36

—Quiere conocerme —le digo a Kate, hecha un manojo de nervios, enrollándome en el dedo un hilo del dobladillo deshilachado de mi top.

—Vas a cortarte la circulación, ten cuidado —contesta Kate, en tono maternal.

—¡Kate! ¿No me has oído? ¡He dicho que quiere conocerme!

—Y no es de extrañar. ¿No se te había ocurrido que tarde o temprano iba a pasar? Francamente, Joyce, llevas semanas provocando a ese hombre. Y si es cierto que te salvó la vida, tal como insistes en que hizo, ¿no es normal que quiera conocer a la persona cuya vida salvó? ¿Estimular su ego masculino? Vamos, mujer, si es como agitar un capote rojo delante de un toro.

—No es verdad.

—Lo es a sus ojos de macho. Sus acechantes ojos de macho —escupe agresivamente.

Entorno los ojos y la miro con renovada atención.

—¿Va todo bien? Empiezas a parecerte a Frankie —le digo.

—Deja de morderte el labio, te está empezando a sangrar. Sí, todo marcha sobre ruedas. A las mil maravillas.

—Hola, ya estoy aquí. —Frankie anuncia su llegada entrando como una exhalación y se reúne con nosotras en las gradas.

Estamos sentadas en una tribuna para espectadores dividida en dos niveles. Debajo de nosotras Eric y Jayda chapotean ruidosamente en su clase de natación, mientras a nuestro lado Sam contempla el espectáculo sentado en su cochecito.

—¿Alguna vez hace algo? —Frankie lo mira con recelo.

Kate no le hace caso.

—El primer punto del orden del día —prosigue Frankie— es por qué tenemos que quedar siempre en estos sitios con todas estas «cosas» gateando alrededor. —Mira a los chiquillos—. ¿Qué ha sido de los bares enrollados, los restaurantes nuevos y las inauguraciones de tiendas? ¿Recordáis que antes salíamos y nos divertíamos?

—Yo voy sobrada de puñeteras diversiones —dice Kate levantando la voz, un poco a la defensiva—. No hago otra cosa que divertirme —insiste, y desvía la mirada.

Frankie no repara en el inusual tono de voz de Kate, o quizá sí y decide presionarla a pesar de todo:

—Sí, en cenas con otras parejas que también llevan más de un mes sin salir. Para mí, eso no es diversión.

—Lo entenderás cuando tengas hijos.

—No entra en mis planes tenerlos. ¿Va todo bien?

—Sí, le va de perlas —le digo a Frankie, usando los dedos como comillas.

—Ah, ya veo —comenta Frankie despacio, y mueve los labios en silencio para que lea «Christian» sin que la oiga Kate.

Me encojo de hombros.

—¿Hay algo que necesites contar para desahogarte? —le pregunta Frankie.

—Pues la verdad es que sí. —Kate se vuelve hacia ella echando chispas por los ojos—. Estoy harta de tus comentarios a propósito de mi vida. Si no estás a gusto aquí o en mi compañía, lárgate a otra parte, pero que sepas que lo harás sin mí.

Le da la espalda, con las mejillas encendidas de ira. Frankie guarda silencio un momento mientras observa a su amiga.

—Muy bien —dice con desparpajo, y se vuelve hacia mí—. Tengo el coche aparcado enfrente; podemos ir al bar que han abierto un poco más abajo.

—No nos vamos a ninguna parte —protesto.

—Desde que abandonaste a tu marido y tu vida se ha hecho pedazos, eres un aburrimiento —dice enfurruñada—. Y en cuanto a ti, Kate, desde que cogiste a esa niñera sueca nueva y tu marido no le quita el ojo de encima, tienes el ánimo por los suelos. En cuanto a mí, estoy harta de saltar de una noche de sexo sin sentido con guapos desconocidos a la siguiente, y de tener que cenar sola comida precocinada cada noche. Ea, ya lo he dicho.

Me quedo boquiabierta. Kate también. Me consta que ambas estamos haciendo lo posible por enfadarnos con ella, pero sus comentarios son tan acertados que en realidad resultan bastante graciosos. Me da un codazo y se ríe con picardía. Las comisuras de los labios de Kate también comienzan a temblar.

—Tendría que haber contratado a un niñero —dice Kate finalmente.

—Quia, yo no me fiaría de Christian ni así —responde Fran-kie—. Te estás poniendo paranoica, Kate —le asegura, cambiando de tono y poniéndose seria—. He estado en tu casa, le he visto: te adora. Y además ella no es nada atractiva.

—¿Tú crees?

—Ajá —asiente Frankie, pero en cuanto Kate aparta la vista, articula «preciosa» para que le lea los labios.

—¿Va en serio todo lo que has dicho? —dice Kate, animándose.

—No. —Frankie echa la cabeza hacia atrás y se ríe—. Me encanta el sexo sin sentido. Aunque tengo que hacer algo respecto a mis cenas con el microondas. Mi médico dice que necesito más hierro. Muy bien —da una palmada, asustando a Sam—, ¿para qué se ha convocado esta reunión?

—Justin quiere conocer a Joyce —explica Kate; y a mí me espeta—: Para ya de morderte el labio.

Paro.

—Huuuy, fantástico —dice Frankie entusiasmada—. ¿Y cuál es el problema? —pregunta al ver mi cara de terror.

—Se dará cuenta de que soy yo.

—O sea, porque tú no eres…

—Otra persona. —Me muerdo el labio otra vez.

—Esto me está recordando los viejos tiempos. Tienes treinta y tres años, Joyce, ¿por qué te comportas como una adolescente?

—Porque está enamorada —dice Kate, aburrida, volviéndose hacia la piscina y dando unas palmadas para alertar a su hija Jayda, que tiene media cara debajo del agua.

—No puede estar enamorada. —Frankie, indignada, arruga la nariz.

—¿Eso os parece normal? —Kate, que empieza a inquietarse por Jayda, intenta llamarnos la atención.

—Claro que no es normal —contesta Frankie—. Apenas conoce a ese tío.

—Chicas, eh, esperad un momento —dice Kate, intentando interrumpir.

—Sé más sobre él de lo que cualquier otra persona llegará a saber jamás —me defiendo—. Aparte de él mismo.

—Oiga, socorrista. —Kate no pierde más tiempo con nosotras y avisa con delicadeza a la mujer que está sentada debajo de nosotras—. ¿Usted cree que está bien?

—¿Estás enamorada? —Frankie me mira como si acabara de decirle que quiero cambiar de sexo.

Sonrío justo cuando la socorrista se zambulle en el agua para salvar a Jayda y unos cuantos niños gritan.

—Tendrás que llevarnos a Irlanda contigo —dice Doris muy excitada, poniendo un jarrón en el alféizar de la ventana de la cocina. El piso está casi terminado y le está dando los últimos toques—. Podría ser una chiflada y nunca se sabe. Tenemos que estar cerca por si ocurre algo. Podría ser una asesina, una acosadora en serie que cita a la gente para luego matarla. Vi algo sobre eso en Oprah.

Al se pone a martillear clavos en la pared y Justin se acopla al ritmo, golpeando repetida y suavemente la cabeza contra la mesa de la cocina a modo de respuesta.

—No pienso llevaros a los dos a la ópera conmigo —dice.

—Me llevaste contigo a una cita cuando salías con Delilah Jackson. —Al deja de martillear y se vuelve hacia su hermano—. ¿Por qué es tan distinto esto de ahora?

—Al, entonces tenía doce años.

—Aun así. —Se encoge de hombros y vuelve a darle al martillo.

—¿Y si es una famosa? —tercia Doris excitada—. ¡Ay, Dios mío, podría serlo! ¡Creo que lo es! Ya veo a Jennifer Aniston sentada en la primera fila de la ópera con un asiento libre a su lado. Ay, Dios mío, ¿y si lo es? —Se vuelve hacia Al y luego hacia su cuñado con los ojos como platos—. Justin, tienes que decirle que soy su fan número uno.

—Alto, alto, alto, espera un momento, que te va a dar un soponcio. ¿Cómo demonios has llegado a esa conclusión? Ni siquiera sabemos si es una mujer. Estás obsesionada con los famosos. —Justin suspira.

—Sí, Doris —apostilla Al—. Lo más probable es que sea una persona normal.

Justin pone los ojos en blanco.

—Sí —dice imitando el tono de su hermano—, porque los famosos no son personas normales, en realidad son bestias del averno con cuernos y tres piernas.

Al y Doris hacen una pausa para mirarlo fijamente.

—Mañana nos vamos a Dublín —dice Doris de modo tajante—. Es el cumpleaños de tu hermano, y un fin de semana en Dublín, en un hotel tan bonito como el Shelbourne… Siempre he… O sea, Al siempre ha deseado pasar una noche en el Shelbourne. Sería un regalo de cumpleaños perfecto, de tu parte.

—Doris, no puedo permitirme una habitación en el Shelbourne.

—Bueno, necesitaremos un sitio cerca de un hospital por si le da un infarto. En cualquier caso, ¡nos vamos todos!

Da una palmada la mar de contenta.