Antes 9

 

A las once de la mañana del día siguiente necesité otra pastilla. Mi sistema nervioso me lo pedía, solo un poco de ayuda para acabar el semestre.

―La camioneta va a disminuir la velocidad, no va a parar, tienes que ser rápida. Tú le das el dinero, él te da las pastillas, y todos somos amigos ―Moni lo decía como si no fuera algo ilegal, como si fuera algo de todos los días. Tal vez para ella, para mi era cosa de otro mundo. Mi labio no paraba de temblar, ¡yo no paraba de temblar! ― Tranquila. Mi amigo es súper lindo, no es un narcotraficante ―eso no ayudó, me recordó que estaba cometiendo un delito mayor.

Antes de poderme arrepentir, una pick up rojo infierno de doble cabina apareció, y aunque no venía a exceso de velocidad, llamaba la atención por la música a todo volumen. Inmediatamente me di cuenta de que ese era el amigo de Moni. Qué bueno que no era un narcotraficante, porque pasar inadvertido no era lo suyo.

Moni saludó levantando su brazo por todo lo alto, como bien lo dijo, la pick up no paró, solo disminuyó la velocidad. Cuando estuvo cerca, Moni me dio un pequeño empujón y a paso tembloroso me acerqué. Eso estaba mal en todos los niveles, aunque ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.

La ventana del conductor bajó, fue una conmoción ver quién estaba tras el volante. Josh Miller. Hijo de uno de los abogados más famosos del entretenimiento, su padre, Vicent Miller, se especializaba en estrellas de rock and roll. Actos, divorcios, prenupciales, publicación de catálogos de música, y sellos discográficos independientes. Hasta donde yo sabía, era uno de los abogados más cotizados en el mundo del entretenimiento. Y su hijo me estaba vendiendo drogas.

Él también pareció sorprendido al verme, sus ojos verde gato se dilataron. Josh era un chico mimado, prepotente, y elitista, no estaba dentro de mi círculo de amistades, y de más está decir, que yo no estaba dentro del suyo.

Nuestras manos apenas y se rozaron, yo dejé el par de billetes en su palma y él dejó una bolsita transparente con cinco pastillas en la mía. Fue rápido, simple, ordinario, y así como llegó, se fue.

Josh y yo teníamos varias clases juntos, él también estudiaba derecho, seguro para heredar la firma de su padre. Era bien sabido que no tenía un solo cabello altruista. Sus razones y las mías para estudiar leyes eran completamente diferentes. Tal vez por eso me sorprendió tanto cuando lo vi acercarse después de una conferencia sobre negociación. Tenía toda una semana evitando toparme con él.

―Hola.

Las personas con mayores egos son las más inseguras por dentro, bueno, Josh Miller era increíblemente inseguro, solo que lo ocultaba rayando en la perfección. Venia solo y con una confianza admirable en su andar. Siempre he sido buena con los pequeños detalles, me gusta prestar atención a todo, como, por ejemplo, en las profundas marcas en los músculos de sus brazos, probablemente el resultado de horas y horas de gimnasio. Caray, ¡qué buenos brazos! El tipo de brazos que se antoja acariciar. Dejé de observar sus brazos para centrarme en su sonrisa. Demasiado pretenciosa para mi gusto, aunque de alguna manera le ajustaba. Le daba un aire de egocentrismo que lo separaba de los pobres mortales.

Se detuvo justo a mi lado, sin decir palabra, tomó uno de mis libros y se sentó en el espacio que dejó vacío, pegado a mi, muy cerca de mi.

― ¿Quieres un cigarro?

―No, no fumo ―contesté titubeante.

―Yo tampoco ―dijo sacando uno de los cigarros del paquete rojo.

―Me acabas de ofrecer un cigarro ―con el cigarrillo tambaleándose en sus labios volvió a sonreír, ¡qué cliché de hombre!

―Bueno, tengo un trato conmigo mismo. Solo fumo cuando me siento nervioso.

― ¿Y ahora estás nervioso? ―Me dio una pasada que hizo temblar hasta el más pequeño de mis huesos, y asintió.

Raro. Josh no era el tipo de chico que buscara compañía como la mía. Es decir, él era muy popular, y aunque la popularidad está sobrevalorada, sigue siendo un requisito para algunas personas.   

―Estoy hablando contigo ―dijo lo más seguro que un hombre podría estar.

Yo no era precisamente virginal, desde que inicié la preparatoria siempre tuve un noviecillo, un amigo con derecho a roce, o una mano amiga que me diera lo que necesitara. Pero con Josh era diferente, te enredaba con sus ojos de gato y su sonrisa maliciosa, se convirtió en un reto que me precipité en aceptar.

Tomé el cigarro que me ofrecía y me acerqué al fuego que brindaba entre sus manos. En cuanto separé el cigarro de mis labios y deseché el humo de mis pulmones, acercó su boca para tomar su lugar. Tomó posesión de mi boca, de mi lengua y de cada jadeo como si le pertenecieran por derecho propio. No supe cómo llegamos a mi dormitorio, solo supe que me encontraba recargada bocabajo, con la ropa arrugada en mis tobillos, y tirando todo lo que se encontraba en mi escritorio mientras trataba de sostenerme de algo que me mantuviera de pie. Todo fue precipitado, sin pensarlo, sin aviso. Como un torbellino que toca tierra sin previo aviso. Se llevó todo lo que encontró a su paso y no pidió perdón por ello.

Pasaron un par de semanas antes de que Josh y yo nos pudiéramos quitar las manos de encima. Empezaba la adicción.