Capítulo 36
Harry regresó en coche a la zona de los muelles. Trató de no pensar en su padre; no tendría que haber ido a visitarlo. Sujetó con fuerza el volante y se concentró en el camino de vuelta a casa.
Las nubes estaban descargando el agua que habían prometido. Los limpiaparabrisas se movían sobre el cristal y separaban con su sonido los fragmentos de la conversación con su padre que resonaban en su cabeza.
«Tú nunca tendrías que haberte visto implicada en esto.»
«Haré todo lo posible para ayudarte.»
«No te preocupes, todo saldrá bien.»
Harry desconectó los limpiaparabrisas y se detuvo ante el semáforo en rojo. Apoyó la mejilla en el puño y observó cómo se deslizaba la abundante lluvia sobre el parabrisas hasta que éste pareció derretirse.
Su padre no iba a ayudarla, lo tenía muy claro. Le había pedido que se reunieran en las puertas de fuera, pero ¿para qué? ¿Para darle más evasivas y pedirle disculpas? Harry negó con la cabeza. No tenía ninguna intención de acercarse a aquellos muros de nuevo.
La lluvia se convirtió en granizo y las bolitas de hielo chocaron contra el coche. El conductor de detrás tocó el claxon. Harry se sobresaltó y llevó la mano con torpeza a la rígida palanca de cambios. Conducía un Nissan Micra de dos años de antigüedad, el coche que la aseguradora le había proporcionado para reemplazar provisionalmente al Mini que se llevaron a remolque. Para que la policía se mantuviera al margen, consiguió convencerles de que no hubo ningún otro vehículo implicado en el accidente. Lo último que necesitaba era otro encuentro con el detective Lynne. Cambió de marcha y suspiró al acordarse de su adorado Mini, cuya palanca de cambios se deslizaba como si estuviera engrasada con mantequilla. Ya nunca volvería a conducirlo.
Volvió a accionar los limpiaparabrisas, reemprendió la marcha despacio y giró a la derecha para tomar O’Connell Bridge. Quería regresar a casa, pero pensó que las oficinas de Lúbra Security estaban cerca y ya era hora de volver al trabajo.
Recordó a Dillon moviéndose encima de ella, con el aliento en sus labios. El calor le invadió los muslos y algo se inflamó en su interior. Se había marchado de su apartamento aquella mañana antes de las seis, cuando ella apenas acababa de despertarse. Horas más tarde, Dillon iba a tomar un vuelo a Copenhague para cerrar una fusión entre Lúbra y otra empresa de seguridad. No lo vería en un par de días. De repente, Harry sintió la necesidad de escuchar su voz.
Hurgó a tientas en el bolso con una mano y encontró el teléfono. Pulsó el botón de marcación rápida, pero le saltó el buzón de voz de Dillon. Probablemente era mejor así. Llamar a un hombre cuando estás necesitada nunca ha sido una buena idea, sobre todo al principio de una relación, cuando es mejor esconder las carencias personales.
Suspiró y lanzó el teléfono sobre el asiento del pasajero. Volvió a sonar casi de inmediato y contestó.
—¿Sí?
—Por fin. Llevamos varios días intentando localizarte.
Sus hombros se relajaron. Era su hermana Amaranta.
—Perdona —dijo Harry—. He estado muy agobiada toda la semana.
—Todos estamos ocupados, ¿sabes?
Harry volteó los ojos al captar aquel tono autoritario.
—Está bien.
—Es por papá...
Harry la cortó.
—Lo sé, sale hoy de la cárcel. Acabo de visitarlo.
Hubo una pausa. Harry se imaginó a Amaranta sentada al pie de las escaleras ordenando los blocs de notas y los lápices de la mesita del teléfono. Ya mostraba aquella obsesión por el orden cuando compartían habitación en el desván de su casa. A un lado de la comba que dividía la estancia, Amaranta tenía sus zapatos dispuestos en fila y todos los libros perfectamente alineados, como si los hubiera medido con una escuadra. En el lado de Harry, todo era mucho más impredecible.
—¿Qué aspecto tiene? —preguntó Amaranta al fin.
Harry resopló al preguntarse cómo podía describir a aquel hombre embaucador, deshonesto y maquinador al que acababa de visitar.
Pero se limitó a decir:
—Está viejo.
—¿Dijo dónde iba a alojarse?
—No se me ocurrió preguntárselo.
Se hizo otra pausa. Harry dio la vuelta al College Green y soltó el volante un momento al cambiar de marcha. Al conductor del autobús que la seguía no le gustó demasiado la maniobra.
Se atrevió a hacerle una pregunta directa.
—¿Por qué dejaste de ir a verlo?
—No fue exactamente así, tenía que pensar en Ella. Los niños reclaman mucho tiempo. Papá lo entendió, Ella era la prioridad.
El tono de voz de Amaranta indicaba que quería zanjar aquel tema. Se aclaró la voz.
—De todas formas, las cosas cambian con la maternidad. Ves todo de una manera diferente.
—¿Quieres decir que comienzas a darte cuenta del pésimo padre que fue?
—Por lo menos no lo abandoné completamente.
Fantástico. Ahora pretendía ser la conciencia de Harry. ¿Todas las hermanas mayores se comportaban así?
—¿No como yo, te refieres? —preguntó Harry.
—En realidad, él te quería ver a ti. Siempre has sido su favorita.
Amaranta hablaba sin rencor. Sólo constataba un hecho que ambas habían asumido hacía muchos años.
Harry tensó los brazos y los hombros al intentar incorporarse a otro carril.
—Mira, es mejor que cuelgue. Estoy conduciendo y hay bastante tráfico.
—¿Habéis quedado otra vez?
Harry recordó los amenazadores muros de la cárcel y puso segunda.
—No, no. Te llamaré la semana que viene.
Lanzó el móvil sobre el asiento del pasajero y dobló la esquina para tomar Kildare Street. Odiaba lo culpable que le hacía sentir su hermana mayor. No tenía ningún sentido acordar una cita con su padre. Necesitaba que la ayudara, pero no lo iba a hacer. No había que darle más vueltas.
Una ligera duda planeaba sobre ella. Quizá debiera hablar con él de nuevo, darle otra oportunidad. Aún quedaban cuestiones por resolver. Por ejemplo, ¿quién era El Profeta? Seguramente podría ofrecerle alguna pista sobre su identidad. ¿Quién era Ralphy? Tal vez su padre lo conocía.
Negó con la cabeza. No importaba quién fuera El Profeta. Aún tenía que entregarle doce millones de euros.
Aparcó a pocos metros de las oficinas de Lúbra, cogió su bolso, cerró el coche y cruzó la calle con rapidez protegiéndose la cabeza de la furibunda granizada. Empujó la puerta y entró. Annabelle, la recepcionista, estaba al teléfono. Harry le hizo un rápido gesto de saludo con la mano, pasó de largo y se dirigió a la oficina principal.
Aquel día estaba repleta de gente. Había grupos de empleados reunidos alrededor de los escritorios que señalaban una pantalla. Su mirada no se detuvo en ellos, sino que se dirigió a la oficina del fondo de la habitación. Ni rastro de Dillon.
Harry caminó hacia su escritorio junto a la ventana. Algunos compañeros la saludaron, pero iba demasiado deprisa como para que se fijaran en los cortes de su rostro. Se sentó y encendió su portátil mientras escuchaba cómo el granizo golpeaba las ventanas. Introdujo la contraseña y abrió su correo electrónico.
—Ayer no tenías ese corte.
Alzó la mirada hacia Imogen, que observaba aquella hendidura sobre su ojo con los brazos en jarra. Harry suspiró.
—Así es. Han pasado algunas cosas en las últimas horas. Pero antes de que me lo recuerdes, te informo de que seguí tu consejo.
—¿De veras? —Imogen se sentó inmediatamente en una silla junto a ella—. ¿Y?
—No fue bien, ya te lo explicaré más tarde.
Imogen movió la cabeza de un lado a otro.
—¿No sabías qué los parientes dan tantos problemas? Siempre creí que en las familias pequeñas como la tuya resultaba más sencillo llevarse bien. —Imogen venía de un clan de seis miembros que se peleaban constantemente y formaban unas alianzas siempre cambiantes. En aquel momento no se hablaba con ninguno de ellos—. Parece que no es tan fácil.
—No lo es, créeme. —Harry hizo una pausa. Se esforzó por mostrarse despreocupada—. ¿Dillon está por aquí?
—¿El soltero oficial? No, está en Copenhague.
—¿Ya?
—Cogió un vuelo que salía más temprano. —Imogen frunció el ceño—. ¿Pasa algo?
Harry comprobó sus signos vitales. Maldita sea, aún lo echaba de menos.
Negó con la cabeza.
—Sólo quería hablar con él. Ya lo intentaré más tarde.
Miró hacia la pantalla e hizo un gesto de dolor. Movía con dificultad la cabeza y el cuello; la clásica lesión de latigazo cervical. Quizá debiera acudir a un quiropráctico.
—No te muevas.
Imogen se levantó de golpe y desapareció. Regresó treinta segundos después con un vaso de agua y dos pastillas blancas.
—¿Que es esto?
—Tómalas.
Harry la obedeció. Imogen le cogió el vaso vacío.
—No deberías estar aquí, tienes un aspecto horrible —le dijo mientras volvía a su escritorio—. Procuraré vigilarte.
Harry esperó a que su amiga se fuera. Entonces, moviendo el cuello lo menos posible, se volvió para leer su correo electrónico. Setenta y dos mensajes sin abrir. Se le estaba acumulando el trabajo desde el viernes. Le habían asignado tres test de intrusión más, dos inspecciones de posibles intromisiones informáticas y la evaluación de seguridad de una empresa, pero afortunadamente nada era urgente. Echó un vistazo a los mensajes y comprobó las direcciones de los remitentes por si había algo más apremiante. Se quedó helada.
El nombre de dominio de un remitente parecía palpitar en la pantalla: anon.obfusc.com. La mano le tembló al agarrar el ratón. Apretó los dientes e hizo doble clic.
Ha llegado la hora de entregar el dinero, Harry. Realiza una transferencia a la cuenta siguiente antes de las 17.00 horas del miércoles:
CÓDIGO SWIFT: CRBSCHZ9
IBAN: CH9300762011623852957
Mis fuentes me comentan que quizá te eches atrás, No lo hagas. Hoy te enseñaré qué le sucede a la gente que me engaña. Tienes cuarenta y ocho horas, Harry.
EL PROFETA
Harry se llevó rápidamente la mano a la boca. Era lunes. ¿Qué ocurriría si le confesaba que no tendría el dinero antes de las cinco del miércoles? ¿Qué sería de ella?
El teléfono de su escritorio sonó y se asustó. Era Annabelle.
—Un tal señor Tiernan está en recepción. Quiere verte.
Harry lanzó una mirada a la puerta de recepción y acto seguido al mensaje de El Profeta. El pulso se le aceleró. ¿Qué demonios hacía Jude allí?
Intentó tragar saliva pero tenía la boca seca.
—Dile que ahora salgo.
Jude caminaba de un lado a otro en la recepción cuando Harry apareció por la puerta. Se detuvo al verla y abrió los ojos de par en par al percatarse de sus nuevos cortes y magulladuras.
—Dios mío, Harry.
Observó el aspecto de Jude mientras él la miraba fijamente. El banquero de inversión se había esfumado. Había cambiado el traje de negocios por unos vaqueros desteñidos y una camiseta que ceñía su torso. Tenía los puños cerrados y los bíceps tensos. Parecía un luchador preparándose para empezar un combate.
Se acercó con decisión hacia ella. Sin querer, Harry dio un paso hacia atrás. Después entró en una oficina vacía a la derecha y le hizo un gesto a Jude para que la siguiera. Este obedeció y dio un portazo.
—Por Dios, Harry, ¿se encuentra bien? ¿Se puede saber qué sucede?
Ella se señaló la cara.
—No es nada serio.
Jude dio un paso hacia Harry, que intentó no inmutarse.
—¿Nada serio? —Empezó a contar con los dedos todo lo acaecido—. Le ayudo a engañar a Felix Roche, lo matan, la policía me interroga, no responde a mis llamadas y la encuentro cubierta de moretones. Puede que hasta este momento no me haya tomado las cosas en serio, pero ahora sí, créame.
—Mire, agradezco mucho su ayuda, pero no es necesario que se involucre más en este asunto.
—¿Qué no me involucre? La policía sabe que llamé a Felix la noche en que murió. Estoy metido hasta el cuello. —Se pasó una mano por el pelo. Tenía aspecto de no haber dormido mucho en las últimas cuarenta y ocho horas—. De todas formas, no me puedo olvidar de Felix. —Hizo una pausa y la miró a los ojos—. Ni de usted.
Harry desvió la vista. Jude la tocó con suavidad en el hombro.
—¿Qué le sucede, Harry?
Cruzó los brazos y lo fulminó con la mirada.
—¿Qué le explicó a Ashford? —inquirió Harry.
—¿Qué?
—Ayer estuvo aquí. Usted le habló sobre mí.
—Me preguntó sobre el accidente, parecía preocupado.
—¿Seguro que es lo único que le contó?
Jude la miró con ojos entrecerrados.
—Vamos, Harry, ¿qué pasa? Comentamos lo de su accidente, eso es todo. ¿Es que hay algo nuevo?
Pensó en todo lo que había sucedido en los últimos días. ¿Y si le informaba sobre la desaparición del dinero? Se le hizo un nudo en la garganta. No podía arriesgarse. Él ya había hablado con Ashford, ¿quién sería el siguiente? En cualquier caso, El Profeta no debía enterarse bajo ningún concepto de que el dinero se había esfumado.
Harry negó con la cabeza.
—Nada nuevo.
Jude se aproximó a ella y la cogió de los hombros. Al acercarle la cara, Harry empezó a respirar con dificultad y notó la calidez de su aliento en las mejillas. Olía a cerveza y a sudor masculino limpio.
—¿Pasa algo con Felix? —Le apretó los hombros con los dedos—. ¿Habló con él aquella noche? ¿Qué le dijo?
—Nada, ya se lo he explicado. No respondió.
Clavó sus ojos en los de Harry y sus narices casi se rozaron. Recorrió el rostro de Jude con la vista en busca de algún rastro del intachable banquero que nunca violaba las normas, pero ya no quedaba nada de él. Sólo vio a un atrevido piloto capaz de todo.
De repente, le quitó las manos de encima.
—Como usted quiera. —Dio un paso hacia la puerta—. Pero no voy a desaparecer del mapa, Harry. Ni hablar.
—Espere...
Abrió la puerta y se fue.
Harry se abrazó el pecho y se masajeó los hombros justo en donde la había agarrado. Se estremeció. Tenía razón: nada de aquello iba a desaparecer. Pensó en el plazo de cuarenta y ocho horas y en el dinero que ya no tenía. Pensó también en su padre esperándola junto a los siniestros muros de la prisión.
En cualquier caso, estaba harta de él. ¿Por qué no le había revelado dónde se encontraba el dinero? En una entidad bancaria extranjera sin identificar eso era lo único que sabía. Averiguar el nombre tampoco arreglaría las cosas. ¿Qué iba a hacer, hackear una cuenta bancaria secreta en las Bahamas? Harry cerró los ojos y negó con la cabeza. Ni en sueños se veía capaz de lograr una hazaña de semejante calibre.
Abrió los ojos de golpe.
¿Y si lo intentaba?