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Pasó el dorso del dedo índice por la nariz, apoyó la espalda en el cabecero de la cama, se tapó hasta el pecho y entornó los ojos, el recuerdo recién revivido la despertó sobresaltada.

Seguía sin creer que el sueño fuese un recuerdo real, todo debía ser producto de su imaginación o como bien se decía en el mismo, fruto de estar bajo los efectos de las drogas. Nadie en sus cabales disfrutaría con semejante perversión.

Prestó atención al otro lado de la pared, al no escuchar nada dedujo que el matrimonio aún estaría dormido. Desechó ponerse las zapatillas de estar por casa que Sara le compró nada más regresar de Madrid, lo que menos deseaba era despertarlos, bastante bien se comportaban con ella al permitir que se quedara a vivir en su casa con lo que aquello implicaba; tener que dejar a sus hijas con los abuelos.

Llegó al salón y, con el máximo sigilo que fue capaz, abrió la puerta corredera que daba al balcón. Necesitaba con urgencia un pitillo, llevaba muchas horas sin fumar. Retuvo el humo lo máximo posible en los pulmones antes de expulsarlo, aquel simple gesto la relajó.

Descansó el peso del cuerpo contra la barandilla, centró la mirada en las diferentes figuras que formaban las nubes del cielo, siempre le había maravillado aquel espectáculo aunque sabía que no todo el mundo veía la misma belleza que ella.

De pequeña sus compañeros de colegio se metían con su forma de pensar, no ser una calcomanía de los demás pasaba factura, sobre todo a esas edades en las que la personalidad aún no estaba forjada por completo. Incluso en nada se parecía a su hermana, otra desventaja que pagaba en casa.

Mientras que sus progenitores se desvivían por su hermana, a ella la dejaban de lado. Su padre incluso la llamaba bicho raro y en la pubertad nada cambió. Salvo su personalidad que sí comenzó a cambiar. Nunca olvidaría aquellas tardes de verano que pasaba en la piscina, no entendía por qué su mirada siempre se desviaba al pecho de sus amigas, le costaba entender el motivo de que le llamase tanto la atención aquella parte de la anatomía femenina. Comenzó a preocuparle el hecho de tener el deseo de tocarlas.

Con los años aquel capricho quedó atrás, pero las dudas resurgieron con la primera pareja que tuvo y después con Juan, intentaba disfrutar al igual que ellos hacían; pero algo dentro de ella no lo permitía, haciéndola cuestionarse su orientación sexual. Sin embargo, el sueño le había mostrado que la dureza empleada le excitaba. Se llevó las manos a las sienes, no comprendía nada de lo que le pasaba. ¿Cómo había sido capaz de disfrutar con semejante barbaridad?

Tan sumida estaba en sus pensamientos que no reparó en que alguien salía a hacerle compañía hasta que no habló:

—¿Estás bien?

Con lentitud giró la cabeza, no tardó en encontrarse con la mirada preocupada del marido de Sara.

—Sí.

—No tienes buena cara.

—Estoy cansada, no descanso bien por las noches.

—Es comprensible.

Le ofreció un cigarro que no rechazó. Era la primera vez que lo veía fumar, aunque para ser sincera con ella, se habían cruzado en contadas ocasiones: él casi nunca paraba por allí, la mayoría de horas las dedicaba al trabajo y una semana al mes estaba de viaje.

—¿Dónde está Sara?

—Han llamado del colegio para que recoja a nuestra hija pequeña, se ha puesto enferma.

—¿Y no has ido con ella? —No quería meterse donde no la llamaban, pero le extrañó que no la acompañara.

—A eso mismo venía, para saber si puedes quedarte sola unas horas, mi jefe necesita que vaya con urgencia.

Edna encogió los hombros, no era ninguna niña pequeña, podía cuidarse sola.

—Por mí no te preocupes, estaré bien.

—De acuerdo.

Apagó el cigarro en el cenicero que le tendió Edna.

—En la cocina tienes el desayuno y la medicación.

—Gracias —respondió con una tímida sonrisa.

Permaneció en el mismo lugar hasta asegurarse de escuchar la puerta principal, dejó pasar unos minutos antes de adentrarse en casa. Con celeridad pasó por la cocina y tomó el desayuno que le habían preparado. Sabía por Sara que su ordenador no disponía de claves de acceso y necesitaba comprobar algo.

El pulso le temblaba y todavía no había hecho nada. Apretó y abrió las manos repetidas veces para relajarlas.

—No vas a hacer nada malo —se dijo para convencerse de que cualquier persona en su situación actuaría de igual modo.

Pulsó el icono que daba acceso a la red, tecleó en el buscador las palabras y presionó intro a la espera de que decenas de páginas se mostraran para ser visitadas. Inspiró hondo antes de decidirse por una. La frente se le perló al ver la imagen estática que mostraba el vídeo.

Lo pensó dos veces, después de ver la muestra no estaba tan segura de querer visualizar más, pero si quería salir de dudas no tenía más remedio que enfrentarse a sus miedos. Al igual que si alguien la estuviese apuntando con un arma, Edna clicó el botón derecho del ratón en el centro de la pantalla.

Relajó la tensión al comprobar que el vídeo tardaba en cargar, con suerte no tendría que pasar por aquel mal trago, sus rezos fueron en vano, la película comenzó a avanzar. Cinco minutos después apagó el ordenador con la mano en la boca, de algún modo quiso retener la angustia que le produjeron los fotogramas.

Sin reparar en lo que llevaba puesto y sin coger las llaves, aceleró el paso para salir de casa, necesitaba aire y las paredes se lo negaban. Bajó las escaleras a la carrera y no paró hasta estar en el exterior.

La visión borrosa le impidió ver al anciano que se cruzó en su camino y casi estuvo a punto de tirar, ni siquiera se disculpó cuando comenzó a correr sin ninguna dirección fijada. Simplemente corrió y corrió sin cesar hasta que los músculos comenzaron a dolerle con tanta intensidad que si daba una zancada más acabaría con una lesión.

Apoyó la mano en la fachada del local sin terminar, intentó apaciguar la respiración, aunque esta se negaba a concederle tal petición, su corazón seguía bombeando sin descanso. Los lagrimales le escocían de la mezcla de sudor y lágrimas que batallaban para ver quién ganaba.

Su mente era un batiburrillo de pensamientos, los cuales no alcanzaba a comprender. ¿Cómo era posible que el sueño le mostrase que disfrutó si no había sido capaz de ver cómo unos actores practicaban lo mismo? Porque estaba segura de que las personas que salían en el vídeo eran profesionales, a nadie con sentido común podía gustarle aquella bestialidad.

—Señora, ¿se encuentra bien?

Tembló de pies a cabeza al escuchar la masculina voz a su espalda. Aquello no podía estar pasándole, se suponía que él estaba en Madrid. ¿Qué hacía en Valencia?, y para postre a su lado.

—¿Señora?

—No te acerques a mí —medio gritó.

—¿Edna?

—¡Socorro! ¡Socorro! —Comenzó a gritar para asustarlo.

Quiso sujetarla por el brazo, pero fue más rápida y no tardó en correr en dirección opuesta por dónde había venido.

Le dolía todo el cuerpo, incluso le pedía un receso; pero no estaba dispuesta a concederle tal ventaja, aunque si era sincera con ella, no sabía si le pisaba los talones ya que no había mirado atrás desde que había comenzado a huir.

Un intenso dolor se apoderó de su cuerpo cuando al girar en la esquina se topó contra alguien que la sujetó por los brazos, aunque no evitó el golpe.

—Señora Cortés, ¿qué hace en la calle y en pijama?

Enfocó la vista, le costaba debido al choque.

—¿Detective Latorre?

—El mismo. ¿Le ocurre algo?

—Está aquí.

—¿Quién está aquí?

—Él.