LA BODA
PERSONAJES
EVDOKIM ZAJÁROVICH ZHIGÁLOV, registrador colegiado jubilado.
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA, su mujer.
DÁSHENKA, su hija.
EPAMINOND MAXÍMOVICH APLÓMBOV, novio de Dáshenka.
FIÓDOR YÁKOVLEVICH REVUNOV-KARAÚLOV, capitán de marina, retirado.
ANDRIÉI ANDRIÉIEVICH NIUNIN, agente de una compañía de seguros.
ANNA MARTÍNOVNA ZMEIÚKINA, comadrona, treinta años; lleva un vestido de brillante tela escarlata.
IVÁN MIJÁILOVICH YAT, telegrafista.
JARLAMPI SPIRIDÓNOVICH DIMBA, griego pastelero.
DMITRI STEPÁNOVICH MOZGOVÓI, marino de la Flota de Voluntarios.
Testigos de boda, invitados, lacayos y demás.
Sala brillantemente iluminada. Una gran mesa servida para la cena. En torno a la mesa, trajinan unos lacayos vestidos de frac. Entre bastidores, la música toca la última figura de la contradanza.
Zmeiúkina, Yat y un testigo de boda. (Atraviesan la escena.)
ZMEIÚKINA. ¡No, no y no!
YAT (siguiéndola). ¡Piedad! ¡Piedad!
ZMEIÚKINA. ¡No, no y no!
TESTIGO DE BODA (siguiéndolos, presuroso). ¡Señores, así no es posible! ¿Adónde van ustedes? ¿Y el grand-rond? ¡El grand-rond, s’il vous plait! (Salen.)
(Entran Nastasia Timofiéievna y Aplómbov.)
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. En vez de inquietarme con sus palabras, mejor haría usted yendo a danzar.
APLÓMBOV. No soy yo un Spinoza cualquiera para perfilar ochos con los pies. Soy un hombre positivo y de carácter, no encuentro placer alguno en las distracciones vacuas. Pero la cuestión no está en los bailes. Perdone, maman, hay muchas cosas que no comprendo en su modo de obrar. Por ejemplo, además de los objetos de uso doméstico, me prometió usted darme junto con la dote de su hija dos billetes de la lotería. ¿Dónde están?
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. ¡Qué dolor de cabeza me ha entrado!... Debe ser por el mal tiempo... ¡Habrá deshielo!
APLÓMBOV. No me venga usted con pamplinas. Hoy me he enterado de que tiene empeñados los billetes. Perdone, maman, pero así obran sólo los explotadores. Si le digo esto, no es por «egoistieismo»; sus billetes no me hacen ninguna falta, pero es una cuestión de principio, y no permito que nadie me tome el pelo. Yo he hecho feliz a su hija y si no me da usted hoy mismo los billetes, a su hija me la voy a comer con papilla. ¡Yo soy un hombre de honor!
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA (examinando la mesa y contando los cubiertos). Uno, dos, tres, cuatro, cinco...
Un LACAYO. El cocinero pregunta con qué manda usted servir el helado: ¿con ron, con madeira o sin nada?
APLÓMBOV. Con ron. Y di al dueño de la casa que hay poco vino. Dile que ponga aún sauternes. (A Nastasia Timofiéievna.) Usted prometió también, y así quedó convenido, que a la cena de hoy asistiría un general. ¿Dónde está el general, pregunto yo?
NASTASIA TIMOFIEIEVNA. De esto, hijo mío, no tengo yo la culpa.
APLÓMBOV. ¿Pues quién?
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. La culpa es de Andriéi Andriéievich... Ayer estuvo aquí y nos prometió traernos a un general de verdad. (Suspira.) Sin duda no lo habrá encontrado en ninguna parte, que si no, lo habría traído... ¿Acaso íbamos a regatear nada? Para nuestra hija del alma, todo nos parece poco. Si es cuestión de un general, que sea un general...
APLÓMBOV. Pero sigo... Todo el mundo sabe, y usted también, maman, que antes de que yo pidiera la mano de Dáshenka, la rondaba ese telegrafista, Yat. ¿Por qué le han invitado? ¿Acaso no sabían ustedes que esto me desagrada?
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. ¡Oh! ¿qué te pasa? Epaminond Maxímich, no llevas ni veinticuatro horas de casado y ya nos estás torturando a mí y a. Dáshenka con tus historias. ¿Qué será dentro de un año? ¡Qué pesado eres, qué pesado!
APLÓMBOV. ¿No te gusta escuchar las verdades? ¡Ah, ya! ¡Ésas tenemos! Pues proceda usted con nobleza. De usted quiero sólo una cosa: ¡que sea noble! (Unas parejas bailando el grand-rond cruzan la sala; entran por una puerta y salen por otra. La primera pareja está formada por Dáshenka cori el testigo de boda; la última, por Yat con Zmeiúkina. Esta pareja se rezaga y se queda en la sala. Entran Zhigálov y Dimba, que van directamente a la mesa.)
EL TESTIGO DE BODA (grita). Promenade! Mssie, promenade! (Entre bastidores.) Promenade!
(Las parejas se van.)
YAT (a Zmeiúkina). ¡Piedad! ¡Piedad, encantadora Anna Martinovna!
ZMEIÚKINA. ¡Ay, qué hombre!... Ya le he dicho que hoy no tengo bien la voz.
YAT. ¡Se lo suplico, cante! ¡Una sola nota! ¡Tenga piedad! ¡Una sola nota!
ZMEIÚKINA. Me tiene usted harta... (Se sienta y se abanica.)
YAT. ¡No, usted es implacable! ¡Una criatura tan cruel, permítame usted expresarme así, con una voz tan maravillosa, tan maravillosa! ¡Con una voz así, perdone la expresión, no debería ser comadrona, sino dar conciertos en actos públicos! Por ejemplo, qué divina le sale a usted esa floritura... esa... (Canta en voz baja.) «Yo la he amado, con amor todavía vano...» ¡Una maravilla!
ZMEIÚKINA (canta en voz baja). «Yo la he amado, aún puede haber amor...» ¿Esto?
YAT. ¡Esto mismo! ¡Qué maravilla!
ZMEIÚKINA. No, hoy no tengo bien la voz. Tome, abaníqueme un poco... ¡Qué calor! (A Aplómbov.) Epaminond Maxímich, ¿qué melancolía es ésta? ¿Acaso puede poner esta cara el novio? ¿Cómo no le da vergüenza, antipático? A ver, ¿en qué está usted cavilando?
APLÓMBOV. ¡El casamiento es un paso serio! Hay que meditarlo y sopesarlo todo muy circunstanciadamente.
ZMEIÚKINA. ¡Qué escépticos más antipáticos son todos ustedes! A su lado me ahogo... Denme atmósfera. ¿Lo oyen? ¡Denme atmósfera! (Canturrea.)
YAT. ¡Qué maravilla! ¡Qué maravilla!
ZMEIÚKINA. Abaníqueme, abaníqueme, que si no, me va a dar un ataque al corazón, lo siento. Dígame, haga el favor, ¿por qué me ahogo de esta manera?
YAT. Esto es porque ha sudado usted...
ZMEIÚKINA. ¡Uf, qué vulgar es usted! ¡No se atreva a expresarse con semejantes palabras!
YAT. ¡Perdón! Claro, usted está acostumbrada, perdone la expresión, a la sociedad aristocrática y...
ZMEIÚKINA. ¡Ah, déjeme usted en paz! ¡Denme poesía, entusiasmo! Abanique, abanique...
ZHIGÁLOV (a Dimba). ¿Qué te parece si repetimos? (Llena los vasos.) Beber siempre viene bien. Lo esencial, Jarlampi Spiridónich, es no olvidar lo que uno ha de hacer. Bebe, pero no te pases de raya... Si se trata de beber, ¿por qué no beber? Beber siempre viene bien... ¡A su salud! (Beben.) ¿Y tigres, hay en su país, en Grecia?
DIMBA. Los hay.
ZHIGÁLOV. ¿Y leones?
DIMBA. También hay leones. Es en Rusia donde no hay nada, pero en Grecia hay de todo. Allí tengo yo padre, tío, hermanos, y aquí, nada.
ZHIGÁLOV. Hum... ¿Y hay cachalotes en Grecia?
DIMBA. Hay de todo.
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA (a su marido). ¿A qué viene eso de beber y comiscar sin más ni más? Es hora ya de que todos nos sentemos a la mesa. No claves el tenedor en las langostas... Las hemos puesto para el general. Quizá aún venga...
ZHIGÁLOV. ¿Y langostas, hay en Grecia?
DIMBA. Las hay... Allí hay de todo.
ZHIGÁLOV. Hum... ¿Y registradores colegiados, hay?
ZMEIÚKINA. ¡Me imagino la atmósfera que debe de haber en Grecia!
ZHIGÁLOV. Y seguramente hay mucha bribonería. En realidad, los griegos son como los armenios o los gitanos. Lo mismo da que te vendan una esponja o un pez de oro, lo que ellos procuran es sacarte algo más de la cuenta. ¿Qué te parece si repetimos?
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. ¿Por qué vais a repetir sin más ni más? Ya es hora de que todos nos sentemos a la mesa. Son más de las once...
ZHIGÁLOV. Si hemos de sentamos a la mesa, pues a la mesa. ¡Señores, tengan la bondad! ¡Hagan el favor! (Grita.) ¡A cenar! ¡Eh, jóvenes!
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. ¡Queridos invitados, por favor! ¡Siéntense!
ZMEIÚKINA (sentándose a la mesa). ¡Denme a mí poesía! «Y él, rebelde, busca la tempestad, como si en la tempestad hubiera sosiego.» ¡Denme la tempestad!
YAT (aparte). ¡Qué mujer más encantadora! ¡Estoy enamorado! ¡Enamorado hasta las orejas!
(Entran Dáshenka, Mozgovói, los testigos de boda, caballeros, señoritas y demás. Todos se sientan a la mesa haciendo ruido; pausa de un minuto; la música toca una marcha.)
MOZGOVÓI (levantándose). ¡Señores! He de decirles lo que sigue... Tenemos preparados muchos brindis y discursos. No vamos a perder el tiempo esperando, empecemos ahora mismo. ¡Señores, propongo brindar por los recién casados!
(La música toca unos compases de charanga. Gritos de ¡hurra! Todos beben.)
MOZGÓVOI. ¡Amargo!
TODOS. ¡Amargo! ¡Amargo! (Aplómbov y Dáshenka se besan.)
YAT. ¡Es maravilloso! ¡Es maravilloso! He de decir lo que siento, señores, y hacer la debida justicia: ¡esta sala y los locales en general son espléndidos! ¡Todo es soberbio! ¡Es encantador! ¿Pero saben qué falta para que la fiesta sea completa? ¡Alumbrado eléctrico, perdone la expresión! En todos los países del mundo se ha introducido ya el alumbrado eléctrico; sólo Rusia ha quedado atrasada.
ZHIGÁLOV (con honda penetración). La electricidad... Hum... Para mí, que eso del alumbrado eléctrico es pura engañifa... Meten allí un carboncillo y creen que nos vamos a chupar el dedo. ¡No, amigo!; si me vienes con alumbrado, haz el favor de no darme un trocito de carbón, sino algo de peso, alguna cosa especial, ¡algo que valga la pena! Danos luz, ¿comprendes?, ¡que sea natural y no sacada del caletre!
YAT. Si usted viera una batería eléctrica y de lo que está compuesta, hablaría de otro modo.
ZHIGÁLOV. No quiero verla. Todo son trampas. Dan gato por liebre a la gente sencilla... Le exprimen el último jugo... Ya los conocemos a todos ésos... Y usted, joven señor, en vez de sacar la cara para defender las trampas, valdría más que bebiera su vaso y llenara los vasos de los demás. ¡Eso es!
APLÓMBOV. Estoy completamente de acuerdo con usted, papá. ¿A qué viene eso de meterse en conversaciones científicas? ¡No es que yo esté en contra de tratar de descubrimientos científicos, cualesquiera que sean, mas para esto existen otras horas! ¿Qué opinas tú, ma chére?
DÁSHENKA. Quieren hacerse los instruidos y siempre hablan de lo que no se comprende.
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. Gracias a Dios hemos pasado la vida sin instrucción y ya ven, casamos a la tercera hija con una buena persona. Y si nos encuentra poco instruidos, ¿por qué viene a nuestra casa? ¡Podría irse con su gente instruida!
YAT. Siempre he tenido mucha estimación por su familia, Nastasia Timofiéievna, y si he hablado del alumbrado eléctrico, no ha sido por orgullo. Mire, hasta brindo a su salud. A Daria Evdokímovna siempre le he deseado con toda el alma un buen marido. En nuestros días, Nastasia Timofiéievna, es difícil encontrar un buen marido. Hoy cada quisque procura casarse por interés, por dinero...
APLÓMBOV. ¡Esto es una indirecta!
YAT (amedrentado). Aquí no hay ninguna indirecta... No me refiero a los presentes... Lo he dicho así... en general... ¡Por Dios! Todo el mundo sabe que se casa usted por amor... La dote es una friolera.
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. ¿Que es una friolera? ¡Ah, no! ¡Habla si quieres, señor, pero no más de la cuenta? Además de mil rublos contantes y sonantes, damos tres capuchones, la ropa de cama y todos los muebles. ¡A ver, dónde encuentras una dote como ésta!
YAT. No quería decir... Los muebles son buenos, es verdad, y... y los capuchones, naturalmente, pero yo lo decía en el sentido de que él se ha ofendido pensando que yo había soltado una indirecta.
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. Pues no nos venga usted con indirectas. Si le distinguimos y le hemos invitado a la boda, es por sus padres, y usted nos viene con esas historias. Si sabía que Epaminond Maxímich se casa por interés, ¿por qué se ha callado antes? (Compungida.) Y yo que he criado con tanto mimo y regalo a mi hijita... que la he guardado como un diamante...
APLÓMBOV. ¿Le cree usted? ¡Mis más expresivas gracias! ¡Muy agradecido! (A Yat.) ¡Y usted, señor Yat, aunque me es conocido, no crea que le voy a permitir que se comporte de este modo en una casa que no es la suya! ¡Haga el favor de largarse!
YAT. Pero, ¿cómo?
APLÓMBOV. Ojalá sea usted una persona tan honorable como yo mismo. En una palabra, ¡que haga usted el favor de largarse!
(La música toca unos compases de charanga.)
Los INVITADOS JÓVENES (a Aplómbov). ¡Déjalo! ¡Basta ya! ¿Es que vale la pena? ¡Siéntate! ¡Déjalo!
YAT. No quería... Si yo... Ni siquiera comprendo... Bien, me iré... Sólo que devuélvame antes los cinco rublos que me pidió prestados el año pasado para comprarse un chaleco de piqué, perdone la expresión. Beberé este vaso y... y me iré, pero antes devuélvame lo que me debe.
Los INVITADOS JÓVENES. ¡Basta, basta! ¡Dejadlo ya! ¿Vale la pena, por una pequeñez?
Un TESTIGO DE BODA (grita). ¡A la salud de los padres de la novia, Evdokim Zajárich y Nastasia Timofiéievna!
(La música toca unos compases de charanga. Gritos de ¡hurra!)
ZHIGÁLOV (emocionado, saluda en todas direcciones). ¡Muchas gracias, queridos invitados! ¡Les estoy muy agradecido de que no se hayan olvidado de nosotros, de que hayan venido, de que no nos hayan desdeñado!... Y no crean que sea yo un bribón y que vengo con segundas intenciones, ¡se lo digo tal como lo siento! ¡Con el corazón en la mano! ¡Les damos las gracias humildemente! (Besa a algunos invitados.)
DÁSHENKA (a su madre). Mamá, ¿por qué llora usted? ¡Soy tan feliz!
APLÓMBOV. Maman está conmovida por la próxima separación. Pero yo me permitiría aconsejarle que mejor haría en recordar nuestras recientes palabras.
YAT. ¡No llore, Nastasia Timofiéievna! Piense usted: ¿qué son las lágrimas humanas? ¡Psiquiatría apocada, nada más!
ZHIGÁLOV. ¿Y setas, hay en Grecia?
DIMBA. Las hay. Allí hay de todo.
ZHIGÁLOV. Lo que no habrá, supongo, son criadillas de tierra.
DIMBA. También hay criadillas de tierra. Hay de todo.
MOZGÓVOR. Jarlampi Spiridónich, ahora le toca a usted pronunciar un discurso. ¡Señores, que pronuncie un discurso!
TODOS (a Dimba). ¡Un discurso! ¡Un discurso! ¡Le toca a usted!
DIMBA. ¿Por qué? No comprendo cuál... ¿Qué es esto?
ZMEIÚKINA. ¡Nada, nada! ¡No se atreva a negarse! ¡Le toca a usted! ¡Levántese!
DIMBA (se levanta, confuso). Puedo decir esto... Que hay Rusia y que hay Grecia. Ahora, que hay gente en Rusia y gente en Grecia... Y que por mar navegan en caravia, que en ruso se llaman barcos, y por tierra en carril de hierro. Yo comprendo bien... Nosotros, griegos; ustedes, rusos, y a mí no necesitar nada... Puedo decir esto... Que hay Rusia y que hay Grecia. (Entra Niunin.)
NIUNIN. ¡Un momento, señores, no coman! Esperen. ¡Nastasia Timofiéievna, un minuto! ¡Venga acá, haga el favor! (Conduce a Nastasia Timofiéievna a un lado, sofocándose.) Escuche... Ahora mismo va a llegar el general... Por fin he dado con él... ¡Lo que me ha costado!... Es un general auténtico, viejo, grave, que tendrá por lo menos ochenta años y quizá noventa...
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. ¿Pero cuándo va a venir?
NIUNIN. Dentro de un instante. Toda la vida me lo agradecerá usted. Es un general que ni pintiparado, ¡un Boulanger! ¡No se trata de un general cualquiera, de infantería, sino de marina! Por su grado es capitán de segundo rango, pero a su estilo, al marino, esto es lo mismo que general mayor o, en lo civil, consejero de Estado. Es exactamente lo mismo. Hasta es superior.
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. ¿No me engañas, Andriúshenka?
NIUNIN. Vaya, ¿soy algún granuja, acaso? Esté usted tranquila.
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA (suspirando). No tengo ningún deseo de gastar dinero sin más ni más, Andriúshenka...
NIUNIN. ¡Esté usted tranquila! ¡No ya un general, sino un verdadero retrato! (Levantando la voz.) Yo le digo: «¡Se ha olvidado por completo de nosotros, Excelencia! ¡No está bien, Excelencia, olvidarse de los viejos conocidos! ¡Nastasia Timofiéievna, le digo, está muy enojada con usted!» (Se acerca a la mesa y se sienta.) Y él responde: «Perdón, amigo mío, pero ¿cómo voy a ir si no conozco al novio?» «No diga esto, Excelencia, ¿por qué tantas ceremonias? El novio —le digo— es un hombre excelente, con el alma abierta de par en par. Está empleado —le digo— como tasador en el Monte de Piedad, pero no se figure usted, Excelencia, que se trata de una birria o de algún carota. En el Monte de Piedad —le digo— ahora están empleadas hasta damas de la nobleza.» Entonces me ha dado unas palmaditas al hombro, nos hemos fumado un habano cada uno y ahora viene... Esperen, señores, no coman...
APLÓMBOV. ¿Y cuándo va a venir?
NIUNIN. Al instante. Cuando he salido de su casa, ya se había puesto los chanclos. Esperen, señores, no coman.
APLÓMBOV. Así hay que ordenar que toquen una marcha...
NIUNIN (grita). ¡Eh, músicos! ¡Una marcha!
(Las músicos durante un minuto tocan una marcha.)
UN LACAYO (anuncia). ¡El señor Revunov-Karaúlov!
(Zhigálov, Nastasia Timofiéievna y Niunin corren a su encuentro. Entra Revunov-Karaúlov.)
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA (saludando). ¡Bien venido, Excelencia. ¡Muy honrados!
REVUNOV. ¡Mucho!
ZHIGÁLOV. Nosotros, Excelencia, no somos gente de alcurnia elevada, somos gente sencilla, pero no crea que por nuestra parte hay segundas intenciones. En nuestra casa, el primer sitio es para las buenas personas, y todo nos parece poco. ¡Tenga la bondad!
REVUNOV. ¡Muy contento!
NIUNIN. ¡Permítame hacer las presentaciones, Excelencia! El recién casado, Epaminond Maxímich Aplómbov, con su recién naci... digo con su recién casada esposa. ¡Iván Mijáilich Yat, empleado de telégrafos! Un extranjero, griego de origen, de oficio confitero: ¡Jarlampi Spiridónich Dimba! ¡Osip Lúkich Babelmandebski! Etcétera, etcétera... Todos los demás son gentecilla. ¡Siéntese, Excelencia!
REVUNOV. ¡Mucho! Perdón, señores, quiero decir un par de palabras a Andriusha. (Se lleva a Niunin aparte.) Hermanito, me siento un poco confuso... ¿Por qué me llamas Excelencia? ¡No soy general! Soy capitán de segundo rango, eso hasta es menos que coronel.
NIUNIN (le habla al oído, como a un sordo). Lo sé, pero Fiódor Yákovlevich, ¡tenga la bondad, permítanos que le llamemos Excelencia! Esta familia, sabe usted, es una familia patriarcal, siente mucho respeto por los superiores, quiere que se honre a los que poseen grados más elevados...
REVUNOV. Bueno, si es así, naturalmente... (Dirigiéndose a la mesa.) ¡Mucho!
NASTASIA TIMOFIEIEVNA. Siéntese, Excelencia, ¡tenga la bondad! ¡Coma, Excelencia! ¡Sólo que, perdone, en su casa estará acostumbrado a los platos delicados, y en nuestra casa todo es sencillo!
REVUNOV (que no ha oído bien). ¿Qué? Hum... Sí. (Pausa.) Sí... En otros tiempos, la gente siempre vivía con sencillez y estaba contenta. Yo, aunque hombre de graduación, también vivo con sencillez... Hoy Andriusha ha venido a verme para que acuda a la boda. ¿Cómo voy a ir, le digo, si no los conozco? ¡Resulta un poco forzado! Y él me dice: «es gente sencilla, patriarcal, acogen con alegría a cualquier invitado...» Naturalmente, si es así... ¿por qué no? Muy contento. En mi casa, solo, me aburro, y si mi presencia en la boda puede resultar agradable a alguien, con mucho gusto, le digo...
ZHIGÁLOV. ¿Así, pues, ha venido de corazón, Excelencia? ¡Se lo estimo mucho! Yo mismo soy un hombre sencillo, sin segundas intenciones, y estimo a quienes son así. Coma, Excelencia.
APLÓMBOV. ¿Hace mucho tiempo que está usted retirado, Excelencia?
REVUNOV. ¿Eh? Sí, sí... eso... Esto es verdad. Sí... Pero, perdón, ¿qué es esto, sin embargo? El arenque es amargo... y el pan también es amargo. ¡Es imposible comerlo!
TODOS. ¡Amargo! ¡Amargo!
(Aplómbov y Dáshenka se besan.)
REVUNOV. Je-je-je... A vuestra salud. (Pausa.) Sí... En otros tiempos todo era sencillo y todo el mundo estaba contento... A mí me gusta la sencillez... Soy viejo, tomé el retiro en 1865... Tengo setenta y dos años... Sí. Naturalmente, también antes, si venía al caso, había a quien le gustaba hacer el grande, pero... (Viendo a Mozgovói.) Usted, eso... ¿es marino, pues?
MOZGOVÓI. Marino, Excelencia.
REVUNOV. Ah... Bien... Sí... El servicio de marina siempre ha sido difícil. Hay en qué pensar y romperse la cabeza. La palabra más insignificante tiene, por así decirlo, su sentido especial. Por ejemplo: ¡gavieros, por los obenques, al trinquete y a la vela mayor! ¿Qué significa esto? ¡El marino sin duda lo comprende! Je, je. ¡Sutilezas, como las matemáticas!
NIUNIN. ¡A la salud de Su Excelencia Fiodor Yákovlevich Revunov-Karaúlov!
(La música toca unos compases de charanga. Gritos de «¡hurra!».)
YAT. Usted, Excelencia, ha tenido a bien hablarnos de las dificultades del servicio en la flota. ¿Pero es más fácil, acaso, el servicio en telégrafos? Ahora, Excelencia, nadie puede entrar en el servicio telegráfico si no sabe leer y escribir en francés y en alemán. Pero lo que tenemos más difícil es la transmisión de telegramas. ¡Es terriblemente difícil! Hagan el favor de escuchar. (Golpea la mesa con el tenedor, imitando el manipulador de Morse.)
REVUNOV. ¿Y qué significa esto?
YAT. Esto significa: «le estimo, Excelencia, por su virtud». ¿Cree usted que es fácil? Y vea esto. (Golpea.) Esto significa: «¡madame, qué feliz soy teniéndola entre mis brazos!»
REVUNOV. ¿A qué madame se refiere usted? Sí... (A Mozgovói.) ¡Y si, a pleno viento, es necesario... es necesario poner la vela de juanete y la de mastelerillo! En este caso, la voz de mando ha de ser: gavieros de sobremesana, a los obenques de juanete y mastelerillo... y entretanto, cuando sueltan los grátiles de las velas en las vergas, abajo se colocan, en el juanete y en el sobrejuanete, las escotas, las drizas y las brazas...
EL TESTIGO DE BODA (levantándose). Muy señores míos, muy señores mí...
REVUNOV (interrumpiéndole). Sí... Como si fueran pocas las órdenes de mando distintas... Eso... ¡Escotas de juanete y de sobrejuanete, tirar! ¡Arriba las drizas! ¿Bien? Pero ¿qué significa esto y qué sentido tiene? ¡Pues muy sencillo! Que se tira, ¿saben?, de las escotas de juanete y sobrejuanete y que se levantan las drizas... ¡todo de súbito!, con la particularidad de que se nivelan las escotas de juanete y sobrejuanete y las drizas de juanete y sobrejuanete al elevarse, al mismo tiempo que, en la medida de lo necesario, se largan las brazas de dichas velas y cuando ya las escotas están tirantes y todas las drizas se han levantado hasta él sitio que haga falta, las brazas de juanete y de sobrejuanete se extienden y las vergas se agarrochan según la dirección del viento...
NIUNIN (a Revunov). Fiódor Yákovlevich, la señora de la casa le ruega que hable de alguna otra cosa. Esto, los invitados no lo comprenden, y se aburren...
REVUNOV. ¿Cómo? ¿Quién se aburre? (A Mozgovói.) ¡A ver, joven! ¿Y si el barco va con viento de bolina por la amura derecha con todas las velas desplegadas y hay que ponerse con viento en popa? ¿De qué modo ha de darse la voz de mando? Pues así: ¡silbando todos arriba, vuelta por el viento de bolina!... Je, je...
NIUNIN. ¡Fiódor Yákovlevich, basta! Coma usted.
REVUNOV. Cuando todos han llegado corriendo, se manda sin pérdida de tiempo: ¡Cada uno en su puesto, vuelta por el viento de bolina! ¡Oh, eso sí es vida! Das la orden de mando y te quedas contemplando cómo los marinos corren como centellas a sus sitios y mueven juanetes y brazas. No puedes contenerte y gritas: ¡bravo, muchachos! (Se atraganta y tose.)
EL TESTIGO DE BODA (se apresura a aprovechar la pausa que se ha producido). En este día, por así decirlo, de hoy, cuando nos hemos reunido en montón para festejar a nuestro querido...
REVUNOV (interrumpiéndole). ¡Eso es! ¡Y hay que recordar todas estas cosas! Por ejemplo: ¡escota de trinquete, escota de vela mayor, separarlas tirando!...
EL TESTIGO DE BODA (ofendido). ¿Por qué me interrumpe? ¡De este modo no vamos a pronunciar ni un solo discurso!
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. Nosotros, Excelencia, somos gente ignorante, no entendemos nada de todo esto, mejor será que nos cuente alguna cosa acerca de...
REVUNOV (que no ha oído bien). Ya he comido, gracias. Dice usted: ¿algo de ganso? Gracias... Eso es. He recordado tiempos pasados... ¡Y la verdad, es agradable! ¿Verdad, joven? Navegas por el mar, sin acordarte de las penas y... (con voz temblorosa) ¡recuerde qué emoción cuando se vira con viento de proa! ¿Qué marino no se enardece al recordar esta maniobra? No bien resuena la voz de mando: silbando, todos arriba, a virar, es como si una chispa eléctrica conmoviera a toda la tripulación. Desde el comandante hasta el último marino, todos se estremecen...
ZMEITJKINA. ¡Qué aburrido! ¡Qué aburrido! (Murmullo general.)
REVUNOV (que no la ha oído bien). Gracias, ya he comido. (Entusiasmándose.) Todos están preparados y tienen los ojos clavados en el oficial mayor... En las brazas de trinquete y vela mayor a la derecha, en las brazas de juanete a la izquierda, en la contrabraza a la izquierda, el oficial mayor da la voz de mando. Todo se ejecuta instantáneamente... Escota de trinquete, escota de foque, tirar... ¡a estribor! (Se levanta.) El navío se mueve en dirección al viento y, por fin, las velas comienzan a socollar. El oficial mayor: a las brazas, ¡a las brazas, no dormirse!, y él se queda con los ojos clavados en la mesana y cuando, por fin, también esta vela se socolla, o sea, cuando llega el momento del viraje, resuena una orden atronadora: ¡tira de la mesana, arriba las brazas! En aquel instante, todo vuela y cruje; la torre de Babel: todo se ejecuta sin error. ¡Se ha efectuado el viraje con toda felicidad!
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA (furiosa). ¡Todo un señor general y comportarse de este modo!... ¡A sus años! ¡Debería darle vergüenza!
REVUNOV. ¿Una chuleta? No la he comido, no... muchas gracias.
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA (en voz alta). ¡Digo que, a sus años, debería darle vergüenza! ¡General, y comportarse de este modo!
NIUNIN (confuso). Señores, bueno... ¿vale la pena? La verdad...
REVUNOV. En primer lugar, no soy general, sino capitán de segundo rango, lo que, según la tabla militar de rangos, corresponde a teniente coronel.
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. Si no es usted general, ¿por qué ha tomado el dinero? ¡Si le hemos pagado, no ha sido para que viniera usted a armar escándalo!
REVUNOV (asombrado). ¿Qué dinero?
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. Ya lo sabe. ¡Como si Andriéi Andriéievich no le hubiera dado veinticinco rublos!... (A Niunin.) Y tú, Andriúshenka, no te has portado bien. ¡Yo no te había pedido que contrataras a uno como éste!
NIUNIN. Bueno, bueno... ¡ Déjenlo! ¿ Acaso vale la pena?
REVUNOV. Contrataron... pagaron... ¿Qué significa todo esto?
APLÓMBOV. De todos modos, permítame... Usted ha recibido de Andriéi Andriéievich veinticinco rublos, ¿no es así?
REVUNOV. ¿Qué veinticinco rublos? (Comprendiendo.) ¡Ah, ésas tenemos! Ahora lo comprendo todo... ¡Qué inmundicia! ¡Qué inmundicia!
APLÓMBOV. Bien, pero ¿ha recibido usted el dinero?
REVUNOV. ¡Yo no he recibido dinero alguno! ¡A paseo todos! (Se levanta, de la mesa.) ¡Qué asco! ¡Qué asco! ¡Ofender de este modo a un anciano, a un marino, a un oficial sin tacha!... Si se tratara de una reunión de personas decentes, podría retar a alguien en duelo, pero ¿qué puedo hacer ahora? (Desconcertado.) ¿Dónde está la puerta? ¿Por dónde se sale? ¡Mozo, sácame de aquí! ¡Mozo! (Se dirige hacia, la salida.) ¡Qué vileza! ¡Qué asco? (Se va.)
NASTASIA TIMOFIÉIEVNA. Andriúshenka, pero ¿dónde están los veinticinco rublos?
NIUNIN. ¿A qué hablar de estas niñerías? ¡Vaya cosa! Aquí todo el mundo se divierte y ustedes se empeñan en buscar el diablo sabe qué... (Grita.) ¡Por la salud de los jóvenes esposos! ¡Música, una marcha! ¡Música! (La música toca una marcha.) ¡A la salud de los jóvenes esposos!
ZMEIÚKINA. ¡Me ahogo! ¡Denme atmósfera! ¡Me ahogo al lado de ustedes!
YAT (aparte). ¡Qué maravilla! ¡Qué maravilla! (Ruido.)
El TESTIGO DE BODA (esforzándose por dominar el ruido). ¡Muy señores míos y muy señoras mías! En el día, por decirlo así, de hoy...
TELÓN
1890