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Primero pusieron el vídeo de Jessica.

Eran las 22.30 del viernes. En una salita de proyección de la CBA-News, utilizada normalmente por los altos cargos, se reunieron diez personas: Les Chippingham y Crawford Sloane; del equipo especial, Don Kettering, Norm Jaeger, Karl Owens e Iris Everly; de la cúpula de la corporación, de Stonehenge, Margot Lloyd-Mason, un vicepresidente ejecutivo, Tom Nortandra e Irwin Bracebridge, presidente del Grupo CBA; y el agente especial del FBI Otis Havelock.

El destino había jugado su papel en la congregación del grupo. A las siete y media de la tarde, un mensajero llevó un pequeño paquete al vestíbulo de entrada de Stonehenge; iba dirigido al Presidente de la emisora CBA. Tras una inspección rutinaria de seguridad, el paquete fue enviado a la planta de dirección, donde en circunstancias normales habría permanecido intacto hasta el lunes por la mañana. Pero Nortandra se había quedado trabajando hasta muy tarde con dos secretarias. Una de ellas recogió el paquete y lo abrió. Advirtiendo su importancia, informó a Nortandra, que telefoneó a Margot al Waldorf, donde se celebraba una cena de gala en honor del presidente de Francia.

Margot abandonó la recepción precipitadamente y acudió a Stonehenge. Nortandra también avisó a Bracebridge, y los tres juntos visionaron la cinta de vídeo y leyeron el documento que la acompañaba. Comprendieron de inmediato que debían informar a la división de informativos y organizaron una reunión en la sede de la CBA-News.

Minutos antes de la reunión, Bracebridge, que había desempeñado anteriormente el cargo de director de informativos, se llevó aparte a Crawford Sloane.

—Esto va a ser muy duro para ti, Crawf. He de prevenirte que hay algunos sonidos muy desagradables en la cinta. Así que, si prefieres verlo primero tú solo, nosotros esperaremos fuera.

Crawford Sloane había venido de Larchmont con el agente Havelock, que estaba en su casa cuando le telefonearon anunciándole la llegada del vídeo de Jessica.

—Gracias, Irwin —le contestó Sloane negando con la cabeza—, pero lo veré con todos vosotros.

Don Kettering asumió el mando e indicó a un operador, situado al fondo de la sala:

—Adelante.

La iluminación de la sala de visionado se atenuó. Casi al mismo tiempo se encendió una gran pantalla de televisión ligeramente sobreelevada, con la típica «nieve» que aparece cuando se pasa una cinta sin imágenes. Pero sí había grabado sonido y de repente se oyó una serie de gritos agudos. El grupo se quedó helado. Crawford Sloane se levantó y exclamó angustiado:

—¡Es Nicky!

Luego, tan bruscamente como habían empezado, se interrumpieron los gritos. Al instante apareció una imagen de Jessica: un busto contra un fondo marrón, seguramente una pared. Jessica tenía la cara rígida y muy seria, y quienes la conocían, casi todos los presentes, la encontraron macilenta y bajo una gran tensión. Pero su voz, cuando empezó a hablar, era firme y controlada, aunque daba la impresión de que se estaba esforzando en hablar con normalidad.

—Nos han tratado bien a los tres. Ahora que nos han explicado sus razones para traernos aquí, comprendemos que era necesario. También nos han dicho que será muy fácil volver a casa. Amigos americanos, para que nos suelten, sólo debéis seguir, a la mayor brevedad posible y con toda exactitud, las instrucciones que acompañan esta grabación, pero tened bien presente una cosa …

Tras las palabras «presente una cosa», Crawford Sloane dio un respingo y reprimió una exclamación. La grabación siguió su curso.

—… si no obedecéis estas instrucciones, no volveréis a vernos a ninguno de nosotros, nunca. Os suplicamos que no lo permitáis…

Y de nuevo, Crawford Sloane se agitó y susurró:

—¡Pero…!

—Esperaremos, contamos con vosotros, deseamos desesperadamente que toméis la decisión acertada y nos liberéis.

Se hizo un silencio, un segundo en el que la cara de Jessica permaneció en pantalla, inexpresiva, con los ojos aparentemente extraviados, mirando al frente. Luego concluyeron las imágenes y el sonido. Se encendieron las luces de la sala de visionado.

—Ya hemos pasado la cinta entera —dijo Irwin Bracebridge—. No trae nada más. Y en cuanto a los gritos del principio, creemos que los han sacado de otra grabación. Si se observa atentamente ese fragmento a velocidad lenta, se advierte un levísimo corte, donde se ha manipulado la cinta.

—¿Y para qué iban a hacer una cosa así? —preguntó alguien.

Bracebridge se encogió de hombros:

—Tal vez para meternos miedo, para amenazarnos. Y en tal caso, lo han conseguido, ¿verdad?

Hubo un murmullo de asentimiento.

—¿Estás seguro de que los gritos eran de Nicky, Crawf? —preguntó Les Chippingham.

—Absolutamente —repuso Sloane, desolado—. Jessica ha colado dos señales.

—¿Qué clase de señales? —inquirió Chippingham asombrado.

—La primera, al pasarse la lengua por los labios, que significa «Estoy haciendo esto contra mi voluntad. No creáis una palabra de lo que digo».

—¡Bravo! —exclamó Bracebridge—. ¡Un aplauso para Jessica!

—¡Qué astuta! —añadió alguien.

Otros asintieron mostrando su aprobación.

—Estuvimos hablando de ello la víspera del secuestro —continuó Sloane—. Yo pensaba que algún día podía hacerme falta… a mí. La vida está llena de coincidencias… Supongo que Jessica lo recordó.

—¿Qué más te ha podido decir? —preguntó Chippingham.

—¡No, señor! —La voz del agente del FBI, Havelock, interrumpió la conversación—. De momento no comente nada de lo que haya averiguado, señor Sloane. Cuanta menos gente lo sepa, mejor. Luego me lo comunica a mí, por favor.

—A mí también me gustaría enterarme —dijo Norm Jaeger—. El equipo especial ha sabido guardar celosamente sus secretos hasta ahora. —Y añadió con intención—: Y descubrirlos también.

—No se preocupe, mis superiores pronto tendrán algo que decirles al respecto. —Havelock le miraba airadamente—. Como no se nos ha informado…

—Esto es una pérdida de tiempo —intervino Iris Everly—. La señora Sloane ha dicho algo acerca de unas instrucciones. ¿Dónde están?

Aunque era la persona más joven de la reunión, Iris no se había dejado impresionar por la presencia de los altos cargos de la compañía. Había trabajado el día entero en el especial de sesenta minutos y estaba cansada, pero su agilidad mental no había decaído.

Margot, que todavía llevaba el traje de noche que se había puesto para saludar al presidente francés, un vestido malva de gasa de Oscar de la Renta, le contestó:

—Aquí están. —Hizo un gesto a Nortandra—: Creo que será mejor que las leas en voz alta.

El vicepresidente ejecutivo cogió las hojas que le tendía Margot, se puso unas gafas en la punta de la nariz y se acercó a un punto de luz, que iluminó su mata de pelo blanco y su cara pensativa. Nortandra había sido abogado empresarial antes de acceder al puesto de la CBA; su voz transmitía seguridad y autoridad a raíz de su larga experiencia en los tribunales.

—El título del documento… o acaso debería llamarlo extraordinaria diatriba, es: «Ha llegado la hora de la Luz». Voy a leerles exactamente lo que dice aquí, sin comentarios ni interrupciones.

En la historia de las revoluciones ilustradas, ha habido épocas en que las personas que las lideraban y las inspiraban preferían guardar silencio, sufriendo, incluso muriendo miserablemente, pero sin perder las esperanzas ni dejar de planear. Y ha habido otras épocas: momentos de gloria y victoria en el levantamiento de la mayoría explotada y pisoteada, el derrocamiento del imperialismo y la tiranía, y la merecida destrucción de la clase burguesa y capitalista.

Para Sendero Luminoso ha terminado la época de silencio, paciencia y sufrimiento. Ha llegado la hora de la Luz de Sendero Luminoso. Estamos dispuestos a avanzar.

Las autoproclamadas superpotencias del mundo, mientras se engañan unas a otras fingiendo buscar la paz, se están preparando para una catastrófica confrontación entre las fuerzas imperialistas y las imperialistas-socialistas para lograr la hegemonía mundial. En todo ese proceso sufrirá la mayoría silenciosa, ya esclavizada. Si les dejaran explotar el mundo, unos pocos poderosos ambiciosos controlarían a la humanidad en su propio beneficio.

Pero como un volcán a punto de hacer erupción, la revolución está fermentando en todas partes. El partido Sendero Luminoso dirigirá la revolución. Posee los conocimientos y la experiencia. Su influencia está cada vez más extendida en el mundo entero.

Ha llegado el momento de darnos a conocer y de explicarnos.

Durante muchos años, los medios de comunicación de masas capitalistas, que sólo difunden y publican lo que sus adinerados dueños les ordenan, han ignorado o devaluado la heroica lucha de Sendero Luminoso.

Pero todo eso cambiará. Por eso hemos cogido unos rehenes del capitalismo.

Por lo tanto, la cadena americana de televisión CBA debe hacer lo siguiente:

Uno: A partir del segundo lunes tras la recepción de este mensaje, no emitirá el programa nacional Últimas Noticias (en sus dos ediciones) durante cinco días consecutivos (toda la semana).

Dos: En sustitución del programa cancelado, emitirá otro, que enviaremos nosotros mismos a la CBA en cinco cintas de vídeo. Su título será: «La revolución mundial: Sendero Luminoso nos muestra el camino».

Tres: No se permitirán interrupciones en nuestro programa para la publicidad.

Cuatro: Ni la CBA ni cualquier otra agencia deben intentar seguir la pista de las cintas que reciban; la primera llegará a la CBA el jueves de la semana próxima. Las siguientes irán llegando diariamente. El menor intento por averiguar el origen de las cintas acarreará la inmediata ejecución de uno de los tres prisioneros retenidos en Perú. Cualquier otra acción de ese tipo acarreará la misma consecuencia.

Cinco: Estas órdenes no son negociables y deben ser acatadas al pie de la letra.

Si la CBA sigue atentamente las órdenes de este documento, los prisioneros serán liberados a los cuatro días de la emisión del quinto programa de Sendero Luminoso. Pero en caso contrario no volverán a ver con vida a los prisioneros ni recuperarán sus cuerpos.

—Hay algo más —dijo Nortandra—. Viene en una hoja aparte.

Hemos enviado varias copias de la cinta de vídeo y del texto «Ha llegado la hora de la Luz» a la prensa y a otras emisoras de televisión.

—Eso es todo —concluyó Nortandra—. Ninguno de los papeles lleva firma, pero el hecho de que llegaran con la cinta de vídeo garantiza su autenticidad, creo yo.

Un silencio general siguió a su lectura. Al parecer, nadie quería ser el primero en pronunciarse. Algunos miraron a Crawford Sloane, que estaba hundido en su asiento con la cara desencajada. Los demás compartían su sensación de desesperación.

Finalmente tomó la palabra Les Chippingham:

—Bueno, ahora ya estamos enterados. Queríamos saber qué querría esa gente. Pensábamos que sería dinero. Pero es algo mucho más serio.

—Mucho, muchísimo más —añadió Bracebridge—. En términos financieros, desde luego, es incalculable, pero evidentemente no se trata de eso.

—Como les indiqué al principio —observó Nortandra—, todo este asunto, y en especial esta jerigonza, no tiene sentido.

—Los revolucionarios —intervino Norm Jaeger— rara vez tienen sentido, excepto, quizá, para ellos mismos. Pero eso no es motivo para no tomarlos en serio. Ya nos lo enseñaron en Irán.

Jaeger miró el reloj de pared, que indicaba las 22.50, y se dirigió a Chippingham:

—Les, ¿vamos a interrumpir la programación para darlo? Si nos damos prisa, podemos salir a la hora en punto y difundir parte de la cinta de la señora Sloane. Si es cierto que se lo han enviado a las demás emisoras, pueden dar la noticia en cualquier momento.

—Pues que la den —declaró rotundamente el director de informativos—. Éste es un elemento nuevo de un juego en el que no podemos precipitarnos. Emitiremos un boletín a las doce, lo cual nos da una hora para considerar cómo plantear la noticia y, lo que es más importante, cuál será nuestra respuesta… si la hay.

—Ni hablar de respuesta —afirmó Margot Lloyd-Mason—. Es evidente que no podemos aceptar de ninguna manera esas ridículas exigencias. No vamos a eliminar nuestro noticiario de la noche durante una semana entera.

—Sin embargo, no hemos de decir tal cosa, al menos de momento —señaló Nortandra—. Podemos decir que estamos considerando atentamente sus peticiones y que ya anunciaremos nuestra decisión más adelante.

—Si me lo permite —le dijo Jaeger—, dudo que eso engañara a nadie, y menos a Sendero Luminoso. He pasado muchas horas investigando el tema del terrorismo, y esas personas serán lo que sean, pero no son tontos. Además, están bien informados de nuestro funcionamiento interno, por ejemplo, que hay dos ediciones de Últimas Noticias y que la audiencia disminuye los sábados y los domingos.

—Entonces, ¿qué sugiere usted?

—Que dejen la respuesta en manos del departamento de informativos. Esto requiere delicadeza y no un enfoque a la tremenda como hablar de «términos ridículos». En la CBA-News estamos mejor preparados, tenemos un conocimiento más profundo del tema…

Chippingham hizo una seña, interrumpiendo a Jaeger, que se calló.

—Básicamente, estoy de acuerdo con Norman —dijo el director de servicios informativos—, pero, puesto que es mi responsabilidad, creo que, efectivamente, el departamento de informativos debe hacerse cargo del asunto porque estamos mejor informados, conocemos el terreno, hemos establecido contactos y uno de nuestros mejores corresponsales, Harry Partridge, ya está en Perú y se le debe consultar.

—Haz todas las consultas con toda la delicadeza que quieras —soltó Margot; la referencia de Jaeger a su declaración de «términos ridículos» la había ruborizado—. Pero la cuestión que nos ocupa es materia de la compañía y requiere una decisión de la ejecutiva.

¡No! ¡Maldita sea, no! —fue un grito.

Las cabezas se volvieron hacia Crawford Sloane, que había abandonado su actitud de abatimiento y se había levantado, con los ojos furiosos y la cara arrebolada. Hablaba apasionadamente y por momentos se le quebraba la voz.

—¡Dejemos a la compañía al margen! Norman tiene razón en cuanto al enfoque tremendista; acabamos de presenciar una reacción de ese tipo, porque los ejecutivos no tienen los conocimientos ni la experiencia para hacerse cargo de la situación. Además, la empresa ya ha tomado una decisión, ya la hemos oído: Las condiciones son inaceptables. No vamos a dejar de dar el telediario durante una semana. ¿Hacía falta que nos dijera una cosa así? ¿Es que no lo sabíamos todos, sí, todos nosotros, incluido yo? ¿Lo quiere usted por escrito, señora Lloyd-Mason? Pues bien, aquí tiene: Sé que no podemos cerrar la CBA-News y cedérsela a Sendero Luminoso durante una semana. ¡Que Dios nos asista! Lo acepto. Tiene usted testigos.

Sloane hizo una pausa, tragó saliva y continuó:

—Lo que podemos hacer en el departamento es utilizar nuestro ingenio, nuestras habilidades, para ganar tiempo. En este momento, eso es lo que más necesitamos. Tiempo, y la actuación de Harry Partridge, que es la única esperanza que tenemos… mi mejor esperanza de recuperar a mi familia.

Sloane se calló, pero permaneció en pie.

Antes de dar tiempo a reaccionar a nadie, Bracebridge, el antiguo directivo de informativos que ocupaba un alto puesto ejecutivo, intentó un tono conciliatorio:

—Estos momentos son difíciles para todo el mundo. La tensión es tremenda, afloran las emociones y se pierden los estribos. Algunas de las cosas que se han dicho aquí podían, y probablemente debían, haberse expresado con mayor educación. —Se volvió hacia la directora general de la compañía—: De todas formas, Margot, creo que el punto de vista que nos acaban de proponer es digno de tenerse en consideración, sin olvidar, como ha precisado Crawford, que tu última decisión se ha comprendido y se acepta. Sobre eso no hay discusión.

Margot aprovechó la oportunidad de salir airosa que le tendía, vaciló y luego dio su aprobación:

—Muy bien. —Se dirigió a Chippingham—: Sobre esa base, puedes decidir una respuesta estratégica provisional.

—Gracias. ¿Puedo aclarar una cosa?

—Adelante.

—Que la decisión definitiva que acabamos de acatar se mantenga, de momento, en secreto.

—Me parece bien. Pero más vale que eso se lo pidas también a los demás. En cualquier caso, mantenme informada.

Todos los presentes habían estado escuchando con gran atención. Chippingham miró en torno suyo y preguntó:

—¿Me dais vuestra palabra?

Uno por uno fueron asintiendo, mientras Margot abandonaba la sala.

Cuando Chippingham llegó a su despacho eran las 23.25. A los cinco minutos recibió un despacho de la agencia Reuters, procedente de Lima, con información sobre las exigencias de Sendero Luminoso a la CBA. Instantes más tarde, la Associated Press de Washington mandaba un informe más detallado, con el documento entero titulado «Ha llegado la hora de la Luz».

Durante los quince minutos siguientes, la ABC, la NBC y la CBS difundieron sendos boletines con fragmentos de la cinta de Jessica. Prometían más detalles en los informativos del día siguiente. La CNN, que estaba emitiendo un noticiario en ese momento, insertó la historia en primicia. Chippingham mantuvo su decisión previa de no interrumpir la programación en curso y emitir a medianoche un boletín bien elaborado, que ya estaban preparando en ese momento.

A las 23.45 se dirigió a la Herradura, que bullía de actividad. Norm Jaeger ocupaba la butaca de director de realización. Iris Everly estaba en una sala de montaje, trabajando con la cinta de Jessica y otras que servirían de telón de fondo a la historia. Don Kettering, que presentaría el boletín especial de medianoche, estaba en la sala de maquillaje, leyendo y corrigiendo su borrador.

—Lo vamos a decir escuetamente —le dijo Jaeger—, sin comentar ninguna reacción de la CBA. Creo que ya habrá tiempo de sobra para ello, sea cual sea la respuesta. Por cierto, nos han llamado todos, incluidos el Times y el Post, interesándose por nuestra respuesta. Les estamos diciendo que no hay respuesta, que se está considerando todavía.

—Bien —asintió Chippingham, aprobando su decisión.

Jaeger señaló a Karl Owens, sentado al otro extremo de la Herradura:

—Karl tiene una idea sobre cuál podría ser nuestra respuesta.

—Me gustaría oírla.

Owens, el caballo de batalla, el metódico realizador que había propuesto ya bastantes ideas y cuya labor concienzuda había llevado a la identificación del terrorista Ulises Rodríguez, consultó sus notas en sus típicas fichas de datos.

—El documento de Sendero Luminoso dice que ellos nos entregarán las cinco cintas que sustituirán nuestro boletín nacional de la noche; la primera el jueves próximo, y las otras durante los cuatro días siguientes. A diferencia de la cinta sobre la señora Sloane que hemos visto esta noche, al parecer mandarán esas otras cintas sólo a la CBA.

—Eso ya lo sabía —dijo Chippingham.

Jaeger sonrió mientras Owens seguía a su ritmo, imperturbable:

—Lo que yo propongo es que sigamos ocultando la reacción de la CBA hasta el martes. No obstante, para que no decaiga el interés, el lunes podemos decir que emitiremos un comunicado al día siguiente. Luego, el martes podemos anunciar que no habrá ningún comentario mientras no recibamos la cinta prometida para el jueves, y que después ya daremos a conocer nuestra reacción.

—¿Y adónde quieres llegar?

—Esto nos da seis días, hasta el jueves. Luego supongamos que llega la cinta de Sendero.

—Muy bien. Ya ha llegado. ¿Qué más?

—La guardamos en una caja fuerte, donde nadie pueda tener acceso a ella, e interrumpimos inmediatamente la programación, armando un gran alboroto, diciendo que hemos recibido la cinta, pero que está defectuosa. Debe de haberse estropeado por el camino y se ha borrado buena parte de su contenido. Hemos intentado verla, y luego fijarla, pero no hemos podido. Además de difundir la noticia por televisión, se la comunicaremos a todas las agencias y los medios de comunicación, para asegurarnos de que el mensaje llega a Perú y hasta Sendero Luminoso.

—Creo que voy siguiendo tu razonamiento —dijo Chippingham—, pero termina de todos modos.

—Los terroristas no sabrán si estamos mintiendo o no. Lo que saben, como todo el mundo, es que son cosas que pasan. Así que tal vez nos concedan el beneficio de la duda y nos manden otra cinta, que tardaría unos días…

—… Lo cual significaría —Chippingham concluyó la frase por él— que no podríamos empezar a emitir sus cintas el día que ellos especificaban.

—Exactamente.

—Creo que Karl acabaría diciéndolo, Les —añadió Jaeger—. Pero, si funciona, y puede funcionar, habríamos ganado varios días más. ¿Qué opinas?

—Creo que es una brillante idea —dijo Chippingham—. Me alegro de haber recuperado la capacidad de decisión.

Durante el fin de semana, la noticia de las exigencias de Sendero Luminoso y la cinta de Jessica inundaron todos los medios de comunicación y la opinión pública mundial. Los teléfonos de la CBA no paraban de recibir llamadas pidiendo algún comentario de la emisora, preferiblemente en forma de declaración oficial. Todas las llamadas fueron canalizadas hacia la CBA-News. Se aconsejó a los demás directivos y altos cargos de la compañía que no respondieran a las preguntas respecto a ese tema, ni siquiera oficiosamente.

La CBA-News destinó a tres secretarias especiales para atender todas esas llamadas. Su respuesta era siempre la misma: la CBA no tenía ningún comentario que hacer, ni se sabía cuándo lo haría.

La ausencia de reacción por parte de la CBA, sin embargo, no impidió toda clase de conjeturas externas. La opinión mayoritaria parecía ser: ¡Aguantad firmes! ¡No cedáis!

Con todo, un número bastante amplio no veía inconveniente en aceptar las exigencias de los secuestradores para la liberación de sus rehenes. Lo cual provocó un iracundo comentario de Jaeger:

—¿Es que no comprenden esos insensatos que es una cuestión de principios? ¿No se dan cuenta de que se crearía un precedente que invitaría a todos los grupos de lunáticos del mundo a secuestrar a los profesionales de la televisión?

En los debates del domingo —«Frente a la nación», «Reunión con la prensa» y «Esta semana con David Brankley»— se discutió el tema y se leyeron algunos extractos del libro de Crawford Sloane La cámara y la verdad, particularmente:

  • Hay que considerar la posibilidad… de prescindir de los rehenes.
  • La única manera de tratar a los terroristas es… no pactar con ellos ni pagar rescate alguno, directa o indirectamente, ¡en ningún caso!

En el seno de la CBA, los que prometieron a Les Chippingham guardar el secreto de la decisión definitiva de no aceptar las condiciones de Sendero Luminoso cumplieron su palabra. De hecho, la única que la incumplió fue Margot Lloyd-Mason, que el domingo comunicó a Theodore Elliott por teléfono todo lo sucedido la noche anterior.

Sin duda, Margot habría defendido acaloradamente que su decisión de poner al corriente al presidente de Globanic era la más correcta. Pero por desgracia, correcta o no, su acción abonó el terreno para una filtración devastadora.