CAPÍTULO 50

Los susurros quedos lo sacaron de su inconsciencia.

«¿Está muerto?».

«Por la cantidad de sangre que hay, debería estarlo. Pero vive».

«No es posible».

No tardó en ponerse alerta. Había pasado algo malo, lo intuía. Abrió los ojos, sobresaltado, y se encontró con las miradas preocupadas de Dagda, Elatha y Mac Gréine. Los observó, tratando de entender lo que sucedía, cuando un recuerdo se abrió paso en su mente. Una sensación: la de un filo de metal hundiéndose en su vientre. Se removió con violencia, mientras se llevaba una mano al abdomen cubierto de sangre seca, y luego miró alrededor, aturdido.

—Ella me atacó. La muy zorra me clavó una de las dagas de Findias —farfulló, alterado.

—Tranquilízate. No tienes ninguna herida, solo sangre.

Lugh se miró a sí mismo, confundido, tratando de recordar. Con esfuerzo, comenzó a vislumbrar pequeños retazos de lo que había sucedido en aquella habitación: habían hecho el amor, él le había confesado sus sentimientos y ella había llorado. Luego él había visto la triqueta invertida en su espalda y… Todo se había oscurecido. La ira lo había cegado. El último recuerdo que tenía era el rostro de ella, asustado, pero decidido, mientras le daba de beber.

Lo poco que recordó lo confundió todavía más.

—Me hizo una herida mortal… pero luego me dio de beber con el Caldero de Dagda. No tiene sentido —musito, desconcertado.

—Con sentido o no, te salvó la vida con ese gesto —adujo Dagda.

¿Alana le había salvado la vida?

No, ella se la había destrozado.

—Sí, después de utilizarme, engañarme y… atentar contra mí —dijo al fin y su mirada se tornó oscura cuando juró—. Esa mujer me las va a pagar.

—¿Quién? —inquirió Elatha, desconcertado.

—Alana, la amiga de Erin.

Eso bastó para que el rey fomoriano demudara su expresión.

Intercambiaron una mirada en una comunicación silenciosa con una certeza: Diana estaba en un serio peligro porque era muy posible que las dos muchachas estuviesen juntas en aquel momento.

Justo cuando iban a salir en su busca, dos guardias danianos irrumpieron en la habitación.

Mo Tiarna, un hombre ha traído esta misiva —informó uno de ellos, entregando a Dagda una carta con el símbolo de la triqueta invertida.

Todos aguardaron expectantes a que Dagda abriera el sobre. El anciano leyó el texto en silencio y frunció el ceño.

—Tienen a Diana. Quieren hacer un intercambio: su vida por mi libro mágico. El intercambio se realizará dentro de dos horas en el claustro de Muckross Abbey y tan solo pueden acompañarme tres hombres.

—Yo voy —gruñó Elatha.

—Yo también —secundó Mac Gréine.

—Y yo. Ese libro guarda demasiado poder para ofrecerlo sin más —observó Lugh.

—Pero si Dagda no lo hace, ella morirá —repuso Mac Gréine, con tono preocupado.

—Sois conscientes de que vamos a caer en una emboscada, ¿verdad? —insistió Lugh.

—Por eso, deberemos de ir preparados —adujo Dagda—. Tú llevarás la Lanza y Mac Gréine puede hacer uso de la Espada del Sol. Eso nos hará imbatibles.

—¿Y qué arma usará Elatha para defenderse? —inquirió Lugh, con una ceja arqueada.

—No te preocupes por mí —murmuró Elatha con una sonrisa aviesa—. Sé cuidarme solo.

Llegaron a Muckross Abbey justo para ver cómo Diana se arrojaba desde la torre más alta. Por suerte, Elatha reaccionó con rapidez y la interceptó antes de que la muchacha alcanzara el suelo.

El rey fomoriano la abrazó contra su cuerpo como si fuese el mayor de sus tesoros, con una ternura infinita. Ver el amor que se profesaba la pareja hizo que Lugh sintiera una opresión en el pecho. Él había creído tener eso con Alana, pero había sido todo un engaño.

Diana les puso al día con rapidez. Alana y Stephen O’Malley estaban compinchados. Él era el culpable de las violaciones y las muertes de las jóvenes que habían encontrado en los alrededores de Killarney, y también de la muerte de su hermana Heather. Aprovechando que Alana se había ido, Stephen había intentado violarla cuando estaba en la celda. Ella había conseguido huir gracias a la ayuda de Sean, que también estaba preso.

Saber que el nieto de Dagda estaba detrás de semejantes atrocidades lo sorprendió. Nunca se había fiado de él, pero que fuera capaz de acabar con la vida de su hermana de una forma tan violenta…

—Pretendían utilizarme como moneda de cambio para conseguir el libro mágico de Dagda —concluyó Diana, con pesar.

—Pero ahora que el estúpido de Stephen lo ha estropeado todo actuando por cuenta propia, vamos a tener que improvisar.

Lugh dio un respingo al escuchar la voz de Alana. Alzó la mirada y ahí estaba ella: tan hermosa como siempre, tan familiar y, al mismo tiempo, una completa desconocida.

A su lado, dos hombres sujetaban a Sean O’Malley y lo retenían con la daga de Findias sobre su cuello. Muy posiblemente, la misma que le había clavado en el vientre la noche anterior.

—Nadie tiene que resultar herido, solo quiero el libro y me iré.

Lugh fue a abrir la boca para decirle que estaba loca si pensaba que la iba a dejar marcharse, pero Dagda se le adelantó.

—Si lo quieres, tendrás que cogerlo tú misma.

Algo destelló en los ojos de la muchacha antes de que los entrecerrara. Luego comenzó a acercarse despacio al viejo dios. Todos observaron expectantes, sabedores de que solo alguien de la sangre de Dagda podía tocar ese libro y, para asombro de los presentes, Alana lo cogió de las manos de Dagda como si fuese un libro cualquiera.

—¡Por Danu! ¿Quién eres? —musitó Dagda, sobrecogido.

Como única respuesta, Alana esbozó una sonrisa enigmática y comenzó a alejarse.

Hasta entonces, ella había evitado su mirada, pero en aquel instante clavó sus ojos en Lugh, expresando mil emociones que él no pudo ver, que no supo entender, cegado como estaba por su orgullo herido y su sed de venganza. En lo único que pudo pensar fue en que, si no la detenía en aquel momento, Alana iba a escapar. Hizo ademán de abalanzarse sobre ella, pero Dagda lo detuvo con un simple gesto.

—No podemos consentir que escape —masculló Lugh, frustrado—. ¡Mírala! Está sola con esos dos mequetrefes, podemos reducirlos en un pestañeo.

—¿Qué te hace pensar que está sola?

La voz de Mac Gréine los sorprendió a todos, más aún cuando atrapó a Diana con un movimiento veloz y la utilizó como escudo humano mientras se ponía junto a Alana. Elatha hizo ademán de echarse sobre él, pero se detuvo al instante al ver que el daniano desenfundaba su espada y la ponía sobre el cuello de ella. Y no era una cualquiera, se trataba de la Espada del Sol.

Como si hubiesen estado esperando esa señal, varios guerreros tomaron posiciones en las ventanas del primer piso y los apuntaron con arcos. A los pocos segundos, otro nutrido grupo de guerreros los rodearon, encerrándolos en el centro del claustro, alrededor del tejo. Danianos y milesianos que ahora llevaban tatuados el símbolo de la triqueta invertida.

—¿Qué significa esto? —rugió Dagda.

—Es una rebelión —dedujo Elatha, mientras se ponía en guardia.

Aquel día pasó a conocerse en el mundo mágico como la revuelta de Muckross Abbey, en el que Elatha, Lugh y Dagda, con una pequeña ayuda de Sean, se enfrentaron a más de un centenar de traidores.

Nuevas leyendas comenzaron en aquel momento. Historias de cómo la diosa Erin, reencarnada en una simple muchacha, consiguió devolver la vida a su amado rey fomoriano, herido de muerte, concentrando la energía de la naturaleza entre sus propias manos. De cómo Lugh Lamhfada, el gran héroe daniano, hizo surcar la lanza de Assal hasta ensartarla en el pecho de Mac Gréine, poniendo fin a la revuelta. Y de cómo la española que los había traicionado a todos, aprovechando la distracción, consiguió escapar llevándose consigo el libro mágico de Dagda y el caldero.