Capítulo 6
«Permanezcan detrás de la línea.» Harry nunca prestaba demasiada atención a las normas, pero ésta en particular sí la respetaba. No cedió ante el gentío que se apelotonaba detrás y la empujaba.
Una paloma se sujetó fuertemente con las garras al borde del andén e inclinó la cabeza para echar un vistazo a la vía, que estaba situada casi un metro por debajo. Harry también dobló hacia dentro los dedos de los pies al verla. Consultó la pantalla: Dun Laoghaire, un minuto.
Se estremeció al pensar de nuevo en la reunión de KWC. Maldijo a Dillon y su psicología barata.
—Creí que te podría resultar útil presentarte allí —le explicó por teléfono mientras ella toqueteaba el musgo del muro del canal—. Ya sabes, para enfrentarte al asunto.
—Como se te ocurra pronunciar la palabra «catarsis», me pongo a gritar.
—Vamos, nunca hablas sobre tu padre. No lo has visto desde antes de que ingresara en prisión. ¿Cuánto hace ya de eso, cinco años?
—En realidad, seis.
—¿Lo ves? Necesitas una catarsis.
Harry rió.
—Mira, agradezco tu preocupación, pero lo solucionaré a mi manera.
—O sea, que taparás el problema y lo enterrarás vivo.
—Quizá. —Lanzó un trozo de musgo aterciopelado a la orilla del canal—. Verás, mi padre entra y sale de mi vida con frecuencia. Ahora simplemente se ha marchado de nuevo, no es para tanto.
—Buscaré otra persona para el test de intrusión.
—No, Dillon, ya me encargo yo. Me pillaste por sorpresa, eso es todo. En serio, estoy bien.
Pero lo había pasado mal. Se había mostrado susceptible y, aún peor, fanfarrona. Harry era la primera en reconocer que no era un comportamiento habitual en ella, pero aun así odiaba fallarse a sí misma de aquel modo. Había intentado digerir el mal trago paseando a orillas del Liffey en lugar de dirigirse a la estación de trenes cercana al IFSC, pero desistió a los diez minutos. Los tacones no estaban hechos para dar paseos liberadores y vigorizantes.
Harry volvió a mirar la pantalla. Ya había transcurrido un minuto. Una corriente de aire le cortó las mejillas. La paloma echó a volar batiendo las alas como si hubiera visto un gato. La gente se aglomeraba a su alrededor. Alguien se apretó contra su cuerpo obligándola a avanzar unos quince centímetros.
—¡Eh!
Intentó girar la cabeza, pero continuaban empujándola y acabó al borde del andén. Alcanzó a ver las vías negras por debajo y cerró los ojos con fuerza. Mantuvo los pies bien pegados al suelo, se inclinó hacia atrás y propinó algunos codazos.
Se oyó un grito por detrás.
—¡No empujen!
Notó un aliento cálido al oído. Alguien le propinó un fuerte puñetazo en la parte inferior de la espalda y salió despedida hacia delante, ingrávida. Paralizada, abrió los ojos de par en par. Se precipitaba hacia los raíles de acero. Avanzó las manos y se preparó para la caída.
Se golpeó contra el suelo. Las afiladas piedras le desgarraron las palmas de las manos, y una de sus rodillas crujió al impactar contra la franja de cemento de la vía. Alguien chilló.
Harry levantó la cabeza y miró con estupor hacia las vías curvadas que discurrían por delante. Sus extremidades no reaccionaban. Se oyó el clac de los raíles.
¡Debía moverse!
Se agarró a los raíles e intentó ponerse en pie con dificultad. Se le desató un intenso dolor en la rodilla a medida que se erguía. Se desplomó de nuevo en plena vía con el cuerpo extendido.
Sentía la vibración de los raíles contra sus manos. Escuchó el quejido de una bocina e irguió la cabeza bruscamente. El convoy rugía por la curva de entrada a la estación y la cegaba con sus faros. Al instante, el sudor empezó a bañar su cuerpo.
Harry se estiró en el suelo y rodó sobre él. Las piedras y el hierro se le clavaban en los hombros y notó cómo algo tiraba de ella hacia atrás. Giró la cabeza. El bolso se había quedado enganchado en un perno del raíl. El tren traqueteaba a medida que se iba acercando. Consiguió sacarse el asa por la cabeza y se apartó de la vía.
Tumbada boca abajo, respiraba el olor a polvo y metal y se agarró a la vía con dirección norte. Todo su cuerpo temblaba. El primer vagón retumbó al pasar. La gente le gritaba, pero no podía moverse. Aún no.
Entonces, se oyó otro sonido. Tac tac, tac tac. Los raíles vibraron bajo sus dedos. Abrió los ojos como platos y el latido de su corazón se disparó. Un tren rechinaba en el otro extremo de la estación y ella se encontraba justo en medio de su vía.
Era incapaz de gritar. No quedaba tiempo. Echó un vistazo al andén. Nunca conseguiría alcanzarlo. Detrás, el tren con dirección sur seguía avanzando a toda velocidad.
No tenía adónde ir.
Se fijó en el espacio que había entre las dos vías. Eran sólo escasos centímetros, pero no tenía otra opción. Se lanzó sobre las piedras que separaban el raíl con dirección norte del raíl con dirección sur. Era consciente de que tenía que mantenerse bien pegada al suelo. El menor error... y los trenes la partirían en dos.
Harry giró la cabeza a un lado y clavó la mirada en las piedras negras mientras esperaba. Casi se había quedado sin respiración.
Con gran estruendo, los trenes la capturaron entre dos fuegos al cruzarse y la dejaron a oscuras. Una ráfaga de aire le golpeó el rostro. El potente bramido de los motores penetró en su cuerpo; tenía ganas de encorvar los hombros y taparse los oídos, pero debía permanecer quieta.
A su lado, una junta de los raíles crujía al ser presionada por cada una de aquellas ruedas gigantes. Centró su atención en la parte inferior de los trenes, un amasijo de bloques de hierro y tubos arrugados a sólo unos centímetros de su cara.
Los frenos chirriaron y los vagones silbaron hasta que finalmente los convoyes se detuvieron. Harry temblaba en el suelo. Los motores rugían a su lado como dos viejos camiones. Se le había secado la boca y notaba el sabor del hierro y el polvo del carbón.
Se escuchó el golpe de las puertas. La gente gritaba. Unos pasos sobre las piedras se dirigían hacia ella.
—¡Dios mío! Señorita, ¿se encuentra bien?
Harry cerró los ojos. Mala idea. Los volvió a abrir de golpe. La nuca le sudaba y sentía el rugido del mundo en los oídos.
Dios mío, no podía desmayarse ahora.
Unos fuertes brazos la pusieron de pie y la trasladaron a través de las vías. Junto con otras manos, la levantaron hasta el andén.
—¡Déjenle espacio!
—¡Que alguien llame a una ambulancia!
Lentamente, Harry se apoyó con las manos y las rodillas en el suelo. Se quedó allí a cuatro patas, tambaleándose, mientras la sangre le volvía a la cabeza. Junto a ella se encontraba su maltrecho bolso. Alguien debía de haberlo recuperado de la vía. Extendió la mano para cogerlo y sus dedos tocaron el logotipo plateado de «DefCon».
Alguien le tocó el brazo.
—¿Está bien? ¿Usted... ha sido un accidente?
Harry tragó saliva y recordó el puñetazo en la parte inferior de la espalda y las palabras que alguien le había susurrado al oído antes de caer.
«El dinero de Sorohan... La organización... »
Sintió un escalofrío al alzar la vista hacia aquella marea de rostros desconocidos. No podía lidiar con sus preguntas.
Ahora no.
—Sí —contestó—. Sólo ha sido un accidente.