Ridge
Tras una parada en un restaurante abierto las veinticuatro horas, nos detenemos frente al complejo de apartamentos y aparco el coche.
Yo: Coge la comida y abre la puerta mientras yo los despierto.
Sydney coge las dos bebidas y la bolsa de comida. Se encamina hacia el apartamento mientras yo abro la puerta trasera del coche. Zarandeo a Warren para despertarlo y lo ayudo a salir. Luego despierto a Maggie y hago lo mismo con ella. Aún está demasiado aturdida para caminar, así que la cojo en brazos y cierro la puerta del coche. Me aseguro de que Warren sube la escalera delante de mí, porque tengo la sensación de que puede caerse en cualquier momento.
Cuando entramos en el apartamento, Warren se va dando tumbos a su habitación y yo llevo a Maggie a la mía. La dejo sobre la cama, le quito los zapatos y luego la ropa. La tapo con las mantas y después vuelvo al comedor, donde Sydney ya ha sacado la comida de la bolsa. Es casi medianoche y no hemos comido nada desde el mediodía. Me siento frente a ella.
Yo: Bueno, ahora que ya te he contado uno de mis secretos más oscuros, te toca a ti contarme alguno de los tuyos.
Los dos tenemos el teléfono sobre la mesa mientras comemos. Sydney sonríe y procede a responder con un mensaje.
Sydney: O sea, ¿que tienes más de un secreto oscuro?
Ridge: Ahora estamos hablando de ti. Si vamos a trabajar juntos, tengo que saber dónde me estoy metiendo. Háblame de tu familia. ¿Algún alcohólico cabreado?
Sydney: No, sólo unos cuantos capullos irritados. Mi padre es abogado y no soporta la idea de que yo no esté haciendo Derecho. Mi madre es ama de casa. No ha trabajado ni un solo día en su vida. Es una madre estupenda, pero también una de esas madres perfectas, ¿sabes? Imagínate un cruce de Leave It to Beaver y Las mujeres perfectas[1].
Yo: ¿Hermanos?
Sydney: No. Hija única.
Yo: No te hacía hija única. Aunque tampoco hija de un abogado.
Sydney: ¿Por qué? ¿Porque no soy una niña pretenciosa y mimada?
Le sonrío y hago un gesto afirmativo.
Sydney: Bueno, gracias. Lo intento.
Yo: No pretendo parecer insensible, pero… si tu padre es abogado y mantienes relación con tu familia, ¿por qué no los llamaste la semana pasada cuando no tenías adónde ir?
Sydney: Lo primero que me inculcó mi madre es que no quería que fuera como ella. No tenía estudios y, por tanto, siempre ha dependido económicamente de mi padre. Me crió para que fuera independiente y económicamente responsable, así que siempre me he enorgullecido de no tener que pedirles ayuda. A veces me cuesta, sobre todo cuando realmente necesito su ayuda, pero siempre me las apaño. Y no me gusta pedirles ayuda porque mi padre me recordaría, sin demasiada amabilidad, que si estuviera estudiando Derecho, él estaría pagándome los estudios.
Yo: Perdona, ¿significa eso que te estás pagando tú la universidad? Y que si te cambiaras a Derecho, ¿te la pagaría tu padre?
Sydney asiente.
Yo: Pues no parece muy justo.
Sydney: Como ya te he dicho, mi padre es un capullo. Pero tampoco me gusta ir por ahí culpando a mis padres de todo. Tengo muchos motivos para sentirme agradecida. Me he criado en un hogar más o menos normal, tanto mi padre como mi madre siguen vivos y están bien de salud y, hasta cierto punto, me apoyan. Son mejores que la mayoría de los padres, aunque también peores que unos cuantos. No me gusta nada la gente que se pasa la vida echando la culpa a sus padres de todas las cosas malas que les pasan.
Yo: Sí, estoy completamente de acuerdo, y por eso me emancipé a los dieciséis. Decidí tomar las riendas de mi propia vida.
Sydney: ¿En serio? ¿Y qué pasó con Brennan?
Yo: Me lo llevé. En el tribunal creían que estaba con mis padres, pero en realidad vivía conmigo. Bueno, y con Warren. Somos amigos desde que teníamos catorce años. Tanto su padre como su madre son sordos y por eso conoce la lengua de signos. Cuando me independicé, permitieron que Brennan y yo nos quedáramos en su casa. Mis padres aún tenían la custodia de Brennan, pero, por lo que a ellos respecta, creo que les hice un enorme favor al quitárselo de encima.
Sydney: Bueno, la verdad es que lo de los padres de Warren fue un detallazo increíble.
Yo: Sí, son muy buena gente. No entiendo por qué Warren ha salido así…
Sydney se echa a reír.
Sydney: ¿Siguieron haciéndose cargo de Brennan cuando te marchaste a la universidad?
Yo: No, en realidad sólo nos quedamos siete meses con ellos. Cuando cumplí los diecisiete, nos trasladamos a un apartamento. Dejé los estudios y me saqué el GED[2] para poder entrar antes en la universidad.
Sydney: Caray… O sea, que tú has criado a tu hermano.
Yo: No exactamente. Brennan vivía conmigo, pero no necesitaba que nadie lo criara. Él tenía catorce años cuando nos fuimos a vivir solos, y yo diecisiete. Por mucho que me hubiera gustado decir que yo era el adulto maduro y responsable, era más bien al revés. Nuestro apartamento se convirtió en el lugar favorito de todos los que nos conocían, y Brennan salía de juerga tanto como yo.
Sydney: Eso me sorprende. Se te ve tan responsable…
Yo: Bueno, supongo que no me desmadré tanto como habría sido de esperar al vivir solo desde tan joven. Por suerte, todo el dinero que teníamos se iba en pagar el alquiler y las facturas, así que no me metí en cosas raras. Nos gustaba divertirnos, eso es todo. Creamos el grupo cuando Brennan tenía dieciséis años y yo diecinueve, y la verdad es que nos ocupaba mucho tiempo. Ese mismo año empecé a salir con Maggie y, después de conocerla, senté bastante la cabeza.
Sydney: ¿Estás con Maggie desde los diecinueve?
Respondo con un gesto afirmativo, pero no le envío ningún mensaje. Prácticamente no he tocado la comida con tanto escribir, así que cojo la hamburguesa. Sydney hace lo mismo y comemos en silencio hasta que terminamos. Luego nos ponemos en pie y recogemos la mesa. Por último, Sydney me saluda con la mano y se va a su habitación. Yo me siento en el sofá y enciendo la tele. Después de unos quince minutos zapeando, me decido por un canal de películas. Los subtítulos están desactivados, pero no me molesto en volver a ponerlos. Estoy demasiado cansado para leer y seguir la peli al mismo tiempo.
La puerta de la habitación de Sydney se abre y sale ella. Parece sorprenderse un poco al ver que aún estoy despierto. Lleva una de sus camisetas anchas y tiene el pelo húmedo. Entra otra vez en su habitación y vuelve a salir con el teléfono. Luego se sienta en el sofá a mi lado.
Sydney: No tengo sueño. ¿Qué estás viendo?
Yo: No lo sé, pero acaba de empezar.
Sube los pies y apoya la cabeza en el brazo del sofá. Ella está mirando la pantalla, pero yo la estoy mirando a ella. Tengo que admitirlo, la Sydney que ha salido de fiesta esta noche no se parece en nada a la que está tumbada a mi lado en el sofá. El maquillaje ha desaparecido, ya no lleva la melena perfectamente arreglada y hasta luce unos cuantos agujeros en la ropa. No puedo evitar reírme al mirarla. Si yo fuera Hunter, me estaría dando cabezazos contra la pared ahora mismo.
Está a punto de coger el teléfono cuando mira en mi dirección. Me dan ganas de concentrarme en la tele y fingir que no acaba de pillarme mirándola, pero eso haría que la situación fuera aún más incómoda. Por suerte, no parece importarle que la estuviera mirando, porque se concentra por completo en su móvil.
Sydney: ¿Cómo es que lo estás viendo sin subtítulos?
Yo: Estoy demasiado cansado para leer. A veces me gusta ver pelis sin subtítulos para tratar de adivinar lo que dicen.
Sydney: Me gustaría probarlo. Quita el volumen y la vemos juntos a lo sordo.
Me echo a reír. ¿Verla a lo sordo? Ésta sí que es buena. Apunto hacia el televisor con el mando y pulso la tecla de silencio. Sydney vuelve a prestar atención a la tele, pero, una vez más, a mí me cuesta dejar de mirarla a ella.
No entiendo esta repentina obsesión por observarla, pero parece que no soy capaz de dejar de hacerlo. Está a un par de palmos de mí. No nos estamos tocando. No estamos hablando. Ni siquiera me está mirando. Y, sin embargo, el simple hecho de fijarme así en ella me hace sentir terriblemente culpable, como si estuviera haciendo algo malo. Pero mirando no hago daño a nadie… ¿Por qué me siento tan culpable, entonces?
Intento sacudirme de encima ese sentimiento, pero en lo más profundo de mi corazón sé muy bien lo que está ocurriendo.
No me siento culpable únicamente por estar mirándola. Me siento culpable por lo que siento al hacerlo.
Ya me han despertado así dos veces seguidas. Aparto la mano que me está dando cachetes y abro los ojos. Warren está de pie justo a mi lado. Me deja un trozo de papel encima del pecho y luego me da otro golpecito en un lado de la cabeza. Se dirige a la puerta, coge las llaves y se marcha a trabajar.
¿Por qué se va a trabajar tan temprano?
Cojo el teléfono y veo que son las seis de la mañana. Vale, creo que en realidad llega tarde.
Me siento en el sofá y veo que Sydney sigue acurrucada en la otra punta, profundamente dormida. Cojo el papel que Warren me ha dejado sobre el pecho y lo leo.
¿Qué tal si te vas a tu habitación y duermes en la cama con tu novia?
Arrugo la nota y me pongo de pie. Luego me acerco a la papelera y oculto el papelito en el fondo. Regreso al sofá, le pongo una mano a Sydney en el hombro y la despierto. Ella se tiende de espaldas, se frota los ojos y me mira.
Al verme, sonríe. Y ya está. Lo único que ha hecho ha sido sonreír, pero de repente me arde el pecho y noto como si una ola de calor me estuviera recorriendo el cuerpo entero. Reconozco la sensación, y eso no es bueno. Nada bueno. No me sentía así desde los diecinueve años.
Desde que empecé a sentir algo por Maggie.
Le señalo su habitación para darle a entender que debería irse a la cama y luego, rápidamente, doy media vuelta y me dirijo a la mía. Me quito los vaqueros y la camiseta y, muy despacio, me meto en la cama junto a Maggie. Le rodeo el cuerpo con los brazos, la atraigo hacia mi pecho y me paso la siguiente media hora recitando una letanía de recordatorios para quedarme dormido.
«Estás enamorado de Maggie».
«Maggie es la mujer perfecta para ti».
«Y tú el hombre perfecto para ella».
«Te necesita».
«Eres feliz cuando estás con ella».
«Estás con la única chica con la que quieres estar».