Capítulo 4
El despertar
No sabía exactamente dónde me encontraba, pero la sensación era muy placentera. Me notaba ligera, casi como si estuviera fuera del cuerpo, viajando en un mar de calma y tranquilidad. Quizás, después de todo, sí existía algo después de la muerte. Siempre había sido una descreída, ignorando todo lo relacionado con la religión y sus ritos. Me habían educado en la fe católica, sin ser nunca muy devota. Tampoco en mi familia se llevaba a rajatabla lo del cristianismo y demás; nadie iba a la parroquia ni se hablaba de religión en casa. En mi fuero interno pensaba que era puro convencionalismo, simplemente por el qué dirán. Aunque si alguna vez se me ocurría decir en alto que yo no creía en Dios, mis padres y hermanas me miraban con gesto extraño, detalle que siempre me había chocado en el seno de una familia bastante laica al fin y al cabo.
En mi opinión, la religión es el verdadero cáncer y opio del pueblo. La mayoría de las guerras en todo el mundo han sido, son y serán a causa de la religión: las Cruzadas, la escisión del protestantismo, los nazis o los fundamentalismos de cualquier índole. Me parece bien que las personas tengan fe en algo, en la firme creencia de que después de su muerte no se encontraran con la nada más absoluta. Sin embargo, aborrezco los sacrilegios que muchas personas, incluyendo a los propios dirigentes eclesiásticos, ejecutan en honor a esa fe supuestamente procesada. Esa doble moral que practican, negándole todo al pueblo llano para luego llenarse los bolsillos o pecar contra todos los principios de su religión, no puedo tolerarla sin hipocresía. Pensaba que era algo abominable y ya había leído en muchos sitios que la causa de una posible tercera guerra mundial podría ser de nuevo la religión: en este caso el integrismo o fundamentalismo islámico, sin evolucionar desde la Edad Media, luchando contra el supuesto demonio
Edad Media, luchando contra el supuesto demonio occidental.
En mi subconsciente ya me estaba yendo por las ramas y seguía sin saber qué hacía allí, quizás en el umbral de la morada del Ente. Sí, ese ente que de verdad regía el mundo, si de verdad existía a ciencia cierta. Podía asumir que yo sí creía en algo al fin y al cabo, pero se trataba de algo mucho más prosaico que las consabidas historias de Jesús, Buda o Mahoma. Una entidad más cercana al Ser planteado por Aristóteles, una fuerza intangible que insuflaba todo su poder para que el universo siguiera girando. Quizás esa sería mi última morada y había llegado hasta su guarida sin percatarme siquiera de mi destino; tendría que averiguarlo sin más dilación.
Realmente no distinguía nada, se trataba de una sensación muy extraña. Tenía los sentidos en estado de alerta, y creía que cualquier leve cambio a mi alrededor podría tomarlo como propio. Me sentía liviana, ligera, casi incluida en la nube permanente que agitaba mi alma.
No sabía dónde estaba y empezaba a olvidar quién era.
Definitivamente sí, pensé en ese momento, debía estar muerta, y aquello era la antesala del cielo o lo que realmente tocara en esos momentos.
Intenté no elevarme en ese plano existencial tan divergente a la realidad. Necesitaba volver a mí ser y me obligué a concentrarme. Recordé entonces el momento en el que me habían disparado y después los continuos desmayos y pérdidas de consciencia mientras me atendían los médicos, ya en el hospital. Lo último que pude rememorar fue la entrada en el quirófano.
Segundos después el vacío más absoluto. Ni siquiera tenía constancia del dolor sufrido en mis entrañas. A mi modesto entender, algo extrañísimo.
Mi nuevo yo se rebeló de nuevo, ahuyentando los pensamientos negativos. Parecía encontrarme en una inmensa burbuja de felicidad suprema dónde me habían dejado dormitar, ajena al devenir de los acontecimientos.
Un lugar donde no existía el tiempo, una dimensión desconocida en el plano donde me encontraba, mientras viajaba a través de la existencia pero sin moverme del sitio. Olvidándome del cuerpo, de la sangre, de los órganos y de los sufrimientos que todo ser humano vivirá a lo largo de los años. Haciéndome creer que esa era la única y verdadera realidad.
Me concentré de nuevo, pero esa fuerza universal tiró abajo todas las barreras. Con un nuevo sentido de la vista instaurado en mi interior me distinguí a mí misma paseando con la familia. Sonreía artificialmente a través de un rostro que no manejaba, mientras rememoraba aquella jornada tan feliz. Mis padres, hermanas, mis abuelos y yo, todos juntos de nuevo, disfrutando de un día en DisneyWorld.
Pude vislumbrar a mi madre, jovencísima y muy guapa, con el pelo negro y lacio brillando bajo el sol castigador. A mi abuela Rose sonriendo mientras cogía en brazos a la pequeña April, casi un bebé. Mi padre hablando con Megan, que ya estaba montando una de las suyas: brazos cruzados a la defensiva, enfurruñada, con el morro fruncido y el gesto típico de cualquier niño del mundo: «Hala, ahora me he enfadado y ya no te hablo». Madre mía, la de tiempo transcurrido desde esa imagen, pensé entonces con pesar. Me veía también hablando con el abuelo, mientras contemplábamos extasiados uno de los espectáculos más animados. Yo debía andar por los ocho o nueve añitos, ya que mi madre Llevaba el carrito dónde todavía paseaban a April.
No entendía lo que me estaba sucediendo, ni quería averiguarlo. De pronto escuché un ruido diferente y regresé a mi más tangible realidad, si es que podía llamarla así. Me pareció distinguir el sonido de una puerta al cerrarse, pero no estaba segura. Unos pasos silenciosos se acercaron a mi cama y sentí, mientras todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo se ponían en guardia, como alguien plantaba un dulce beso en mis labios.
Era imposible, pero a la vez muy real. El inconfundible aroma de la fragancia que utilizaba Denisse había saturado mis sentidos, más alerta que nunca.
¿Estaba viva entonces? Intenté abrir los ojos para comprobar si era cierta mi paranoia. Me fue imposible mover siquiera un músculo, por mucho empeño que pusiera en ello. Una situación totalmente frustrante.
¿Qué había sucedido realmente? Intenté abstraerme y dejar a un lado los pensamientos que me embargaban; debía averiguar cuál era realmente la situación en la que me encontraba. Creí escuchar entonces unas voces apagadas, lejos, quizás en otra estancia. El sonido de algún aparato metálico rodando por un pasillo y un ligerísimo zumbido de máquina cerca de mí. El olor a desinfectante me llegó entonces a vaharadas, empapando mi pituitaria. O mucho me equivocaba, o permanecía todavía en el hospital.
Eso significaba que había sobrevivido a la operación y seguía recuperándome. Entonces, ¿por qué no podía moverme, ni abrir los ojos, cuando el resto de mis sentidos funcionaban a la perfección? Incluso más afilados, como los de un animal, notando cada leve cambio a mí alrededor si me fijaba realmente en ello.
Un breve flash me vino entonces a la mente. En alguna película de mi juventud había visto como un alma atormentada, cuyo cuerpo había resultado muerto en funestas circunstancias, se negaba a abandonar el plano existencial en el que normalmente nos encontramos hasta haber satisfecho cualquier cuenta pendiente que tuviera.
El miedo me sobrecogió. Yo podría ser entonces un espíritu errante que estaba saliendo de mi propio cuerpo, sin que Denisse ni los médicos se hubieran percatado de que la muerte física ya había tenido lugar. Y por eso no lograba comunicarme con ella, ya que todavía no había asumido mi nuevo ser y desconocía los mecanismos por los que se regían los entes que habitaban en ese limbo tan particular.
Otro sonido reconocible me sacó del trance en el que me sumía con pavor. Esas voces me eran familiares, por mucho que murmuraran en voz baja. Quizás estaba equivocada, pero era imposible saber a ciencia cierta cuál era la verdadera situación. Una silla que se arrastraba con sutileza y el tono inconfundible de mi madre me sacaron definitivamente del atolondramiento.
—Buenos días, Denisse —saludó mi madre al acercarse—. ¿Alguna novedad, han dicho algo los médicos?
—No, Margaret, de momento no sabemos nada.
Yo he pasado aquí toda la noche y no parece que Susan haya experimentado cambio alguno, ni para bien ni para mal. Estoy esperando la llegada del médico, Ojalá nos saque de esta incertidumbre.
—Me gustaría estar equivocada, ya sabes, pero después de una semana sin que Susan haya despertado no deberíamos hacernos falsas ilusiones. Mi hija mayor, en la flor de la vida, sumida en este estado por culpa de un indeseable… —escuché decir a la mujer que me dio la vida.
—Susan es fuerte, tú mejor que nadie la conoce.
No adelantemos acontecimientos, todavía no nos han dado una respuesta definitiva. Yo tengo fe en que salga de su estado, todas tenemos que estar unidas para insuflarle nuestro cariño y apoyo.
—Tienes razón, querida. Ahora debemos hablar con los médicos y exigirles que nos digan de una santa vez que está ocurriendo realmente y cuál va a ser la evolución de Susan —aseguró Margaret.
La revelación me sobrecogió. ¿Una semana? Al parecer habían transcurrido ya siete días desde el incidente y todavía no sabían a qué atenerse conmigo.
No lo entendía, si mis sentidos se habían agudizado quizás mi recuperación total estaba cerca.
De nuevo escuché el sonido de la puerta al entrar alguien. Creí distinguir a varias personas, pero no podía saber a ciencia cierta cuántas eran.
—Buenos días a todas —dijo una voz masculina que no reconocí—. Me gustaría hablar con la familia al completo para comunicarles los últimos estudios que le hemos realizado a Susan y las conclusiones del equipo médico que la está tratando.
—Por favor, doctor Kindle —contestó Denisse—.
Necesitamos saber en qué situación se encuentra Susan.
—Sí, doctor, ¿por qué no despierta? —Escuché entonces decir a Megan—. Si ha superado la operación, está estable y sus signos vitales son correctos, debería haber dado más síntomas de recuperación, ¿me equivoco?
—Dejemos hablar al doctor Kindle, Megan —dijo mi madre entonces—. Sea sincero y claro con nosotras.
No se apure, doctor. Necesitamos saber la verdad.
Se notaba tensión en el ambiente, hasta yo pude distinguirlo. Tras escuchar a Megan supuse que toda la familia se encontraba allí, aunque todavía no había escuchado la voz de April. Todos mis seres queridos reunidos a mi alrededor, esperando una sentencia que quizás no fuera tan favorable cómo yo esperaba. Los segundos se hicieron eternos hasta la siguiente contestación del médico.
—Tienen ustedes razón, voy a ser muy claro en este aspecto. Después de numerosos estudios y todo tipo de pruebas realizadas a la paciente, hemos llegado a una conclusión: Susan ha superado la operación y parece estable, pero su mejoría se ha estancado. Y lo que es peor, ha caído en un coma no irreversible y no sabemos a ciencia cierta cómo puede evolucionar a partir de ahora.
—¿En coma, dice usted? —Esa era la voz de April, cuya intervención fue acompañada de sonidos de asentimiento por parte del resto de la familia—. ¿Cómo puede suceder eso? Ustedes dijeron que la evolución era positiva y que en unos días tendríamos mejores noticias.
—Los órganos internos estaban muy dañados pero pudimos reconstruirlos convenientemente en la operación. No sabemos si la abundante pérdida de sangre afectó al riego que llega al cerebro, por lo que tampoco podemos asegurar que todas sus facultades mentales se encuentren en perfectas condiciones si llegara a despertar. De momento sólo puedo decirles que seguimos estudiando el caso, y presuponemos que el coma puede revertir. En las diferentes pruebas realizadas hemos observado que no es uno de los comas profundos a los que podemos estar acostumbrados.
—Vamos, que no saben nada a ciencia cierta —dijo Megan no sin razón—. ¿Cuánto tiempo puede estar mi hermana en esta situación?
—De momento vamos a ser cautos —El médico no quiso mojarse, algo que no me sorprendió, un rasgo típico de su profesión.
—Esto es inaudito… —añadió de nuevo Megan con la voz rota.
Distinguí los reproches de mi madre y los suspiros de Denisse. Las noticias no eran buenas y algo me quemaba el estómago por dentro. ¿En coma había dicho dicho el galeno? Desconocía los diferentes tipos de coma que existían y si el médico afirmaba aquello con rotundidad tendría sus motivos. Entonces, ¿cómo podía yo escuchar perfectamente la conversación entre ellos? Y lo que era peor, ¿por qué mis sentidos estaban tan agudizados que casi dolía pero no podía mover ni un solo músculo?
Debía averiguarlo a la mayor brevedad. Quizás de ello dependiera el resto de mi existencia.
—Creo que deberían plantearse de aquí en adelante los turnos de visitas. No vamos a impedirles que sigan acompañándola, por supuesto —aseguró el médico ante los evidentes, hasta para mí, gestos de rechazo de mis familiares—, pero sí vamos a ser un poco más restrictivos.
—Explíquese, doctor Kindle —dijo Denisse—. Yo no pienso separarme del lado de Susan, eso se lo puedo asegurar.
—En horario de visitas, un rato por la mañana y otro por la tarde, podrán turnarse para entrar a verla. Y como máximo podrá haber dos personas a la vez en la habitación. Fuera de ese horario sólo se permitirá que una persona la acompañe e incluso deberíamos restringir el acceso nocturno. Ustedes deben descansar, retomar sus vidas personales y profesionales y dejarnos hacer al equipo médico. Esta situación se va a prolongar en el tiempo y creo que deberán aclimatarse ustedes también.
Eso o caerán enfermas a su vez.
—Oiga, doctor, usted no puede… —comenzó a decir Megan.
—Este asunto lo discutiremos entre nosotras, doctor Kindle —aseguró mi madre sin poderme imaginar el rostro de Denisse al escucharla—. Sin embargo, ustedes saben que no pueden impedirnos que la visitemos.
—Les rogaría que facilitasen nuestra labor. Ahora, si me disculpan, preferiría que me dejasen solo con Susan para evaluar su estado. A lo mejor pueden ir a la cafetería del hospital, tomar algo y hablar de sus cosas.
Oí rezongar a mis hermanas e imaginé que mi madre tiraba de ellas para sacarlas de allí. Denisse también se levantó y las acompañó hasta la salida. Y allí me quedé yo, sumida en el limbo, acompañada de un médico del que quizás dependiera el resto de mi vida.