Justin Somper

Vampiratas

Para Sally,

por las muchas veces que me ha ayudado a remontar cuando había tocado fondo.

¡Este es para ti!

Los siguientes acontecimientos suceden entre el final de VAMPIRATAS: DEMONIOS DEL OCÉANO y el principio de VAMPIRATAS: UNA OLA DE TERROR…

¡Atención a quienes viajáis por primera vez con la tripulación de los VAMPIRATAS! No necesitáis haber leído los libros anteriores para disfrutar con VAMPIRATAS: EMBOSCADA EN EL OCÉANO… así que, ¡adelante, zambullíos en esta nueva aventura!

Índice

Argumento 6

1

Permiso para bajar a tierra 7

2

La Competición 11

3

Refriega 17

4

El Lorelei 23

5

Baño nocturno 28

6

Los colas de pez 33

7

Cisma 38

8

El tiburón 41

9

La bahía del Infierno 43

10

En las profundidades 47

11

El final

12

Vuelta a la superficie 56

Argumento

¡Qué bien sienta a los piratas un merecido descanso! No hay nada mejor que las tabernas del puerto para reponer fuerzas y divertirse…

Para Connor y sus amigos este permiso va a ser todavía más especial: una muchacha de belleza espectacular les invita a pasar el fin de semana juntos en su barco, el Lorelei. Lo que parece un plan fantástico se convertirá en la peor de sus pesadillas…

1

Permiso para bajar a tierra

- ¡Cuarenta y ocho horas! -exclamó Bart, sonriendo de oreja a oreja.

- ¡Dos días enteros y, sobre todo, dos noches enteras! -dijo Jez con cara de felicidad.

Juntos, los jóvenes piratas exclamaron: «¡Permiso para bajar a tierra!» antes de chocarse esos cinco y dar un grito de alegría.

Su amigo, Connor Tempest, negó con la cabeza, sonriendo. A sus catorce años, era uno de los piratas más jóvenes de su barco, el Diablo, pero eso no era óbice para que sus amigos quisieran llevarlo por el mal camino a la menor ocasión. Connor sabía cuan entusiasmados estaban de poder bajar a tierra, pese a la dedicación con que servían al capitán Molucco Wrathe.

- Solo hay una cosa mejor que ser un pirata a bordo de un barco pirata -había afirmado Jez hacía unas horas mientras se alejaban del Diablo- y es ser un pirata de permiso, ¡con las manos libres y el bolsillo lleno!

Ni Jez ni Bart habían dejado de sonreír en todo el trayecto. Ahora, Connor, que estaba al timón, se adentró en una ensenada atestada de barcos mientras ellos saltaban como dos niños entusiasmados, casi volcando el esquife.

- ¿Así que este es el sitio? -les gritó Connor.

- ¡Eso es! -exclamó Bart-. La calle del Marinero… o, si lo prefieres, ¡la calle del Pecado!

Connor miró los áridos y escarpados acantilados que se erigían por detrás de los barcos. Estaba anocheciendo rápidamente y el litoral parecía cada vez más tenebroso e inhóspito.

- ¿Dónde está exactamente la calle? -preguntó-. Ahora mismo, lo único que veo son farallones. Pensaba que habíais dicho que el sitio estaba plagado de bares, tabernas y eso. ¿Cuánto vamos a tener que andar cuando bajemos a tierra?

- ¿Estás ciego, señor Tempest? -preguntó Jez-. ¡Mira a tu alrededor!

- No vamos a bajar a tierra -aclaró Bart-.Ya estamos en la calle del Marinero. ¡Es una ciudad flotante!

Mientras conducía el esquife entre la aglomeración de barcos que se erigían a su alrededor, Connor se fijó mejor en ellos. Estaban atestados de personas y alumbrados con faroles. Había música sonando a todo volumen, un ensordecedor cóctel de música rock, canciones tradicionales y versiones thrash metal de salomas marineras. Lo invadió un súbito entusiasmo. ¡Las tabernas eran los barcos!

Más adelante, había un espléndido junco con la silueta de un ave en distintas etapas del vuelo dibujada en cada una de sus velas rojas. Cuando se acercaron, Connor leyó su nombre en el casco: el Loro sangriento.

- Ah -dijo Jez con admiración-, ¡el Loro sangriento! ¡He oído que su tripulación vino para echar un vistazo y ya nunca se fue!

- Después, nos tomaremos una copa ahí -dijo Bart.

- ¡Después, nos tomaremos una copa en todos los barcos! -exclamó Jez.

Connor negó con la cabeza. Preveía cómo iba a terminar aquel permiso. ¿Quién sabía en qué estado se encontrarían Jez y Bart el domingo por la noche? Era entonces cuando el Diablo vendría a recogerlos a la calle del Marinero.

- ¡Ay! No pongas esa cara de preocupación -dijo Jez, despeinándolo.

- No, no, señor Tempest -añadió Bart-, ¡vamos a cuidar bien de ti! -Se encaramó a la borda-. Después de todo, somos los Tres Bucaneros, ¿no es así?

Connor asintió con la cabeza. Aquel apodo se le había ocurrido a una compañera, Sable Cate, y ahora todo el mundo los llamaba de ese modo.

- Uno para todos… -gritó Bart, alzando la voz para que la música del Loro sangriento no ahogara sus palabras. Parte de su clientela se asomó a la borda para mirarlos con curiosidad.

- ¡Y todos para uno! -gritaron Connor y Jez.

Por fin, Connor atisbo un amarre vacío y metió diestramente el esquife en el hueco.

- ¡Buen trabajo! -gritó Bart, saltando al embarcadero de madera y haciendo hábilmente los nudos de rigor.

Jez tiró de Connor para sacarlo del esquife.

- ¡No te entretengas! ¡Sólo tenemos cuarenta y ocho horas!

Connor se vio propulsado por el embarcadero. Éste pronto empalmó con otros, formando una cuadrícula de pasarelas. Jez y Bart caminaban resueltamente, pero Connor iba más lento, mirando de acá para allá para no perderse nada. A su alrededor, las tabernas flotantes se disputaban su atención: el Marinero sinvergüenza, el Poseidón, Bala de cañón…

Había incluso un barquito donde hacían tatuajes. Connor se detuvo un momento para ver al tatuador en acción. Siempre había querido hacerse un tatuaje. En la entrada del barco había una serie de banderas, que mostraban los diversos dibujos. ¿No sería estupendo que los tres bucaneros se hicieran el mismo tatuaje? Vio un dibujo de tres sables. Vaya, ¡eso sí que sería perfecto!

- ¡Eh! -gritó a Bart y Jez, pero ellos ya estaban mezclándose con la multitud.

- ¿Sí? -gritó una joven justo por delante de él, con los tirabuzones pelirrojos ondeando al viento.

La muchacha se volvió y Connor vio que, de hecho, era una mujer madura -muy madura-. Los tirabuzones no eran suyos, sino de una peluca nada favorecedora, tenía la cara embadurnada de colorete y sus pestañas postizas eran tan largas y gruesas como las patas de una tarántula.

- Soy Rosa -dijo, sonriéndole con su boca desdentada-. Rosa Salvaje, me llaman. ¿Quieres saber por qué?

- ¡Tenemos prisa! -gritó Jez, acudiendo en rescate de Connor-. ¡Mucha prisa! Andando, señor Tempest. ¡No debemos separarnos! -Agradecido, Connor se dejó arrastrar por su amigo.

- Te ha ido de poco -se rió Jez-. Más te vale tener cuidado, joven Tempest. ¡En la calle del Marinero acechan peligros de toda clase!

- Eh, chicos, ¿qué os parece esto? -Bart estaba algo más adelante, de pie junto a la pasarela de un hermoso junco antiguo. Connor vio su nombre pintado en un lado del casco con letras plateadas: el Delfín Sarnoso.

Bart estaba señalando un cartel…

Competición de pulsos esta noche.

¡Empieza a las siete en punto!

¡El que gane tiene cerveza y cangrejos gratis!

- ¡Cangrejos! -dijo Connor-. ¡Ñam! ¡Contad conmigo!

- Mientras haya cerveza… -dijo Jez.

- ¿Entráis o seguís andando, chavales? -bramó un gorila al pie de la pasarela.

- ¡Entramos! -exclamó Bart, subiendo por la pasarela a grandes zancadas.

- ¡Entramos! -repitieron Connor y Jez, pisándole los talones.

Connor tenía el pulso acelerado. Una cosa era segura: ¡los Tres Bucaneros iban a vivir unas cuantas aventuras antes de regresar al Diablo!

2

La Competición

La cubierta del Delfín sarnoso estaba poco iluminada. Connor tardó un rato en habituarse a la penumbra.

- ¿Dónde hay que apuntarse para la competición de pulsos? -oyó que decía Bart.

Bart y Jez estaban hablando con el cantinero, un hombre fornido que llevaba una camiseta sin mangas. Tenía una manada de delfines tatuada en ambos brazos. Hasta los dedos llevaba tatuados, justo por debajo de los nudillos. D-E-L-F-I. Connor dedujo que debía de llamarse así.

- Llegáis un poco tarde -dijo Delfi-. La competición ha empezado hace una hora.

- ¡Pero es que acabamos de llegar! -adujo Bart.

El cantinero le sonrió con aire burlón.

- Bueno, de haber sabido que veníais, chaval, os habríamos esperado -dijo con socarronería-. No os preocupéis. Todavía estáis a tiempo. No es necesario apuntarse. Dejad un dólar en el bote y poneos a la cola. Creo que Cal ya debe de estar con ganas de tener contrincantes nuevos. Hasta el momento, los ha ganado a todos.

- ¿Cal? -dijo Bart-. ¿Quién es?

- Nada de preguntas -dijo el cantinero-. Así es como hacemos las cosas por aquí. No tenemos muchos clientes habituales. La gente viene y va como las mareas.

Bart metió tres dólares en el bote. Luego, se dirigió a Delfi.

- Parece que la suerte de Cal está a punto de cambiar. ¡Nosotros tres no tenemos intención de irnos a la cama con el estómago vacío!

- Sí, vale -dijo Delfi-. La competición es en la parte de atrás. Detrás de esas puertas.

- Gracias -dijo Bart-.Ya puede ir poniendo unos cuantos cangrejos al fuego.

Delfi le sonrió.

- Se hacen enseguida, no te preocupes -dijo.

Bart fue el primero en pasar por las puertas batientes. Detrás, había un recinto más pequeño y lúgubre, aunque no tan oscuro como para no permitirles distinguir las caras de los otros clientes cuando estos se volvieron para mirarlos. Connor leyó la expresión de sus ojos. Decía: «¿Creéis que tenéis una oportunidad, chavales? ¡Pues vais listos!»

En el centro del recinto había una pequeña mesa de madera. Delante de ella, vieron una silla vacía. Detrás, estaba Cal. Tenía la cabeza inclinada y solo se le veía el pelo, corto y de un intenso color azul. Súbitamente, Cal alzó la cabeza para mirar a los tres recién llegados, quienes se quedaron clavados donde estaban.

- ¡Eres una chica! -exclamó Bart.

- ¡No se te escapa una, amigo! -dijo Cal. Los otros clientes se rieron a carcajadas y golpearon rítmicamente el suelo con los pies-. Mis amigos me llaman Cali -añadió, mirándolo con unos ojos tan azules como su pelo.

«¿Qué clase de broma es esta?» se preguntó Connor. Cali llevaba una camiseta de tirantes y saltaba a la vista que tenía los hombros fuertes y los brazos musculosos. Pero era imposible que tuviera más fuerza que ellos… ¿no? ¿De veras era cierto que ya había batido a todos sus otros contrincantes? Sólo había un modo de averiguarlo.

- Y bien, chicos… -De pronto, Cali se puso profesional-. ¿Quién quiere empezar?

- Yo -dijo Jez, adelantándose. Connor le dio un apretón en el hombro.

- ¡Buena suerte! -dijo. Jez le guiñó un ojo y se sentó.

Cali apoyó el codo en la mesa y estiró el brazo. Jez hizo lo mismo. Sus manos se encontraron.

- ¿Listo, amigo?

Cali no hablaba como ninguna chica que Connor hubiera conocido hasta entonces. Ya estaba empezando a tomarle simpatía. Y veía que Bart tampoco le quitaba ojo.

- Listo -dijo Jez.

Fue visto y no visto. Cali abatió el brazo de Jez sin siquiera pestañear.

Hubo resoplidos de burla entre la chusma que los rodeaba.

- Imaginaba que esta vez iba a haber pelea -se quejó un viejo borracho antes de hipar y caerse al suelo.

- Buen intento, amigo -dijo Cali, sonriendo dulcemente mientras Jez se levantaba de la silla, aturdido-. ¿Quién va ahora? -preguntó.

- Yo -dijo Bart, sentándose delante de Cali. Era mucho más corpulento que ella, pero eso, en lugar de intimidarla, solo pareció divertirla.

- Habéis traído la artillería pesada, ¿eh?

Bart no dijo nada, limitándose a apoyar el codo en la mesa y tensar el bíceps.

No hubo lucha. De inmediato, Bart tuvo a Cali con el brazo horizontal sobre la superficie de la mesa. Connor sonrió. Lo único que su amigo tenía que hacer era apretar un poco más hasta que el brazo de Cali tocara la madera.

Pero no fue tan fácil como parecía. Aunque solo unos milímetros la separaban de la derrota, Cali mantuvo el brazo firme. Su cara no dejaba traslucir nada. No había en ella ninguna señal de esfuerzo.

De pronto, el brazo de Bart empezó a moverse. ¡En la dirección contraria!

«Esto no puede estar pasando -pensó Connor-. ¡Cali está dando la vuelta a la tortilla!»

Bart se resistió, pero, por su expresión, era evidente que estaba haciendo muchísimo esfuerzo. Unos segundos después, Cali le abatió el brazo.

Bart se apartó de la mesa, aturdido.

- ¡Eres fuerte! -dijo.

- ¡Gracias! -dijo Cali, guiñándole el ojo.

Cuando Bart se levantó de la silla para unirse a los demás, entró Delfi con una bandeja llena de bebidas. Sonrió a Cali.

- Parece que estos piratas no te están dando ninguna guerra.

- Piratas, ¿eh? -dijo ella, intrigada. Se dirigió a Connor cuando él se adelantó para ocupar su sitio.

- ¿No eres un poco joven para ser pirata? -preguntó.

- Tengo catorce años -dijo él-. Suficientes.

- Es uno de los mejores espadas del barco -añadió orgullosamente Bart.

- Entonces, debe de tener la mano fuerte -dijo Cali, con los ojos brillantes. Connor se sentó, ruborizado. ¿Se estaba riendo de él? Tenía los ojos de un azul increíble. Se sentía hipnotizado por ellos, como si lo estuvieran arrastrando a unas profundidades insondables.

- ¿Listo? -le preguntó Cali.

Connor le asió firmemente la mano.

- Listo -dijo.

Notó la fuerza de Cali de inmediato. Era fuerte. Muy fuerte. Pero también lo era él. No tanto como Bart, desde luego y, no obstante, parecía estar aguantando bien, al menos por ahora.

Al ver que el pulso continuaba, los clientes que los rodeaban se quedaron callados, presintiendo que por fin podía haber pelea.

Pero Connor no miró a su alrededor. Mantuvo la mirada fija en los ojos azules de Cali, sin siquiera desviarla a sus manos mientras ellas forcejeaban. Él tenía ventaja sobre ella. Lo presentía. Puede que Cali estuviera por fin fatigándose, después de haberse pasado toda la noche ganando pulsos. Se sintió eufórico. Sería estupendo poder vencer a Cali y obsequiar a sus amigos con una noche de cervezas y cangrejos gratis para celebrar el permiso.

Súbitamente, Connor notó que la mano de Cali cobraba nuevas fuerzas. Su brazo cedió. ¿Se había distraído? Puede que Cali solo hubiera estado jugando con él. Connor volvió a empujar con renovado vigor. Ahora estaban trabados, tan igualados como dos fuerzas magnéticas opuestas.

Entonces, Cali empujó. Connor concentró todas sus fuerzas en la palma de su mano, pero fue incapaz de rechazar el ataque. Notó la mesa justo por debajo de su mano. Aquello iba a terminar en cinco segundos, cuatro, tres, dos…

Pero también él poseía reservas ocultas de energía. A lo largo de los años, en todos los deportes que había practicado, había aprendido a sacar fuerzas de flaqueza justo cuando todo parecía perdido. Advirtió que el brazo de Cali estaba cediendo. No sabía muy bien de dónde había sacado las fuerzas, pero las notaba creciendo y consolidándose dentro de él. Estaba venciendo a Cali y ella no parecía poder hacer nada para remediarlo. Esta vez, tenía la certeza de que no había truco.

Cali se estaba, por fin, quedando sin energía. Connor hizo un último esfuerzo y le abatió el brazo. Se quedó tan sorprendido que olvidó soltarle la mano.

- Enhorabuena -dijo ella-. Parece que, después de todo, voy a tener que pagarme la cena.

Connor se sentía aturdido. No podía despegar los ojos de la mano de Cali, incapaz de creer que la había vencido. Ella había derrotado a todas las personas que la habían retado en aquella lúgubre taberna… excepto a una.

- ¡Bien hecho, socio! -gritó Bart, dándole una palmada en la espalda.

- Sí -dijo Jez-. ¡Bien jugado, Connor! Parece que nos has salvado el día ¡o la noche, más bien!

Sentada enfrente de ellos, Cali les guiñó un ojo.

- Bueno, ha sido divertido, chicos -dijo-, pero

ya va siendo hora de que una servidora se bata en retirada.

- ¡Espera! -dijo Bart-. Quédate. ¡Tómate una copa con nosotros!

Cali le sonrió, pero negó con la cabeza.

- Mi Lorelei me espera -dijo-. Se me ha hecho tarde.

- ¿Quién es Lorelei? -preguntó Bart-. ¿Tu hermana?

- No «quién» -respondió Cali-, sino «qué». El Lorelei es mi barco. Los otros deben de estar esperándome ya.

Bart no tenía intención de dejarla marchar sin saber más.

- ¿Qué clase de barco es? -preguntó.

Ella tardó un momento en responder.

- Supongo que podría decirse que somos un barco de buceo.

- Buceo -dijo Bart, asintiendo con la cabeza-. Me encanta bucear.

- A todo el mundo le encanta bucear -dijo ella, con los ojos azules centelleándole.

- Solo una copa -le suplicó Bart.

- No puedo, ni siquiera por ti. -Cali sonrió, pero negó con la cabeza-. Los demás me están esperando.

Bart parecía abatido. Cali se volvió y gritó:

- ¿Puede alguien traerme mi silla?

Se abrió un hueco en la oscuridad y por él salió una silla de ruedas, rodando hacia Cali. Ella se dio la vuelta y alargó una mano para frenarla. Luego, la colocó a su lado y se sentó hábilmente en ella. Connor advirtió que Cali no tenía piernas, al menos, que se vieran. Las tenía ocultas en una funda de hule, que llevaba atada a la cintura con una cuerda. Aquello explicaba la fuerza excepcional que tenía en su tronco superior, pensó.

Cali comenzó a alejarse de la mesa. Entonces, se volvió y sonrió a los tres amigos, que se habían quedado mudos de asombro.

- Caballeros, ha sido un placer conoceros -dijo-. Espero que nuestros caminos vuelvan a cruzarse.

Dicho esto, les guiñó un ojo, hizo girar las ruedas de su silla y salió a la calle del Marinero, que estaba fuertemente iluminada.

3

Refriega

- ¡Tiene los ojos azulísimos! -dijo Bart, volviendo a suspirar-. ¿Cómo describiríais ese tono de azul? ¿Celeste?

Jez rechinó los dientes.

- Chico, solo la has visto unos minutos y llevas más de una hora hablando de ella…

Bart continuó, ignorándolo.

- ¿Turquesa, quizá?

Jez puso los ojos en blanco.

- Te aseguro que no hay suficientes cangrejos en el mundo que compensen esta tortura. -Alargó la mano y le dio un apretón en el hombro-. Oye, cambia de disco. ¡Por favor!

- ¡De hecho -dijo Connor-, no es tan mala idea! -Miró la vieja gramola que había en un rincón de la taberna. Durante el tiempo que llevaban allí, solo habían sonado versiones thrash metal de salomas marineras. Después de un rato, la música era como un cruel ataque a los tímpanos.

Connor se bajó del taburete y dejó la barra para dirigirse a la gramola. Se sacó una moneda del bolsillo y echó un vistazo a las melodías. ¡Tenía que haber algo mejor que aquel estruendo! Pero, hojeándolas, le pareció que el Delfín sarnoso tenía prácticamente todas las versiones thrash metal de salomas marineras que se hubieran hecho hasta la fecha, y poco más aparte de eso.

Por fin, vio una melodía que le gustaba bastante: Las chicas de cabo Cod. Era una de las favoritas de su hermana Grace. Canción B17. Connor metió la moneda en la ranura, alzó el dedo, marcó B, luego 1… Pero, antes de poder marcar el 7, un dedo largo y blanco con la uña mordida apretó el 9.

- ¡Eh! -gritó Connor. Sus palabras quedaron ahogadas cuando la misma música thrash metal volvió a aporrearle los oídos. «¡Otra vez no!» Se dio la vuelta, furioso.

Se encontró cara a cara con un muchacho alto y flaco, no mucho mayor que él, vestido de cuero negro. El pelo, lacio y tan oscuro como su ropa, le caía sobre la frente, tapándole media cara. La mitad visible era pálida y cérea, salpicada de acné y surcada por una cicatriz amoratada. Tenía los labios blanquecinos, con una fea boquera. Cualquiera habría dicha que era un vampiro, pero, cuando abrió la boca, Connor percibió un fuerte olor a ajo.

- ¿Qué pasa? -dijo el muchacho-. ¿Discrepas de mis gustos musicales?

Connor asintió.

- Son pésimos -dijo-. Como tu peinado. Era mi dinero. Me tocaba elegir a mí.

El muchacho sonrió con aire burlón.

- Entonces, tendrías que haber sido más deprisa, ¿no?

Connor ya había tenido bastante. Puso la mano en la empuñadura de su estoque, que llevaba colgado del cinto. Desenvainándolo, le sonrió.

- Creo que soy bastante rápido, pese a todo.

El muchacho no pareció inmutarse al ver el estoque. Se metió la mano en el pantalón y sacó una navaja plegable, abriéndola con el mismo aire despreocupado como si fuera un encendedor.

Connor negó con la cabeza, divertido.

- ¿Vas a luchar contra mí con eso?

El muchacho lo miró desdeñosamente con su único ojo visible.

- Oh, no soy yo quien va a luchar contra ti. -Chasqueó los dedos. Súbitamente, aparecieron dos hombres junto a él. Decir que eran «grandes» era quedarse corto. Aquellos tipos eran descomunales. También ellos iban vestidos de cuero. Cada uno blandía un estoque afiladísimo.

- ¿Sí, jefe Moonshine? -dijo uno.

- ¿Nos ha llamado, jefe Moonshine? -preguntó el otro.

El muchacho frunció el entrecejo.

- Os he dicho que no me llaméis «jefe», ¿vale? -Miró a Connor-. Los que van a luchar contra ti son estos dos. -Alzó su navaja, acercándole la afilada hoja al cuello-. Yo solo entraré al final, para rematarte. -Connor se estremeció- Moonshine sonrió y se apartó, dejando el terreno libre a sus gorilas-. Que sea rápido, pero que sufra -les dijo.

Connor se quedó delante de la gramola, con la mente disparada. ¿Cómo era posible que aquellos dos hombretones obedecieran a aquel enano? Y -una preocupación más urgente- ¿cómo iba a salir de allí con todos sus órganos vitales intactos…?

No tuvo que preocuparse durante mucho tiempo.

- ¡Apartaos de esa gramola! -bramó una voz-. Así es, nenas, ¡os estoy hablando a vosotras!

Connor sonrió. ¡Bart al rescate! Su compañero estaba detrás de los dos gorilas, con la espada ancha levantada.

Pero los gorilas no se movieron.

- ¡Dejadlo ir! -dijo roncamente otra voz. Connor vio que Jez tenía a Moonshine inmovilizado con una llave de lucha libre. El pobre tipo apenas podía articular palabra-. ¡Dejadlo ir!

Al oír las palabras de su jefe, los guardaespaldas se apartaron de Connor.

- Eso es -dijo Bart-. No hagáis ninguna tontería y mi amigo no le hará una cara nueva a este mequetrefe. -Sonrió-. Aunque lo cierto es que no le iría nada mal cambiársela, creo yo.

Connor vació los pulmones y volvió a blandir el estoque, listo para atacar.

- Bien -dijo Bart-.Y ahora, pasemos a la compleja maniobra que a mí me gusta llamar… ¡salir por piernas!

Echó a correr, con Connor y Jez pisándole los talones. Los gorilas de Moonshine se quedaron demasiado sorprendidos para perseguirlos de inmediato. En vez de eso, se volvieron neciamente hacia su jefe. Moonshine estaba doblado por la mitad, con las manos en las rodillas. Pese a ello, consiguió gritar:

- ¿A qué esperáis? ¡Id tras ellos! ¡Dadles una paliza!

Para entonces, Jez y Connor ya habían cruzado las puertas de la taberna y subido a la cubierta del Delfín sarnoso. Bart ya estaba en mitad de la pasarela que conducía al embarcadero.

- Buf-soltó Connor cuando él y Jez lo alcanzaron-. ¡Ha faltado poco! -Sonrió-. Uno para todos y…

Un furioso bramido lo interrumpió. Los dos matones estaban dándoles caza.

- Venga, chicos -dijo Bart-. ¡Salgamos de aquí!

Los tres piratas saltaron al embarcadero.

Justo entonces, algo pasó silbando junto a la oreja de Connor. Aturdido, alzó la vista cuando un círculo de metal se incrustó en el embarcadero, un paso por delante de él. Al acercarse más, vio que era una cuchilla con múltiples puntas de peligroso aspecto.

- Un shuriken con forma de estrella de mar -dijo Jez, agarrando a Connor.

- ¿De dónde ha venido? -preguntó él.

- De ahí arriba, por lo que parece -respondió Bart. Señaló la cubierta del Delfín sarnoso. Allí estaba Moonshine, con la cara casi reluciéndole en la oscuridad. Alzó la mano y, de pronto, otro shuriken cortó el aire, dirigido directamente a sus cabezas.

- ¿Y ahora qué? -preguntó Connor.

- ¿A ti qué te parece? -dijo Bart-. ¡CORRE!

Connor no necesitó que se lo dijera dos veces. Los tres piratas pusieron pies en polvorosa en el mismo instante en que una tercera cuchilla pasó silbando por encima de sus cabezas.

- ¡Debe de estar acortando las distancias! -dijo Jez mientras corrían-. ¿Quién es ese tipo?

- Este tipo es un problema -respondió Bart-. Eso es lo que es.

- Hablando de problemas -dijo Connor-. ¿Qué hacemos ahora? -Señaló a dos metros por delante de ellos, donde terminaba el embarcadero. Más allá, solo había agua, fría y oscura.

- ¡Deprisa! ¡Por aquí! -gritó Bart, doblando a la derecha y corriendo a refugiarse en otra taberna. Jez y Connor entraron tras él en el Loro sangriento.

La multitud al completo se volvió cuando los tres forasteros irrumpieron ruidosamente en cubierta. De repente, de entre el gentío emergieron dos figuras ya familiares vestidas por entero de cuero negro: los hombres de Moonshine.

- De entre todos los tugurios de la calle del Marinero… -gritó Bart.

- ¿Y ahora qué? -chilló Connor mientras los dos gorilas corrían hacia ellos.

- ¡Seguidme! -gritó Jez, encaramándose a la borda. Desde allí, saltó a la embarcación que estaba amarrada junto al Loro sangriento.

Connor lo siguió y oyó los pasos de Bart detrás de él. No había tiempo que perder. Los hombres de Moonshine les estaban pisando los talones.

- ¡No paréis! -gritó Bart, cruzando la cubierta como una flecha y utilizando su espada ancha para abrirse camino entre el velamen y las jarcias. Perplejos, los clientes de la taberna flotante se apartaron del tumulto y corrieron a los extremos del junco.

Un silbido ya familiar surcó el aire por encima de sus cabezas. ¡Otro shuriken!

- ¡Agachaos! -ordenó Bart cuando la cuchilla voladora les pasó casi rozando.

Habían vuelto a quedarse sin barco, pero, junto a él, había amarrada otra taberna flotante. Juntos, los tres bucaneros saltaron por la borda. Mientras surcaban el aire, Connor no pudo evitar sonreír. Curiosamente, incluso en mitad del peligro, estaba disfrutando, acompañado de sus dos mejores amigos. Pero, cuando estuvieron en cubierta, ya no le quedó tiempo para sonreír. Los gorilas de Moonshine estaban volviendo a acortar las distancias.

Bart rasgó las velas. En esta ocasión, en lugar de salir huyendo, las personas que había a bordo del barco se volvieron y desenvainaron la espada, indignadas de que les hubieran aguado la fiesta. Sus expresiones no eran nada gratas. Connor veía el final del barco, pero, esta vez, no parecía que más allá hubiera nada salvo el inmenso mar. ¿Habían realmente llegado al final de su viaje?

Miró a Bart y Jez con desesperación, pero ellos estaban igual de desconcertados. Entonces, ocurrieron dos cosas. Primero, los gorilas de Moonshine subieron a cubierta, desviando la atención de Connor y sus amigos. Luego, otro shuriken surcó el aire y se hincó como un dardo en el palo mayor.

- ¡Saltad! -gritó Bart.

Saltando al vacío, Connor se preparó para caer a las gélidas aguas. En vez de eso, cayó sobre madera. Habían saltado a otro barco, mucho más bajo y pequeño que las embarcaciones colindantes. Y, advirtió Connor mientras se ponía en pie, se movía.

Cuando miró la cubierta desde la que habían saltado, vio a los hombres de Moonshine, observándolos con frustración. Ya había demasiada agua entre ellos para salvar la brecha. Un último shuriken cortó el aire, erró el tiro y se hundió en el mar, pero no antes de arponear a una desgraciada gaviota.

Connor respiró aliviado. El destino de la gaviota podía haber sido perfectamente el suyo.

- ¡Ha faltado poco! -dijo Jez mientras él y Bart se ponían en pie, alisándose la ropa.

- Bueno, chicos, desde luego, esto sí que es una entrada triunfal.

La voz era familiar. También lo era la muchacha que venía hacía ellos en silla de ruedas.

- Bienvenidos al Lorelei -dijo-. Sabéis, tenía la sensación de que volveríamos a vernos.

Bart miró a Cali y sonrió de oreja a oreja.

- Turquesa -dijo por fin-. Turquesa, sin lugar a dudas.

4

El Lorelei

- Me echabais de menos, ¿eh? -Cali sonrió alegremente a los tres piratas-. Bueno, parece que esta noche vais a veniros con nosotros hasta el arrecife.

Connor miró a su alrededor. El Lorelei, un velero de pequeño tamaño, flotaba a poca distancia del agua, mecido suavemente por el mar. Sus henchidas velas latinas tenían un brillo azul plateado a la luz de la luna. Estaba alumbrado por faroles y se oía un murmullo de voces y dulces melodías. La cubierta, no obstante, estaba mucho más tranquila y vacía que la del Diablo y, sin duda, que la del Delfín sarnoso.

- ¡Venid a conocer al resto de la tripulación! -Cali se dirigió rápidamente al centro de la cubierta, deteniendo su silla junto a cuatro de sus compañeros. Como ella, iban todos en silla de ruedas. Estaban sentados alrededor de un cofre puesto boca abajo y cubierto de naipes.

- Oíd todos -anunció Cali-, os presento a mis nuevos amigos. -Sonrió alegremente-. Tres de los mejores piratas que han surcado los mares… si os fiáis de su palabra. -Les guiñó el ojo-. Chicos, estos son Diani, Teahan, Lika y Joao.

Se presentaron al grupo, intercambiando apretones de manos y chocándose esos cinco y, antes de que se dieran cuenta, les estaban ofreciendo bebidas, preguntando de dónde venían e invitándolos a unirse a la partida de cartas. Era evidente que los compañeros de Cali rebosaban tanta energía como ella. Y todos eran jóvenes y atléticos. Como Cali, llevaban las piernas envueltas en fundas de hule, lo cual solo les dejaba visible el tronco superior. Vestidos con chalecos cerrados y camisetas sin mangas, no costaba ver que todos eran fuertes, con la musculatura de los hombros y los brazos tan desarrollada como la de Cali. Desde luego, Connor no tenía intención de retar a ninguno más a un pulso.

- Bienvenidos, amigos -dijo Joao cuando todos tuvieron la copa llena-. Bienvenidos a bordo del Lorelei.

- Bueno, ya habéis conocido a estos granujas -dijo Cali cuando hubieron vaciado sus copas-. Ahora, os toca conocer a Flynn.

- ¿Quién es Flynn? -preguntó Connor.

- Flynn -dijo Joao, sonriendo- es nuestro querido capitán.

Connor ya presentía que aquel barco era especial. En el Diablo, ningún miembro de la tripulación habría osado decir a un recién llegado «Ven a conocer a Molucco». Cuando se referían a él, todos lo llamaban capitán Wrathe. Pero, por otra parte, el Lorelei no era un barco pirata. Y era mucho más pequeño que el Diablo.

- ¿Cuántos sois en vuestra tripulación? -preguntó mientras los tres seguían a Cali de camino a la popa.

- Contando a Flynn, en total somos trece -respondió ella-. Mala suerte para algunos, ¿eh? Como podéis ver, chicos, el Lorelei no es lo que se dice grande, pero para nosotros es ideal. -De repente, Connor oyó un chirrido de ruedas. Uno de los compañeros de Cali se estaba acercando a toda velocidad, viniendo directamente hacia ella. Connor hizo una mueca, preparándose para lo peor, pero, en el último instante, Cali viró hábilmente, evitando una colisión-. Pasa continuamente -dijo, sonriendo-. ¡Otro par de ruedas más a bordo y no podríamos ni movernos!

- ¿Cómo os las arregláis con las velas, las jarcias y eso? -preguntó Connor cuando pasaron junto al palo mayor-. Es decir… -No encontraba un modo diplomático de plantear la pregunta.

- ¿Te refieres desde las sillas? -dijo Cali con naturalidad-. Bueno, hay muchas cosas que se pueden hacer desde cubierta. -Se detuvo para que pudieran ver a uno de sus compañeros variando la orientación de una vela, manipulando las jarcias desde abajo con cuerdas como si fueran los hilos de una cometa.

- ¡Bien hecho! -dijo Jez.

Casi habían llegado a la popa. Más adelante, estaba el timón. El Lorelei había sido adaptado y, en vez de escaleras, había una rampa para acceder a la plataforma elevada desde la que se gobernaba el barco.

- Necesito coger un poco de carrerilla -dijo Cali, haciendo girar enérgicamente las ruedas antes de propulsarse rampa arriba.

- Bueno, ¿qué os parece? -preguntó Bart a sus compañeros.

- Es un barco impresionante, ¿verdad? -dijo Connor.

- ¡No me refiero al barco, atontado! Me refiero a Cali. Es increíble, ¿no?

- Es genial -convino Connor, mientras observaba la mirada de advertencia de Jez. También Bart la captó.

- Oíd, no os preocupéis, chicos -dijo-. No pienso hacer ninguna locura. Solo estoy diciendo que es una chica impresionante, nada más.

- Muy bien, socio -dijo Jez-. Entonces, sigámosla y conozcamos al capitán, ¿os parece? -Hizo un gesto a Bart para que fuera el primero.

Luego, cogió a Connor por el hombro y lo atrajo hacia sí.

- Voy a hacerte una advertencia -susurró-. Cuando Bartholomew Pearce te dice que no piensa hacer ninguna locura, ten por seguro que está a punto de hacer una.

Connor sonrió. ¿Qué podía hacer Bart exactamente? Solo estaban dando una vuelta en el Lorelei y tomándose una copa con sus nuevos amigos.

- ¡Venga, tortugas! -gritó Cali desde la plataforma elevada-. ¿O tengo que conseguiros una silla de ruedas para no dejaros atrás?

Connor y Jez subieron la rampa. Se unieron a Bart mientras Cali se dirigía al extremo del barco.

- Flynn, he traído a unas personas para que las conozcas.

- ¿Personas? ¿Qué clase de personas?

Lo primero que vieron fue el respaldo de su silla. Estaba tallado para asemejar la curva de una cola de pez desapareciendo bajo las aguas.

El capitán se volvió para mirarlos. Era mayor que el resto de la tripulación, con el rostro curtido por los estragos del tiempo y la vida en alta mar.

- Connor, Bart y Jez -dijo Cali-, tengo el gran placer de presentaros a Flynn, el capitán del Lorelei. -Bajó la cabeza y sonrió, antes de añadir-: Y mi padre.

Connor vio que Bart se ponía un poco más derecho mientras estrechaba la mano a Flynn. Cuando lo hizo él, miró al capitán a la cara y advirtió su parecido con Cali. Como ella, tenía los ojos azules, pero de un azul más pálido y lechoso. A la luz de la luna, sus cabellos parecían tener el mismo color azul plateado que los de su bija, pero, al mirarlos mejor, vio que, de hecho, eran completamente blancos.

Entonces, advirtió algo en lo que antes no se había fijado. Aunque la silla en la que Flynn estaba sentado tenía ruedas en las patas, no era una silla de ruedas como las de los otros tripulantes. Ni tampoco tenía Flynn las piernas envueltas, como ellos, en una funda de hule. En vez de eso, llevaba unos burdos pantalones de lino, tenía los pies descalzos en cubierta e iba marcando un ritmo mientras hablaba.

- ¡No está discapacitado! -exclamó Connor.

De inmediato, los otros se volvieron hacia él.

- Ahhh… No quería decir eso -dijo, avergonzado de haber hablado en voz alta. Bart estaba echando chispas. Connor se dirigió a Cali-. Lo siento muchísimo -dijo-. No quería…

Cali negó con la cabeza y sonrió.

- No te preocupes, Connor. Es fácil meter la pata con nosotros. No, Flynn no está discapacitado.

- Señor -dijo Bart, cambiando de tema-. Cali nos ha dicho que este es un barco de buceo.

- ¿Cómo? -preguntó Flynn, con la cabeza claramente en otra parte.

- Buceo, papá -apuntó Cali.

- Oh, buceo. -Volvió a darse la vuelta-. Sí, sí, a los chicos les encanta bucear.

Connor sonrió ante el modo en que Flynn llamaba «chicos» a los otros tripulantes. Aunque Cali parecía ser su única hija consanguínea, era obvio que el capitán tenía la misma actitud paternal con el resto de la tripulación.

- ¿Cómo se aficionó a bucear? -preguntó interesado Connor.

- Verás, pertenezco a un linaje de marineros -dijo Flynn-. Mi padre fue capitán, y su padre antes de él. El buceo era nuestro sustento. No hay ni un solo punto de buceo entre Cozumel y la isla de Navidad donde yo no haya dejado mi huella. Pero, cuando nació mi Calipso, las cosas cambiaron. Ella era distinta… ¡especial! -Flynn puso una mano en la mejilla de su hija. Ella volvió la cara y lo besó suavemente en la palma-. Otros la habrían ocultado, llevándosela a tierra, pero eso habría sido como cortarle las alas a un ángel. Mi Calipso… puede que necesite ruedas para moverse por tierra, pero, en el agua, vuela.

Connor se preguntó qué querría decir con aquello, pero Flynn continuó:

- Nosotros somos poco dados a relacionarnos -comentó-, pero, aun sí, corrió la voz. Otros vinieron a nosotros, seres excepcionales como Calipso. Yo los acogí a bordo del Lorelei. No fue difícil adaptar el barco. Ellos se ocupan del noventa por ciento de la navegación y yo solo intervengo cuando me necesitan. Lo cual, a decir verdad, cada vez ocurre menos.

Cali negó con la cabeza.

- Eso no es verdad, papá. -Miró a los tres piratas-. Papá piensa que se está haciendo demasiado viejo para ser capitán, que pronto va a tener que dejarlo.

De pronto, parecía triste, y sus ojos se detuvieron un momento en Bart. Luego, sonrió, cambiando de tema.

- Ahora ya sabéis cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Me podéis decir cómo lo habéis hecho vosotros?

Bart parecía avergonzado.

- Se podría decir que hemos tenido un contratiempo después de que tú te marcharas del Delfín sarnoso.

- ¿De veras? -Cali estaba claramente divertida-. Bueno, ya estamos bastante cerca del arrecife. Podríamos dar media vuelta y dejaros en el puerto, si queréis. O podríais quedaros con nosotros. Nos dirigimos a un importante punto de buceo.

- Ah, ¿sí? -preguntó Connor-. ¿Adónde?

- Se llama bahía del Infierno -respondió Cali, con los ojos en llamas-. Aunque es un paraíso más que un infierno. Hay unos erizos de mar rarísimos, e hipocampos pigmeos y pulpos de anillos azules…

- ¡Parece increíble! -exclamó Bart.

- Te agradecemos mucho la invitación, Cali -dijo Jez, interviniendo-, pero necesitamos quedarnos en la calle del Marinero. Tenemos una cita ahí con el Diablo cuando el sol se ponga el domingo.

- ¡Faltan dos días, Jez! -dijo Cali-. Para entonces, podemos haber ido y vuelto, sin problemas.

- ¡Suena perfecto! -exclamó Bart, entusiasmado.

Connor tuvo que estar de acuerdo con él. Prefería mil veces pasarse el fin de semana buceando y relajándose con la tripulación del Lorelei que bebiendo en una de las tabernas flotantes de la calle del Marinero. Y, desde luego, no tenía ninguna prisa por tropezarse con Moonshine y sus gorilas, sus shurikens y su horrenda música.

- Venga, Jez -dijo Bart-. ¿Dónde está tu espíritu aventurero, compañero?

Jez negó con la cabeza, pero su expresión de preocupación se disolvió en una sonrisa.

- Vale, me apunto.

- ¡Excelente! -dijo Cali.

Flynn volvió a centrar su atención en el timón y comenzó a cruzar la bocana del puerto, alejándose de la calle del Marinero.

El momento de zarpar tenía algo especial, pensó Connor. No se trataba únicamente de dejar la tierra por el mar. Se trataba de desconectarse de todos los puntos fijos de la vida e internarse en un mundo donde todo era líquido. Era una sensación embriagadora a la que Connor Ternpest, a sus catorce años, ya se había vuelto adicto.

5

Baño nocturno

- ¡Oye, creo que ya le estoy cogiendo el tranquillo! -dijo Connor, echando su última carta y enseñando las manos vacías.

Jez negó con la cabeza y enarcó las cejas, mientras Lika arrojaba sus cartas con fingido disgusto.

- La suerte del principiante -se rió Joao, con los ojos brillantes a la luz de los faroles. Parecía que la travesía hasta el arrecife iba a transcurrir sin contratiempos. Las aguas estaban tranquilas aquella noche y las estrellas brillaban lo suficiente como para poder guiarse por ellas. Flynn volvía a estar al timón, marcando el rumbo, mientras Diani y Teahan tenían asignada la tarea de ocuparse de las velas latinas: escuchar las órdenes de Flynn y ajustar algún que otro cabo.

En cuanto al resto de la tripulación, parecía que el único imperativo fuera relajarse. Sentarse a ver el mundo pasar parecía algo natural a bordo del Lorelei. No era difícil sentirse como en casa en aquel barco. Connor percibía ya un lazo de confianza y amistad con la tripulación, sobre todo con Lika y Joao, con quienes él y Jez se habían enfrascado en una partida de cartas cada vez más reñida. Entretanto, Bart y Cali estaban sentados juntos, conversando, en la proa del velero. Connor veía sus siluetas a través de las velas.

- Hacen buena pareja, ¿verdad?

Al alzar la vista, Connor vio a Joao señalándolos con la cabeza. Sonrió, coincidiendo con él.

- Nunca había visto a Cali así de feliz -añadió Joao-. Me parece que Bart va a tener que quedarse en el Lorelei para siempre. -Se rió.

- Puede que lo hagamos todos -dijo Jez-. Créeme, amigo, si te digo que esto es mucho más relajado que nuestro barco.

- ¿De veras? ¡Pero vosotros sois piratas! -arguyo Joao-. Necesitáis la aventura, la excitación, el peligro, ¿no? Creo que vivir en el Lorelei os aburriría.

Jez se recostó en su silla y se desperezó como un gato.

- ¿Sabes una cosa? Creo que un poco de aburrimiento no me iría nada mal. He sido pirata desde que era un enano y tomarme un descanso me está sentando de maravilla.

Joao sonrió.

- ¿Qué me dices de ti, Connor? ¿Es así como te sientes?

- Connor no lleva ni cinco minutos en el Diablo -dijo Jez-. Además, su hermana está a bordo. No podría abandonarla, ¿verdad, socio?

- No. -Connor negó firmemente con la cabeza.

- Son gemelos -explicó Jez.

- ¿De veras? -dijo Lika, mirando a Connor cada vez con más interés-. Dicen que los gemelos tienen un vínculo especial, que se pueden comunicar entre ellos sin hablar. ¿Es cierto?

Connor se encogió de hombros.

- No sé si es exactamente así, pero, desde luego, Grace y yo podemos captar cómo se siente el otro.

- ¿De veras? -dijo Lika-. Entonces, dinos, ¿puedes saber en qué está pensando Grace ahora mismo?

- Lo dudo -dijo Connor.

Lika le sonrió.

- Prueba.

Siguiéndole el juego, Connor cerró los ojos. Sus compañeros permanecieron en silencio. Él se imaginó a Grace, tal como la había visto la última vez, observándolo mientras él se encaramaba al esquife y se alejaba del Diablo. Se concentró en su cara. Tenía la boca abierta y estaba diciendo algo. No oía las palabras. Tenía que hallar un modo de acercarse más.

Pensó en el guardapelo que él le había regalado y la imaginó llevándolo, esperando que eso intensificara el contacto entre ellos. ¡Dio resultado!

De pronto, oyó lo que estaba diciendo.

«Peligro. Bajo el agua.»

La claridad de la visión lo sobresaltó. ¿Era una visión auténtica o un mero engaño mental? Mantuvo los ojos bien cerrados y advirtió que Grace parecía estar incluso más cerca. Percibió la preocupación en su mirada y oyó sus palabras con más claridad todavía.

«Peligro. Bajo el agua.»

El corazón se le aceleró. Al abrir los ojos, vio que sus tres compañeros lo estaban observando con curiosidad.

- ¿Qué pasa? -preguntó Lika.

- Me ha hablado -respondió Connor.

- ¿De veras? ¿Qué ha dicho?

Connor inspiró. Mientras intentaba volver a relajarse, tomó una decisión.

- Ha dicho…

- Venga, Connor -dijo Jez-. ¡Suéltalo!

- Ha dicho… ¡son unos pésimos jugadores, así que no te pases!

Connor notó los ojos de Lika y Joao clavados en él. Se quedaron un momento en silencio antes de reírse a carcajadas.

El tiempo se les pasó volando mientras jugaban una partida de cartas tras otra. Entonces, Flynn gritó desde el timón:

- ¡Hemos llegado!

- ¡Hemos llegado! -repitió Cali con entusiasmo, dirigiéndose rápidamente al centro del barco. Bart corrió junto a ella.

Momentos después, todos los tripulantes se habían concentrado en la cubierta central. Los piratas se sentaron entre ellos. Parecía que estuvieran esperando algo… o a alguien. Todos miraron a Flynn cuando él abandonó su puesto al timón y se acercó lentamente a ellos. Andaba de un modo irregular, apoyándose más en una pierna que en la otra. Fuera de su silla, la edad del capitán era todavía más evidente.

Cuando se unió al grupo, su ajada cara se iluminó con una sonrisa.

- Es una noche preciosa para darse un baño. Y este es un sitio maravilloso para hacerlo, ¿eh?

Todos los tripulantes del Lorelei lo estaban mirando, impacientes y expectantes. La luna llena les bañaba la cara con su luz virginal. Connor observó, fascinado.

- Bueno, ¿a qué esperáis? ¿Quién va ser el primero esta noche?

Recorrió la cubierta con la mirada y sus ojos se detuvieron en Lika. Ella asintió con la cabeza y se acercó a la borda en su silla de ruedas. Se quedó allí un momento, contemplando el mar. Flynn fue hasta ella y le puso una mano en el hombro. Estaba tarareando una extraña melodía. De pronto, Connor advirtió que la funda de hule que envolvía las piernas de Lika comenzaba a moverse, con suavidad al principio, luego con más fuerza. Era casi como si Flynn estuviera insuflando vida a sus piernas.

- ¿Estás lista? -le preguntó en voz baja.

Lika asintió con la cabeza. En ese momento, se llevó las manos a la cintura y se desató el hule. Este se le quedó en las manos, revelando, no piernas, sino una cola de pez lustrosa y enorme, que golpeó la cubierta como si estuviera aliviada de ser libre al fin.

Para Connor, fue tan natural como increíble. Era como si, desde el principio, hubiera sabido que el Lorelei no era un barco normal. Asombrado, vio que Flynn cogía a Lika y la llevaba en brazos hasta la borda, antes de soltarla para que se zambullera en el agua.

El capitán sonrió, volviéndose hacia los demás.

- ¿Quién es el siguiente?

Ahora, fue Joao quien se acercó a Flynn. Una vez más, el capitán tarareó la cautivadora melodía. Una vez más, Connor vio cómo empezaba a haber movimiento bajo la funda de hule. Luego, Joao la rasgó y, con ayuda de Flynn, saltó al agua desde la borda. Surcó el aire antes de desaparecer bajo la superficie del mar.

Uno a uno, Flynn fue llamando a sus tripulantes y entregándolos al mar. Al final, en cubierta solo quedaron doce sillas de ruedas vacías y Connor, Bart y Jez, sentados entre ellas en silencio.

Flynn les hizo una seña para que se acercaran.

- Venid -dijo-. Los miraremos desde la popa.

Ellos lo siguieron en silencio, a varios metros de distancia. Cuando se unieron a él al timón, contemplaron el mar.

Las aguas permanecieron un momento oscuras. Luego, aparecieron Joao y Lika. Sus colas, que en cubierta eran apagadas y monocromas, estaban ahora impregnadas de luz, iluminando el agua que las rodeaba.

- Son hermosos, ¿verdad? -dijo Flynn, con la cara bañada de la luz que reflejaban las colas.

- Son… ¡son sirenas! -dijo Bart, estupefacto.

Flynn sonrió, cogiéndolo por el hombro con su brazo largo y huesudo.

- Me parece que Joao no se tomaría muy bien que lo llamaran sirena, ¿no crees? -Se rió entre dientes-. Por aquí los llamamos «colas de pez». Ellos son mis colas de pez. ¡Mis hermosos colas de pez!

El capitán bajó la vista y Connor siguió sus ojos, mirando maravillado mientras las luces irisadas iban y venían bajo la superficie del agua.

- ¡Bañémonos con ellos! -dijo Bart, con los ojos brillantes. Miró a Flynn-. Podemos hacerlo ¿no, señor?

Flynn sonrió, asintiendo con la cabeza.

Connor, Bart y Jez se quedaron en ropa interior y saltaron al mar. Cuando Connor comenzó a hundirse, el agua estaba oscura. Luego, súbitamente, se iluminó con un brillo deslumbrante. Miró abajo y vio a Lika y Joao nadando por debajo de él. Vio a Bart nadando hacia Cali. Tal como había dicho Flynn hacía un rato, ella era como un ángel bajo el agua. Todos lo eran. Nadaban con una elegancia tan natural que Connor se sentía torpe a su lado.

- Bienvenido a nuestro mundo -dijo Joao, yendo a su encuentro, con el arrecife de coral resplandeciendo detrás de él.

- Nos alegramos de que hayáis venido -dijo Cali, sonriendo alegremente.

Sorprendido, Connor miró a Bart y Jez. Así que los colas de pez podían hablar bajo el agua. Connor se preguntó si también él estaría dotado de aquellos poderes mágicos. Separó los labios para hacerlo, pero solo logró tragar un buen sorbo de agua de mar.

Cali le sonrió.

- Este es nuestro mundo -dijo-. De igual modo que nosotros estamos limitados fuera del agua, vosotros lo estáis dentro. -Sonrió-. Pero sois invitados muy bienvenidos.

Dicho esto, se alejó pasando por debajo de él y dejando una estela de luz irisada tras de sí. Connor deseó que Grace pudiera estar allí con él. Recordando el mensaje que le había enviado, intentó mandarle uno a ella para transmitirle que estaba equivocada y que todo iba bien.

«Magia. Bajo el agua.»

Repitió mentalmente la frase varias veces más, esperando que ella pudiera recibirla, que, de algún modo, también pudiera ver aquel mundo asombroso. Luego, se zambulló más hondo, siguiendo las luces de colores para unirse a sus buenos amigos, los viejos y los nuevos.

6

Los colas de pez

Cuando los colas de pez dieron finalmente el baño por terminado, Flynn arrojó una cuerda al agua. Los piratas, que ya habían subido a cubierta hacía rato para secarse, lo observaron mientras ayudaba a subir a los colas de pez. Cuando Bart se ofreció a echarle una mano, él negó con la cabeza.

- Gracias -dijo, con cierta aspereza-, pero todavía puedo arreglármelas solo.

Uno a uno, llevó a todos los colas de pez a sus sillas de ruedas y volvió a envolverles la cola en una funda de hule. Connor lo vio verter un poco de agua de mar dentro de cada funda antes de cerrarla bien.

- La cola no se les debe secar nunca por completo -explicó. Accionando una palanca, abatió el respaldo de todas las sillas de ruedas, convirtiéndolas prácticamente en camas. Luego, se alejó arrastrando los pies, cogió un montón de mantas de un arcón y fue tapándolos tiernamente. Como hechizados, los doce colas de pez parecían haberse sumido ya en un profundo sueño.

- Dejar su mundo y volver al nuestro los fatiga -explicó Flynn-. Ahora descansarán y, cuando se despierten, su equilibrio se habrá restablecido. -Les arrojó una manta a cada uno-. Lleváoslas a la cubierta de proa -dijo-. Podéis dormir ahí.

Dicho esto, se dio la vuelta y desapareció, dirigiéndose a su puesto al timón.

Connor durmió de un tirón y se despertó impaciente por comprobar que estaba realmente a bordo del Lorelei y todo aquello no había sido un sueño. Le complació descubrir que no solo seguía en el barco sino que Jez ya estaba despierto.

- ¡Sirenas! -dijo Jez-. ¿No te parece increíble? ¡Sirenas!

- Ellos no utilizan ese nombre -dijo Connor, hablando en voz baja porque Bart seguía durmiendo junto a ellos-. ¿Te acuerdas? Ellos prefieren colas de pez.

- Hum -dijo Jez-. Tú llámalos como quieras, ¡pero son criaturas mitológicas que no teníamos ni idea de que existieran realmente!

Connor se rió.

- Bueno, existir existen, desde luego. ¡Míralos! -Se incorporó y miró a los colas de pez, que seguían tumbados en sus sillas de ruedas.

- Connor -dijo Jez, cambiando el tono de voz.

- ¿Sí?

- Estoy un poco preocupado por nuestra seguridad.

- ¿De veras? -dijo Connor-. ¡Pero si aquí estás como pez en el agua! -Sonrió-. Perdona, ¡no he podido resistirme! Sigue.

Jez también sonrió, pero luego se puso serio.

- He estado recordando los antiguos mitos, y tradicionalmente, las sir… los colas de pez, o como se llamen, bueno, tradicionalmente, atraen a los marineros para hacerlos sus prisioneros.

- ¿Crees que nos han atraído hasta aquí? -preguntó Connor, alarmado.

Jez se encogió de hombros.

- No lo sé. Es decir, estamos en alta mar, ¿no? Y, puede que me equivoque, pero creo que nos hemos pasado toda la noche navegando. A estas alturas, podríamos estar a muchas millas del Diablo.

Connor miró por la borda. ¿Tenía razón Jez? Era difícil saberlo. ¿Cómo se distinguía un trozo de mar de otro?

- Puede que esté un poco paranoico -continuó Jez-, pero tengo el presentimiento que algo no va bien.

Connor frunció el entrecejo. Recordó su fugaz visión de Grace y el mensaje que ella le había enviado. «Peligro. Bajo el agua.» ¿Lo estaba previniendo contra la tripulación del Lorelei? Seguía sin terminar de entender cómo podía conocer ella su paradero y, aún menos, saber que corría peligro. Se preguntó si debía explicar la visión a Jez.

- De hecho -empezó a decir-, hay algo que quería…

- Hola, ¿qué pasa, chicos? -La alegre voz de Bart ahogó la suya. El pirata se incorporó y les dio una palmada en la espalda-. ¿Cómo han amanecido mis compañeros bucaneros?

- Preocupados -respondió Jez.

- ¿Preocupados? -repitió Bart-. ¿Por qué?

- Bart, para mí no es fácil decir esto. Sé que te llevas muy bien con Cali y todo eso…

Ahora, fue Bart quien frunció el entrecejo.

- Si tienes algo que decir, Jez, haz el favor de escupirlo.

- ¿Recuerdas lo que dicen sobre las sir… esto, los colas de pez?

- ¿Que verlos trae mala suerte? -Bart no parecía sorprendido por la pregunta de Jez. Puede que también hubiera estado pensando en los antiguos mitos.

Jez asintió con la cabeza.

- Eso y más cosas.

Bart se encogió de hombros.

- ¿Eso es todo? ¿Os preocupa un poco de mitología marina? La vida es más complicada que eso, ¿no? Es decir, pensad en la hermana de Tempest, pensad en Grace. Los vampiratas la secuestraron, pero luego la dejaron marchar. Y, según dice, hasta cuidaron de ella. ¿No es así, Connor?

Connor asintió con la cabeza. Luego, la cara se le ensombreció al recordar la descripción que Grace le había hecho de su encuentro con el malvado Sidorio y se estremeció. Sidorio había encerrado a Grace en su propio camarote en un intento de saciar su sed de sangre. El mismísimo capitán vampirata había tenido que adoptar medidas extremas para librarla de la muerte. Grace parecía muy tranquila mientras le explicaba el suceso, pero eso quizá se debiera a que Sidorio había sido expulsado inmediatamente del barco y no se había sabido nada más de él desde entonces.

Connor se dirigió a Bart.

- Sí, todos salvo uno.

- A eso me refiero -dijo Bart-.Tenemos que ser abiertos y juzgar a cada individuo en virtud de sus propios méritos. En todos los grupos de personas hay buenos y malos…

- Pero esta gente no son personas, ¿verdad, Bart? -dijo Jez-. Es decir, tienen enormes colas de pez en vez de piernas.

Connor creyó que las palabras de Jez iban a enfurecer a Bart, pero, por el contrario, este sonrió tranquilamente.

- No puedes descalificar a una tripulación entera solo porque sea un poco distinta. -Sonrió-. Mira, se están despertando.

Connor y Jez siguieron su mirada. Uno a uno, los colas de pez estaban destapándose y subiendo el respaldo de sus sillas de ruedas. Parecían haber recobrado toda su energía y empezaron a charlar y reírse. Tal como Flynn había predicho, su reposo los había devuelto al mundo fuera del agua. Los piratas vieron que Cali se daba la vuelta y venía rápidamente hacia ellos.

- ¡Buenos días, piratas! -dijo con una sonrisa radiante-. ¿Cómo estáis?

- ¡Fenomenal! -respondió Bart, sonriéndole y alargando la mano. Ella se la cogió y le dio un apretón. Connor pensó que parecían una pareja que ya llevaba mucho tiempo de relación, no dos personas que acababan de conocerse la noche anterior. Cali era fantástica. Verla de nuevo, escuchar su alegre conversación, lo persuadió al instante de que Bart tenía razón. Aparte de su cola de pez, Cali era una chica normal. Bueno, una chica normal muy hermosa, inteligente y divertida. Iba a ser difícil abandonar el Lorelei cuando llegara el momento, sobre todo para Bart, pero no porque los colas de pez no fueran a permitírselo. Eran estupendos, y el barco era fantástico. Connor decidió que iba a dejar de preocuparse y que iba a aprovechar todos los minutos de su estancia en el barco.

- ¡Eh, chicos! -gritó Joao, uniéndose a ellos-. ¡Venid a desayunar!

El tiempo volaba a bordo del Lorelei. Después de desayunar, los colas de pez volvieron a zambullirse. Los jóvenes piratas se sumaron a ellos. Esta vez, mientras nadaba junto a sus nuevos amigos, Connor no se extrañó de que tuvieran aletas luminosas y pudieran hablar bajo el agua. Cuando estuvieron de nuevo en cubierta, Connor les preguntó, mientras se secaba con una toalla, cuánto faltaba para llegar a la bahía del Infierno.

Joao le sonrió.

- Te mueres de ganas de bucear, ¿verdad? No te preocupes. Ya falta poco. Entretanto, hay muchas formas de entretenerse…

Connor se rió. A diferencia de sus días a bordo del Diablo, un día a bordo del Lorelei estaba felizmente exento de tareas. Él tenía libertad para pasar el rato perfeccionando sus tácticas con las cartas, bronceándose, picoteando deliciosos tentempiés y charlando tranquilamente con Jez, Lika y Joao.

Bart no se unió a ellos. Se pasó todo el día con Cali. Siempre que Connor los veía, estaban hablando o riéndose, como si fueran viejos amigos. O incluso más que amigos. Connor se extrañaba de que tuvieran tanto que decirse, pero supuso que no era nada más profundo que los temas de conversación de los que él charlaba con los demás.

Flynn gobernaba con tanta suavidad que, la mayor parte del tiempo, el barco apenas parecía moverse. Y, no obstante, el día dio por fin paso al crepúsculo y este a una oscuridad cuajada de estrellas. Todo el mundo se reunió para cenar y, después, Joao rasgueó su guitarra y Lika, Teahan y Diani cantaron salomas marineras para sus invitados piratas. Connor vio que Bart tenía a Cali cogida de la mano. Cuando la canción terminó, los piratas aplaudieron.

Jez y Connor fueron a felicitar a Joao.

- Muy bonito -dijo Jez.

Joao les sonrió.

- Oye, ¿tocáis alguno de los dos? ¿No? Puedo enseñaros unos cuantos acordes, si queréis.

Al cabo de un rato, Bart y Cali se unieron a ellos. Bart puso las manos en los hombros de Connor y Jez.

- Chicos -dijo-, hay algo de lo que tengo que hablaros.

- Os dejaremos para que podáis hablar en privado -dijo Cali, indicando a Joao que debía seguirla. A regañadientes, él dejó la guitarra y los dos se alejaron en sus sillas de ruedas, dejando solos a los Tres Bucaneros.

7

Cisma

- ¿Qué pasa? -preguntó Connor.

- Es muy simple, de hecho -dijo Bart-. Estoy pensando que, cuando los dos volváis al Diablo mañana, yo voy a quedarme en el Lorelei.

A Jez se le desencajó la mandíbula.

- ¿Que vas a hacer qué?

Connor frunció el entrecejo. Comprendía la tentación de Bart de querer quedarse en el velero, sobre todo dado el evidente vínculo que había formado con Cali, pero aún así…

- Esto es tan inesperado… -dijo-. Es decir, llevas toda la vida queriendo ser pirata. Eso fue lo que me dijiste, ¿recuerdas? En mi primera noche en el Diablo…

Bart asintió con la cabeza.

- Lo recuerdo, Connor. Claro que lo recuerdo. Pero las cosas cambian. Las personas cambian. Yo no soy de los que sopesa los pros y los contras antes de tomar una decisión. Me fío de mi instinto. Y, ahora mismo, mi instinto me dicta que me quede aquí con Cali y los demás.

- ¡No puedes hacer esto! -Por fin, Jez fue capaz de hilar una frase-. Connor tiene razón: toda tu vida ha ido encaminada a ser pirata. Hace ocho años, ¡ocho años!, nos unimos a la tripulación del Diablo. ¿Vas a echar todo eso a perder por la señorita Ruedas Mágicas y lo que te dicta tu instinto?

Bart lo miró enfurecido.

- No la llames así -dijo-.Y no se te ocurra pensar que esta ha sido una decisión fácil. Llevamos todo el día hablándolo. Si pudiera partirme en dos, sería un hombre feliz. Un Bart podría regresar con vosotros al Diablo. El otro podría quedarse aquí para ayudar a Cali y Flynn.

- ¿Ayudar? --Jez lo miró con gesto incrédulo-. ¿Qué quieres decir con ayudar?

- Flynn se está haciendo viejo -explicó Bart-. Ha cuidado estupendamente bien de los colas de pez, pero, a cada día que pasa, está más débil. No va a poder seguir capitaneando el Lorelei mucho más tiempo. Y, por muy independientes que sean los colas de pez, necesitan a alguien que los ayude. No pueden sobrevivir solos.

- ¡Caramba! -dijo Jez, negando con la cabeza-. ¡Desde luego, te ha hechizado bien!

- ¿Hechizado?

- ¿De qué otro modo lo explicas? Llegas a este barco, hace menos de veinticuatro horas, como un pirata cabal, ¡y de pronto estás dispuesto a renunciar a todo por ella!

- No se trata únicamente de Cali.

- Venga, Bart -dijo Jez-. Te conozco demasiado bien para que finjas lo que no es. Todos sabemos que las mujeres hermosas te desarman. Y Cali es hermosa. De eso no cabe duda. -Volvió a negar con la cabeza-. Pero es una sirena, no una mujer.

- Son colas de pez -dijo Bart, con una calma sorprendente.

- Llámalos como quieras -dijo Jez-, colas de pez… ondinas… náyades… nereidas… Eso da igual. Todo se reduce a lo mismo. Son mitad humanos y mitad pez y cautivan a los marineros para conducirlos a la muerte.

- Aunque eso fuera cierto -dijo Bart-, ella no me está conduciendo a la muerte. Yo no estoy hablando de morir. Estoy hablando de vivir, aquí, a bordo del Lorelei.

Jez se encogió de hombros.

- Esto no es vida. No para ti. Es una muerte en vida.

A medida que los piratas subían la voz y se indignaban cada vez más, Connor advirtió que los colas de pez dejaban lo que estaban haciendo y se acercaban a ellos en sus sillas de ruedas. Súbitamente, los tuvieron a todo su alrededor. Incómodo, intercambió una mirada con Joao.

Bart y Jez se quedaron callados, sin nada más que decirse.

De pronto, Jez se dio cuenta de que estaba rodeado. Miró a su alrededor con indignación.

- ¡Malditas sirenas! -gritó, abriéndose bruscamente paso entre las sillas y dirigiéndose con indignación al otro extremo del barco.

Cali se acercó a Bart. Él la miró entristecido; luego, miró a Jez.

- Lo entenderá -dijo ella, apretándole la mano-. Solo necesita tiempo para hacerse a la idea. Te prometo que, cuando volvamos a la calle del Marinero mañana, habrá cambiado de opinión. Ya lo verás.

Connor miró la proa del barco. Jez estaba justo en el extremo. No podía dar un paso más sin saltar por la borda. Y, en mar abierto, esa no sería una opción inteligente.

Volvió a mirar a Bart. ¿Podía ser aquel el final de los Tres Bucaneros? Puede que a Bart se lo dictara su instinto, pero, a Connor, el suyo le dictaba una cosa bien distinta. Algo olía mal en el Lorelei.

Una vez más, vio la cara de Grace. Oyó su advertencia. «Peligro. Bajo el agua.» Bueno, ahora sabía qué significaba eso, ¿no? El peligro eran Cali y los demás. Habían apartado a Bart de sus amigos, de su familia pirata. Connor no quería verse obligado a tomar partido, pero debía ir a consolar a Jez. Ahora, Bart tenía a Cali. Jez estaba solo.

8

El tiburón

A quinientas brazas por debajo de la superficie del mar, Sidorio, el vampirata renegado, reposa. Es el lugar del planeta más apartado de la luz que ha podido encontrar. La oscuridad lo impregna todo, colándosele por los oídos, la nariz y las cuencas de los ojos tan intensamente como el agua. Tal como a él le gusta. La luz puede ser una grandísima amenaza. Otros se aferran a ella; temen la oscuridad. Sonríe. Cuánto detestarían estar aquí.

Y, no obstante, muchas criaturas prosperan en este lugar. Él está viendo unas cuantas ahora mismo: un banco de anguilas babosas. Se están dando un festín con un pedazo de carne de ballena, desechado por algún depredador. Las anguilas babosas apenas merecen que las llamen «peces». Carecen de elegancia en sus formas. De brillo en sus escamas. Se parecen más a gordos gusanos, criaturas deformes. Para lo único que sirven es para atracarse de la carroña de este mundo, de carne que ni siquiera son capaces de matar por sí mismas. «Ni siquiera tienen dientes» piensa Sidorio, pasándose la lengua por sus colmillos de oro.

Pero, lo que no tienen de estéticas, lo tienen de prácticas. Quizá carezcan de dientes, pero succionan la carne a un ritmo que puede dar náuseas. Quizá parezcan repugnantes, pero su eficiencia es implacable. Es una combinación que Sidorio admira bastante.

Ahora observa mientras otro visitante llega a estas negras profundidades. Un tiburón martillo. Sobre el papel, no es mucho más bello que las anguilas babosas, pero, piensa Sidorio, la personalidad hace mucho. Ágil y sagaz, el tiburón nada por encima de las anguilas babosas. Los peces carroñeros continúan comiendo hasta el último momento. Luego, se marchan. No tiene sentido hacer frente al tiburón.

Sidorio lo ve acercarse al pedazo de carne y darle una dentellada. Puede que no sea de su gusto. Puede que solo estuviera reafirmando su superioridad. Deja el resto del cadáver intacto y sigue nadando. Las anguilas babosas se ponen otra vez a succionar. Es lo que saben hacer, es lo que son.

El tiburón se acerca a Sidorio. Este de inmediato reconoce en él la arrogancia de las pocas criaturas que frecuentan tanto las oscuras aguas profundas como las claras aguas superficiales. Alarga la mano y el tiburón nada hacia ella, dándole un topetazo. Luego, se retira un poco, alzándose en el agua. Ahora, están cara a cara. De igual a igual. «Sí -piensa Sidorio-, tienes razón. Nosotros dos somos iguales. Los dos conocemos la oscuridad y la luz. Los dos podemos tomar nuestras propias decisiones.»

Lo mira a los ojos y ve que el tiburón tiene ganas de jugar. Nada hacia arriba. Sidorio lo sigue. Es como si lo estuviera llamando. Como si, más cerca de la superficie, le aguardara alguna diversión. Sidorio nada enérgicamente detrás del tiburón. Es hora de dejar las aguas profundas por un tiempo.

Tiene ganas de divertirse.

9

La bahía del Infierno

Las aguas de la bahía del Infierno parecían tranquilas al despuntar el alba. «Tenemos que habernos pasado la noche navegando para llegar hasta aquí» pensó Connor. ¿No dormía nunca Flynn? No era de extrañar que tuviera aquel aspecto tan frágil.

Pese al nombre, la bahía era un lugar hermoso. Mirando a su alrededor, Connor tuvo una profunda sensación de calma. De pronto, una pareja de delfines surgió de las plácidas aguas. Encantado, Connor los observó mientras pasaban nadando por delante de él, entrando y saliendo del agua. Pocas formas de despertarse podían ser más bellas que aquella.

Pero, cuando los delfines se perdieron de vista, los acontecimientos de la noche anterior volvieron a acosarlo. Miró abajo y vio a Jez, revolviéndose todavía en sueños. A su lado, había un espacio vacío. Aquella noche, Bart no había dormido con ellos en la cubierta de proa. «Ya está pasando -pensó-. Aún no nos hemos ido, pero Bart ya está cortando los lazos que nos unen.»

Al alzar la vista, vio a los colas de pez dormidos en cubierta, unos junto a otros con los respaldos de las sillas abatidos. Bart estaba echado en un banco, no lejos de Cali. Viendo aquello, Connor tomó una decisión. Tenían que aprovechar aquel momento.

- ¡Despierta, Jez! -susurró, dándole un codazo.

- ¿Quéééééé?

- ¡Despierta! -volvió a sisear Connor-. E intenta no hacer demasiado ruido.

Jez abrió los ojos, pestañeando para habituarse a la luz-. ¿Qué hora es? -preguntó.

- Eso no importa -dijo Connor, con apremio-. Los colas de pez siguen durmiendo. Esta es nuestra última oportunidad de hablar a solas con Bart, de hacerlo entrar en razón.

Jez asintió con la cabeza. Claramente, el recuerdo de la noche anterior también estaba fresco en su memoria.

- ¡Espera aquí! -dijo Connor-.Voy a traerlo.

Se alejó descalzo, intentando no hacer ningún ruido. En unos pocos pasos, estaba justo al lado del grupo de colas de pez.

Con delicadeza, alargó decididamente la mano para tocar a Bart.

Incluso antes de hacerlo, Bart abrió los ojos y lo saludó con una cordial sonrisa.

- ¿Podemos hablar? -susurró Connor-. ¿Allí?

Bart asintió con la cabeza.

- Por supuesto, socio -dijo en voz baja.

Se levantó y fueron juntos a la proa del Lorelei. Jez alzó la mano y Bart le chocó esos cinco procurando no hacer ruido.

- Lo siento, Bart -se disculpó Jez-. Siento todo lo que dije anoche.

- Y yo -dijo Bart-. Llevo toda la noche dándole vueltas. No he podido dormir nada. Yo no quería haceros daño. Vosotros sois mis mejores amigos. Lo sabéis, ¿verdad?

Jez y Connor asintieron con la cabeza.

- Por eso queremos estar seguros de que has meditado bien esta decisión -dijo Jez.

- Lo he hecho -afirmó Bart, pero, por su tono de voz, Connor intuyó que su amigo no estaba tan decidido como sugerían sus palabras.

- ¿Qué te parece si volvemos al Diablo…? -empezó a decir Jez. De inmediato, Bart se puso a negar con la cabeza.

- Espera -dijo Jez-. Por favor. ¡Solo escúchame! ¿Qué te parece si volvemos al Diablo y hablamos de esto con el capitán Wrathe?

- ¿El capitán Wrathe?

- Estoy seguro de que sabrá cómo ayudar a esta gente -dijo Jez-. ¿No estás de acuerdo, Connor?

Connor imaginó la escena. Bart diciendo a Molucco Wrathe que, tras ocho años a su servicio, había decidido romper el juramento de lealtad que todo pirata debe hacer para cuidar de una tripulación de colas de pez. Imaginó los interesantes tonos de rojo que adquiriría el rostro de Molucco mientras consideraba la propuesta de Bart y la rechazaba al instante.

- Creo que es muy buena idea hablar de esto con Molucco -dijo, asintiendo tranquilamente con la cabeza-. No solo es nuestro capitán, Bart. De hecho, le he oído decir que te ve como al hijo que no ha tenido.

- ¿De veras? -dijo Bart, claramente sorprendido-. ¿Molucco ha dicho eso?

- Sí. -Connor asintió con la cabeza. Se sentía fatal diciendo aquella mentira o, al menos, exagerando la verdad. Pero no iba a detenerse ante nada para salvar a Bart.

- Quizá me haya precipitado un poco -dijo Bart-. ¡Pero vosotros me conocéis, compañeros! A veces, el corazón me ciega.

Viendo que estaban ganando terreno, Jez lo cogió por el hombro.

- Eso no tiene nada de malo, Bart. Nos pasa a todos, en un momento u otro. Y Cali es hermosa. Entiendo que haya trastocado tu mundo.

Bart se volvió para mirarla. Connor siguió sus ojos. Advirtió, estremeciéndose, que los colas de pez empezaban a despertarse. Se les estaba agotando el tiempo. Aunque lograran que Bart cambiara de opinión, tenía la desagradable sensación de que aquello no iba a terminar ahí.

- Esta gente me necesita -dijo Bart.

Jez le cogió la cara para que volviera a mirarlos.

- No -dijo con suavidad-. Necesitan a alguien. Y nosotros podemos ayudarles a encontrar esa persona. Tú estás destinado a cosas más grandes. A tener un barco propio, un barco pirata…

- Además -dijo Connor-, nosotros te necesitamos, Jez y yo. Tus amigos. Tu familia pirata. Molucco y Cate. ¿Te imaginas cómo se disgustaría Cate si se enterara de que te has ido sin siquiera despedirte?

- Cate… -dijo Bart, mostrando en su expresión el impacto que le había causado el nombre. Connor se felicitó por aquel golpe maestro, pero no podía perder tiempo en saborear su satisfacción. Cali ya había subido el respaldo de su silla y los estaba mirando. Puede que solo fuera el ángulo en que la luz incidía en su rostro, pero a Connor le pareció atisbar una sombra de enfado. Cali se volvió, ayudando a Joao con su silla, susurrándole algo. Después, ambos clavaron los ojos en los piratas.

Connor miró a Bart. No tenía nada más que decir. En última instancia, la decisión era suya.

- No te preocupes, socio -dijo él-. Sé lo que debo hacer.

10

En las profundidades

- ¡Caramba! -exclamó Connor, divisando un banco de peces plateados que nadaban justo por debajo de la superficie del mar-. Qué transparente está el agua -dijo-. ¡Apuesto a que bucear aquí tiene que ser estupendo!

Joao se rió.

- ¡Vas a averiguarlo bien pronto! ¿Crees que estás preparado?

- ¡Desde luego! -exclamó Connor, sonriéndole de oreja a oreja. Ya no podía seguir conteniendo su entusiasmo. Incluso desde la borda, veía la colorida abundancia de fauna marina, esperándolo. Con el traje de neopreno puesto y el sol cayendo a plomo sobre él, no podía dar crédito a lo bien que habían salido las cosas. ¡Los Tres Bucaneros volvían a estar juntos! Los colas de pez parecían haberse tornado bien el cambio de opinión de Bart. Hasta Cali había dicho que lo comprendía. Y Flynn se había reído y había dicho que aún no estaba dispuesto a abandonar su puesto. Todo había sido una tormenta en un vaso de agua, una tormenta provocada, quizá, por la euforia de estar de permiso y la extraña magia del Lorelei y su tripulación.

- Me muero de ganas de estar ahí abajo -dijo Jez, sentándose junto a Connor con su traje de neopreno-. Debe de ser bastante especial, ¿eh?

Connor asintió con la cabeza. Él también estaba impaciente por bajar. Se habían pasado la mañana haciendo prácticas de respiración y se sentía preparado. Se llamaba pranayama y su objetivo era disminuir la frecuencia cardiaca antes de la inmersión. Cuanto más lento fuera el pulso, a más profundidad se podía bucear.

Bart se unió a ellos. Cali iba junto a él, sentada en su silla de ruedas.

- ¡Calipso! -gritó Flynn desde la popa-. ¿Puedes venir un momento?

Cali se encogió de hombros y dio media vuelta.

- ¡No me da tregua! -dijo, dando a Bart un cordial puñetazo antes de alejarse a toda prisa.

- Parece habérselo tomado estupendamente -comentó Jez, subiéndose la cremallera del traje.

- Hemos tenido una larga charla -dijo Bart-. Decididamente, vamos a seguir en contacto.

Se sentó con sus amigos. Juntos, se prepararon para la inmersión. Mientras seguía las precisas instrucciones que Joao les daba desde el agua, Connor notó que el pulso ya había empezado a calmársele. Notaba el cuerpo totalmente relajado, aunque era consciente de que, en lo más hondo, estaba excitado y con la adrenalina por las nubes. ¡Bucear en la bahía del Infierno era una forma estupenda de concluir su fin de semana de permiso!

Poniéndose las aletas, se sentó junto a Bart y Jez en el borde del barco, dejando las piernas colgando. En el agua, por debajo de ellos, dos de los colas de pez, Loic y Musimu, habían bajado al lecho marino para colocar una plomada.

- ¿Cuánta profundidad hay? -preguntó Bart cuando Loic volvió a la superficie.

- Eso no te hace falta saberlo -respondió él, sonriendo-. Lo importante no es la profundidad. La cuestión es descubrir el agua de otra forma, descubrirte a ti de otra forma.

- Tiene razón -dijo Joao-. Lo más importante es mantenerte relajado, física y mentalmente. No quieras bajar demasiado deprisa. Tómatelo con calma para maximizar el oxígeno que tienes en los pulmones. Basta con que sigas la cuerda. Nosotros estaremos cerca en todo momento. -Les hizo un ademán con la cabeza.-. Muy bien, de uno en uno: primero Connor, luego Jez y luego Bart.

Connor miró a sus compañeros. Los tres extendieron el brazo derecho y unieron los puños.

- ¡Uno para todos y todos para uno!

- Muy bien -dijo Bart-. Allá vamos.

Connor se puso las gafas de buceo y saltó al agua. Se dio la vuelta y vio a Jez saltando detrás de él. Pero, entonces, se fijó en que Flynn se estaba acercando a Bart. Dijo algo que Connor no pudo oír.

Bart le gritó:

- Voy a ayudar a Flynn con el palo mayor. Empezad sin mí. Os seguiré en un periquete.

Connor lo miró, levantando el pulgar. Súbitamente, un rayo de sol incidió en un círculo de agua por delante de él. Para su sorpresa, vio la cara de Grace. Lo estaba mirando fijamente cuando habló.

«Peligro. Bajo el agua.»

Aquello estaba empezando a ser ridículo. No era Grace. No podía serlo. Solo eran sus nervios, ganándole la batalla. No iba a suceder nada. Él lo sabía. Joao, Loic y Musimu estaban allí para ayudarlos. No había nada que temer. Tenía que mantener la calma. Una vez más, repitió sus inspiraciones y espiraciones.

Sus aletas alteraron la superficie del agua y el rostro de Grace desapareció. Connor movió la cabeza para centrarse. Luego, escupió en sus gafas de buceo y las limpió. Se las puso y se sumergió, hallando el extremo de la plomada.

- Eso es -dijo Joao en tono tranquilizador-. Tómate tu tiempo. Fúndete con el agua.

Connor ya no se extrañó de poder oír la voz de Joao bajo el agua. Solo supo que su tono era increíblemente tranquilizador. Notó que la respiración se le normalizaba. Comenzó a bajar por la cuerda. Conforme el cuerpo se le relajaba, empezó a percibirlo todo de un modo distinto. Notaba los latidos de su corazón, lentos pero regulares, y todos sus músculos, desde la coronilla hasta los dedos de los pies, como si realmente fuera uno con el agua. Aquello quizá se aproximara a lo que se sentía siendo un cola de pez.

- ¡Bien hecho! -lo animó Joao-. Si quieres soltar la plomada, puedes hacerlo.

Connor miró sus manos sujetas a la cuerda, justo por encima de la pesa de plomo. No había tiempo para vacilar. Se soltó y dio unas cuantas brazadas. Joao se puso a su lado.

- Muy bien -dijo-. Tienes una capacidad pulmonar extraordinaria.

Debían de estar a más de veinte metros de profundidad. Allí, las aguas eran azulísimas. Una pastinaca flotaba serenamente justo delante de sus narices.

- Estate tranquilo -dijo Joao-. No va a hacerte ningún daño. Ahora, tú formas parte de esto tanto como ella.

Juntos, observaron la insólita elegancia de la pastinaca. Connor se sentía como si le hubieran permitido acceder a otro mundo. Era increíble pensar en las semanas que había pasado navegando por encima de la superficie de aquel mismo mar. Lo de arriba solo era la mitad de la historia.

De pronto, notó presión en los pulmones. Frunció el entrecejo. No quería que aquello terminara. No aún. Al momento, Joao se puso a su lado.

- No pasa nada, Connor. No tienes de qué preocuparte.

«Para ti es fácil decirlo», pensó Connor. En su mente, las señales de alarma ya se habían disparado.

- Solo un par de metros más -lo instó Joao-. ¡Puedes hacerlo! Ya casi has llegado al fondo.

Connor vaciló. Decían que, en ocasiones, el cuerpo era mucho más fuerte de lo que la mente creía.

- Concéntrate en la respiración -dijo Joao en su tono tranquilizador-. ¡Piensa en lo bien que te sentirás cuando llegues al fondo!

Connor vio un banco de peces payaso amarillos pasando por delante de él. Ahora no podía parar. Siguió bajando por la cuerda, hacia el fondo.

- Eso es, Connor -dijo Joao, animándolo-. Solo un par de metros más.

Por el rabillo del ojo, Connor vio que Loic se había unido a ellos. ¿Iba todo bien? ¿No debería estar Loic con Jez? ¿O había vuelto ya Jez? Quizá no tuviera tanta capacidad pulmonar como él.

- Tranquilo -dijo Joao, percibiendo su preocupación-. Todo va bien, Connor. ¡No pares ahora!

Pero, súbitamente, Connor presintió que nada iba bien. Incluso antes de ver a Musimu bajando hacia el fondo con Jez, que tenía los ojos cerrados y el cuerpo exánime. Mientras asimilaba lo que veía, Connor notó que dos pares de manos lo agarraban firmemente por los costados, obligándolo a seguir bajando.

- Venga, Connor -dijo Joao, en su mismo tono de siempre-. ¿No querías bajar hasta el fondo? Pues ahí es donde vas a quedarte.

Súbitamente, Connor vio el lecho marino. Pero el miedo que se había apoderado de él le impidió saborear aquel momento tan esperado. Los colas de pez no los habían llevado a él y a Jez hasta allí para que perfeccionaran sus técnicas de buceo; los habían llevado para eliminar cualquier obstáculo que se interpusiera entre Bart y su permanencia en el Lorelei. ¡Los habían llevado para matarlos! ¿Estaban realmente tan desesperados por tener un nuevo capitán?

Pero el plan no iba a darles resultado. Bart no era idiota. No se quedaría con Cali sabiendo que los colas de pez habían asesinado a sus mejores amigos. Solo que no parecería que los habían matado, ¿no? Sería únicamente un terrible accidente. Connor imaginó de qué modo tan convincente comunicaría Joao la noticia, con lágrimas en los ojos mientras relataba que, pese a las súplicas de Loic, Connor y Jez se habían forzado demasiado…

El corazón se le aceleró, justo lo último que ahora podía permitirse. Notó las manos de Joao y Loic en los hombros, empujándolo hacia abajo. Por delante de él, en el lecho marino, vio un mal presagio: un esqueleto, un círculo de cadenas y, en la mano del marinero muerto, una espada oxidada.

- ¡Mira! -dijo Joao, riéndose-. ¡No eres el primer pirata en llegar al fondo!

Connor oyó aquellas palabras horrorizado, cayendo finalmente en la cuenta de cuan honda era la traición de Joao.

- No tenía por qué terminar así -dijo el cola de pez, como si le hubiera leído el pensamiento-. Podríais haber dejado que se fuera. Vosotros no necesitáis otro pirata. Pero nosotros no sobreviviremos sin otro capitán.

«¿Y vais a matar para conseguir uno?» Connor quería hablar, pero, ahora, abrir la boca solo aceleraría su muerte. En vez de eso, negó lentamente con la cabeza, esperando que Joao pudiera percibir el odio de su miraba.

- No me mires así -dijo él-. Solo estoy haciendo lo que es mejor para mis compañeros. Igual que harías tú con los tuyos. -Sonrió-. Uno para todos…

- ¡Y todos para uno! -añadió Loic. Los dos colas de pez se rieron. Fue un sonido horrible.

Ahora, Connor tenía los ojos entrecerrados. Había logrado respirar con más lentitud, pese a su pavor, pero su resistencia física tenía un límite.

- Se está quedando sin aire -dijo Loic-. Déjalo. El trabajo ya está hecho. Nosotros tenemos a nuestro nuevo capitán.

- Es una verdadera lástima. -Connor oyó la voz de Joao, cada vez más distante-. Era un tipo bastante divertido. Y el otro también. Y era agradable tener contrincantes decentes en las partidas de cartas.

Mientras la vista se le nublaba, Connor notó que su espalda topaba con el lecho marino. De pronto, se había instaurado una calma sepulcral. Los colas de pez se habían marchado, quizá para comprobar el estado de Jez. Connor pensó en su amigo. ¿Seguía vivo, o ya había sucumbido? Intentó ahuyentar momentáneamente el miedo.

No era la primera vez en su vida que se encontraba haciendo frente a la muerte bajo el agua. Cheng Li, la pirata que lo había salvado de morir ahogado en esa ocasión, le había dicho que era una forma dulce de morir, pero Connor no estaba dispuesto a quedarse para averiguar si sus palabras eran ciertas. Pensar en Cheng Li le imprimió nuevas fuerzas. Ella era una luchadora, no se daría por vencida. Ni siquiera en aquellas circunstancias. Se la imaginó hablándole en ese momento. «¿Acaso te rescaté, chico, solo para que tú volvieras a ahogarte, por culpa de unas sirenas?»

Abrió los ojos y se encontró frente a frente con los restos óseos del pirata muerto. Sus ojos se posaron en la espada oxidada, que el esqueleto tenía flojamente sujeta entre los dedos. «Voy a tomarla prestada un momento» se dijo, cogiéndola por la empuñadura. Fue fácil arrebatársela al esqueleto, como si el marinero muerto le estuviera echando una mano desde el más allá. Ahora venía lo difícil. Cargar con la espada bajo el agua no era tarea fácil. Requería un esfuerzo extremo y Connor sabía que apenas le quedaban fuerzas. El único modo de regresar con vida a la superficie era conservar su energía, contener la respiración durante el mayor tiempo posible.

Con férrea determinación, comenzó a nadar, asiendo firmemente la espada en su mano derecha.

Loic interrumpió su ascenso y se volvió para observar a Connor, nadando con esfuerzo hacia la superficie

- No cabe duda de que tiene aguante -oyó decir Connor a Joao.

Su tono desdeñoso solo sirvió para aumentar su determinación. Ahora, los colas de pez estaban nadando de nuevo hacia él, pero les esperaba una sorpresa. Cuando Loic lo alcanzó, Connor blandió la pesadísima espada en el agua.

Pero fue demasiado lento. Loic se rió y eludió fácilmente el golpe.

- Dejemos que el pirata siga nadando con su espada oxidada -se burló-. Lo hundirá antes que salvarlo. -Connor quería gritar de frustración. No le quedaban fuerzas, ni casi aliento. Con o sin espada, jamás lo lograría. Iba a morir. Allí, en aquel osario pirata. Pensó en Grace. Había intentado advertirlo, pero él no la había escuchado, no le había hecho caso. Ahora, ya nunca volvería a verla.

De pronto, las aguas que lo rodeaban burbujearon; luego, comenzó a dibujarse la silueta de otro buceador. Poco a poco, un rostro conocido cobró nitidez. ¡Era Bart! ¡Había venido a rescatarlo!

Alentándolo con una sonrisa, Bart le arrebató la espada. Se propulsó rápidamente hacia delante, la alzó y alcanzó a Joao en la cola.

Su grito les taladró los oídos. Luego, las aguas se llenaron de sangre oscura. Y luego, estalló el caos.

11

El final

Al oír los angustiados gritos de Joao, los demás colas de pez acudieron en su ayuda. La espada le había rebanado la punta de la cola y estaba perdiendo muchísima sangre. Esta inundaba el agua como un humo rojo.

Bart cogió el cuerpo exánime de Connor y, soltando la espada ensangrentada, comenzó a nadar enérgicamente hacia la superficie, alejándose de los colas de pez hacia aguas más transparentes.

Por debajo de él, la espada regresó lentamente a las manos del pirata muerto.

Los colas de pez se arremolinaron alrededor de Joao mientras su cola truncada se sacudía fuera de control. Su rastro de sangre atrajo a un trío de tiburones martillo que nadaban en las proximidades. Olfateando una presa, se internaron en la niebla roja, ávidos de saciar su apetito.

Algunos colas de pez salieron huyendo inmediatamente hacia la superficie, pero Loic y Musimu se quedaron, cogiendo a su compañero herido entre los dos, paralizados por la indecisión.

Los tiburones se acercaron, enseñando sus afilados dientes. No se detuvieron a considerar la forma poco habitual de los peces que atacaron. Loic y Musimu no pudieron hacer nada salvo intentar salvarse. Por fin, entregaron el cuerpo exánime de Joao a sus voraces mandíbulas.

Por encima de ellos, Bart nadaba enérgicamente hacia la superficie, preguntándose cuánto tiempo faltaba para que Connor exhalara el último suspiro. Jez ya debía de estar muerto. Tenía que quitarse aquel pensamiento de la cabeza. Para ello, se concentró exclusivamente en su supervivencia y la de Connor y siguió nadando. Se estaba quedando sin aire, pero no iba a darse por vencido. Se lo debía a sus amigos.

Por debajo de él, los tiburones enseguida dieron cuenta de su primera presa. Acto seguido, se pusieron a nadar pensativamente en círculo alrededor de Loic y Musimu mientras un nuevo depredador se acercaba para unirse al grupo. La naturaleza tiene una jerarquía y, de igual forma que las anguilas babosas ceden el paso a los tiburones, también los peces martillo se lo cedieron al recién llegado.

Sidorio se acercó aún más, advirtiendo la perplejidad con que Loic y Musimu lo miraron cuando lo vieron venir. Sabía qué estaban pensando. «¿Cómo es posible que haya un hombre aquí? ¿Y por qué no lo han atacado los tiburones?» Pero, al igual que ellos, Sidorio no era ni hombre ni pez. Y no iban a tardar en averiguarlo.

Las aguas se habían impregnado por completo de la sangre de Joao. Su olor se adueñó de Sidorio, transformándolo ante los ojos de los horrorizados colas de pez. Sus pupilas se convirtieron en pozos de fuego donde no quedó ningún vestigio de humanidad. Y, cuando abrió la boca, sus dos colmillos de oro dieron una impresión tan alarmante como una hilera entera de dientes de tiburón.

No había escapatoria.

Bart oyó los gritos de Loic y Musimu cuando por fin sacó la cabeza fuera del agua y notó la brisa en la cara. Tiró de Connor para colocarlo a su lado; él seguía inconsciente. Tenía que subirlo al barco. Miró el Lorelei. Había dos personas en cubierta, con los ojos clavados en él.

- ¡Ayudadnos a subir! -dijo con voz ronca, apenas capaz de hablar.

Ni Cali ni Flynn se movieron. Era como si no lo hubieran oído.

- ¡Venga! -suplicó Bart-. Joao está muerto, Loic y Musimu también. Hay tiburones ahí abajo. ¡Ayudadnos a subir!

Cali y Flynn continuaron sin moverse.

- ¡Por favor! -gritó Bart-. Connor está inconsciente y no encuentro a Jez. ¡Por favor! Yo estaba dispuesto a renunciar a todo por vosotros. Si tenéis una pizca de humanidad, dejadnos subir al barco, por favor.

Cali y Flynn siguieron sin hacer nada. Quizá estuvieran demasiado impresionados por lo que había sucedido. Quizá, simplemente, él ya no fuera de ninguna utilidad para ellos.

«Da la vuelta.» La voz no era más que un susurro, pero Bart se volvió y se encontró con un pequeño esquife flotando a su lado.

Vio un par de manos enguantadas alargándose hacia él. Sin vacilar un momento, levantó a Connor, sacando fuerzas de flaqueza. Las manos lo ayudaron a sacar a su amigo del agua para subirlo al esquife. Bart cometió el error de mirar abajo y vio una espiral de sangre ascendiendo hacia la superficie. Notó el roce de una aleta en los pies… Pero entonces, las manos volvieron a alargarse y, por fin, también él estuvo a salvo dentro del barco.

Alzó la vista, agradecido, para ver a su salvador, pero este tenía el rostro totalmente oculto por una oscura máscara.

«Estás cansado, amigo -le susurró-. Has luchado bien, pero ahora debes descansar.»

- ¿Quién es usted? -preguntó Bart. Se sentía, en efecto, inmensamente cansado y los párpados ya se le habían empezado a cerrar.

Su salvador no respondió, sino que se dio la vuelta y cogió los remos. En ese momento, Bart vio que había otro pasajero junto a sus pies.

- ¡Jez! -exclamó.

«Está durmiendo -dijo el misterioso barquero-. Y Connor también. Y ahora, también tú debes dormir. Volveremos a encontrarnos a su debido tiempo, Bart. Jamás podré agradecerte lo que has hecho.»

«¿Cómo sabe nuestros nombres?» pensó Bart, escrutando la máscara en busca de alguna pista. Pero no halló ninguna. Incapaz ya de lidiar con su honda fatiga, apoyó la espalda en un lado del esquife y cerró los ojos. Se quedó dormido al instante.

«Ya estáis a salvo» dijo el barquero enmascarado mientras salía a mar abierto, dejando rápidamente atrás la bahía del Infierno.

12

Vuelta a la superficie

Al abrir los ojos, Connor se encontró mirando las cegadoras luces de la calle del Marinero.

Estaba tendido en el fondo de un pequeño esquife. Tenía la cabeza embotada y, al volverse hacia un lado y ver a Bart y Jez tumbados junto a él, notó una fuerte punzada de dolor en el cráneo. Sus gemidos despertaron a sus compañeros.

- ¿Dónde estamos? -preguntó Bart, completamente desorientado.

- En la calle del Marinero -respondió Connor.

- ¿Qué día es? -preguntó Jez.

- Eso da lo mismo -dijo Bart-. ¿Por qué estamos todos en ropa interior? ¿Dónde está nuestra ropa?

Era una buena pregunta, pero por mucho que se esforzara en hacer memoria, Connor no pudo recordarlo.

Súbitamente, Bart se puso blanco como el papel.

- Creo que voy a vomitar -dijo con mucha calma, asomándose por la borda.

Connor sonrió burlonamente y negó con la cabeza.

- ¡Ay! -Tenía que acordarse de no volver a hacer eso.

- ¡Así está mejor! -dijo Bart, limpiándose la boca.

- Qué estampa tan agradable -dijo Jez.

Connor consiguió incorporarse. Cuando lo hubo hecho, vio la familiar silueta de un barco que se acercaba a la ciudad flotante.

- Es el Diablo -exclamó--. ¡Ha venido a recogernos!

- ¿Ya? -dijo Bart.

- Entonces, debe de ser domingo por la noche -dedujo Jez.

- Supongo -dijo Connor-. ¿Recuerda alguno de los dos qué hemos hecho durante este permiso?

Jez negó con la cabeza. Bart parecía igual de perplejo. Luego, sonrió.

- Debe de haber sido un permiso de cuidado, ¿eh? ¡Para que ahora estemos medio desnudos y sin acordarnos de nada!

- Supongo -dijo Connor. De pronto, reparó en algo-. Mirad -dijo, sonriendo-, tengo un tatuaje. -Les enseñó la cara interna del antebrazo. Había tres sables tatuados, con las empuñaduras entrelazadas. Debajo del tatuaje, la piel estaba roja y dolorida, pero, por lo demás, ¡era magnífico!

Bart y Jez extendieron el brazo.

- Eh -dijo Bart-. Mirad. ¡Todos tenemos uno!

- ¡Son idénticos! -exclamó Jez, mirándose el antebrazo.

- Bueno, casi -dijo Connor-. Mirad, el de Bart tiene una cosa que no tiene el nuestro. Justo debajo de los sables.

Bart y Jez lo miraron con más detenimiento.

- Tiene razón -dijo Bart-. ¿Qué es esto?

- Es una letra -respondió Jez-. La letra «C».

Bart se quedó mirándola, desconcertado.

- ¿Por qué una «C»?

Jez negó con la cabeza.

- ¡Ni idea!

- Yo tampoco lo sé -dijo Connor. Era un misterio-. Pero el tatuaje es increíble, ¿no?

Jez sonrió con picardía.

- ¡Es un recuerdo del primer permiso que hemos pasado juntos los Tres Bucaneros!

- Ojalá podamos recordar algo más del próximo, ¿eh? -dijo Bart-. Por cierto, ¿se nota alguien más la cabeza como si se la hubieran partido por la mitad?

- ¡Sí! -gritaron Jez y Connor al unísono.

- Uno para todos… -dijo Bart en voz baja.

- ¡Y todos para uno! -respondieron Jez y Connor en voz algo más alta.

El Diablo se había detenido a cierta distancia de la bahía. Era más fácil conducir el esquife hasta él que esperar a que el galeón se acercara más al puerto.

Bart soltó amarras y Connor volvió a ponerse al timón. Cuando se dio la vuelta para echar una última ojeada a la calle del Marinero, el dolor de cabeza se le intensificó de repente. Cerró los ojos, solo un segundo.

En ese momento, un extraño revoltijo de imágenes le cruzó la mente: Una lúgubre taberna. Dos manos trabadas. Ruedas. Un hermoso barco. Una partida de cartas. El rostro de Grace. Peligro. Bajo el agua. El rostro de una muchacha. Un coletazo. Magia. Bajo el agua. Una pastinaca. Un banco de peces amarillos. Y luego… oscuridad.

Volvió a abrir los ojos, intentando retener las imágenes, pero no pudo hacerlo. Las sustituyó la maliciosa sonrisa de Bart.

- Voy a darte un consejo, socio. Con los ojos abiertos, es posible que te cueste menos mantener el rumbo. -Se encogió de hombros-. Solo es una idea.

Connor cogió el timón y puso rumbo al Diablo. Oficialmente, su primer y misterioso permiso había concluido.

En mar abierto, un esbelto velero flota a la deriva en la oscuridad.

Sidorio inspecciona la cubierta del Lorelei. Los colas de pez que han sobrevivido están hundidos en sus sillas de ruedas. Parecen frágiles y desdichados. Más de una de sus fundas de hule está manchada de sangre.

- Veamos -dice Sidorio-. Me he enterado de que necesitáis un nuevo capitán y, por suerte para vosotros, yo estoy libre y podría ocupar ese puesto de inmediato.

El desprecio con que lo miran Cali, Teahan, Lika y los otros supervivientes no le afecta en absoluto. El desprecio solo está a un paso del respeto en su escala de valores. Sonríe.

- Hoy me habéis impresionado -dice-.Veo que podríais ser bastante malvados si jugarais un poco más fuerte. Tenéis unos cuantos movimientos sensacionales. Y unas considerables ansias de violencia. Podemos mejorar eso, pasar al siguiente nivel.

Se vuelve y ve a Flynn, que viene renqueando hacia ellos: un hombre consumido. Niega con la cabeza.

- Pero creo que usted no va a servirnos de mucho, abuelo. No en esta nueva tesitura. -Se ríe entre dientes-. Póngase cómodo y ya decidiremos qué hacer con usted más tarde.

Sidorio mira a los colas de pez. Ahora, percibe que está captando toda su atención. El miedo los tiene petrificados. Justo como a él le gusta.

Este es el principio de un nuevo viaje. Es una perspectiva vigorizante. Tras todos estos años navegando, estos interminables años, el auténtico viaje de Sidorio está por fin a punto de comenzar. Es como si hubiera despertado de un sueño profundísimo. Como si hubiera ascendido desde las profundidades más tenebrosas. Y, antes de que vuelva a reposar, su nombre será conocido a lo largo y ancho de los siete mares. Conocido, respetado y temido.

Le queda mucho por hacer.

Fin