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Tres meses después
Caminó con decisión en busca de un taxi nada más bajar del tren. Le entregó la dirección al hombre tras acomodarse en la parte trasera. Pagó la carrera y esperó hasta perder de vista el coche para recorrer a pie los kilómetros que faltaban para llegar a su destino.
Observó la fachada de ladrillo rojizo abandonada, creía estar en el lugar indicado, era la primera vez que lo visitaba. Miró a ambos lados de la calzada, no para comprobar si venían coches algo que no le interesaba, sino para cerciorarse de que no conocía a nadie y era seguro adentrarse en el callejón y acceder al edificio. Aunque la noche se hacía dueña de la calles, nunca estaba de más tomar precauciones.
Asió la manivela de la puerta sin dejar de sentir cierto temblor, no sabía si hallaría lo que buscaba. Habían pasado tres meses desde que el juez diese por cerrado el caso de su secuestro por estar muertos los sospechosos.
Quedó parada en la entrada al cerrar, antes de proseguir debía contener los nervios que le invadían. Respiró hondo un par de veces y, al sentir cómo su corazón comenzaba a bombear con normalidad, reanudó la marcha.
Recorrió el largo pasillo hasta llegar a la altura del acceso al sótano, introdujo la llave en la cerradura, se sobreexcitó al escuchar la manera que el cerrojo cedía ante el giro. Bajó las escaleras y la tranquilidad se apoderó de ella al apreciar la luz que se filtraba por la rendija.
De pie, apoyada en la madera, se deleitó con la escena que sus ojos presenciaban. Expósito tenía sujeta a una de las chicas y, sin usar la delicadeza que mostraba cuando estaba con ella, le enseñaba cuál sería su nueva vida una vez fuese vendida. Se relamió los labios al imaginarse sujeta por las cadenas mientras él hacía con su cuerpo lo que mejor sabía.
No fue hasta estar en el pellejo de ellas que no descubrió lo que gozaba con aquellos siniestros juegos. Los había visto en innumerables ocasiones, aunque jamás se le había pasado por la cabeza participar en ellos, le parecían demasiado crueles para llevarlos a cabo.
Le extrañó no ver a los demás. Así que, sin hacer ruido, se acercó hasta ubicarse detrás él. Primero acarició la espalda desnuda para después proseguir con la boca. Llevó las manos al pecho y comenzó a descender hasta hacerse con la dureza, no tardó en prodigarle las caricias que a él lo saciaban.
Con movimientos rudos lo masturbó hasta que eyaculó en el estómago de la chica. Expósito giró el rostro buscando los labios de Edna. Los devoró con ansiedad, como si hubiese estado demasiado tiempo expuesto a las clemencias del desierto y no fuese capaz de saciar su sed por más que bebiese.
—¿Por qué has tardado tanto en regresar? —Quiso saber.
—Primero tenía que cerciorarme de que era seguro, no hicimos lo que hicimos para exponernos otra vez —respondió Edna devolviéndole el beso—. Déjala descansar y que observe qué hacéis los tres conmigo —imploró mientras se acercaba a la cómoda y esnifaba un par de rayas de coca.
Expósito entendió a la perfección qué deseaba. Sin contradecirla, le hizo una seña a Jacobo —que acababa de aparecer por la sala— para que liberase a la chica y la llevase hasta el lado opuesto de la habitación. Desde esa posición tendría una mejor perspectiva de lo que en breve se desarrollaría.
Tras asegurarse de que la chica estaba esposada, colocó una mesa en el centro de la estancia. Cogió una botella de agua fría y la vertió sobre la madera, no contento con ello, vació un par de cubiteras para mantener la temperatura deseada.
Instó a Edna a que se sentara sobre sus piernas, de ese modo percibiría la humedad y frialdad de la superficie. Le rodeó el cuello con la cuerda antes de obligarla a que pusiese los brazos en la espalda y terminar de atarla. Edna entornó los ojos y el recuerdo de cómo comenzó todo la invadió.
Sus días en la inmobiliaria eran de lo más inapetentes, ya no saboreaba de igual modo cada venta que realizaba, atrás quedaron las ilusiones de proveer de un nuevo hogar a parejas ansiosas por comenzar una nueva vida. La monotonía se había instalado en sus días al igual que una mala hierba.
Todo cambió el día que Expósito apareció en la oficina. Nada más verlo se sintió atraída por su oscura mirada, no solo por el hecho de que sus ojos fuesen negros, en realidad era lo que ocultaban lo que le atrajeron. Tardó meses en ofrecerle lo que buscaba, aunque lo tenía disponible desde el minuto cero.
Las visitas a inmuebles cada vez se hacían más asiduas, hasta que una noche la invitó a cenar, a partir de ese momento comenzó su relación. Los primeros meses se veían los sábados a partir de medianoche en su casa, hasta que la invitó a la recién adquirida y descubrió a qué se dedicaba en realidad.
Las primeras veces que los presenció se marchaba asqueada, no comprendía por qué no los denunciaba, sabía que lo que hacían era ilegal, que iba contra las normas de la humanidad, pero las semanas pasaban y algo en su interior despertaba. No supo darle nombre al principio, pero con los días descubrió que para nada le desagradaba aquel estilo de vida, que al lado de ellos —al fin— se sentía una persona normal.
Los escuchó quejarse de que cada vez les era más difícil suministrarse de jóvenes, su cerebro pronto discurrió que ella podría ofrecerles una solución. Le agradó ver la mirada de satisfacción que le dedicó Expósito al revelar su plan. Su trabajo volvió a reconfortarla, no tardó en especializarse en ventas de inmuebles a familias de recursos limitados que tenían —a ser posible— hijas.
—Ya veo que no tuviste suficiente con los siete días que estuviste encerrada.
Abrió los ojos al escuchar la voz de Jacobo.
—Si hubieses sido más precavido, no tendría que haber pasado por ese proceso —masculló. Aún seguía enfadada con él.
—Puede que estés en lo cierto, que mi metedura de pata fuese lo que nos llevó a ello, pero no me negarás que la experiencia te gustó, de no ser así, no estarías aquí reclamando más.
No pudo quitarle la razón, cierto era que las primeras noches el recuerdo se apoderaba de ella y la hacía temblar. Hubo un momento del cautiverio que llegó a pasarlo tan mal que hizo todo lo posible por escapar, pensaba que a ella la tratarían con más condescendencia, pero cumplieron a rajatabla su promesa de tratarla como a una igual.
Aunque por otro lado, su cuerpo reclamaba aquella dureza con la que tanto había disfrutado, aunque no estaba dispuesta a confesarlo.
—Vete a la mierda, Jacobo.
—Abre la boca. —Pidió Expósito para colocarle la mordaza—. De nada sirve que discutáis, todo ha salido según lo planeado.
Aquel día en concreto llegó a la mente de Edna. Había salido más tarde de lo normal del trabajo. Sabía que para cuando llegara, la sesión estaría finalizada y le habría gustado observarlos, no erró en sus cálculos. A su entrada lo primero que vio, fue a Sergio esnifar una raya. Ladeó la cabeza asqueada, nunca había sido partidaria de los estupefacientes y no comprendía por qué se los administraban.
—Me tiene hasta los huevos el mamón de García —comentó Sergio cuando finalizó de drogarse.
—¿Qué le pasa a ese cabrón ahora? —inquirió Expósito encendiendo un cigarro.
—Esta mañana me ha llamado su excomisario para avisarme de que sigue investigando la red, por lo que me ha dicho, si no hacemos nada en breve dará con nosotros. ¿Por qué no fuiste más precavido? —cuestionó furioso mirando a Jacobo.
Las pullas volaron entre los tres, durante minutos se echaron en cara los errores cometidos, aquello no los llevaba a ningún lugar, si de verdad querían deshacerse del inspector que osaba entrometerse en asuntos que no le concernían, debían actuar de otro modo y —en todo momento— unidos.
Edna, recostada en la pared, escuchó las hipótesis que los tres ofrecían cuando acabaron de discutir, de cómo desviar la atención del tal García para que no llegara hasta ellos, y con ello tuvo la ocasión de empaparse de su rutinaria vida. Una idea la asaltó, sabía que era una locura, que no debía pasar por ella la solución, pero entendía que no podían arriesgarse a que fuesen los policías los que lo hiciesen callar, un pequeño error los delataría y todos acabarían entre rejas.
—¿Tiene pareja? —La pregunta ocasionó que los hombres centraran la atención en ella.
—Que yo sepa no, está tan obsesionado con desmantelar la organización que se le olvida lo que se disfruta cuando se folla —comentó mordaz Sergio.
—¿Por qué te interesa? —interrogó Expósito mosqueado.
Edna atisbó un ramalazo de celos en su voz. Se acercó a él y le acarició la barbilla para despejarle las dudas que le hubiesen creado su curiosidad.
—Lo único que me interesa de ese tío es que nos deje en paz. Recuerda que si cae uno, caemos todos y os recuerdo que soy el enlace directo con Acosta.
—Entonces, ¿para qué quieres saber si está soltero?
Edna alargó la mano y cogió el paquete de tabaco de Jacobo, sacó un cigarrillo y lo encendió.
—Tú te llevas bien con él, Sergio. ¿Por qué no quedas una noche para tomar unas cervezas después del servicio y lo convences de que no le vendría mal conocer a una mujer para despejarse?
—¿Y en qué va a ayudarnos? —Quiso saber Jacobo.
Edna sonrió, «tan inteligentes para unas cosas y tan ignorantes para otras», pensó.
—Fácil, lo animas a que se inscriba en una aplicación de solteros, yo te digo a cuál. De ser posible hazlo tú y sin que se dé cuenta me envías un mensaje que después borrarás. Así creerá que soy yo quien envía el primer mensaje.
—Vaya una mierda de plan —objetó Jacobo.
—Tú mejor no opines que bastante has hecho ya —masculló Edna cabreada por la intromisión—. ¿Es de Alicante, no? —inquirió mirando a Sergio.
Su socio asintió.
—Dentro de un mes es la presentación de la nueva novela de la mujer de Jacobo y he prometido que asistiré. Sergio, dale vacaciones desde ese fin de semana hasta el próximo sábado, haré todo lo posible porque me diga de vernos en Alicante a mi regreso porque me es imposible viajar hasta Madrid por motivos laborales.
»El domingo saldremos a comer, os mandaré un mensaje para deciros dónde vamos y así simularemos que me ha secuestrado. El domingo me soltáis, así coincidirá con que él se incorporará de nuevo al trabajo. Ya discutiremos cómo y dónde me dejáis, el tema es que yo viaje hasta Madrid puesto que es su lugar de trabajo y no olvidéis que todo debe parecer real durante esos días.
—No me convence la idea —habló Expósito—. No quiero hacerte lo mismo que les hacemos a ellas.
—Si no lo hacemos así, no podré bordar mi papel de mujer secuestrada, violada y drogada. No te preocupes por mí, podré soportarlo.
Todos enmudecieron, cada uno analizaba el caso desde su punto de vista y no tardaron en llegar al acuerdo de que a ellos jamás se les hubiese ocurrido un plan tan retorcido.
—El plan está bien, pero puede haber un pequeño problema —agregó Jacobo.
—¿Cuál? —preguntó Edna.
—Mi mujer. Una vez que conozca tu desaparición no parará hasta dar con tu paradero y conociéndola como la conozco, hablará con su amigo el detective y una vez te soltemos, no querrá separarse de ti.
Edna no había barajado aquella posibilidad. Por eso, no tardó en idear lo que ocurriría una vez reapareciera para tenerlo todo controlado.
—Por él no tenemos que preocuparnos, es el inspector quien nos pisa los talones —dijo convencida—. Como imagino que me ingresarán nada más aparezca y Sara se quedará conmigo los días que esté en la capital, encárgate —Sergio— de que García me vea cuando aparezca por comisaría, saldré de allí sin hablar con él y le haré creer a Sara que su presencia me causa terror, de ese modo sospechará de él.
»Mientras estemos allí Sara intentará convencerte de que lo mejor será que me quede en Valencia con vosotros ya que mi hermana no podrá ir por la mala salud de mi madre, ponle objeciones así no sospechará de ti si aceptas de inmediato. Todo será más factible si sigues proporcionándome cocaína y el sedante que le administráis a ellas, de ese modo seguiré en trance los días que tardemos en atraer al inspector a la ciudad para matarlo.
Los tres hombres quedaron callados, cada uno visualizando el plan trazado, era demasiado descabellado y un pequeño descuido los llevaría al punto de partida.
—¿Cómo has dicho que se llama el detective? —se interesó Sergio, no creía que se tratase de él, pero quería asegurarse.
—Jayden Latorre.
—¡Joder! —exclamó—. Ese viejo zorro es más cabrón que García, si sospecha en algún momento de Edna estaremos bien jodidos.
Edna discurrió un plan alternativo.
—Hagamos una cosa, en caso de que así sea y quiera investigar mi caso, haced lo posible porque García también lo sepa, estoy segura de que cuando todas las pruebas lo señalen a él como único sospechoso, intentará ponerse en contacto con el detective y si vemos que se convierte en un incordio, pues no nos quedará otra que liquidarlo también.
Edna regresó al presente al sentir la rudeza con la que la penetraba Expósito. El gemido quedó acallado por la mordaza. Se dejó llevar por el placer del momento al saber que su plan había triunfado y volvían a tener vía libre para seguir vendiendo adolescentes al mejor postor.