Capítulo 52

—Siempre supe que me conducirías hasta el dinero, Harry.

Ella dio un vistazo a su alrededor. Dillon estaba de pie justo delante y con una pistola en la mano.

—Dillon.

—Ojalá hubieras confiado más en mí —le dijo con suavidad—. Esperé, pero nunca te sinceraste conmigo.

Harry trató de sentarse, pero sintió un fuerte dolor en los hombros y volvió a tumbarse en el suelo. Estaba confusa.

—Podríamos haber sido un equipo —continuó—. Podríamos haber encontrado el dinero juntos.

Lo miró con ojos entrecerrados. La neblina lo envolvía como el humo de un cigarrillo. Iba de negro, igual que cuando se conocieron. Sus labios esbozaron aquella característica sonrisa misteriosa.

—No entiendo nada —dijo Harry.

—Creo que sí lo entiendes.

Le apuntaba al estómago con la pistola, aunque la sujetaba sin demasiada fuerza. Ella se quedó petrificada mirándola. Era la primera vez que veía una de verdad.

Santo Dios. Dillon. Su amor adolescente, su jefe, y su amante. Se puso a temblar. Entonces se dio cuenta de lo que él tenía a sus pies: la repleta bolsa de viaje de su padre y la maleta negra de Rosenstock Bank, cuya tapa dejaba al descubierto una capa de billetes de color púrpura.

Dillon le siguió la mirada, dio un paso atrás y se arrodilló junto a la maleta. Introdujo las manos en ella y sacó tres gruesos fajos de billetes. Se los pasó por la nariz para apreciar su olor. Después, se levantó, los lanzó dentro de la maleta y cerró la tapa de un puntapié.

—Tendrías que haberte limitado a realizar la transferencia tal como te indiqué —afirmó—. Mira todos los problemas que has causado.

La emprendió a patadas con la bolsa de su padre de forma salvaje. Harry se estremeció y se apartó hacia atrás arrastrándose por el suelo. Dillon, con el rostro crispado, pegó otra patada. La costura se rompió y asomó parte del contenido: el vestido de seda color crema y el estuche de póquer de su padre.

El hombre rubio cogió el vestido de seda y se lo acercó a la cara. Entonces, dio un paso atrás como había hecho Dillon y propinó a Harry un puntapié en el estómago. Ella chilló y se dobló en dos al sentir un terrible dolor en el abdomen. Dios mío, aquello iba en serio. Iban a matarla. Encorvó los hombros mientras esperaba el próximo golpe. Dillon aplastó con el pie el estuche de su padre, que salió disparado por el suelo. Harry se fijó en la abolladura que le había hecho y apretó los puños. A la mierda. No iba a quedarse allí tumbada sin más esperando a que la asesinaran.

Tragó saliva.

—Creía que El Profeta era un banquero de JX Warner. Lo tuyo no me cuadra.

El hombre rubio amenazo con darle otra patada, pero Dillon le indicó con la pistola que se apartara.

—Estaba en lo más alto —contestó—. Fui el jefe de seguridad de TI en JX Warner durante dos años. Tenía acceso a más información confidencial que cualquier banquero de inversión.

Sonrió y se enjugó la frente con la manga. Detrás de él, envuelta en la neblina, Harry distinguió la bandera triangular roja que señalizaba la entrada al laberinto. Se encontraba sólo a unos diez metros, pero parecían diez kilómetros.

—Fue Leon Ritch quien me dio la idea, aunque él nunca lo supo. —Dillon continuó—. Lo despidieron de JX Warner después de unas cuantas operaciones un tanto turbias. Colaboré para reunir pruebas contra él; recopilé los mensajes de correo electrónico comprometidos y los documentos que dejó. Cuando se marchó, lo seguí de cerca. Era justo lo que necesitaba: un banquero sin demasiados principios.

—¿Y mi padre? —Harry contempló los setos. Debían de medir cerca de cuatro metros y eran más densos que el hormigón—. ¿Cuándo lo reclutaste?

—En realidad, ampliar el círculo fue idea de Leon. A más fuentes, más dinero. Primero captamos a Ashford, después a Spencer y a tu padre.

—¿Y Jude Tiernan?

Dillon levantó las cejas.

—¿El guardián de la moral? Ni hablar. Nos hubiera delatado a todos.

Harry frunció el ceño al recordar a Jude en el aeropuerto rastreando la abarrotada sala de llegadas. Maldición. No quería matarla. Al contrario: había intentado ayudarla.

Dillon se colocó delante de ella y le obstruyó la vista de la salida. En el caso de que Harry pudiera echarse a correr, su única opción era adentrarse en el laberinto.

Dillon se arrodilló junto a ella sin dejar de estudiar su rostro. Alargó la mano como si quisiera tocarle la mejilla, pero entonces cambió de parecer.

—Imagínate lo que sentí al saber que una de las fuentes de Leon era el padre de la pequeña Pirata.

Harry lo entendió todo.

—O sea que no me buscaste para que trabajara en Lúbra. Me querías usar para llegar hasta el dinero.

—Sí, así empezó todo. —Bajó la mirada—. Pensé que si te atemorizaba lo suficiente convencerías a tu padre para que entregara el dinero. Pero te resististe tanto a hacerle una visita... Supongo que debí habérmelo imaginado.

—Te aseguro que lograste atemorizarme. Pude haber muerto en las malditas vías del tren.

Echó un vistazo hacia atrás. El estrecho camino se dividía en tres. Había otra salida en algún lugar, pero ¿qué ruta era la buena?

—Cameron se excedió un poco en la estación de trenes. —Dillon lo señaló con la pistola—. Ya conoces a mi hermano Cameron, ¿no?

Giró de golpe la cabeza y miró boquiabierta al hombre rubio de piel pálida y hombros encorvados. Tenía los ojos clavados en Dillon como un perro maltratado a la espera de instrucciones. Harry pensó en lo moreno que era Dillon y en su elegancia natural. Entonces, el hemisferio derecho de su cerebro comenzó a trabajar y encajó todas las piezas. Dillon le había confesado que era adoptado. Aquél debía de ser el hermano descarriado que había acabado en la cárcel.

Harry estaba temblando, y no sólo porque tuviera frío con la ropa mojada.

—¿Y qué instrucciones le diste para Arbour Hill? Intentó matarme, ¿verdad?

Dillon se levantó y se apartó de ella.

—Aterrorizarte no funcionaba. Sal no iba a entregar el dinero. —Movió la cabeza de un lado a otro—. ¿Qué clase de padre no ayudaría a su hija?

Harry quiso defender a su progenitor, pero comprendió que no iba a servirle de nada. Apoyó la mejilla en el suelo. El cuello le dolía de mirar a Dillon hacia arriba. Su cerebro se esforzaba por dar con algo que pudiera ayudarla a escapar del laberinto. Varias frases le daban vueltas en la cabeza: «conectado de forma simple», «regla de la mano izquierda», «el Minotauro, un monstruo que come hombres, mitad humano y mitad toro». Odiaba al rey Minos y a su dichoso laberinto.

—Tenía que darle un toque de atención a Sal, forzar la situación... —Dillon, que aún estaba de espaldas, bajó la cabeza—. Tenía que demostrarle que podía destruir algo que él quería.

El corazón de Harry latía son fuerza.

—Pero te salió mal, ¿verdad? Fue él quien acabó en el hospital y no yo.

Hizo una pausa y se giró. Se dirigió a ella con voz amable.

—Me alegré de ello.

Dillon tragó saliva, miró la pistola que tenía en la mano y apuntó con ella al rostro de Harry, que levantó la cabeza. ¡Aún no! Se le desbocó el corazón. Tenía que preguntarle algo. ¡Cualquier cosa!

—¿Y Leon? —dijo con la boca seca—. ¿Recibirá parte del dinero?

—Leon no va a recibir nada. Cometió un error al encargar a ese matón calvo que me siguiera. Se acercó demasiado a mí. —Señaló con la cabeza a su hermano—. Cameron se ocupó de él.

—¿Lo habéis matado?

—Sólo quería a ese cabronazo para que cargara con las culpas si las cosas iban mal. Me he asegurado de que sus sucias huellas queden grabadas por todas partes.

Harry se acordó de la dirección de Leon que estaba almacenada en los archivos del banco, del extracto de cuenta que le enviaron a su piso y del detective privado que contrató para que la siguiera. Dillon tenía razón; había dejado pistas por todas partes.

—¿Así que fuiste tú quien hackeó mi cuenta bancaria?

Dillon sonrió.

—Me divertí mucho, sobre todo cuando prometiste entregarme el dinero y después lo hice desaparecer.

De repente, Harry lo vio todo claro. El test de intrusión de Sheridan Bank había sido un montaje de Dillon. Evidentemente, él sabía que tenía una cuenta en aquel banco porque le ingresaba la nómina allí cada mes. Y también sabía que siempre dejaba un RAT como tarjeta de visita y que abría a propósito una puerta trasera secreta para poner a prueba las herramientas informáticas de limpieza del banco. Pero Dillon había suprimido cualquier alusión al RAT en el informe de Imogen. No quería que nadie lo eliminara del sistema de Sheridan.

Dio un paso hacia ella y le colocó la pistola entre los ojos. La mano le tembló levemente. De cerca, su rostro no parecía tan luminoso, y distinguió en él algunas arrugas de las que no se había percatado con anterioridad. Recordó a aquel chico de veintiún años con elevados ideales que le había hablado sobre la búsqueda de la verdad.

—¿Qué te pasó, Dillon? —susurró—. ¿No tenías suficiente con todo el dinero que ganaste con el auge puntocom?

Apretó la mandíbula.

—Maldito puntocom. Todo el mundo se hizo millonario de la noche a la mañana en este país menos yo. Nunca tuve una oportunidad. —Hablaba con la mirada perdida—. De más joven, siempre era el mejor. Siempre destacaba. Tenía más talento que todos y una gran profesión; era un informático estrella con el mejor de los sueldos. ¿Cómo iba a acabar siendo el gran perdedor? ¿Verdad que lo entiendes, Harry?

Ella se mordió los labios.

—O sea que lo del puntocom era sólo una tapadera.

Asintió con la cabeza.

—Como lo de Lúbra Security. Bueno, empezó como un negocio legal, pero ¿quién diablos iba a obtener beneficios cuando las empresas puntocom entraron en crisis? El año pasado acabé prácticamente arruinado. —Sus orificios nasales se ensancharon—. Empecé a pensar en la operación Sorohan y en todo el dinero que Sal me estafó. Ese dinero me pertenecía y quería recuperarlo.

Con su media sonrisa, la miró para captar su atención. Los ojos de Dillon parecieron ablandarse por un momento. Extendió la mano, colocó los dedos bajo la barbilla de Harry y le alzó el rostro. Ella se estremeció y recordó la noche en la que él había recorrido todo su cuerpo con sus labios. Sintió náuseas.

—No es demasiado tarde para nosotros, Harry —susurró. Sus ojos rebosaban fuego y escudriñaban su cara como si estuvieran buscando algo—. ¿Verdad?

Harry tragó saliva. Tenía que sonreír y fingir. ¿Podría soportarlo? Abrió la boca para responderle y rompió el contacto visual sólo un instante. Fue un error. Dillon le empujó la barbilla y se golpeó un lado de la cabeza contra el suelo.

—No me mientas nunca más. —Se dirigió hacia Cameron. Sujetó la pistola con ambas manos y volvió a apuntar a Harry—. Levántala.

—Dijiste que podría pasar un rato con ella —replicó Cameron.

—Más tarde. Quítale las esposas.

Cameron cogió a Harry de los brazos y la puso en pie. Ella sintió cómo la sangre le zumbaba en los oídos y se tambaleó. Se oía vibrar algo en la lejanía. Cameron le quitó las esposas. Sus brazos, rígidos y entumecidos, quedaron libres.

—Gracias —dijo mientras se frotaba las muñecas.

Odiaba aquel tono sumiso en su propia voz.

—No lo he hecho por ti. —La mirada de Dillon era gélida y su sonrisa se había esfumado—. Unas esposas resultan difíciles de justificar en la escena de un accidente.

—¿Y no sucede lo mismo con un cuerpo empapado de gasolina?

Lanzó una mirada al camino que tenía detrás. Calculó que tres o cuatro zancadas bastarían para adentrarse en uno de los ramales. ¿Cuánto tiempo necesitaría él para apretar el gatillo?

Dillon se encogió de hombros.

—No tiene importancia. De todas formas, nadie vendrá a buscarte.

La vibración que provenía de arriba se hizo más intensa. Harry alzó la vista. El cielo estaba cubierto de neblina.

—Los accidentes son la especialidad de Cameron. —Dillon elevó el tono de voz para que pudiera escucharlo a pesar del ruido—. Así ha sido desde que empujó a nuestra madre escaleras abajo. Lo encontré en el escalón de arriba, atontado por las drogas. Tuve que ayudarle a ocultar todo aquello, él no podía pensar con claridad. Desde entonces me ha estado pagando el favor. ¿No es así, Cameron?

Cameron se apretó la garrafa de gasolina contra el pecho y no apartó la vista del suelo. De repente, empezó a soplar viento, que sacudió los enormes setos. El polvo penetró en los ojos de Harry y un ruido ensordecedor retumbó en sus oídos.

Un helicóptero de color azul cielo sobrevoló el laberinto y levantó una poderosa ráfaga de aire que agitó la ropa de Harry y la empujó hacia atrás. Los gigantescos setos se tambaleaban, parecían estar a punto de volcar. Dillon, boquiabierto, se protegía de aquel torbellino cubriéndose la cara con el brazo. Finalmente, reunió fuerzas y volvió a apuntarle a la cara con la pistola. Una cuerda colgaba a un lado del helicóptero, que se aproximaba cada vez más. El fornido cuerpo de Jude ocupaba la cabina de mando.

A Harry le dio un vuelco el corazón. Jude se quitó los auriculares y le gritó algo, pero el ruido de la hélice ahogaba cualquier otro sonido. Señaló la cuerda con el dedo y el helicóptero se acercó a ella. Incluso desde allí, Harry distinguió aquellos atentos ojos abiertos de par en par y el blanco cadavérico de su rostro.

Lanzó una mirada a Dillon, que sujetaba la pistola a la altura de sus ojos. Vio cómo tragaba saliva y flexionaba los dedos. La aeronave se sostenía en el aire justo sobre ella y la cuerda se encontraba a unos pocos metros. La mataría antes de que pudiera dar un solo paso.

De golpe, Dillon alzó los brazos y empezó a disparar contra el helicóptero. Las balas agujerearon el armazón de la nave con un gran estruendo metálico, dio unos bandazos y descendió un poco más mientras él seguía tiroteando su zona inferior. El aparato se tambaleó y empezó a despedir un humo negro por la cola. Entonces, se ladeó a la izquierda, dio un viraje y se apartó rozando la parte superior de los setos. La cuerda y el humo se veían por detrás como dos hilos sueltos.

Dillon volvió a apuntar a la aeronave. En aquella ocasión, Harry no esperó. En dos zancadas tomó el desvío del camino hacia la izquierda. Tropezó contra los setos y se adentró en las curvas cerradas a toda velocidad. Se oyeron más disparos y el motor del helicóptero se caló. El aparato serpenteó encima de Harry, perdió el equilibrio y empezó a caer sobre el laberinto. La hélice chocó contra la parte superior de los setos y los pulverizó como una licuadora gigante. Al hundirse demasiado, las palas se partieron en pedazos y trozos de metal saltaron por los aires. El helicóptero se desplomó con un chirrido estruendoso detrás de los setos.

El silencio se prolongó unos segundos. Nada de motores ni hélices. Harry daba tumbos por el camino, histérica. ¿Qué había hecho? En aquel momento se oyó una explosión y el inconfundible rugido de las llamas. Dios mío. Si Jude moría, ella tendría la culpa.

Se topó con un muro de seto. Un cruce de caminos. Mierda, ¿cuál debía tomar? El pecho le ardía como si tuviera fiebre. Recordó la norma de la mano izquierda: había que colocarla en el seto y seguir el muro. ¿Lograría de ese modo no dar vueltas? Oyó que alguien caminaba arrastrando los pies detrás de ella. Sin pensárselo, puso la palma de la mano izquierda en el seto y echó a correr por el camino de la izquierda, más estrecho y lleno de follaje. Le faltaba el aliento, pero no podía detenerse.

Siguió el camino describiendo círculos a trompicones y entrando y saliendo de los callejones sin salida. Se sumergía en un túnel tras otro, siempre hacia la izquierda, hasta que la cabeza empezó a darle vueltas.

Entonces, toda aquella espiral se detuvo. El camino se hizo más ancho y recto; el follaje ya no era tan denso. El aire parecía más fresco, como el del bosque, y el cielo más ligero. Un poco más adelante había una abertura más ancha de lo normal señalizada con una bandera azul. Avanzó hacia ella con dificultad describiendo eses. Se detuvo en seco, apenas sin respiración.

Se encontraba en el interior de un claro circular del tamaño de un campo de bochas. Jude yacía boca abajo sobre la hierba a unos metros. Se le cerró el estómago. El helicóptero ardía cerca del centro de aquel círculo. Un hilo de sangre manchaba el césped hasta el que había logrado arrastrarse. Junto a la aeronave se erigía una estatua de unos tres metros. Era un enorme gladiador negro. Soberbio, erguido, con hombros anchos y fuertes, sujetaba una lanza; pero su grueso cuello negro sostenía una horrible cabeza., la cabeza de un toro enloquecido.

Harry cerró los ojos. El Minotauro de Dillon. Harry había llegado al centro de su abominable laberinto.

—Se acabó, Harry, ríndete.

Dillon penetró en el claro a través de una abertura situada a la derecha de Harry. Aún llevaba la pistola. Ella oyó un susurro a sus espaldas y se volvió. Cameron apareció por la entrada sosteniendo la gasolina con una mano y arrastrando la maleta negra de ruedas con la otra. Harry se echó atrás y pasó junto al cuerpo de Jude. Cameron la siguió sin apartarle aquellos ojos descoloridos del rostro. Dillon, que no dejaba de vigilarlos, dio un paso a un lado.

El calor de las llamas abrasaba la blusa de Harry. El helicóptero se encontraba sólo a unos pasos y ella desprendía un intenso efluvio a gasolina. Si se acercaba más al aparato, ardería como una cerilla. Tropezó hacia atrás con el pedestal y sintió el frío del colosal bloque de piedra contra la espalda. Cameron se le acercó y sintió el calor de su aliento en la cara. El empujó la maleta a un lado y empezó a desenroscar el tapón de la garrafa de gasolina.

—¡Cameron! —Dillon dio un paso adelante—. ¡Al lado del dinero no! Lánzame la maleta.

Pero Cameron parecía estar paralizado. Separó los labios y su respiración se volvió superficial. Harry abrió los ojos de par en par al comprobar cómo introducía una mano en el bolsillo y sacaba un mechero.

—¡Cameron! —Dillon le apuntó con la pistola—. ¡Escúchame!

Cameron le dio al mechero con el pulgar y encendió una llama de unos seis centímetros. La acercó al rostro de Harry, y ella se apartó rápidamente bordeando el pedestal. Vio que Jude empezaba a moverse y se ponía de rodillas. Tenía la camisa empapada de sangre y el brazo izquierdo le colgaba de una manera un tanto extraña. Dillon enfocó la pistola hacia él.

—¡Quédate en el suelo!

Jude levantó la cabeza de golpe y se quedó helado. Tenía la cara en carne viva y llena de ampollas. Cameron volvió la mirada un momento hacia él. En ese mismo instante, Harry se abalanzó hacia la maleta, la levantó y se la llevó al pecho. Su corazón latía con fuerza contra aquel peso.

Cameron no pareció darse cuenta. Se acercó más, situó la garrafa encima de la cabeza de Harry y derramó la gasolina sobre ella como si la bautizara. El frío líquido se le deslizó por su rostro y su cuello, y empapó toda la maleta negra. La llama del mechero se agitaba como una serpiente ante un trozo de carne.

Se escuchó un disparo en el aire. Harry se sobresaltó y contuvo el aliento mientras presentía el dolor. Escuchó a Jude gritar. Cameron levantó las cejas.

—¿Por qué? La muerte de mi madre fue un accidente —confesó Dillon con voz entrecortada—. Él no la mató.

Cameron frunció el ceño y se tambaleó levemente. El sonido del disparo aún retumbaba en los oídos de Harry.

—Le hice creer que había sido él —continuó Dillon—. Estaba tan drogado que no recordaba nada.

Cameron alzó la vista sobre la cabeza de Harry y miró a lo lejos. Se le había desencadenado un tic en el párpado izquierdo.

—Después de aquello, conseguí que acatara todas mis órdenes —dijo Dillon.

Los hombros de Cameron se doblaron, su cuerpo se desplomó sobre Harry y el peso la inmovilizó contra el pedestal. Ella chilló, cayó al suelo y soltó la maleta. Cameron se derrumbó junto a Harry que, al tener los pulmones aplastados, espiró. Ella se apartó arrastrándose sin parar de temblar. Cameron yacía boca abajo sobre el césped y una gran mancha roja se le extendía por la espalda. Harry se cubrió la boca con las dos manos para reprimir un grito.

—Harry, lánzame el dinero y acabemos con esto —gritó Dillon.

Harry levantó la cabeza de inmediato. El pedestal le impedía verlo. Dirigió la mirada a la maleta que tenía detrás y después a la garrafa de gasolina que, todavía en la mano de Cameron, estaba colocada de pie contra la estatua. Quedaba casi la mitad de su contenido.

—¿Harry?

Escuchó los pasos de Dillon sobre la hierba por detrás de la estatua. El pulso se le disparó. Agarró la garrafa, abrió la maleta negra y vertió la gasolina dentro. El recipiente tardaba en vaciarse y Harry estaba cada vez más nerviosa. Finalmente, consiguió derramar todo el líquido y cerró la maleta. Miró hacia arriba y se encontró con el cañón de la pistola.

—Pásame la maleta.

El sudor resbalaba por la cara de Dillon. Echó un vistazo al cuerpo de Cameron pero enseguida apartó su mirada de él. Muy cerca, el helicóptero crepitaba y las chispas silbaban y salían disparadas hacia el cielo como fuegos artificiales.

Harry se puso en pie y levantó la maleta con ambas manos. Pesaba aún más que antes y le temblaron los brazos. Volvió la vista atrás. Jude observaba la escena con los ojos abiertos de par en par. Harry se volvió de nuevo hacia Dillon, que tenía el rostro pálido.

—No estás acostumbrado a esto, ¿eh? —dijo jadeando—. Siempre hay otros que hacen el trabajo sucio por ti.

—¡Dame la maldita maleta!

Harry la levantó por encima de los hombros y los fajos de billetes se movieron en su interior cual pesados ladrillos. Como si tuviera una jabalina en las manos, giró su cuerpo y lanzó la maleta al aire. Esta voló por encima de Dillon y se estampó contra un lado del helicóptero en llamas.

Dillon siguió su trayectoria con la mirada y, por una fracción de segundo, no ocurrió nada. Entonces, soltó un bramido y salió disparado a por la maleta abriéndose paso entre las llamas. En aquel mismo momento, Harry dio media vuelta y le gritó a Jude:

—¡Vamos!

Jude se levantó a duras penas sujetándose su inservible brazo izquierdo y ambos echaron a correr hacia la salida del claro. Una corriente ascendente de aire racheado rugía a sus espaldas como un vendaval cada vez más potente. Harry, que llegó primera a la abertura, se lanzó como una flecha al suelo y rodó sobre él hasta encontrar cobijo detrás del seto. Jude se abalanzó a su lado y aulló de dolor. El rugido aumentó gradualmente y al final estalló y sacudió con fuerza los setos. Una abrasadora bola de calor prendió fuego al laberinto y Harry se protegió los ojos de aquel resplandor. Se tocó la ropa impregnada de gasolina, se levantó y tiró de la manga de Jude. Colocó la mano derecha contra el muro de seto y avanzó por el camino haciendo eses, siempre en dirección a la izquierda. Las piernas le temblaban. Una luz naranja parpadeante lo tiñó todo de un amarillo pálido. Continuó por aquel sendero espiral; Jude la seguía de cerca por detrás. Harry avanzaba con la mano pegada al muro de seto hasta que finalmente la apartó al ver la bolsa de viaje de su padre y la bandera triangular roja de la salida.