Sábado, 1 de
septiembre de 2012
Las 17.05
Hoy he aprendido una lección valiosísima sobre la lujuria: que da el doble de trabajo. Me he duchado no una, sino dos veces. Me he cambiado de ropa no dos, sino cuatro veces. He limpiado la casa una vez (eso ya es una vez más que de costumbre). He comprobado la hora más de mil veces y habré mirado el teléfono otras tantas veces, para ver si me ha llegado algún mensaje.
En su mensaje de anoche, Holder no decía a qué hora vendría, de modo que llevo esperándolo desde las cinco. No se me ocurre nada más que hacer, porque ya he preparado suficientes postres para todo un año y he corrido más de seis kilómetros. He pensado en hacer la cena para los dos, pero como no tengo ni idea de a qué hora llegará, no sabría para cuándo tenerla lista. Estoy sentada en el sofá, tamborileando con las uñas, cuando recibo un mensaje de él.
«¿A qué hora quieres que vaya? No pienses que estoy deseando verte, porque la verdad es que me aburro mucho contigo».
Me ha enviado un mensaje. ¿Por qué no se me ha ocurrido? Podría haberle escrito hace unas horas para preguntarle cuándo vendría. Me habría ahorrado toda esta inquietud innecesaria y patética.
«Ven hacia las siete. Y trae algo de comida. No pienso prepararte la cena».
Dejo el teléfono en la mesita y me quedo mirándolo. Faltan una hora y cuarenta y cinco minutos. ¿Qué hago ahora? Echo un vistazo al salón vacío y, por primera vez, el aburrimiento empieza a tener un efecto negativo en mí. Hasta esta semana estaba bastante satisfecha con mi vida monótona. Pero últimamente he estado expuesta a la tecnología y a Holder, y me pregunto cuál de esas dos tentaciones es la que me ha dejado con la miel en los labios. Probablemente ambas.
Estiro las piernas y apoyo los pies en la mesita de café que tengo enfrente. Hoy me he puesto unos tejanos y una camiseta, ya que, por fin, he decidido dar un descanso a los pantalones de chándal. Llevo el pelo suelto porque Holder siempre me ha visto con coleta. Pero no intento impresionarlo.
Bueno, la verdad es que quiero impresionarlo.
Cojo una revista y la ojeo, pero me tiembla la pierna y no puedo estarme quieta, por lo que no consigo concentrarme. Leo la misma página tres veces seguidas, de modo que lanzo la revista a la mesita de café y echo la cabeza hacia atrás. Miro al techo. Después a la pared. Luego a los dedos de los pies, y me pregunto si debería volver a pintarme las uñas.
Me estoy volviendo loca.
Al final, refunfuño y cojo el teléfono para escribirle otro mensaje.
«Ahora. Ven ahora mismo. Me aburro como una ostra, y si no vienes enseguida acabaré de leer el libro sin ti».
Me quedo con el teléfono en las manos, y miro la pantalla mientras la hago rebotar contra mi rodilla. Holder contesta de inmediato.
«:-D. Estoy comprándote la cena, mandona. Llegaré en veinte minutos».
¿:-D? ¿Qué demonios significa eso? Espero que no esté burlándose de mí porque, de lo contrario, no pienso dejarle entrar en casa. Pero, en serio, ¿qué demonios significa?
Dejo de pensar en ello y me centro en la última frase: «Llegaré en veinte minutos». Veinte minutos. Oh, mierda, de repente me parece muy poco tiempo. Voy corriendo al cuarto de baño y me arreglo el pelo, me coloco bien la ropa y me huelo el aliento. Correteo por toda la casa y la limpio por segunda vez. Finalmente, cuando llaman al timbre, ya sé lo que tengo que hacer: abrir la puerta.
Holder espera con las manos llenas de bolsas, lo que le da un aspecto muy hogareño. Las miro con curiosidad, y él las agarra aún más fuerte y se encoge de hombros.
—Uno de los dos tiene que ser el hospitalario —me dice. Pasa por mi lado, va directamente a la cocina y lo coloca todo sobre la encimera—. Espero que te gusten los espaguetis con albóndigas, porque es lo que vas a cenar.
Holder empieza a vaciar las bolsas y a sacar utensilios de cocina de los armarios. Mientras tanto, cierro la puerta y me acerco a la barra.
—¿Vas a prepararme la cena?
—Voy a prepararla para mí, pero tú puedes comer un poco si quieres —responde, vuelve la cabeza para mirarme y sonríe.
—¿Siempre eres tan sarcástico? —le pregunto.
—¿Y tú? —contesta, encogiéndose de hombros.
—¿Siempre respondes con preguntas?
—¿Y tú?
Cojo un trapo de la barra y se lo lanzo. Holder lo esquiva y abre el frigorífico.
—¿Quieres algo de beber? —me pregunta.
Pongo los codos sobre la barra y apoyo la barbilla en las manos.
—¿Estás ofreciéndome algo de beber en mi propia casa?
Él rebusca en el frigorífico.
—¿Quieres un poco de esa leche asquerosa o prefieres un refresco?
—¿Tenemos refrescos? —respondo, porque creo que ya me he bebido todo el alijo que compré ayer.
Holder se apoya en el frigorífico y arquea una ceja.
—¿Podemos decir algo que no sea una pregunta?
Me echo a reír.
—Yo no lo sé, ¿y tú?
—¿Cuánto tiempo crees que podemos seguir así? —Encuentra un refresco y coge dos vasos—. ¿Quieres hielo?
—¿Tú vas a ponerte hielo?
No voy a ser yo la que deje de hacer preguntas. Soy muy competitiva.
Se acerca a mí y deja los dos vasos en la encimera.
—¿Tú crees que debería ponerme hielo? —me dice, esbozando una sonrisa desafiante.
—¿Te gusta el hielo? —le respondo, con el mismo tono retador.
Holder niega con la cabeza, impresionado por la rapidez de mis respuestas.
—¿Tenéis buen hielo en esta casa?
—¿Lo prefieres picado o en cubitos?
Me mira con los ojos entrecerrados, consciente de que no tiene escapatoria. No puede responderme con otra pregunta. Abre la lata y empieza a servir el refresco en mi vaso.
—Te quedas sin hielo.
—¡Ah! —exclamo—. He ganado.
Holder se echa a reír y vuelve a los fogones.
—Te he dejado ganar porque me das lástima. Cualquiera que ronque como tú se merece un respiro de vez en cuando.
Le lanzo una sonrisita forzada y le digo:
—Los insultos solo hacen gracia cuando llegan escritos en un mensaje de texto.
Cojo el vaso y tomo un trago. Definitivamente, necesita hielo. Abro el congelador, saco unos cubitos y los echo al vaso.
Al darme la vuelta, me encuentro a Holder justo delante de mí. Su mirada es un tanto pícara, pero lo suficientemente seria para que me palpite el corazón. Él da un paso adelante, por lo que tengo que poner la espalda contra el frigorífico. De repente levanta el brazo y apoya la mano junto a mi cabeza.
No sé cómo no me caigo al suelo. Siento que las rodillas me flaquean.
—Sabes que estoy bromeando, ¿verdad? —me dice con dulzura.
Sus ojos recorren mi rostro y sonríe de tal manera que vuelven a aparecer sus hoyuelos.
Asiento con la cabeza y deseo que se aparte de una vez por todas, porque está a punto de darme un ataque de asma, y ni siquiera tengo asma.
—Bien —añade, y se acerca un poquito más—. Porque no roncas. De hecho, eres adorable mientras duermes.
No debería decirme ese tipo de cosas. Sobre todo cuando está tan cerca de mí. Dobla el codo y se acerca mucho más, hasta colocar la cabeza junto a mi oreja. Respiro hondo.
—Sky —susurra con un tono seductor—. Tienes que… apartarte. Necesito coger una cosa del frigorífico.
Se aleja poco a poco, sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, y espera que yo reaccione. Las comisuras de sus labios esbozan una leve sonrisa, pero Holder acaba por reírse a carcajadas.
Le doy un empujón y paso por debajo de su brazo.
—¡Eres un idiota! —le grito.
Él abre el frigorífico sin dejar de reírse.
—Lo siento. Pero, joder, es tan evidente que te atraigo que me cuesta mucho no tomarte el pelo.
Sé que está bromeando, pero, de todos modos, me muero de la vergüenza. Vuelvo a sentarme y hundo la cabeza entre las manos. Empiezo a odiar a la chica en la que Holder está convirtiéndome. No sería tan difícil estar con él si no se me hubiese escapado que me atrae. Tampoco lo sería si él no fuese tan bromista… y dulce, cuando quiere, y guapo. Me imagino que por eso la lujuria es tan agridulce. Es un sentimiento agradable, pero requiere mucho esfuerzo ocultarlo.
—¿Quieres saber una cosa? —me pregunta.
Lo miro y veo que está revolviendo algo en la sartén.
—Seguramente no.
Él me mira durante unos segundos y después vuelve a dirigir la vista a la sartén.
—Quizá haga que te sientas mejor.
—Lo dudo.
Me mira otra vez, y me doy cuenta de que la sonrisita ha desaparecido de sus labios. Saca una cazuela del armario, se acerca al fregadero y la llena de agua. Luego la pone sobre el fuego y sigue revolviendo.
—A mí también me atraes un poco —confiesa.
Con mucho disimulo, respiro hondo y, poco a poco, dejo escapar un hilo de aire, intentando no parecer sorprendida por su comentario.
—¿Solo un poco? —pregunto, haciendo lo que mejor se me da: llenar de sarcasmo los momentos incómodos.
Holder vuelve a sonreír, pero no levanta la vista de la sartén que tiene delante. Nos quedamos en silencio durante unos minutos. Él está concentrado en preparar la cena, y yo estoy concentrada en él. Observo cómo se mueve con gracia por la cocina, y me impresiona lo cómodo que se le ve. Esta es mi casa y, sin embargo, yo estoy más nerviosa que él. No puedo quedarme quieta, y deseo que Holder se ponga a hablar. El silencio no parece afectarle, pero está adueñándose del aire que me rodea y tengo que deshacerme de él.
—¿Qué significa :-D?
Holder se echa a reír.
—¿Hablas en serio?
—Claro que sí. Me lo has escrito en el mensaje.
—Es un emoticono. Si lo miras de lado, verás que es una cara sonriente. Suele utilizarse cuando algo te hace mucha gracia.
No puedo negar que siento cierto alivio al saber que no estaba burlándose de mí.
—Menuda tontería —respondo.
—Sí, es una tontería. Pero son muy habituales. Cuando les pilles el truco, no pararás de utilizarlos. Hay un montón: ;-) y :-) y…
—Para, por favor —lo interrumpo, para que no siga con su retahíla de emoticonos—. Pierdes todo el atractivo cuando escribes con esas caritas.
Holder se da la vuelta, me guiña un ojo y sigue cocinando.
—Pues no volveré a hacerlo.
Y otra vez… nos quedamos callados. Por algún motivo, los silencios de ayer no fueron tan incómodos como los de hoy. Al menos para mí. Sospecho que lo que me inquieta es pensar en lo que sucederá de aquí en adelante. Está claro que, por la química que hay entre nosotros, esta noche acabaremos besándonos. Me cuesta mucho centrarme en el presente y mantener una conversación, porque ese beso es lo único que tengo en la cabeza. No soporto no saber cuándo se lanzará Holder. ¿Esperará hasta después de cenar? ¿Hasta que el aliento me huela a ajo y a cebolla? ¿Esperará hasta el último momento? ¿Va a sorprenderme cuando menos me lo espere? Creo que prefiero hacerlo cuanto antes. Mejor que vayamos al grano y nos lo quitemos de encima, porque así podremos seguir disfrutando de la noche.
—¿Te encuentras bien? —me pregunta él desde el otro lado de la barra—. ¿En qué piensas? Llevas un rato ensimismada.
Niego con la cabeza e intento entablar una conversación.
—Estoy bien.
Holder coge un cuchillo y empieza a trocear tomates. Eso también lo hace con gracia. ¿Hay algo que se le dé mal a este chico? Apoya el cuchillo en la tabla y me mira con una expresión muy seria.
—¿En qué piensas, Sky? —insiste.
Se queda mirándome durante unos segundos, y al ver que no le respondo, vuelve a dirigir la vista a la tabla de cortar.
—¿Me prometes que no te reirás? —le pregunto.
Entorna los ojos, reflexiona sobre mi pregunta y niega con la cabeza.
—Te dije que siempre seré sincero contigo, así que no te lo prometo. Eres muy graciosa y quizá no pueda cumplir mi palabra.
—¿Siempre eres tan complicado?
Holder me lanza una sonrisita, pero no contesta. Sigue mirándome como si me retara a decir lo que realmente pienso. Para su desgracia, los retos no me intimidan.
—Vale. De acuerdo.
Pongo la espalda recta y respiro hondo. Después, le digo de un tirón todo lo que pienso.
—No se me dan bien las citas, aunque no sé si esto es una cita pero, sea lo que sea, es algo más que dos amigos que quedan para cenar, y eso me lleva a pensar en el momento en que te marches y en si has planeado besarme, y soy de las que odian las sorpresas, así que no puedo dejar de sentirme incómoda, porque yo quiero que me beses, y puede que esto te parezca una osadía, pero creo que tú también quieres besarme, de modo que he estado pensando en que sería mucho más fácil que nos besemos cuanto antes para que tú sigas cocinando y yo deje de darle vueltas a lo que va a suceder esta noche.
Respiro muy hondo porque apenas me queda aire en los pulmones.
Él ha dejado de trocear los tomates en algún momento en medio de mi diatriba, pero no sé exactamente cuándo. Me mira con la boca un poco abierta. Vuelvo a inspirar hondo y espiro muy despacio, pensando en que quizá he hecho que tenga ganas de salir corriendo por la puerta. Y, por muy triste que parezca, no se lo echaría en cara.
Holder deja el cuchillo sobre la tabla con mucha delicadeza y apoya las manos sobre la encimera, sin dejar de mirarme. Cruzo las manos sobre mi regazo y espero una respuesta. Es lo único que puedo hacer.
—Esa —empieza a decir con mordacidad— es la frase más larga y peor construida que he oído en toda mi vida.
Pongo los ojos en blanco, apoyo la espalda en el respaldo de la silla y cruzo los brazos sobre el pecho. Prácticamente le he rogado que me besara, ¿y a él no se le ocurre otra cosa mejor que criticar mi gramática?
—Tranquilízate —me dice con una sonrisa en los labios.
Añade los tomates troceados a la sartén y la pone en el fuego. Ajusta la temperatura de uno de los fogones y echa la pasta al agua hirviendo. Cuando lo tiene todo a punto, se seca las manos en el trapo, rodea la encimera y viene hacia mí.
—Levántate —me pide.
Lo miro con desaliento, pero le hago caso. Muy despacio. Cuando estoy de pie y frente a él, Holder coloca las manos sobre mis hombros y da un vistazo a la cocina.
—Mmm… —titubea, pensando en alto. Vuelve mirar la cocina, quita las manos de mis hombros y me agarra de las muñecas—. Me ha gustado el frigorífico como telón de fondo.
Me empuja como a un muñeco hasta colocarme de espaldas al frigorífico. Él apoya las dos manos en la puerta, a ambos lados de mi cabeza, y me mira fijamente.
No pensaba que me besaría de un modo tan poco romántico, pero creo que bastará. Solo deseo que pase ya. Sobre todo desde que ha empezado a montar todo este espectáculo. Holder empieza a acercar la cabeza, y yo respiro hondo y cierro los ojos.
Espero.
Y sigo esperando.
No pasa nada.
Abro los ojos y veo que está muy cerca. Me estremezco y él se echa a reír. Pero no se aparta, y su aliento acaricia mis labios como si fuesen las yemas de sus dedos. Huele a menta y a refresco. Nunca pensé que esa sería una buena combinación, pero lo es.
—¿Sky? —dice en voz baja—. No es mi intención torturarte. Pero antes de venir a tu casa he tomado una decisión: esta noche no voy a besarte.
Se me hunde el estómago por el peso de la decepción que me han provocado sus palabras. La confianza en mí misma acaba de huir por la ventana, y en estos momentos necesito un mensaje de Six para que me suba la moral.
—¿Por qué no? —le pregunto.
Poco a poco, Holder deja caer una de sus manos, la lleva a mi rostro y recorre mi mejilla con los dedos. Trato de no estremecerme por su tacto, de no parecer nerviosa. Su mirada sigue a su mano mientras desciende muy despacio por la barbilla, por el cuello, y finalmente se detiene en el hombro. Cuando vuelve a mirarme a los ojos, veo que están cargados de deseo, y mi decepción disminuye un poco.
—Quiero besarte —me dice—. Créeme.
Dirige la vista a mis labios y posa su mano en mi mejilla. Esta vez me inclino hacia ella. Prácticamente le he cedido todo el control desde el momento en que ha entrado por la puerta. Ahora puede hacer conmigo lo que le plazca.
—Pero, si de verdad quieres besarme, ¿por qué no lo haces? —insisto, y temo que me dé una excusa que contenga la palabra «novia».
Envuelve mi rostro con las dos manos y lo pone frente al suyo. Me acaricia las mejillas con los dedos pulgares, y noto cómo su pecho sube y baja a toda velocidad contra el mío.
—Porque me da miedo que no sientas nada —susurra.
Tomo un poco de aire y aguanto la respiración. Se me pasa por la mente la conversación que tuvimos anoche en mi cama, y me doy cuenta de que no tendría que habérselo contado. No tendría que haberle dicho que me entumezco cuando me besan, porque él es la única excepción. Llevo las manos a mis mejillas y las pongo sobre las suyas.
Lo sentiré, Holder. Ya lo siento. Quiero decírselo, pero no soy capaz. Simplemente asiento.
Él cierra los ojos, respira hondo, me aparta del frigorífico y me abraza. Pone una mano en mi espalda y la otra en mi nuca. Poco a poco levanto los brazos y los pongo alrededor de su cintura. En ese instante doy un grito ahogado por la paz que me embarga al estar envuelta en él. Nos abrazamos más fuerte, y Holder me da un beso en la cabeza. No es el beso que me esperaba, pero me ha gustado igual.
Estamos en esa misma posición cuando suena el temporizador del horno. Y sonrío porque Holder no me suelta enseguida. Cuando empieza a dejar caer los brazos, dirijo la vista al suelo porque no soy capaz de mirarlo. De algún modo, al intentar buscar una solución a la inquietud que me provocaba darnos el primer beso, he conseguido que la situación sea aún más incómoda.
Él, como si percibiese lo avergonzada que estoy, me toma de las manos y entrelaza los dedos con los míos.
—Mírame —me pide. Levanto la vista e intento ocultar lo mucho que me ha desilusionado saber que nuestra atracción mutua está a dos niveles muy distintos—. Sky, no voy a besarte esta noche, pero créeme cuando te digo que nunca he tenido tantas ganas de besar a una chica. De modo que deja de pensar en que no me atraes, porque no tienes ni idea de cuánto me gustas. Puedes agarrarme de la mano, puedes acariciarme la cabeza, puedes sentarte en mi regazo para que te dé de comer espaguetis, pero esta noche no voy a besarte. Tengo que estar seguro de que vamos a sentir lo mismo cuando nuestros labios se toquen. Porque quiero que tu primer beso sea el mejor primer beso de la historia de los primeros besos. —Se lleva mi mano a la boca y la besa—. Ahora, quita esa cara de enfurruñada y ayúdame a preparar las albóndigas.
Sonrío, porque esa ha sido la mejor excusa que me han dado para rechazarme. Podría rechazarme con esa excusa durante el resto de mi vida.
Balancea nuestras manos y me mira detenidamente.
—¿De acuerdo? —me pregunta—. ¿Es eso suficiente para que me des un par de citas más?
—Sí —afirmo—. Pero te equivocas en una cosa.
—¿En qué?
—Has dicho que quieres que mi primer beso sea el mejor primer beso, pero no será el primero. Ya lo sabes.
Entorna los ojos, suelta las manos y vuelve a ponerlas alrededor de mi rostro. Otra vez me empuja contra el frigorífico y acerca peligrosamente los labios a los míos. Su sonrisa ha sido reemplazada por un gesto muy serio, tanto que me corta la respiración.
Se acerca terriblemente despacio, hasta que sus labios casi rozan los míos. La simple expectativa me paraliza. Holder no cierra los ojos, y yo tampoco. Nos quedamos en esa posición durante unos segundos, mientras nuestra respiración se entremezcla. Nunca antes me he sentido tan impotente y con tan poco control sobre mí misma, y si Holder no hace nada en los próximos tres segundos, es muy probable que me abalance sobre él.
Me mira a la boca, e instintivamente me muerdo el labio inferior. En realidad podría morderlo a él.
—Déjame que te informe sobre algo —me dice en voz baja—. En el instante en que mis labios toquen los tuyos, será tu primer beso. Porque si nunca has sentido nada cuando te han besado, es que nadie te ha besado de verdad. No de la manera en la que yo pienso besarte.
Holder deja caer las manos y me sostiene la mirada mientras se dirige hacia los fogones. Se da la vuelta para ocuparse de la pasta, como si no acabara de echar a perder cualquier relación que pueda tener con otro chico durante el resto de mi vida.
No siento las piernas, de modo que hago lo único de lo que soy capaz. Deslizo la espalda por el frigorífico hasta que me siento en el suelo, y respiro hondo.