Capítulo 12

El fin de semana pasó demasiado rápido. Pepper necesitaba dormir más. Necesitaba más de otra cosa también. Al menos había logrado algo, ya no tendría que preguntarse más cómo sería besar a Jake: aún era más asombroso de lo que había imaginado. Se pasó media noche tumbada en la cama recordándolo.

Ese hombre, ese maravilloso y atractivo hombre. Se moría de ganas de hacer el amor con él. Él quería esperar y eso lo hacía aún más atractivo. Encontrar a alguien a quien realmente le importara lo bastante querer esperar hasta que el momento fuera el adecuado para ambos era estimulante, pero frustrante.

Aquel día, Pepper solamente tenía una clase y se arrastró para llegar al trabajo quince minutos tarde. Sus alumnos de kick boxing ya estaban allí calentando sin ella, pero no tenía importancia. Le estaba costando mucho centrarse. Aun así, se obligó a hacer los movimientos y la clase terminó en un abrir y cerrar de ojos. La mayoría se fue, pero algunos rezagados se quedaron hablando en un rincón.

Pepper se tumbó en su esterilla, pensando y estirándose, y pensando un poco más. Unos minutos después, Pepper se quedó sola. Permaneció tumbada un rato envuelta por el silencio del gimnasio, dejando que su cuerpo bajara el ritmo, recordando su encuentro con Jake. Nunca había deseado tanto a un hombre y, cuanto más pensaba en él, más profunda y rápida se volvía su respiración. Unos minutos más y tendría un orgasmo.

Alguien carraspeó y Pepper se sentó.

—¡Brad! ¿Qué haces aquí?

—He estado pensando en apuntarme a una de tus clases. Parece que he llegado aquí justo a tiempo.

Las cejas de Pepper se elevaron interrogantes. Miró alrededor, ¿no veía que la sala estaba vacía?

—Parecías haberte quedado dormida y tener un mal sueño.

¿Un mal sueño? En absoluto. Pepper se rió.

—No, solo estaba descansando el cuerpo.

Miró por todo el gimnasio.

—Como puedes ver, la clase se ha terminado. Solamente tenía una hoy —dijo. Enrolló la esterilla y se la puso debajo del brazo.

—Igual podrías darme una clase particular.

—Eh… Me temo que eso no es posible, quiero decir que tengo que irme a casa.

Pepper estaba sudando más que cuando estaba dando la clase.

—Pero tú estás aquí, yo estoy aquí, ¿no podrías enseñarme algunos movimientos?

—¿Movimientos? —Pepper tragó saliva. El sudor le goteaba por la espalda. ¿Dónde demonios estaba el aire acondicionado cuando uno lo necesitaba?

Brad sonrió.

—Soy un alumno aventajado.

Pepper se mojó los labios. Dios, tenía la boca seca. ¿Por qué no podía Brad haber mostrado este mismo interés hacía tres semanas? Negó despacio con la cabeza.

—De verdad, no puedo. Igual podrías venir otro día y ver cómo están las cosas.

—¿Estás segura?

Pepper afirmó con la cabeza.

—Entonces supongo que volveré.

Sonrió y empezó a andar para marcharse, pero pronto se paró.

—Tenía otra razón para venir aquí —dijo—. Quería preguntarte si te gustaría que nos viéramos mañana al salir del trabajo. ¿Podríamos ir a cenar?

Pepper arrugó la frente. A pesar de su reputación, estaba tentada a decir que sí o lo habría estado si no fuera por Jake. Cumplía a rajatabla la estricta norma de salir solo con un macizo a la vez.

—Ya he hecho planes —dijo—, lo siento. ¿Qué tal si nos tomamos algo juntos algún día esta semana cuando vaya al Beachside?

Sabía que a Brad no le tenían permitido beber durante las horas de trabajo, pero igual si ella llegaba tarde allí una noche y él salía un poco antes, podría estar un poco con él, así no sería realmente una cita, no habría posibilidad de herir los sentimientos de Jake ni de que sospechara que estaba viendo a otros hombres.

—Entiendo, nos vemos entonces —dijo Brad.

Se fue y Pepper resopló. Vaya, rogó para que no se apuntara a una de sus clases, no necesitaba más distracciones.

Cuando Pepper entró por la puerta de casa, oyó un débil tintineo de campanas.

Lucy apareció por el pasillo sonriendo engreída.

—Ya ves, funciona. He oído que entrabas.

—¿De verdad?¿No ha podido ser el portazo que he pegado yo?

Pepper dejó la bolsa del gimnasio en el suelo y se dirigió a la cocina. Se quedó con los ojos y la boca abierta cuando vio dos docenas de rosas rojas en un jarrón de cristal colocado sobre la mesa. El corazón le dio un vuelco cuando cogió el pequeño sobre blanco que se sostenía entre ellas.

—Son de Brad —le dijo Lucy antes de que Pepper pudiera leer la tarjeta.

Pepper frunció el ceño.

—¡No, de Brad no! Ni siquiera hemos salido juntos. Lo he visto un momento en el gimnasio y no ha mencionado nada de mandar flores.

Casi se sintió mal por haberlo mandado a paseo.

—Tienen espinas, ¿las tiro a la basura? —se ofreció Lucy dirigiéndose hacía el jarrón.

—No. —Pepper le dio en la mano—. ¿Por qué ibas a hacer eso?

Se inclinó y respiró el sazonado aroma de los pétalos aterciopelados.

Lucy se encogió de hombros.

—Las espinas pinchan.

—Son preciosas.

Lucy le echó una de sus miradas.

—¿Mal feng shui?

Lucy afirmó con la cabeza y Pepper puso los ojos en blanco.

—No me importa.

Pepper volvió a empujar el jarrón al centro de la mesa y se alejó un poco. Dio un leve aplauso y se giró hacia el frigorífico. El saber que tenía opciones le hacía sentirse bien a una chica. Sacó una lata de Sprite y se apoyó en la encimera, mirando las rosas. Jake y Brad eran dos opciones muy buenas.

—¿Y si las ve Jake? Podría pensar que estás viendo a otros hombres, pensará que no es el único lobo de la manada —dijo Lucy.

—A veces es bueno que un hombre sepa eso. Hablando de hombres… Jake dice que uno de sus amigos quiere conocerte. He pensado que podíamos salir a cenar los cuatro mañana por la noche. ¿Qué dices?

—¿Por qué? Eres tú la que está buscando al hombre de tus sueños.

Pepper pegó un trago largo.

—Entonces, ¿qué le digo?

—Supongo que no me hará daño —dijo Lucy encogiéndose de hombros—. Una mujer tiene que vivir al límite de vez en cuando.

Cogió a Pepper del brazo.

—Ven a ver lo que he hecho para ayudarte con tu vida amorosa.

—Luce, dime que no has hecho feng shui en mi habitación —protestó Pepper.

—Sí, y te va a encantar. —Lucy la condujo por el pasillo.

—Me muero de impaciencia.

—¿De verdad?

—No.

Temiendo lo que podría encontrar, Pepper abrió solo un poquito la puerta de su habitación, lo suficiente para echar una pequeña ojeada. Y sintió que el sol había salido en su habitación. Todo brillaba sonrosado y cálido como un día de verano. Abrió la puerta de par en par. Había flores frescas en la mesilla, una de las paredes estaba pintada de un rosa suave y había una mullida alfombra blanca junto a la cama. Unos rayos de luz centelleaban por las cuatro paredes procedentes de un cristal que colgaba del techo. Le dieron ganas de poner a los Bee Gees y bailar como John Travolta en Fiebre del sábado noche.

Dio una y otra vuelta, maravillada al ver cómo unos simples detalles cambiaban tanto el aspecto de una habitación. Ella no habría elegido el rosa, pero ese color le daba a la habitación una sutil calidez. También era bueno para el cutis. Esa vez, concluyó, Lucy lo había hecho bien.

—Es precioso —dijo Pepper, dando lentamente otra vuelta completa. Fue hasta la cama y cogió una pequeña almohada en forma de corazón rojo.

—Creo que voy a dejar que te quedes con esto. —Se la dio a Lucy—. Ya que vas a conocer al amigo de Jake, igual puede ir bien en tu cama.

Lucy cogió la almohada y se la pegó al pecho.

—Está bien, sabía que no la querrías, la verdad es que me la compré para mí.

Pepper se quitó los zapatos y restregó los pies por la peluda alfombra blanca.

—Aaah, esto es justo lo que necesitaba. Gracias, Luce.

—Me alegro de que empieces a ver las cosas como yo.

—Yo no diría tanto. —Pepper miró alrededor de la habitación—. Pero es un cambio agradable.

Dio un salto y le pasó rozando a Lucy.

—Tengo que llamar a Jake para decirle que estas de acuerdo en conocer a su amigo.

A Jake le invadieron sentimientos contradictorios cuando Pepper lo llamó para decirle que Lucy estaba de acuerdo con la doble cita. Por una parte, se alegraba de que Gordy por fin diera ese primer paso para encontrar a una mujer agradable y, sobre todo, disponible, pero por otra tenía el mal presentimiento de que aquello no era más que una bomba de relojería preparada para explotar en cualquier momento.

Tener a Gordy pasando una noche entera en la presencia de Pepper iba a ser estresante. Tenía que acordarse de coger un tubo de antiácidos. Si Gordy pudiera controlar su bocaza solo en esa ocasión, podría considerar subirle el sueldo.

Jake reservó mesa para las seis en el Gladstone. Había estado allí unas cuantas veces y tenía unas buenas vistas del Pacífico, pero lo mejor era que no estaba lejos de la casa de Pepper. Si Gordy resultaba ser demasiado difícil de controlar, Jake podría simplemente fingir un dolor de cabeza o algo y, en solo unos minutos, tendría a Pepper y a Lucy en casa, sanas y salvas. Luego se aseguraría de patearle el culo a su amigo.

La tarde empezó bien. Los pelícanos los distraían y la conversación era fluida. Al menos lo fue para tres de ellos. Una hora después, Jake empezó a preocuparse por Gordy. No había pronunciado más que una docena de palabras. Jake le había advertido que no hablara demasiado, pero no pretendía que se volviera mudo.

Igual su aprendiz temiera quedar como un idiota. O igual Gordy estaba totalmente prendado de la linda amiguita de Pepper. Eso podría ser un problema: si los dos congeniaban y seguían saliendo, no quería hacerles de carabina solo para asegurarse de que Gordy se comportara.

Todos eligieron el plato especial de la casa, salmón a la parrilla con salsa de pepino y eneldo, excepto Gordy, que pidió un filete y patas de cangrejo. Se estaba aprovechando claramente de la generosidad de Jake. No pasaba nada, a Jake no le importaba invitar a un amigo a una buena comida. Sería probablemente la única que Gordy tendría en un mes, a no ser que se considerara buena una mezcla de salsa de tomate y ternera picada de alto contenido en grasas rematada con queso cheddar. Jake recordaba sus días de comidas de soltero. Todo lo que no exigiera un horno o unos fuegos para prepararlo era válido, pero cuando llegó Angela… Ella lo cambió todo. Acordaron que los dos cocinarían y ella le enseñó varios platos fáciles para cuando le tocara a él. Las largas horas en el hospital no le permitían preparar ninguna receta de alta cocina, pero ella le enseñó a hacer comidas ricas y saludables.

Jake miró la carta de vinos y vio uno cuya crítica había leído hacía poco en una revista. Lo pidió y la sonrisa en la cara de Pepper le dijo que había elegido bien.

Todo era perfecto, desde los aperitivos de pastel de cangrejo hasta el postre. Jake y Pepper compartieron un trozo de pastel de chocolate Big Fat y Gordy pidió un trozo entero para él solo. Lucy optó por un sorberte de frambuesa. Después de la cena, Pepper sugirió que fueran los cuatro al Beachside a tomar algo y ver la puesta de sol.

—Hacen las mejores piñas coladas —dijo—. Podemos incluso pedir al camarero que ponga un poco de ron Capitán Morgan.

—Suena rico —acordó Gordy.

Jake le lanzó a Gordy una severa mirada paternal. Después de dos copas de vino, Gordy se había soltado un poco. Si bebía mucho más, se relajaría y se soltaría del todo. Y eso le asustaba.

No tardarían mucho en llegar en coche hasta el Beachside, pues sorprendentemente el tráfico era fluido. La noche era perfecta para el romance: el cielo estaba claro, las estrellas brillaban y una cálida brisa entraba por las ventanas del Audi de Pete. Jake casi se olvidó de que llevaba a dos pasajeros en el asiento trasero.

Sintió los ojos de Pepper sobre él y, cuando la miró, ella le devolvió una sonrisa lenta y tranquila que lo derritió por dentro y por fuera. Ella le tomó la mano y empezó a acariciarla suave y firmemente. Hizo que a Jake le entraran ganas de parar a un lado y hacer algo que no había hecho desde que iba al instituto. La mujer lo tenía hechizado y no quería romper aquel hechizo, pero necesitaba desviar la atención para no salirse de la carretera.

Miró por el espejo retrovisor. Gordy y Lucy estaban sentados muy cerca el uno del otro y Gordy tenía una amplia sonrisa en la cara.

—No se oye nada ahí atrás —dijo, sintiéndose un poco como un papá santurrón.

—Estamos disfrutando del paseo —contestó Gordy.

Lucy sonrió.

Se acabó el Gordy enamorado de esa mujer.

Cuando llegaron al Beachside, Jake no pudo evitar notar la mirada entre Pepper y el camarero. No era exactamente la clase de mirada que haría que un hombre se preocupara por poder tener competencia, pero era una mirada y un par de veces incluso creyó haber pillado al camarero mirando fijamente a Pepper. Se le erizó el pelo del cuello y pensó que debería de gruñir o reaccionar de algún modo.

Jake pasó de tomar piña colada y en su lugar pidió una copa de merlot. Gordy se unió a Pepper y Lucy pidió un agua con gas con un toque de limón. Mediadas las copas, Gordy había empezado a soltarse.

—Seguro que el Capitán Morgan metió a algún gilipollas en su ron —dijo con una risotada.

El pie de Jake le pegó una patada a Gordy debajo de la mesa.

Gordy se frotó la espinilla y prosiguió.

—¿Os ha contado Jake la vez en que salvó a un tipo que se estaba ahogando? —Señaló a la playa—. Ahí mismo.

Pepper y Lucy miraron a Jake confiadas en escuchar toda la historia. Como él no las complacía, Gordy siguió por él.

—Estábamos trabajando en una de esas casas ahí mismo en la playa y, de pronto, oímos gritos y voces y un jaleo.

—No fue nada —dijo Jake moviendo la mano quitándole importancia—. Las señoritas no quieren escuchar ninguna de nuestras aburridas historias laborales.

—No le hagáis caso, está siendo modesto. Y no era un asunto laboral, puesto que iba más allá de la llamada del deber.

Jake le dio a Gordy una patada más fuerte y le lanzó una mirada. Los médicos no consideraban que salvar una vida fuera más allá de la llamada del deber, pero Gordy desconocía su pasado. Algunos de sus amigos sí sabían que su mujer había muerto y que se había mudado allí para empezar de cero, pero nada más.

—Vaya —dijo Gordy frotándose otra vez la espinilla—, pon esos zapatones del cuarenta y tres en tu lado de la mesa.

En ese momento, Jake consideró la idea de coger a Gordy del cogote y lanzarlo por la barandilla. En su lugar, hizo algo más civilizado. Se giró en la silla y sintió como si le dieran un puñetazo en el estómago cuando vio a uno de los chicos del trabajo entrando por la puerta.