspecto extraño y aterrador. Will caminó hasta unos restos que apestaban, después siguió a Gwydion y, a trompicones, cruzaron el terreno humeante hasta llegar a una pendiente. Un montículo de tierra candente y desmoronada se abría ante ellos, y al fondo de esa imagen vieron una cortina de humo. Las cenizas tenían un tacto duro y desagradable a los pies. Will notaba cómo crujían y se rompían al subir el montículo, al tiempo que desprendían un polvillo y un olor desagradable. Trató de no respirar, pero cuando llegó a la cima empezó a jadear porque se encontró con una visión que no se esperaba: un cráter enorme y humeante.</p> <p>—¿Qué provocó todo esto? —susurró Will mientras observaba al paisaje cubierto de cenizas.</p> <p>—Bienvenido a la aldea de Pequeña Matanza —contestó Gwydion sin mucho interés.</p> <p>El pueblo entero había sido borrado del mapa. ¿Cómo era posible? Diez mil rayos no habrían bastado para causar tanta destrucción. Las casas, el granero, la taberna y el molino habían sido reducidos a escombros. Todo había quedado hecho cenizas, y esas cenizas estaban esparcidas en una legua a la redonda.</p> <p>—Aquí había una piedra de batalla —aclaró Will hablando lentamente—. Una piedra de batalla que alguien trató de destruir. ¿Estoy en lo cierto?</p> <p>Gwydion se quedó mirándolo un instante, pero no dijo nada.</p> <p>Will se acercó al cráter tanto como le fue posible. Estaba candente y humeante. No podía ver lo profundo que era, pero su perímetro parecía tan grande que todo Norton de Abajo habría cabido en su interior. Se sentía aturdido e insensible. Su cabeza le daba mil vueltas mientras trataba de entender lo ocurrido. Cuando se arrodilló para tocar el polvo del agujero del cráter, advirtió un resplandor parecido al que emite el hierro fundido que brillaba como un estanque solidificado del mercurio más preciado del sanador Wort. Durante un rato, Will no pudo apartar la vista de él.</p> <p>Gwydion posó su mano en el hombro del joven.</p> <p>—Lamento que hayas tenido que presenciar esta escena.</p> <p>Todo el paisaje estaba cubierto de ceniza, pero más allá del cráter pudieron advertir pequeños indicios de que ese lugar había albergado a una nutrida población: una herradura, una silla quemada, la muñeca de trapo destrozada de una niña.</p> <p>Will sintió unas punzadas de miedo en el estómago, y de repente miró el rostro del hechicero.</p> <p>—Recuerdo a Preston Mandes y a ese chico, Waylan, a quien Maskull confundió conmigo. Estos destrozos iban dirigidos a Norton de Abajo, ¿verdad?</p> <p>—Es posible. —Gwydion cerró los ojos y respiró hondo—. Todavía puede ocurrir.</p> <p>Will se levantó y se alejó. Le entraron ganas de correr, de alejarse del hechicero, de huir. Cuando pensó en Willow y en Bethe, sintió verdadero pavor. Tenía miedo de pensar demasiado por si todos los terrores le visitaban al mismo tiempo. Prefirió caminar hasta donde sus pies le llevaran, mientras lloraba por la población de la aldea destruida y sus lágrimas caían sobre la tierra herida.</p> <p>A su vez, la tierra dio a Will un regalo inesperado. El joven se agachó para recoger una hoz que había en el suelo. Estaba totalmente oxidada, roja como el hierro fundido, pero la manilla era negra porque se había carbonizado. Will trató de levantarla, pero se deslizó de inmediato. Después, un objeto de color rojo intenso llamó la atención de sus ojos llorosos. Había algo oculto entre el polvo de sus pies. Era una pequeña figura tallada en un material que no se deterioró con el fuego. La levantó, y Will sintió su calidez. Era un pez tallado en piedra.</p> <p>El joven echó un vistazo a su alrededor porque sospechaba que ese regalo fuera producto de la brujería. El pequeño pez era muy parecido al suyo, tanto por la forma como por su tamaño. Pero aunque su salmón presentaba un ojo rojo montado sobre piedra verde, éste tenía un ojo verde montado sobre rojo. En una cara presentaba unas marcas que no pudo interpretar, pero eran muy parecidas a las de su talismán porque además llevaba el mismo sello de tres figuras de tres caras encajadas entre sí. Sin saber muy bien por qué, Will cerró la mano cuando Gwydion se acercó a él. El hechicero indicó con un gesto que debían partir, puesto que no había nada más que hacer en ese lugar.</p> <p>Will preguntó:</p> <p>—Ayer por la noche ¿sabías que ocurriría algo terrible?</p> <p>Gwydion miró fijamente a Will.</p> <p>—Tan pronto como me mostraste la luz del cielo, supe que se estaba gestando una funesta venganza. No sabía exactamente de qué manera, pero sabía a ciencia cierta que no llegaríamos a tiempo para detenerla.</p> <p>—En ese caso, ¿fue una piedra de batalla?</p> <p>—Te equivocas.</p> <p>—¿Qué, si no, pudo hacer algo así?</p> <p>—Esto ha sido obra de una bola de fuego. —El hechicero sacó su pequeña navaja de la funda y se la mostró a Will—. Ya te he hablado de ello con anterioridad. Está compuesta de hierro de estrellas, el único objeto de metal que puedo llevar, puesto que no se ha arrancado de la tierra ni ha sido fundido por los hombres. Este metal llegó del cielo, y tiene la misma procedencia que el fuego que destruyó Pequeña Matanza. ¿Alguna vez te he contado acerca de la gran cúpula del cielo? ¿Cómo está moteada en muchas zonas por agujeros a través de los cuales vemos el resplandor que mora en el más allá? Esos agujeros son lo que nosotros denominamos estrellas. Se cree que no existe ningún tipo de vida en la cara más lejana de la cúpula del cielo. Sólo existe un enorme horno que arde constantemente, una especie de reino reseco por el calor, compuesto de una luz cegadora y bolas de fuego abrasadoras.</p> <p>Will asintió con la cabeza, puesto que entendía adonde quería llegar el hechicero.</p> <p>—En ocasiones, ocurre que una de esas bolas de fuego cae por un agujero de estrellas, y entonces vemos lo que se denomina una estrella fugaz.</p> <p>—Correcto. Por lo general, esas bolas se consumen en el cielo. Pero en ocasiones son demasiado grandes para caer sobre la tierra como fragmentos de hierro de estrellas. En el pasado, ese hierro era más preciado que el oro. Y antes de que los hombres aprendieran a fundir hierro procedente de las entrañas de la tierra, las mejores herramientas de magia se construyeron con ese material de las estrellas.</p> <p>—¿Esto es lo que aquí ocurrió? —Will tosió y se frotó los ojos mientras volvía a echar un vistazo a su alrededor—. ¿Una estrella fugaz se ha precipitado contra el pueblo? ¿O ha sido el metal de estrellas? Debió de ser tan grande como una casa para provocar estos destrozos. ¿Cómo es posible que un objeto tan grande pase a través de algo tan diminuto como una estrella?</p> <p>—Las estrellas no son diminutas. Están muy lejos, a unas mil setecientas leguas de distancia, que es lo que mide la mitad del mundo. Cada estrella es un agujero, una enorme ventana redonda que es como la pupila de nuestros ojos. Se abre al amanecer y se cierra al ponerse el día. Las estrellas más grandes, cuando están totalmente abiertas, son muy grandes. Miden casi veinte pasos de ancho cuando están en su esplendor. Lo sé porque he viajado hasta el extremo de las Profundidades Occidentales y permanecí frente a la catarata del fin del mundo. Allí, las estrellas parecen tan grandes como el sol nos parece grande aquí, y se mueven a gran velocidad.</p> <p>Will escuchaba atentamente a Gwydion. Se sacudió el polvo de su cuero cabelludo mientras trataba de asimilar lo que el hechicero le acababa de contar. Estrellas que eran como unos ojos brillantes que medían veinte pasos o más de ancho. Enormes agujeros a través de los cuales unas flagrantes bolas de hierro se precipitaban al suelo para arrasar pueblos enteros… La explicación carecía de sentido.</p> <p>Will interrumpió al hechicero:</p> <p>—Me parece extraño que acertara a caer sobre Pequeña Matanza.</p> <p>—No creo que fuera una desgracia casual.</p> <p>—Entonces, la bola fue dirigida hasta aquí. ¿Por Maskull?</p> <p>El hechicero asintió con la cabeza.</p> <p>—Y la tormenta que vimos después tenía como finalidad apagar el incendio. La tormenta arreció para que la población de las otras aldeas de las llanuras creyera lo que tú trataste de creer: que los rayos y el ruido no eran más que una violenta tormenta de verano, y que no había razón para preocuparse.</p> <p>Will pensó de nuevo en Willow y en Bethe.</p> <p>—Gwydion, debo volver a casa de inmediato.</p> <p>Pero el hechicero le asió por el brazo.</p> <p>—Eso —le advirtió— es lo último que debes hacer.</p> <p>—Pero… si Maskull corre de nuevo a sus anchas por el mundo…</p> <p>Gwydion se apartó unos pasos y sacó un pajarillo de una de sus mangas. Le acarició la cabeza con el dedo, le dio un beso o quizá le murmuró unas palabras. Después lo lanzó al aire, donde el pajarillo empezó a revolotear hasta poner rumbo hacia el este.</p> <p>—Recuerda, si así lo deseas, la batalla de Verlamion, así como el instante en el que Maskull desapareció. ¿Sabes adonde le envié? Al Reino Inferior. Ha permanecido varios años perdido en ese lugar, atrapado en un gran laberinto creado por las hadas cuando se apartaron de la luz. Mi esperanza y mi creencia era que Maskull tardaría mucho más en salir de ese enjambre de cámaras laberínticas. Creía que, entretanto, podría resolver el problema de las piedras de batalla, pero por lo visto mis esperanzas carecían de fundamento. El año pasado empecé a percibir una desagradable presencia en Trinovant y en otros lugares. Me advertía de que Maskull había escapado. «¡Por su magia los conoceréis!» La ley reza que los hechizos traicionan a sus creadores ante otros que conocen estas artes. Como ves, hace ya un tiempo que sé del regreso de Maskull. He detectado su firma en muchas ocasiones, y también he esperado que en algún momento desatara su poder. Pero no de este modo.</p> <p>La ira contenida de Will explotó:</p> <p>—¿Por qué no me advertiste?</p> <p>—¿Advertirte? —Los ojos de Gwydion denotaban un tono recriminador—. ¿Para qué? Tú estabas donde yo creía que era el lugar más seguro del mundo. Viviendo donde vives, Willand, no habrías adivinado que el espíritu del reino se ha ido oscureciendo desde principios de este año. El recelo está a flor de piel y disminuye la confianza. Crecen la codicia y la agitación entre los señores de Trinovant. En calidad de Lord Protector, todo gira en torno a Richard de Ebor, pero ese centro de atención no puede mantenerse durante mucho tiempo. En breve tratarán de detenerle. Sus enemigos están dispuestos a actuar una vez más. Como ves, últimamente he estado muy ocupado.</p> <p>Will siguió las palabras de Gwydion con cierta dificultad. La conmoción de haber visto Pequeña Matanza colmaba su mente, y volvió a aflorar su desasosiego respecto a Willow, Bethe y el Valle. Si Maskull volvía a las andadas y el lorc incrementaba su poder, no cabía esperar nada bueno.</p> <p>Gwydion se dio la vuelta para examinar los restos humeantes que dejaron atrás. Permaneció unos instantes absorto en sus pensamientos, y luego pareció hablar midiendo atentamente las palabras:</p> <p>—Puedes estar tranquilo, amigo mío, porque no creo que Maskull tenga ocasión de repetir lo que ha hecho aquí. Creo que tú no eres la razón por la cual decidió destruir Pequeña Matanza.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 3</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Lo que mora en el interior</p> <p style="margin-top:5%">Gwydion y Will tomaron rumbo hacia el este. Querían llegar hasta la Piedra de los Cuatro Condados antes del atardecer. Esta no era una piedra de batalla, sino una roca indicativa del lugar donde confluían cuatro condados. Durante el camino, conversaron sobre las luchas internas que arreciaban entre los nobles de Trinovant. El problema, según explicó Gwydion, no se debía únicamente a la inconsciencia de la reina, sino que Richard de Ebor también tenía algo que ver.</p> <p>—Esto no es lo que le pedí al hombre a quien yo elegí como Lord Protector —explicó Gwydion con cierta tristeza—. Es un líder nato, y normalmente gobierna con justicia, pero desde hace un año he empezado a buscar las razones de su cambio de carácter. Ahora me pregunto si la Piedra del Dragón no habrá filtrado alguna energía dañina, porque cuando le comenté que quería visitar el castillo de Foderingham para inspeccionar la Piedra del Dragón, me negó la entrada sin más ni más: «Nadie», me ordenó «se acercará a esa piedra».</p> <p>Will escuchaba alarmado las palabras del hechicero, y no pudo evitar sentir ciertos remordimientos. Él ya sabía, gracias a su convivencia con la familia del duque, que Richard de Ebor era una persona que cumplía debidamente sus obligaciones. No era un hombre ambicioso y cruel. Se consideraba a sí mismo como el legítimo monarca del Reino, pero esa atribución se debía más a un respeto de las leyes consanguíneas que a un afán personal de poder. Después de la batalla de Verlamion, estaba dispuesto a aceptar el compromiso de Gwydion, que consistía en conformarse con el modesto título de Lord Protector y ocuparse del buen funcionamiento diario del Reino. En aras de la paz, permitió que el débil rey usurpador, Hal, continuara en el trono como figura decorativa a pesar de que en dos ocasiones sufrió brotes de locura e incapacidad.</p> <p>«Pero las cosas debieron de ponerse muy feas», pensó Will, «si el duque Richard no permite a Gwydion ver la Piedra del Dragón.»</p> <p>Will continuaba sintiendo unos desagradables remordimientos de conciencia porque nunca reconoció que una noche, él y Edward, el hijo mayor del duque, habían conducido a los otros hijos de Ebor hasta el sótano para observar lo que Edward había denominado «la piedra mágica».</p> <p>—Últimamente, el duque Richard no está en sus cabales —comentó Gwydion.</p> <p>—¿Crees que está ocultando algo? Me refiero a la Piedra del Dragón.</p> <p>—Puede que no sea más que un manido intento del amigo Richard para regatear conmigo. El tiende a verlo todo como si formara parte de una estrategia política. Suele decir: «Haré algo por ti, Maestro Gwydion, si usted hace algo por mí». Aunque, a estas alturas, sabe perfectamente que la magia no puede manipularse de esta manera.</p> <p>—Eso sería una lección muy dura de aprender para un señor —respondió Will—. Tengo la sensación de que el duque Richard no es un hombre que entienda de magia.</p> <p>Gwydion refunfuñó.</p> <p>—Tienes razón, puesto que el intercambio de favores es el modo en que los hombres de poder tratan de beneficiarse unos de otros. En el fondo son personas egoístas, porque la confianza y el altruismo son cualidades realmente necesarias. Queda tan poca magia en el mundo que los hombres no saben apreciarla. Ni siquiera el mayor truco de magia perdura mucho tiempo en la memoria. Se desvanece de la mente de los hombres: si hoy hablas con cualquiera que haya luchado en la batalla de Verlamion, recordará con exactitud el intercambio de flechas y espadas, pero apenas se acordará de las bocanadas de fuego que rugían en los cielos mientras se libraba la contienda.</p> <p>Will pensó en estas palabras, percibió un punto de inquietud en la voz del hechicero y se dio cuenta de que sus recuerdos permanecían vividos en su memoria. Pero pronto le asaltó la sospecha.</p> <p>—¿Por casualidad no estarías de camino a Foderingham cuando te invoqué?</p> <p>—En realidad, ya estaba allí. Atravesaba el patio interno y estaba a punto de reclamar lo que era mío.</p> <p>Will parpadeó.</p> <p>—¿Te ibas a llevar la Piedra del Dragón sin el permiso del duque?</p> <p>El hechicero esbozó un gesto de desdén.</p> <p>—Todavía no había tomado la decisión.</p> <p>Will se quedó perplejo por la información de Gwydion, y se preguntó qué necesitaría saber respecto a la Piedra del Dragón. Siempre había dicho que no existían las coincidencias, que cada trama del hilo del gran tapiz del destino estaba vinculada a la urdimbre. Y a la inversa: que a partir de todos esos fragmentos se creaba el gran diseño de la existencia.</p> <p>Will volvió a pensar en lo que había ocurrido esa noche en Foderingham cuando se fijó en la Piedra del Dragón.</p> <p>—Gwydion, creo que hay algo que debería decirte…</p> <p>Le explicó cómo él y Edward, y todos los hijos de Ebor, fueron testigos de algo que superaba con creces su curiosidad. La superficie arrugada de la piedra resultaba aterradora. Empezó por proponer una siniestra adivinanza a Edward, pero acabó atacando a Edmund, el segundo hijo del duque, y le causó un desvanecimiento del que nunca se había recuperado. Will le contó cómo había luchado contra la piedra y cómo, por poco, acaba con él antes de que se encogiera ante la mención de su verdadero nombre.</p> <p>Cuando Will acabó de dar sus explicaciones, el hechicero se inclinó pesadamente sobre su báculo y comentó:</p> <p>—Será mejor que pasemos la noche en este lugar. Después de cenar hablaremos más de este asunto, aunque habría sido mejor para todos si me lo hubieras contado antes.</p> <p>—No podía revelar un secreto —alegó Will poco convencido.</p> <p>—Ahora me lo estás revelando.</p> <p>—Esto ocurre porque Edward es presuntuoso y mantiene una estrecha relación con su padre. Es posible que le haya contado historias sobre los poderes que atesora esa piedra. Esa podría ser la razón por la cual el duque se comporta de este modo.</p> <p>Gwydion se dio la vuelta enérgicamente.</p> <p>—¿Piensas que el amigo Richard pretende utilizar el poder de la piedra de batalla para sí?</p> <p>Will frunció el cejo ante la sugerencia de su maestro.</p> <p>—No creo que sea tan estúpido.</p> <p>—Bueno, eso depende de lo desesperado que esté.</p> <p>Al sur del camino de los esclavos, el aire era puro y el césped más verde de lo acostumbrado. A sus espaldas, la tenue luz de la luna creciente seguía el recorrido del sol por el horizonte del oeste. Levantaron el campamento sobre una cuesta que se elevaba junto a la casa solariega de Swell. Una vez más, Gwydion había evitado los pueblos y las granjas situados en los alrededores. Eligió el mejor terreno y después, cuidadosamente, cortó el césped para que quedara un hueco para el fuego; luego apiló unas cuantas ramas secas para calentarse antes de dormirse. Will tenía mucha hambre, y se comió con ganas unas rebanadas de pan duro así como una deliciosa sopa de raíces duras y secas que Gwydion coció con unos ingredientes que extrajo de su bolsa de grulla.</p> <p>A Will se le cerraron los ojos mientras, con el estómago lleno, escuchaba el crepitar de la madera y los gritos de las criaturas de la noche. Notó que la superficie del suelo estaba dura debajo de su codo y la cadera. Pudo percibir el embriagador perfume del perejil del monte, el de la reina de los prados y el césped pisado, y estuvo contento de haber regresado al mundo real.</p> <p>«Mi primogénito del oeste se casará…», recordó Will mientras se desperezaba para recitar el acertijo que había aparecido sobre la superficie de la Piedra del Dragón:</p> <div id="poem"a> Mi primogénito del oeste se casará,<br> mi segundo hijo será rey.<br> Mi tercer hijo yace muerto en un puente.<br> Mi cuarto hijo se casará en un lejano este.<br> Mi quinto hijo se embarcará.<br> Mi sexto hijo encontrará su perdición en el vino.<br> Y mi séptimo hijo, a quien nadie teme ahora,<br> será injuriado quinientos años.<br> </poema> <p>—¿Y cómo debemos interpretarlo? —preguntó Gwydion.</p> <p>Will contempló la negra noche.</p> <p>—Si el Libro Negro decía que había muchas piedras de batalla, quizá sea la forma que tiene la Piedra del Dragón de ofrecernos pistas sobre sus hermanas. Quizás una de las piedras esté destinada a reunirse con su piedra hermana en el oeste, una piedra que tal vez encajaría con la pieza que llevaste a casa de tu amigo Cormac de la Isla Bendita. O tal vez ésa sea la segunda piedra que se menciona, puesto que permaneció en la sombra de la Piedra del Rey. Es posible que encontremos en un puente la tercera piedra drenada. O quizá repose cerca de un lugar llamado Deadbridge<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" href="#n2" type="note">[2]</a>. Tú sabes mejor que yo cómo funcionan los acertijos.</p> <p>Gwydion se echó hacia atrás y permaneció contemplando el destello rosado de la luz de la luna. De repente, anunció:</p> <p>—Podría ser que la Piedra del Dragón sea más importante de lo que hemos imaginado hasta el momento.</p> <p>—¿Por qué preferiste albergarla en casa del duque Richard? —preguntó Will, incapaz de disimular el tono crítico de su voz.</p> <p>—Crees que se trata de un error. En realidad, yo no lo elegí, sino que me vi obligado por los acontecimientos. En ese momento, no había lugar mejor donde guardar una piedra de batalla. ¿Sabes que el tiempo es de una curiosa naturaleza? He hablado mucho de ello con el maestro del saber popular que vive en el castillo de Sundalis. Aunque él habla de «la flecha del tiempo», su naturaleza, según él, no es lineal sino que vuelve una y otra vez a su punto de origen: ruedas dentro de otras ruedas, como si fueran los eslabones que giran en sus confundidos motores. Según reza una ley muy antigua: «La historia se repite». Por eso, si obramos con sabiduría, podemos aprender de las lecciones del pasado.</p> <p>—Gwydion. —Will sabía cuándo alguien trataba de distraer su atención—. ¿Qué vamos a hacer?</p> <p>El hechicero se movió con nerviosismo.</p> <p>—En vez de regresar a Foderingham, primero debemos averiguar si la piedra ha sido devuelta a su emplazamiento original. Ese es mi mayor temor.</p> <p>En cualquier caso, debemos pasar por Nadderstone para llegar a Foderingham por la ruta más corta.</p> <p>—¿Quién estaría interesado en volver a enterrar la piedra en Nadderstone?</p> <p>—¿Y tú que crees? Deberíamos saber si Maskull se ha enterado de la localización de la piedra, y si se le ha metido en la cabeza interferir en el flujo energético del lorc.</p> <p>—¿Qué pasará si descubrimos que ha sido devuelta?</p> <p>—Pues que habrá llegado el momento de drenarla. Fueran cuales fueran los méritos de tu visita nocturna a la Piedra del Dragón, sin duda nos has procurado una gran ventaja al descubrir su verdadero nombre.</p> <p>—Oh, no, Gwydion —se quejó Will desanimado—. Por favor, prométeme que no tratarás de llevar a cabo otra sesión de drenaje.</p> <p>—Debo hacer lo que sea necesario —protestó Gwydion, y seguidamente añadió tajante— ¡Todavía no te preocupes! Es posible que no lleguemos a esos extremos.</p> <p>Will soltó una larga bocanada de aire. Observó las llamas de su pequeño fuego y le entraron ganas de volver a ver la gran hoguera, aunque también sentía que los remolinos del misterio y la intriga le oprimían con más fuerza que una serpiente. El joven preguntó con obstinación:</p> <p>—Gwydion, antes de partir a cualquier otra parte, debo avisar a Willow.</p> <p>—En realidad, Willand —contestó Gwydion con ironía— ya le he enviado un mensaje explicándole tu ausencia. Buenas noches.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Después de caminar tres días por vías principales y otras menos frecuentadas, llegaron al pueblo de Eiton. Vieron numerosos carros de siega que formaban una hilera junto a la carretera, y la paja volaba por los aires sobre el camino polvoriento que conducía a la posada de la Osa Mayor. Gwydion buscaba cualquier indicio de que los Invidentes estuvieran recogiendo el diezmo, pero no vio nada sospechoso.</p> <p>La Osa Mayor era una taberna y una posada muy apreciada, y Will la conocía perfectamente. Era un edificio largo y bajo situado a un lado del camino. Se caracterizaba por tener un patio tapiado, un extenso techo de paja y un enorme letrero cuadrado que se balanceaba entre dos férreos postes de madera y brillaba con suave luz dorada del atardecer de agosto. Un gallo de paja montaba guardia sobre el dintel del tejado, anunciando a quien llegara que todos eran bienvenidos salvo los alborotadores.</p> <p>La taberna era frecuentada por igual por viajeros y lugareños. Era más grande y ruidosa que la taberna Hombre Verde, y no había cambiado ni un ápice desde que Will la viera por última vez. Después de una larga jornada de siega, un grupito de campesinos aplacaba su sed en la acogedora estancia salpicada de tallos de trigo en el suelo.</p> <p>El dueño del establecimiento se llamaba Dimmet. Era un hombre corpulento, alegre y muy ocupado: el tipo de personas a quien nadie se atrevía a molestar. Cuando Gwydion y Will entraron por la puerta, los recibió con una cálida bienvenida.</p> <p>—¡Qué me cuelguen si éste no es mi día de suerte! ¡Maestro Gwydion! ¡Qué alegría volver a verle! ¡Qué alegría! —exclamó animadamente mientras se acercaba a saludarles—. ¡Duffred! ¡Ven aquí y mira quién nos ha obsequiado de nuevo con su visita!</p> <p>El hijo mayor del tabernero se echó hacia atrás el pelo rizado y pelirrojo mientras se acercaba a la puerta y esbozaba una amplia sonrisa.</p> <p>—¡Hola, Maestro Gwydion! ¿Cómo le va?</p> <p>—Parece que tienes los pies doloridos y estás agotado. Nada mejor que una gota de mi mejor cerveza, si es que captas la indirecta, hijo mío.</p> <p>—Eres muy amable —respondió Gwydion.</p> <p>—Y otra jarra de cerveza para este joven, supongo.</p> <p>El enorme mastín negro de la posada se acercó para averiguar a qué se debía tanto revuelo. Como a Will le encantaban los perros, extendió la palma de su mano para que se diera cuenta de que era su amigo, no un rival. El animal le olfateó los pies, y luego empezó a lamerle los dedos.</p> <p>—Tenéis un perro muy grande y viejo —comentó Will—. Quizá debáis darle algo de agua.</p> <p>—¡Nos vamos, <i>Bolt</i>! —gritó Duffred mientras le colocaba una correa metálica al perro—. Sal al patio. ¡Venga!</p> <p>Will sonrió entre dientes y le tendió la mano a Dimmet. La del tabernero era enorme y pecosa.</p> <p>—Me alegro de conocerte.</p> <p>—Me llaman Will.</p> <p>—¿Y ahora también? Pues, en ese caso, así te llamaremos.</p> <p>—No se acuerda de ti —interrumpió maliciosamente Duffred desde los barriles de cerveza—. ¿Te gusta más la sidra que la cerveza, verdad?</p> <p>Will asintió enérgicamente con la cabeza, agradecido de que todavía le reconocieran después de tanto tiempo.</p> <p>—¡Yo nunca olvido una cara! —Dimmet le tocó la mejilla con un dedo—. ¡Espera un momento! ¿Tú no eres el jovencito que vino aquí la última vez que el Maestro Gwydion se llevó nuestra yegua, <i>Bessie</i>, para no sé qué asunto en Nadderstone?</p> <p>—Exactamente.</p> <p>—¡Como ves, nunca me olvido de un rostro! Aunque en esa época eras un mocoso. Ahora estás formado. Debió de ser hace cinco o seis años.</p> <p>—Espero que <i>Bessie</i> fuera devuelta sana y salva a su establo.</p> <p>—Así es. —Duffred dejó las dos jarras sobre una mesa—. Recuerdo que la encontró un hombre ataviado con la librea de Lord Ebor.</p> <p>—Ser de utilidad al Maestro Gwydion es un verdadero placer para mí. —Dimmet miró de soslayo al hechicero—. Y como contrapartida, suele bendecir mis barriles de licor, o se asegura de que el tejado de paja de mi casa no sea pasto de las llamas.</p> <p>Duffred tiró de la manga de su padre y le comentó en voz baja:</p> <p>—No te olvides de preguntarle acerca de ese tipo tan raro que ha estado sentado en el saloncito todo el día.</p> <p>Will miró atentamente a Gwydion, porque sabía que generalmente no era fácil entrar en ese salón.</p> <p>—Calma, Will —le tranquilizó Gwydion, quien parecía haber leído los pensamientos de su protegido—. Los Invidentes tienen prohibido beber vino o cerveza. Dimmet tampoco habría tratado con amabilidad a un invidente que se atreviera a meter sus narices en la taberna. Y por supuesto, jamás entraría en el saloncito.</p> <p>—Por supuesto —corroboró Dimmet—. Es un tipo sospechoso. Lleva unas prímulas marchitas pegadas al sombrero, aunque no sé de dónde pudo sacarlas. Me dijo que quería estar solo.</p> <p>Dimmet puso los ojos en blanco al pronunciar este comentario. Will pensaba que la soledad era la última razón por la cual alguien entraba en esa taberna. Volvió a mirar a Gwydion, sin comprender lo que estaba ocurriendo, pero luego siguió al hechicero por el pasillo. El suelo de piedra estaba tan gastado que incluso brillaba.</p> <p>Pasaron por delante de una enorme mesa de roble llena de pilas de platos y cuencos, como si en ella hubiera tenido lugar una celebración. En medio de la mesa había una bandeja decorada con flores, así como una enorme cabeza de cerdo con una manzana roja en la boca. La cabeza del animal parecía sonreír. Will se acordó de Lord Strange.</p> <p>Cuando llegaron a la gran chimenea de piedra y los bancos de madera que la flanqueaban, Gwydion se detuvo y alzó los brazos. Seguidamente, murmuró unas palabras y urdió un hechizo delante de la pequeña estancia que se abría detrás de la chimenea.</p> <p>—¿Qué estás haciendo? —preguntó Will, quien de repente sintió miedo por lo que pudiera esperarles al otro lado de la puerta.</p> <p>El hechicero miró a su alrededor, y luego susurró:</p> <p>—Me estoy protegiendo de los fisgones —aclaró mientras hacía pasar a Will por la puerta oculta.</p> <p>La estancia era de dimensiones reducidas, oscura y fría. Como era verano, no ardían leños en la pequeña chimenea. La única luz se filtraba por una ventanilla, y las paredes revestidas de madera de roble que daban al espacio un cierto aire de cabina de barco embellecían la habitación. Había un hombre sentado a una mesa, y Will se alegró de verle.</p> <p>—¡Tilwin!</p> <p>El viajero de pelo moreno se levantó para saludar cálidamente a Will y le dio un abrazo de oso. Tenía los ojos azules como el cielo estival.</p> <p>—¿Cómo estás, Willand? —preguntó—. Maestro Gwydion, ¡Me alegro mucho de verle, viejo amigo!</p> <p>Will escuchó a Tilwin murmurar unas palabras al hechicero, y algo le hizo pensar en que su amigo acababa de pronunciar una fórmula en su lengua verdadera. Serían unas palabras de reconocimiento, un saludo entre hombres que se apreciaban de verdad. El joven los vio abrazarse, y luego los tres se sentaron.</p> <p>—Eres la última persona a la que esperaba ver aquí —admitió Will.</p> <p>—En cambio, yo os he esperado impacientemente durante toda esta agradable tarde. —Tilwin sonrió entre dientes, aunque sus ojos denotaban diversión, brillaban de una manera que, en opinión de Will, indicaban preocupación.</p> <p>Cuando Will era un niño, Tilwin el afilador era el único extranjero del Valle que se había instalado en Norton de Abajo. Su profesión le obligaba a viajar por todo el Reino, y había llevado un montón de objetos al Valle: herramientas, medicinas, telas, piedras preciosas y amuletos de amor, puesto que Tilwin conocía perfectamente las distintas clases de piedras preciosas y cómo utilizarlas. Un día, le regaló a Will una piedra negra para colocarla debajo de la almohada. Le servía para evitar las pesadillas. En otros tiempos él había tallado, golpe a golpe, un guijarro vidrioso tan hábilmente que parecía un diamante falso con forma de broche para Breona.</p> <p>Algunos habitantes del Valle juraban que Tilwin se había inventado los juegos de cartas, y para demostrarles que tenían razón, el afilador siempre llevaba una baraja atada al sombrero. También solía adornarlo con flores que encontraba en los caminos con la intención de alegrar el día de quienes se encontrara ese día. Hoy, tal como Dimmet había dicho, llevaba prímulas, pero al igual que Tilwin, tenían un aspecto algo marchito.</p> <p>—Dinos por qué has dejado de ir al Valle —quiso saber Will—. Como bien sabes, todos te echamos de menos.</p> <p>Tilwin miró rápidamente a Gwydion, pero parte de su sonrisa se desvaneció.</p> <p>—Tenía asuntos que atender, y poco tiempo para ocuparme de ellos —después, su sonrisa volvió a deslumbrar mientras daba unos golpecitos en el hombro de Will—. Además, ahora no es tan necesario que me pase por el Valle. Se ha abolido el pago del diezmo, y Norton de Abajo puede permitirse tener su propio molino. Eso se debe a tu heroica conducta, Willand. Espero que tus vecinos te lo agradezcan por ello.</p> <p>Will se ruborizó, y empezó a sentirse incómodo.</p> <p>—Yo avisé a… Tilwin… para que nos encontrara aquí —explicó Gwydion—. Pero debo advertiros algo: ¿recuerdas que en una ocasión te comenté que Tilwin el afilador no es necesariamente lo que parece?</p> <p>Will miró con incredulidad al hechicero y a Tilwin.</p> <p>—Hace mucho tiempo que sé que hay algo raro en él, pero nunca he sabido qué es exactamente.</p> <p>—Yo no me llamo Tilwin, sino Morann.</p> <p>Gwydion sonrió.</p> <p>—Él es, entre otras cosas, un señor de la Isla Bendita.</p> <p>—Ahora caigo en la cuenta —respondió Will. Y era cierto, ese hombre siempre emanaba cierto aire de confianza en sí mismo. Will se levantó y cogió la jarra de cerveza con ambas manos—. Dejad que os salude como es debido, y con vuestro verdadero nombre. ¡Eh aquí un brindis, Morann, señor de los afiladores, como si fuera la mejor espada!</p> <p>—Y este brindis para las praderas y las neblinas de la Isla Bendita, ¡de donde nacen extrañas historias! —exclamó Gwydion, mientras también levantaba su jarra.</p> <p>Morann se levantó.</p> <p>—Y este brindis para ti, Willand del Valle. Y para usted, Maestro Gwydion, el explorador de caminos. ¡Vosotros dos sois los mejores!</p> <p>Brindaron con las jarras y bebieron su contenido a sorbos. Luego se echaron a reír y se sentaron al mismo tiempo.</p> <p>—Eres un maestro del saber popular, como el sanador Gort —apuntó Will—. ¿No es cierto?</p> <p>Morann esbozó un modesto ademán.</p> <p>—La sabiduría de Gort abarca todos los bosques y todas las hierbas campestres, pero mi conocimiento sólo concierne a piedrecitas como ésta.</p> <p>Gwydion se echó a reír.</p> <p>—Es una persona muy humilde. Es un «gemólogo mágico»: en realidad, el mejor gemólogo de los últimos tiempos.</p> <p>Al igual que el sanador Gort, Morann era otro de los druidas inmortales que habían viajado por el extranjero y habían aprendido conocimientos mágicos de centenares de generaciones. No tenían hogar, sino que cambiaban de lugar según las circunstancias. No eran exactamente hechiceros, pero sus habilidades mágicas eran considerables y habían vivido mucho tiempo.</p> <p>Will pensó inmediatamente en el extraño pez rojo que había encontrado en Pequeña Matanza. ¿Cómo era posible que un objeto tan parecido a su talismán se encontrara entre el polvo? Sin duda alguna, un gemólogo tan habilidoso como Morann sabría algo acerca de su origen.</p> <p>Pero cuando Will introdujo su mano en su zurrón, sintió en su corazón que no debería contarle a Morann nada del talismán, como tampoco se lo había contado a Gwydion. Analizó esa sensación cuidadosamente, y cuando estuvo a punto de dejar a un lado sus dudas y sacar el pez rojo, Duffred llegó con queso, pan y mermelada de manzana.</p> <p>Morann desenfundó su cuchillo preferido, largo y fino, y como muestra de respeto a Gwydion se lo colocó sobre la mesa con el asa mirando al hechicero. Advirtió a Will:</p> <p>—Aunque esté enfundado o sea visible para todos, antiguamente se consideraba una gran ofensa mostrar un cuchillo en presencia de un druida, y nadie se atrevía a hacerlo ante una persona de la estatura del Maestro Gwydion.</p> <p>—Creo que no cortarás carne con ese cuchillo, Morann, ni siquiera pan —replicó Gwydion con los ojos brillantes.</p> <p>—Claro que no, Maestro Gwydion. Pero siempre que puedo me gusta rendir honor a las viejas costumbres.</p> <p>Will advirtió un hermoso diseño, parecido a una trenza, tallado en el viejo metal de la hoja. El joven se preguntó por qué ese cuchillo era tan especial, pero no pudo pensar demasiado en ello porque los dos entrañables amigos se estaban contando sus recuerdos.</p> <p>Comieron y bebieron mientras hablaban del pasado. Will se dedicó a escuchar en vez de hablar, y los tres agotaron gran parte de la luz dorada de la tarde reforzando su amistad y rememorando el pasado. Morann contó sus últimos viajes, así como sus aventuras en la región de sus antepasados. Gwydion relató sus andaduras por los bosques de Albanay y los viajes que había realizado en barco hasta los confines de las Profundidades Occidentales. Le preguntaron a Will acerca de su boda, le pidieron que hablara de su vida con Willow y de la alegría que había sentido al nacer su hija.</p> <p>Will se lo contó lo mejor que pudo, pero cuando una pausa interrumpió su conversación, el miedo que había desaparecido durante un rato volvió a amenazar a Will. Una vez más, empezó a buscar su pez rojo, pero se repitió a sí mismo que él no sería el primero en hablar de problemas, y prefirió dejar a un lado esta cuestión.</p> <p>Le llamó la atención el anillo que lucía Morann en un dedo. Era un anillo de oro, y llevaba incrustado una esmeralda. Will la había visto en numerosas ocasiones, pero ahora su color parecía captar su atención y decidió preguntar.</p> <p>—Es el anillo de Turloch de Connat —aclaró Morann—. Lleva incrustada la gran esmeralda <i>smaragd</i> de mis antepasados. Según la leyenda, Turloch llevaba este anillo cuando interrogaba a sospechosos de traición. Lo mostraba a cualquier seguidor acusado de haberle traicionado. Si el hombre se levantaba y besaba el anillo, entonces era inocente. Pero si era incapaz de hacerlo, se consideraba culpable.</p> <p>Will quiso saber más acerca de la leyenda, pero Gwydion carraspeó y comentó:</p> <p>—Nos pasaríamos toda la noche escuchando con entusiasmo las hazañas de tus antepasados, Morann, pero me temo que está oscureciendo. No debemos olvidar que nos hemos reunido para un solemne propósito.</p> <p>Los tres dejaron a un lado los platos y se acomodaron en sus asientos. Después, a medida que el sol se ponía, Gwydion comenzó a exponer lo ocurrido hasta el momento con las piedras de batalla.</p> <p>—Según las antiguas escrituras, existían nueve canales de poder terrenal construidos por las hadas hace mucho tiempo. Estos canales se denominan «líneas» y su entramado se conoce como el «lorc». Las piedras de batalla se colocaron sobre el lorc. Existen dos clases de piedras de batalla: las principales y las secundarias. Las principales reviven de una en una. Cada una posee la capacidad de despertar sed de venganza en los corazones de los hombres y encaminarlos hacia la guerra. Por el momento, hemos localizado cinco piedras de batalla —Gwydion levantó un dedo—. La primera fue la Piedra del Dragón, que encontramos a unas cuantas leguas en dirección este.</p> <p>—Gwydion decidió guardarla en el castillo de Foderingham para mayor seguridad —añadió Will—. Es una de las piedras principales.</p> <p>—Y albergáis la esperanza de que todavía siga allí —interrumpió Morann con cierta incertidumbre—. Lo creéis así, pero, ¿lo sabéis con certeza?</p> <p>—Estamos bastante seguros. —Gwydion doblegó su dedo pulgar extendido—. La segunda es la Piedra de la Plaga, que dejamos en la cueva de Anstin el ermitaño.</p> <p>El rostro de Morann pareció enturbiarse de repente.</p> <p>—Estoy seguro de que las piedras de este tipo no estarán a salvo en castillos y en cuevas de ermitaños.</p> <p>Gwydion replicó:</p> <p>—Claro. Pero consideré que estarían a salvo si las guardábamos en un espacio cerrado, en vez de dejar que se pudrieran en el suelo. Las paredes de Foderingham son gruesas y su dueño es un fiel amigo mío. En cuanto a la cueva de Anstin, nadie se atreve a acercarse a ese lugar por miedo a contraer la lepra. Ningún habitante de la zona, ni de las regiones colindantes, habla de él. Por tanto, se trata de uno de los lugares más secretos del reino.</p> <p>Morann negó con la cabeza.</p> <p>—¿No habría sido mejor guardar la Piedra de la Plaga junto con la Piedra del Dragón?</p> <p>—Sí, Gwydion —accedió Will—. Sin duda Maskull, con toda su pericia, no temería tocar a un leproso. Su objetivo es hacerse con una de esas piedras, aunque no sea una de las más importantes.</p> <p>Gwydion levantó una mano cuando se mencionó el nombre del brujo.</p> <p>—Escuchadme. En breve me referiré a la Piedra de la Plaga. Mientras tanto, permitidme que hable de la tercera piedra. —El hechicero extendió otro dedo—. Esta es la piedra de Aston Oddingley, cuyo maligno poder Willand tuvo el desagradable privilegio de conocer cuando recorríamos la región en busca de la línea de serbal. Esa piedra, que probablemente es una de las principales, permanece intacta. Cuando la encontramos, teníamos otras preocupaciones en mente, y mi recomendación fue dejarla por el momento.</p> <p>Will se dirigió a Morann.</p> <p>—Eso ocurrió porque la piedra de Aston Oddingley fue colocada en la tierra por el loco Lord Clifton. Gwydion comentó que Clifton nunca nos recibiría. Y así fue, porque le mataron en Verlamion.</p> <p>Gwydion observó a Morann, y los numerosos amuletos que colgaban del pecho del hechicero empezaron a entrechocar.</p> <p>—Quería mostrarle a Will que, según las leyes de la magia, algunos problemas, por muy insolubles que parezcan, en muchas ocasiones se convierten en problemas distintos que tienen solución. —El hechicero levantó otro dedo—. En cuarto lugar, está la piedra que encontramos cerca del Anillo del Gigante. Triunfamos sobre ella corriendo grandes riesgos, puesto que era una de las piedras principales a pesar de que su cercanía a la Piedra del Rey la había apaciguado. Fue destruida por completo, y sus restos fueron devueltos a su lugar de procedencia. De ahora en adelante, hará un buen servicio a un amigo nuestro.</p> <p>Gwydion extendió su dedo pequeño y dio unos firmes golpecitos sobre la mesa.</p> <p>—Y eso nos lleva a la última piedra que conocemos, la Piedra del Destino de Verlamion, la misma que Will pudo haber destruido.</p> <p>—Que <i>pudo..</i>. —repitió Will.</p> <p>El hechicero respiró hondo.</p> <p>—Creo que esa piedra es la que controla a las demás, y sin ella el poder de sus iguales quedará tan reducido que no podrán llevar a cabo su cometido. Pero cuando Will la atacó con valentía, era un chico joven e inexperto, por tanto es posible que la Piedra del Destino no terminara destruida. Quizá sólo sufrió una conmoción, un impacto que dividió temporalmente su poder en varios fragmentos. Pero tal vez esos fragmentos se han vuelto a unir como gotas de plomo en la base de un crisol.</p> <p>—¿Y qué ocurre cuando varias gotas se convierten en una? —preguntó Will.</p> <p>—Sabremos si tengo razón o no.</p> <p>La túnica marrón de Gwydion se había fundido en la penumbra de la acogedora estancia. Will había reparado en el zumbido de una abeja que revoloteaba sobre la espaldera, pero la incansable labradora había vuelto a su colmena y las enredaderas que la habían oído por la ventana habían cerrado sus pétalos en forma de trompeta.</p> <p>Morann, que tenía la mano apoyada en la mejilla, rompió el silencio:</p> <p>—Así pues, de las piedras que conoces, sólo una se ha drenado, dos están a buen recaudo, una permanece inalterada y la que las dirige, la Piedra del Destino, fue atacada pero podría estar recuperándose. El lugar exacto de las otras dos piedras de batalla, si es que existen, todavía no se ha descubierto.</p> <p>—Hay algo que sí sabemos —Gwydion juntó ambas manos ante Morann—. Cuando Willand estaba en el castillo de Ludford, se vio aquejado de una extraña melancolía. Pensó que estaría causada por las emanaciones de la poderosa piedra, pero en un lugar fortificado como ése resulta difícil determinar de dónde podrían proceder.</p> <p>Will rememoró los desagradables sentimientos que tuvo que soportar durante su estancia en Ludford.</p> <p>—Estaba seguro de que la culpa era de la piedra de batalla, Morann. Al principio, creí que se debía a la Piedra del Dragón, y sospechaba que el duque Richard la había llevado hasta allí para beneficiarse. Pero luego, Gwydion me explicó que mis temores carecían de fundamento. La Piedra del Dragón todavía estaba en Foderingham, y mi estado de ánimo debió de cambiar por efecto de otra piedra.</p> <p>—¿Pero no pudiste dar con ella? —quiso saber Morann.</p> <p>Will negó con la cabeza.</p> <p>—Aunque su efecto parece muy fuerte. El castillo de Ludford y la ciudad son un laberinto de muros y torres. Un lugar perfecto para que una piedra pase desapercibida. Yo tenía sentimientos encontrados. Era como escuchar un sonido dentro de una cueva repleta de ecos.</p> <p>—Pero pudiste encontrar la Piedra del Destino, a pesar de que yacía debajo de una enorme capilla de piedra —se extrañó Morann.</p> <p>Gwydion extendió sus manos.</p> <p>—Eso se debió a que la Piedra del Destino estaba activa en ese momento, llamaba a los hombres para que hicieran la guerra. Es posible que haya algún conjuro mágico en Ludford, y eso sería una buena razón para dejar tranquila la piedra de batalla por una temporada, como hicimos con la piedra de Aston Oddingley.</p> <p>—El problema es —murmuró Will mientras miraba a Gwydion— que esta situación no puede continuar así.</p> <p>El hechicero asintió con la cabeza ante la velada acusación de su protegido.</p> <p>—Willand quiere saber por qué no he hecho nada durante todos estos años para desenterrar las piedras de batalla. Le explicaré por qué, porque lo que la impaciencia juvenil considera ociosidad puede ahora verse de otra manera. Cuando cesó la batalla de Verlamion, creí que la destrucción de la Piedra del Destino habría resuelto el problema del lorc. El Libro Negro predice que el tercer advenimiento de Arturo indica el fin de la quinta era. Por tanto, sabemos que debe terminar en vida de Will. Cuando él rompió la Piedra del Destino y yo envié a Maskull al Reino Inferior, había pocas probabilidades de que volvieran a surgir problemas antes del término de esta era, de modo que me ocupé en otras cuestiones en el territorio de Albanay y en otras lindes. Al parecer, mi optimismo estaba infundado. Debí darme cuenta de ello, porque el final de una era siempre acarrea dificultades y últimamente han pasado cosas muy extrañas. Aunque el optimismo sea uno de mis defectos, al menos he aprendido a no malgastar todas mis cartas. Cabía la posibilidad de que ni Maskull ni el lorc hubieran sido del todo destruidos, de modo que envié a Will al Valle para que estuviera a salvo y protegerlo de tiempos peores.</p> <p>Morann asintió con la cabeza.</p> <p>—Él no quiso arriesgarse a perderte, porque sólo tú puedes encontrar las piedras.</p> <p>Will se mordió los labios.</p> <p>—Por tus palabras, parece que mi vida no me perteneciera.</p> <p>El rostro de Gwydion jamás había parecido tan serio.</p> <p>—Jamás ha sido así, Willand.</p> <p>Los tres hombres cayeron en un profundo silencio, pero luego el hechicero hizo un esfuerzo por levantar el estado de ánimo.</p> <p>—Amigos míos, dejadme hablar de las cualidades que se esconden en los corazones de los hombres valientes. Debo deciros que el verdadero balance de las piedras es mucho más alentador de lo que os imagináis, porque mis esfuerzos de los últimos cuatro años no han sido totalmente en vano. Regresé a la cueva de Anstin el ermitaño, y ahora se ha deshecho el efecto de una segunda piedra.</p> <p>—¿Te refieres a que pudiste drenar la Piedra de la Plaga? —preguntó Will, muy sorprendido.</p> <p>El hechicero encendió una vela que rompió la penumbra con una profusa luz dorada.</p> <p>—No fue en absoluto tarea fácil. Tenía previsto transportar la Piedra de la Plaga hasta la Isla Bendita, pero no encontré una manera segura de llevar por mar una piedra de batalla sin drenar, aunque sea una de categoría inferior. No podía poner en peligro las vidas de la tripulación del barco. Ni tampoco podía permitir que la piedra cayera al mar, porque aunque sea una piedra secundaria puede causar estragos en cualquier parte, y haría naufragar a muchos barcos.</p> <p>—Así pues, ¿qué hiciste?</p> <p>—Anstin el ermitaño se ofreció a ayudarme, y al final pagó cara esta decisión. —El rostro de Gwydion denotaba tristeza una vez más—. Yo estaba muy preocupado, porque cuando llegué a la cueva de Anstin, él me comentó que la piedra de batalla había empezado a romper las cuerdas con las que la había atado. El ermitaño me comentó que temía que el daño acabara rompiendo los hechizos que la mantenían bajo control. Anstin era un hombre sabio y conocía perfectamente la naturaleza de esa piedra. Era valiente. De joven, sabía manejarse muy bien con las alturas, y por esa razón le enviaron a desempeñar una labor que no se correspondía con su espíritu. Aun así, demostró su habilidad manual. Le enseñaron a tallar piedra, y decoró muchas agujas que embellecen los monasterios y los claustros de los invidentes. Pero con el tiempo, su espíritu se reveló contra ese trabajo, y sus dedos empezaron a entumecerse. Cuando los Invidentes se enteraron de su enfermedad, le instaron a unirse a su congregación. Él se negó a ello, y los Invidentes le acusaron de dejar caer un martillo sobre la cabeza del máximo responsable de la congregación. Anstin juró en repetidas ocasiones que era inocente, y los Invidentes se dieron cuenta de que no cambiaría de opinión. Luego le despidieron, alegando que no tenían nada que hacer con un hombre tocado por un mal tan obstinado. Cuando le conocí en Trinovant, Anstin era un leproso solitario que se estaba quedando en los huesos. Lo llevé a una cueva para que se quedara a vivir en ella, muy lejos del resto de la sociedad. Una hermana cuidaba de él y le traía pan, pero él no soportaba ver su cuerpo porque creía que era muy desagradable.</p> <p>Will le interrumpió.</p> <p>—Recuerdo que, en una ocasión, me enseñaste una ley: «La fruta deliciosa suele tener una corteza dura».</p> <p>—Así es. Anstin el ermitaño nunca me pareció desagradable, pero cuando le conocí sólo quería morir. Yo no podía curar su piel, porque ese daño procedía de un profundo dolor en su corazón, pero sí pude revelarle la duración exacta de su vida. Él me lo preguntó, porque quería saber cuánto sufrimiento le quedaba por soportar.</p> <p>—¿Le dijiste exactamente el día en el que moriría? —preguntó Will.</p> <p>—Eso no es algo que se deba tomar a la ligera —atajó Morann.</p> <p>El rostro de Gwydion no delataba vergüenza.</p> <p>—Le dije que estaba destinado a morir como un héroe. Sólo cuando supo el día preciso de su muerte pude aplacar su enfermedad y por tanto ofrecerle un lapso de tiempo que le permitiera hacer las paces con el mundo. Él estuvo muy agradecido por ello, y cuando le llevé la Piedra de la Plaga, no tuvo el menor inconveniente en aceptarla.</p> <p>Will recordó el día en que entregaron la Piedra de la Plaga. Se había quedado esperando fuera de la cueva de Anstin, imaginando qué estaría pasando en su interior. Se preguntaba si Gwydion también habría predicho de qué modo moriría Anstin.</p> <p>El hechicero prosiguió su relato.</p> <p>—Anstin entendió perfectamente los peligros que suponía la Piedra de la Plaga, pero como era costumbre en él, siempre tenía a mano una respuesta cargada de ironía: «No puede haber peligro para un hombre que ya está preparado para ir a la tumba», respondió. Y yo le contesté que, en realidad, tenía razón. Por tanto, ese hombre cuyos dedos habían trabajado la piedra, guardó la Piedra de la Plaga durante trece temporadas del año, siempre bajo vigilancia. Vivió en presencia de la piedra. Con fuerza y valentía contuvo las luchas por esclavizarle. Cuando volví a verle poco antes de su muerte, me explicó de forma conmovedora la tristeza que empañó toda su vida, y cómo deseaba dedicar su último día a mi causa si yo me dedicaba a drenar la Piedra de la Plaga. Al oír su valiente disposición, no pude negarme a ello.</p> <p>Gwydion se movió nerviosamente y la vivida llama de la vela tembló.</p> <p>—No explicaré los detalles de lo ocurrido esa noche en la cueva de Anstin el ermitaño. Basta con decir que pocos son los horrores que no aquejaron su cuerpo y su mente cuando el negro aliento de la piedra se fue lentamente evaporando. Yo había aprendido mucho de mis errores anteriores, pero aun así el drenaje de la Piedra de la Plaga no salió del todo bien. Según el Libro Negro, la Piedra de la Plaga era mucho menos poderosa que la Piedra del Destino, pero eso fue lo único que pude hacer para drenarla. El pobre Anstin murió cuando una nube que surgió de la piedra comenzó a envolver su cuerpo. Él absorbió el mal, pero hasta el mismo momento en el que quedó reducido a pedazos, el ermitaño se reía de la muerte y mostró más valor que el que reunirían todos los caballeros del reino. Ese es el poder que mora en nuestro interior.</p> <p>Will juntó ambas manos como muestra de respeto. Trató de olvidarse de las imágenes que colmaban su mente, pero le resultaba muy difícil hacerlo porque él mismo había sufrido el ataque de una piedra de batalla y el recuerdo de esa agonía le resultaba insoportable. Nunca había oído a Gwydion hablar con tanta tristeza. Pero el hechicero todavía no había acabado de hablar, y sus palabras recobraron la fuerza habitual.</p> <p>—Amigos míos, mi decisión de intentar drenar la Piedra de la Plaga no se tomó a la ligera. Existe una ley mágica muy profunda que reza: «En el mundo no existe el bien ni el mal, salvo las acciones premeditadas de las personas». Todas las cosas son como tinajas en las que dos tipos opuestos de espíritu se mezclan a partes iguales. Uno de estos espíritus o esencias tiene la capacidad de crear bien, y el otro de provocar mal. Los hombres, por sus propias decisiones, liberan ambas energías en el mundo con sólo moverse en él. Nosotros rompemos el equilibrio de esas energías con nuestras acciones. Lo hacemos inconscientemente y sin malicia, a veces por nuestros defectos, y a veces cuando tratamos de hacerlo lo mejor posible. Estos desequilibrios suelen tener poca trascendencia, pero cuando existe una malicia premeditada, las consecuencias son más graves porque el hombre malicioso actúa de tamiz. Extrae la bondad de todo lo que toca, y por tanto absorbe una mayor concentración de maldad.</p> <p>—Pero, ¿de qué manera la bondad y la maldad difieren de lo que los Invidentes predican sobre el bien y el mal? —preguntó Will—. ¿Acaso no estarás empleando nombres distintos para los mismos conceptos?</p> <p>—¡No lo creas! Las palabras son importantes. Los perros no son gatos, por eso nos molestamos en llamarlos por nombres distintos.</p> <p>—Pero, sin duda, la bondad y el bien denotan el mismo concepto, ¿no es así?</p> <p>—Si te refieres a bondad, debes decir bondad. El bien y el mal son nociones inventadas por la congregación de Invidentes para sus propios fines, y la diferencia es ésta: los Invidentes aseguran que existen fuentes conscientes de bien y de mal. Dicen que las dos energías están activas en el mundo y que se accionan intencionadamente. Una se envía para causarnos problemas, y la otra para salvarnos. Los Invidentes quieren hacernos creer que monstruos invisibles de inmenso poder nos utilizan a su antojo. Es un concepto muy distinto al de la comprensión mágica de los espíritus de bondad y maldad que yacen en estado latente y en equilibrio en todas las cosas.</p> <p>Will negó con la cabeza.</p> <p>—Sigo sin entenderlo.</p> <p>—La idea de que el bien lucha para derrotar al mal es muy peligrosa. Supone la segunda mayor herramienta de la congregación, y a menudo sirve para aplacar y controlar las mentes de quienes se permiten entender el mundo en esos términos.</p> <p>—¿La segunda mayor herramienta? —preguntó Will levantando las cejas—. ¿Quieres decir que existe una peor?</p> <p>—Mucho peor. Hace mucho tiempo, los Invidentes se apoderaron de una idea muy peligrosa procedente de las Tierras Torturadas del este. Es una idea que, cuando se instaura en la mente de los hombres, los convierte gustosamente en esclavos.</p> <p>—¿Y una sola idea es capaz de ello?</p> <p>—¿Acaso lo dudas?</p> <p>—Pero, ¿cuál puede ser?</p> <p>—No me atrevo a decírtela porque, aunque es letal, también resulta muy atractiva. Podría apoderarse de ti y destruirte, aparentemente dentro de los límites de tu libre albedrío.</p> <p>—Gwydion, ya no soy un niño. Soy padre de una niña.</p> <p>—Pues, entonces, te lo diré. Pero… ¿Estás seguro de que estás dispuesto a escucharla?</p> <p>Pensó en ello unos instantes, y luego negó con la cabeza.</p> <p>—No, no estoy seguro. ¿Cómo podría estarlo? Quizá sólo estoy dejando que la curiosidad se apodere de mí.</p> <p>—Vaya, ésa sí que es una respuesta madura. Al menos podré refrescarte la memoria sobre esta cuestión: la idea se denomina la Gran Mentira. Los Invidentes la han utilizado implacablemente para doblegar a la población a su voluntad, porque cuando caen presas de una creencia falsa son fácilmente manipulables. Se vuelven seres obedientes y ceden gustosamente su vida por la promesa de una supuesta futura existencia mejor. De este modo puede un hombre perder el control de su verdadero destino. Así es como se guía a un ser humano hacia un reluciente laberinto de engaños.</p> <p>Will se recostó en su asiento, puesto que no estaba seguro del significado que escondían las palabras de Gwydion. Sabía poco acerca de los Invidentes, salvo que pensar en sus manos rojas y escamosas le hacía temblar. Quería preguntarle al hechicero cómo era posible que una idea pudiera acabar con la vida de un hombre, y qué recompensa podría convencerle para abandonarla. Pero luego pensó en lo que había visto en el interior del gran claustro de Verlamion, y se dio cuenta de que, fuera cual fuera esa idea, volvía locos a muchos hombres.</p> <p>Levantó la mano, y de pronto sintió miedo.</p> <p>—No creo que esté preparado para saber en qué consiste la Gran Mentira.</p> <p>Gwydion sonrió y luego explicó:</p> <p>—Tal vez nos estemos alejando del sendero verdadero, porque la bondad y la maldad que existen en las piedras de batalla son algo totalmente distinto. Lo que sabemos es esto: las antiguas hadas prepararon dos piedras parecidas y les urdieron un complejo hechizo. Extrajeron de la primera piedra toda la bondad y la traspasaron a la segunda, y al mismo tiempo sacaron la maldad de la segunda y la pasaron a la primera. De este modo, la piedra-hermana se llenó dos veces de una bondad desequilibrada, mientras que la piedra de batalla contenía una doble ración de pura maldad. El drenaje en el que Anstin se ofreció a sí mismo como cebo pretendía evitar una batalla en la que miles de personas habrían muerto, pero había una segunda razón. No debemos permitir que las piedras de batalla caigan en manos de Maskull, porque él les dará mal uso. En mi opinión, ahora él sabe menos de lo que nosotros sabemos acerca de esas piedras, pero es una persona que aprende con rapidez y siempre está dispuesto a experimentar con materias que ni se atrevería a abordar si fuera más sabio de lo que es. Temo que se haya apoderado de la Piedra del Dragón. Tal vez la haya devuelto al entramado lorc. Por eso mañana debemos dirigirnos a Nadderstone y ver qué ha ocurrido con nuestros propios ojos.</p> <p>En el silencio que se cernió después de las palabras de Gwydion, Will escuchó el sonido apagado de unos jóvenes que se divertían después de pasar un rato en la taberna. Algunas voces reían, y otras cantaban o tocaban el violín. Quizás el hechizo de defensa que Gwydion había urdido para protegerse de los curiosos no estaba dando sus frutos. Duffred se acercó para recoger los platos y sacar las migas que había sobre la mesa. Su enérgico estado de ánimo sirvió para disipar el aire serio y pensativo de Gwydion y Will. Cuando Duffred preguntó si querían volver a llenar sus jarras de cerveza, los dos coincidieron en que era una magnífica idea.</p> <p>Conversaron animadamente durante un rato sobre sus peripecias del pasado hasta que, al final, Morann se levantó.</p> <p>—Creo que es hora de irme a la cama.</p> <p>—En ese caso, acuérdate de olvidar sólo lo que te has olvidado de recordar —propuso Will mientras brindaban una última vez.</p> <p>Gwydion apuró su jarra de cerveza, y exclamó:</p> <p>—«Cisne negro, cuervo blanco, tened cuidado allí donde estéis».</p> <p>Morann desenfundó su cuchillo mientras lo levantaba.</p> <p>—Yo tengo un brindis de despedida para vosotros dos: ¡que la desgracia os siga el resto de vuestras vidas… —recitó con una cálida sonrisa— pero nunca os alcance!</p> <p>Con esas palabras, Morann empezó a avanzar tambaleándose hacia el pasillo, y en breve los escalones crujieron a sus pies. Cuando Gwydion también se marchó, Will se quedó un rato cómodamente sentado a solas. Se disgustó al pensar en Willow y en su bebé, así como en el peligro que todavía amenazaba al Valle como un nubarrón.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 4</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">La línea del fresno</p> <p style="margin-top:5%">A Will le sorprendió ver que el sol lucía en lo alto del cielo cuando se despertó. Unos brillantes rayos penetraban las contraventanas, así que salió de un salto de la cama y se vistió lo más rápido que pudo. Temía que Gwydion y Morann hubieran partido sin él.</p> <p>Pero pronto descubrió que estaban fuera en el jardín, hablando con las personas que había en la taberna.</p> <p>—Buenos días, Gwydion. Buenos días, Morann.</p> <p>—Pues sí hace buen día —corroboró Morann.</p> <p>—¡Ah, Willand! —exclamó Gwydion—. Espero que hayas recuperado fuerzas. Posiblemente tengamos un trabajo difícil del que ocuparnos.</p> <p>Dimmet olfateaba un enorme filete de ternera que colgaba fuera de la taberna.</p> <p>—Ni demasiado alto para la carne, ni demasiado bajo para el cuervo —dijo con satisfacción—. Vaya, Maestro Gwydion, ¿debo esperarle al mediodía?</p> <p>—Puede esperarnos, Dimmet, cuando nos vea la próxima vez.</p> <p>—Tiene razón —contestó Dimmet con amabilidad—. Entiendo que debo ocuparme de mis asuntos.</p> <p>Se marchó para ocuparse de las jarras de leche, pero al rato salió Duffred para enganchar a <i>Bessie</i>, la yegua baya, al carro del diezmo. Will se levantó para sentarse junto a Morann y Gwydion, y después partieron siguiendo un camino que Will había recorrido con anterioridad.</p> <p>El terreno ondulante y la tierra fangosa y marrón los recibieron mientras avanzaban a buen ritmo. Atravesaron con facilidad las aldeas de Hemmel y Hencoop. Los surcos del suelo que los carros habían provocado durante una primavera húmeda se habían convertido en duras crestas por acción del sol veraniego que luego quedaron reducidas a polvo. Las colinas que quedaban a su izquierda proyectaban unas pendientes cubiertas de césped que cruzaban su camino. Pero al rato, los campos cultivados dieron paso al bosque salvaje.</p> <p>Gwydion les explicó las ocasiones en las que había visitado Caer Lugdunum, una antigua fortaleza que antiguamente se erigía sobre una colina situada al norte. Se acordó del cálido y sonoro recibimiento, en el que no faltaron canciones ni poemas, con el que le obsequiaron los druidas de la región. Entonces, Morann cantó <i>La apuesta de la dama</i> con una voz clara y melódica que conocía bien la lengua verdadera. Su canción versaba sobre la valiente reina del este y la postura que había tomado, tiempo atrás, contra los ejércitos de los colonos. Era una canción tan triste que Will sintió escalofríos; tardó un tiempo en recuperarse de la emoción y en volver a sentir el cálido sol en la cara. Cuando lo hizo, descubrió que <i>Bessie</i> ya había recorrido la mitad de trayecto hacia Nadderstone.</p> <p>En este punto del trayecto, el terreno estaba descuidado y cubierto de maleza. Will se fijó en unos arbustos que quedaban a su izquierda y que tapaban un estanque. Gwydion comentó en una ocasión que, probablemente, habría metal de estrellas en el lecho del lago. Will comprendió cómo se había creado el estanque: por una estrella fugaz caída a la tierra con fuerza, aunque en este caso sería mucho más pequeña que la que había impactado en Pequeña Matanza. Este pensamiento volvió a causarle escalofríos.</p> <p>—Fluye poder en este lugar —sentenció Morann con sus ojos azules observando el lejano horizonte—. Podemos esperar milagros, o creo que algo peor, antes de que se acabe el día.</p> <p>—Recuerda que el camino sigue el recorrido de una línea —interrumpió Gwydion—, tanto si lo vemos como si no. Willand, ¿puedes sentir algo?</p> <p>—Todavía no, Maestro Gwydion. Descuida que, cuando perciba energía, seré el primero en abrir la boca.</p> <p>Un breve chubasco refrescó el terreno, y luego desapareció con la misma rapidez que había llegado. Siguieron cruzando el valle, y Will atisbó una elevada torre construida con piedra marrón moteada. Era la misma torre que había visto antes, montando guardia sobre una cordillera, sobre un terreno que en su día había sido cultivado por los Invidentes, o por sus trabajadores. Pero ahora, esos campos estaban abandonados y descuidados, lo que extrañó a Will, pues la congregación de Invidentes era famosa por no abandonar nunca ningún campo que prometiera rentas.</p> <p>A medida que se iban acercando, Will se sorprendió al ver que la torre estaba en ruinas, al igual que el claustro y la sala capitular que dependían de la torre.</p> <p>—¿Dónde está la hermandad? —preguntó Will, quien no salía de su asombro.</p> <p>—Ha desaparecido —respondió Gwydion.</p> <p>Pasaron por dos enormes estanques. En el pasado, Will se había sentido muy incómodo en este lugar. Pero ahora, mientras el camino atravesaba los elevados muros marrones y las ventanas desnudas de la sala capitular, Will evitó sentir un nuevo escalofrío. Se volvió hacia Gwydion y vio que los ojos grises de mirada profunda del hechicero observaban las almenas. Gwydion hizo parar a <i>Bessie.</i></p> <p>—¿Por qué nos detenemos? —quiso saber Will.</p> <p>Gwydion le entregó las riendas.</p> <p>—Debemos averiguar qué ha pasado.</p> <p>Will entornó los ojos para protegerse del sol y examinó visualmente la torre, pero no vio nada raro salvo una gárgola que sobresalía del extremo del parapeto que se elevaba sobre ellos. Morann bajó del carro de un salto y los dos siguieron a Gwydion por una explanada de tumbas medio destruidas que se abría junto a la sala capitular.</p> <p>El jardín que en su día albergó unas hermosas hileras de plantas verdes estaba cubierto de maleza. También vieron algunas colmenas destrozadas. La veleta de hierro que en su día presentaba el dibujo de un corazón blanco y se dividía en cuatro brazos sobre los tejados, había acabado relegada en un rincón del jardín. Los tejados estaban rotos o derribados. Alguien había sacado las bisagras de las puertas principales, y en el lugar donde, según recordaba Will, estaba inscrito el curioso lema en el arco de la entrada:</p> <p><i>E R O B A L E N I S L I N</i></p> <p>Ahora la mampostería había sido destruida y sólo quedaban las letras R, A, N, S. Gwydion se quedó de pie ante las puertas, inmerso en sus pensamientos.</p> <p>—Extraño —comentó Will mientras observaba los destrozos—. ¿Crees que entraña algún significado?</p> <p>—Todo entraña algún significado. —Gwydion no dijo nada más, sino que continuó observando el arco y luego pasó sus dedos sobre las letras.</p> <p>Morann comenzó a hablar con voz tenue.</p> <p>—Isnar es el nombre del difunto sacerdote supremo de la orden de los Invidentes. Por lo que parece, las letras de su nombre han quedado en el lema, mientras que las otras no.</p> <p>Gwydion se movió con cierta agitación.</p> <p>—Tiene sentido, porque sin duda alguna fue Isnar quien ordenó la destrucción del tejado de este edificio.</p> <p>—¿Y cómo lo sabes? —preguntó Will.</p> <p>—Porque nadie más tiene el poder para dar esa orden.</p> <p>Will escuchó el correteo de las ratas en el interior de las ruinas. Las ventanas habían quedado reducidas a un cristal negruzco que crujía al pisarlo en el suelo húmedo. El transcurso de dos o tres veranos había deteriorado la estructura del edificio, aunque un olor a grasa todavía impregnaba el ambiente. Regresaron a la explanada, entraron en el recinto tapiado donde se cobraba el diezmo y vieron montones de troncos de sauce desparramados por el suelo adoquinado. Esa madera era lo único que quedaba de sus provisiones. Vieron maquinaria oxidada, herramientas destartaladas para remolcar el ganado, ladrillos, ganchos, cadenas rojas por el óxido…</p> <p>Will se abrió paso entre las fantasmagóricas ruinas y vio los mataderos y los lavaderos de piedra que antiguamente recogían la sangre caliente de los aterrorizados animales. Los cuchillos y las poleas del matadero estaban destrozadas, pero las lúgubres cañerías de plomo pensadas para abastecer una serie de depósitos todavía seguían en su sitio. En otro cobertizo había lo que quedaba de los calderos de producción de grasa: los moldes y recipientes en los que los Invidentes mezclaban polvo de fresno y grasa para construir sus pilas de lavado ritual. El suelo todavía estaba resbaladizo.</p> <p>Will sintió un cosquilleo en la piel cuando echó un vistazo a su alrededor, pero no estaba seguro de que la línea terrestre fuera la causante de ese hormigueo. Los pilares del claustro parecían dientes rotos y el espacio del vestíbulo principal quedó abierto al cielo, aunque la mitad de las vigas permanecían expuestas como si fueran las costillas de una enorme ballena. Will se fijó en los bultos en forma de oreja que presentaban las vigas, muchas de ellas carcomidas por los ratones, aunque el joven no podía concebir cómo unas ratas habrían llegado tan alto. Quedaban fragmentos de pintura dorada en las paredes. Todo presentaba un aspecto desfigurado, estaba desteñido por la lluvia o por efecto del sol. Había miles de velas rotas desparramadas por el suelo de piedra, así como fragmentos de lavaderos. Sin duda, el lugar había sido saqueado y abandonado de forma repentina meses atrás. Se notaba que había sido una acción muy violenta.</p> <p>—Ahora entiendes la horrible verdad de lo que ocurre cuando los Invidentes recolectan el diezmo —explicó Morann—. No son sólo los carros repletos de cereales que almacenan y venden, sino también los caballos, el ganado, las ovejas y las aves de corral acaban en sus mataderos.</p> <p>Will observó el lugar donde las ovejas y los terneros habían sido colgados para degollarlos. Desangraban cualquier animal que caminara a dos o cuatro patas, y su sangre se guardaba en unas tinajas rituales. Luego, se fabricaba cera y jabón con la grasa animal.</p> <p>—Siempre se cierne un humo pegajoso en las casas de la hermandad en época de diezmo —apuntó Gwydion—. Se talan muchos árboles y se quema mucha madera para fabricar jabón. Se hierve la carne y se extrae la grasa de ella, pero una vez hervida, los Invidentes la dejan pudrir, puesto que a ellos sólo les interesa la sangre.</p> <p>Will sabía que los Invidentes utilizaban el jabón en sus baños rituales, razón por la cual los lugareños llamaban a esa congregación «los manos rojas», aunque nadie se atrevía a decirlo en público por miedo a ser castigado con la imputación de los labios.</p> <p>—¿Y por qué fabrican tantas velas? —preguntó Gwydion, y cuando Will no contestó, añadió—: La hermandad fabrica velas para iluminar sus cuadros sagrados.</p> <p>Will miró al hechicero y después levantó la vista para fijarse en los restos desconchados de pintura y barniz dorado.</p> <p>—Pero… ¿Por qué? Los Invidentes no tienen ojos para contemplar esos cuadros. ¿Y por qué el sumo sacerdote querría destruir uno de sus propios claustros?</p> <p>—Los Invidentes llaman a ese tipo de acciones «decreto de las nieblas nocturnas» —aclaró Gwydion a lo lejos—. Rara vez se ordena una acción de este tipo, porque es un castigo por desviación.</p> <p>—¿Desviación?</p> <p>—Es decir, cuando uno de estos conventos se aleja tanto de su credo que no pueden regresar a lo establecido. En tal caso, lo aíslan y lo reducen a polvo. Esto se hace, en parte, para evitar que la enfermedad se propague a otros conventos, y en parte para que sirva de lección. Borran de sus registros cualquier referencia al convento destruido. Destruyen su crónica y se llevan a sus partidarios. Para ellos, ese edificio se convierte en algo que no ha existido nunca, y los Invidentes que fracasaron se convierten en hombres que nunca han vivido.</p> <p>—¿Esto es lo que ha ocurrido aquí? —preguntó Will mientras echaba un vistazo a su alrededor. Podía sentir cómo el hormigueo de su piel se intensificaba, y le entraron ganas de abandonar el lugar.</p> <p>—No sé lo que ha ocurrido aquí, porque las acciones de esta comunidad se mantienen en estricto secreto. Pero, ¿acaso no te conté que los edificios de los Invidentes suelen erigirse sobre líneas y otras fuentes de poder?</p> <p>—¿Por qué ha fracasado esta congregación? —preguntó Will mientras se abría paso entre los lechos y los trozos de pizarra caídos.</p> <p>—Quizás esto lo explique —aclaró Gwydion—: Ya sabes que la Piedra del Destino era la lápida de la tumba del fundador de la congregación. Cuando quedó destruida, esa fuente de poder del que habitualmente abusan los Invidentes, debió de cambiar. ¿No fuiste tú quien me habló de la locura que afectó a toda la congregación de Verlamion cuando el lorc empezó a revivir?</p> <p>Will trató de acordarse.</p> <p>—Fue algo increíble. Era como si la única idea que colmaba sus cabezas se hubiera desvanecido de repente, como la luz de una vela, y dejara una oscuridad insoportable para ellos.</p> <p>Gwydion se volvió hacia el joven.</p> <p>—Del mismo modo, Willand, es posible que los problemas que aquejaban a la congregación empezaran tan pronto como se arrancó la Piedra del Dragón, puesto que la energía del lorc cambia cuando se arranca una piedra de batalla de la tierra, y este edificio se erige sobre la línea del fresno.</p> <p>Will echó un vistazo alrededor de las frías paredes de piedra, consciente de las sombras perpetuas que acechaban en las esquinas.</p> <p>—Ve con cuidado con los Invidentes —advirtió Gwydion—, porque no te quieren. No perdonaran fácilmente al intruso que desafió su altar más apreciado.</p> <p>Will sintió que las cuatro paredes comenzaron a estrecharse.</p> <p>—Me he preguntado, en más de una ocasión, por qué la hermandad no ha viajado hasta el Valle para detenerme. Ellos son los únicos, aparte de Morann y tú, que nunca os habéis acercado.</p> <p>Morann negó con la cabeza.</p> <p>—No pueden encontrar el Valle. Jamás se han acercado a él, ni lo harán nunca. Yo siempre estuve en Norton de Abajo cuando llegaba la hora del diezmo. Fui yo quien condujo los carros a través del cenagal hasta llegar a Norton de Abajo. Los manos rojas de Norton Medio nunca pasaron de ahí. No saben que el Valle está protegido por un manto. Sólo les interesa amasar fortuna. Es el oro lo que les otorga poder.</p> <p>Gwydion comentó:</p> <p>—La hermandad no vincula el Valle y lo que ellos consideran la contaminación de su congregación en Verlamion. Aun así, en sus automutilaciones públicas anuales celebradas en Trinovant, Isnar ha jurado acabar con quienes destruyeron la Piedra del Destino. No debes infravalorar su poder, como él tampoco nunca menosprecia a sus enemigos. Y tú supones una gran amenaza para él.</p> <p>—¿Con toda la riqueza y el poder que tiene? —se extrañó Will, quien empezó a mirar a su alrededor—. ¿En qué sentido soy una amenaza para él?</p> <p>—Muy sencillo. Ya te he comentado que tú eres el Hijo del Destino, la tercera encarnación del antiguo Gran Arturo. Tus acciones, si las profecías del Libro Negro llegan a buen término, harán caer las agujas de sus edificios. ¡Y en poco tiempo!</p> <p>—Pero, no entiendo de qué manera.</p> <p>Morann extendió una mano indicando con este gesto el paisaje que les rodeaba.</p> <p>—Aproximadamente en los últimos mil años han tenido por costumbre construir donde los hombres de antaño levantaban sus hitos y arboledas, acabando así con las costumbres de la antigüedad.</p> <p>Gwydion asió fuertemente su báculo.</p> <p>—Muchos de sus claustros se han construido sobre líneas. Ellos lo desconocen, pero se alimentan de la energía del lorc del mismo modo que los pulgones se alimentan de la savia del tallo de una flor. Por cada piedra de batalla que descubramos y arranquemos, Willand, una de sus casas quedará destruida.</p> <p>Will cruzó los brazos.</p> <p>—En ese caso, esperemos encontrar todas las piedras de batalla. Sea cual sea la razón por la cual los Invidentes abandonaron el lugar, me alegro.</p> <p>—Bien dicho. —Morann le obsequió con unas palmaditas en la espalda—. Los manos rojas proclaman a quienes quieren escucharles que traen libertad, vida y paz, pero en realidad provocan la esclavitud, la muerte y la guerra.</p> <p>Gwydion aceleró el paso, como si fuera alguien que de repente hubiera encontrado lo que andaba buscando: una empinada escalinata de piedra que conducía a los sótanos. Le siguieron por la oscura estancia hendionda, hasta que Gwydion logró encender una pálida luz azulada. El edificio estaba desocupado, se habían llevado todos los tesoros y las puertas de la cámara acorazada estaban abiertas de par en par. El destello azul que iluminaba la palma de la mano del hechicero parecía reacia a penetrar la oscuridad. Anduvo solo entre las sombras, mientras unos pensamientos inauditos le atormentaban.</p> <p>—¡Cuidado! —exclamó levantando su báculo—. Ocurre lo que yo ya sospechaba. Esto es más que la cámara donde los ladrones guardan su botín.</p> <p>Mientras los ojos de Will se acostumbraban a la oscuridad, se dieron cuenta de que había una portezuela con barrotes en la pared del sótano. Pretendía impedirles la entrada, pero estaba rota. Tenía un enorme agujero, como si hubiera sido provocado por una bestia feroz.</p> <p>—¿Qué es eso? —preguntó Will. La luz de Gwydion no iluminaba más allá de los barrotes.</p> <p>Morann juntó fuertemente las manos, y le indicó a Will que se callara. Gwydion subió el tono de voz.</p> <p>—¡Puedo olerlo! Sin duda alguna, estos calabozos rezuman desesperación.</p> <p>—¿Qué pudo provocar ese agujero en los barrotes? —quiso saber Will mientras observaba a Morann y colocaba el dedo en el lugar donde la fuerza bruta había doblegado los barrotes.</p> <p>Morann susurró:</p> <p>—¿Sabes qué es eso? Es un pasadizo que conduce al Reino Inferior. ¿Puedes percibir las corrientes de aire y la sal del Mar Desolado?</p> <p>Efectivamente, Will lo percibió. Se trataba de una corriente húmeda que surgía de un lugar oculto debajo de la piedra. Un aire que surgía de las profundidades, de inmensas cavernas, de túneles interminables, de ríos oscuros que jamás habían visto la luz del sol. Sin duda alguna, ese aire pertenecía a otro mundo.</p> <p>De repente, Will sintió el impulso de traspasar los barrotes y aventurarse en la oscuridad. Quería ver por sí mismo lo que escondían las profundidades, pero Morann sacó su cuchillo y comentó que, en su opinión, el sótano era insalubre y que el agujero parecía ser obra de un acto de brujería, y por tanto debían tapiarlo. Quería abandonar ese desagradable lugar por el bien de sus pulmones.</p> <p>Will, y luego Gwydion, le siguieron hasta la escalinata de piedra que conducía al exterior. Volvieron por el jardín cubierto de escombros y Will exhaló una larga bocanada de aire.</p> <p>—Vamos. Sólo estar aquí ya me provoca escalofríos.</p> <p>Gwydion le miró con frialdad.</p> <p>—Los Invidentes están más implicados de lo que yo creía.</p> <p>El hechicero se giró rápidamente y Will preguntó:</p> <p>—¿Tan implicados que no te atreves a hablar de ello?</p> <p>No estaba seguro de que Gwydion le hubiera oído, puesto que el hechicero no contestó. Sus únicas palabras fueron:</p> <p>—¿Acaso te has olvidado del motivo de nuestra partida?</p> <p>—¿Qué le pasa? —susurró Will a oídos de Morann cuando reemprendieron la marcha.</p> <p>—Creo que ha descubierto por qué ha venido hasta aquí. Y sea lo que sea, no le gusta.</p> <p>Una vez fuera, el hechicero subió rápidamente al carro y acercó sus labios al caballo. Will alzó la vista hacia la destartalada torre y sus ojos buscaron la gárgola solitaria que había visto al llegar, pero ya no estaba.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Viajaron en silencio porque sus espíritus se vieron abrumados por las corrientes estancadas de energía que fluían lentamente por debajo del templo. Sin embargo, la melancolía de Will se debía más a la tristeza que mostraba el hechicero. Su paseo por las ruinas había hundido emocionalmente a Gwydion.</p> <p>Cuando subieron una cuesta y <i>Bessie</i> se esforzaba por coronarla, Morann y Will bajaron del carro y caminaron durante un rato por las praderas. Morann cambió las flores de su sombrero por unos brillantes dientes de león de color amarillo y unas hierbas moradas. Will se refrescó los dedos de los pies en el exuberante césped.</p> <p>—¿De qué manera están implicados los Invidentes en todo este asunto? —preguntó—. ¿Quieren encontrar las piedras? ¿Gwydion lo dijo en serio?</p> <p>Morann se dio la vuelta para observar el carro.</p> <p>—Deberías preguntárselo tú mismo, pero yo diría que está más preocupado por ese agujero de los barrotes y lo que pueda salir de él.</p> <p>—Puedo sentir la línea justo en este lugar —anunció Will. De pronto, se detuvo.</p> <p>Morann sacó su varita de avellano y empezó a inspeccionar, pero no obtuvo resultados.</p> <p>—No percibo nada inusual.</p> <p>—Ha disipado el desagradable regusto que dejaron esas ruinas. Fluye poderosamente debajo de mis pies.</p> <p>—¿Dónde?</p> <p>Will ignoró la pregunta.</p> <p>—¿Cómo lo explicaría? Es como la cuerda de un violín, y ese claustro era como un dedo que apretara en el lugar incorrecto, emitiendo un sonido disonante. Ahora que el dedo no ejerce presión sobre la cuerda, la nota ha adquirido una cualidad pura.</p> <p>—Se lo contaré al Maestro Gwydion. Quizás esto le alegre el día.</p> <p>No tardaron mucho en llegar a Nadderstone. Will apenas reconoció el lugar. La energía fluía rápida y abundante, como si fuera agua pasando por una tubería nueva. Se habían construido unas casitas blancas en el mismo lugar donde antes había varios edificios abandonados. Las paredes encaladas brillaban con el sol del mediodía, y los techos de paja se veían limpios y dorados. Gran parte de los terrenos circundantes se dedicaba al cultivo o se cercó para el pasto del ganado. Los hombres, las mujeres y los niños trabajaban en los graneros trillando cereales con un mayal. Cuando vieron que se acercaba el carro, salieron del granero. Era un lugar claro y próspero y las cuatro o cinco familias que vivían allí eran agradables y amables.</p> <p>Gwydion se acercó a quien parecía ser el padre de familia.</p> <p>—¿De dónde venís? —preguntó—. ¿Y quién es vuestro señor?</p> <p>Por un instante parecieron engullidos por una sombra. El hombre cayó bajo el hechizo de la voz de Gwydion. Movió los pies para cambiar su punto de apoyo, y contestó:</p> <p>—Somos personas humildes y no tenemos tierras. Llegamos aquí procedentes de un lugar remoto, puesto que oímos el rumor de que aquí había tierra buena que cultivar.</p> <p>Gwydion sonrió.</p> <p>—No temáis, porque yo fui quien corrió la voz. Disfrutad de Nadderstone y sentios como en vuestra casa, porque vuestro trabajo duro y vuestra atención os han procurado mi protección. Yo os bendigo vuestro nuevo hogar, para que todo salga bien y para que, cuando llegue el momento, vuestros hijos e hijas encuentren buenos maridos y mujeres de entre los vecinos de la región.</p> <p>Mientras el hechicero hablaba, Will y Morann se adentraron en la pradera que quedaba al norte de la aldea. Tan pronto como Will empezó a sentir que la línea fluía intensamente a sus pies, cogió su varita de avellano y comenzó a marcar los límites del flujo energético. Para ello, inspeccionó el terreno tal como Gwydion le había enseñado tiempo atrás en ese mismo lugar.</p> <p>O bien el flujo de energía había crecido considerablemente o había mejorado su habilidad para detectarlo.</p> <p>—Todo el mal ha sido erradicado —anunció—. Hay tanta diferencia como la que existe entre el agua sucia de un pantano y la del nacimiento de un río.</p> <p>Se acercaron al lugar donde había estado la Piedra del Dragón. El hueco estaba cubierto por un lecho de hermosas flores amarillas.</p> <p>—Estoy seguro de que la Piedra del Dragón no ha sido devuelta al lugar donde la descubrimos. Vayamos a dar la buena nueva a Gwydion.</p> <p>Morann se echó a reír.</p> <p>—Creo que ya lo sabe. No es necesario tanto talento como el tuyo para darse cuenta de que este lugar nunca ha sido tan próspero.</p> <p>Will agitó la cabeza.</p> <p>—¿Sabes lo que pienso? En mi opinión, ahora Nadderstone está recibiendo la parte que le corresponde de su energía terrestre: una energía que durante mucho tiempo permaneció estancada en la congregación de los Invidentes.</p> <p>Morann miró hacia el este.</p> <p>—Esta es la línea del fresno, ¿según vosotros?</p> <p>—Sí. Su gusto es inconfundible. —Will entornó los ojos y también miró hacia el este.</p> <p>—¿Gusto? —se extrañó Morann mientras se giraba para observar el camino por el que habían venido—. Es una forma muy extraña de definirla. ¿No me acabas de decir que la torre y el claustro eran como el dedo que oprime la cuerda de un violín?</p> <p>—Igualmente, hubiera podido decir que es como la fuerza que presiona una vena del brazo y por tanto impide que la sangre circule hasta la mano. Provocaría entumecimiento y restaría fuerza a la mano. Dije «gusto», pero no me refiero a su significado habitual. —Will se encogió de hombros porque no sabía describir exactamente su talento.</p> <p>Morann emitió un silbido muy agudo e hizo señas a Gwydion.</p> <p>—Veamos. Creemos que el lorc está compuesto de nueve líneas. La que atraviesa el Anillo del Gigante es «Eburos», la línea del tejo. La piedra de batalla que según tú está colocada en Aston Oddingley descansa sobre la línea del serbal, y el verdadero nombre de esa línea es «Caorthan». Y ésta es la «Indonen», la línea del fresno. ¿Qué hay de las otras?</p> <p>—En ocasiones, he notado otras líneas cuando pasamos por ellas. Existe una denominada «Mulart» que se refiere al saúco, y la «Tanne» del roble. El resto reciben el nombre del avellano, del acebo, del sauce y del abedul. Yo no las he sentido, o si lo he hecho, no puedo recordar con facilidad sus cualidades particulares.</p> <p>El hechicero se acercó para unirse a ellos. Se apoyó sobre su báculo, todavía parecía alterado.</p> <p>—Hemos tenido una buena mañana de trabajo —comentó Morann.</p> <p>Gwydion arrugó la frente y se ajustó el sombrero.</p> <p>—Pero, como suele ser habitual, el trabajo engendra más trabajo, porque ahora debo dirigirme urgentemente al lugar del que me echaron.</p> <p>—¿Foderingham? —preguntó Will.</p> <p>—Resulta que la Piedra del Dragón no está allí; debo ir a ver qué está pasando.</p> <p>—¿Ahora?</p> <p>—Tal y como dice la ley: «No hay tiempo más útil que el presente». Además, en este caso no hay razón alguna para demorarse. Debo partir enseguida.</p> <p>—¿Qué vas a hacer? —murmuró Will, convencido de que Gwydion se estaba empeñando en seguir por un camino peligroso.</p> <p>—No puedes ayudarme en lo que debo hacer. Pretendo entrar en los sótanos de Foderingham. Lo haré con o sin el consentimiento de Richard de Ebor. Una vez allí, si está la Piedra del Dragón, la tocaré con las manos. Recuerda la ley: «¡Por la magia los conocerás!». Buscaré la firma de Maskull, y si descubro que él no ha interferido en esta piedra, urdiré nuevos hechizos de protección para ella.</p> <p>—¿No intentarás drenarla? —se extrañó Will, quien no estaba del todo convencido de las palabras del hechicero.</p> <p>Pero Gwydion sonrió ampliamente.</p> <p>—Te lo prometo. No intentaré drenarla.</p> <p>—¿Y si descubres que Maskull ha estado allí? —preguntó Morann.</p> <p>—En ese caso, tendré que deshacer lo hecho antes de actualizar mis hechizos.</p> <p>A Will le gustó la respuesta.</p> <p>—Seguro que puedo ayudarte, aunque sólo sea manteniendo ocupados durante un rato a los guardias de Foderingham.</p> <p>—Necesito más cautela que ayuda. —Gwydion se quedó mirando pensativamente a su protegido—. Willand, si quieres ayudarme, debes prometerme algo.</p> <p>—Lo que sea.</p> <p>—Dirígete a la taberna y espera pacientemente mi regreso. No te alejes de ese lugar. Dimmet no te negará la estancia si le dices que vas de mi parte. Mi recomendación es que seas discreto. No hables con nadie, no te presentes a los demás. Es muy importante.</p> <p>—Haré todo lo que pueda.</p> <p>Gwydion y Will se dieron la mano brevemente, y asintieron como si <i>con</i> ello quisieran cerrar un trato. Luego, el hechicero tendió la mano a Morann y los dos hombres se intercambiaron varias palabras en un idioma que a Will le pareció antiguo y desconocido.</p> <p>Observó a Gwydion bajar hacia la aldea, conversar con los agricultores y subir a un caballo picazo para alejarse del pueblo por el este. Mientras tanto, <i>Bessie</i> era conducida a los establos.</p> <p>—¡Me gusta! —exclamó Will al darse cuenta de que no volverían a Eiton.</p> <p>—¡Así son los hechiceros! —respondió Morann—. Un hombre no puede estar en dos sitios a la vez, pero él lo consigue no estando en ninguno demasiado tiempo.</p> <p>Will se llevó ambas manos a la cadera.</p> <p>—Será mejor que reemprendamos la marcha. Pasaremos sed con este calor. Supongo que Gwydion tendrá razón respecto a la amabilidad de Dimmet. ¡Espero que dure cuando descubra que <i>Bessie</i> ha sido entregada a un agricultor de Nadderstone por una situación de emergencia del hechicero!</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>El regreso a la taberna Osa Mayor fue muy caluroso, pero aprovecharon para conversar mientras se dirigían a Eiton. A medio camino, Will cortó una rama y la afiló a modo de cayado. Podía haber servido de fuste, aunque Will la quería utilizar como bastón. Morann no quería saber nada de bastones hasta que Will tallo una segunda rama y se la regaló.</p> <p>Gwydion había comentado en una ocasión que el fuste era un diamante entre las armas, puesto que golpeaba como una espada y hería como una lanza. Era capaz de herir y desalentar al adversario sin infligir daños irreparables. «Quien sepa manejar hábilmente un fuste tendrá ventaja sobre dos espadachines, puesto que el fuste consta de dos extremos, y los dos son perfectamente capaces de herir a un adversario que se acerque demasiado. Un fuste permite cuatro movimientos de mano, y la espada uno. Es un instrumento digno porque impone sin causar un gran derramamiento de sangre.»</p> <p>Will no había olvidado esa lección, y había practicado con el fuste hasta saber que sería capaz de derrotar a los mejores guerreros del Valle. Pero había muchos golpes que Morann podía enseñarle, y su viaje de regreso a Eiton fue también, en parte, una especie de torneo.</p> <p>Llegaron con los huesos doloridos, la piel amoratada y sin parar de reír. Una vez en el jardín de la taberna, Will encontró a Dimmet cortando unas rodajas de tocino. Le explicaron lo que había pasado con su caballo.</p> <p>—No importa —respondió Dimmet mientras se secaba las manos con el delantal—. Una buena obra merece otra, o al menos eso es lo que dicen. Y tarde o temprano, se encuentra la manera de volver al punto de inicio. Aunque el Maestro Gwydion haya partido de forma tan repentina, sé que habrá sido por alguna necesidad. Sé que me devolverá la yegua en algún momento. ¿Y qué hay de vosotros?</p> <p>Morann esbozó una amplia sonrisa.</p> <p>—Un cuarto de vuestra mejor cerveza rubia.</p> <p>—Con mucho gusto. ¿Os va bien comer estofado y sobras?</p> <p>—Tan bueno es un banquete como tener suficiente, así decía mi amigo Maceugh.</p> <p>—¿Maceugh? —preguntó Will mientras fruncía el cejo—. ¿Alguna vez he oído hablar de él?</p> <p>—Tal vez no —respondió Morann sin mucha atención, y luego añadió—: Pero seguramente, algún día lo conocerás.</p> <p>Will tomó una vela, pasaron por detrás de los bancos de la chimenea, y Morann abrió la puerta de la salita. La estancia quedó iluminada por la luz de la vela. Saciaron su sed con cerveza joven, y luego procedieron a comer un estofado de carne, pan de cebada y ganso asado frío. Después apartaron las jarras y los platos y se recostaron en sus sillas.</p> <p>—El viejo Dimmet tiene razón. Gwydion partiría por alguna necesidad —comentó Morann. Sacó su cuchillo una vez más y lo colocó sobre la mesa—. Se rumorea que unos comisarios están recorriendo toda la comarca. La población está preocupada porque hablan de guerra.</p> <p>Will sabía que Morann se refería a los comisarios de Array, los emisarios enviados en nombre del rey para reclutar un ejército.</p> <p>—Debe de ser algo grave si vienen a reclutar a hombres en plena temporada de cosecha —apuntó—. ¿Quién se ocupará de los cultivos si todos los hombres fuertes abandonan los campos?</p> <p>Morann bajó el tono de voz.</p> <p>—Tanto si se convocan como si no, los comisarios acabarán por salirse con la suya. ¿Alguna vez has conocido a algún señor que se muera de hambre debido a una mala cosecha? Es el populacho, el hombre normal y corriente, así como las personas que dependen de él, quien sufre directamente las consecuencias de una guerra.</p> <p>—Tienes mucha razón.</p> <p>—Se rumorea que en Trinovant los Invidentes están ofreciendo cuantiosos préstamos. Sólo fían a los nobles. ¿Qué deduces de todo ello?</p> <p>Los ojos de Morann centelleaban.</p> <p>—Si los nobles están pidiendo oro prestado, sólo puede ser por una razón.</p> <p>Will entrelazó los dedos de ambas manos, se estiró y bostezó.</p> <p>—Gastarán mucho dinero en proveer y equipar a los soldados, pero es un riesgo que quieren asumir. Van a la guerra con la esperanza de obtener las posesiones de sus enemigos.</p> <p>La enorme piedra verde incrustada en el anillo de Morann parecía brillar con un fuego cristalino, y su voz se tornó apasionada.</p> <p>—Debo informarte, Willand, de que la reina se ha pasado gran parte de los últimos cuatro años tratando por todos los medios de rebajar las acciones del duque Richard, que es Lord Protector. Si él ha dejado de aceptar los buenos consejos del Maestro Gwydion, pronto habrá una refriega. Por eso mañana debo partir.</p> <p>—¿Sin mí? —El espíritu de Will pareció rebelarse contra esta idea—. ¿Debo quedarme aquí esperando, solo y sin hacer nada?</p> <p>—Es inevitable. El Maestro Gwydion me pidió que fuera a Trinovant. Debo hacer todo lo posible para que las aguas no se salgan de su cauce. No pude decirle que no, de modo que acepté hablar con algunos amigos que tengo en la región. Son personas de influencia que me deben algunos favores, y tienen ganas de devolvérmelos. Esas son las mejores amistades que puede tener un hombre.</p> <p>—¿Qué harán esos amigos tuyos?</p> <p>—Explicarme cómo está realmente la situación. Se rumorea que el último ataque de locura del rey ha tocado a su fin. Quizá se debiera a una fiebre cerebral de causas naturales, pero yo no descartaría el envenenamiento. El Maestro Gwydion sospecha que la reina ha urdido hechizos para que el rey parezca cuerdo.</p> <p>—Ya ha hecho este tipo de cosas antes, a instancias de Maskull.</p> <p>—Actualmente, el Maestro Gwydion ve la mano del brujo en todas partes.</p> <p>Will asimiló el comentario sin rechistar y se consoló a sí mismo con un trozo de queso. Extendió el brazo para buscar el cuchillo de Morann, que estaba cerca, pero cuando se dispuso a cortar el queso, la cuchilla no hincaba el queso.</p> <p>—O este queso está más curado de lo que yo creía —comentó Will mientras fruncía el cejo— o el cuchillo está desafilado.</p> <p>Morann se echó a reír.</p> <p>—No te preocupes. Como soy un afilador, nunca dejo de hacer mi trabajo.</p> <p>Will probó una vez más, pero luego levantó la vista y se dio cuenta de que el extremo del queso permanecía intacto.</p> <p>—¿Qué ocurre?</p> <p>—No le pasa nada. Lo que tienes en tus manos es el segundo objeto más valioso que jamás he visto en mi vida.</p> <p>—¿Te refieres a este cuchillo viejo?</p> <p>—Sin duda es un cuchillo viejo, pero no uno cualquiera. Este cuchillo se ha fabricado en la Afiladora de Tudwal, uno de los botines que el Gran Arturo de antaño trajo de Annuin.</p> <p>Will se interesó por las palabras de Morann.</p> <p>—El Maestro Gwydion se ha referido en numerosas ocasiones a las profecías relacionadas con el Gran Arturo, pero jamás me ha hablado largo y tendido sobre ellas.</p> <p>Morann se acomodó en su silla y comenzó a cantar:</p> <div id="poem"a> ¿Dónde está el hombre más fuerte?<br> ¡Los cuatro vientos no te lo dirán!<br> Nunca se habían ganado tan bellos tesoros<br> Como los obtenidos en la guerra y en las peleas justas.<br> ¿Cuan brillantes eran las bendiciones<br> Volcadas sobre Albión?<br> ¿De quiénes serán ahora las tierras yermas?<br> Antes de que el Gran Arturo dirigiera a sus hombres,<br> El caldero daba vueltas…<br> Antes de que el Gran Arturo surcara los mares,<br> La espada golpeaba…<br> Antes de la entrada del Gran Arturo,<br> El fuste levantado…<br> Antes del advenimiento del Gran Arturo,<br> La estrella brillaba…<br> </poema> <p>—Ya lo ves, Willand. En esa época, los lugares sagrados fueron cerrados y se cernió la oscuridad hasta Annuin, en el Reino Inferior.</p> <p>»Arturo fue quien trajo las reliquias con su barco —explicó como si estuviera rememorando toda la historia—. Las sacó de una cueva enterrada en los mares del norte: la Cueva de Finglas, que entonces constituía una entrada al Reino Inferior…</p> <p>»Muchos aventureros viajaron con el Gran Arturo a bordo del barco <i>Prydwen</i>. Bardos, guerreros y arpistas. ¡Eran los grandes hombres de antaño! Entre ellos estaba el famoso poeta Taliesin, quien fue uno de los siete hombres que sobrevivieron y contaron la historia. Escribió un maravilloso poema titulado «El fin de la oscuridad». Se obviaron gran parte de los preceptos del Libro Negro cuando los gigantes dominaron la tierra de Albión, aunque quedaron los suficientes para que se hable de la promesa de ser redimidos: la aparición de un rey que se conocería al extraer una espada de una piedra. Morann volvió a cantar:</p> <div id="poem"a> Hijo de una unión mágica,<br> Oculto entre cazadores,<br> criado cutre guerreros.<br> Hijo valiente de un padre envenenado,<br> Enviado a la ciudad y a un torneo.<br> Un rey en su tierna infancia,<br> Engendrado por un soberano, pero creado por Merlín.<br> Saca la espada,<br> El Gran Arturo, nuestro futuro rey.<br> </poema> <p>La mirada de Morann se suavizó, y sonrió.</p> <p>—Como ves, Willand, tú no eres el único que ha sido citado en el Libro Negro. El Maestro Gwydion también aparece como Maestro Merlín.</p> <p>Will trató de corresponder a la sonrisa.</p> <p>—A veces, resulta desagradable pensar que sea cual sea el sendero que elijas, ya se ha decidido de antemano el resultado.</p> <p>—¡No lo mires así! El Maestro Gwydion no quería decir eso cuando comentó que tu vida apenas te pertenecía, sino que te habían otorgado deberes y responsabilidades más pesadas que las de la mayoría de los hombres. Pero tú siempre has tomado tus decisiones libremente. Cumplir las profecías no es lo importante, sino el modo en que se cumplen. Así es como se producen los desenlaces.</p> <p>»Piensa en el siguiente fragmento del Libro Negro que trata del fallecimiento del Gran Arturo a orillas del lago Llyn Llydaw. Él hizo otra promesa sin pensárselo dos veces, una que duraría mil años. Como relatan los versos:</p> <div id="poem"a> El valor de mi vida, sea cual sea,<br> Ha encadenado el futuro de un aciago destino.<br> Cuando llegue la catástrofe final,<br> ¡Sólo entonces volveré!<br> </poema> <p>—Cuando surja una gran necesidad, regresaré… —susurró Will en lengua verdadera.</p> <p>—Esas fueron tus palabras. Y hemos sido testigos de tiempos turbulentos desde la invasión del Reino por parte de los poblados del este. Aunque nada ha sido peor como los tiempos que vivimos ahora. Lo diré claramente: se acerca la catástrofe final.</p> <p>—Ese rey del futuro no vino para salvarnos de la conquista.</p> <p>—La llegada de Gillan parecía evitarla, pero al final el Pantarca Semias llegó a un acuerdo con el conquistador y supo que su invasión no era el final del mundo, tal como nosotros temíamos. Eso ocurrió hace unos cuatrocientos años.</p> <p>—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que Arturo librara su última batalla en Camlan?</p> <p>—Creo que ya conoces la respuesta. Hace casi un milenio. De modo que llegamos a ti, Will, y a los últimos fragmentos del Libro Negro que el Maestro Gwydion ha guardado en un lugar sagrado durante muchas generaciones. Al parecer, también hacen referencia a un rey, aunque nadie puede estar seguro de ello. Uno que reza «… un verdadero rey, nacido a raíz del conflicto, de la calamidad, nacido en Beltane en el año veinte, cuando los rayos de Eluned brillan con intensidad en el fin del mundo».</p> <p>—¿El fin del mundo? —A Will le aterrorizó semejante idea—. Yo nací en el año veinte…</p> <p>—Sí, en el año veinte del reinado del rey Hal, y en una noche de luna llena. Se decía que te negarías tres veces, y así ha sido.</p> <p>—¿Qué significa eso de «un ser convertido en dos»? —quiso saber Will mientras se fijaba en el extraño cuchillo que había sobre la mesa—. ¿Qué sentido tiene?</p> <p>—Al parecer forma parte de la profecía. —Morann apartó la mirada—. Como también lo es la expresión «dos se convertirán en uno».</p> <p>Will se enderezó.</p> <p>—Eso significa que… ¡estaba escrito que la Piedra del Destino recobraría su poder!</p> <p>—Eso podría ser una interpretación de los hechos.</p> <p>Morann extendió los brazos para coger su cuchillo, pero Will lo retenía con las manos.</p> <p>—Me has dicho que este cuchillo ha sido afilado en Tudwal. ¿Y eso tiene alguna importancia?</p> <p>—Bueno, un cuchillo tan afilado sólo atesta un golpe mortal, o ninguno.</p> <p>Will guardó rápidamente el cuchillo.</p> <p>—Morann, si mañana te marchas, ¿puedo pedirte un favor? ¿Podrías ir a Trinovant pasando por Norton de Abajo? No conozco ningún otro mensajero que se abra paso en el Valle.</p> <p>—Eso está hecho.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 5</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Mago, ¡cúrate!</p> <p style="margin-top:5%">Cuando Will se levantó al amanecer del día siguiente, descubrió que Morann ya se había marchado. Se sentó frente a una pequeña mesa de roble y, mientras esperaba a que le trajeran el desayuno, sacó el pequeño pez rojo de su zurrón. Era tan parecido a su pez verde, que no cabía la menor duda de que ambos tenían la misma procedencia. Como Gwydion siempre le recordaba, las leyes rezaban que las coincidencias no existen. Sin embargo, no acababa de entender el significado de ese segundo amuleto. Mientras le daba la vuelta con los dedos, se preguntó por qué no se lo había mostrado a Gwydion o a Morann, quienes sin duda alguna le habrían dado su valiosa opinión. Optó por guardárselo en su bolsa y olvidarse de él. ¿Por qué lo había hecho?</p> <p>Percibió un delicioso olor procedente de la cocina, y en poco tiempo la taberna empezó a llenarse de segadores del pueblo. Will, que permanecía sentado solo en una esquina, vio cómo los demás reparaban en él, le saludaban, y le daban la mano al pasar.</p> <p>—Buenos días. Buenos días…</p> <p>Will respiró hondo. Parecía haber perdido el apetito, y sólo tomó unos copos de avena. Cuando terminó de comer, sacó el pez rojo para fijarse de nuevo en él mientras su diminuto ojo de piedra verde le observaba. Se parecía mucho a su talismán, y sin embargo éste no le proporcionaba la misma sensación de bienestar que el original.</p> <p>Cuando Will levantó la mirada, vio a un grupo de segadores apuntándole con las hoces.</p> <p>—Gracias, Maestro —dijo el hombre que estaba más cerca de Will.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Por sus bendiciones a nuestras herramientas de trabajo.</p> <p>Will observó al segador con la mirada vacía, luego se dio cuenta de que alguien había levantado el fuste a sus espaldas. Dio un salto al percatarse de que le habían confundido por alguien que no era.</p> <p>«Creen que soy un hechicero», pensó Will mientras sonreía. «¡Un hechicero! ¿No es increíble?»</p> <p>Los hombres no se irían hasta que él les hubiera tocado sus hoces y pronunciado su nombre en lengua verdadera.</p> <p>Cuando el último segador se hubo ido, una madre joven se acercó a Will y le pidió una bendición para su bebé.</p> <p>—¿Una bendición? Bueno, creo que no…</p> <p>—Por favor. Diga sólo una palabra agradable para esta niñita, Maestro —suplicó—. Para que las moscas de los caballos no se acerquen a ella mientras yo recojo los haces de trigo. ¿Entiende?</p> <p>—¿Quiere que <i>yo</i> bendiga a su hija? —se extrañó Will. Echó un vistazo a la habitación y vio que Dimmet estaba observando de brazos cruzados. Will inclinó su cabeza, y luego se encogió de hombros—. De acuerdo. Tráigamela. ¿Cómo se llama?</p> <p>—Rosy —contestó la madre.</p> <p>—Sí, claro.</p> <p>Will trazó una señal sobre la frente de la pequeña, al tiempo que pronunciaba un hechizo de protección general contra los insectos. Se dio cuenta de que no recordaba el nombre de las moscas de caballo en lengua verdadera, de modo que la protegió contra las avispas y contra toda clase de bichos. Acto seguido, entregó la niña a su madre.</p> <p>—No tendrá ningún tipo de problema en los campos, pero asegúrese de mantenerla alejada del sol.</p> <p>—Gracias, Maestro —contestó la mujer mientras se alejaba.</p> <p>Cuando se marchó, hizo su aparición una anciana desdentada. Iba acompañada de una niña de cinco o seis años. Cuando Will miró a la anciana, ésta no dijo nada, pero la pequeña esbozó una sonrisa algo extraña. No tenía más dientes que la mujer mayor, y además era bizca.</p> <p>—¿Puedo ayudarlas? —se ofreció Will.</p> <p>—Le pido disculpas, Maestro —contestó la anciana—. Decidí traer a mi nieta cuando supe que usted estaba aquí.</p> <p>Will esperó a que la mujer terminara de hablar, pero no añadió nada más. Le obsequió una mirada de expectación.</p> <p>—Me refiero a que… ¿Cree que puedo hacer algo por usted?</p> <p>Will observó a la anciana mover pesadamente los pies. Luego murmuró algo a la niña mientras señalaba el báculo de Will. De repente, la niña se tapó la boca con las manos y sonrió tímidamente mientras corría para acercarse al bastón y tocarlo.</p> <p>—¿Qué ocurre? —quiso saber Will—. ¿Qué le ha dicho a la niña? Este bastón no pertenece a un hechicero.</p> <p>La anciana bajó repentinamente la mirada y empezó a suplicar:</p> <p>—¿Hay algo que pueda hacer por esta niñita, Maestro?</p> <p>—¿Cómo te llamas? —preguntó Will a la niña.</p> <p>—Thithwin.</p> <p>—Thithwin. Bonito nombre.</p> <p>—Se llama Siswin —aclaró la anciana—. Me temo que, debido a su aspecto, nunca se casará con nadie, Maestro.</p> <p>—Sin duda es un poco temprano para estar pensando en maridos para… Siswin —respondió Will frunciendo el ceño. Le resultaba molesto tener que hablar del aspecto físico de la niña en su presencia.</p> <p>—¿Hay algo que pueda hacer para curar la fealdad, Maestro?</p> <p>—Espere… Espere un momento.</p> <p>Will pensó en las materias que había estudiado y se dio cuenta de que el problema tenía solución, aunque ésta pasara por hacer creer a la niña que era bella. Según el libro mágico que Gwydion le había regalado, y que normalmente servía para resolver los problemas, los hechizos funcionaban de un modo algo distinto en los niños. Los hechizos servían para que los pequeños creyeran que eran todo lo que querían ser en un momento dado.</p> <p>Will levantó a la niña por los hombros y con ambas manos. Le apartó el pelo que tapaba parte de su rostro con los pulgares, y colocó un puñado de sal sobre la cabeza de la pequeña. Después, murmuró un hechizo que servía para desenredar nudos.</p> <p>—Mira este dedo con este ojo, y luego ese otro dedo con tu otro ojo —indicó Will colocando los dos dedos frente a la niña. Después, separó lentamente los dos dedos y murmuró—: que así sea. Eres una niña muy hermosa, ¿lo sabías? —dijo Will con solemnidad, mientras la niña asentía con la cabeza.</p> <p>—¿Puede hacer que me crezcan los dientes, por favor? —suplicó la pequeña.</p> <p>—No te preocupes por ellos. Crecerán cuando llegue el momento. Siempre crecen.</p> <p>Will esperaba que la anciana y la niña se marcharan para poder terminar su desayuno tranquilamente, pero no se movieron.</p> <p>—¿Y que pasa con la abuela? ¿Crecerán también sus dientes?</p> <p>Will extendió las manos indicando duda.</p> <p>—Eso no lo puedo asegurar.</p> <p>—Di «gracias» al Maestro —propuso la anciana.</p> <p>—Gracias, Maestro.</p> <p>Cuando se marcharon, Will aprovechó para terminar de comer, aunque oyó un murmullo de voces y se levantó para mirar en el pasillo. Se había formado un corrillo de gente delante de la puerta de la taberna, y todos ellos mostraban su asombro ante la visible mejora de los ojos de la niña. Dimmet se encontraba entre ellos, y hablaba en voz muy alta.</p> <p>Will se dirigió a Dimmet en el preciso instante en que éste entró.</p> <p>—¿Qué les has dicho?</p> <p>—Oh, no he sido yo. La noticia se ha propagado como la pólvora.</p> <p>—¿Qué noticia?</p> <p>—Pues que hay un hechicero en la región.</p> <p>Will trató de bajar el tono de voz.</p> <p>—Pero yo no soy un hechicero.</p> <p>—Me habrías podido engañar al respecto. Eso que has hecho es una de las curaciones más impresionantes que he visto en mi vida. Por otro lado, he conocido a muy pocos sanadores a lo largo de mi vida: algunos verdaderos y otros charlatanes.</p> <p>—Eso sólo fue un poco de magia de ayuda.</p> <p>—Exactamente. La gente camina días enteros para que la magia se digne tocarlos. ¿No lo sabías? Muchas veces, cuando el Maestro Gwydion viene a la taberna, se reúne un corrillo de gente en el exterior. En una ocasión, se formó una cola que llegó hasta Lawn Hill. Por eso Gwydion nunca se queda demasiado tiempo en un mismo lugar —Dimmet sonrió entre dientes—. Supongo que te pidió que resolvieras algunos asuntos suyos durante uno o dos días, ¿verdad? Para ahorrarle las molestias.</p> <p>—¿Qué? —se sorprendió Will.</p> <p>—Estás invitado a quedarte aquí tanto tiempo como desees, Willand, ya lo sabes —ofreció Dimmet con un guiño en el ojo—. Espero poder ocuparme de todos estos clientes adicionales. Las personas que han caminado seis leguas o más en un día de verano, en busca de curación, suelen tener mucha sed.</p> <p>En ese momento, Duffred asomó la cabeza por la puerta.</p> <p>—Hay un hombre ahí afuera que pregunta si puede entrar a su vaca para que la vea el hechicero.</p> <p>—¡No, no puede hacerla entrar! —exclamó Dimmet mientras empezaba a caminar por el pasillo.</p> <p>—¿Adónde vas? —preguntó Will por detrás del tabernero—. Duffred, ¿dónde está tu padre?</p> <p>Pero Duffred sólo sonrió entre dientes y contestó:</p> <p>—Ha encontrado un olmo que da peras… ¿Dónde crees que está? Será mejor que salgas de aquí antes de que toda esa gente eche la puerta abajo.</p> <p>Will refunfuñó, y se rindió a la evidencia de que iba a ser un día largo.</p> <p>Mientras se acercaba a la puerta del establecimiento, oyó un tremendo clamor.</p> <p>—¡Uno a uno! —gritó—. ¡Por favor!</p> <p>Duffred y dos de los ayudantes de su padre salieron de la taberna y formaron a la gente en una cola, dejando claro que si no se tranquilizaban, el hechicero no vería a nadie.</p> <p>—¿Por qué has dicho eso? —susurró Will a Duffred mientras volvían a entrar en el local.</p> <p>—¿Cómo?</p> <p>—¿Por qué me has llamado hechicero?</p> <p>—Oh, ellos no saben reconocer la diferencia. Además, para nosotros, tú eres un hechicero. —Duffred se alejó silbando.</p> <p>Al mediodía, Will ni siquiera tuvo tiempo para comer. No se molestó en contar, pero supuso que más de cien personas se habían marchado más contentas de lo que llegaron. Les ayudó en todo lo que pudo: desde curar juanetes a tratar a las gallinas que se negaban a poner huevos, aliviar un dolor de muelas o unos dedos mordidos por un cerdo. No importaba con cuánta atención escuchara o cuántas señales trazara sobre sus cabezas. La gente entraba a raudales.</p> <p>Durante todo el día, fueron llegando personas de dos en dos por cada una que se marchaba. A medida que el sol calentaba con mayor intensidad, Will empezó a preguntarse cuántas personas quedaban en esta parte del Reino. Le había prometido a Gwydion que pasaría desapercibido, pero era evidente que, sin pretenderlo, no lo había conseguido. Eso le preocupaba. Pensó que, si las cosas seguían así, alguien poco recomendable se enteraría de su presencia y acudiría a él (aunque sólo fuera para curarle los forúnculos).</p> <p>—No quiero decepcionar a nadie —comentó a Dimmet mientras el tabernero le traía otra jarra de sidra—. Vienen aquí porque tienen depositadas muchas esperanzas en mí. Pero debo marcar un límite. Cuando el sol se pone, tengo que acabar la jornada.</p> <p>—¡Jamás acabarás con todo esto en un solo día!</p> <p>—Es preciso. Es importante hacer unas modificaciones en los hechizos cuando se urden de noche. Y de eso sé muy poco.</p> <p>El final de la cola todavía quedaba muy lejos, y sólo cuando Will se negó rotundamente a ver a otra persona, Dimmet envió a Duffred a despedir a los recién llegados a la cola.</p> <p>La luna creciente empezaba a asomar por el cielo cuando Will hizo una escapada para cenar. Dimmet, que contaba un montón de monedas de plata, comentó que Will merecía la mejor habitación de la posada, situada en lo alto de una escalinata celosamente protegida por <i>Bolt</i>, el enorme perro negro de la posada.</p> <p>—¡Ya está! —exclamó Will—. ¡Hoy no visito a nadie más! Será mejor que los hagas marchar, Dimmet, porque no aceptaré a nadie más.</p> <p>—Siempre hay un mañana.</p> <p>—Nada de mañanas. ¡Jamás!</p> <p>Will se fue a la cama agotado, aunque no pudo descansar. Ninguno de los hechizos había sido de gran envergadura, pero el hecho de que fueran tantos, y uno detrás de otro, estimuló todos los canales energéticos del organismo.</p> <p>Mientras yacía despierto en la cama, se le aparecieron miles de rostros: todas las personas pobres que pasaron por sus manos, todas las heridas y las preocupaciones, sus dolencias y afecciones.</p> <p>Sin lugar a dudas, pensó Will mientras se daba la vuelta en la cama, se había dado a conocer mejor que si hubiera gritado su nombre desde el tejado.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Al día siguiente, se levantó temprano. Todavía estaba cansado, y tenía hambre, pero cuando abrió las contraventanas vio una muchedumbre que se agolpaba en la puerta del establecimiento. Todas esas personas albergaban alguna esperanza, aunque ya habían sido informadas de que no se ofrecerían más curaciones. Quienes habían hecho cola desde el amanecer se negaban a creer las palabras de quienes habían esperado toda la noche. De este modo, la muchedumbre no cesaba de crecer.</p> <p>Mientras Will se sentaba a desayunar, se debatía entre lo que debía decir o no decir. Cuando echó un vistazo discretamente por la ranura de la persiana, se percató de que habían venido algunos vendedores ambulantes para hacer negocio. Incluso había un malabarista vestido de rojo y amarillo que recorría toda la cola con una silla apoyada sobre su mentón.</p> <p>—Hoy tendrás que ser muy firme con ellos —le recomendó Dimmet con los ojos brillantes.</p> <p>—No tengo ninguna intención de salir. Diles que me he ido.</p> <p>—Díselo tú.</p> <p>Will apretó fuertemente los puños.</p> <p>—¡Dimmet!</p> <p>Dimmet estaba a punto de salir para anunciar que Will saldría en pocos minutos para atenderles, cuando de pronto oyeron los cascos de un caballo que se acercaba.</p> <p>—¡Maestro! ¡Maestro! —gritó alguien desde la puerta de atrás—. ¡Acuda de inmediato!</p> <p>La súplica parecía demasiado urgente como para desdeñarla, y Will decidió salir al patio. Tuvo que abrirse paso entre los curiosos, pero encontró a un hombre montado a horcajadas sobre un poni grisáceo. Le imploraba que le acompañara a la carretera de Nadderstone.</p> <p>—¿Qué ocurre? —preguntó Will con cierta inquietud—. ¿Hay alguien herido?</p> <p>—¡Está en lo alto de la torre! —gritó—. ¡Venga rápido!</p> <p>—¿Quién está en la torre? ¿Qué torre?</p> <p>—¡Han atrapado a un goggly en el viejo claustro!</p> <p>—¿Un goggly?</p> <p>Todas las personas que escuchaban en la puerta se quedaron muy sorprendidas y asustadas al oír la noticia.</p> <p>—¡Quieren matarlo! ¡Debe venir enseguida!</p> <p>Los gritos habían adquirido un tono siniestro, aunque Will seguía sin saber qué era un goggly. Aun así, el joven creyó haber encontrado una magnífica oportunidad para escapar.</p> <p>—¡Apártense! —exclamó mientras movía agitadamente el brazo ante la muchedumbre.</p> <p>Se oyeron unos gemidos de protesta por miedo a que Will les abandonara. Algunas personas pronunciaron gritos de enfado y empezaron a rodearle, pero Will se colocó de un salto detrás del jinete y blandió su báculo de roble. Gritó del mismo modo que había oído gritar a Gwydion: «¡Retiraos! ¡Que me detenga quien pueda!».</p> <p>La muchedumbre enmudeció al oír estos gritos. Dimmet, Duffred y sus ayudantes empezaron a empujar a la gente para que se apartara de la puerta. Había un desvío en el camino, y el caballo se alejó a medio galope. Al cabo de un rato, dejaron atrás el pueblo de Eiton, y Will se agarró al jinete mientras atravesaban el campo abierto.</p> <p>Siguieron el camino que Will había tomado el día anterior, bordearon el ancho valle y atravesaron el claustro en ruinas. Pero cuando subieron la colina sobre la que se levantaba la torre, vio que no seguía abandonada. Se había formado un corrillo de personas a los pies de la colina, que observaban atentamente la piedra marrón moteada. Muchos estaban armados con palos y proferían insultos hacia la torre. Se dispersaron al ver que su mensajero había regresado junto al «hechicero».</p> <p>Mientras Will bajaba del caballo, vio a un hombre joven arrojando piedras contra la torre.</p> <p>—¡Eh! —gritó Will mientras el chico se daba la vuelta—. ¿Qué te crees que estás haciendo?</p> <p>—Estoy tratando de acabar con ese goggly.</p> <p>Cuando Will entornó los ojos y levantó la mirada, vio que estaban intentando derribar la gárgola.</p> <p>—¡No es más que una imagen tallada!</p> <p>—¡No! Es un goggly. Mira, ¡se mueve!</p> <p>Will se quedó mirando fijamente los rostros encendidos de esa gente, empezó a sospechar que habían sido objeto de un hechizo. Pero entonces, la criatura empezó a moverse.</p> <p>—¡Mire, Maestro! ¡Ahora! ¿Qué clase de talla es ésa?</p> <p>Will volvió a entornar los ojos. Era un animal vivo atrapado en uno de los recodos del muro. Se trataba de una de las criaturas más feas que había visto en su vida. El simple movimiento del animal causó escalofríos en Will, como a algunos hombres se les ponen los pelos de punta al ver una araña. El bicho era de color marrón grisáceo, tenía un rostro parecido a un murciélago pequeño y emanaba cierto aire de delicadeza. Tenía alas y una cola, así como cuatro patas muy delgadas. Era aproximadamente del mismo tamaño de un niño de tres años, aunque su constitución era extraña y menos robusta. Cuando se movía, la gente gritaba y jadeaba. Y cuando el valiente joven procedió a recoger otra piedra para arrojársela al animal, Will le formuló otra pregunta.</p> <p>—¿Quién lo encontró?</p> <p>Uno de los hombres contestó.</p> <p>—Mi hermano lo vio casi al amanecer cuando viajaba de Morton Ashley para comprobar los cepos.</p> <p>—¿Cepos? —se extrañó Will—. Os debería dar vergüenza. Los cepos y las trampas provocan mucho sufrimiento, lo sabéis perfectamente.</p> <p>—¡Bueno, pues coja a ese animal para que podamos matarlo! —replicó el hombre.</p> <p>—¿Para eso me has traído hasta aquí? —preguntó Will.</p> <p>—¡Mire!</p> <p>La criatura empezó a moverse de nuevo. Permaneció acurrucada en una esquina, luego correteó rápidamente por una pared vertical y el saliente del parapeto con unas uñas largas en forma de garra. Will se dio cuenta de que tenía algo en las patas que dejaba un rastro largo y oxidado sobre las piedras de la torre.</p> <p>Algunas de las piedras cayeron al suelo, y la gente blandió sus puños.</p> <p>—¡Naau! ¡Naau! —gritaba la criatura mientras le caía a los ojos un montón de arenilla del muro.</p> <p>—¡Deteneos! —Will gritó con toda la autoridad de la que fue capaz—. ¡Tenéis que calmaros!</p> <p>—Durante toda la noche, los gogglies salen de sus cuevas y se beben la leche de nuestros animales —explicó una mujer de mirada iracunda—. ¡Y raptaban a los bebés de sus cunas!</p> <p>—Y rehuyen la luz —señaló otro de los presentes—. Se dice que pueden estar sentados en pleno sol del mediodía sin moverse ni un ápice, ¡sobre todo después de haber probado la carne de un niño!</p> <p>—Tonterías.</p> <p>—¡Es cierto! Por eso se esconden en torres y castillos. Durante el día, posan como gárgolas, hasta que alguien los descubre y los echa. ¡Arroja otra piedra, Erngar!</p> <p>—¡He dicho que nada de piedras! —Will apuntó su báculo hacia el hombre, y éste dejó caer la piedra—. De lo contrario, no os ayudaré.</p> <p>Le asaltaron los recuerdos mientras observaba el último movimiento. Se acordó de un tejado ennegrecido por efecto de las velas, de unos rostros espantosos y de unas criaturas aladas como ésa. Al principio pensó que eran unas tallas, pero después se habían congregado sobre las vigas del techo de la gran sala capitular de Verlamion, mirándole con ojos amenazadores.</p> <p>—¡Goggly, ladrón de niños! —gritó una mujer gruesa mientras blandía su puño amenazadoramente.</p> <p>Justo en ese instante, Duffred se acercó montado a caballo.</p> <p>—¿Qué está pasando aquí?</p> <p>Cuando hubo desmontado, Will se llevó a Duffred aparte para que los demás no pudieran escuchar su conversación.</p> <p>—¿Qué es eso? —preguntó entornando los ojos.</p> <p>—No estoy seguro. Pero debes andarte con cuidado, porque la población de Morton Ashley hasta Helmsgrave asegura que esas criaturas roban bebés recién nacidos —murmuró Duffred.</p> <p>—Acabo de descubrirlo.</p> <p>El hombre de Nadderstone que había llevado a Will hasta aquí se unió a ellos, y también lo hizo su esposa.</p> <p>—Los gogglies surgen de debajo de la tierra.</p> <p>—¿Y cómo lo sabes? —preguntó Will, quien de pronto se sintió invadido por la ansiedad.</p> <p>El hombre miró hacia atrás en un gesto desafiante.</p> <p>—Cada siete años, los gogglies deben pagar un diezmo al rey infernal que mora en las entrañas de la tierra. Se trata de un pago en especies. Deben elegir a uno de sus pequeños como ofrenda, a menos que puedan conseguir un niño humano.</p> <p>—Por eso siempre andan merodeando en busca de bebés —explicó la mujer mientras cogía una piedra del suelo.</p> <p>Duffred comentó en voz baja:</p> <p>—Ignoro si es cierto, pero eso es lo que creen. Toda la población está convencida de ello. Cuando esta sala capitular estaba habitada, los vecinos acudían para que sus hijos recibieran una señal sobre su cabeza. Es lo que ellos llaman el Rito de la Unión. Se supone que actúa como protección de… esas cosas.</p> <p>Will cruzó los brazos.</p> <p>—¿Y eso se pagaba?</p> <p>—Claro. Una pieza de oro que se sacaba de las arcas del pueblo.</p> <p>El joven resopló.</p> <p>—Gwydion asegura que los Invidentes aman el oro por encima de cualquier otra consideración, y que los Ancianos de la Hermandad se deleitan sacando dinero de los incrédulos y los necesitados.</p> <p>—¿Acaso esto no es un precio justo? Una moneda de oro a cambio de una bendición para evitar cualquier mal.</p> <p>—¡Mal! —Will miró a Duffred con severidad—. Esa palabra carece de sentido, es una idea inventada por los hombres ávidos de poder para esclavizar la mente de los hombres. Lo repetiré mil veces si es preciso: la verdadera magia nunca se compra ni se vende. ¿Lo entendéis? Los manos rojas se estaban aprovechando del pueblo, y asustaban a la población para que acudieran a ellos con sus bebés. Sin duda alguna, ungían al niño, y esa marca les serviría para reclutarlos años después, cuando fueran adultos. Gwydion asegura que los Invidentes creen en algo muy peligroso.</p> <p>—¿Y qué es?</p> <p>—Se llama la Gran Mentira.</p> <p>Duffred no parecía muy convencido de las palabras de Will, y volvió a mirar atentamente el claustro.</p> <p>—¿Estás diciendo que el goggly no es una criatura que secuestre bebés?</p> <p>—Tengo mis serias dudas al respecto. Fíjate, Duff. ¡Está aterrado! —En ese momento, Will se acordó del orificio del sótano que había debajo del claustro, y volvió a percibir el extraño olor procedente de esa abertura.</p> <p>Mientras Will se acercaba a la torre, una de las criaturas aladas empezó a volar con dificultades, y supo que el animal estaba sufriendo.</p> <p>—Voy a subir ahí arriba —anunció mientras se remangaba la camisa.</p> <p>—¡No puedes hacerlo!</p> <p>—¿Por qué no?</p> <p>—Dicen que su mordedura es venenosa.</p> <p>—¡Apuesto lo que quieras a que eso son tonterías!</p> <p>En el interior de la torre, Will vio unas cuantas tablas del suelo que todavía colgaban de las vigas. Tres escaleras rotas y podridas conducían precariamente de un piso a otro.</p> <p>Tuvieron que ayudar a Will para subir al primer nivel, pero después trepó solo avanzando con los brazos extendidos sobre las vigas y fijándose en donde pisaba. Los pájaros habían anidado y la lluvia de varios inviernos había hecho brotar el moho en las paredes. Cuando llegó arriba, vio unas marcas que mostraban cómo el tejado de la torre había sido deliberadamente destrozado con hachas y martillos. Bajó la mirada y se dio cuenta de que estaba en una posición muy elevada mientras intentaba atravesar el desnudo parapeto. Finalmente, llegó a un lugar donde una cadena de hierro sobresalía de un recodo de la mampostería. Uno de los tobillos del animal había quedado atrapado en la trampa, y el eslabón de la cadena que colgaba del cepo se había sujetado con un clavo.</p> <p>Will se secó el sudor que le caía desde los ojos y trató de no mirar hacia abajo. Cuanto antes acabara con lo que había venido a hacer, mejor. Pero cuando el animal descubrió que Will estaba muy cerca, empezó a dar alaridos. Tenía unos ojos enormes. Su pelaje gris parecía desgastado y tenía los labios ensangrentados, todo lo cual le daba un aspecto monstruoso.</p> <p>—¡Naau, naau! —gritaba. El animal trató de escapar, pero no podía morder la cadena ni tenía la fuerza suficiente para soltar el eslabón, por mucho que tirara de él.</p> <p>—Deja de aletear, estúpido animal. Ahora —murmuró Will mientras trataba de apaciguarlo—. ¿Entiendes ahora que así sólo te estás haciendo daño?</p> <p>—¡Naau, naau! —insistió la criatura.</p> <p>Mantener el equilibrio sobre el parapeto no era tarea fácil. Los albañiles que habían construido la torre la habían coronado con almenas, quizá con la intención disuasoria de que los ejércitos del príncipe que pasaran por los alrededores creyeran que el edificio formaba parte de una gran fortificación. Will se sentó a horcajadas sobre la almena y avanzó poco a poco por la pared. Su pierna izquierda colgaba de un lado hasta que consiguió llegar al suelo, debajo de la torre de Verlamion. Cuando se acercó a la argolla de hierro, se dio cuenta de que le costaría romperla porque estaba muy bien sujeta.</p> <p>Will pensó en recurrir a un hechizo, pero desconocía el nombre exacto de ese animal, y tampoco sabía si podría hacer magia por él. «No hay más remedio que hablarle con tranquilidad», pensó Will, «y después, atraparlo».</p> <p>—¡Naau! —gritó el animal cuando Will le colocó la mano sobre la cadena.</p> <p>Esa frágil criatura no confiaba en Will. Trató de soltarse con todas sus fuerzas, aunque su obstinación sólo le causó heridas, y a Will le preocupaba que se acabara rompiendo una pierna si tiraba demasiado fuerte. Se notaba que el animal sufría, porque la trampa presentaba unos fuertes mordiscos.</p> <p>—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —preguntó Will mientras se asomaba por el muro—. Pobrecito. ¿Tienes hambre? Ojalá hubiera traído una o dos salchichas para ti. Eso te habría tentado a bajar, ¿verdad? Por lo que veo, también te debes de estar muriendo de sed. Jamás he visto tanta desconfianza en un animal. ¿Dónde aprendiste a comportarte así? Si me dejaras tocarte…</p> <p>Pero cuando Will extendió la mano hacia la trampa, la criatura aleteó vigorosamente. Volaba hacia él, y sus finas garras rasguñaron a Will.</p> <p>—¡Tranquilo!… No voy a hacerte daño —murmuró Will mientras se alejaba.</p> <p>Sus dedos extendidos empezaron a temblar mientras trataba de palpar la trampa, darle la vuelta para averiguar su mecanismo y ver cómo podría romper la cadena. La criatura no cesaba de gritar hasta que consiguió hincar los dientes en la mano de Will.</p> <p>El joven sintió una aguda punzada de dolor. Se aguantó un grito, pero luego el animal se apartó y tiró furiosamente de la cadena en otro intento inútil de soltarse. Sus garras comenzaron a arañar la piedra del muro con violencia, y después se apoyó totalmente contra la pared. Cerró los ojos y su rostro esbozó un gesto desagradable, como si quisiera permanecer inmóvil en un último esfuerzo por engañar al cazador haciéndose pasar por una gárgola.</p> <p>—¡Venga! Seamos sensatos —sugirió Will—. Los dos sabemos que no eres una figura tallada en piedra.</p> <p>Will se agarró a la cadena a pesar de que los dedos de la otra mano empezaron a resbalar. Tuvo miedo de caerse y puso una vara de acero bajo su brazo. Aunó todo el poder del que fue capaz para ignorar el dolor y encontrar la fuerza de tres hombres para poder volver lentamente hacia atrás. Sus trenzas le rozaban la cara, y al levantarse se dio cuenta de que estaba temblando.</p> <p>—Sólo estoy aquí para ayudarte, tonto —insistió Will, quien tenía los dedos ensangrentados debido a la mordedura del ingrato animal. Supuraban unas gotas de sangre de la herida, que después descendieron formando unas tiras rojas por todo el brazo. La sangre caía del codo y se precipitaba al vacío.</p> <p>Will apenas era consciente de los rostros de Duffred y de otras personas que le observaban atentamente desde el suelo. Tenía la esperanza de que el comentario de Duffred acerca del veneno de ese bicho fuera mentira.</p> <p>—Esos tipos de ahí abajo creen que soy muy valiente —dijo al animal, que permanecía inmóvil— o bien un completo idiota. No estoy seguro de cuál de estas dos opciones es la verdadera. ¿Tú qué crees?</p> <p>Pero el animal no soltaba prenda.</p> <p>—Mago, ¡cúrate! —exclamó mientras se reía por la ironía de la situación en la que se encontraba. Últimamente había curado a muchas personas con sus manos, pero ahora no podía hacer nada por él—. Me temo que así es cómo funciona la magia —comentó Will mientras miraba fijamente al animal. Entonces se dio cuenta de que nada de lo que pudiera hacer con su magia sería peor que las heridas que le causaría ese animal si él se empeñaba en enfrentarse a su tozudez.</p> <p>No tenía más remedio que recurrir a un hechizo de magia superior. Intentó colocarse lo más cómodo posible, mientras permanecía sentado a horcajadas sobre el muro. Juntó ambas manos e invocó su paz interior. Después de todo lo que había practicado el día anterior, pudo entrar fácilmente en estado mágico. Comenzó a sentir oleadas de energía que le causaron un hormigueo en la piel. Después, concentró toda su atención en la cadena.</p> <p>Empezó a soplar. Emitía un aliento cálido que iba subiendo de temperatura a medida que se acercaba a los eslabones de la cadena. De pronto, el hierro oxidado comenzó a brillar con un destello rojo y candente. El color se intensificó hasta tornarse amarillo y luego blanco. Will colocó dos dedos sobre la cadena y la rompió con facilidad.</p> <p>¡Cuando la magia actúa, ten cuidado con sus consecuencias!</p> <p>Will recordó esta frase en el preciso instante en que empezó a notar el cansancio de haber urdido ese hechizo. Tenía la sensación de haber caído desde una gran altura. De pronto, la oscuridad se cernió sobre él. Por unos instantes, creyó haberse desmayado, pero luego sus pensamientos revolotearon por su cabeza y observaban a ese tipo inconsciente que estaba sentado a horcajadas sobre unas almenas, con dos trozos de cadena sujetos a unas manos insensibles.</p> <p>Cuando la cadena se rompió, los ojos del animal se abrieron. Al notar que estaba libre y resucitar de su letargo, empezó a corretear hasta la primera mitad del muro. Después, se lanzó al vacío.</p> <p>Primero cayó de bruces formando un enorme círculo; se precipitaba rápidamente hacia el suelo porque de su pata todavía colgaban la trampa y la cadena. Pero la frenética actividad de sus alas hicieron que remontara el vuelo y formara un arco sobre los árboles. Luego, desapareció.</p> <p>Will se dio cuenta de que todo parecía bañado en un halo de luz azulada. Se esforzó por recobrar el equilibrio y la concentración. Se fijó sin querer en los dibujos del suelo, pero no podía acordarse de nada. Después, sintió un reguero de saliva que le caía por la comisura de los labios. Sus dientes rozaban la piedra y sintió una desagradable sensación en el estómago.</p> <p>Tardó un momento en entender el lío en el que se había metido. Poco después, empezó a preguntarse cuánto tiempo había pasado desde su caída. Oyó a Duffred pronunciar su nombre. Entonces, un halo de vida volvió a penetrar en sus miembros, respiró una bocanada de aire fresco y se dio cuenta de que, por su obstinación, había estado a punto de morir.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 6</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Un invitado inoportuno</p> <p style="margin-top:5%">Los brillantes rayos de sol se filtraban por una ventana abierta, a través de la cual se veían varios gorriones que se perseguían ruidosamente entre los aleros de la casa. Will recobró la conciencia. Tenía todos sus miembros entumecidos, y su mano izquierda estaba fuertemente vendada.</p> <p><i>Bolt</i> empezó a ladrar y se acercó a Will meneando la cola, cuando él intentó darse la vuelta en la cama. Entonces, Duffred entró en la habitación y preguntó:</p> <p>—¿Cómo te encuentras en este día tan soleado? Me refiero a lo que ha quedado de ti, claro.</p> <p>—Estoy dolorido —contestó con una sonrisa— y hambriento.</p> <p>—Eso último tiene fácil solución. ¿Bastarán unos huevos con tocino?</p> <p>—Sí —respondió Will mientras miraba por la ventana—. ¿Qué hay de toda esa gente de ahí afuera?</p> <p>—Bueno, se han marchado.</p> <p>—Pero todavía puedo oír unas voces.</p> <p>—Es día de mercado. Y hay mucho que hacer. Yo de ti me quedaría tumbado en la cama, por si a alguien se le ocurre pregonar a los cuatro vientos que estás aquí.</p> <p>El enfermo asintió con la cabeza a Duffred.</p> <p>—Buena idea.</p> <p>Will se hizo las trenzas, se vistió y bajó al saloncito. Dimmet salió de una de las despensas. Se colocó las manos en la cadera cuando vio que Will estaba despierto y rió tan abiertamente como solía.</p> <p>—¿De modo que has vuelto a nuestra casa, eh? Estabas loco como una cabra cuando te acostamos. No parabas de murmurar. —Se volvió hacia Duffred—. ¿Cómo está ahora?</p> <p>—Dice que tiene hambre.</p> <p>Duffred levantó las cejas.</p> <p>—¿Y cómo está la mano?</p> <p>Will la intentó doblar.</p> <p>—Sigue rígida. Y estoy muy cansado, a pesar de haber dormido toda a noche en ese colchón tan blando.</p> <p>—En realidad, has dormido dos noches en tres días, si es que quieres saberlo. Nos estábamos empezando a preocupar por ti.</p> <p>Will se quedó atónito.</p> <p>—¿Tanto tiempo?</p> <p>—Me imagino que la magia es agotadora. —El tono de voz de Dimmet se endureció—. Duffred asegura que los tipos de Morton Ashley no se alegraron de que dejaras escapar a su goggly.</p> <p>—No lo dejé escapar, sino que lo dejé marchar.</p> <p>Dimmet parpadeó.</p> <p>—¿Por algún motivo en particular?</p> <p>—Efectivamente.</p> <p>—Vaya, pues no me extraña que se enfadaran contigo. Los gogglies no son fáciles de cazar.</p> <p>—Pensaba que me habían llamado para salvar una vida. Pero se dedicaron a cazar a un animal con un cepo. Querían que lo matara yo, en vez de ellos. ¿Quién se creen que soy?</p> <p>Dimmet sirvió una fuente con comida y se retiró. Will apenas probó el desayuno, y mientras subía a su habitación se acordó del pez rojo que todavía seguía dentro de su zurrón. Lo sacó, y se le ocurrió una idea sorprendente.</p> <p>Tal vez, pensó Will, se tratase de su pez verde original. Quizás alguien o algo lo había robado de Norton de Abajo, y lo había llevado a Pequeña Matanza, donde cambió de color por el efecto de las llamas.</p> <p>Observó el talismán con nuevos ojos. Si había sido de algún modo alterado, el cambio lo empeoraba. De él emanaba cierto aire de misterio, una sensación desagradable que no casaba con su naturaleza mágica. Aun así, le entraron ganas de ensartarlo en un cordel y llevarlo colgado del cuello debajo de la camisa, como había hecho con el talismán verde. Al cabo de un rato de estar sentado y solo en la habitación, empezó a ponerse nervioso y salió de la estancia.</p> <p>Ató un fardo a su bastón, luego enganchó su varita mágica al cinturón y se cubrió la cabeza con la capucha de su abrigo. Después, descendió las escaleras y salió de la posada por la puerta de atrás.</p> <p>Se sentía agotado, como si se hubiera despertado de madrugada y no pudiera volver a conciliar el sueño. La herida de la mano había empezado a dar punzadas. Sabía que necesitaba descanso, pero deseaba con todas sus fuerzas alejarse de Eiton y de sus habitantes el resto del día. Necesitaba plantar sus pies en tierra firme, beber agua de río pura y cristalina y deleitarse con el aire fresco. Caminaría siguiendo la línea, y en poco tiempo volvería a sentirse él mismo. El sol acabaría con todo el cansancio, e incluso tendría tiempo para reflexionar sobre algunas cuestiones.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Atravesó de vuelta el jardín de la posada sin que nadie le viera después del atardecer. Estaba cansado y disgustado porque había perdido todo el día sin hacer nada. La noche estaba despejada y era cálida. Muchas estrellas parpadeaban sobre su cabeza, pero no tenía tiempo de contemplarlas. Pasó por delante de los establos, y sintió la presencia de un gran animal que cambió el peso de su cuerpo sobre la otra pata. Su sensibilidad mágica seguía en su apogeo, y tuvo la impresión de que el animal del establo tenía sed; sin embargo, estaba demasiado cansado como para concentrar sus pensamientos en ayudar al animal, o hacer algo práctico en este sentido.</p> <p>La taberna tenía un aire acogedor y estaba llena de gente del pueblo que bebía y cantaba, pero a Will le pareció un lugar demasiado pequeño y que el ambiente estaba cargado. Había un hombre que rasgaba un violín y otro que tocaba un tambor. Duffred estaba lavando un cubo de cucharas de madera grasientas sobre los barriles de cerveza, y cuando vio a Will le saludó efusivamente.</p> <p>—Aquí hay mucho jaleo —reconoció Will mientras se disponía a subir las escaleras.</p> <p>—Mi viejo asegura que «mucho» y «jaleo» son palabras malsonantes en casa de un tabernero. Debo decirte que, después de la tumultuosa semana que hemos pasado, ahora preferiría estar más tranquilo. ¿Dónde has estado durante todo el día?</p> <p>—Creo que… será mejor que me vaya. —Will se fijó en los clientes, y se dio cuenta de que le desagradaban sus risas y el alboroto que se había formado.</p> <p>Duffred levantó la mirada y entregó una jarra llena de cerveza a Will.</p> <p>—Con eso ya podrás mojar el gaznate. Si te sientas en esa esquina del fondo, nadie te molestará.</p> <p>Will aceptó la cerveza.</p> <p>—Gracias, pero no creo que necesite abrir el apetito con eso. Ya estoy hambriento.</p> <p>Observó a Duffred cortar media barra de pan y llenar un plato de sopa de guisantes. Will atravesó el pasillo con la comida en las manos y se sentó en el rincón más tranquilo que encontró. Pero tan pronto se cortó un pedazo de pan, un hombre jorobado se acercó a él arrastrando los pies. Iba tapado con una túnica negra, y su cabello y la lana de la capa brillaban como si estuvieran cubiertos por un fino manto de lluvia.</p> <p>—¡Saludos, Maestro! —exclamó el anciano con tono burlón mientras tomaba siento.</p> <p>Will se acomodó en su banco.</p> <p>—¿Cómo está usted? —contestó Will bruscamente. Temía que el anciano le pidiera algo. Acercó su banqueta a la mesa mientras se inclinaba hacia adelante. Will tuvo la sensación de que un par de ojos marchitos trataban de mirarle fijamente mientras comía.</p> <p>El joven levantó finalmente la mirada y vio que el anciano asentía con la cabeza.</p> <p>—¿La comida es muy buena, verdad Maestro?</p> <p>—Yo no soy jefe ni maestro de nadie —replicó Will frunciendo el ceño. Había algo en ese hombre que resultaba irritante e incómodo. Will deseó que la muchedumbre que cantaba bajara el tono de voz—. Yo diría que Duffred le dará un poco de esa sopa y lo que quede de la barra de pan, si se lo pide.</p> <p>—No tengo ganas de comer sopa.</p> <p>—Pues bien —contestó Will con la boca llena.</p> <p>—He oído decir que un cuervo visitó los alrededores.</p> <p>Will dejó de masticar y se sacó la comida de la boca. «Cuervo» era la palabra que algunos utilizaban para referirse a un hechicero.</p> <p>—No sé nada al respecto.</p> <p>—Y que se produjeron muchas curaciones. Me dijeron que era el héroe de un sanador, el amigo de un cuervo, un joven que se parece mucho a usted.</p> <p>—Yo no soy ningún héroe —replicó Will sin pensárselo dos veces, y reanudó su comida.</p> <p>—Quizá no sea usted —insistió el hombre, pero sus ojos se posaron en el báculo de Will, después en un cuchillo de carne que estaba sobre la mesa aún sin recoger, y por último en el rostro de Will—. ¿Qué pensaría si le dijera que le he estado buscando?</p> <p>Will vio cómo el hombre aguantaba la mirada. Su mano se dirigió inconscientemente al lugar donde había escondido el pez.</p> <p>—¿Y dice que me busca a mí?</p> <p>El anciano esbozó una sonrisa que reveló sus dientes amarillentos.</p> <p>—Bueno, hace mucho tiempo que te conozco, Willand. De hecho, ya nos hemos visto antes.</p> <p>Los clientes dejaron de cantar y el súbito silencio que se cernió sobre el local se vio interrumpido por el ruido de un enorme caballo que resoplaba y pataleaba. Will miró por el ventanuco, después hacia la puerta, y no pudo evitar darse la vuelta para mirar al anciano.</p> <p>—¿Quién es usted? —preguntó. La presencia de ese hombre le causó un escalofrío—. ¿Cómo me conoce?</p> <p>—Creo que lo sabes. —El brazo del anciano se movió rápido como un rayo. De repente, le arrancó la varita de avellano del cinturón—. ¡Veo que tienes talento!</p> <p>Mientras el anciano le arrancaba la varita, Will sintió una oleada de miedo que le nacía en el estómago. No podía apartar la mirada cautivadora de esa persona. Ni siquiera tenía fuerzas para coger el cuchillo que tenía muy cerca sobre la mesa.</p> <p>—¿Quién es usted? —exigió Will.</p> <p>—Alguien que quiere saber si eres un idiota que no ha aprendido nada en toda su vida. —De repente, la voz del anciano se transformó en un grave y convincente tono de voz que pareció llenar el ambiente.</p> <p>Will sintió tanto miedo que la cabeza le empezó a dar vueltas. Su mano avanzó tímidamente hacia el cuchillo, aunque su gesto impactó contra el plato de la mesa, precipitándolo al suelo. Pero el plato y la sopa quedaron inmóviles en plena caída, y no llegaron al suelo. La mano de Will tampoco pudo avanzar hacia el cuchillo, por mucho que se esforzara.</p> <p>—¿Quién es usted? —volvió a preguntar Will por tercera vez, aunque ya había adivinado la respuesta. Escuchó su voz aterrada, una acción que le delató mientras la impotencia se apoderaba completamente de él.</p> <p>Intentó levantarse, pero le resultó imposible. «¡Idiota!» gritaba Will mentalmente, «¡has incumplido una promesa, y éstas son las consecuencias!»</p> <p>—Ya sabes quién soy. Te lo ordeno: ¡pronuncia mi nombre, si te atreves!</p> <p>Will tuvo la sensación de que un témpano de hielo le atravesaba el corazón. Se le pusieron los pelos de punta, y en contra de su voluntad, sus labios pronunciaron la palabra: ¡Maskull!</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>En el preciso instante en que Will pronunció su nombre, el rostro del anciano empezó a cambiar. Temblaba como el agua de un estanque acariciada por el aire. Will contempló inmóvil el rostro nuevo que se estaba formando. No le sirvió de consuelo darse cuenta de que el nuevo rostro que aparecía era el de Gwydion.</p> <p>—Tranquilo, Will. No corres ningún peligro. Afortunadamente, estás con un amigo.</p> <p>Pero Will fue incapaz de pronunciar una palabra. Parpadeó y volvió a mirar con atención, como si quisiera cerciorarse de la veracidad de esa aparición. Después, el miedo que se había apoderado de él empezó a desvanecerse. El plato de sopa impactó en el suelo, y Will se manchó los pies. Estaba muy enfadado.</p> <p>—¡Me has dado un susto de muerte! —gritó mientras daba un salto.</p> <p>—Lamento haberte asustado, Willand, pero esta lección era muy importante. Te dejé bien claro que permanecieras aquí, pero no lo has hecho. También te dije que fueras discreto, pero has optado por todo lo contrario.</p> <p>—¡Sólo hice lo que tenía que hacer!</p> <p>—¿Así lo crees?</p> <p>—¿Y qué se supone que debo hacer? En ese momento, me pareció que era lo correcto.</p> <p>Pero el hechicero le miraba fijamente con unos ojos acusadores que le hicieron sentir vergüenza.</p> <p>—Escúchame, Willand. No te estás tomando en serio tus obligaciones. En un futuro, deberías ser más precavido. Debes hacer un esfuerzo por reconocer un disfraz mágico. Actúas como si hubieras olvidado los peligros a los que te enfrentas.</p> <p>—Lo siento —se disculpó Will—, pero no suelo traicionar a las personas.</p> <p>—Debe de ser una costumbre muy arraigada en ti.</p> <p>—¡No! —Will negó con la cabeza—. No volverá a pasar. No puedo vivir así, Gwydion.</p> <p>—Pues entonces, no vivirás mucho tiempo.</p> <p>—Al menos será cosa mía.</p> <p>—Tonto. Si realmente te hubieras encontrado con Maskull, te hubiera convertido en esclavo y habríamos traicionado a todo el mundo.</p> <p>El hechicero se recostó en su asiento y esperó a que a Will se le pasara el enfado; después, comentó con un tono de voz más relajado:</p> <p>—Mucho depende de ti, Willand. Deberías escuchar con más atención tus llamadas interiores.</p> <p>—¿A qué llamadas interiores te refieres? —preguntó con voz temblorosa—. Si hubiera oído algo, le habría prestado atención.</p> <p>—¿Lo dices de verdad?</p> <p>—¡Claro que sí!</p> <p>Pero cuando Will se paró a pensar, vio que una parte de él había percibido los reflejos que cubrieron el cabello y los hombros del anciano. Pensó que serían pequeñas gotas de agua, pero eso no podía ser porque no había llovido. Además, había ignorado los ruidos de <i>Bessie</i> mientras ésta se movía por el establo. También había ignorado, en un gesto muy egoísta, la sed que padecía el caballo. Si hubiera estado más atento o hubiera sido más amable, habría advertido que la agitación de <i>Bessie</i> se debía al regreso de Gwydion.</p> <p>Había escarmentado, y reconoció ante el hechicero:</p> <p>—Obré mal al desobedecerte. Pero, ¿qué puedo hacer si tengo la capacidad y la gente acude a mí? No tenía previsto hacerme notar, simplemente ocurrió.</p> <p>Gwydion murmuró unas palabras y Will pudo sentir cómo el estómago le daba un vuelco mientras la sopa volvía lentamente al plato y éste se colocaba sobre la mesa.</p> <p>—Debes entender una norma básica, Willand. Los Invidentes aseguran que la vida te ofrece múltiples oportunidades, algunas son buenas y otras son malas. Se equivocan. Según ellos, en las infinitas opciones que nos brinda la vida sólo se puede elegir entre dos «maldades» o comparar dos «bondades». Ahora compara las virtudes que has ofrecido a los lugareños con las enormes bondades que puedes ofrecer al mundo. Debes conservar el sentido de la proporción.</p> <p>—Hablas como si yo persiguiera gratitud, fama, o dinero.</p> <p>El hechicero colocó una mano sobre el hombro de Will.</p> <p>—Sé que tus motivos son nobles y justos. No es mi intención echarte la culpa. Sólo me preocupa tu seguridad. Ahora, déjame examinar esa mano.</p> <p>Will se sacó la venda de tela y Gwydion vio que la herida todavía no estaba cicatrizada.</p> <p>—Dientes —diagnosticó el hechicero.</p> <p>Will le contó lo que había pasado. Gwydion pronunció unas palabras de curación y trató la herida tocándola suavemente y aplicándole una pizca de hierbas aromáticas que escocían.</p> <p>—No era el animal más hermoso ni tranquilo que he visto —aclaró Will—. Pero me pareció penoso, más que malicioso.</p> <p>—Al parecer, la bondad se ha rebotado contra ti, Willand.</p> <p>—Es un comentario muy extraño, viniendo de tu parte. ¿Acaso no me dijiste en una ocasión que la ley de la amistad es la esencia de la magia? Y creo que hay otra, que reza: «Un acto de bondad merece otro».</p> <p>—En el mundo en estado natural, pero quizá no sea así cuando las cosas se han vuelto en su opuesto debido a un acto de brujería. —Gwydion dejó caer la mano de Will, y luego la sostuvo fuertemente una vez más.</p> <p>—¡Ay! —El joven se apartó cuando Gwydion soltó la mano, pero cuando miró hacia abajo, la herida había desaparecido. Sólo quedaban dos pequeños círculos púrpuras en el lugar exacto de las mordeduras.</p> <p>De repente, Will oyó los cascos del caballo. Se dio la vuelta y anduvo hacia la puerta.</p> <p>—Venga, Gwydion —instó—. Me dijiste que prestara atención a mis sentimientos interiores. ¡Pues eso es lo que estoy haciendo!</p> <p>Se dirigieron hacia la puerta trasera y juntos atravesaron el jardín. Vieron la sombra de dos personas a lo lejos. El jinete montó su silla y, al rato, él y Will se dieron la mano amigablemente.</p> <p>—¡Tilwin!</p> <p>—Tilwin, si quieres, aunque yo prefiero mi verdadero nombre.</p> <p>Mientras Will observaba la brida del caballo, reparó en el caballo blanco que atravesaba la luz de la luna. Era <i>Avon</i>, y Willow montaba en él.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 7</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Una noche de descanso</p> <p style="margin-top:5%">A pesar de su sorpresa, Will abrazó a Willow tan pronto como descabalgó. Enseguida, su sorpresa se convirtió en alarma.</p> <p>—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Will a su esposa mientras cogía en brazos a su hija.</p> <p>—Como ves, estamos bien, como siempre.</p> <p>—Estaba preocupada por ti —Will miró inquisitivamente a Morann—, pero no esperaba que estuvieras aquí.</p> <p>—Pues aquí estamos —respondió Willow.</p> <p>El padre acarició a su hija.</p> <p>—Tiene buen aspecto.</p> <p>—¡Ella está bien! Yo estaba preocupada por ti.</p> <p>Will miró al hechicero mientras volvía a abrazar a Willow. El absoluto silencio de Gwydion era muy elocuente. Cuando entraron en la taberna, Will susurró a Morann:</p> <p>—Sólo te pedí que le dieras mi mensaje.</p> <p>—En efecto, pero tienes una esposa que no es muy fácil de convencer.</p> <p>—No quiero parecer ingrato, pero…</p> <p>Morann no le hizo el más mínimo caso.</p> <p>—Siento haber llegado tan tarde. Es difícil cabalgar por un camino oscuro y con un bebé en brazos. Y nuestro viaje no estaba exento de peligros…</p> <p>—¿Peligros?</p> <p>—No te preocupes.</p> <p>—¿Qué recado importante dijiste que ibas a hacer en Trinovant?</p> <p>—Las cosas han ido demasiado rápido, como pronto sabrás.</p> <p>Una música de violín les dio la bienvenida cuando abrieron la puerta. Había más de veinte personas en la taberna. Algunas cantaban, otras hablaban formando corrillos. Una o dos se giraron para observar a los recién llegados, pero Will guió a los suyos por el pasillo hasta que llegaron al final y entraron uno por uno al descansillo que daba al pequeño salón. Cuando les hubieron servido comida y bebida, y cuando Dimmet se hubo marchado, Gwydion urdió un hechizo de privacidad para la estancia y el barullo desapareció.</p> <p>—Por poco nos descubren cuando cruzamos Charrel, al sur de Baneburgh —explicó Morann—. Localicé una columna de quinientos hombres o más.</p> <p>—¿Quinientos? —preguntó Will alarmado.</p> <p>—Como mínimo. Caminaban en dirección sureste bajo el estandarte del duque de Mells. Por el modo en que se desenvolvían, advertí que eran agricultores armados, aunque también viajaban algunos jinetes veteranos, hombres curtidos con la misión de vigilar cualquier columna que tratara de desviarse de su ruta. Pensé que esos jinetes nos formularían preguntas incómodas si nos encontraban, de manera que cogimos un camino más largo.</p> <p>—Sin duda alguna, se acerca de nuevo la guerra —sentenció Will—. Hace poco, reclutaban decenas de hombres; ahora son veintenas, incluso centenares.</p> <p>—Tienes razón. —Morann asintió con la cabeza—. Supongo que los comisarios llegarán a Eiton a finales de semana.</p> <p>Will cogió de la mano a Willow, y pensó en los agricultores que arrancarían de los campos como si fueran mala hierba. Muchos de ellos nunca regresarían si el fantasma de la guerra volvía a hacer su aparición en el mundo. Willow preguntó a Gwydion acerca de sus previsiones, y éste le contó lo sucedido con las piedras de batalla y las repercusiones que tendría lo ocurrido en Pequeña Matanza. Willow movió la cabeza en un gesto de desaprobación e inquietud al saber que Maskull volvía a hacer de las suyas.</p> <p>—¿Encontrasteis la Piedra del Dragón? —quiso saber Will.</p> <p>—Entré en el castillo de Foderingham y vi que la piedra permanecía en el mismo sitio. Urdí unos nuevos hechizos, e hice todo lo que pude para extraer de ella todo mal. Ahora descansa en un sueño profundo.</p> <p>Will se preguntaba si el hechicero contaría algo más. En concreto, si al final el duque de Ebor había dado su consentimiento.</p> <p>Will se inclinó para comprobar que su hija dormía.</p> <p>—¿Por qué la has traído?</p> <p>Willow escudriñó el rostro de su marido.</p> <p>—¿Qué otra cosa podía hacer?</p> <p>—Podrías haberla dejado con Breona.</p> <p>—Will, es nuestra hija, y debe estar con nosotros.</p> <p>—El trabajo que nos ocupa entraña peligro. —El joven negó con la cabeza ante la incomprensión de su esposa, aunque todavía se estaba recuperando de la dura lección que Gwydion le había dado—. No quiero que la pequeña corra peligro.</p> <p>Willow volvió a mirarle con severidad, reprimiendo así toda posibilidad de respuesta. Miró a Gwydion, anticipándose así a lo que el hechicero tuviera que añadir sobre esta cuestión. El anciano no tardó demasiado en hablar:</p> <p>—Mañana, nuestra lucha contra las piedras de batalla debe reanudarse. Pero al amanecer, vosotras deberíais volver a casa.</p> <p>—Como puede comprobar, Maestro Gwydion —interrumpió Willow, quien no se inmutó ante la propuesta del hechicero—, yo estoy bien y Bethe también lo está. Mucho mejor de lo que estaríamos si una estrella fugaz hubiera caído en nuestro pueblo, como ocurrió en Pequeña Matanza.</p> <p>Gwydion miró a Morann con un gesto de desagrado.</p> <p>—Como queráis.</p> <p>—Entonces, yo diría que el Valle no es más seguro que otro lugar.</p> <p>Will atajó:</p> <p>—Gwydion tiene razón. Es más peligroso que os quedéis aquí.</p> <p>—Bueno, quizás haya otra cosa que debas saber —insistió ella—. Puedes darle las gracias al Maestro Gwydion por sus consejos. Pero yo diría que es mi deber acompañar a mi esposo y ayudarle en sus asuntos. Así es como yo entiendo nuestro compromiso matrimonial, y eso es lo que voy a hacer. En cuanto a Bethe, los bebés son mucho más fuertes de lo que la gente comúnmente cree. Y no le faltará de nada por el camino.</p> <p>Y con esas palabras, se cernió el silencio. Luego, Gwydion extendió ambas manos sobre la mesa.</p> <p>—Está muy bien que todos hayamos podido exponer nuestra opinión esta noche, pero ahora se está haciendo tarde. Vayamos a dormir y mañana ya resolveremos esta cuestión.</p> <p>Cuando salieron del saloncito, la música, los bailes, la comida y la bebida habían cesado. La sala principal de la taberna estaba tranquila y sumergida en la penumbra. Will guió a Willow y a Bethe por las escaleras que conducían al piso de arriba y las acomodó; después salió siguiendo el camino del jardín, y atravesó una cerca hasta llegar a un prado en el que crecía un viejo roble. En el cielo, las estrellas de finales de verano no cesaban de parpadear. Les pidió que le dijeran qué debía hacer, pero sólo brillaban en un implacable silencio.</p> <p>«Las estrellas no saben qué hacer», se convenció Will. «Son sólo los agujeros del cielo, unos agujeros que están a miles de kilómetros de distancia. Tendrás que responder a estas preguntas tú solo, Willand, aunque sean muy difíciles.»</p> <p>Fuera lo que fuera lo que ocurriera mañana, sin duda iba a ser un día complicado. «Sería mejor estar preparado», pensó Will. No sabía por qué, pero tocó el pez rojo que llevaba atado alrededor del cuello y lo devolvió a su zurrón. Entonces encontró un lugar para descansar, se sentó erguido con las piernas ligeramente separadas y los brazos caídos a ambos lados.</p> <p>Cuando creyó que ya había llegado la hora, cerró los ojos y respiró tres bocanadas de aire por la nariz y lo expulsó por la boca. Después, colocó firmemente los pies en el suelo e invocó las energías.</p> <p>Primero, tembló debajo de la planta de sus pies, era una fuerza irresistible que subía por las piernas de Will y colmaba todo su cuerpo. Sintió un tintineo en las costillas y en toda la columna vertebral. Invadió su corazón, y se desvío en tres ramales. Foco a poco, levantó los brazos hasta separarlos uno del otro lo máximo que pudo. La energía continuaba invadiendo su cuerpo hasta que alcanzó las manos; Will percibió una tenue luz azul que sólo él podía ver, que salía proyectada desde la punta de sus dedos extendidos. Pero fue cuando la energía le llegó a la cabeza cuando se sintió colmado por una sensación de paz y felicidad.</p> <p>Sentía como si estuviera en el interior de una enorme llama fría y, aunque tenía los ojos cerrados, pudo percibir una luz brillante que bañaba todo su cuerpo. A medida que la dejaba penetrar, iba creciendo en intensidad y brillo, lo borró todo, de modo que en ese instante atemporal pudo olvidarse de quién y qué era.</p> <p>Pero entonces, poco a poco, la luz empezó a retraerse en su interior. A Will no le importaba que fuera perdiendo intensidad porque, aunque ya no podía verla, la energía no lo había abandonado. Fue maravilloso experimentar ese instante como si fuera una eternidad. Con el espíritu renovado, volvió a mirar en su interior, sintiéndose dichoso y feliz de estar de nuevo con su familia a pesar de las circunstancias.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Will no supo qué le despertó. Al principio, pensó que serían los lloros de Bethe, pero mientras descansaba apaciblemente en la oscuridad, los ecos desaparecieron de su mente y sólo oyó la respiración de Willow y lo que él consideró el crujir furtivo de los ratones sobre el tejado de paja.</p> <p>Pero en ese momento, totalmente despierto, Will empezó a sentir un hormigueo en la nuca; se incorporó al oír que alguien raspaba y arañaba los postigos de la ventana.</p> <p>«Eso no es un ratón», pensó Will. «Es un animal de mayor envergadura. ¡Alguien intenta entrar!»</p> <p>Will estuvo a punto de gritar, pero se contuvo. Los gritos despertarían a todos, pero también ahuyentarían a quien estuviera en el exterior.</p> <p>Will se vistió en silencio, se envolvió en una capa para ocultar el blanco de su camisa y avanzó a hurtadillas por el pasillo. Bajó cuidadosamente la escalera, sólo se detuvo para sacar el postigo de la puerta. Luego salió al exterior, donde la luna proyectaba una luz esquiva. Tan pronto como estuvo fuera, oyó un grito. Era Willow. Entonces, Bethe empezó a llorar.</p> <p>—¡Eh! —gritó Will mientras observaba el rincón que se abría debajo de la ventana. Allí, sobre el techo de paja y arañando los postigos de la ventana, había un goggly.</p> <p>«Al fin y al cabo se dedican a robar niños», pensó Will. «¡Quiere a Bethe!» Aunque no tuvo en cuenta los hechizos de protección que Gwydion urdió para la taberna. El joven pensó que eso fue lo que le debió de despertar.</p> <p>—¡Eh! ¡Sal de ahí!</p> <p>El animal trataba de abrir los postigos, y ahora arañaba y silbaba como un loco. Después, se dejó caer un poco entre las sombras de la luz de la luna y empezó a romper el tejado de paja.</p> <p>Will lanzó la madera que hacía las veces de postigo, pero falló el tiro. Después cogió un fragmento de baldosa rota del suelo. Tenía tres extremos afilados y, esta vez, Will apuntó bien. El animal se retorció, alcanzado por el lomo. Arrugó el rostro y comenzó a chillar mientras revoloteaba por los aires.</p> <p>Cuando se hubo calmado, las contraventanas se abrieron de par en par. Eso asustó a la criatura, pero fue lo último que vio de ella, porque sin advertencia previa, una figura oscura salió de las tinieblas e impactó de lleno contra él. La fuerza del golpe le derribó y le costaba respirar. Quedó inmovilizado cuando un cuerpo musculoso se colocó encima de él. Después, notó que alguien le pasaba una cuerda por el cuello y tiraba fuertemente de ella. El atacante quería ahogarlo, pero la cuerda se enganchó en su muñeca y pudo llevarse la mano a la garganta. Eso le impidió utilizar el brazo, pero también le salvó porque cuando se tensó la cuerda, pudo liberar la mano. El atacante apretó con más fuerza, pero pronto se dio cuenta de que no importaba lo mucho que tirara de ella, porque se soltaría.</p> <p>Llegados a ese punto, el atacante intentó golpear a Will para dejarlo inconsciente, pero el joven consiguió eludir los puñetazos. Le devolvió los golpes, y al final consiguió lanzarlo al suelo y colocarse encima de él.</p> <p>Pero tan pronto como se hubo levantado, una nueva amenaza le acechaba desde arriba.</p> <p>—¡Naau! ¡Naau!</p> <p>El animal revoloteaba y chillaba en plena oscuridad, mientras agitaba la cabeza con sus mandíbulas. Will extendió su brazo y ahuyentó a la bestia, pero perdió el equilibrio y el punto de apoyo en el brazo del atacante.</p> <p>Mientras luchaba, empezó a tener muy claro que el hombre que intentaba matarlo era tan hábil y fuerte como él. También era muy resuelto, pero esa toma de conciencia permitió a Will renovar su fuerza vital. Devolvió el ataque, contrarrestando cada golpe con otro de los suyos. Cayeron rodando por el suelo hasta quedar atrapados. Will gruñía y protestaba, y después notó una mano que le apretaba la tráquea; otra le golpeaba la cabeza contra el suelo. Resistiéndose al enemigo, consiguió derribarle. Entonces se oyeron unos gritos. Mientras Will forcejeaba, un rayo de luz de luna iluminó el rostro del atacante. Jadeaba, y se apartó de él.</p> <p>En ese momento, los rayos de luz penetraban la penumbra y parecían suspendidos en el aire. Unos taconazos hicieron chirriar el suelo adoquinado, y una figura oscura se alejó corriendo del lugar. <i>Bolt</i> gruñó, se rompió un trozo de tela y se oyó un gañido. Will se levantó con mucho esfuerzo y vio que Willow salía corriendo con el báculo en la mano. Lo golpeó contra una superficie dura. Luego, el mastín se abalanzó contra el desconocido, pero el hombre se adentró rápidamente en la oscuridad.</p> <p>Duffred salió al jardín sosteniendo una vara metálica en su mano, y gritaba: «<i>¡Bolt, Bolt!».</i></p> <p>Dimmet puso un quinqué ante el rostro de Will, y preguntó:</p> <p>—¿Estás bien?</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Después de la experiencia, Will no acababa de entender lo que había sucedido.</p> <p>—¿Quién era ese hombre? —preguntó Willow mientras abrazaba a Bethe.</p> <p>Morann inspeccionó todo el jardín.</p> <p>—Ojalá lo hubieras podido ahorcar.</p> <p>—Lamento no haberlo hecho —respondió Will mientras se acariciaba la barbilla.</p> <p>Dimmet protestó:</p> <p>—Tenéis razón, eso es lo más importante.</p> <p>—Quienquiera que fuera, era un hombre fuerte —reconoció Will mientras cogía la tranca de la puerta para llevarla a su interior—. Fue lo único que pude hacer para contenerlo. Había una de esas criaturas voladoras que le ayudaba.</p> <p>—¿Un goggly? —se extrañó Dimmet—. Te advertí que era un bicho malvado.</p> <p>Todos siguieron a Will hacia el interior de la taberna. Willow le hizo sentar y empezó a curarle las heridas con un trapo húmedo.</p> <p>—Estoy bien —respondió—. Sólo son unos golpes y rasguños, y… ¡ay! un dedo torcido.</p> <p>—Al parecer, ese tipo trató de estrangularte —comentó Morann mientras se fijaba en la marca que había dejado la cuerda en el cuello de Will. Luego se volvió hacia la oscuridad y detectó movimiento.</p> <p>Eran Duffred y el perro. Duffred se acercó jadeando y con las manos vacías.</p> <p>—Se marchó, e hice venir a <i>Bolt</i>. No quería causarle ningún daño por culpa de un ladronzuelo.</p> <p>—¿Qué pasó, Will? —quiso saber Dimmet—. ¿Qué crees que andaba buscando?</p> <p>—Me buscaba a mí. —Will se tocó una herida abierta en la cabeza; todavía estaba asustado por lo sucedido—. Cuando pensé que ya le tenía, pasó algo muy raro. Vi claramente su rostro gracias a la luz de la luna.</p> <p>—¿Y bien? —preguntó Willow.</p> <p>—Me aterró porque… —Will negó con la cabeza— no tenía rostro. Y le dejé marchar.</p> <p>Morann y Willow se intercambiaron una mirada que revelaba desconcierto.</p> <p>—¿Y dices que no tenía cara?</p> <p>El enorme mastín se acercó a ellos. El animal seguía inquieto. Will añadió:</p> <p>—Era como el personaje de una pesadilla.</p> <p>Gwydion se hizo visible gracias a la luz del quinqué.</p> <p>—Quienquiera que fuera, no venía de una pesadilla.</p> <p>—Lo que quiero saber —insistió Willow mientras le acariciaba los brazos— es qué era ese bicho que trató de entrar por la ventana.</p> <p>—Era un goggly —aclaró Will.</p> <p>—¿Un qué?</p> <p>Morann explicó:</p> <p>—Según cuenta la leyenda, esos gogglies son como murciélagos maliciosos. Se supone que salen de sus madrigueras situadas bajo tierra para raptar bebés.</p> <p>Willow sacó el harapo empapado en sangre y agarró fuertemente a su hija.</p> <p>—Entonces, ¿buscaba a Bethe?</p> <p>Gwydion se sentó a la mesa y acabó de encender la vela. Explicó con un tono de voz serio:</p> <p>—Ya os advertí que tú y tu hija corríais peligro.</p> <p>Will negó con la cabeza.</p> <p>—No creo que buscara a Bethe, sino que quería que yo saliera al exterior.</p> <p>Morann interrumpió:</p> <p>—En la Isla Bendita se dice que esas criaturas proceden del Reino Inferior. Merodean por los lugares en los que existen aperturas que conducen a nuestro mundo.</p> <p>Morann miró fijamente a Will, quien rápidamente pensó en la cámara acorazada de la sala capitular abandonada, y en el agujero que conducía a las profundidades insondables.</p> <p>—Seguramente se trata de la misma criatura que me mordió la mano —reconoció—. Ya conozco esos bichos. Se congregaban en el techo abovedado del gran claustro de Verlamion.</p> <p>Morann colocó su sombrero sobre la mesa y se pasó los dedos por su larga cabellera.</p> <p>—Entonces, debo suponer que tu atacante era un agente de los manos rojas.</p> <p>—¿Los Invidentes? —se extrañó Willow mientras echaba un vistazo a su alrededor con evidentes muestras de preocupación—. ¿Así lo crees?</p> <p>Will protestó.</p> <p>—Mejor los Invidentes que Maskull.</p> <p>Miró a Morann y después a Gwydion, quien dijo con un tono de voz inexpresivo:</p> <p>—Debemos salir de aquí al amanecer. Hasta entonces, tratemos de descansar. Yo vigilaré.</p> <p>Cuando Willow terminó de secar la sangre del rostro de Will y de examinar los golpes, se fueron a la cama. Gwydion salió al jardín e insistió en que Dimmet atrancara las puertas tras de sí.</p> <p>—Bajo ningún concepto permitas que la gente entre o salga de noche. Al romper el alba, yo llamaré tres veces.</p> <p>Mientras Will se recostaba por segunda vez esa noche, empezó a sentir el cuerpo dolorido, aunque le complacía saber que las heridas eran de poca consideración. Sacó su pez rojo del zurrón y decidió colocarlo debajo de la almohada, del mismo modo que en casa había dormido con el amuleto contra pesadillas de Morann. Sin embargo, el pez estaba extrañamente frío al tacto y, bajo la atenuada luz de la luna, su ojo verde parecía observarlo con mirada ceñuda. Volvió a preguntarse qué había pasado esa noche.</p> <p>¿Dónde estaba Gwydion mientras se desarrollaba el ataque? Si había urdido un hechizo en la taberna para evitar cualquier mal, ¿cómo era posible que por poco el goggly no entrara en el establecimiento? El hechicero no urdió ningún hechizo para contrarrestar al atacante. ¿Por qué?</p> <p>Will bostezaba, pero no podía conciliar el sueño. Las dudas se apoderaron de su mente. Quizá Morann estuviera en lo cierto: tal vez el supuesto asesino fuera un agente de los Invidentes. ¿Qué pasaría si la brujería de la hermandad era más poderosa que la magia de Gwydion?</p> <p>Will no podía dormir, y sus pensamientos empezaron a formar una especie de motín y a ser más siniestros. ¿Y si Gwydion le había dejado solo en la taberna a propósito, sabiendo que se daría a conocer por toda la región? ¡Quizá lo hubiera utilizado de reclamo para atraer a Maskull! Gwydion nunca contaba todo lo que sabía. ¿Acaso sus aires de misterio no eran más que un engaño y una manipulación?</p> <p>Cuanto más pensaba en ello, más lógico le parecía. Pero, fuera cual fuera el juego de Gwydion, tenía razón en una cosa: Willow debía volver a casa sin dilación.</p> <p>Al cabo de unas horas, los primeros tímidos destellos de sol empezaron a filtrarse por las contraventanas. Oyó a Dimmet y a Duffred moverse por la taberna, de modo que se levantó y bajó para ayudarles a preparar el desayuno de despedida. Will se dio cuenta de que Morann ya se había vestido y preparado para partir.</p> <p>—Yo tampoco pude dormir —admitió—. Y como el Maestro Gwydion ha montado guardia en plena noche, pensé que otro par de ojos no estarían de más.</p> <p>Oyeron tres golpes en la puerta, y Gwydion hizo su aparición. Asintió ante Morann, quien pronunció una palabra en lengua verdadera; luego, el hechicero entró.</p> <p>—Viejo amigo, tienes un corazón recio. Quedan muy pocos como tú en el mundo, lo cual me produce una gran tristeza. En cuanto a ti, Willand, debemos partir tan pronto como salga el sol.</p> <p>Will esperó a que Gwydion se sentara, después se inclinó hacia adelante y bajó el tono de voz.</p> <p>—Escucha: quiero ayudar a evitar la guerra, si es posible, pero después de lo que ha pasado esta noche creo que Willow y Bethe estarán a salvo en otra parte. Me comentaste que el Valle corría el peligro de convertirse en otra Pequeña Matanza. ¿Cómo puedo pedirle a Willow que regrese allí?</p> <p>—Hasta hace poco, el Valle corría el mismo peligro que Pequeña Matanza —aclaró Gwydion, quien parecía hablar midiendo las palabras—. Pero ahora, ese peligro ha desaparecido.</p> <p>—¿Cómo puedes estar tan seguro de ello?</p> <p>—Porque el Valle únicamente estaría en peligro si Maskull hubiera dado con él.</p> <p>—Tal vez lo haya hecho.</p> <p>—Tal vez. Pero tú ya no estás allí, y Maskull lo sabe.</p> <p>Will se inclinó hacia atrás en su asiento.</p> <p>—¿Cómo puedes saber lo que él sabe?</p> <p>Gwydion miraba fijamente a su protegido.</p> <p>—Porque el atacante de esta noche fue enviado por él.</p> <p>—¿Por qué lo dices?</p> <p>—Recuerda la ley: «Por su magia los conoceréis». Ayer por la noche, salí para ver si podía rastrear su presencia.</p> <p>—¿Y la encontraste?</p> <p>—Es sorprendente lo débil que es el carácter de las personas cuando creen que no son observadas. El sicario de Maskull era débil pero tenía las ideas claras.</p> <p>Will se tocó la barbilla, las dudas que había albergado esa misma noche todavía revoloteaban en su cabeza.</p> <p>—Temo por Willow y mi hija. No puedo evitarlo.</p> <p>—Entonces, convéncelas de que regresen a casa.</p> <p>Finalmente, Will asintió con la cabeza.</p> <p>—Lo intentaré.</p> <p>Cuando Willow apareció, abrazó a su hija y se sentó.</p> <p>—Buenos días —saludó mientras miraba a los dos hombres.</p> <p>Will la cogió de ambas manos.</p> <p>—¿Harás algo para ayudarme?</p> <p>—Si creo que eso pueda ayudarte.</p> <p>—¿Recuerdas mi talismán? ¿El pez verde?</p> <p>Ella escudriñó el rostro de su marido y éste se dio cuenta de que Willow no esperaba esa pregunta.</p> <p>—¿Te refieres al que normalmente llevas atado alrededor del cuello? ¿Qué hay de él?</p> <p>—No lo llevo conmigo.</p> <p>—Lo sé. Te lo dejaste colgado en un clavo de la puerta trasera de nuestra casa. No te preocupes, lo puse a buen recaudo.</p> <p>Él negó con la cabeza.</p> <p>—Pero lo necesito.</p> <p>Willow le miró con suspicacia.</p> <p>—Will, si ésta es tu estrategia para enviarme de vuelta a casa…</p> <p>Él apretó con fuerza las manos de su esposa.</p> <p>—Jamás te mentiría, Willow. Se trata de algo importante para mí. Cuando yo era un bebé y Gwydion me llevó al Valle, ya tenía el talismán. Estaba en mis manos cuando partí la Piedra del Destino de Verlamion. Siempre ha sido un gran consuelo para mí. Lo necesito.</p> <p>Willow aguantó sin pestañear la mirada de su marido; parte de ella seguía pensando que querían quitársela de encima, pero entonces se recostó en su asiento y suspiró:</p> <p>—Bien, si crees que lo necesitas, iré a buscarlo.</p> <p>—Gracias —respondió aliviado Will—. Sabía que lo entenderías.</p> <p>Pero ella no parecía muy contenta con esta solución.</p> <p>—Hay un par de preguntas que debo hacerte, Willand. ¿Cómo crees que encontraré el camino de vuelta a casa? ¿Y cómo te encontraré si te marchas de aquí?</p> <p>—Eso tiene fácil solución —interrumpió Gwydion—. Morann te ha traído hasta aquí, y te llevará de vuelta a casa. ¿No es así, Morann?</p> <p>Morann suspiró mientras asentía con la cabeza.</p> <p>—Eso parece.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 600%; hyphenate: none">SEGUNDA PARTE:</p> </h3> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">«UNA BATALLA PERDIDA»</p> <p></p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 8</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Esta tierra pantanosa</p> <p style="margin-top:5%">Will se despidió de su esposa mientras <i>Avon</i> seguía al caballo de Morann alejándose de la taberna Osa Mayor.</p> <p>—No os perdáis por el camino —recordó a Willow mientras ella abandonaba el jardín.</p> <p>—Ni tú.</p> <p>—Cuida de ella —pidió a Morann.</p> <p>—Por supuesto; lo haré.</p> <p>Gwydion se quedó charlando un rato con Dimmet, después cogió su báculo, llamó a Will y reemprendieron la marcha. Will eligió el sendero que discurría al sur de Eiton. Lo recorrieron y, al llegar al lugar donde el camino y la línea del fresno se cruzaban, se desviaron para andar a campo traviesa. Poco después, llegaron a un riachuelo.</p> <p>—Esta es la bifurcación norte del afluente Charrel —aclaró Gwydion—. Discurre a varias leguas hacia el sur y cruza algunos territorios propiedad de los Invidentes. Esta agua confluye en un río que pasa por los dominios del conde de Ockhamsforth. El río, llamado Iesis, desemboca en la gran ciudad de Trinovant. ¿Entiendes qué ejemplo de norma mágica esencial ilustra este río?</p> <p>—Yo diría que la lección es que todo está interconectado: todo el tiempo y todo el lugar, como si fueran aguas de ríos —respondió Will.</p> <p>—¡Bien dicho, sí señor!</p> <p>Will atravesó las aguas para seguir el trayecto de la línea de energía. En esos momentos, la fase de la luna era casi llena, de manera que la línea no tenía pérdida. Aun así, la energía iría variando en intensidad según avanzaba el día, y Will estaba convencido de que se desviarían del trazado correcto. Buscó un pequeño sendero en la ribera del Charrel entre los mimbreros, y encontró lo que andaba buscando. Un avellano. Cortó una rama y la talló en forma de varita con poderes mágicos. Mientras caminaban, Will pensaba en Willow y su partida.</p> <p>—Cuídate, Willand —fue todo lo que ella dijo, pero momentos antes lo había abrazado y sujetado con fuerza, como si nunca más fueran a verse. Ahora se preguntaba qué instrucciones habría dado Gwydion a Morann acerca de Willow y Bethe cuando éstas estuvieran en el Valle. ¿Las dejaría allí, desoyendo los deseos de Willow?</p> <p>Miró a Gwydion, y empezaron a preocuparle los temores que le habían asaltado la noche anterior que había pasado en vela. Desaparecieron tan pronto como se levantó, y ahora Gwydion parecía albergar nuevamente la mejor de las intenciones. El sol matinal brillaba con intensidad. Volvían a ser dos, dos personas contra viento y marea que emprendían un peligroso viaje cargado de infinitas posibilidades.</p> <p>—Es extraño —comentó— que un hombre recuerde lo que ha sido su vida mientras está de viaje.</p> <p>—Un hombre viaja por la vida porque la vida es un camino —sentenció Gwydion—. ¿Qué recuerdos te han venido a la memoria?</p> <p>—Básicamente buenos recuerdos. Estaba pensando en el sanador Gort. Me acordé de él cuando pasamos por el prado. ¡Cuánto me gustaría volver a verlo!</p> <p>Gwydion se fijó en el prado bordeado de ortigas y acederas.</p> <p>—¿Y de quién te acuerdas en este lugar?</p> <p>—Del animal que me mordió la mano.</p> <p>—¿Y qué has decidido al respecto?</p> <p>—Sé que no es una buena idea poner en entredicho una curación, pero me preguntaba si hubieras podido cicatrizar mi herida sin conocer el nombre de esa bestia.</p> <p>—Así pues, ¿crees que sé qué es ese bicho?</p> <p>—Sí. —Will clavó su mirada en el hechicero—. ¿Qué es?</p> <p>Gwydion inclinó su cabeza dando a entender que no tenía más remedio que revelar un secreto.</p> <p>—Es un ked.</p> <p>—¿Un ked? —repitió Will mientras pensaba en la palabra.</p> <p>—Todos los rumores acerca de él son ciertos, salvo que secuestra a niños. Eso sólo lo dicen los Invidentes.</p> <p>—Sabía que el animal no era peligroso —reconoció Will con cierto aire de triunfalismo.</p> <p>—Por supuesto que lo sabías, porque tienes una sensibilidad especial hacia otros seres. Es lo que Gort denomina «afinidad». Los keds provienen de las regiones norteñas del Reino Inferior. Los viste en el claustro de Verlamion. Muchos de los recintos de la hermandad, incluido el complejo de Verlamion, están construidos sobre antiguas aberturas. Los Invidentes animan a esos bichos a subir con la promesa de que les darán setas.</p> <p>Will parecía extrañado.</p> <p>—¿Setas?</p> <p>—Y hongos. A esos bichos les encantan, especialmente si los untan con miel. Algunos pican el señuelo y suben a la superficie. Pero los manos rojas los atrapan para luego dejarlos colgados en el techo.</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>—Los almacenan para luego comérselos.</p> <p>Will frunció el ceño.</p> <p>—¿Y a quién le puede apetecer comer algo así? Además, yo creía que los manos rojas vivían de la sangre.</p> <p>—Efectivamente. Pero les encanta la sangre de los keds. Hace tiempo, Anstin el ermitaño me contó que la hermandad tiene por costumbre matar a esas criaturas con ballestas, así no les falta el «mejor vino» durante los días sagrados de su calendario.</p> <p>—¡Eso es despreciable!</p> <p>—Los Invidentes deben controlar las mentes de quienes esclavizan. ¿Cómo podrían hacerse con ese poder si permitieran a su pueblo vivir de la forma acostumbrada? Tienen una serie de rituales que inciden en cada aspecto de la vida, ritos que pretenden acabar con el espíritu individual de un hombre hasta convertirlo en un ser totalmente insensible. De este modo, se aseguran que ese hombre les pertenezca.</p> <p>—¿Crees que ese ked escapó cuando Isnar destruyó el claustro?</p> <p>—Es posible.</p> <p>—No es de extrañar que me mordiera. En su lugar, yo habría hecho lo mismo.</p> <p>—Me entristece cuando una de esas criaturas siente la tentación de subir a nuestro mundo por algún motivo, aunque afortunadamente ocurre muy pocas veces. La mayoría son incitados por la hermandad, a pesar de que algunos suben a la luz por cuenta propia, ya que son criaturas curiosas por naturaleza. Las que logran escapar son injustamente perseguidas por malvadas.</p> <p>—¿Qué podemos hacer al respecto?</p> <p>—Es tarea de todo el mundo hacer que la vida sea lo menos injusta posible.</p> <p>Will se calló. A pesar del cálido sol que calentaba su espalda, la hierba fresca que rozaba sus pies y el olor a flores silvestres que impregnaba el aire, Will se sintió incómodo con los comentarios de Gwydion. Trató de desviar su atención, y enseguida encontró otra materia de conversación.</p> <p>—Quería preguntarte si finalmente el duque Richard te ha dado permiso para entrar en Foderingham.</p> <p>Gwydion se quedó pensativo por unos instantes y después golpeó su báculo contra el suelo.</p> <p>—Quizá conviene que te informe al respecto, puesto que los negocios de esos caballeros inciden directamente en el desarrollo de nuestros asuntos. Cuando llegué a Foderingham, encontré el castillo infestado de soldados preparándose para entrar en guerra. La reina ha estado tramando algo, esta vez con Henry de Bowforde, hijo del difunto Edgar de Bowforde, duque de Mells, el mismo que fue muerto en Verlamion.</p> <p>«¿Cómo podía olvidarlo?», se preguntó Will mientas recordaba el cuerpo ensangrentado y tullido de Edgar. Se decía que el duque era el padre biológico del hijo de la reina Mag y que ese niño, que ahora tenía cinco años, había sido designado oficialmente heredero al trono del rey Hal.</p> <p>Will repuso:</p> <p>—Ahora, Henry es el duque de Mells, y me imagino que está tan comprometido con la reina Mag como lo estaba su padre. A fin de cuentas, ella es la madre del hermanastro de Henry.</p> <p>—Correcto. —Gwydion se acarició la barba—. Quienes no ven más que lo que hay delante de sus narices consideran a la reina Mag una mujer de una belleza inigualable. Ella siempre ha utilizado su físico para esclavizar a quienes luego utiliza. No tengo la menor duda de que está alentando a Henry y tampoco me extrañaría que lo haga en nombre de Maskull.</p> <p>—He oído decir que siempre trata a los cortesanos a su antojo. Me sorprende la facilidad con la que ella misma se ha convertido en objeto.</p> <p>—Es difícil resistirse a Maskull —suspiró Gwydion—. Él no cree en las limitaciones y a lo largo de los años ha reclutado a mucha gente. La reina y Henry de Bowforde son una pareja temible. Desde que Henry heredó las vestiduras del ducado de su padre, ha jurado vengarse de Richard de Ebor. Hace cuatro años, prometió humillar al hombre al que considera responsable de la muerte de su padre. El es, a sus veintidós años de edad, el joven más incorregible de Trinovant.</p> <p>Will sacó su varita y plantó sus pies en el suelo.</p> <p>—Al parecer, los nobles nunca se ciñen a las leyes.</p> <p>Gwydion se colocó a un paso de distancia de Will.</p> <p>—Ahora que el rey Hal se ha recuperado, no hay ley que valga. Su restablecimiento fue anunciado por un comité de eminentes sanguijuelas a quienes, según he podido saber, la reina pagó para que tomaran esa tan conveniente decisión.</p> <p>—Así pues, ¿el protectorado ha desaparecido?</p> <p>—Peor aún. Una vez más, está previsto convocar un gran consejo de nobles. Eso no le ha sentado demasiado bien a Richard de Ebor, porque teme que pueda ser sentenciado a muerte. El amigo Richard está llevando a cabo una violenta campaña política en Trinovant en un esfuerzo por salvar la paz, pero su situación es precaria.</p> <p>—¿Y qué ocurrirá?</p> <p>—Se verá obligado a dimitir. En mi opinión se retirará al centro, al castillo de Ludford. Allí, en los confines de Occidente, empezará a reunir sus fuerzas y a sus amigos. Hará venir a Lord Sarum del norte, y el conde Warrenwyk acudirá en su ayuda desde los mares angostos. Creo que se verá obligado a realizar un último y glorioso movimiento.</p> <p>Will se rascó la cabeza al darse cuenta de que había perdido la línea de energía. Se fijó en el tapiz de verdes y amarillos que conformaba la pradera, un entorno pacífico y ordenado que, sin embargo, estaba al borde de un terrible baño de sangre.</p> <p>—Debes pedirle al duque Richard que nos proporcione hombres y caballos para poder movernos rápidamente por la región y encontrar lo que buscamos. Con caballos que montar y hombres que nos ayuden a cavar, ¡habremos acabado con cualquier infección!</p> <p>Gwydion se inclinó para observar el terreno que se abría a sus pies.</p> <p>—Creo que el amigo Richard no nos prestará ninguna ayuda. Tal vez esté dispuesto a caer bajo la influencia del lorc.</p> <p>—En ese caso, deberá darnos la fuerza suficiente para enfrentarnos a los Invidentes de Verlamion. Debemos destruir la Piedra del Destino y ver si realmente se ha sanado.</p> <p>—Ningún noble se alzará contra los Invidentes.</p> <p>Will anduvo unos metros con su varita para inspeccionar el terreno, luego cogió un guijarro y lo lanzó hacia una superficie desordenada y cubierta de hierba. La inexpresividad de las palabras de Gwydion le asustó.</p> <p>—Entonces, ¿qué podemos hacer?</p> <p>—Trabajar pacientemente —respondió el hechicero—, y seguir avanzando poco a poco, aunque ahora parece que nos encaminas hacia un terreno pantanoso.</p> <p>Gwydion tenía razón. La hierba estaba húmeda, y al rato Will descubrió que sus pies se hundían. Intentó ejercer presión sobre el punto que indicaba la varita, pero fue como si el sol se hubiera escondido detrás de una nube, y de pronto sintió un escalofrío que parecía corroerle la piel. Cuando volvió a levantar la varita, creyó sentir un leve hormigueo en las manos, pero era una sensación indeterminada, como si por un momento la energía se hubiera retirado bajo tierra.</p> <p>Tenía una cualidad muy intensa y parecida a la línea Indonen. Will empezó a temblar, y echó un vistazo a su alrededor. No había pájaros volando por las inmediaciones. El suelo estaba húmedo, era un sombrío lodazal en el que los árboles no crecían, sino que se doblaban y retorcían como la vegetación de un pantano azotado por el viento. Una nube de mosquitos revoloteaba sobre un charco de agua fétida. Se le antojó un lugar lúgubre, y sintió cómo su corazón se encogía. Deseaba ver a Willow por encima de todo, pero de pronto le asaltó la sensación de que jamás volvería a verla.</p> <p>Empezó a notar que sus pies se hundían lentamente en el suelo pantanoso. Advirtió a Gwydion que el lugar le parecía muy desagradable, y sugirió tomar la ruta del sur. Pero Gwydion seguía apoyado en su báculo sobre tierra firme. Comenzó a preguntarle a Will acerca de sus pensamientos y sensaciones.</p> <p>—Es como… como pisar un cementerio con las tumbas abiertas y los ojos cerrados —explicó mientras se sentía invadido por una nueva oleada de terror—. Ningún pájaro ni animal se acerca por aquí. ¿Ves como esos mosquitos vuelan frenéticamente? ¡Fíjate! ¿No te das cuenta lo trastornados que están? Se sienten atrapados. Gwydion, noto como mi corazón se marchita, al igual que mi valor. Se trata de una sensación helada y letal. No me gusta este lugar.</p> <p>Cuando Will trató de mover las piernas, descubrió una vez más que tenía los pies hundidos bajo la superficie. Era muy difícil resistirse a la fuerza de succión. Primero intentó soltar un pie, después otro, pero sólo conseguía hundirse más. Notó frío en las pantorrillas, y después un agua oscura que cubría la parte trasera de sus rodillas.</p> <p>El pánico se apoderó de él.</p> <p>—¡Gwydion, no puedo salir!</p> <p>—Anda con cuidado, Willand.</p> <p>Lo intentó, pero fue inútil.</p> <p>—¡Gwydion, ayúdame! ¡Me estoy hundiendo!</p> <p>—¿Es cierto que no puedes salir por tus propios medios? —preguntó Gwydion mientras lo observaba imperturbable.</p> <p>—¡Gwydion, por favor! ¡Mírame! ¡Me estoy hundiendo!</p> <p>Pero el hechicero sólo observaba sin inmutarse, mientras Will se esforzaba por salvar su vida. Parecía que el pantano no quisiera dejarlo marchar. Mientras sus piernas se movían sin llevarlo a ninguna parte, Will percibió un desagradable olor que surgía de esas aguas mugrientas. Era un hedor parecido a los huevos podridos. En ese momento, el lodo le llegaba casi a la cintura.</p> <p>—¡Gwydion! —exclamó mientras el pánico se apoderaba de él y su cuerpo se hundía.</p> <p>Entonces, el hechicero empezó a bailar. Se acercó rápidamente al pantano y extendió su báculo hacia Will; pronunció unas palabras hasta que la cabeza del bastón comenzó a brillar con un destello azul. En ese preciso instante, Will descubrió que podía erigirse lentamente. Anduvo tambaleándose hasta tierra firme, y una vez allí se estiró en el suelo.</p> <p>—¡Gracias, amigo! —exclamó en un tono de voz acusador mientras el hechicero se acercaba.</p> <p>Will sacó de su zurrón una camisa de recambio, luego se alejó unos cien pasos para sentarse a solas junto a un matorral. Estaba enfadado, pero logró sacarse el lodo de las piernas y después bajó hasta un riachuelo para acabar de limpiar su cuerpo y la ropa; escurrió el agua sucia de la camisa y la extendió en el suelo para que el sol la secara. Estaba muy enfadado, pero pronto volvió a sentir el calor del sol a sus espaldas y se tranquilizó. Supo que había estado en un lugar de horrores inauditos.</p> <p>—Creí que me ibas a dejar allí abajo. ¿Por qué no actuaste antes?</p> <p>Gwydion movió su báculo con amplios movimientos.</p> <p>—Quería ver dónde está exactamente la piedra de batalla.</p> <p>Will negó con la cabeza en un gesto de arrepentimiento.</p> <p>—No es trabajo para un hombre mayor. Hemos descubierto una piedra de batalla, aunque apenas hemos recorrido dos leguas desde Eiton. A este paso, ¡habremos detenido la guerra antes de que empiece!</p> <p>—Así es como los jóvenes caen presas del optimismo. Para impedir la batalla, primero debemos desenterrar la piedra. Y eso no será tarea fácil en esta tierra pantanosa.</p> <p>Will se fijó en el oscuro cenagal que había junto al riachuelo Charrel, y se dio cuenta de que Gwydion tenía razón. El terreno en el que Will había forcejeado estaba cubierto de agua mugrienta. Sería imposible que dos hombres pudieran desenterrar una piedra de batalla.</p> <p>—Me temo que el Charrel habrá alterado su curso desde que se enterró esta piedra.</p> <p>—Quizá la piedra sea la causante de ese desvío.</p> <p>El hechicero asintió con la cabeza.</p> <p>—Es posible.</p> <p>Will frunció el ceño.</p> <p>—¿Qué crees que deberíamos hacer?</p> <p>—Por ahora, nada.</p> <p>—¿Nada? ¿Ni siquiera envolverla en hechizos de contención?</p> <p>El hechicero miró a Will con un gesto de desaprobación.</p> <p>—¿Crees que con la piedra enterrada podremos invocar el poder del lorc? En mi opinión, obrar así sería muy peligroso. Mis hechizos quedarían expuestos y atraerían a un tipo indebido de magos.</p> <p>—¿Y qué?</p> <p>—Eso depende de si crees que se trata de una piedra principal o menor.</p> <p>Will esbozó un gesto de incertidumbre.</p> <p>—En este caso no estoy seguro. El sol y la luna no forman el ángulo correcto con la piedra para averiguarlo.</p> <p>El momento más intenso de poder terrenal se llamaba, según Gwydion, un «syzygy» —cuando la luna estaba llena o era nueva—; o, en menor medida, el momento de la «cuadratura», cuando la luna estaba medio iluminada.</p> <p>—No podemos hacer nada para alterar las fases de la luna —explicó Gwydion mientras bostezaba—. Será mejor que continuemos con la línea Indonen. ¿Crees que podrás seguir su rastro?</p> <p>—Creo que sí, al menos durante unas horas.</p> <p>—Entonces, intenta localizar el punto exacto de esta piedra de batalla. Yo memorizaré la ubicación. —Gwydion echó un vistazo a su alrededor y posó su mirada sobre unos árboles que había detrás del prado—. El pueblo más cercano se llama Arebury. Deberías acordarte de ese nombre, porque algún día tendrás que volver aquí.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 9</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Cazadores de piedras</p> <p style="margin-top:5%">Se detuvieron en una cuesta cuando Will perdió el rastro de la línea. Gwydion sugirió subir una colina para detectar las posibles señales, buscar desfiladeros, manantiales ocultos y bosquecillos sagrados, así como las torres y las agujas de los Invidentes puesto que el hechicero creía que éstas estarían profanando las líneas. Sugirió que Will se concentrara en esa dirección, luego en otra, y así lo hizo. Entonces fue cuando el joven captó una señal sobre la ubicación exacta de la línea Indonen.</p> <p>A última hora de la tarde, el sol se sumergía bañado de rojo por el horizonte, detrás de una extensa neblina. Los condados del centro se abrían ante ellos, unas regiones amplias, productivas y agradables. La tierra parecía vacía a pesar de los hechizos que había urdido Gwydion para resguardar el territorio de todas las miradas inquisitivas, aunque Will se dio cuenta de que esas tierras habían sido cultivadas. Los largos siglos de atentos cuidados habían convertido el Reino en lo que era en la actualidad, y Will lo encontraba hermoso. Los últimos años del protectorado del duque Richard habían servido para que la región y sus habitantes se recuperaran, y se le partió el corazón al pensar que todas sus ganancias pronto quedarían destruidas por efecto de la guerra.</p> <p>Will percibió en dirección sur una enorme mancha de color gris oscuro: era la ciudad de Baneburgh. Guió al hechicero durante el largo atardecer mientras seguían vagamente la línea; evitaron atravesar la colina, el pueblo y los campos arados. Unas cuantas ovejas se acercaron a ellos al pasar, eran unos animales inocentes, amistosos y algo inquietos. Sabían que una energía extraña circulaba por sus praderas. A menudo, las ovejas se acercaban a Gwydion porque éste tenía un aura alrededor de su persona que atraía a los animales. Era una cualidad parecida al amor, aunque también era posible que los animales buscaran consuelo.</p> <p>Will contempló el horizonte rojizo, preguntándose cuánto se habría reforzado la línea en tan poco tiempo. Cuando llegaron a una colina que daba al pueblo de Tysoe, se detuvieron para subirla por la tarde. Will caminaba delante. Descubrió que alguien había clavado dos estacas de madera sobre la tierra. Eran casi tan altas como Will, y estaban separadas a una anchura que mediría el doble de su altura. Una de ellas estaba manchada por los excrementos de un gavilán. Gwydion se sintió intrigado por esas estacas, y mientras Will se sentaba con las piernas cruzadas y contemplaba el atardecer, el hechicero empezó a bailar unos hechizos alrededor de la colina, y tardó un rato en unirse a Will.</p> <p>El largo crepúsculo rojizo desfalleció lentamente, dejando tras de sí un concierto de canciones de pájaros que Gwydion escuchó atentamente. Will se deleitó con la absoluta belleza de la puesta de sol por el horizonte. Era un tipo de belleza que no había presenciado en el Valle. Los tonos rojos, dorados, rosas y púrpuras convertían el cielo en un enorme horno candente. Le recordó el más allá, el reino brillante de la nada que se abría en la cara más lejana del cielo.</p> <p>A medida que caía la noche, empezaron a surgir estrellas y un profundo sosiego se apoderó de la región. Will adoptó la postura del rabdomante para preparar su mente. Desde el principio, de un modo imperceptible, empezó a notar una gran tensión. Al cabo de un rato, la luz de la luna captó a la línea Indonen que brillaba bajo tierra con un destello plateado. Will se acordó de la primera noche en la que había seguido a un desconocido por el Valle y ese forastero le había tocado los ojos e iluminado la oscuridad con el destello verde plateado de un elfo.</p> <p>—Dime qué ves ahora —ordenó Gwydion.</p> <p>—Veo unos destellos muy nítidos —susurró con voz temblorosa—. La Indonen discurre desde un punto del horizonte hasta cerca de ese olmo; creo que está situada a medio camino entre el este y el noroeste. Pasa por debajo de esa pequeña colina del sur hasta donde se alza la luna.</p> <p>Gwydion entornó los ojos mientras hacía un esfuerzo por memorizar la información.</p> <p>—¿Qué más?</p> <p>Will se quedó boquiabierto, puesto que apenas podía creer lo que veían sus ojos.</p> <p>—¡Sí! Hay otra línea, y creo que cruza Indonen. ¡Allí!</p> <p>—Descríbemela.</p> <p>—Parece mucho más débil de lo que es, como si se tratara de un fluido más oscuro y turbulento. Tal vez más… verdoso. —Apartó su dedo derecho del hombro mientras suspiraba, aunque tenía los ojos cerrados—. Procede de un lugar entre el oeste y el noroeste, y pasa por aquí hasta el sur de Baneburgh.</p> <p>—¿Es Eburos? —Esa era la línea sobre la que se erigía el Anillo del Gigante.</p> <p>—No.</p> <p>—¿Estás seguro?</p> <p>—Totalmente. ¿Acaso no aprecias la diferencia, Gwydion?</p> <p>Pero el hechicero sólo contemplaba la oscuridad que envolvía Tysoe como alguien que tratara de abrirse paso entre una densa niebla. Oyeron el gorjeo de un chotacabras a lo lejos. En ese momento, la luna se alzaba bañada de un intenso dorado.</p> <p>—Entraremos en luna llena tras el próximo amanecer —aclaró Gwydion—. Creo que ésta es la razón por la cual ves las líneas con tanta claridad.</p> <p>—Están muy activas —reconoció Will, quien empezó a sentir el flujo de energía a sus pies—. La energía se mueve bajo tierra.</p> <p>—La segunda línea debe de ser Caorthan, la línea del serbal —añadió Gwydion.</p> <p>Will miró fijamente la línea. Parecía brillar con mayor intensidad a medida que la observaba, derramando su poder hacia las corrientes serpenteantes de la tierra circundante. Después, Will dijo con asombro:</p> <p>—¡Oh, Gwydion, es una línea intensa!</p> <p>El hechicero se acercó.</p> <p>—En ese caso, dime lo que sientas.</p> <p>—Son dos flujos ascendentes, y los dos rebosan energía. Pero hay algo que no marcha bien. Debería notar una sensación hermosa, pensar en la luz de la luna, las cascadas y los verdes bosques. Pero la línea no suscita estas imágenes en mí.</p> <p>De repente, una serie de colores empezaron a dar vueltas en la cabeza de Will, y oyó una música en el cielo. Después, una llama barrió las estrellas: era un fuego dorado que ardía en espiral hasta extinguirse. Lo único que quedó fue un azul oscuro moteado por incontables joyas luminosas. Encima de todo ello, se apreciaba el blanco reluciente de la luna, un disco perfecto que borraba las estrellas. Will levantó el rostro para beber de ese místico fulgor.</p> <p>Se tumbó en el suelo mientras el resplandor envolvía su cuerpo, y se quedó paralizado por unos rayos plateados que parecían mantenerlo unido a la tierra. Mientras permanecía estirado, escuchó con atención la música que retumbaba en oleadas como el agua de un océano y colmaba el cielo. Los huesos de su cuerpo también parecían reverberar con el único acorde que le unía con todas las personas y todas las cosas. Gritó de alegría porque, de repente, lo entendía todo.</p> <p>Era como si se hubiera despertado de un sueño largo y profundo. Echó un vistazo a su alrededor y notó que Gwydion había colocado las manos sobre su hombro, y que lo movía suavemente. Estaba sentado con las piernas cruzadas de cara al este, la espalda daba a la luna que poco a poco desaparecía para dar paso al amanecer. Por el aspecto que presentaba el cielo, el sol no tardaría más de una hora en nacer. Todo parecía gris y monótono comparado con las vividas visiones que hacía un momento habían colmado su mente.</p> <p>—¿Qué me ha ocurrido? —preguntó mientras tocaba la escarcha con sus manos y piernas.</p> <p>—Te has pasado toda la noche absorto en tus pensamientos. Te has adormecido.</p> <p>—¿Adormecido?</p> <p>Gwydion se rió entre dientes.</p> <p>—Debido a la música del lorc. Si hubieras nacido en otra época, Will, habrías sido un magnífico arpista. ¿Estás bien? Yo diría que sí, aunque algo afectado por la luna.</p> <p>Will se levantó y empezó a andar por los alrededores, aunque no vio la necesidad de seguir. No tenía frío ni sus huesos estaban entumecidos, como cabía esperar después de pasar la noche en el suelo.</p> <p>—Me siento… —Will se echó las trenzas hacia atrás y dijo medio dormido—: Estoy muy, muy bien.</p> <p>—Pero, ¿puedes percibir la piedra de batalla?</p> <p>Will sabía que Gwydion estaba mostrando mucha paciencia con él, y que esperaba que ordenara un poco sus pensamientos.</p> <p>—¿Hay alguna piedra por estos alrededores?</p> <p>—Yo diría que sí.</p> <p>—Déjame ver.</p> <p>Anduvo tambaleándose durante un rato. Después, los dos bajaron y se acercaron a la línea, momento en el cual Will comenzó a percibir cómo la sensación de bienestar iba desapareciendo. Una desagradable desesperación se apoderó de él.</p> <p>Gwydion preguntó:</p> <p>—¿Se trata de una piedra principal o secundaria?</p> <p>Will, que ya estaba despierto del todo y se mostraba prudente, se compuso para responder. Cerró fuertemente un puño y se lo llevó a la frente en un esfuerzo por saber la respuesta.</p> <p>—Creo que podría ser más débil que la piedra de Arebury.</p> <p>—Willand… —Gwydion empezó a zarandearlo suavemente—. Tenemos trabajo que hacer.</p> <p>El joven volvió a hacer otro esfuerzo para superar su malestar.</p> <p>—No estaré seguro si no nos acercamos más. Y no me atrevo a acercarnos más. Al menos, no ahora.</p> <p>—¿Por qué no?</p> <p>—Tal vez si la luna se pusiera o amaneciera. Ahora es como tratar de ver a lo lejos en plena lluvia. Un día se puede ver una colina lejana con total claridad, pero quizás en otro momento no se puede ver nada. Posiblemente, lo sabría si nos acercáramos más.</p> <p>Gwydion echó un vistazo a su alrededor, y luego asintió con la cabeza.</p> <p>—Si así lo crees.</p> <p>Rodearon el lugar donde las dos corrientes de energía se cruzaban y, a medida que se acercaban, Will empezó a sentir náuseas. No podía evitar acordarse del pantano sucio y absorbente al que había caído el día anterior. Captó de nuevo el mismo olor insoportable a podredumbre, aunque no vio nada que pudiera causarla. Sintió arcadas mientras aguardaba, medio tambaleándose, a que Will se acercara a él.</p> <p>—Está aquí —informó—. ¿Quieres que volvamos a empezar?</p> <p>Pero Gwydion seguía mirando hacia la colina que quedaba a sus espaldas, y de la cual procedían. Parecía inquieto por algo.</p> <p>—No deberíamos desenterrarla.</p> <p>—¿Quieres dejar otra piedra sola? —Will se sintió disgustado por este comentario—. ¿Esta vez cuál es la excusa, Gwydion?</p> <p>Los gestos del hechicero disiparon su enfado.</p> <p>—Quizás esté enterrada demasiado hondo.</p> <p>—Gwydion, debemos sacarla. ¿Qué objeto tiene encontrar esos monstruos si no acabamos con ellos?</p> <p>—Creo que no debemos matar éste sin haber matado otro.</p> <p>—¿A qué otra piedra te refieres? ¿De qué estás hablando? ¿Te refieres a la piedra de Arebury, con la que tampoco hicimos nada? —Will esperó una respuesta de Gwydion, pero éste no añadió nada—. He estado pensando en Maskull. No acabo de entender por qué quiere matarme, ni por qué tú no quieres hablarme de ello.</p> <p>El hechicero dio una vuelta alrededor del emplazamiento de la piedra, y después, sin perder la calma, empezó a bailar.</p> <p>—Este no es el lugar ni el momento para hablar de ello.</p> <p>—Gwydion, ¿cuándo será un buen momento? ¡Quiero saber lo que está pasando!</p> <p>—No lo entenderías. Sus motivos son complejos.</p> <p>—¿Él es el mal?</p> <p>—No en el modo en que tú utilizas, incorrectamente, esa palabra.</p> <p>—¿Pues qué es?</p> <p>—Ha optado por creer en soluciones poco amables.</p> <p>—¿Pues por qué elegiste deshacerte de él, cuando podrías haberle matado?</p> <p>El hechicero interrumpió sus movimientos y miró severamente a Will.</p> <p>—Le dejé marchar porque no puedo matarle.</p> <p>—¿Quieres decir que él tiene más poder que tú?</p> <p>—Eso, Willand, está por ver.</p> <p>Will cruzó los brazos, molesto por la danza del hechicero alrededor de la piedra. En ese momento, le pareció ridícula.</p> <p>—Habría sido mejor encarcelar a Maskull en vez de desterrarlo. Durante mucho tiempo, ni siquiera sabías que había escapado. Y ahora no sabes dónde está.</p> <p>Gwydion le lanzó una mirada de desprecio.</p> <p>—Hablas como si en Verlamion hubiera dispuesto de todo el tiempo del mundo para dar latigazos a Maskull y enviarlo a la isla de Gulls. Ya te he dicho que tuve suerte de poder urdir un hechizo contra él mientras nos batíamos en la torre del toque de queda. No planeé esa acción como una solución a largo plazo. Nos encontrábamos en una situación de emergencia. Como bien sabes, un hechizo de desaparición siempre acaba por devolverte a la persona desaparecida. Por tanto, sabía que nos libraríamos de él durante, al menos, trece meses. Además, hay otras consideraciones.</p> <p>—Siempre las hay. —Will se alejó, pero apenas había recorrido dos pasos cuando se dio cuenta de que estaba hiriendo a Gwydion, y no puedo evitar decir—: Creo que eres demasiado prudente para realizar este tipo de trabajo.</p> <p>—La prudencia es una de las prerrogativas de haber vivido tanto tiempo, y quizá también una de las razones de la longevidad.</p> <p>—¿Y la cobardía? ¿Acaso no es uno de tus vicios?</p> <p>Las cejas de Gwydion se arquearon como la hoja negra de un sable.</p> <p>—Actualmente, ése es un defecto que no me puedo permitir.</p> <p>El hechicero continuó bailando alrededor del emplazamiento de la piedra, mientras el sol dorado de la mañana proyectaba sus largas sombras hacia el oeste. Will pensó que los gestos del hechicero se parecían a los de algún extraño insecto que captara el mundo con sus antenas, y luego se detuviera para meditar sus próximos movimientos. Al cabo de un momento, Gwydion cesó de moverse con la misma brusquedad con la que había empezado. Se detuvo y comentó:</p> <p>—Si nos precipitamos y tratamos de drenar las piedras a lo loco, Willand, es posible que nos metamos en graves problemas.</p> <p>—¿Quién entiende más de piedras de batalla que yo?</p> <p>Gwydion se acercó para mirarle fijamente a los ojos.</p> <p>—¡No sabes más que esto! —replicó el hechicero mientras chasqueaba los dedos delante de las narices de Will—. ¡Muéstrame el camino correcto, Willand! ¡Muéstramelo, y estaré de acuerdo contigo en que sólo tú sabes cómo resolver este problema!</p> <p>—¿El camino correcto? Yo no sé nada al respecto.</p> <p>—Al menos, has empezado a reconocer tu ignorancia.</p> <p>—¿Cómo puedo aprender si me cuentas tan poco?</p> <p>El hechicero se alejó del desgraciado emplazamiento.</p> <p>—Según una de las leyes de la magia, tener poco conocimiento es más peligroso que no tener ninguno, tal como tú mismo acabas de reconocer.</p> <p>—¡Excusas de viejo! ¡No has hecho prácticamente nada en estos cuatro años! Al menos, eso es lo que dices. ¿Qué me ocultas, Gwydion?</p> <p>—Te pones muy pesado cuando estamos cerca de una piedra de batalla, Willand. Por lo que veo, tu grosería me permite medir la fuerza de esa piedra, pero vigila lo que dices, chico, porque es muy molesto tener que escuchar toda esa sarta de tonterías.</p> <p>—Deberíamos hacer algo para controlar ese mal. ¡Rápido! ¡Antes de que sea demasiado tarde!</p> <p>—Te recomiendo fervientemente que cultives la gran virtud de la paciencia. —Gwydion indicó a Will que se apartara, comenzó a bailar sus últimos pasos mágicos y urdió un hechizo de alivio y tranquilidad alrededor de la piedra, aunque en ningún momento se acercó a ella.</p> <p>—¿Qué demonios estás haciendo?</p> <p>—No es más que una operación superficial, para que durante un año y un día, ningún inocente que llegue aquí piense en quedarse sin saber por qué le entran ganas de irse.</p> <p>—¡Cobarde!</p> <p>—¿Recuerdas las estacas que están clavadas allí en la colina? —preguntó Gwydion cambiando de tema—. ¿Sabes qué son?</p> <p>—¿Qué son? —Will estaba intrigado, aunque no quisiera reconocerlo.</p> <p>—Son estacas de dirección. Unos postes para que su alineamiento indique este lugar. Señalan precisamente el punto en el que las líneas se cruzan.</p> <p>—¿Cómo dices?</p> <p>—¡Claro que sí! Sirven para encontrar la piedra al cabo de un tiempo, sea cual sea la fase de la luna.</p> <p>Will sintió los brazos entumecidos, y su rostro empezó a revelar una ira poco contenida.</p> <p>—¿Te refieres a que ya has estado aquí antes? En ese caso, ¡me has mentido! Tú ya sabías que las piedras de batalla estaban aquí, y me has puesto a prueba.</p> <p>—Willand, yo no planté esas estacas.</p> <p>—¿Quién fue?</p> <p>—No me estabas escuchando con demasiada atención cuando te formulé unas pacientes preguntas acerca de este lugar. ¡Venga, debemos partir!</p> <p>—¡Primero, dime quién enterró esas estacas!</p> <p>—¿Quién crees que fue? —El hechicero puso los ojos en blanco.</p> <p>—¿Maskull?</p> <p>—Todo el lugar apesta a su energía.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Poco después de la luna llena, las líneas empezaron a desvanecerse, y aunque Will cortó varias ramas flexibles para que le sirvieran de varita, fue incapaz de volver a detectar el flujo energético. Sólo percibió una sensación de profundidad que iba menguando, enmascarada por los remolinos místicos y las líneas entrecruzadas que caracterizaban a esas antiguas corrientes de energía. Will sabía que ésos eran los flujos de energía superficiales que cubrían la tierra, las pautas energéticas que los antiguos habitantes habían aprendido a sentir en sus huesos y que gracias a ellas habían adquirido la habilidad de cultivar en los sitios adecuados y a construir casas sin dañar el medio ambiente. Era un talento del que carecían los arquitectos señoriales con sus ciudades amuralladas y sus enormes torres de piedra, un talento que los Invidentes habían arrebatado de las mentes de los hombres.</p> <p>Abandonaron el emplazamiento de la piedra Tysoe y, mientras el hechicero avanzaba con su paso acostumbrado, Will fue recobrando sus modales y empezó a pasar revista de los últimos acontecimientos. Aunque la experiencia le sirvió a Will para entender el modo en que cada piedra afectaba a su mente, también le pareció agotadora. Se preguntaba si Gwydion sería totalmente inmune a la sofocante influencia de las piedras, porque si ésa era la manera en que el lorc se protegía a sí mismo, se estaba saliendo con la suya.</p> <p>Caminaron hacia el oeste durante dos días, aunque avanzaban muy lentamente. Gwydion ya no conservaba su vigorosa energía de antaño. Le enseñó geomancia a Will, es decir, el arte de saber interpretar el terreno. El hechicero le contó que los huesos de la tierra habían sido desenterrados de mala manera. Por ejemplo, las canteras, que consideraba heridas abiertas sobre la tierra. También se quejó de las torres y agujas, unas construcciones que consideraba excesivas.</p> <p>—Fíjate en cómo los villanos amontonan piedra sobre piedra hasta llegar a tanta altura que humillan los corazones de los hombres. La única casa de verdad está construida de piedras que la tierra dona libremente, de sílex o arcilla roja que calientan hasta volverse dura, o mejor aún, casas construidas de madera y cañas con techos de paja. Las mejores viviendas son las que anidan sobre la tierra, Willand, las que respetan los principios de Amergin, quien fue un gran arquitecto en los tiempos antiguos. ¡Casas que no pretenden dominar a los hombres ni la tierra que tienen a su alrededor! Ningún edificio debería glorificar a su creador ni a su propietario, porque entonces se convierte en motivo de jactancia, y ese tipo de monumentos pretenciosos sólo son para los muertos.</p> <p>Will escuchó con atención, pero en las palabras de Gwydion detectó frustración y amargura. Era preocupante que el descubrimiento de esas estacas de madera le hubiera afectado tanto. Quizá suponían algún tipo de alteración en el plan maestro de Gwydion. En cuanto a los edificios, Will sabía perfectamente qué tipo de vivienda deseaba ver con toda sus fuerzas. Se trataba una casa modesta y con una estructura de tablas de roble, paredes pintadas de blanco y un techo de paja. Su hogar.</p> <p>El hechicero empezó hablar de la importancia de mantener siempre el equilibrio y de cómo los poderes de recuperación de la tierra eran puestos a prueba por los demonios de la codicia y del egoísmo que parecían crecer en los corazones de los hombres.</p> <p>—En fin, los hombres siempre meten la pata. Alteran el equilibrio de todo lo que tocan, especialmente los reyes, no tanto los pastores.</p> <p>—Y los hechiceros más que los reyes, supongo —replicó Will con la esperanza de que Gwydion sacara el tema de Maskull.</p> <p>—Los brujos más que los reyes. ¿Acaso hallarás mejor cazador que el que ha sido guardabosques?</p> <p>—¿Han existido muchos brujos?</p> <p>—Ha habido muchos hombres peligrosos en la historia del mundo. Básicamente, se han erigido en reinos cercanos a los Mares Angostos, en las regiones torturadas que quedan a lo lejos, aunque de vez en cuando también han hecho su aparición en el Reino. Los peores poseen una clara visión de un futuro muy concreto que desean crear. Están totalmente seguros de cómo debe ser y por qué. Están tan convencidos, que también convencen de sus planes a los demás. Maskull es uno de esos hombres peligrosos.</p> <p>Poco después de cruzar el río Store, Gwydion se detuvo junto al lecho elevado de otro camino antiguo de piedra. Extendió sus brazos hacia el norte y el sur, y anunció al cielo en voz alta:</p> <p>—¡Observa esta obra de brujos, Willand! Se trata del Fosse, el mismo camino que hemos visto antes, aunque por aquí lo llaman «Trench Strete» o «Camino de la Acequia». Fue construido hace cincuenta generaciones, pero fíjate en su estado ruinoso.</p> <p>Gwydion golpeó furiosamente su báculo contra los adoquines torcidos que cubrían el sendero.</p> <p>—¡Fíjate con qué astucia los colonos acabaron con los tesoros de esta isla! Gentes pacíficas que fueron esclavizadas para arrancar piedras que servirían para construir estas viles carreteras. En poco tiempo, volveremos a ver ejércitos enteros pasando por ellas.</p> <p>—Pues entonces, debemos darnos prisa —sugirió Will, quien trataba de aplacar el malhumor del hechicero—. Debemos encontrar la próxima piedra de batalla antes de que sea demasiado tarde.</p> <p>—No podemos ir más deprisa, porque debemos esperar el equinoccio. —Gwydion se quedó mirando a Will con un rostro ojeroso y cansado—. Recuerda que, en la magia, siempre existe una importante relación entre tiempo y espacio. ¡Ojalá tuviera la respuesta!</p> <p>En ese instante, Will comprendió de dónde procedían los temores de Gwydion, ya que el hechicero era el último pantarca. Su labor consistía en guiar al mundo por el sendero del destino que condujera al mejor de todos los mundos posibles, pero ahora se había perdido.</p> <p>No era de extrañar que se mostrara enfadado, pensó Will. «Tiene miedo porque ya no puede ver el verdadero camino que se debe seguir. ¡Está casi convencido de que estamos perdidos!»</p> <p>El joven echó un vistazo a su alrededor y se dio cuenta de que, en su mayor parte, el camino de los esclavos discurría por encima de las praderas. Estaba bordeado por una cuneta, aunque en algunos tramos tanto el camino como la zanja estaban en ruinas.</p> <p>—¿Adónde conduce este camino? —preguntó Will con los ojos entornados.</p> <p>—Hacia el norte divide en dos la región, en su día sagrada, del bosque de saúcos, una arboleda y un claro donde en verano se forman unos anillos verdes que indican el lugar donde antiguamente bailaban las hadas. Luego, atraviesa el páramo de Dunn hasta llegar a la ciudad que ahora se denomina Leycaster, fundada por el rey Leir en tiempos antiguos. El camino continúa su andadura por el norte hasta llegar a la ciudad de Linton, situada en el condado de Lindsay. Pero si eligiéramos el tramo sur, primero llegaríamos a la piedra de los Cuatro Condados, pasaríamos por lo que antes era Pequeña Matanza y llegaríamos a Cirne. Pero no seguiremos el camino en ninguna de estas dos direcciones.</p> <p>Gwydion hizo pasar su báculo horizontalmente por una enorme brecha del camino. Había unas piedras enormes y planas desparramadas por todas partes, como si un enorme animal hubiera llegado hasta allí y removiera la tierra para construirse su madriguera. Will vio que esa brecha cubría cientos de pasos y que había otras a lo lejos.</p> <p>—¡Fíjate en cómo las ambiciones señoriales constituyen un peligro para todos! Quien reclama como suya la región de la piedra de los Cuatro Condados y quien se hace llamar señor de este lugar es autor de este desastre. En los últimos tiempos, ha enviado a varios de sus hombres a desvalijar las piedras de estos caminos. Tiene previsto incrementar su poder construyendo una enorme fortaleza a tres leguas de distancia hacia el sur. Estas nuevas alteraciones que ha causado en la tierra han liberado los flujos de energía del entramado del lorc, y les ha infundido un nuevo vigor. Aunque él no se dé cuenta, <i>con</i> el tiempo saldrá perdiendo, y esta «travesura» le causará problemas de descendencia muy parecidos a los de Lord Strange. Es incapaz de ver que las cosas siempre vuelven al punto de partida.</p> <p>Will se pasó los dedos por el pelo mientras observaba el camino de los colonos.</p> <p>—No entiendo cómo…</p> <p>—Porque el contrato que Semias cerró con Gillian el Conquistador establecía que los señores fueran simples administradores, es decir servidores de la región, no dueños de sus habitantes. Su obligación era preservar el Reino para las generaciones futuras. Pero ese contrato se infringió al cabo de poco tiempo. Se trata de la línea del serbal, Will. Pasa por esta cuneta. Antiguamente, su flujo se detenía aquí, pero ahora no. Creo que ocurre algo parecido en la línea de Eburos y en la de Indonen en el sur. Se han abierto muchas brechas en estos antiguos caminos de esclavos. —El dedo de Gwydion trazó unas líneas de fuego de colores en el aire, mostrando así cómo el lorc volvía a entrar en contacto con sus extremidades—. Aquí se ha cometido un grave error que ha activado una serie terrible de consecuencias. Así es y así será siempre que las obras de los hombres dañen la tierra por motivos egoístas y codiciosos.</p> <p>Atravesaron la brecha del antiguo camino y reemprendieron la marcha con la esperanza de seguir la línea del serbal hacia el oeste. Para sorpresa de Will, mientras la tarde y el calor de todo el día desfallecían, Gwydion empezó a hablar sobre Maskull y sus incursiones en el reino del conocimiento prohibido:</p> <p>—«He viajado mucho, me he esforzado sobremanera, y también he puesto a prueba los poderes que entraña este mundo.» Esas fueron sus palabras cuando Maskull y yo hablamos por última vez. Y es cierto. Ha entrado en lugares extraordinarios: ha colmado los Mares Angostos en el sur, y ha bajado hasta los imperios olvidados del interior de la tierra. Maskull ha viajado hasta los confines del mundo. Ha recorrido las Regiones Hundidas que en su día eran iluminadas por el sol y ahora yacen bajo el océano. También dice haberse bañado en el manantial de Celamon, asegura que ha tocado la luna y ha descubierto un portal en la cúpula estelar del cielo. Esa puerta sólo puede alcanzarse viajando hasta Baerberg, Willand. El Baerbeg, que descansa sobre el techo del mundo. Él ha estado allí, y yo también. Por eso conozco los pensamientos de Maskull. Él ha visto otro mundo que no es muy distinto al nuestro, aunque entre los dos haya una enorme separación. Maskull está dirigiendo los destinos a fin de acercar ambos mundos tanto que acaben por colisionar. Quiere que los destinos de ambos mundos se fundan en uno solo. De este modo, ¡sólo existirá un único futuro en el que él será su incuestionable amo y señor!</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 10</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">El barón loco</p> <p style="margin-top:5%">Corría un aire fresco y una suave neblina envolvía el amanecer. El otoño empezaba a hacerse notar y el cambio de estación trajo consigo otra pequeña alteración: a Will y a Gwydion no les estaban saliendo bien las cosas. No habían avanzado demasiado en varios días, y ahora que el equinoccio había pasado, Will tenía serias dificultades en detectar el sendero oeste de la línea Caorthan. Cuando llegaron a la región montañosa de Flyefforde, se desviaron un poco hacia el noroeste, y Will comenzó a sospechar hacia dónde le guiaba su varita.</p> <p>—Creo que ya hemos estado aquí —anunció Will.</p> <p>—Pues en ese caso, debemos ir con cuidado —respondió Gwydion mientras se acercaban a una cuesta bordeada de árboles—, porque allí empiezan las propiedades del noble loco.</p> <p>Will asintió al escuchar las palabras de su amigo. Comprendía perfectamente el peligro que les acechaba, ya que se encontraban en las inmediaciones de la aldea de Aston Oddingley.</p> <p>Años atrás, habían encontrado una piedra de batalla en este lugar, aunque Gwydion había decidido no drenarla. Tomó esta decisión porque no era la Piedra del Destino, y también porque estaba enterrada sobre un terreno propiedad del barón Clifton, un hombre famoso por su crueldad, su susceptibilidad y su facilidad para montar en cólera.</p> <p>Thomas, Lord Clifton, se había aliado con la reina. Había viajado con sus caballeros y trescientos hombres armados hasta Verlamion bajo el estándarte del wyvern rojo. Él se vio más afectado que la mayoría por las nefastas emanaciones de la Piedra del Destino, y su insaciable sed de sangre resultó ser su perdición. Había sido herido de gravedad y, después de la batalla, su cuerpo destrozado fue reclamado por su hijo, John, en cuyo corazón no había espacio para el perdón.</p> <p>—El hijo también está loco —aclaró Gwydion.</p> <p>—¿En serio?</p> <p>—Ha jurado vengar a su padre. Cuando Morann estuvo por última vez en Trinovant, advirtió la cercanía del amigo John con la causa de la reina. Después de enterarse de su promesa de venganza, ella le cautivó y ahora lo recibe continuamente en su corte. Él siempre está dispuesto a llevar a cabo lo que la reina le ordene. Su mente está en buena parte influenciada por la piedra de batalla, y la reina se aprovecha de ello para condicionarlo en contra del duque Richard. John sólo quiere dar caza a su enemigo y destrozarlo.</p> <p>—En ese caso, estás en lo cierto —reconoció Will mientras contemplaba la colina sobre la que se levantaba la finca del barón—. No creo que nos regalen una cálida bienvenida, aunque el dueño de la casa sea otra persona, porque creo que el círculo de amistades de la reina te considera poco más que el mago del duque Richard de Ebor.</p> <p>Gwydion suspiró.</p> <p>—¡Vaya! Siempre se quejan de eso, y no les resulto una grata compañía. ¡Venga! Debemos de estar cerca de la finca.</p> <p>Buscaron un sendero discreto, bordearon unos árboles y siguieron la línea de los setos que ocultaban sus movimientos. Al cabo de un rato, llegaron a la cresta de la colina en la que años atrás habían acampado bajo la lluvia, y vieron la enorme propiedad.</p> <p>Clifton Grange no era un castillo, sino una vivienda fortificada y rodeada por un foso y unos muros que medían el doble de alto que un hombre. Tenía unos robustos portones y dos torres de defensa. Will se acordó de las lecciones sobre fortificación que había aprendido durante su estancia en Foderingham. Posiblemente la casa del barón tardaría varios días, incluso años, en sucumbir a un nutrido ejército hostil, y el precio en vidas humanas sería altísimo.</p> <p>Pero Will también reflexionó sobre el coste que pagaría alguien que decidiera abandonar la finca sin el consentimiento de su dueño. Sin embargo, antes de meditar la respuesta, Gwydion comenzó a bailar para urdir un velo mágico de protección. De repente, una brillante luz azul empezó a brillar a su alrededor, y cuando Will volvió a mirar vio al mismo anciano que había conocido en la taberna Osa Mayor. Sintió una breve sensación de malestar al reparar en un corazón blanco tallado en hueso sobre su pecho, así como en el sombrero de ala y el abrigo gris remendado que lucía la insignia de la hermandad. Will se quedó boquiabierto al comprobar que él también iba vestido con un atuendo similar al de un novicio de los Invidentes, ceñido con el grueso cinturón de piel con una hebilla en forma de nudillo que se utilizaba como arma. Asimismo, Will lucía el corazón de hueso blanco como distintivo, así como una bolsa de jabón que le colgaba por la espalda como el fardo de un soldado de infantería. Como toque final, Gwydion creó dos cuencos de madera y entonces, quizá como recuerdo del mal tiempo que les había acompañado en su última visita, invocó la lluvia.</p> <p>—Bueno, ¡ha sido bastante sencillo!</p> <p>—Claro que sí. —Gwydion miró a su protegido con recelo—. ¿Qué creías? Ya lo he hecho antes.</p> <p>Will se acordó de que antiguamente existía un rey, llamado Uther, que se había encaprichado con la mujer de otro hombre y acabó transformado en…</p> <p>—Se lo hiciste a Uther Pendragon —explicó sin saber exactamente de dónde procedían esos extraños pensamientos—. No tuviste reparos en engañar a una mujer y que ésta quedara embarazada de un rey. Así nació Arturo.</p> <p>—¿Eso hice yo?</p> <p>—¡Sabes que sí!</p> <p>Una vez más, los ojos del hechicero se posaron en los de Will. Vestidos de ese modo, la sonrisa de Gwydion resultaba perturbadora.</p> <p>—Es posible que fuera yo. Y si así fue, entenderás que fue una necesidad.</p> <p>Will se separó y se secó la lluvia que le cubría el rostro. Se sentía incómodo, atrapado en algo que le venía demasiado grande. Pero él había accedido a seguir esta peligrosa aventura, y por tanto no tenía otra alternativa.</p> <p>—¿A qué estás esperando? —le preguntó a Gwydion mientras éste permanecía al amparo de un árbol contemplando la lluvia.</p> <p>—¿Y tú qué crees?</p> <p>Will se mordió los labios después de formular la pregunta, aunque se sentía orgulloso de haber sacado el tema a colación. Vio que Gwydion examinaba brevemente el cielo. Como siempre, el hechicero hacía caso omiso a la impaciencia de Will.</p> <p>—Debemos esperar hasta el mediodía.</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>—Debemos reunir las condiciones favorables para estimular tu talento.</p> <p>—Por mi parte, estoy seguro de que no es necesario esperar más —replicó.</p> <p>Gwydion puso los ojos en blanco.</p> <p>—Willand, no te tomes mis palabras a la ligera.</p> <p>—Perdona —respondió sin variar demasiado su tono de voz—. No soy el de siempre.</p> <p>—No te preocupes. Cuando volvamos, te cambiaré.</p> <p>—¡Por supuesto!</p> <p>Empezaron a descender la colina en dirección a la finca, dejando que la lluvia los empapara.</p> <p>—¿Gwydion, qué es eso? —preguntó Will mientras señalaba a los ojos del hechicero—. Sé que sólo son unos retoques, pero, ¿no nos delatarán?</p> <p>—El sarcasmo es el nivel más bajo del ingenio, Willand.</p> <p>—No es ironía, sino una sencilla pregunta.</p> <p>—La hermandad envía a muchos vagabundos —explicó Gwydion mientras chapoteaba en el barro para mancharse la ropa—. De este modo, la influencia de la comunidad no se restringe a sus dominios. Como sabes, los Invidentes vienen en temporada de cosecha para cobrar el diezmo. En ocasiones, se les ve por los caminos viajando de un claustro a otro, pero los manos rojas también han reclutado a muchos seguidores que conservan la vista para llevar a cabo algunos recados en el mundo exterior: mensajeros, agentes, espías, hombres y mujeres que por desgracia han aceptado la caridad de la hermandad, incluso se creen la Gran Mentira, aunque todavía no hayan pagado su deuda con una total abnegación.</p> <p>Will sintió el desagradable peso de la bolsa de jabón sobre sus espaldas, y también observó horrorizado el aspecto que presentaban sus manos. Se había convertido en un auténtico miembro de la hermandad, alguien que se lavaba las manos varias veces al día a modo de ritual. Se dio cuenta de que estaban enrojecidas, escaldadas y que sus uñas habían adquirido una textura dura y un tono amarillento. Esas manos evocaron en él imágenes sobre la peligrosa empresa que tan inconscientemente había emprendido en Verlamion.</p> <p>—¿Cuánta gente crees que vive en este lugar? —preguntó.</p> <p>—¿Te refieres en las tierras que el amigo John considera suyas? Varios miles.</p> <p>—Me refiero a la finca.</p> <p>—Pues… unas veinte personas. No serán más puesto que el barón está con su séquito en Trinovant, aunque creo que no se quedará allí por mucho tiempo debido a la inminente guerra.</p> <p>—¿Está casado?</p> <p>—¿Casado? ¿Cuando lo único que piensa es en vengar a su padre? No tiene ninguna amante en Clifton Grange. La madre del barón reside en uno de los claustros que la hermandad dedica a las mujeres nobles que están cansadas del mundo.</p> <p>Will se estremeció al pensar en la decisión que tuvo que tomar esa mujer.</p> <p>—No sé lo que yo hubiera hecho en su lugar: unirme a los Invidentes o quedarme en una casa erigida sobre una piedra de batalla.</p> <p>—No me extrañaría que la población de las inmediaciones la considerara una casa de mal agüero. Eso nos facilitaría mucho las cosas.</p> <p>Llegaron a la puerta de entrada, y vieron que nadie montaba guardia en ella y que el patio interior estaba tranquilo, salvo por el siseo de la lluvia al caer. Gwydion se dirigió hasta la puerta de atrás y llamó tres veces con su báculo, que ahora se había convertido en un palo forrado con harapos, unas cintas de colores y unas medallas de peregrino que tintineaban como los cascabeles de un bufón. Cuando se abrió la puerta, una sirvienta que parecía bastante nerviosa les miró de arriba abajo y les preguntó con cierto recelo el motivo de su visita a Grange.</p> <p>Gwydion hizo una reverencia y contestó con un tono de voz piadoso y suplicante:</p> <p>—Señora, podría decir que somos peregrinos y que andamos en busca del santuario de las hermanas sirenas.</p> <p>—Pues se han equivocado de camino —respondió la mujer sin abrir la puerta ni un ápice más—. Deben volver por donde han venido y tomar el camino de Crowle.</p> <p>—Precipitación —interrumpió Gwydion con una sonrisa entre gris y amarillenta. Unas gotas de agua enormes caían del ala de su sombrero—. Si fuera tan amable de darnos cobijo mientras dure esta lluvia.</p> <p>La mujer no parecía muy contenta con la sugerencia de Gwydion. Dudó por unos instantes, y añadió:</p> <p>—Esperen aquí.</p> <p>Al rato apareció un lacayo. Era un hombre calvo y corpulento que parecía ostentar alguna autoridad. Vestía los mismos colores que el barón, en su pecho lucía seis sellos dorados sobre rojo, y en las mangas estaba cosida la insignia del wyvern rojo.</p> <p>—No pueden quedarse aquí, aunque diluvie.</p> <p>—Le recuerdo que no trae buena suerte rechazar el derecho y el deber de un peregrino —replicó Will de la manera más seca que pudo.</p> <p>El hombre cruzó el umbral con aire amenazador.</p> <p>—¿Derecho y deber, dicen? ¡Váyanse, vagabundos!</p> <p>—Podemos irnos —claudicó Gwydion dando un paso hacia atrás. Se llevó los dedos a su insignia de hueso y la levantó amenazadoramente—. Pero no somos vagabundos. ¡Mire! Pertenecemos a la hermandad. ¿Qué le parecería si informáramos a los Ancianos de Cirne acerca de su insensible recibimiento?</p> <p>—A mí no me importan sus ancianos.</p> <p>—Pues deberían importarle.</p> <p>El hombre parecía estar a punto de estallar, aunque logró controlarse porque las palabras de Gwydion le pusieron en apuros. Temerosamente, la sirvienta tocó el brazo del hombre.</p> <p>—Dales lo que piden, Gryth.</p> <p>—¡Primero tendrán que pasar por encima de mi cadáver!</p> <p>—Pero, ¿qué dirá el barón si vuelve a casa y se encuentra una carta?</p> <p>—¿Qué carta?</p> <p>La mujer bajó el tono de voz y se giró.</p> <p>—La misiva que recibiríamos del responsable del claustro de Cirne.</p> <p>—¿Qué retorcidos sirvientes de un noble se negarían a dar refugio y alimento a un mendicante de la hermandad?</p> <p>Gwydion murmuró con un tono de voz afligido:</p> <p>—Seguramente ya conocen la situación de los manos rojas.</p> <p>La mujer se sorprendió al oír las palabras que se solían usar para referirse con desprecio a los Invidentes.</p> <p>—Bueno, yo no he dicho eso —objetó Gryth—. Ésas han sido sus palabras, no las mías.</p> <p>—¡Lo ha dicho! —exclamó Will—. ¡Ha pronunciado esa frase execrable!</p> <p>—¡Jamás lo he hecho!</p> <p>—¡Las palabras brotaron de sus labios! ¡Una profanación! —insistió Will.</p> <p>Gryth empezó a discutir, pero su voz revelaba temor.</p> <p>—Tal vez quieran pasar a probar nuestra comida y nuestra bebida… —propuso el hombre. Gwydion entró y, a pesar de que el calvo tenía el ceño fruncido, les indicó el camino hacia la tahona.</p> <p>Will se obligó a no pensar en nada mientras caminaba. Sentía cómo la piedra de batalla le estaba afectando. El contacto fue repentino y embriagador, y el disfraz mágico con el que Gwydion le había vestido no reaccionaba bien a su presencia. Cuando bajó la vista pudo contar seis dedos en su mano izquierda. Miró a lo lejos, y de pronto sintió pánico. La cabeza le daba vueltas mientras se fijaba en una yegua blanca y parda. Esperaba pacientemente entre la lluvia, iba enganchada a un carro de provisiones, pero parecía sentirse muy incómoda.</p> <p>Will parpadeó y tragó saliva mientras seguía a Gwydion totalmente aterrorizado.</p> <p>—¡Aquí! —exclamó Gryth mientras daba a Will una hogaza de pan y un trozo de queso—. Repartíos esto. Podéis sentaros aquí en este banco hasta que acabéis de comer y la lluvia haya cesado, luego os marcháis, ¿entendido? Os advierto: nada de salir de esta habitación ni de meter vuestras narices en asuntos que no os conciernen. ¡No os entretengáis! El dueño de esta casa vendrá dentro de poco, y es un hombre que se enfada con facilidad. No le gustará que estéis aquí, por mucha protección que tengáis de los Invidentes.</p> <p>—Verdaderamente, el barón debe de ser un hombre muy amargado —murmuró Will cuando el criado se hubo marchado. El trozo de queso que sostenía en las manos estaba partido y era duro como una piedra—. No siento mucho afecto por los Invidentes, pero tampoco pedimos un alarde de hospitalidad. ¿Qué dice que es esto?</p> <p>—No te preocupes por el queso —atajó Gwydion—. ¿Qué hay de la piedra? Ya hemos pasado el equinoccio. Esta noche, la luna menguante estará a medio camino entre el último cuarto y la luna nueva. ¡No debemos perder esta oportunidad!</p> <p>Will echó un vistazo a su alrededor. Estaban en medio de un pasillo pequeño y vulnerable a las corrientes de aire, que conectaba el jardín exterior con los establos. Dos despensas conducían al exterior, y Will vio varias sacas, barriles y trozos de carne que colgaban de la primera. En la segunda despensa había varias estanterías con quesos grandes y redondos así como otros alimentos.</p> <p>Will sacó la varita de avellano que había escondido debajo de su capa. Pero cuando se levantó para situarse, empezó a temblar y a sentir escalofríos.</p> <p>—¡Es muy poderosa, Gwydion! Estamos justo sobre la línea. Y el flujo de energía circula con gran intensidad.</p> <p>—¿A qué distancia se encuentra la piedra?</p> <p>—A no más de cincuenta pasos. ¿Qué es ese olor tan desagradable?</p> <p>Gwydion desoyó la queja de su amigo.</p> <p>—¿Cuál es la naturaleza de esta piedra?</p> <p>Will negó con la cabeza.</p> <p>—Es muy grande. Siento su ataque en mi espíritu. Parece astuta, como si quisiera acabar conmigo sin que ni siquiera me dé cuenta.</p> <p>—No detecto grandes cambios en ti.</p> <p>Will arqueó una ceja al oír este comentario. Se giró en dirección al flujo, y observó una pared blanca durante un rato para intentar averiguar qué escondería. Luego abrió su mente cuidadosamente, y todas las fibras de su ser se extendieron como si desearan escuchar con atención.</p> <p>—Ese olor… —comentó poco después— es peor que un pozo negro. ¿Qué es?</p> <p>Will trató de recuperar la compostura, pero su capacidad de concentración se vio afectada por una enorme moscarda que revoloteaba en el pasillo. Entonces, oyó un sonido que le provocó un escalofrío en la espalda. Fue una sensación intensa, larga e indescriptiblemente triste. Parecía provenir de muy lejos.</p> <p>Gwydion y Will se intercambiaron unas miradas, y el joven preguntó:</p> <p>—¿Qué ha sido eso?</p> <p>Gwydion negó con la cabeza mientras escuchaba, pero el sonido no volvió a repetirse.</p> <p>En ese momento, entraron dos hombres en el jardín que cargaban un objeto largo y corrían bajo la intensa lluvia. No advirtieron a los visitantes y atravesaron una puerta que había al fondo del pasillo. El objeto que llevaban parecía un sable dorado de cuero rojo de grandes dimensiones. La hoja era muy ancha y la cincha del mango tan larga que llegaba hasta el suelo. La yegua movió agitadamente la cabeza y los pies al ver pasar a esos hombres.</p> <p>Cuando Will volvió a darse la vuelta, se dio cuenta de que Gwydion había llegado hasta el final del pasillo y que lo llamaba con señas para que lo siguiera. Un pasillo condujo al otro, y a otro más, y en vez de girar a la izquierda, torcía a la derecha y desembocaba en un patio grande y oscuro con unas enormes puertas a uno de los lados. En el centro de ese patio se levantaba una enorme jaula de hierro colgado. Los barrotes eran tan gruesos como las muñecas de Will. Sin duda alguna, el mal olor procedía de allí. A pesar de la lluvia, el hedor resultaba más desagradable que una pocilga. Parecía que un enorme animal había vivido en esa jaula, aunque eso era imposible porque la única forma de entrar o salir del patio era a través del estrecho pasillo por el que acababan de pasar.</p> <p>—¡Ojo! —Gwydion le llamó con señas—. Debemos marcharnos antes de que nos descubran.</p> <p>—¡Fíjate en eso! —exclamó el joven, intrigado por la presencia de la jaula.</p> <p>—¡Vamos, no es momento de distraerse!</p> <p>Gwydion murmuró un hechizo y realizó un rápido movimiento con la mano, lo cual aminoró la lluvia hasta que al final dejó de llover. Volvieron por el mismo lugar por el que habían venido, y fingieron prepararse para marchar en el caso de que alguien les descubriera.</p> <p>Esta vez Gwydion siguió a Will, quien abrió su mente y se sintonizó con la piedra al máximo, permitiendo así que su talento hiciera avanzar sus pies. Bordearon el gran salón hasta que llegaron al edificio principal. Entonces, se detuvieron.</p> <p>El hombre calvo salió por la puerta por la que habían entrado a la finca por vez primera.</p> <p>—Ha dejado de llover. Ahora, deben marcharse —ordenó. Luego, mientras miraba a Will, se le ocurrió preguntar—: ¿Está borracho en pleno día?</p> <p>—Creo que no se encuentra bien.</p> <p>—¿No se encuentra bien? ¿Y por qué no lo dijo antes de pasar por esta puerta?</p> <p>Gwydion respondió con voz áspera mientras señalaba al hombre calvo con un dedo:</p> <p>—¿Cree que esa enfermedad es contagiosa? ¡Menuda caridad!</p> <p>—La caridad carece de sentido cuando se impone a los demás.</p> <p>—Contaré a los Ancianos de Cirne que su queso apesta a podrido y que su pan es duro como una piedra.</p> <p>—¡Cuente lo que quiera! Cuantos menos de su calaña llamen a nuestras puertas, tanto mejor.</p> <p>El hombre les estuvo observando hasta que desaparecieron de su vista. Cuando se hubieron alejado de Clifton Grange, siguieron el sendero que subía por la colina como si tomaran la carretera de Crowle, aunque después volvieron sobre sus pasos y se adentraron en el bosque que quedaba sobre el pueblo de Aston Oddingley. De camino, Gwydion formuló preguntas sobre la piedra.</p> <p>—¿Pudiste detectarla?</p> <p>—Sí, pero tengo malas noticias. ¡Está debajo del salón principal!</p> <p>—Pues entonces, esta noche visitaremos ese salón.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Se deshicieron de sus disfraces y cenaron lo que encontraron por el bosque mientras esperaban a que cayera la noche.</p> <p>—Un cielo de pastor —comentó Gwydion mientras levantaba la vista para observar un refugio de hadas. Había montañas carmesíes, lagos de fuego y valles dorados esculpidos sobre una nube. Ese mundo mágico duró unos instantes y luego se desvaneció. De pronto, todo se tornó gris. Will contempló ese cielo perfecto mientras mantenía a raya sus pensamientos, preparándose así para la inminente batalla.</p> <p>Regresaron a la finca una hora después del atardecer, y esta vez no iban disfrazados.</p> <p>Will comentó:</p> <p>—Es posible que la finca se construyera sobre la piedra sin que sus propietarios lo supieran.</p> <p>—No creo que el actual barón Clifton o su difunto padre trataran de utilizar la piedra en beneficio propio. De hecho, creo que desconocían su existencia. Aun así, se ha desatado una sed de venganza porque han albergado esa piedra en su propia casa, y eso ha hecho enloquecer a Clifton. Es un mal que se transmite de una generación a otra.</p> <p>A pesar de la aparente invulnerabilidad de Clifton Grange, las puertas estaban sin trabar, y ni siquiera estaban cerradas con llave. No había necesidad alguna de proteger la casa, puesto que ningún incauto se atrevería a acercarse a ella de noche. Antes del atardecer, los habitantes de la finca regresaron a sus casas, y los pocos sirvientes que pasaban la noche en la mansión se dirigieron a sus respectivas habitaciones. Gwydion creía que las puertas estarían cerradas a cal y canto. Estaba seguro de que nadie saldría de sus casas, por mucho ruido que oyeran en la finca.</p> <p>Una vez dentro del salón principal, Gwydion encendió una luz mágica azul que brillaba como el fuego del rey Elmond alrededor de unos enormes candelabros que colgaban de las vigas. El salón era bastante espacioso y diseñado de la forma habitual, con una gran chimenea vacía que daba a unos ventanales estrechos y una tribuna en el otro extremo de la estancia. Las paredes estaban revestidas de tapices y bordados algo descoloridos, de una época en la que la madre del barón y sus acompañantes perdían la vista cosiendo.</p> <p>Will sintió los ataques de la piedra de batalla contra su mente. Parecían ser de una violencia distante, como las olas que rompían en los acantilados de Mor. Pero venía bien preparado. Ayudó a Gwydion a retirar unos muebles pesados, y después analizó el suelo con especial atención. Encontró un hacha en la cesta que había junto a la chimenea, y comenzó a levantar las tablas pulidas del suelo sobre el que había estado la mesa. La madera de roble gimió al sacarle los clavos de hierro, pero cuando finalmente consiguieron arrancar los tablones, descubrieron que éstos escondían una sección de tierra seca.</p> <p>Las telarañas y los cadáveres de arañas se pegaron a la madera, y a Will le parecieron los ecos de antiguos veranos. El suelo no se había abierto desde hacía siglos.</p> <p>Empezaron a cavar. Gwydion retiró el polvo acumulado y endurecido con su cuchillo de polvo de estrellas, parando de vez en cuando para urdir hechizos en el agujero o aplicar una magia de retención para contener el mal que pudiera emanar de la piedra. Will cogió una paleta de la chimenea y empezó a cavar, primero con sus propias manos desnudas y después valiéndose del instrumento para retirar y apilar la tierra húmeda del agujero. Detectaron unos trocitos de hueso y carbón entre la tierra, y sus manos se entumecieron cuando empezaron a palpar una superficie plana y dura ante ellos.</p> <p>Cuando Will comunicó a Gwydion que creía haber encontrado la piedra, el hechicero murmuró: «<i>¡Feh fris!</i>» en lengua verdadera, y creó un destello de luz mágica en sus manos antes de inclinarse en el suelo para observar la piedra. Will distinguió claramente las marcas del ogham mientras raspaba la superficie con las uñas.</p> <p>—Esta piedra parece muy tranquila —dijo Gwydion con cierta preocupación.</p> <p>—Sí —respondió Will—. Resulta extraño. Quizá sólo esté profundamente dormida, pero tal vez…</p> <p>—¿Qué?</p> <p>Will tragó saliva.</p> <p>—No lo sé. Tenemos que ir con cuidado.</p> <p>Al rato, desenterraron la cara superficial de la piedra. Era un bloque de aproximadamente el mismo tamaño que un ataúd infantil. Presentaba unas marcas en los extremos, principalmente líneas, algunas paralelas al borde y otras inclinadas. Cuando Will las vio, su corazón empezó a palpitar con más fuerza. Le extrañaba no sentir el ataque de la piedra contra su espíritu, ni marearse. Era evidente que la piedra era poderosa, aunque parecía desvelar sus secretos sin oponer ningún tipo de resistencia.</p> <p>—Ten cuidado, Gwydion —susurró mientras el hechicero seguía cavando. Después, miró atentamente por encima de las marcas reveladas. La palabra «ogham» estaba tallada en las cuatro esquinas. Will se acordó de las lecciones de «escritura de árboles» que había recibido del sanador Gort. Se llamaba así porque cada una de las letras ogham recibe el nombre de alguno de los treinta y tres tipos antiguos de árbol. Pronunciar alguna de esas palabras constituía un poderoso acto de magia.</p> <p>Will sacó más tierra de la superficie de la piedra, y después pasó los dedos por su parte superior. Intentó levantarla, pero o bien era demasiado pesada o todavía no se había retirado suficiente tierra de los extremos. Trabajó sin prisa pero sin pausa, sabiendo que el ogham estaba tallado en los extremos de la piedra y que para leerlo correctamente tendrían que levantarla. Las inscripciones servían para atrapar al incauto, y escondían dos interpretaciones distintas; una podía leerse sobre la superficie, cara a cara, pero la lectura más interesante se seguía en dirección al sol y luego rodeaba la piedra.</p> <p>Después de hurgar durante un rato, Will trató de volver a levantar la piedra. Tensó brazos y piernas para dar la vuelta a la losa. Tembló entre sus dedos, como si no quisiera ser despertada de su sopor. Will la liberó, y mientras la piedra volvía a caer, un fuerte temor se apoderó del joven y se apartó bruscamente del agujero. Gwydion acudió de inmediato en su ayuda, se quedó junto a la piedra y empezó a murmurar unas palabras y a mover los brazos, enviando así oleadas de luz azul al agujero para tratar de adormecer a la piedra.</p> <p>—¿Te has hecho daño?</p> <p>—Por un momento me acobardé.</p> <p>Volvió a bajar de nuevo y levantar la piedra por tercera vez. Pudo alzarla un poco y sostenerla con el hombro, pero tan pronto como lo hizo, un terrible aullido le heló la sangre. Era un largo y agudo chillido que retumbaba y después moría, un sonido que rompió el silencio de la noche, frío como la hoja de un puñal blandido bajo la luz de la luna, distante y lastimero como el grito de una bruja que augura una guerra.</p> <p>El hechicero no prestaba la más mínima atención a estos nuevos acontecimientos. Empezó a bailar, a trazar una red mágica que cubriera la piedra y contuviera sus peligrosas emanaciones. Will observó cómo la magia brillaba y giraba en el aire por unos instantes, después se dio la vuelta y se horrorizó al ver la puerta del salón abierta de par en par. Sintió un escalofrío en la nuca. Su corazón palpitaba con fuerza y sus ojos penetraron en la oscuridad. Will no podía creer lo que estaba viendo: un anciano vestido con un camisón. En la penumbra de la pálida luz mágica, Will creyó que se trataba de una aparición fantasmal. No dijo nada. Se limitó a mirar en línea recta.</p> <p>Se volvió hacia Gwydion, pero éste seguía bailando sus hechizos junto a la piedra, y no podía interrumpirle. Sin saber qué hacer, corrió hacia la puerta y trató de hacer salir al desconocido. Pero tan pronto como le tocó, se despertó, cayó al suelo y empezó a gritar.</p> <p>Will sabía que había cometido un grave error, porque sin pretenderlo había intentado despertar a un sonámbulo.</p> <p>Los gritos del hombre eran agudos e hirientes. Will trató de levantarlo para que se apoyara en su hombro; sólo quería sacarlo del salón rápidamente y con la mayor discreción. Tapó la boca del hombre con la mano, pero el desconocido le mordió un dedo.</p> <p>—¡Ah, serpiente!</p> <p>Los lamentos del extraño retumbaron por todo Clifton Grange, hasta el punto de dar la impresión de que se estaba cometiendo un asesinato.</p> <p>Antes de que a Will le diera tiempo de dejar al hombre en el patio exterior, oyó a alguien que corría, unos portazos y el ruido de toda la casa que se alzaba en armas.</p> <p>—¡Ladrones! ¡Forajidos! —gritó el anciano.</p> <p>Will dejó su fardo humano en medio del patio, y volvió corriendo sobre sus pasos hasta entrar como un vendaval en el gran salón.</p> <p>—¡Gwydion! —gritó—. ¡Gwydion, vienen a por nosotros! ¡Debemos salir de aquí!</p> <p>El hechicero dio unos toques finales a su hechizo de contención, y señaló a Will con el báculo.</p> <p>—No podemos dejar la piedra en este lugar, y no debemos moverla hasta que haya urdido un doble hechizo.</p> <p>—¡Moverla! ¿Estás loco? En cuestión de segundos la casa estará plagada de criados.</p> <p>—Es preciso que nos llevemos la piedra, o <i>no</i> nos llevamos nada.</p> <p>Will miró fijamente a Gwydion.</p> <p>—Pues, en ese caso, tendremos que pelear por ella.</p> <p>Subió de un salto a la mesa de la tribuna, arrancó algunos tapices y las barras de fresno que los sostenían. Eran bastante largas y parecían adecuadas para la utilidad que Will quería darles.</p> <p>—¡Ladrones! —gritó el anciano—. ¡Ladrones en el gran salón!</p> <p>Se formó un corrillo de sirvientes armados en el jardín. Will vio a varios de ellos abriéndose paso ruidosamente entre la oscuridad, blandiendo estacas y cuchillos. Sabía que tenía que ganar tiempo para que Gwydion pudiera urdir su último hechizo. Buscó el modo de bloquear las puertas, pero no sabía cómo. Pensó en mover unos muebles, pero apenas ganaría unos minutos y además el suelo estaba pulido y encerado. Dos o tres hombres serían capaces de derribar la puerta por muchos muebles que intentaran bloquearla.</p> <p>Sólo cabía una solución. Se adentró en el estrecho pasillo hasta llegar al punto en el que se originaba el ataque. Se sintió más seguro de sí mismo después de practicar dos golpes con la barra. La madera tenía buen tacto y agarre. La fortuna le sonreía: justo en el otro lado de la puerta tenía un espacio para blandir su arma, mientras que sus adversarios tendrían que acercarse pasando por un estrecho arco de piedra y luchar en un recinto sin libertad de movimientos.</p> <p>Oyó unas voces que se acercaban. Aparecieron tres figuras negras que iban armadas. Will equilibró la barra, la sostuvo con fuerza y se preparó para enfrentarse al peligro. Sorprendió al primer hombre. Este se abalanzó contra Will, pero antes el joven le atestó un golpe en la mandíbula. El segundo hombre chocó contra el primero antes de caerse al suelo, y el tercero tropezó con los otros dos y cayó redondo sobre ellos.</p> <p>—¡Atrás! —gritó una voz aterradora—. ¡Son una panda de perros rabiosos! ¡Corred!</p> <p>—¡Aaahh! —bramó Will.</p> <p>Los hombres se asustaron y huyeron despavoridos.</p> <p>Will se cuadró en medio del pasillo blandiendo la barra delante del pecho, mientras doce rostros escudriñaban la oscuridad con su mirada desde su refugio del fondo del pasillo.</p> <p>—¡Ríndase! —gritó una voz temblorosa—. ¡Le tenemos rodeado!</p> <p>—¡Si quieren atraparnos, acérquense! —replicó Will—. ¡Pero quizá seamos nosotros quienes les atrapemos!</p> <p>Echó a correr y atestó un golpe con la barra al primer rostro que vio. La madera impactó contra la piedra, y las otras caras desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.</p> <p>—¡Ve a buscar las linternas! —ordenó otra voz—. No podemos salir, salvo por esta entrada. Los atraparemos. Avisa a Aston para que traiga a sus hombres.</p> <p>—¡Aguantad, chicos! —acució la primera voz—. ¡Pronto será de día! Y el dueño está a punto de llegar.</p> <p>Will sabía que sus adversarios estaban asustados. Al menos, uno de ellos estaba aterrado. Pero no sabía cuánto tiempo podría contener él solo a más de doce hombres. En breve amanecería, y el miedo de sus adversarios se disiparía. Se sentirían más fuertes al descubrir que sólo él protegía la puerta.</p> <p>Avanzó sigilosamente hacia el salón y se escondió entre la oscuridad, preguntándose en qué estaría pensando Gwydion. Seguramente, no pensaba en llevarse la piedra. Se equivocó al creer que la finca estaba casi deshabitada, y tampoco acertó al suponer que los criados no estarían dispuestos a defenderse. ¡Qué desastre!</p> <p>Esperó inmóvil y en silencio el próximo ataque. No escaparían de esa fácilmente. ¿Y si los hombres de Lord Clifton traían arqueros?, se preguntó de repente Will. También podrían llamar a unos perros para que lo echaran a patadas. Lo único que cabía esperar era que Gwydion leyera la inscripción y que ésta les indicara la salida antes del amanecer. «Tal vez está volviendo a tapar la piedra», pensó Will. «¡Así lo espero!»</p> <p>Mientras descartaba ese pensamiento de su cabeza, sintió que se le erizaba el vello a modo de señal de alarma. Will sabía que no estaba solo en el pasillo. Pero antes de que le diera tiempo a reaccionar, oyó un gruñido y unas chispas que saltaban de la columna de piedra junto a la puerta que quedaba sobre su cabeza. Volvió sigilosamente sobre sus pasos, pero de pronto notó el roce de un cuchillo sobre su mejilla.</p> <p>Antes de que le diera tiempo a levantar su barra, alguien le propinó una patada en la mejilla que le hizo caer al suelo y rodar hasta una esquina. Una corpulenta figura oscura se acercó a él, y Will tuvo tiempo de eludir un navajazo. Había salvado su vida, pero enseguida comenzó a oír unos gruñidos entre las sombras, y Will supo que alguien le asestaría otro golpe con un arma temible. El acero de un sable impactó contra la mampostería, y después partió la barra de Will.</p> <p>Sintió un intenso dolor en la cabeza mientras alguien se esforzaba por sacar la cuchilla del lugar donde se había clavado en la madera. La barra de madera de fresno era vieja, poco flexible y dura, no se parecía al roble recién talado. Will se levantó apoyándose sobre la madera astillada, pero alguien ejercía una fuerte presión detrás de la hoja afilada. Le propinaron una patada que lo envió hasta el fondo del pasillo, y no tuvo ocasión de evitar el siguiente golpe, que impactó contra su brazo derecho por encima del codo y que le dislocó el antebrazo.</p> <p>—¡Ah!</p> <p>Will notó cómo se quedaba sin aire. Las manos no le servían de nada. Gritó con todas sus fuerzas al percibir que le salía sangre a borbotones y que ésta le manchaba la camisa. Su grito no era de dolor, sino de pura desesperación. No quería que su vida terminara así: derrotado, herido y abandonado en un lugar sombrío.</p> <p>Sabía que el siguiente golpe le aplastaría la cabeza.</p> <p>—¡Venid, mis pequeños cobardes! —bramó uno de los hombres—. Iluminad esta zona.</p> <p>Will se hizo un ovillo en el suelo, aferrándose a su brazo partido. Tuvo la sensación de que los ojos se habían salido de órbita. Sus dedos sangraban, y se dio cuenta de que la herida de su brazo podía ser fatal. La barra estaba partida en dos a un lado, y todo parecía dar vueltas y estar sumido en una completa oscuridad. «¡Esto no puede pasarme a mí!», pensaba Will, tratando de negar las fugaces imágenes que captaban sus ojos. Sus oídos oyeron un estruendo. Se quedó mirando fijamente la tenue luz de la linterna, vio las túnicas señoriales de rojo y dorado así como la insignia del wyvern. La sangre empapaba el sable que se balanceaba ante sus ojos, manchando el suelo y las paredes. Vio huellas ensangrentadas por todo el pasillo, y pensó que esa sangre sería suya. Empezó a salirle una especie de espuma del brazo, a pesar de la presión que ejercía con los dedos.</p> <p>—¡Por este motivo yo soy vuestro señor y vosotros sois mis criados! —gritó la voz ensordecedora mientras Will sentía cómo los pies del barón le pisaban el cuello con fuerza antes de soltarle—: ¡Traedlo aquí!</p> <p>Will apretó con fuerza los dientes en un esfuerzo por tomar aire. Los hombres formaron un atemorizado corrillo a su alrededor. Mientras le levantaban, se sintió totalmente superado por la situación. Su brazo se movía sin ton ni son y la sangre le salía a borbotones. Lo condujeron hasta el salón y lo arrojaron al suelo sin contemplaciones. Will era plenamente consciente de cuánto le costaba respirar, así como de las caras asustadas de los criados al ver ese extraño montículo de tierra en medio de la hermosa sala de su señor.</p> <p>Algunos de los criados profirieron insultos, otros se taparon los ojos con las manos en un gesto que les había enseñado la Hermandad de los Invidentes.</p> <p>«Al menos», pensó Will, «Gwydion ha podido escapar.» Sabía que estaba a punto de desmayarse, de morir, pero era incapaz de hacer algo para evitar ese momento o precipitarlo. Se limitó a esperar un intenso dolor; pero no fue así y Will empezó a temblar violentamente.</p> <p>—¿Buscáis un tesoro, verdad? —preguntó el barón con un tono de voz distante pero al mismo tiempo cargado de ira—. ¿Y en mi casa? Creo que no ha sido una buena idea.</p> <p>Will puso los ojos en blanco mientras trataba de seguir los pasos del barón alrededor de la piedra. La sangre que cubría su mano era oscura como el vino tinto y pegajosa como la miel. Podía percibir cómo la piedra se reía de él, y de pronto empezó a sentir mucho frío.</p> <p>—Bien, pues pagarás el precio de tu fechoría. Nosotros sabemos qué hacer con los ladronzuelos como tú. ¡Preparen el carro de vituallas! —El barón se giró para volver a mirar a Will—. ¿Qué es esto… una piedra?</p> <p>Will intentó responder. Sintió como una enorme mano le daba un bofetón y le apretaba la mandíbula hasta que no tuvo más remedio que abrir la boca.</p> <p>—¡Te he formulado una pregunta, ladronzuelo!</p> <p>A pesar de su grave situación, Will se sintió arropado por una especie de paz. Era como si ya hubiera empezado a alejarse de la calidez de este mundo. Sin embargo, algo en su interior luchaba contra los copos de paz que caían sobre su persona. ¡El Maestro Gwydion! De pronto, una parte de su mente gritó de pura desesperación y terror.</p> <p>—¡No me abandones! ¡No me dejes morir aquí!</p> <p>Sus labios pálidos y amarillentos debieron de moverse.</p> <p>—¿Qué es eso, ladrón? —empezó a protestar la despótica voz—. ¿Qué has dicho?</p> <p>No hubo respuesta alguna a la silenciosa súplica de Will, y mientras el mundo se le caía encima, sólo fue consciente de la desagradable voz del barón dando órdenes, de la piedra que cargaban en un carro, de que alguien le levantaba y lo ataban a la piedra con la ropa empapada de sangre.</p> <p>Percibió la desolación y el terror de los criados, quienes cumplieron las órdenes. La piedra parecía extrañamente cálida a sus espaldas. Will respiraba pesadamente hasta que le colocaron un cabestro. La sangre le chorreaba por los dedos cuando trataba de moverlos. El carro crujió y se balanceó mientras el barón subía para conducirlo.</p> <p>—Mi señor, ¿adonde va? —preguntó una voz cargada de ansiedad.</p> <p>A pesar de que Will apenas podía abrir los ojos, vio al hombre calvo que al principio les había negado la entrada a la finca y ofrecido el pan duro con el queso rancio.</p> <p>—¿Adonde, mi señor?</p> <p>—¡Al lago, Gryth! ¡A hacer lo que vosotros deberíais haber hecho, escoria inútil! Voy a arrojar a este desgraciado y a su botín al mar.</p> <p>—¡Mi señor, el chico no está muerto!</p> <p>El barón se echó a reír ruidosamente.</p> <p>—¡Pues no vivirá mucho tiempo!</p> <p>—¡Mi señor, no debe matarle!</p> <p>El barón soltó de repente la mano de su criado y le recriminó a gritos:</p> <p>—¿Que no debo? ¿Deber? Esas no son palabras que un hombre pronuncia a su señor.</p> <p>—Pero eso sería un asesinato.</p> <p>—¿Quién va ser testigo de ese asesinato? Esa gente vino aquí por voluntad propia. Este de aquí es un ladrón, y sólo recibirá lo que para él ya es inevitable.</p> <p>Y con esas palabras, dio un latigazo al caballo para ponerse en marcha. El cuerpo de Will se estremeció mientras las cuatro ruedas de hierro avanzaban por los adoquines del patio exterior. Aun así, el hombre calvo empezó a seguirles por detrás del carro.</p> <p>—¡Tenga cuidado, señor! El viejo Aeborn dice que este ladrón lleva compañía.</p> <p>—Pues que intervenga, si es que se atreve.</p> <p>El carro traqueteaba y se movía mientras el barón azuzaba al caballo para que cabalgara a mayor velocidad. Aunque estaba muy aturdido, Will pudo observar vagamente las anchas espaldas del barón. Su abrigo era de un rojo más intenso que la sangre y los anillos bordados de un fino hilo dorado brillaban incluso entre la pálida luz del amanecer. Mientras Will yacía acurrucado sobre la piedra, tuvo la sensación de que ésta había incrementado su temperatura, y que le invitaba a dejarse llevar por el que seguramente sería su último sueño. Le estaban abandonando las fuerzas, y Will comenzó a ver extraños fantasmas que flotaban ante sus ojos como si estuviera a punto de morir.</p> <p>«Eso es todo», pensó Will mientras dejaba que la oscuridad nublara su vista. «Qué equivocado estaba Gwydion al afirmar que él era un rey renacido. Qué extraño que, al besar a Willow, no supiera que sería por última vez. ¿Cómo es posible que algo tan importante como la muerte ocurra sin conocimiento de la persona?» Will deseaba estar junto a su esposa, y pensó que, al menos, la existencia de Bethe demostraría que no había vivido su vida en vano…</p> <p>Se obligó a abrir los ojos en un último intento de contemplar la belleza del mundo, pero lo único que vio fue la amplia espalda del barón. Los fantasmas revoloteaban ante sí y le nublaron la vista, porque en ese momento tuvo una extraña visión. La malla alrededor del cuello del barón se iba deshaciendo poco a poco hasta que sus pequeños eslabones desaparecieron como la flor de un manzano. Y cuando el barón se dio la vuelta, empezó a sonreír y a salirle una barba que brotaba de su rostro juvenil, una cara que poco a poco se alargaba y se tornaba más vieja y amable. En ese momento, el cabello del barón pasó de negro a marrón y de marrón a canoso, y su abrigo de terciopelo se desvaneció hasta transformarse en un guardapolvo de color marrón ratón. Cuando Will bajó la vista, se percató de que su brazo partido volvía a estar entero. Parecía que su camisa nunca había estado empapada de sangre.</p> <p>—¡Agh! —exclamó asustado Will mientras observaba su brazo y movía la mano no sin cierta perplejidad—. ¡Estoy vivo! ¡Estoy… agh!</p> <p>—Sácate ese cabestro antes de que tu cabeza se vuelva azul.</p> <p>—¿Qué me has hecho? —preguntó Will en voz alta mientras se sacaba de cuajo la ropa y bajaba del carro de un salto.</p> <p>—El poder de la visualización —contestó Gwydion sin inmutarse—. Debe de ser muy desconcertante descubrir que tu estado de salud es inmejorable. No cabe la menor duda de que ese descubrimiento es muy agradable.</p> <p>—¡Agh!</p> <p>—Se trata de un sencillo hechizo de camuflaje. Eso es todo.</p> <p>Will parpadeó; no podía cesar de jadear y su corazón latía muy fuerte. Se sentó a horcajadas sobre la piedra sin pensar en ella. Todo el paisaje que contempló a su alrededor bullía de intensos colores y el cantar de los pájaros. Al cabo de un rato, preguntó:</p> <p>—Gwydion, ¿cómo has podido hacerme esto?</p> <p>El hechicero miró por encima del hombro de Will sin inmutarse.</p> <p>—Tuviste que desempeñar la parte que te correspondía. Y lo hiciste muy bien.</p> <p>—Pero… yo pensé que me estaba muriendo. —La voz de Will traslucía indicios de reproche—. Pensé que…</p> <p>—También lo pensaron todos los demás.</p> <p>—Gwydion, has abusado de mi confianza.</p> <p>—¿Ah, sí? ¿Hubieras preferido que te dejara solo?</p> <p>El joven se dio la vuelta.</p> <p>—Debo reconocer que tus habilidades con la barra de la cortina son impresionantes, mi joven amigo. Pero me temo que tu acción fue precipitada porque sólo sirvió para que nos atacaran.</p> <p>—Nos hubieran atacado de todos modos. Fue tu culpa, no la de otro.</p> <p>—Absurdo. En el futuro, debes utilizar un poco más tu inteligencia antes de recurrir a las patadas y a los gritos. Por lo general, se trata de una norma que nunca falla.</p> <p>Will echó un vistazo a su alrededor. Sus pulmones todavía anhelaban absorber el aire húmedo del amanecer. Sus ojos querían deleitarse con la vista de los grandes robles perfilados sobre las neblinas matinales y la cúpula violeta del cielo mientras las estrellas ofrecían sus últimos destellos de la noche.</p> <p>—Pensé que me estaba muriendo.</p> <p>Gwydion se rió entre dientes.</p> <p>—¿En qué estarías pensando cuando te abalanzaste al anciano?</p> <p>—¡Intentaba salvarte el pescuezo!</p> <p>—¿Ah, sí?</p> <p>Will se colocó junto al hechicero. Su sensación de alivio empezó a salir a flote en el mar burbujeante de las emociones que se revolvían en sus entrañas.</p> <p>—Creí que me habías dicho que nunca se debe practicar magia en las inmediaciones de una piedra de batalla.</p> <p>—Dije que no era necesario hacerlo. La magia de camuflaje no es alta magia, sino poco más que un conjuro o el arte de la sutil oratoria. Si aleccionas a las mentes temerosas acerca de lo que deben creer, entonces el miedo servirá tus propósitos. Lo que quieras que se crea, se creerá sin oposición. Hubo un hombre que sí se dio cuenta del engaño, pero no se atrevió a decir nada porque el resto estaba convencido que todo eso pasaba de verdad. Según una importante ley de magia, la mayoría de hombres pueden llegar a dudar de su propio juicio, y el juicio no es muy distinto a la cordura.</p> <p>Will se giró para observar la superficie del carro sobre la que descansaba la piedra de batalla. Todavía estaba cubierta de polvo y suciedad, pero ese polvo se había secado formando unas ronchas.</p> <p>—Está caliente —añadió Will—. Y todavía lo estará más. Ignoro qué hechizo de contención has urdido, pero al parecer la piedra se está resistiendo.</p> <p>—Pues en ese caso, esperemos haberla sacado de su tumba en el momento preciso.</p> <p>—¿Adónde la llevamos? Ludford no puede estar muy lejos de aquí.</p> <p>—Ludford está a diez leguas hacia el oeste. —Gwydion se dio la vuelta al percibir que Will estaba tomando una decisión—. ¿Crees que debería regalársela a Richard de Ebor?</p> <p>—Tal vez no.</p> <p>—Yo creo que tampoco.</p> <p>Will se acordó de los instintos asesinos y suicidas que habían colmado su mente durante su anterior estancia en Ludford.</p> <p>—Ahora que pienso en ello, creo que hay otra piedra de batalla enterrada por las inmediaciones del castillo. Era muy poderosa, aunque su música resultaba confusa.</p> <p>—No deberíamos arriesgarnos a traer esa piedra porque los poderes de las dos saldrían reforzados.</p> <p>Will se frotó el brazo porque todavía no podía creer que se hubiera salvado.</p> <p>—Así pues, ¿dónde la llevamos?</p> <p>—Con el tiempo, espero llevarla a la ciudad de Caster, situada en la Hondonada de Dee, y desde allí embarcarla hasta la Isla Bendita.</p> <p>Will miró a Gwydion con gravedad.</p> <p>—Pero sólo cuando hayas encontrado una forma segura de transportarla por agua, supongo.</p> <p>El hechicero empezó a mover la mandíbula.</p> <p>—Reconozco que ése es un problema que todavía aguarda solución.</p> <p>—¿Y, entretanto, qué hacemos con ella?</p> <p>Gwydion se giró para mirar a sus espaldas.</p> <p>—Espero estar a muchas leguas de distancia de aquí cuando el barón Clifton regrese a casa, porque cuando lo haga, se enterará de la historia que le cuenten los criados. Sin duda alguna, tratará de seguirnos, aunque sólo sea para descubrir lo que hemos desenterrado de su salón y quién se ha hecho pasar por él.</p> <p>—Gwydion —suspiró Will—. Todavía no has contestado a mi pregunta. ¿Qué hacemos, mientras tanto, con esta piedra?</p> <p>El hechicero asintió brevemente con la cabeza.</p> <p>—Conozco un lugar situado a más de veinte leguas de aquí en dirección norte al que ningún mortal se atreve a viajar.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 11</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Las moscas</p> <p style="margin-top:5%">Las brumas del amanecer se habían disipado poco a poco, pero a pesar de que el cielo azul había prometido una mañana soleada, unas nubes altas llegaron desde el oeste y entristecieron la jornada. Will bostezaba de puro cansancio. Quería dormir, pero no le gustaba la idea de hacerse la cama junto a la piedra. El duro asiento de leños sobre el que se sentaba no le resultaba demasiado cómodo. Además, cada vez que cerraba los ojos, la desagradable experiencia del día anterior aceleraba su ritmo cardíaco y tenía que abrirlos de nuevo.</p> <p>Después de atravesar la colina Saltwarp, el camino cruzaba un bosque de olmos que cubría un terreno escarpado. A menudo, no tenían más remedio que bajar del carro y ayudar a su caballo a subir la cuesta.</p> <p>Mientras Will empujaba por la cola del vehículo, formuló varias preguntas acerca del verso en ogham inscrito sobre la piedra.</p> <p>—¿Lo leíste?</p> <p>—Sí. —Gwydion no se prestó a decir nada más. Parecía vigilante, y al mismo tiempo expectante de algo mientras avanzaban con el carro.</p> <p>—Pues bien, ¿no me revelarás su significado? —Y cuando se hizo evidente que Gwydion no contestaría, añadió—: ¿No crees que debería saberlo?</p> <p>—¿Por qué no extraes ese significado por ti mismo?</p> <p>—¿Cómo puedo ver la parte de atrás sin girar la piedra?</p> <p>Gwydion se pasó la lengua por los dientes.</p> <p>—¿Qué crees que dice?</p> <p>—Algo acerca de Lugh y de un noble palacio. Pero el otro extremo carecía de sentido: el falso mundo de un rey o la palabra de un falso rey o algo por el estilo.</p> <p>—Bien por tus estudios.</p> <p>—La lengua verdadera es difícil de aprender si no puedes hablarla con nadie. Yo hice lo que pude —aclaró, sabiendo que esa afirmación no era del todo cierta. Y después añadió—: En fin, más o menos.</p> <p>—Sólo se te pidió que hicieras lo que pudieras —repuso Gwydion—. Más o menos.</p> <p>El hechicero carraspeó y pronunció en lengua verdadera:</p> <div id="poem"a> Lughna iathan etrog a marragh-tor,<br> Amhainme feacail an eithichier do righ<br> Ora fuadaighim na beide all uscor,<br> En morh eiar e taierfa deartigh.<br> </poema> <p>—<i>Lughna iathan etrog a marragh-tor</i> —repitió Will mientras se concentraba en el acertijo de la piedra—. Por la cascada de Lord Lugh…</p> <p>—Cascada no, vado.</p> <p>—Perdón, vado. Debajo del elevado palacio… no, ¿torre? Por la palabra falsa de un rey</p> <p>—Amhainme feacail an eithichier do righ: por sus palabras, un rey falso.</p> <p>—<i>Ora fuadaighim na beide all uscor</i>: venceremos a su adversario bajo el agua. ¡Estas oraciones carecen de sentido!</p> <p>—¡Causará la retirada de su enemigo más allá de las aguas!</p> <p>—<i>Er morh eiar e taier fa deartigh</i>: y el hogar de los maestros será en… ¿el oeste?</p> <p>—Casi. Y el Señor del Oeste regresará a casa.</p> <p>—Vaya. ¿Qué crees que significa?</p> <p>—¿Por qué no me lo dices tú?</p> <div id="poem"a> Junto al vado de Lugh y la esbelta torre,<br> Por sus palabras, un rey falso<br> Causará la retirada de su enemigo más allá de las aguas,<br> Y el Señor del Oeste regresará a casa.<br> </poema> <p>—¡Ah! El vado<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" href="#n3" type="note">[3]</a> de Lugh. Sin duda alguna, ¡se trata de Ludford!</p> <p>Gwydion gimoteó:</p> <p>—No hay que ser demasiado listo para adivinarlo, aunque este verso se escribió antes del reinado del rey Ludd, algo extraordinario en sí mismo.</p> <p>Will dejó de empujar el carro y miró a Gwydion con recelo.</p> <p>—En ese caso, «la esbelta torre» debe de ser el castillo de Ludford, que según pronostica el verso, se derrumbará.</p> <p>—¿Y?</p> <p>—Y… ¿El rey falso podría ser el nieto del usurpador? ¿El rey Hal?</p> <p>—Cabe suponer que sí.</p> <p>—¿Entonces, quién es el Señor del Oeste? ¿Algún Príncipe de Cambray?</p> <p>—Yo diría que se refiere al Lord Teniente de la Isla Bendita. Se trata de un rango falso que los reyes de ese reino han creado.</p> <p>—Así pues, alude al duque Richard —comentó Will. Él sabía que antiguamente el duque había ocupado este cargo—. Pero eso significa, según la predicción, que una sola muestra de poder por parte del rey Hal será suficiente para derrumbar el castillo de Ludford y enviar al duque Richard a los mares del oeste.</p> <p>—Si tu interpretación y la mía son correctas, ése es exactamente su significado.</p> <p>Will ayudó a tirar del carro que había quedado bloqueado en un surco. Quería saber qué pista había dado ese verso acerca del paradero de la otra piedra. Preguntó:</p> <p>—¿Qué interpretaste cuando cotejaste el texto del ogham?</p> <p>—El verso decía así, y esta vez prefiero no molestarte con cuestiones pesadas de traducción:</p> <div id="poem"a> Lord Lugh obtendrá el triunfo,<br> En el cruce del río que fluye por el oeste,<br> la palabra de un enemigo<br> Lleva la marea alta y es falsa.<br> Entre tanto, en casa, el rey observa desde su torre.<br> </poema> <p>Will frunció el ceño.</p> <p>—¿Y eso que significa?</p> <p>—En este caso, Willand, tu interpretación valdrá tanto como la mía.</p> <p>—Pues, entonces, meditemos en ello. ¿Qué lectura haces de estos versos?</p> <p>—Sólo tengo claro el principio: que Lugh, el señor de la luz, saldrá victorioso. Se trata de una antigua formación de palabras, un modismo del que me había olvidado por completo: significa que no debe conocerse un desenlace de antemano, y que ese tema está fuera del alcance de los videntes. Ignoro el paradero del paso del río del oeste. Tal vez se refiera a un puente que cruza el río Ludd, o el Theam. O quizá se refiera a un río totalmente distinto. Los otros versos me resultan totalmente incomprensibles.</p> <p>—¿La última línea podría referirse al rey Hal que se queda en Trinovant al no desear o ser incapaz de enfrentarse con su ejército al duque Richard, tal como desea su reina?</p> <p>—Tal vez se refiera a Richard sentado en el castillo de Ludford, pensando en qué decisión tomar.</p> <p>Will dejó de insistir y, mientras Gwydion tomaba las riendas una vez más, subió de nuevo al carro y se secó el sudor de su frente con la manga. Volvió a mirar la piedra.</p> <p>Resultaba difícil de creer que esas obras pensadas para causar estragos se hubieran creado con una intención pacífica. Todo, según rezaba la Segunda Ley de las Prácticas Provechosas, se pagaba a un precio más caro tarde o temprano.</p> <p>—Iré por delante para ver si no detecto más piedras —anunció Will de repente mientras salía del carro de un salto. Resultaba agradable caminar entre la hierba que cubría los bordes del camino. Los penachos en flor y sus largas plumas parecían saludar a Will y rociar sus pies de polen. Sacó su varita mágica del cinturón y fingió estar escudriñando el suelo, pero tan pronto como se hubo alejado del carro, se sentó para palpar con los dedos el pez rojo que tenía guardado en su zurrón.</p> <p>Lo sacó en secreto, y enseguida notó un leve cosquilleo en las puntas de los dedos. Aunque su pez verde siempre le había dado consuelo y alivio, éste no. Parecía que un extraño poder intentara entrar en su interior por mediación del pez, o que éste quisiera absorber algo de Will como si fuera una sanguijuela. Era una sensación extraña. Eran tantos los misterios, tantas las preguntas sin responder, que pensó en formular algunas a Gwydion, pero luego se contuvo. Guardó el pez rojo en su bolsa antes de que el carro volviera a retumbar y, sintiéndose frustrado, centró su atención en la piedra de batalla.</p> <p>Se levantó y caminó por detrás del carro durante un rato. La piedra parecía observarle con la mirada ceñuda. «En cuanto a ti» pensó Will, «me has separado de mi esposa y mi hija. Y harías lo mismo a todas las personas del Reino si te lo permitiera. Por eso quiero vaciar todo tu contenido, si es que puedo.»</p> <p>Mientras el carro pasó por debajo de la sombra de los esbeltos olmos, las inscripciones en ogham de los cantos de la piedra parecían una ondulación similar a la del avance pausado de las patas de un ciempiés, como si la piedra quisiera bajar lentamente del carro.</p> <p>«¿No te gusta esa idea, verdad?», preguntó Will en silencio mientras se colocaba junto a la piedra. «No, no te gusta.»</p> <p>—¿Qué estás haciendo tan callado ahí detrás? —preguntó Gwydion.</p> <p>—Intento ver si la piedra presenta otras marcas.</p> <p>—¿Y bien? —repuso Gwydion al cabo de un rato mientras miraba por encima del hombro de Will.</p> <p>—Es difícil de determinar. Pero creo que ahora ha subido de temperatura. No hemos tenido una mañana soleada, pero parece que la piedra ha estado absorbiendo sus rayos. —Will pasó su mano sobre la piedra, dando a entender que se había arqueado—. Antes no estaba así.</p> <p>—¿Quieres decir que ha cambiado de aspecto? —preguntó Gwydion.</p> <p>—A mi entender, ahora presenta una protuberancia en el centro que no estaba antes.</p> <p>—¿Estás seguro?</p> <p>Will volvió a mirar.</p> <p>—Sí. Cuando me eché sobre ella, era plana. ¿No crees que habría advertido una curva como ésa?</p> <p>—No lo sé. —Gwydion parecía divertido—. Creo que, en ese momento, tenías otras cosas en la cabeza.</p> <p>—Es claramente un bulto, Gwydion. Antes no estaba. Quizá deberías urdir otro hechizo de contención adicional.</p> <p>—Es posible. —Los ojos del hechicero no sobrepasaron la línea del horizonte—. Pero recuerda que las apariencias engañan. El cometido de una piedra de batalla es provocar debilidad mental.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>A pesar de que vieron numerosas viviendas a lo largo del camino, todas ellas tenían las puertas y las ventanas cerradas a cal y canto. Se cruzaron con poca gente, y apenas hablaron con nadie. Tampoco recibieron noticias sobre la guerra porque las personas con quienes se encontraron no sabían nada, o bien no querían hablar de esta cuestión. A mediodía, llegaron al extremo occidental de lo que Gwydion llamaba las colinas de Clent. El hechicero recomendó torcer por el oeste de la carretera principal y seguir un camino polvoriento para evitar el bosque de la arpía y la colina de Wychburgh. Después, en Cinco Caminos, eligieron la bifurcación del norte y cruzaron el Stoore por el puente nuevo caminando a paso rápido hasta que la luz empezó a desfallecer.</p> <p>Gwydion aprovechó que el camino estaba poco transitado, y que además nadie cobraba por cruzar el puente. El hechicero se arrodilló para observar de cerca el terreno.</p> <p>—Una docena de caballos bien calzados fueron los últimos en pasar por aquí. Conozco al herrero que ha fabricado estas herraduras, y también conozco a dos de los caballos.</p> <p>—Este puente me inquieta.</p> <p>Gwydion echó un vistazo a su alrededor mientras se mojaba los labios con la lengua en un gesto de reflexión.</p> <p>—El señor de estos dominios está ausente. Por lo visto, los comisarios han estado registrando este vecindario. ¿Qué noble pasaría por alto una mina de plata si pudiera pagar a un hombre para hacerse con ella?</p> <p>—El noble de estos territorios, sea quien sea, no habrá dejado escapar esta oportunidad.</p> <p>—Pero este lugar acostumbra a ser próspero, y hemos visto a muy pocos hombres jóvenes por el camino. Sólo las mujeres, los niños y los ancianos iban al mercado. Los rebaños han sido llevados a tierras más altas.</p> <p>—Yo también pensé que veíamos poco ganado. ¿A qué se debe?</p> <p>Gwydion le obsequió con una mirada de complicidad.</p> <p>—Si creyeras que un ejército de cinco mil hombres hambrientos está a punto de pasar por tu pueblo, ¿dejarías al ganado pastar en los campos cercanos a las carreteras?</p> <p>—Entiendo.</p> <p>Gwydion y Will avanzaron por el tranquilo paisaje. El carro del barón era viejo y había dado mucho de sí, de manera que el hechicero no le exigió más. Cuando la impaciencia de Will empezó a irritar a Gwydion, éste contestó:</p> <p>—«A más prisa, menos velocidad.» Reflexiona sobre ello. —El hechicero declaró saber, por el silencio que se cernía sobre la zona, cuánto se había extendido el rumor. También aseguró que, después de la cosecha y de la recolecta del diezmo, los graneros de los señores estarían a rebosar—. ¿Acaso hay otro momento mejor para lograr recolectar hombres?</p> <p>Will se quedó observando la piedra y sintió escalofríos. Parecía que, cuanto más lejos estaba de su lugar originario en el lorc, más cálida y abultada se volvía, aunque ese cambio ocurría lentamente y de un modo casi imperceptible.</p> <p>—¿Qué pasará si cruzamos una línea con esta piedra? —preguntó Will de repente.</p> <p>—¿Cruzamos líneas con la Piedra del Dragón?</p> <p>—No lo sé. Probablemente. Pero ésta es distinta.</p> <p>—¿En qué sentido?</p> <p>—Está activa.</p> <p>Finalmente se detuvieron en Oakey, donde Gwydion entró en la famosa arboleda y se quedó debajo del Árbol Milenario. Según el hechicero, bajo la copa de ese árbol fue coronado un famoso rey de antaño.</p> <p>—Eso ocurrió en una época pasada —comentó con los ojos enturbiados por los recuerdos—. El Gran Arturo cazaba por las inmediaciones año tras año. Recogía bellotas para la ceremonia real de sembrado. Según las predicciones, otro árbol, nacido de una bellota protegida por la copa del Árbol Milenario, regirá en un futuro el destino del reino.</p> <p>—¿Cómo es posible que un árbol gobierne? —preguntó Will mientras comprobaba una vez más cualquier cambio en la piedra.</p> <p>—Escondiendo entre sus ramas a alguien perseguido. Eso es lo que dicen los videntes.</p> <p>—La profecía es una práctica muy extraña. El libro que me diste no decía mucho al respecto.</p> <p>—Se sabe poco. Los videntes no entienden su talento. Rara vez son capaces de ver más que pistas medio falsas sobre la realidad del futuro. A veces, hay información que se les escapa por completo. El tiempo es como una rueda de carro porque, aunque avance hacia adelante, también gira alrededor de sí misma. Hay ruedas dentro de otras ruedas, puesto que ésa es la naturaleza esencial de nuestro mundo, en el que los sucesos se repiten una y otra vez. Gracias a estas repeticiones, podemos aprender mucho, incluso llegar a profetizar basándonos sólo en esas experiencias. Asimismo, podemos aprender mucho de las experiencias de nuestros antecesores. Por eso, los hombres sabios prestan atención a la ley que reza: «La historia se repite a sí misma», porque es una gran verdad, aunque las ruedas de la vida de un hombre sean grandes o pequeñas…</p> <p>La filosofía de Gwydion empezó a disiparse y Will bostezó. En el crepúsculo, tuvo otra vez la impresión de que la piedra se movía y después se quedaba inmóvil. Se quedó mirándola un buen rato, pero no volvió a moverse, y Will pensó que quizás esos movimientos fueran fruto de su imaginación.</p> <p>Pasaron la noche en un claro del bosque, aunque Will se sentía inmensamente seguro. Le recordó a Gwydion la noche que habían descansado en el bosque de los Cuellos Cortados, así como el sueño maravilloso que había tenido del Hombre Verde acercándose con su hueste de duendes y su abrazo terrenal.</p> <p>—Quizá la modestia ha cambiado tus recuerdos de esa noche y los haya transformado en un sueño —afirmó Gwydion mientras permanecían sentados junto al fuego—. No fue un sueño. Te concedieron la libertad del bosque salvaje, y eso es un gran honor. Por eso estamos aquí. Esta noche, dormiremos bien a pesar de nuestra pesada carga.</p> <p>Mientras Will apoyaba su cabeza en el suelo, comentó:</p> <p>—Creo que deberías decirme hacia dónde nos dirigimos.</p> <p>—A un lugar donde ya sabemos que se puede guardar una piedra de batalla sin correr grandes peligros.</p> <p>—¿Dónde? ¿Un castillo?</p> <p>—En la cueva de Anstin el ermitaño.</p> <p>Will se apoyó con un codo en el suelo.</p> <p>—Pero me comentaste que la Piedra de la Plaga le mató.</p> <p>—Así es.</p> <p>—En ese caso, ¿de qué modo la piedra estará a salvo si nadie la vigila?</p> <p>—Nadie excepto la hermana que le llevaba comida a Anstin sabe que está muerto. Y ella ha prometido no decir nada al respecto.</p> <p>—Pero si Maskull se enterara, ¿no iría a la cueva?</p> <p>La expresión de Gwydion se endureció.</p> <p>—Espero que no llegue a enterarse.</p> <p>—¿Y si se entera?</p> <p>—Maskull sabe muchas cosas, pero nunca ha sabido tanto como cree, puesto que peca de arrogante. En el tema de las piedras, ha tratado de seguirme y adelantarme siempre que ha podido. Pero esto no le ha servido de mucho. Alcanzó la Piedra del Rey antes que nosotros, pero no intentó levantar la piedra de batalla o aunar su poder. Sólo pensó en urdir hechizos peligrosos en ella para tenderme una trampa.</p> <p>—Entonces, ¿crees que él sabe menos que nosotros acerca del lorc?</p> <p>—Su conducta así lo revela. Quizás el miedo le impide utilizar el mal que sabe que mora en esas piedras. Sin duda alguna, no tuvo el valor para levantar la piedra que encontró en Tysoe.</p> <p>Will entrelazó los dedos de ambas manos para sostener la cabeza por detrás, y se recostó.</p> <p>—En una ocasión me comentaste que Maskull sabe de dónde procedo. ¿Es eso cierto?</p> <p>Gwydion tardó un buen rato en contestar.</p> <p>—Él sabe más que yo.</p> <p>—Pero, ¿cómo es eso posible?</p> <p>—No puedo explicártelo.</p> <p>—¿No puedes o no quieres? Gwydion, merezco saberlo.</p> <p>—Recuerda lo que dice la ley de la magia: «El conocimiento insuficiente vuelve necios a muchos hombres, y eso es un peligro para todos nosotros».</p> <p>—¿Crees que no estoy preparado y que me dejaré apabullar o me desviaré de mi verdadero camino?</p> <p>El hechicero se dio lentamente la vuelta.</p> <p>—El conocimiento insuficiente suele desviar a las personas de su verdadero camino.</p> <p>—¡También la falta de conocimientos! Tú mismo me lo has dicho. Debo saber quién soy y de dónde provengo.</p> <p>—Tú eres el tercer rey Arturo.</p> <p>—Pero sabes más cosas acerca de mí, y no me las dices.</p> <p>—Todavía no. Debes confiar en que mi decisión no carece de fundamentos.</p> <p>—Gwydion, ¡ya no soy un niño!</p> <p>—Confía en mí, Willand. Confía en mi buen juicio del mismo modo en que yo confío en el tuyo.</p> <p>Will apretó los dientes en un gesto de enfado. Había pensado en comentarle a Gwydion la conversación que había mantenido con Morann, pero decidió no sacar ese tema tan complejo.</p> <p>El maestro de las piedras y las joyas dijo más en una noche que Gwydion y Gort en seis años. La próxima vez que encontrara a Morann, se enteraría de todo lo que quisiera saber.</p> <p>—Buenas noches, Gwydion.</p> <p>—Buenas noches, Willand. Duerme bien esta noche y mañana estarás como nuevo.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Durante todo el día siguiente, trasladaron la piedra de Aston Oddingley hacia el norte, cruzando un terreno lleno de brezos, salpicado de matorrales y lagunas a lo lejos que brillaban con un resplandor dorado debajo de un cielo pálido y lechoso.</p> <p>Al reparar en esos lagos, Will se acordó de las falsas aguas temblorosas que a menudo había visto sobre los caminos templados por el sol, repitiéndose que no todo lo que se veía era real.</p> <p>Cuando Will se giró de nuevo para comprobar la piedra, se dio cuenta de que presentaba un bulto en el centro. Al acercar la mano para palparla, se vio obligado a retirarla de inmediato. Después escupió sobre la piedra y la saliva empezó a chisporrotear. Era la prueba que andaba buscando.</p> <p>—¡Gwydion! ¡La piedra! ¡Está candente! ¡Si no hacemos algo, la piedra prenderá fuego!</p> <p>El hechicero se dio la vuelta.</p> <p>—Coge uno de los recipientes vacíos y ve a buscar agua.</p> <p>—Tengo una idea mejor: vaciaré todo lo que tenemos encima de ella. Avanza un poco más. Pronto tendremos toda el agua que necesitamos.</p> <p>Will había visto que el tramo norte del río Mease que habían seguido se acercaba al camino. Mientras vaciaba su agua potable sobre la piedra, le dijo a Gwydion que se acercara al vado y luego se detuviera. La piedra empezó a hervir mientras Will plegaba su abrigo y lo colocaba en un extremo de la piedra para protegerse los pies. Tensó la espalda y ejerció presión con las piernas hasta que la piedra empezó a deslizarse hacia el extremo del carro.</p> <p>Gwydion se dio la vuelta y se percató de lo que Will intentaba hacer.</p> <p>—¡Detente! ¡No puede tocar el suelo!</p> <p>Will se detuvo.</p> <p>—¿Por qué no?</p> <p>—¿Qué le impediría alimentar a las corrientes terrestres de los alrededores? Me has dicho que esta piedra permanece activa. Debió de estar muy cerca de cumplir su destino cuando la levantamos. Mucho más cerca de lo que creía.</p> <p>Will abandonó sus esfuerzos y bajó de un salto al riachuelo lodoso y poco profundo. Ahuecó las manos y empezó a arrojar agua hacia el carro. Salió una especie de vapor serpenteante de la superficie de la tierra, como si de ella se escapara un fantasma. Siguió echando agua hasta que el suelo del carro quedó empapado y dejó de emitir vapor. Después, Will llenó sus cantimploras de agua y mojó el caballo, observando en silencio a Gwydion mientras éste urdía hechizos adicionales de contención que rodeaban la piedra.</p> <p>El hechicero asió a Will por el brazo.</p> <p>—Ahora, debo formular algunas preguntas. —Gwydion empezó a bailar unos hechizos de interrogación en el río: murmuró unas palabras, chapoteaba en el agua y gritaba mientras sus pies pisaban las piedras viscosas del lecho del río. El agua le mojaba el dobladillo de su túnica mientras él pataleaba y daba vueltas como si estuviera inmerso en un profundo trance. Al final, cayó de rodillas en pleno río con los brazos levantados sobre su cabeza.</p> <p>—¡Deja que te ayude! —exclamó Will.</p> <p>—Debemos marcharnos de inmediato —replicó el hechicero en voz alta mientras asía el brazo de Will—. No podemos quedarnos aquí. Puedo sentir la presencia de Maskull tan bien como un sabueso percibe un olor del día anterior.</p> <p>—¿Maskull? —Will echó un vistazo a su alrededor, y de repente se sintió desnudo bajo la cúpula del cielo.</p> <p>—No está aquí en estos momentos, pero lo ha estado últimamente. Nos ha localizado. Me lo han dicho las aguas. —Los ojos de Gwydion parecían estar escudriñando algo a una distancia media.</p> <p>Después, su mirada volvió a posarse en la de Will.</p> <p>—¡Debemos irnos!</p> <p>El hechicero fulminó con la vista la piedra que chorreaba agua.</p> <p>—Yo tenía razón. No acabamos a tiempo con esta amenaza del lorc. Y ahora se acerca el momento señalado.</p> <p>Will apretó la boca al darse cuenta del significado que entrañaban las palabras de Gwydion.</p> <p>—Tenía la esperanza de que las cosas no llegaran a este punto.</p> <p>—Desgraciadamente, no ha sido así. ¡Ten valor, Willand! Todavía podemos estar a salvo, pero primero debemos intentar drenar la piedra cuando lleguemos a la cueva de Anstin. Allí tendremos algunas posibilidades de éxito, porque conozco bien el terreno.</p> <p>Gwydion se desabrochó su capa.</p> <p>—Nuestras vasijas están llenas de agua. Empapemos nuestra ropa para envolver la piedra con ella.</p> <p>Cuando acabaron la tarea, Will guió el caballo fuera del río, después se colocaron a la misma altura que el hechicero con la esperanza de que sus temores no se estuvieran manifestando.</p> <p>—¿Cuánto falta?</p> <p>—No más de siete leguas.</p> <p>—¡Siete leguas! —Parecía un camino muy largo, pero Will sabía que tenía que hacer todo lo posible para animarse. Empezó a cantar una canción que no era de carácter heroico, como las que recitaban los poetas de la corte, sino una tonadilla que repetían los niños para aprender las medidas:</p> <div id="poem"a> Trece pulgadas son un pie,<br> Con tres pies se tiene un paso.<br> Dos pasos superan un palmo,<br> Largo como una braza, un poste o un rastrillo.<br> Once brazas forman una cadena,<br> Diez cadenas suman un estadio,<br> Con veinticuatro estadios,<br> Tenemos una legua. ¡Ninguna pulgada más!<br> </poema> <p>Cuando Will terminó de cantar, se dio la vuelta creyendo haber recorrido catorce leguas.</p> <p>—¡Podemos hacerlo! —exclamó—. Lo haremos igual que el caballo: a cuatro patas al mismo tiempo.</p> <p>Gwydion sonrió con discreción.</p> <p>—No me imagino mejor compañero de viaje que tú, Willand. Aunque me pregunto cuál será la causa de tu irracional optimismo.</p> <p>—No hay nada malo en buscar siempre la parte positiva de las cosas, Gwydion.</p> <p>—¡Tienes razón!</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Al cabo de unas horas, las nubes empezaron a disiparse y dejaron traslucir fragmentos de cielo azul. Después, el sol empezó a aparecer y a esconderse como si aún no hubiera tomado una decisión. Decoraba con su juego de luces los terrenos cultivados que se extendían a izquierda y derecha del camino que seguían el hechicero y su joven amigo.</p> <p>Will se sentía incómodo con la idea de estar recorriendo un camino que Maskull había pisado con anterioridad. Además, Gwydion había comentado que el brujo había detectado su paradero.</p> <p>Will trató de sacarse esa idea de la cabeza, como si la piedra hubiera intentado inculcársela. Para distraerse, contempló un gavilán que permanecía inmóvil sobre una pequeña colina. Después, salió volando y desapareció.</p> <p>—Los hombres de un maestro odiado son fáciles de confundir —comentó Gwydion mientras el carro avanzaba a trompicones en dirección norte.</p> <p>Will no se esperaba esas palabras y las tuvo que repetir para intentar entenderlas.</p> <p>—Los hombres de un maestro odiado son fáciles de confundir. ¿Es eso una ley de magia?</p> <p>El hechicero negó con la cabeza.</p> <p>—Se trata de la inscripción que presenta una de las monedas de oro del sentido común.</p> <p>—¿Y qué hay inscrito en la cruz?</p> <p>—Probablemente, que los hombres luchan mejor por amor.</p> <p>—¿Es eso cierto?</p> <p>—Sin duda alguna. ¿Por qué crees que se dedican tantos esfuerzos a convencerles de que amen esos brillantes estandartes? Para que luchen por ellos. Seguramente, la ley en la que piensas reza: «Quien gobierna con temor, monta a un tigre».</p> <p>Will pensó en la frase por unos instantes, y luego dijo sin pensar demasiado:</p> <p>—Entonces, ¿esos tigres son criaturas feroces?</p> <p>Gwydion levantó las cejas.</p> <p>—¿Nunca has visto un tigre?</p> <p>—Vaya, estás empezando a perder la memoria… No tenemos tigres en el Valle.</p> <p>—¡Qué lástima! Si uno de esos tigres merodeara por los bosques de Pannage, mantendría a raya a tus vecinos del Valle. Quizá debería regalarte uno. El rey tiene tigres en su zoológico de Trinovant. Son como gatitos amordazados, sólo que miden doce veces más que los gatos. Resultan tan encantadores como temibles.</p> <p>Will sonrió entre dientes.</p> <p>—Como un león a rayas.</p> <p>—¿Qué sabes tú de los leones?</p> <p>—¿También te has olvidado de que tenemos cuatro leones enjaulados en Ludford, junto a las puertas del castillo? Gort me dijo que proceden del sur, que eran un regalo de un mercader de ultramar que esperaba ganarse algunos favores comerciales del duque Richard en el puerto de Callas.</p> <p>—El sanador decía la verdad. Son un símbolo de la realeza, una leyenda viva de las continuas aspiraciones del duque al trono del Reino, de que su linaje recobre su legítimo…</p> <p>De repente, el hechicero dejó de hablar y miró fijamente hacia adelante. Aunque Will no se percató de ningún peligro, detuvo el caballo. Después, bajó del carro y levantó los brazos como si fueran las ramas de un árbol.</p> <p>—¿Qué ocurre? —preguntó Will mientras seguía la mirada del hechicero.</p> <p>Había unos terrenos cultivados, una arboleda que quedaba a su derecha y restos de un curso de agua. Nada fuera de lo normal.</p> <p>—Gwydion, dime qué está pasando.</p> <p>Pero Gwydion no contestó, y cuando Will se dio la vuelta, vio que salían unos gases de la ropa que envolvía la piedra. Parecía vapor, pero cuando olfateó el aire se dio cuenta de que toda el agua había hervido, y que ese vapor era humo.</p> <p>—¡Por el sol y la luna!</p> <p>Will bajó de un salto y cogió uno de los recipientes de agua que tenía más cerca. El agua chorreaba de las prendas chamuscadas. La piedra empezó a chisporrotear una vez más como una sartén.</p> <p>—¡Detén ese maldito ruido! —gritó Gwydion.</p> <p>—¡La ropa! ¡Mira, Gwydion! ¡Está prácticamente ardiendo!</p> <p>—¡No te preocupes por eso!</p> <p>Will miró sorprendido a Gwydion, pero el hechicero sólo se arrodilló y posó una de sus mejillas en el suelo.</p> <p>—¿Qué estás haciendo? —preguntó Will.</p> <p>—¡Shhh! Jinetes! Cientos de jinetes que se acercan… —respondió Gwydion. Levantó la vista hacia el cielo y sus ojos empezaron a dar vueltas. Después, se echó hacia atrás como un hombre que acabara de ser alcanzado en el corazón por una flecha de ballesta.</p> <p>—¡Gwydion! —gritó Will. Volvió a mirar a su alrededor, pero no vio ningún indicio de peligro—. ¡Gwydion!</p> <p>El hechicero se había desmayado.</p> <p>Will se arrodilló a su lado, gritó su nombre y le dio unos cachetes en la mejilla, pero no obtuvo respuesta del hechicero. Este le devolvió la mirada: su rostro pálido denotaba sorpresa. Apenas parpadeaba.</p> <p>Will intentó incorporar a su amigo, pero éste no pudo ni agacharse. Will le mojó la cara con un poco de agua de su cantimplora, y de repente, Gwydion empezó a correr medio agachado y con un brazo a sus espaldas.</p> <p>—¡Gwydion! —La voz de Will denotaba pánico—. ¿Qué te está pasando?</p> <p>El joven trató de dominar sus miedos, a pesar de que Gwydion estaba temblando y retorcía su cuerpo, abría y cerraba la boca, y le rechinaban los dientes.</p> <p>Sin saber qué hacer, Will cogió al hechicero por la cintura. Le levanto como pudo y lo tendió en el suelo del carro. Después, se colocó a sus espaldas y cogió las riendas del caballo.</p> <p>—Gwydion, si se acercan unos jinetes —comentó—, será mejor que nos alejemos de aquí. ¡Es el barón! ¡Venga, Gwydion, levántate! ¡Venga!</p> <p>El carro arrancó de golpe, y Will azuzó al caballo para que galopara con rapidez. Se le ocurrió una idea. Si pudieran llegar al río más cercano, arrojaría la piedra a las aguas y se haría cargo de las consecuencias. De este modo, la piedra se enfriaría y quedaría oculta a ojos de los demás. Después, desengancharía el carro y se llevaría a Gwydion a caballo hasta los bosques que bordeaban los campos del este. Así tendrían alguna probabilidad de escapar.</p> <p>—¡Despierta! —gritó al hechicero. La cabeza de Gwydion se movía de un lado a otro y tenía la boca abierta como si alguien le estuviera zarandeando por el hombro—. ¿Qué te ha pasado? ¿Es un hechizo? ¿Se trata de una trampa que te ha tendido Maskull?</p> <p>Pero cuando miró hacia atrás, vio algo que le resultó más preocupante. Una columna de hombres asomaba por la carretera del sur, una hilera de oscuras figuras que surgían de entre la neblina de la tarde. Eran muchos hombres porque levantaban polvo. Will no pudo discernir su estandarte, sólo vio que era rojo.</p> <p>«Será el barón», pensó Will. «Y si van al galope, pronto nos alcanzarán. ¡No nos queda demasiado tiempo!»</p> <p>—¡Gwydion, despierta! —gritó, pero el hechicero seguía aturdido como un hombre presa de un ataque. El carro avanzaba a trompicones mientras el caballo avanzaba como podía hasta conducirlos al borde del camino. Will insistía.</p> <p>—¡Gwydion, por todas las estrellas, si no te despiertas yo… las cosas se están poniendo muy feas!</p> <p>El sol iluminaba la masa oscura de jinetes, y Will reparó en unos cascos de azul metálico. No montaban a galope, aunque se acercaban con rapidez. Will calculó que serían unos quinientos hombres.</p> <p>Algo no encajaba, porque había muchos caballeros con toda su guarnición. Aunque el barón Clifton hubiera convocado a cada uno de sus vasallos y caballeros de los condados medios, no sumarían tantos hombres armados. ¿Por qué se habrían tomado tantas molestias en perseguir a un par de ladrones?</p> <p>—¡Arre! ¡Arre!</p> <p>Will azuzó de nuevo el caballo después de oír el toque de trompeta. Miró por encima del hombro. Una segunda columna de jinetes seguía a la primera, también a galope. Vio estandartes rojos, azules y verdes sobre las cabezas de esos hombres a medida que se acercaban. Eran miles de jinetes y decenas de estandartes.</p> <p>—¿Qué está ocurriendo? —gritó enfadado. En ese momento, se dio cuenta de la cruda realidad.</p> <p>Gwydion no paraba de retorcerse, de sufrir convulsiones y de toser. Will sujetó al hechicero cuando el carro volvió a dar trompicones sobre el suelo irregular. Will enderezó a su amigo tratando de sentarlo.</p> <p>Gwydion miró tristemente a Will mientras escupía un poco de saliva.</p> <p>—¡Para el carro!</p> <p>—¡No puedo! ¡Nos persiguen!</p> <p>—Claro que puedes. ¡Para!</p> <p>El hechicero trató de hacerse con las riendas, pero Will se lo impidió.</p> <p>—¡No lo entiendo!</p> <p>Gwydion le empujó hacia atrás y le arrebató las riendas.</p> <p>—¡Tonto! ¿Por qué te has desviado de la carretera? ¿No sabes distinguir un ejército cuando lo tienes delante de tus narices?</p> <p>Will se quedó perplejo.</p> <p>—¿Qué ocurre…?</p> <p>—La piedra induce a los hombres a la batalla. Es inútil tratar de esquivarlos. ¡Siempre te seguirán!</p> <p>Gwydion redujo la marcha del caballo. Ante ellos, se abría el riachuelo al que Will se dirigía, pero ahora sólo parecía impedir su camino. Alrededor había unos campos cubiertos de matorrales, la peor vegetación para los carros de caballos. Las columnas de hombres se congregaban a sus espaldas formando una enorme nube de polvo. Al rato, aparecieron más jinetes, atraídos inconscientemente hacia el carro con la piedra.</p> <p>—Sus comandantes no saben nada sobre nosotros ni sobre la piedra —explicó Gwydion—. No se dan cuenta de que todas sus acciones están siendo controladas por ella.</p> <p>—Gwydion, ¿qué te ha ocurrido? Estaba asustado. Creí que te morías. Pensé que Maskull había urdido una especie de conjuro contra ti.</p> <p>Gwydion frunció el ceño.</p> <p>—Era un trance. Mi conciencia abandonó mi cuerpo momentáneamente para cambiarme por una alondra.</p> <p>—¿Por una alondra? ¿Un pájaro?</p> <p>—¡Claro que es un pájaro! ¿Acaso hay un lugar mejor que en los cielos si un hombre quiere saber lo que ocurre aquí abajo? Desde ese punto de vista, puedo observar muchas cosas. Los escuadrones no son más que el extremo de un ejército mucho más numeroso que avanza por todos los flancos. Y por cada jinete hay doce soldados. ¡Mira! Se acercan miles de hombres por la pradera.</p> <p>—¿Son de Ludford? —preguntó Will al ver que había más hombres saliendo de los bosques. Trató de identificar sus estandartes y libreas. Había una de color dorado sobre rojo que mostraba el emblema de una mano partida. Otra presentaba un enorme león con una cola en forma de tenedor sobre un fondo amarillo—. ¡Estoy convencido de que no son los emblemas de los aliados del duque Richard!</p> <p>—¡Claro! La hueste está comandada por Lord Ordlea, y a sus órdenes está otro comisario real de Array, Lord Dudlea. Hay el doble de hombres en este ejército que todos los que lucharon en Verlamion. En mi opinión, Maskull ha convencido a la reina para enviar a esos hombres por este camino para interceptar al conde Sarum. Está intentando reunir a su propio ejército al sur de su castillo de Wedneslea con la esperanza de reunirse con Richard en Ludford.</p> <p>—¿El conde Sarum? —preguntó Will, sabiendo que él era uno de los dos mayores aliados del duque Richard—. ¿A cuántos hombres dirige? ¿Los has visto?</p> <p>—La retaguardia de su ejército medía media legua en el noroeste. Ahora, la vanguardia asoma por los bosques de Loggerhead. Yo diría que ha localizado a su enemigo, pero cuenta con menos de tres mil hombres a sus órdenes. Es difícil saber lo que hará, porque también él se ha sentido atraído inconscientemente por la piedra.</p> <p>—Pero se producirá una masacre —respondió Will sin dar crédito a lo que escuchaba—. Son tres hombres contra uno.</p> <p>Gritó órdenes al cansado caballo para dirigirse al pequeño riachuelo, pero las ruedas del carro ya habían empezado a hundirse en la tierra húmeda y Will echó un desesperado vistazo a su alrededor cuando se detuvieron.</p> <p>—Esto no funciona. No podemos seguir avanzando.</p> <p>Allí se quedaron esperando mientras el enorme y ruidoso ejército de Lord Ordlea les engulló. Varios escuadrones de jinetes con armadura les acorralaron por ambos lados. Tres nutridos grupos de soldados se agolparon para preparar el ataque. Oyeron los redobles de un tambor y los gritos de varios hombres mientras blandían sus armas.</p> <p>—¡El rey! ¡El rey! —gritaron, puesto que la mayoría de esos hombres no eran más que humildes granjeros a quienes se les había dicho que cumplían las leyes del rey Hal contra un rebelde y malvado señor.</p> <p>Durante un rato, el carro estuvo rodeado por un mar de hombres que corrían de un lado para otro; no lucían cascos ni protectores de armadura, sino sólo unas capuchas amarillas. Empuñaban hachas y picos, así como unos temibles ganchos colgados de largos palos. Sus rostros delataban un ansia enfermiza de matar. Los hombres armados con espadas y ataviados con media armadura dirigieron la carga e instaron a los demás a la batalla. Después, varios soldados de campo empezaron a formar siguiendo el curso del riachuelo Brook, defendiendo así los márgenes de la ribera pantanosa hasta que se acercaron los arqueros. Will tuvo la sensación de que muchos pisaban un campo de batalla por primera vez. Estaban asustados y eran incapaces de ocultar su temor. Algunos estaban blancos como el papel, sorprendidos de ver a tantos hombres apiñados en un único lugar, y otros estaban convencidos de que se dirigían como ovejas al matadero. En cambio, había quienes se mostraban tranquilos, serenos de mente y brutales de espíritu; habían escuchado a la piedra con la mente abierta y sabían perfectamente dónde encontrar venganza. Sólo querían una oportunidad para derramar sangre, abalanzarse contra el enemigo y causar estragos.</p> <p>Un caballero montado a caballo, con una maza en la mano, se acercó gruñendo mientras dirigía a sus hombres, pero luego se detuvo y llamó a Gwydion.</p> <p>—¡Eh, tú, cabrero! En nombre del rey, ¿qué estás haciendo aquí?</p> <p>Gwydion fingió ser un hombre indefenso que se había encontrado con esa calamidad.</p> <p>—Conduzco, señor.</p> <p>—¿Qué conduces?</p> <p>—Es sólo una piedra, es… nuestro negocio.</p> <p>El caballero se quedó mirando a Gwydion, aunque el carro no contenía nada que fuera de utilidad a los soldados. Lo interpretó como una obstrucción de la que debía deshacerse.</p> <p>—Están entre dos ejércitos —protestó como si le hablara a un necio—. ¡Salgan de aquí!</p> <p>—Eso nos gustaría, señor, si no nos lo impidieran.</p> <p>Mientras el jinete se alejaba, Will bajó del carro para ayudar a sacarlo del lodo, pero no se movió. La piedra desprendía una especie de vapor, formando penachos en el aire como si de una llama se tratara. Will sintió que le ardían las mejillas. El humo empezó a formar volutas y olía a madera chamuscada. Se apoyó contra la rueda más cercana y empujó con todas sus fuerzas, aunque no sirvió de nada. Sus pies resbalaron en el suelo cubierto de fango. La desesperación se apoderó de él cuando vio el ejército del conde Sarum extenderse hasta los confines boscosos del norte. Muchos de los jinetes se marcharon, y algunos incluso bajaron del caballo para disponerse a luchar. La mayoría iba armada, pero también había numerosos arqueros vestidos de rojo y negro que blandían estacas de madera. Se situaron en la retaguardia de los jinetes para evitar que el enemigo cargara contra su compañía. Esos grupos de hombres armados habían seguido toda la carretera procedentes de Loggerhead Woods, y quizás intentaban dar la impresión de que detrás de ellos había una fuerza militar mucho mayor. Se colocaron en sus puestos como si fueran combatientes experimentados. Gwydion se quedó mirándolos mientras pronunciaba unas palabras en voz baja y gesticulaba hacia el ejército como si quisiera dispersarlos.</p> <p>Will se dio cuenta de que el carro se tambaleaba, y que salían unas llamas de la parte trasera del vehículo.</p> <p>—¡Gwydion! ¡Las mantas! ¡Están ardiendo!</p> <p>Se dirigió de nuevo a la parte trasera del carro y empezó a golpear la tela contra la piedra. En ese momento, la piedra comenzó a tambalearse y, cuando Will retiró la segunda manta, se horrorizó al percatarse de que la piedra había desaparecido. Parecía ser un enorme gusano gris. Daba bandazos de un lado a otro como si intentara salir del carro.</p> <p>Will se quedó boquiabierto, y retrocedió unos pasos al ver que la piedra se contorsionaba entre el humo.</p> <p>—¡Es asombroso! —gritó Will—. ¡Gwydion, no tenemos tiempo!</p> <p>Salieron unas llamas de debajo de la piedra. Will se apartó de un salto y empezó a desenganchar el asustado caballo. En un instante, todo el carro quedó engullido por las llamas, y no había forma de impedir que los restos de la piedra se desplomaran al suelo.</p> <p>—¡Vuelve! —gritó Gwydion mientras asía a su amigo por el brazo—. ¡Cuando esos restos toquen la tierra, empezarán a soltar todo el mal que contienen!</p> <p>El hechicero empezó a bailar empuñando su báculo en torno al carro en llamas. Invocó unos hechizos de enorme poder para combatir esa monstruosa piedra. A unos cien pasos de distancia, el grueso del ejército de Lord Ordlea advirtió el carro ardiente. Al ver a un loco bailar alrededor de las llamas, muchos se echaron a reír. Pocos de esos soldados rasos, o ninguno, habían participado antes en una guerra, y algunos pensaron que era costumbre quemar un carro antes de cada batalla. Muchos estaban animados, aunque todavía no habían visto ningún derramamiento de sangre.</p> <p>Pero Will conocía perfectamente esa situación. Había visto cómo las flechas de guerra atraviesan a los hombres, cómo las armas puntiagudas cortan su carne. Y también había presenciado el efecto que tenía una piedra de batalla en las mentes de las personas que oían sus susurros. Will sintió que le daba un vuelco el corazón cuando la piedra hizo alarde de su alegría. En su mente, empezó a escuchar risas, ruidos y un sonido aterrador. Will se sentía abatido. Ya conocía ese sonido, y su propia voz pareció desvanecerse.</p> <p>«Has sido un tonto al pensar que habías acabado con la Piedra del Destino…»</p> <p>Luego oyó el conocido sonido de las ráfagas de aire. Se agachó por miedo, ya que supo que anunciaba una muerte sangrienta. Ese sonido colmó el cielo mientras miles de flechas volaban por encima de su cabeza, llevando la muerte a sus adversarios. Unas cuantas no llegaron a destino, y aparecieron de repente sobre el terreno que circundaba a Will; una de ellas cayó a tres pasos de distancia. Permaneció erguida como si se tratara de una extraña flor blanca nacida de un hechizo mágico. Cuando Will levantó la vista, vio a los hombres de Lord Sarum acercándose formando una línea desde el bosque, y a muchos arqueros lanzando una descarga tras otra. Will pudo leer sus rostros y oír a los soldados de infantería que avanzaban por detrás de esa línea.</p> <p>Al margen de que Lord Sarum hubiera quedado afectado por la influencia de la piedra de batalla, también era un astuto soldado. Contaba con la ventaja de estar sobre una colina, y temía que tendieran una trampa a su menguado ejército a dos campos de distancia. Como temía recibir una carga de caballería por los flancos, había apostado su ala izquierda sobre el terreno fangoso que discurría a lo largo del río. Cualquier jinete que se atreviera a acercarse se hundiría en el fango. De este modo, contrarrestarían cualquier ataque. El conde había cubierto su flanco derecho con una barricada de una línea doble de carros de avituallamiento, y estaba encabezada por varios soldados con ballestas, cuyas largas armas disuadirían a cualquiera que osara acercase.</p> <p>Will conocía el carácter de Lord Sarum por el tiempo que había pasado en Foderingham y Ludford. El conde tenía casi sesenta años, era uno de los hombres más ricos del reino y además muy listo. Entendía a la perfección el arte de la guerra, aunque aquí se jugaba la vida. Había llegado a este campo de batalla por insistencia de la reina y del populacho alzado en armas, y había emprendido una lucha encarnizada movido por los poderes destructores de una piedra antigua.</p> <p>Estas imágenes acudieron a la mente de Will como una ráfaga mientras el aire transportaba un ruido mortal. Se dispararon tantas flechas que Will oyó cómo pegaban unas contra otras en pleno vuelo. Se agachó porque no pudo hacer otra cosa. Will jamás olvidaría el pavor que sintió al permanecer bajo una descarga de flechas, era algo que no se olvidaba jamás.</p> <p>Pero poco se podía hacer cuando las flechas pasaban prácticamente a ras del suelo. Empezaron a oírse gritos cuando la primera tanda mortal de flechas alcanzó a los soldados de infantería. Muchos de los hombres que cayeron se retorcían de dolor en el suelo, aunque el grupo seguía avanzando sin piedad. Después, al cabo de unos seis segundos aproximadamente, volvió a lanzarse la segunda descarga y se oyeron más gritos. La operación volvió a repetirse al cabo de un rato, y así sucesivamente. Cada descarga segaba a varios hombres hasta que toda la avanzadilla perdió sus fuerzas y se ordenó la retirada, dejando en el campo a centenares de muertos y moribundos.</p> <p>Will se dio media vuelta, de nuevo preocupado por las acciones de Gwydion. Las llamas del carro ardiendo envolvieron al hechicero mientras éste pronunciaba los hechizos que limitarían la amenaza de la piedra, aunque Will sabía que si no escatimaban esfuerzos en esa dirección, las acciones de Gwydion serían en vano. Entre los restos del carro quemado, el trozo de piedra asomaba por detrás como si buscara al autor de esa danza que tanto la atormentaba.</p> <p>Ante los gritos y la sangre de los moribundos, Gwydion intensificó sus hechizos mágicos con valor, pero se acercó demasiado a la piedra. Por un instante, el trozo de roca desprendió un destello azul, aunque abrió una especie de boca que empezó a gritar palabras en un idioma parecido a la lengua verdadera. Eran palabras de poder. Unas palabras que invocaban más dolor y destrucción en el campo de batalla.</p> <p>El hechicero se apartó mientras se protegía de ese desagradable acto mágico. En ese momento, la boca se abrió ampliamente y emitió un vapor negro. Al principio, la magia de Gwydion impidió que esa nube se propagara, y logró controlarla con una especie de red invisible que se elevó en el aire: formó una enorme masa que daba vueltas muy deprisa buscando una salida.</p> <p>Como si obedecieran a una señal general, los hombres y los caballos empezaron a avanzar. Will se quedó mirándolos con incredulidad. ¿Lord Ordlea habría ordenado una carga desde la colina? Si era así, acababa de firmar su sentencia de muerte. Los cascos de los caballos traqueteaban en el suelo mientras formaban en posición de ataque, y luego se ordenó una carga de mil caballos que se precipitó contra el enemigo desde lo alto de la colina. La primera oleada alcanzó de lleno el centro de la línea de Lord Sarum, y Will creyó que el ataque llegaría a buen término. Sin embargo, un millar de flechas alcanzaron a cientos de caballos, que cayeron al suelo o retrocedieron, con lo cual se interrumpió la carga. Los jinetes que seguían a la vanguardia estaban confundidos, y reinó el caos hasta que fueron capaces de retroceder.</p> <p>Entonces, Lord Dudlea se separó de su desordenada línea de caballería y ordenó a sus hombres lanzar una segunda carga. Su estandarte amarillo y rojo sobresalía y ondeaba con fuerza mientras Lord Dudlea y sus hombres se reunieron para atacar con contundencia al enemigo. No obstante, la carga volvió a fracasar, y la línea se rompió debido a las ráfagas mortales de los arqueros de Sarum. Varios caballos y jinetes fueron derribados. Cuando Lord Ordlea fue alcanzado por una flecha, se ordenó un ataque de infantería, en esta ocasión comandado por Lord Dudlea. Los obedientes soldados avanzaron por el campo de batalla. Corrieron gritando como posesos, pero cuando los hombres de las primeras filas cayeron como moscas, el resto dejaron sus hachas y huyeron como conejos desperdigados por el monte.</p> <p>Will sabía que Gwydion no podía hacer nada para detener la monstruosa matanza. Pensó que el hechicero lanzaría varias ráfagas de fuego en el aire, pero todas sus habilidades se habían agotado intentando contener la maldad de la piedra. A pesar de todos sus estudios, Will no tenía la capacidad de enviar rayos o truenos para disuadir a los dos ejércitos en liza y, por tanto, no se atrevió a interferir en el ataque de la piedra. Se agachó para protegerse como pudo de las flechas. Bajo un impulso irrefrenable, sacó su pez rojo del zurrón, pronunció unas palabras en lengua verdadera, y se dio cuenta de que esa figura no le daba el aliento que solía proporcionarle el pez verde. Se sentía culpable, y pensó que esa piedra había acabado con ellos de un modo casi imperceptible. Se había colado por sus defensas y los había derribado.</p> <p>Will gritó enfadado por la locura y el sinsentido de esa carnicería. La indignación se apoderó de él y echó a correr como un lunático gritando contra una tormenta. Encontró muchas flechas clavadas en los campos. Will comenzó a arrancarlas y a partirlas con la rodilla, después las tiraba como si así pudiera detener la matanza. Un jinete perdido, un hombre lleno de furia o temor, o simplemente con ganas de matar, empujó a Will al suelo.</p> <p>Cuando se incorporó se puso de rodillas. Observó la batalla con desesperación, y se dio cuenta de que no podía hacer más. Las guerras nunca las detenían los locos que gritaban al vacío, no importaba lo que los demás le dijeran. La falta de visión y vigilancia eran la causa del problema, y tanto él como Gwydion eran los culpables. Habían dado al traste con sus oportunidades.</p> <p>Will se sentía culpable de la situación y el terror se apoderó de él. Se levantó con las manos vacías mientras miraba sobrecogido al cielo. Un ruido estridente colmaba el aire a su alrededor, aunque esta vez no oyó el golpeteo de las flechas. La masa de maldad que la magia de Gwydion trató de elevar hacia el cielo como si fuera humo, se mostró en ese momento como millones de moscas carroñeras.</p> <p>Salían de la piedra en gran número, como si la piedra de batalla fuera el origen de una enorme cueva subterránea. Las moscas salían a raudales, aunque la magia de Gwydion logró contenerlas. Las pocas que lograron escapar al vórtice, volaron por el campo de batalla sin causar efecto nocivo alguno, pero mientras la piedra seguía vaciándose, el poder de Gwydion para contrarrestarla empezó a menguar. Will observó cómo el hechicero era superado por una columna inestable de oscuridad que crecía a pasos agigantados. Comenzó a retorcerse, y se partió. Entonces, se produjo un enorme estallido de moscas que empezaron a cubrir el cielo hasta que la luz del día se tornó gris.</p> <p>Pero debajo de la enorme torre de negrura, la batalla continuaba. Otra descarga de flechas altas atravesó la espesura y llevó la muerte a muchos hombres de Lord Ordlea. Cuando se encontraron dos frentes enemigos, la lucha fue cuerpo a cuerpo. Un millar de hombres armados se pegaban entre sí, y los distintos colores se mezclaban violentamente como si estuvieran dirigidos por una fuerza invencible. Los ganchos y palos de madera se abrieron paso entre la masa de hombres que eran apuñalados y arrojados al suelo hasta morir apaleados. En los extremos de tal gentío, la lucha era más encarnizada, ya que los hombres tenían espacio para blandir sus armas. Los puñales y las hachas fueron los artífices de las muertes más sangrientas. Los caballos se apartaban mientras los capitanes enfundados en su armadura rajaban a sus adversarios. Los soldados de infantería trataban de derribar a los jinetes con sus palos de madera, azuzaban las mallas con las puntas de sus armas y, cuando conseguían derribar a su enemigo, decenas de hombres se abalanzaban contra la víctima. Los mataban con contundentes golpes de maza, o rajaban los protectores del cuello para cortarles el pescuezo hasta que morían desangrados. Will vio brazos y piernas sueltos, cabezas partidas en dos; aunque un solo golpe alcanzara el casco metálico, era tanta la fuerza del impacto que podía partir el cráneo. Vio a varios hombres paralizados por el miedo, hombres que no tenían agallas para matar, hombres de rostros grises y ojos abiertos que habían perdido el control de sus acciones y querían huir de la matanza. También había hombres, aunque eran los menos, que disfrutaban matando; pero fueran quienes fueran esos soldados, así como sus sentimientos, todos ellos permanecían en el centro de un punto caliente de guerra que consumía a todos los que lo presenciaran.</p> <p>Will vio la lucha que se desarrollaba a su alrededor, un caos en el que sólo se oían gritos y chillidos de dolor, brotes de ira extrema junto con episodios de extrema violencia. Era un espectáculo muy desagradable, y el olor era peor, porque cuando los cuerpos humanos se abren en canal, los líquidos internos que se vierten sobre la hierba crean un hedor de lo más desagradable. Will avanzó a tientas y no fue alcanzado por ningún proyectil. Daba la impresión de que esa batalla sería eterna, pero con el tiempo el sol quedó eclipsado como por efecto de una mano gigante, y Will creyó que la noche se había cernido precipitadamente sobre el valle. Todo el cielo ennegrecido y el sol del mediodía desapareció. Will no oyó nada salvo los gritos de los moribundos y los murmullos que los envolvían. Su cuerpo parecía sufrir una enorme conmoción, y se agachó para tratar de escapar abriéndose paso entre la tierra teñida de rojo. Sin embargo, las moscas nublaron sus ojos, su nariz y su boca. Asfixiaron a Will, le hicieron escupir, sentir náuseas y morirse de miedo. A su alrededor, los soldados levantaban los brazos en un gesto desesperado, habían quedado atrapados en una tormenta de nieve negra y acuciante. Los soldados de infantería se tiraron al suelo, los caballos enloquecieron y los jinetes perdieron la vista hasta caer. El interminable tormento provocó agonía y locura más allá de lo indecible, mientras los hombres bailaban abiertamente ante la muerte.</p> <p>Pero Will no murió. Logró deshacerse de las moscas que le tapaban la boca y fue capaz de respirar. También las apartó de sus ojos lo suficiente para observar lo que ocurría en el carro. La piedra ardía formando enormes llamas mientras desprendía miles de moscas negras que se alzaban junto al fuego. Había sido la piedra, una vez más, encogida y moribunda, liberando toda su furia.</p> <p>Al fin, la oscuridad empezó a disiparse cuando las moscas volvieron a plagar las praderas. El enjambre atacó a los muertos y heridos que se arrastraban o yacían por todas partes. Se desplazaban en grupos y cubrieron todo el terreno con su manto grueso y oscuro. Los caballos heridos gemían de terror ante el inminente ataque de los enjambres y daban violentas coces. Los hombres heridos se asfixiaban y trataban de respirar el escaso aire que quedaba. Cuando Will se obligó a levantarse, reparó en cuan implicado estaba en esta matanza. La carnicería había durado menos de una hora, pero el daño que había surgido de la piedra sólo menguó al arrebatar la vida de los cuerpos de siete veces trescientos hombres.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 12</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Cautivos</p> <p style="margin-top:5%">A lo largo de todo ese espantoso lugar, que para siempre jamás se daría a conocer como «el Brezal del Horror», las moscas se desvanecieron poco a poco hasta que no quedó ni rastro de ellas. Como el hechicero había predicho, esos insectos desaparecerían de la memoria humana en un abrir y cerrar de ojos.</p> <p>El conflicto había durado media tarde, pero fue suficiente para cambiarlo todo, y Will y Gwydion se encontraron pasando entre un ejército inesperadamente victorioso que ahora había iniciado una brutal celebración.</p> <p>—Esto es lo que ocurre cuando la sed de sangre se apodera de los hombres —sentenció Gwydion, mientras observaba las pilas de cadáveres que había por todas partes. El hechicero parecía haber envejecido y adelgazado por este fracaso—. Ya he visto esta escena multitud de veces. ¡Imbéciles salvajes! Los hombres de Sarum sabían que serían los perdedores del día. Creían que iban a morir. ¡Pero fíjate en cómo dan las gracias por sus vidas! ¡Con cuánta facilidad glorifican los hombres la muerte de sus iguales! ¿Es que la humanidad no se va a salvar jamás?</p> <p>Will se sentó en la hierba pisoteada. Estaba mareado, aturdido y aterrorizado. La matanza había quedado atrás, y ellos salieron ilesos. No sabía si su salvación se debió a la casualidad, al buen hacer de Gwydion o a cualquier otra razón. Will echó un vistazo alrededor de una escena que habría sido totalmente inimaginable horas atrás.</p> <p>A lo largo de toda la mañana, ese lugar había sido una pacífica y verde pradera, un campo salpicado de margaritas, ranúnculos y dientes de león. Ahora centenares de hombres se amontonaban unos encima de otros como carnaza. Formaban la desagradable estampa de la muerte. En cambio, otros muchos sangraban y esperaban la muerte en breves instantes. El horror se cernía sobre el lugar con un tufo devastador.</p> <p>Los rescoldos del carro humeaban, y en medio se erigía la piedra de batalla quemada. Se había deshecho de todos los hechizos de contención que había urdido Gwydion. Había cumplido su cometido. En esos momentos, parecía estar riéndose de todo.</p> <p>Will se levantó. La ira bullía en su interior y se acercó a la piedra humeante. Rechinó los dientes y dio varios puñetazos a la piedra hasta que las cenizas le sangraron los nudillos, hasta que empezaron a saltar por los aires y su ataque de rabia aminoró. Después, se echó a llorar. Pasó sus brazos alrededor del cálido cascarón de la piedra y lo abrazó; poco a poco las lágrimas se convirtieron en sollozos.</p> <p>La piedra lo entendió. Le perdonó porque cada uno, a su manera, había sido vaciado por dentro. El corazón de Will latía al ritmo de la escasa bondad que quedaba en el interior de la piedra ahora que las fuentes del mal se habían agotado.</p> <p>Al fin, Gwydion se acercó a su compañero de viaje y lo apartó lentamente de la piedra. Una piedra de batalla gastada era una experiencia reconfortante, un muñón que conferiría tímidas bendiciones al mundo. A Will le costó liberarla, y le costó más aún alejarse de ella, pero lo consiguió. Tenía muchas cosas que hacer y todavía debía sufrir más.</p> <p>En el transcurso de una hora, Will presenció las muertes de muchos hombres. Iba de una pila de cadáveres a otra en busca de algún posible superviviente; nadie se atrevería a detenerle, por muy absurdas o brutales que fueran sus acciones entre los muertos. En poco tiempo, un hedor dulzón se apoderó de toda la pradera, y Will se acordó del tufo de los cadáveres que se habían dispuesto en filas después de la batalla de Verlamion. Eran unos rostros grises que reposaban en un sueño aparente, muchos de ellos presentaban manchas de sangre, otros estaban terriblemente distorsionados. Sin embargo, otros conservaron casi intactos sus rasgos.</p> <p>Will vio una vez más la miasma que se cernía sobre los montones de cadáveres como una fantasmal neblina, como si los muertos fueran acechados por espectros y otras presencias fantasmagóricas que supuestamente moraban en los planos inferiores. Pero Will no percibió una sensación desagradable, sino una presencia rayana en lo sagrado, algo que permanecía y se negaba a desaparecer.</p> <p>—¡Ven, Willand! —llamó la voz del hechicero—. Debemos trabajar con rapidez y hacer todo lo que esté en nuestras manos.</p> <p>Will no cesaba en su empeño. Como sanador, sabía que se requería una enorme bondad para reparar un breve instante de mal. El mal, según parecía, fluía hacia el mundo con bastante facilidad y libertad, como el aire o el agua del riachuelo de una montaña. Mientras que la bondad… La bondad era una sustancia mucho más lenta y espesa… como la miel.</p> <p>Gwydion hizo retroceder a las cuadrillas de hombres que merodeaban entre los aterrorizados heridos como bestias salvajes dispuestas a matar a sangre fría. Will se daba cuenta enseguida de dónde convenía ofrecer consuelo y curación, aunque la mayoría de heridas eran graves.</p> <p>—Conozco tu sufrimiento, y las sensaciones por las que estás pasando —dijo a un joven con un brazo totalmente desencajado por el codo. Los labios del muchacho estaban amoratados y sus ojos brillaban de la conmoción, sin embargo, su mirada reflejaba cierta seguridad en sí mismo mientras observaba los dos brazos enteros de Will. Aun así, aceptó los hechizos que aliviaron su dolor y que, con el tiempo, curarían el brazo desencajado—. ¿Cuántos años tienes? —preguntó Will antes de avanzar un paso más.</p> <p>—Diecinueve años, señor —respondió el muchacho, que seguía agarrado a la mano de Will—. Trabajo como pastor desde los siete años. Pero hoy he sido soldado. Y, por lo visto, a partir de hoy seré un vagabundo.</p> <p>Un hombretón que esperaba en las proximidades interrumpió:</p> <p>—¡Al menos, no te has convertido en manjar para los cuervos! —pero después, reflexionó sobre sus palabras, y se dio cuenta de que la palabra «cuervo» era utilizada por muchos para referirse a los hechiceros.</p> <p>Enseguida se disculpó:</p> <p>—Le pido perdón, Maestro. No quería que mis palabras fueran malsonantes.</p> <p>Pero a Will le importaban un comino los insultos. Vio que el joven herido respondía con una sonrisa desafiante cuando la sangre dejó de brotar y la piel empezó milagrosamente a cicatrizarse.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Pasó mucho tiempo antes de que los líderes del ejército victorioso pudieran controlar a sus hombres más violentos, puesto que todos ellos querían hacerse con el botín del enemigo derrotado. Había montones de caballos, de cascos, espadas y bolsas, zapatos caros y abrigos de tela gruesa, aparte de otras muchas cosas. Todavía se podía conseguir más matando a otros hombres. Objetos tan preciados como las hebillas de oro o los sables de caballero valían el equivalente al sueldo de uno o dos años trabajando en los campos; así pues, los saqueadores corrían a sus anchas y las curaciones se convirtieron en un asunto mucho más macabro de lo habitual. Si Gwydion no podía detenerlos, esos hombres trataban a amigos y enemigos por igual, y proclamaban en voz alta que a los perros heridos jamás se les hubiera dejado en una situación tan desesperada. Se cortaron muchos cuellos con el pretexto de una falsa misericordia. Los oportunistas se arrastraban entre los cadáveres y los heridos en busca de cualquier objeto de valor que pudieran encontrar.</p> <p>Will escuchó de los heraldos de Lord Sarum que habían muerto doscientos de sus hombres, pero que al menos diez veces ese número había perecido en el otro bando. Los vencedores aclamaron esas palabras pronunciadas en voz alta.</p> <p>—¿Qué haremos con los cadáveres? —preguntó Will al hechicero en un tono de voz que denotaba indignación.</p> <p>Gwydion contestó:</p> <p>—Se dejarán aquí para que se pudran y los consuman las moscas hasta que los aldeanos sean llamados a enterrarlos.</p> <p>—¿Sean llamados?</p> <p>—Por los Invidentes. Procurarán que estos muertos se entierren en fosas comunes. Aprovecharán esta oportunidad de oro para entonar sus cantos fúnebres y de este modo aterrorizar y dominar a los aldeanos a quienes eligen para cavar las tumbas. Estos pobres aldeanos cavan y soportan los discursos de los invidentes, ¡porque quienes sacan los ojos a otras personas les encanta reprocharles su invidencia!</p> <p>Will miró una vez más el campo cubierto de miles de cadáveres. Cuando el ejército victorioso empezó a reunirse de nuevo, Gwydion se levantó y extendió las manos como si se tratara de un espantapájaros. Urdió un hechizo de limpieza para el campo de batalla, y después recitó:</p> <p>—Cuervo, grajo, tarta, Chova, corneja. ¡Volad!</p> <p>Al terminar de pronunciar estas palabras, centenares de pájaros remontaron el vuelo, pero podría haber sido el redoble de tambores, el toque de trompetas o el estruendo de los cascos de los caballos lo que motivó el vuelo de esas aves, porque en un instante, Lord Sarum hizo su aparición con su enorme corcel. Montaba rígido y levantado sobre los estribos. Todo su cuerpo brillaba por el acero de la armadura. El portador de su estandarte y sus capitanes galopaban detrás de él. Levantó la espada mientras permanecía montado en el corcel y la blandió una y otra vez sobre su cabeza. Se oyeron unos fuertes gritos mientras Lord Sarum desfilaba triunfante a la vanguardia de su ejército. Su visera sobresalía de su reluciente yelmo. Miles de miradas se posaron sobre ese hombre. Will sabía que éste era uno de esos momentos para los que vivía un guerrero. La victoria del señor y sus soldados brillaba pura y con fuerza en el corazón de esos hombres.</p> <p>Will se dio la vuelta. Su espíritu se rebelaba contra esa alegre masa de hombres. Prefirió concentrarse en las curaciones. Tenía las manos ensangrentadas hasta el codo, pero al final cedió a la insistencia de los hombres armados.</p> <p>—¡Dígale al heraldo de mi señor quién es usted!</p> <p>—Un sanador, eso es todo. Déjeme.</p> <p>—¡Es un hechicero!</p> <p>El heraldo de Lord Sarum intervino en la conversación.</p> <p>—¿No eres el mismo hechicero que bendijo nuestra victoria? El joven que trajo esa maravillosa piedra.</p> <p>Cuando Will miró en la dirección que le indicaban, reparó en unos hombres que estaban rodeando la malograda piedra de batalla, tocándola y deleitándose con ella.</p> <p>—¡No soy un hechicero! —les contestó enfadado—. ¡Y yo no creo que esto haya sido una victoria!</p> <p>—Entonces, ¿eres nuestro enemigo? —le preguntaron sorprendidos por la dureza de las palabras de Will.</p> <p>—¿Quién es vuestro enemigo? ¡Mirad a vuestro alrededor! ¡Han muerto diez veces más hombres aquí que en Verlamion! ¿Qué clase de victoria es ésta?</p> <p>Los hombres contestaron a gritos:</p> <p>—¡Coged al hechicero! ¡Llevadle hasta la piedra mágica! —exclamaron mientras separaron a Will de su labor.</p> <p>Lord Sarum se acercó para presenciar el milagro ante el cual se maravillaban sus hombres, pero Will blandió un dedo acusador ante él.</p> <p>—¿Lo ve, mi señor? Mire lo que ocurre cuando fracasa nuestra labor. Por falta de un carro de dos caballos y media docena de hombres que nos ayudaran a tirar de la piedra, ¡ha ocurrido esta tragedia!</p> <p>Los hombres del valiente señor amenazaron con matarlo por su insolencia, fuera hechicero o no. Will se encogió de hombros y se quedó inmóvil junto a la piedra, esperando a ver cuánto tardaban esos hombres en acercarse a tocarla. Estaba marchita, agujereada y ennegrecida. Su superficie presentaba magulladuras, o quizá su poder para crear ilusiones respecto a su verdadera apariencia y tamaño había desaparecido definitivamente.</p> <p>Lord Sarum caminó tres veces alrededor de la piedra consumida.</p> <p>—De modo que ésta es una de las piedras mágicas contra la cual nos advertía el Maestro de los Cuervos. ¿Dónde está?</p> <p>En ese momento, Gwydion se presentó ante ellos. Tenía un aspecto macilento y avanzaba con dificultad con su ropa hecha harapos. A todos los presentes les pareció un vagabundo sucio y loco, a pesar de que su tono de voz fue contundente.</p> <p>—¡Se lo advertí a Richard de Ebor! Le pedí ayuda para encontrar estas 3iedras. ¡Y me la denegó!</p> <p>Lord Sarum replicó con indiferencia:</p> <p>—Pues, pídaselo de nuevo, Maestro de los Cuervos, y esta vez se le concederá su deseo, porque al parecer esta piedra nos ha llevado a la victoria.</p> <p>Cientos de hombres se quedaron gratamente sorprendidos ante la idea.</p> <p>—¡Imbéciles! ¿Ninguno de vosotros entiende lo que ha ocurrido hoy?</p> <p>Pero todos se echaron a reír ante sus narices, burlándose por su insolencia. A fin de cuentas, era un hechicero medio loco debido a sus tratos con una magia corrosiva. El conde también se echó a reír, al igual que sus soldados. Todos parecían muy animados y satisfechos por su hazaña teñida de sangre, y se alababan unos a otros como si su proeza hubiera sido el factor determinante de la batalla. Sus cantos de guerra se elevaron hasta borrar por completo los lamentos de los heridos. Will se llevó las manos ensangrentadas a sus orejas, pero el tumulto no hizo más que aumentar. Le empujaban continuamente mientras varios hombres se dedicaban a levantar y transportar la piedra.</p> <p>—¿Adónde nos llevan? —preguntó a Gwydion mientras se veían arrastrados por la marea humana.</p> <p>—¡A Ludford! —gritaron los soldados entre risas—. ¡Debemos partir de inmediato antes de que la malvada reina envíe otro ejército para tomar represalias!</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 14</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Una roca amable</p> <p style="margin-top:5%">Gwydion y Will fueron arrastrados hasta los carros que transportaban a los heridos a la cola de la expedición militar.</p> <p>—Entra —ordenaron los soldados.</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>—Porque vienes con nosotros.</p> <p>—¿Con qué derecho? —protestó Will mientras trataba de separarse.</p> <p>—¿Derecho? Cumplo órdenes de mi señor, Lord Sarum.</p> <p>—Nosotros no somos hombres del conde de Sarum. ¡Preferimos quedarnos aquí!</p> <p>Fueron rodeados de inmediato por varios soldados que blandieron sus espadas, y aunque Will levantó su palo con intención de oponer resistencia, Gwydion le indicó que bajara el arma con un gesto cansado de la mano.</p> <p>—Iremos donde en estos momentos sea mayor la necesidad, es decir, entre los heridos.</p> <p>—¿Y qué hay de la próxima piedra? —murmuró Will—. Debemos localizarla.</p> <p>—Tranquilo. Primero debemos reflexionar sobre el verdadero significado de los versos de esta piedra.</p> <p>Will hizo lo que el hechicero le ordenó, puesto que no tenía sentido resistirse. Observó con malhumor el ejército que se formaba en la carretera. La línea de unos tres mil hombres se perdía a lo lejos. Primero avanzaban lentamente y con numerosos retrasos, pero después aceleraron el paso y muchos de ellos se pusieron a cantar acerca de un triunfo que doscientos de sus hombres habían conquistado con gran sacrificio.</p> <p>Los carros del conde estaban cargados con todo tipo de armas y herramientas propias de todo ejército, aparte de los botines. Decidieron no dejar atrás los restos de la piedra. A medida que avanzaban a trompicones, un grupito de hombres escoltaba el carro en el que viajaba la piedra. Los soldados caminaban con la cabeza descubierta. Algunos preferían llevar el casco colgado de la espalda. Otros se vendaban pequeñas heridas. Sus rostros y chaquetas estaban sucias por la batalla, pero los ojos de quienes lograban mirar a través de los barrotes del carro para tocar la roca deteriorada reflejaban asombro. La empezaron a llamar «la Piedra del Golpe».</p> <p>Will trató de detenerlos, pero Gwydion le cogió la mano.</p> <p>—Deja que lo hagan —dijo con un tono de voz inexpresivo—, puesto que no queda mal alguna en ella. Si observarla les satisface, ¿por qué deberíamos impedírselo?</p> <p>—Hubo un tiempo —explicó Will— en el que esto lo habrías considerado un abuso de la magia y habrías tratado de impedirlo.</p> <p>—¡Te digo que los olvides!</p> <p>—¡Lo haré! ¡Pero a ti también te dejaré!</p> <p>Cuando se le pasó el enfado, Will se dio la vuelta y se quedó callado. Por su pelo descabellado, los soldados parecían niños con los rostros sucios. Algunos estaban borrachos, otros llevaban unos platos para cenar. Pero Will sabía que no encontraría la paz si se dejaba arrastrar por sus pensamientos, de modo que siguió curando tanto como pudo, al igual que el hechicero. Will veía a Gwydion como a un hombre que había perdido toda estima y confianza en sí mismo, alguien que trabajaba únicamente para suplir sus carencias.</p> <p>Mientras caía la noche, los exploradores de Lord Sarum guiaron el ejército hacia un altiplano protegido por una arboleda situada encima del valle del río Mease. La noche era fría y seca, y además los alrededores parecían oscuros y tenebrosos. Ninguna estrella iluminaba el cielo. Se encendieron varias hogueras y se levantaron tiendas. Había abundante comida: toneladas de víveres halladas entre el equipaje del enemigo.</p> <p>—No te sientas culpable —comentó Will mientras se sentaba.</p> <p>Parecía que el hechicero vislumbrara peligros más graves entre las sombras danzarinas del fuego. Will trató de reconfortar a su amigo una vez más, pero Gwydion no se dejaba tranquilizar. Ni siquiera las emanaciones benévolas de la piedra gastada devolvieron en él su expresión habitual. Will estaba convencido de que, esta vez, su amigo había rebasado los límites de su poder.</p> <p>—Estoy muy confundido —reconoció Gwydion en voz baja y distante—. Los hechizos de contención eran los mismos que urdí para la Piedra del Dragón y para la Piedra de la Plaga. Pero ahora no han funcionado.</p> <p>—No es culpa tuya que la piedra se haya calentado. Ni que nos viéramos obligados a pasar por un terreno pantanoso.</p> <p>Los ojos grises y penetrantes de Gwydion parecían piedras a la luz de las hogueras.</p> <p>—¿Por qué hablas de culpa y de fracaso, Willand? Yo sólo quiero decidir cómo proceder a partir de ahora.</p> <p>Will se retiró, prefirió dejar al hechicero con sus fríos pensamientos. Se tapó con una manta y cayó rápidamente en un profundo sueño. Sin embargo, tan pronto como cerró los ojos, empezó a soñar.</p> <p>Lo que vio fue un sueño dentro de otro sueño, porque sintió que se estaba despertando. En el sueño interno, sabía que había algo que se le ocultaba, pero no sabía qué era. Era tanta la absoluta belleza que le envolvía y tan intensa la sensación de felicidad ante tanta riqueza, que le entraron ganas de gritar. Pero entonces recordó su vida de vigilia que, comparada con la onírica, resultaba desagradable y decepcionante. En el sueño interno, se sentía satisfecho y tranquilo consigo mismo, y supo que ésta era la sensación de estar en casa, de su mundo dichoso y secreto en el Valle. Pero también sabía que debía despertarse. ¿Cómo podía hacerlo, si ya estaba despierto?</p> <p>Cuando abrió realmente los ojos, percibió la oscuridad y las corrientes de aire. Tenía los pies congelados y la manta tenía un tacto áspero y húmedo sobre su barbilla. Se levantó para caminar entre las brasas hasta llegar al extremo del campamento. Allí, los árboles oscuros estaban bordeados de una espesa vegetación. En esos instantes, Will sólo podía pensar en la decisión que había tomado de devolver a Willow a casa. Pensó en cómo habría sido su viaje de regreso, así como en las palabras de Morann para persuadirla de la conveniencia de quedarse en el Valle. A pesar de todo lo ocurrido, al menos eso había salido bien. Willow no tuvo que enfrentarse a los peligros de una batalla, ni presenciar sus horrores. También había una razón de naturaleza egoísta para alegrarse de que Willow estuviera en el Valle: no había presenciado su estrepitoso fracaso con la piedra de batalla.</p> <p>Will tenía el corazón encogido. Echaba mucho de menos a su mujer.</p> <p>Se quedó observando la oscura quietud del lugar y se dio cuenta de que ésta repetía como un eco el vacío de su interior. Cuando tomó conciencia del estado de sus pensamientos, se enfrentó a ellos. Compadecerse. Así definía Gwydion a una persona que se rendía a sus propias debilidades para que éstas le hundieran hasta el abatimiento.</p> <p>Will comenzó a pensar en el hechicero. En cierto modo, esperaba que Maskull hiciera su aparición en plena batalla, pero, ¿conocía el brujo la existencia de esa contienda? Probablemente, la habría estado observando desde un escondite lejano. En esta ocasión no se vieron fogonazos ni llamas violeta. ¿Habría urdido conjuros más sutiles? ¿Un tipo de brujería en la que Maskull siempre se salía con la suya? ¿O serían hechizos que se activaban sin que Gwydion lo supiera? Sin duda alguna, la piedra había logrado lo que parecía ser una victoria fácil contra ellos.</p> <p>Descartó esos últimos pensamientos porque le parecieron peligrosos e incontestables. Carecían de respuesta porque sólo Maskull conocía la verdad que escondían, y peligrosos porque favorecían su abatimiento.</p> <p>—Sé que estás ahí, Maskull —susurró enfadado—. ¡Muéstrate!</p> <p>Pero no apareció nadie, salvo un tejón o un zorro que se movía entre la impenetrable oscuridad de la noche.</p> <p>Will intentó penetrar en esa oscuridad, todavía se sentía débil en cuerpo y espíritu. Allí donde su mente trataba de guiarle, se encontraba siempre con un único nombre: Arturo.</p> <p>«Si Gwydion tiene razón acerca de mí», pensó Will, «en ese caso yo soy la tercera y última encarnación de Arturo. Pero, ¿qué significa eso? ¿Qué relación tengo con un héroe que nació y murió hace mil años? ¿Somos la misma persona? ¿Cómo es posible?»</p> <p>Había algo más que Will no quería reconocer, y era que él sabía más sobre Arturo de lo que le habían contado.</p> <p>—Bueno, sea quien sea yo —contó a la noche—, todavía tengo la sensación de ser yo mismo. ¿Cómo puedo ser Arturo, si Arturo fue monarca del Reino?</p> <p>Trató de volver al rincón donde dormía, pero no le resultó tan fácil como creía. Todavía ardían algunas hogueras y se oían los murmullos de conversaciones. Will también oyó cantos y risas escandalosas, aunque la mayoría de borrachos había borrado de su memoria el peor día de sus vidas durmiendo como troncos.</p> <p>Will anduvo a tientas hasta el centro del campamento, y vio las tiendas pintadas de Lord Sarum y sus capitanes. Sus estandartes ondeaban lánguidamente en el aire inerte. Unas antorchas iluminaban el lugar. Los guardias de noche que se mantenían sobrios se apoyaban en sus hachas de guerra, soportando de este modo su pesada labor. Will no quería meterse en problemas, de modo que se alejó de la entrada a la tienda del conde. Aun así, pudo ver el carro que había transportado la piedra, y junto a él, otro vehículo sobre el que se levantaba una jaula. Las telas que la cubrían estaban parcialmente levantadas, y Will pudo ver en la jaula la figura desesperada de Lord Dudlea.</p> <p>Sólo vestía una camisa larga, y parecía estar herido en el hombro y un brazo. Will se preguntó qué sería de él, y después de verle moverse con agitación, se acercó a la jaula y colocó las puntas de sus dedos extendidos sobre el trozo de piedra que estaba al lado. Will todavía no sabía los poderes que podría atesorar la piedra en esos momentos, ni qué beneficios podría aportar, pero el gesto le conmovió. Mientras se alejaba, añadió sus propios deseos a los del lord capturado que, si la suerte le acompañaba, llegaría vivo a Ludford.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Una larga caminata matinal por terrenos escarpados llevó al ejército del conde a cruzar primero el Gran Río del Oeste, y poco después, al torcer por el suroeste en la aldea de Mart Woollack, pasaron por una carretera bien conservada de Luddsdale hasta llegar al camino que los conduciría hasta Ludford.</p> <p>Will hizo examen de conciencia y se empezó a preocupar sobre su estado de ánimo. Un día entero de curaciones y una noche plagada de espanto le había dejado agotado. Caminaba siguiendo los carros que transportaban a los heridos, siempre que el estado de esos hombres lo permitiera. Los soldados no profesionales agradecían sus atenciones, pero los capitanes cuya tarea consistía en escoltar a Lord Dudlea no le dejaban acercarse al noble.</p> <p>—Pero está herido —protestó Will—. Debería ocuparme de él.</p> <p>Los guardias negaron con la cabeza.</p> <p>—No es una herida grave. Nos dio órdenes de que nadie hablara con él porque se le interrogará en Ludford.</p> <p>—¿Sobre qué?</p> <p>—Ha cerrado un trato sobre su vida.</p> <p>—¿Qué tipo de trato?</p> <p>El guarda más corpulento ahuyentó a Will.</p> <p>—¡Vete! A los cautivos no se les permite hablar con sus amos.</p> <p>—¡Yo no soy un cautivo! —exclamó Will enfadado.</p> <p>—Al menos, déjennos echar un vistazo a nuestra piedra —insistió Gwydion para tranquilizar a Will.</p> <p>—Nadie puede verla —respondieron los guardas con cierta incomodidad—. Lord Sarum en persona dio esta orden ayer por la noche.</p> <p>Fin de la cuestión.</p> <p>Tan pronto como se alejaron de los guardias, Will preguntó:</p> <p>—¿Y ahora qué hacemos?</p> <p>—Nada.</p> <p>—¿Nada? Volvamos. No pueden detenernos. —Will todavía seguía molesto.</p> <p>—Tranquilo. Preferiría que nos dirigiéramos a Ludford.</p> <p>A media tarde, los poderes curativos de Will tocaron fondo una vez más y se sentía abatido.</p> <p>Gwydion, muy serio, seguía colocando las manos sobre los heridos. Will le citó una de las leyes: «Por su magia les conoceréis».</p> <p>—¿No estás llamando la atención de Maskull con tantas curaciones?</p> <p>—¿Y qué quieres que haga? ¿Fallar una vez más a toda esta gente?</p> <p>—Una vez más… —Era una expresión que entrañaba un gran significado—. Me persuadiste para que no hiciera lo mismo que tú en Eiton. Me refiero a las curaciones.</p> <p>—Curar no fue tu pecado, sino la atención que despertabas. Un poco de sanación no bastará para atraer a Maskull. Curar no es magia elevada, gran parte de estas curaciones las realizan a diario miles de hermanas por todo el Reino.</p> <p>Will pidió permiso a los guardias, jurando por su honor, para salir a pasear solo. Cuando le concedieron ese permiso, se alejó un poco de la columna. Los soldados le seguían observando, aunque le respetaban y le daban cierta libertad, puesto que sabían que los hechiceros eran una especie extraña de criaturas que en ocasiones necesitaban estar solos.</p> <p>En cierto modo, era verdad que una parte de Will deseaba evadirse. Mientras caminaba, escuchaba lo que los árboles le decían. Las hojas de los robles estaban en la última de sus tres estaciones, puesto que eran de un tono verde oscuro y estaban quemadas por el efecto de los rayos del sol. En poco tiempo, se tornarían marrones y caerían. La vida que los árboles habían dado se estaba retrayendo hacia los troncos, mientras éstos se preparaban para el invierno. El suave y seco crujido de sus hojas decía mucho sobre los poderes que se movían por debajo en las corrientes oscuras de la tierra.</p> <p>Cuanto más se acercaban a Ludford, más avanzaba la luna hacia el sol, y más fuertes se volvían las energías terrestres del lora Will pudo percibir una línea que discurría entre las colinas a su izquierda. Cruzaba el Gran Río del Oeste, el Severine, casi en el mismo punto en el que el ejército cruzó. En un profundo desfiladero atravesado por un delicado puente de piedra, Will había detectado un inconfundible resplandor en las aguas. Ahora, esa misma línea verde invisible, parecía ensombrecerlos cada vez más a medida que se acercaban a Ludford.</p> <p>Will jamás había experimentado esa sensación. Subía y bajaba al caminar de manera que, si esa sensación hubiera sido música, se habría oído más alta o baja en cuestión de unos pocos pasos. Will no estaba seguro del todo, aunque llegó a la conclusión de que al menos había otra línea por los alrededores, una que discurría más allá de Appledale y de los acantilados de Woollack Ridge. Parecía que las dos líneas se estuvieran acercando. Si era así, en algún punto debían cruzarse. Y en ese punto se hallaría la piedra de batalla.</p> <p>Fue un pensamiento desagradable. Recordó Ludford como una ciudad amurallada con un castillo en su banda oeste. La fortaleza se erigía por encima del lugar donde confluían las aguas de dos ríos. Will entornó los ojos ante el sol que se ponía. «Estaba muy confuso cuando llegué por última vez a Ludford», pensó. «¿Qué será de mí esta vez? ¿Me volveré completamente loco? ¿En esto consiste la naturaleza de mi sacrificio?»</p> <p>La muralla de la ciudad empezó a ascender, y llegaron a la Puerta de la Pluma. Para sorpresa de Will, descubrieron que los portalones enrejados estaban abiertos de par en par y que el laberinto de calles y callejas estaba iluminado.</p> <p>La ciudad había sido avisada con antelación de una gran noticia. Los heraldos del conde se habían adelantado. Todas las antorchas de Ludford ardían con fuerza y sus habitantes salieron de sus casas para recibir al ejército victorioso del gran aliado de su señor. La gente estaba alborotada cuando Will y Gwydion entraron en el mercado. Los seis vigías de la ciudad tocaban instrumentos mientras montaban guardia. Entre el barullo, Will oyó el canto festivo de una mandolina. La plaza central estaba repleta de gente, y la luz de las antorchas iluminaba sus rostros. Sonaron las trompetas del duque de Ebor y los tambores del conde de Sarum respondieron a la llamada de guerra. Will observó las tropas desfilando orgullosamente con sus hachas en mano. Los niños seguían el ritmo de los tambores y correteaban junto a los soldados. Sonaron las campanas y las niñas empezaron a lanzar cientos de pétalos de rosas desde ventanales y balcones.</p> <p>Will apartó la mirada de todo ese alboroto al pasar por debajo de los pisos superiores de las casas de los comerciantes, cuyas fachadas estaban encaladas. En esa zona abundaban las viviendas prósperas que lucían tallas de madera y balcones que daban a la plaza del mercado. Will comentó:</p> <p>—Cualquiera pensaría que acabamos de salvarlos de un grave desastre.</p> <p>—En mi opinión, Richard les ha contado un cuento de hadas. ¿De qué le sirve la verdad a un noble cuando está a punto de estallar una guerra?</p> <p>Torcieron por una esquina y Will no pudo evitar fijarse en una aguja de la comunidad de los Invidentes, coronada por una voluminosa veleta de metal y unas misteriosas letras: A, A, E, F, así como en el emblema de un corazón blanco que parecía un espectro en medio de la noche. Volvió a captar de nuevo el peculiar hedor de Verlamion. También escuchó las voces de hombres desesperados que se ocultaban detrás de esas paredes de piedra y los altos ventanales de vidrio oscuro. Añadían una nota discordante a todo ese barullo. Cuando Will pasó junto al mercado de tejidos, reparó en el morboso monumento de piedra que se levantaba junto a la sala capitular. Como siempre, estaba decorado con un montón de velas rojas, y Will se fijó en el miembro de la comunidad que observaba a ciegas desde su rincón, inmóvil y escondido tras las sombras.</p> <p>Debido a la emoción por haber entrado en Ludford, Will se había olvidado de los claustros, así como de la libertad que concedió el duque Richard a los Invidentes para que éstos entraran y salieran a sus anchas, no sólo en su ciudad, sino también en su castillo. Will se preguntaba si los Invidentes habrían oído los rumores de la «piedra milagrosa», así como de la existencia de un par de hechiceros, uno joven y otro viejo, que habrían favorecido la victoria del conde.</p> <p>Por delante, las dos conocidas torres blancas del castillo se erigían sobre el terreno y su piedra resplandecía por el fulgor de las antorchas. Will notó que el corazón le latía deprisa. Sintió escalofríos y una sensación inusual se apoderó de él. Intentó no pensar en ella, y la atribuyó al cansancio y al entusiasmo por tan cálido recibimiento. Fuera del castillo, la procesión se dividía en dos partes. El grueso del castillo se había separado para salir de la ciudad por la Puerta de Durnhelm. Se dirigían hacia el río, donde un campamento medio levantado les estaba esperando.</p> <p>Will y Gwydion les acompañaron, y pasaron por delante de los cuatro leones que el joven recordaba. Cuando los vio por última vez, descansaban con cierta indolencia en sus respectivas jaulas. Ahora, en cambio, parecían agitados, se movían nerviosamente y gemían con tal fuerza que hacían temblar. Los animales estaban ansiosos no sólo por la actividad de los alrededores. Will sintió la necesidad de abrir su mente para interpretar la maraña de corrientes terrestres que discurrían debajo de las piedras adoquinadas de la plaza del mercado, aunque no se atrevió a hacerlo.</p> <p>De pronto, preguntó:</p> <p>—¿Qué vamos a hacer con la Piedra del Horror? ¿Has podido verla?</p> <p>El hechicero sonrió.</p> <p>—Sí, y ha cambiado sustancialmente.</p> <p>—¿En qué ha cambiado?</p> <p>—Ha vuelto a encogerse. Ahora mide menos de la mitad de su volumen inicial. Y presenta un dibujo sobre su superficie. Al parecer, está tallada.</p> <p>—¿Una talla de verso? —respondió Will alarmado—. ¿Con palabras?</p> <p>—No es tan fácil. Según me comentó el arquero: «Presenta las mismas marcas del sello de Lord Ebor».</p> <p>Will abrió los ojos de par en par, maravillado.</p> <p>—¿Te refieres al emblema del anillo del duque Richard? ¿El que siempre luce en su dedo meñique de la mano izquierda?</p> <p>—Lo habrás visto impreso en las cartas que envía. Se trata de un trébol de cuatro hojas, y en su base tiene tres flores puntiagudas con tallos largos.</p> <p>Will sintió un extraño escalofrío que recorrió todo su cuerpo.</p> <p>—¿Qué crees que significa?</p> <p>—Sólo repito lo que me han dicho. Todavía no puedo revelar su significado. Vaya, ¡mira quién ha venido a recibirnos!</p> <p>Will siguió el báculo de Gwydion y vio a una figura que arrastraba los pies, iba despeinado y lucía una barba espesa como el pelambre de un tejón.</p> <p>—¡Sanador Gort!</p> <p>Gwydion asió a su amigo por los hombros y le abrazó. Se intercambiaron unas palabras en lengua verdadera y Gort saludó al hechicero con un gesto de respeto, no del tipo que ofrece un criado a su amo, sino del que media entre hermanos.</p> <p>—¡Maestro Gwydion! ¡Vaya, vaya! —exclamó Gort riendo y esbozando una amplia sonrisa—. ¡Qué suerte habernos encontrado! ¡Mira quién camina a tu lado! ¡Es Willand! ¡Hola, querido amigo! ¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos a la pobre y vieja ciudad de Ludford una vez más!</p> <p>Lo poco que podía verse en el rostro de Gort entre la maleza de cabello despeinado era un atisbo de mejillas rojas y sonrisas. Él era el herbolario, el sanador, el jardinero, y muchas otras cosas, del duque de Ebor. No había cambiado ni un ápice desde que Will le viera por última vez. Todavía lucía su túnica de color verde roble y el mismo sombrero gris destartalado que le colgaba de la cabeza. Will se acercó con una sonrisa en los labios al sanador para abrazarle.</p> <p>—¡Me alegro de verte, sanador!</p> <p>—Veo que ya no tienes miedo de las puertas de los castillos —dijo de repente mientras asía el brazo de Will.</p> <p>En ese instante, Will se dio cuenta de que estaba justo debajo de la enorme puerta de reja del castillo de Ludford. Levantó la vista y, de pronto, sintió miedo. La última vez que había estado en Ludford fue incapaz de sacarse de la cabeza la visión de ser atravesado por los gruesos barrotes metálicos de la puerta. Soltó un grito y se le pusieron los pelos de punta.</p> <p>—¡Eh, fíjate!</p> <p>Will se apartó para dejar pasar un carro tirado por bueyes. Los animales se esforzaban por tirar del peso, aunque les resbalaron las patas al pasar por el umbral de suelo de granito cubierto de lodo. El jinete gritó a Will que se apartara, después se oyó un ruido seco y el carro avanzó a trompicones.</p> <p>Will se apoyó contra la muralla que había junto a la caseta del guarda para dejar pasar el carro. Una de las enormes ruedas revestidas de metal pasó muy cerca de Will. El joven apoyó su nariz chata contra el muro y se agachó cuando el borde de la rueda hincó una hendedura de la pared sobre su cabeza.</p> <p>—¡Apártate del camino! —gritó el conductor del carro con el rostro encendido—. ¿Quieres que te mate?</p> <p>Por milímetros, la rueda no alcanzó la cabeza de Will; en cambio, hundió el muro como si de una mora madura se tratara.</p> <p>—¿Te has hecho daño? —preguntó Gwydion mientras le levantaba.</p> <p>—No me ha rozado. —Will parpadeó mientras observaba el carro, sospechando que ese vehículo fuera el mismo que transportó la Piedra del Horror. De pronto, se preguntó si el accidente, o quizá su salvación, se debía a la piedra.</p> <p>—¡Esa boca que habla demasiado! —Gort parecía agitado y tiró de Will con la mano, rompiendo así un abrigo que ya estaba lleno de agujeros.</p> <p>—¡Vaya, vaya!</p> <p>—¡No importa! —Gwydion extendió un dedo a modo de advertencia—. ¡Mantén los ojos y las orejas bien abiertas, Willand! ¡Y no pierdas la cabeza! Recuerda por qué has venido aquí.</p> <p>El joven asintió con la cabeza, hacía frío en el interior del castillo. La visión de la puerta enrejada había sido algo más que una anécdota. Era un temor ancestral relacionado con la profecía de que «uno se convertiría en dos». Will interpretaba que esa frase se refería a que algún día sería partido en dos. Incluso Gwydion había insinuado que era una profecía de su muerte. Volvió a fijarse en esa puerta mortal y se obligó a descartar ese pensamiento de su cabeza. Al mismo tiempo, reconoció que la alegría de volver a ver a Gort había llegado en el momento oportuno.</p> <p>Cuando se alejaron de la puerta de entrada, el miedo se fue disipando. Will volvió a abrazar a Gort.</p> <p>—¡Gort, me alegro tanto de verte!</p> <p>—¡Yo también me alegro, muchacho! Pero, ¡fíjate, ya no eres un chaval!</p> <p>—Estoy casado y tengo una hija muy guapa.</p> <p>—¿Ah, sí?</p> <p>—Pues sí, y estoy muy orgulloso de ella. Se llama Bethe.</p> <p>—¡Buen nombre, es un nombre magnífico!</p> <p>—Ya tiene dos años y es tan hermosa como su madre.</p> <p>—La joven Willow. Es una mujer muy voluntariosa y una de las más bellas que he conocido. ¿Dónde está? —Gort ladeó la cabeza, fijándose en el rastro dejado por los carros de suministros del conde.</p> <p>—No viene con nosotros —contestó Will de mala gana—. Gort, ¿has oído hablar de la batalla?</p> <p>—Ah, es eso. Me lo ha contado un pajarito. Y esta mañana vinieron los hombres del conde de Sarum con la misma noticia. Ven conmigo y cuéntame lo que me he perdido.</p> <p>—¿Tienes hambre?</p> <p>—¿Tenemos hambre? —repitió Will mientras miraba a Gwydion.</p> <p>El hechicero inclinó la cabeza.</p> <p>—Como bestias.</p> <p>—Pero, ¿quién es éste? —preguntó Gort señalando la jaula que transportaba a Lord Dudlea mientras entraba pesadamente por la puerta.</p> <p>—Es John Sefton, conocido también como Lord Dudlea —aclaró Gwydion—. Lo detuvieron en los campos dirigiendo al enemigo después de que Lord Ordlea fuera asesinado.</p> <p>—Vaya, no me gustaría estar en sus zapatos —respondió Gort.</p> <p>—No tiene zapatos —añadió Will fríamente—. Se lo han llevado todo menos su camisa. ¿Qué crees que harán con él?</p> <p>—Esta noche no cenará y dormirá en una cama dura —apuntó Gort. Pero Will sabía que la ligereza del sanador escondía algo más grave.</p> <p>—¿Lo van a ejecutar?</p> <p>Gwydion apartó la mirada de Will.</p> <p>—El duque Richard no mataría a un noble a sangre fia, porque eso marcaría un peligroso precedente.</p> <p>—Pero, ¿no lo torturarán para sacarle información?</p> <p>—No es necesario. Los nobles de este Reino no son tan tontos como para no desvelar gustosamente cientos de secretos ante un hierro candente. El problema no es la escasez de palabras, sino su abundancia. En estos momentos, en su solitaria tristeza, Lord Dudlea se ha retorcido como un gusano. Hablará con elocuencia para conseguir su liberación.</p> <p>—¿Qué ha dicho por el momento? —quiso saber Will.</p> <p>—Ha hablado con el conde de Sarum sobre un arma secreta que la reina posee.</p> <p>Will abrió los ojos de par en par.</p> <p>—¿Un arma secreta?</p> <p>—Así la llama.</p> <p>—¡Está intentando salvar su pellejo!</p> <p>—Es posible —admitió Gwydion—. Aunque existe un refugio que mostraré al amigo Dudlea si fallan las negociaciones.</p> <p>—¿Qué refugio?</p> <p>—He descubierto que el triunfo de Lord Sarum está empañado de tristeza. Un soldado me comentó que, mientras se libraba la batalla en Brezal del Horror, un segundo ejército convocado por la reina estaba a menos de tres leguas de distancia. Al parecer, dos hijos de Sarum, Thomas y John, fueron capturados mientras perseguían a un grupo enemigo en ruta. Han sido encerrados hasta nueva orden de la reina en la ciudad norteña de Caster. Dudlea todavía ignora esta noticia y no se enterará por mí hasta que haya reunido suficiente rescate para satisfacer a sus captores. Con el tiempo, tendrá la voz de Sarum para exigir su liberación, aunque las cosas se pongan muy feas con el amigo Richard.</p> <p>Will sonrió al ver con cuanta habilidad el hechicero gestionaba sus asuntos, pero entonces Gort los apartó del alboroto que se estaba produciendo en el patio exterior, antes de mostrarles el foso interno. Pasaron por una caseta de guardia y por una agrupación de edificios que ocupaban el ala interna. Alguien les había preparado unas habitaciones. Los criados se llevaron sus harapos para remendarlos.</p> <p>Cuando estaban en el saloncito de Gort, les sirvieron pan, un estofado y después un tabla de queso en crema para untar unos pastelitos dulces.</p> <p>—¡Sin lugar a dudas, el hambre es el mejor condimento! —exclamó Will mientras masticaba con la boca llena.</p> <p>—Un estómago vacío hace que las judías más resecas parezcan tiernas, según dice el refrán —añadió Gort.</p> <p>Las habitaciones del sanador estaban profusamente decoradas, y en las paredes había plantas y hierbas de toda clase. Will llegó a la conclusión de que todas esas plantas habían sido difíciles hallazgos, el resultado de un trabajo llevado a cabo por un hombre paciente que conocía el mundo de las plantas y sus efectos gracias al honesto trabajo de toda una vida. Pero también había algo de magia. De día, las paredes y el techo mostraban un cielo azul y nubes, mientras que de noche había estrellas en un cielo negro. Unas figuras caprichosas asomaban por los rincones de la estancia, y las parras parecían retorcerse y sonreír en las paredes. A la luz del hogar, bailaban y se hacían muecas entre sí. Una incluso sacó la lengua a Will y le guiñó un ojo.</p> <p>Gort pronunció un poema sin tonadilla mientras su nariz olfateaba el extraño y húmedo olor del queso fundido.</p> <div id="poem"a> Así como un vagabundo<br> Recibe golpes,<br> El queso se pudre<br> Antes de madurar.<br> </poema> <p>—¿Tienes un poema igual de malo para el membrillo? —preguntó Gwydion mientras se dirigía a Will—: Gort sabe hacer el mejor membrillo que he tomado en mi vida, pero sus poemas siempre han sido horrorosos.</p> <p>—¡Bueno, a mí me gustan! —exclamó Will en un gesto de defensa al sanador.</p> <p>Gort se sacó el sombrero e hizo una reverencia ante el cumplido.</p> <p>—¡Bien dicho, amigo mío!</p> <p>Gwydion refunfuñó.</p> <p>—Ya veo que nuestro joven amigo no sabe mucho sobre poesía.</p> <p>—Yo sé qué me gusta, Gwydion. Y eso es suficiente.</p> <p>Gort hizo un ademán con las manos.</p> <p>—En fin, tengo muchas canciones absurdas, pero no membrillo. Lamento decepcionar al Pantarca, pero todas mis jarras selladas están en Foderingham.</p> <p>Tuvieron que contentarse con un platillo de avellanas y una jarra de sidra mientras se sentaban cómodamente a la desordenada mesa de olmo de Gort. Después, se acercaron al amor del fuego. Los ánimos cambiaron cuando Gwydion dejó contar a Will lo que había pasado en el Brezal del Horror.</p> <p>—Vaya, eso no está bien —exclamó Gort mientras fruncía el ceño—. Nada bien. ¿Qué significa todo eso?</p> <p>—Significa que nos acecha un peligro.</p> <p>—Peligro… Eso no me gusta.</p> <p>—Y que habrá más peleas si no hacemos nada.</p> <p>—Ejércitos sobre el terreno… ¡Caramba!</p> <p>Gwydion alzó una ceja en un expresivo gesto.</p> <p>—Como ves, sanador, Willand asegura que hay una piedra de batalla enterrada en Ludford.</p> <p>—¿Una piedra de batalla? ¿Aquí? ¿Estás seguro?</p> <p>Will respiró hondo.</p> <p>—Siempre lo he sabido. ¿No te acuerdas de la última vez que estuve aquí? Casi me parto la cara. Cuando después me puse a pensar en ello, no supe lo que estaba pasando. Eran tantas las sensaciones que empecé a pensar que el duque Richard se había apoderado de la Piedra del Dragón en una especie de operación clandestina. Me entraron ganas de matarle, y después morirme yo. Estaba muy confuso hasta que Gwydion vino y me sacó todas esas tonterías de la cabeza.</p> <p>Gwydion y Gort se intercambiaron una mirada circunspecta.</p> <p>—¿De modo que, ahora, detectarás rápidamente esta piedra, no es así? —preguntó Gort.</p> <p>Will se rascó su barbilla sin afeitar y dijo:</p> <p>—Espero que sí.</p> <p>—¿Eso esperas? —respondió Gwydion con cierta sorpresa.</p> <p>—Me refiero a que espero detectar las auténticas pautas de energía una vez más. Si es así, entonces podré encontrar la piedra.</p> <p>Gwydion se aferró a la debilidad de su amigo como a un clavo ardiendo.</p> <p>—La duda no es amiga tuya, Willand. ¿No comprendes que eres el mejor detector de líneas que jamás haya tenido este mundo? Nadie más puede hacerlo, ni siquiera Gort ni yo. Has encontrado tres piedras de batalla desde que nos marchamos de la taberna, y de eso no hace aún mucho tiempo.</p> <p>Will se contuvo el comentario que le entraron ganas de soltar. Había encontrado tres piedras de batalla, pero eso no había cambiado nada. Aun así, se sentía cómodo por estar en tan buena compañía una vez más, y contestó:</p> <p>—Si a veces crees que tengo dudas, es sólo porque la detección de líneas depende de muchas cosas. Bien lo sabes, Gwydion: de la estación del año, de la fase de la luna, del estado del terreno… y éste es un lugar extraño. Todos los edificios de piedra que están por las inmediaciones complican la detección. Parecen afectar no sólo a las corrientes terrestres, sino también a mi capacidad para detectarlas. Si los antiguos caminos de esclavos actúan como espejos de los flujos del lorc, en ese caso, Ludford no es distinto a ellos. Aquí hay algo enterrado, y es algo grande.</p> <p>Will recitó los misteriosos versos de la Piedra del Golpe.</p> <div id="poem"a> Junto al vado de Lugh y la alta torre,<br> Por su espada, un rey falso<br> Conducirá al enemigo más allá de las aguas<br> Y el señor del oeste regresará a casa.<br> </poema> <p>Gwydion ofreció una lectura paralela:</p> <div id="poem"a> Lord Laugh obtendrá el triunfo<br> En el puente oeste del río, la palabra de un enemigo<br> Llega como una mentira por las aguas agitadas,<br> Mientras que, en casa, el rey observa desde su torre.<br> </poema> <p>—¿Qué piensas de todo ello, sanador Gort? —preguntó Will.</p> <p>Gort negó con la cabeza, y al final suspiró como un hombre cansado de pensar.</p> <p>—En fin… —contestó—, es una adivinanza muy rara para rematar una cena, ¡de eso no me cabe la menor duda!</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 15</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Un ladrón en Ludford</p> <p style="margin-top:5%">A la mañana siguiente, Will se levantó temprano y salió con Gwydion a buscar la piedra de batalla de Ludford. Había vuelto a pasar mala noche, atormentado como estaba por las visiones de destrucción y el horror que acecha los pensamientos de un hombre entre las dos y las cinco de la madrugada. Pero esta vez, Will no pudo determinar si los sudores de la noche anterior se debieron a la reciente ofensiva o a la piedra de batalla que viajaba con ellos.</p> <p>Una enorme masa de hombres había acampado en el exterior de las murallas. El ejército del duque ya se había reunido en Ludford, y de la noche a la mañana aumentaron sus efectivos de ocho mil a nueve mil hombres. Desde el amanecer, los hombres habían salido a cazar, a talar árboles y a cavar zanjas para defender el flanco occidental que estaba desprotegido. Todas las puertas de la ciudad, excepto una, habían sido atrancadas con pesados leños. Dentro de la muralla, se habían formado corrillos de lugareños y soldados en un extremo de la plaza del mercado. Will distinguió a varias figuras encapuchadas de negro entre esos corrillos: manos rojas procedentes del claustro de la ciudad. Se habían colocado alrededor de la jaula en la que estaba encerrado Lord Dudlea. Al principio, Will imaginó que el noble había sido ejecutado y que exponían el cuerpo para que la multitud se riera de él, pero resultó que la gente no reaccionó de ese modo, sino que se quedó perpleja y asombrada.</p> <p>Gwydion levantó su báculo y se abrió paso hasta colocarse delante de la multitud. Will le siguió advirtiendo que los Invidentes que se habían mezclado con los lugareños se marchaban rápidamente. Cuando Will llegó a la jaula, se dio cuenta de que no contenía a Lord Dudlea, sino a la Piedra del Horror, ante la cual varias personas se habían arrodillado.</p> <p>—¿Qué están haciendo? —preguntó Gwydion en tono acusador a quienes trataban de tocar lo que había detrás de los barrotes.</p> <p>—¡Es una piedra mágica! —gritaron—. Otorga poderes a todos quienes posan su mano sobre ella.</p> <p>—¡Apartaos!</p> <p>Un joven soldado con ojos brillantes levantó fervientemente las manos.</p> <p>—¡Otorga poderes! Cura a los hombres de sus heridas. ¡Nos dará la victoria en la guerra!</p> <p>—¿La habéis tocado? —quiso saber Gwydion.</p> <p>—¡Sí, Maestro!</p> <p>El hechicero dio un bofetón al hombre y éste se tambaleó.</p> <p>—¡Ah! ¿Por qué ha hecho eso? —se extrañó el hombre mientras se acariciaba la mejilla en la que había recibido el bofetón.</p> <p>—Esta invulnerabilidad puedes tenerla cualquier día, amigo mío. —La voz de Gwydion era estentórea e iracunda—. ¿Quién ordenó colocar la piedra aquí?</p> <p>Los soldados se acobardaron.</p> <p>—¡Fue el duque en persona!</p> <p>—¡Soldados del conde de Sarum! ¡Volved a vuestro campamento! Y vosotros, lugareños de bien, volved a vuestras casas lo más rápido posible. ¡Ahora! ¡No pueden tocar esta piedra!</p> <p>La multitud protestó. Estaba enfadada y decepcionada.</p> <p>Gwydion reforzó su autoridad.</p> <p>—¡Váyanse! ¡Es una orden! ¡No tienen ni idea de los peligros que corren aquí!</p> <p>—¡La piedra sana a los enfermos! ¡Lo hemos oído decir! —replicó un atrevido.</p> <p>—¡Hace que un marido infiel confiese su adulterio! —gritó una mujer a lo lejos.</p> <p>—¡Aplasta a nuestros enemigos!</p> <p>—¡No hará nada de eso! —exclamó Gwydion—. Haced lo que os ordeno, porque no volveré a repetirlo.</p> <p>Un anciano con un solo ojo miró a Gwydion y soltó:</p> <p>—¡Se dice que también protege de los hechiceros!</p> <p>Gwydion levantó su báculo porque no quería que le llevaran la contraria.</p> <p>—¡Os lo he advertido! ¡Dejad este lugar! Ocupaos de vuestros asuntos. ¡Aquí no sois de ninguna ayuda!</p> <p>Algunos reconocieron el poder que ostentaba el báculo de roble que alzó el hechicero. Se despidieron con una señal de respeto y empezaron a dar media vuelta como ovejas obedeciendo a su pastor. En cambio, otros se quedaron inmóviles en un gesto de desafío, y sólo se hicieron atrás cuando la mayoría hubo desaparecido.</p> <p>Finalmente, Gwydion llamó a Will y también se marcharon.</p> <p>—¿Qué hay de la piedra? —preguntó—. No puedes dejarla ahí. Volverán a por ella en cuestión de minutos.</p> <p>—¿Qué puedo hacer? Está ahí por orden del duque. —El hechicero miró por encima de su hombro a un grupo de vagabundos que se estaban acercando a la jaula—. Debemos partir. Mientras tú inspeccionas el terreno, yo iré a ver a Richard para tratar de convencerle de que se lleve la piedra.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>En cuanto Gwydion fue en busca del duque, Will hizo lo que el hechicero le indicó, pero también empezó a cuestionarse las acciones de su amigo y pensó con tristeza que las cosas se habían torcido una vez más. Si Gwydion hubiera hecho como él le había advertido, cortado el problema de raíz cuando estaban en la carretera, no se habría difundido el rumor sobre las supuestas propiedades mágicas de la piedra.</p> <p>Will atravesó las deterioradas puertas de la ciudad de Ludford hasta llegar a campo abierto. Quería percibir un atisbo del lugar donde posiblemente estaría enterrada la próxima piedra. Pero el terreno extramuros estaba cubierto por un laberinto de barricadas y zanjas, y le resultó imposible detectar o percibir vagamente la ubicación de la línea de energía.</p> <p>Al cabo de un rato, Gort se unió a Will. Para entonces, era evidente que Will no estaba en condiciones de inspeccionar la tierra adecuadamente, de modo que juntos se dirigieron al jardín de sanguijuelas del sanador, donde crecían muchos tipos distintos de plantas medicinales.</p> <p>—¡Hierbas, piedras y palabras saludables! Estas plantas tienen importantes poderes curativos —explicó Gort—. Pero las hierbas son las más importantes. Algunas son muy conocidas, otras son difíciles de encontrar y otras son prácticamente objetos de valor. Déjame mostrarte mis pequeños tesoros.</p> <p>Gort señaló hacia una planta de tono oscuro y hojas acabadas en punta, después arrancó su raíz nudosa.</p> <p>—En climas cálidos, nace una flor amarilla —aclaró—. Pero aquí nadie le hace caso, aunque es una especie muy poderosa contra los encantamientos. En los pantanos la llaman «haemonia».</p> <p>Gort arrancó la hoja de otra planta que había brotado de una sangre inocente que se había derramado. Otra planta, según explicó Gort, llegó atravesando océanos gracias a los pájaros. Y una tercera presentaba una flor plateada que sólo brotaba cada mil años.</p> <p>—Muchas hierbas curativas nacen en las tumbas de los hombres de bien —comentó Gort con melancolía—. En este jardín hay romero, lavanda y brezo que he recogido de los jardines de cien grandes reyes.</p> <p>—¿Y por qué el tronco de ese peral está pintado de blanco? —preguntó Will—. ¿Y por qué crece detrás de una cerca de hierro, donde nadie puede recoger sus frutos?</p> <p>—¡Cuidado con ese árbol! —exclamó Gort en voz alta—. Si arrancas una fruta, te conviertes en paloma. —Luego, susurró—: ¡Raíces y tubérculos! ¿No queremos que ningún parásito ni bichito deteriore nuestros mejores perales, verdad?</p> <p>Cuando dos ayudantes de jardinero sonrieron a su jefe, Will se dio cuenta de que, sin querer, había metido los dedos en su zurrón para sacar el pez rojo. Murmuró:</p> <p>—Es una pena que aquí no haya ninguna hierba para reforzar mis sentidos en la búsqueda de piedras.</p> <p>—¡Vaya! Es una pena. Pero nunca ha existido una hierba con esos poderes. Tu talento es único y rara vez se puede interferir en él. —Gort se quedó mirando fijamente a Will—. ¿Estás bien?</p> <p>—Sí, bastante bien.</p> <p>—¿Estás seguro?</p> <p>—¿Por qué lo preguntas? —Will no sabía el motivo, pero esa pregunta le molestó.</p> <p>—Bueno, si no te puedo ser de ninguna ayuda…</p> <p>—Estoy bastante bien. Un poco despistado quizá, pero no hay nada que puedas hacer para evitarlo. En cualquier caso, me gustaría estar solo durante un rato.</p> <p>Will le deseó un buen día a Gort, después se dirigió al patio interior y desde allí subió a la muralla. Respiró hondo mientras observaba el paisaje desde una esquina de la gran torre cuadrada de guardia. Los distintos tejados inclinados del castillo presentaban un diseño laberíntico de pizarra verde y violeta. Los cuervos volaban alrededor de la parte superior de la torre y graznaban con cautela ante el estandarte azul y blanco que ondeaba al viento. La bandera mostraba un halcón dorado que soltaba sus grilletes en un gesto de liberación. Junto al estandarte del duque había una bandera en la que se mostraba el león blanco de Morte. Junto a ella ondeaba la insignia roja y negra del conde de Sarum sobre la que se erigía un temible grifo dorado.</p> <p>Al suroeste se abría el bosque de Morte, que llegaba hasta la ladera de la montaña. Ahora parecía arder con los colores otoñales. En dirección este, a lo lejos, estaba colina Cullee y, sobre su cumbre, el peñasco llamado Silla del Gigante.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Bajo un cielo lechoso, la brisa matinal resultaba demasiado fresca. Will no llevaba puesto su abrigo y sintió que el frío le calaba los huesos mientras oía el graznido desgarrador de los cuervos. También vio a los guardias de mirada penetrante, porte silencioso, melena despeinada y sangre revuelta por el vino tinto y la carne roja que habían tomado la noche anterior. No obstante, Will sentía a su alrededor una extraña frialdad. Respiró hondo, y luego una voz conocida le preguntó por la espalda:</p> <p>—Hola, Maestro Willand, ¿cómo va eso?</p> <p>La mano de Will tocó con ciertos remordimientos el pez rojo para esconderlo. Cuando se giró, el joven vio un rostro que no le era desconocido.</p> <p>—Vaya… Jackhald.</p> <p>—Hola, Willand. Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad?</p> <p>Will forzó una sonrisa y, acto seguido, se dieron las manos. Jackhald había sido uno de los guardias del castillo del duque en Foderingham. Desde la batalla de Verlamion, había ascendido a jefe de guardia. Había advertido el interés de Will en colina Cullee y comentó:</p> <p>—En un día despejado, desde aquí pueden verse los condados centrales.</p> <p>Will buscó en vano una voluta de humo que se elevara de la almenara.</p> <p>—¿El duque hace montar guardia ahí arriba?</p> <p>Jackhald sonrió entre dientes.</p> <p>—Ludford está en territorio de Marcher, lo cual significa que se encuentra cerca de la frontera con Cambray. Cambray, con sus duras montañas y valles cerrados, se convirtió en un lugar muy peligroso donde entrar sin invitación. Los inflexibles príncipes del oeste se siguen disputando su dominio, y en consecuencia están casi siempre en guerra.</p> <p>—Sin duda alguna, ésa es la razón oficial por la cual el duque tiene hombres apostados en la Silla del Gigante —repitió Will—, pero supongo que la auténtica razón es hacer guardia para vigilar que los aliados de la reina Mag no se acerquen. ¿Verdad?</p> <p>—No he escuchado nada al respecto. —A Will se le ocurrió mencionar a los hijos capturados del conde de Sarum. En cambio, preguntó:</p> <p>—¿Qué ha pasado con Lord Dúdela Vi su jaula en la plaza del mercado, pero en su lugar había un bloque de piedra. ¿Ha escapado?</p> <p>—No, su señoría está en un lugar cerrado y a salvo. —Jackhald miró a Will de soslayo—. Los dos hijos pequeños del conde de Sarum han sido hechos prisioneros.</p> <p>Will fingió sorprenderse.</p> <p>—¿Los hijos del conde de Sarum? No es posible.</p> <p>—Sin duda, Lord Warrewyk se enfadará cuando se entere del destino de sus hermanos. Cuando llegue…</p> <p>De repente, Will levantó la vista.</p> <p>—¿Lord Warrewyk viene hacia aquí? ¿Procedente de Callas?</p> <p>—Ya ha cruzado los Mares Angostos. Pronto llegará a estas tierras, y seguramente traerá consigo a un gran número de hombres. —Jackhald se rió con ganas—. Con el ejército de su señoría aquí, Ludford podrá resistir cualquier ejército que la reina envíe contra nosotros.</p> <p>Will no dijo nada porque no quería revelar lo que sabía a un hombre del duque. Señaló con el dedo hacia el patio interno, donde estaba un joven alto y con el pelo corto y rubio. Iba vestido con un traje señorial y estaba rodeado por media docena de hombres.</p> <p>—¿Está ese tal Edward por aquí? —El joven se llevó los dedos a los labios para empezar a silbar, pero Jackhald le tiró de la mano para detenerle.</p> <p>—Aquí no te muestres grosero, Will. No llames con su nombre de pila, y a plena luz, a un conde.</p> <p>De repente, Will pareció perder la paciencia y agitó el brazo de Jackhald.</p> <p>—¡No me pongas las manos encima!</p> <p>Jackhald devolvió la mirada a Will, sorprendido por su tono de voz.</p> <p>—Sólo quiero decir que el conde de Marches tiene rango y dignidad. Si quieres hablar con él, debes hacer una petición formal por escrito y solicitar audiencia.</p> <p>—¿Solicitar una audiencia? ¿Con Edward? ¡Crecimos juntos!</p> <p>—Lo sé. Pero no olvides que ahora es el amo de toda la finca.</p> <p>Will no respondió. El castillo de Ludford pertenecía a Edward por título, puesto que él era el heredero de su padre y por tanto conde de Marches. Will se acordó del Edward de antaño, las numerosas lecciones que habían soportado juntos y el día en que se habían peleado en la habitación de su tutor en Foderingham. Eso les había hecho amigos, pero años después, aquí en Ludford, Will había sentido celos del heredero del duque, unos celos difíciles de acallar. Se había dado cuenta de que Edward trataba de ganarse el afecto de Willow para apartarla de Will. La última vez que se vieron fue en Verlamion, cuando Will había jugado el papel de pacificador y Edward sólo tenía ganas de teñirse de sangre como guerrero. Fue entonces cuando sus caminos se separaron, Will siempre supo que sería así. Se separaron para siempre.</p> <p>Abajo, Edward se detuvo en el escalón de entrada de la Casa Redonda, el lugar donde el duque se ocupaba de todos los asuntos de interés público. Edward parecía estar dando órdenes. Había dos caballeros entre los presentes. Will no pudo reconocer a uno, pero los colores del otro le revelaron que sería Sir John Morte de Kyre Ward, el hombre que había enseñado a Will y a Edward los aspectos prácticos de la guerra. Sir John estaba irreconocible, porque había perdido gran parte de su pelo fino y moreno. Junto a Edward estaba su senescal, un escriba, un notario ataviado con ropas verde oscuro, dos comerciantes que querían entregarle solicitudes y un anciano vestido de negro de la Hermandad de los Invidentes.</p> <p>—Por lo visto, ahora es un hombre muy ocupado. —Los ojos de Will siguieron como una ballesta al heredero mientras éste desaparecía en el interior de la Casa Redonda.</p> <p>Will sintió una extraña sensación de acidez que le corroía en su interior.</p> <p>—Dime, ¿todavía le gusta jugar a ser un modelo de caballerosidad para satisfacer a su padre?</p> <p>Jackhald miró a Will de soslayo.</p> <p>—Sir Edward no juega a nada. Él es todo lo que su padre deseaba que fuera. De hecho, ya que me lo preguntas, diré que es incluso mejor que su padre.</p> <p>—¿Y Edmund? —preguntó Will refiriéndose al hermano menor de Edward.</p> <p>Jackhald se movió en un gesto que revelaba incomodidad.</p> <p>—Sir Edmund sólo tiene dieciséis años.</p> <p>Will creyó advertir una pizca de remordimientos en la voz del soldado, de modo que intentó sonsacarle más información.</p> <p>—Venga, Jackhald. Dime: ¿es Edmund el chico tan amable y considerado como siempre fue?</p> <p>Jackhald endureció las facciones y su voz se tornó grave y desafiante.</p> <p>—¿Adónde quieres llegar?</p> <p>Will también se alarmó al oír el tono de desprecio de su voz. Sabía que había sonado entrometido e insultante, pero como ya no podía hacer nada para corregirlo, empezó a hablar con un tono más amable.</p> <p>—Ya sabes que siempre he sentido un gran afecto por Edmund y por todos los demás. Fueron los hermanos y hermanas que nunca he tenido. Sólo quiero saber qué ha sido de ellos. Nada más.</p> <p>Jackhald miró el rostro sudoroso de Will y se reservó sus opiniones detrás de una parca respuesta.</p> <p>—Sir Edmund todavía está estudiando con el tutor Aspall. Lady Margaret y Lady Elizabeth son mujeres hechas y derechas y están prometidas.</p> <p>Will se secó la humedad de su rostro. El pez rojo ardía en el interior de su mano izquierda, pero curiosamente era incapaz de abrirla o apartarla.</p> <p>—¿La duquesa Cicely está aquí? —preguntó refiriéndose a la esposa del duque Richard, una mujer por la que antiguamente sintió un gran afecto—. Por lo que recuerdo, siempre estuvo muy unida al duque. Siempre quería estar a su lado por muy delicados que fueran sus asuntos.</p> <p>—Su excelencia está aquí junto con sus dos hijos pequeños. No quería que los niños cayeran en manos de los enemigos de su marido.</p> <p>—Debería temer por sus hijos si sitian el castillo —respondió Will—, pero esperemos que las cosas no lleguen a ese punto.</p> <p>—Sí, eso espero. —Jackhald entornó los ojos y escudriñó el rostro de Will—. Tengo la impresión de que está maquinando algo, Maestro Willand.</p> <p>No estaba maquinando nada, y él lo sabía. Fuera lo que fuera lo que le corroía en su interior, le obligó a hablar en contra de su voluntad.</p> <p>—No es nada. Cuéntame acerca de los demás, los dos hijos pequeños.</p> <p>—Sir George tiene diez años, y Sir Richard, ocho.</p> <p>—Tendrás que decirme algo más que su edad. ¿Los hijos del duque no te gustan demasiado, verdad?</p> <p>Jackhald protestó.</p> <p>—¡Son familia de mi señor! ¡No hablaré mal de nadie!</p> <p>Will se echó a reír nerviosamente.</p> <p>—Sé sincero conmigo, Jacky. No hablaré de tus opiniones con nadie. Son unos tipos despreciables, ¿verdad? Siempre lo has pensado, pero nunca has tenido agallas para decirlo. ¿No es cierto?</p> <p>La mandíbula de Jackhald empezó a moverse en un gesto de desafío, y se marchó. Will se quedó observando al guardia. El sudor le resbalaba por la cara, y el pez rojo ardía en la palma de su mano como el hierro candente de un herrero. Will no podía abrir los dedos. Bajó de la torre tambaleándose. Se movía con movimientos rápidos y furtivos como una rata, sin llamar la atención. Cuando llegó a las estancias de Gort, entró sin poder contener su agonía. Soltó un grito desgarrador, apretó los labios y extendió los dedos de su mano libre. Cuando dejó caer el talismán, sumergió la mano en una palangana llena de agua y de hierbas.</p> <p>El agua alivió su sensación de ardor, pero tardó en atreverse a mirar su palma de la mano. Cuando lo hizo, no vio ningún tipo de heridas ni magulladuras. Flexionó los dedos y se tocó la yema de su pulgar. No sintió ningún tipo de dolor, ni ninguna marca ni color. Se dirigió a la esquina sobre la que había caído el pez rojo y lo cogió con cuidado por la cola. Su ojo verde parecía mirarle con inocencia.</p> <p>—¿Quién eres? —le preguntó.</p> <p>Will era reacio a guardar el pez en su bolsa, y decidió esconderlo en una caja y colocarlo debajo de su cama. Después, como todavía se sentía un poco agitado, salió y buscó refugio en el jardín vacío de sanguijuelas. En él había un cómodo banco, se sentó en un lugar óptimo para pensar y comenzó a reflexionar sobre el modo en que había perdido el control de sí mismo y en por qué se implicó en una conversación tan negativa. Era una reacción que le hizo recordar la última vez que había estado en Ludford. Algo intentaba apoderarse de él y sacarlo de sus casillas.</p> <p>Will se dio cuenta de que debía meditar sobre este problema, y reflexionó sobre sus fallos y debilidades, prestando especial atención al defecto llamado vanagloria u orgullo.</p> <p>Según las leyes de la magia, los tres grandes defectos eran los celos, el odio y el miedo. Eso daba pie a las siete debilidades, instintos que, si corrían a sus anchas, conducían a la confrontación con los demás. Los tres defectos menores eran puros: codicia, crueldad y cobardía. Cada uno de ellos surgía de una debilidad concreta: la codicia de los celos, la crueldad del odio y la cobardía del temor. Después estaban los tres defectos principales, cada uno de los cuales era una combinación de dos defectos, como si fueran los colores de la paleta de un pintor. La tiranía era una mezcla de celos y odio, la ira era una combinación de odio y temor, y la indolencia una mezcla de celos y odio. Pero el peor defecto era la vanagloria, porque estaba compuesto de tres debilidades por igual.</p> <p>Al fin, decidió que debía encontrar a Jackhald para pedirle disculpas. Pasó por otro tramo de la muralla para intentar dar con el guardia, y cuando se acercó al parapeto que había junto a la caseta de entrada, espió a una figura vestida de negro que salía de un recoveco de la muralla de piedra, a unos cincuenta pasos de distancia por delante. A Will se le pusieron los pelos de punta. La figura llevaba la cara tapada, aunque sus gestos le resultaron familiares.</p> <p>—¡Eh! —gritó Will, aunque la figura echó a correr, entró en el piso superior de la caseta de entrada y desapareció. Will corría tras ella, pero sólo encontró una puerta cerrada de golpe. Entró en la caseta, esquivó el torno y las cuerdas que levantaban el rastrillo y atravesó una puerta que había a lo lejos.</p> <p>Cuando salió al parapeto del fondo, la figura había desaparecido.</p> <p>—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Esto no es asunto tuyo!</p> <p>Will se dio la vuelta. El hombre que le hablaba era uno de los guardias, un tipo grueso que vestía un delantal y una gorra sucios. El hombre salió de una puerta lateral.</p> <p>—Vi a alguien y le he perseguido hasta aquí. ¿Ha visto hacia dónde se fue?</p> <p>—¿Quién?</p> <p>—Un hombre vestido completamente de negro.</p> <p>—No he visto a nadie por aquí, ni vestido de negro ni de otro color. No puedes estar aquí…</p> <p>—Es una situación de emergencia. ¡Dé la voz de alarma! Avise al Maestro Gwydion y al Sanador.</p> <p>—¿Qué está diciendo?</p> <p>—¡Hágalo, hombre!</p> <p>El guardia desapareció por la puerta. Will se detuvo para escuchar con atención y advertir cualquier señal. Al final, cuando miró por encima del muro, vio una cuerda que salía de una de las torres redondas. Fuera quien fuera el tipo que había visto, había desaparecido entre los matorrales al pie de la muralla.</p> <p>Cuando Will volvió, llegaron los otros guardias. También se acercaron Gort y Jackhald para escuchar la versión de Will. Cuando el joven hubo terminado, Jackhald preguntó con total seriedad:</p> <p>—Tal vez lo hayas imaginado.</p> <p>—Jackhald, tienes razón al pensar que hoy no he estado muy fino, y te pido perdón. Pero, ¿crees que me he imaginado esto? —Will se acercó a la torre y levantó la cuerda.</p> <p>—Probablemente se trate del novio de alguna sirvienta desapareciendo por la ventana —respondió Jackhald sin inmutarse.</p> <p>—Creo que no.</p> <p>—¿Vestido completamente de negro? Uno de los manos… ¡ejem! —Gort acercó la boca al oído de Will—. Uno de esos Invidentes, ¿no?</p> <p>—Tampoco lo creo.</p> <p>Gwydion apareció junto a la puerta que daba a la escalinata.</p> <p>—En ese caso, dinos tu opinión.</p> <p>—Creo que era el mismo hombre queme atacó en la taberna.</p> <p>Gwydion cerró los ojos por un instante, luego los abrió y añadió:</p> <p>—¿Estás seguro?</p> <p>—No, Gwydion, no puedo estar seguro de nada. Pero yo diría que era el mismo hombre, si es que debo confiar en mis sentimientos, como tú siempre me recuerdas.</p> <p>Jackhald le regaló la misma mirada inquisidora de antes.</p> <p>—Sus sentimientos no significan mucho para mí. Nuestro joven amigo no ha estado muy fino en el día de hoy. En mi opinión, está un poco raro, Maestro Gwydion.</p> <p>—Los sentimientos de Willand pueden significar más de lo que crees, Jackhald —contestó Gwydion—. Este tema es más importante de lo que parece a simple vista.</p> <p>Will miró hacia donde había detectado la figura por primera vez. En las proximidades, se erigía la gran casa de madera que albergaba el motor de tiempo que marcaba las horas. Jackhald dio un salto cuando sonó el primer golpe de las nueve.</p> <p>—Ven conmigo, Willand. —Gwydion pronunció estas palabras en un tono de voz que no daba pie a objeciones—. Debemos asistir al consejo del duque. Hay cuestiones importantes que resolver antes de pedir una audiencia.</p> <p>Will se sentía decepcionado, puesto que primero quería resolver la incógnita de la cuerda.</p> <p>—¿Debo acompañarte?</p> <p>—Te conviene.</p> <p>Volvieron a atravesar la puerta de entrada hasta alejarse de la muralla, y cuando estuvieron a solas, Gwydion se llevó al joven hacia las estancias de Gort, al parecer para que pudiera probarse su nuevo abrigo remendado.</p> <p>—¡Oh, Gwydion! ¡Fíjate qué desastre!</p> <p>Gwydion se quedó de pie junto a la puerta y observó los destrozos que había sufrido la estancia. La mesa y todas las sillas estaban volcadas. Una almohada de plumas de ganso estaba partida por la mitad, así como el colchón de la cama y su segunda mejor camisa. Incluso su varita mágica estaba partida. Parecía que hubiera asaltado la habitación a toda prisa, alguien a quien no le importara causar desperfectos.</p> <p>—¿Cómo se puede rasgar una camisa tan buena? —preguntó Will mientras sostenía con resignación los jirones de la prenda.</p> <p>—Eso tiene solución. Pero, ¿quién ha hecho esto? ¿Y por qué? Ésa es la pregunta fundamental.</p> <p>Will señaló hacia la garita de entrada.</p> <p>—Nuestro visitante, por supuesto. ¿No crees que pudo ser él?</p> <p>La mirada de Gwydion era impasible.</p> <p>—¿Falta algo?</p> <p>Will rebuscó entre sus pertenencias. Al cabo de un rato, contestó con prudencia:</p> <p>—Nada importante.</p> <p>—¿Nada? Tu rostro revela lo contrario.</p> <p>El joven se encogió de hombros.</p> <p>—No encuentro mi moneda de plata.</p> <p>—La plata llega y se va. Eso no es relevante.</p> <p>—No me importa su valor, Gwydion. Esa moneda era, por así decirlo, un amuleto. Un amuleto de buena suerte. Me la dio un hombre al que solía llamar padre.</p> <p>—Pues, en ese caso, sí es valiosa. Pero los ladrones son unos cobardes y rara vez respetan el valor real de los objetos. Ese es el mayor mal que causan en el mundo, porque algunas de las cosas que roban no pueden sustituirse por nada. —El hechicero pasó la punta de su báculo a través del asa de un jarrón y lo levantó, como si esperara encontrar algo debajo de él.</p> <p>—¿Qué estás haciendo?</p> <p>—En ocasiones, cuando buscamos algo que se ha perdido, encontramos lo que ha quedado atrás. —Gwydion se inclinó y recogió una pieza blanca que estaba en el suelo junto a la chimenea. Era plana, pero demasiado grande y blanca para ser una moneda.</p> <p>—Déjame ver eso —interrumpió Will mientras se acercaba a Gwydion. Luego se sorprendió al ver una insignia de hueso en forma de corazón blanco—. ¡Es un símbolo de la hermandad!</p> <p>—Supongo que éste no es el amuleto que estabas buscando.</p> <p>—Por supuesto que no.</p> <p>—En ese caso, ya tenemos nuestra respuesta. Ahora debemos pensar en un nuevo desafío. Llegamos tarde para ver a Richard, y a él no le gusta esperar.</p> <p>Will suspiró. Se colocó su abrigo remendado y se quedó mirándolo mientras se mordía el labio.</p> <p>—No es una prenda muy adecuada para llevar ante un duque.</p> <p>—¿Por qué dices eso? —Gwydion se ajustó los pliegues de su abrigo. Estaba limpio y bien planchado—. No creo que una prenda sea peor por estar remendada. Cada remiendo es un trozo de bondad, algo hecho con cariño y, en ocasiones, con amor. Mi túnica es muy antigua; de hecho, está compuesta de apaños y remiendos, como la vieja escoba que tenía seis cabezas y siete asas.</p> <p>—No veo ningún remiendo en tu abrigo.</p> <p>El hechicero extendió un dedo largo hacia la nariz de Will.</p> <p>—Eso, Willand, es según se vea.</p> <p>Will replicó:</p> <p>—Entonces, tú consideras que la apariencia es importante.</p> <p>—Sólo cuando sirve para convencer a los necios de que reconsideren mis palabras. Vamos, que llegamos tarde a nuestra cita con el amigo Richard.</p> <p>Caminaron a paso ligero con la intención de reunirse con Richard, pero cuando entraron en la Casa Redonda, Will se desanimó al ver que la cámara del duque estaba repleta de gente. Todos los altos cargos del castillo estaban allí, junto con cada noble y caballero, así como el ayuda de cámara del duque, su senescal, el conde de Sarum y sus lugartenientes de mayor confianza. Edward también estaba, aunque no encontró al Anciano de la orden de los Invidentes que Will había visto anteriormente. El duque estaba sentado en un trono tallado emplazado sobre tres escalones. Había cabezas melenudas de león talladas en los brazos de la silla. En torno a la estancia circular, doce tallas —cabezas de mujer con coronas— miraban hacia el suelo.</p> <p>Eran las Doce Reinas Austeras, a quienes Will conocía por sus lecciones de historia. Sus imágenes aparecían en todas las entidades gubernamentales del Reino y su función consistía en guiar las consciencias de quienes se dedicaban a juzgar a los demás. Después, la mirada de Will se posó sobre algo que descansaba junto al asiento del duque, una vara de marfil. Se sorprendió al darse cuenta de que ya había visto ese objeto con anterioridad. Era un trozo de cuerno de unicornio que Edward le había mostrado. Como Will pudo comprobar, el duque Richard lo utilizaba de puntero cuando se sentaba en el consejo.</p> <p>El duque parecía, en todos los sentidos, un legítimo rey.</p> <p>—Maestro Gwydion, bienvenido seas —saludó.</p> <p>El hechicero extendió los brazos en un gesto de amistad. Will no sabía si debía inclinarse ante el rey. Se dio cuenta de que Edward le estaba mirando, aunque con una expresión que no delataba reconocimiento.</p> <p>—Te lo agradezco, Richard de Ebor —respondió Gwydion con formal dignidad.</p> <p>—Me has pedido hablar conmigo sobre mi piedra. Me perdonarás si insistimos en conversar sobre ello delante de mis amigos y compañeros.</p> <p>La mano de Gwydion resbaló ligeramente por su báculo, y ladeó la cabeza.</p> <p>—No exigí que habláramos en secreto, ya que vengo a contar el verdadero motivo del desastre ocurrido en el Brezal del Horror.</p> <p>Se oyeron unos movimientos tensos, y el duque esbozó una sonrisa. En cambio, el conde de Sarum, que estaba junto a él, no sonrió.</p> <p>—¿El verdadero motivo, Maestro Gwydion? ¿Desastre? Una extraña combinación de palabras. Hablas como si la valentía de mi ferviente aliado, Lord Sarum, no fuera responsable del evento. ¿No coincides conmigo en que fue él precisamente quien nos trajo la victoria contra todo pronóstico?</p> <p>Todos los presentes en la estancia se callaron de inmediato.</p> <p>Gwydion se movió con evidente nerviosismo.</p> <p>—El color de la sangre guerrera que fluye en tu corazón nunca ha sido puesta en entredicho, amigo Richard, ni la valentía de tus hombres y criados. Sin duda alguna, fueron ellos los artífices de la última batalla. Pero ahora, te pregunto: ¿qué beneficios se obtienen de la muerte de tantos inocentes?</p> <p>—¡Inocentes, dice! —se burló Lord Sarum—. ¿Quién es inocente?</p> <p>Los ojos del hechicero resplandecían <i>con</i> un frío fulgor.</p> <p>—Amigo mío, casi tres mil milicianos de estas tierras yacen muertos en un campo putrefacto situado a pocas leguas de aquí. Esa gente no provocó confrontación alguna, sino que fue una disputa intratable surgida entre caballeros.</p> <p>—En ese caso, también fue su confrontación —atajó el duque.</p> <p>—Claro que sí —añadió el conde de Sarum—. Y, con mucha diferencia, gran parte de los muertos eran del bando enemigo. Al menos, diez por cada uno de los nuestros, ¡o soy un hombre ciego!</p> <p>Gwydion esperó a que acabaran los murmullos de aprobación.</p> <p>—¿Cuántas veces te he repetido esta ley, Richard? «Siempre es posible evitar la guerra, y siempre es mejor evitarla.»</p> <p>—Bonita frase, Maestro Gwydion, pero la injusticia que ha recaído sobre mí está más clara que el agua. —El duque Richard señaló furioso con el dedo—. La reina Mag siempre ha querido jugar conmigo como si fuera un pez en el anzuelo. Ha tratado de pescarme en estos últimos cuatro años. Detrás de cada gesto de amistad se ha escondido un malicioso plan, detrás de cada sonrisa había un venenoso murmullo. Ha cautivado al Gran Consejo con falsas promesas y mentiras, de manera que ahora la mitad de los nobles de estas tierras están muy furiosos conmigo. Estos enemigos me impiden ocupar el cargo que tengo designado. Recorro todo el Reino por culpa de unos hombres que quieren encarcelarme, despojarme de mis bienes y acusarme de falsedades. ¡Todo porque quieren apropiarse de lo que es mío! —El duque golpeó su mano contra la silla—. ¡Esa bruja me quiere ver muerto! ¡No se olvide de mencionar esto, Maestro Gwydion, cuando hable de verdaderas causas!</p> <p>Los presentes en la sala aplaudieron, golpearon el suelo con los pies y apoyaron las palabras de Richard.</p> <p>Gwydion lo aguantó todo hasta que hubo terminado. Luego, añadió:</p> <p>—Lo que me has contado es innegable, amigo mío, y no voy a rebatir tus palabras, pero la verdadera causa de la guerra es más profunda que los celos o la avaricia de una persona. Es más difícil de entender que el poder o la riqueza. Es menos evidente a simple vista que las disputas entre un legítimo rey y un aspirante al trono o su usurpador.</p> <p>Richard entornó los ojos.</p> <p>—Entonces, di lo que tengas que decir, y acabemos de una vez.</p> <p>Gwydion gesticuló de una forma que a Will le resultaba familiar. Venía a decir que había una voz sabia y solitaria que se esforzaba por ser escuchada en un manicomio.</p> <p>—Te he advertido acerca de unas piedras maliciosas. Te he contado que debemos encontrarlas para que el Reino recobre la paz. El trozo de piedra que trajimos aquí procede del campo de batalla, pero, amigo Richard, no creas que es tu piedra.</p> <p>Un profundo silencio se cernió en la sala.</p> <p>—Maestro Gwydion, la piedra lleva una talla de mi insignia. Mis hombres me la han regalado, unos hombres que la han obtenido en la batalla. Por tanto, me parece que la magia que esconda esa piedra me pertenece.</p> <p>—¿Cuántas veces te lo tengo que repetir, Richard? La magia no es egoísta. Nadie la puede reclamar como propia, y nadie debe abusar de ella. Aunque, efectivamente, la piedra fue recogida por el amigo Sarum, no tenía derecho a regalarla.</p> <p>—En ese caso, ¿a quién pertenece? —El duque miraba sin pestañear—. ¿Es suya, Maestro Gwydion?</p> <p>—¿Mía?</p> <p>—¡El Viejo Cuervo la ha robado! —gritó una voz del fondo.</p> <p>Cuando Will miró, reparó en que era Lord Dudlea quien había pronunciado esas palabras. Ya no estaba encerrado en su celda, sino que tenía un aspecto ojeroso, lucía una camisa manchada y estaba vigilado y encadenado por dos de los secuaces de Lord Sarum. Will se dio cuenta de que lo habían llevado allí por algún motivo.</p> <p>—¡Traigan al prisionero! —ordenó el duque—. Que hable.</p> <p>—La ha robado de la casa de John, el barón Clifton.</p> <p>—¿Es eso cierto? —quiso saber el duque.</p> <p>Gwydion trató de eludir la cuestión.</p> <p>—La piedra de batalla ha permanecido enterrada en Aston Oddingley durante miles de años. El barón Clifton desconocía su existencia, aunque fue esa piedra la causante de su locura y la de su familia. Mi argumento principal es que…</p> <p>Will vio que uno de los asesores del duque vestidos de amarillo empezaba a susurrar. Richard cerró el puño alrededor de su vara de cuerno de unicornio, y se dirigió al hechicero.</p> <p>—Pero si admites que desenterraste la piedra en Clifton, el asunto está claro, Maestro Gwydion. Como terrateniente, el barón Clifton era el propietario de esa piedra. —El duque sonrió para quienes estaban pendientes de sus palabras—. El loco de Clifton es uno de mis peores enemigos, y el más conocido ya que sus hombres se unieron a la batalla contra mis aliados, por tanto, se diga lo que se diga, no puedo acusarte de parcialidad. Sin embargo, esto significa que ahora la piedra se ha convertido en un botín de guerra. A su vez, me fue regalada a mí por medios legítimos y, por tanto, no veo razón alguna para no considerarla mía ni utilizarla como considere oportuno.</p> <p>Se oyeron varios gritos de aprobación. Gwydion asintió contra su voluntad, se plegó a su decisión, aunque no pudo evitar decir:</p> <p>—Amigo Richard, no es una cuestión de considerar eso o lo otro. Digas lo que digas, la piedra no es tuya y no puedes ordeñarla como si de una vaca se tratara, ni utilizarla para infundir falsas esperanzas de invulnerabilidad a los tuyos. Si persistes en continuar por ese camino, acabarás teniendo problemas.</p> <p>Las palabras de Gwydion sonaron a maldición, y los presentes contuvieron la respiración. Se oyó un murmullo de voces, y por un instante el duque pareció balancearse mientras deliberaba.</p> <p>Gwydion añadió con delicadeza:</p> <p>—Tráela, Richard. La piedra debe estar en mis aposentos…</p> <p>Sarum estalló.</p> <p>—¡Quiere quedarse la piedra!</p> <p>La voz del hechicero se elevó sobre la de Sarum.</p> <p>—Déjamela durante todo un cuarto de luna, así podré descubrir el secreto que esconde. Será una pista que nos conducirá a la siguiente piedra. Sin duda alguna, querrás saber dónde se va a librar la próxima batalla, ¿verdad?</p> <p>Pero la Piedra del Horror ya había revelado sus versos, pensó Will, sorprendido por las palabras del hechicero. ¿A qué estaba jugando Gwydion?</p> <p>El duque se mordió un nudillo antes de tomar una decisión.</p> <p>—Traigan la piedra a esta sala, donde los ojos de las Doce Reinas Austeras puedan verla. En este lugar, Maestro Gwydion, no en un sótano oscuro, podrá formular tantas preguntas a la piedra como desee. Eso es todo.</p> <p>Lord Sarum miró severamente al duque, pero no se atrevió a contravenir la decisión. Gwydion se disculpó y abandonó la estancia. Will se dio la vuelta para seguir al hechicero. Este, como era habitual en él, había conseguido exactamente lo que quería.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 16</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Madre Brig</p> <p style="margin-top:5%">Siguiendo la orden de Gwydion, Will pasó los días siguientes buscando la piedra de Ludford. Gort le acompañó algunas veces, pero básicamente caminaba solo con la esperanza de que sus sentidos se agudizaran. Sin embargo, Will notaba que había algo que entorpecía su talento y frustraba sus mejores esfuerzos.</p> <p>Cuando se acercó a la Casa Redonda, vio que el emblema personal del duque todavía permanecía grabado en la superficie de la piedra: un símbolo de cuatro hojas que coronaba tres flores de largos tallos. Cuando preguntó su significado, se enteró de que ni Gwydion ni el sanador habían logrado descifrar esa inscripción.</p> <p>—¿Pero no conocemos el significado de los versos de la Piedra del Horror? —preguntó Will.</p> <p>—¿Ah, sí? —respondió Gwydion con una sonrisa burlona—. Yo no he extraído ningún verso de ella. Lo que leímos nos fue dado por la piedra cuando estaba en su fase más maligna. ¿Crees que deberíamos confiar en un regalo como ése?</p> <p>Will movió los labios, y luego añadió lentamente.</p> <p>—¿Crees que la intención de ese mensaje era confundirnos?</p> <p>La mirada de Gwydion se tornó picara y cautelosa al mismo tiempo.</p> <p>—Es una posibilidad. Por otro lado, la piedra podría haber dicho la verdad. No olvides la ley: «El daño suele proceder de una verdad dicha con poca sabiduría». Nosotros desenterramos la piedra y nos la llevamos de su emplazamiento original. Todavía queda tiempo para que un verso predictivo, sin importar el espíritu con que se ofreció, se haga realidad.</p> <p>Will reflexionó al respecto hasta que le empezó a doler la cabeza.</p> <p>—Solamente dime por qué no informaste al duque Richard acerca del verso.</p> <p>—Es posible que le informe. Todavía estamos a tiempo, si surge la ocasión. Pero, por el momento, no se me ocurre nada mejor para guardar los restos de esa piedra e impedir que se ofrezca a los lugareños como fuente de falsas esperanzas.</p> <p>—¿Y qué pasó cuando llegamos aquí? —preguntó Will—. No impediste que los soldados tocaran esos restos. Yo quería ahuyentarlos, pero tú dijiste que la piedra era inofensiva.</p> <p>—Pues, en ese caso… tú tenías razón y yo estaba equivocado. —Los ojos de Gwydion reflejaban la tranquilidad habitual en el hechicero aunque, al mismo tiempo, su mirada resultaba irresistible. Era un gesto de pura astucia, y Will lo sabía.</p> <p>—¡No me trates como a un niño!</p> <p>—Pues entonces, no te comportes como tal. Piensa antes de hablar. Existe una enorme diferencia entre tranquilizar a unos hombres que acaban de luchar en una batalla y alentar la credulidad de los lugareños. El Reino entero se está precipitando hacia el abismo. En vez de hacerme preguntas, deberías salir a buscar la próxima piedra.</p> <p>Aturdido y sin nada que añadir, Will salió para ocuparse de sus obligaciones y dejó al hechicero solo con sus misteriosos asuntos.</p> <p>Con el paso de los días, Will se amoldó al ritmo de la vida en el castillo. A las cinco de la madrugada, se realizaba un cambio de guardia y la chimenea de la tahona comenzaba a humear. A las siete en punto, se servía el desayuno. A las once, se dejaba entrar a los comerciantes por el patio exterior. A mediodía, un grupo de Invidentes se abría paso por el ala interna del castillo para arrodillarse ante su pequeño altar, donde también se lavaban y lloraban junto al grifo de la Casa Redonda. Había un trasiego de nobles quienes, al parecer, tenían muchos asuntos de los que hablar. Will vio a Edward en varias ocasiones, pero siempre desde lejos. Por lo visto, muchas de las tareas rutinarias del duque habían sido delegadas en su hijo mayor. Edward las abordaba con porte serio y siempre iba acompañado de una docena de hombres a quienes debía escuchar para dictar órdenes. Will quería acercarse a él pero, tal como Jackhald había dicho, entre los dos jóvenes mediaba una gran distancia.</p> <p>Otro hombre que frecuentaba las instalaciones del castillo era Lord Dudlea. Al principio, Will se sorprendió de verlo campar a sus anchas. Dos guardias vigilaban de él mientras se ocupaba de los corrales de las ovejas. Su aspecto era sucio y despeinado, pero le habían liberado de las cadenas de las muñecas y el cuello, dejándole al menos cavar el estiércol de la tierra. Cuando los dos hombres se cruzaron la mirada, la de Dudlea reflejaba tanta maldad que Will retrocedió unos pasos.</p> <p>La intensidad de esa mirada hizo que Will dudara de su interpretación. Tal vez lo que realmente había visto era una mezcla de tristeza y desagrado. Will también se preguntó acerca de los hijos de Lord Sarum, y si se había ofrecido algún tipo de intercambio. Pero al día siguiente, se enteró de una noticia que acabó con todas las cavilaciones de Will: se había divisado un ejército real dirigiéndose hacia el norte.</p> <p>Gort comentó que eso sólo podía ser sinónimo de asedio, y Will estuvo de acuerdo con él.</p> <p>—Tenía que suceder tarde o temprano —le dijo a Gwydion—. Sin duda alguna, la próxima piedra está aquí en Ludford. Y eso significa que éste es el lugar donde se va a librar la siguiente batalla, a menos que pueda dar con esa piedra.</p> <p>—Una conclusión lógica —repuso Gwydion.</p> <p>—¡Claro! Debes hacer todo lo que esté en tus manos —corroboró Gort—. Todo depende de ti.</p> <p>Durante tres días más, Will anduvo sin mucha ansia desde las cervecerías de Durnhelm a Linney, salió por la puerta principal del castillo hasta llegar a orillas del Theam, y desde la torre Galfride se dirigió al Portal pero todo fue en vano. Miles de hombres trabajaban a pleno sol o bajo una fuerte lluvia: cavaban zanjas, buscaban comida entre la tierra, vaciaban los graneros del pueblo, reunían grandes cantidades de bueyes, gansos y ovejas en la ciudad y llenaban el ala externa del castillo de todo tipo de materiales. Los ganaderos levantaron vallas con ramas de sauce y crearon un laberinto de corrales improvisados en la misma plaza del mercado. Las casas de los alrededores se convirtieron en almacenes de grano o forraje. El aire que impregnaba el castillo olía a estiércol y constantemente se oían rugidos, balidos y graznidos. Dentro de la torre de guardia, Will descubrió un siniestro tráfico de hombres que sacaban grandes cantidades de flechas con puntas oxidadas y polvos mágicos para combatir al enemigo.</p> <p>A medida que se acercaba el último cuarto de la luna, Will se sentía más atormentado por el miedo. Era un temor que enturbiaba su mente cada hora que pasaba, aunque luchó contra esa sensación pensando en Willow y en Bethe. Aun así, existían preocupaciones reales: ¿Morann habría devuelto, sanas y salvas, a su esposa e hija? ¿Estaba el Valle realmente a salvo de la devastación que había sufrido Pequeña Matanza? Y aunque su familia estuviera protegida, ¿cuánto tiempo tardaría en volverla a ver?</p> <p>—¿Morann se sumará a nosotros? —preguntó al hechicero—. ¿Sabe dónde nos encontramos?</p> <p>—Probablemente, habrá leído las señales que le dejé, unas señales que sólo un sabio puede interpretar. No temas, aparecerá cuando le necesitemos.</p> <p>Pero Will sí tenía miedo porque se estaba agotando el tiempo. Levantó la vista hacia el desapacible cielo. En los últimos días de tiempo gris y húmedo, los soldados habían tallado estacas y colocado en su sitio las defensas exteriores cubiertas de barro, unas líneas que tendrían que atender cuando el ejército de la reina se cobrara su venganza.</p> <p>Will hizo unos estiramientos, cansado como estaba después de tres noches sin dormir bien. El resplandor de la luna se había conjurado con su cabeza aturdida para evitar que descansara. La noche anterior había oído un extraño lamento escalofriante procedente de colina Cullee. Era un sonido tan sobrenatural que Will se levantó de la cama para acercarse a la ventana. Había esperado un buen rato, desnudo en medio de una fría corriente de aire, pensando que si estallaba otra batalla sería culpa suya. Pero el grito de guerra, si es lo que era ese lamento, no volvió a oírse.</p> <p>Will había decidido encontrar la piedra de Ludford a toda costa. Por eso atravesó otro terraplén y saltó por encima de una barricada de troncos hasta llegar a una acequia llena de porquería y colocarse en la orilla del fondo. Probó de nuevo, aunque la varita de avellano parecía estar totalmente muerta. La partió en dos y arrojó los trozos al suelo. Sin embargo, lamentó de inmediato esa reacción infantil, puesto que ahora tendría que encontrar un avellano que crecía corriente abajo.</p> <p>Volvió a llover, y Will se sentó junto al extremo de los terraplenes, debajo de un techo de lona de un soldado. Se sentó sobre un cubo del revés y se quedó observando las gotas de agua que caían del techo combado. Volvió a pensar en el verso de la Piedra del Horror, y trató de averiguar si sería verdadero o falso.</p> <div id="poem"a> Junto al vado de Lugh y la esbelta torre,<br> Por sus palabras, un rey falso<br> Causará la retirada de su enemigo más allá de las aguas,<br> Y el Señor del Oeste regresará a casa.<br> </poema> <p>El significado de los versos estaba claro, pero quizá lo creía así porque la piedra ya se había apoderado de él. Echó un vistazo a su alrededor. Se sentía aturdido y estúpido para volver a pensar en las sutilezas que escondían esas palabras. Un montón de temores se apoderaron de ese espacio en su mente que debía mantener abierto y vacío.</p> <p>Sus dedos fríos y húmedos se dirigieron a la bolsa para sacar el trozo de queso que había guardado, y quizás una o dos avellanas, pero había algo extraño.</p> <p>El pez rojo… había desaparecido.</p> <p>«No se puede haber caído», pensó Will mientras miraba a su alrededor, preocupado por la pérdida. «¿Cómo puede haberse perdido?»</p> <p>Se levantó mientras comprobaba de nuevo el interior de su morral. Nada. Volvió sobre sus pasos a través de Linney. Nada. Inspeccionó el camino de vuelta a la ciudad. Nada de nada.</p> <p>—¿Qué habrás hecho con ella? —se preguntó a sí mismo, incapaz de recordar cuándo había visto la figura por última vez—. ¡Has conseguido perderla, tonto!</p> <p>Cuando su ira hubo desaparecido, se sintió vacío por dentro y agotado, puesto que no tenía posibilidades de encontrar el pez, así como ninguna posibilidad de compararlo con el pez verde que Willow debía traer…</p> <p>De repente, se sintió profundamente solo. La autocompasión se apoderó de él. Había dejado de llover, de modo que Will volvió como pudo hasta el muro de la ciudad y entró por la Puerta de la Pluma. Un hermoso gato blanco se lavaba las patas en una esquina resguardada de la lluvia. El animal le miró y pareció esbozarle una sonrisa.</p> <p>—<i>¿Pangur Ban?</i> —preguntó Will sorprendido. El corazón empezó a latirle deprisa—. <i>¿Pangur Ban</i>, eres tú?</p> <p>A modo de respuesta, el gato blanco se estiró delicadamente y se dio la vuelta mientras encogía la cola y se rascaba contra un poste de madera. <i>Pangur Ban</i> había acudido en su ayuda tres veces. Una fue en el bosque de Wych, otra en la Isla Bendita y la última vez fue justo después de que Maskull derrotara a Gwydion en el Anillo del Gigante. Era un animal tan hermoso e intachable que no podía ser una criatura terrenal.</p> <p>—<i>¡Pangur Ban!</i> ¿Adónde me llevas?</p> <p>El gato se detuvo porque pareció entender la pregunta de Will. Este le siguió hasta el mercado de gansos. <i>Pangur Ban</i> gateaba despacio, luego se frotó la cara contra la esquina de la casa de un comerciante y se quedó mirando por unos instantes a Will con sus enormes ojos brillantes. Cuando Will miró de nuevo para ver dónde se había metido el gato, sólo encontró a una vieja vagabunda harapienta.</p> <p>Will acercó la mano a su zurrón y sacó el trozo de queso; mientras se <i>lo</i> ofrecía a la mujer, sintió que una garra le sujetaba por la muñeca.</p> <p>—Te agradezco la amabilidad, Willand.</p> <p>Le sorprendió oír su nombre. Dos ojos pálidos y lechosos le miraban fijamente. La última vez que había visto a esa anciana era la reina de Ewle, con su cabello largo y gris enredado con hojas de acebo y hiedra.</p> <p>—¡La Madre Brig!</p> <p>—Vaya, tienes buena memoria.</p> <p>—Me alegro de volver a verte.</p> <p>—¿Acaso el Maestro Gwydion no te ha enseñado el saludo correcto? Di: «¡Por el cerdo, el árbol, la rueda y el cuervo!».</p> <p>La anciana cortó el queso en dos pedazos, lo olió y después se lo llevó a la boca para disfrutarlo.</p> <p>Will no sabía quién o qué era la Madre Brig. Ahora que caía en la cuenta, parecía una bruja, una de las hermanas; quizás incluso su reina, aunque eligió adoptar la apariencia de una anciana y ciega vagabunda. Incómodo por la situación, Will preguntó:</p> <p>—¿Por qué una famosa Mujer Sabia se sienta a mendigar un pedazo de pan en este lugar tan frío y húmedo?</p> <p>—¿Es que ni siquiera conoces las leyes de la magia? Mendigar es una forma de ofrecer bondad al mundo.</p> <p>—¿Ofrecer bondad? ¿A qué te refieres?</p> <p>—¡Sí, bondad! Mendigar es dar bendiciones. —La anciana se echó a reír—. ¿Es que ni siquiera sabes eso?</p> <p>—¿Cómo es posible que mendigar sea dar bendiciones?</p> <p>—¿Nunca has dado de comer a los patos? ¿Jamás has sentido el enorme placer de sentir su gratitud?</p> <p>—Vaya, entonces eres un vendedor de gratitud, ¿no? Jamás pensé que mendigar fuera eso. —Will se echó a reír, aunque paró de inmediato—. Creo que eres una persona más importante. Recuerdo que, en una ocasión, divertiste al duque Richard en la festividad de Ewletide. Y cuando vino, te erigiste en juez. Incluso le predijiste el futuro. Así pues, ¿cómo es posible que ahora prefieras sentarte en una esquina y mendigar comida?</p> <p>—¡No hay más alivio que esto ni lugar más importante que éste en todo el Reino! —La mujer frunció el ceño y dio la espalda a Will—. ¿Crees que el regalo que los vagabundos ofrecen es que los demás se sientan superiores? Eso no es caridad de verdad. ¿Y qué es esa importancia de la que hablas? Deberías marcharte y meditar a fondo tu concepción del mundo. Piensa sobre la riqueza, el poder, la influencia y la sabiduría, luego acude a mí y explícame qué son realmente esos conceptos. —La mujer soltó una carcajada—. Quizás, algún día, incluso llegues a saber qué es la estupidez.</p> <div id="poem"a> ¡Abedul y acebo verde, chico!<br> ¡Abedul y acebo verde!<br> Si te atizan, chico,<br> Será tu desatino.<br> </poema> <p>Mientras la mujer se reía a carcajadas, movía la cabeza.</p> <p>—Verdaderamente, Madre Brig, debes de ser la más sabia de entre los sabios, porque no sabía lo que me acabas de contar.</p> <p>—¡Así que todavía eres un pipiólo! ¿No te das cuenta de que todos los ojos del reino miran en esta dirección? Estamos en el meollo del asunto, Willand. Ahora, éste es el eje que hace girar todo el mundo.</p> <p>La anciana volvió a reírse a mandíbula batiente, después dio unas palmaditas a sus trenzas con su bastón y repitió el alegre presagio que le había pronunciado un día durante la festividad de Ewletide.</p> <div id="poem"a> ¿Será la oscuridad,<br> Será la luz,<br> Torcerá su hermano hacia la izquierda o hacia la derecha?<br> ¿Se refugiará,<br> Luchará,<p></p><br> Se levantará su hermano y luchará?<br> </poema> <p>Will escuchó el poema con atención, y luego lo recitó mirando a la anciana.</p> <p>—Madre Brig, ¿qué significa?</p> <p>La mujer volvió a reírse.</p> <p>—¿Qué significa cualquier cosa? ¡Oh, cómo declinan las eras cuando debemos apañarnos con héroes como tú!</p> <p>Will se acordó del pez rojo y del problema con la Piedra del Horror. De pronto, le asaltó un presentimiento, y anunció:</p> <p>—Madre Brig, tengo asuntos de los que ocuparme. Debo irme.</p> <p>—Claro, porque soy una vieja fea que se ríe de un modo desagradable, y tú eres un joven muy apuesto.</p> <p>Cuando Will volvió a fijarse en ella, ya no parecía una anciana vagabunda, sino una hermosa joven de piel tan blanca como Willow. Will retrocedió unos pasos sin dar crédito a sus ojos.</p> <p>—¿Qué ocurre, Willand? ¿Algún problema que te afecta la vista quizás?</p> <p>Cuando Will volvió a mirar, la mujer retornó a su aspecto inicial.</p> <p>—Yo… —La urgencia le apremiaba—. Le diré al Maestro Gwydion que acabo de verte.</p> <p>—¡Dile que mi plato preferido es el salmón!</p> <p>—¿Has dicho salmón?</p> <p>—De todos modos, esta vagabunda sabe elegir. —La mujer blandió su bastón ante Will, y luego, como si de repente se hubiera acordado de algo importante, añadió—: Y ahora, piensa en todo lo que te he dicho. ¡Cuidado con tu hermano!</p> <p>Will la dejó en ese momento. Anduvo en dirección al castillo mientras buscaba al gato blanco que, una vez más, había tomado su propio camino.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 17</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Reunión de anfitriones</p> <p style="margin-top:5%">Pasaron varios días con los nervios a flor de piel. Durante el amanecer, Gwydion vagaba por la Casa Redonda, y daba el parte al duque al atardecer. Esos partes siempre daban a entender que, por mucho que trabajara, no podía modificar la forma del trozo de Piedra del Horror ni revelar el lugar donde se encontraba la piedra de batalla que con tanta urgencia debían encontrar.</p> <p>Cada día, Gort traía polvos y frascos de escarcha. Gwydion bailaba alrededor del trozo de piedra con absoluta concentración.</p> <p>—Debe esconder algún secreto —le decía al impaciente duque—. Sólo queda averiguarlo. Pero esas cosas llevan tiempo.</p> <p>Will le contó a Gwydion su encuentro con Madre Brig, pero no comentó nada acerca del pez rojo ni su pérdida. Eso se debía, en parte, a que le daba vergüenza reconocer su descuido. Además, Will había empezado a considerar la posibilidad de que ese pez no tuviera poder alguno. Lo había encontrado y perdido con la misma facilidad.</p> <p>En cambio, empezó a preocuparse por el posible regreso de Willow, y por eso siempre observaba a quienes entraban y salían del castillo. Vio a Lord Dudlea cerca de las cisternas de agua. Iba sin escolta, y Will se percató de que ya no llevaba cadenas, ni siquiera en los tobillos. Sostenía un yugo del que colgaban dos cubos de agua. Miró de soslayo a Will, aunque no hizo comentario alguno. Se limitó a cruzar su mirada con la del joven y emitir un sonido parecido a un balido.</p> <p>Will se dirigió corriendo hasta la Casa Redonda, pensando que el incidente no era más que un curioso insulto. Pensó de nuevo en la información que había escuchado acerca del prisionero, y reparó en cómo habían mejorado sus modales.</p> <p>—Desde luego —asintió Gwydion—, es obra de Lord Sarum. El amigo Dudlea se ha ofrecido a proporcionar información sobre las armas secretas de la reina.</p> <p>—¿Qué ha contado sobre ellas?</p> <p>—Muy poco, al menos por ahora. Tampoco dirá nada sin obtener primero ciertas garantías.</p> <p>—¿Por qué no le obligas a hablar? —propuso Will.</p> <p>Pero el hechicero se volvió hacia la Piedra del Horror, diciendo:</p> <p>—Tonterías. Esas palabras te hacen parecer débil, como un torturador.</p> <p>Cuando Will salió de la Casa Redonda, sintió una presión intolerable en su cabeza.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Poco después de mediodía, un rápido jinete mensajero llegó al patio exterior del castillo y bajó de su caballo empapado en sudor mientras desabrochaba su cartera. El duque salió de la habitación del reloj. Sus caballeros y Edward, el heredero, estaban con él. Will se acercó, pero Edward le miró como si acabara de ver a un desconocido. El guardaespaldas se acercó con sus picos y hachas. Como no deseaba enfrentarse a ellos en ese momento, Will se retiró.</p> <p>Fue una decisión acertada, porque en cuestión de segundos una conmoción se apoderó de todo el castillo y la gente empezó a difundir el rumor de que, al fin, ¡el hijo del conde había llegado!</p> <p>El esperado ejército de Lord Warrenwyk, el primogénito del conde de Sarum, estaba supuestamente a menos de dos leguas de distancia. La bienvenida que le habían preparado en la ciudad era más suntuosa que la que había recibido la victoria de su padre. Jackhald aseguró que una enorme hueste de hombres había atravesado los Mares Angostos hasta llegar a Kennet, donde más hombres se les unieron. El ejército se había repartido por el oeste, evitando así la ciudad de Trinovant. Tres ingenios de batalla acompañaban orgullosamente a Lord Warrewyk, tres séquitos de bueyes de veinte pares de yuntas, cada uno arrastrando una gran antorcha.</p> <p>Will y Jackhald observaron la llegada del ejército y cómo la ciudad se preparaba para recibirlo. A lo largo de la tarde, Ludford había duplicado sus fuerzas, de modo que ahora se había congregado una poderosa compañía fuera del castillo. Los aldeanos estaban verdaderamente contentos.</p> <p>—Ahora veremos cuál de los dos ejércitos es el mejor —comentó Jackhald con satisfacción.</p> <p>—No hay nada de lo que alegrarse —replicó Will de mala gana.</p> <p>Jackhald sonrió entre dientes.</p> <p>—Vuelves a estar de mal humor, ¿verdad? Estás empezando a parecerte a un cuervo. Deberías preguntarle al Maestro Gwydion si alguna bruja no te ha urdido un hechizo.</p> <p>Will dejó pasar el comentario, aunque reflexionó sobre el ritmo de su creciente malestar. No era de extrañar, puesto que estaba sentado encima de una línea atrapada entre muros de piedra que la dividían como si fuera agua de una fuente. No salía de su asombro cada vez que intentaba comprenden esas pautas tan confusas. Esa desagradable sensación subía y bajaba de nivel dos veces al día, y volvía a producirse a última hora del día como si fuera la marea de un océano. Durante las fases intermedias de la luna, la subida era soportable, aunque cuando estaba entera o nueva, el dolor y la confusión se apoderaban totalmente de él. Y a medida que el lorc aumentaba sus niveles de energía, la presión sobre los pensamientos de Will se incrementaba.</p> <p>Observó al ejército de Lord Warrewyk entrando en la ciudad por la puerta principal. Ahora, al igual que antes, una enorme masa de hombres se dirigían hacia el campamento de los soldados, al tiempo que otros se abrían paso por las instalaciones del castillo. Los nobles cabalgaban bajo tres estandartes. El primero presentaba tres ciervos blancos sobre unas franjas de negro y dorado. El segundo mostraba dos leones plateados sobre un fondo rojo. Entre ellos, se podía distinguir un estandarte rojo con un oso plateado. El oso, por lo que sabía Will, era la insignia de Lord Warrewyk, aunque se inquietó al ver los dos leones plateados, puesto que era el escudo de armas de John, Lord Strange.</p> <p>Habían pasado casi siete años desde el verano en el que Will aprendió a leer y a escribir en la torre de Lord Strange en el bosque de Wych. Habían pasado unos cinco años desde que Lord Strange hizo su aparición entre las fuerzas del rey en Verlamion. Ahora, haciendo honor a su incoherencia, se había cambiado de bando. No importaba cuánta agua hubiera fluido por debajo del puente Evenlode: por lo visto, no había nada capaz de lavar a Lord Strange. Will se estremeció ante la desagradable sensación que experimentaba al ver a ese hombre de aspecto animal. De cuello para abajo, Lord Strange era como cualquier otro caballero, pero su cabeza era la de un cerdo. Con el tiempo, su aspecto se había vuelto más brutal: sus colmillos más amarillentos, su hocico más afilado y su mata de pelo gris e hirsuto le llegaba hasta la coronilla.</p> <p>—¡Cuervo asqueroso! —refunfuñó cuando se dirigía al ala exterior y vio a Gwydion junto al duque.</p> <p>Mientras el Cabeza de Cerdo se acercaba a él blandiendo su espada, Gwydion no se giró, aunque de pronto levantó su nudoso báculo.</p> <p>—John le Strange, te lo advierto: no te acerques más.</p> <p>—¡Grrr! —se burló Lord Strange totalmente enfadado.</p> <p>Había levantado la espada, preparada para actuar, pero a la hora de la verdad no se atrevió a moverla. La punta afilada sólo esbozó unos círculos en el aire mientras Gwydion seguía dándole la espalda.</p> <p>—Muéstrame tu cara, hechicero, porque quiero tener contigo unas palabras.</p> <p>Los cientos de personas reunidas vieron a Gwydion darse la vuelta. Tenía los ojos oscuros y la voz tersa.</p> <p>—Habla, entonces. ¿Qué tienes que decirme?</p> <p>—¡Me has maldecido! ¡Y ahora me curarás o, de lo contrario, juro por todas las malditas piedras del bosque de Wych que morirás por mis propias manos!</p> <p>—Escúchame, John le Strange, y escúchame con atención. Yo no hago maleficios. Tampoco te deseo ningún mal. Te advertí de la forma más clara posible que sólo tú eres el culpable de tus desdichas.</p> <p>—¡Me dijiste que mi linaje no continuaría! —exclamó el Cabeza de Cerdo con voz ronca—. Me dijiste que sólo nacerían niñas de mi sangre. ¡Niñas! De modo que mi título pasaría al hijo de otro. Desde que pronunciaste esas palabras, sólo he engendrado hijas. ¿Eso no es una maldición?</p> <p>—Tranquilo, John le Strange, porque las hijas son una bendición que a pocos se les concede. Y, sin duda, son iguales que los hijos.</p> <p>—¡Cuatro hijas! —exclamó en tono de burla—. ¡Me has maldecido!</p> <p>—Mis palabras te advirtieron que eso se debía a tus defectos. Tú permitiste que el bosque sagrado de Wych fuera destruido, a pesar de ser tú su protector. ¿Crees que una cosa así pasa desapercibida? Lo que va, vuelve. La codicia y la ambición te corroen.</p> <p>—Entonces, ¡muestra compasión!</p> <p>—¿Es de extrañar que la desgracia recaiga sobre alguien tan obtuso como tú?</p> <p>Lo que Will sabía, y lo que ignoraba Lord Strange, no podía contarse directamente al Cabeza de Cerdo sin riesgo a morir, puesto que era cierto lo de la maldición. Era un conjuro urdido por Maskull, realizado con los posos de la propia inconstancia de Lord Strange, convertida en bandera para que el brujo supiera por dónde soplan los vientos de cambio en el Reino. El conjuro obligó que el rostro de Lord Strange mostrara la codicia y la corrupción que moran en los corazones de sus nobles compañeros. Sin embargo, el hechizo permitía que, en cualquier momento, su rostro volviera a la normalidad siempre que reconociera y abordara sus defectos. Sin embargo, Lord Strange había hecho oídos sordos a las sugerencias de Gwydion.</p> <p>El Cabeza de Cerdo blandió de nuevo su espada, aunque fue en vano, porque fue como si su codo y hombro parecían entumecidos.</p> <p>—¡Brujería otra vez! ¡Mirad cómo practica sus conjuros contra mí!</p> <p>Gwydion movió un dedo pequeño en tono acusador.</p> <p>—Te lo advierto, profanador de bosques: si me amenazas con ese palo una vez más, te aseguro que no te volveré a dar más bellotas para que comas.</p> <p>Muchos de los presentes no pudieron contener la risa ni los gestos de admiración, porque de repente la espada pareció convertirse en una rama de roble cargada de bellotas que comenzaron a caer en torno a Lord Strange cuando movía la supuesta espada.</p> <p>La perplejidad y el nerviosismo se apoderaron de los testigos del hechizo. Luego estallaron las carcajadas. Will sintió que el espíritu de Lord Strange sucumbía a la humillación. Este gritó como si su ira hubiera sido pisoteada por el ridículo de Gwydion, momento en el cual le fallaron todas las fuerzas.</p> <p>Cuando Gwydion se disponía a marcharse, la espada del Cabeza de Cerdo —una espada de verdad— cayó en el suelo lodoso. Gritó al hechicero:</p> <p>—¡Maestro Gwydion, no tengo herederos!</p> <p>Jackhald, que estaba al lado de Will, soltó una risotada.</p> <p>—Vaya, eso sí que es una bonita escena, ¿verdad? Creo que se llama vanidad, cuando una persona se mira en el espejo y no ve la realidad. ¿Pero nada de herederos? ¿El? ¡Ja, ja, ja!</p> <p>Will no pudo evitar sentir compasión por Lord Strange. Su aspecto y sus modales habían empeorado en el transcurso de los últimos seis años. Ese hecho, más que cualquier otra cosa, señalaba cuan cerca había llegado el Reino a la degradación.</p> <p>Mientras Will veía marchar a Lord Strange, volvieron a aflorar pensamientos negativos a su mente. No obstante, luego sintió un agradable toquecito en el hombro. Se enderezó, se dio la vuelta y se topó con un rostro mucho más agradable a la vista que el de Lord Strange. Era el rostro de Willow.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 600%; hyphenate: none">TERCERA PARTE:</p> </h3> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">«LA LOCURA SE APODERA DE LUDFORD»</p> <p></p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 18</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Aguamiel</p> <p style="margin-top:5%">Habían terminado de cenar al caer la noche. El hechicero, los dos sanadores Gort y Morann, y la pequeña familia que se había reunido se instalaron en las acogedoras estancias de Gort. Willow había traído el talismán del pez verde. Se lo entregó directamente a Will, quien se lo colgó cerca del corazón, el lugar que le correspondía. Fue muy agradable volver a verlo. Will lo apretó por un instante entre la palma y el pecho, y cerró brevemente los ojos como un hombre saboreando el placer del momento.</p> <p>—¿Te encuentras bien? —preguntó Willow.</p> <p>Él le sonrió.</p> <p>—Por supuesto. Mejor de lo que he estado en mucho tiempo.</p> <p>Ella le apretó la mano con fuerza y le devolvió la sonrisa.</p> <p>—Yo también estoy bien.</p> <p>Mientras la oscuridad se volvía más impenetrable entre el techo y las paredes, Will y Willow se sentaron junto al fuego mientras Gwydion esbozaba para los recién llegados un retrato de lo que había pasado durante su ausencia. Cuando terminó de hablar sobre la terrible batalla en el Brezal del Horror, el sanador desconchó una botella de la más dulce aguamiel.</p> <p>Willow sonrió y acarició el rostro de su mando. Él le devolvió la mirada mientras su esposa mecía a su hija. Se sintió invadido por las mismas emociones contradictorias que había sentido en la taberna: una gran alegría de volver a ver a su familia, pero un indescriptible temor por su seguridad, puesto que ahora estaban todos juntos en Ludford y sus enemigos les estaban pisando los talones.</p> <p>Morann se percató de la dicotomía de Will, y le puso una mano sobre el hombro.</p> <p>—Lamento el retraso. Estamos viviendo unos momentos de gran peligro, y tenía un recado urgente que cumplir. Pero me alegro de habernos ido en el momento preciso, porque no estábamos muy lejos del Valle cuando nos cruzamos con los hombres de la reina.</p> <p>—¿Los viste? —preguntó Will asustado.</p> <p>—Los vimos —respondió Willow—. Pero ellos no nos detectaron en ningún momento. Supongo que eso fue obra de Morann, porque pasaron por delante de nosotros. Luego, tan pronto como pudimos, nos dirigimos hacia el oeste y allí nos cruzamos con el ejército de Lord Warrewyk.</p> <p>Morann asintió con la cabeza.</p> <p>—Willow fue muy valiente con el conde. Ella apartó a sus guardaespaldas y le comunicó delante de sus narices que se enfrentaría a un temible enemigo.</p> <p>—¿Y qué dijo él al respecto?</p> <p>—Me dio las gracias, por supuesto. —Willow se echó a reír—. ¿Tú no me las habrías dado?</p> <p>—¿El rey cabalga con la hueste real? —preguntó Will.</p> <p>—Él está a la cabeza —aclaró Morann— junto con la reina y Henry de Bowforde.</p> <p>Gwydion se acarició la barba.</p> <p>—¿Dijiste que es un nutrido ejército? ¿Cuántos soldados acompañaban al rey?</p> <p>—Muchísimos —respondió Willow—. Más que suficientes para hacer retroceder a Lord Warrewyk y a sus doce mil hombres. Me pareció un hombre capaz de pelear hasta el final siempre que viera una mínima posibilidad de victoria.</p> <p>Gwydion asintió con la cabeza.</p> <p>—No andas desencaminada. Lord Warrewyk es un guerrero, pero me temo que le ha persuadido una estrategia superior a él y que ignora por completo. Él ha duplicado con creces los efectivos de Ludford. Ahora, quizás el halcón de Ebor sea demasiado grande para ser encerrado, incluso en esa jaula que la reina ha traído consigo.</p> <p>—Yo no estaría tan seguro de ello —interrumpió Willow—. ¡Tendría que haber visto el ejército del rey! Calculamos que habría unos cuarenta mil hombres.</p> <p>—¿Cuarenta mil? —exclamó Will mientras se levantaba—. No puede ser cierto.</p> <p>—Al menos, esa cantidad —aclaró Morann—. Serán cincuenta mil cuando lleguen a su destino, porque es un ejército que crece cada día.</p> <p>Will silbó mientras observaba al hechicero.</p> <p>—¿Cincuenta mil? ¿Es posible?</p> <p>—En mi opinión, creo que serán sesenta mil —contestó Gwydion con frialdad.</p> <p>—¿Estoy soñando? —La mirada de Will iba de un rostro a otro—. ¿Cuántos hombres hay en el Reino?</p> <p>—Sesenta mil supondría un hombre en edad de combatir por cada siete —explicó Gwydion.</p> <p>Willow hizo una mueca.</p> <p>—Sin duda alguna, los hombres acuden raudos a luchar con el estandarte del rey, aunque otros han sido conducidos como ovejas de un rebaño.</p> <p>Gwydion apuró su aguamiel.</p> <p>—Los lugareños no tienen un mal concepto del rey. Para la mayoría, él es la encarnación de la soberanía. No olvidemos que ha reinado sobre todo el mundo, hombres y muchachos, durante mas de treinta y siete años. El padre de Hal era rey antes que él. Y su abuelo también.</p> <p>—Nadie habla de ello abiertamente, desde luego —apuntó Gort—, pero entre los hombres del duque de Ebor todas las tres generaciones del linaje del rey Hal se consideran manchadas, como si fuera el linaje de un usurpador. A nuestro conde no le importa proclamar su condición a los cuatro vientos, claro que no. Pero, según el estricto código de filiación, él es el rey legítimo y ese conocimiento mina su corazón como un gusano corroe una manzana.</p> <p>Will sintió el alivio que le proporcionaba el talismán que guardaba junto a su corazón. Luego, lo sacó.</p> <p>—Dime, Morann, ¿qué piensas de esto?</p> <p>Morann cogió el pequeño pez verde y lo observó con atención. Lo colocó sobre la hoja de su puñal, luego le dio la vuelta con los dedos y lo frotó contra uno de sus incisivos. Por último, carraspeó y anunció.</p> <p>—Siete veces siete veintenas de formas de cristal se encuentran en el interior de la tierra, pero jamás había visto una como ésta.</p> <p>Will miró a Gwydion.</p> <p>—¿De dónde procede?</p> <p>Morann contestó:</p> <p>—Pregúntaselo a su creador, parece una artesanía mágica. Es posible que esas marcas talladas entrañen algún significado que ignoro por completo.</p> <p>Morann devolvió el talismán y Will sintió que Gwydion le miraba para que preparara su confesión. Tuvo que reconocer la existencia del pez rojo y cómo lo perdió.</p> <p>—Debió de caerme del morral.</p> <p>—¿Por qué me ocultaste la existencia de ese pez rojo? —quiso saber Gwydion.</p> <p>Will se sentía fatal.</p> <p>—No lo sé. A veces, sentía que debía decírtelo, pero a la hora de la verdad era incapaz de hacerlo. Y cuando lo perdí…</p> <p>—No lo has perdido —aclaró Gwydion.</p> <p>Will se quedó mirándolo.</p> <p>—¿A qué te refieres?</p> <p>—Que te lo robaron.</p> <p>Los demás se quedaron atónitos, pero Will sabía lo que Gwydion quería decir con ello y desvió la mirada del hechicero.</p> <p>—¡Los Invidentes!</p> <p>—No, creo que no fueron ellos.</p> <p>—Pero, ¿qué hay de la figura del corazón blanco que encontraste?</p> <p>—Tal vez su intención fuera despistaros.</p> <p>—¿Qué te hace pensar eso?</p> <p>—Es una posibilidad.</p> <p>Will dio la vuelta a su talismán con los dedos. El aguamiel empezaba a digerirse. La luz del hogar bailaba sobre el trasfondo de las paredes azules y doradas. Una luna resplandeciente penetraba la cúpula del techo y se escondía entre las grietas del yeso junto a la chimenea.</p> <p>Al final, Will interrumpió el silencio.</p> <p>—Tengo remordimientos sobre Lord Strange.</p> <p>Los ojos del hechicero brillaron con la luz del fuego.</p> <p>—Lord Strange es el autor de su perdición. Ya le he ofrecido tres oportunidades para enmendar su desgracia. Pero las ha rechazado.</p> <p>—Sé que te odia, Gwydion, ¿pero no puedes hacer nada para acabar con su maldición?</p> <p>—¡Oh, Lord Strange! —exclamó Gort—. Pobre criatura. Pero pobre también el pobre cerdito que tenga la cabeza de Lord Strange, ¿no? Will tiene razón, Maestro Gwydion. El Cabeza de Cerdo cree que tú le has maldecido.</p> <p>Will añadió:</p> <p>—Lo que no entiendo es por qué tuvo que revelarle su futuro. ¿No es un acto cruel, Maestro Gwydion?</p> <p>El hechicero inclinó la cabeza.</p> <p>—¿Cruel, cómo es posible?</p> <p>—Me parece cruel predecir la desgracia de una persona.</p> <p>—Sólo si esa persona decide que no puede evitar esa desgracia.</p> <p>—Pero Lord Strange tiene una cabeza de cerdo —comentó Gort riendo—. ¿No es cierto?</p> <p>Gwydion atajó:</p> <p>—Lord Strange es tozudo, pero no es tonto. Es un astuto manipulador. Cuando se lo advertí todavía tenía posibilidad de redimir sus malas acciones, pero ahora me temo que ha llegado a un punto de no retorno.</p> <p>—Aun así, creo que no deberías haber pronosticado ese destino —insistió Willow—. Es como saber el día en el que morirás.</p> <p>La estancia quedó sumida en un profundo silencio, en el que lo único que se oía era el crepitar del fuego. La luz de las llamas se reflejó en los ojos de Gwydion mientras éste permitía que Gort le volviera a llenar su taza de aguamiel.</p> <p>—¿De qué otra manera podía darle la oportunidad de cambiar su verdadero destino? Según su hechizo, debe ayudarse a sí mismo, o morirá de un modo desagradable. No puedo hacer más de lo que ya he hecho.</p> <p>Will añadió:</p> <p>—Vaya, pues lo siento por él. Debe de ser terrible soportar una carga como ésa.</p> <p>Una mirada de compasión se apoderó del rostro de Willow. Era una mezcla de tanta bondad y fuerza que Will sintió de nuevo sus dedos entrelazados con los de su mujer.</p> <p>Will miró al hechicero.</p> <p>—En una ocasión, pronosticaste mi perdición en este mismo lugar. Dijiste que iba a morir debajo de la verja de entrada, pero no ha sido así.</p> <p>—Yo jamás dije eso.</p> <p>—Dijiste que «uno se convertiría en dos».</p> <p>—Eso era, y es, una profecía del Libro Negro.</p> <p>—Del mismo modo que «dos se convertirán en uno».</p> <p>Los ojos de Gwydion se posaron sobre el rostro de Morann.</p> <p>—No deberías haberle contado eso.</p> <p>La mirada de Morann parecía ingenua, y no parpadeó durante un rato.</p> <p>—Existe para ser contado.</p> <p>—También lo fue el presagio de que Edgar de Bowforde «tuviera cuidado con los castillos» y que Lord Warrewyck «moriría con la estrella». Se lo he contado a uno, pero no al otro. Siempre elijo mis palabras con cuidado. Jamás di a entender a Will que no podría escapar a su perdición. —Los ojos de Gwydion se sumieron en las profundidades de su rostro—. Esto ilustra perfectamente la diferencia entre él y Lord Strange. Cuando me lo llevé a pasar una temporada con Lord Strange fue, en parte, con la esperanza de que aprendiera y descubriera las leyes mágicas de la mano de la hermana de Wenn, pero también pensé que la presencia de Lord Strange ayudaría a Will a salvarse por sus propios medios.</p> <p>Will añadió:</p> <p>—¿Quieres decir que me llevaste allí para animarme? ¿Para mostrar cómo sería la vida si tuviera un hijo?</p> <p>—Supongo que eso era un aspecto, sí.</p> <p>—¡Oh, Maestro Gwydion! —exclamó Willow enfadada—. ¿Cómo se atreve a entrometerse en la vida de las personas?</p> <p>La barbilla del hechicero sobresalía.</p> <p>—¡Willand es el verdadero Hijo del Destino! ¡Nunca lo olvidéis!</p> <p>—Así pues, ¿pude ayudarme a mí mismo? —preguntó con un tono de voz irónico—, ¿De modo que también tengo la capacidad de cambiar los presagios? Por tanto, no debo temer esa puerta metálica.</p> <p>—Yo no he dicho eso. —Gwydion abrió las manos.</p> <p>—Me voy a la cama, si no te importa, Gwydion —anunció Will mientras se levantaba tambaleándose—. Tanta cháchara me ha aturdido.</p> <p>—A mí también —añadió Willow mientras se levantaba para seguir a su marido—. Esa aguamiel se me ha subido a la cabeza.</p> <p>Gwydion se dirigió a la pareja.</p> <p>—Lo que intentaba decir, Willand, era que una de las diferencias entre tú y Lord Strange es que tú crees verdaderamente que puedes forjar tu destino, mientras que él no. ¡Pero todavía queda tiempo para que te caiga una puerta de metal encima!</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 19</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Un brindis por el duque</p> <p style="margin-top:5%">Dos días después, al romper el alba, Will se fijó en la almenara de colina Cullee y se dio cuenta de que emitía humo negro; eso sólo podía significar que el ejército del rey había sido visto. Sin embargo, no fue hasta el día siguiente, cuando los exploradores del duque salieron de inspección, que los nobles de Ludford enviaron a sus hombres a convocar a sus tropas.</p> <p>A medida que la luna se elevaba en lo alto del cielo, el desasosiego de Will se hizo evidente. Empezó a mostrarse muy nervioso. Sus ojos no cesaban de ir de un lado a otro de las zanjas y los terraplenes —unas enormes pilas de tierra marrón—. Además habían talado árboles jóvenes para crear una línea de defensa y levantaron un muro de ladrillos para asegurar los accesos a la ciudad. Ya se habían colocado los grandes cañones del conde de Warrewyk para defenderse del lugar de donde seguramente procederían los ataques.</p> <p>El hechicero también salió a dar una vuelta por la fría y brumosa mañana. Se veían unas volutas de humo a lo lejos, marcando el lugar donde descansaba la hueste del rey. Se encendieron miles de hogueras que tiñeron el aire de rojo a lo largo de toda la noche. Abajo, varios hombres se encargaban de las trincheras y todo estaba a punto.</p> <p>—Escuchad la voz del amigo Richard —indicó Gwydion mientras contemplaba la situación desde la muralla de la ciudad a la altura de la puerta principal—. ¿Oís lo alto que habla? Tanta convicción suele esconder una duda interior.</p> <p>Willow abrazó fuerte a su hija.</p> <p>—Usted capta enseguida las intenciones de la gente, Maestro Gwydion. ¿Cree que el duque Richard está convencido de la caída de Ludford?</p> <p>—Todavía no. El castillo es una fortaleza. Y Richard tiene una gran confianza en sí mismo y en sus hombres. Motivos no le faltan. Ha sido una buena temporada de cosecha y los graneros están llenos. El cree que puede quedarse aquí cuando el invierno llegue a sus temperaturas más bajas. Según él, será entonces cuando los hombres del rey empezarán a fallar.</p> <p>—¿Crees que ocurrirá lo contrario? —preguntó Will.</p> <p>La expresión de Gwydion no dejaba espacio para la duda.</p> <p>—Es posible que las palabras que le dediqué a Richard le hagan pensar.</p> <p>—¿Qué le dijiste? ¿La Piedra del Horror te ha hablado?</p> <p>El hechicero siguió midiendo la ciudad con sus ojos.</p> <p>—Mi interrogatorio no ha revelado nada más. La insignia que lleva es el sello del duque. Ese parece ser el mensaje.</p> <p>Will se secó el sudor la cara.</p> <p>—¿Así lo crees? Es posible que la piedra presagie la muerte del duque.</p> <p>El hechicero se dio media vuelta.</p> <p>—Willand, estás sudando.</p> <p>Will asintió con la cabeza, y de pronto se sintió mucho peor.</p> <p>—La luna se mueve hacia syzygy. Es esta noche. Ahí es donde la línea del abedul se cruza con la del serbal. Recibo estas sensaciones a modo de oleadas. Cada una es peor que la anterior. No sé cuánto podré resistir.</p> <p>—Déjame ayudarte —se ofreció Willow mientras intentaba asirle por un brazo.</p> <p>—Ven —interrumpió Gwydion—. Vayamos a desayunar.</p> <p>Pero Will no tenía hambre. Les dejó marchar, y alegó que no podía soportar la idea de bajar de la muralla. Todo parecía inútil. Ahora que había llegado la hueste del rey, ya no podía buscar líneas a más de cien pasos de distancia del castillo o de la muralla. El día anterior, unos arqueros escondidos habían capturado a doce soldados de defensa despistados, y la noticia de sus emboscadas asustó a la compañía. La reina había dispuesto un anillo de hierro en torno a Ludford. Will sabía que su intención era acabar con sus enemigos de una vez por todas.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Esa noche continuó la búsqueda a la piedra de batalla. A pesar de la creciente agitación de Will, volvió a probar suerte yendo de un lado a otro de las trincheras y los terraplenes con su varita de avellano. Pero al cabo de una o dos horas, Willow empezó a preocuparse por su marido.</p> <p>—¡No puedo buscar aquí! —gritó—. Son esas torres enormes y esas cortinas de piedra. Las emanaciones del lorc se ven interrumpidas y cambian como la luz de un bosque.</p> <p>—Ven, Will. Esta línea te está afectando.</p> <p>—¡Oh, es tan poderosa! Puedo sentir cómo ejerce presión en mi mente todo el tiempo. Tengo que luchar contra esa sensación.</p> <p>Mientras Willow abrazaba a su marido, él se enderezó y luego se alejó.</p> <p>—Willow, lo siento. La cabeza me da vueltas tan deprisa que temo que se me vaya a caer.</p> <p>Ella se mordió el labio inferior y acercó su cabeza contra el peso de Will.</p> <p>—Pobre Will. Vamos, a ver si el sanador puede hacer algo por ti.</p> <p>Will negó con la cabeza.</p> <p>—Gort ya ha hecho lo que puede, pero sus polvos y cataplasmas no son demasiado efectivos. No puede subir la dosis de esos remedios sin aturdir mis sentidos. Seré capaz de sobrevivir porque esto se debe al movimiento del último cuarto de la luna, pero en el plazo de una semana estará en su fase llena. Eso me volverá loco.</p> <p>—Al menos, ahora tienes tu talismán.</p> <p>Will comenzó a respirar con mayor facilidad.</p> <p>—Sí, es un gran alivio para mí. Gracias por haberlo traído.</p> <p>Willow y Will se dieron la mano y caminaron siguiendo la trayectoria de la muralla. Observaron la enorme extensión de tierras de cultivo que rodeaban la ciudad. Will comentó:</p> <p>—Le dije a Gwydion que dos líneas se cruzan aquí, pero ahora creo que son tres.</p> <p>—¿Tres? —se extrañó Willow al darse cuenta de las connotaciones de esas palabras—. Tres líneas que se cruzan en Verlamion.</p> <p>—Sí.</p> <p>—Pero… esas líneas marcaban la Piedra del Destino. No crees que el castillo de Ludford esconda una Piedra del Destino, ¿verdad?</p> <p>Will parecía tenso, empezó a temblar y a sudar.</p> <p>—Lo único que sé con certeza es que me alegro de que estés aquí conmigo.</p> <p>—Vamos, te morirás de frío.</p> <p>La pareja inició el descenso, aunque por el camino se encontrarían con dos desagradables sorpresas. Cuando llegaron al ala exterior del castillo, vieron a una muchedumbre. Willow se enteró de lo que pasaba por el guarda de la puerta.</p> <p>—Alguien ha envenenado el agua —reveló—. Algún malvado arrojó una oveja muerta al agua del manantial.</p> <p>La pareja se apresuró a llegar al ala interior. Debajo de la muralla, los hombres improvisaron cubos y recipientes para almacenar toda el agua de lluvia que pudieran. Encontraron a Jackhald peleándose con los cocineros, y luego vieron a Morann montado a caballo. Lucía unas largas botas de montar y arreos.</p> <p>—¿Te vas? —preguntó Willow, abatida.</p> <p>—Tengo un recado del que ocuparme. No puedo esperar, y debo irme antes de que se cierre la muralla. Podré atravesar el bosque de Morte si me marcho ahora.</p> <p>—¿Has oído eso? Se rumorea que alguien ha envenenado el agua —interrumpió Will.</p> <p>—Eso me ha contado Gort. —Morann se inclinó hacia delante y bajó el tono de voz—. No se lo digáis a nadie, pero ha tenido que sacar un cadáver de oveja.</p> <p>—Todo el mundo lo sabe.</p> <p>—Ya, este lugar es un avispero de rumores.</p> <p>—Morann, ¿adonde vas?</p> <p>—Será mejor que no te lo cuente.</p> <p>Morann besó la mano de Willow, y dio la mano a Will como a un verdadero amigo. Luego se desearon buena suerte. Morann montó y desapareció a caballo cruzando el puente levadizo. Cuando la pareja llegó a los aposentos de Gort, encontraron a éste y a Gwydion en la misma estancia. Ambos molían una especie de hierba aromática con un mortero, y los restos de hierba salpicaban sobre su ropa.</p> <p>—Creo que ya hemos resuelto el problema —afirmó Gort mientras aspiraba los polvillos que le quedaron en las yemas de sus dedos—. Sí, en efecto, hemos resuelto el problema. Hmmm, como sabes, se rumorea que hay un traidor en la residencia del duque. ¡Y ahora! ¿Qué me dices de ello, eh?</p> <p>—¿Quién lo dice? —preguntó Willow, en absoluto impresionada por la noticia.</p> <p>—El duque en persona —respondió Gwydion—. Pero yo tengo mis serias dudas al respecto. Intenta concentrar las mentes de la gente para la inminente batalla.</p> <p>Sonó un timbre, y se oyeron gritos en el exterior. Eso era una señal, aclaró Gort, de que todos los vecinos deben reunirse en el ala interior. Pronto habrá centenares de personas congregadas alrededor del pozo.</p> <p>Era profundo, uno de los más hondos de todo el Reino. Su agujero de entrada era de piedra y medía unos dos metros y medio de ancho contando con el reborde del perímetro que también era de piedra. Una barandilla de hierro impedía que la gente se abalanzara contra el pozo. Además, de un gancho de su parte superior colgaba un cubo.</p> <p>Todo el mundo se quedó mirando cuando Gwydion traspasó la barandilla y se puso a bailar alrededor del pozo. Gort murmuró unas palabras mientras sacaba unos polvillos de la mano. La sustancia brillaba, crujía e impregnaba el aire de un olor a menta. Cuando los dos hombres hubieron acabado, todos los presentes se acercaron aún más a la boca de la fuente hasta que el guardia personal del duque Richard apareció y empezó a despejar el camino para Gwydion. Blandiendo su hacha, el guardia y Gwydion pudieron abrirse paso entre la multitud. El duque Richard llegó en procesión junto a la duquesa, Edward y sus otros hijos. También le acompañaban sus principales aliados: Lord Sarum, Lord Warrewyk y Lord Strange. El duque habló en privado con Gort, y luego se acercó al pozo.</p> <p>—Las malas lenguas dicen que el agua de este manantial es impura, que provoca ataques en quienes la toman, que mata a los niños o que no es potable ni para los perros.</p> <p>—¡Esta mañana pudimos percibir un desagradable olor, su señoría! —interrumpió uno de los cocineros jóvenes.</p> <p>El duque desoyó el comentario.</p> <p>—Os prometo que ahora el agua es pura y potable.</p> <p>El encargado del duque sostuvo el cubo para que todos lo vieran, después lo hundió en el pozo con la cuerda. Al cabo de un rato, se oyó el salpicar del agua por efecto del cubo y uno de los guardas del duque empezó a tirar de la cuerda. Se tardó un rato en subir el cubo, pero cuando apareció estaba lleno del agua. El duque cogió el recipiente y lo mostró a la multitud, que se quedó boquiabierta.</p> <p>—Como veis, es agua clara.</p> <p>Pero cuando el duque levantó el cubo, Will sintió una oleada de energía que interpretó como una emergencia. El joven dio un paso hacia delante.</p> <p>—¡No, su señoría! ¡No beba!</p> <p>El guarda personal del duque trató de detener a Will, pero el joven pudo agarrar el cubo por la cuerda.</p> <p>—Su señoría, no lo haga.</p> <p>La cuerda fue arrebatada de los dedos de Will. Uno de los musculosos guardas se lo llevó a una esquina y le obligó a arrodillarse. Al momento, varios guardias le apuntaban con sus hachas.</p> <p>—¡Dejadlo! —ordenó el duque.</p> <p>Todas las miradas se posaron en él mientras bebía una taza y la levantaba.</p> <p>—¡Por nuestra victoria!</p> <p>Pero mientras apuraba el agua de la copa, todos los presentes empezaron a gritar.</p> <p>El duque se pasó la palma de su mano por sus labios en un gesto de desafío, pero se dio cuenta de que incluso sus dos condes le miraban boquiabierto. Cuando se percató de su mano ensangrentada, retrocedió unos pasos.</p> <p>El duque escupió sangre sobre el suelo y profirió insultos. Gwydion se acercó a él para tratar de calmar los ánimos.</p> <p>—¡No temáis! Es sólo una ilusión. ¡No le pasa nada malo!</p> <p>El susto del duque se convirtió rápidamente en ira. Asió a Gort por su túnica y le empujó.</p> <p>—¡Viejo estúpido! ¡Me prometiste que el agua era pura!</p> <p>—Su señoría, yo…</p> <p>Pero el duque, humillado, ya se alejaba con su corte tapándose la boca con las manos.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 20</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Crece la locura</p> <p style="margin-top:5%">Esa noche, cuando la luna se acercaba a su fase llena, Will se encontró luchando contra una pesadilla. Tenía miedo de enfrentarse a la oscuridad. Los pensamientos que le venían a la cabeza en ese duermevela eran visiones de pozos que se convertían en bocas humanas, de gritos en la noche, de grietas en la tierra de las que salían criaturas voladoras, de figuras vestidas con harapos negros que eran capaces de atravesar paredes y pasar inadvertidas por las murallas del castillo…</p> <p>Cuando se despertó a la mañana siguiente, vio un hermoso gato blanco acurrucado en su cama, pero tan pronto como se acercó para tocarlo, despareció.</p> <p>Gwydion, que había pasado en vela la mayor parte de la noche, se acercó para dibujar una señal sobre su frente, pronunciar unas palabras y aplicar unos polvos.</p> <p>—Gort recomienda que bebas esto. ¿Quieres que traiga a Willow? Está preocupada por ti.</p> <p>—Estoy bien —contestó con voz ronca. Sus ojos se movían de un lado a otro—. ¿Cómo está el duque?</p> <p>—Culpa a Gort de tan embarazosa situación, aunque no fue culpa suya. El amigo Richard debe asumir la responsabilidad. Le comenté que debía montar guardia en el pozo y vigilar a Lord Dudlea.</p> <p>—¿A Dudlea?</p> <p>—Ayer se escapó.</p> <p>—En ese caso, es él quien tiró la oveja en el pozo.</p> <p>Will se levantó. Paradójicamente, se sentía mejor que en días anteriores, aunque sabía que era sólo un breve respiro. Sus sentidos estaban empezando a entumecerse. Willow le trajo el desayuno, que Will comió con apetito. Poco después, se quejó de mareos. A pesar de las protestas de su mujer, Will salió tan pronto como pudo a cortar una nueva varita de avellano, y luego se pasó el resto del día analizando el terreno del ala exterior del castillo. Una vez más, sus esfuerzos no dieron resultados, pero antes del atardecer, mientras descansaba junto a las jaulas de león de la puerta principal, notó un cosquilleo en las piernas y empezó a sentir que la energía fluía por sus brazos.</p> <p>A sus espaldas, la luna asomaba por al horizonte del este. Notó una extraña sensación que le causaba picor en el cuello y en los hombros. Le hizo temblar violentamente. Un viejo vagabundo que estaba en la puerta le sonrió al pasar, y luego gritó:</p> <p>—¡Alguien está caminando sobre su tumba, forastero!</p> <p>Se giró para ver al anciano, pero la locura se apoderó de él y un sonido ensordecedor colmó su cabeza. Oyó un sonido metálico que impactaba sobre piedra. Lo siguiente que supo fue que una fuerza insuperable le empujaba por la izquierda. Cuando apoyó una mano en el suelo para levantarse, le sorprendió encontrar un montón de gruesos troncos a su lado. La puerta de reja había descendido. Su enorme peso había hundido sus dientes metálicos en la zanja llena de lodo ideada para recibirlos. Dos guardas que estaban en el extremo opuesto de la puerta corrieron para ver lo que había pasado. Uno de ellos le preguntó a Will si estaba herido. El otro agachó la cabeza para examinar el hueco sobre el que reposaba el peso de la puerta.</p> <p>—No es nada —les tranquilizó Will mientras ponía a prueba su tobillo izquierdo—. Ha sido un ligero esguince, nada más. —El joven miró con asombro la puerta de reja. Si no se hubiera detenido cuando el anciano se dirigió a él, habría muerto. Sin embargo, cuando quiso encontrar al vagabundo, descubrió que había desaparecido.</p> <p>Ya era de noche cuando, acompañado de Gwydion y andando a trompicones, llegaron a la sala del cabestrante situada encima de la muralla. Juntos observaron el mecanismo. Gwydion le mostró el punto en el que se había cortado la cuerda.</p> <p>—¿Pudiste prever este acontecimiento en sueños? —preguntó Gwydion mientras cogía el hacha que había sido arrojada sobre el cabestrante.</p> <p>Will cogió el arma y pasó un dedo por la cuerda.</p> <p>—No lo sé.</p> <p>Los amuletos que el hechicero llevaba alrededor del cuello tintinearon.</p> <p>—Recuerda lo que te conté en una ocasión sobre la naturaleza de las premoniciones.</p> <p>—Dijiste que eran advertencias enviadas desde el futuro.</p> <p>—En ese caso, ya sabes lo que tienes que hacer.</p> <p>Will cerró los ojos y por un momento se sumergió en sus recuerdos hasta el pasado más remoto y sus sentimientos más personales. Una extraña energía le conectaba con ese lapso de tiempo, aunque tuvo que hacer un esfuerzo para sortearlo. Cuando hubo proyectado la advertencia, respiró hondo.</p> <p>—¿Quién era el anciano que se dirigió a mí?</p> <p>—¿Quién crees que fue?</p> <p>—Cuando me habló por primera vez, pensé que eras tú disfrazado y que me ponías a prueba.</p> <p>—No era yo. ¿Qué te dijo?</p> <p>—Me llamó «forastero», y dijo que alguien debía de estar caminando sobre mi tumba.</p> <p>—¡Ah! Ese es el saludo habitual de los lugareños cuando ven que alguien está temblando. ¿Estabas temblando?</p> <p>—Supongo que sí. La luna ascendía y estaba prácticamente en su fase llena.</p> <p>—Cuando las energías suben y bajan, también lo hacen las corrientes de nuestros cuerpos y nuestras mentes. Créeme, conozco a tus sufrimientos, Will.</p> <p>—Alguien cortó esa cuerda —afirmó mientras su mirada y la de Gwydion se cruzaban—. ¿Quién hizo eso? ¿Y por qué? ¿Es porque soy quien dices que soy, Gwydion?</p> <p>—Sin duda alguna.</p> <p>—¿Qué quieren de mí?</p> <p>Gwydion contestó:</p> <p>—Maskull quiere matarte porque tú eres la persona que impide que sus deseos se hagan realidad.</p> <p>Eso era demasiado, de modo que intentó alejarse mentalmente de esa realidad. Se sentó junto al enorme torno que levantaba la puerta enrejada. El dolor en el tobillo se agudizó al agacharse para coger la cuerda partida.</p> <p>—Quizás otra persona se encargó de esto, o quizá, lo único que desea Maskull es acabar contigo a través de mí.</p> <p>—Es posible.</p> <p>Will dejó caer el trozo de cuerda.</p> <p>—Además, en ese claustro viven cientos de manos rojas. Sus ancianos tienen acceso al castillo. Tal vez fuera uno de ellos.</p> <p>—Tal vez.</p> <p>Will introdujo un dedo en la hendidura donde había caído el golpe del hacha, después se situó junto al perno y fingió estar blandiendo un hacha.</p> <p>—Bueno, al menos, de algo podemos estar seguros.</p> <p>—¿De qué?</p> <p>—De que quien dio el golpe de hacha era zurdo.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Mientras Will se preparaba para aguantar otra mala experiencia, la luna abrió un enorme ojo sin pestañear sobre todo el planeta. Cuando el reloj del castillo marcó las diez, la luna había llegado a su punto más alto y enviaba sus rayos macilentos sobre las estrellas del sur. En ese momento, los terrores de Will llegaron a un punto insoportable. Se sentó erguido, empapado en sudor, y su respiración era rápida y poco profunda. Cuando se levantó de la cama, por poco se desmaya del dolor que sentía en el tobillo.</p> <p>Siguiendo las recomendaciones de Gwydion, la estancia había sido ventilada, y Willow y Bethe se instalaron en la habitación contigua. Pero, incapaz de desoír los gritos de su marido, Willow saltó de la cama y ayudó a Will a sentarse en una silla. Las paredes mágicas de Gort estaban siendo pasto de las llamas; el mundo se consumía en llamas, mientras los gigantes y los dragones se disputaban la tenencia de la tierra. Willow luchó contra los desvaríos de su esposo, le tranquilizó y acunó su cabeza contra su pecho.</p> <p>Will estaba tenso como la cuerda de un arpa, sentía la violencia de las corrientes que se movían en su interior. Por lo visto, correr como loco por los campos bañados de luz de luna era lo único que podría rebajar la fiebre. Resistirse a ella era como resistirse a la muerte.</p> <p><i>Pangur Ban</i> también estaba en el dormitorio observando con un gesto indescriptible. Willow sacó una brasa del fuego y la apagó. Al cabo de un instante, una suave luz de la vela colmó la estancia. Pero la voz de Willow le resultaba frustrante. Will se rasguñó mientras divagaba sobre la marca del hechicero.</p> <p>—¡Mira!</p> <p>—Cálmate. No tienes ninguna marca de hechicero.</p> <p>—Entonces, ¿qué soy? ¿De dónde provengo? ¡Ayúdame!</p> <p>—Iré a buscar a Gort.</p> <p>—¡No! ¡Gort nunca fue uno de los nueve! En una ocasión tuvo una marca, pero se desvaneció. ¡Ya no tiene poder!</p> <p>Willow agarró fuerte a su esposo.</p> <p>—Pues entonces llamaré a Gwydion.</p> <p>—¡He tratado de preguntárselo! ¡Pero no me lo dirá! —Will sintió que sus ojos daban vueltas en su cabeza mientras trataba de observar su cuerpo. Intentó darse la vuelta para ver lo que no podía ver—. ¡No veo ninguna marca! ¿Y si está en medio de la espalda? ¿O en mi cuero cabelludo? Willow, ¿qué pasa si está debajo de mi cabellera? ¡Mira ahí! ¿Y si está debajo de mis pies? ¡Una verruga negra! ¡O tal vez una marca negra en la planta de los pies!</p> <p>—La duquesa tiene un espejo. Mañana se lo pediré.</p> <p>De pronto, Will volvió a ser presa del pánico, y cogió sus pies con ambas manos.</p> <p>—¡No! La marca no se verá reflejada en un espejo. —Sus ojos se <i>cruzaron</i> con los de Willow mientras ésta trataba de secarle el sudor de su cara.</p> <p>—Procura no preocuparte.</p> <p>Su voz era tan tierna como la mantequilla, y esto puso de mal humor a Will. Cuando extendió los brazos para tocarle las trenzas, él se apartó. Su mirada era salvaje y febril y se escondió en una esquina de la habitación.</p> <p>—¡Tengo que encontrarla! ¡Tengo que saber!</p> <p>—Chsss.</p> <p>Una vez más, Willow tuvo que calmarlo con palabras tiernas. Cuando él cedió a sus encantos, Willow sacó un cuchillo y cortó la sábana en tiras. Lo ató a la silla de manos y pies porque tenía miedo de no poder retenerlo en el próximo ataque.</p> <p>Will abrió los ojos de par en par y se rió como un loco:</p> <p>—¡He tratado de ser un buen hombre!</p> <p>—Will… pronto será medianoche. Luego, esos sentimientos desaparecerán, te lo prometo.</p> <p>Pero Willow no podía prometérselo, porque no entendía la situación. Los músculos de Will estaban tensos y rígidos. Él no podía ni quería controlarlos. Cuando le abrazó, él se sofocó.</p> <p>Cerró los dedos alrededor del talismán y soltó a su marido, aunque en el fondo ella no quería dejarle. Así pues, permanecieron juntos bajo la ondulante luz de una vela hasta que Will se hubo tranquilizado.</p> <p>Cuando llegó la siguiente oleada de energía, comenzó a retorcerse y a gritar, y aunque Willow trató de detenerlo, no pudo aplacarlo. Sus manos se movían espasmódicamente. Le salía sangre de los ojos. Aun así, logró echarlo al suelo. Colocó un palo delgado entre sus dientes por miedo a que se tragara la lengua.</p> <p>En el preciso instante en que Will llegó al máximo de su insoportable agonía, el reloj del castillo marcó las doce de la noche. El sonido fue como un ensalmo. La furia empezó a desvanecerse, y en cuestión de segundos Will dejó de luchar. Un reguero de sudor resbalaba por las sienes de Willow, atravesó su mentón y cayó sobre el rostro de Will. Fue entonces cuando Willow se sintió más tranquila. <i>Pangur Ban</i> saltó hasta la cama y miró con sus ojos serenos y dorados al hombre desnudo empapado en sudor. Colocó una de sus patas blancas sobre el pecho de Will, y Willow empezó a llorar.</p> <p>La respiración de Will retomó su ritmo normal. Volvió a recuperarse a medida que la luna emprendía su viaje hacia el suroeste.</p> <p>—¡La he encontrado! —exclamó con infinita alegría y gratitud. Todavía seguía atado y conservaba su salmón verde en su mano sudorosa—. ¡Oh, Willow, la he encontrado!</p> <p>—Por supuesto que sí —le respondió, sabiendo que la fiebre le había hecho creer que había encontrado la piedra—. Ahora, duerme, si puedes.</p> <p>Will dormitó un rato, aunque no pudo evitar uno o dos espasmos. En su sueño, vio una enorme babosa negra saliendo de la Piedra del Horror. Se meneaba como el hocico de Lord Strange…</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Will tosió al despertarse. Se secó la boca con la palma de la mano y parpadeó. Tenía unas marcas rojas en las muñecas. Una luz fría se filtraba por la ventana y Willow acababa de dar de comer a su hija.</p> <p>—¿Cómo te encuentras? Hace una mañana espléndida —comentó mientras extendía el brazo para tocar el rostro de su esposo—. Has dormido un buen rato. Eso es bueno.</p> <p>—¿Cuánto tiempo?</p> <p>—Desde poco después de medianoche. El reloj del castillo ha tocado seis campanadas. ¿Cómo te encuentras?</p> <p>—Nervioso como un cascabel. Aún recuerdo fragmentos de mi sueño, pero ya he recuperado la cordura. —Will besó la mano de su esposa, después le besó la frente y por último los labios.</p> <p>—Bien. Me alegro de oírlo. Gort está cuidando de ti y ha preparado otra bebida a base de hierbas para que la tomes.</p> <p>Bethe miró a su padre, sonrió entre dientes y extendió una manita. La inocencia del gesto de la pequeña le llegó al corazón.</p> <p>—Pa-pa-pa-pa.</p> <p>Una lágrima colmó su ojo.</p> <p>—Por la luna y las estrellas… te quiero, pequeña.</p> <p>Transcurrió un momento cargado de luz y calidez, y entonces Willow, tan práctica como siempre, se llevó a Bethe para bañarla. Mientras permanecía recostado, Will descubrió que podía atar cabos sin que los hechos le estallaran en la cabeza. Empezó a pensar sobre su atacante en la taberna Osa Mayor. ¿Por qué no recordaba el rostro de ese hombre? Tenía que haber una respuesta mágica a lo ocurrido. Un hechizo de ocultación. Luego estaba la criatura de la gárgola que había salvado, el ked. Después de haber probado su sangre, el animal pudo conducir al futuro asesino hacia él. Gwydion había dicho que los Invidentes suelen tener animales de este tipo… ¡y que los Invidentes confunden la izquierda con la derecha!</p> <p>Will se sentó, emocionado como estaba por su nueva revelación. Había descubierto otro dato importante: cuando pensó en la pelea de la taberna, dos cosas saltaban a la vista. La primera era que él y su atacante mostraron igualdad de fuerzas; y la segunda, que él había igualado la fuerza del brazo derecho de su atacante con su izquierda, aunque su brazo derecho no había podido superar el izquierdo del otro. Eso sólo podía significar una cosa: que el atacante era zurdo.</p> <p>Le comentó a Willow sus nuevos hallazgos, y ella le ofreció una infusión caliente para beber.</p> <p>—¿Estás seguro?</p> <p>—¿No lo entiendes? Encaja con el golpe zurdo de hacha, el que hizo caer la puerta enrejada. Antes de que llegaras aquí, vi a alguien escapar por la muralla. Le perseguí hasta el piso superior de la torre de vigilancia. Llevaba el rostro tapado, pero le reconocí.</p> <p>—Descansa —sugirió Willow—. Has pasado una noche agotadora.</p> <p>Will sopló la superficie de la bebida caliente y bebió un sorbo. Tenía gusto a miel de lavanda y a fresones.</p> <p>—Gwydion me comentó que no dudara demasiado de mis intuiciones. Y éstas me dicen que ése era el mismo hombre que peleó conmigo en a taberna Osa Mayor. Fuera quien fuera el autor del derrumbe de la puerta, fue el mismo que me robó el pez rojo. Creo que es un enviado de los Invidentes. ¿Dónde se ha metido Gwydion?</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>El jardín de sanguijuelas presentaba un aspecto desapacible por efecto del viento. Los mirlos saltaban entre las desnudas ramas y movían las hojas secas. Will oyó sus gorjeos de aviso cuando Gwydion y <i>Pangur Ban</i> se acercaron.</p> <p>—Tienes que encontrar la piedra de Ludford, Willand. Y debes hacerlo cuanto antes.</p> <p>Will acarició la cabeza del gato, y luego asintió al hechicero.</p> <p>—Hago lo que puedo. Si quieres ayudar, intenta darnos un poco más de tiempo.</p> <p>—Te olvidas de que las piedras de batalla fueron levantadas por la magia de las hadas. La melodía de los asuntos mundanos avanza al ritmo que marcan esas piedras, no al revés. No nos queda más tiempo en Ludford que el que permita el lorc.</p> <p>Will trató de sacarse esa preocupación de la cabeza, y prefirió revelar a Gwydion su última idea.</p> <p>—Mira, creo que los Invidentes enviaron al asesino —comentó—. Y ahora explicaré por qué.</p> <p>Will explicó lo ocurrido, pero mientras hablaba la seguridad que había sentido empezó a desvanecerse, y sus ocurrentes ideas le parecieron inútiles en medio de la fría y brillante luz matinal.</p> <p>Gwydion observó a su amigo, y luego se dio media vuelta. Al final, comentó:</p> <p>—Creo que ha llegado el momento de contarte lo que realmente estaba buscando cuando visitamos el pueblo de Pequeña Matanza.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Una señal. Una señal de alguien llamado el Niño Negro.</p> <p>Will parpadeó.</p> <p>—¿Quién?</p> <p>—Según las profecías, se llamaba Niño Negro, pero su nombre es Chlu.</p> <p>—¿Chu?</p> <p>El dedo de Gwydion trazó unos gestos extravagantes en el aire, y por un instante Will pensó que estaría urdiendo un hechizo.</p> <p>—En la lengua actual, el nombre puede pronunciarse de ese modo, y quizá deletrearse C-h-l-u, pero el verdadero nombre es antiguo, procede de una de las antiguas lenguas de Cambray. Significa «el que controla o dirige». El Niño Negro fue escondido en Pequeña Matanza. Esa fue la razón por la cual la aldea fue destruida.</p> <p>—Pero me dijiste que Maskull la destruyó porque pensó que yo vivía en ella.</p> <p>Gwydion enderezó su espalda.</p> <p>—No me atrevo a contarte todo lo que sé o sospecho, y sabes perfectamente las razones de mi secretismo. Pero ahora creo que Pequeña Matanza fue destruida porque el Niño Negro estaba ahí. Al principio, pensé que el pueblo fue arrasado para matarle, pero ahora no creo que ésa fuera la razón.</p> <p>—Entonces, ¿cuál fue? —preguntó Will con los ojos entornados.</p> <p>Gwydion parecía estar midiendo sus palabras.</p> <p>—Exactamente por la razón contraria: para preservar la vida del Niño Negro en secreto. Chlu fue secuestrado y el pueblo destruido para ocultar su desaparición.</p> <p>Will tuvo una visión espontánea: un cielo púrpura, unos vividos relámpagos, un hermoso pueblo reducido a la nada de un golpazo.</p> <p>—¿Y mataron a toda esa gente sólo para esconder el paradero de una persona?</p> <p>—Maskull es capaz de eso y de más. —La mirada de Gwydion se endureció—. Sólo piensa en una cosa. Se trata de un plan tan enorme y tan cegador que borra cualquier otra idea. Recuerda el refrán que reza: «El fin no justifica los medios».</p> <p>Will respiró hondo.</p> <p>—Este Chlu, o sea quien sea, debe de ser alguien muy importante para Maskull.</p> <p>—Lo es. —Por un momento, Gwydion no parecía muy dispuesto a añadir comentario alguno, aunque después cambió de opinión—. Creo que Chlu es la persona cuyo rostro no puedes recordar.</p> <p>Will se echó hacia atrás.</p> <p>—¿Crees que es el hombre que ha tratado de matarme?</p> <p>—Creo que es el instrumento que utiliza Maskull para encontrarte.</p> <p>—Así pues, ¿no fue enviado por los Invidentes?</p> <p>—No, si no me equivoco respecto al punto en el que se encuentran sus planes.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 21</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Un atisbo del enemigo</p> <p style="margin-top:5%">Will siguió al hechicero fuera del jardín, después salieron del castillo y de la ciudad, y al cabo de un rato llegaron al lugar donde ondeaba la bandera personal del duque Richard. Allí, vestido con una brillante y espléndida armadura, el duque departía con sus aliados. Will se dio cuenta enseguida de que el duque estaba dispuesto a confiar en la fortaleza de la muralla de Ludford a pesar de ser tres veces superados en número.</p> <p>Gwydion levantó solemnemente su báculo y recitó el curioso verso de la Piedra del Horror.</p> <div id="poem"a> Junto al vado de Lugh y la esbelta torre,<br> Por sus palabras, un rey falso<br> Causará la retirada de su enemigo más allá de las aguas,<br> Y el Señor del Oeste regresará a casa.<br> </poema> <p>—¿A qué traición se refiere? —preguntó el conde de Warrewyk. Estaba resplandeciente con su brillante armadura y su capa carmesí bordada con un fino hilo de plata formando un oso amordazado y un árbol destrozado.</p> <p>La mano del duque se apoyaba en su vara de marfil de unicornio.</p> <p>—Eso no fue una traición, sino un presagio del funesto destino del enemigo, ¿verdad, Maestro Gwydion?</p> <p>—¡Vaya! —exclamó Gwydion—. ¿Acaso los acontecimientos no se han sucedido tal como yo predije? ¿El ejército de Hal está avanzando hacia ti? ¿Sesenta mil hombres a la vista de estos muros?</p> <p>Lord Sarum se echó a reír.</p> <p>—¿Tantos? ¿Para mostrarnos que es inútil ir?</p> <p>Gwydion le lanzó una mirada de desprecio.</p> <p>—Y usted, mi señor, ¡procure volver a ver a sus hijos, sea cual sea el coste para Ludford y la causa de sus aliados!</p> <p>Lord Sarum se puso nervioso y avanzó un paso.</p> <p>—¡Explíquese!</p> <p>—Sus hombres protegían la muralla por la que Lord Dudlea escapó, ¿verdad?</p> <p>La mano de Lord Sarum se acercó a la empuñadura de su espada.</p> <p>—¡Hable claro, viejo cuervo!</p> <p>—Seamos civilizados —murmuró el duque—. Aceptemos que los hechiceros hablan con acertijos.</p> <p>—Y mi estilo es procurar que los hechiceros hablen claro —protestó Lord Sarum.</p> <p>Gwydion replicó:</p> <p>—Si Lord Dudlea no hubiera encontrado su camino sin ayuda por la muralla, podríamos haberle convencido para que hablase claro sobre las armas secretas que supuestamente atesora la reina.</p> <p>Lord Sarum apretó los dientes y empezó a desenfundar su espada, aunque Gwydion interrumpió la maniobra con un persuasivo gesto trazado en un instante.</p> <p>—No deis por sentado el punto máximo al que llega mi paciencia, ¡mi pequeño señor!</p> <p>—Se atreve a decirme…</p> <p>—¡Basta! —El duque se interpuso entre ambos—. Mi señor de Sarum, no sea severo con el hechicero, se lo ruego. Conoce perfectamente el poder que atesora. Y usted, Maestro Gwydion, le agradecería que se dirigiera a mis amigos con amabilidad. Jamás le he visto comportarse así. ¿Acaso no nos repite continuamente que usted es un guardián de la región y un pacificador?</p> <p>—Amigo Richard, yo no hago la paz en este reino. La paz es asunto de vuestro rey. Yo simplemente ofrezco mis consejos, que advierten de un desastre que les engullirá a todos si no acceden a negociar con el amigo Hal.</p> <p>Cuando el hechicero terminó de pronunciar sus palabras, los temores del duque quedaron en evidencia. Se sonrojó y su mandíbula se movió nerviosamente como siempre ocurría cuando pensaba en el rey Hal o en su reina. Aun así, esbozó un gesto de desprecio hacia las tiendas del enemigo.</p> <p>—No se precisa a ningún hechicero para ver que quienes sirven a esa arpía han elegido depositar su confianza en un inútil alarde de armas. Dígame, Maestro de los Cuervos, ¿tiene alguna prueba del triunfo de la reina si decido no hablar con su marido?</p> <p>—Dudlea estaba dispuesto a contar lo de sus armas secretas.</p> <p>—¿Dudlea? —estalló Lord Warrewyk—. ¡Es un don nadie! ¡No existen armas secretas! ¡Sólo estaba intentando conseguir algo de tiempo diciendo mentiras!</p> <p>Gwydion le miró fijamente.</p> <p>—¿Y qué pasaría si le dijera que últimamente he recabado información suficiente sobre la naturaleza de esas armas?</p> <p>—¿Pueden derribar murallas como éstas? —se burló Lord Warrewyk.</p> <p>Las manos de Gwydion trazaron un indescriptible gesto en el aire que acabó en un chasquido de dedos.</p> <p>—Una de ellas puede atravesar una muralla, como si no fuera un obstáculo para ella.</p> <p>—Una vez más, vuelve a hablarnos de magia —respondió Lord Sarum—. Nada de lo que dice puede demostrarse.</p> <p>Pero el hechicero negó con la cabeza.</p> <p>—El arma secreta de la reina no depende de ningún tipo de magia. Venga, Willand. Retrocedamos unos pasos y dejemos que nuestro amable anfitrión hable con sus amigos.</p> <p>Will observó cómo el duque y sus secuaces se miraban unos a otros y deliberaban. El duque acercó una de sus manos enmalladas a la barbilla. Se notaba que estaba indeciso. Will sabía que, como siempre, Gwydion ataba cabos con sumo cuidado.</p> <p>Cuando, finalmente, el hechicero consideró que el tema se había debatido lo suficiente, se acercó al duque.</p> <p>—¿No hablaréis con el rey, Richard? ¿Por el bien del reino, de tus seres queridos, y de las personas que te aman?</p> <p>—¿Cómo puedo tener tratos con Hal cuando la arpía lo usa de confidente? No entiendo por qué debería ayudarla. Ella sólo quiere terminar el conflicto de una vez por todas. Sabe que, cada día que pasa, nuestros ejércitos se acercan más, y que el suyo está muy debilitado. Su ejército se vendrá abajo. En cambio, el nuestro no puede desertar. Por tanto, dejemos que se acerquen a nosotros si es que quieren deshacer lo que ya han empezado.</p> <p>Sarum y Warrewyk se echaron a reír al escuchar esta frase. Sus corazones guerreros se habían emocionado al ver que su líder continuaba imperturbable ante un temible y numeroso enemigo y que se interponía ante las sutiles manipulaciones de un hechicero.</p> <p>—En ese caso, ya está decidido —respondió Gwydion aferrándose a lo que más le interesaba—. Tengo vuestra palabra de que aceptáis negociar.</p> <p>El duque asió fuerte su vara de marfil y extendió el brazo.</p> <p>—Maestro de los Cuervos, permítame que le muestre por qué tengo tanta confianza en nuestra posición. ¿No ve que estamos muy bien preparados? He mantenido en magnífico estado los muros de nuestra ciudad. Estamos fuertemente protegidos. Nuestros flancos están cubiertos de agua. En la retaguardia se erige mi imponente castillo. ¡Vea eso de ahí! Trincheras dobles por la derecha. Los competentes hombres de Lord Strange han creado un foso para proteger nuestro centro. Y fíjese en esos parapetos de madera de ahí: es un terraplén para los arqueros, de modo que el enemigo no pueda cargar contra nosotros de forma repentina. Un reguero de muerte espera a cualquiera, vaya a caballo o a pie, que se atreva a acercarse a nuestras defensas. Y lo mejor es eso de ahí: el orgullo de mis nobles compañeros: ¡las tres bombas de Lord Warrewyk!</p> <p>—¡Ah, las bombas…! —Gwydion dejó entrever un tono de voz burlón. Anteriormente le había enseñado los cañones a Gort, y comentó: «¡Esos asquerosos palos de hierro apestan a brujería!».</p> <p>—Conozca a mis tres portavoces: ¡«Trinovant», «Toune» y «Tom o'Linton»!, poseen bocas de fuego! —El conde de Warrewyk esbozó una amplia sonrisa, luego se dio media vuelta y gritó—: ¡Maestro de armas! ¿Estamos listos para hablar con nuestro enemigo?</p> <p>—¡Lo estamos, mi señor! —El artillero, un hombre rechoncho como un tonel, se sacó su gorra de piel e hizo una reverencia.</p> <p>—¿Qué sorpresa le tienes preparada a la caballería de la reina?</p> <p>El artillero sonrió abiertamente.</p> <p>—Estas tres están llenas hasta los topes de clavos y herraduras y otras piezas metálicas que servirán para inmovilizar al enemigo si se acerca.</p> <p>Gwydion hizo un gesto que el no iniciado en esas costumbres interpretaría como un simple movimiento de su túnica. Sin embargo, el hechicero se acercó al duque y lo llamó aparte con un tono de voz bajo y persuasivo.</p> <p>—Richard, acepto vuestra promesa. ¿Qué rehenes podréis intercambiar como garantía suficiente para negociar con el rey? Dadme sus nombres.</p> <p>Pero en ese momento, el duque estaba henchido de orgullo y respondió con palabras sutiles.</p> <p>—Ya ha pasado… el momento de hablar… Pueden cerrar las heridas… los insultos que he sufrido…</p> <p>—Pero si unas simples palabras pudieran hacer que este enorme ejército se retirara de vuestras murallas, ¿no valdría la pena aguantar uno o dos insultos? Recordad lo que os he dicho.</p> <div id="poem"a> Junto al vado de Lugh y la esbelta torre,<br> Por sus palabras, un rey falso<br> Causará la retirada de su enemigo más allá de las aguas,<br> Y el Señor del Oeste regresará a casa.<br> </poema> <p>La lucha interna del duque continuó un buen rato. Miró a sus nobles capitanes, y luego se dirigió a Gwydion con las manos extendidas.</p> <p>—A mí no me importa. Que vengan suplicando. Dejemos que se vayan con el rabo entre las piernas. Le diremos a la arpía que si su gente trata de acorralarnos con las armas, será presa de nuestro castigo.</p> <p>—En ese caso, dadme un caballo. Haré lo que habéis prometido. Iré a ver al rey y hablaré con él a fin de que se lleve a cabo una negociación.</p> <p>El duque llamó a su intendente, quien parecía expectante después de hacer su preceptiva reverencia.</p> <p>—¡Dadle lo que pide!</p> <p>—Sí, su señoría.</p> <p>Will observó cómo traían un buen caballo. Gwydion lo montó y atravesó el terreno cubierto de césped que se interponía entre los dos ejércitos. El campo de batalla presentaba baches y protuberancias. Will pensó que el duque tenía razón: no era fácil acercarse a Ludford, y cualquier ataque que llegara por ese flanco sería fácil y contundentemente anulado.</p> <p>«En la trampa residen nuestras mejores esperanzas», pensó, «ya que Ludford puede parecer, a ojos inexpertos, una presa fácil. La reina ha aleccionado a sus secuaces para que odien a Gwydion y se rían de sus propuestas, aunque entre sus hombres alguien sensato habrá que entienda la masacre que les aguarda…»</p> <p>Will reflexionó. Estaba pensando como un noble, no como el ayudante de un hechicero. Al margen de todas las estrategias y los preparativos, el problema subyacente no había desparecido. Hizo un esfuerzo por pensar en la piedra de batalla, burbujeando y echando humo en su agujero. Estuviera donde estuviera, había traído consigo la calamidad. Adelantaría los acontecimientos, al margen de los planes señoriales y los de Gwydion.</p> <p>El hechicero regresó al cabo de una hora e informó que el rey había aceptado la negociación. El duque Richard no se alegró de la noticia, pero asintió de todos modos.</p> <p>—¡Ese hechicero entrometido! —se burló Lord Sarum—. Como nos ven tan fuertes y poderosos, no hacen más que molestarnos.</p> <p>Los heraldos del rey llegaron con los seis rehenes acordados por ambas partes. Se intercambiaron esos hijos de nobles y fueron exhibidos protegidos por una línea de sables. Si se intentaba cualquier acto de traición a lo largo de las conversaciones, los rehenes serían asesinados. Se sentaron en sillas de campaña, bebiendo y charlando entre ellos como si estuvieran totalmente seguros de que todo saldría bien. Sin embargo, la luz matinal reflejaba sus rostros macilentos y sus risitas revelaron su verdadero estado de ánimo.</p> <p>La espera entre los soldados también era tensa. Will detectó miedo e impaciencia, y se dio cuenta de que varios hombres, convencidos de que pronto lucharían, afilaban sus espadas y se abrochaban los cinturones.</p> <p>Seis soldados de caballería se acercaron a Will.</p> <p>—¡Sácate ese abrigo! —gritó uno, quien tomó a Will por el hombro.</p> <p>—¿Quiénes sois? —preguntó a la defensiva.</p> <p>—¡Quiénes somos, pregunta! Cumplimos las órdenes de su señoría, y necesitamos que nos des tus harapos.</p> <p>—¿Harapos? —se burló Will mientras escupía en sus nudillos preparándose para una pelea.</p> <p>—¡Basta! —gritó uno de los hombres con una sonrisa entre dientes—. No es necesario que nos peleemos. Te vamos a afeitar y a cortar el pelo.</p> <p>—Lo haré cuando el castillo de Ludford quede reducido a cenizas —les advirtió—. De lo contrario, tendremos que pelear.</p> <p>—Hemos recibido órdenes muy precisas —se justificaron.</p> <p>—Yo no pertenezco a nadie. Antes de que me cortéis las trenzas os haré tragar esas órdenes.</p> <p>—¡Tranquilo! —interrumpió Gwydion—. Deja que te vistan como quieran. Saben lo que hacen.</p> <p>—¿Vestirme? —replicó Will con indignación—. ¿Por qué?</p> <p>—Porque debo asignarte una tarea, y debes desempeñar tu papel.</p> <p>—Pero mis trenzas, ¡Gwydion! ¡Por la luna y las estrellas!</p> <p>—No es para tanto. Ya las has perdido antes y sin duda alguna las volverás a perder.</p> <p>—La última vez, dijiste que era un salvaje por habérmelas cortado.</p> <p>—No porque te hubieras cortado las trenzas, sino por las razones que te impulsaron a hacerlo.</p> <p>—Y supongo que tus subterfugios son una razón mejor.</p> <p>—Willand, pórtate bien con el barbero. Puedes quedarte con las trenzas o ser un pacificador. Tú eliges.</p> <p>—Entonces, muéstrame tu cuchillo secreto, Gwydion —contestó con el deseo de que también el hechicero pagara un precio—. Si tengo que hacerlo, será mejor que lo haga yo.</p> <p>El hechicero sacó la funda que contenía el valioso cuchillo de metal de estrellas y se lo dio a Will sin mediar palabra.</p> <p>Will dejó que los hombres del duque lo sentaran en una banqueta. El barbero se encogió de hombros a modo de disculpa cuando vio a Will cortarse ambas trenzas de un solo golpe, aunque luego peinó a Will según el estilo señorial. Le afeitó las mejillas y la nuca hasta llegar a la parte superior de las orejas. Después, le trajeron ropa cara y zapatos de cuero para vestirse como un caballero, un miembro joven de la casa de Ebor.</p> <p>—¡Esto es ridículo! —le reprochó al hechicero—. Me siento… Me siento como un idiota. Si cambiaste mi aspecto en la taberna Osa Mayor, ¿por qué no aplicas ahora un hechizo parecido?</p> <p>—No debemos defender el uso innecesario de la magia.</p> <p>—¿Innecesario?</p> <p>—Tendrás que viajar con el séquito del duque. Ahora ponte esto y deja de quejarte.</p> <p>Will desdeñó la vaina negra de piel, que contenía una espada. Respondió:</p> <p>—¿Después de todo lo que has dicho en contra del acero? ¿En qué me ayudará esto? —Por el bien del disfraz, Will permitió que le engancharan la espada en la cintura—. ¿Gwydion, me vas a contestar?</p> <p>—Evidentemente, debes estar presente en la negociación. Todos dejan sus armas antes de una audiencia con el rey. Se celebra una gran ceremonia, de modo que tú también deberás dejar tu arma. —El hechicero <i>colocó</i> un dedo travieso sobre la nariz de Will—. Recuerda: ojos de halcón, orejas de liebre.</p> <p>Entonces, Will se marchó.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>La negociación se celebró en una enorme tienda pintada que se había levantado a toda prisa cerca de la muralla de la ciudad y a media distancia entre los ejércitos enfrentados.</p> <p>Era el lugar elegido por Gwydion, cerca del enorme roble que todavía no había mudado de hojas. Parecía un buen lugar.</p> <p>Cuando la señal del heraldo anunció que todo estaba listo, los hombres del duque cabalgaron a gran velocidad. Había cierta confusión con las armas. Al principio, los hombres del duque se negaron a reconocer la costumbre y Gwydion tuvo que intervenir. Al final, se emitió un permiso real acerca de las armas, y a cada hombre se le autorizó a ir armado con el emblema de su rango, aunque tuvo que entregar su casco y su protector de cuello.</p> <p>Will consiguió pronunciar unas palabras de indignación al hechicero.</p> <p>—¿En qué estás pensando? ¿Intentas comprar la paz mientras la piedra de Ludford sigue en tierra? Eso es imposible.</p> <p>—He aprendido una lección importante —contestó Gwydion con un tono misterioso de voz.</p> <p>—¿Qué lección?</p> <p>El hechicero se inclinó hacia Will.</p> <p>—¡Que estas piedras de batalla contienen una maligna inteligencia que utilizan a voluntad!</p> <p>—¿A qué te refieres?</p> <p>—Ya lo verás.</p> <p>—Espero que sepas lo que haces.</p> <p>—Confía en mí.</p> <p>—Siempre lo hago, porque soy tonto.</p> <p>En la tienda donde se celebraba la negociación, decorada como la habitación del trono preparada para una audiencia, reinaba la formalidad del protocolo real. Puesto que los nobles del partido del duque insistían en llevar su espada, no obtuvieron permiso para acercarse al rey más allá de una cuerda roja y dorada situada a seis pasos de distancia de un par de sillas con respaldo alto.</p> <p>Los ojos de Will se fijaron en los hombres importantes que estaban delante de él. Decenas de caballeros, escuderos y pajes ocupaban la parte trasera de la estancia, y muchos de ellos llevaban la insignia del cisne blanco en el pecho, o bien un lazo de peltre esmaltado. Will se preguntó qué significado escondería ese sello, porque no conocía esa insignia.</p> <p>Los asistentes del rey estaban de pie sobre una misma línea, y sostenían unos cojines sobre los que descansaban una espada, un casco y una corona de oro. Muchos de los nobles presentes, por lo que sabía Will, habían luchado en Verlamion, y el deseo de venganza nublaba sus rostros. Vio al rey tomar su lugar en uno de los tronos decorados. Parecía enfermo, tenía el rostro macilento y bolsas en los ojos.</p> <p>Junto a él estaba su reina, su consorte y guardiana, sentada sobre un trono igual que el primero. Su rostro blanco e incorrupto brillaba entre la luz amortiguada de la tienda. Era una mujer muy atractiva: ojos y cabello negros, labios rojos como rubíes, vestida de terciopelo carmesí. Sus manos enguantadas brillaban por los anillos de oro con diamantes negros incrustados. No muy lejos de ella, Henry, el duque de Mells, se lucía orgullosamente con su armadura bruñida en color oscuro. Al fondo estaban los generales del rey, y entre ellos destacaba el comandante de su ejército, el duque Humphrey de Rockingham. Su semblante era serio porque su hijo había sido asesinado en Verlamion por una flecha de Warrewyk.</p> <p>Todos lucían su emblema del cisne blanco, y a medida que Will se acercaba y sus ojos alcanzaban el fondo de la tienda, descubrió el motivo de ese emblema: allí, en un asiento de bebé o una barquita, en forma de un cisne blanco, se sentaba un robusto niño de seis años: el heredero.</p> <p>«Ésa es su insignia», pensó Will mientras imaginaba cómo esta nueva moda, esta nueva forma de mostrar lealtad, debió de arrasar en toda la corte. Pero no tuvo mucho tiempo para pensarlo, puesto que cuando apartó la vista del niño, le dio un vuelco el corazón: al lado estaba la bestia con barba de mirada feroz y cinco círculos amarillos sobre su capa escarlata. Era e barón loco, el hombre cuyo carácter asesino había arrancado el brazo de Will. Apartó la mirada antes de que esos ojos disolutos se posaran sobre los suyos; Will trató de calmarse mirando a Gwydion, pero luego se lo pensó dos veces. Su mano asía fuertemente su brazo, y se dio cuenta de que no era tarea fácil deshacer una ilusión.</p> <p>Allí donde Will miraba, tenía la impresión de que le estaban preparando una emboscada. En un rincón, con toda la naturalidad del mundo, estaba Lord Dudlea. Sonrió con satisfacción a sus antiguos captores. Se notaba que disfrutaba el momento y que estaba ansioso por lucirse.</p> <p>Will apartó de nuevo la mirada con la esperanza de no ser visto. En esta ocasión, se fijó en las paredes de la tienda. Desde dentro, la lona pintada mostraba los escudos heráldicos y los lemas que la adornaban como si de un espejo se tratara. Will trató de distraer su mente, leyendo las palabras escritas con decisión que se movían suavemente al son de la brisa, escondiendo lo que sus rápidos sentidos insistían en traerle a la memoria. Aun así, pudo oír el ladrido de los perros a lo lejos. El olor a hierba pisada impregnaba el aire. El efecto del sol filtrándose por las ramas del enorme roble daba a la tienda una curiosa y onírica cualidad que se correspondía con las tendencias asesinas subyacentes del momento. A Will le sudaban las manos. Cayó en la cuenta de sus pensamientos a medida que éstos se escurrían: en el ojo de su mente vislumbró a un nutrido grupo de arqueros que rodeaban la tienda, preparándose para disparar una ráfaga de flechas a través de la ondulante lona de la tienda y apuntar objetivos desconocidos. Sabía que todo eso eran tonterías, porque era imposible que los arqueros dispararan a ciegas. Pero, al mismo tiempo, ese temor eran tan preciso e inexplicable que resultaba difícil de disipar. Parecía contener en él una intensa premonición, o quizá sólo fuera la piedra que trataba de acercarse a él de forma macabra.</p> <p>Para entonces, los secuaces del duque Richard ocupaban media tienda. Llegó el momento de hacer su entrada. Siguiendo órdenes del rey, la audiencia empezaba. El duque Richard llevaba su acostumbrado bastón de marfil de unicornio. Sus hombres también entraron con porte serio y, para sorpresa de Will, se acercaron inmediatamente al rey y se arrodillaron, al unísono, ante él.</p> <p>Fue un gesto calculado para disgustar a la reina y a sus consejeros. Entre el séquito del duque estaba el conde Sarum, el conde de Warrewyk y el refunfuñón Lord Strange. Al verlos, de repente Will se acordó de Edward. No estaba allí, y sintió un escalofrío en la espalda. Quizás Edward se hubiera marchado para ser intercambiado como uno de los rehenes. No era del todo improbable, teniendo en cuenta la importante negociación que se estaba a punto de celebrar.</p> <p>En ese momento, Will vio a varios ancianos de la comunidad de los Invidentes que entraron acompañando a ambos bandos. Las túnicas de los dos grupos de Invidentes eran de colores y cortes distintos, y Will se preguntó si eso guardaba algún significado. Quizá pertenecían a sectas rivales. Quizá las distintas comunidades competían entre sí en materia de influencia política. Era una cuestión en la que Will nunca había pensado. Las comunidades de Invidentes no se prestaban demasiado a la comunicación, ya que sus asuntos eran de ámbito privado y secreto, y su faceta pública siempre era muy fría.</p> <p>Will miró de nuevo a la reina, y volvió a sentir la mordacidad y el malhumor que emanaban de ella. Era bastante preocupante darse cuenta de que, si alguien pronunciaba una palabra inadecuada, podía acabar muerto por una iracunda espada, y eso a su vez desencadenaría una pelea a muerte de todos contra todos. Los dedos de los pies de Will, enfundados en zapatos de piel, percibían las corrientes amortiguadas de energía que fluían a trompicones bajo la tierra de los alrededores. Volvió a fijarse en el rey, y reconoció en él a un hombre sometido a un hechizo.</p> <p>Gwydion permanecía solemnemente de pie en un lateral, observando de cerca las formalidades de apertura. Las capuchas de muchos de los Invidentes le daban la espalda, como si los ancianos estuvieran observando al hechicero con facultades sobrenaturales.</p> <p>—Vuestro rey recibe a sus súbditos leales en audiencia… —Aunque el rey Hal era casi cuarenta años mayor que Will, su tono de voz era alegre y juvenil: era una mezcla de voz infantil y anciana. Hablaba con frases cortas y afectadas, y parecía no conocer el significado de lo que decía.</p> <p>La mirada del duque Richard era fría cuando contestó con las fórmulas carentes de sentido que exigía el protocolo. Añadió:</p> <p>—El leal duque de su majestad, Richard de Ebor, le da su humilde bienvenida a la fortaleza de Ludford. Aunque debe preguntar la razón de tantas personas y preguntar por qué un nutrido ejército está preparado para entrar en combate…</p> <p>En ese momento, a Will casi se le escapa un grito, porque con su errante mirada detectó a otro rostro conocido entre el séquito del rey. Allí, no muy lejos de Lord Dudlea, había alguien vestido como un señor de la Isla Bendita. Vestía pantalones ajustados y una <i>leine</i>, una camisa de lino sujeta con un cinturón, así como un <i>feile o</i> capa de lana a cuadros negros y verde musgo. Llevaba la espada de doble filo que le colgaba de la espalda y también lucía un anillo de plata con una brillante esmeralda incrustada.</p> <p>—¡Morann!</p> <p>El maestro del saber popular conservó su porte serio, aunque le guiñó un ojo a Will, quien no pudo evitar dar muestras de su sorpresa. «Por la luna y las estrellas», pensó. «Gwydion debe de haberlo enviado a la corte del rey en calidad de espía. De modo que ese era el recado que no podía esperar.»</p> <p>Los intercambios diplomáticos continuaron.</p> <p>—… y por tanto, señor, el duque debe pedir explicaciones de por qué a su noble compañero se le impidió seguir el camino legal y fue brutalmente atacado en el Brezal del Horror por hombres cuya lealtad nunca…</p> <p>Will se estaba poniendo nervioso. Todo el mundo sabía que el rey era un armazón que se limitaba a repetir las frases que le susurraba su reina. Pero cuando Will empezó a pensar en otra cosa, se sintió invadido por una sensación de peligro que llegó sin previo aviso. Sus ojos se dirigieron a la luz moteada que, al principio, no parecía más que la luz del sol filtrándose por las hojas muertas. Pero la sensación cambió. Se oía un extraño murmullo procedente de detrás del trono de la reina. La luz era chispeante y brillaba como la piel de <i>Pangar Ban</i> cuando caminaba bajo la luz de la luna, como la capucha del anciano de la taberna que se había convertido en Gwydion…</p> <p>Cuanto más se concentraba Will en la luz centelleante, menos cosas veía. Abrió su mente con cuidado, y luego empezó a formarse una figura negra. Era espantoso. Will sintió un escalofrío de terror, y se le pusieron los pelos de punta. Cuando se fijó cautelosamente en Gwydion, se dio cuenta de que el hechicero estaba concentrado en la reunión. Nadie, excepto la reina, sospechó de la figura que susurraba detrás de los tronos. El corazón de Will palpitaba cada vez más deprisa, y supo que sólo podía ser Maskull.</p> <p>Sólo en una ocasión, el talento innato de Will le había permitido penetrar en los deseos internos de Maskull. Años atrás, en la residencia de caza real en Clarendon, mientras Jarred, el brujo del rey, jugaba con fuego de colores en el aire, la mirada inocente de Will había observado de cerca la brujería de Maskull. Su innata sensibilidad salió a relucir en todo su esplendor, y percibió a Maskull brillando como el espectro de la Muerte.</p> <p>En esa ocasión, Will no entendía lo que pasaba. Pero ahora sí, y el conocimiento de que el peor enemigo de Gwydion se encontraba en la tienda le dolió como un bofetón. Will se enderezó en posición de alerta, según le indicaban las constantes advertencias de su mente. Le entraron ganas de sacarse esos zapatos prestados y echar a correr. El sudor le resbalaba por el cuello recién afeitado y le causaba escozor. Tenía una intensa sensación de calor, vestido como estaba de rico terciopelo. No se atrevió a volver a mirar al brujo. No pudo evitar las visiones de ese terrible pasado en el que Maskull le había levantado en un fuego mágico para hacerle gritar por encima del Anillo del Gigante. Will tragó saliva, resistiéndose a un intenso deseo de secarse cada gota de sudor que le resbalaba desde el pelo. Entonces su mano izquierda se dirigió a su espada, y agarró el contrapeso que había en un extremo de la empuñadura.</p> <p>Fue la peor de las soluciones porque, en un abrir y cerrar de ojos, numerosas miradas se posaron en él.</p> <p>Retiró lentamente la mano. «No ha sido un gesto muy inteligente», pensó. «¿Y si Maskull me ha visto? ¿Y si me ha reconocido?»</p> <p>Se percató de la mirada dubitativa de Morann mientras todos sus sentidos empezaban a intensificarse y su rostro ganaba palidez. No podía decir nada, ni avisar a Gwydion, porque además le estaban empezando a fallar las fuerzas. ¿Qué le impedía a Maskull actuar? Sin duda alguna, ahora podría hacer de las suyas con total impunidad. Con sólo un rayo sorpresa de fuego púrpura, Gwydion, el duque Richard y sus secuaces serían presa de Maskull. Incluso el problemático heredero del duque moriría. Y todo a costa de unos cuantos rehenes jóvenes que no tenían más valor para un brujo que los gusanos de un árbol. ¿A qué estaba esperando?</p> <p>A pesar de las ventajas con las que contaba, Maskull no hizo nada. La inútil cháchara entre nobles continuó, y el corazón de Will siguió latiendo a toda velocidad. Desoyó por completo las elevadas palabras, y permitió que la mirada fija de Morann se apoderara de él hasta que finalmente pudo controlar su pánico.</p> <p>Maskull, escondido tras un velo invisible, permaneció ocupado detrás del trono de la reina. Sus sugerencias fueron comunicadas a la austera belleza, quien, a su vez, las repetía al rey para que éste las dijera en voz alta. Poco a poco, Will empezó a recomponerse. Se obligó a mirar al rey cuando hablaba y a conservar una actitud de total naturalidad. Cerró su mente a los tentadores murmullos que impregnaban el aire cercano a los tronos, y poco a poco la fantasmagórica capa del brujo fue cobrando forma.</p> <p>—… Por tanto, duque Richard de Ebor, escucha nuestra solemne promesa. Te invitamos a presentarte de nuevo ante nuestra real presencia a la hora del tercio, y recibir de nuestra mano todas las garantías que nos pidas.</p> <p>«¡No!», quiso gritar Will. «No accedáis a ello. No prometáis volver una segunda vez.»</p> <p>Pero no podía hablar. Se quedó observando, incapaz de intervenir cuando el duque hizo su promesa. Richard de Ebor prometió que comparecería ante el rey al día siguiente. Y luego, la negociación se dio por terminada.</p> <p>«Debes intervenir», pensó Will. Pero tenía la garganta tan seca como el polvo. «Hay que avisar a Gwydion para que avise al duque. El rey no habla de buena fe. ¡Maskull está ahí, y nos capturará en una trampa mortal!»</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Fue obra de Gwydion que el duque y sus hombres volvieran al castillo sanos y salvos. El hechicero mantuvo cerrada la boca de Will hasta que cruzaron el foso, el ala interna del castillo, y llegaron a las habitaciones de Gort.</p> <p>Ni Gort ni Willow estaban allí cuando Will abrió la boca. Sin embargo, éstas no brotaban con facilidad y Will cerró la puerta de un portazo en un golpe de genio: «¡Mmmmmm!».</p> <p>Gwydion estaba enfadado y miró a su amigo.</p> <p>—¿Qué intentas hacer, tonto? ¿Querías acabar con toda la negociación? ¿No entendías que todo respondía a un delicado equilibrio?</p> <p>—¡Gwydion! —susurró Will tan pronto como recuperó el habla—. ¡No lo entiendes! ¡Él estaba ahí! ¡En persona! ¡En la tienda!</p> <p>El hechicero miró fijamente a su protegido mientras empezaba a atar cabos. Soltó los hombros de Will.</p> <p>—¿Maskull? ¿Maskull estaba en la tienda?</p> <p>—Eso era lo que intentaba explicarte cuando me hiciste callar.</p> <p>Gwydion parecía muy sorprendido e incapaz de asimilar esa información. Negó con la cabeza.</p> <p>—Eso es imposible, tiene que ser un espejismo. Estabas expuesto a las emanaciones de la piedra de Ludford. ¡Ha sido una visión!</p> <p>—¡No ha sido una visión, Gwydion! ¡Lo juro! ¡Debes creerme! ¡Maskull estaba allí!</p> <p>El hechicero se sentó con una seria expresión de su rostro que Will jamás había visto.</p> <p>—Esto cambia gran parte de lo que había previsto. Verdaderamente, nos debemos haber bañado en la Fuente de Celamon…</p> <p>—Debió de tener una razón para no acabar con nosotros de un plumazo, aunque no entiendo por qué no lo hizo.</p> <p>Gwydion frunció el <i>ceño.</i></p> <p>—Se esfuerza por permanecer oculto porque cree que yo no soy consciente de su regreso. No sabe que tú me llamaste para presenciar la destrucción de Pequeña Matanza. No sabe que he hallado la puerta a través de la cual él salió del Reino Inferior.</p> <p>—¿Lo hiciste? —preguntó Will sorprendido.</p> <p>—Los dos lo hicimos, porque tú estabas allí, Willand. Me viste examinar la puerta rota.</p> <p>—No me acuerdo de ninguna puerta rota…</p> <p>—¡Venga! La caja dorada debajo de la sala capitular. La que visitamos cerca de Nadderstone.</p> <p>—¿Eso? —Will se acordó del hierro retorcido que impedía el paso al abismo oscuro, y del mal olor que emanaba ese agujero. Era un olor impregnado de todo ese mundo oscuro de las profundidades.</p> <p>Gwydion se llevó las manos a la cara por un instante.</p> <p>—Esos barrotes fueron doblados por la magia de Maskull. Los Invidentes se sorprenderían, con desagrado, al descubrir lo que había sucedido en las entrañas de su claustro.</p> <p>—Quizás esa sea la verdadera razón por la cual Isnar decidió derribar el claustro.</p> <p>—Nunca lo sabremos.</p> <p>Will no paraba de dar vueltas al asunto.</p> <p>—Dices que Maskull no inició una pelea en la tienda porque no quería mostrarse. Pero, ¿qué importa eso si un ataque sorpresa hubiera acabado con todos los presentes?</p> <p>Gwydion entornó los ojos.</p> <p>—Un ataque como el que describes no habría sucedido.</p> <p>—¿Por qué no?</p> <p>—Porque no me habría matado. Conozco muchos hechizos contra las numerosas armas mágicas de Maskull.</p> <p>—No te salvaron cuando te enfrentaste a él en el Anillo del Gigante.</p> <p>—Fui víctima de un ataque bien orquestado en el Anillo del Gigante, pero ni siquiera eso me hubiera matado, sólo me debilitó y por tanto retrasó mis acciones. Además… —El hechicero le indicó a Will que se sentara—. Maskull sabe que un ataque violento como el que sugieres no daría los frutos deseados a largo plazo.</p> <p>Will apoyó el peso de su cuerpo sobre un extremo de la mesa.</p> <p>—Será mejor que te expliques.</p> <p>—Maskull cree haber encontrado una fórmula para vivir eternamente. Antes, él era como yo, un miembro del Ogdoad. Ya lo sabes, aunque quizá no entiendas todas sus implicaciones. No somos inmortales, Will. Vivimos siempre que exista magia suficiente en el mundo que nos sustente. Por eso el número de miembros ha ido disminuyendo con el paso del tiempo.</p> <p>—Por lo que cuentas, parece que existe un enorme agujero en el mundo por el que se escapa toda la magia.</p> <p>—No andas desencaminado. Sin embargo, la labor del Ogdoad siempre ha sido actuar como orientador de la humanidad. Nuestro trabajo es precipitar el mejor de todos los futuros posibles, ya que la magia deja inevitablemente al mundo desprotegido. En los últimos tiempos, Maskull se ha revelado contra las Antiguas Costumbres. Cuando Semias eligió su camino, Maskull tuvo claro que tendría que tomar el camino largo hasta el Lejano Norte y dejar que yo fuera el último pantarca. Intentó procurarse otra solución hasta que descubrió la forma de cambiar el destino del mundo siguiendo un nuevo camino. De este modo, él cree que lo llevará por el destino que él desea. Intenta guiar el mundo por ese sendero, y eso significaría la ruina de las Antiguas Costumbres. No le importa que, como consecuencia de ello, estalle una guerra que dure quinientos años. No le importa que los hombres de este mundo sufran por su causa. Tal es el poder cegador de esta gran idea que sólo le interesa conseguirla.</p> <p>Gwydion se levantó y tiró de la túnica desde sus hombros, un gesto que indicaba que no disponían de más tiempo para hablar.</p> <p>—Es casi mediodía. Debes abrir tu mente como la has abierto antes, Willand. Debes encontrar la piedra de batalla de Ludford, y debo tratar con ella antes de que provoque el ataque que Maskull tanto desea.</p> <p>—Hago lo que puedo —se justificó Will más frustrado que nunca—. Pero, ¿qué hacemos con Maskull?</p> <p>Gwydion lanzó una fría mirada de soslayo.</p> <p>—No pienses ni un segundo en él. No caigas en la tentación de seguirle el juego. Déjamelo a mí. Del mismo modo que ha intentado que no me enterase de su regreso, tampoco nosotros revelaremos nada sobre ti. ¡No temas! No sabe quién eres. Estás bajo mi protección y no podrá reconocerte.</p> <p>—¿Y qué hay de ese hombre sin cara que intentó matarme? El que tú llamaste Chlu, el Niño Negro. Me comentaste que era agente de Maskull.</p> <p>—Chlu es un instrumento, no un agente. La diferencia es importante. Maskull ha descubierto a Chlu de una forma que desconozco, y le ha inculcado la idea de que te acabará encontrando. Chlu cree que tiene razones propias para hacerlo, y que nadie le obliga.</p> <p>Will se encogió de hombros y se levantó.</p> <p>—Ignoro por qué este tal Chlu querría matarme. No le he causado ningún mal. Ni siquiera sé quién es.</p> <p>—Aunque le has mirado a la cara, no puedes recordarlo.</p> <p>Will negó con la cabeza. Era cierto, por mucho que lo intentara, no podía visualizar el rostro del Niño Negro.</p> <p>—Acabas de decirme que no has hecho mal a ese niño, pero quizás el daño que teme de ti sucederá en un futuro.</p> <p>Will refunfuñó.</p> <p>—Vaya, qué bien. Un hombre es atacado porque será quién ataque en el futuro.</p> <p>Pero Gwydion prefirió no seguir con esa discusión.</p> <p>—Sea como sea, existe una compulsión. Aunque creo que Chlu no es un esclavo voluntarioso de un brujo. En realidad, es bastante incompetente para la tarea encomendada. Por lo que sé de Maskull, habrá atado a Chlu a una cadena mágica antes de dejarlo salir al mundo. Creo que, algún día cercano, intentará soltarlo para saber la verdad para ti. Afortunadamente, ese día todavía no ha llegado, de lo contrario, no estarías aquí.</p> <p>Will, aturdido, siguió al hechicero por el ala interna del castillo. Pero mientras Gwydion se dirigía a la Casa Redonda, Will se paró y, cuando estuvo solo, se llevó las manos a las sienes. Abrió su mente del todo sin pensar en la fase de la luna.</p> <p>Era como bajar las almenas de la torre de vigilancia con la única esperanza de que el aire le sostuviera. El miedo se apoderó de Will y empezó a luchar con su espíritu para recuperar el control de su mente. Era una oleada de una gran desesperación oculta que no se esperaba. Le castigaba por su estupidez, sin revelar nada a cambio. Una vez más, no había nada concreto en esa visión: era sólo un desconcertante laberinto, miles de impresiones, miradas, destrozos, astillas, todo perdido como las gotas de una fuente…</p> <p>—¡Es la piedra! ¡Es la piedra! —gritó al cielo mientras se sentía contento y aterrado al mismo tiempo—. ¡Está aquí!</p> <p>Cerró su mente de inmediato. La realidad se fundía como figuras que surgieran de la nieve. Recuperó sus cinco sentidos. Will escupió y se notó los ojos pesados. Estuvo a punto de vomitar cuando escuchó sus propios gritos resonando por las paredes del castillo. Los cocineros, los panaderos y los sirvientes se reunieron de inmediato junto a la puerta de la cocina; se quedaron mirándolo con inquietud, callados por el efecto de su delirio.</p> <p>—¿Qué estáis mirando? —preguntó Will.</p> <p>—¿Señor? —respondió uno de los muchachos de la bodega al ver el peinado señorial de Will y las ropas que había pedido prestadas de Edward—. Señor…, por favor…</p> <p>Cuando Will observó de cerca a todas esas personas, se dio cuenta de que sus rostros habían palidecido. Entonces uno de ellos, una mujer joven, tuvo el valor de decir:</p> <p>—Señor, nos gustaría llamar al sanador. ¿Sabe dónde está?</p> <p>—¿Gort? Se ha ido. ¡Ah! —Volvió a sentir el desagradable olor, y se apartó por miedo a vomitar—. ¡Por todas las estrellas…! ¿qué es eso?</p> <p>Will se dio cuenta de que estaban aterrorizados. Estaban desobedeciendo las órdenes directas de su amo, pero tenían que hablar con alguien sobre el horror que estaban pasando.</p> <p>—Señor, es el pozo. Ha vuelto a suceder, y no podemos aguantarlo más. ¡Mire!</p> <p>El responsable de la cocina levantó un cubo lleno de sangre. Derramó el contenido en el suelo y los adoquines se tiñeron de carmesí.</p> <p>—¡Traed cuerdas y poleas! —ordenó—. Llevadme a ese pozo. ¡Llamad también al hechicero!</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 22</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Carne cruda</p> <p style="margin-top:5%">A veces, el aire de los pozos es putrefacto —explicó Gort—. En el castillo de Beaston, cerca de la ciudad de Caster, está el pozo más profundo del reino…</p> <p>—Gracias, sanador —interrumpió Will—, pero preferiría no saber nada sobre el castillo de Beaston en estos momentos, si no te importa.</p> <p>Will vio al herrero reparando el pasamanos que rodeaba el pozo. Una sección había sido arrancada, así como parte del mecanismo de poleas.</p> <p>Mientras Will se preparaba para bajar al maloliente agujero, probó la cuerda que le serviría para descender. Era gruesa, la misma cuerda que, bajo la supervisión de Gwydion, le había salvado de morir bajo la puerta de barrotes días antes. Varios hechizos protegían la cuerda, y unas manos expertas formaron un enorme lazo para que Will cupiera en él. Prepararon una segunda cuerda, casi idéntica a la primera. En esos momentos, varios de los mejores hombres de Jackhald estaban reunidos en el ala interna del castillo. Siguiendo las instrucciones de Gwydion, debían actuar con sigilo.</p> <p>El hechicero preguntó a Gort acerca de la profundidad del agua del pozo.</p> <p>—¡Hierbas y raíces! ¡Eso depende de la estación del año! En un verano seco, llega a la altura de la rodilla, y luego sube hasta un brazo o más, según la ocasión. ¿Con el tiempo que hemos tenido? Oh, no alcanzaré el hermoso corte de pelo de Will. Suficiente para que se hunda en cualquier momento.</p> <p>—Gracias por su atención, sanador —respondió Will.</p> <p>Jackhald llamó al hechicero.</p> <p>—Déjeme enviar a uno de mis hombres porque forma parte de nuestro trabajo. La última vez…</p> <p>—Esta vez es distinto —contestó Will brevemente.</p> <p>Cuando Jackhald negó con la cabeza y preguntó por qué, Gwydion murmuró por encima de su hombro:</p> <p>—Porque esta vez no buscamos una oveja muerta. No importa a quién enviaras, no volvería a subir.</p> <p>Las palabras del hechicero fueron más que suficientes. Miró a Will y luego se calló. Will ya se estaba desabrochando el cinturón y se había sacado el morral. Entregó estas piezas a Gort, después se desvistió de sus prendas señoriales prestadas, y formó un gorro con su camisa.</p> <p>Gwydion enganchó rápidamente una segunda cuerda a la primera, y Will se subió al borde del pozo, introdujo su pie izquierdo por el agujero y empezó el descenso.</p> <p>No se llevó ninguna antorcha, sino que descendió las veinte brazas o más con un destello de luz mágica azul de Gwydion. Estaba desnudo salvo por el talismán de piedra verde que le colgaba del cuello. Se tapó la cara y la nariz con un trapo tratado con gotas aromáticas de Gort, pensadas para combatir el mal olor. El apaño funcionó en cierto modo, aunque no pudo erradicar el hedor del aire que surgía del desagüe del carnicero.</p> <p>Durante el primer brazo, la parte interna de la boca del pozo fue redonda y suave. Se notaba que un albañil había unido piedra tras piedra. Después de dos brazos más, las paredes se convirtieron en piedras rugosas colocadas una encima de otra sin mortero. Debajo, el pozo pasó a ser de la arenisca roja sobre la que se levantaba todo el castillo.</p> <p>Will se dio cuenta de que hacía más frío. Para no prestar demasiada atención al maloliente aire, pensó en las avispas que revoloteaban entre los altos tallos de lavanda que crecían en el jardín de su casa. Fue una agradable distracción, aunque su mente le recordó que procurara no caer en ensoñaciones. Sus ojos detectaron marcas de cincel que tendrían doscientos o trescientos años de antigüedad, cuando construyeron el pozo. También había marcas mágicas de algún hechicero de antaño. Una de ellas, por lo que supo Will, era para asegurarse de la pureza del agua. Otra tenía como finalidad ahuyentar a los patos. La primera marca se desvaneció al tocarla.</p> <p>«Al menos no me encontraré con ningún pato», pensó Will con ironía mientras bajaba un poco más y se retorcía en la cuerda. De pronto, le vino a la memoria una vivida imagen: se imaginó una enorme araña que descendía por delante de él. Con mucho cuidado, procuró ahuyentar esas imágenes de su mente pensando que la piedra estaría poniendo a prueba sus temores. Su mano se acercó al talismán. Como siempre, ese gesto le hacía sentir bien, aunque ahora parecía advertirle de algo.</p> <p>Cuando vio que la superficie del agua se acercaba a sus pies, se sacó el trapo de la boca y gritó que no le bajaran más. Los hombres cumplieron rápidamente sus órdenes y se detuvo de golpe. Escuchó el eco de sus palabras, y permaneció unos instantes percibiendo el hedor del agujero, suspendido a poca distancia de la superficie. Entornó los ojos unos instantes ya que la luz azul reflejaba en la superficie del agua. Allí, casi al lado de Will formando un ángulo respecto a la pared del pozo, estaba la piedra de batalla.</p> <p>De la punta de la piedra emanaba el agua ensangrentada. La luz azul proyectaba intensas sombras que oscurecieron la sangre que emanaba de la piedra. Will desenganchó cuidadosamente la segunda cuerda y tiró de ella hasta que empezó a subir. Mientras colocaba su pie derecho contra la pared, se agachó para pasar la cuerda por detrás de la piedra.</p> <p>—¡Ya basta! ¡Parad!</p> <p>Se produjo un retroceso. Los ecos retumbaban en el agujero. Entonces, la cuerda se detuvo. El hedor se intensificó de repente, y le entraron ganas de salir de ahí. Mientras luchaba contra ese impulso, sintió un ligero mareo y por un momento pensó que se iba a desmayar. Se enderezó y notó que las rodillas se le doblaban. Estaba seguro de que se iba a desmayar. Sólo tuvo tiempo de darse cuenta del peligro que corría, porque acto seguido se desenganchó de la cuerda y cayó sobre la superficie del agua fétida.</p> <p>Cada parte de su ser fue presa del horror cuando cayó de cabeza al agua. Notó bajo sus pies unas piedras resbaladizas, y cuando quiso apoyarse sobre ellas, volvió a caer de bruces sobre la superficie. Will no paraba de jadear.</p> <p>Oyó muchos ruidos en el agujero, unos gritos de ansiedad que rebotaban en las paredes del pozo hasta que todo fue inútil.</p> <p>El aire fétido penetró en sus pulmones, aunque el agua fría le sirvió para recuperarse del desmayo. Se secó el agua de la cara como pudo.</p> <p>—¡Casi… pero no lo has conseguido! —gritó enfadado a la piedra. Luego, cerró de nuevo su mente.</p> <p>Se secó parte de la sangre que le quedaba en los ojos y levantó la mirada. La luz azul brillaba sin cesar mientras la cuerda se balanceaba unos centímetros por encima de la cabeza de Will. Trató de cogerla de un salto, pero no pudo.</p> <p>Gwydion gritó una pregunta, aunque se perdió entre los ecos. Él contestó y escuchó que sus palabras también se perdían. El agua le llegaba a la barbilla, tenía los brazos levantados y los dedos estaban empapados en sangre. Luego, lentamente, algo rompió la superficie junto a él. Se retorcía y partía.</p> <p>Will gritó asustado. Pero ese miedo se disolvió de inmediato cuando se dio cuenta de lo que había llegado a la superficie. No era el morro de un feroz pato, sino el extremo de la segunda cuerda que había caído al agua sin que la piedra reaccionara.</p> <p>Se sintió aliviado, lo cual le infundió ánimos para convencerse de que podría contrarrestar los movimientos de la piedra. Mientras se ataba la segunda cuerda, trató con todas sus fuerzas de pasar su cuerpo por el nudo que le había hecho Gwydion; después gritó para que bajaran un poco la cuerda que le permitiría acercarse de nuevo a la superficie. Una vez más, su mensaje se perdió entre ecos. Sólo unos centímetros más…</p> <p>La cuerda estaba demasiado alta para llegar a él. No había más remedio que trepar por la piedra, aunque ésta rezumaba sangre. Los dedos de manos y pies encontraron refugio en las marcas que estaban talladas en la superficie de la piedra, pero tan pronto como colocó sus manos en ella, le vinieron imágenes de carne muerta. Por poco pierde el control de la situación, aunque su mano buscó la cuerda. Cuando la encontró, pudo recobrar el equilibrio. Mientras la cuerda recogía el peso de su cuerpo, se secó las manos con las fibrosas y secas membranas de la cuerda, e hizo un esfuerzo por imaginarse el trayecto de vuelta.</p> <p>—¡Tirad! —gritó.</p> <p>Cuando los ecos se desvanecieron, la cuerda pegó un tirón a sus pies y empezó a subir un brazo por tirón. Fue un trayecto muy largo. Cuando se acercó a la superficie, la luz blanca se fue apagando. Vio a Gwydion mirando hacia abajo con cara de preocupación. El hechicero le ayudó a salir del pozo y lo arrastró hasta el suelo de las cocinas, observándole como si fuera una extraña criatura.</p> <p>—¿Estás herido? —preguntó Gort.</p> <p>La ráfaga de aire puro le hizo sentir náuseas. Will trató de levantarse, pero resbaló por la sangre acumulada de la piedra. Ahora que todo había terminado, sintió miedo.</p> <p>—¿Qué ha pasado? —preguntó Gwydion.</p> <p>Gort arrojó a Will un cubo de agua. El joven escupió. Estaba temblando.</p> <p>—Yo no importo. Sacad la piedra, Gwydion. ¡Rápido! Pero no rompáis la cuerda ni la dejéis caer. Pase lo que pase, no puedo volver a bajar ahí.</p> <p>Los hombres empezaron a subir la segunda cuerda. Esta vez, el esfuerzo fue mucho mayor. Cuando la piedra apareció por la boca del pozo, Gwydion no dejó que nadie se acercara a ella. La cuerda estaba bien atada, y los hombres de Jackhald se apartaron. Acto seguido, ayudados por una recia viga de madera, Gwydion, Will y Gort levantaron la piedra para sacarla definitivamente del agujero. Impacto contra el suelo, y la superficie de la piedra sufrió algunos rasguños mientras la arrastraban hacia la cervecería. Gwydion insistió en que fuera levantada lo antes posible.</p> <p>El hechicero se colocó detrás de la piedra, y empezó a urdir hechizos mágicos. Will se llevó a la boca y nariz otra de las gasas perfumadas de Gort, que esta vez contenían gotas de madreselva y asperilla. No podía evitar fijarse en la piedra húmeda. El hedor de la cervecería multiplicaba o triplicaba la desagradable experiencia, aunque a Will le pareció aire puro de montaña comparado con la peste del pozo.</p> <p>—Tuvimos suerte de que no se partiera por el camino —comentó Will.</p> <p>Gwydion contestó:</p> <p>—La cuestión es: ¿cómo llegó al pozo? ¿Siempre estuvo allí? Y si es así, ¿qué malévolo efecto ha tenido en el castillo y en sus habitantes?</p> <p>—Fue arrojada —contestó Will— hace poco.</p> <p>Gwydion se fijó de cerca en la piedra. Tenía el color de la carne cruda. La sangre emanaba constantemente y al rato se formó un charco en el suelo. Sus extremos estaban deteriorados, puesto que habían impactado contra el borde del pozo. Las heridas supuraban pus como si fuera piel a medio cicatrizar.</p> <p>—¿Dónde están mis ropas? —preguntó Will. Cuando se dirigió a la puerta, vio que la servidumbre merodeaba por el ala interior del castillo. Will estaba empapado en sangre y suciedad, parecía haber sido despellejado vivo. Al verle, la gente gritaba.</p> <p>Dejó que Jackhald le condujera hasta una esquina del ala, donde se lavó con agua de una cisterna. Le llevaron la ropa, pero mientras se vestía y se secaba el pelo, empezó a sentir punzadas en todo el cuerpo.</p> <p>La piedra malherida se estaba despertando, poco a poco, como lo había hecho la Piedra del Horror. Era algo inevitable. Quizás el lorc estaba aprendiendo a contrarrestar los ataques. Quizá la piedra conocía su método y leía sus mentes, o tal vez las había leído y ahora conocía su método. Pero, ¿era eso posible? No tenían ningún método. Will se echó a reír, y luego se detuvo de inmediato.</p> <p>La luna brillaba en lo alto del cielo y la locura de Ludford volvía a asomar. Sabía que podría combatirla durante un rato, pero esta noche necesitaría algo de ayuda. Ahora que habían levantado la piedra, se produciría una confrontación.</p> <p>Notó que las náuseas habían desaparecido. En cambio, con una claridad meridiana los pensamientos acudían a su mente. Llamó a Jackhald.</p> <p>—Quiero hablar con el hombre que descendió por el pozo antes que yo, quien sacó a la oveja muerta.</p> <p>—¿Por qué? —contestó Jackhald con los ojos entornados.</p> <p>—Gwydion necesita demostrar cómo llegó la piedra al pozo, cuánto tiempo ha estado allí.</p> <p>Llegó el hombre en cuestión. Su aspecto era desaseado y no se había afeitado su enorme mentón. Miró a Will con recelo.</p> <p>—¡Vaya que sí! Olía fatal, peor que el estiércol.</p> <p>—Este tipo siempre se queja, aunque no lo hace muy bien.</p> <p>—Jackhald, por favor… —Will se dirigió al hombre—. ¿Cómo se llama?</p> <p>—Edwold, Maestro. Pero, la próxima vez, yo no bajaré a ese sitio.</p> <p>—Edwold, no quiero enviarte a ese pozo. Sólo que me cuentes lo que viste.</p> <p>Edwold miró al vacío.</p> <p>—Nada.</p> <p>—¿Nada en absoluto? —Will se frotó la barbilla—. ¿No viste agua?</p> <p>—Claro, es un pozo.</p> <p>—¿Viste… viste por casualidad una piedra enorme? Así. —Will dibujó el contorno de la piedra en el aire.</p> <p>Edwold sonrió entre dientes, aunque le faltaban muchos.</p> <p>—¡Ah, pero era más grande de lo que usted dice!</p> <p>—Eso es.</p> <p>Jackhald interrumpió:</p> <p>—No dijiste nada de una piedra.</p> <p>—No dije nada porque sólo era una piedra. —Edwold miró de un rostro a otro, temeroso de que le culparan de algo que no había hecho.</p> <p>Se dirigió a Will:</p> <p>—Maestro, no creí que fuera importante. Me bajaron para buscar una oveja muerta, ¿no es así?</p> <p>Jackhald protestó.</p> <p>—Quieres decir que no dijiste nada de la piedra porque tenías miedo de volver a bajar a buscarla.</p> <p>—Tranquilo, Jackhald. —Will volvió a dirigirse a Edwold—. Sólo dime todo lo que puedas sobre esa piedra, y cómo llegó allí.</p> <p>—Han pasado muchas cosas raras desde que llegaron forasteros —respondió Edwold taimadamente—. El noble acusado vino aquí con varios hombres de su compañía, llegó al ala exterior hace unas cuantas noches. Llamó a la puerta para que le dejáramos entrar. La abrimos, y supimos quién era.</p> <p>—¿El noble acusado? ¿Te refieres a Lord Strange?</p> <p>—Dijo que venía a hablar con su señoría, de modo que le dejamos entrar. ¿Por qué no? Sabíamos quién era por su cara de cerdo.</p> <p>Will esbozó una sonrisa de complicidad.</p> <p>—Continúa.</p> <p>—Luego llegaron hombres de su compañía con un paquete enorme. —El hombre extendió los brazos—. Tres hombres hacían de escolta. Y otros tres permanecían en la retaguardia. Había otros a cada lado, como si fuera la procesión de un funeral, pero no era un entierro. Vi su contenido, una piedra enorme y tallada, que parecía cubierta de fango.</p> <p>—¡Ahora dices la verdad! —interrumpió Jackhald, enfadado.</p> <p>Will continuó:</p> <p>—¿Te refieres a que parecía extraída de la tierra?</p> <p>—Eso es.</p> <p>—¿Y entonces?</p> <p>—Bueno, eso es todo. Salvo Dorric. Es el segundo guardián de la puerta. Al día siguiente, me contó que los hombres del Cabeza de Cerdo encontraron esa piedra cuando cavaban unas trincheras allí. —El hombre señaló hacia el río.</p> <p>—¿Sabías que la había arrojado al pozo?</p> <p>—¡No, lo juro!</p> <p>—Claro —se quejó Jackhald, amenazando al hombre con golpearle.</p> <p>—Me enteré ayer. Quizás antes, pero no quería contárselo a nadie. Oí decir que se trata de una piedra mágica, ¿verdad? Como la que se encargó de las curaciones después de la batalla. También reveló que, según Dorric, los hombres del Cabeza de Cerdo escondieron la piedra en el pozo con la esperanza de que diera cerveza en vez de agua.</p> <p>Jackhald parecía bastante satisfecho.</p> <p>—¡Ahora llegamos al fondo de la cuestión!</p> <p>Will se estaba empezando a poner nervioso.</p> <p>—¿Era eso lo que Lord Strange les dijo a sus criados?</p> <p>—Sí.</p> <p>—Por eso nadie quería hablar de ello.</p> <p>—Parecía que su señoría y el duque lo sabían, y que las promesas de Lord Strange se cumplirían.</p> <p>—Nadie se atrevió a decir nada cuando el duque bebió sangre.</p> <p>—Fue una promesa. Aunque, por el olor, no era ninguna cerveza que yo hubiera probado antes.</p> <p>Will se despidió de Edwold y cuando Jackhald acompañó al hombre se compuso para regresar a la apestosa cervecería. Gwydion seguía con sus hechizos y sus danzas alrededor de la piedra. Will sabía que no podía interrumpir la secuencia, y esperó a que el hechicero le diera permiso para hablar.</p> <p>—¿Y bien?</p> <p>—Al parecer, los hombres de Lord Strange la encontraron mientras cavaban trincheras a orillas del Theam. Se apoderó de ella secretamente, y luego la trajo aquí hace unos días. La arrojaron al pozo antes de que Lord Dudlea tirara la oveja.</p> <p>Gwydion movió los labios.</p> <p>—Vaya, eso son malas noticias. Lord Strange es un espíritu débil, un hombre de poca palabra y lealtad. Si tuvo tratos con la piedra…</p> <p>Will esperó a que el hechicero terminara, pero no lo hizo.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>Gwydion levantó la mano como si quisiera descartar un pensamiento indigno de él.</p> <p>—Sólo que una mente como la suya sería propensa a la traición.</p> <p>Los pensamientos de Will se cristalizaron al recordar la pesadilla que había tenido recientemente, en la que una babosa negra salía de la Piedra del Horror y se metía en el hocico de Lord Strange. A plena luz del día, había superado el horror de ese sueño y se había olvidado de él, pero se dio cuenta de que debió reflexionar sobre su significado. Quizás había sido un regalo de la piedra, su forma de decirle qué le pasaría a su sucesor.</p> <p>Will comentó:</p> <p>—Cuando Willow era una niña, vivía cerca de la torre de Lord Strange, en el bosque de Wych. Me contó la poca consideración que tenían los lugareños hacia él, porque siempre culpaba a los demás de sus propios defectos. Yo mismo he visto cómo no escucha tus advertencias. Temo por todos si la piedra de batalla ha susurrado a oídos de Lord Strange.</p> <p>—Es una bandera vieja que gira en torno a su palo, y por tanto hace que el viento cambie de dirección.</p> <p>Gwydion se acarició la barba. Estaba a punto de añadir algo más cuando sonaron las campanas del castillo tocando la primera hora de la tarde. En vez de contestar, se despidió de Will con un gesto, se dio media vuelta y se dirigió hacia la ventana. Cuando Will hizo caso omiso de su saludo, el hechicero insistió:</p> <p>—Willand, te agradecería que me dejaras solo unos instantes.</p> <p>Algo en el tono de voz de Gwydion asustó a Will, aunque hizo lo que le ordenó. Tan pronto como se cerró la puerta de la cervecería, Will vio que el hechicero empezó la difícil tarea de drenar la piedra. Will cayó en la cuenta de que ya no podía confiar en el poder de los hechizos de Gwydion. Ni siquiera pudo contener el mal de la piedra de batalla que estaba activo, y sacar esa energía era una empresa todavía más arriesgada.</p> <p>—Debería ayudar —se ofreció Will.</p> <p>Gwydion negó con la cabeza.</p> <p>—Sería mejor que llamaras a Gort y nos dejaras a nosotros ocuparnos de este asunto.</p> <p>—Gwydion, yo…</p> <p>—Ve con tu esposa e hija, Willand. Acompáñales en estos duros momentos. ¡No hay nada que puedas hacer!</p> <p>La piedra estaba quemada. Después de encontrarla y de levantarla, Will comprobó que ya no era útil. Inclinó la cabeza en un gesto de obediencia y se retiró. Cuando volvió a salir al ala interna del castillo, se preguntó en qué juego participaba Gwydion, si sabía lo que se llevaba entre manos. Los destrozos que causaría en el castillo y la ciudad serían enormes si Gwydion fracasaba. De repente, le pareció un gesto desesperado, el acto de un hechicero que estaba perdiendo sus poderes, cuyas acciones estaban tocando a su fin.</p> <p>Will encontró a Gort, quien le pidió a Jackhald que montara guardia en la puerta de la cervecería.</p> <p>—¿Dónde están Willow y Bethe? —preguntó.</p> <p>Gort miró por encima de su hombro.</p> <p>—Están dentro. ¿Quieres que vaya a buscarlas?</p> <p>—No, déjalas. —Will tocó el talismán que colgaba del cuello. La piedra verde tenía un tacto suave. Se quedó el dibujo un buen rato: tres triángulos encajados. Gort reunió un montón de amuletos y se dirigió a la cervecería.</p> <p>—Ojalá Morann las hubiera dejado en casa —murmuró Will.</p> <p>Volvió a sentirse mareado. Era horroroso saber que sus numerosos y temibles enemigos estaban a tiro de piedra, y que no había escapatoria.</p> <p>—Al parecer, Gwydion tenía razón. Estarían mucho mejor en el Valle.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 23</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">La piedra de la sangre</p> <p style="margin-top:5%">A pesar de que acordaron negociar al día siguiente, el ejército del rey se estaba preparando para el ataque. Durante toda la tarde, se habían tocado tambores y levantado estandartes en todas las filas, provocando al enemigo con un gesto de valiente desafío. Will recorrió la muralla con Willow y su hija. Él sostenía a Bethe y descubrió que el peso de sentirla en sus brazos le reconfortaba.</p> <p>En los campos, a lo lejos, los hombres ataviados con una librea roja protegían las riberas del Theam y la pequeña puerta trasera del castillo. Vio un pequeño destacamento que subía un tronco por la cuesta del castillo. Algunos de los hombres lucían la insignia del oso blanco, pero otros llevaban en el pecho los leones plateados de John, Lord Strange.</p> <p>—Strange<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" href="#n4" type="note">[4]</a>de nombre, extraño por naturaleza —comentó Willow—. Esa era la frase más amable que solíamos decir del viejo Cabeza de Cerdo. Mi padre me contó que fue un libro robado de magia lo que al principio le causó problemas. Se entrometió en un asunto delicado.</p> <p>—No me extraña.</p> <p>Will se acordó de la estantería de libros de Lord Strange. Entre ellos había un bestiario, en el que una mano desconocida había escrito un hechizo. En ese momento, Will se dio cuenta de dónde procedían esas anotaciones. Lord Strange debió de copiarlas de un «libro clave», es decir, de un verdadero libro de magia. En aquel entonces, es posible que no supiera que cada uno de esos libros estaba protegido por unos poderosos hechizos pensados para disuadir a quienes no debían entrometerse en ellos.</p> <p>—Me pregunto de dónde sacó ese libro clave y qué tipo de hechizo se urdió en él.</p> <p>Willow se echó a reír en un tono de voz divertido.</p> <p>—Yo diría que, probablemente, perteneció a la chica que dejó plantada. Ella sufrió mucho por las ambiciones de él. Es posible que quisiera vengarse de Lord Strange, aunque al final le costara su forma mortal.</p> <p>—Gwydion siempre me había contado que fue obra de Maskull, que el Cabeza de Cerdo actuaba de medida con la que Maskull podía dilucidar el estado de corrupción del Reino. Tal vez Gwydion esté equivocado.</p> <p>Will se fijó en las trincheras donde se habían apostado muchos arqueros y hombres armados del duque Richard. Disfrutaban del sol otoñal como si fuera la última vez que pudieran hacerlo.</p> <p>—¿Qué ocurrirá si intenta drenar la piedra y fracasa? —quiso saber Willow.</p> <p>—En ese caso, el mal que esconde en su interior se escapará. A menos que lo evitemos, ese mal puede unirse en una forma demoníaca que se propague por el mundo. Esa fue la emanación que me persiguió a mí y a Gwydion por todo el Reino la noche anterior a la batalla de Verlamion. Si no la hubiéramos provocado, quién sabe la destrucción que habría causado.</p> <p>El reloj del castillo marcó las seis, y empezó a formarse un gris atardecer. Mientras Will hablaba, unos movimientos captaron su atención y le hicieron sospechar que algo iba mal entre los hombres de Lord Strange. Era como si se estuvieran pasando una palabra susurrada entre ellos. Quienes la escuchaban, recogían sus armas, se colocaban sus cascos y se marchaban con todo su equipo, a pesar del calor de ese día. Si habían sido avisados de un ataque, ¿por qué no se transmitía esa noticia a los hombres del duque?</p> <p>Willow secó delicadamente la boca de su hija.</p> <p>—¿Y si el Maestro Gwydion no intenta drenar la piedra?</p> <p>Los ojos de Will permanecían fijos en los hombres vestidos con la librea de Lord Strange. Serían unos tres mil hombres o más, y todos parecían moverse al mismo tiempo.</p> <p>—Si la piedra de batalla cumple su destino sobre el terreno, la hueste de la reina atacará y miles de hombres morirán aquí mismo.</p> <p>Will agachó la cabeza y respiró hondo; sabía que no debía tentar a la suerte mientras permaneciera bajo la influencia de la Piedra de la Sangre. Pudo sentir unos desagradables pensamientos que le acechaban como si fuera un moribundo. Su mente ya empezaba a volcarse en el suplicio que le esperaba. Cuando miró a Willow, vio que la expresión de su rostro denotaba desolación. Le preguntó:</p> <p>—¿Cuándo sabremos si el Maestro Gwydion ha tenido éxito?</p> <p>—Sólo cuando salga algún desconocido horror del ala interna del castillo, y Gort esté pegado a sus garras.</p> <p>—¡No digas eso!</p> <p>Willow hacía bien en advertirle. Acarició el cabello de su marido.</p> <p>—Gwydion no empezará hasta el atardecer. Estoy seguro de que, al amanecer, volverá triunfante de la cervecería y le dirá al mundo que no hay nada que temer respecto a la Piedra de la Sangre. —Pero eso sonaba a una fanfarronada, otra forma de tentar a la suerte. Luego, añadió con torpeza—: Supongo que tenemos que cruzar los dedos, ¿no?</p> <p>Willow se mordió el labio.</p> <p>—Puedo hacer algo al respecto.</p> <p>—Esta noche lo pasaremos mal. Lleva a Bethe a un lugar seguro y quédate con ella. Lady Cicely no te lo reprochará.</p> <p>Willow se dio cuenta de que su marido no quería que Bethe corriera ningún peligro.</p> <p>—Pobre Will —comentó—. Veré lo que puedo hacer.</p> <p>Will cogió la mano de su mujer.</p> <p>—Todo irá bien. Ahora, será mejor que me vaya.</p> <p>Bethe empezó a lloriquear.</p> <p>—Calla —replicó Willow mientras arrebataba a su hija de los brazos de su padre. Empezó a entornar una canción para dormir a la pequeña:</p> <div id="poem"a> Mariposa, mariposa, ¿Adónde vas?<br> Cuando el sol brilla con fuerza<br> Y los capullos de rosa se abren…<br> Mariposa, mariposa,<br> ¿Dónde duermes?<br> Cuando el sol se pone<br> En la profundidad de las sombras…<br> </poema> <p>Mientras el viento se llevaba tan delicadas palabras, Will notó que éstas le abrazaban y no quería marcharse. Empezó a dejarse llevar por sus pensamientos y sentimientos, intentó separar sus auténticos miedos del efecto de la piedra. No importaba lo que pasara: esta noche iba a ser triste, y debía prepararse tanto como le fuera posible. No quería preocupar más a Willow, aunque creía que Gwydion había tardado demasiado en preparar el drenaje de la Piedra de la Sangre. Durante todo ese tiempo, se había comportado de una forma muy extraña respecto a la piedra.</p> <p>Mientras se dirigían hacia la escalera, Will observó a los hombres de rojo que estaban apostados debajo de la muralla. De pronto, una poderosa convicción se apoderó de él y se dirigió a su esposa. Le dijo:</p> <p>—Estoy seguro de que los hombres de Lord Strange se están preparando.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Creo que se van a posicionar del lado de la reina. ¡Fíjate en ellos!</p> <p>Willow siguió la mirada de su marido. Observó a esos hombres durante unos instantes, y luego se volvió hacia Will.</p> <p>—Tienes razón. Están esperando una señal. ¿Qué deberíamos hacer?</p> <p>—Si Lord Strange se sale con la suya, será un desastre para el duque. ¡Debo avisar a Gwydion de inmediato! —Will echó a correr.</p> <p>—¿Y nosotras?</p> <p>—Llévate a Bethe con Lady Cicely. No te separes de ella.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Will respiró hondo y abrió la puerta de la cervecería, aunque el hedor le golpeó como si hubiera dado contra un muro. La piedra de batalla estaba en medio de la estancia, exactamente en el mismo lugar en que la había visto por última vez. Seguía saliendo sangre de ella como si fuera un pedazo de carne cruda. Gwydion estaba de pie junto a una cuba, ligeramente apartado de la piedra. Permanecía inmóvil y absorto en sus pensamientos. Will esperó con el corazón encogido, ya que no quería molestar a su amigo. Sin embargo, Gwydion comentó:</p> <p>—Te he estado esperando.</p> <p>—¿Esperando? ¿A qué te refieres?</p> <p>El hechicero se dio media vuelta y miró al joven a la cara con una curiosa sonrisa.</p> <p>—Has venido a decirme que seguramente la piedra ha susurrado algo a los oídos de Lord Strange, que está a punto de cambiar de chaqueta y dirigir a todos sus hombres contra el enemigo. Vas a decir que su traición dejará un gran vacío en medio de las defensas del duque. Un agujero que, seguramente, no podrá cerrarse.</p> <p>Will se sorprendió ante las palabras de Gwydion.</p> <p>—Pues… Sí.</p> <p>Gwydion se echó a reír.</p> <p>—Oh, Willand… perdóname. Era la única manera.</p> <p>Advirtieron un ruido procedente del exterior. El sonido de muchos pies atravesando el ala interna del castillo. Sonaron unas trompetas, y se oyeron gritos y el traqueteo de cascos de caballo sobre los adoquines. Al parecer, un gran número de hombres estaba entrando en el castillo.</p> <p>—¿Qué es eso? —preguntó Will con nerviosismo.</p> <p>—No temas, Willand, son los hombres leales al duque. —Gwydion hablaba con tanta serenidad que a Will le pareció inadecuada debido a la gravedad del momento.</p> <p>—Pero…</p> <p>El hechicero miró hacia el patio exterior.</p> <p>—La traición de Lord Strange le ha causado un leve temor. Gort ya ha recomendado a Richard que se vaya y espere a que lleguen tiempos mejores. Creo que eso es lo que va a hacer.</p> <p>Will observó a la piedra, que se movía y rezumaba sangre de un modo patético.</p> <p>—Gwydion, ni siquiera has empezado a drenar la piedra. Has estado aquí varias horas y, aparte de urdir algunos hechizos de camuflaje, no has hecho nada. —Will asió al hechicero por el hombro, y se mostró preocupado—. ¿Qué te ocurre? ¿Has perdido la cabeza?</p> <p>Gwydion no apartó la vista de la ventana.</p> <p>—Están corriendo como hormigas. No te preocupes, déjame hacer a mí. Ve a ocuparte de tu familia.</p> <p>Will dudó por unos instantes. La calma poco natural de Gwydion le resultó inquietante, aunque luego se fijó en la repelente piedra y tomó una decisión.</p> <p>—No, Gwydion, no me voy a marchar. No hasta que obtenga una respuesta. En menos de una hora será de noche. Si no intentas drenar la piedra, tendré que hacerlo yo.</p> <p>Gwydion se encogió de hombros y añadió:</p> <p>—Eres un hombre de bien, Willand. Pero en cuestiones de engaños y apariencias, la amabilidad suele delatar una falta de visión. No drené la piedra porque mi plan dependía de ello.</p> <p>—¿Qué plan? —A Will se le pusieron los pelos de punta.</p> <p>—Un mal contra otro, ¿lo entiendes? He ofrecido una salida fácil. Y conservo la piedra para utilizar a Lord Strange.</p> <p>Will no entendía nada.</p> <p>—¿Qué has hecho?</p> <p>—No pude detenerlo, de modo que en vez de intentar drenar la piedra, dejé que agotara todo su poder, al menos el tiempo suficiente para que Lord Strange cayera bajo su influencia.</p> <p>Will extendió las manos en un gesto de súplica.</p> <p>—Pero, ¿por qué? Sin duda alguna, ésa es la intención de la piedra. La has ayudado a hacer lo que quiere hacer.</p> <p>—Efectivamente. Pero, esta vez, lo que quiere corre a nuestro favor. La traición de Lord Strange ha hecho del todo imposible que Richard permanezca aquí defendiendo a Ludford. Atiende al verso que la Piedra del Horror nos facilitó:</p> <div id="poem"a> Junto al vado de Lugh y la esbelta torre,<br> Por sus palabras, un rey falso<br> Causará la retirada de su enemigo más allá de las aguas,<br> Y el Señor del Oeste regresará a casa.<br> </poema> <p>—¡Y así ha sido! ¡Escucha esos pies que corren! Este castillo caerá no después de una batalla, sino después de una negociación. La palabra de un falso rey, el rey Hal, llevará al Señor del Oeste a surcar los mares hasta la Isla Bendita.</p> <p>—¿Te refieres a que has retrasado el drenaje para asegurar que la profecía se haga realidad? —preguntó Will a gritos—. Sin duda, eso va en contra de todas las leyes de la magia. Si eso es lo que has hecho, ¡estamos perdidos!</p> <p>—¿Nosotros? —se extrañó Gwydion—. ¿Cuántas veces debo decirte que nuestro objetivo no es la victoria de ninguna de las partes de este sucio conflicto?</p> <p>—¡Ya lo sé! ¡Estamos luchando por la paz!</p> <p>—Oh, es mucho más que la paz. Es la victoria del mejor de todos los futuros posibles para el mundo. Ahora dime, ¿cuál de mis acciones contradice las leyes? Al parecer, me juzgas con demasiada severidad.</p> <p>Era imposible discutir con el hechicero.</p> <p>—No parece que estemos ganando el mejor de todos los futuros posibles, Gwydion. Creo que estamos desechando una oportunidad, sacrificando y destruyendo todos nuestros planes. Gwydion, ¿qué te ha pasado?</p> <p>Will extendió una mano, pero el hechicero se alejó de él.</p> <p>—Tus instintos son meritorios, Willand, pero ten cuidado. La piedra está viva y todavía puede interferir en tu mente y espíritu. Te falta mucho por aprender de quienes se mueven lentamente, porque los hombres sabios saben que más prisa rara vez significa más velocidad. Reflexiona, si lo deseas, sobre el significado de la segunda lectura del verso:</p> <div id="poem"a> Lord Lugh obtendrá el triunfo,<br> En el cruce del río que fluye por el oeste,<br> la palabra de un enemigo<br> Lleva la marea alta y es falsa.<br> Entre tanto, en casa, el rey observa desde su torre.<br> </poema> <p>—Todo ello se ha hecho realidad y sin ayuda por mi parte. El futuro desconocido contra el que hemos luchado era éste: en el cruce occidental, el cruce del río Ludford, llegan noticias de un enemigo, que es la traición de Lord Strange. No se refiere a una subida del agua, sino al pozo de este castillo. En casa, el rey en su torre observa toda la situación: no el rey Hal, sino Richard. ¡Richard! ¿Lo entiendes? Richard, sentado aquí en el castillo de Ludford, deliberando sobre lo que debe hacerse. Al final todo está claro: no habrá victoria para Richard ni para Hal. Por tanto, me ha parecido sensato utilizar estas piedras en su propio terreno. Ahora vete, Willand, que tengo trabajo. Tanto si te gusta como si no, debes dejarme con esta disipada piedra. Vete, ¡o <i>no</i> podrás conservar tu cordura!</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>El hechicero empezó a drenar la piedra durante la última hora antes de que saliera la luna. Murió encogiéndose en charcos de agua, mientras Will se hundía más profundo en la fiebre mental que había conseguido mantener a raya durante bastante tiempo.</p> <p>La locura fue una pesadilla. Esta vez, Willow no podía ayudarle, y se hundió en una implacable desesperación. Empezó a gritar y a contorsionarse por el ala interna del castillo. Nadie se atrevía a acercarse a él, porque los lugareños de Ludford creían que ver a un lunático el día de luna llena supondría perder la razón.</p> <p>En realidad, los hombres de la finca del duque ya tenían bastantes problemas por sí solos. Gracias a algún breve descanso de sus pesadillas, Will vislumbró a Lady Cicely y a su séquito colocándose detrás de una fila de guardaespaldas. Al parecer, corrían para salvar sus vidas. Y allí, Edmund, el segundo hijo del duque, ataviado con una oscura armadura, cojeaba y se esforzaba por mantener levantado un brazo herido. Le escupió a Will en la cara, luego le zarandeó brevemente por los hombros, pronunció unas palabras ininteligibles y desapareció… como el humo.</p> <p>Nadie había venido a salvarle. Vio numerosos petos de armaduras y protectores de cabeza tachonados, así como recias fustas desenfundadas. Cada una era transportada por grupos de ocho hombres, como si fueran unas enormes arañas negras. Edmund lucía acero negro y no paraba de gritar por toda el ala interna del castillo, aunque también le salía espuma por la boca. Los oficiales del duque gritaban advertencias, pero Will hizo caso omiso de ellas, como si fuera una bestia incontrolada.</p> <p>Mientras el tesoro de Ludford era transportado a unos carros, los pensamientos de Will parecieron desintegrarse. Unos rayos de luz de luna iluminaban la muralla del castillo. Los hombres corrían en la oscuridad, llevándose todas las pertenencias posibles de los aposentos del duque Richard. Will se acordó de una voz del pasado. Empezó a sudar y, agachado en su esquina, abrazando la fría piedra de la muralla, se sintió derrotado por las emanaciones. El tiempo que duró toda esa violencia y agonía, lo único en lo que pudo pensar era en la belleza y la bondad del rostro de Willow.</p> <p>Cuando, finalmente, el ala interna del castillo quedó vacía, reinó la tranquilidad por unos instantes, aunque después se vio interrumpida. Al principio sólo se vislumbró una forma, luego algo enorme estalló en el cielo. Un monstruo de alas carmesíes que volaba sobre el castillo y colmaba el cielo. Pero no ocurría de verdad. ¿Cómo podía ser posible? Will empezó a gritar de forma incontrolada, unos gritos que parecían pronunciar sus nombres.</p> <p>—¡Es la locura! —gritó Will—. ¡No es más que un terror que surge de las profundidades de mi mente!</p> <p>Will lanzó varios puñetazos al aire, pero el monstruo se acercó y, esta vez, voló más bajo.</p> <p>—¡No es posible! ¡No existen los dragones! ¡Aquí no! ¡No en el Reino!</p> <p>Will observó horrorizado cómo la bestia se acercaba a él. El dragón extendió una de sus garras para hacerse con uno de los varios carros que estaban unidos entre sí. Will sintió el peso de sus alas en el rostro mientras alzaba de nuevo el vuelo y lanzaba el carro contra la muralla. Luego se alejó mientras el caballo del carro pataleaba desesperadamente. Will advirtió que en el lomo del caballo había un hombre vestido con malla y largas espuelas sobre las escamas rojas del dragón. Montaba sobre las alas de la bestia, sentado en una silla dorada colocada en la base del largo cuello, donde la cabeza que no paraba de moverse y los perturbadores dientes del animal no podían alcanzarle.</p> <p>Hundido en su locura, los ojos de Will se cerraron. Quiso ocultar su rostro, luego se obligó a fijarse en el patio vacío, intentando creer que lo que había visto no era más que un conjuro de la Piedra de la Sangre. Parecía real, pero también Edmund lo parecía.</p> <p>Después, la cabeza de uno de los carros se precipitó contra una explanada que había junto a Will y le manchó de sangre. Extendió los brazos en un gesto de horror, diciéndose a sí mismo que seguramente habría catapultas al otro lado de la muralla. Luego, escuchó el sonido de la rotura de huesos y de las partes internas del caballo cuando el animal impactó contra el suelo. Las entrañas del animal tiñeron las piedras que había junto a Will. Vio cómo un ojo le observaba. Los labios llenos de espuma revelaban los dientes amarillos del caballo. Después, empezó a salir sangre del hocico y resbaló por los adoquines hasta llegar a los pies de Will.</p> <p>Observó por unos instantes cómo la sangre se acercaba a él, y cuando se dio la vuelta para averiguar de dónde procedía, vio que Willow y Bethe yacían en el suelo.</p> <p>Echó a correr gritando en plena noche, pero entonces algo golpeó su cabeza con enorme fuerza y cayó al suelo. Se sentía destrozado e incapaz de soportar el dolor. El mundo se convirtió en una roja neblina, y luego se cernió un negro vacío que le engulló por completo.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 24</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Carne nueva</p> <p style="margin-top:5%">Debería haberte atado.</p> <p>La voz de Gort era algo a lo que agarrarse mientras la mente de Will trataba de salir de las tinieblas.</p> <p>—¡Toma, bebe esto!</p> <p>Will bebió un sorbo del líquido amargo que le ofrecía Gort y se desabrochó la camisa de un manotazo. Después, ayudándose de la fuerza de tres hombres, se levantó, tiró al suelo al sanador y empezó a marcharse tambaleándose.</p> <p>—¡Detenle! —gritó Gort—. ¡Que alguien le detenga!</p> <p>Pero nadie lo detuvo. Recordó que el castillo había estado lleno de hombres aterrorizados, pero se habían marchado. Anduvo a tientas hasta el ala interior del castillo. En las proximidades de la Casa Redonda, algunos hombres intentaban sacar algo de un carro. El suelo estaba lleno de objetos valiosos abandonados a toda prisa: montones de telas, petos de armadura rotos, sacos de cereales y barriles de vino. Las murallas parecían arder, aunque las antorchas no contenían fuego alguno.</p> <p>Will se arrodilló golpeando fuertemente el suelo. Oyó el sonido de unos pies que corrían.</p> <p>—¡Perdido! ¡Perdido! ¡Se ha perdido todo! —gritó un hombre—. ¡Corre! ¡Sal de ahí si es que puedes! ¡Se acerca el enemigo!</p> <p>—¡Cobardes! —gritó Will ante la puerta vacía—. ¡La bestia ha matado a mi esposa e hija!</p> <p>Will se levantó, furioso y resuelto a luchar contra el dragón hasta matarlo. Pero, ¿dónde estaba? Por encima de su cabeza, la luna alcanzaba casi su plenitud. Dio una patada a los restos del carro y volvió al ala interna, atraído por los temibles sonidos que emanaban de la cervecería. Los gemidos y los fuertes sonidos secos resonaban contra la muralla mientras la piedra participaba en la batalla.</p> <p>—<i>Agh lasadha an tsolais..</i>. —La voz de Gwydion se elevó tímidamente sobre el clamor mientras bailaba sus últimos atisbos de despecho ante la implacable piedra. Una luz roja burbujeaba por la ventana y una sombra enorme parecía cubrir a Gwydion, que se había agachado. Incluso en medio de esa locura, los sentidos de Will le informaron de que la piedra estaba preparada para imponer su voluntad sobre su torturador.</p> <p>Alrededor del cuello de Will, el talismán del salmón brillaba con un verde tan intenso que apenas resaltaban los ojos. Will abrió la puerta de par en par y apartó a Gwydion de su camino. Una enorme oleada de vileza pareció impactar contra su rostro, le golpeó como una llama que surgiera de uno de las máquinas de guerra de Lord Warrewyk, pero Will decidió dirigirse valientemente hacia la piedra hasta colocar sus manos extendidas contra la superficie palpitante de la piedra.</p> <p>—¡Mi esposa! ¡Mi hija! —gritó porque sólo veía sus cadáveres—. ¡Devuélvemelas!</p> <p>Arrancó el talismán de su cuello y, en el preciso instante del syzygy, lo hundió en un lado de la piedra hincando hondo los dedos. Luego gritó de alegría mientras arrancaba el corazón palpitante de la piedra.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>La Piedra de la Sangre empezó a moverse descontroladamente, a gritar y a rugir. Sin embargo, en las manos de Will, el corazón de la piedra estaba muerto y era frío: la piedra de batalla había dejado de existir. Aun así, la matanza se había cobrado un alto precio. Will no supo cuánto tiempo pasó antes de que volviera a ver el mundo. Sólo oía voces como si navegaran en un mar de sonidos.</p> <p>—¡Rápido! —instó Gwydion mientras levantaba a Will del suelo cubierto de sangre—. ¡Vienen los soldados!</p> <p>Unas manos se esforzaban por levantarle. El joven se tambaleaba porque no lograba mantenerse en pie. Aunque ese terrible momento ya había pasado, Will parecía seguir aferrado a un persistente dolor.</p> <p>—¡Levántate!</p> <p>Gort arrojó un cubo de agua de lluvia sobre Will. Juntos, el sanador y el hechicero levantaron al joven mientras la fría luz de la luna llena iluminaba las piedras del ala interior del castillo.</p> <p>—¡No ha desaparecido! —gritó como si estuviera borracho—. ¡La influencia sigue allí! ¡Puedo sentirla!</p> <p>—Eso no es posible —dijo Gwydion a Gort—. ¡Tranquilízale! Está siendo influenciado por la luna.</p> <p>—¡No! —volvió a gritar—. La piedra vive, ¡te lo aseguro! Puedo oírla. Puedo sentirla. ¡Los soldados siguen luchando!</p> <p>Gwydion asió la cabeza de su amigo.</p> <p>—Los soldados se han marchado. Escúchame, Willand. ¡La piedra de batalla ha muerto! Le has arrancado su corazón. La batalla ha acabado antes de empezar. El castillo ha caído.</p> <p>—¿Qué estás escuchando? —quiso saber Willow mientras miraba a su marido a los ojos—. ¿Es realmente la piedra? Oh, Will, ¡déjame ayudarte!</p> <p>Will notó cómo los ojos le daban vueltas mientras Willow le sostenía. Pero, ¡su mujer había muerto! ¡El dragón la había matado!</p> <p>—¿Willow? —El joven enfocó la vista. Su mujer le zarandeó.</p> <p>—Todo va bien, Will. Ahora estoy contigo.</p> <p>—¡Oh, Willow! Estás viva, ¡estás viva!</p> <p>—¿No puede hacer algo por él, sanador?</p> <p>—Aquí no.</p> <p>Gort y Gwydion levantaron al joven por ambos brazos, y Willow le cogió por los pies. Lo llevaron a las habitaciones de Gort y lo tumbaron en una cama. Willow cantó:</p> <div id="poem"a> ¿Cómo se puede saber<br> qué dolor o pesar<br> aflige tanto al corazón de un amigo?<br> </poema> <p>Gort colocó un trozo de raíz de brezo en la boca de Will.</p> <p>—¡Muérdelo! ¡Así! ¡Más fuerte! Ahora, mastícalo…, muy bien. —Cuando mordió, el sanador le acercó un líquido muy fuerte a los labios.</p> <p>Will se ahogó debido al desagradable gusto de la pócima, pero sus amigos lo echaron sobre la cama y sus músculos abandonaron su rigidez. Empezó a flotar dentro de su cuerpo.</p> <p>—Eso es —le tranquilizó Gort—. Muy bien. Esta noche te has portado bien. Habrías podido con todo y más, ¿verdad? Ahora, quédate aquí y déjalo todo en nuestras manos. Todo a nosotros…</p> <p>Gwydion pronunció unos hechizos, aunque a través de ellos pudo oír un temible retumbar. Resonaba por todo el castillo como si fueran las pisadas de un gigante, y temía que, de algún modo, el daño de la Piedra de la Sangre se hubiera manifestado. Luego, la gloriosa luna llena se retiró lentamente como si fuera una colina debajo de un ave marina que remontara el vuelo. Aturdido por la medicina, la mente de Will se elevaba por encima de su cuerpo. Su espíritu desapareció más allá de las paredes del ala interior, más allá del castillo y de la ciudad. Los sombríos terrenos escapaban a sus sentidos. La colina y el río, el bosque y el valle, resaltaban incoloros debido a la luz de luna más brillante que había visto en su vida. El ojo de su mente vio claramente las líneas: dos enormes líneas verdes, una más pálida que la otra, dos corrientes de poder terrenal confinadas por una antigua magia a discurrir en línea recta por el terreno. Se cruzaban en las trincheras cavadas por los hombres de Lord Strange.</p> <p>Su mente dispersa percibió oleadas de luz que discurrían por ambas líneas. Era muy fácil verlas. No le costó ningún esfuerzo, aunque antes había resultado imposible. Vio que una de las líneas atravesaba la mitad del castillo. Allí, brillaba como la luz del sol reflejada sobre el agua. Llenaba el ala interna y externa con un millón de motas de luz móvil. Pero las olas que discurrían por las líneas se iban desvaneciendo. El poder parecía retraerse hacia el sur o era atraído hacia una presencia que asomaba por el horizonte sur.</p> <p>Entonces se dio cuenta de que se había evitado un desastroso baño de sangre. La carga de Lord Strange contra su enemigo había debilitado irremediablemente la posición del duque Richard. Al principio, el duque y sus aliados se habían negado a marcharse. Pero luego, el ánimo guerrero del duque se había desmoronado. Reunió sus tropas desde las barricadas y las zanjas. Como sus planes habían sido destruidos, la fuerza principal del duque se deshizo, mientras un pequeño destacamento de convoyes y jinetes atravesaba caminos poco transitados hacia los bosques del oeste, en Cambray, donde las fuerzas de la reina no podrían seguirles con facilidad.</p> <p>¡Boom, boom!</p> <p>La mente de Will parecía dar vueltas y sumergirse como un ave nocturna sobre una tierra tan iluminada que parecía de día. Vio cómo Ludford se había rendido junto con su castillo. La gran hueste había cerrado filas en la ciudad y las puertas sin defensas estaban abiertas de par en par para dejar entrar al ejército de la reina. Al populacho, encantado, se le había prometido que podrían llevarse todo lo que encontraran a modo de sueldo. Los hombres saqueaban en vez de dedicarse a derrotar al enemigo.</p> <p>¡Boom, boom!</p> <p>Luego se oyó un ruido ensordecedor. Era una de las máquinas de guerra que apuntaba contra las puertas cerradas del castillo. Era un enorme tronco de roble montado sobre un marco de madera sujeto con cadenas, y dos equipos de hombres lo levantaban con unas cuerdas, después lo dejaron caer hasta que el impacto de la madera resonó en el aire.</p> <div id="poem"a> Cicuta, belladona, mandragora,<br> Devolvedle sus pensamientos…<br> </poema> <p>El canto de Gort permitió que la mente dispersa de Will volviera a la habitación. El momento crucial de la luna llena había pasado y, como ese poder menguó, Will pudo recobrar sus sentidos. Las ingeniosas estrellas del techo de Gort sustituyeron al cielo real cuando Will abrió los ojos.</p> <p>¡Boom, boom!</p> <p>—No podemos quedarnos aquí —oyó que decía Gwydion.</p> <p>El joven trató de sentarse, pero Willow le detuvo. Parecía estar a punto de llorar, y sólo una cosa podía colmar su rostro de tal angustia.</p> <p>—¿Dónde está Bethe? —preguntó Will mientras recobraba la conciencia.</p> <p>—Will… —contestó Willow con lágrimas en los ojos—. Se ha marchado.</p> <p>—¿Se ha marchado? —Will trató de asimilar la información.</p> <p>—¡Con la duquesa! Will, no pude evitarlo.</p> <p>—¿Por qué no te quedaste con ella? —quiso saber Will.</p> <p>—¡Basta! —ordenó Gort mientras apoyaba una mano sobre el pecho de su amigo—. Así no se hacen las cosas. No es culpa de nadie. Willow se aseguró de que Bethe estuviera a salvo con la duquesa antes de bajar a ayudarte, y mientras tanto…</p> <p>—Willow… —Will sintió que la agonía superaba a su marido.</p> <p>—Cuando te encontré, estabas totalmente ido. Y cuando regresé, la duquesa había desaparecido. Todo ocurrió muy deprisa. ¡Oh, Will!</p> <p>Will abrazó a su mujer mientras ésta sollozaba.</p> <p>—Willow, Willow. Lo siento. No ha sido culpa tuya.</p> <p>—La niña estará bien —contestó Gort—. Lady Cicely ha sido madre siete veces.</p> <p>—¿Cómo es posible que se la llevara? ¿Y si los soldados de la reina las han capturado?</p> <p>Gwydion se acercó al círculo que formaba la luz de la vela.</p> <p>—Ningún miembro del ejército de la reina se atreverá a seguir a Richard hacia el oeste. O si lo hacen, no llegarán muy lejos siguiendo los caminos de montaña, porque todavía queda mucha magia en la tierra de Cambray Allí no soportan a las personas que se adentran en esas colinas sin ser invitadas.</p> <p>¡Boom, boom!</p> <p>—Eso es un ariete —contestó Will.</p> <p>—Espero que Lord Warrewyk se llevara sus cañones —murmuró Gort—, así como sus barriles de polvo de brujo. Si esas máquinas de destrucción están dispuestas a apuntar contra nosotros, entonces este hermoso castillo se verá reducido a pedazos en medio día.</p> <p>Will se dirigió a Gwydion:</p> <p>—Vi un gran ejército que se retiraba hacia el sur. Pero había una línea de convoyes que se dirigía rápidamente hacia el oeste, en dirección a las montañas de Cambray.</p> <p>Gort asintió con la cabeza.</p> <p>—Los príncipes dejarán que Richard atraviese la costa, puesto que paga para mantener los barcos en más de un puerto. Actualmente, no sabe apostar por un solo caballo. Creo que se dirige a Caerwathen.</p> <p>Will acarició el cabello de su esposa.</p> <p>—¿Has escuchado eso? Nuestra hija atravesará los mares. Estará a salvo en la Isla Bendita. —Will levantó la mirada—. ¿Y Edward? ¿Qué ha sido de él?</p> <p>—Gran parte del ejército de Richard está con las huestes de Lord Warrewuk y de Lord Sarum. Se dirigen hacia el sur, y Edward los acompaña.</p> <p>—¿Adónde van?</p> <p>Gwydion se esforzó por hablar.</p> <p>—En mi opinión, se dirigen a Belstrand en la costa sur, porque allí les espera la flota que trajo a Lord Warrewyk por los Mares Angostos. Él, su padre y Edward tomarán el barco una vez más para dirigirse a la fortaleza portuaria de Callas. Fácilmente se harán con un ejército que intente saquear Ludford. ¿Veis ahora cómo el poder de Richard se ha dispersado, aunque no se haya venido abajo? Es el mejor resultado posible. ¡Hemos completado un día de trabajo satisfactorio! ¡Muy satisfactorio!</p> <p>—Me encantaría verlo de este modo. —Will entornó los ojos ante el entusiasmo del hechicero—. ¿Qué hay de lo que queda de la Piedra de la Sangre?</p> <p>—Hice lo único que me fue posible para que no la tuviera.</p> <p>—¿Arrojaste los restos al pozo?</p> <p>—Efectivamente. No sé qué ventajas supondrá esa piedra drenada, pero sin duda le será beneficiosa. Quizá le dé la cerveza tan buena que Edwold espera, y convertirá Ludford en un lugar famoso por su bebida.</p> <p>—¿Y qué ha sido de la otra piedra drenada?</p> <p>—Los hombres de Richard se han llevado los restos de la Piedra del Horror. —Gwydion esbozó un gesto de desprecio—. Es una cuestión insignificante, porque yo diría que en principio es correcto que todas las piedras de batalla, estén drenadas o no, regresen a su lugar de origen. Lo que me preocupa es que Richard no abuse de ese regalo que se ha llevado.</p> <p>¡Boom, boom!</p> <p>Unos gritos ensordecedores y los golpes de la madera contra la puerta de metal ahogaron las palabras de Gwydion.</p> <p>Willow interrumpió la conversación.</p> <p>—¡Huele a quemado!</p> <p>—Debemos ver cómo ha quedado la tierra —indicó el hechicero.</p> <p>Siguieron al hechicero mientras éste se acercaba a la muralla que quedaba cerca del puesto de vigilancia interior, y vieron que la parte exterior estaba en ruinas. El lugar estaba misteriosamente desierto y su paisaje era devastador. Un caballo solitario y desensillado galopaba formando círculos; levantó las orejas y su hocico parecía encendido. Gran parte de los objetos del castillo había sido destrozada, los carros estaban volcados y los cadáveres de hombres y animales cubrían el suelo.</p> <p>Más allá de la penumbra, el cielo estaba teñido de rojo y el estruendo era aterrador. Will miró hacia el cielo, recordando el dragón de sus pesadillas que había atormentado su mente asolada por la fiebre. Le parecía muy real. Will tembló y se tapó los ojos para protegerlos del destello de las llamas. Más allá de las paredes del castillo, la ciudad estaba siendo arrasada por los hombres de la reina. Muchas casas estaban ardiendo y se oían gritos. Era como si Maskull hubiera urdido un hechizo sobre los soldados de la reina. Además, muchos lugareños que no corrían rápido acabarían por morir esa misma noche, y Will oyó sus gritos de desesperación. Su señor les había abandonado, y muchos se precipitarían hacia las garras de los Invidentes, porque el claustro de su congregación era el único edificio que permanecía inviolable.</p> <p>El enorme castillo era un lugar particularmente poco seguro. Sin los guardias que se encargaban de proteger las murallas, las puertas y las torres, no aguantarían ni una hora. Will sabía que entre los hombres de la reina, algunos estaban más interesados en hacerse con un botín más valioso que el que ofrecía la ciudad.</p> <p>¡Boom, boom!</p> <p>Will se giró ante el sonido de un ariete. Los guardas habrían asegurado la entrada antes de desaparecer entre la muralla. Eso habría concedido a los hombres del duque más tiempo para escapar. Se oyeron golpes contra el hierro y la caída de varias tejas de pizarra. Will vio las puntas de un gancho que intentaba sujetarse con una cuerda a la pared. Al final, el gancho encontró un hueco entre la piedra y la cuerda se tensó. Entonces, otros ganchos de hierro atravesaron la pared, como si fueran arañas antes de hincar el diente.</p> <p>—¡Ganchos! —gritó Gort—. ¡Están subiendo por la muralla!</p> <p>—Debemos irnos —ordenó Gwydion como si quisiera contestar a la última carga metálica del ariete. Guió a sus amigos hacia la escalera de caracol que conducía al ala interna del castillo.</p> <p>—¿Saldremos de esta con vida? —preguntó Willow con su rostro sucio alzado—. ¿Y si nos salvamos, adonde iremos?</p> <p>Will no pudo darle ninguna respuesta concreta. Dejó que Gwydion los condujera hasta más allá de la Casa Redonda, y luego hacia las cocinas. Allí, cogieron tres barras de pan y llenaron una jarra de arcilla con agua.</p> <p>—Debo ir a Trinovant —anunció el hechicero.</p> <p>—¿Y nosotros?</p> <p>El hechicero entregó la jarra de agua a Will y le indicó que se dirigieran al ala interna del edificio.</p> <p>—Debo encontrar el modo de resolver el verso que señala el camino hacia la próxima piedra.</p> <p>Gwydion lo pronunció en lengua verdadera.</p> <div id="poem"a>Faic dama nallaid far askaine de,<br> Righ rofhir e ansambith athan?<br> Coise fodecht e na iarrair rathod,<br> Do-Jhaicsennech muigfinan a bran.<br> </poema> <p>—¿Qué significa? —preguntó Willow, sorprendida por la pronunciación de las palabras.</p> <p>—Su significado es una cuestión que requiere una gran reflexión. —Gwydion se fijó en las murallas donde ya empezaban a asomar algunas figuras oscuras—. Sin duda, necesita más tiempo del que ahora nos podemos permitir.</p> <p>Gort añadió:</p> <p>—¡Maestro Gwydion! Creo que esas puertas del interior podrían contener durante un rato a los soldados de la reina, pero deberíamos darnos prisa. ¡Seguidme! Hay un sendero secreto que conduce hasta el río.</p> <p>—¡Deteneos! —ordenó Gwydion mientras les indicaba que tomaran otra dirección.</p> <p>—Sanador, tú y yo nos iremos juntos. Lo haremos tomando una ruta que nadie más pueda seguir. Pero Will y Willow deben quedarse entre esas paredes.</p> <p>Will se detuvo y miró al hechicero.</p> <p>—¿He oído bien?</p> <p>Willow asió la ropa del hechicero.</p> <p>—¿Dónde nos podemos esconder? ¡Buscarán en todas partes!</p> <p>—Bueno, es mejor no esconderse —sentenció Gwydion mientras le entregaba el pan—. Lo que se esconde siempre se acaba encontrando. Toma el pan, porque pronto lo agradecerás.</p> <p>Gort miraba con nerviosismo hacia la puerta interior, ya que estaba convencido de que pronto sería blanco de un ataque.</p> <p>—Maestro Gwydion, los que ahora golpean la puerta desde fuera también pueden trepar por estas paredes. Matarán a cualquiera que encuentren aquí. ¿Quiere que Will se defienda sólo con la magia?</p> <p>—No será necesario. De hecho, bajo ningún concepto debe recurrir a la magia.</p> <p>—Yo me quedaré —decidió Will mientras asía la manga del hechicero—, pero sólo si te llevas a Willow.</p> <p>—¡No, Will! —gritó Willow—. ¡No me iré sin ti!</p> <p>Gwydion posó una mano sobre el hombro de la joven, en un intento de tranquilizarla.</p> <p>—El plan que he ideado es bastante sencillo, y más seguro que cualquier otro.</p> <p>El hechicero los condujo hasta el sótano situado debajo de la caseta de guardia. Gwydion encendió una tenue luz y vieron varias despensas arrasadas por los criados de la casa del duque. También estaba la celda en la que Lord Dudlea pasaba las noches. Ahora estaba vacía, el frío suelo de piedra estaba cubierto de paja sucia. Había unas cadenas herrumbrosas que colgaban de las paredes así como una gruesa puerta de hierro con una pequeña ventana de barrotes. Will se acordó de cómo en ese mismo lugar, años atrás, oyó el llanto de un bebé, aunque no vio a ningún niño. Ahora, sin Bethe y el dolor que les había causado su partida, se sorprendió de que sus apuros le afectaran tanto antes de conocer la desaparición de su hija.</p> <p>—¿Debemos entrar ahí? —quiso saber Willow. Sus labios resplandecían con una fantasmagórica luz azul mágica.</p> <p>—Es preciso —le indicó Gwydion mientras conducía a la pareja hacia e1 interior del sótano—. No matarán a unos de los suyos.</p> <p>—Me estás tomando el pelo —contestó Will. El joven dejó la jarra en el suelo y miró al hechicero con inquietante estupefacción—, porque no le veo la gracia.</p> <p>—No es un chiste.</p> <p>—¿Cómo nos puedes dejar aquí como si fuéramos cautivos? ¿Qué hay de la negociación? La mitad de la hueste del rey me conoce de vista. Sin duda alguna, Lord Strange sabe quién soy. Un corte de pelo y una muda nueva no nos serán de gran ayuda en este lugar.</p> <p>Gwydion abrió las piernas, se llevó las manos a las sienes y murmuró unas palabras. Empezó a bailar y a girar entre la paja que había en el suelo. Las palabras resonaban hondo en su garganta, palabras que no se pronunciaban en lengua verdadera, ni en ninguna otra lengua que Will hubiera escuchado antes a Gwydion. Se apartó del hechizo mágico de su amigo, sintió que algo seco le rozaba la cara, como si fueran unos polvos, una pimienta que le alcanzó los ojos. Luego, por poco, un fulgor cegador derribó a la pareja y les dejó en la más completa oscuridad, salvo por los colores que veían en su mente.</p> <p>—Lord Strange puede conocer tu aspecto, Willand, ¡pero ignora el de Maceugh!</p> <p>—¿El… qué?</p> <p>Will habló en una voz que le resultó extraña mientras el hechicero volvía a encender la luz mágica.</p> <p>—Cuando la magia te infunda por completo, empezarás a comprender en quién te has convertido.</p> <p>Willow dejó caer las barras de pan, y cuando Will se volvió hacia ella, se sorprendió al ver un rostro distinto.</p> <p>—¿Qué nos ha pasado? —preguntó visiblemente tembloroso—. ¿Qué has hecho?</p> <p>Willow acercó una mano harinosa hacia la mejilla de su marido.</p> <p>—¡Oh, Will, mira tu rostro!</p> <p>—No os asustéis —recomendó Gwydion—. No estáis simplemente vestidos como un señor y una señora de la Isla Bendita, sino que estáis revestidos con una nueva piel. No es una ilusión. He utilizado una magia antigua que bien servirá a nuestro propósito. Es una transformación que incluso engañará a Maskull. Es una de mis mejores habilidades.</p> <p>—¿A qué propósito te refieres? —se quejó Will mientras observaba sus extrañas manos y a la desconocida que era su mujer—. ¿Qué propósito?</p> <p>El ruido ensordecedor de los cañones y los golpes de la madera sirvieron de respuesta. Gwydion llevó a su amigo por el hombro.</p> <p>—No me culpes a mí, Willand. Lo he hecho para salvar vuestras vidas. Debo hacer uso de mis ojos y mis oídos en este momento tan crucial. Tú serás embajador. Busca a Morann, porque él sabrá qué hacer.</p> <p>—¡No! ¡Gwydion! ¡No vuelvas a gastarme esa broma! ¡No puedes dejarnos aquí!</p> <p>Pero Gwydion ya se había alejado de la celda y procedía a echar el cerrojo que definitivamente los encerraba. Su rostro apareció en la pequeña ventana de barrotes.</p> <p>—Lamento no poder quedarme contigo ni un minuto más, pero Gort me necesita y no tengo tiempo que perder. Procura no utilizar tu magia mientras estés disfrazado de Maceugh. Cualquier hechizo, por muy trivial que parezca, pondría tu vida en peligro y atraerías a tus enemigos.</p> <p>El rostro del hechicero desapareció.</p> <p>—¡No podemos hacernos pasar por gente de la Isla Bendita! —gritó Will. Extendió, en vano, un brazo a través de los barrotes. Pero sus palabras le delataron, puesto que fueron pronunciadas con un acento de otra orilla.</p> <p>—No me busques, Willand. Te prometo que vendré a buscarte antes de que la primavera dé paso al verano. Hasta que nos volvamos a ver, ¡ten cuidado!</p> <p>La tenue luz azul se desvaneció y la estancia se convirtió en un espacio oscuro iluminado únicamente por una luz roja y constante. Will retiró el brazo y se sentó.</p> <p>—<i>Deoheir gathe, ar Saille</i> —dijo al final, sorprendido por hablar el idioma de la Isla. Se sentía muy cómodo con esa lengua y, en cierto modo, le resultó muy parecida a la lengua verdadera, sólo que bastante más sencilla.</p> <p>—<i>Deohshen muiré gath, ar Gillan</i> —contestó Willow devolviéndole el saludo. Luego, preguntó—: <i>Ceornaise teuh teone</i>?</p> <p>—¡Haces bien en preguntarme! ¡En realidad, estoy tan enfadado que podría escupir sangre! —Will se llevó una mano a la barbilla y le disgustó descubrir que le había salido una pequeña barba perfectamente recortada—. Él habla de lograr el mejor de todos los futuros posibles, pero me ha arrebatado a mi hija y me ha convertido en un desconocido para mi esposa y para mí. Por si fuera poco, nos ha dejado encerrados en un oscuro sótano con el enemigo a punto de echar la puerta abajo. Oh, Gwydion, ¿cómo te das en llamar amigo? ¿Cómo nos has podido hacer esto?</p> <h3><p>CUARTA PARTE</p></h3> <p></p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">«CAMBIA LA SUERTE»</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 25</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">El anillo de Turloch</p> <p style="margin-top:5%">De todos los nobles que rodeaban al rey, Henry de Bowforde, el duque de Mells, era el más poderoso y peligroso. El antiguo duque de Mells, Edgar, había muerto en la batalla de Verlamion, después de que su hijo, Henry, hubiera heredado tanto el ducado como el favor especial de la reina. Y ahora, le había concedido una audiencia a Will.</p> <p>—Debemos ser muy cuidadosos con el duque Henry —murmuró Will a su esposa mientras esperaban en su celdas a ser entrevistados para salvar sus vidas—. No es idiota. Me reconoció en una ocasión, justo en el preciso instante en que arrancaba la batalla de Verlamion. En esa época por poco acaba conmigo, aunque yo diría que verme en ese momento le separó de su padre y probablemente le salvó la vida. Sin embargo, dudo de que considere la experiencia de este modo.</p> <p>Willow cogió la mano de su esposo.</p> <p>—Ten confianza. Si los disfraces mágicos de Gwydion son lo suficientemente fuertes como para enfrentarse a Maskull, también engañarán a Henry de Bowforde.</p> <p>Will entrelazó sus dedos con los de su mujer.</p> <p>—Ojalá la magia fuera tan fiable como tú supones. Estoy harto de permanecer sentado en esta celda asquerosa. Mataré a Gwydion cuando vuelva a verle.</p> <p>—Oh, no digas esas cosas, Will. Este es un sitio incómodo, pero podría ser peor, y Morann me aseguró que Gwydion es muy hábil para encontrar soluciones.</p> <p>—Eso también me lo dijo a mí.</p> <p>Will suspiró, deseando disponer de más agua de la que en realidad tenían. Hacía tres días que estaban en el sótano, encerrados mientras los saqueos y los asaltos tenían lugar por todo el castillo. Desde que unos soldados borrachos los descubrieran y Will escondiera a su mujer para que ellos no la vieran, habían sobrevivido a base de una dieta de pan rancio y agua de cisterna. Al día siguiente, Will gritó enfadado hacia la puerta de la celda a los soldados que se acercaban. Después de ser descubiertos, siguieron esperando mientras las tropas trataban otras cuestiones más importantes.</p> <p>Will miró a Willow entre la tenue luz matinal que se filtraba en la celda. Ella estaba irreconocible. El cambio era sorprendente: había crecido, sus labios eran más carnosos, sus mejillas más prominentes y tenía una mata de pelo castaño y rizado.</p> <p>Cuando Willow se dio cuenta de que él le estaba haciendo un repaso de arriba abajo, ella le devolvió la mirada con sus ojos verdes y penetrantes, y comentó:</p> <p>—No sé si me voy a acostumbrar al aspecto que tienes.</p> <p>—¿Qué te resulta raro? —preguntó Will.</p> <p>—Ese pelo rojizo y la barba…, una nariz recta y unos ojos profundos de color oliva. ¡Pareces un zorro!</p> <p>—¿Un zorro?</p> <p>—Eres demasiado guapo para ser mi Willand.</p> <p>—Vaya, eres muy considerada —sonrió él entre dientes—. Yo diría que no estás tan mal en comparación con lo que eres. Si no estuviera tan enfadado, le agradecería a Gwydion mi nuevo aspecto.</p> <p>Su camisa <i>leine</i> estaba teñida de un amarillo azafrán pálido, y el resto de las prendas era de la misma lana burda marrón y negra del vestido de Willow, sujeto por un <i>delch</i> de plata, un broche que llevaba una brillante piedra marrón. Will sabía, aunque desconocía cómo lo sabía, que era un tipo de atuendo que seguía el patrón del clan Maceugh. El broche indicaba que era el líder del clan. Él era el hombre conocido simplemente como «el Maceugh».</p> <p>Oyeron el sonido de unos pasos que se acercaban. Esta vez, eran decididos y disciplinados. También percibieron el tintineo de un cerrojo oxidado y rígido que se abría. Will se levantó cuando los soldados entraron en la celda, y de inmediato él y Willow fueron conducidos hasta la intensa luz matinal por unos hombres que lucían librea azul y blanca.</p> <p>Se alejaron de la torre y atravesaron con sus fardos el ala interior del castillo. La luz hirió los ojos de Will, aunque se esforzó por asimilar todas las imágenes que veía. Una fina voluta de humo salía de la chimenea de la panadería. El castillo estaba en orden, dando a entender que los nobles habían asumido su control una vez más. Will sabía lo que les esperaba. Desde hacía un día, el mecanismo que activaba las campanas del castillo había empezado a sonar de nuevo. Las campanas repicaban, y Will contó los golpes. Eran las doce del mediodía. El emblema que lucía el peto del escolta era la puerta plateada de reja: el emblema del ducado de Mells.</p> <p>Mientras esperaban acompañados de los guardias, Will observó las filas de soldados que iban de un lado para otro. Gort temía que los cañones de Lord Warrewyk se utilizaran para destruir el castillo, pero por el momento esos temores carecían de fundamento, por lo cual Will empezó a sospechar que el Castillo de Ludford había sido traspasado. Si era así, todavía quedaban muchos objetos por recoger.</p> <p>Will pensó en la inminente entrevista y se preguntó cuál sería el mejor enfoque. Willow tuvo cogida la mano de su marido durante buena parte de la larga espera. Cuando las campanas marcaron las dos de la tarde, se acercaron varias decenas de hombres armados ataviados <i>con</i> cascos negros y chaquetas blancas y azules con tachuelas, y se colocaron cerca de la Casa Redonda. De ella salió una procesión de nobles que fue acompañada por los guardias hasta las puertas del gran salón. Entre ellos estaba el duque Henry. Al rato, el guardia de Will le ordenó que le siguiera.</p> <p>El centinela indicó que Willow se quedara fuera, de modo que Will se marchó caminando solo y con dignidad a pesar de que era consciente de que iba despeinado y desaseado. El gran salón estaba medio vacío, aunque olía como siempre, a esa extraña mezcla de hedor a comida pasada, humo de madera y cera de abeja. La luz otoñal se filtraba por los altos ventanales y proyectaba unas manchas de color en forma de diamante sobre las tablas de madera del suelo. Las mesas de un lateral habían sido colocadas contra la pared, de manera que los enormes tapices sólo se veían parcialmente. Faltaban muchas cosas, pero también se habían congregado numerosos objetos procedentes de otras partes del castillo para ser retirados.</p> <p>Varias decenas de hombres estaban sentadas junto a la elevada mesa; entre ellos, algunos escribas revolviendo pergaminos y papeles. Henry de Bowforde se había sentado en la silla preferida del duque Richard. Sus ojos se movían rápidamente de izquierda a derecha por los documentos como si fuera una lengua viperina. La nariz de Henry era larga, sonreía muy poco y siempre estaba pálido. Tenía veintiún años de edad y vestía un traje azul con armilla y un sombrero azul que ocultaba gran parte de su cabellera morena y lacia. Su cogote estaba afeitado de oreja a oreja siguiendo la moda señorial, y la armadura bruñida que había llevado para la negociación había desaparecido. Henry parecía más el asistente de un gobernador que un soldado, salvo por dos cadenas esmaltadas en dorado que tintineaban contra su peto de terciopelo. Tenía por costumbre juguetear con su puñal, y en ese momento le estaba dando vueltas con sus dedos enguantados.</p> <p>Uno de los escribas, vestido de verde, hablaba pausadamente junto al duque, aunque el tono áspero de su voz llegó a oídos de Will.</p> <p>—El cautivo dice haber viajado con una expedición desde la Isla Bendita, su señoría. También asegura que ha sido detenido ilegalmente por el duque de Ebor, que lo encarceló. Nuestros hombres lo descubrieron junto a una mujer, quien al parecer es su esposa. Ambos estaban encerrados en el sótano.</p> <p>—¿Encerrados, dice?</p> <p>—Efectivamente, su señoría.</p> <p>Henry miró a Will y escudriñó con desaprobación la desconocida ropa del joven.</p> <p>—¿Quién es usted, mi buen hombre?</p> <p>—Sea quien sea, no soy su buen hombre —contestó Will sorprendido de su afrenta y de las palabras pronunciadas con un fuerte acento. Se sacudió un trozo de paja de su abrigo, y añadió—: En cuanto al nombre por el que me conocen mis amigos, diré que soy Maceugh, el señor de Eochaidhan.</p> <p>—¿El tipo sucio de qué…? —repitió Henry. Su voz era suave pero al mismo tiempo peligrosa. Esbozó una tenue sonrisa burlona que, acto seguido, se desvaneció—. Menudo trabalenguas.</p> <p>Will no contestó; prefirió permanecer inmóvil mientras continuaba el intimidador silencio.</p> <p>—¿Y tú… quién eres tú?</p> <p>Will tuvo la sensación de que se le helaba la sangre. Irguió la espalda y sus ojos aguantaron el desafío.</p> <p>—¿Dice usted que no soy el Maceugh?</p> <p>El duque ordenó sus papeles y murmuró:</p> <p>—El hombre parece incapaz de entender lo que le estoy diciendo.</p> <p>—Sin duda, no hablo su idioma perfectamente —reconoció Will rápidamente—, pero estoy seguro de que lo hablo mejor de lo que usted habla el mío.</p> <p>Henry se quedó mirando a Will durante un buen rato, y luego apartó la mirada.</p> <p>—Bien…, seas quien seas, te he hecho comparecer ante mí para preguntarte la razón por la cual el duque de Ebor no te ha matado ni te ha llevado consigo cuando partió.</p> <p>—Será mejor que se lo pregunte a Richard de Ebor directamente.</p> <p>—Sí, ya veo, pero te lo estoy preguntando a ti. —Henry se inclinó hacia delante, apoyando su barbilla sobre la palma de la mano—. Adivínalo.</p> <p>—El duque Richard no me trató como un asesino despiadado —contestó Will con un tono de voz neutro—. Y quizá no quiso enviarme de vuelta a mi casa por temor a que le culpara por sus acciones.</p> <p>—¿Que le culparas?</p> <p>—Sí, por su falta de consideración hacia mí y mi esposa. Así como por su interferencia en mi misión, que consistía en informar a su señoría.</p> <p>El duque Henry se movió y consultó sus papeles una vez más.</p> <p>—Ah sí, me había olvidado. Dices ser un tipo de embajador. Bien…, ¿qué quieres decir a nuestra graciosa majestad?</p> <p>—Soy embajador de su rey, y de ningún otro. —Will hablaba con dureza y el duque se irritó.</p> <p>—Aquí hacemos las cosas de manera un poco distinta. Quienes deseen hablar con su majestad deben hacerlo a través de mí. Y te advierto que si vuelves a tratarme con insolencia te llevaré hasta lo más alto de la torre y te mostraré la forma más rápida de bajar. ¿Queda claro?</p> <p>Will aguantó con orgullo la mirada del duque. El hombre vestido de verde susurró, pero una vez más los agudos oídos de Will captaron esas palabras.</p> <p>—Dice poseer una noticia de vital importancia para su señoría.</p> <p>El duque asintió con la cabeza a modo de aprobación, y luego contestó:</p> <p>—¿Qué noticia de vital importancia tienes que decirme?</p> <p>—Sería mejor hablar en privado.</p> <p>En realidad, Will no tenía ni idea de la noticia en cuestión. Se inventó esta excusa cuando más desesperado estaba por salir del sótano.</p> <p>—Estamos entre amigos. Puedes hablar con total libertad.</p> <p>La cabeza de Will le daba vueltas mientras miraba de un rostro a otro. No había nadie a quien pudiera considerar amigo. Tampoco le pareció apropiado hablar con total libertad. Sin embargo, sabía que algo tenía que decir, algo convincente.</p> <p>—Quería informarle de que el duque Richard se estaba dirigiendo hacia el puerto, y de que usted pudo haberlo detenido.</p> <p>Las palabras de Will hicieron saltar al duque, quien entornó los ojos.</p> <p>—¿Conoces el puerto? Dime cómo se llama.</p> <p>—Recibe el nombre de la princesa de Cambray Caerwathen.</p> <p>El duque se sentó erguido al reconocer el nombre. Aparte de él, el asesor asintió ligeramente.</p> <p>—Por desgracia, Ebor ya ha partido. Es una pena que no nos informara antes.</p> <p>—No puede culpar al Maceugh, justamente, si esta información ya es agua pasada. Sus hombres estaban demasiado ocupados asaltando las bodegas como para escuchar a una voz extranjera suplicándoles que le sacaran de esa oscura celda.</p> <p>Se produjo el silencio más absoluto en la sala, y los guardias que flanqueaban las puertas parecían hacer un esfuerzo por convertirse en piedras. El duque tenía fama de ser implacable. Se reclinó en su asiento mientras sus ojos negros observaban a ese arisco advenedizo que se presentaba ante él. El duque y sus hombres intercambiaron algunos susurros. Se movieron papeles para señalar las enmiendas realizadas por los escribas. Will oyó que hablaban de él, de la Isla Bendita, y vio que muchos le observaban. A pesar de que la situación era tensa, Will la aguantó pacientemente.</p> <p>Al final, el duque anunció:</p> <p>—Tengo una sorpresa para ti.</p> <p>—¿Una sorpresa, su señoría?</p> <p>—Sí, a modo de pequeño examen. —El duque colocó su puñal sobre la mesa y éste empezó a dar vueltas a gran velocidad. Cuando se detuvo, el puñal señalaba hacia el exterior—. Una prueba que determinará qué haremos contigo. Quiero saber la verdad que oculta tu historia. Como ves… Sé que te he visto antes, pero no sé dónde exactamente, y eso me preocupa.</p> <p>A Will se le heló la sangre, pero no dejó que se le escapara ni un atisbo de titubeo.</p> <p>—Usted no me conoce, mi señoría, porque nunca ha conocido al Maceugh.</p> <p>—Pareces muy seguro de ello.</p> <p>—Estoy del todo seguro porque, de lo contrario, yo le recordaría a usted.</p> <p>El duque le miró con severidad, asimilando la respuesta para detectar en ella cualquier indicio de insulto. Parecía estar a punto de hablar cuando un hombre vestido con el atuendo de las islas surgió desde el fondo de la estancia. Atravesó el salón a paso ligero, con su capa <i>cadath</i> negra y verde colgando de la espalda.</p> <p>—¿Me ha llamado, mi señoría?</p> <p>—Sí. —Henry cogió su puñal y situó la punta de cara a Will—. Este… cautivo… dice que es un noble de la Isla Bendita. Hable con él en su idioma. Explíquele que todavía no hemos decidido qué hacer con él. Invítele a demostrar lo que dice, porque sin pruebas no podemos aceptarle y lo devolveríamos al lugar donde lo encontramos.</p> <p>Morann, que era el hombre vestido de negro y verde, saludó lentamente con la cabeza y se encaminó hacia Will.</p> <p>—Ahora fíjate en el lío en el que te has metido —amonestó Morann en la lengua de la Isla Bendita—. ¿No te dicho que no debes aparentar más de lo que eres?</p> <p>Will se permitió esbozar una tenue sonrisa, porque en ese idioma, la expresión tenía mucho sentido.</p> <p>—Efectivamente, Morann. Y estoy encantado de ver que te encuentras en el mismo barco que yo.</p> <p>—En fin, intenta no parecer tan contento, amigo mío.</p> <p>—¿Cómo me reconociste?</p> <p>—Recordé que, hace tres días, oí el canto de un buho durante la madrugada. Gwydion me visitó. Me comentó que se dirigía a Trinovant y que cuidara de ti lo mejor posible. No quiero ni pensar qué he hecho para merecer un destino tan cruel como éste. Ahora, sígueme el juego.</p> <p>—De acuerdo.</p> <p>Morann se contoneaba de un lado a otro mientras hablaba el idioma de la isla. Simuló estar sometiendo a Will a un serio interrogatorio, sabiendo que todas las miradas estaban puestas en él. Pero las preguntas de Morann eran triviales y Will empezó a divertirse.</p> <p>—Pronto viajaré a la Isla Bendita —comentó Morann—. De modo, que os tendréis que apañar vosotros solos. Os daré dinero suficiente para cubrir vuestras necesidades, y la corte está obligada a darte un lugar donde dormir si no te envían de vuelta a casa.</p> <p>—Eso si el siniestro Harry no me envía de nuevo al sótano.</p> <p>—No lo hará. Cuando acabe esta comedia, te considerará uno de sus mejores amigos.</p> <p>—No es preciso llevar las cosas tan lejos. Pero, escucha: si atraviesas las aguas, ¿nos traerás noticias sobre el campamento de Richard o lo que le ha ocurrido a nuestra hija? Willow está muy preocupada.</p> <p>—Lo haré, mi querido amigo. ¡Confía en mí!</p> <p>Will sonrió. Era maravilloso hablar con soltura en un idioma que nunca había estudiado y entender todas las palabras que le dirigían. Pero ese disfrute terminó de repente cuando Morann se colocó delante de él y le golpeó en la cara.</p> <p>El golpe fue tan fuerte no sólo como para borrarle la sonrisa, sino también para tirarlo al suelo. Tuvo que contener las ganas de devolverle el golpe.</p> <p>—¡Luna y estrellas! ¿A qué viene esto? —protestó Will mientras se levantaba y escupía sangre de la boca.</p> <p>Al ver que Will se preparaba para devolver lo que había recibido, Morann le asió por el brazo y le habló con rapidez.</p> <p>—¿Has olvidado lo que te conté sobre el anillo de Turloch de Connat? Es un relato que conté al joven duque hace un par de noches. Ahora, haz lo que debes.</p> <p>Will se recuperó del golpe e intentó recordar la historia que en una ocasión le contara Morann. Al parecer, Turloch atacaría a cualquier sospechoso de traición, y si el acusado no quería besar el anillo, entonces era culpable.</p> <p>Mientras el duque observaba la escena, Will se arrodilló, cogió la mano de Morann y acercó sus labios a la enorme piedra <i>smaragd</i>. Morann posó su otra mano sobre la cabeza de Will, conservando la posición de los labios de Will. Luego, murmuró:</p> <p>—Bueno, ahora tenemos que procurar que todo acabe bien, ¿no?</p> <p>Tan pronto como Morann soltó a Will, susurró:</p> <p>—Es un placer saber quiénes son tus amigos. —Morann se volvió hacia el duque y anunció—: Debe confiar en el Maceugh igual que confía en mí, su señoría. Es nuestro amigo. Estoy totalmente seguro de ello.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 26</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">El castillo de Corben</p> <p style="margin-top:5%">De este modo, con la llegada del invierno y de la estación de Ewle, los hombres que se habían unido al ejército de la reina Mag para ver cumplida la voluntad de su soberana en Ludford empezaron a dispersarse. Algunos juraron de forma presuntuosa vengarse del duque de Ebor, rompieron los estandartes de guerra del enemigo y en su lugar levantaron el suyo. El problemático duque había huido por mar, así que muchos hombres pensaron que no había razón alguna para permanecer en el castillo. En lo que quedó del otoño, la hueste real que había maravillado a los Condados Centrales por su impresionante tamaño y fuerza había menguado poco a poco. Mientras que los nobles, los caballeros y el populacho regresaban a sus lejanas tierras contentos con la lección que habían dado a un rebelde y traidor, otros se daban por satisfechos con el botín obtenido.</p> <p>En cuanto a Will, sabía que la muerte de la Piedra de la Sangre había atenuado los impulsos del lorc y concedido al reino algo más de tiempo, pero era imposible determinar cuándo se levantaría la siguiente piedra, y verse obligado a esperar acontecimientos sin hacer nada era un tormento.</p> <p>A lo largo de todo el invierno, el menguado ejército real abandonó Ludford y viajó de castillo a torre de guardia y de torre a castillo por todos los Condados Centrales. Will no entendía por qué la corte no volvió a Trinovant; de hecho, nunca se planteó siquiera esa posibilidad. Al principio, la reina ordenó que se dirigieran a la fortaleza real de Afonwykke, y, cuando se agotaron las provisiones, se dirigieron a Kernelwort. Por último, a medida que se acercaba la primavera, llegaron al siniestro castillo de Corben, donde la reina ordenó que se hiciera un recuento de las fuerzas.</p> <p>En este lugar confluían tres aguas: el riachuelo Findon desembocaba en los ríos Sow y Afon. Por encima del torrente se elevaba la colina del Rey, y por encima de esa colina crecía el famoso árbol de Corben, un enorme tilo muy frondoso que ocultaba maldiciones del mismo modo que de los árboles colgaban hojas de otoño. En la colmena que albergaba siempre revoloteaban abejas. Parecía haber sido pisoteado y roto por unos cerdos, aunque ninguno se había atrevido a acercarse a este lugar durante miles de años. Era un espacio dedicado a las danzas rituales de los señores de la guerra, y a lo largo de los años se había derramado allí mucha sangre de cerdo. Will pensó que era un lugar de muy mal aspecto. Aun así, fue en el castillo de Corben adonde Morann, el sanador y Lord de Connat regresaron un lúgubre día de primavera, en el mes de marzo.</p> <p>Fue en la tarde del equinoccio de primavera cuando Willow, mientras se dirigía a buscar una barra de pan para la cena, vio a un extraño jinete acercándose entre la gris llovizna. La lluvia le caía por los extremos del sombrero, y por la expresión de su rostro parecía hambriento, aunque no cabía la menor duda de quién era.</p> <p>—Te alegrará tener noticias de tu hija —dijo Morann sin rodeos. Willow dejó caer el pan en el lodo.</p> <p>Tan pronto como hubo entrado en las instalaciones del castillo por la puerta trasera, Willow guió al jinete hasta sus habitaciones. En realidad, se trataba de una sola estancia situada sobre una escalinata de piedra en el extremo más humilde del castillo; estaba tan lejos de los aposentos reales como era posible. Willow hizo pasar enseguida a Morann para que nadie le viera.</p> <p>—¡Debemos librarte de esa lluvia y del frío! —comentó.</p> <p>Will se había sentado solo en la penumbra; estaba preocupado y observaba el agua de la lluvia del exterior. Le hubiera gustado que los espárragos verdes del jardín del rey estuvieran maduros, pero, sin magia a la que recurrir, las yemas de la planta seguían obstinadamente cerradas. Will había estado pensando en su hija, y en cómo se había perdido seis preciosos meses de su infancia. También pensó en Gwydion.</p> <p>Cuando la puerta se cerró de golpe, Will se levantó de un salto, tomó el sombrero de Morann y retiró el agua de su abrigo con las manos.</p> <p>—¡Oh Will! —exclamó Willow con lágrimas en los ojos—. Morann asegura que Bethe está en buenas manos y que se encuentra perfectamente.</p> <p>—Cariño, eso es lo que queríamos escuchar. Morann, bienvenido seas.</p> <p>Los dos hombres se acercaron y se estrecharon la mano.</p> <p>—He estado tres días y tres noches cabalgando o bien escondido tras un seto. ¡Me alegro mucho de veros a los dos!</p> <p>—Morann dice que Bethe hace las delicias de Lady Cicely. La trata como a una de las suyas.</p> <p>—¿No os he contado que cautiva a la duquesa con su sonrisa? —sonrió Morann—. Sus pequeñas mejillas están tan sonrojadas como manzanas. Ya sabe pronunciar diez palabras en lengua verdadera, aunque ninguna de las niñeras sabe lo que significan. Es como la princesita de un cuento de hadas.</p> <p>Willow se echó a llorar.</p> <p>—¡Oh, Morann! ¡Ojalá pudiera verla ahora!</p> <p>—Pronto la verás, estoy seguro de ello.</p> <p>Will abrazó a su esposa y le secó las lágrimas; luego estrechó de nuevo a Morann por el antebrazo y saludó en la lengua de la Isla, un gesto que parecía natural antes de preguntarle qué noticias traía.</p> <p>Morann se desabrochó una bolsita empapada del cinturón y la dejó caer en el suelo. Luego sacó unos cristales de su zurrón y los colocó junto a la puerta, la ventana, y el fuego.</p> <p>—Es para ahuyentar a los curiosos —explicó—. Toda la familia del duque Richard, salvo Edward, están a salvo exiliados en la Isla.</p> <p>—¿Qué ha sido de Edward?</p> <p>—Como recordarás, los aliados del duque, Sarum y Warrewyk, se dirigieron a Belstrand y luego navegaron hasta Callas. Edward les acompañó, del mismo modo que les acompañó el grueso del ejército de Ebor. Los otros castillos del duque, el castillo de Foderingham y el de Sundials, en el norte, han recibido órdenes de no atender las peticiones del rey cuando éste exija que le abran las puertas. Están dispuestos a una larga espera, y también están preparadas las otras fortalezas de sus aliados. A menos que entren a la fuerza, cada parte permanecerá inactiva meses, o incluso años si es necesario. No creo que la reina ordene matarlos, porque no quiere destruir lo que ansia para sus amigos.</p> <p>—¿Qué hay de las piedras?</p> <p>Morann se enjugó el rostro, que estaba pálido y un tanto demacrado.</p> <p>—En cuanto a la Piedra del Horror, ha regresado a la Isla Bendita, al lugar que le corresponde. A petición de Gwydion, se ha emplazado en los robledales de Derrih, donde aporta una agradable sensación de vecindad como pocas. No sé que ha sido de la Piedra de la Sangre…</p> <p>—No me refería a eso —interrumpió Will—. ¿Gwydion tiene idea de dónde encontrar la siguiente Piedra de la Sangre? ¿Ha descubierto algo? Tienes noticias de él. ¿verdad?</p> <p>Morann se tambaleó, y Will se dio cuenta de que su rostro expresaba un agotamiento abrumador.</p> <p>—Le vi en el momento oportuno. ¿Acaso has visto a alguien ocioso por aquí?</p> <p>Will se detuvo de inmediato.</p> <p>—Perdona mi malhumor, viejo amigo. Debes de pensar que soy un anfitrión muy poco considerado. Siéntate junto al fuego para entrar en calor, y luego hablaremos.</p> <p>Mientras Willow peinaba el pelo revuelto de Morann, Will sacó una jarra de sidra y tres tazas y sirvió una porción de empanada hecha jirones. Morann la olió y cerró los ojos como un hombre enamorado.</p> <p>—Vaya…, yo diría que sí estoy preparado para esto.</p> <p>—¿Qué demonios llevas en ese viejo saco tuyo? —quiso saber Willow cogiendo lo que su amigo había dejado en el suelo.</p> <p>—Eso, querida, lo sabrás enseguida. Pero antes debo comer carne y beber en cantidad, porque últimamente sólo he tomado polvos de raíz de guisante de Albany.</p> <p>Morann comió su empanada con apetito. Cuando se hubo zampado un buen trozo y saciado su sed con sidra, eructó y luego se reclinó en su asiento. Sólo cuando Will vio que su amigo recuperaba los colores, le preguntó qué noticias tenía de Gwydion.</p> <p>—No le he visto en todo el invierno.</p> <p>Willow respondió con desasosiego.</p> <p>—¿Crees que un silencio tan prolongado puede ser otra cosa que motivo de preocupación?</p> <p>Morann, inclinándose como un jinete dolorido después de largas horas de montar a caballo, se sacó las botas con un gemido.</p> <p>—¿Quién sabe? Él tiene muchas preocupaciones. Es lo normal en los hechiceros.</p> <p>—Pero, sin duda —insistió Willow—, a estas alturas nos habría enviado un mensaje, si hubiera podido.</p> <p>—Bueno, si es eso lo que piensas —intervino Will—, entonces es que no conoces a Gwydion. Dar y tomar es el modo en que un hechicero gestiona el mundo.</p> <p>Un cesto de leña verde —unas ramas gruesas como una muñeca unidas a otras ramas más largas— se secaba junto a la chimenea. Willow apartó el cesto para que la estancia se calentara, y luego sé sentó junto a Morann.</p> <p>—¿No te dijo cuándo volvería? ¿O qué otras cosas debíamos hacer mientras le esperamos? Se nos está acabando el dinero.</p> <p>Morann negó con la cabeza.</p> <p>—Las últimas palabras que me dedicó fueron: «Pase lo que pase, tendrás noticias de mí en la festividad de Imble, si no antes».</p> <p>—¡Pero Imble fue hace siete semanas! —exclamó Will.</p> <p>Morann se reclinó en su asiento y sacó el cuchillo encantado de su cinturón.</p> <p>—El Ogdoad siempre cumple su palabra. Incluso Maskull tenía por costumbre decir la verdad en el pasado.</p> <p>La mención de Imble hizo temblar a Will. Era una antigua celebración con hogueras, así como un festival importante para dar gracias a la tierra. En el Valle guardaba relación con el festival de Lambing, pero entre los nobles ese día se recordaba como la jornada en la que los Invidentes celebraban su ayuno para la Purificación de las Madres.</p> <p>Para Willow fue difícil, en el día de Imble, sentirse separada de Bethe. Para mantener las apariencias, asistió al triste ritual de la hermandad dedicado a las mujeres que habían tenido hijos. Ella odiaba ese ritual, y por poco se echa a llorar cuando uno de los ancianos le preguntó qué hijos tenía. Will suspiró.</p> <p>—No es de gran ayuda que nos quedemos aquí sentados. ¿Qué otra cosa podemos hacer? Supongo que debemos esperar instrucciones de Gwydion, tanto si viene como si no.</p> <p>—Esta guerra no es cosa suya —dijo Morann, mientras colocaba sus botas húmedas junto al fuego—. Y no se le puede culpar por las frustraciones que ésta ha causado. Si él fuera un malabarista, lanzaría una decena de pelotas en el aire de una sola vez, y será mejor que, por nuestro bien, confiemos en que siga haciéndolo.</p> <p>Will sabía que sus palabras habían sonado duras.</p> <p>—Perdona —contestó—. Sé que Gwydion siempre hace lo que puede, sea lo que sea.</p> <p>—No hay nada que perdonar —respondió Morann con una sonrisa—. La impaciencia siempre ha sido el peor defecto de un hombre joven, o al menos eso me ha demostrado la vida. Pero dime, ¿qué ha sido de ti?</p> <p>Will explicó todo lo sucedido con la corte del rey, prestando especial atención a sus constantes movimientos y al modo en el que el ejército se había reducido prácticamente a nada.</p> <p>—Hablando de las enseñanzas de la vida —añadió—, una verdad parece clara: mantener un gran ejército es una pesada carga. Tampoco puede permanecer en un mismo lugar durante mucho tiempo. Cuando un ejército avanza, ocupa el terreno de siete leguas a la redonda. Para Ewletide, el ejército del rey había quedado reducido a un millar de soldados.</p> <p>Willow sirvió más sidra.</p> <p>—No alcanzo a comprender por qué la corte no regresa a Trinovant, al lugar que le pertenece.</p> <p>—Porque mucha gente admira a Richard de Ebor —respondió Morann—. Cuando se supo lo ocurrido en Ludford, los burgueses y concejales de Trinovant cerraron sus puertas ante el regreso de la corte.</p> <p>Willow se mostró sorprendida.</p> <p>—¿Cerraron las puertas para impedir el paso a su rey?</p> <p>—Hasta que se remedie la injusticia que pesa sobre el duque Richard de Ebor. Esa fue la expresión que utilizaron cuando colgaron el anuncio en Luddsgate.</p> <p>Will miró a Morann.</p> <p>—O hasta que el rey reúna a otro gran ejército para forzar la entrada a la ciudad, supongo.</p> <p>—Gwydion me comentó en una ocasión que el populacho del reino adora a su rey a pesar de sus debilidades —dijo Will—. ¿Tan diferentes son los habitantes de Trinovant?</p> <p>—También adoran a Hal. Pero quieren verlo libre de su reina y de todos sus ricos amigos. Su séquito ha contraído grandes deudas con muchos de los comerciantes de Trinovant, deudas que aseguran que pagarán cuando los estados del duque Richard le sean devueltos.</p> <p>—¿Hablan de ello abiertamente? —preguntó Willow.</p> <p>Morann asintió con la cabeza.</p> <p>—Cuando llegaron noticias de la caída de Ludford, a los comerciantes de Trinovant no les hizo mucha gracia. Entre los comerciantes existe una gran camaradería. En Ewletide, Trinovant se rebeló y el populacho pudo haber quemado el palacio real si no fuera porque los Invidentes subieron a la torre y los ahuyentaron con maldiciones. Aun así, se produjeron muchos destrozos y alborotos.</p> <p>Will suspiró. Siempre había creído que no había ninguna disputa que no pudiera solucionarse entre personas de buena fe y dispuestas a perdonar, sentadas a una mesa bebiendo cerveza. Así se solucionaban los problemas en el Valle, donde nada se consideraba lo suficientemente importante como para no llegar a un compromiso satisfactorio.</p> <p>Morann sacó su largo y afilado cuchillo y empezó a juguetear con su punta.</p> <p>—Dime, ¿se realizó el avance hacia Kernelwort a instancias de la hermandad, o de Maskull?</p> <p>Will estaba pensativo.</p> <p>—Yo diría que de Maskull. Aunque ha desaparecido varias semanas para dedicarse a algo que sólo sospecho. Y luego, de repente, vuelve a aparecer. Cuando eso pasa, la corte siempre se pone nerviosa. La mitad del tiempo se esconde en su túnica para que nadie salvo la reina puede verle, y el resto de las veces es visible para todos.</p> <p>Willow añadió:</p> <p>—Está a punto de volver, si sus otras ausencias pueden tomarse como orientación. Cada vez que aparece, moviliza a la corte y nos envía a un lugar peor.</p> <p>Morann se quedó mirando fijamente la brillante esmeralda de su anillo, observando el modo en que se reflejaba sobre su cuchillo.</p> <p>—Eso puede ser una buena noticia.</p> <p>—No lo dirías si fueras tú quien se arrastrara por los Condados Centrales —replicó Willow.</p> <p>Morann aceptó la observación.</p> <p>—Al parecer, Maskull está tratando de ganar ventaja eligiendo el terreno. Es como si jugara al ajedrez con Gwydion; mueve a la reina y al rey como medida de seguridad. Espero que sea así. —Morann gesticuló ampliamente, aunque Will pensó que ese movimiento pretendía en parte ocultar su inseguridad—. De modo que por fin has llegado al castillo de Corben… ¿Sabes algo de la historia del árbol de Corben o de su siniestra historia?</p> <p>Will se encogió de hombros.</p> <p>—No, pero creo que es un lugar que tiene mal aspecto.</p> <p>—No te diré mucho más, ya que fue un lugar de magia dudosa en los reinos de Cynsas y Orelin, hace mil años, aunque últimamente se ha popularizado por sus rápidos caballos. Algunos creen que esos corceles fueron alimentados con la sangre de leopardos. No del modo en que un leopardo se cría en parte con un león, sino que la gota de una sangre de leopardo dota al caballo de una naturaleza feroz. Estas cosas sólo son posibles en tierras profanas.</p> <p>Willow sintió un escalofrío.</p> <p>—En más de una ocasión he oído gritos por la noche. Pensé que sería un grifo, aunque también podría ser un leopardo.</p> <p>Will se volvió rápidamente hacia ella.</p> <p>—Nunca me lo habías dicho.</p> <p>—Pensé que eran imaginaciones mías. No estaba segura de lo que oí, <i>y</i> tampoco ahora lo sé. Pero supongo que fue un grito de verdad, porque sentí escalofríos.</p> <p>—Venía de lejos —añadió Will, en voz baja, tratando de recordar—. Venía del frío viento del norte, y era un sonido agudo que atraviesa el corazón como el más afilado de los cuchillos…</p> <p>—Exacto —confirmó Willow, mientras miraba a su marido—. ¿Cómo lo sabes?</p> <p>—Ya lo he oído antes.</p> <p>—No podía ser un grifo —repuso Morann sin mucho interés. Se dio la vuelta para que su anillo captara la luz—. Los grifos poseen una voz profunda y ronca. Los leopardos no tienen voz, salvo que sea una especie de susurro como un pato cuando protege a sus polluelos. De todos modos, los leopardos hace mucho que se han alejado de estas tierras.</p> <p>Sin embargo, Will continuó pensando en los extraños sonidos que recordaba. La llamada que había oído cerca de Aston Oddingley, y cuando observó el paisaje desde las almenas de Ludford.</p> <p>Aun así, su mente se negaba a establecer ninguna relación entre esos sonidos y el horror de otra noche en que una enorme criatura de alas rojas se le apareció en su pesadilla.</p> <p>—Quizá fuera Morrigan —apuntó de pasada Morann—. La arpía que presagia la guerra. Gwydion me advirtió de que a veces se pasea por el extranjero. Prefiere la noche al día.</p> <p>Will se levantó y se dirigió a la ventana. En el exterior, el día grisáceo se había sumergido en una temprana neblina. Era igual de oscuro que un atardecer y las nubes de lluvia eran como una capa gris que presionara contra el cielo. Se produjo un largo silencio, mientras las sombras de fuego danzaban sobre las paredes. Entonces, Morann comentó:</p> <p>—Dime, ¿Will ya ha hablado con el rey?</p> <p>Willow negó con la cabeza, de modo que su largo cabello rizado brilló con las llamas rojas del fuego del hogar.</p> <p>—El Maceugh no tiene permiso para acercarse al rey y presentarle sus credenciales de emisario.</p> <p>—Me alegra oírlo —respondió Will—. Puesto que, en realidad, no me atrevo a acercarme al rey Hal.</p> <p>—¿Que no te atreves? —se extrañó Morann, mientras su dedo golpeaba rítmicamente la jarra—. ¿Por qué dices eso? Es un tipo muy tranquilo. Una persona hacia la que sentir compasión, en vez de miedo.</p> <p>—Sé que no pretende hacerme daño, pero hay algo en su mirada que me ha llevado a pensar que podría penetrar en el disfraz que nos ofreció Gwydion. A pesar de su sutil arte, creo que su aspecto se concibió para engañar a Maskull, y que a veces algunos hombres (el duque Henry entre ellos) pueden mirar a través de esas ropas.</p> <p>Morann dejó su jarra sobre la mesa.</p> <p>—En ese caso, haces bien en ser cauteloso. Ningún hechizo de magia es indemne a los necios, y Henry de Bowforde me parece uno de ellos.</p> <p>—Es un error peligroso opinar eso del duque Henry —contestó Will—. Aunque hay una cosa que no entiendo…</p> <p>—¿Sólo una?</p> <p>—Por su magia le conocerás. Es uno de los refranes más profundos de la magia. Nos informa de que los hechizos traicionan a sus creadores. Entonces, ¿por qué albergo dudas sobre el magnífico hechizo de Gwydion para engañar a Maskull?</p> <p>Morann sonrió ampliamente.</p> <p>—Podría contestarte a esa pregunta, pero no lo haré. Si Gwydion ha prometido que Maskull no se dará cuenta de tu disfraz, entonces debes estar seguro de que así será.</p> <p>Will asintió con la cabeza y miró a Willow.</p> <p>—Eso me reconforta. Pero sólo un poco.</p> <p>Morann sacó un silbato de olmo y se lo acercó a los labios. Durante un rato, interpretó una melodía que hablaba de prados verdes, colinas grises y rayos de sol que iluminaban una tierra bendita. Mientras lo hacía, una profunda sensación de paz se cernió sobre la estancia, y Will se dio cuenta de que se le estaba formando un nudo en la garganta. Entrecruzó los dedos con los de Willow, y ese nudo se deshizo; una vez más, sintió cómo la antigua energía se apoderaba de él. Aunque muchos hombres recibían más de lo que podían dar, otros daban más de lo que recibían. Morann era uno de estos últimos.</p> <p>Dieron las gracias con un murmullo cuando los últimos compases de la canción Connat se desvanecieron. La música era otro regalo del hombre que había estado buscando a Will, de una u otra forma, durante toda su vida.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>Cuando Will les habló de la piedra que habían encontrado en Tysoe y de los postes que señalaban hacia ella, Morann le detuvo. Se levantó y se dirigió hacia el saco húmedo que había dejado junto a la puerta. Sacó de él lo que parecía una corona de Ewle elaborada con cientos de hojas secas.</p> <p>—¿Qué es eso? —preguntó Willow.</p> <p>—Una carta de Gwydion. La dejó en el cenagal de Worfwyken para que la viera, cerca del puente de Northbndge sobre el Severine. —Morann dejó la corona en el suelo—. Es el ogham del Ogdoad: cada hoja es de un árbol distinto, y cada una representa una letra distinta. Estas son las últimas noticias que he recibido de él.</p> <p>—¿Y qué dice? —quiso saber Will.</p> <p>—Confirma tus temores. Déjame ver… «Maskull acaba de tomar posesión de la piedra de batalla enterrada debajo del Dainspeirhafoc», eso sería en la colina del Gorriónhalcón, según la lengua actual del Reino. —Morann suspiró y movió la cabeza—. ¿Por qué no te encargaste de la piedra en ese momento?</p> <p>—Gwydion sugirió que no lo hiciéramos. Ya habíamos encontrado una piedra cerca de Arebury, pero el terreno era apestoso, y nuestra labor se complicó debido a la proximidad de un riachuelo. En cuanto a ésta, Gwydion dijo que <i>no</i> nos preocupáramos por ella, pues teníamos un pez más gordo del que ocuparnos.</p> <p>—De modo que, por falta de un nudo, todo el barco pudo haberse perdido.</p> <p>—Para Gwydion era evidente que la piedra de Tysoe no era lo que estábamos buscando.</p> <p>—Pero os marchasteis sin protegerla, sabiendo que Maskull había estado allí. Corristeis un gran riesgo. ¿En qué estaría pensando el Maestro Gwydion?</p> <p>Will negó con la cabeza, como un hombre superado por los acontecimientos.</p> <p>—Ignoro qué otra cosa podríamos haber hecho. No es fácil utilizar el mal que subyace en la piedra de batalla. Quizá Gwydion pensó en dejarla para que Maskull cayera en la tentación. En ese momento, Gwydion estaba más preocupado por encontrar la piedra que marcaba la siguiente batalla. Y tenía razón, porque tuvimos éxito: encontramos la Piedra del Horror. Ya sabes lo que ocurrió… Pero, ¿y si Maskull se ha llevado la piedra hacia la que señala la Piedra de la Sangre, la próxima que debe revivir?</p> <p>Morann miró fijamente a su amigo.</p> <p>—¿Era una piedra de batalla? ¿O una piedra menor, del tipo que guía y conecta a las demás?</p> <p>—No lo sé.</p> <p>—En ese caso, la única pista es el verso de la Piedra de la Sangre —sentenció Morann.</p> <p>Recogió la corona de hojas y empezó a pasar los dedos por ella. Will distinguió hojas de roble y de abedul, de espino y de serbal, de fresno y de acebo. Morann pronunció el verso en lengua verdadera y las palabras sonaron extrañas.</p> <div id="poem"a> Faic dama nallaid far askaine de,<br> Righ rojhir e ansambith athan?<br> Coise fodecht e na iarrair rathod,<br> Do-Jhaicsennech muig finan a bran.<br> </poema> <p>—Faic dama nallaid far askaine de. ¿Qué significa, Will?</p> <p>—Veamos… ¿Ves al pequeño cervatillo salvaje atado a una cuerda? —empezó Will, desolado.</p> <p>Sus frases rompieron el ambiente triste. Morann se rió tan fuerte que casi se cae de la silla.</p> <p>—¿El pequeño cervatillo salvaje, dices? Ja, ja, ja! ¡Atado a una cuerda! Ja, ja, ja!</p> <p>—¿Dónde está la gracia? —preguntó Will, perplejo, aunque luego sonrió entre dientes. Miró a Willow, pero ella también se reía, como Morann, cuyos aullidos empezaron a resonar por la estancia.</p> <p>—Vaya, eso me hizo reír de verdad —reconoció Morann, con cierta agitación.</p> <p>Will se sonrojó. Era una costumbre que adquirió su nuevo rostro, y era muy molesta.</p> <p>—Me temo que no soy el experto que creo ser. Gwydion sólo me otorgó el nivel de lengua que necesitaba para acompañar al disfraz. Se acató a las normas y se negó a darme amplios conocimientos de lengua verdadera.</p> <p>—¡Eso es cierto! Ja, ja! —El rostro de Moran estaba rojo.</p> <p>Willow preguntó, mientras se enjugaba las lágrimas.</p> <p>—Dinos, Morann, ¿qué significa?</p> <p>—¡Venga, Will! Incluso en la lengua de la Isla deberías saber lo que la expresión «pequeño cervatillo» significa. ¡Piensa!</p> <p>Will se rascó la cabeza.</p> <p>Willow respondió:</p> <p>—¡Arañas! ¡Deben de ser arañas!</p> <p>—Exactamente, Willow, eres una maravilla de mujer. Y ahora tenemos…, dejadme ver…</p> <div id="poem"a> Vigila a la araña que teje su tela,<br> ¿Quién será el próximo y auténtico rey?<br> Él se marcha en busca del camino,<br> Y no ve al cuervo que vuela en el aire.<br> </poema> <p>—Estos versos carecen de sentido para mí —se quejó Will—. ¿Tú los entiendes?</p> <p>—No puedo asegurar que tengan sentido —respondió Morann, pasándose la lengua por los dientes—. Al menos, nada que sea demasiado evidente.</p> <p>Mientras el fuego y la savia chisporroteaban, el extremo del leño se iba consumiendo. Los dos hombres se miraron mutua y fijamente.</p> <p>—Oigamos la siguiente estrofa —sugirió Will—. Es la que debería decirnos dónde se encuentra la siguiente piedra.</p> <p>Morann miró de nuevo los versos, y luego los recitó.</p> <div id="poem"a> Dama nallaid rojhinn e coise do-faicsenh,<br> Farhe righe fodechtan a muig a de an.<br> An firr ansambith iarraier skainne,<br> Faic ath na rathod dalha na brann.<br> </poema> <p>…</p> <div id="poem"a> Una araña que avanza sin que nadie la vea,<br> Mientras el rey sigue en el extranjero.<br> Pero quien busca el hilo de la tela,<br> Se encontrará con cuervos al borde del camino.<br> </poema> <p>Willow atizó el fuego y observó cómo ascendían en el aire las chispas rojas.</p> <p>—«Una araña que avanza sin que nadie la vea»; ¡creo que todos sabemos a quién se refiere!</p> <p>Will asintió con la cabeza.</p> <p>—«Mientras el rey sigue en el extranjero.» La Piedra del Horror se refirió al rey Hal como a un «falso rey», y Gwydion pensaba que la parte sobre «el rey observando desde su torre» se refería al duque Richard defendiendo el castillo de Ludford.</p> <p>—Las piedras no parecen hablar demasiado bien del linaje del usurpador —añadió Morann—. Quizás es demasiado pronto para que se extinga.</p> <p>—Entonces, digamos que aquí el «rey» se refiere al duque Richard, ya que esta vez no se hace mención alguna de la falsedad.</p> <p>Willow y su marido intercambiaron una mirada.</p> <p>—Y, como todos sabemos, el duque está fuera del Reino. Pero me pregunto quién está buscando «el hilo de la tela». ¿Qué es ese hilo? ¿Y los ciervos junto al camino?</p> <p>Una vez más, se cernió sobre la estancia un profundo silencio, interrumpido poco después por Will.</p> <p>—Los versos no parecen encajar con la piedra de Tysoe ni con la piedra de Arebury. Al menos, eso ya es algo.</p> <p>—La palabra <i>skainne.</i>.. —apuntó Morann—. En lengua verdadera, eso significa algo muy concreto: una fibra de lino.</p> <p>—¿Lino? —preguntó Will—. ¿Qué es eso?</p> <p>—Las hebras de una planta de lino. Cuando se recogen los tallos de esta planta, se remojan en agua y se dejan pudrir hasta que sólo quedan las fibras. Es el lino lo que luego se teje en hilo…</p> <p>—Eso no nos lleva a ninguna parte —le interrumpió Willow.</p> <p>—Quizá sí. —Will dio a Morann el pez de piedra verde que llevaba al cuello—. Gwydion me dijo que esta figura estaba conmigo cuando me encontraron de bebé. La utilicé para romper la Piedra del Destino, y luego para matar a la Piedra de la Sangre. ¿Comprendes ahora por qué quiero probarlo con la siguiente piedra?</p> <p>Morann cogió el pez y lo examinó durante un buen rato antes de devolverlo a su dueño.</p> <p>—Ese salmón es un objeto extraño. Pero reconozco que no tengo mucho que decir al respecto, aunque haya trabajado como joyero durante bastante tiempo.</p> <p>—Si Maskull pudiera hacer que la corte se dirigiera hacia el sur… —dijo Willow—. En ese caso, quizá viajaríamos hacia un terreno que Will conociera mejor.</p> <p>—Quizás estemos haciendo lo que debemos, esperando en este lugar, aunque no tengo buenas sensaciones. —Will frunció un poco el ceño, y a continuación se volvió hacia Morann—: ¿Me animarías tú a romper mi promesa a Gwydion?</p> <p>Morann le miró muy serio.</p> <p>—Tus promesas son cosa tuya, Willand. No puedo aconsejarte, salvo decirte que hagas lo que creas oportuno.</p> <p>—Te pareces al Maestro Gwydion cuando hablas de este modo.</p> <p>—¿En qué sentido?</p> <p>Will aceptó el desafío de Morann.</p> <p>—Venga. Ya sabes que siempre me dice menos de lo que sabe. Me oculta información de forma deliberada.</p> <p>—Lo hace con todo el mundo.</p> <p>—Pero, ¿por qué a mí?</p> <p>—¿No lo sabes?</p> <p>—No. En ocasiones, me pregunto de qué parte está.</p> <p>Morann negó con la cabeza.</p> <p>—No digas eso, Will. Jamás deberías albergar dudas sobre él. Es un hechicero, y no puede contar todo lo que sabe; y no, ni siquiera puede contártelo a ti. La razón de ello es que tiene como función mover y ordenar los acontecimientos. Conoce perfectamente la ley de causa y efecto, y sabe que lo que cuenta a los hombres trae consecuencias de algún tipo. Pero si no te revela toda la información es porque no quiere interferir en tu destino.</p> <p>—¡Pero lo hace cuando no me cuenta todo lo que debería!</p> <p>—Deja que sea él quien juzgue esta cuestión. Y si realmente dudas, recuerda a nuestro amigo Lord Strange; la solución a su problema siempre ha estado a su alcance, pero nadie le dirá dónde encontrarla.</p> <p>Will se recostó en su asiento.</p> <p>—¿Me estás diciendo que tengo sobre mi cabeza un hechizo parecido a ése?</p> <p>Morann respiró profundamente.</p> <p>—En cierto modo, Will, eso es cierto.</p> <p>—¡Explícate!</p> <p>—Tranquilo, Willand. Lo único que quiero decir es que el Maestro Gwydion puede interferir perfectamente en tu futuro y tu destino; pero, ¿esperarías que jugara libremente con el futuro y el destino del Gran Arturo, y por tanto del Reino?</p> <p>Will volvió a recostarse en su asiento en un gesto de abatimiento. A pesar de su frustración, comprendía que Morann tenía razón en un punto fundamental. Finalmente, contestó:</p> <p>—En este momento, no me siento en absoluto como el Gran Arturo.</p> <p>—En estos momentos —respondió Morann, mientras esbozaba una sonrisa—, sin duda no te pareces a él. Y quizá seas él, y quizá no lo seas; lo único que sé es que será mejor que lo seas, porque el tiempo avanza, el lorc está muy agitado y quedan demasiadas piedras de batalla por eliminar. En cuanto a mí, debo ocuparme de una tarea ingrata. Aunque estoy muy cansado, en breve debo partir una vez más. No creo que me encuentre con el Maestro Gwydion allí donde voy, pero si lo hago serás el primero en saberlo.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 27</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Las mandíbulas del dragón</p> <p style="margin-top:5%">A la semana siguiente, los días se volvieron primaverales y cálidos. El chapoteo de las nutrias resonaba en las aguas de Afon, mientras que el del martín pescador azul podía advertirse entre una maraña de juncos. Los capullos de las flores se abrieron y empezaron a iluminar los terrenos del castillo de Corben. Incluso las paredes adustas de la garita de vigilancia quedaron bañadas por el calor de la luz solar.</p> <p>Tal como Willow había supuesto, la siguiente reaparición de Maskull presagió un sinfín de actividades en torno al rey, aunque no eran del tipo que se esperaba de él, porque en breve se organizaría una reunión.</p> <p>Will estaba contento. A pesar de toda su austeridad, el castillo de Corben no sufría la misma conjunción de líneas que convertían Ludford en un lugar de locura y tristeza para él. Aun así, cuando abría cuidadosamente su mente al entorno, podía percibir el olor de la magia impura como una neblina que impregnara la Colina del Rey y las riberas del Afon. Por encima de los tejados y las torres del castillo, un poder fantasmagórico se retorcía con un destello parecido al fuego del rey Elmond, y Will se preguntó qué sucesos pudieron haber dejado una impronta tan persistente en ese lugar.</p> <p>Antes de que Morann se marchara, había contado a regañadientes parte de la historia de Corben; explicó lo que había ocurrido en el lugar mil años atrás. Había hablado de unos hermanos de la casa real, Cynsas y Orelin, de los reyes noventa y ocho y noventa y nueve del linaje de Brea, quienes levantaron el cetro por primera vez en este lugar. Cynsas había reinado durante cincuenta años, y Orelin treinta y dos, y cuando este último murió, a los noventa y dos años de edad, fue sucedido por el nieto de su hermano pequeño, Robilax. Él fue el rey número cien, y se llamaba Uther, posteriormente conocido como Pendragon. Vivió momentos de gran incertidumbre, puesto que el famoso mago Merlín vivió en esa época y había llegado a Corben para consultar con las aves y urdir su elevada magia, una magia que provocaría la segunda llegada del Gran Arturo a la región. Pero posteriormente, en la época del apogeo de Arturo, la locura se apoderó de Merlín, una demencia causada por la muerte de un amigo que le llevó primero al bosque de Arden y luego hacia el este, hasta los bosques de tilos y las colonias de grajos de Corben. Allí, en los claros místicos, Merlín anduvo durante un año viviendo de raíces y bayas, montando a un ciervo en vez de a su corcel, sufriendo en compañía de lobos y de otros animales salvajes. En esa época, Merlín buscó las regiones de guerra y perdición, y habló con las estrellas y bailó una magia muy parecida a la brujería, aunque no lo era exactamente. En cualquier caso, Merlín estaba loco y sus intenciones no estaban muy claras.</p> <p>—¿Sabes?, el Maestro Gwydion supo en una ocasión lo que es ser un hombre atormentado —había explicado Morann—. Ha conocido el amor y la muerte, porque en esa época se casó y luego perdió a su esposa. Fuera de sí, mató al hombre con quien su antigua esposa se había casado. ¿Cuál fue la razón de tal acto? Lo hizo porque creyó que él era el traidor de Ogdoad. Hay creencias con las que un hombre no puede vivir porque corroen la mente. Los remordimientos le volvieron loco.</p> <p>En noches de tormenta, Will podía oír los ecos de esos tiempos peligrosos cerniéndose en el aire. También podía sentir cómo una red mágica delicada y suave envolvía a la corte, centrándose en el rey. Independientemente del paradero de Hal, los hechizos de Maskull y los contrahechizos de Gwydion permanecían encerrados en un lugar cercano, y ejercían fuertes y precisas fuerzas mágicas que se bloqueaban o estimulaban, pero que siempre se contrarrestaban. Aunque la suma de todos esos hechizos era cero, Will se dio cuenta de que el resultado no era igual a cuando no actuaban fuerzas mágicas. Le pareció que el espíritu del rey Hal estaba muy cansado de tantas tensiones. Parecía cansado, agotado, y afligido por una terrible presión, de modo que el atisbo de cordura que le quedaba parecía estar a punto de desaparecer. Sin embargo, algo impedía ese desastre. Will reflexionó sobre inusitada fuerza personal que albergaba el corazón del rey. No era un cobarde, sino un espíritu guerrero, una persona que aguantaba una pesadísima carga. Quizás era eso lo que el pueblo veía en él y lo que le gustaba.</p> <p>Pero Will pudo comprender, como pocos podían, por qué Maskull había traído la corte al castillo de Corben y la retuvo aquí como si se preparara para un suceso crucial. No sólo era un lugar de mal aspecto, sino e mismo espacio donde Gwydion se había enfrentado a su peor prueba personal. Y ese acontecimiento crucial parecía guardar alguna relación con cierta declaración. Se celebraría un banquete, o al menos eso se decía, un banquete para celebrar las bodas de oro del rey y la reina.</p> <p>¿Sería esa celebración un simple pretexto? Por ahora, todo eran debates y rumores. Will había llegado hasta la galería larga para decidir qué hacen Pasada la galería, podían verse los jardines y zonas verdes que se abrían entre las murallas del castillo. A cien pasos de distancia se erigía el tilo del que Morann había hablado: el famoso árbol de Corben. Había reflexionado sobre las palabras de Morann durante una semana, pero no había llegado a ninguna conclusión. ¿Debía quedarse, o marcharse? ¿Qué era lo mejor?</p> <p>Los pensamientos de Will estaban a punto de llegar a una respuesta cuando pasó por delante de un hombre fornido con un porte serio y brazos de arquero. El hombre se quedó de pie en una esquina, y cuando Will se acercó a él, susurró:</p> <p>—¡Eh, mi señor! ¡Un momento, por favor!</p> <p>Will pensó que pronunciaban su nombre, de modo que se dio la vuelta con la mano puesta sobre su puñal.</p> <p>—¿Qué ha dicho?</p> <p>—Tranquilo, mi señor… —Los ojos de ese hombre miraron fugazmente el arma, y luego se apartó. No era de clase noble, pero si era un criado no lucía los colores del estandarte indicaba al señor a quien servía—. Tengo un mensaje para el Maceugh de Eochaidhan.</p> <p>—¿Un mensaje de quién?</p> <p>—Tengo que preguntar al Maceugh si vendrá conmigo. —El hombre parecía nervioso y agitado. Miró a su alrededor como si recelara de la situación.</p> <p>—¿Por qué debería acompañarle?</p> <p>—Para asistir a una reunión privada.</p> <p>—¿Privada, dice, o secreta?</p> <p>—Eso es todo cuanto puedo decir. ¿Vendrá el Maceugh?</p> <p>Will calculó mentalmente, pensando que si el duque Henry había enviado a ese hombre, corría un gran peligro difícil de evitar. Pero si no lo había enviado el duque Henry, entonces acabaría por enterarse de algo interesante. Will asintió con la cabeza y siguió al hombre por el patio del castillo hasta llegar a una escalinata de piedra que conducía a una galería abierta. Will sudó mientras se acercaban a la puerta situada al fondo de la galería. Cuando el criado la abrió, Will se extrañó al ver que Lord Dudlea le estaba esperando.</p> <p>—No tema —le tranquilizó Dudlea—. Aquí estamos solos.</p> <p>—Eso es lo que me preocupa. Las conspiraciones se gestan en reuniones privadas. Si tiene algo que decirme, debería hacerlo en público.</p> <p>Los ojos de Lord Dudlea no se movían.</p> <p>—El duque me ha pedido que hablemos en privado.</p> <p>—El duque. —Will se detuvo, y de repente percibió una sensación de peligro. Por algún motivo, cuando Dudlea había dicho «el duque», pensó inmediatamente en Richard de Ebor y en Bethe.</p> <p>Dudlea miró fijamente a Will durante un rato, y luego preguntó:</p> <p>—El duque necesita saber dónde se sitúa el clan Maceugh en nuestra contienda actual.</p> <p>Will devolvió la mirada, aunque esta vez se dio cuenta de que Dudlea le miraba con cólera. Sabía que debía medir sus palabras. Después de lo que pareció una eternidad, Will contestó:</p> <p>—Mi clan está donde yo estoy.</p> <p>—¿Y esto dónde es?</p> <p>Will se enderezó.</p> <p>—Eso está por ver. Fui enviado a este reino como emisario de su alteza el rey. Por el momento, no he podido presentar mis credenciales a su soberano, y esto supone una afrenta.</p> <p>—Venga, Maceugh. Ya sabe las razones de ello. Ninguno de los dos somos tontos.</p> <p>—Si con ello quiere decir que su rey tiene la mente de un niño y que otros le dominan, coincido plenamente con usted. Pero sigue siendo su rey, y no puedo hablar con nadie que no sea él.</p> <p>Lord Dudlea miró a su invitado de forma amenazadora.</p> <p>—No complique las cosas, Maceugh.</p> <p>—Interprete mis palabras como quiera. —Will decidió jugar—. Tengo dos ojos en la cara, señor mío. Puedo ver que usted es leal al rey, pero que dispone de poco tiempo para la reina y sus maniobras. Ahora, ¿qué hay del duque? ¿Tiene un mensaje para mí o no?</p> <p>El rostro de Dudlea se volvió de piedra una vez más.</p> <p>—Maceugh, demuestra ser un hombre muy ingenuo. Por tanto, no iré con rodeos. El duque Henry no quiere que Richard de Ebor salga de la Isla Bendita. Por eso hemos tratado de buscar un aliado que impida su marcha.</p> <p>—¿Y quieren que el clan Maceugh sea ese aliado?</p> <p>—No…, exactamente.</p> <p>—Entonces, ¿qué?</p> <p>—Queremos a alguien cercano a Richard de Ebor.</p> <p>—¿Cercano?</p> <p>Lord Dudlea expulsó de repente todo el aire de sus pulmones.</p> <p>—Lo suficientemente cerca como para clavarle un cuchillo entre las costillas.</p> <p>Will se sorprendió ante tal revelación.</p> <p>—Supongo que quiere que yo mate a Richard de Ebor.</p> <p>—Sí.</p> <p>—¿Y por qué debo aceptar esa propuesta, teniendo en cuenta que eso supondría sin duda mi muerte?</p> <p>Dudlea unió las yemas de sus dedos.</p> <p>—De hecho, morirá si se niega a ello.</p> <p>Will estaba molesto.</p> <p>—Me está amenazando, señor.</p> <p>Dudlea se rió con sonoras carcajadas.</p> <p>—Lo que usted ignora es que fui prisionero de Ludford semanas antes de que el castillo cayera en manos de los enemigos. No había ningún emisario de la Isla Bendita encarcelado en el sótano, puesto que a mí me retuvieron en ese mismo lugar. Por tanto, lo que usted contó al duque Henry no puede ser cierto. No sé quién es usted, o a qué está jugando, pero es evidente que miente. Sé, por mi larga experiencia, que los hombres mentirosos suelen ser fáciles de convencer.</p> <p>—¡Me está hablando de chantaje!</p> <p>—Sí, y la disyuntiva puede resumirse en pocas palabras: haga este desagradable trabajo para el duque Henry y se le recompensará con creces. Si fracasa, al menos su esposa seguirá viva. Pero si rechaza el proyecto, ambos morirán de forma dolorosa.</p> <p>A Will se le heló la sangre. Se recordó que Dudlea sólo estaba haciendo el trabajo sucio de un tercero. Se aseguró de que su rostro no le traicionara y respondió:</p> <p>—Ya he oído su oferta.</p> <p>—¿Y?</p> <p>—Tendré que meditarlo.</p> <p>—Adelante. —Lord Dudlea retrocedió un paso y se esforzó por sonreír—. Pero no piense demasiado, Maceugh, porque los acontecimientos vuelven a ponerse en marcha. El duque Henry no puede esperar una respuesta eternamente.</p> <p>Will se giró y con este gesto dio por terminada la entrevista. En el umbral de la puerta, asintió con una leve reverencia con la cabeza y se retiró. Sabía que, finalmente, había sido llevado hasta la boca del dragón, y ya había empezado a notar que sus temibles mandíbulas le aprisionaban.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>El salón principal del castillo de Corben estaba intensamente iluminado con luces de velas. Los criados se ocupaban de dejar las fuentes con abundante comida y bebida para honrar a los invitados. Había muchos nobles (dos duques, seis condes, doce barones, y un centenar de caballeros, todos ellos con sus respectivas esposas). Muchos de ellos habían acudido a toda prisa a la reunión para mostrar su lealtad al rey y a su hermosa reina, de modo que nadie se atrevió a perderse este banquete.</p> <p>Willow había escuchado atentamente los rumores que circulaban entre las damas de compañía de la reina. Se había enterado de que un misterioso «consejero» le había dicho a la reina que aprovechara cualquier oportunidad para mostrarse cercana a su marido, y que estas bodas de oro de la pareja real suponían una magnífica oportunidad para pronunciarse sobre una cuestión muy importante.</p> <p>Sin embargo, antes de ese anuncio venía la fiesta. Jarred, el mago de la reina, bailó una parodia de magia en la sala. Siempre se pintaba el rostro para sus actuaciones, y presentaba un aspecto excesivamente pálido, los labios rojos, y pintura negra en el contorno de los ojos. También tenía por costumbre colocarse una moneda de luna de plata en una mejilla y una de sol de oro en la otra. Hacía malabarismos con fuegos de colores y de sus manos salían unas palomas que revoloteaban por encima de los entusiasmados comensales. Mientras los invitados esperaban al rey, una música alegre amenizaba la velada. Un grupo de acróbatas y enanos hacía malabarismos y volteretas, y como punto final a la actuación un pobre oso bailaba o movía su cuerpo al son de un temible latigazo.</p> <p>Will sospechó que el animal constituía una especie de chiste, una burla dirigida al escudo heráldico del conde de Warrewyk, que era un oso amordazado. Estuvo muy tentado de prestar sus habilidades en beneficio del animal, de urdir un hechizo que rompiera la cadena que le sujetaba y enviara a la bestia dando bandazos hacia la mesa principal, aunque después recordó la advertencia de Gwydion. No debía recurrir a la magia para no traicionar la apariencia que le confería su disfraz. No había llegado aún el momento. A ojos de Will, el gran salón era un paisaje de arenas movedizas con capacidad para engullirle en cualquier momento. Si esta noche no se hubiera aparecido, habría levantado las sospechas de todo el mundo, pero sentarse entre tantos enemigos le resultaba incómodo, y cuando llegó Maskull empezó a sudar.</p> <p>Sonaron las trompetas, y el malabarista, Jarred, bailó una especie de hechizo mágico ante los invitados, mientras éstos se disponían a beber y comer. Will prestó poca atención a las actuaciones. Pobre Jarred, sólo buscaba la admiración de los demás, aunque todos ya habían visto sus viejos trucos más de una docena de veces. Poco podía sospechar que uno de ellos se movía invisiblemente entre el público y que podría haberle reducido a un esqueleto de negras cenizas con sólo una mirada.</p> <p>Se sabía que Maskull estaba en la corte, aunque había preferido pasar desapercibido por todos salvo por la reina. Sin embargo, Will también tenía la capacidad de verle. El brujo se abrió paso entre la fiesta como una negra víbora cuando la reina hizo su entrada cogida del brazo del rey. Todos vieron cómo ella inclinaba la cabeza al andar, y muchos consideraron que esos movimientos eran signos inequívocos de un arrogante celo, aunque en realidad la reina estaba atendiendo a las indicaciones de Maskull. El rey estaba muy callado y tenía un aspecto pálido; parecía sorprendido de estar junto a la reina, y trató de apagar una de las voces que revoloteaban en su cabeza. Llevaba un narciso en sus finos dedos, así como la insignia del cisne blanco colgada del pecho. Parecía un ser remoto y sobrenatural, alguien que vivía encerrado en sí mismo, dentro de un sótano que constituía el único refugio de su espíritu.</p> <p>En la cabecera de la mesa, el rey Hal se sentó junto a la reina. Al otro lado de la reina, el duque Henry tenía cara de pocos amigos y su aspecto era austero debido a su ropa señorial de terciopelo. La túnica de tela gruesa y grandes pliegues escondía un peto de malla que siempre lucía para protegerse de cualquier puñalada inesperada. Los aliados de la reina se habían reunido con anterioridad, de modo que muchos de ellos se sentaban a la mesa, pero Will no los conocía a todos. Sin embargo, sí detectó algunas caras conocidas. Lord Strange estaba sentado cerca del rey, moviendo su larga cabeza y gruñendo en un alarde de temperamento. Su dama gris comió poco, y permaneció todo el tiempo sentada sin decir nada ni sonreír. También estaba el barón Clifton, cuya mirada salvaje reflejaba el mal que atormentaba su mente debido a la Piedra del Horror. El último invitado que Will reconoció fue Lord Dudlea, cauteloso y calculador, acompañado ahora de su esposa, una mujer con fama de ser su más sagaz asesora.</p> <p>Cuando el Maceugh se sentó junto a su mujer, debió de dar la impresión de ser alguien muy tranquilo, aunque el asunto que Lord Dudlea le había planteado seguía inquietándole. El plan para impedir el regreso de Richard de Ebor era demasiado complejo. Dudlea ya había dicho que no esperaría demasiado tiempo la respuesta del Maceugh, aunque algunas cosas debían meditarse antes de mover ficha. ¿Y si, por ejemplo, el plan mortal no fuera obra del duque Henry? Sólo tenía la palabra de Dudlea. Sin duda alguna, la operación llevaba el sello de Henry de Mells; era una estratagema sencilla, violenta, e infringía las normas de la caballería, pero eso no era prueba suficiente para responsabilizar a Henry.</p> <p>¿Y si el plan había sido urdido por Maskull? En otras ocasiones, lo que apestaba a traición llevaba el sello del brujo. Este plan era sencillo y pretendía ser definitivo, aunque no parecía de Maskull, pues si el duque Richard moría en el exilio, la exigencia de Ebor del trono se desvanecería y la guerra acabaría. Según Gwydion, eso era lo último que deseaba Maskull, porque la guerra era el objetivo principal cuando se trataba de guiar el destino del mundo hacia un camino de destrucción.</p> <p>En tal caso, ¿procedía el plan de la reina? ¿O del mismo Dudlea? La primera opción parecía más probable, aunque tampoco era del todo seguro. Cualquiera de los dos podría pensar que matar al duque Richard ofrecía las mejores esperanzas para acabar con la guerra, pero eso suponía ignorar la parte que desempeñaban las piedras de batalla. Mientras esos núcleos de maldad permanecieran allí, no se encontraría la paz. Quizá por eso todos los intentos de matar al duque Richard estaban condenados al fracaso.</p> <p>Will miró a su esposa. Comió poco, aceptando sólo una muestra de la comida que le sirvieron. Su alegría por haber recibido noticias de Bethe se había convertido en un ardiente deseo de volver a ver a su hija. Will podía percibir el tormento que ella sufría, y su admiración hacia Willow quedó reforzada por ello. No estaba dispuesta a abandonar la corte sin él, a pesar de que su vida corriera peligro.</p> <p>«Los sacrificios que hacemos por ti, Gwydion», pensó Will con desasosiego. «Si Morann hubiera traído mejores noticias, o peores, entonces sabríamos cuál es nuestro lugar.»</p> <p>Al final, Morann no les había ayudado demasiado en la toma de decisiones. Durante todo el día, Will estuvo tentado de alejarse a caballo del castillo de Corben para hacer un recado. Nada mágico, sino un paseo de un día para intentar detectar la línea más cercana y localizar la siguiente piedra. A veces, cuando la fase de la luna era plena, cuando formaba una elipse como una enorme perla torcida incrustada sobre un anillo de plata, podía percibir la llamada del lorc. Cuando los flujos se intensificaron, pudo sentir algo a unas cuantas leguas de distancia hacia el este. Parecía una línea Tanne, la línea del roble, la misma que habían encontrado en la Piedra de la Plaga. Durante las noches de claridad excepcional, se percibían atisbos y ecos de otras piedras más lejanas, situadas hacia el norte y hacia el sur. Pero la del este parecía la más intensa de todas.</p> <p>Jarred se tragó una lengua de fuego y luego la expulsó como si de un dragón se tratara. Andaba contoneándose por toda la sala para animar a los invitados. Le salieron pañuelos de seda por las orejas y la boca, luego jugueteó con unas cartas y monedas que desaparecieron, y sirvió vino de unas jarras vacías. De este modo, Jarred fue recompensado con una ovación y la perplejidad de los invitados. Will advirtió el enigma que escondía ese hombre, la necesidad que le había impulsado a convertirse en un experto de cientos de ilusiones y engaños. Según Gwydion, convertía a la verdadera magia en objeto de ridículo. Y mientras Jarred hacía las delicias de los invitados, Maskull aprovechó la situación. El malintencionado recorrió toda la estancia sin que nadie le viera, yendo de un lado para otro escuchando las conversaciones privadas, identificando a quienes habían bebido en exceso. También se enteró de las confidencias del peligroso Lord Dudlea y su mujer de ojos claros. Visiblemente enfadada, la reina parecía extender sus fosas nasales y sus ojos negros cada vez que la pareja le susurraba sus secretos.</p> <p>Willow acercó su boca a la oreja de Will.</p> <p>—Corre un nuevo rumor entre las señoras.</p> <p>Will notó que el brujo se acercaba a Lord Strange, y asintió con la cabeza en un gesto casi imperceptible.</p> <p>—Dime.</p> <p>—Dicen que esta vez Maskull ha vuelto a la corte acompañado de una criatura.</p> <p>Will se dio la vuelta.</p> <p>—¿Una criatura?</p> <p>—Están todos muy asustados.</p> <p>—¿De esa criatura, o de la idea de que Maskull la traiga?</p> <p>—Creo que no es un temor infundado. —Willow sonrió ampliamente para que todos pensaran que sus palabras eran divertidas y triviales. Pero incluso su alegría atrajo miradas de desconfianza. A diferencia de la mayoría de las otras señoras, Willow no llevaba el pelo tapado y éste caía en unos enormes rizos castaños sobre su espalda, siguiendo la moda de la Isla Bendita. Will vio la envidia reflejada en muchas miradas, especialmente entre las mujeres vestidas según el código de modestia recomendado por los Invidentes. Las mujeres con quien la reina escogía relacionarse eran sencillas, simples y sosas, y todas ellas parecían regocijarse en los rumores de carácter destructivo.</p> <p>—Por lo que sé, de momento nadie ha visto a esa criatura —dijo Willow, mientras se secaba la comisura de los labios—. Pero, al parecer, hay una razón para ello.</p> <p>Will frunció el ceño.</p> <p>—Tiene que haberla.</p> <p>—Dicen que Maskull ha traído algo tan terrible que, al verlo, te convierte en piedra. ¿Es eso posible?</p> <p>Will bebió un sorbo de vino.</p> <p>—No es imposible. Nuestro amigo ausente me habló en el pasado de una criatura incubada por un sapo que tiene la capacidad de matar con la mirada.</p> <p>—¿Crees que Maskull ha traído a esa bestia?</p> <p>—Lo dudo. Es mucho más sutil.</p> <p>La mirada de Will captó las alianzas que unían a esa corte. Era consciente de los ojos que le miraban con interés. ¿Cuáles de esos ojos conocían el complot para matar al duque Richard? ¿Cuál de ellas conocía la propuesta que le habían hecho?</p> <p>Will sintió un escalofrío cuando el brujo se acercó. Maskull era difícil de ver, una criatura de todas las apariencias y ninguna a la vez. Sus sutiles movimientos estremecieron a Will de la misma forma que otros se sentirían aturdidos por los movimientos de una araña.</p> <p>Aunque no podía verse a simple vista, Will se dio cuenta de que iba vestido con un traje negro de botones de plata. Llevaba espuelas como un caballero, aunque se movía como un ladrón. La mente de Will analizó el rostro del brujo, percibiendo otra duplicidad. Se apartó de esa cabeza fantasmagórica que temblaba bajo esa apariencia sana y juvenil que Maskull quería mostrar a la reina.</p> <p>Will apartó la mirada hacia donde la reina y el duque Henry se hablaban como amantes. Junto a ellos, el triste y pálido Hal miraba al vacío. Will percibió la vergüenza del rey, miró al lacayo que estaba a su lado y le secaba la comisura de los labios con una servilleta, mientras por debajo de la mesa la reina tocaba la cadera al joven duque para que ese gesto lujurioso le fuera correspondido. Sin embargo, mientras la madre del hermanastro de Henry alentaba los deseos de éste, su mirada también flirteó con sus dos principales rivales. Todo ello tenía lugar ante las narices del pobre y medio trastornado Hal.</p> <p>Cuando el brujo se situó a unos doce pasos de distancia de Will, éste hizo un esfuerzo para mirarle. Era difícil hacerlo. Los ojos de Maskull eran como unas ventosas negras que conducían a otro mundo. No estaban muertos, no eran como las joyas brillantes de los locos violentos, sino unos ojos con una extraña y atractiva cualidad de mirada irresistible. Maskull se apartó y Will se tranquilizó, aunque después advirtió de que había sido presa de un ataque. Cogió la mano de Willow con la tranquilidad de saber que ella no le veía, pero después miró hacia atrás y se llevó un susto al ver que el brujo le estaba observando.</p> <p>Volvió a apartar rápidamente la mirada, pero se dio cuenta de que le había atrapado. Maskull estaba al otro lado de la sala, si bien se movía rápidamente de un lado para otro como una llama negra. Los ojos de Will no pudieron seguirle. Se volvió de nuevo hacia Willow, que era como un refugio para él, pero su mujer no miraba en su dirección. No se atrevía a tocarla por miedo a que su gesto fuera interpretado como un aviso o una rareza. No se atrevió a delatar sus talentos de este modo y dijo algo divertido al caballero que se sentaba a su lado. El hombre se rió y Will le devolvió las risas, esperando que el ruido rompiera el hechizo, o al menos enmascarara su miedo. Pero no. Maskull reanudó el ataque. Se abalanzó contra el rostro de Will, y le hizo estremecerse.</p> <p>Will se levantó y, con una sonrisa, caminó hacia Maskull, quien se alejaba bailando para evitar todo tipo de contacto. Will no se dio la vuelta. En cambio, prefirió acercarse a la ventana y cerrarla, mientras preguntaba con calma:</p> <p>—¿Soy yo, o aquí hay corriente de aire?</p> <p>Cuando Maskull acabó su ronda de inspección, Will sintió que le flaqueaban las rodillas, y le alegró poder volverse a sentar. Entonces, Jarred terminó con el peligro saltando hasta una mesa y encogiéndose hasta convertirse en… ¿qué?</p> <p>Al parecer, se desvaneció por completo hasta convertirse en un destello negro. Desaparecido en la nada, ni siquiera quedó un atisbo de humo.</p> <p>Quienes se fijaron en la escena, se agarraron a sus vecinos de mesa y señalaron hacia donde el mago había estado antes de desaparecer. Muchos rostros delataban perplejidad. «¿Has visto eso? ¿Has visto lo que Jarred acaba de hacer?»</p> <p>Y, como si él aún estuviera allí para escucharlo, empezaron a aplaudir y a golpear la mesa, esperando a que reapareciera; cosa que hizo al cabo de un rato en la galería situada en un extremo de la sala.</p> <p>Los trovadores se colocaron en sus respectivos sitios. La sala estaba muy concurrida, y sólo la mitad de los invitados permanecían sentados.</p> <p>—¡Que empiece la música! —gritó Jarred a los presentes, extendiendo los brazos.</p> <p>—¡Eso era magia de verdad! —murmuró Will cuando sonó la música.</p> <p>—Creo que sí —respondió Willow mientras empujaba a su marido hasta detrás de una columna—. Me pregunto dónde habrá aprendido este truco.</p> <p>—Me lo imagino. Pero si lo ha aprendido de Maskull, al final lo lamentará.</p> <p>Cuando Will miró a lo lejos, sus ojos se cruzaron con los de Maskull una vez más. El joven se giró bruscamente, como si con ello quisiera dar a entender que había olvidado algo. Luego se dirigió hasta una de las fuentes de fruta y cogió una manzana. Se quedó junto a otra columna y empezó a pelarla con su cuchillo mientras Maskull le observaba. Al cabo de un buen rato, el brujo apartó la mirada. El corazón de Will empezó a latir deprisa, y luego aún más deprisa al darse cuenta de que la reina se había trasladado al otro lado de la columna. Jamás la había visto tan cerca de Maskull. Podía oler su perfume a lirio. Oyó que Maskull hablaba con insistencia. Al igual que sus ojos, su voz era intensa y seductora. Habló bastante, y Will pudo oír su conversación.</p> <p>—… En una ocasión, fui conocido como fabricante de armas, aunque ahora he creado algo de extraña belleza. Es un artilugio de enorme poder; de hecho, de un poder inigualable. Será mi regalo para ti.</p> <p>La reina miró fríamente a su asesor. Apretó el puño y dijo con suavidad:</p> <p>—¡Victoria final!</p> <p>Will se acercó un poco más a la columna. El rostro de la reina Mag parecía extasiado, sus ojos miraban hacia los de Maskull, y sus labios apenas se movían al hablar.</p> <p>—No… podré descansar hasta que Ebor y los suyos estén muertos.</p> <p>—No encontrarás la paz hasta que eso suceda.</p> <p>La reina sonrió.</p> <p>—Ya le he prometido a Henry de Mells la pluma que utilizaré para firmar la paz. Le he dicho que se mojará en la sangre de Ebor.</p> <p>La voz de Maskull cambió de tono. La maldad se apoderó de él hasta el punto de equipararse a la de la reina.</p> <p>—¿Ves? Los acontecimientos se suceden como te aseguré que se sucederían. Incluso los equilibrios más sólidos pueden romperse. Y recuerda esta gran verdad: «Siempre es más difícil construir que destruir». Por eso ganaremos. ¡La naturaleza misma del mundo trabaja a nuestro favor!</p> <p>Entonces, el duque Henry se acercó para hablar con la reina, y sus ojos delataban sospecha al encontrarla sola y con tan exultante estado de ánimo. Tenía un aspecto quejumbroso.</p> <p>—¿Cuándo se lo dirás?</p> <p>—Pronto.</p> <p>—¿Cuándo? —insistió, sin darse cuenta de que Maskull le estaba observando a menos de un paso de distancia—. Debo saberlo.</p> <p>—Henry, tu impaciencia acabará contigo.</p> <p>—Ya ha pasado la hora en la que Hal suele acostarse. Parece lloroso. Seguramente es el vino, una vez más. —Luego, con un odio repentino, exclamó—: ¡Tú, qué estás haciendo aquí!</p> <p>Will se enderezó.</p> <p>—Te he hecho una pregunta, isleño.</p> <p>—Todos estamos aquí para cumplir las órdenes de la reina. —Will sintió la mirada inflexible de Maskull.</p> <p>—Estabas escuchando a escondidas… —Los ojos del duque se entornaron hasta formar dos monedas de plata o de azabache—. Estoy seguro de que te <i>conozco.</i></p> <p>El tintineo de un pesado candelabro que había sobre la mesa salvó a Will. Henry se dio media vuelta, dejando tras de sí una amenaza intangible. Él y la reina avanzaron rápidamente entre la multitud en dirección al rey Hal, quien todavía seguía orgullosamente entronado. Los invitados se apartaron a su paso. La reina se dio media vuelta y se detuvo junto a su marido. Al notar una presa de mayor importancia, Maskull se unió a la expedición.</p> <p>Los ojos de la reina brillaron y luego sonrió.</p> <p>—Señores míos, el rey y yo os damos la bienvenida en esta feliz celebración de nuestro aniversario de bodas. Sin embargo, ha surgido un imprevisto que requiere nuestra inmediata atención…</p> <p>Will cogió la mano de su esposa y la acercó a él. La reina era toda una experta en manipular las palabras. Se abría paso en los corazones ingenuos, mostrando a la vez gratitud y desesperación. Halagaba y prometía, decía a todo el mundo lo que quería oír antes de cobrarse su precio. Mientras hablaba, Will pensó de nuevo en la norma que advertía en contra de creer lo que se mostraba en la superficie y recomendaba fijarse más allá de las apariencias.</p> <p>—… Y por tanto, señores míos —concluyó la reina—, su majestad el rey anuncia un Gran Consejo contra traición que se celebrará en el castillo de Corben en un plazo de siete días. En ese consejo tendréis la oportunidad de mostrar vuestra lealtad al soberano.</p> <p>Mientras sonaban los laúdes y los timbales, volvieron a oírse multitud de animadas conversaciones. Willow preguntó:</p> <p>—¿Qué quería decir con un Gran Consejo contra traición?</p> <p>—Es obra de Maskull. —Will miró al brujo, que estaba de pie cerca de Lord Dudlea.</p> <p>—Va a intentar reunir a todos los nobles del reino contra el duque Richard.</p> <p>Willow abrió los ojos de par en par.</p> <p>—Pero, ¿por qué?</p> <p>—Tratarán de mancillar su honor en su ausencia.</p> <p>—¿A qué te refieres?</p> <p>—Sus nobles compañeros tratarán de declararlo culpable. —Will se preguntaba cómo este último giro de los acontecimientos afectaría a su misión.</p> <p>—Y cuando lo hagan, ¿qué será de él?</p> <p>—Entonces, todo lo que él y sus aliados posean será legalmente confiscado por la corona.</p> <p>—¿Todo?</p> <p>—La reina reclamará que Foderingham y el castillo de Sundials, en el norte, así como las otras fincas, sean cedidas a la corte.</p> <p>—¿Y el duque?</p> <p>—Después de ser desposeído, será declarado proscrito y se ofrecerá un botín por su cabeza.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 28</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Jasper</p> <p style="margin-top:5%">Will tenía un cuchillo en la mano cuando vio por primera vez al monstruo entrando por los jardines del castillo. Se parecía en cierto modo a una pina, con su extremo bulboso y su tallo recio, cuando se sentó a tomar el brillante sol de mediados de verano. Hacía buen tiempo, y el cielo resplandecía azul. Las pocas nubes que poblaban el cielo eran altas y finas, y los dulces aromas del verano impregnaban el aire. Se habían colocado unas sillas y unos bancos en la zona ajardinada situada entre el castillo y el Árbol de Corben. Muchos de los asientos estaban ocupados, principalmente por asistentes y criados de los nobles que habían acudido al Gran Consejo.</p> <p>Desde la noche del banquete real, habían corrido rumores de que Maskull tenía a una extraña criatura encerrada en la torre. No era un cruce de gallo, sino una criatura medio humana, un monstruo creado por el brujo. Según se decía, la criatura era tan fea que debían taparle el rostro cuando salía al exterior, puesto que su mirada convertía a los hombres en piedra.</p> <p>Will sintió que una sombra pasaba junto a él. Era Jarred el mago, que se detuvo por un momento y luego se sentó en un banco a unos diez pasos de distancia. Había estado bebiendo.</p> <p>Entonces, a Will se le puso la piel de gallina, y supo que Maskull se acercaba a él. Will tuvo que hacer un esfuerzo para no salir corriendo, pero cuando vio que su enemigo estaba muy cerca, no pudo evitar poner de manifiesto su sorpresa con una silenciosa exclamación.</p> <p>Maskull llevaba un manto de invisibilidad, pero una figura afligida seguía su rastro a la vista de todos. Andaba de forma extraña, como si quisiera luchar en vano contra un impulso irrefrenable. La figura estaba tapada de pies a cabeza con un manto negro y ceñido, de modo que ninguna parte de su cuerpo quedaba al descubierto. Sus movimientos delataban un hechizo mágico, y andaba en contra de su voluntad.</p> <p>Will apartó la mirada. Una oleada de temor se apoderó de él. Nadie huyó ni gritó. Nadie se atrevía a hablar. Sólo cuando el brujo se hubo marchado, la piel de Will recobró su aspecto normal. Entonces, volvió a percibir el aroma a rosas. La gente se miraba y murmuraba palabras ininteligibles sobre lo sucedido.</p> <p>Will se fijó en Jarred. Cuando no actuaba ante el público, era una persona generalmente muy nerviosa. Pero cuando vio a Maskull no se movió. Se limitó a dejarlo pasar.</p> <p>Will estaba seguro de ello. Recordó el truco que había empleado en el banquete. La necesidad de ser admirado fue lo que le convirtió en el mago real, pero la reina, cautivada ahora por la poderosa magia de un brujo de verdad, se había cansado de los torpes remedos de Jarred. Quizá su deseo de despertar el interés de la reina le había impulsado a jugar con poderes que le superaban.</p> <p>Cuando Will se dio la vuelta, vio algo que interrumpió sus especulaciones. El criado de Lord Dudlea se le estaba acercando.</p> <p>—Tengo un mensaje para el Maceugh, de parte de mi señor —anunció hierático el hombre.</p> <p>—¿A propósito de qué?</p> <p>El criado no se movió.</p> <p>—Ignoro de qué se trata, sólo sé que el Maceugh debe comparecer.</p> <p>—¿Debe? —Will le devolvió la mirada, pero no se levantó—. ¿Qué manera es ésa de presentar una petición? Dile a tu señor que el Maceugh se reunirá con él mañana al mediodía.</p> <p>El mensajero se le acercó más.</p> <p>—Mi señor quiere verle ahora.</p> <p>Will se levantó de un salto.</p> <p>—El Maceugh no está a disposición de tu señor. Si él dice que vendrá mañana al mediodía, ¡entonces es que vendrá!</p> <p>Varias personas se giraron al advertir el tono de voz de Will. Al ver el cuchillo, el mensajero se retiró.</p> <p>—Perdone, Maceugh. —El hombre se tocó el pecho con la mano e inclinó la cabeza a modo de reverencia, pero fue un gesto hipócrita y una disculpa falsa—. Le comunicaré a mi señor su respuesta, pero le advierto que no le gustará.</p> <p>—Mañana al mediodía —gruñó Will—. Y dile a tu señor que sus criados son unos maleducados.</p> <p>El sirviente asintió brevemente con la cabeza, y se marchó. Pero Jar red sentía curiosidad por lo ocurrido. El mago le dedicó unos gestos. Will se encogió de hombros como si quisiera deshacerse de esa interrupción, pero Jarred advirtió:</p> <p>—Cuidado con Lord Dudlea. Es peligroso.</p> <p>Will se giró para evitar que el líquido de un frasco del mago le salpicara.</p> <p>—¿Quieres un poco? —le ofreció Jarred agitando el frasco.</p> <p>—¿Qué es eso?</p> <p>Jarred se echó a reír.</p> <p>—¿Acaso importa?</p> <p>Will se llevó el frasco a la nariz, y luego a los labios. Resultó ser un licor con sabor a prímula, muy intenso y dulce. Will observó de cerca la cara de Jarred. Sin su maquillaje y los utensilios de mago, parecía un tipo normal y corriente, aunque prematuramente envejecido. Tenía la piel arrugada y se le veían las venas de la cara. Además, el pelo presentaba mechones canosos y los dientes estaban amarillentos. Miró a Will como un hombre tan pendiente de sus apariencias que su corazón acabó por marchitarse.</p> <p>—¿Te encuentras bien? —preguntó Will.</p> <p>—No tengo más actuaciones —confesó el mago—. Su alteza se ha cansado del viejo Jarred. Cuando él protestó, ella le hizo salir de la corte. Envió a sus ayudantes para que lo echaran, un par de brutos grasientos. Alegaron que necesitaban sus aposentos para un conde, y que debía apañarse con el desván de paja que hay en los establos, si es que quiere quedarse.</p> <p>—No está mal.</p> <p>—¿Que no está mal? ¡Es una habitación pensada para campesinos! —El mago miró desconsoladamente las paredes del castillo—. ¿Por qué me ha despedido?</p> <p>Pero el mago conocía el motivo, y Will también.</p> <p>Jarred trató de levantarse del banco, pero no lo logró.</p> <p>—Me vengaré de ella —murmuró enfadado—. ¡De todos ellos!</p> <p>—No le cuentes a nadie tu plan —recomendó Will, alarmado por esa amenaza.</p> <p>Jarred no se tranquilizó, sino que se echó a llorar.</p> <p>—Cuando venía a la corte, siempre me llamaba. Mi número de los tres ratones ciegos era su favorito. Le encantaba mi magia. Pero desde que él ha llegado, me ha tratado como a un zapato viejo.</p> <p>Will negó con la cabeza en un gesto de compasión.</p> <p>—¿Quién crees que es?</p> <p>—¿Acaso no lo sabes? —Jarred cerró los ojos. Al parecer, algo le hacía gracia—. Le odio.</p> <p>—¿Por qué? ¿Porque hace magia de verdad?</p> <p>—¿Magia de verdad? —Jarred estaba muy enfadado—. ¿Qué hay de mi magia? Es el tipo de magia que cuesta toda una vida aprender. Mi talento cuesta de lograr, es muy complicado. No es la brujería de antaño, ¡no es ningún poder místico que surge de las profundidades de la tierra!</p> <p>Will juntó ambas manos. Volvió a preguntarse qué sabría Jarred de la magia de verdad. ¿Cómo podía un hombre así desenmascarar a Maskull? Pero, tal como Gwydion dijo en una ocasión, Maskull era arrogante, y la arrogancia solía propiciar tarde o temprano el descuido.</p> <p>—¿De dónde procede este brujo? —preguntó Will.</p> <p>—Es otro de esos hechiceros metomentodo, los que se dan a conocer como «conocedores del saber popular». Son muy buenos consejeros, dando órdenes y utilizando la corte como si fuera suya. ¿Quiénes se creen que son?</p> <p>—¿Te refieres a ese tipo…, a Gwydion? De vez en cuando viene a la Isla Bendita. Se presenta en la corte del rey del modo en que tú describes.</p> <p>—Sí, él es uno de ellos. El «Maestro Gwydion», según le gusta que le llamen. Con sus anillos de fuego azul y sus desapariciones. Yo también hacía anillos de fuego azul hace años. ¡Los hice en la boda real! Dejé pasmado a todo el mundo. Durante semanas no hablaron de otra cosa. Pero ahora, ¿quién se acuerda de mí, eh?</p> <p>—No aprecian el verdadero talento —respondió Will, observando cómo el mago se bebía el licor—. Me estabas hablando de Maskull…</p> <p>—Te diré algo sobre él, Maceugh. —Jarred se inclinó hacia Will como si fuera un viejo amigo suyo—. Nadie lo sabe, pero él está aquí ahora.</p> <p>—¡No! —Will fingió sorpresa—. ¿Aquí?</p> <p>—Oh, sí. Cree que nadie puede verle. Pero yo sí. Yo sé más de lo que él imagina. Siempre se reserva un espacio privado allí donde va. Tiene uno aquí, una habitación en la torre sureste. Cree que nadie lo sabe cuando se dirige a sus aposentos. ¡Pero yo sí lo sé!</p> <p>—¿No es una cámara secreta?</p> <p>—Intenta mantenerla en secreto, pero yo utilizo esto —dijo Jarred señalando sus ojos—. Cualquier mago lo sabe; pocas personas saben utilizar los ojos. Creen que ven, pero no miran.</p> <p>—¿De modo que Maskull dispone de una habitación en la torre?</p> <p>—Y la torre tiene una ventana. Y cada dos o tres noches recibe un visitante a través de ella.</p> <p>Will se imaginó la torre. Su única ventana era una abertura muy estrecha.</p> <p>—¿Qué tipo de visitante?</p> <p>Jarred movió el dedo ante las simuladas dudas de Will.</p> <p>—Vuela hacia él cuando le llama. Se pega a la piedra como un enorme murciélago. Luego se arrastra y se mete en la ranura de la ventana.</p> <p>De pronto, Will pensó en el ked. Era un animal lo suficientemente pequeño y ágil como para entrar por la ventana de Maskull. Le preguntó:</p> <p>—Este animal volador, ¿crees que se parece a un goggly?</p> <p>El mago levantó las cejas y cerró los ojos.</p> <p>—Creo que ése es el nombre vulgar que reciben esas criaturas.</p> <p>—Pero me acabas de decir que habla con él.</p> <p>—Pues claro que sí. Es su espía, y cumple sus órdenes.</p> <p>—¿Esas criaturas no están al cuidado de los manos rojas?</p> <p>—Muchos sí, pero éste es salvaje.</p> <p>—¿Salvaje?</p> <p>—Procede del Reino Inferior.</p> <p>—¿Cómo lo sabes?</p> <p>—¡Ah! —Jarred golpeó levemente la punta de la nariz de Will—. Porque es el animal que sacó a Maskull del laberinto que se oculta bajo la tierra.</p> <p>Cuando Will escuchó esas palabras, se puso muy contento. Hasta ese momento jamás había relacionado al ked con Maskull, pero ahora todas las piezas encajaban. El problema era que el mago hablaba por los codos.</p> <p>Los ojos enrojecidos de Jarred buscaron otro trago de licor.</p> <p>—¿No lo sabías? ¿Ha estado por aquí desde hace años? Toda la corte lo sabe. Se vio obligado a vivir en el exilio después de una pelea con uno de sus compañeros metomentodo. Ese goggly, o como se llame, es la criatura que le liberó, y la tiene como esclavo. Ahora, la utiliza como visión nocturna.</p> <p>—¿Cómo sabes todo esto?</p> <p>El mago bostezó y luego suspiró.</p> <p>—Lo he… preguntado a los espíritus.</p> <p>—Sin duda. —Will insistió—: Venga, maestro mago, queda muy poco del día para poder disfrutarlo. Vayamos a tus nuevos aposentos. En cuanto a mí, espero dormir como un hombre sin preocupaciones.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Will llevó a Jarred a su desván. La tarde moría y el sol brillaba con un resplandor dorado en el oeste. Con suerte, el mago no volvería a ser el mismo hasta la mañana siguiente. Pero entonces, ¿qué? Will subió la escalera gastada sosteniendo su nuevo bastón tallado, pensando qué hacer con la figura vestida de negro que Maskull había guiado por el jardín. Luego se acordó de las palabras de Gwydion: «Conozco a Maskull, habrá atado a Chlu a una cadena mágica antes de soltarlo. Algún día, creo, intentará soltarlo para sonsacarle la verdad…».</p> <p>Will estaba seguro de que la criatura debía de ser Chlu.</p> <p>Los acontecimientos se sucedían deprisa. Había llegado el momento de encontrar a Willow, de modo que se dirigió de regreso al castillo. Decenas de nobles habían llegado a lo largo del día acompañados de sus séquitos, y el jardín estaba lleno de tiendas pintadas. El humo del campamento se elevaba hacia el cielo. Los caballos cansados estaban siendo atendidos por los criados. Will reconoció muchos de los colores que adornaban el lugar. La mayoría pertenecían a nobles que habían llevado sus contingentes a Ludford siguiendo las órdenes del rey, pero también había otros muchos llegados a causa de la inminente separación, no sólo de las posesiones de Ebor, sino de las de dos de sus ricos aliados. Maskull había conseguido despertar su codicia, y al parecer acabaría por salirse con la suya.</p> <p>A Will se le encogió el corazón mientras cruzaba el campamento. Los criados comían, bebían, y atendían a sus caballos y a sus perros, practicaban con la espada o con sus sables. Hacía un año, muchos de sus señores habían jurado que Richard de Ebor sólo estaba intentando salvar al Reino de una reina malvada y de sus abyectos amigos. Ahora le consideraban un traidor.</p> <p>Mientras trataba de abrirse paso entre un grupo de amigos que bebían cerveza, dio un golpe a uno que le bloqueó el paso con el codo.</p> <p>—¿Qué es eso? —protestó el hombre.</p> <p>Will se apartó de un hombre de unos cuarenta años de edad que por su modo de vestir parecía venir del oeste, quizá de Cambray. Tenía el pelo de color entre rubio y pelirrojo, y su rostro estaba moteado de pecas. Aunque Will reconoció una barba de estilo señorial, el hombre sostenía una taza de bebida en la mano derecha, y acercó la izquierda a la empuñadura de su sable.</p> <p>Will bajó su bastón y se llevó una mano al pecho mientras se inclinaba ligeramente.</p> <p>—Le pido perdón, señor.</p> <p>—¿Pedirte perdón? —repitió el hombre en voz alta—. Querrás decir que me pides perdón.</p> <p>Will asintió con la cabeza y continuó su camino.</p> <p>—¡Isleño! ¡Has derramado mi cerveza! ¿Cómo me la vas a reponer?</p> <p>Alguien colocó una mano en su brazo, y le arrebató el bastón.</p> <p>—Si le he molestado, amigo, le pido mil perdones.</p> <p>El hombre dejó su bebida.</p> <p>—¡Me tira la cerveza y luego me llama amigo!</p> <p>Mientras Will recogía su báculo, vio a los hombres dándose leves codazos entre sí. Sus ojos brillaron con anticipación cuando el cambrayano se interpuso en su camino y apartó el bastón.</p> <p>—Dejadme pasar —amenazó Will.</p> <p>—No hasta que no me recompenses. Y si te niegas a ello… —El desconocido cogió la empuñadura de su espada y la desenfundó hasta la mitad— Te haré pagar con sangre.</p> <p>El cambrayano estaba fanfarroneando. Vestía buena ropa y sus movimientos parecían exagerados y entrenados.</p> <p>La expresión pálida de Will debió de advertirle. Añadió:</p> <p>—¿Sangre a cambio de cerveza? Sólo un necio lucharía hasta la muerte por un vaso de cualquiera de esos líquidos.</p> <p>—Vaya, ¿hasta la muerte? —replicó el otro en tono de burla—. ¿Habéis oído eso? Yo sólo hablo de sangre, ¡y él de muerte!</p> <p>La multitud parecía escuchar con atención, y muchos de ellos sonreían entre dientes. El resto miraba como si supiera que su actitud sería examinada con lupa. Pero, curiosamente, cuando Will abrió su mente al taciturno cambrayano, no percibió ningún atisbo de fanfarronería.</p> <p>—Si quieres pelea, entonces no te defraudaré. Pero cualquier necio sabe que, si no es una pelea a muerte, no merece la pena empezarla.</p> <p>La multitud gritó y ululó al oír esas palabras, pero el cambrayano parecía intrigado por las palabras de Will.</p> <p>—Un punto de vista de lo más interesante, isleño, pero ahora has añadido el insulto a tu herida, y pagarás por haberme llamado necio. Lucharás contra mí, o te arrastraré por todo este campo como a una mula de Eider.</p> <p>Will se encogió de hombros, un gesto que fue interpretado como una afrenta. Señaló el bastón con un gesto.</p> <p>—Ahora que me ha quitado mi bastón de madera estoy desarmado, a menos que considere que ese pequeño cuchillo es un arma. Así, pues, ¿es un cobarde, además de un necio?</p> <p>Will se dio media vuelta. De espaldas, oyó el sonido inconfundible de un sable al ser desenfundado. Will estaba muy nervioso, y cuando se giró, se dio cuenta de que una espada envainada apuntaba hacia él. Consiguió inmovilizarla, sabiendo que no debió utilizar la palabra «cobarde» con un hombre como él.</p> <p>—¡Pelea! —gritó el pelirrojo, mientras le atizaba con la hoja plana de la espada—. Pelea, y resolveremos esta cuestión como verdaderos hombres.</p> <p>—¿Cómo hombres? —Will estaba muy enfadado, aunque pudo controlarse con la dignidad propia de un hombre de verdad—. Como niños, dirás. Estás borracho, amigo mío. Y el problema ya está resuelto.</p> <p>Will recibió otro golpe.</p> <p>—Yo no soy tu amigo, y no estoy borracho. Vete, isleño, o te arrastraré como a una mula. ¡Lo juro!</p> <p>Will se mordió los labios.</p> <p>—Creo que esta broma está llegando demasiado lejos.</p> <p>El otro hombre provocaba a Will, e introdujo la punta de la espada debajo de un pliegue del <i>leine</i> de Will de manera que la ropa se rasgó.</p> <p>Will sabía que, si sacaba la espada, acabaría por sangrar, aunque no veía ninguna otra solución. Analizó la situación —su adversario estaba acostumbrado a manejar una espada, eso era evidente, y además era rápido, dominaba el movimiento de pies, y, por lo que pudo comprobar Will, no era tan imprudente como aparentaba. Tampoco estaba borracho. No había sido un encuentro accidental.</p> <p>El joven no tuvo más remedio que esquivar los golpes y evitar los cortes de su experimentada espada. Su adversario los propinaba con asombrosa precisión, calculados para dejar en ridículo a la víctima.</p> <p>—Así se hace —comentó el otro, en un intento de provocar a Will— Pero se supone que primero debes sacar la espada de la vaina. A menos que quieras que la saque yo.</p> <p>Los espectadores no cesaban de gritar, aunque pronto se convirtieron en vítores cuando Will sacó su espada. Cuando la desenvainó, su adversario trató de asestarle un contundente golpe en la cabeza. El lo evitó en el último momento. Saltaron esquirlas y se oyó el tintineo de las hojas, luego los dos hombres se separaron.</p> <p>—Eres alto, isleño, y fuerte, pero no practicas demasiado —le recriminó el pelirrojo, haciéndose notar ante el público.</p> <p>Will le azuzó, pero la última vez que había utilizado una espada fue en el castillo de Foderingham, años atrás. Su oponente le golpeaba con gran facilidad.</p> <p>—¡Venga, seguro que puedes hacerlo mucho mejor!</p> <p>Will se agachó para esquivar el golpe de su adversario. ¿Cómo evitar causar un tipo de daño irreparable, cuando su mano estaba siendo obligada a pelear?</p> <p>El otro rodeó a Will, y su mirada parecía la de un halcón.</p> <p>—¿Qué te pasa? ¿Es que no sientes demasiado interés? ¡Pronto estarás muy interesado!. —El hombre se coló en la defensa de Will, fingió asesta un golpe con la izquierda, y le propinó un golpe en la mejilla que le derribó. Era inútil resistirse a ello, y Will cayó de lado. Se le nubló la vista y comprobó que le salía sangre de la boca. Supo que se había mordido la lengua.</p> <p>Escupió sangre. El corrillo de curiosos gritaba y protestaba. Will advirtió que varios hombres se acercaban corriendo para ver lo que sucedía. Se levantó y empuñó de nuevo la espada, aun cuando le desagradaba su tacto metálico. Aunque él no había provocado esa situación, tampoco se atrevía a utilizar la magia.</p> <p>—¿Ya has tenido suficiente? —preguntó el cambrayano en tono burlesco.</p> <p>Will arremetió contra su adversario a modo de respuesta, y le hizo retroceder golpeándole con la espada una segunda vez.</p> <p>En ese momento, el talento de Will se hizo evidente. Se dio cuenta de que la suya no era una espada cualquiera. No contenía hechizos mágicos, pero una breve y violenta historia la precedía. Había sido fabricada por un herrero que conocía bien su oficio. La empuñadura de cuero rojo oscuro estaba ennegrecida por el sudor. La hoja era ágil pero firme, y las muescas estaban situadas estratégicamente para esquivar golpes de gran violencia. Aunque también escondía una debilidad. Will se dio cuenta de ello en un instante. Esta espada había sido muy utilizada por un hombre muy habilidoso que ahora estaba muerto. Había matado dos veces. Había sido confiada a tres vidas. Pero a Will le resultaba extraño empuñarla, y las muescas del acero le preocupaban.</p> <p>Otro ataque los acercó cuerpo a cuerpo antes de volver de nuevo al amparo de sus espadas.</p> <p>—¡Al menos, debería saber el nombre de mi adversario! —gritó Will, dando vueltas hacia la derecha.</p> <p>El otro se apartó con recelo, y luego fingió un saludo inclinando la cabeza.</p> <p>—Me llamo Jasper, hijo de Owain. Jasper, como la piedra jaspe.</p> <p>Reanudaron la lucha por iniciativa de Jasper, y esta vez se empujaron hacia otra dirección. Los zapatos resbalaban sobre el césped, pero lo que molestó a Will fue que podría haber terminado la pelea convirtiendo el acero de su adversario en un montón de herraduras de caballo en pleno vuelo. Sin embargo, su disfraz se lo impedía.</p> <p>Las espadas se encontraban y bailaban en el aire. Las puntas besaban el suelo y luego se volvían a levantar. La espada de Will rasgó una tienda cercana. Los espectadores no paraban de reír: todos, salvo el propietario de la tienda. Will tropezó con una banqueta. Sus cuerpos se balanceaban para esquivar los golpes, y también agachaban la cabeza. También se daban patadas, golpes en los tobillos y puñetazos. Las hojas de metal impactaban una contra la otra. Cuando se volvieron a encontrar en un cuerpo a cuerpo, se golpearon la frente. Will buscaba las palabras entre sus dientes apretados mientras golpeaba la espada de su adversario.</p> <p>—Tú ya sabes mi nombre —aseguró.</p> <p>Jasper empujó, pero al ver que Will era más fuerte que él, tuvo que renunciar a ello. Se retiró para recuperar el equilibrio. Dos rápidos contragolpes alcanzaron a Will. Sabía que sin malla ni peto de protección, la pelea no podía durar demasiado.</p> <p>Jasper, hijo de Owain…, el nombre no significaba nada para él. ¿Quién sería? Al parece, un príncipe de Cambray. Un hombre tan bueno con la espada que sin duda gozaba de reputación.</p> <p>Sufrió tres golpes rápidos en la cabeza, el brazo y la pierna. Luego, Jasper se abalanzó contra él. Will le esquivó y le hizo una zancadilla. El hombre cayó al suelo rodando, pero supo controlar el movimiento y volvió a levantarse. En ese momento, Will estaba convencido de que su encuentro era algo más que una pulla para divertirse un poco o una demostración de habilidades marciales.</p> <p>Entonces, ¿por qué empezó? «¿Quiere matarme de verdad?», pensó Will. «¿O me está obligando a utilizar la magia?»</p> <p>Pero… ¡Una zancadilla!</p> <p>«¡Aprovéchalo!»</p> <p>Will se acordó del defecto del metal. Golpeó la hoja de la espada contra un recipiente de cocina de hierro, y luego sostuvo lo que quedaba de ella. Con un gesto definitivo, lanzó la espada al suelo. Pero Jasper se acercó enfadado hacia él y Will se vio obligado a recoger el trozo de espada.</p> <p>El público se echó a reír.</p> <p>—No puedo luchar con una espada rota —se quejó Will.</p> <p>—¡Deberías haber tenido más cuidado!</p> <p>Will sintió la ira de Jasper. En parte era provocada por su descuido, pero también por haberse visto superado. No soportaba hacer el ridículo.</p> <p>Will se libró de un salvaje golpe en la ingle, se apartó, y luego su mano encontró su báculo. Pareció revivir cuando lo cogió y le dio la vuelta. Luego Jasper se abalanzó contra él, y Will extendió el báculo frente a su esternón y detuvo el ataque.</p> <p>El impacto cortó la respiración del cambrayano y le derribó por un instante, pero éste se levantó moviéndose con la espada de izquierda a derecha.</p> <p>Nada de lo que hiciera podría reducir la distancia entre ellos. El bastón golpeó su ojo, el codo, el pecho, el cuello… No había salida alguna, salvo apartarse.</p> <p>El siguiente golpe de Jasper habría partido a Will en dos si no hubiera dado la vuelta al báculo para colocarlo debajo del brazo de la espada y lo clavara en el pecho desprotegido de su adversario.</p> <p>La espada de Jasper cayó al suelo, y acabó clavándose en la tierra húmeda. Permaneció doblada, balanceándose como un tallo de trigo. Mientras tanto, Jasper, con las piernas heridas y desequilibrado, trató de embestir a su adversario. No lo logró. El báculo amenazaba su rostro, de modo que se sentó en el suelo acercándose la mano a un costado.</p> <p>—Ahora —anunció Will con tranquilidad, blandiendo su báculo como un hombre dispuesto a talar un árbol.</p> <p>Muchos de los espectadores pedían sangre, y disfrutaron al ver que el hombre había vencido el temor.</p> <p>—¡Hazlo! ¡Ya he vivido bastante tiempo! —exclamó Jasper. Tenía el rostro pálido y su voz delataba indignación a pesar de que se mostraba valiente—. ¡Mátame! No te pediré clemencia.</p> <p>Will le miró con extrañeza.</p> <p>—¿Matarte por una cerveza derramada? ¿Me tomas por idiota?</p> <p>Se oyeron unos gritos de decepción procedentes de los espectadores, y cuando vieron que no se derramaría sangre, empezaron a marcharse.</p> <p>Jasper miró a Will, y su rostro denotaba orgullo.</p> <p>—Mátame, tienes derecho a hacerlo.</p> <p>—Pero no quiero. —Will se dio cuenta de que el pelirrojo se sentía incómodo.</p> <p>Al final, la ira de Jasper desapareció y extendió una mano.</p> <p>—Si no tienes agallas para hacerlo, entonces ayúdame a rematarlo yo.</p> <p>Will le permitió coger el otro extremo de su báculo para levantarlo.</p> <p>—¿A qué estás jugando? ¿Quién te envía?</p> <p>Jasper se rascó la barbilla, se tocó el pelo, y luego se echó a reír.</p> <p>—Mereces saberlo: Henry de Mells.</p> <p>—Al menos eres un asesino sincero.</p> <p>Jasper recuperó su espada y le sacó la tierra que quedaba en una de las puntas.</p> <p>—Si hubiera querido matarte, ya estarías muerto. Henry no me habría pedido que te matara; un par de ballestas serían más efectivas, y más en consonancia con su estilo.</p> <p>Will habló en voz baja.</p> <p>—¿Y por qué nos hemos peleado?</p> <p>—Porque no se fía de los isleños. No está seguro de que seas realmente un emisario de la Isla Bendita, a pesar de lo que Lord Morann le contó. Por lo que a mí respecta, en una ocasión fui un necio por decir ante él que la espada de un hombre habla con más elocuencia de sus orígenes que su boca. Él me contestó que te investigara para ganarme su favor. Y necesito su ayuda, de modo que lo hice.</p> <p>—¿Y qué ha dicho la espada sobre mí?</p> <p>Jasper se echó a reír una vez más.</p> <p>—Vaya, apostaría una corona de plata a que no eres de la Isla Bendita. Aunque, sin duda alguna, has estado allí alguna vez. —Jasper golpeó el hombro de Will.</p> <p>—Entonces ¿es un hecho probado?</p> <p>—No te preocupes, le diré a Henry todo lo contrario.</p> <p>—¿Por qué accediste a hacer su trabajo sucio?</p> <p>Jasper le escudriñó con la mirada.</p> <p>—Te dije que quería ganarme su confianza. Mi padre y yo no somos muy populares, y las reuniones como éstas nos acercan a nuestros enemigos. Necesitamos una fuerte protección.</p> <p>—¿Y por qué viniste?</p> <p>—Por órdenes del rey; y si algo somos, es leales a Hal.</p> <p>Era un extraño sentimiento en un cambrayano, aunque Will pensó que Jasper era un buen tipo. Luego tomaron una jarra de cerveza. Will le preguntó:</p> <p>—Peleas muy bien. ¿Dónde aprendió tu brazo tanta elocuencia?</p> <p>—Digamos que tuve una infancia muy difícil.</p> <p>—Hablaste de enemigos. ¿Tienes muchos?</p> <p>Jasper se echó a reír.</p> <p>—Bastantes. Cuando mi padre era joven, se ganó el amor de una dama. Fue una aventura amorosa que muchos no veían con buenos ojos.</p> <p>—Debió de ser una dama de clase alta.</p> <p>—Era la difunta viuda del rey.</p> <p>Will se mostró muy sorprendido.</p> <p>—¿Te refieres a la madre del rey Hal?</p> <p>Jasper asintió con la cabeza.</p> <p>—La misma. La reina Kat. También es mi madre. Como ves, mi padre es lo que se llama un hombre apasionado. Echó un vistazo a mi madre, y ya nadie pudo detenerle.</p> <p>Will se enteró de cómo Owain había salvado a Kat de una vida enclaustrada bajo llave en la hermandad. Se casaron en secreto y los dos anhelaban una vida tranquila en el oeste. El padre de Jasper tuvo tres hijos. Pero las cosas no le fueron bien. Los enemigos de Owain acabaron por encarcelarle en Trinovant y enviaron a Kat a vivir en el claustro de la hermandad en Bermond. Murió al cabo de un año, y su tumba, según explicó Jasper con amargura, no contiene mención alguna de la boda con su padre.</p> <p>—Incluso se aprobó una ley en el consejo según la cual la viuda del rey no podía casarse, para que algo así no volviera a suceder. Como ves, creyeron que mi padre intentaría hacerse con el poder convirtiéndose en consorte. Pero ellos no le conocen. Hizo lo que hizo por amor.</p> <p>Will no daba crédito a lo que oía. Jasper era en realidad el hermanastro no reconocido del rey Aunque era difícil de imaginarse a dos hombres tan distintos en aspecto y en temperamento.</p> <p>—Los nobles celosos recuerdan mucho pero perdonan muy poco —comentó Will—. Al parecer, tienes suerte de seguir con vida.</p> <p>—Tienes razón. —Jasper observó las tiendas que se habían montado en la explanada—. Intentamos vivir tranquilamente en Cambray, pero cuando el rey declara un Gran Consejo, la ley estipula que asistamos. Nos vemos obligados a abandonar nuestras casas y llegar a un nido de víboras. Mi hermano mayor, Edwin, murió la última vez que se convocó un consejo. Yo preferiría no tener que pasar por lo mismo.</p> <p>Will recogió las dos mitades de la espada rota.</p> <p>—Por tanto, te pusiste al servicio de Henry de Bowforde.</p> <p>—Me lo pidió. Me utiliza porque puedo pelear, y porque sabe que somos leales a Hal pase lo que pase. Yo aprecio a mi hermanastro. Luché en Verlamion al lado del padre de Henry, el duque Edgar. Estuve a su lado cuando murió.</p> <p>Will recordó haber visto el cuerpo salvajemente desgarrado del viejo duque de Mells.</p> <p>—Tuviste suerte de escapar.</p> <p>—Cierto.</p> <p>Will entregó a Jasper los trozos de su segunda mejor espada.</p> <p>—El acero tenía un defecto.</p> <p>Jasper miró detenidamente la hoja, y luego escudriñó a Will.</p> <p>—No sé quién eres, pero no eres lo que parece.</p> <p>—Adiós, Jasper —se despidió Will, mientras miraba al pelirrojo—. <i>Slein an al</i>, tal como decimos en la Isla Bendita.</p> <p>Jasper sonrió entre dientes.</p> <p>—Igualmente, Maceugh. <i>Slein an al</i></p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>El largo y luminoso cielo del atardecer decidió por fin morir en la noche. Will evitó las luces cegadoras de la puerta de entrada y anduvo entre sombras. Un destello violáceo parpadeaba en una de las estrechas ventanas que se abrían en lo alto de la torre del sureste, y reconoció sus matices pálidos y morados.</p> <p>Empezó a temblar y se acercó a la puerta. Percibió una luz que ardía en su interior, así como voces que murmuraban. Luego vio varias piedrecillas de distintos colores dispuestas en la puerta de entrada, y sintió que le daba un vuelco el corazón. Golpeó suavemente la puerta: uno, uno-dos, uno-dos-tres, y después se apartó.</p> <p>Al cabo de un rato, oyó una respuesta: uno-dos-tres, uno-dos, uno. Se abrió el pestillo y salió un hombre que se quedó en el umbral. Willow observaba desde la luz dorada que había a su espalda. Morann había regresado.</p> <p>—¿Encontraste a Gwydion? —preguntó Will, tan pronto como la puerta volvió a estar cerrada.</p> <p>Morann se encogió de hombros. Acababa de llegar y tenía la ropa cubierta de polvo.</p> <p>—Lo único que tengo es esto. —Morann señaló la corona de hojas que yacía sobre la mesa—. Es de Gort, pero no trae buenas noticias. Al principio nos transmite las disculpas del Maestro Gwydion por no enviarnos un mensaje más directo. El Maestro Gwydion ha viajado mucho, y ahora está bastante seguro de que las dos piedras de batalla que encontraste cerca de Arebury y Tysoe no son las piedras a las que apunta la Piedra del Horror. Ninguna de ellas será la próxima que impulse a los hombres a la guerra.</p> <p>—¿Dijo algo sobre las intromisiones de Maskull con la piedra de Tysoe?</p> <p>Morann miró a su amigo.</p> <p>—El mensaje de Gort tardó mucho en llegarme, pero me pidió que fuera de inmediato a la Isla Bendita y vigilara de cerca los preparativos de Richard de Ebor.</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>El ojo de Morann brillaba de forma extraña.</p> <p>—Porque el tiempo es fundamental cuando se habla de invasiones.</p> <p>—Invasiones… —repitió Willow a media voz—. ¿Quieres decir que el duque Richard intenta llevar un ejército hasta el Reino?</p> <p>—No si puedo impedirlo. Mi tarea consiste en pedirle al amigo Richard que regrese al Reino, pero debo convencerlo para que venga solo. O al menos, que no venga a la fuerza.</p> <p>—¿Qué? —preguntó Will, sin dar crédito a esas palabras—. ¡Richard no hará eso!</p> <p>—Lo hará si se le pregunta de forma adecuada. Vendrá con un séquito reducido y desarmado, nada más. El Maestro Gwydion cree que podría darse una gran reconciliación.</p> <p>Willow negó con la cabeza.</p> <p>—Todo ha ido demasiado lejos. Las damas de la reina dicen que ella está dispuesta a obtener la cabeza de Richard de Ebor. No puede hacerlo mientras las fuerzas de Ebor sigan intactas.</p> <p>Will interrumpió a su esposa.</p> <p>—Edward está con los condes y su ejército en Callas. Gwydion debe saber que si Richard vuelve; el condado de Kennet y otros se rebelarán para defenderle. Los burgueses de Trinovant ya lo han dejado muy claro. Ludford puede estar en manos de la reina, pero está Foderingham, el castillo de Sundials, Wedneslea, Sheriff Urton… Todas estas fortalezas no han perecido todavía.</p> <p>—Aun así, debo hacer lo que me pide el Maestro Gwydion. Mi labor consiste en persuadir al amigo Richard para que llegue con menos de mil hombres y cabalgue hacia el sur de las fortalezas de la reina para mayor seguridad. El Maestro Gwydion asegura que debe hacerse, o de lo contrario los sucesos se desviarán demasiado del camino verdadero.</p> <p>Willow dejó caer las manos con desánimo.</p> <p>—Jamás moveremos al duque.</p> <p>—El Maestro Gwydion afirma que debo llevar el trozo de la Piedra de la Sangre conmigo de inmediato, y asegura que con la Piedra del Horror y la de la Sangre protegiéndole será invencible.</p> <p>Sin embargo, Will dudaba de esta estrategia.</p> <p>—¿Y Richard se creerá eso? Porque yo no lo creo.</p> <p>De repente, Morann asintió con la cabeza.</p> <p>—El Maestro Gwydion cree que sí. El amigo Richard se esforzó para llevarse la Piedra del Horror con él cuando partió hacia la Isla Bendita. Dejó el trozo de piedra debajo de la cama en los últimos meses, cuando se hospedó en el castillo de Logh Elarnegh después de traerlo de Derrih. Jura que ésa es la razón por la cual últimamente ha tomado algunas decisiones delicadas. Y bien puede ser así.</p> <p>—Será mejor que nos preparemos para el fracaso, Morann —replicó Willow, insistente.</p> <p>—Me he preparado para el éxito. He visitado dos veces a An Blarna, y cada vez acercaba una mejilla distinta a la piedra que el Maestro Gwydion dio a Cormac. Si eso no es lo suficientemente elocuente, no sé qué más decir.</p> <p>Will andaba de un lado para otro de la habitación.</p> <p>—Sigo sin entender cómo puede ser una decisión acertada andar desnudo en una jaula de león. Como bien habrás visto, cada señor del Reino salvo Sarum y Warrewyk y sus amistades han parado aquí. Han venido para llevarse las propiedades de Ebor y sus títulos, así como para dictar una sentencia de muerte. Cuenta con espías, y debe de saber lo que está pasando.</p> <p>Morann cogió su bolsa y se la colgó al hombro.</p> <p>—Las pautas del mundo son complicadas, pero yo creo que, cuando el Maestro Gwydion dice algo, es mejor hacerle caso.</p> <p>—¿Te vas ahora? —preguntó Will, cuando vio que Morann se acercaba a la puerta—. Todavía tenemos mucho de que hablar.</p> <p>—Primero debo irme a Ludford, y luego viajaré en barco hasta Logh Elarnegh y convenceré al amigo Richard. Esperemos que llegue a tiempo.</p> <p>—Dicen que el viajero que está más descansado camina más rápido —intervino Willow—. Y recuerda que Gwydion siempre dice que más prisa es menos velocidad.</p> <p>—Sí. ¿No pasarás la noche aquí?</p> <p>—Os agradezco vuestra amabilidad, pero ni siquiera puedo permitirme pasar la noche. La corte cree que estoy en Trinovant, y así quiero que siga siendo.</p> <p>Pero Will pasó una mano por el hombro de su amigo e insistió:</p> <p>—A fin de cuentas, tal vez sería mejor que te vieran.</p> <p>Morann miró fijamente a Will.</p> <p>—¿Por qué?</p> <p>—Porque mataríamos dos pájaros de un tiro, y así ganaríamos unos días.</p> <p>Will contó a Morann la propuesta de Lord Dudlea, y cómo había accedido a reunirse con él para rechazarla.</p> <p>—Espero que le digas que harás lo que te pida —recomendó Morann, frunciendo el ceño—. Es un hombre peligroso y no le gusta que le lleven la contraria.</p> <p>—No puedo aceptar lo que me pide. Y su paciencia ya está agotada, por ahora.</p> <p>—En ese caso, ve con cuidado, amigo. —Morann señaló la mesa que albergaba un cesto con setas que Willow había recogido al amanecer, así como una enorme jarra—. El alma de Dudlea cuajaría esa leche. Seguramente pensará en convencer a la esposa de un hombre para conseguir lo que quiera.</p> <p>—Sé qué tipo de hombre es Dudlea, y ya cuidamos de nosotros lo suficiente. Pero, ¿y si le digo que estoy de acuerdo con él? ¿Y si le dijera que te he convencido para ir a la Isla Bendita y matar al duque Richard?</p> <p>Morann se detuvo para pensar.</p> <p>—Puedes decirle eso, si lo deseas. Aunque podría convertir mi recepción en Logh Elarnegh en un acontecimiento poco agradable si los espías de Richard informan antes de mi llegada. Aun así, yo diría que la mejor manera de protegerse de esos individuos es ser útil al menos a uno de ellos, y ahora entiendo de qué manera nos puede servir tu sugerencia.</p> <p>—Entonces quédate esta noche, déjate ver mañana, y luego sigue con tu encargo.</p> <p>—Tal vez sea lo que decida hacer. —Morann dejó caer la bolsa sobre la silla—. Eres más persuasivo que yo, a pesar de todos mis preparativos. Sin embargo, ¿es infalible tu plan? Cuando Richard llegue, o si llegan noticias de su partida, Lord Dudlea considerará una trampa el acuerdo. En ese caso, él intentará matarte.</p> <p>Will sonrió ampliamente.</p> <p>—Si no me equivoco, intentará matarme de todos modos.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>A la mañana siguiente, Will y Morann pasearon por los jardines asegurándose de que en Corben todo el mundo les viera. Luego Morann se marchó, y mientras montaba su caballo, le dijo a Will que prestara atención a sus sentimientos interiores.</p> <p>Willow había bajado para acercarse lo máximo posible a los aposentos reales, donde había escuchado los comentarios de las damas de compañía de la reina y se había enterado de la presencia de Chlu en el castillo de Corben. Sin embargo, esta vez hablaban con entusiasmo sobre las joyas de la reina.</p> <p>—Hay algo extraño en todo esto —contó Willow a su mando cuando regresó a su habitación—. Dijeron algo sobre «su hechicero», algo que la compensaría por un gran diamante que él en una ocasión se llevó.</p> <p>Will empezó a preocuparse.</p> <p>—¡La Estrella de Annuin! El diamante que Maskull fue obligado a devolver a la cámara acorazada del Reino Inferior. ¿Qué podría compensar esa pérdida, aunque ella no tuviera ni idea de lo que fuera?</p> <p>Willow asintió con la cabeza.</p> <p>—Bueno, le dio un par de esclavas de oro especialmente creadas para ella, y cada una, al parecer, lleva una cadena de tres eslabones de oro.</p> <p>Will se rascó la barbilla.</p> <p>—¿Esclavas? Quizá fueran un símbolo de su relación con el rey.</p> <p>Willow no parecía muy impresionada.</p> <p>—No olvides que los grilletes de oro forman parte del estandarte del duque de Ebor.</p> <p>—Cierto. ¿Crees que se trataba de una especie de chiste heráldico?</p> <p>—Quizá no esconda ningún significado. Pero, según los rumores, a Maskull le costó forjar esas pulseras. Y era algo que la reina hacía tiempo que deseaba tener. Su dama de cámara aseguró que esas joyas le causaban una gran alegría cuando las lucía. Dijo que la reina sólo las llevaba cuando estaba sola, y luego empezaba a bailar y a reír.</p> <p>—No me gusta.</p> <p>—A mí tampoco —respondió Willow—. Y lo que es aún peor: ya no tiene esas pulseras.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 29</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Vuelo nocturno</p> <p style="margin-top:5%">El enorme tilo que era el Árbol de Corben crujía y gemía mientras debajo de su enorme copa se abría un terreno sombrío. Sólo las raíces gruesas y negras de los árboles se arrastraban por el suelo como serpientes retorcidas y siniestras. Ni una brizna de hierba crecía entre ellos porque, años atrás, las herraduras de los caballos habían pisoteado el suelo y los señores de la guerra convirtieron la explanada en un gran escenario de sus asesinas revueltas. Sin duda alguna, no era un lugar de buen aspecto.</p> <p>Ahora las perspectivas, aunque menos desapacibles que en los últimos tiempos, eran bastante tristes a ojos de Will. Había banderas ondeando en las estacas envueltas en lazos, y el prado que se abría debajo del Árbol de Corben estaba dividido en carriles como si fuera a celebrarse un torneo. Los asientos de los bancos se habían dispuesto en dos grandes recintos, y la tribuna real se levantaba debajo de un enorme toldo de hilo dorado. Este prado solitario se había convertido en un espléndido espacio de ceremonias, donde se podían representar todo tipo de obras, como en White Hall o Trinvant. Aunque los hechizos y los contrahechizos siempre afectaban al rey de Trinovant, aquí Will pudo sentir el sabor inconfundible de la brujería de Maskull.</p> <p>Una procesión de condes y duques empezó a reunirse con los distintos grupos de hombres uniformados. Will y Willow esperaron en el recinto que les correspondía en calidad cié emisarios extranjeros. Junto a ellos estaban sentados los emisarios de Cambray, con sus túnicas verdes y blancas y el emblema de un dragón rojo en el pecho. A su lado estaban los Parcas de Albanay, con sus largas trenzas, sus telas discretas y broches plateados con adornos. A su izquierda se sentaban hombres y mujeres de rango vestidos con un atuendo aún más extraño, así como los ministros y los comerciantes que visitaban la corte de Hal procedentes de reinos y principados situados en los confines del mundo.</p> <p>Por fin, los nobles del Reino salieron en procesión de una enorme tienda. Pasaron junto a las vallas protectoras contra el viento, donde las brisas cálidas agitaban los toldos artísticamente decorados con rostros y talas de los reyes de antaño: todos los ciento cincuenta reyes, desde Brea al mismísimo rey Hal. Lord Chambelán, Lord del Almirantazgo, y el conde Marshal del Reino dirigían a los nobles, cada uno con su estandarte. Los duques y los marqueses venían después, a continuación los condes, los vizcondes y los barones, posando ante una audiencia de caballeros y escuderos.</p> <p>La brisa agitaba las plumas de colores que adornaban doscientos sombreros señoriales, aunque apenas movía sus pesados abrigos de armiño. Estos nobles se sentaron ordenadamente en sus asientos, y allí esperaron, sudando por el calor, a que llegaran el rey y la reina.</p> <p>Fue una larga espera. Quienes después entraron en el recinto fueron los Ancianos con capucha dorada de la Hermandad de los Invidentes. Se quemó incienso de humo blanco para ellos, sostenido por pajes que los guiaron hasta sus asientos. Dos tronos dorados destacaban entre la multitud. En ellos había cojines de terciopelo y oro, y entre ellos había un trono más pequeño con el respaldo en forma de cuello y cabeza de cisne.</p> <p>Según se rumoreaba, el retraso había que atribuirlo a la reina. Al parecer, se había ausentado del castillo de Corben durante unos días, ya que nadie la había visto a ella ni a su caballo preferido. La brisa amainó. El aire se tornó húmedo, pesado y sofocante. Cuando una neblina titubeante agitó el toldo real, Will se sintió atraída hacia ella. Despertó sus talentos, y de repente vio a una figura elegante vestida de negro que acechaba como una araña detrás del trono del rey.</p> <p>Empezaba el Gran Consejo de Pares. Después de la espera, se escucharon los cantos de los Ancianos. Luego, un instante de solemnidad y una fanfarria de trompetas de plata. Se escenificó un combate entre doce caballeros vestidos con armadura y, cuando terminaron, los Castrados de la Orden Blanca cantaron un himno con voces aflautadas, y Will creyó que esas melodías eran entonadas por criaturas cuyas infancias nunca terminarían. Se quemó más incienso aturdidor en las cuatro esquinas de la tribuna. Al final, el murmullo de expectación terminó cuando el oficial del Reino levantó su báculo y pidió silencio. Los jóvenes pajes aparecieron con cuatro cojines. Cada uno contenía un símbolo, los cuatro elementos sagrados de un soberano: un cetro, una espada, un cáliz y una corona. Luego llegaron el rey y la reina: el rey Hal vestido de terciopelo marrón con un rollo sellado en la mano. Después, la reina Mag, resplandeciente con sus telas carmesíes y doradas al viento y su profusión de diamantes, perlas y rubíes. Después llegó su heredero, un niño de seis o siete años. Seguidamente, entró el duque Henry, quien invitó al Lord Chambelán, al Conde Mariscal del Reino, y a dos Lores Oficiales de paz y a otros hombres destacados del gobierno del rey, que le siguieron en fila.</p> <p>Maskull cambió de lugar, y empezó a rodear los tronos a medida que se acercaba el rey. Hal no tenía ganas de subir a la tribuna. Will observó que la forma de Maskull no proyectaba sombras, pero al moverse hizo que se desviara el humo del incensario más cercano, como si una ligera brisa lo hubiera cambiado de lugar. Hal hizo un esfuerzo por caminar y subió los escalones con la ayuda de un lacayo. Cuando se hubo sentado en el trono, los dedos delicados y blancos del rey entregaron el rollo a su esposa, quien a su vez lo entregó al duque Henry. Ella escuchó los susurros de Maskull mientras se hacían juramentos, se nombraban nuevos caballeros y se resolvían otras cuestiones de menor importancia. El Gran Consejo del Reino empezó su sesión, y sus antiguos rituales debían seguirse según un orden muy preciso, porque se sabía que los vestigios de la magia antigua se basaban en rituales. Al final, llegó el momento de tomar la desagradable y crítica decisión.</p> <p>Todos los asistentes se mostraron entusiasmados. Los heraldos del rey, vestidos con tabardos de cuadros rojos y azules, blasonados con leopardos dorados y lirios, volvieron a dar un paso hacia delante. Tocaron sus trompetas plateadas. Luego, en el silencio más absoluto, la voz del chambelán tronó:</p> <p>—Hago saber que, mientras Richard, quien últimamente se da en llamar duque de Ebor, junto con otros…</p> <p>Will escuchó pronunciar los nombres de los principales aliados de Richard con el estilo tan particular de los abogados. Los condes de Sarum y de Warrewyk se nombraron primero, y luego todos los barones y caballeros que habían defendido al duque Richard.</p> <p>—… En el año treinta y seis del Reino de nuestro soberano, varios de ellos se reunieron en Ludford para conspirar y planear la traición y la destrucción de la persona del rey, nuestro regio soberano, Hal, el tercero de su estirpe con ese nombre.</p> <p>»Y ellos, con la misma hueste, las banderas ondeando, fuertemente armados y defendidos con todo tipo de armas, como picas, arcos, flechas, espadas, hachas y todo tipo de artículos necesarios para luchar en una batalla, se situaron en un campo del condado de Salop, y después de una larga <i>y</i> continuada deliberación, declararon traicioneramente la guerra contra nuestro soberano y sus verdaderos súbditos a su servicio y ayuda bajo el estandarte de nuestro soberano, en lo que es una sublevación contra el Reino…</p> <p>Cuando el chambelán hubo acabado, el duque Henry habló un rato con la reina, y luego se levantó. Su voz su esforzaba por ser escuchada.</p> <p>—Señores míos, el rey tiene el placer de anunciarles que la siguiente orden sea entendida por todos: «Puesto que el traidor Richard de Ebor se ha rebelado contra nosotros, él y sus herederos serán procesados. Quien se oponga a su rey, que se muestre ahora o se calle para siempre».</p> <p>Ningún hombre de la multitud se atrevió a moverse ni a pronunciar ni una sola palabra.</p> <p>—Pues entonces, que así sea.</p> <p>El hechizo que Maskull había urdido se rompió. Will vio su figura negra bajar de la tribuna y recorrer el pasillo. Se marchaba antes de que la reunión terminara, antes de que el rey se levantara. Ahora que se había hecho su voluntad, no tenía razón alguna para quedarse.</p> <p>El viento agitó la copa del Árbol de Corben, y en cierto momento el ruido fue ensordecedor. El olor a incienso llenó las fosas nasales de Will. Vio que las sombras de debajo del árbol se movían; por un instante, pareció como si una pocilga estuviera observando lo sucedido, pero eso era del todo imposible. De repente, se oyó un vocerío detrás del lugar que ocupaban los nobles. Se cercó un mensajero y habló un instante <i>con</i> el conde Mashal. La reina se levantó y se alejó corriendo con su hijo, el rey Hal, y todo su séquito.</p> <p>Se produjo una conmoción tan pronto como los miembros del Gran Consejo se levantaron. Will vio que Maskull levantaba los brazos y luego aparecía a la vista de todos. Ahora se ocupaba de Lord Dudlea, quien se acercó a él pero fue derribado. Gimió, luego intentó levantarse y pidió perdón, pero Maskull se alejó. Estaba pasando algo, algo importante, pero Will no sabía qué. Willow, al ver lo que ocurría, cogió la mano de su marido.</p> <p>—¿Qué ocurre?</p> <p>—Lo ignoro —respondió Will. Entonces, distinguió a Jasper entre la multitud. Le acompañaba un hombre mayor, que sin duda alguna sería su padre, Owain, un hombre de pelo y barba canosa y un rostro redondo y encendido. En su juventud, debió de ser muy parecido a Jasper.</p> <p>La noticia, fuera la que fuera, había llegado a su conocimiento, y Will se acercó a ellos.</p> <p>—¡Jasper!</p> <p>—¡Maceugh!</p> <p>—Vaya pronunciamiento del Gran Consejo de Pares —protestó Owain.</p> <p>—¿Qué sucede? —quiso saber Will.</p> <p>—El duque de Ebor. —Los ojos de Jasper brillaban de emoción—. Acaba de atracar en la costa norteña, y le acompaña un gran ejército.</p> <p>Will se quedó de piedra cuando la muchedumbre les rodeó. Él quería asimilar estas noticias, entender las consecuencias, tal como Gwydion habría hecho. Pero entonces, alguien tiró burdamente de su mano. Él intentó apartarse, pero la mano de Lord Dudlea era tenaz. Tenía el rostro gris por el miedo, la ira, o una mezcla de ambas cosas. Le salía sangre de la nariz, temblaba, y las pupilas de los ojos se habían dilatado. Sostuvo algo delante del rostro de Will, algo brillante que agarraba con su mano enguantada. Susurró:</p> <p>—Tus retrasos nos han delatado, Maceugh. Ahora tu vida no vale más que esto.</p> <p>El noble tiró el objeto al suelo, se dio media vuelta y se marchó. Cuando Will lo recogió, se dio cuenta de que era un cuarto de penique de plata, la moneda de menos valor del Reino.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Al fin, en la corte se llegó a un punto muerto de hechizos y contrahechizos. De vuelta al castillo, Will prestó atención al ulular del viento. Soplaba en el Árbol de Corben mientras las ramas místicas protegían sus hojas. La creciente inestabilidad era evidente y la magia protectora de Gwydion resultaba poco efectiva. En toda la corte, se notaba que la magia del hechicero no surtía efecto.</p> <p>—He aquí el mensaje enviado por Morann —dijo Willow—, y los planes del Maestro Gwydion se han venido al traste. ¡A fin de cuentas, esto es una invasión!</p> <p>—Algo ha ido terriblemente mal —atajó Will, quien seguía preguntándose qué estaba pasando y qué hacer—. Debemos irnos, aquí ya no estamos a salvo.</p> <p>Los temores sobre la Piedra del Dragón afloraron en la mente de Will. Si la magia de blindaje de Gwydion era lo único que protegía a la piedra en el sótano de Foderingham, ¿qué pasaría ahora?</p> <p>Willow bostezó y se dejó caer sobre un costado de su marido como si acabara de ser alcanzada por una flecha. El terror se apoderó de él, y se acercó a su esposa.</p> <p>—¿Qué ocurre?</p> <p>—Nada, nada. Vamos.</p> <p>Cruzaron la puerta de entrada, mezclándose con una muchedumbre de criados. La mayoría tenía órdenes urgentes de recoger las pertenencias e irse lo antes posible. Cuando Will entró en el castillo, él y Willow se dirigieron a un rincón y entraron en un pequeño almacén que hacía las veces de despensa.</p> <p>La puerta tenía un candado cerrado, y la estancia no se utilizaba. Will echó un vistazo a su alrededor.</p> <p>—¡Aquí! ¡En la mantequería! Y cierra la puerta.</p> <p>—¡Mírame! —gritó Willow cuando estuvieron solos—. ¡Me está saliendo pelo!</p> <p>Will miró a su esposa.</p> <p>—¡Por la luna y las estrellas!</p> <p>La pequeña estancia húmeda estaba vacía, y sólo quedaban unas cuantas estanterías rotas. Las paredes eran blancas pero la habitación estaba a oscuras, y la única luz procedía de unos pequeños tragaluces. Will utilizó su cuchillo para crear un cerrojo improvisado que mantendría la puerta cerrada siempre que nadie tratara de forzarla. Willow tampoco daba crédito a sus ojos.</p> <p>—Will, ¡tu barba!</p> <p>Will asió a su esposa por los hombros y trató de encontrar su rostro.</p> <p>—También tus ojos cambian de color. No de una forma rápida, pero sin duda son distintos a como eran esta mañana. Y tienes pecas en la cara.</p> <p>—Lo mismo te ocurre a ti. Tienes la barba más fina y la forma de la barbilla es distinta. Will, ¿qué ocurre? ¿Es obra de Maskull? ¿Ha urdido un hechizo?</p> <p>Will levantó una bolsa marrón rojizo que colgaba de su hombro izquierdo y la levantó hacia un haz de luz que se filtraba en la estancia. El tejido era más fino que antes, y la lana estaba desteñida; además el broche <i>delch</i> plateado con la piedra castaña era más pequeño y su brillo había desaparecido.</p> <p>—No debí esperar tanto tiempo. Nuestros disfraces están desapareciendo.</p> <p>—¡Entonces debemos salir de aquí!</p> <p>—¡No podemos! Aún no. —Explicó a toda prisa lo que Jarred le había revelado—. Sabes lo que eso significa, ¿verdad? Si podemos coger a esa criatura, entonces podremos preguntarle acerca de Chlu.</p> <p>Willow miró a su marido.</p> <p>—¿Por qué te preocupa ese niño? Ya tenemos suficientes problemas.</p> <p>—Es el único modo de descubrir quién soy, de dónde vengo y quiénes son mis verdaderos padres. ¿No lo entiendes? —Will le explicó lo sucedido con el pez rojo, y repitió lo que Gwydion le había contado—. Tengo que intentarlo, Willow. Es posible que no surja otra oportunidad como ésta.</p> <p>Willow acarició la mejilla de su esposo.</p> <p>—Hagas lo que hagas, te acompañaré. Ya me había acostumbrado a tu nuevo rostro, pero me encanta tener de nuevo al Will de siempre.</p> <p>La pareja se besó, y se fundió en un abrazo.</p> <p>—Eres una chica muy valiente.</p> <p>Willow echó un vistazo a la desnuda habitación.</p> <p>—Estamos cambiando deprisa. Deberíamos recoger todo lo que podamos.</p> <p>Su temor a levantar sospechas resultó infundado. De todas las personas que entraron en la corte del castillo, nadie les miró. Se centraron en algo mucho más terrible, algo sobre lo que se vieron obligados a hablar en susurros.</p> <p>—¿Qué es? —preguntó Willow ladeando la cabeza.</p> <p>—Dos estatuas de piedra gris —aclaró Will—. Una es una mujer, y la otra un niño.</p> <p>Se congregó una multitud alrededor suyo, y más personas se acercaban para verlas. Las estatuas eran de tamaño natural y talladas con una gran profusión de detalles: Lady Dudlea y su hijo. Will no podía apartar sus ojos de ese rostro. Sus ojos revelaban terror, y seguramente el niño se convirtió en piedra mientras su madre le observaba.</p> <p>—¡La criatura de Maskull! —exclamó Willow, agarrando a su marido—. ¡Nos han estado observando!</p> <p>Will se separó de su mujer, sabiendo que ninguna mirada de cruce de gallo podía hacer algo así, sólo Maskull.</p> <p>—El complot para matar al duque Richard debe de haber sido ideado por Maskull. Y ahora Dudlea tuvo que pagar por su fracaso.</p> <p>Se abrieron paso hasta llegar al almacén y cerraron la puerta de entrada. Se ocultaron durante el resto de la tarde, observando cómo poco a poco recuperaban su aspecto original. El ruido y la ansiedad del exterior hizo pensar a Will en los días que había pasado encerrado en el sótano de Ludford, aunque esta vez el peligro era mayor. Las noticias sobre la invasión habían obligado a la reina a pronunciarse. Todo noble leal al rey Hal tenía que regresar de inmediato a su finca y convocar a sus hombres. Se oía un gran alboroto en el castillo, y muchos trataban de huir del lugar. Los carros traqueteaban en el exterior. Se oyeron gritos y voces, pero al final el barullo se desvaneció y la noche fue apacible, interrumpida sólo por el cambio de guardia y el piar de los pájaros.</p> <p>La pareja esperó en silencio, aunque empezaron a sentir hambre. A pesar de que la mayoría de condes y barones se había marchado, el núcleo de la corte del rey seguía en el castillo, por lo cual era imposible escapar del lugar. Entonces, la luna envió un rayo de luz por la pequeña ranura de la pared, y un haz plateado bañó el suelo de piedra. Cuando las puertas del castillo se cerraron al tráfico nocturno, Will pensó que valía la pena arriesgarse. Abrió la puerta con discreción, y percibió el olor a podrido que emanaba de las pilas de estiércol que había en el jardín. En esos momentos, Will ya no se parecía en nada a Maceugh y era arriesgado cruzar el patio, aunque no pensó siquiera en quién diría ser si alguien se lo preguntaba.</p> <p>Will regresó con un cesto de comida, dos harapientas capas de viaje y algunos artículos de aseo. También encontró un saco, una cuerda y una bobina de seda gris. Cuando se hubieron comido el pan y el queso, vaciaron el saco y cosieron la seda a modo de red.</p> <p>—Las estatuas han desaparecido —anunció Will.</p> <p>—¿Las dos?</p> <p>—Sí. Supongo que Dudlea se las habrá llevado.</p> <p>—Pobre hombre.</p> <p>Will levantó la mirada.</p> <p>—Está amenazando nuestras vidas. ¿Por qué le llamas «pobre hombre»?</p> <p>—Lo que viste le ocurrió a su esposa e hijo. Imagínate cómo te sentirías si eso te ocurriera a ti.</p> <p>—Tienes razón. Es un pobre hombre.</p> <p>A medida que la noche se oscurecía, Will volvió a salir de su escondite. Primero se aseguró del paradero de Maskull, y descubrió que estaba con la reina. Luego subió hasta las almenas y se arriesgó a trepar hasta el techo de pizarra. Colgó la red en los aleros para que cubriera la ventana de Maskull. Cuando acabó, soltó dos largas cuerdas con las que atrapar a la serpiente. Sólo tenía que encontrar una esquina oscura debajo de las paredes y esperar.</p> <p>Willow se unió a su marido y juntos avanzaron a hurtadillas entre la noche, turnándose para vigilar. Will estudió las conocidas pautas de las estrellas que giraban lentamente sobre su cabeza. Vio un buho que se abatía en silencio contra la corte. Los murciélagos revoloteaban en el aire en busca de polillas, y oyó los ladridos de los perros y la llamada lejana de un ruiseñor. Aun así, no se encendió ninguna luz en la habitación de Maskull, y nadie entró en la espiral de piedra que conducía a la habitación del brujo. Por fin, mientras Will bostezaba y se esforzaba por no dormirse, oyó un débil aleteo.</p> <p>Despertó suavemente a Willow, y señaló hacia una figura gris y fantasmagórica que revoloteaba sobre la muralla del castillo. Desapareció por unos instantes, pero luego reapareció. En total, voló tres veces en torno a la torre antes de desplegar las alas y desaparecer como por arte de magia.</p> <p>Will observó el extraño modo en que se movía, subiendo de lado con asombrosa agilidad por la piedra amorfa. Sólo cuando empezó a asomar la cabeza por la ranura y la red atrapó su hocico, Will tiró de la cuerda. En un momento, el animal quedó atrapado.</p> <p>—¡Ahhh! —gritó, y el ruido resonó por toda la explanada del castillo.</p> <p>Will tiró de nuevo y la red de seda gris que envolvía al ked como una mosca en una tela de araña empezó a caerse de la ventana. Will tiró una última vez para que la criatura no escapara, y ésta cayó redonda al suelo. Él corrió a cogerla como si fuera un bebé que acabara de caerse del alféizar de una ventana, aunque en realidad no era un bebé. Era una criatura de dientes afilados y fuertes garras, y estaba asustado.</p> <p>—¡Gwww!</p> <p>—¡Ven aquí, mi pequeño lagarto! —exclamó Will, mientras cogía al animal por el pescuezo. Luego lo metió en el saco que Willow había abierto—. ¡Vendrás con nosotros!</p> <p>Los gritos de la criatura quedaron amortiguados por la tela del saco, y mientras se acercaban a la mantequería, Willow cerró la puerta y le dijo al ked:</p> <p>—O te callas, o te partiremos la cabeza.</p> <p>El animal no mostró indicios de tranquilizarse y una de sus garras trató de romper el saco, así que Will lo dejó en el suelo y se sentó encima de él.</p> <p>—¡No lo harás! Te voy a ahogar si no te callas. ¡Quieto! O te llevaré a la Hermandad de los Invidentes.</p> <p>—No le digas eso —interrumpió Willow—. Es aterrador.</p> <p>—Es algo más que terror —contestó Will levantando de nuevo al saco con el animal—. Hay algo desagradable que corroe su corazón, pero si no calla despertará a todo el castillo y vendrán a por nosotros.</p> <p>—¡Gwww! —chilló la criatura; Will apretó con todas sus fuerzas hasta que ya no pudo más. Al cabo de un rato, pudo soltar la mano.</p> <p>—Escucha, ked. Será mejor que te calles. Si lo haces, te prometo que no te causaré ningún daño…</p> <p>—No puedo respirar…</p> <p>Will soltó el cuello del animal y éste empezó a toser y a ahogarse. Luego empezó a sollozar.</p> <p>—Bien —repuso Will—. No grites. Nada de ruidos. No queremos hacerte ningún daño, pero si gritas te inmovilizaré. Ahora, ¿quieres que te saque de esta bolsa?</p> <p>—Sí —gimió con una vocecita.</p> <p>—¿Me prometes que no harás ruidos?</p> <p>—El pequeño ked se callará.</p> <p>—Muy bien.</p> <p>Will soltó el saco para que el ked asomara la cabeza. Este volvió a sollozar, y Will vio el brillo de sus dientes blancos a la luz de la luna.</p> <p>No sacó completamente al animal. Le preguntó:</p> <p>—¿Cómo te llamas?</p> <p>El ked miró sin saber qué responder.</p> <p>—¿Sabes quiénes somos, pequeño ked? —preguntó Willow.</p> <p>Will miró a su esposa. Sabía que habían llegado a una encrucijada.</p> <p>—¿No me recuerdas? —dijo— Soy el que te liberó cuando tu pata quedó atrapada en el cepo.</p> <p>El ked empezó a retorcerse, aunque abrió ampliamente los ojos y Will se dio cuenta de que le reconocía.</p> <p>—¡Salvó al pequeño ked!</p> <p>—Aunque me mordiste aquí en la mano. Mira.</p> <p>El animal parpadeó, y empezó a estremecerse como si de repente padeciera fiebres.</p> <p>—¡Perdón, perdón! ¡Gwwww!</p> <p>El ked empezó a revolotear. Sus alas membranosas, tan hábiles en campo abierto, eran un estorbo en espacios cerrados. Will no se movió, y habló con firmeza.</p> <p>—No queremos hacerte daño, pequeño ked, pero si montas un escándalo, tendremos que devolverte al saco. ¿Lo entiendes?</p> <p>Al final, los párpados del ked se rindieron.</p> <p>—Sssí.</p> <p>—¿Tienes hambre? —preguntó Will, después de unos instantes de silencio.</p> <p>—Sssí.</p> <p>—¿Te apetece una seta?</p> <p>Hubo otro silencio.</p> <p>—¿Seta?</p> <p>El rostro de Willow denotaba preocupación.</p> <p>—¿Will, deberíamos…? ¿Y si las setas no le sientan bien?</p> <p>—Gwydion asegura que estos bichos viven en cavernas a ras del suelo. Comen moras y arbustos que crecen profusamente en esos ambientes. En una ocasión me dijo que los manos rojas utilizaban la miel de setas como señuelo para cazarlos.</p> <p>Willow destapó el cesto y el ked se fijó en su contenido. Poco a poco, introdujo sus zarpas. Luego cogió una extraña seta, sacó cuidadosamente la piel marrón de la copa y empezó a comerse la carne.</p> <p>—¿Bien?</p> <p>—¡Bien!</p> <p>—Ya no nos tienes miedo, ¿verdad?</p> <p>Los ojos del ked miraban de un lado a otro de la pareja.</p> <p>—Sí.</p> <p>—Pues entonces, come tantas setas como quieras.</p> <p>El ked cogió otra seta, y otra más. Rompía los tallos y mordía las cabezas con un costado de la boca. Después de la tercera seta, probó un champiñón.</p> <p>—Muy bueno.</p> <p>—Ahora que somos amigos —anunció Will amablemente—, quizá no te importará explicarnos por qué nos llevaste a un hombre malo esa noche en la taberna.</p> <p>El ked dejó de masticar y le cayó el champiñón de las manos. Volvió a temblar, y por un momento Will pensó que trataría de remontar el vuelo. Pero el animal no escapó. Miró fijamente a Will mientras su mano palpaba lo que quedaba de comida.</p> <p>—¿Qué ocurre? ¿Por qué tiemblas?</p> <p>—Muy asustado. Niebla en la cabeza. Polvo en el cuello. Necesito medicina pronto.</p> <p>—¿Medicina?</p> <p>—Sí. ¡Muy pronto!</p> <p>—Will, te dije que algunas de estas setas podían sentarle mal —protestó Willow, mientras apartaba el cesto.</p> <p>El ked intentó cogerlo, pero luego se apartó temeroso.</p> <p>—¡Perdón, perdón!</p> <p>—Shhhh… En seguida te sentirás mejor —contestó amablemente Will—. Pero primero, ¿por qué trajiste al hombre malo mientras yo dormía?</p> <p>El ked volvió a temblar y se apartó al acercarse a él la mano de Will.</p> <p>—¡Gwww! ¡No venir para matar! Vigilando. Sólo despertar porque el Niño Negro venir.</p> <p>Will miró profundamente a Willow.</p> <p>—Shhh… tranquilo —recomendó Willow.</p> <p>Will preguntó:</p> <p>—¿Quién es el Niño Negro? ¿Por qué vino a mí?</p> <p>—¡Quiere encontrar para matar! El pequeño ked intentar despertar. ¡Para amigo!</p> <p>Willow tradujo:</p> <p>—Intentabas avisarnos.</p> <p>—Sí, avisar.</p> <p>El ked parpadeó y sus pequeñas manos temblaron. Will se dio cuenta de que podría ganarse su confianza y que, aunque Maskull lo había utilizado cruelmente, no había logrado malograr por completo su naturaleza. Cogió un trozo de seta y volvió a mordisquearla, y después se disculpó por haber mordido la mano de Will.</p> <p>Willow negó con la cabeza, y su voz dejaba entrever su enfado.</p> <p>—Mi padre solía decir que los perros no son malos, sino acaso sus propietarios.</p> <p>—Repítelo, por favor.</p> <p>La criatura empezó a temblar. Luego trató de revolotear e incorporarse.</p> <p>—Debo ir.</p> <p>—¿Adonde?</p> <p>—¡Necesitar medicina!</p> <p>Willow le detuvo con la mano.</p> <p>—¿Qué crees que significa?</p> <p>Los grandes ojos del ked observaron a Willow.</p> <p>—Debo tener. O morir. Nunca volver a casa.</p> <p>—Cuéntanos cómo es tu casa —preguntó Will—. Explícanos cómo llegaste aquí, y te daremos la mejor medicina que has tomado nunca.</p> <p>—¿Mejor medicina?</p> <p>—Te lo prometo.</p> <p>Will abrió su mente y dejó que su talento fluyera; el ked permitió que Will se acercara y colocara sus enormes y cálidas manos sobre su pecho <i>y</i> lomo. Will sintió que los hechizos le sujetaban la carne, levantándose en unas oleadas de agonía sobre sus delicadas y pequeñas costillas. Tenían la fuerza suficiente para luchar, pero Will las drenó. Después, mientras sostenía al ked en sus manos, bailó un hechizo mágico sobre su corazón.</p> <p>Mientras extraía el hechizo, se acordó de lo que Gwydion le había contado acerca de la arrogancia de Maskull y cómo en el pasado había provocado muchos errores en su magia. Al parecer, es lo que ocurrió con el ked, ya que Maskull había infravalorado la reserva de inocente confianza que albergaba ese ked. Tampoco consideró que su esclavo sería retenido ni su bondad puesta a prueba.</p> <p>Will se incorporó y bailó un hechizo de curación hasta que los círculos de luz blanca rodearon al ked y las sombras púrpura que impregnaban su aura empezaron a disiparse. Luego, Will sostuvo al pez verde en una mano, se arrodilló, colocó ambas manos sobre la cabeza de la criatura, y poco a poco extrajo todo mal.</p> <p>Por último, el ked se vino abajo. Will sabía que la extirpación de la magia de un brujo alertaría a Maskull. Debido a la proximidad del brujo, la eliminación de sus hechizos sería percibida por él. Sin embargo, a pesar de todos los riesgos que corría, Will supo que había hecho lo correcto, y eso era lo único que importaba.</p> <p>—Buena medicina… —contestó el ked, empezando a moverse.</p> <p>Luego contó cómo un día había caído más bajo en el Reino Inferior que de costumbre, y encontró una caverna luminosa en las ruinas de Annuin, cerca de la ciudad prohibida de Caer Sidhe. Allí se encontró con un caminante perdido:</p> <p>—Él muy feliz. Me vio y dijo: «Amigo, muéstrame el camino. Arriba, arriba». Y así salimos de Caer Sidhe. Arriba, y arriba. Siempre siguiendo unos caminos secretos que conozco. A veces, en una cueva oscura, algo empieza a brillar. A veces es una seta salvaje, y en otras no es nada. Caminamos durante mucho tiempo, y luego llegamos a un lugar donde el agua sigue así.</p> <p>—¿Un torrente subterráneo? —preguntó Willow, al ver el modo en que el ked movía sus delicadas manos.</p> <p>—Sí, un río subterráneo. Salía del Reino de la Luz. Este extremo del río de la región de Annuin. Luego pasamos mucho tiempo caminando por túneles y por cuevas frías. —El ked parpadeó y miró a la pareja desconsoladamente—. Para mí ¡esto es casa!</p> <p>—¿Pero Maskull no te dejaba quedarte?</p> <p>—Yo decir camino extraño al Reino de la Luz, luego me cogió. Me dijo enfermedades. Me hizo beber medicina.</p> <p>Will escuchó en silencio, y cuanto más escuchaba, más enfadado estaba y más compasión sentía hacia el ked. Quizá fuera un descendiente lejano de una antigua hada que abandonó el Reino de la Luz tiempo atrás. Curiosamente, Will se acordó de la noble criatura que se había hundido en el molino de Grendon, así como del séquito que acompañó al Hombre Verde una noche en el Bosque de los Cuellos Cortados.</p> <p>—Existe un vacío de debilidad humana que está fortaleciendo los hechizos de Maskull —sentenció Will secamente—. Gwydion asegura que Maskull ha encerrado todos los engaños y traiciones de las Cinco Edades en su corazón, y que allí destila su maldad y convierte todo lo que toca en porquería.</p> <p>El ked siguió explicando sus dolorosos días y noches, buscando agujeros escondidos entre la humedad y protegiéndose de las sombras, o bien volando sobre un mundo extraño y aterrador de oxígeno limitado. Habló acerca del sol que le cegaba de día así como las terribles pócimas que le daba Maskull por la noche. Le ordenó que cruzara volando el Reino y volviera cada tres días para hablarle de las ciudades y los pueblos que había recorrido. Luego, el brujo comprobaba las ubicaciones en un libro muy voluminoso. Según suponía Will, ese volumen sería el libro del rey, el <i>Gran Libro del Reino</i> del que Gwydion le había hablado.</p> <p>—De modo que así fue cómo Maskull encontró el pueblo secreto de Pequeña Matanza —se sorprendió Willow.</p> <p>—Y estaría a punto de encontrar el Valle.</p> <p>El ked tenía mucha información, pero Will ya sabía lo que esperaba encontrar. El animal añadió:</p> <p>—El Niño Negro también esclavo de brujo. Envuelve en negro. Obedece órdenes siempre.</p> <p>—¿Pero por qué Maskull lo viste de negro? —quiso saber Will—. ¿Y por qué quiere matarme?</p> <p>Pero el ked contestó que no tenía respuesta a esa pregunta.</p> <p>Cuando el animal acabó de contar su relato, permanecía sentado en el regazo de Will. El joven acariciaba su escaso pelo gris de la cabeza y lo sujetó fuerte por el lomo. El ked miró a Will con ojos grandes y tristes, y empezó a temblar. Will notó la mirada vacía y vidriosa que les dedicó su esposa, y supo que estaba pensando en Bethe.</p> <p>—Quizá sería mucho mejor para todos, pequeño ked, que no fueras tan ingenuo con los desconocidos. ¿Cómo saber con qué hombre de corazón débil te encontrarías? —Willow le sonrió—. Creo que ya va siendo hora de que el pequeño ked vuelva a casa.</p> <p>—Creo que tienes razón —añadió Willow, quien ahora empezó a llorar.</p> <p>Will acarició a la criatura y trató de tranquilizarla, y mientras lo hacía pensó en lo que Gwydion le había enseñado sobre no hablar a la ligera del bien o el mal, y que a muchos hombres les cuesta ver el mejor camino hacia delante. Lo que siempre importaba a largo plazo, pensó Will, era tener un trato amable y un corazón firme.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 30</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">El duelo</p> <p style="margin-top:5%">Cruzaron el patio y subieron la escalera de piedra hasta las almenas.</p> <p>—No necesitas más medicinas, pequeño ked —dijo Will a la criatura sosteniéndole la pequeña mano—. El brujo ya ha perdido su poder sobre ti. No sentirás ningún dolor si no vuelves con él. Has recuperado la libertad.</p> <p>—Ahora, buena felicidad —comentó el ked mientras abría sus enormes y vitreos ojos.</p> <p>—¡Hora de regresar a casa! El ruinoso claustro por el que entraste a nuestro mundo no está a más de siete leguas hacia el sur y todavía queda una hora para que amanezca. Vuela hasta tu casa, y no permitas que nadie te vea.</p> <p>Will lanzó a la criatura al aire. Esta desplegó las alas, descendió en picado, luego voló hacia lo alto, y finalmente se perdió en la noche.</p> <p>Cuando la vieron alejarse volando tras unos árboles, Willow susurró:</p> <p>—Nosotros también debemos irnos, si es que podemos encontrar un buen caballo…</p> <p>—No. Recuerda lo que siempre nos dice Gwydion: más prisa es menos velocidad. Ahora que volvemos a ser nosotros, Chlu me seguirá el rastro. No le dejaremos rastro ni huellas, porque caminaremos rápido. Si viajamos hacia el este llegaremos a la línea de Mulart. Estoy seguro de que no está a más de seis leguas de distancia de aquí. La piedra que percibía la pasada luna llena queda justo encima, y aunque faltan tres días para el último cuarto, es posible que podamos llegar ahí siempre que el terreno esté en condiciones…</p> <p>—¡Chst! —La voz de Willow se tornó un susurro—. Mira quien es el chico de los recados de Maskull.</p> <p>Will miró hacia donde señalaba Willow. Al fondo del patio, una figura salió de las sombras y se detuvo delante de sus habitaciones. Un rayo de luz de luna captó sus movimientos. La cabeza de la figura estaba tapada con una capucha negra, pero sus movimientos animales y espasmódicos habían desaparecido, como si una cuerda invisible se hubiera roto. En la mano empuñaba un cuchillo, y Will advirtió un destello verde en la hoja. Se quedó observando mientras Chlu dudaba y luego se daba la vuelta. El joven se asustó cuando la figura negra se acercó a hurtadillas hasta la mantequería donde las esposas mentales del ked acababan de romperse.</p> <p>Willow apretó la mano de su marido en silencio, y juntos saltaron a ciegas hasta el jardín que se abría ante ellos. Fueron a parar encima de una enorme pila de desperdicios. Su superficie era cálida y húmeda y olía a verduras podridas, pero al menos no hicieron ruido. Cuando bajaron de la pila, Will se fijó en los parapetos, plateados de luna.</p> <p>Nada.</p> <p>La pareja atravesó los jardines. Era una agradable sensación correr descalzo por la hierba. Después de pasar tanto tiempo encerrados en el castillo, les pareció saborear la auténtica libertad, y Will sabía que se había forjado un virtuoso círculo, que la libertad que había otorgado al ked les estaba siendo devuelta.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>La luz de la luna menguó a medida que corrían, y no tardó en ser sustituida por un suave amanecer veraniego. Las neblinas ocultaban el río, y Will cogió de la mano a su esposa para llegar cuanto antes al lugar donde cientos de tiendas se habían levantado días atrás. El poblado en el que conociera a Jasper era apenas un recuerdo, en el que sólo quedaban pilas de basura y las sobras de la leña. A Will empezó a darle vueltas la cabeza cuando se acordó del ejército invasor que se dirigiría hacia el sur bajo las órdenes del duque de Ebor, y cómo los nobles leales al rey Hal habían sido enviados a formar sus ejércitos en sus regiones de origen. Will se preguntó con cuánta intensidad había renacido el lorc, y trató de calcular cuánto tiempo tardaría en encontrar la siguiente piedra.</p> <p>Llegaron a las neblinas del río Afon y subieron por el bosque de Stonelea. El sol veraniego ascendió por el noroeste. Se oyeron cantos de gallo. Will conservó la luna sobre su hombro derecho y continuó siguiendo el curso del río. Por los pueblos por los que pasaban, sus habitantes empezaban ya a dedicarse a sus quehaceres cotidianos. La mayoría les saludaba amable pero brevemente al verlos, pues sus ropas marrones indicaban que eran viajeros de paso. Algunos preguntaban qué noticias traían. En cambio, otros vecinos contaban lo que habían oído.</p> <p>—¡Tened cuidado! —les advirtió un vendedor ambulante—. Los nobles tienen prisa por reunir un ejército. No tendrán escrúpulos en reclutar a un hombre joven y sano como tú.</p> <p>—¿Tu señor está llamando a filas? —preguntó Will, fingiendo ignorancia para sonsacarle más información.</p> <p>—¡Claro! ¡Todos los nobles están reclutando! ¿No lo has oído? Un poderoso ejército invasor ha entrado por el oeste.</p> <p>Will agradeció al buhonero la información, e instó a Willow a apretar el paso. La joven miró sobre su hombro, todavía preocupada por Chlu.</p> <p>—No podrá seguirnos por estos caminos de piedra, ¿verdad?</p> <p>—¿Quién sabe? No sigue nuestro olor, aunque después de caer en ese montón de estiércol quizá sí lo haga.</p> <p>—¿Qué podemos hacer para ahuyentarlo?</p> <p>—No lo sé. Es peligroso imaginarse algo de él. Me encontró en la taberna Osa Mayor, y la única vez que me perdió el rastro fue en el Valle, o disfrazado, o a salvo con alguno de esos hechizos de Gwydion.</p> <p>—Pero ¿cómo lo hace?</p> <p>—Por lo visto, percibe mi presencia, y cuando bailo magia es como si encendiera una luz.</p> <p>—Pues entonces, no bailes ni urdas hechizos.</p> <p>—No lo haré si puedo evitarlo. Pero él se formulará preguntas a lo largo del camino, y acabará por encontrar las respuestas, de eso estoy seguro.</p> <p>Llegaron a un riachuelo que serpenteaba por unas leves pendientes. Los extensos pastos llegaban hasta el agua, y había montones de toperas frescas. Más hacia arriba, las madrigueras más viejas y secas formaban pequeñas parcelas desnudas. Habían sido agrietadas por una semana de clima seco. En una ocasión, Gwydion le enseñó a interpretar las madrigueras de los topos, porque los pequeños animalitos aterciopelados que las construían percibían con gran intensidad el poder que esconde la tierra.</p> <p>—Por aquí —dijo al fin—. Estoy seguro de que es por aquí.</p> <p>El riachuelo discurría por la fría sombra de una arboleda y luego volvía a salir. Nacían nomeolvides en el lugar donde el afluente se unía a un río, y las azules moscas damisela revoloteaban sobre el agua. Vieron orillas de guijarros que bordeaban el río y espacios lodosos donde el ganado se acercaba a beber y donde la ribera se cortaba abruptamente. Will sintió el agua fría lamiéndole los dedos de los pies. Vio bancos de peces transparentes correteando a medida que avanzaban. Cantó una tonadilla que aprendió de pequeño:</p> <div id="poem"a> Alevines<br> Todos ellos son ojos.<br> Carecen de cuerpo,<br> ¡Pero qué rápido nadan!<br> </poema> <p>Will cogió la mano de su esposa. De repente, se sintió fuerte y feliz, y supo que era bueno que volvieran a ser los de siempre.</p> <p>—Ojalá Bethe estuviera con nosotros —comentó Willow—. Estará bien, ¿verdad?</p> <p>—Será el orgullo de la duquesa. No puede estar en mejores manos.</p> <p>—Salvo con su madre. —Willow se mordió el labio—. ¿Y si el ejército del duque sale derrotado? Ya sabes lo que ocurriría: el duque y sus dos hijos mayores serían perseguidos y asesinados por orden de la reina; eso, en el caso de que sobrevivieran a la batalla. Luego, la duquesa Cicely sería detenida y encerrada en alguna fortaleza con sus hijas…, o enviada a servir en la Orden Blanca.</p> <p>—La duquesa jamás consentiría ser encerrada con los Invidentes.</p> <p>—Solía hospedarlos en el castillo de su marido en Foderingham.</p> <p>—Pero no le gustan. Tampoco le gustan al duque. Tienen que seguirle el juego a la hermandad, claro está. Todos los nobles lo hacen. —Will se dio la vuelta y vio que su esposa estaba llorando—. Eh, no llores…</p> <p>—No puedo evitarlo. ¿Dónde está, Will? ¿Dónde está mi bebé?</p> <p>Will abrazó fuerte a su mujer.</p> <p>—Está mejor donde está. Lo sabes. Conozco al duque Richard, y él es demasiado listo para la reina. La duquesa tampoco es tonta; se quedará en la Isla Bendita hasta que reciba noticias de la batalla, sea cual sea el resultado. Estoy seguro de ello.</p> <p>Willow sollozó y después se enjugó las lágrimas.</p> <p>—¿De veras lo crees?</p> <p>—Por supuesto.</p> <p>Will guió a su mujer mientras atravesaban la región siguiendo los flujos de energía, tal como Gwydion le había enseñado. Will quería dejar buenas palabras aquí y allí, tal como había visto hacer a Gwydion en tantas ocasiones; sin embargo, sabía que debían seguir su camino y pasar lo más desapercibidos posible. Cuando al final se detuvieron para desayunar, Will calculó por la posición del sol que ya era mediodía. Mientras observaba el cielo, le asaltó un desagradable picor, de modo que empezó a analizar la tierra de los alrededores. Sintió lo que debía de ser la línea de Tanne, aunque al cabo de unos pasos desapareció del lugar donde al principio la había encontrado.</p> <p>Cruzaron el río Afon en el siguiente hueco, que era un vado en el pueblo de Lawe. Allí encontraron a una bandada de gansos que graznaban.</p> <p>—Cuidado con el camino del este —les advirtió el pastor cuando les vio cruzar—. A menos que tengáis asuntos en la ciudad de Rucke, será mejor que dejéis vuestros planes para otro momento.</p> <p>—¿Rucke, dices? ¿El famoso Rucke?</p> <p>—¿Habéis oído hablar de las Torres?</p> <p>—Sí, pero, de todos modos, te agradezco el aviso.</p> <p>Cuando se hubieron alejado, Willow preguntó:</p> <p>—¿A qué te referías con las torres?</p> <p>—Pronto lo verás.</p> <p>Continuaron avanzando bordeando el río. Eligieron el camino más largo en parte para ahuyentar a Chlu, pero también por miedo a las Torres. Sin embargo, al atravesar las murallas y las cunetas de la ciudad, vieron las Torres del Tiempo.</p> <p>—Se dice que existen una docena de costureras viviendo allí —explicó Will—. Han trabajado durante dos mil años, tejiendo el tapiz llamado «la historia del mundo». Eso me contó Gwydion. Me explicó que les encomendó tal tarea el rey Gorboduc, el vigésimo primer rey en reinar después de la Era de los Gigantes.</p> <p>—¿Quieres decir que esas mujeres llevan trabajando allí todo este tiempo? —preguntó Willow.</p> <p>—Lo ignoro, pero Gwydion me dijo que se encargan de registrar todo lo que ocurre en el Reino. Me dijo que si su costura cesara, todo se inmovilizaría para siempre.</p> <p>—¿Eso te contó el Maestro Gwydion?</p> <p>—Sí. Asegura que ésa es la razón por la cual, pase lo que pase en el Reino, la ciudad de Rucke se gobierna de forma autónoma. Cuenta con un legislador para dictar leyes, y nadie de fuera le molesta.</p> <p>Después, siguieron la ribera sur del Afon, esquivando en la medida de lo posible la extraña ciudad. Will se preguntó acerca de Gwydion, qué sería de él. ¿Cuándo le encontrarían? O él a ellos. Los acontecimientos avanzaban muy deprisa, y hacía mucho tiempo que no tenían noticias suyas. Will empezó a considerar extravagantes posibilidades. Al ver las Torres de Rucke pensó en el famoso y lejano castillo de Sundials, una fortaleza en el norte que pertenecía al duque de Ebor y donde se guardaban muy distintas máquinas del tiempo. Quizá Gwydion los estuviera esperando allí, dispuesto a detener el tiempo para arreglar las cosas; aunque sin duda eso era una quimera más que una posibilidad.</p> <p>—Estaría muy agradecido —contó Will a su mujer— si el tiempo pudiera detenerse, al menos durante un rato.</p> <p>—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó ella.</p> <p>—Sólo una hora. Me duelen los pies.</p> <p>—No seas tonto, ¿cómo es posible que el tiempo se detenga una hora? Una hora tiene que transcurrir, pase lo que pase.</p> <p>—Hmmm.</p> <p>—Por eso, si el tiempo se detuviera, no volvería a reanudarse.</p> <p>—Supongo que sí. —Will caminaba distraídamente; el poder del lorc se intensificaba en el amanecer, y si él no lograba detectar la línea, no tendría otra oportunidad hasta medianoche.</p> <p>—Espera —interrumpió Willow, cuando llegaron a un camino polvoriento que llegaba hasta el este de Rucke—. Piensa en el verso: «Quien busca el hilo de seda, encontrará cuervos junto al camino». Creo que éste podría ser el camino.</p> <p>Will se rascó la barbilla, y luego miró a un lado y a otro del camino. Parecía todo de lo más normal y corriente.</p> <p>—¿Por qué lo dices?</p> <p>—¿El pájaro del verso podría traducirse como grajo en vez de cuervo?</p> <p>Will intentó acordarse de sus lecciones.</p> <p>—La palabra en lengua verdadera «bran» puede referirse a los dos pájaros, según la pronuncies. Creo que también significa cuervo. Pero no veo ningún grajo. ¿Tú sí?</p> <p>—No, pero se parece a «Rucke»<a data-bs-toggle="modal" data-bs-target="#notesModal" href="#n5" type="note">[5]</a>. ¿Es posible, verdad?</p> <p>Will volvió a mirar en dirección a la ciudad, pero luego negó con la cabeza.</p> <p>—Todas las piedras de batalla que hemos encontrado hasta ahora estaban situadas sobre una línea, y las más peligrosas parecían estar sobre tres cruces de línea. No hay ninguna línea que discurra por Rucke.</p> <p>—¿Estás seguro?</p> <p>—No del todo. Pero fíjate en los campos de allí al fondo. ¿Ves qué crece en ellos?</p> <p>Una parcela de tierra se abría hacia el este en dirección a las neblinas veraniegas, y en ella crecían distintos tipos de cultivos. Will señaló los campos que resplandecían de azul, un azul compuesto de multitud de florecillas. Cuando Willow las vio, preguntó:</p> <p>—¿Es lo que creo que es…? ¿Lino?</p> <p>—Eso parece.</p> <p>Decidieron apretar el paso una vez más, y al cabo de un rato pasaron por el pueblo de Elventoft. Will miró otra vez hacia el norte y el sur y percibió un nuevo atisbo de la naturaleza de esa tierra. Un poder cambiante, y una sensación de decadencia hacia el sur. Un poco más allá del camino, se encontraron con una Mujer Sabia que caminaba encorvada y se apoyaba en un bastón nudoso. Le preguntaron el nombre del pueblo que albergaba el campo de lino.</p> <p>—¡Por mis verrugas! —exclamó la anciana—. ¡En Harleston tejen con la mano izquierda! En esa región, los niños cantan:</p> <div id="poem"a> Los hombres de cuatro ojos tejen su lino más fino,<br> El lino más blanco que jamás haya existido.<br> Puesto que no utilizan lino para tejer su ropa blanca,<br> La más suave que jamás ha existido.<br> Arrancan la pelusa de las cabezas,<br> Y utilizan el cabello blanco como hilo,<br> Para hacer camas de rey<br> ¡Utilizo el lino de Harleston!<br> </poema> <p>»Es posible que las costureras de Rucke creen la historia del mundo, pero se teje con telas de Harleston.</p> <p>—Gracias por sus palabras, Mujer Sabia —respondió Will—. Pero antes de que se vaya, quisiera pedirle un favor. Si se encuentra a otro viajero por esta carretera, alguien que pregunte por nosotros, ¿qué le dirá?</p> <p>—Le diré que se ocupe solamente de los cuervos, porque le arrancarán los ojos. ¡Apresuraos! ¡Apresuraos, amigos míos, que se acerca el mediodía! —La Mujer Sabia empezó a reír, y a cantar:</p> <div id="poem"a> Crece, mengua esa gorda luna llena,<br> ¡Se acerca tormenta!<br> Haz que crezca, haz que mengüe,<br> ¡Utiliza su cabello en vez de su lino!<br> </poema> <p>La risa crispante de la hermana de Elventoft resultó incómoda a Will. Cortó una rama del primer avellano que encontró y con ella hizo una varita; luego, se concentró. Al principio, los prados no respondieron a su llamada. Will no percibía la energía que discurría bajo de la hierba, pero a medida que el sol ascendía hacia la luna, sus pies le condujeron hasta una cuesta, y las sensaciones que tanto había esperado empezaron a hacerse notar en sus brazos.</p> <p>—No creo que sea una fantasía por mi parte —dijo mientras caminaba en espiral—. Está bastante débil, pero creo que esta pendiente marca la línea de Mulart. Ésa es una de las tres líneas que se cruzan en Verlamion. Después de tocar la Piedra del Destino, creí que reconocería esa sensación, por muy tenue que fuera.</p> <p>—¿Qué camino tomamos? —preguntó Willow entornando los ojos—. ¿Norte o sur? El sentido común dicta que el duque Richard ha debido de llegar al norte y al oeste de Corben.</p> <p>Will se giró.</p> <p>—¿Y cuándo el sentido común fue la mejor orientación en asuntos del lorc? Controla las voluntades de los hombres. Primero deberíamos interpretar los escritos de la piedra. Es hacia el sur.</p> <p>—De igual… —Will se dio cuenta de lo que preocupaba a Willow. Cada paso la alejaba más de su hija, y eso era muy doloroso para ella.</p> <p>—Debemos preguntar dónde está el pueblo de Harleston —sugirió Will amablemente—. Tengo la impresión de que no estamos a muchas leguas del norte de Eiton y de la línea del fresno. Tal vez la piedra que busquemos esté en el cruce entre Mulart e Indonen, si es que podemos encontrar ese lugar.</p> <p>A juzgar por el sol, la línea les condujo en dirección sur-sureste. Siguieron el camino que la bordeaba, pero ahora parecía que no viajaba nadie salvo ellos dos. Will observó las ondulantes praderas con preocupación. Ya había visto ese tipo de cosas, y una sensación de amenaza empezó a acumularse en el fondo de su estómago. Aun así, caminaron rápido durante una hora o más hasta que vieron un carro tirado por bueyes que se acercaba en dirección opuesta. Saludaron al conductor y al acompañante, y preguntaron qué pueblo era el siguiente.</p> <p>—Ravenstrop —respondió el mayor de los dos hombres.</p> <p>La pareja intercambió una mirada muy elocuente.</p> <p>—¿Y después?</p> <p>El conductor miró de cerca a Will, pero no estaba dispuesto a detener a los animales.</p> <p>—Después viene Corde.</p> <p>—Ah, Corde, así es como la llaman los lugareños. Acabamos de salir del claustro de Delamprey Las tierras de los alrededores están llenas de soldados. Allí pasa algo, eso seguro. Se dice que los manos rojas han estado trabajando para recibir al rey durante más de una semana, y que por la noche se oyen ruidos extraños procedentes de la comunidad.</p> <p>El hombre joven sonrió de forma lasciva.</p> <p>—Los manos rojas de Delamprey tenían mujeres.</p> <p>—¿Mujeres? —repitió Willow.</p> <p>—Sí, bueno, en realidad mujeres nobles que están perdidas en el mundo. La gente dice que el brujo del rey ha urdido hechizos para ellas.</p> <p>Will trató de no mostrarse consternado. Preguntó:</p> <p>—¿Sabéis de un pueblo llamado Harleston que está por esta zona?</p> <p>—¿Hardingstones, dice? Está al sur de Delamprey.</p> <p>—No, me refiero a Harleston. Eso es lo que dije. Harleston.</p> <p>—¿Y qué os trae por ahí? —quiso saber el hombre mayor, con los ojos entornados—. Sea lo que sea, yo de vosotros no iría. Por esa zona se gestan problemas, no me cabe la menor duda de ello.</p> <p>—Tenemos que pasar por ahí.</p> <p>—Pues entonces sois más tontos de lo que parecéis.</p> <p>Will observó cómo el carro continuaba la marcha a trompicones, y gritó:</p> <p>—¡Al menos díganos cómo llegar a Ravenstrop!</p> <p>—Está a dos leguas, no más —respondió el joven, luego señaló los pies descalzos de Will y sonrió entre dientes—. Dos leguas, pero con los zapatos que llevas te parecerán tres.</p> <p>Tan pronto como el carro hubo desaparecido, Willow comentó:</p> <p>—Bueno, al menos sabemos que vamos por el camino correcto…</p> <p>—Eso es exactamente lo que ocurrió después de que Gwydion sacara la piedra de batalla de Aston Oddingley. Los soldados empezaron a rodearnos como si fueran avispas en torno a un recipiente de miel. Antes de que pudiéramos hacer algo, ya habían empezado a luchar.</p> <p>—¿A qué venía lo de las mujeres jóvenes? —preguntó Willow, entornando los ojos.</p> <p>—Cuando los hombres con título nobiliario mueren, las esposas molestas son repudiadas. Generalmente acaban al cuidado de la hermandad, y se convierten en una especie de criadas. Es lo que le ocurrió a la reina Kat, la madre del rey. Jasper me lo contó.</p> <p>—Eso es horrible. —Willow miró al cielo en un gesto de desconfianza—. Pero han dicho que los manos rojas han estado preparando el alojamiento del rey durante una semana. ¿Cómo es posible?</p> <p>—Sin duda alguna, Maskull tenía planes para más allá de este Gran Consejo. Se han enviado proveedores del rey para que se ocupen de todo. Pero, ¿por qué Delamprey?</p> <p>—Ahora que han sacado todas las propiedades de los habitantes del distrito de Corben, supongo que esos proveedores tendrán que caminar mucho para conseguir suministros.</p> <p>—Pero Maskull no es la pieza principal. No olvides qué está realmente controlando los acontecimientos. Si los soldados del rey se congregan en Delamprey, la piedra debe de estar muy cerca.</p> <p>Willow negó con la cabeza.</p> <p>—Es un día de camino. Pero sigue siendo bastante distancia.</p> <p>—Sí, y no nos ayuda demasiado.</p> <p>—Aun así, parece extraño que Maskull haya enviado a la corte hasta el claustro de la hermandad —se quejó Willow—. No siente más aprecio por ellos que por el Maestro Gwydion. Las piedras funcionan de un modo muy extraño; nadie puede determinar cuál de ellas empezará a crear problemas, pero ellas sí lo saben, puesto que sus versos nos lo revelan.</p> <p>—El lorc trunca los destinos de los hombres de modo que todos se vean obligados a seguir su gran plan.</p> <p>—¿Por qué nunca ha habido un modo de controlar el lorc?</p> <p>—Gwydion me explicó que las hadas cedieron gran parte de su conocimiento a los Primeros Pobladores, pero cuando los últimos murieron también lo hicieron sus secretos. La mayoría de las obras que llevaron a cabo los Primeros Pobladores fue revelado en la caverna de Doward, cuando el rey Cheron tuvo sus visiones y los escribas las pusieron por escrito, pero dudo mucho que Cherin mencione algo sobre las piedras.</p> <p>—¿Cherin? ¿Cuánto tiempo vivió?</p> <p>—Vivió hace mil doscientos años. Pero Gwydion me contó que la llegada de los Primeros Pobladores a estos confines del mundo ocurrió hace más de doce mil años, y que las hadas entraron en el Reino Inferior mil años después de eso. Me reveló que los Primeros Pobladores moraban pacíficamente en este lugar, y que vivieron según las leyes de las hadas durante miles de años. En esa época, había más magia en el mundo.</p> <p>—Entonces, hace tres mil quinientos años el mundo cambió —continuó Willow—. Y la Era de los Arboles tocó a su fin.</p> <p>Will miró a su esposa.</p> <p>—¿Cómo sabes esas cosas?</p> <p>—Morann me explicó todo sobre las Eras —suspiró—. Me dijo que, cuando acabó la Era de los Arboles, el primer pantarca, llamado Celenost, viajó a los confines del norte con su asistente. Luego empezó la Era de los Gigantes, cuando no había población en las islas. Y ésa era fue un período de desolación que duró mil años.</p> <p>Mientras caminaban, Will le contó a su mujer lo que Gwydion le había explicado sobre las cinco eras, así como lo que sabía acerca del Ogdoad de Nueve que se había formado en la primera era, cuando la magia existía abiertamente y las hadas plantaron muchos árboles en la región. Pero luego ocurrió un terrible desastre y gran parte de la magia desapareció del mundo. En la Era de los Gigantes que vino a continuación, sólo había magia suficiente para un Ogdoad de siete. Y en la Tercera Era, la Era de Hierro, cuando la isla fue reconquistada por el héroe y rey Brea, quedaba tan poca magia en el mundo que sólo quedó la justa para un Ogdoad de cinco. En la Cuarta Era, la era de la esclavitud y la guerra, el Ogdoad había quedado reducido a tres miembros, y ahora el mundo vivía su última era, cuando todo lo que había desaparecido no ofrecía ninguna pista de lo que vendría en el futuro… Mientras caminaban, Will tomó conciencia de una extraña sensación que le aguijoneaba de vez en cuando. Era difícil discernir su origen, pero parecía un repentino rayo negro que le obligaba a girarse en alguna dirección. Sin embargo, cuando se daba la vuelta no veía nada en el cielo. Se frotó los ojos, y miró hacia una planta de perejil que parecía asentir al lado de la carretera, con sus pequeñas flores de color crema, sus hojas parecidas a los helechos, y hogar de numerosas y diminutas moscas. No había nada que se saliera de lo común: un pantano lleno de vegetación que se abría a su derecha, y zarzamoras que crecían a sus pies, aunque los frutos seguían verdes. Un grupo de escribanos remontaron el vuelo y desaparecieron, piando, hacia los campos de trigo maduros. Luego, el sol se ocultó tras una nube. Se llevó la intensa luz del camino, pero el día no se enfrió por ello. La pareja aceleró el paso, sin prestar atención a su cansancio o a quién pudiera verles.</p> <p>Will sacó de nuevo su varita mágica. Hacer rabdomancia no era lo mismo que urdir hechizos, pero le preocupaba que los poderes que albergaba en su interior pudieran dar pistas a Chlu.</p> <p>Durante casi toda la tarde siguieron el rastro de la línea de Mulart, y Will sintió que el poder aumentaba como si de oleadas de dolor en un miembro infectado se tratara. No se esperaba este tipo de reacción, y sólo significaba que la mengua de energía que debió de producirse entre el mediodía y medianoche estaba siendo contrarrestada por una energía de mayor intensidad. Seguían sin encontrar la línea de Indonen.</p> <p>Cruzaron un riachuelo y se refrescaron los pies en sus aguas.</p> <p>—¿Crees que los habitantes de Harleston tienen realmente cuatro ojos? —preguntó Willow, con cierta preocupación—. ¿Y que tejen con su propio cabello?</p> <p>Will se echó a reír.</p> <p>—¿Cómo saber lo que es verdad y mentira en la canción de una vieja hermana?</p> <p>—La anciana acertó en que se avecinaba una tormenta.</p> <p>—Sí, el aire está cargado.</p> <p>—¿Las Mujeres Sabias tienen clarividencia?</p> <p>—¿Acaso la tienen las hojas de los árboles? —contestó—. También ellas predicen el tiempo.</p> <p>Willow miró de nuevo hacia el cielo, y luego observó el horizonte, donde amarilleaba una espesa neblina.</p> <p>—¿Cuándo ascenderá la luna?</p> <p>—Un poco antes de medianoche. —Will siguió la mirada hacia el noroeste. Su mujer tenía razón; el día se estaba volviendo agobiante y opresivo, algo que no era normal. No se trataba de una sensación. Observó la tierra y recordó lo que el sanador le había enseñado. Observó el terreno en los márgenes del prado. Donde antes había plantas de lino amarillas y campanitas blancas de zanahoria salvaje, ahora crecían cicutas y malas hierbas. Will dio la vuelta para asegurarse de que no se estuvieran desviando de la línea, porque si la perdían cometerían un grave error.</p> <p>—Nos estamos acercando a un lugar de aspecto pobre —se limitó a decir.</p> <p>Willow echó un vistazo a su alrededor, incapaz de ver lo que su marido anunciaba.</p> <p>—¿Cuánto queda antes del ocaso?</p> <p>Will extendió la mano y midió la trayectoria del sol en el cielo.</p> <p>—Aproximadamente una hora. El sol se pondrá cuando den las nueve.</p> <p>Los grajos descansaban sobre las copas de los árboles, subiendo y bajando en el cielo, irritados tal vez por el repentino cambio en el aire. Mientras Will se fijaba en la línea verde, advirtió que los pájaros estaban acorralando a una paloma. Pero luego vio que era uno de los suyos de color blanco. La sensación en el terreno se movía fugazmente como la música que pasa de una tonalidad a otra. Sabía que había encontrado el lugar que buscaba.</p> <p>—Esto es Harleston —anunció—. Estoy seguro.</p> <p>—Ve con cuidado. —Willow cogió la mano de su marido.</p> <p>—Con una piedra de batalla tan cerca, no creo que sea mal consejo. —La varita que Will sostenía en la mano se dobló hacia abajo—. Aquí también hay agua. Más agua que en un estanque, como si fuera un pequeño lago. Por aquí.</p> <p>Atravesaron una larga superficie verde, luego pasaron por un bosquecillo de tejos y vieron unos escalones que cruzaban una verja de madera. Will apartó las molestas ortigas con su varita. Cuando entraron en el pueblo vieron que no era más que un conjunto de casuchas levantadas en torno a un estanque, aunque también vieron las barracas de las tejedoras que allí vivían. Más allá estaba el lago que había percibido Will. Era largo y triangular, creado generaciones atrás por la contención de un río. En medio de su parte más ancha se levantaba la piedra de Harle.</p> <p>—Ni siquiera está enterrada —observó Willow, mirando muy seria la piedra de blanco puro que sobresalía del lago.</p> <p>—Alguien trató de esconderla —contestó Will distraídamente—. No debieron tomarse tantas molestias. Probablemente no le importó quedar aislada por un foso. No quieren que nadie les incordie.</p> <p>—Por tus palabras, parece que esté viva.</p> <p>—Es posible. Albergan malicia como la mente de un débil.</p> <p>Will se preguntó qué tipo de violencia cabía esperar de esa piedra de batalla. Era la más grande que había visto, medía casi el doble de la altura de un hombre, aunque era más delgada de la cintura a los pies. Su superficie, según pudo ver Will, formaba unas espirales y ondas.</p> <p>Willow tiró de la manga de su marido y susurró:</p> <p>—Will, mira lo que ha hecho a la gente que vivía allí.</p> <p>Nadie les prestaba atención, sino que continuaban con su trabajo. Erar personas extrañas y desgarbadas, altas y delgadas, con la piel blanca como la tiza oculta bajo sombreros de alas anchas. Siempre eran de un color blanco plateado, fuera cual fuera la edad de su portador. Todos parecían de la misma familia.</p> <p>También había perros, al menos media docena de ellos. Eran criaturas muy delgadas y sin pelambre, con los hocicos largos y ojos tristes. Iban de un lado para otro pero no parecían muy interesados en los recién llegados, algo que a Will le pareció muy extraño. Quizás eran sordos, pensó, porque tampoco emitían sonidos.</p> <p>Cuando Will se acercó a una de las mujeres jóvenes, apenas pudo contener la sorpresa al ver su rostro. La piel de sus labios era de un rojo poco natural, pero lo más inquietante eran sus ojos: eran de un rosa brillante y cada uno contenía dos pupilas.</p> <p>—Ho… la —saludó Will.</p> <p>La joven se movió un poco nerviosa, y se quedó observándole. Le preguntó en voz baja por qué había venido a Harleston. El resto de los habitantes, principalmente hombres, iban vestidos del mismo modo, con unos trajes de color oscuro y unos sombreros de ala ancha de paja, el mismo material que empleaban para construir los techos de sus chozas. Parecían personas acostumbradas a ser autosuficientes, y sin duda no recibían muchas visitas.</p> <p>—Dígame —quiso saber Will—, ¿es muy profundo este lago?</p> <p>La mujer entornó sus extraños ojos para observar a Will. Se notaba que le costaba prestar atención.</p> <p>—No profundo —murmuró a modo que contestación—. Es nuestro estanque para cosechar. Es donde remojamos el lino después de la cosecha. ¿Qué quiere?</p> <p>—¿Si entrara en ese estanque, el agua me llegaría hasta la cintura?</p> <p>La joven parecía muy sorprendida y alterada por las preguntas de Will. Ladeó la cabeza como un pajarito y respondió.</p> <p>—No puede entrar en el agua.</p> <p>—¿Por qué no?</p> <p>La mujer se movió espasmódicamente y se dio la vuelta sin responder.</p> <p>—Le pregunto por qué no —insistió Will—. ¿Por qué no puedo entrar?</p> <p>La joven esbozó una tímida risa.</p> <p>—Es la ley.</p> <p>Y con esas palabras, levantó un fardo de ropa que había atado y se disponía a transportar de un sitio a otro.</p> <p>—¿Qué sacas de todo esto? —preguntó Willow, asiendo a su marido por el brazo.</p> <p>—Son muy extraños. Ahora no parecen violentos, pero no sé qué pasará cuando infrinja sus leyes.</p> <p>—¿Qué vas a hacer?</p> <p>Will miró a su mujer durante un buen rato.</p> <p>—Te ha dado el sol —contestó al final.</p> <p>—¿Will?</p> <p>—Haré lo que he venido a hacer.</p> <p>Le dolió ver que el miedo ensombrecía toda la belleza de su rostro, aunque también le infundió fuerzas cuando finalmente la vio asentir con la cabeza.</p> <p>Resonaron unos truenos por el este y un viento frío azotó los campos. Will levantó la vista hacia el cielo, y luego se fijó en las aguas. Los mosquitos revoloteaban sobre el estanque como siempre hacían antes de una tormenta de verano. Pero esta vez era distinto. Era poco frecuente ver el aire tan agitado. Luego Will se dio cuenta de que el cielo se había tornado gris y que la piedra lanzaba unos brillantes destellos. Parecía más blanca de lo que había sido, y emitía algún tipo de señal.</p> <p>Tardó un momento en desprenderse de un persistente temor al agua. La Arpía del Pantano le había dejado un recuerdo imborrable. Por poco muere ahogado, y Gwydion le había dicho que cuando un hombre se acercaba tanto a la muerte siempre le dejaba una herida invisible, una herida que primero tenía que cicatrizar, aunque luego podía resurgir con más fuerza.</p> <p>Los grajos graznaban y revoloteaban sobre su cabeza, y el viento empezó a formar pequeñas ondas en el agua. Hacía un frío extraño. Willow se frotó los brazos mientras observaba cómo su marido se arrodillaba sobre unos juncos y susurraba unas palabras. Al cabo de un rato, Will se levantó <i>y</i> empezó a andar con determinación, totalmente vestido, hacia las aguas poco profundas.</p> <p>—Estoy contigo, Will —gritó Willow, pero el viento se llevó sus palabras.</p> <p>Cuando el joven se hubo sobrepuesto del impacto inicial de las aguas, se preparó para la labor. Pronunció el hechizo que le permitiría acercarse a la piedra. Pudo sentir el creciente poder del lorc, atrayendo hacia sí las oscuras corrientes que necesitaba antes de expulsar su maldad.</p> <p>De repente, Will se dio cuenta de que no era una piedra guía. Su poder emanaba con la misma intensidad que lo había hecho la Piedra del Dragón. Advirtió la pulsación de ese resplandeciente dedo blanco. Fuera cual fuera el poder que albergaba, se estaba dando a conocer. Entendía que Will había venido, así como sus intenciones.</p> <p>—¡Escúchame! —gritó en lengua verdadera—. ¡Tu largo sopor ha terminado! ¡Estoy aquí!</p> <p>Sus palabras sonaron arrogantes, y cuando se acercó un paso más el nivel del agua ascendió de repente hasta sus caderas. Sacó su varita de avellano y la sostuvo ante él como si de un amuleto se tratara, pronunciando las palabras mágicas de protección que le mantenían en contacto con la mortífera piedra. El extremo de la varita se inclinó pronunciadamente como si una mano invisible tirara de ella. Luego empezó a oírse un chirrido procedente de la piedra, como uñas rasgando la superficie de la piedra. A Will le rechinaron los dientes, aunque el ruido no alteró su concentración. Cuando miró hacia el pueblo, se dio cuenta de que los trabajadores de las chozas habían desaparecido. Se habían marchado primero a sus casas, luego salieron de nuevo y cruzaron los campos de lino con sus extraños perros pisándoles los talones. Willow se quedó en la ribera, una figura solitaria que esperaba.</p> <p>Will se giró para seguir la trayectoria de la línea, y comprendió que la piedra quería hacerle avanzar hasta acabar sumergiendo su cabeza en las aguas. Se resistió a ello, y luego se acordó de relajarse, como le había recomendado Gwydion. Volvió a pensar en el mecanismo que truncaba el destino y a través del cual trabajaban las piedras. Contra un poder tan antiguo, un poder que hacía que los gigantes bailaran al son de su melodía, sólo podía enfrentarse con la fuerza de una sosegada certidumbre. No debía perder la esperanza de una derrota inevitable de la piedra, pero tampoco debía dejarse llevar por uno de los grandes defectos, llamado orgullo. Era un sendero que debía ir tanteando cuidadosamente. Las leyes de la magia señalaban el camino hacia delante, pero eran sus hechos lo que contaba. Debía ejercer su voluntad en ese punto mágico del tiempo en el que todas las cosas pasan, en un lugar donde el futuro se convertía en presente, y el presente se convertía en pasado. Eso era lo que Gwydion quería decir cuando se refería al «aquí y el ahora». Will sabía que debía abordar la batalla como si la derrota de su enemigo siempre fuera inevitable, pero sin anticipar su triunfo. Sólo cuando las aguas volvieran a su cauce, encontraría el sendero verdadero.</p> <p>De repente, Will cedió ante la magnitud de su carga. Vista desde abajo, parecía una cumbre imposible de remontar. Todo junto, parecía una labor imposible de llevar a cabo. Pero respiró hondo y se armó de valor porque sabía que un atisbo de duda podría destruirle con la misma facilidad que la arrogancia. Cualquier signo de debilidad podría truncar su destino y conducirle hasta el desastre. Debía permanecer alerta y concentrado en sus poderes. Su labor más importante se llevaría a cabo en el presente, y por tanto debía asegurarse de que su visión del futuro se convirtiera en realidad.</p> <p>Mientras el cielo se oscurecía, la línea iluminaba las aguas de un verde bilioso. Will siguió el destello paso a paso, desviándose del camino y removiendo el apestoso lodo con los dedos de los pies, resistiéndose a las náuseas provocadas por la piedra. Pero el agua era cada vez más fría, como si una poderosa corriente estuviera reponiendo el estanque con agua helada. Cuando Will se percató del peligro, se le pusieron los pelos de punta y empezó a ver el halo vaporoso de su aliento donde hacía un momento el aire era cálido y veraniego.</p> <p>Luego oyó gritar a Willow.</p> <p>No se atrevió a mirar hacia ella. Ahora no. El agua le llegaba a la cintura y estaba a medio camino de la piedra. La miró fijamente, sintiendo como ésta impedía sus avances y cómo su determinación era puesta a prueba.</p> <p>—Debo mantener el equilibrio… —murmuró Will entre dientes.</p> <p>Sin embargo, su determinación era violentamente puesta a prueba. Mientras continuaba avanzando, surgió un remolino desde la parte superior de la piedra. Cayó un rayo en algún lugar a sus espaldas, y el portentoso trueno sonó tan cercano que Will sintió escalofríos. El horror de pensar que esos rayos impactaran sobre su cabeza —aquí, mientras permanecía en el lago— asaltaron su mente, aunque no cedió en su empeño.</p> <p>Cualquier pensamiento de peligro debía desecharse. Una miasma de vapores empezó a emanar de la piedra, una nube gris que se movía con tanta rapidez que sus ojos apenas podían seguirla. Allí donde hervía parecía arrojar piedras de granizo. Cayeron alrededor de Will, al principio como granos de una mazorca de maíz, aunque después fue aumentando su frecuencia hasta convertirse en un violento siseo contra la superficie del agua. El granizo convirtió el estanque en una llanura de agua hirviendo. La columna giratoria parecía engullir todo el aire de los alrededores hacia ella. Will no podía respirar y tenía problemas para mantener el equilibrio, pero buscó en el interior de su camisa y sacó su pez talismán.</p> <p>Tenía las manos blancas, y las yemas de sus dedos presentaban las mismas arrugas que las de un hombre ahogado.</p> <p>«¿Cuánto tiempo he estado aquí dentro?», se preguntó Will. Tuvo la sensación de que había transcurrido una eternidad.</p> <p>Con el talismán encerrado en su puño se vio con fuerzas para seguir adelante hacia la crepitante piedra. Para entonces, sus manos y pies se habían entumecido y las piernas apenas obedecían sus órdenes. A medida que avanzaba, las aguas descendían de nivel. El frío calaba en sus costillas como una barra de hierro. Lo que parecía una flor de manzano volaba en el gélido viento; pero no lo era, pues desaparecía sin dejar rastro al caer al agua. Will creyó que serían copos de nieve, y trató de proteger la cara a medida que la tormenta arreciaba.</p> <p>Un trozo pesado de hielo se le pegó en la nuca, y luego se propagó violentamente en forma de agua por el rostro y los hombros. Levantó el talismán ante él con ambas manos, susurrando unas palabras mágicas para desentumecer sus músculos congelados y conseguir que la sangre corriera de nuevo por sus brazos y piernas. El frío quemaba su nariz y los extremos de sus orejas. En ese momento, el agua congelada le llegaba a la altura del cuello. Apenas percibía el peso de su cuerpo. Sus pies no recibían ninguna señal a medida que avanzaba. Todo su cuerpo empezó a temblar descontroladamente. Luego vio que se estaban formando placas de hielo.</p> <p>Jamás había visto algo parecido; el hielo se propagaba por el agua del lago mientras lo observaba. Will agitó el agua, pero ésta se espesaba; intentó romper las capas, pero fue inútil. La piedra estaba congelando el lago desde su punto de origen, y sus efectos estaban empezando a alcanzar la orilla. Will reparó en la luz verde de la línea que empezaba a desvanecerse en un azul, para luego palidecer mientras la superficie del agua se congelaba. Trató de abrirse paso en las gélidas aguas en contra del asombroso poder de la piedra, pero tan pronto como rompía una placa de hielo, otra se volvía a formar. El miedo se apoderó de Will.</p> <p>El hielo no cesaba de endurecerse. El joven inició un hechizo mágico para salvar su vida, intentando dar pasos de baile mágicos para efectuar el único hechizo de descongelación que conocía. No era un experto en ese tipo de hechizos, pero sabía que la magia que se repite pierde parte de su poder. Will se encontraba en un agujero de agua gélida; el hielo empezaba a rodearle y sintió que le fallaba la claridad mental tan necesaria para la magia. Se esforzó por bailar sobre las terribles aguas, hizo gestos y marcó las posiciones del hechizo, extrayendo energía del lecho del lago y de la tierra positiva de sus entrañas. Pero la línea bloqueaba todos sus esfuerzos. La nieve comenzó a llenar el aire oscuro que le envolvía y a posarse como un mortal pelaje blanco sobre el frío agujero. La mandíbula se le abría y cerraba violentamente, de modo que pronunció las palabras del hechizo con enorme dificultad. Las rodillas y codos de Will tocaron el hielo que se cerraba. El terror se apoderó de él al ver que el agua alrededor de su cuello se solidificaba como la cera de una vela.</p> <p>Enormes copos de nieve le cubrieron el rostro y le aislaron del mundo. Cuando cerró los ojos no pudo volver a abrirlos, pues el frío había congelado sus párpados. Esa imposibilidad despertó en él una gran oleada de terror. Interrumpió el hechizo para levantar los brazos y tratar una vez más de romper el hielo. Supo que estaba perdido.</p> <p>Gritó, pero el hielo no dejaba de cerrarse ante él. Sus brazos le parecieron carne muerta. Toda su fuerza se había desvanecido. Sintió pánico. Había tomado decisiones equivocadas. Sin un influjo de magia constante, el agujero de hielo había conseguido engullirle. Reconoció su error demasiado tarde. Mientras el hielo le oprimía las costillas, trató de respirar profundamente para desafiar a esa cosa que le estaba matando.</p> <p>Entonces, dos manos le asieron por debajo de los brazos y empezaron a arrastrarlo con la fuerza suficiente para sacarlo del agujero de hielo y llevarlo hasta un rincón de nieve blanda. El foso mortal se cerró tras él. Desapareció.</p> <p>—¡Aguanta! —gritó Willow con rabia. Había atravesado el hielo para tratar de sacar a su marido, y ahora se esforzaba por reanimarle—. ¡Regresa y lucha, Willand! ¡O te juro que te sacaré el talismán y me encargaré yo de hacerlo!</p> <p>Will despertó. Le sangraron los ojos cuando intentó abrirlos. Se fijó en los dedos congelados que palpaban la figura del salmón saltarín. Se obligó a sí mismo a concentrarse en la labor, a permanecer con los pies descalzos sobre la nieve que le llegaba a la altura de los tobillos para retirar el hielo que se había formado en su cuerpo. Willow se había resistido al monstruoso poder de la piedra, que quizá creyó que su mujer no merecía su atención. Ese sería el error de la piedra. Will levantó los brazos y pronunció unas palabras desafiantes en lengua verdadera, invocando a los poderes del aire para que actuaran contra la piedra blanca.</p> <p>El calor que surgió de su interior hizo subir la temperatura de su sangre. Se sentía bien. La vida retornaba a él como el calor que Gwydion le había enseñado a reunir mientras viajaban en pleno invierno. El amor había permitido este cambio, porque era una fuerza que nada ni nadie podía doblegar.</p> <p>Su cuerpo chorreaba y bullía. El agua caía sobre el hielo. Will se vio envuelto en un aura de luz y calor, y poco a poco parte de él fue consciente de que había dejado de nevar. El cielo se estaba despejando, y el sol de occidente emitía sus rayos amarillos a lo largo de un pequeño paisaje de blancas colinas, más allá del cual un día veraniego prevalecía en los Condados Centrales. Pero aquí estaba la piedra, que seguía blanca y alta, silenciosa, malévola e imperturbable. Will reunió toda la fuerza que sentía en su interior, creó un fuego azul y lo lanzó. ¡Una vez, dos veces, y tres! Atacó a la piedra del mismo modo que había visto hacerlo a Gwydion. Bailó sobre el hielo, asestó patadas a la nieve, y pronunció unos hechizos que retenían a la piedra. Al final, había utilizado las propias defensas mortales de la piedra contra ella misma, porque el hielo se había convertido en su lecho, y Will jamás hubiera podido urdir esta magia tan poderosa con el agua hasta el cuello.</p> <p>Una vez completada su primera tarea, se colocó las manos en las sienes y respiró profundamente. Sabía que debía combatir el cansancio y el vacío que amenazaban con minar la tranquilidad necesaria para sellar los hechizos. La piedra brillaba con intensidad, pero, a pesar de que los anillos azules brillaban, resplandecían y se quejaban, también retenían. Contuvieron la malicia de la piedra como los aros de un barril. Will volvió a bailar mientras chapoteaba entre el agua del hielo derretido. El tiempo pareció detenerse, luego acelerarse, y pararse una vez más. Cuando Will levantó la vista, el sol empezaba a ocultarse rápidamente entre las copas de los árboles y a proyectar largas sombras. Las nubes cubrían el cielo y salpicaban la región con su juego de luces y sombras. Al final, Will se sentó; la labor de contención de la piedra de batalla había concluido.</p> <p>Willow tocó a su marido, y por poco lo despierta, o al menos eso pareció.</p> <p>—Debemos salir del hielo —le urgió.</p> <p>—No, debo drenar la piedra —contestó Will, mientras se movía sin saber exactamente cuánto tiempo había transcurrido.</p> <p>—Mírate. Fíjate en el hielo. —Willow levantó con dificultad a su marido, mientras el suelo empezaba a moverse bajo sus pies. La nieve se había derretido formando charcos. Will resbaló y se tambaleó. Ella le sostuvo para conducirle a una agrupación de juncos situados en el extremo del lago, y Will pudo ver que la nieve se había fundido. Como no tenía frío, se tumbó en el lodo para que su cuerpo se alimentara de la energía de la tierra.</p> <p>Sabía qué debía hacer. Willow estaba equivocada, tenía que hacerse de inmediato, pero, ¿cómo? Se sentía exhausto por los cuatro costados, quería descansar y recibir una corriente vivificadora del poder de la tierra. Pero eso llevaría tiempo, y necesitaría recuperar fuerzas para ser todavía más poderoso. Cuando recompusiera sus facultades, el hielo ya se habría derretido. De modo que tenía que acercarse a la piedra y atacarla, tanto si estaba preparado para ello como si no. ¡Debía hacerlo!</p> <p>—¡Habrá una barca! —exclamó, echando un vistazo a su alrededor.</p> <p>—Will…, por favor.</p> <p>—¡Debe haber una barca! —Oyó cómo la tensión le quebraba la voz—. Iré a mirar, tú quédate aquí. —Willow corrió hacia las chozas. Sus tejados parecían doblegarse ante una carga que se deshacía.</p> <p>Will abrió la mano y se fijó en el salmón talismán. La correa seguía bien sujeta a su cintura. Por un instante, Will no pudo apartar la mirada del pez. Parecía como si le urgiera a renovar su lucha antes de que fuera demasiado tarde. Se levantó y empezó a caminar hacia el temible hielo. La piedra seguía brillando como un diamante, orgullosa y al mismo tiempo inquebrantable. Los halos azules de luz la rodeaban, pero no la habían reducido.</p> <p>Will sintió cómo el hielo empezaba a moverse bajo sus pies.</p> <p>—¡Will!</p> <p>Willow movía los brazos frenéticamente, en un gesto de advertencia.</p> <p>—Déjame solo —contestó él, sin aliento.</p> <p>—¡Will, Will!</p> <p>—¡Debo hacerlo ahora!</p> <p>El hielo temblaba y rugía a sus pies. Will levantó la cabeza y comprobó que el ruido era producido por los cascos de un caballo que se acercaba hacia él. El ritmo acompasado de sus patas salpicaba el agua. Una figura vestida de negro montaba el animal. La persona se inclinó y blandió su espada hacia Will.</p> <p>El joven vio unos destellos verdes, luego se lanzó al suelo y apretó los dientes con dolor. El golpe le había hecho resbalar hasta situarlo a apenas unos pasos de distancia de la piedra. El jinete no acertó de pleno en el blanco. Se refugió en sus riendas y giró bruscamente. El caballo resbaló y cayó sobre un charco de agua.</p> <p>Will sintió cómo se rompía el hielo y se partía debido al impacto de la caída del animal, pero la figura enmascarada se levantó con un cuchillo largo en la mano. Chlu se movía como su antiguo ser, todo rastro de las limitaciones de Maskull había desaparecido, y parecía resuelto y preparado para rematar el trabajo que había iniciado.</p> <p>La mente de Will le gritaba advertencias. Se retiró hacia la piedra de batalla, y miró fijamente la espada verde de su adversario sin rostro. Como iba desarmado y estaba sobre una superficie de agua helada, era imposible esconderse o echar a correr.</p> <p>—¿Quién eres?</p> <p>No obtuvo respuesta alguna.</p> <p>—¡Dime! ¡Al menos me debes esto!</p> <p>La figura arremetió de nuevo con la espada. Le faltó poco para acertar. Hablar no servía de nada, y era imposible interpretar el rostro de un hombre que permanecía oculto. Will se sentía abatido, aunque la piedra parecía regocijarse ante esta situación.</p> <p>—Sé que te llamas el Niño Negro —dijo Will, asustado por las intenciones de su enemigo. Seguía acercándose a la piedra—. Sé que has vivido en Pequeña Matanza. Sé que Maskull te arrancó de tu casa y luego la destruyó. Pero, ¿quieres matarme, cuando nos podríamos ayudar mutuamente?</p> <p>Will recibió otro ataque de espada, que falló otra vez. Se fijó en los dientes del arma. Su destello verde despertó en Will un recuerdo preciso. La próxima vez, si podía desequilibrar a Chlu, un solo golpe bastaría para derribarle. Pero Chlu parecía dispuesto y consciente de los peligros que encerraba el hielo.</p> <p>—Sé lo que Maskull te ha hecho. No te escondas de mí. Únete a mí, y te ayudaré a liberarte. ¿No lo entiendes? Te liberaré del mismo modo que liberé al ked.</p> <p>—¡Agg!</p> <p>Esta vez, cuando Chlu corrió hacia él, le embistió de nuevo con la espada. Asestó unos débiles golpes con los brazos levantados hasta que Will se alejó a rastras. Le sorprendió haber escapado ileso del ataque. El caballo relinchaba de forma lastimera. Will miró hacia su derecha. Su adversario seguía en el flanco, esforzándose por levantarse. En breve, sus fallidos intentos acabarían por crear un agujero en el hielo y provocarían su caída.</p> <p>Chlu volvió a arremeter contra él. El siguiente golpe de espada fue demasiado rápido, y aunque Will evitó el corte, el arma pasó por encima de su cabeza y le golpeó como un puñetazo. En ese momento, estaba prácticamente pegado a la piedra. Will fintó a la izquierda, luego se movió hacia la derecha y se giró para dejar la piedra entre los dos. Sin embargo, seguía recibiendo cuchilladas.</p> <p>«¿Por qué no estoy sangrando?», se preguntaba Will. «¿Qué está pasando?»</p> <p>—¡Si voy a morir, me gustaría saber la razón! —gritó Will.</p> <p>Chlu habló.</p> <p>—Eres tú —contestó con un nudo en la garganta—. Eres tú o yo.</p> <p>—¡Pero no es necesario que luches contra mí!</p> <p>—Pero lo hago. Porque para que yo viva, tú debes morir…</p> <p>Chlu volvió a la carga. Esta vez, la hoja esquivó el pecho como si llevara puesta una milagrosa armadura. La fuerza del golpe le empujó hasta el lado izquierdo de la piedra. Aunque se acordaba de lo que Gwydion le había recomendado, que no se acercara demasiado a una piedra antigua, se vio obligado a hacerlo. Pero antes de poder terminar el giro, Chlu se abalanzó de nuevo contra él para impedirle escapar.</p> <p>—¿Por qué eres el Niño Negro? —preguntó Will—. ¡Dime lo que eso significa!</p> <p>Chlu no contestó. Will mantuvo una distancia prudencial para evitar a su enemigo, con la esperanza de que Willow tuviera tiempo de salvarse. Ocurriera lo que ocurriera, ella escaparía y podría encontrar a Bethe.</p> <p>Chlu no acertó el golpe, y luego trató de cortar a rebanadas el cuerpo de Will. El joven vio venir el golpe y extendió una mano. Cogió la hoja de la espada a ciegas, pero la sintió bien sujeta a la mano. Se sucedió un aluvión de violentos golpes. Por un momento, creyó que su vida estaba a punto de tocar a su fin. Pero, ¿y la sangre? Su camisa empapada de agua brillaba en un blanco grisáceo gracias al resplandor de la piedra. La prenda permanecía sin arrugar, intacta. Tampoco tenía cortes en la mano.</p> <p>Los pies de Will resbalaron en el agua helada. Por un instante, que le pareció irreal, él y Chlu respiraron pesadamente mientras se observaban el uno al otro. Un leve destello verde seguía brillando en el recorrido de la línea que cruzaba el lecho del lago. Will se preguntó si alguien habría urdido un hechizo de protección, y quién debía ser esa persona. Fuera quien fuera, era un hechizo perfecto que no dejó rastros. Sin duda, algo así apenas era posible…</p> <p>Trató de fijarse en el grosor del hielo en ese momento y en la profundidad del agua. Apoyó una mano en la piedra para mantenerse en pie. Le quemó la palma de la mano, aún húmeda. Trató de apartarse, pero descubrió que no podía. Luego, por primera vez, se dio cuenta de la razón por la cual la piedra era blanca, tenía la superficie cubierta de escarcha. Era muy fría al tacto, y su mano quedó pegada a ella.</p> <p>Will trató de apartarse, pero había caído en una trampa. La piedra de batalla se estaba vengando. Se asió a la muñeca y trató de separarla de la piedra. Chlu miraba el cuchillo que hacía las veces de espada, y lo analizaba con recelo. Will no cejaba en sus esfuerzos por apartar la mano.</p> <p>No tuvo éxito.</p> <p>Chlu llevó su arma hasta donde el agotado caballo permanecía sentado sobre el hielo. Sacó una pesada maza de la silla de montar y avanzó hacia su enemigo. La cabeza de la maza tenía protuberancias, unas correas le colgaban de la mano como garras de un halcón. Era un arma mortal y contundente, diseñada para hundir el casco de un jinete y partirle la cabeza.</p> <p>—Ahora —amenazó la cansada voz, con un tono exultante—, tú morirás y yo viviré para siempre.</p> <p>Chlu se echó a reír, y se preparó para el golpe mortal. El tiempo parecía alargarse y retorcerse.</p> <p>La mente de Will empezó a pensar en extrañas conexiones: pensó en el diamante que Morann le había regalado a Breona, en cómo el joyero había partido un brillante precioso de una piedra redonda y pulida, y en cómo la piedra se había partido cuando le asestaron un certero golpe. Pensó en el golpe que había dado con una espada defectuosa. ¡El frío significaba debilidad! ¡Debilidad! Y un solo golpe podía…</p> <p>Will se agachó cuando Chlu dirigió la maza contra su cabeza. Toda su fuerza impactó contra un lado de la piedra de batalla. Apareció una grieta por encima de la mano de Will. La parte superior de la piedra se había tambaleado hasta desprenderse y caer al suelo helado cerca de donde Chlu se encontraba. El hielo a sus pies se partió y Chlu perdió el equilibrio. El mango de la maza resbaló de sus dedos. El arma cayó al mismo tiempo que Chlu, y luego desaparecieron en las aguas iluminadas de verde.</p> <p>Se produjo una erupción. Se formó una enorme y oscura nube de maldad en el cielo y se perdió en el aire, rompiendo los círculos azules de luz que antes habían contenido su poder. Will se agachó junto a la piedra mientras el aire rugía sobre su cabeza. Todavía le quemaba la mano, y aún era incapaz de retirarla de la piedra congelada. Pero el talismán colgaba de su muñeca. Pudo cogerlo, arrancarlo de la cadena, aunar todo su talento y golpear la piedra tan fuerte como pudo.</p> <p>La reacción fue instantánea. Will luchó por detener al mal, luego cerró el puño y ahogó con ello el poder de la piedra. El flujo de esa energía menguó casi en su totalidad. Luego, las nubes del cielo se partieron en innumerables motas que cayeron al suelo. Cesaron los rugidos. Will se atrevió a esperar que el mal que había escapado no volviera a unirse, sino que acabara por desaparecer. Al igual que en Ludford y en Verlamion, su ataque pareció despertar la maldad de la piedra y encauzarla de forma inofensiva hacia la tierra, donde no podía unirse con la misma intensidad que cuando se soltaba al aire.</p> <p>Willow no desfalleció. Sin atender al peligro que corría, entró en el lago helado para arremeter contra el Niño Negro mientras éste trataba de levantarse. No había encontrado una barca, pero el deteriorado mayal que Willow sostenía en la mano le sirvió de mucho. Golpeó la cabeza negra con la vara y lo envió a las sucias y frías aguas. Después, acercándose al extremo del agujero que había formado el extremo de la piedra al caer, Willow se abalanzó contra Chlu y luchó como un demonio.</p> <p>Sus dedos trataron de sacar los del enemigo. Willow le arrebató las vendas hasta dejar al descubierto el rostro que, según Maskull había prometido, convertía a quienes le miraran en piedra.</p> <p>Y Willow se convirtió en piedra.</p> <p>Chlu empezó a reírse a carcajadas y se alejó chapoteando a duras penas hacia las chozas.</p> <p>Will hizo un último esfuerzo por soltarse, y logró separar la mano de la piedra. Corrió hacia donde Willow yacía de costado. Él la cogió y trató de incorporarla.</p> <p>—¡Willow!</p> <p>Will vio la desoladora mirada de los ojos de su mujer. Por primera vez, parecía completamente aterrorizada, y por un instante Will supuso que la mirada del rostro desenmascarado de Chlu la habría convertido en piedra.</p> <p>—¡Willow! ¡Háblame!</p> <p>Sus ojos no paraban de moverse, y le dijo en la más tenue y desconcertante voz que Will había oído:</p> <p>—Fue su rostro. ¡Su rostro!</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Era el tuyo, Will.</p> <p>—¿El mío?</p> <p>—Will… —Willow se llevó una mano a los labios—. Su rostro era… el tuyo.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 31</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Un exceso en Delamprey</p> <p style="margin-top:5%">Encontraron al caballo de Chlu tratando de salvar la vida entre un laberinto de capas de hielo medio deshechas. Willow encontró una barca en una de las chozas y condujeron al inquieto animal hasta aguas poco profundas. Después, volvieron a remar hasta llegar al verso que aparecía en los extremos de la piedra de Harle.</p> <p>La parte prominente de la piedra fue sencilla de descifrar, pero tuvieron que esperar hasta que se hubiera derretido más hielo antes de que Will pudiera sumergirse para encontrar la parte que había caído al agua. La leyó palpando con los dedos mientras el sol empezaba a ocultarse por un rosado horizonte en el oeste. Debajo del agua, la luz verde de la línea emitía un extraño destello que se desvanecía al caer la noche, aunque fue suficiente. El mensaje rezaba:</p> <div id="poem"a> Indiugh antar e faithche nai tahm,<br> Cionna na brogana eth samghail a siubalag.<br> Ferie inad sa menscailimen farsaing,<br> Blaeg an cela ne chim a reasanscach.<br> </poema> <p>Y cuando hizo una lectura cruzada:</p> <div id="poem"a> Indiugh don ath afert blaeggan,<br> Antar a brog e inad celarme.<br> Faithchen samhaillen menscailim chimdhu,<br> Enaiu sam tahm siubal la fairsing re asan.<br> </poema> <p>Cuando Will estuvo seguro de identificar las palabras, permitió que Willow lo acercara a la costa. Caminaron juntos hacia una de las chozas de las tejedoras y encendieron un fuego para secar las ropas. A pesar del dolor que Will sentía, poco a poco fue recuperando las fuerzas. Cogió todo lo que pudo encontrar, y empezó a prepararse una discreta cena.</p> <p>—Al parecer, los habitantes de Harleston sacaron poco provecho de su trabajo —comentó Will, mientras observaba la escasa comida que había conseguido.</p> <p>—¿Crees que volverán? —preguntó Willow mirando la oscuridad.</p> <p>—No hasta asegurarse de que nos hemos marchado. Quizá nunca, ahora ha cesado en ellos la influencia de la piedra de batalla.</p> <p>—No me parece correcto que tomemos su comida, puesto que hemos destruido su forma de ganarse la vida. —Willow echó un vistazo a ese lugar sucio y desolado—. ¿Qué pasará si nunca vuelven a producir lino?</p> <p>—A largo plazo, serán más libres. Ahora no se librará ninguna batalla. Y los restos de la piedra de Harle supondrán algún tipo de recompensa.</p> <p>—Me pregunto qué ocurrirá cuando las costureras de Rucke descubran que no tienen tejidos.</p> <p>—Me imagino que pronto descubriremos si sus labores mantienen en funcionamiento la rueda del tiempo, o si es al revés. Quizás empezarán a emplear tejidos más burdos cuando se acaben sus materiales. Y tal vez eso no sea negativo. —Will sacó el cuchillo largo y le dio la vuelta con la mano. Su hoja empezó a resplandecer con un color verdoso—. Esto me ha salvado. Chlu estaba utilizando la espada de Morann. No hendió mi carne porque se creó en la forja de Tudwal. Moran me lo contó.</p> <p>—¿Qué dijo?</p> <p>—Que una espada forjada allí sólo asesta un golpe mortal, o no asesta ninguno. No importa cuántas ganas tuviera Chlu de matarme, porque la espada de Morann no lo permitiría.</p> <p>Ella cogió el arma.</p> <p>—¿Cómo llegó a manos de Chlu?</p> <p>—Ha debido de robarla a Morann.</p> <p>Willow entornó los ojos.</p> <p>—¿Crees, entonces, que Morann está herido?</p> <p>—No me imagino verle deshacerse de algo tan preciado para él.</p> <p>—Al parecer, no ha llegado hasta Richard, de ser cierto el rumor de la invasión.</p> <p>—Es posible. El lorc ha sido confundido una vez más, pero no está acabado. A juzgar por lo que he leído en los versos, el lorc ya está dirigiendo su poder hacia otro golpe. Escucha:</p> <div id="poem"a> Pronto, en un campo de la muerte,<br> Las estatuas desnudas caminarán.<br> Los cementerios se abrirán de par en par<br> Y la plaga mortal golpeará.<br> </poema> <p>—¿Estás seguro de esta interpretación?</p> <p>—No soy tan experto como a Gwydion le gustaría que fuera, pero creo que eso es lo que dice.</p> <p>—¿Seguro?</p> <p>El suspiró.</p> <p>—No lo sé… Pero es cuanto puedo hacer.</p> <p>Durante un rato, volvieron a repasar la lectura del verso, conscientes de que el tiempo que pasaron disfrazados les había dejado un rastro de conocimientos en lengua antigua, un rastro que les ayudó a interpretar la lengua verdadera.</p> <p>—¿Cómo decir «zapatos»? <i>Broggh</i> es como Guillogh, pero está en singular y va precedido de una negación. ¿Un qué? Esa es la palabra. Procede de <i>Cione</i>. De modo que cuando tenemos una <i>brogana…</i>, pero <i>samghan..</i>. ¿estatua? Sí, hay más de uno y cuando tiene algo… <i>eth samghail. Y</i> aquí dice que las estatuas que no lleven zapatos van a hacer algo… ¿el qué? Bueno, ese verbo es… <i>siubo ¿Sheppa?</i> Pero se escribe <i>s-i-u-b-o</i>. Significa caminar, y el gerundio se muestra con esta terminación de aquí… —<i>alag</i>, ¿o es el subjuntivo? ¡Por la luna y las estrellas! Sabes, creo que podría ser el futuro, pero sólo cuando no significa caminar en alguna dirección concreta…</p> <p>Willow retrocedió unos pasos.</p> <p>—Podríamos estar discutiendo sobre ello toda la noche, pero seguiríamos sin saber qué significa.</p> <p>Will se encogió de hombros.</p> <p>—¿Probamos una lectura cruzada?</p> <p>Aún fue más difícil. Aunque los últimos vestigios del disfraz mágico habían ya desaparecido, Willow todavía era capaz de percibir los ecos lejanos de otra lengua en su cabeza, una lengua mística que era antigua y sólo se hablaba en Lerisay y en las otras islas que se llevaban el peso de las tormentas que se formaban en las Profundidades Occidentales. Eran las islas donde la esposa del Maceugh se dedicaba a rastrear las playas cuando era niña.</p> <p>—Entonces, ¿qué sentido extraemos de todo ello? —quiso saber Will.</p> <p>Su esposa leyó en voz alta:</p> <div id="poem"a> Pronto no quedarán tumbas,<br> En el lugar muerto de las palabras.<br> Un campo de estatuas bosteza,<br> Y algunos dicen que la muerte corre a sus anchas.<br> </poema> <p>—Eso no tiene sentido.</p> <p>Oyeron el relincho de un caballo. Will se colocó una tosca gorra de tela, el tipo de atuendo que los hombres de Harleston llevaban bajo sus sombreros de paja, y salió al exterior. Una profunda oscuridad se había cernido sobre el poblado. La noche estaba cubierta por una neblina e iluminada por las estrellas y, aunque la tierra de bajo sus pies seguía húmeda por el hielo que se derretía, la calidez de una noche estival había regresado. En el cielo, una miríada de estrellas llamada el yunque dominaba la cúpula del sureste. Esa línea, que hacía una hora brillaba con intensidad, había quedado reducida a nada.</p> <p>Willow se unió a su marido.</p> <p>—¿Qué estás mirando?</p> <p>—Se está escondiendo en alguna parte —respondió—. Pero si sabe lo que le conviene no se acercará a nosotros.</p> <p>—Es muy extraño. Ha venido para matarte, pero ha acabado ayudándote.</p> <p>—Con la magia suelen producirse este tipo de paradojas. Lamento haberle dejado escapar. Nos podía haber contado muchas cosas.</p> <p>Willow acarició la barbilla de su esposo.</p> <p>—Lo siento, Will, pero cuando vi su rostro (me refiero al tuyo) no pude apartar la mirada. ¿Era una especie de defensa mágica? ¿Un truco para dejarle huir?</p> <p>—Seguramente. Esa noche en la taberna no pude recordar su rostro. Y cuando Maskull lo expulsó, tenía el rostro tapado. Quiero saber qué tipo de hechizo provoca que le cueste tanto encontrarme.</p> <p>—Debe ser muy poderoso. Tiene que ser obra de Maskull.</p> <p>—Pero quizá no es un hechizo. No ha dejado ninguna huella que pueda probarlo.</p> <p>—¿Por qué Chlu tiene tantas ganas de matarte?</p> <p>—Me refería a encontrar…</p> <p>Willow agachó la cabeza, dispuesta a cargar con la culpa.</p> <p>—Perdona…</p> <p>—Oh, no fue culpa tuya. Eres la que salvó el día.</p> <p>El caballo pataleó fuertemente contra el suelo y trató de apartarse del poste de tejer.</p> <p>—Silencio… ¿qué te pasa, <i>Dobbin</i>? —preguntó Will en un tono amable, aunque al caballo no le tranquilizó.</p> <p>La mano de Willow asió el brazo de su esposo.</p> <p>—Chst. ¿Has oído eso?</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Se oye algo a lo lejos. No se qué es, pero lo he oído antes.</p> <p>Mientras escuchaban, un aullido cruzó el cielo. Parecía extraño y, al mismo tiempo, resultaba aterradoramente familiar. El caballo volvió a relinchar, y Will acercó una mano a su hocico para tranquilizarlo.</p> <p>—¿Era Morrigain? —quiso saber Willow—. ¿Vuelve a estar fuera, advirtiendo sobre futuras muertes?</p> <p>—No lo creo —contestó Will, que no quería preocuparla con su pesimismo—. Ha desaparecido. Lo mejor que podemos hacer es tratar de recobrar fuerzas para mañana.</p> <p>Will anduvo en círculo y comprobó el terreno con su sentido de la rabdomancia. El mal olor se había disipado. Ahora percibía una sensación agradable, y sabía que esta noche estarían a salvo, aunque se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que Chlu lanzara otro ataque.</p> <p>Cuando Willow entró en la choza de nuevo, Will aprovechó para analizar las corrientes terrestres por un instante. Había advertido que el lorc dirigía su poder con premura hacia el sur. Ahora esa sensación se confirmaba. Gwydion había cometido un error al dejar tranquilas las piedras durante tanto tiempo. Los cuatro años de Maskull en el exilio le habían brindado una gran oportunidad, y Gwydion la había desaprovechado.</p> <p>«Debiste pedir mi ayuda», le recriminó al hechicero para sus adentros. «Habría acudido. Habría encontrado todas las piedras. Pero elegiste la precaución. Creíste que las aguas volverían a su cauce por sí solas, y ahora la Piedra del Destino ha recobrado sus fuerzas.»</p> <p>Una sensación extraña y muy desagradable se apoderó de él, y se preguntó si tendría el valor para enfrentarse a ella.</p> <p>—Quizá tenga yo la culpa —insistió Will—. Tal vez la magia que rige el destino del mundo necesitó hacerme una oferta, en lugar de esperar a que yo preguntara. ¿Dónde estás, Gwydion, cuando un hombre necesita respuestas a preguntas importantes?</p> <p>Will también entró y cerró la puerta con pestillo.</p> <p>Willow abrochó las mangas de la camisa que colgaba junto a la chimenea. El fuego estaba prácticamente apagado y era de tonos rojizos, pero un rescoldo ardía sobre una tabla cercana con una llama humeante que doraba el cabello de Willow.</p> <p>—Eres una mujer muy bella —le dijo.</p> <p>Ella palpó el talismán que colgaba alrededor de Will, y levantó la vista para contemplar a su marido. Se abrazó las piernas contra su pecho para calentarse los dedos de los pies, pero cuando Will se agachó, ella se dio la vuelta y le besó; y no tardaron en acostarse y hacer el amor hasta que la madera empezó a chisporrotear.</p> <p>—Te quiero —dijo Willow en la oscuridad.</p> <p>—Yo también te quiero. Siempre te querré.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Al día siguiente, Will despertó a su esposa antes del amanecer. La noche había sido muy agitada, y no hallaron rastro de Chlu ni de las tejedoras. En el lago, sólo un par de patos se dignaron a asomar la cabeza, y el mal que había causado la piedra de Harle no pareció tener mayores consecuencias.</p> <p>Will preparó un paquete con jamón ahumado y manzanas, cogió una botella de agua de uno de los cobertizos de las tejedoras y se detuvo un momento para urdir un hechizo de protección y dar las gracias a la vivienda que les había facilitado el descanso. Habían tomado una decisión arriesgada, pero parecía correcta. Y si ese pequeño acto mágico atraía a Chlu, tanto mejor. Salió para colocar su discreto fardo detrás de la silla del caballo, y llamó a Willow.</p> <p>—Nunca las sujetas bien —protestó Willow, mientras comprobaban las sillas.</p> <p>—No me gusta que el caballo sufra.</p> <p>Ella movió los ojos en un gesto de resignación y añadió:</p> <p>—Te he oído susurrar tu trato al oído de esta yegua: «Nos llevas sin quejarte y yo no hincaré los talones en tus costillas». ¿Qué clase de jinete dice eso, Willand?</p> <p>El sonrió.</p> <p>—Uno que no sabe demasiado.</p> <p>—En fin —concluyó Willow—, ¿adonde vamos?</p> <p>—Adonde se nos ha prohibido ir.</p> <p>—¿Te refieres a Corde… no se qué?</p> <p>—Cordewan. —Will acarició el lomo del caballo con solemnidad—. Creo que sí.</p> <p>—¿No está demasiado cerca?</p> <p>Will se encogió de hombros.</p> <p>—¿Por qué? Algunas piedras de batalla guardan poca distancia entre sí y otras están más separadas.</p> <p>—Pero debe de existir algún tipo de pauta, ¿no?</p> <p>Will miró fijamente a su mujer, y pensó por qué nunca se le había ocurrido eso.</p> <p>—Luchar contra el lorc es como luchar contra un monstruo de muchas cabezas, pero si existe una pauta, no soy capaz de verla. Aun así, apostaría una bolsa llena de monedas de oro a que la siguiente piedra de batalla está enterrada en Delamprey.</p> <p>—¿Por qué? ¿Por el verso?</p> <p>Él asintió con la cabeza.</p> <p>—En parte. Y en parte por lo que nos contaron: que Delamprey estaba cerca de un lugar llamado Hardingstones. Atiende al verso: «Ahora en un campo de la muerte…». ¿A qué campo crees que se refiere?</p> <p>Willow suspiró.</p> <p>—¿A un campo de batalla?</p> <p>—Quizás. O a un cementerio. Luego, «las estatuas desnudas andarán, las tumbas se abrirán de par en par, y los muertos por la plaga hablarán».</p> <p>Willow miró al vacío.</p> <p>—No le encuentro ningún sentido. Seguramente la batalla se librará en algún lugar cerca de Cordewan, puesto que Maskull envió a los proveedores del rey a Delamprey, y todos los nobles leales al rey deben congregarse allí.</p> <p>—Me pregunto por qué eligió Delamprey, cuando la piedra de Harle estaba activa. ¿Crees que el lorc sabía que aparecería? ¿O Maskull, lo sabía?</p> <p>Willow negó con la cabeza.</p> <p>—Ves demasiadas implicaciones en ello. Delamprey está cerca de la vía principal del norte. Quizá tenían previsto reunirse y luego dirigirse hacia el norte para encontrarse con el ejército del duque Richard. —Willow se frotó los brazos como si quisiera entrar en calor—. Espero que Morann esté en lo correcto. ¿Crees que la batalla será hoy?</p> <p>Los ojos de Will siguieron la línea del horizonte.</p> <p>—El lorc está disminuyendo su poder. Recuerdo las sensaciones la otra vez, en el Brezal del Horror. Creo que la batalla se librará hoy, pero podría ser mañana o incluso pasado mañana. Tal vez la razón por la que Maskull fue a Delamprey es que la piedra de batalla está enterrada allí.</p> <p>Willow parpadeó al oír estas palabras.</p> <p>—¿Crees que la ha encontrado?</p> <p>—Seguramente. Ya sabes que Foderingham sólo está a siete u ocho leguas de distancia en dirección noroeste. Una noche, hace años, cuando me hospedaba allí antes de conocerte, tuve un sueño que me despertó. Presencié la muerte en los campos del castillo. Tuve miedo. Pensé que me andaba buscando. Pero ahora sé que no era la muerte lo que me rondaba, sino Maskull. Y no me buscaba a mí, sino a la Piedra del Dragón. Es como Gwydion. Carece del talento para encontrar por sí mismo las piedras de batalla. Necesita que alguien le ayude.</p> <p>—¿Alguien como tú? —Willow miró de repente a su marido, pero no añadió nada más.</p> <p>Will se quedó mirando el trozo de piedra encogido y oscuro que se levantaba medio retorcido en el estanque. El sol iluminaba el contorno dentado de la mitad superior que había partido Chlu. Gwydion había dicho tiempo atrás, que si se rompía violentamente una piedra de batalla se corrí; el riesgo de sufrir terribles e inesperadas consecuencias. Allí había una segunda piedra partida en dos, pero no habían sufrido ninguna catástrofe. Quizás ese mal que se había escapado caería como una lluvia venenosa sobre la siguiente batalla.</p> <p>Empezó a tener miedo, y en esta ocasión decidió dar rienda suelta a sus temores.</p> <p>—Cuando Gwydion y yo encontramos la Piedra del Dragón, la llevamos a Foderingham —explicó—. Seguimos la carretera que conducía a la ciudad de Cordewan. Pasamos por un prado que bordeaba el río Neane. Allí había muchas piedras levantadas, cientos de ellas, todas agrupadas, como si fueran personas esperando a que ocurriera algo. Tuve lo que Gwydion llamó una «premonición». Fue una sensación de lo más desagradable: la visión de una plaga. Recuerdo que Gwydion me contó que yo había temblado como si acabara de pisar mi tumba. Sí, ésas fueron sus palabras. Le pregunté acerca del campo y lo que contenía. Me contestó que eran tumbas, pero muy distintas a las que yo estaba acostumbrado a ver.</p> <p>—¿Qué crees que quería decir con eso?</p> <p>—Cuando en los viejos tiempos la gran plaga asoló Cordewan mató a muchas personas. Al ver las señales de la pestilencia en sus cuerpos, algunos huyeron a la hermandad de Delamprey. Allí se llegó a un acuerdo con los Invidentes. Tenían tanto miedo que suplicaron a los manos rojas la utilización de brujería para convertirlos en piedras y conservar así sus vidas.</p> <p>—¿Prefirieron entregarse a la brujería antes que morir de forma natural? —preguntó Willow, horrorizada.</p> <p>—Eso me contó Gwydion. Los manos rojas aseguraban que quienes se convertían en piedra debían esperar tres veces tres docenas de años y uno hasta que llegara un sanador a curarlos. Eso suma ciento nueve años.</p> <p>—¿Y… cuánto tiempo ha pasado desde la Gran Peste?</p> <p>—Déjame pensar… —contestó, mientras contaba los reinados con los dedos de sus manos, antes de mirar a su esposa—. Hace ciento once años de la mortandad de Cordewan.</p> <p>—Pues no tiene sentido. Las Hardingstones debieron sanar hace dos.</p> <p>—No, a menos que ya estuvieran sanas.</p> <p>—Pero los del carromato dijeron que estaban cerca de Delamprey. No habrían dicho eso si las piedras hubieran desaparecido hace dos años.</p> <p>—Hay algo que no encaja. O alguien se está entrometiendo. Maskull, o los manos rojas.</p> <p>—¿Will? —preguntó de repente Willow—. Recuérdame la otra interpretación del poema.</p> <p>Él pensó por unos instantes, y luego repasó los versos.</p> <div id="poem"a> Pronto no habrá tumbas<br> En el lugar moribundo de los zapatos.<br> Un campo de estatuas bosteza despierto,<br> Algunos dicen que la muerte campa a sus anchas.<br> </poema> <p>—¿El lugar moribundo de los zapatos? —repitió Willow—. Eso carece de sentido. ¿Estás seguro de su significado?</p> <p>Will reflexionó en silencio durante un buen rato, y luego contestó:</p> <p>—El nombre de Cordewan procede de su principal fuente de riqueza, que es la de manufactura de zapatos. Muchos zapateros y peleteros viven ahí. Quizá deberíamos interpretarlo así:</p> <div id="poem"a> Las tumbas de la plaga dejarán<br> De albergar a los muertos de Corde.<br> Un campo de estatuas se despertará<br> Y la muerte caminará a sus anchas.<br> </poema> <p>Willow asintió en un gesto de aprobación.</p> <p>—Eso suena mejor. En cualquier caso, el verso está más claro. Aunque no sé qué sacamos en limpio.</p> <p>—Creo que deberíamos dirigirnos a Delamprey lo antes posible.</p> <p>Willow abrazó a su marido.</p> <p>—Será mejor que pasemos desapercibidos. No sabemos dónde está Chlu, pero no puede andar muy lejos. Si la corte ha tomado el camino recto, ya debe de haber llegado. Ya no llevamos nuestro disfraz, y gran parte del séquito de Lord Strange nos recordará de Ludford antes de la caída del castillo.</p> <p>Will ató las cuerdas de su gorra y subió al caballo. Sólo deseaba alejarse de Harleston y de sus vecinos. Se inclinó hacia delante para levantar a Willow, que se sentó detrás de él. Pero ella apartó la mano y preguntó:</p> <p>—¿Crees que estará bien si lleno la cantimplora de agua del estanque?</p> <p>Él asintió con la cabeza.</p> <p>—Claro que sí. Tendremos sed.</p> <p>Willow se agachó para llenar la cantimplora, pero luego se detuvo como si hubiera visto algo en el lodo de la ribera.</p> <p>—¿Qué ocurre? —preguntó Will, mirando sentado en el caballo.</p> <p>—Oh, Will. Es tu talismán. Sólo que… es rojo.</p> <p>Will desmontó y miró sorprendido el pez que sostenía su esposa.</p> <p>—¡Por la luna y las estrellas! ¡Es el talismán rojo que encontré en Pequeña Matanza! El que creo que Chlu me robó en Ludford antes de tu llegada. ¿Cómo llegaría hasta aquí?</p> <p>—Quizá se le cayó.</p> <p>—No lo creo… Willow, algo extraño está pasando.</p> <p>Will echó un vistazo a su alrededor y desenvainó la espada de Morann. Temía que fuera una trampa, aunque no pudo percibir la presencia de Chlu.</p> <p>—¿Qué significa? —preguntó Willow con inquietud. No le gustaba ese talismán, y reaccionó contra la extraña situación de ese momento.</p> <p>Will analizó con detenimiento la figura, después sacó su talismán de la camisa y comparó los dos talismanes. No eran más grandes que su pulgar. Ambos presentaban una talla de tres triángulos encajados. Eran figuras idénticas en todos los sentidos, salvo por el color.</p> <p>—Es como si tuvieran que encajar, la cola con la boca.</p> <p>Will los unió, pero al hacerlo sintió una repentina presión en los dedos. Era como si las dos figuras quisieran ser conectadas. Se produjo un impacto y un relámpago de luz cegadora, y en sus manos halló un pez de verdad, un salmón enorme de color gris plateado. Meneaba la cola en las manos de Will, y de un salto se metió en el gélido estanque.</p> <p>Will observó sorprendido cómo el pez se alejaba entre las aguas poco profundas.</p> <p>Willow tampoco daba crédito a sus ojos.</p> <p>—¡Oh, Will!</p> <p>—¡Mi talismán! —exclamó enfadado—. ¿Cómo voy a destruir la próxima piedra de batalla sin mi talismán?</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Cuando llegaron al río Neane, todavía no se habían repuesto del impacto de tal calamidad, aunque Will sabía que no tenían otra salida que continuar avanzando. Vio a varios hombres trabajando y a otros que inspeccionaban el terreno. Eran soldados. Abrieron una especie de trincheras en la ribera más lejana del río y en el terreno del antiguo claustro de Delamprey. No cabía la menor duda de que se estaban preparando para la batalla.</p> <p>Will descubrió un montículo de tierra con agujeros de madrigueras. Al parecer, había muchas, aunque unos hierros en el suelo revelaban que el ejército había matado varios conejos para comer. Cerca había un bosque de fresnos. Will no se atrevía a acercarse más a Delamprey. Decidió dejar el caballo en un claro con la esperanza de no estar lejos del claustro.</p> <p>En cuanto a la piedra de batalla, Will no pudo sentir su presencia, salvo por un extraño silencio y tal vez una sensación de peligro inminente.</p> <p>—Tendré que inspeccionar el terreno —anunció.</p> <p>—Nunca te acercarás a ella. Si lo hicieras, ¿cómo podrías drenarla sin el talismán?</p> <p>—Tal vez no pueda, pero al menos descubriré los planes de Maskull.</p> <p>—Ve con cuidado, Will.</p> <p>Sonrió a su esposa y abrió su mente con cautela. Nada. La ausencia de sensaciones resultaba preocupante. Incluso a cierta distancia del claustro, pudo ver que no tardaría en librarse una batalla. Mientras pasaba un ojo crítico sobre los preparativos, una insistente visión se apoderó de él: la de que Maskull creía que había elegido el tiempo y el lugar de la batalla. En realidad, por lo que sabía Will, era la piedra la que elegía.</p> <p>Miles de hombres se ocupaban de hacer los preparativos. Habían asegurado los dos flancos y levantado una línea de defensa. También habían fortificado el claustro. Era viejo, como una especie de casa de campo real con un par de jardines y una alta torre construida con piedras autóctonas, aunque ahora la coronaba una veleta de hierro ornamental. Will se acordó de los comentarios de Gwydion. Al parecer, la vivienda había pertenecido a la realeza, pero con el paso de los siglos los terrenos se fueron cediendo a la hermandad hasta que ésta se apoderó de todos. Primero la convirtieron en una sala de estudios. Ahora, por lo que Will pudo dilucidar, era un lugar de reclusión, un lugar donde se encerraba a las mujeres incordiosas de las casas nobles si éstas desobedecían a su señor.</p> <p>—Ahora debes seguir solo —anunció Willow, repitiendo los pensamientos de su marido—. Dos espías son mejor que uno. Iré a inspeccionar las trincheras para ver si puedo descubrir algo acerca del rey.</p> <p>Habían visto una tienda de aspecto real junto al río, muy lejos del barullo del ejército. La reina había enviado allí a su marido, atendido por dos fornidos criados, mientras se decidía la batalla. Había tres caballos ensillados y atados en los alrededores.</p> <p>Will bebió agua de la cantimplora y se la pasó a Willow; luego se secó los labios con la palma de la mano.</p> <p>—Nos volveremos a encontrar aquí poco después del atardecer. Si nos perdemos, también nos encontramos aquí.</p> <p>La mente de Will empezó a aterrorizarle con horribles visiones: la carnicería en el Brezal del Horror, imágenes de Willow meciendo al cuerpo ensangrentado de su padre después de la batalla de Verlamion. Las emanaciones de la piedra le estaban afectando, y le temblaba la voz.</p> <p>—Espero poder detener esto. Todos estos hombres nos buscan…</p> <p>Willow miró fijamente a su marido.</p> <p>—Salva esas vidas, Will. No merecen morir.</p> <p>—Nunca morirán.</p> <p>Will respiró hondo, y entregó a Willow la espada de Morann.</p> <p>—Cuida de esto por Morann. O mata o no hiere en absoluto. Hoy no la necesitaré.</p> <p>—Te quiero, Will.</p> <p>—Yo también te quiero.</p> <p>Se abrazaron con intensidad y después, cuando Will se dio cuenta de que ya no podía esperar más, besó a su esposa y le instó a ir con cuidado. Volvería a ver a Bethe. Luego, partió hacia la brillante luz del sol. Cuando Willow hubo desaparecido de su vista, Will esforzó en tranquilizarse y prestar atención a sus sensaciones. Empezó a poner en orden sus pensamientos y trazó un plan.</p> <p>Habían encontrado la Piedra del Dragón en Nadderstone. Había extraído su poder de la línea de Indonen. La Piedra del Horror también se levantaba sobre una línea, la Caorthan, y la piedra de batalla del rey se erigía sobre la línea Eburos. Lo mismo ocurría con la piedra de Harle, sobre la Mulard, la línea del olmo. Sin embargo, la Piedra de la Plaga se erigía sobre un cruce de líneas, la Mulard y la Bethe. Lo mismo ocurría con la Piedra de la Sangre, que se cruzaba con las líneas Bethe y Caorthan, así como las piedras de Arebury y Tysoe, con las líneas Indonen y Tanne, y Indonen y Caorthan respectivamente. Por último, la poderosa piedra de Verlamion se levantaba sobre tres líneas: la Caorthan, la Celin y la Mulart.</p> <p>Will cerró los ojos y trató de hallar un sentido a todo eso, pero los nombres danzaban ante sus ojos y no podía imaginarse la disposición de la piedra, ni cómo sus conocimientos podrían ayudarle en ese sentido. Luego se acordó del ked y del <i>Gran Libro del Reino</i> del que le había hablado la criatura. Eso le hizo pensar en la noche que tanto sufrió cuando el ojo de su mente observó los terrenos de Ludford como si los estuviera sobrevolando…</p> <p>—¡Lo tenía!</p> <p>¿Acaso no había una forma de representar todo el Reino, describirlo como si lo observara desde una gran altura? Trazar un plano que mostrara cada costa, cada colina y río, cada pueblo, cada camino… ¡y cada línea!</p> <p>¿Y si pudiera trazar un plano así? Sin duda, cada línea aparecería en su lugar. Y las nueve que componían el lorc se representarían como las líneas rectas que en realidad eran. De este modo, los lugares por donde estas líneas discurrían y se cruzaban mostrarían el espacio donde estaban las piedras de batalla. Si hallaba la pauta subyacente, podría encontrar todas las piedras.</p> <p>La idea era muy emocionante, y demasiado crucial como para dejarla escapar. Pero, ¿cómo realizar un plano de ese tipo? No había arte alguno capaz de representar el mundo en tamaño reducido, salvo si se recurría a la magia.</p> <p>—¡Oh, Gwydion! —exclamó Will—. Tengo tanto que contarte cuando nos encontremos.</p> <p>Sin embargo, sabía que antes de encontrarse debía hallar la siguiente piedra de batalla. Abriría su mente al mediodía para ver si había rastro de la línea. Cuando antes había encontrado la línea Indonen, ésta discurría de este a oeste, y puesto que las líneas siempre van en línea recta, también esta seguiría la misma dirección. Pero, ¿dónde estaba, exactamente? ¿Pasaría por las trincheras, los montículos y los campos que los capitanes del rey estaban trabajando? Seguramente. Y si eso era así, entonces la línea Indonen también debía cruzar el campo de la muerte de Delamprey. Ese prado, con sus extrañas tumbas, se había convertido en un campo de batalla lleno de centenares de tiendas de colores. Will echó un vistazo al campo donde se libraría la batalla. Intentó percibir cómo se desplegaría el ejército, teniendo en cuenta que cada uno de los nobles dirigiría la batalla por turnos. Sin duda alguna, el duque Humphrey de Rockingham se ocuparía del flanco derecho, y el centro sería el dominio del duque Henry. Pero, ¿quién se ocuparía del flanco izquierdo del rey?</p> <p>Will abrió cautelosamente su mente, pero no pudo percibir nada. La piedra de batalla se comportaba muy discretamente, como si deseara protegerse. Incluso le costó sentir el poder de la línea, porque era como un pez que se moviera sigilosamente entre las aguas profundas y turbulentas. Observó el sol, que seguía ascendiendo. Todavía no era mediodía, la mejor hora para inspeccionar el terreno. Desanudó las tiras de su gorra, y trató de parecerse más a los arqueros que merodeaban por la zona. Se adentró en la hierba alta siguiendo el curso de un riachuelo que corría cerca de la línea. Mientras avanzaba, Will abrió más la mente y tuvo una sensación extraña respecto a las tumbas. Parecían estar en silencio de forma poco natural, puesto que la magia las estaba influenciando.</p> <p>Volvió a preguntarse sobre Maskull; no sabía si el brujo había cubierto el terreno con hechizos diseñados para contener las emanaciones del lorc.</p> <p>Will avanzó un poco más pero nadie se acercó a él, ni siquiera cuando se detuvo bajo la sombra de un enorme sauce llorón.</p> <p>—¿Cuál es el mejor lugar para esconder un árbol? —se preguntó, con una sonrisa—. Un bosque, por supuesto.</p> <p>Pero, ¿cuál de esas piedras lapidarias era la culpable? Había centenares, así como cientos de tiendas de campaña. Era imposible acercarse más. Pensó en echar a correr a campo abierto, pero sintió escalofríos. Se agachó.</p> <p>Todos sus sentidos le gritaban que se trataba del duque Henry. Cabalgaba a galope con buena parte de sus tenientes, y procedía de allí donde se levantaba la tienda del rey. Will sintió una repentina preocupación por Willow, y sus temores se agudizaron al ver que Henry torcía por el camino.</p> <p>Mientras se acercaban al árbol de Will, el duque levantó el brazo para detener su caballo. Will se escondió bajo la copa verde y se tumbó sobre la ribera hundida del río. En ese momento, vio lo que retenía la mano levantada del duque Henry. Era un trozo de madera pulida, de una longitud media, parecida a un garrote, salvo porque el extremo estaba partido y el asa era brillante.</p> <p>Will se dio cuenta enseguida de que se trataba de la parte superior del báculo de Gwydion. Se asustó y acabó enredándose con las raíces de dos árboles. Por un momento se sujetó al musgo, pensando en qué habría pasado. Sólo podía existir una explicación. Gwydion era prisionero, o algo peor.</p> <p>Will pudo sentir cómo el miedo se apoderaba de él, y cómo el sudor le cubría el rostro mientras el duque desmontaba y andaba junto a un matorral de ortigas.</p> <p>—¡Mira! —exclamó Henry—. Me indica que este lugar es peligroso.</p> <p>Will agachó la cabeza y mantuvo la mente abierta para concentrarse en el destello del báculo. Un enorme abejorro revoloteaba entre las briznas de hierba junto a él, distrayéndole de la conversación. Pero pudo oír: «¿Has oído esto?» y «ha desaparecido». Will levantó un milímetro la cabeza y vio cómo Henry movía el palo y lo golpeaba contra un tronco. Uno de los hombres del duque empezó a hablar, y después se marcharon. Will no pudo oír su conversación. Vivió momentos de gran tensión antes de que el duque montara de nuevo. Blandió entonces su báculo ante los otros hombres, y después desaparecieron.</p> <p>Will se alegró de haber pasado desapercibido y de no haber sucumbido a la desesperación. Las esperanzas que había albergado durante tanto tiempo se fueron al traste.</p> <p>«Es difícil matar a un hechicero» pensó con tristeza Will. «¡Por una vez, trata de ser honesto!», se regañó. «¡Sabías desde el principio que lo habían capturado! ¡Lo sabías! Incluso recibiste la confirmación cuando los disfraces empezaron a desaparecer. Pero no has querido tomar conciencia de ello.»</p> <p>La desesperación que le hacía estremecer apestaba al lodo negro de Charrel que por poco le ahoga en las inmediaciones de Arebury, pero cuando logró reunir todo su valor, empezó a sentir una brillante y clara corriente de esperanza que renovó su espíritu. «La fortuna favorece a quien encuentra el valor», rezaba un refrán.</p> <p>—Bueno, si lo he sabido todo este tiempo, al menos no me ha cogido por sorpresa. Y si Gwydion ha sido capturado, tendré que rescatarlo. Pronto verán que la avaricia rompe el saco.</p> <p>La verdad de esa afirmación penetró hasta sus venas y pensó en un plan audaz. Las mentes más cerradas lo habrían llamado temeridad, pero según otra de las leyes: «Las necesidades desesperadas producen hechos desesperados»; recordando esas palabras, Will se sintió libre.</p> <p>No debía arriesgarse a atraer a Chlu, pero parecía como si las leyes le estuvieran señalando el camino. Miró a izquierda y derecha, salió de la protección que le ofrecía el sauce, y empezó a caminar con determinación hacia el claustro.</p> <p>Los edificios eran grises y solemnes, y las sombras que proyectaba el sol estival eran de un tono frío. Centenares de soldados se movían de un lado a otro. Empezaron a preguntar por Lord Dudlea, y fue rápidamente conducido a una agrupación de tiendas situadas entre el claustro y el río. El pabellón de Lord Dudlea estaba pintado a rayas azules y blancas, y el toldo lucía motivos en rojo y dorado con una línea de pequeños merlos rojos. Dudlea estaba dentro de la tienda, y cuando Will se acercó a ella, dos guardas se le acercaron para impedirle el paso.</p> <p>—¡Alto!</p> <p>—¡Mi señor Dudlea! —exclamó Will—. ¡Debo entregarle un mensaje de vital importancia.</p> <p>Dudlea alzó la vista de los papeles que estaba leyendo y se levantó de la silla con un único y rápido movimiento. Su pierna estaba cubierta por una armadura, y también lucía peto y un sombrero de terciopelo azul con una pluma. En el pecho, sobre el corazón, llevaba un imperdible con el símbolo del cisne blanco. Tenía los ojos negros, y el rostro ligeramente ensombrecido como si tuviera miedo. Alguien había levantado sus sospechas. Se enfrentaba a un soldado raso que hablaba con valentía a un oficial, y por eso esperaba algún tipo de trampa.</p> <p>—¡Arrestadle!</p> <p>Los guardias asieron a Will por el brazo. El joven no opuso resistencia.</p> <p>—Mi señor…</p> <p>—¿Quién eres? —exigió Dudlea, mientras desenfundaba su espada y la acercaba al cuello de Will.</p> <p>—Sólo soy un mensajero.</p> <p>—No te lo volveré a preguntar.</p> <p>El dolor penetró las articulaciones de su hombro mientras los dos guardas cumplían con su deber. Aunque el sufrimiento retorció el rostro de Will, consiguió mantener la mirada fija de Dudlea.</p> <p>—Señor, el mensaje que debo transmitiros es de naturaleza privada. —Volvió a sentir dolor—. Tiene que ver con su familia.</p> <p>Dudlea trató de ocultar su sorpresa. De repente, Will tuvo la impresión de estar ante un condenado que acabara de recibir una libertad inesperada.</p> <p>—¡Habla!</p> <p>El dolor no cesaba.</p> <p>—¡Señor, dígales que paren! No quiero causarle ningún daño. Soy portador de esperanza.</p> <p>—¿Esperanza? —Will pudo percibir el mal aliento de Dudlea sobre su rostro—. ¿Qué esperanzas hay para mí y los míos?</p> <p>—Si quiere verlos con usted —contestó Will mirando a los guardias—, debo hablar con usted en privado.</p> <p>Los ojos atormentados de Dudlea aguantaron la mirada por un instante, y después hizo un gesto para ordenar la liberación del joven. Will fue cacheado, aunque no le encontraron ninguna arma salvo una corta varita de avellano que sacaron de su cinturón. Cuando los guardias se marcharon, Dudlea cerró la tienda, dejándola en penumbra, para indicar que no quería interrupciones. Había recobrado la compostura, pero seguía sujetando la espada con la mano derecha.</p> <p>—Si se trata de alguna artimaña…</p> <p>Will respondió en voz baja:</p> <p>—Maskull los embrujó. Le digo que se puede eliminar ese hechizo.</p> <p>Dudlea parecía nervioso, como si no diera crédito a sus ojos.</p> <p>—¿Puede impedirlo?</p> <p>—Es posible. —Will observó el fuego que ardía en la mente de Dudlea—. Pero primero debe hacer algo por mí.</p> <p>—¿Quién es usted?</p> <p>—Un mago.</p> <p>Los ojos de Dudlea parecían sobresalir de las órbitas. Tenía los nudillos blancos sobre el puño de la espada.</p> <p>—¿Qué sabe usted sobre mí?</p> <p>—Más de lo que le gustaría.</p> <p>—¿Qué desea?</p> <p>—Afortunadamente para usted, poca cosa.</p> <p>La respuesta de Will enfureció a Dudlea.</p> <p>—Antes de sacarme un penique, quiero pruebas.</p> <p>—No deseo su dinero. Hay una ley que habla de la fe que trasciende la prueba de los poderes…</p> <p>—¡No sé nada de hechizos! —le interrumpió Dudlea. Parecía estar atrapado en una pesadilla—. Sin pruebas, no quiero saber nada de Maskull.</p> <p>Un velo de temor oscureció la mente de Dudlea. Will decidió arriesgarse:</p> <p>—Muéstreme dónde está retenido el hechicero del duque de Ebor. Muéstremelo, y le daré la prueba.</p> <p>Dudlea retrocedió unos pasos.</p> <p>—¿Te refieres al Viejo Cuervo? Está bajo custodia de la reina.</p> <p>—Debo hablar con él, o de lo contrario nada de lo que hablamos se hará realidad. —Will corría un riesgo al poner sus cartas sobre la mesa—. Mi señor Dudlea, puesto que su plan para asesinar al duque de Ebor se fue al traste, su vida corre peligro.</p> <p>Dudlea recibió estas palabras como un mazazo.</p> <p>—¿Cómo lo sabes?</p> <p>—Sé esto y más. Créame cuando le digo que el brujo de la reina es implacable. Maskull no cree que usted haya sufrido lo suficiente por haberle traicionado.</p> <p>—Confía en mí. Me ha nombrado comandante del flanco izquierdo en la próxima batalla.</p> <p>—Él cree que tiene demasiado miedo para desobedecer sus órdenes. Pero jamás le devolverá a su esposa y a su hijo, haga lo que haga. Sólo yo puedo devolverle a su familia.</p> <p>Dudlea miró fijamente a la mesa. El miedo que sentía hacia el brujo era evidente. Retiró de nuevo la solapa de lona que hacía las veces de puerta, y dijo:</p> <p>—Sígueme.</p> <p>Mientras Dudlea lo conducía por el camino de la línea de Indonen, Will sintió escalofríos. El lorc bullía con gran intensidad, y se acercaba a su punto álgido.</p> <p>Un centenar de soldados levantaban unas poleas en la parte delantera del claustro. Cuando Dudlea dobló la esquina de la torre, él y Will pasaron bajo una arcada que conducía al patio más pequeño del complejo.</p> <p>—¿Y los manos rojas? —preguntó Will, que no cesaba de recibir advertencias—. Sabrán que hemos entrado en sus estancias privadas.</p> <p>—Últimamente su privacidad se ha vulnerado en varias ocasiones. Cuando la reina Mag pide el uso de una sala, ni siquiera el anciano de la congregación se atreve a contradecirla.</p> <p>—Pero en el interior hay manos rojas…</p> <p>—Sí, unos quinientos que viven según las órdenes del anciano de los Condados Centrales. Deben cargar con una dosis de sufrimiento diario: el silencio más absoluto, y los rigores de la carne. Ya sabes lo que significa la Regla de Oro.</p> <p>—Esos miembros no pueden ser vistos por personas ajenas a la comunidad.</p> <p>—¡Pues no los mires! Querías que te trajera hasta aquí.</p> <p>Dudlea estaba poniendo a prueba el rechazo de Will a infringir las normas del claustro, utilizando su miedo para probar la veracidad de sus afirmaciones. Will comprendió que no era prudente dar muestras de debilidad. Cruzó el portal y entró en el patio.</p> <p>El lugar era una especie de matadero en el que se hacían sacrificios de animales dos veces al año. La esbelta torre se erigía sobre el patio. Un olor acre impregnaba el ambiente, un hedor que Will conocía perfectamente. Los canales de sangre penetraban el suelo de piedra. Unos ganchos de hierro colgaban de las vigas del techo, y había dos enormes calderos para hervir la grasa del animal. Will oyó el tañido lento de una campana de mano, aunque en el patio no había nadie.</p> <p>Mientras pasaba por delante de una estrecha ventana, vio lo que había en el interior del claustro. Unas figuras fantasmagóricas se movían en fila entre las sombras. Posaban su mano izquierda sobre el hombro de la compañera que les precedía, y con la mano derecha sostenían unas velas. Cada mujer iba vestida con una túnica informe de color gris, ceñida a la cintura con una cadena metálica. Llevaban la cabeza rapada y unas máscaras de hierro con rostros pintados burdamente. Encabezaba la fila una mujer mayor que se abría paso entre la sala. De su cinturón colgaba una campana, que procedía a tocar cada cinco pasos.</p> <p>Dudlea indicó a Will que avanzara pegado a la pared. Allí, en la base de la torre, había una hilera de barras de hierro hincadas en la tierra. Cubrían un agujero que dejaba pasar la luz y el aire a un apestoso sótano. Cuando Will entró a hurtadillas en el agujero, el olor a podrido le sorprendió. Fue testigo de una escena sobrecogedora. Allí, con las manos encadenadas a un pilar, estaba Gwydion.</p> <p>Will acalló sus jadeos y retrocedió. Sabía que no debía poner sobre aviso al hechicero. Al parecer, Gwydion había sufrido un largo cautiverio, pues estaba sucio y demacrado. Además, su cuerpo estaba amoratado y sangraba. Sin embargo, su espíritu parecía imperturbable, y Will se alegró al advertirlo.</p> <p>El hechicero estaba inmovilizado. Will reparó en las delicadas cadenas doradas que ataban sus muñecas, así como en la fina cadena de oro que le sujetaba al pilar. La cadena estaba cerrada por un pequeño cerrojo también de oro, y Will sabía que, a pesar de toda su elegancia, esa obra debía ser el resultado de una poderosa energía.</p> <p>Esas cadenas tenían que ser el arma y el regalo con los que Maskull conquistaba a la reina, pensó Will. No era de extrañar que los disfraces desaparecieran, pensó. Y también entendía por qué toda la magia de contención de Gwydion estaba siendo tan vulnerable. ¿Por cuánto tiempo permaneció en cautiverio?</p> <p>Will quería gritar, decir a Gwydion que le ayudaría, pero Dudlea cogió al joven por el cuello y se lo llevó a un lado, indicándole de malos modos que guardara silencio porque el guardia de la reina se aproximaba caminando por el sendero de gravilla.</p> <p>A través de una ranura de las enormes puertas de madera, Will se fijó en los brillantes cascos y los petos. Por encima de la pared, vio las puntas de las temibles poleas que levantaban. Sintió el impulso de arrodillarse. Dudlea se sacó su sombrero de plumas e hizo un gesto extravagante a modo de reverencia cuando se acercó la reina. Ésta no se dignó a hacerles caso. Por el rabillo del ojo, Will advirtió la palidez de la reina, una blancura en el rostro y el cuello que destacaba sobre un vestido rojo carmesí. Caminó a paso ligero, flanqueada por su guardia armado, hasta adentrarse en la oscuridad del claustro. Cuando desapareció por completo, Will volvió hasta los cimientos de la torre.</p> <p>Dudlea susurró:</p> <p>—¡Ya has visto al Viejo Cuervo! Ahora ha llegado el momento de cumplir tu parte. Dame una muestra de tus promesas o te consideraré un mentiroso y avisaré a Maskull para que te corte la cabeza.</p> <p>Will se resistió, mientras Dudlea trataba de sacarlo del escondite.</p> <p>—Si amas a tu esposa y a tu hijo, me concederás un instante. Un momento, es todo cuanto pido.</p> <p>Will miró entre los barrotes y oyó a la reina Mag que entraba en el sótano. Se abrieron puertas y cerrojos que permitieron la entrada del guardia de la reina y dos ayudantes.</p> <p>La reina hablaba con severidad.</p> <p>—Estamos a punto de iniciar nuestra última batalla —anunció—. No tendremos que esperar mucho. La guerra acabará pronto y después me entregaréis a mi enemigo. A Ebor todavía le faltan uno o días para llegar al norte. Mis espías me han dicho que su convoy está compuesto de mil hombres como mínimo.</p> <p>Will se alegró con parte de la noticia. El hecho de que el duque hubiera llegado tan pronto a su destino significaba que Morann se había librado de su encuentro con Chlu y que había llegado a la Isla Bendita. Pero en ese momento, el tono de voz de la reina pareció cambiar:</p> <p>—Verdaderamente, eres un entrometido, Viejo Cuervo.</p> <p>—Señora, todo ha ocurrido como le conté —se defendió Gwydion—. El amigo Richard acude a usted de buena fe. Llegue a un acuerdo con él. Ese es el camino, de verdad. ¿No quiere recibirlo con magnificencia?</p> <p>La reina se acercó una rosa roja a la nariz y miró sonriente a su prisionero.</p> <p>—Preferiría acabar con él.</p> <p>—Usted dijo que buscaría la paz. Repitió esas palabras tres veces ante mí.</p> <p>—Pues fue un necio si creyó mis palabras.</p> <p>—Las palabras comprometen más de lo que cree. Yo acudí a su reunión y me arrodillé ante usted en un gesto de humillación pública. Hice todo lo que me pidió. ¿Por qué me trata ahora así?</p> <p>—Oh, no me molestes con tu falsa modestia. —La llave de oro resplandecía en su pecho cuando la reina se acercó a Gwydion—. Tus artes están muy pasadas de moda. Sencillamente, te tendí una trampa antes de que tú pudieras tendérmela a mí. Vi que tenías por costumbre coger las dos manos de las personas a las que saludas, de modo que te tendí una trampa muy sencilla. Fue fácil dejar que las cadenas se deslizaran sobre tus muñecas cuando te arrodillaste.</p> <p>—No te jactes de ello, porque fue una sencilla traición basada en la buena fe.</p> <p>—Sí, claro. Pero, a menudo, el plan más ingenuo es el más efectivo.</p> <p>—Señora, ¿qué le ha pasado? No siempre ha sido tan implacable.</p> <p>La reina esbozó una sonrisa maliciosa, pero sus ojos permanecieron fríos e inmóviles.</p> <p>—¿Cómo te atreves a hablar así a una reina? ¡Si hubiera querido, te habría llevado a Trinovant para enterrarte bajo las paredes de la Torre Blanca!</p> <p>Gwydion apartó la mirada.</p> <p>—Creo que haría bien en examinar las razones subyacentes de la ira que actualmente la consume. Reparemos la brecha que le separa a usted y a Ebor. Hagamos la paz, tal como prometió. Le ruego que me libere, mientras aún nos queda tiempo.</p> <p>La reina se quedó observando a Gwydion en silencio unos instantes, mientras arrancaba uno a uno los pétalos de la rosa y los dejaba caer al suelo. Seguía consumida por la ira, aunque sabía mantenerla bajo control. Había destapado el secreto guardado durante tanto tiempo.</p> <p>—¿Tiempo para qué, para que llegue Lord Warrewyk?</p> <p>—¿Lord Warrewyk? —preguntó Gwydion, que de repente parecía el cazador, en lugar del cazado.</p> <p>—¡No finja ignorancia! Warrewyk viene hacia Delamprey con un numeroso séquito, como bien sabe.</p> <p>Gwydion negó rotundamente con la cabeza.</p> <p>—Si eso es cierto, entonces los dos hemos sido traicionados.</p> <p>La reina rió sonoramente en un intento por descartar la idea.</p> <p>—No. ¿Se cree que no tenemos espías? Lo sabemos desde hace casi una semana. Ahora, ¿qué me tiene que decir sobre la buena fe?</p> <p>—Yo no he planeado eso. Si eso es cierto…</p> <p>—El ejército de Warrewyk es real. Y su plan está muy claro. Le acompañan su padre y el cachorro de Ebor. Estuvieron a punto de atacarnos cuando cenamos con Ebor, siguiendo precisamente sus instrucciones.</p> <p>En la parte alta del patio, Will se apartó de los barrotes debido a la impresión que le causaron esas palabras. Miró a Lord Dudlea, que permanecía agachado a su lado.</p> <p>—¿Warrewyk? —preguntó sin dar crédito a las palabras—. ¿Es eso cierto?</p> <p>Dudlea miró fijamente a Will.</p> <p>—Me lo contaron ayer.</p> <p>—¿Y Edward? No, ¡nunca! No se enfrentaría a su padre por nada del mundo.</p> <p>Dudlea sonrió ampliamente.</p> <p>—¡No se trata de un desafío, sino de la propia orden de Ebor! El ejército de Callas llegó hace una semana procedente de los Mares Angostos. Diez mil efectivos, un ejército voraz y crecido como el gusano de una planta cuando va de Kennet a la ciudad. Entre veinte y treinta mil hombres salieron de Trinovant hace dos días en dirección norte. ¿Qué me dices ahora de tu integridad como hechicero?</p> <p>Will empezó a tambalearse. Una vez más, la malicia de las piedras de batalla estaba cambiando el curso de los acontecimientos. Se acordó del ejército real de seis mil hombres que tiempo atrás había acampado en las afueras de Ludford. Ese tipo de fortaleza pudo haber detenido al temible Lord Warrewyk, pero ahora los efectivos del rey no llegaban ni a un tercio de esa cantidad. La batalla sería mucho más equilibrada y se pelearía a muerte. Habría muchas muertes.</p> <p>—¡Tú te vienes conmigo! —exclamó Dudlea, en susurros, mientras acercaba su espada al cuello de Will—. Recibiré la prueba que me prometiste, o te rajaré como a un mentiroso.</p> <p>Will cogió la muñeca de Dudlea y la torció para hacerse con el arma.</p> <p>—¡Le daré cientos de pruebas! ¡Miles! Pero primero debe explicarme lo que ocurre ahí abajo.</p> <p>Dudlea abrió los ojos de par en par, primero en un gesto de dolor, y luego de temor. Will se acercó a los barrotes, ni siquiera se giró cuando Dudlea cogió su espada. Entre la penumbra, las súplicas de Gwydion sonaban inútiles. Cuando cayó el último pétalo de rosa, la reina hizo ademán de marcharse.</p> <p>—Que venga Lord Warrewyk, y también Ebor. Que todos me apunten con sus armas. ¡No se saldrán con la suya, porque poseo una arma secreta a la que nadie puede resistirse!</p> <p>—¿Qué arma? —quiso saber Gwydion—. Señora, ¿qué arma?</p> <p>La reina retrocedió hasta la escalera.</p> <p>—Oh, no, Viejo Cuervo. Esta vez no. ¡Esta vez no!</p> <p>Y luego desapareció. La reina salió de la estancia con un portazo, y el hechicero se arrodilló y permaneció solo en silencio.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 32</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">El arma secreta</p> <p style="margin-top:5%">Will dejó que Lord Dudlea lo sacara del patio maloliente del claustro. Se preparó para la inminente lucha y trató de olvidar el dolor que sentía en la parte superior de la cabeza.</p> <p>De vuelta a la tienda de Lord Dudlea, éste cambió sus modales. Su ira remitió y empezó a suplicar:</p> <p>—Por favor, ¡ayúdame! Estoy sobre un lecho en llamas.</p> <p>—Gwydion te ayudará. Lo prometo.</p> <p>—Pero ya viste al hechicero. Es un hombre destrozado; sus poderes han desaparecido, y no tardará en morir.</p> <p>Will recuperó sus facultades, y replicó:</p> <p>—Tenga confianza, todo irá bien. Gwydion no es un mago que actúe en banquetes, sino un hechicero del Ogdoad. ¿Sabe lo que eso significa?</p> <p>Dudlea se apartó, y luego hincó su espada sobre la mesa de madera de olmo.</p> <p>—La reina le matará, sea él quien sea.</p> <p>—No puede acabar con él. Ni siquiera Maskull puede. ¿Cree que no lo habrían hecho ya? —Will trató de tranquilizar el espíritu impetuoso de Dudlea—. Se lo diré por última vez: si quiere volver a ver a su esposa e hijo, debe hacer exactamente lo que le diga.</p> <p>Dudlea no cesaba de jadear mientras los niveles de energía del lorc subían y bajaban. De repente, su fuerza remitió.</p> <p>—Haré lo que me pidas.</p> <p>Will vio cómo el hombre se hundía en su silla. Se resistió a la tentación de emplear la magia para aplacar el dolor que le consumía.</p> <p>—¿Recuerda cómo cambiaron las cosas en Ludford?</p> <p>—Eso fue obra de Lord Strange —contestó Dudlea tratando de hacer un esfuerzo por recordar—. Traicionó a Ebor. Su traición decidió la suerte ese día.</p> <p>—¿Entiende de qué modo desempeñó un papel esencial en el futuro de ese día? En la próxima batalla debe hacer lo mismo.</p> <p>Dudlea se quedó estupefacto.</p> <p>—¡Eso es demasiado!</p> <p>—Escuche. Con sus propias acciones, debe forjar un futuro en el que su familia pueda vivir.</p> <p>—Pero… ¿cómo?</p> <p>Will se llevó un dedo a los labios.</p> <p>—Silencio, mi señor. Cuando llegue el momento, debe reunir a sus tropas. Hágalo cuando las fuerzas de su enemigo carguen contra vos; al principio debe darles vía libre. Ordene a sus hombres que dejen pasar al enemigo por las barricadas y las cunetas. Permita que la caballería del conde de Marches avance libremente hasta superar el flanco central del rey. Ésta es la medida que pondrá fin a la batalla.</p> <p>El rostro de Dudlea delataba temor. Esa estrategia iba más allá de su entendimiento.</p> <p>—¿Edward de Ebor nos atacará por la izquierda? ¿Cómo lo sabes?</p> <p>Para cruzarse con el ojo del otro hombre, Will cerró de inmediato su mente. Las asfixiantes emanaciones agudizaban su dolor de cabeza y le oprimían. Respondió:</p> <p>—Ocurrirá tal como predigo. Puede estar seguro de ello.</p> <p>—Pero me pides que traicione a mi rey en plena batalla. —La voz de Dudlea sonó poco profunda mientras empezaban a notarse las consecuencias de su labor.</p> <p>—Actualmente, el rey descansa en su tienda vigilada junto al río. Su esposa lo envió. Y habláis como si él tuviera el control total de su…</p> <p>—Aun así, no puedo hacerlo. —Dudlea se puso a la defensiva—. ¿Dónde está la prueba que me prometiste?</p> <p>—¡Si quiere pruebas, escuche lo que te digo! —replicó Dudlea—. Vos, quien ahora siente escrúpulos por un rey loco, intentó no hace mucho cerrar un acuerdo secreto en el que Maceugh, Lord de Eochaidhan, habría asesinado a Ebor en su propia cama. Como veis, sé mucho sobre vos.</p> <p>La mirada de Lord Dudlea se endureció.</p> <p>—Puedes haber obtenido esa información hablando con uno de mis criados a cambio de cinco peniques o una jarra de cerveza.</p> <p>—Una moneda de cinco peniques, señor, es toda la lealtad que inspiráis, pero, ¿podría conseguirla por esa cantidad? —Will dejó una moneda de cuarto de penique sobre la mesa—. En una ocasión dijisteis que esta cantidad es más valiosa que la vida de un hombre. Es el precio que valdrá la vuestra si no me prestáis atención.</p> <p>Dudlea miró fijamente la moneda, y supo de inmediato que era la que sostuvo ante el Maceugh en un acto de desprecio. Se quedó muy sorprendido ante el gesto de Will, pero su porte seguía imperturbable.</p> <p>—Eres rápido en tus acusaciones, pero sigues sin darme pruebas.</p> <p>Will se enderezó.</p> <p>—¿Qué quiere que haga?</p> <p>Los ojos de Dudlea parecían salirse de sus órbitas.</p> <p>—Demuéstrame que tienes los mismos poderes que Maskull. Muéstrame la verdadera fuerza de tu arte. ¡Resucita a los muertos!</p> <p>—Está pidiendo mucho.</p> <p>—¿Puedes hacerlo, o no? Es la única prueba que admitiré.</p> <p>—No ha entendido nada. —La cabeza de Will parecía estar a punto de estallar. Sabía que no era conveniente revelarse ante Chlu, pero, ¿qué otra cosa podía hacer, sino ejercer su magia? Contestó sin ningún entusiasmo—: Debe tener fe, mi señor; creer es algo muy importante. Los hechizos se fundamentan en la fe de un ser querido. Este es el ingrediente principal. No debe aceptar en vano el poder que sustenta a la esperanza, porque de lo contrario sus objetivos no se cumplirán.</p> <p>Dudlea agarró a Will por la solapa como si de un enemigo se tratara.</p> <p>—Si me estás tendiendo una trampa…</p> <p>—¡El amor es real! He sido testigo de cuánto ama a su esposa e hijo. Tenga fe y confíe en que volverá a verles sanos y salvos. Tenga fe absoluta, mi señor. Esa es la clave para deshacer el gran hechizo que ahora aflige a sus corazones de piedra.</p> <p>La rabia inspirada por el temor que sentía Dudlea afloró de nuevo. Levantó su espada de la mesa.</p> <p>—¡Esto son mentiras! Las piedras no pueden recuperar la vida. ¡No eres un mago! Si lo eres, tendrás que rehacerte de esto.</p> <p>Will se sintió abatido cuando la hoja atravesó su carne. Notó cómo un agudo pinchazo se hundía en su cuello. Empezó a sangrar. La espada tembló. Durante todo ese rato, el rostro de Lord Dudlea era como una máscara tortuosa. Su fuerza remitió, dejó caer el arma, y salió tambaleándose de la tienda dejando sin palabras al hombre que había intentado matar.</p> <p>Will se quedó solo tumbado en el suelo. Respiraba pesadamente mientras trataba de contener la hemorragia del cuello con una mano. Se tranquilizó cuando retiró la mano y vio que sólo estaba ligeramente manchada de sangre. Era como un ligero corte de afeitado.</p> <p>Cuando los guardias de Dudlea entraron en la tienda, miraron a Will con inquietud. Parecían incapaces de decidir si debían detenerlo, aunque retrocedieron unos pasos cuando el joven recogió su varita de avellano de la mesa y gesticuló a los guardas.</p> <p>¿Había hecho lo suficiente para deshacer el nudo de desconfianza que se había formado en el pecho de Dudlea?, se preguntó. Tal vez se había pasado de la raya.</p> <p>Mientras recobraba el sentido, le asaltó un pensamiento desconcertante. Había mentido. Había prometido a Dudlea más de lo que podía ofrecerle. Y eso, por lo que sabía, llevaba los acontecimientos a un nuevo grado de incertidumbre. Ahora lo veía con claridad. En la magia, las formas eran importantes. Una falta de confianza alteraba los profundos mecanismos que convertían el futuro en pasado. Las mentiras interferían en los procesos de destino y suceso, confundiendo la bondad que obligaba a los acontecimientos a desarrollarse como debían. Las promesas incumplidas alejaban al mundo de sus mejores posibilidades, de lo que Gwydion llamaba el sendero verdadero. Will había presentado un dilema a Dudlea. Traicionar al rey por una promesa poco clara, o abandonar a su familia.</p> <p>—Por la luna y las estrellas, ¿qué he hecho? —se preguntó. Luego volvió a sentir un fuerte dolor de cabeza y apretó los dientes—. No importa; nada de eso es importante, siempre que Dudlea haga lo que debe.</p> <p>Pero de pronto se sintió débil, inseguro de qué camino tomar. Necesitaba ayuda, pero, ¿quién podía prestársela?</p> <p>«¿Qué me está pasando?», se preguntó de nuevo Will. Caminaba a trompicones sobre la línea, entornando los ojos y cruzándolos. Por encima de su cabeza, el cielo presentaba un azul tan intenso que parecía estar a una distancia lo suficientemente cercana como para tocarlo. Se acercaba el mediodía. Las emanaciones de la piedra de batalla afectaban su cabeza. El prado fue quedando tras él mientras avanzaba. Tropezó y por poco cae de bruces. Su visión presentaba una especie de motas de polvo, unas luces diminutas que parpadeaban y desfallecían. Parecía como si las piedras que se erigían sobre el campo de la muerte temblaran en el aire como las llamas crepitantes de un fuego.</p> <p>A lo largo de la línea, los trabajadores cavaban a plena luz del día, talando los árboles que quedaban y empleando sus hachas para afilar las puntas de los troncos. Luego descargaron una larga procesión de carromatos y llenaron unos sacos de tierra. No pronunciaban ni una palabra, y sus ojos parecían estar totalmente ciegos, como si fueran hombres condenados a muerte.</p> <p>Los escuadrones de caballería empezaron a formar. Allí, en la hilera de piedras entre las tiendas señoriales, unos rostros circunspectos murmuraban unas palabras; las armaduras brillaban como si fueran nuevas; la resplandeciente variedad de colores sobre las sedas bordadas ondeaba por efecto de la brisa. Quedaba poco tiempo.</p> <p>Will llegó al bosquecillo de fresnos donde había dejado su caballo. Se adentró en la negra espesura que olía a verano, en la que las moscas y las pequeñas polillas blancas revoloteaban entre los rayos de luz. Dos ramas secas crepitaron al pasar Will, y de ellas escaparon varias arañas diminutas. Allí, junto a la madriguera de un tejón, descansó por un momento apoyando las manos en el tronco gris del árbol más alto. Dejó que su mente buscara el antiguo poder que impregnaba todos los árboles del mundo. Después, invitó a que esa energía se apoderara de él, y al rato sintió un cosquilleo procedente de los dedos de los pies, un poder irresistible que satisfacía sus esperanzas. Cuando cerró los ojos y su mente se abrió por completo, sintió una gran emoción que iluminó el ojo de su mente con un brillante destello claro. De repente, notó como si sus costillas fueran a explotar, como si estuviera recibiendo el abrazo del oso del Hombre Verde. Will levantó los brazos para que todo su cuerpo se convirtiera en la estrella de cinco puntas de los santos del pasado. Su corazón le pertenecía. Sus pies, manos y cabeza formaban los extremos de la estrella, y todo su cuerpo estaba envuelto en una intensa gloria.</p> <p>Allí, como si el viento la hubiera arrastrado, llegó la visión de una luz resplandeciente. Era un desconocido. Alguien solemne e imperecedero. Brillaba con una luz delicada y al mismo tiempo extraña.</p> <p>—Arturo —dijo la figura.</p> <p>—No soy Arturo —contestó él, con inseguridad, molesto aún por el modo en que había manipulado a un hombre atormentado.</p> <p>—¿No estás preparado?</p> <p>—¡No estoy preparado para ser un hechicero! —exclamó Will.</p> <p>—¿Hechicero? ¡Ése no es tu destino!</p> <p>—Entonces, ¿quién soy?</p> <p>—Tú eres Arturo, el auténtico rey.</p> <p>La figura se acercó a él. Will creyó reconocerla por unos instantes, aunque era demasiado brillante como para observarla con ojos de mortal. Extendió una mano, pero ésta se desvaneció lentamente.</p> <p>Will tuvo dolores al mediodía. Se sentía muy mal, como si algo desagradable tuviera que salir de su cuerpo. La paz y la alegría deberían bullir en su interior, así como la pureza, la limpieza y la sensación de eternidad, pero en cambio percibía algo muy desagradable, como si de una pesadilla se tratara.</p> <p>Cuando abrió los ojos, se encontró tumbado sobre el claro moteado por la luz del sol y con el hocico del caballo cerca de la cara, mirándole con curiosidad. Will acarició la cabeza del animal mientras se preguntaba sobre su paradero. Luego recobró la memoria y de pronto se sintió renovado. Lo había hecho. Se sentía completamente preparado para la batalla. Había acabado con el ataque sutil de la piedra de batalla, y todas sus dudas se habían disipado. Había recobrado sus fuerzas, y tenía un poder ilimitado. Era intocable, un héroe que se había erigido como tal, aunque seguía sufriendo un intenso dolor de cabeza.</p> <p>Sabía que debía cabalgar como el viento del oeste para cumplir con su misión. Montó a caballo y se alejó al galope. Después de abandonar el claro, pasó por la aldea de Hardingstones, atravesó Cotton y Far Wooton, buscando constantemente señales del ejército de Edward. Él se dirigía hacia el norte, y probablemente procedía de la línea de Wartling, el viejo camino de esclavos que nacía en Trinovant y se adentraba en los Condados Centrales.</p> <p>Will llegó al pueblo de Roade. Estaba muy cerca de la antigua carretera, y un poco más allá vio ondear los estandartes. Espoleó a su caballo para que se dirigiera al galope hasta la temblorosa columna de hombres y detectara la cabeza de la expedición. Will estaba seguro de que su mejor opción sería abordar al conde de Marches con palabras bien escogidas.</p> <p>Pero Edward le saludó con un estruendo.</p> <p>—¡Manten a ese hechicero de pacotilla lejos de mí! —ordenó a su guardaespaldas, mientras se acercaban a Will, pero la orden fue pronunciada con una cierta nota de humor. Edward estaba encantado de situarse a la cabeza de un ejército poderoso, y las emanaciones de la piedra de batalla le habían embriagado. Cuando se acercaba el momento de la batalla, siempre parecía estar borracho. Lord Warrewyk y Sarum le flanqueaban, y también se mostraban muy orgullosos de su situación. Los tres lucían armadura de cabeza a los pies.</p> <p>—¡Aléjate de mí, te lo ordeno! —gritó Edward, riéndose de los esfuerzos de Will por acercarse a él—. El tipo cree que le debo dinero. Quiere que le pague antes de morir. ¡Ja, ja, ja!</p> <p>El chiste hizo reír a todo el mundo salvo a Sarum y a Warrewyk; y al circunspecto guarda que apuntaba amenazadoramente con su arma: se encargaba de impedir que cualquiera se acercara a una espada de distancia, a menos que recibiera una orden directa de Edward.</p> <p>—¿Armas dentadas? ¡Esta no es forma de saludar a un viejo amigo, Edward!</p> <p>—Amigo, dice. ¡Vaya lo que nos trajo su amistad en Ludford! Pero dejad pasar a ese gusano. Es inofensivo, aunque me atrevería a decir que está un poco chalado. —Edward esbozó un gesto con su mano enguantada y los jinetes se marcharon.</p> <p>Will dirigió su caballo hacia el espacio vacío y pasó por delante de tres condes. Se sentía incómodo al ver cuánto había cambiado su amigo de la infancia. Como no entendía otro modo de ser el heredero de su padre, Edward se había pasado de la raya. He aquí el paladín, el valiente guerrero, el hombre en el que su padre quería que se convirtiera, quizás algo más cerca del hombre que Richard de Ebor quería ser. Y el verdadero ser de Edward había quedado encerrado en su falsa personalidad. Will pensó inmediatamente en esta cuestión: ¿de qué modo un hombre se vería afectado por la piedra de batalla en un momento crucial?</p> <p>¿Cambiaría Edward de opinión cuando jurara emprender un camino? Will tenía dudas al respecto, y quizá quería ponerse la armadura para demostrar su personalidad guerrera.</p> <p>—Estás pálido como la cera —dijo Edward mirando fijamente a Will—. ¿Te encuentras bien?</p> <p>Will interpretó esas palabras como una forma de burlarse de su valentía.</p> <p>—¡No temo a una batalla más que tú! ¿O acaso lo has olvidado?</p> <p>—¡Bien dicho! —Edward asintió con la cabeza, recurriendo al mejor gesto conciliatorio de su padre—. Pero has cambiado desde entonces. Supongo que te has puesto a las órdenes de ese Viejo Cuervo.</p> <p>—Te busqué por iniciativa propia.</p> <p>—Si pretende disuadirnos, dile que ahorre su aliento —interrumpió Lord Sarum.</p> <p>Edward miró a Will con determinación.</p> <p>—Estamos aquí para vengarnos de mi padre. Haremos lo que deberíamos haber rematado hace mucho tiempo.</p> <p>Los dos condes empezaron a murmurar acaloradamente unas palabras de aprobación. Pero Will negó con la cabeza.</p> <p>—No he venido a discutir vuestras intenciones.</p> <p>—Pues entonces, cuéntanos maravillas —replicó Lord Warrewyk—. Así te daríamos la bienvenida.</p> <p>Los ojos de Will le miraron con intensidad.</p> <p>—Esas maravillas de las que habla, mi señor, no pueden tomarse a la ligera.</p> <p>—¡Qué pena! —Lord Sarum extendió un brazo y arrancó la varita del cinturón de Will—. ¿Tienes previsto luchar con una espada de madera?</p> <p>Will cogió la varita antes de que ésta cayera al suelo, pero escuchó a un corrillo de jinetes que se reían de él. Sarum recordó la época, antes de la batalla de Verlamion, en la que Will había blandido un palo de madera.</p> <p>—¡Procuraré que este penco se ponga armadura! —exclamó Edward.</p> <p>—¿Luchar por ti? No, Edward. —Will volvió a enganchar la varita en el cinturón—. Ni siquiera con una espada de madera, a menos que la causa sea más importante que la tuya.</p> <p>El rostro de Edward se volvió taciturno.</p> <p>—No conozco otra causa más importante que la nuestra. Di lo que tengas que decirnos y vete, Willand. Tenemos mucho trabajo que hacer, y no disponemos de tiempo para escuchar tus tonterías.</p> <p>—He venido para deciros… —las palabras de Will se perdieron, al volver a sentir punzadas de dolor en toda la cabeza— que la piedra de batalla está protegida por un poderoso enemigo. No puedo acercarme a ella. Hoy no será fácil terminar la lucha. Por tanto, os ruego que tengáis cuidado.</p> <p>Edward se rió descaradamente y contagió su ostentación a quienes le rodeaban.</p> <p>—¿Eso es todo? En ese caso, sí que traes buenas noticias, porque estamos dispuestos a ganar aunque nos cueste la sangre.</p> <p>Will se enjugó el sudor del rostro. Por lo visto, la única forma de que el dolor de cabeza remitiera era entregarse a él. Levantó ambas manos en un gesto amenazador.</p> <p>—Escúchame, Edward. Lord Dudlea va a dirigir el flanco izquierdo del rey. Si le atacas por ese lado, te recibirá sin contraatacar.</p> <p>Edward tardó un momento en devolverle la mirada. El aire estaba impregnado del tintineo de las armaduras y el de los arneses de los caballos.</p> <p>—¿Se trata de una profecía?</p> <p>Will notó cómo ese extraño resplandor le sofocaba. Parecía dominar sus acciones. ¿Había algún mal en darle a Edward el impulso que necesitaba? O, visto de otro modo, ¿estaría mal que Edward no recibiera ese impulso?</p> <p>Por unos instantes, Will se encogió de hombros. Luego ya no supo para o contra quién estaba luchando. Sin duda alguna, había hecho lo correcto. Era la forma más directa de evitar un mal innecesario. Y ese fin lo justificaba todo. ¿No era cierto?</p> <p>Will empezó a gritar:</p> <p>—Lord Dudlea te atacará cuando empiece la batalla. ¡Me lo ha prometido!</p> <p>La mirada de Edward era como la de un águila.</p> <p>—¿Te lo ha prometido?</p> <p>—Sí.</p> <p>Una sonrisa cruzó rápidamente el rostro de Edward.</p> <p>—¡Entonces, sí que eres un amigo! Y un tipo más listo de lo que creía. Pero tu mirada me perturba, Will, porque revela cierto estado de locura.</p> <p>Will sintió una oleada de tanta incomodidad que sus palabras sonaron groseras.</p> <p>—¡Pero mis esfuerzos te han procurado una victoria! Sólo depende de ti aprovechar esta oportunidad.</p> <p>El aura de Will empezó a brillar con un extraño resplandor. Algo malo estaba pasando, algo importante que no podía ser desdeñado. Sintió cómo el poder de la piedra penetraba en su ser, como la cola de un gusano que quisiera abrirse paso en todos los rincones de su corazón. Pero Will contuvo la sensación hasta que pudo acallarla. Una parte de él quería decir la verdad sobre Dudlea, dar a entender de qué modo se había forjado el trato, y cómo la fe tenía un papel preponderante en esta cuestión. No obstante, esa necesidad acabó desvaneciéndose, porque sabía que decir la verdad acabaría con todo su arduo trabajo.</p> <p>Su caballo se sobresaltó al oír un fuerte impacto. Era el sonido de los cañones que se estaban inspeccionando para comprobar que la humedad no echara a perder el polvo de brujo que utilizaban. Will pudo controlar a su montura, y le gritó a Edward.</p> <p>—¡Hay un precio que pagar, principito de Ebor!</p> <p>Una vez más, Edward entornó los ojos. Tenía diecinueve años, pero en breve se sometería a su prueba de fuego militar. ¿Habría caído presa del hechizo, como el resto de hombres? Era algo imposible de determinar.</p> <p>—Pide tu precio, Will, y acabemos con esto.</p> <p>—El precio es el siguiente: cuando hayas conquistado la victoria, pide que se dé cuartel.</p> <p>Una orden de este tipo dejaría entrever la compasión de la parte vencedora, y evitaría que la batalla se convirtiera en un baño de sangre.</p> <p>Edward sonrió ampliamente.</p> <p>—¿Dos palabras? No se trata de un favor demasiado difícil.</p> <p>—No pasará desapercibido a las personas que salven sus vidas. —La yegua de Will movió la cabeza y él la sostuvo con fuerza—. ¡Debo irme!</p> <p>Edward se echó a reír, sin darse cuenta de que algunos de sus compañeros albergaban dudas al respecto.</p> <p>—¡Que se vaya!</p> <p>—¡Mírale la cara! ¡Está loco! —se burló Lord Warrewyk—. ¡No cambiaremos nuestros planes de batalla por la cháchara de un vagabundo descalzo! Deberíamos retenerle para que no traicione a la reina.</p> <p>Pero Lord Sarum detuvo a su hijo.</p> <p>—Este chico es el aprendiz del Maestro de los Cuervos. Deja que diga lo que quiera al enemigo. Si se difunde la noticia del cuartel entre los partidarios de la reina, pensarán en rendirse. He visto a este chico y su maestro hizo milagros en el Brezal del Horror. Prefiero que nos pronostique una victoria, y no deseo oír palabras calamitosas.</p> <p>Edward no prestó demasiada atención a los condes. En cambio, gritó con todas sus fuerzas:</p> <p>—¡Que te vaya bien, Will meneacolas! Tú y yo somos distintos. Pero en el pasado te quise como a un hermano. ¡Y hay pocas personas en el mundo en quien confíe tanto!</p> <p>Will volvió la cabeza de su yegua, fustigó el cuarto trasero del lomo, e hincó los talones en el flanco para que empezara a andar. Will rompió la columna de los condes y cabalgó hasta el orgulloso ejército de Edward. Cuanto más cerca estaba de la piedra de batalla, mayor era la titubeante gloria que corría en sus venas. Se sentía fuera de sí. Invulnerable. Vencedor. Como si todo lo demás no tuviera ninguna importancia.</p> <p>Debería volver por donde había venido, siguiendo el tipo de superficie de la tierra. En cambio, prefirió cabalgar a campo abierto azuzando al caballo, sin reparar en que entre los árboles podían esconderse arqueros o jinetes para tenderle una emboscada y matarle.</p> <p>De regreso, sintió cómo el poder se acumulaba en su cuerpo. Era una fuerza muy poderosa que procedía de la tierra y su cabeza al mismo tiempo. Tuvo la sensación de que la cabeza le estallaba, y no necesitó abrir su mente para percibir esa energía. Su único pensamiento era regresar a Delamprey para rescatar a Gwydion. Rompería las cadenas del anciano. ¡Cuánto le admiraría Willow por ello! ¡Cómo el mundo se rendiría a sus pies! Hoy iba a ser un día glorioso, y nada podía detenerle. ¡Nada!</p> <p>Will debería haber cabalgado hacia el este para rodear el ejército del rey y evitar así las escaramuzas planeadas para proteger los confines del sur. En cambio, eligió otra ruta. Azuzó a la yegua con violencia, y cruzó las líneas; se sentía como un jinete solitario buscando por todo el mundo (o al menos, así lo imaginaba Will), como si fuera un mensajero del rey con una nota de vital importancia que salvaría la jornada.</p> <p>Cuando al final desmontó, la yegua estaba agotada y presentaba heridas en el lomo. Will la acercó hasta un bosquecillo para atarla a un olmo, pero la cuerda formó un nudo y Will acabó soltando las riendas para que el caballo se alejara al trote. Silbó en la forma secreta que él conocía, y esperó a que Willow le contestara.</p> <p>No obtuvo respuesta.</p> <p>La cabeza le daba vueltas. Caía la tarde, y Will estaba muy impaciente. Volvió a silbar, pero tampoco obtuvo contestación. Al final, decidió gritar el nombre de su esposa.</p> <p>—¡Willow! ¡Willow!, ¿dónde estás?</p> <p>Seguía sin respuesta. ¿Cabía extrañarse? Se acordó del modo en que a Piedra del Destino de Verlamion había transformado la mente de Willow. Empezó a pensar que quizás estaba bajo la influencia de la piedra de batalla.</p> <p>—¡Willow, por la luna y las estrellas!</p> <p>Will apretó los dientes, se tambaleó, y sintió cómo sus ojos latían con intensidad. Poco después cayó en la cuenta: ¿no estarían sus propios pensamientos conduciéndole hacia un profundo error?</p> <p>¿Cómo era posible? Después de todas sus experiencias con las piedras de batalla, ¡había aprendido a no tratar con ellas!</p> <p>—Willow no es tan fuerte como yo —dijo a los árboles—. ¡El día en que yo caiga bajo la influencia de una piedra de batalla todavía tiene que amanecer!</p> <p>Will tenía calor, sudaba y se sentía encerrado. Necesitaba tomar el aire, y se desabrochó el peto hasta la altura del ombligo de modo que el torso le quedó desnudo. El cinturón de sus pantalones sujetaba la tela de la camisa. Una de las mangas colgaba como una cola. La yegua no querría ni verle. Aunque eso ya no importaba. Salió del bosquecillo a pie, medio desnudo pero inmerso en sus pensamientos de orgullo. En ese momento se acordó de Gwydion y de sus aburridos defectos. En realidad, el hechicero había empezado a perder sus poderes mucho antes de que le encadenaran. Era anciano y se le notaba decaído.</p> <p>—¡Vendré a salvarte de todos modos! —gritó Will, riéndose ante la largueza de su caridad.</p> <p>Su voz le pareció ronca. Deseó haber permanecido callado porque había varias filas de hombres cerca del bosquecillo, y algunos miraban en su dirección.</p> <p>Will agachó la cabeza entre las largas briznas de hierba y volvió a reírse. La hierba era de un color verde luminoso, como si las briznas estuvieran iluminadas por una luz subterránea. Poco hicieron esos tipos para detectar al hombre que les libraría del dolor y de la muerte que estaba agachado en los alrededores. Ese pensamiento le pareció muy divertido. Rió a carcajadas hasta que le dolió el estómago y las lágrimas colmaron sus ojos. Luego, de repente, se acercó un dedo a los labios y se ordenó callar. Había llegado el momento de tomar decisiones. Pero pensar con claridad en medio de esos árboles que parecían susurrarle era como escuchar música en medio de un vendaval.</p> <p>La piedra de batalla parecía estar muy cerca. Emitía unas oleadas muy poderosas. Por un instante, Will se olvidó de lo que trataba de conseguir. Se acercó arrastrándose hasta un charco de lodo que había cerca. Se pintó unas líneas negras en la cara y se ensució el pelo como un hombre primitivo. Se le había ocurrido un nuevo plan. ¿Por qué no quedarse en el lodo y observar la batalla desde la seguridad que ofrecía el bosque? Se confundiría con la tierra sin necesidad de morir.</p> <p>La pareció una magnífica idea. La mejor solución que pudo encontrar en esos momentos.</p> <p>Sin embargo, Will era incapaz de permanecer quieto. ¡Tenía que disfrutar de sus momentos de gloria! De la gloria por salvar a un hechicero. Caminaría derecho hasta el claustro y salvaría de inmediato a su amigo.</p> <p>Primero se dedicó a recoger unas ramas secas de un árbol muerto y creó un fardo. Llevaba el paquete como si hubiera sido enviado por los Invidentes a buscar ramitas de fresno para sus interminables rituales. ¿Qué le había enseñado el sanador acerca del fresno? Will tarareó la canción:</p> <div id="poem"a> El fresno es un árbol de los buenos,<br> Con sus yemas grandes y negras, una, dos y tres.<br> Un asa de fresno, azadas y rastrillos,<br> ¡Siempre da antes de romperse!<br> </poema> <p>—¡Cubo de olmo, una vara de roble, un canto de fresno! —gritó antes de repetir las palabras del carretero. Esa cancioncilla serviría para evitar que la piedra de batalla encontrara la manera de penetrar su mente—. ¡Por la luna <i>y</i> las estrellas, yo seré como el fresno y me enfrentaré a quien intente hacerme daño!</p> <p>Will andaba a zancadas, y cruzó con su fardo la fortificación recién construida del claustro, así como los montículos defensivos del ejército del rey. Las líneas estaban llenas de hombres, y unos largos estandartes ondeaban sobre sus cabezas. Vio una ráfaga procedente de la barrera a poca distancia de donde se encontraba. El humo oscurecía el estandarte del rey, y un estruendo agitó el aire. «Otra explosión de polvos de brujo», pensó Will deleitándose con el olor a azufre. Algunos de los soldados de la reina empujaban unos cañones, o mejor dicho, unos tubos de hierro forjado que arrojaban llamas y hacían ruido como los fuegos artificiales. Lanzaban unas piedras con la intención de herir o matar. Pero las enormes máquinas de muerte también empleaban un poder de brujo que resultaba aún más emocionante, unos terribles tubos de cobre y hierro montados sobre una estructura metálica y ruedas revestidas con hierro. Estas máquinas destructoras pertenecieron en su día a Lord Warrewyk, pero las había abandonado en Ludford.</p> <p>Una vocecita en el interior de la mente de Will le preguntaba si el ataque de Edward podría salir bien contra esas armas tan impresionantes. Pero la pregunta carecía de sentido. ¿Acaso era importante la potencia de esas armas? No tendrían tiempo de desempeñar su labor. La batalla terminaría antes de empezar. ¡Él se encargaría de ello!</p> <p>Estaba a punto de llegar al claustro. La extraña sensación de un poder increíble se apoderó de él mientras se adentraba en el patio vacío. No había guardas en la puerta y los miembros de la congregación, sin lugar a dudas, se escondían como gusanos de la luz del sol. Will notaba un gusto agrio en la boca, y escupió. También percibió un olor desagradable que no era de polvos de brujo, sino más bien el hedor a estiércol. Algo parecido al roce de la lona de una tienda por efecto del viento, aunque no soplaba nada.</p> <p>Un corrillo de hombres situados al otro lado de la muralla protestaban y gemían ocupándose de un asunto urgente. Estaban en el ala adyacente, y gritaban y tiraban de unas cuerdas. Por el esfuerzo que revelaban sus voces, era como si intentaran arrastrar a una bestia enorme que se negara a marcharse.</p> <p>Will notó que la tierra temblaba. Luego oyó el ruido de gruesas cadenas, de garras que rascaban contra las piedrecitas del suelo, y de silbidos y palabras desesperadas. Después vino el tintineo de metal contra metal, unos gritos furiosos, y de repente Will se dio cuenta de que ya conocía el hedor a pocilga de jabalíes.</p> <p>¡Era Aston Oddingley!</p> <p>Will atravesó la entrada principal del seminario de Delamprey. En las puertas de cada claustro podía leerse sobre el marco:</p> <p><strong><i>E R O B A L E N I S L I N</i></strong></p> <p>Delamprey no había cambiado ni un ápice. El pomo de la puerta formaba un enorme puño deslustrado que revelaba la capa de bronce inicial. Mientras Will abría la puerta de una patada, el puño se soltó de la puerta y trató de apoderarse de la mano de Will. El joven logró soltarse, y seguidamente le arrojó una ramita de fresno. Cogió el pomo, y después lo tiró en un gesto de desaprobación. Will sabía que los miembros de la comunidad estaban sobre aviso, porque empezó a sonar una campana a modo de advertencia. Dos hombres entraron jadeando en el oscuro pasillo y descubrieron que alguien había violado la entrada al santuario. Después, dos miembros más aparecieron con un grupo de mujeres que empezaron a llorar hasta que se alejaron de la mirada profana del intruso.</p> <p>Will se echó a reír, burlándose de los miembros y sus lamentos.</p> <p>—¡Wooo!, Ja, ja! ¡Woooo! Ja, ja! ¿Dónde está el fuego sagrado, señoras?</p> <p>Luego vio el camino que debía conducir hasta el sótano de Gwydion, y su corazón empezó a latir con intensidad. Sólo cuatro miembros de la comunidad se interponían entre él y el rellano de la escalera. Si bien la luz les resultaba cegadora, no lograron percibir a Will por ninguno de sus sentidos. Cuando el miembro que tenía más cerca sacó unas porras de su túnica, empezó a gritar y a rugir como un león que tratara de contener su patético intento por bloquearle el camino.</p> <p>—¿Quién anda ahí? —preguntaron los monjes—. ¿Quién se acerca?</p> <p>De repente, un olor empalagoso en el aire provocó náuseas en Will y la lucidez de su mente se resintió. Algo iba mal, pensó. «Será la piedra…, seré yo…, debo…, debo…»</p> <p>Después, una mano huesuda le asió por el brazo, y Will se asustó. Apretó los dientes, sacó su montón de ramitas y luego echó a correr porque el ruido le asustó. La órbita vacía de los ojos de los miembros parecía estar escuchando, pero fuera lo que fuera lo que sustituyera a su sentido de la vista no pudo detectarlo con rapidez.</p> <p>—¿Quién está ahí? —volvieron a preguntar—. ¡Profanador! ¡Profanador!</p> <p>En cuanto a la gran sala capitular de Verlamion, las piedras del suelo del claustro estaban talladas con huesos y calaveras. Will sabía que debajo de eso estaban los restos de quienes habían vivido y muerto en el recinto a lo largo de muchos siglos. El miedo a la muerte se encontraba en el corazón vacío y blanco de la hermandad. Eso era lo que Gwydion siempre decía. El miedo a la muerte y la Gran Mentira, según la cual los hombres mortales vivirían para siempre.</p> <p>Sin embargo, sintió que esa idea le resultaba inspiradora. Parecía encontrarse a punto de recibir una gran revelación, un descubrimiento de gran importancia que salvaría a toda la humanidad. Empezó a sentirse de nuevo confiado, a creer en él, como si fuera una sensación tan natural como la marea, aunque carente de fundamento. Will gritó, se adentró a toda prisa en el pasillo, arremetió contra dos miembros de la comunidad, y corrió hacia la escalera. Allí saltó una barrera elaborada con cuerda vieja y, mientras arrancaba la puerta del sótano, echó un vistazo a su alrededor.</p> <p>Aunque los miembros de la hermandad levantaban los brazos y las manos en un gesto de persecución, en realidad no se atrevían a seguirle. Era como si hubiera atravesado un límite que ellos no podían traspasar.</p> <p>Bajo sus pies, las losetas de piedra y las paredes no estaban adornadas con ninguna señal ni símbolo. Esta parte de Delamprey seguía perteneciendo al rey, y no se había dedicado a la hermandad. Quizás ésa fuera la razón por la que los invidentes se detenían allí.</p> <p>—¡Ja, jaaaaa!</p> <p>Will sacó la lengua e hizo bufonadas a sus perseguidores. Se rió de ellos, y los insultó. Luego lanzó una silla. Furioso, uno de los miembros de la comunidad trató de apartar la barrera, pero se alejó de ella como si hubiera puesto las manos en el fuego. Su vida estaba tan arraigada en la obediencia que no se atrevieron a cruzar el límite. ¡Eran unos necios que merecían ser tratados así!, pensó Will. ¡Y era muy divertido!</p> <p>Esa no era la razón por la cual había venido aquí. Se acordó de su imprudente misión, que todavía estaba a medio hacer. En la escalera del sótano vio a uno de los asistentes de la reina, que se acercó a ver qué ocurría. El cuello del matón era tan grueso como el de un toro, y además sostenía en la mano un martillo de guerra de asa larga. Después de que Will pegara el pecho del hombre con los pies, éste volvió por donde había venido. También se abalanzó contra un segundo hombre, y ambos acabaron en el suelo junto a las escaleras.</p> <p>Empezaron a moverse. Una fuerza salvaje se apoderó del cuerpo de Will. Descendió las escaleras y recuperó el martillo. Era una buena arma larga y con una cabeza cuadrada con púas, diseñada para abrir agujeros en la armadura y matar. Mientras los hombres, medio inconscientes, trataban de levantarse, Will jugueteó con el martillo y sintió su tacto y su peso. Luego descartó la idea de pegar a un par de cabezas duras.</p> <p>Se acordó del arsenal de armas mucho mejores que tenía a su disposición. Intentó recordar unos hechizos peligrosos de entre las páginas de su memoria y bailó unos pasos mágicos sobre los hombres cuando éstos intentaron levantarse. Sus palabras levantaron los brazos de sus cautivos y movió sus cuerpos en el aire hasta arrojarlos contra la pared. Mientras ese violento gesto mágico los retenía, tuvieron que soportar una gran presión en las costillas. Empezaron a palidecer y la cabeza les daba vueltas. Era lo único que podían hacer para respirar.</p> <p>—No me ha quedado tan limpio como a Gwydion —reconoció Will con un tono de voz exultante—, pero bastará.</p> <p>Will cogió las llaves de un gancho de la pared y abrió sin dilación la celda de Gwydion.</p> <p>—Corres peligro, Willand… —avisó el hechicero desde el otro lado de la puerta, mientras Will trataba de abrir los cerrojos.</p> <p>—¿Alguna vez es posible coger desprevenido a un mago? —Will abrió la pesada puerta y entró rápidamente en la celda.</p> <p>Gwydion interpretó la llegada de su amigo como un golpe.</p> <p>—La magia de un hombre es también su firma —advirtió con severidad—. Y hay algo en ti que no va bien, Willand. No te comportas con tu sabiduría habitual.</p> <p>—¡Menuda forma de saludar a tu salvador! —exclamó—. ¡He venido a rescatarte!</p> <p>Cuando el hechicero le miró duramente, de pronto Will se dio cuenta de que su conducta no estaba siendo heroica; su aspecto era sucio, estaba casi desnudo y cubierto de fango.</p> <p>Inspeccionó la cadena de oro y las esposas.</p> <p>—Tengo la impresión de que te han atado bien.</p> <p>—Chlu también se habría percatado de tu magia, al igual que Maskull.</p> <p>Will agachó la cabeza y entornó los ojos.</p> <p>—Gwydion, ¿tengo cara de idiota? ¿La tengo? —Luego asestó un golpe con el martillo.</p> <p>—¿Qué estás haciendo?</p> <p>—¡Quieto! Voy a romper estas cadenas.</p> <p>—¡No lo hagas! Contienen un gran mal procedente de la piedra de batalla de la colina del Halcóngorrión.</p> <p>—Sí, y la reina Mag guarda las llaves en su escote. Lo sé porque la vi. Este es el único camino. ¡Ahora, quieto!</p> <p>—Willand.</p> <p>Vieron un rayo negro. Metal fundido que surgía de la cabeza del martillo mientras golpeaba la cadena. Un humo espeso empezó a salir del eslabón roto. Will lo pisó como si fuera un gusano venenoso. Empezó a sentir dolor. Sus pies se habían convertido en una garra deforme, en una pezuña, y luego en otro pie. Bailó unos pasos mágicos para sacar todo el mal. No era un gesto elegante, pero retorció y disipó la nube de maldad hasta evaporarse, tal como había visto hacer a Gwydion.</p> <p>—¡Lo ves! —exclamó con un tono de voz triunfal—. Todo lo que puedes hacer…</p> <p>Gwydion se tambaleó. El golpe le había soltado del pilar, pero las esposas seguían reteniendo sus muñecas.</p> <p>—¿Qué has hecho?</p> <p>Will miró detenidamente al hechicero.</p> <p>—¿Eres libre, no?</p> <p>—¿Libre? ¡He perdido mis poderes! —El hechicero se fijó en sus muñecas—. El mal que has liberado volverá contra nosotros.</p> <p>—¡Tu gratitud me impresiona!</p> <p>Will le asió por el brazo y lo acercó a la puerta.</p> <p>—¡Venga, Gwydion! ¿Dónde está tu espíritu?</p> <p>—¡Eso nunca te lo diré!</p> <p>Con el martillo humeante en la mano, Will arrastró al hechicero hasta dejar atrás a los carceleros y subir la escalera. Los miembros de la comunidad no cesaban de quejarse y tiraron de la barrera de cuerdas cuando detectaron de algún modo su presa. Entre ellos había uno de los ancianos de la comunidad, que ordenó a los demás perseguir a los rebeldes.</p> <p>—¡Allí! —exclamó Will, cuando se acercaron a una segunda puerta.</p> <p>Gwydion la cerró luego con el martillo. Introdujo el pomo debajo del cerrojo y rompió el pestillo, arrojándolo contra un escalón de piedra.</p> <p>—Eso detendrá al ejército.</p> <p>—¿Adónde me llevas?</p> <p>La escalera de piedra en forma de caracol era como una concha. Se iba ensanchando y acortando a medida que subían. Luego oyeron golpes contra la puerta que resonaron en el espacio asfixiante y reducido.</p> <p>Pasaron por dos pequeños rellanos de escalera iluminados por ventanas estrechas, y al final llegaron a una puerta carcomida que se abría a la luz del sol.</p> <p>—¡Un paisaje perfecto!</p> <p>La parte superior de la torre parecía estar mucho más cerca del sol. Hacía calor, y olía a brea derretida. Era el lugar perfecto para pensar en la estrategia de un campo de batalla. El techo estaba salpicado por las sombras que proyectaba una enorme veleta, un corazón blanco con las iniciales correspondientes a los cuatro vientos.</p> <p>—¿Qué has hecho con el talismán? —preguntó Gwydion, de repente, cuando vio el torso desnudo de Will.</p> <p>—¿Te refieres al pez? Ha desaparecido. No me creerías si te contara lo sucedido —contestó Will riéndose.</p> <p>—¡Inténtalo!</p> <p>—No vale la pena. No, porque, como verás, he encontrado un poder más importante —respondió orgulloso de sí mismo—. He aprendido a confiar en mí, Gwydion. Ahora puedo mover montañas. ¡Podría volar si lo quisiera!</p> <p>Gwydion asió a su amigo por el brazo.</p> <p>—No será necesario. Las montañas, al parecer, ya se mueven solas.</p> <p>Abajo, el traqueteo de las armas ya había empezado. La mirada rápida de Will captó toda la imagen en un instante. Diez mil hombres de Callas cubrían los prados hasta el sur, desplegándose en posición de ataque. Había más hombres en la retaguardia. Era una escena sobrecogedora, y Will observó encantado cómo miles de hombres, cada uno de ellos tan insignificante como una hormiga, se encaminaban hacia su funesto destino.</p> <p>Desde esa altura, Will pudo observar todo el campo y percibir la ubicación precisa de las líneas. La piedra de batalla hacía su trabajo. Independientemente de lo que dijeran otros, la escena era todo un espectáculo. Un incontable número de hombres y caballos atraídos por una fuerza irresistible que rodeaba los campos en torno al claustro. Miles de mentes se habían vuelto asesinas, colmadas por las emanaciones manipuladoras de las piedras de batalla.</p> <p>—¡Edward! —gritó Will con indignación—. ¿Por qué no hace lo que le he dicho? ¡Ataca el flanco izquierdo del rey! ¡Es la única esperanza!</p> <p>Lord Warrewyk ya había dispuesto a las fuerzas atacantes. Se oyó un grito largo que marcó el inicio de un estruendo de cascos de caballo. Se había ordenado un avance en masa, y las tres alas del ejército cumplieron esa orden. Mientras Will observaba, dispararon una descarga de flechas contra ellos, y luego la primera línea de caballería asaltó el flanco central del rey. Fue tan violento que por poco se sale con la suya. Volaron hachas y mazas sobre un mar de cascos, pero luego esa oleada se vio interrumpida por los gritos y acabó cayendo sobre un claro. Will se sentía contento y emocionado. En esa descarga murieron doscientos hombres, aunque Lord Warrewyk, luciendo armadura, luchó en medio de sus cincuenta guardaespaldas. Al final sobrevivió a la matanza.</p> <p>Will se felicitó por haber manejado tan bien la situación. Al final, había entendido la verdadera naturaleza de la guerra. A pesar de la traición de Edward, la batalla se estaba desarrollando como un digno diálogo de armas. Edward y los demás tenían razón. ¿Acaso hay algo mejor que ser un guerrero? ¿Hay mejor ocupación que la guerra? En breve, Will también tendría la oportunidad de ofrecer su cuerpo y su valía.</p> <p>Afortunadamente, Will se había preparado bien. Antes, en el claro, tuvo la genial idea de aceptar una buena dosis de poder terrestre. Pero ahora creía que era demasiado. La magia le estaba embriagando. Era muy potente, y había llegado el momento de invertir el flujo de la marea. ¿Por dónde empezar? Se fijó en los campos que quedaban a sus pies. ¡Necios! Esos tontos de cara gris aún tenían que practicar mucho. Se estaban congregando en un patio cercano y…</p> <p>Hubo algo que distrajo la mirada de Will.</p> <p>Desde arriba pudo ver el campo que quedaba a lo lejos, y se dio cuenta de que estaba ocupado por una enorme jaula. Estaba vacía, y era exactamente el mismo tipo de estructura que la que había visto en Clifton Grange.</p> <p>Will se acordó de la enorme silla de montar roja y dorada que había pasado junto a él, la que él creyó que era demasiado grande para un caballo de guerra…</p> <p>—¡Por la luna y las estrellas! —gritó Will—. ¡Tenía razón!</p> <p>—Willand, no estás en tus cabales —insistió Gwydion—. Escúchame.</p> <p>El joven no quería escuchar, y Gwydion no podía detenerle. Enjugó el sudor frío de su frente, sintiéndose totalmente indemne a las emanaciones de la piedra. Esta batalla era distinta, era maravillosa. Todo saldría estupendamente, porque tenía el control absoluto de la situación. La piedra de batalla de Delamprey era mansa como un corderito. Podía sentir sus temores ineficaces tratando de seguirle mientras intentaba penetrar su mente.</p> <p>Will dio puñetazos en el aire, gesticulando hacia donde se encontraba la piedra, indiferente por completo a sus esfuerzos. Se fijó en los techos de paja de la aldea de Hardingstones, así como en el extraño cementerio cercano.</p> <p>—¡Willand! —exclamó Gwydion extendiendo ambos brazos; su aspecto era cómico con sus dos esposas de oro y sus correspondientes cadenas colgando de las muñecas—. Willand, ¡escúchame! ¡No permitas que la piedra de batalla te utilice de esta forma!</p> <p>Sin magia para argumentar sus afirmaciones, la voz del hechicero carecía de su potencia habitual. Will le interrumpió, hizo caso omiso de sus objeciones, y señaló con un dedo a los hombres que se disponían a luchar.</p> <p>—No queda ninguna de tus protecciones, Gwydion. Si Maskull se diera cuenta de lo que pasa ahí fuera, enviaría llamaradas contra el ejército de Edward y lo destruiría. Pero si lo hace, yo lo contrarrestaré con fuego verde. Yo…</p> <p>El hechicero cogió a Will por ambos brazos.</p> <p>—¿Tú? ¿Contrarrestar a Maskull? Ni lo intentes. No estás preparado para eso.</p> <p>—Estoy preparado para cualquier cosa, la señora me lo ha dicho.</p> <p>—¿Qué señora?</p> <p>—¡Me lo dijo! ¡Yo soy el verdadero rey! ¡Soy Arturo! —Will empujó al débil anciano.</p> <p>—¡Ten cuidado, Willand, Maskull podría destruirte!</p> <p>—Ya no le temo a ese viejo brujo. Sus fuegos arden con poca intensidad, igual que los tuyos. Por eso no ha tenido el valor de presentarse. —Will saltó hasta situarse sobre una almena—. ¡Ha llegado el momento de llevar esta lucha a un raudo final!</p> <p>Gwydion juntó las piernas y bajó de un salto mientras gritaba:</p> <p>—¡Apártate, viejo!</p> <p>—Willand, estás lleno de una extraña luz. No te das cuenta de lo que está pasando. Maskull se ocupa de la piedra de Delamprey en este preciso instante. Pero él no lo promueve, sino que intenta impedir que todo su mal se propague por el campo de batalla.</p> <p>Will protestó. La idea le parecía absurda.</p> <p>—¡Qué tontería!</p> <p>—A Maskull no le importa el resultado de esta batalla. Él pretende alcanzar un objetivo terrible. —Los ojos del hechicero parpadeaban mientras trataba de que Will no perdiera la razón—. Quiere hechizar a la piedra en plena ebullición. Su objetivo es desviar gran parte del mal hacia una de sus armas.</p> <p>Will agachó la cabeza, sorprendido por la astucia de la idea.</p> <p>—¿Te refieres a esas esposas?</p> <p>Gwydion levantó las muñecas.</p> <p>—¡Exactamente! Sólo que es cien veces más peligroso. Durante mi cautividad, no tuve más remedio que escuchar las orgullosas arengas de Maskull. Sé perfectamente lo que piensa. Durante sus años de andanzas por el Reino Inferior, ha pensado mucho en lo que le falló en Verlamion. Cree que su fracaso se debió a una magia que yo urdí en la Piedra del Destino. Cuando se enteró de que el mal de las piedras podía ser manipulado, empezó a jugar con ello. Nuestro trabajo le ha revelado mucha información, y últimamente sus intentos para acceder a una parte de su maldad en la colina del Halcóngorrión ha mejorado sus malas artes. Este combate no es nada para él, simplemente es algo que le permite robar el poder de la piedra de Delamprey.</p> <p>—¡Pero no podrá salirse con la suya! —exclamó Will, a media distancia—. Aunque no puedas sentir directamente la piedra, te das cuenta de que se está librando una batalla. ¡Mira! El poder de la piedra va a acabar agotado en esta contienda.</p> <p>—Maskull quiere que se libre la batalla. Cree que sólo puede desviar una cantidad significativa de mal mientras extrae el poder de la piedra. Willand, presta atención a mis palabras.</p> <p>Pero Will no le hacía caso. Se dedicaba a observar la gloriosa lucha. Estaba pasando tal como imaginaba: el duque Henry de Mells dirigía el centro del rey, y el duque de Rockingham comandaba la derecha, mientras que los estandartes de Lord Dudlea ondeaban por la izquierda.</p> <p>Gwydion siguió la mirada extravagante de Will.</p> <p>—¿Qué le has ofrecido al amigo Dudlea, tonto?</p> <p>Will se dio media vuelta.</p> <p>—¿Cómo sabes que he hablado con él?</p> <p>—Puedo ver el esfuerzo que supone albergar una duda en los ojos de los hombres. ¡Contéstame!</p> <p>—¿Qué ocurre? Lo único que hice fue ofrecerle de vuelta a su esposa y a su hijo.</p> <p>—¿Eso es todo? Y supongo que pidió una prueba de tus alegaciones, porque los hombres como Dudlea no conocen la confianza, como tú tampoco la conocerías si hubieras pasado por lo mismo que él. —Gwydion tomó la cabeza de Will entre sus manos y miró severamente a los ojos salvajes del joven—. Quien trata con la magia no debe hacer promesas, a menos que sepa que podrá cumplirlas. Si esa norma se aplica a todos los hombres, también lo hace al Hijo del Destino.</p> <p>Will se apartó.</p> <p>—Yo jamás prometí que transformaría las estatuas. Eso es cosa tuya. Cuando saquemos esas pulseras de tus muñecas…</p> <p>Will interrumpió sus palabras.</p> <p>Una nube había tapado al sol, como si una cortina oscura se hubiera cernido sobre el campo de batalla. Al mismo tiempo, se oyó un lamento a lo lejos. Los ojos de Will buscaban desesperadamente el origen de esos llantos, aunque ya sospechaba su procedencia. A lo lejos se atisbaba una mota negra contra el cielo del este, un ser que volaba. Era más voluminoso que un hombre, mucho más grande, y se acercaba a gran velocidad.</p> <p>Gwydion asió a su amigo por el brazo.</p> <p>—¿Qué terror nos depara?</p> <p>Will se apartó del hechicero. Con su absurda cháchara, acabó por olvidarse del arma secreta de la reina. Observó las grandes alas rojas revoloteando, su cuello largo y su cola dentada, así como dos garras pegadas al tronco. Un jinete montaba al animal a horcajadas. Cuando alcanzó el campo de batalla, se abalanzó contra la caballería de Edward. La escena aterró a todos los caballos, y todos los nobles dispuestos a atacar se sumieron en una gran confusión.</p> <p>—¡Por la luna y las estrellas! —gritó Will, asustado—. ¡Sabía que no podía prever todo lo que ocurriría en Ludford! —Vio unas imágenes que estimularon el extraño calor que fluía por su sangre. Un temible caballero montaba el caballo, un hombre que lucía un casco de acero pulido y malla de eslabones rojos. Espoleó duramente el flanco de su caballo y tiró fuerte de las riendas para enfurecer a su corcel. El loco de John Clifton empezó a insultar, a rugir y a tratar con tanta violencia al dragón que Will pensó que, en cualquier momento, caería de la silla.</p> <p>Gwydion entornó los ojos para mirar a lo lejos, pero no contestó.</p> <p>—¡Willand!</p> <p>Era un grito procedente de abajo.</p> <p>Will corrió hacia el parapeto y miró hacia abajo. Era Willow golpeando las puertas cerradas que comunicaban con el campo de la muerte. Llevaba un arco y un montón de flechas de color verde. En el otro lado de la puerta había una docena de miembros de la comunidad.</p> <p>—¡Déjame entrar!</p> <p>—¡Hay manos rojas! —gritó Will—. Acércate al bosque. ¡Encuentra al caballo! ¡Me reuniré contigo cuando acabe el día!</p> <p>Ella volvió a levantar los brazos y a gritar:</p> <p>—¡Willand!</p> <p>Mientras recibía una descarga de piedras, oyó el estruendo provocado por el peso del metal al caer. Una sensación de peligro estremeció su cuerpo y se apartó. Al principio, pensó que sería una enorme piedra disparada desde los ingenios de guerra. Había trozos de muro desperdigados a su alrededor, así como el metal retorcido de la veleta. Entonces, una enorme figura que se contorsionaba apareció por encima de Will. Trató de ahuyentarla con los brazos, pero sintió el impacto de un fuerte aleteo. Una garra roja enorme se abrió paso hasta el amasijo de restos para atacar a Will. Se sentía atrapado entre los hierros de la veleta, aunque en realidad sus ornamentos fueron lo único que le salvó. Gwydion gritaba con impotencia al monstruo. Le enseñó las muñecas y bailó unos pasos de magia que no dieron sus frutos. Era asombroso que un animal tan enorme pudiera moverse entre ellos sin que nadie lo viera. Will comprendió que la antigua ley era cierta: «Un hombre tiene que estar loco para montar a un dragón».</p> <p>Loco o no, John sabía cómo controlar a la bestia. Los golpes de la criatura habían destrozado el techo de la escalinata. Ahora dos enormes piernas musculosas reducían los trozos de metal a pedazos. Sus garras acababan con todo lo que encontraban mientras el monstruo trataba de mantener el equilibro con sus alas extendidas. Su larga cola negra era como un látigo de pequeños ojos negros que miraban con furia la figura indefensa del hechicero.</p> <p>El cuello de la bestia acababa en una cabeza larga con morro brillante y decorado con crestas como las de un gallo gigante. Tenía la boca llena de centenares de dientes que miraban hacia atrás. Will oyó los rugidos de la bestia mientras trataba de atacar a Gwydion, y cuando gritaba, su voz parecía romperle los tímpanos.</p> <p>El hechicero había buscado la protección que le ofrecía la escalera, pero su única vía de escape había desaparecido. Will se movió hacia la izquierda en busca de un trozo de metal de la veleta. Se aferró a él con tanta fuerza que le quedó una marca en la mano.</p> <p>—¡Ah! —gritó Will, esquivando el impacto mortal de las alas. Utilizó la barra de hielo como maza para golpear la parte trasera de la bestia. Asestó golpes certeros, aunque su piel era más resistente que una armadura. En vez de volver a atacarle, su cola arremetió contra el amasijo de hierros que le sostenían. Will fue lanzado contra las almenas y, cuando el animal quiso repetir el asalto, el joven se había convertido en su nueva presa.</p> <p>Ahora le tocó el turno a Will. Su ojo izquierdo sangraba, y cuando se apartó la mano de la cara se dio cuenta de que tenía los dedos húmedos. El animal le golpeó por los dos lados, y en su tercer embestida utilizó sus desgarradoras zarpas.</p> <p>—<i>¡Aillse, aillse nadir erchima archaste niel</i> —ordenó Will en lengua verdadera, mientras urdía el hechizo de contención con todas sus fuerzas contra el ojo negro de la bestia—. <i>¡Musain, Nadir, colla samh agat! ¡Deain ae!</i></p> <p>Sin embargo, los párpados escamados del animal no se cerraron, tal como Will había esperado. La magia no surtió efecto. En un gesto desesperado, Will cogió su barra metálica llena de herrumbre y la colocó entre los dientes de su enemigo. El trozo de veleta rechinó y se partió en dos trozos. El barón John se reía como un poseso. Empezó a mover frenéticamente la cabeza puntiaguda de una flor de hierro, un lucero del alba, hasta colocarla en el trasero del animal. El dragón empezó a escupir y a gritar. Entonces, cuando Will tuvo la certeza de que sería alcanzado en medio de esos alaridos, apareció un rayo fino de color verde en la mejilla izquierda del animal.</p> <p>La criatura movió la cabeza en un gesto de dolor e interrumpió su ataque. Will se sorprendió del cambio mientras agachaba la cabeza y empezaba a arañar el lado de su rostro. Sacó una flecha que acababa de clavarse a poca distancia del ojo izquierdo. Mientras la arrancaba, apareció otra flecha temblorosa que se clavó cerca de la silla, y una tercera pasó junto al jinete e hirió la membrana del ala de la bestia. Con un alarido, el barón John azuzó a su animal. La bestia extendió sus enormes alas carmesí, levantó las recias patas, y volvió a renacer de un solo salto. Luego, se alejó volando hacia la batalla.</p> <p>Will blandió la vara metálica ante la criatura en un gesto triunfal. Después dio un salto hasta las almenas para mirar, desde una de las ranuras, cómo le estaba yendo a Willow.</p> <p>Sin embargo, no se veía a su mujer por ninguna parte.</p> <p>De repente, Will se sintió decepcionado, como si una piedra se hubiera formado en su corazón. Observó desde la altura y sintió un terrible dolor. Sus ojos se fijaron en la criatura que se alejaba. Había podido observar el miedo que había superado a la caballería de Edward, y que acabó por enloquecer a los caballos. Si no ponía remedio, el arma secreta de la reina (su enorme dragón) acabaría por decidir la batalla.</p> <p>—¡No lo ataquéis! —gritó Gwydion.</p> <p>—¡Dijiste que no existían dragones de este tipo! —le recriminó Will al hechicero.</p> <p>Gwydion no se inmutó. Su cara ojerosa parecía sorprendida.</p> <p>—Eso no era un dragón, a pesar de su tamaño. Tiene dos patas, no cuatro. Y sus ojos son negros, no dorados.</p> <p>—Entonces, ¿qué es?</p> <p>—Es un nathirfang. Un rojo de Cambray. Yo pensaba que el último wyvern de montaña había desaparecido hace mucho tiempo.</p> <p>—¿Un wyvern? ¿Por qué no me lo dijiste? Fíjate en los caballos, ¡están aterrorizados!</p> <p>—¡Ningún caballo obedecería a su jinete al ver un wyvern!</p> <p>Will se dio media vuelta, enfadado, y atravesó el amasijo de hierros. La razón por la cual su magia no había surtido efecto era porque no pronunció el nombre correcto del animal. Will se recompuso y bailó entre los escombros, aunando todo el poder de sus palabras y gestos para luego dirigirlos. Urdió el hechizo más poderoso de su vida. Un rayo de brillante luz azul se formó en las palmas de su mano. Empezó a arder y a perseguir al wyvern hasta atraparlo. Parecía resplandecer como el sol cuando penetra en el agua. El impacto cayó como la flecha de un cazador que quisiera cazar a un ave en pleno vuelo. El animal dio un brinco, cerró las alas, y cayó sobre la ribera del fondo del río. Después, empezó a rodar con las alas y la cola hechas un ovillo.</p> <p>Will, sorprendido por lo que había hecho, observó sus manos como si fueran las de otra persona.</p> <p>—¡Sí!</p> <p>—¡No debiste hacerlo! —le reprendió Gwydion, con las esposas aún puestas.</p> <p>Will replicó al hechicero:</p> <p>—Si no lo hubiera hecho yo, ¿quién lo haría? Gwydion, no me des lecciones cuando yo tengo el poder, no tú.</p> <p>Volvió a mirar al animal herido, y se dio cuenta de que permanecía inmóvil. El jinete había sido derribado. El barón John andaba a rastras por la hierba. Will se preguntó si habría matado al wyvern, y si debería enviar otro rayo para rematarlo. Un disparo más sería una obra de caridad si acababa también con su trastornado dueño. Pero no había tiempo para pensar en el loco de John, porque el rayo verde de Will ha se había hecho notar y ahora una pelota giratoria de fuego violeta se acercaba desde la piedra de Hardingstones a modo de respuesta.</p> <p>Will se volvió hacia el peligro, pero el hechicero truncó sus intenciones de un salto. Después, el aire empezó a bullir con fuego violeta mientras el rayo impactaba contra el extremo suroeste de la torre en la que había estado Will. Destruyó por completo otro trozo de muro, aunque el fuego no prendió.</p> <p>Gwydion tosió y murmuró:</p> <p>—Quería decir que no miraras hacia fuera. ¡Qué confuso es todo hoy!</p> <p>Will escupió el polvo que tenía en la boca.</p> <p>—¡Ya entendí lo que querías decir!</p> <p>—¡Has enfurecido a Maskull! —reprochó Gwydion, mientras se alejaba—. Te lo advertí.</p> <p>—¡Pues me alegro! ¡Deja que saque lo peor de él!</p> <p>Will se incorporó de un salto y mostró un puño al enemigo desde un extremo de la almena.</p> <p>—¡Sal de ahí, tonto!</p> <p>—¿Me oyes, Maskull? ¡Saca lo peor de ti!</p> <p>—¡Yo no quiero estar aquí! —Will asió al hechicero por la cadena dorada que colgaba de su muñeca, y se echó a reír—: Venga, sígueme. Quiero formularte algunas preguntas. ¡Preguntas que no querrás contestarme!</p> <p>Will corrió hacia la estrecha escalinata e introdujo su hombro izquierdo en el agujero que estaba en la derecha. En ese oscuro y empinado descenso no pudo ver dónde pisar, ni encontrar espacio suficiente para introducir sus pies. Sus dedos palpaban las piedras de la pared y se hizo unos rasguños en la frente. Se asustó cuando su barriga tocó un trozo de hierro, que cayó al suelo mientas unos hombres armados les perseguían, pero luego se dio cuenta de que ese estruendo sólo podía significar que los miembros de la hermandad intentaban abrir la puerta.</p> <p>Sopló una ráfaga de viento y Will se tambaleó. Parecía como si le absorbieran el aliento. Todo empezó a temblar. El polvo y los guijarros cayeron al suelo mientras la escalinata se iluminaba de color violeta. Pero fue el último rayo que envió Maskull. Habían descendido un piso de la torre hasta llegar a un pequeño rellano donde una ventana muy estrecha daba al escenario de la batalla. Se detuvieron para recobrar el aliento. Después, Gwydion preguntó:</p> <p>—¿Crees que el mal de la piedra ha llegado a su punto álgido?</p> <p>—A mí me lo parece.</p> <p>—Pues entonces no debemos preocuparnos, por el momento. Deberíamos aprovechar la oportunidad mientras Maskull sigue ocupado con lo suyo.</p> <p>Will se asomó por la ranura, y no dio crédito a lo que veían sus ojos. Le indicó a Gwydion que mirara hacia Hardingstones.</p> <p>—¡Mira ahí!</p> <p>—¡Vaya! ¿Qué terrores ha despertado Maskull con su intromisión? ¡Esos son los desenterrados que en su día huyeron de la plaga! Con toda esa magia descontrolada, se ha llevado a cabo su transformación.</p> <p>Will se dio cuenta de que las tumbas de Delamprey estaban cambiando de forma; se movían, se retorcían, y poco a poco parecían revivir. Los muertos se levantaban de su largo sopor. Cientos de formas humanas, fantasmagóricas, abandonando la soledad de la tumba para situarse detrás en la retaguardia del rey.</p> <p>Al principio pasaron desapercibidos a los soldados del rey porque éstos tenían otras cosas más importantes en las que ocuparse. Ahora que se habían quitado de encima al wyvern, la caballería de Edward volvía a estar bajo control. Se habían formado unos densos escuadrones de caballeros, línea tras otra, con sus guarniciones resplandeciendo por la luz del sol; los estandartes de cada color ondeaban al viento. Avanzaban al trote hacia el ejército del rey, y Will supo que se trataba del ataque contra el flanco izquierdo del rey que había recomendado a Edward.</p> <p>Will no pudo evitar observar los frutos de sus esfuerzos. Se llevó una mano a la sien; empezó a dolerle mucho la cabeza. Su mirada iba del flanco izquierdo del rey a los colores de Lord Dudlea. Mientras los dos ejércitos luchaban, Will se dio la vuelta y parpadeó ante la oscuridad de la escalera al percibir un fuego que ardía en el rostro de Gwydion.</p> <p>—Veo que por fin has vuelto a lo de siempre. No te alejes del campo —le advirtió el hechicero—. Observa, y descubre lo que ocurre cuando dos señores mal asesorados se enfrentan a instancias del Hijo del Destino. ¡Observa!</p> <p>Will se fijó en cómo miles de jinetes atacaban el flanco izquierdo del rey, mientras se producía un ataque desesperado como si fuera una ola de maremoto rompiendo contra una costa rocosa. Will se dio cuenta de que, sin la ayuda de Lord Dudlea, el ataque no prosperaría, del mismo modo que el ataque de Lord Warrewyk tampoco dio sus frutos. Los cañones arrojarían sus cargas, el día se decantaría a favor del rey, y Edward moriría en el campo de batalla.</p> <p>Para asombro de Will, y a pesar de que la mayor parte de la caballería de Edward pudo con su enemigo, se produjo un alboroto en la retaguardia de los hombres de Lord Dudlea. Los soldados que contenían la izquierda del rey habían visto a un ejército diferente que les acosaba por detrás. Los hombres de la reserva juraron que las tumbas habían cobrado vida, y el miedo se convirtió en pánico entre las líneas de Dudlea.</p> <p>El ajetreo pronto llamó la atención de su comandante, acompañado sólo por el chico del estandarte, con la intención de comprobar en persona lo que estaba ocurriendo.</p> <p>Gwydion susurró a oídos de Will:</p> <p>—¿Lo ves? Lord Dudlea tiene la prueba que buscaba. La prueba que tú tan estúpidamente prometiste, según la cual los convertidos en piedra resucitarían.</p> <p>—Pero me dijiste que los afectados por la plaga se levantarían cuando pasaran tres veces tres docenas y un año, y eso suman ciento nueve años desde la peste. ¡Ocurrió hace dos años!</p> <p>—Pero tres docenas y uno es treinta y siete. Y tres veces eso es ciento once —replicó Gwydion—. Tú eres quien, al final, ha invocado a la piedra de Hardingstones.</p> <p>Will se enfadó al pensar en cómo pudo haber cometido ese error tan garrafal, y cuáles serían sus funestas consecuencias. Los muertos habían propagado el caos y la confusión en todo el campo, y además estaban alterando el curso de la batalla. Observó a Lord Dudlea ordenando a sus arqueros la retirada. No se malgastaron flechas cuando el enemigo ordenó el ataque. Los jinetes de Edward subieron por el montículo sin encontrar resistencia. Pero luego dieron media vuelta. El flanco central del ejército del rey fue roto de una sola embestida y fue presa de un ataque doble mientras las acciones de Lord Warrewyk quedaban truncadas en su titubeante frente.</p> <p>Después, la determinación del ejército del rey quedó bajo mínimos. Miles de soldados aterrorizados empezaron a abandonar filas. Tiraron las armas y escaparon para salvar la vida. De pronto, el día que para Edward empezó mal, ahora le pertenecía.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">Capítulo 33</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">Después de la batalla</p> <p style="margin-top:5%">Abajo, cesaron los golpes a la puerta de la torre. Fueron reemplazados por unos lamentos fantasmagóricos que asustaron a Will.</p> <p>Cuando retiró la cabeza de la ranura que hacía las veces de ventana, Will sintió un dolor en la cara. El hechicero lo llevó hasta la luz y le dio un bofetón.</p> <p>—¡Hora de levantarse!</p> <p>Will se dejó caer por la escalera, sorprendido por el gesto tan poco amable de Gwydion. Bullía la ira en su interior. Las cosas habían salido bien, ¿verdad? Mucho mejor de lo que la mayoría preveía. Mucho mejor que cuando los esfuerzos de Gwydion por llevar una piedra de batalla hasta el norte causaron la matanza en el Brezo del Horror. O cuando sus estúpidas dudas fueron la ruina de Ludford…</p> <p>Sin embargo, el hechicero le había pegado para que Will volviera a sus cabales, y así fue. Cesó su arrogancia y se arrodilló. Gwydion le levantó una vez más. La influencia de la piedra empezaba a remitir. Will empezaba a comprender la verdad, y a darse cuenta de sus malas influencias. Vio con horror que no había sido un gran profeta, el héroe del momento, sino un necio henchido de orgullo.</p> <p>—¿Qué he hecho? —gritó asustado—. ¡Oh, Maestro Gwydion!</p> <p>—Te prestaste a ser utilizado —aclaró con gravedad el hechicero—. Al final, las cosas han salido como predijiste. Qué pena que no estuvieras en tus cabales para forzar un desenlace más afortunado. —Los ojos de Gwydion se posaron una vez más en el campo de batalla, donde los caballeros de Edward se dirigían hacia su desdichado enemigo—. Como habrás comprendido ya, Willand, la sed de sangre no es más que una cobardía encubierta. En la batalla, una retirada desordenada es el peor de los resultados.</p> <p>Will metió su rostro una vez más en la ranura.</p> <p>—Pero Edward prometió que ordenaría cuartel cuando ganara la contienda. ¡Le obligué a prometerlo! ¡Mira! —exclamó Will mientras oía gritos desesperados—. ¿Ves? ¡Están pidiendo clemencia! —se justificó con orgullo—. Edward ha cumplido su palabra. ¡Yo tenía razón, a fin de cuentas!</p> <p>—Es imposible que estuvieras equivocado, porque, aunque actuaste con ignorancia, sigues siendo el Hijo del Destino, y tu presencia obliga a la rueda de la fortuna a repetirse. Sin embargo, sea cual sea el desenlace, me temo que a largo plazo habremos perdido la batalla. Ya he visto suficiente para saber que la chispa mortal de Maskull ha caído sobre suelo seco. En breve, arderá un incendio capaz de consumir todo lo que conocemos y amamos.</p> <p>—Tengo la impresión de que algún daño ha acabado por corromper tus pensamientos, Gwydion. ¿No ves que hemos logrado nuestro objetivo? El día ha presenciado menos sangre de la que cualquiera de los dos había esperado esta mañana.</p> <p>—El día aún no ha acabado.</p> <p>Gwydion descendió los últimos peldaños de la escalera. Cuando llegó al rellano, arrancó el martillo de guerra de la puerta y la abrió. En el exterior, unos cuantos miembros de la congregación se arrastraban sobre el suelo con las bocas abiertas y las manos colocadas sobre su estómago. Al parecer, lloraban de agonía. Luego, Will vio la rojez de sus ropas, así como el charco oscuro que se había formado junto a uno de ellos. Una figura vestida con botas altas y traje oscuro se acercó para situarse junto al cuerpo. Llevaba un hacha de guerra. Era Chlu.</p> <p>Gwydion arrojó el hacha de guerra a Will.</p> <p>—¡Ten cuidado, Willand! ¡Le mueve un intenso deseo de matarte! Prepárate para defenderte. —Will asintió con la cabeza. La naturaleza asesina de Chlu era más que evidente. Había un deseo extraño en esos ojos tan familiares, un anhelo que a Will le resultaba molesto porque era como mirarse en un espejo deforme, verse obligado a reconocer la bestia que moraba dentro de sí.</p> <p>Chlu se movía con cautela. Como siempre, sus pasos iban dirigidos contra Will.</p> <p>—¡Retírate, Niño Negro! —ordenó Gwydion, interponiéndose entre ambos—. <i>¡Eoist liomma</i>, aprendiz de un mal maestro! <i>¡Deain huir!</i></p> <p>Sin embargo, Gwydion seguía esposado y sus palabras ya no tenían poderes mágicos. Aun así, los ojos de Chlu nunca apartaban la vista de Will. Apartó a Gwydion para disponerse a atacar a su presa.</p> <p>—¡Debes morir!</p> <p>Cuando Will lanzó su hacha de guerra, el metal parecía muy pesado y al mismo tiempo inerte. Golpeó formando ochos, preparando un contraataque para cuando Chlu arremetiera. Pero había unas huellas más allá del patio del claustro, y a través de las ventanas rotas podía entreverse la presencia de varios soldados. Lucían ropas a cuadros rojos y blancos. ¡Eran los hombres de Edward! Will los vio correr empuñando sus armas, y no tuvo ninguna duda acerca de su misión. Habían sido enviados para cumplir una misión especial, la de acabar con los oficiales. Dos o tres habían llegado hasta el umbral mismo del santuario, pero se marcharon como presas de un terror supersticioso, y tuvieron miedo de cruzar el umbral.</p> <p>Aun así, Chlu buscaba una salida mientras asestaba golpes, aunque no se atrevió a atacar de cerca por miedo a que el hechicero lo atacara por detrás. Sin embargo, Gwydion tenía otras ideas.</p> <p>—¡Que venga el rey! —gritó imitando la voz de un miembro de la Hermandad de los Invidentes—. ¡Los enemigos del rey se acercan! ¡Esconded al rey! ¡Escondedlo! ¡Dadle santuario en nuestro hogar!</p> <p>Los soldados del exterior se volvieron como lobos husmeando a su presa. Quienes habían cruzado el patio se acercaban a la gran puerta de roble. Uno empezó a golpear con un hacha. Su líder sacó un puñal y abrió de par en par la puerta que nunca estaba cerrada con llave.</p> <p>Tocaron las campanas del santuario, y el sonido amortiguó los gritos de la cámara donde estaban escondidas las mujeres de la congregación.</p> <p>Chlu no cesaba de atacar, pero mientras asestaba un segundo golpe, la hoja de su hacha se soltó del mango de madera sobre su cabeza. Will desequilibró a su enemigo, y le obligó a retirarse.</p> <p>—¡Vete, Niño Negro! —insistió Gwydion. El hechicero levantó los brazos y las bandas doradas de sus muñecas empezaron a resplandecer con una extraña luz—. ¡Vete mientras puedas!</p> <p>Chlu dudó. Su atuendo era poco habitual, muy distinto al tejido sencillo de un hombre común. Los soldados enemigos verían una razón lucrativa para secuestrarle. Lanzó el hacha con furia contra Will, enfadado por haberse acercado tanto a su presa porque eso le obligaría a abandonar la lucha. Emitió un grito de tormento tan grotesco que a Will le pareció la raja de un cuchillo, pero entonces dejó su arma, se apartó, y acabó huyendo.</p> <p>Will empezó a correr hacia su enemigo, pero Gwydion le retuvo.</p> <p>—¡Déjalo, Willand! Ya tendrás oportunidad de luchar contra Chlu otro día.</p> <p>Will se dio media vuelta, aunque una corriente de locura seguía circulando por sus venas, y miró severamente al hechicero.</p> <p>—¿Quién es, Gwydion? ¡Debes decírmelo!</p> <p>—Te lo diré cuando acabe la lucha. ¡Te lo prometo!</p> <p>Will abrió los puños, avergonzado por haber hablado a un amigo en ese tono. Pero el arrepentimiento <i>no</i> duró mucho, porque comenzó a oír unos gritos procedentes de las salas interiores del recinto. Will dio un salto al reconocer la voz.</p> <p>—¡Willow!</p> <p>Corrió hacia el claustro pasando por encima de los cadáveres que se interponían en su camino. ¿Hacia qué dirección debía dirigirse?</p> <p>Will miró desesperado de un lado a otro.</p> <p>—¿Willow?</p> <p>Cuando volvió a oír los gritos, se dio cuenta de que esta vez eran más distantes y amortiguados, aunque parecían surgir de las escaleras. Corrió hacia ellas, abrió de par en par la puerta más cercana, y entró en una galería que daba a una estancia inferior. En ella había una mujer calva que permanecía atada a una silla y otras dos que lucían máscaras de hierro.</p> <p>Ataban sus muñecas unas correas de cuero, mientras sus pies trataban de ahuyentar cualquier cosa que se les acercara. No obstante, sus esfuerzos no dieron sus frutos, y cuando se giró y volvió a gritar, Will supo quién era. Al igual que las mujeres de la congregación, la habían obligado a vestir una túnica gris, que ahora estaba hecha jirones, y Will sabía que cuando se aceptaba el traje, no había modo alguno de regresar al mundo.</p> <p>La mirada perpleja de Will asimiló toda la escena en un momento. Había mechones rubios desparramados por el suelo, recién cortados de la cabellera de Willow, y una tercera mujer se dedicaba a recogerlos y a introducirlos en una bolsa. La bolsa de su esposa con las flechas verdes también estaba por el suelo, y el arco estaba tirado en una esquina. Un grueso miembro de la comunidad montaba guardia en las proximidades, mientras que otro se dedicaba a esquilar a la víctima; para horror de Will, se dio cuenta de que en realidad no era una esquiladora, sino una máquina de cortar mucho más cruel.</p> <p>—¡No! —gritó Willow—. ¡Por favor, no, mis ojos!</p> <p>El anciano de la hermandad se inclinó hacia delante. No había tiempo para volver a la escalera. Will saltó por encima del pasamanos. Se abalanzó contra el guarda y lo derribó como si de un cadáver se tratara. En ese preciso instante, el gancho de metal saltó de la mano del anciano de la hermandad.</p> <p>Cuando Will se levantó, el anciano se arrodilló y empezó a gemir. Sus órbitas de los ojos estaban pintadas con unos ojos que miraban fijamente a Will. Las mujeres se escaparon cuando Will cortó las tiras que retenían a su esposa en la silla de tortura.</p> <p>—¡Aparecieron en el patio y me detuvieron! —gritó con la cara pálida de terror—. ¡Will, me iban a arrancar los ojos!</p> <p>Sin embargo, una nueva emergencia requirió su atención. Los soldados de Edward habían encontrado la galería, y algunos empezaron a entrar en la estancia. Will fue arrastrado hasta la pared a punta de espada. Un poder mágico le causaba un hormigueo en la columna, mientras uno de los hombres cogía a Willow por el cuello y otro le exigía información sobre el paradero del rey.</p> <p>—Aquí no encontrarás al rey Hal —les contestó Gwydion desde el umbral de la puerta—. Está en una tienda junto al río que queda bastante lejos, esperando el desenlace de la batalla.</p> <p>El soldado se burló de Gwydion, y luego levantó una mano cubierta de malla ante el rostro del hechicero.</p> <p>—¿Y quién es usted?</p> <p>—¡Cuidado! —protestó Will—. ¿Conoce al hechicero del duque de Ebor?</p> <p>El hombre retrocedió unos pasos y se dirigió a sus hombres con agresividad.</p> <p>—¡Lo habéis oído! ¡Al río! ¿Queréis capturar a un rey o no?</p> <p>—¿Qué pasa con ésos? —preguntó una voz solitaria.</p> <p>—Ya que lo dices, llévatelos y enciérralos en el patio.</p> <p>Los tres jóvenes soldados marcharon para montar guardia y no se atrevieron a tocar al anciano de la comunidad ni a las mujeres, pero parecían tener menos escrúpulos respecto a los hechiceros. Will, Willow y Gwydion fueron conducidos hacia el patio del claustro, donde recibieron la orden de guardar silencio y de mirar siempre hacia a pared con las manos detrás de la cabeza.</p> <p>—Debes hacer lo que te parezca oportuno y… —susurró Gwydion, hasta que la punta de una espada en las costillas le hizo callar.</p> <p>—Creo que debemos obedecer, al menos hasta que se tranquilicen —respondió Will, pensando que ya conocía suficientemente la sabiduría de Gwydion. El poder mágico que hurgaba en el interior de su estómago le impulsaba a actuar, porque con esa ayuda podría superar fácilmente a los tres soldados de Edward y buscar una vía de escape. Pero ahora que no estaba bajo la influencia de la piedra de batalla empezó a sentir vergüenza de sus últimas acciones. Decidió hacer caso omiso de ese poder. Recurrir a la magia en este momento podría acarrear un desastre, y para Willow y Gwydion era más seguro permanecer aquí que en el exterior, al menos hasta que se llamara a cuartel.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>De este modo, la batalla de Delamprey terminó. En todas partes, los vencedores de Edward causaron destrozos, saquearon cuanto pudieron, y buscaron a nobles fugitivos. Otros, en cambio, prefirieron buscar oro, aunque los lingotes de Delamprey ya se habían transportado al claustro de Cordewan. Cuando, al cabo de un tiempo, los tres cautivos fueron conducidos fuera del patio, vieron que el terreno había sido saqueado y que los cadáveres yacían desperdigados como hojas de otoño. Pero había menos muertos que en los campos del Brezal del Horror.</p> <p>Por ahora, el caos de la batalla ya había remitido. Miles de soldados rasos del ejército del rey estaban desarmados y permanecían sentados en tristes grupos que eran observados por corrillos de jinetes. Aun así, Will pudo percibir la mancha de sangre fría en este lugar, y supo que se había producido una matanza innecesaria.</p> <p>—¡Oh! —gritó Willow, mientras observaba una terrible escena. Un montón de cabezas yacían sobre la hierba; las bocas y los ojos estaban abiertos. Y un trozo de tronco de haya ensangrentado sustituía a una espada igualmente ensangrentada.</p> <p>Will reconoció muchos de los rostros de la corte del rey: quizás un par de nobles y caballeros que habían acudido por voluntad propia a esta carnicería, incluidos el duque de Rockingham, el conde de Shroppesburh, Lord Bowmonde y Lord Egremonde… Las espadas rotas y las espuelas sin correa eran muestra de una degradación pública a gran escala.</p> <p>Se llenaron dos carros de cadáveres, y su piel era del mismo color que la cera producida por la hermandad. Muchos estaban decapitados, y tenían las muñecas atadas a la espalda. La función no había terminado aún.</p> <p>La decepción se tornó rabia en el corazón de Will.</p> <p>—¡Villanos! —gritó hacia el cielo—. ¡Asesinos! ¿Dónde está Edward de Ebor? ¡Llevadme hasta el conde de Marches!</p> <p>Will empezó a forcejear con los guardas, y luego se percató de una cabeza de cabello pelirrojo y despeinado que se inclinaba cerca del recinto. Era Jasper, y Lord Dudlea estaba detrás suyo. Habían sido capturados, desnudados, y debían caminar con la cabeza gacha.</p> <p>—De modo que eres tú, ¿verdad? —preguntó Dudlea con desagrado—. Eres un mentiroso irremediable.</p> <p>Se acercó un noble sin casco, pero vestido con armadura, acompañado de caballeros de menor rango y hombres armados, estos últimos vestidos con abrigos rojos luciendo el emblema blanco del oso y el árbol destrozado en los petos.</p> <p>—¿Qué es esta matanza, mi señor? —preguntó furioso Will a Lord Warrewyk, señalando hacia el recinto. Los guardas de Warrewyk lo apresaron. Las manos de Will temblaban, superadas por la ira, y le incitaban a utilizar el poder que quedaba en su interior—. Edward me prometió que daría cuartel. ¡Me lo prometió!</p> <p>—Llamamos a cuartel. —La voz de Lord Warrewyk sonaba aguda como el rayo de una obsidiana. El hombre golpeó distraídamente con la punta de su bota una cabeza que rodaba por la hierba—. Pero, como veis, ninguno de éstos era plebeyo.</p> <p>Muchos de los hombres se echaron a reír. Will luchó contra los guardias hasta que Willow temió que su marido pudiera resultar herido, o que la magia que él utilizaba se acabara descontrolando.</p> <p>—¡Me has traicionado! ¡Me has traicionado, Edward! ¡Has destruido la causa de la paz!</p> <p>La sonrisa forzada de Lord Warrewyk se convirtió en enfado, y al final levantó su espada de modo que la punta quedara sobre el rostro de Will.</p> <p>—Si algunos hombres de noble cuna han resuelto sus asuntos, ¿qué tiene que ver eso contigo?</p> <p>—¿Y todo ese baño de sangre resuelve esos asuntos? ¿Lo hace?</p> <p>—Willand, ¡tranquilo! —La voz de Gwydion era un grito de reprimenda cuando se interpuso entre los dos hombres—. Dime, amigo Warrewyk: ¿quieres solventar este asunto con otro baño de sangre? ¿Quizá sangre real?</p> <p>—¿Sangre real? —El conde se dio la vuelta, pero se llevó la mano cubierta por una malla a la mejilla, como si estuviera perplejo—. ¿A qué viene esto? El rey está una vez más entre sus verdaderos amigos. Pero si se refiere a si la reina se da en llamar reina, debo decirle que está acabada. Ha desaparecido con su séquito, su brujo y su traicionero Cabeza de Cerdo. En realidad, deseaba que este último acudiera aquí para librarle de su pesada carga.</p> <p>Los hombres de Warrewyk volvieron a reír, pero Gwydion permaneció impasible.</p> <p>—De modo que la reina ha escapado…</p> <p>—Ella y sus amigos serán cazados a su debido tiempo, no tema.</p> <p>—¿Cazados? ¿Ah, sí? —Las palabras de Gwydion imitaban a las de Warrewyk con poco acierto.</p> <p>—¡Ya tiene su victoria, mi señor! —exclamó Willow—. Si le queda algo de honor, dígales a esos hombres que nos desaten para volver a casa.</p> <p>—¿Qué es esto? —Warrewyk se acercó para analizar a la advenediza—. Le han cortado el pelo, pero creo que esta mujer acompañó a Lord Morann en una ocasión. Sí, fue ella quien nos advirtió de las fuerzas de la reina mientras nos dirigíamos a Ludford.</p> <p>—No niego que en una ocasión le salvé el pescuezo —dijo Willow con énfasis—, aunque no suelo repetirlo.</p> <p>Warrewyk movió los labios en un gesto divertido, orgulloso de sí mismo ante tantos de sus admiradores.</p> <p>—Sabes, es una buena política devolver los favores, sean para bien o para mal.</p> <p>—Ojalá su pescuezo encuentre una afilada hoja de cuchillo, mi señor —replicó ella.</p> <p>—Vaya, ¿me estás maldiciendo? —Miró a su alrededor con el máximo de dignidad que pudo, aunque al final optó por esbozar una sonrisa de magnificencia—. Aun así, creo que merece una recompensa. Soltadla. ¡Levántate, Dudlea! Y los otros también. ¡Se os perdona a todos! Sabed que le debéis vuestras inútiles vidas a una criada.</p> <p>Los hombres de Warrewyk rieron nuevamente, y luego él indicó a los suyos que Dudlea, Jasper y otros nobles de rango inferior fueran liberados.</p> <p>Uno de sus caballeros habló en privado con Warrewyk.</p> <p>—¡Espera!</p> <p>Warrewyk se sacó el guante de malla y examinó un nudillo ensangrentado. Luego, le dijo a Will:</p> <p>—Sé que tienes la capacidad de curar. Quizá podrías poner a prueba tus habilidades sanando este desagradable corte.</p> <p>Después, Lord Warrewyk se inclinó y levantó la cabeza de Humphrey de Rockingham empapada de rojo.</p> <p>Will se apartó apretando los labios. Willow y Gwydion le siguieron, aunque continuó caminando hasta que las risas de Lord Warrewyk y sus escandalosos seguidores cesaron.</p> <p>Se dirigieron hasta la parte del campo donde había más cadáveres. Un acre de hierba estaba cubierto de sangre. A pesar del calor, se formó una neblina pálida mientras cientos de almas abandonaban sus cuerpos.</p> <p>La mirada de Gwydion se endureció al ver la dimensión de la matanza.</p> <p>—Maskull se ha ido —murmuró—. Tal vez, después de ese ataque al wyvern, supuso que ya no necesitaba ocuparse de esas esposas. Sea como sea, ha creído conveniente retirarse del lugar. Supongo que ya se ha llevado todo lo que ha querido de este día.</p> <p>Will se detuvo para observar con atención, y empezó a llorar.</p> <p>—Otra vez —comentó con la mirada perdida—, ha vuelto a pasar. Y, de nuevo, no entiendo la razón.</p> <p>Will ocultó su rostro entre las manos. Willow todavía no conocía toda la dimensión de lo ocurrido. No sabía que su marido no había logrado resistirse a la piedra de batalla, que ésta despertó su debilidad en un momento crucial. Will no había hecho nada para detener la lucha. Fue obra de Maskull. Él extrajo una parte del mal de la piedra y lo introdujo en un arma que se utilizaría en algún momento. Will cerró los ojos. La visión de tanta carne demacrada se había vuelto muy desagradable, hasta el punto de que ni siquiera el tacto de Willow le reconfortaba.</p> <p>Los comentarios de Gwydion eran amargos y perturbadores.</p> <p>—Hoy hemos traspasado un punto sin retorno. Todos los círculos virtuosos se han vuelto viciosos. Una receta mejor para el desastre sería difícil de imaginar: el rey es prisionero, aunque la reina ha escapado. Irá hacia el norte para reunir a sus fuerzas, mientras que él se convertirá en la presa de una nueva banda. No podemos detenerlo, Willand. No hasta que, como un fuego salvaje, se haya extinguido por falta de calor humano.</p> <p>—¡Basta, Maestro Gwydion! —gritó Willow—. No sé si han sido esas esposas de oro las que te han convertido en un necio, pero no debes decir cosas así. ¡Dilas en un lugar donde Will no pueda oírte!</p> <p>El hechicero la miró con ira.</p> <p>—¡La culpa es mía! ¡Yo lo retrasé todo! ¡Caminé entre la oscuridad! No me atreví a dar el primer paso. Y ahora, todo está perdido.</p> <p>—¡No lo está!</p> <p>Gwydion se dio media vuelta; parecía un hombre destrozado.</p> <p>—Estoy acabado, Willand. Mis poderes curativos me han abandonado. Debes trabajar solo entre los heridos del campo de Delamprey. Intenta corregir algunos de mis errores.</p> <p style="font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0px">* * *</p> <p>Gwydion recorrió el campo desolado del ejército del rey, y en él buscó la tienda que contenía la piedra de batalla gastada. No tardó en encontrarla porque estaba pintada con unas líneas místicas, y varias mariposas azules se habían posado en ella.</p> <p>En cuanto a Will, se encargó de atender a los enfermos haciendo todo lo posible. Will vio a muchos cuerpos desnudos que flotaban en las aguas poco profundas del Neane. Algunos eran soldados arrastrados por el peso de sus defensas o cascos, y los que tenían el cuello cortado manchaban las aguas de rojo. Muchos más de los muertos mutilados lucían la marca de la plaga. Willow sabía que habían caído al río mientras intentaban regresar a Cordewan con más de un siglo de retraso.</p> <p>Estaba anocheciendo ya cuando Will, ensangrentado y dolorido, se unió a su esposa y a Gwydion en la tienda negra. Le mostraron la inscripción elaborada con un plinto de mineral de hierro rojizo; ese fragmento era lo único que quedaba ahora de la piedra de batalla de Delamprey. En esta ocasión, las palabras no se pronunciaban en un lenguaje que Gwydion conociera.</p> <p>La voz de Gwydion era desesperada.</p> <p>—Los hechizos de Maskull han hecho esto. Conoce bien mis poderes. Lo ha cerrado bien, y es imposible que sigamos el lorc por medio de los versos.</p> <p>Will se acercó una banqueta abandonada y apoyó en ella todo el peso de su cuerpo.</p> <p>—No digas eso.</p> <p>—Lo digo porque es cierto. Además, si encontramos la siguiente piedra, el talismán del salmón no nos será de ayuda.</p> <p>La recriminación hirió a Will.</p> <p>—Lo siento —se disculpó Will, con un tono de voz que delataba cansancio. Comenzó a explicar lo que había ocurrido en el lago Harleston, revelando cómo el pez verde se fusionó con el rojo hasta convertirse en real. Pero Gwydion no parecía escuchar, y antes de que Will terminara, emitió un largo gemido de desesperación.</p> <p>—Las perspectivas son peores que antes. Tantos han sido los que han conspirado contra nosotros que Maskull se saldrá con la suya. Cuando se enfrentó a mí en el Anillo del Gigante sus palabras no eran más que argucias. Ahora, yo soy el débil. ¡Y demasiado viejo para resistirme a él! ¡Así es como acaba la Ultima Era!</p> <p>Willow miró al hechicero con gravedad y dijo:</p> <p>—Lo único que quiero saber es dónde está Bethe.</p> <p>La mirada de Gwydion despreció las preocupaciones de Bethe, aunque después se esforzó por dar una respuesta.</p> <p>—Edward, Lord de Marches, vino aquí hace un tiempo para reclamar este trozo de piedra, al que él considera un monumento de su victoria. Asegura que Lady Cicely está esperando en el puerto de Dungelgan. Ella permanecerá allí hasta que se sepa el resultado de la batalla. Debido a la victoria de Ebor, es de esperar que Bethe acuda con ella.</p> <p>—¿Esperanza? —replicó Will—. Haremos más que esperar. ¿El duque y la duquesa tienen intención de reunirse aquí?</p> <p>—Ése no es el plan de Richard. Edward dice que su padre debe continuar hacia el sur a toda velocidad. Se reunirá con los vencedores del campo de Delamprey en algún lugar seguro entre aquí y Trinovant. Desean entrar juntos en la ciudad de forma triunfal, con Richard y el rey montando uno al lado del otro. Richard quiere enfrentarse a la piedra de Scions. También quiere formular preguntas a Magog y a Gogmagog.</p> <p>—¿Quién? —preguntó Willow.</p> <p>—Magog y Gogmagog son los guardianes del trono —respondió Will torpemente—. Ellos…</p> <p>Pero Gwydion le interrumpió.</p> <p>—La piedra de Scions es la auténtica guardiana del trono. Está situada en la base del trono del Salón Blanco de Trinovan. Fue incorporada al reino procedente de Albanay, pero antes moraba en la Isla Bendita, en Tara, y era la piedra sobre la que se coronaba a los reyes. Antiguamente, fue extraída de la ciudad de Falias por un miembro del Ogdoad llamado Morfesa. Decía que las hadas la habían construido, y quizá sea cierto, porque ningún rey se sentó en el trono del Reino demasiado tiempo sin su aprobación.</p> <p>—¿Y los otros dos —quiso saber Willow—, Magog y Gogmagog?</p> <p>Gwydion asintió con la cabeza.</p> <p>—Cuando el rey Brea capturó la Isla de Albión, esos dos fueron los últimos gigantes derrotados. Se convirtieron en los criados leales de Brea, y durante muchos años sirvieron en el palacio del Salón Blanco. Cuando murieron, se tallaron dos enormes estatuas de madera de roble con su figura, y se dejó un gran poder mágico sobre sus cabezas. Están en sus hornacinas, detrás del trono, y se pronuncian en contra de cualquier hombre que trate de sentarse en él sin el mandato de soberanía… —Gwydion se atascó con sus palabras, como si hubiera sido presa de un repentino brote de aturdimiento, y luego trató de levantarse—. Debo irme con antelación para preparar el terreno en Trinovant para contener el día de la llegada del duque Richard…</p> <p>—Me parece —dijo Willow— que el Maestro Gwydion no está en condiciones de ir a ninguna parte.</p> <p>El hechicero hizo sonar las odiosas esposas, y dijo apretando los dientes:</p> <p>—Carezco de poderes, aunque debo intentar salvar cualquier ventaja con la que pueda contar. Algún leve retraso puede hacer retroceder el avance de Maskull.</p> <p>Will, cansado por sus esfuerzos pero también por el abatimiento del hechicero, notó que le fallaban las fuerzas y el estado de ánimo. Pero había prometido toda su fuerza, de modo que se tranquilizó para reanudar sus esfuerzos.</p> <p>—Lucharemos por ti —respondió Will, mientras cogía la mano de su esposa—. Viajaremos contigo, Maestro Gwydion, al menos hasta que el duque Richard y su séquito llegue. Cuando recuperemos a nuestra hija, ya sabremos qué hacer.</p> <p>Pero el hechicero miró a la pareja con mirada vacía.</p> <p>—Creo que es mejor que regreséis al Valle, al lugar al que pertenecéis. Si ahora el Reino se encamina hacia la destrucción, es mejor que esperéis en la tranquilidad de vuestro hogar. Pasará un año, quizá dos con suerte, antes de que el fuego mágico de Maskull caiga sobre vosotros. Ya visteis lo ocurrido en Pequeña Matanza. El final fue doloroso y contundente. Saber que el final se acerca, aunque no conocer el día concreto, puede parecer una tortura insoportable, pero no es muy distinta a la carga que soportan todos los mortales. No dispondréis de demasiado tiempo para disfrutar de las delicias de esta vida, y, por supuesto, os perderéis la satisfacción de ver crecer a vuestra hija…</p> <p>—¡Ya está bien de tanta cháchara! —atajó Willow—. ¡Puede decir las cosas claras cuando quiera, pero no es demasiado valiente ni inteligente presentar un cuadro de desgracias, Maestro Gwydion, por muy bajo de moral que se encuentre usted!</p> <p>El hechicero acercó la cabeza de Willow entre sus manos.</p> <p>—No lo lamentes, porque lo que he contado es cierto.</p> <p>Ella negó con la cabeza, tuvo la impresión de que se le había agotado la paciencia.</p> <p>—Pues bien, si eso es lo que nos depara el futuro, será mejor que peleemos por otra cosa. Esa es mi opinión. Mientras tanto, le recuerdo que tiene una promesa que cumplir. Will me dijo que contaría todo lo que supiera sobre el Niño Negro al terminar la batalla, y ha llegado el momento. De modo que será mejor que vaya rápido y nos explique todo lo que sepa sobre ese villano. Debemos saber por qué tiene tantas ganas de matar a Willand, porque creo que no hemos visto su peor cara, y pienso que no hay nada peor como morir por una razón desconocida.</p> <p>Willow expresó sus sensatos pensamientos para incitar las palabras del hechicero, pero Gwydion agachó la cabeza y no dijo nada. De repente, Willow se levantó y, acariciando el brazo de su marido, dijo:</p> <p>—Necesito tomar el aire.</p> <p>Will siguió a su esposa, y se alejaron un poco de la tienda.</p> <p>—¿Qué ocurre?</p> <p>—Las esposas están sangrando —murmuró Willow a modo de respuesta.</p> <p>—¿Sangrando?</p> <p>—Están sangrando mal. Están afectando su mente. Trata de combatir esa sensación, pero no puede. ¿Lo entiendes? Dijiste que lo soltaste de ese pilar, aunque él te disuadió al respecto por miedo a lo que ocurriera. Parte de esa nube que alberga en su interior está acabando con él.</p> <p>Will tragó saliva y contuvo el impulso de darse media vuelta.</p> <p>—Tienes razón.</p> <p>—Entonces, ¿qué hacemos?</p> <p>Will pensó por unos instantes, y contestó:</p> <p>—Tiene que sacarse esas esposas de inmediato.</p> <p>—¿Pero cómo? Creo que será más peligroso.</p> <p>—Tal vez.</p> <p>—Sin duda, si contienen algún tipo de maldad de las piedras…</p> <p>Will entendió de inmediato la preocupación de su esposa.</p> <p>—Sé lo que puedo hacer. Utilizaré el trozo que queda de piedra.</p> <p>—¿Qué?</p> <p>—Entra en la tienda y sigue hablando con él. Cuando venga, debes agarrar a Gwydion con firmeza. A pesar de las apariencias, es un hombre fuerte. Aunque esas esposas le debiliten, luchará como un león.</p> <p>—¿Estás seguro?</p> <p>—Haz lo que te pido.</p> <p>Will se marchó y empezó a prepararse para la inminente batalla. Encontró el lugar adecuado en una ligera pendiente donde las pautas de la tierra giraban entre sí. Asentó los pies en el suelo y empezó a absorber su energía. Al principio, tomó ese poder con cierta codicia. La energía penetró sus piernas causando una ligera rampa en los músculos; luego ascendió amenazando con atenazar las rodillas. Era como un hombre sediento: bebía de la energía, y luego la escupía. Pero pronto notó una sensación más fría que fluía en sus huesos. Colmó su pecho y llegó hasta las manos y la cabeza hasta que, una vez más, se convirtió en la estrella blanca rodeada de luz. El tiempo se detuvo, luego transcurrió con rapidez y luego pareció detenerse. Will notó al mundo entero en su interior y no había nada que se interpusiera entre su espíritu infinito y lo que había debajo de la tierra. Luego, de repente, el flujo cesó y Will recobró su identidad. Se sentía perplejo y renovado a la vez. La mancha que había notado en su corazón había desaparecido.</p> <p>Cuando entró en la tienda, su mente estaba muy concentrada. Se acercó al trozo de piedra, colocó las dos manos sobre ella y empezó a soplar, a expulsar parte del poder que acababa de recibir.</p> <p>Su aliento se tornó cálido, y si Gwydion estuviera en sus cabales, se habría dado cuenta de que alguien estaba conspirando contra él. Pero el hechicero ni siquiera se movió. Willow le formulaba preguntas sobre Bethe, sobre el Valle y lo que les contaría a sus vecinos acerca de su ausencia. Pero luego, Gwydion levantó la cabeza.</p> <p>—¿Qué estás haciendo?</p> <p>El cuerpo de Will ocultó el trozo de piedra. No contestó; de hecho, no podía hacerlo porque se encontraba en plena faena. Cuando pensaba en enfrentarse a una piedra de batalla, todos sus esfuerzos parecían encontrar resistencia. Sin embargo, aquí fue aceptada su voluntad y necesitó encontrar un tipo distinto de equilibrio. Era como empujar algo que no se resistiera, y avanzara con rapidez.</p> <p>Will se sintió animado por la nueva situación, así como por el hecho de que la parte superior de la piedra brillara con facilidad. El rojo se convirtió en amarillo, y el amarillo en blanco. Luego el destello se fundió hasta volverse líquido, como la cera de una vela ardiendo.</p> <p>Gwydion se levantó de un salto y asió a su amigo por el brazo. Gritó:</p> <p>—¿Qué intromisión es ésa?</p> <p>—Confía en mí, Gwydion.</p> <p>—<i>¡O miec a cheait!</i> —El hechicero se apartó de la piedra, pero Willow se había situado detrás de él. Colocó sus manos alrededor del pecho a la altura del esternón para sostenerlo fuerte. Will trazó una marca de contención en la frente del hechicero, y acabó con toda oposición.</p> <p>—Tengo que ocuparme de ello antes de que te destruya.</p> <p>—¡No debes romper eso!</p> <p>—No es necesario, se disolverá por sí misma.</p> <p>—Pero la piedra está llena de mal. No dejes escapar sus emanaciones. ¡No lo hagas!</p> <p>—No lo haré. —Will cogió a Gwydion por las muñecas y acercó las manos hacia el charco blanco de hierro fundido.</p> <p>—Pero no tienes el poder para contenerlo. ¡Ah!</p> <p>Fue demasiado tarde. Willow aguantó hasta que la mente de Will se concentró en su curso. Se le pusieron los pelos de punta al pronunciar los hechizos que dirigían sus poderes. Luego, <i>colocó</i> las manos del hechicero sobre el improvisado horno, y vio cómo los dedos prendían fuego.</p> <p>—<i>Cher mhac maer ane t-athair thu</i> —gritó Gwydion, luchando contra los impulsos de su amigo. Su rostro resplandecía con un extraño brillo al observar los dedos. Los huesos quedaron carbonizados, aunque el oro permanecía en sus muñecas como mantequilla hervida. Al final, las esposas cayeron sobre el charco y desaparecieron.</p> <p>La luz del horno se apagó. La piedra se encogió hasta quedar reducida a cenizas grises. Cuando Will apartó las manos de Gwydion, vio que sus manos no presentaban ninguna marca. No había ni rastro del daño, ninguna explosión de maldad. Ni siquiera el atisbo de humo negro que había surgido de la cadena negra en el sótano, y el hechizo tampoco se volvió contra ellos.</p> <p>Gwydion se quedó asombrado al examinar sus manos intactas. Will estaba muy orgulloso de sí mismo. Pero… ¿y el precio?</p> <p>—Aquí no hay que pagar nada. Recuerda el residuo de bondad que existe en cada piedra de batalla drenada. Esperaba que eso bastaría para contener el mal que Maskull introdujo en esas esposas.</p> <p>Gwydion puso los ojos en blanco.</p> <p>—¿Esperabas?</p> <p>—¿Qué otra cosa podía hacer? Me dijiste que todo estaba perdido.</p> <p>—¡Las esposas me hacían hablar de ese modo!</p> <p>—Pero me recomendaste atender a mi voz interior. Desde luego, el trozo de piedra ya no nos servirá de mucho, pero merecía la pena pagar el precio, ¿no crees?</p> <p>Gwydion volvió a poner los ojos en blanco y se agachó, agotado por la experiencia.</p> <p>—Espero que Edward no te eche las culpas por destruir su precioso botín de guerra.</p> <p>—Lo hará.</p> <p>Willow tiraba de la manga de Gwydion entre sollozos.</p> <p>—Creo que nuestro amigo ha recuperado su estado de ánimo. Ahora, Maestro Gwydion, recuerde que un giro bueno merece otro. ¿No es lo que dicen los magos? Debemos conocer la razón por la cual Chlu se parece a Willand. ¿Maskull lo creó de este modo a través de un hechizo? ¿Y por qué?</p> <p>Cuando Gwydion dudó una vez más, la ligereza de Will le abandonó.</p> <p>—Hace un tiempo creía que Maskull era mi padre, y aunque tú me aseguraste que no lo era, no entiendo por qué me dijo: «Yo te hice, y por tanto puedo deshacerte con la misma facilidad».</p> <p>—Tal vez haya llegado el momento de que lo sepas. —Gwydion parecía incompleto sin su báculo en el que apoyarse—. Escucha y aprende, y por último llega (por utilizar una fórmula antigua) a un verdadero conocimiento. Durante mi cautiverio, se me reveló lo que hasta ahora permanecía oculto, y este conocimiento me ha servido para entender algunas cosas. Puesto que no me cabe la menor duda de ello, no veo razón alguna para ocultarte los secretos que ha albergado mi corazón. Primero, que el nombre de Chlu se escribe según la lengua verdadera del oeste: L-l-y-w. Ése es su verdadero nombre, Will, y nunca debes pronunciarlo en un hechizo, por muy grande que sea la tentación. Si lo haces, te destruirás a ti mismo.</p> <p>Will parpadeó sorprendido.</p> <p>—Eso carece de sentido. Sin duda alguna…</p> <p>Gwydion no admitía objeciones.</p> <p>—Lo que te explico es una profecía. El segundo secreto es que, aunque Chlu haya actuado como agente de Maskull, su forma y aspecto no es el resultado de un encantamiento. Cuando miras a Chlu estás viendo su auténtico aspecto físico porque… Chlu es tu hermano gemelo.</p> <p>—¿Mi hermano? ¿Cómo es posible?</p> <p>—Chlu es todo lo que tú no eres. Incluso de muy pequeños erais así. Aunque tú te sentías atraído por el cumplimiento de tareas nobles, él caía siempre hacia travesuras. Aunque tú eras concienzudo y procurabas el bien de tus amigos, él era egoísta y se regocijaba con la crueldad. Ahora que los dos sois hombres, sientes las necesidad de conocer a Chlu y de amarlo como hermano, mientras que él sólo quiere destruirte en la medida de lo posible. Su deseo es demostrar que él es el fuerte, y ese anhelo ha sido explotado por Maskull. Pero existe una conexión más profunda entre Chlu y el traidor.</p> <p>—Eso es lo que no entendemos —intervino Willow—. ¿Por qué Maskull quiere encontrar a Will?</p> <p>—En parte, esa respuesta explica el tercer secreto. Fue Morann y yo quienes trajimos a Will al Valle. Will no lo sabe, aunque siempre me ha preguntado dónde lo encontramos. Ahora puedo revelar el lugar.</p> <p>»En la primavera del año veinte del reinado de Hal, cuando Cuckootide cayó en luna llena, yo cabalgaba en busca de Maskull. Me detuve en un lugar no muy lejos de aquí. En esa época, le había tendido una trampa, y creía que si podía enfrentarme a él en un lugar adecuado, en un día de importancia mágica, entonces podría encerrarle y acabar con este conflicto.</p> <p>»Sin embargo, detectar sus movimientos siempre ha sido una labor compleja. Ese día en cuestión, tres días antes del momento mágico, le perdí. Empezó a cernerse una oscuridad en el lugar, y mientras pensaba en dónde pasar la noche, crucé un claro boscoso en el que percibí el olor a brujería. "Por su magia lo conoceréis", reza el refrán, y yo sabía perfectamente que esa energía era la de Maskull, dedicándose a algo que no podía ser bueno. No dudé de su procedencia, aunque era magia mezclada con un poder mucho más antiguo. De este modo, me sentí atraído hacia la dirección de una torre que conocía. Pensé que Maskull la habría encontrado y convertido en su santuario particular. Mi mejor esperanza consistía en cogerle por sorpresa y, si podía, reducir a nada su plan de dirigir los designios del mundo. Pero a medida que avanzaba la noche, sentí que el suelo temblaba a mis pies y los árboles empezaron a tambalearse.</p> <p>»Primero pensé en un terremoto, ya que esos sucesos ocurren a veces cuando los salones de las hadas se derrumban en el Reino Inferior. El poder que provocó ese movimiento de tierras era distinto, porque apareció de repente desde la parte superior de la torre un rayo violeta que giraba a gran velocidad. Era una magia poderosa y dirigida con acierto, aunque su estilo recordaba sólo al de las hadas.</p> <p>»Era lo último que esperaba, porque las hadas jamás habían figurado entre las preferencias de Maskull, y nunca se preocupó de estudiar sus artes. Caminé con cuidado entre la maleza, deteniéndome ante las copas de grandes árboles. Me parecía que esos troncos se movían como las piernas de gigantes enormes, porque el rayo caía con mayor rapidez sobre mi cabeza. Aun así, me detuve cuando estaba a punto de salir al jardín que se abría al pie de la torre, y me di cuenta de que la puerta estaba ardiendo. Maskull creó un anillo de fuego para pasar a través de él y esconderse en los bosques, corriendo como si su vida dependiera de ello.</p> <p>»Imagina mi sorpresa, pero cuando alcé la mirada hacia el cielo para observar esa luz que se movía tan rápido en el aire, una enorme nube se levantó desde la parte superior de la torre. Fue una gran conmoción para mí. Una oleada de dolor recorrió mi cuerpo, y fue una agonía que jamás había experimentado.</p> <p>»Mientras permanecía allí, unos fragmentos de piedra cayeron como lluvia de los árboles. No sé cuánto tiempo permanecí en el suelo. Al principio, pensé que Maskull había descubierto mi llegada y preparado un sonoro recibimiento. Luego pensé que quizá vi por casualidad la luz de un almacén de polvos de brujo. No sería la primera vez que sus experimentos salen mal, aunque en crear armas no hay nadie que le supere. Ninguna de estas explicaciones era convincente, pues advertí que ese destello acarreaba cierto poder de las hadas. Eso era un acontecimiento sin precedentes en esa época. Supe que las pruebas de Maskull en la torre tenían un objetivo más siniestro.</p> <p>Will estaba nervioso. Escuchó el persuasivo poder de la voz del hechicero, y sabía que revelaría algo importante, aunque Gwydion no quería soltarlo a la primera.</p> <p>—Me vas a decir, de algún modo, que Maskull es mi padre —interrumpió Will—, ¿verdad?</p> <p>El rostro del hechicero era indescriptible.</p> <p>—Willand, no pienses eso, aunque quizás acabes por decidir que la verdad es mucho peor.</p> <p>—¿Peor? —gritó Willow—. ¿Qué importan los orígenes de Will? ¡Es uno de los hombres más buenos que conozco!</p> <p>Gwydion levantó una mano.</p> <p>—No me cabe la menor duda de ello, pero como me preguntaste la verdad, ahora tendréis que oírla. Cuando recobré el sentido, me acerqué a los cimientos de la torre destruida. Una neblina impregnaba la luz de la luna, y el lugar parecía fantasmagórico. Poco a poco fui percibiendo un sonido, el de dos niños que lloraban. De hecho, lloraban sonoramente, de modo que me acerqué a la torre y subí a un rincón situado justo debajo de la torre. Allí encontré, desnudos y abandonados, a dos bebés. El primero era un varón, y el segundo también, y eran como dos gotas de agua. Los habían dejado sobre una piedra, una tabla tallada en un solo bloque, algo parecido a los altares de los Invidentes. Una gran losa de mármol verde y rojo en la que había dos pequeñas figuras…</p> <p>Will supo de inmediato a qué se refería Gwydion.</p> <p>—Eran los peces, el salmón saltarín.</p> <p>Willow cogió la mano de su marido, y dijo:</p> <p>—Venga, Maestro Gwydion.</p> <p>—Cuando observé, vi que un niño se movía en dirección al pez rojo, y el otro hacia el verde, y cada uno de los bebés cogió la figura que tenía más cerca. Pero no había ninguna otra señal. Me preguntaba qué debía hacer. Tenía un problema, porque no había forma de saber a quién pertenecían esos bebés, o qué debía hacer con ellos.</p> <p>»Una cosa era segura: los pequeños no podían dejarse con Maskull. Como estaban desnudos y sin madre, me pareció que necesitarían cuidados atentos, y además parecían hambrientos. Me enfadé al comprobar que Maskull había corrido a salvarse sin pensar en los pequeños. De modo que bailé unos pasos mágicos de protección, y mientras bailaba, intenté prever el propósito por el cual esos bebés estaban allí, descubrir qué papel desempeñaban en los ambiciosos y macabros planes de Maskull. Era evidente que Maskull ya había movido ficha, al menos en espíritu, respecto al extraño futuro que les deseaba, y les desea, para infligir al mundo.</p> <p>—Al final, recordé ciertas profecías del Libro Negro, las relacionadas con el Hijo del Destino y la tercera llegada del rey. Cuando se urdieron los hechizos, tracé un plan. Sabía que debía moverme con cautela, antes de que Maskull descubriera mi audacia y regresara a la torre. Cogí a los bebés, uno en cada brazo, y me escondí en los bosques. Toda la noche estuve caminando entre las profundidades y las espesuras del bosque hasta llegar a un lugar que me gustaba. Llamé urgentemente a Morann para que se reuniera conmigo.</p> <p>Gwydion suspiró.</p> <p>—El resto, Willand, ya lo sabes. Caminamos varias leguas esa noche, antes de partir. Entonces, Morann se llevó a uno de los bebés a Pequeña Matanza y el otro al Valle.</p> <p>El corazón de Will latía como un tambor; tragó saliva. Las palabras de Gwydion requerían una detenida consideración. No explicaban todo lo que quería saber, pero las palabras de la Madre Brig empezaron a cobrar sentido:</p> <div id="poem"a> ¿Será la oscuridad,<br> Será la luz,<br> Torcerá su hermano hacia la izquierda o hacia la derecha?<br> ¿Se refugiará,<br> Luchará,<br> Se levantará su hermano y luchará?<br> </poema> <p>Will y Gwydion se miraron.</p> <p>—Me lo hubieras podido contar antes.</p> <p>—¿Tú crees? ¿Cuando cada hilo del gran tapiz del destino influye en toda la obra? ¿Debería, sin ninguna razón convincente, ajustar el destino de un Willand, o de un Arturo, cuando todavía albergo algunas dudas? Pero, si yo estuviera en tu lugar, vería las cosas de otro modo. La pregunta que te quiero formular es la siguiente: ¿lo que acabo de contar te sirve para prestarme más atención, o menos?</p> <p>Will respiró hondo y miró con lágrimas en los ojos.</p> <p>—Todavía te tengo en gran estima, Gwydion, y siempre la tendré.</p> <p>—Lo mismo digo —añadió Willow.</p> <p>Gwydion se levantó, aunque su rostro seguía expresando gravedad.</p> <p>—Vuestra elección me complace más de lo que puedo manifestar. De ahora en adelante, debemos ser valientes sin rozar la estupidez. Me han roto el báculo y ahora debemos enfrentarnos a un gran ejército que amenaza con destrozarnos, porque últimamente he descubierto la oscura conexión aritmética sobre el funcionamiento de las piedras de batalla, y eso, más que cualquier otra cosa, me ha causado una gran preocupación. Es posible que la pérdida de tu salmón se haya producido en un momento crítico, porque sé que incluso el daño que enviamos por los aires tiene funestas consecuencias para el mundo, por muy buenas intenciones que se tengan. Hemos sido testigos de lo que ocurre cuando una piedra de batalla envía su mal sin restricciones, pero nuestro problema es más grave de lo anticipado, porque el daño que conseguimos extraer se dispersará como un humo venenoso que repartirá daño en pequeñas cantidades, aunque también destruirá los planes del futuro que tanto desea Maskull. El sendero hacia ese futuro, al parecer, está compuesto de diminutos e incontables actos de mala fe, del mismo modo que de una gran calamidad. Por tanto, debemos encontrar una nueva solución. Quienes han perecido en las batallas de esta guerra han muerto por nosotros, amigos míos. Nuestra opción de construir un futuro les ha costado la vida. No traicionemos su memoria.</p> <p>Willow se echó a llorar. Will la abrazó y pensó en Bethe. Luego cogió la mano del hechicero.</p> <p>—Te prometo, Maestro Gwydion, que juntos llevaremos esta gran lucha a su conclusión, y que eso ocurrirá muy pronto. ¡No fracasaremos!</p> <p>Cuando salieron al exterior, se dieron cuenta de que el sol se había puesto. Las estrellas colmaban la enorme cúpula del cielo impregnado de neblinas, y las mariposas que se habían posado sobre la tienda negra habían desaparecido.</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">APÉNDICE I</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">El Ogdoad</p> <p style="margin-top:5%">El Ogdoad se creó durante la primera era, la Era de los Árboles. Había nueve guardianes, pero cuando la magia abandonó el mundo, las eras declinaron. De este modo, al final de cada era, el pantarca y sus ayudantes más destacados partieron hacia el Lejano Norte, dejando al menor de sus miembros para que se convirtiera en el nuevo Pantarca.</p> <p>Era de los Árboles:</p> <p style="text-indent: 3em">CELENOST (Pantarca)</p> <p style="text-indent: 3em">Brynach (su ayudante)</p> <p>Era de los Gigantes:</p> <p style="text-indent: 3em">MAGLIN</p> <p style="text-indent: 3em">Urias</p> <p>Era de Hierro:</p> <p style="text-indent: 3em">ESRAS</p> <p style="text-indent: 3em">Morfesa</p> <p>Era de la Esclavitud y la Guerra:</p> <p style="text-indent: 3em">SEMIAS</p> <p>Era de la Disputa:</p> <p style="text-indent: 3em">Gwydion y Maskull</p> <title style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; line-height: 400%; hyphenate: none">APÉNDICE II</p> </h3> <p style="text-align: center; text-indent: 0px; font-size: 125%; font-weight: bold; hyphenate:none">El Lorc</p> <p style="margin-top:5%">El Libro Negro hacía referencia a nueve líneas, pero no son iguales. El flujo más débil es el Heligan, mientras que Eburos, el más intenso, es casi el doble. Este listado muestra las líneas por orden de intensidad, así como los árboles con quienes guardan una relación.</p> <p>1. Eburos……….., Tejo</p> <p>2. Mulart…………, Olmo</p> <p>3. Bethe…………, Abedul</p> <p>4. Indonen………, Fresno</p> <p>5. Caorthan…….., Serbal</p> <p>6. Tanne…………, Roble</p> <p>7. Celin………….., Acebo</p> <p>8. Collen…………, Avellano</p> <p>9. Heligan………., Sauce</p> <p>Todas las piedras de batalla se encuentran al menos sobre una línea. Las líneas, que son siempre rectas, se cruzan en 24 puntos en torno al Reino. Siempre hay una piedra en los cruces de líneas, pero no todas las que se encuentran sobre el lorc son piedras de batalla.</p> <p style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> </p> <p></p> <p style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> </p> <p></p> <p style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> </p> <p></p> <p style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> </p> <p></p> <p style="page-break-before:always; text-indent: 0px"> </p> <div class="modal fade modal-theme" id="notesModal" tabindex="-1" aria-labelledby="notesModalLabel" aria-hidden="true"> <div class="modal-dialog modal-dialog-centered"> <div class="modal-content"> <div class="modal-header"> <h5 class="note-modal-title" id="notetitle">Note message</h5> <button type="button" class="btn-close" data-bs-dismiss="modal" aria-label="Close"></button> </div> <div class="modal-body" id="notebody"></div> </div> </div> </div> <div style="display: none"> <div id="n1"> title </div> <div id="n2"> title </div> <div id="n3"> title </div> <div id="n4"> title </div> <div id="n5"> title </div> </div> <!-- bodyarray --> </div> </div> </section> </main> <footer> <div class="container"> <div class="footer-block"> <div>© <a href="">www.you-books.com</a>. 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