Capítulo 29
—¿Cómo que ese dinero no existe? —preguntó Harry.
Se paseaba por la sala de su apartamento con el teléfono bien apretado a la oreja.
—Tiene que existir —prosiguió—. Porque lo vi con mis propios ojos.
—Me temo que lo que vio fue un error del sistema informático de nuestro banco. —El tono de Sandra Nagle era excesivamente respetuoso—. Lo acabo de confirmar con nuestro departamento técnico. Al parecer, durante unos días todos nuestros sistemas en línea mostraron un saldo incorrecto de su cuenta.
—¿Saldo incorrecto? —A Harry se 1e vino el mundo encima—. Alguien efectuó un ingreso de doce millones de euros en mi cuenta el viernes. Usted misma lo vio.
—Sí, pero me temo que no fue válido.
—Y eso ¿qué significa? —preguntó, pero Harry ya sabía la respuesta.
—Que esa operación nunca se produjo. —Las palabras de Sandra se volvían cada vez más breves y poco convincentes, como si guardara en la boca un puñado de alfileres—. Nuestros registros lo corroboran. Nunca se transfirió esa cantidad a su cuenta.
Harry dejó de caminar. Tenía los músculos agarrotados.
—¿Me está diciendo que esos doce millones sólo eran producto de un problema técnico? ¿Que no eran reales?
—Exacto. —Sandra pareció alegrarse de que Harry lo entendiera tan rápido—. Y, en nombre de Sheridan Bank, le ruego acepte nuestras disculpas por el error. Hemos revisado su cuenta y le puedo asegurar que esto no volverá a suceder.
Harry se hundió en el brazo del sofá. El dinero no existía. Sentía como si una araña le trepara por la espalda. Acababa de comprometerse a entregarle doce millones de euros a El Profeta. ¿Qué le haría si no podía devolvérselos?
El corazón le latía con fuerza. Aquello era de locos. Alguien que iba tras el dinero de Sorohan la había empujado delante de un tren, ¿y justo aquel mismo día también se había producido un fallo en su cuenta bancaria? Sandeces. Ese dinero existía. Pero ¿dónde diablos estaba?
Harry alzó la barbilla.
—Disculpe, pero no me basta con su explicación. ¿Puedo hablar con alguien del departamento técnico?
Hubo una pausa al otro lado del teléfono.
—Me temo que, por razones de seguridad, a nuestros empleados no se les permite hablar sobre los detalles del sistema con personas externas al banco. Estoy segura de que lo comprende.
Harry cerró los ojos e intentó dar con la manera de esquivar a aquella mujer tan repelente, pero al final optó por olvidarse del tema. Estaba cansada de hablar con ella. Además, se le acababa de ocurrir un modo mejor de averiguar qué le había sucedido a su cuenta bancaria.
Cuando estaba a punto de colgar, recordó algo. Sabía que carecía de importancia, pero detestaba quedar en desventaja en aquella conversación con Sandra Nagle.
—Sólo una cosa más —dijo—. Solicité un extracto de cuenta hace un par de días, pero aún no lo he recibido.
La mujer resopló y Harry oyó cómo tecleaba al otro lado de la línea.
—Sí, yo misma me encargué de su petición —afirmó Sandra—. De hecho, en nuestro sistema consta que usted ya había solicitado aquel día un extracto con anterioridad, y se lo enviamos por la tarde. Debería de haberlo recibido ayer.
—Pues no he recibido ninguno de los dos.
—Déjeme comprobar su dirección.
Harry se levantó con esfuerzo y se dirigió lentamente hacia la ventana, con el teléfono aún bien pegado a la oreja. El cielo se había oscurecido y las gruesas gotas de lluvia chocaban contra el cristal. Apoyó la frente contra el frío vidrio de la ventana. ¿Por qué se había puesto en contacto con El Profeta?
—Piso 4, 13 St. Mary’s Road, South Circular Road, Dublín 8.
Harry irguió la cabeza de golpe y frunció el ceño.
—Esa no es mi dirección.
—Es la que se encuentra almacenada en nuestro sistema para usted. Ahí enviamos su extracto el viernes.
Harry cogió un bolígrafo y un bloc de un estante junto a ella y anotó la dirección.
—¿Puede comprobar si alguien ha cambiado esa dirección recientemente?
Hubo otra pausa.
—No, no consta que se haya actualizado su información personal desde que usted se registró por primera vez, hace cinco años.
Harry arrancó la hoja del bloc.
—Esto no tiene sentido. Vivo en Ballsbridge. He recibido aquí mis extractos de cuenta durante los últimos cinco años. Alguien ha debido de modificarla.
La mujer se ofreció a comprobarlo de nuevo, pero Harry ya no tenía muchas esperanzas depositadas en ella. Se lo agradeció, colgó y se quedó mirando la dirección que sostenía en la mano: 13 St. Mary’s Road. Podía tratarse de un mero error informático, pero a aquellas alturas ya no le parecía producto del azar.
Entró en la cocina con aire resuelto y hurgó en los cajones de los cubiertos; encontró cerillas, velas y una caja con viejas felicitaciones de Navidad. Finalmente, halló un plano de Dublín. Echó un vistazo al índice. St. Joseph’s, St. Lawrence’s, St. Martin’s. Allí estaba: St. Mary’s. Situó la zona en el plano. Después, cogió la chaqueta de cuero negra y echó a andar hacia la puerta de la calle.
Sintió el cortante viento de la tarde en su cuerpo y la lluvia le dibujó unos lunares en su camiseta amarilla. Se puso la chaqueta y cruzó el umbral mientras marcaba con presteza el número de Ian Doyle, el administrador de sistemas de Sheridan Bank con el que había hablado al finalizar el test de intrusión el viernes anterior.
—Hola, ¿Ian? Soy Harry Martínez otra vez, de Lúbra Security.
—Ah, Harry, justo ahora estaba pensando en usted.
—¿De verdad?
Tenía el coche aparcado en el bordillo de la acera, un vistoso Mini Cooper azul de líneas estilizadas con el techo blanco. Lanzó su bolso sobre el asiento del pasajero y se puso al volante.
—Sí, leí su informe ayer —explicó Ian—. Lamento decirlo, pero es un buen trabajo.
—Gracias. Espero que no le arruinara el día.
—No se puede decir que me concedieran una medalla.
—Intenté advertírselo.
—Sí, y se lo agradezco —dijo Ian—. Me dio tiempo para cubrirme las espaldas un poco. Permítame que la invite a tomar algo para darle las gracias. ¿Qué le parece esta noche?
—Disculpe, Ian, estoy muy ocupada. Pero su ayuda me vendría muy bien para otro tema.
—Dispare. Este fin de semana estoy aquí de guardia sin nada que hacer. Me alegrará el domingo.
Harry le informó sobre el dinero que había desaparecido de su cuenta y el misterioso cambio de dirección.
—Con esa bruja de la línea telefónica de asistencia no puedo averiguar nada —dijo—. ¿Podría husmear un poco y averiguar qué ha sucedido exactamente?
—Sí, por supuesto. Deme una hora más o menos. La telefonearé.
Harry dejó caer el teléfono en el asiento de al lado y acto seguido volvió a sonar. Comprobó quién llamaba: era Jude Tiernan. Se quedó mirando su nombre y el corazón se le desbocó. Quizá su única intención era asegurarse de que ella se encontraba bien. ¿O querría enterarse de lo que había averiguado hasta el momento? El teléfono le zumbaba en los dedos. Respiró hondo y lo metió en el bolso.
Estudió minuciosamente el plano de nuevo. Después, arrancó el coche y dejó el plano abierto sobre el asiento del copiloto para guiarse. La ruta era prácticamente una línea recta, pero necesitaba la máxima ayuda posible. Para ella, orientarse era como calcular una división larga: imposible de realizar sin querer desmayarse.
Miró el retrovisor. Dos coches Volvo le cerraban el paso. Para cualquier otro turismo hubiera representado un problema, pero no para un Mini. Giró el volante hacia la izquierda con fuerza y se incorporó al tráfico.
Dillon le había preguntado muchas veces por qué no se compraba un coche de verdad, pero la idea no le tentaba. Para él, poseer un coche de lujo era una forma de destacar, pero a Harry no le interesaba lo que pensaran de ella. El Mini resultaba perfecto para moverse con rapidez por la ciudad, siempre que no tuviera que llevar a más pasajeros o transportar algún mueble. Además, con sólo mirarlo ya sonreía. Al observar los redondos indicadores pasados de moda y los interruptores de conmutación similares a los de un avión, se acordó por un momento de su reciente vuelo en helicóptero. Le dio una palmadita al salpicadero. Los coches de verdad eran para las personas mayores. Aquel bebé era perfecto para ella.
Entró con el Mini en Leeson Street, concentrada en su ruta. Veinte minutos después llegó a South Circular Road sin ningún contratiempo. Era una estrecha calle residencial sin salida de aspecto decadente y abandonado. Muchas de las casas estaban cerradas con tablas de madera y los artistas del graffiti locales habían pintarrajado el contrachapado.
El número 13 formaba parte de una hilera de casas adosadas de ladrillos rojos y dos plantas, con un sótano que se distinguía a través de las rejas desconchadas que daban a la acera. A la puerta azul le hacía falta una mano de pintura; justo al lado, los timbres indicaban que la casa había sido reconvertida en un edificio de pisos.
Harry inspeccionó la zona en busca de un lugar para aparcar desde el cual pudiera disfrutar de una buena vista de la casa. Se encontraba en el centro y no le iba a resultar tarea fácil, pero finalmente dio con una plaza de aparcamiento parcialmente ocupada. Había una moto negra estacionada al lado del bordillo y su conductor estaba enfrascado en guardar el casco en el maletero. Harry esperó a que terminara para acercarse. Con una esmerada maniobra de marcha atrás, aparcó al lado de la moto. Otra ventaja de aquella monada de coche: cabía hasta en un armario si era necesario.
El teléfono la reclamaba desde el fondo del bolso. Era Ian.
—He estado investigando. Odio tener que decirle esto, pero me temo que la bruja estaba en lo cierto.
—¿Qué?
—Nunca existieron esos doce millones de euros.
—¿Bromea?
—Por desgracia, no. He hablado con los chicos del departamento técnico, incluso yo mismo he consultado las revisiones de cuentas. Parece ser que nuestra base de datos central se fastidió el viernes y eso afectó a su cuenta.
—¿Se fastidió? ¿Cómo?
—Bueno, de eso no están seguros, pero saben sin lugar a dudas que ese dinero nunca existió. Cada noche se lleva a cabo una conciliación de cuentas, es decir; se verifican todos los movimientos monetarios del día. El viernes por la noche, su cuenta hizo saltar las alarmas. Por lo visto, no existían los fondos correspondientes a las cifras almacenadas en la base de datos.
—¿Y eso sólo ocurrió con mi cuenta, o también con otras?
Ian se quedó en silencio.
—Únicamente con la suya —respondió al fin.
—Qué casualidad, ¿no? —Harry se mordió el interior de la mejilla derecha—. Vamos, Ian, usted es un tipo inteligente. Ha consultado las revisiones de cuentas. ¿Qué cree que sucedió?
Se produjo otra pausa.
—Si quiere saber mi opinión, creo que alguien introdujo ilegalmente un nuevo registro en su cuenta.
—Dicho de otro modo, ¿alguien manipuló la base de datos?
—Eso parece. Es difícil creer que sucediera por accidente.
—¿Puede decirme cuándo ocurrió?
—Por lo que he podido ver en los archivos, diría que sobre la una y media de la madrugada del viernes —dijo Ian—. Además, el registro ha sido borrado del sistema hoy, también de forma ilegal.
—¿Qué? Creía que lo eliminaron ustedes cuando hicieron limpieza en mi cuenta.
—No, alguien accedió a él antes que nosotros. Lo introdujeron el viernes y lo han borrado hoy. Además solicitaron un extracto de cuenta.
Harry clavó la mirada en la puerta azul al otro lado de la calle.
—¿Y la dirección? ¿Cómo la cambiaron?
—Del mismo modo, a la misma hora. —Ian rió—. Harry, ¿está segura de que no se hizo un lío usted misma? Después de todo, anduvo merodeando con bastante libertad por nuestro sistema el viernes. Yo añadiría unos cuantos ceros a mi propia cuenta corriente si supiera que no me pueden atrapar.
—Buena idea, pero me temo que no fui yo.
Ian suspiró.
—Bien, si no se trata de un accidente y usted tampoco tiene la culpa, sabe cuál es la única posibilidad que queda, ¿verdad?
Harry, con la vista fija en el número 13, asintió con la cabeza lentamente y dejó que Ian continuara.
—Que lo haya hecho un hacker.