Capítulo I

—HAY una cosa que todavía no be probado—decía Raffles a su amigo y secretario Carlos Brand,—y tengo deseo de no poder decirlo en adelante.

—¿Qué es? —preguntó alarmado Carlos, pues ya preveía una serie de aventuras tal vez peligrosas.

—No te asustes, hombre—contestó riendo su jefe. — Quisiera conocer a fondo la vida de los artistas de circo.

—No tiene nada interesante—dijo Carlos encogiéndose de hombros.

—Tal vez estoy equivocado, pero no opino como tú. Todas las cosas de este mundo tienen su lado interesante, y la vida de artista de circo ha de ser como todo lo demás. Tal vez tú no has sabido ver este aspecto atractivo.

Carlos miró escamado a su jefe, pues en sus palabras creyó advertir algo más de lo que en realidad significaban.

—Sí—añadió Raffles tirando su cigarrillo a medio consumir a un rico cenicero;—estoy seguro de que vale la pena de probar esta vida. Ha de tener emociones que…

—Pero supongo que no vas a ser tan loco que abandones todas tus comodidades para ir con una compañía de circo por esos mundos de Dios—dijo Carlos viendo venir el nublado,

—Amigo mío—le contestó su jefe, —veo que, a pesar de todo, continúas siendo ligero en tus juicios. Desde luego no tengo ganas de llevar las cosas al extremo y adoptar la vida aventurera de estos artistas, pero me gustaría sentir las emociones de ser aplaudido por el público…

—O silbado—interrumpió Carlos.

Raffles no hizo caso de estas palabras y prosiguió:

—O de ejecutar un ejercicio arriesgado…

—E ir a parar a la cama de un hospital—volvió a interrumpir Carlos.

—Tal vez sí—dijo entonces Raffles recogiendo la indicación de su amigo. —Pero esto es también emocionante. Por lo demás, no temas, que yo no sufriría accidente alguno, pues mi ejercicio sería menos arriesgado para mí.

—Menos mal—dijo Carlos malhumorado,

—Así, pues, contando con tu aquiescencia, hoy me he contratado—dijo Raffles encendiendo un nuevo cigarrillo.

—¿Te has contratado? —exclamó asombrado Carlos, a pesar de que, conociendo bien a su amigo, podía haberlo adivinado por la conversación que basta entonces habían sostenido.

—Sí, y te he contratado a ti también,

—¿A mí?

—Como lo oyes.

—Pero ¿qué haremos?

—Casi nada—dijo Raffles con la mayor Naturalidad,— pero creo que producirá efecto. Haremos un blanco negro.

—¿Qué es eso?

—Atiende y lo sabrás. Tiro la pistola regularmente…

—Más que regularmente—interrumpió Carlos. —Eres un verdadero maestro y puede decirse que donde pones el ojo pones la bala.

—Gracias—dijo sonriendo Raffles'. —Resulta, pues, que tienes la mayor fe en mí puntería.

—Absoluta.

—Esto me gusta, porque, para el ejercicio que llevaremos a cabo, necesito contar con esta confianza por tu parte.

—¿Por qué?

—Porque serás mi blanco.

—¡Cómo! ¿Te propones disparar contra mí?

—Sí—contestó sonriendo Raffles.

—¡Ca! —exclamó Carlos levantándose azorado. —¡Por eso sí que no paso! Busca otro que quiera hacerlo, porque yo estoy muy bien con mi vida,

—Está bien—contestó Raffles con cierta frialdad. — Buscaré otro.

Y se levantó con ánimo de dejar la habitación. Carlos, al notar que se había enojado, se levantó a su vez y dijo:

—Perdóname, Eduardo, pero reconozco que he hecho mal. No debía negarme sin saber con detalles de qué se trata.

Raffles lo miró unos instantes sonriendo y luego dijo:

—Tu azoramiento era natural y por eso no debo disculparte. En resumen se trata de lo siguiente: Nos hemos contratado los dos en el Circo de Wellesley, yo como tirador y tú como blanco, es decir, que te pondrás ante el blanco y a tiros dibujaré tu silueta.

Carlos se quedó pensativo unos instantes y luego dijo:

—De todas maneras, querido Eduardo, me parece peligroso el juego. Si tienes el pulso alterado…

—No temas—contestó Raffles;—ya sabes que soy buen tirador. Tú mismo has dicho que donde pongo el ojo pongo la bala.

—Sí, pero…

—Por lo demás, tranquilízate. Sólo trabajaremos unos días, basta que hayamos podido sentir las emociones de la vida de artista. Tú irás disfrazado de negro y el nombre de la atracción será el de «El Blanco Negro».

—No me parece mal, pero, la verdad, creo que solamente para que tú sientas las emociones de la vida de artista, el juego es un poco peligroso, sobre todo para mí.

—No temas, que todo irá bien, y aplaza tu juicio basta dentro de unos días, cuando yo te lo pida.

El tono con que Raffles pronunció estas palabras dieron a entender a Carlos que su amigo se proponía algo más que sentir las emociones de la vida de los artistas de circo, y se calló esperando que los acontecimientos le darían a conocer las verdaderas intenciones de Raffles.

Este salió de la estancia y después de haberse vestido abandonó la casa. En cuanto a Carlos, pese a la gran confianza que tenía en el maravilloso pulso de su amigo, se estremecía de vez en cuando, viéndose ya situado ante la pistola de Raffles y temiendo que una de las balas fuese a clavarse en su corazón.

—Todo habría terminado para mí—pensó luego.

Y esta idea fúnebre lo entristeció tanto y sintió tanta compasión de sí mismo, que estuvo a punto de echarse a llorar. Para distraerse tomó el periódico y trató de entretenerse leyendo las noticias del día, pero atraídos sus ojos hacía los programaste los teatros, se fijaron en ellos y en particular en el correspondiente al circo Wellesley, el cual, con grandes caracteres, anunciaba:

 

GRAN ACONTECIMIENTO

Debut del notable tirador CAPITÁN BILLS

y del BLANCO NEGRO

¡Espectáculo emocionante y nanea Visto!

 

—Este desgraciado negro soy yo—pensó Carlos.

Luego, fijándose de pronto en este detalle, se preguntó:

—Y ¿por qué Eduardo me querrá disfrazar de negro?

Como no podía hallar solución a este enigma, y viendo que, de quedarse en casa, cada vez serían mayores sus temores, se marché a su habitación, tomó el bastón, y el sombrero y salió a la calle, con objeto de distraerse y deseando que la noche no llegase nunca.

Pero no parecía sino que la noticia de su forzado debut persiguiera al pobre Carlos Brand, pues raros eran los lugares en que fijaba la vista que no viera en grandes letras el nombre del capitán Bills y del Blanco Negro. Por fin, aburrido, se metió en un café y ante un jarro de cerveza esperó la hora de la comida.

Llegó ésta, y al entrar en la casa de Raffles, vió a éste que sonriendo le decía:

—Ten la bondad de prepararte, porque esta tarde vamos a hacer un ensayo general. Te recomiendo que no muestres el más pequeño miedo ante el empresario, pues le he dicho que estabas ya acostumbrado al ejercicio. De lo contrario no me habría admitido.

—¡Ojalá! —pensó Carlos para sí.

Hizo una señal de asentimiento y se sentó a la mesa, pero era tanto su miedo que apenas pudo pasar bocado.

—¡Pobre Carlos! —exclamó Raffles al observarlo;— cree que me apena verdaderamente tu miedo, pero ahora ya no puedo retroceder. Tranquilízate, hombre, pues te aseguro que no tocaré siquiera un pelo de tu ropa.

—Dime—observó Carlos queriendo distraerse. —¿He de disfrazarme de negro?

—¡Vaya! y ahora mismo. No tengas cuidado por eso, porque vas a quedar desconocido.

—Pero si por las facciones se me conocerá que soy blanco.

—No tengas cuidado. Existen muchas subrazas de negros y algunos hay entre ellos que tienen los rasgos fisonómicos como los blancos. Además, te haré una loción en el cabello que te lo dejará ensortijado. Estos detalles no deben darte el menor cuidado, pues ya te consta que hacer las cosas.

Imagen

Tomaron el café y fumaron un excelente puro habano, y una vez hubieron terminado pasaron al tocador, en donde Raffles tiñó la piel de su compañero con cierta preparación que le dió un color casi negro. Luego, como le dijera, mojó sus cabellos con un líquido especial que se los puso ensortijados, de manera que Carlos Brand, al verse en el espejo, no pudo menos que echarse a reír burlonamente.

Entonces Raffles se lo llevó nuevamente a su despacho y allí le dió instrucciones precisas acerca de lo que debería hacer para representar el papel que le había asignado y que, por lo demás, no tenía nada de difícil.