Ridge
Tras unos cuantos minutos, regresa finalmente a la habitación. Me sonríe, se acerca a la cama y coge el teléfono.
Sydney: Lo siento. Estaba mareada.
Yo: ¿Te encuentras bien?
Sydney: Sí, sólo quería un poco de agua. Me gusta mucho la letra, Ridge. Es perfecta. ¿Quieres que volvamos a tocarla o lo dejamos ya por esta noche?
La verdad es que me encantaría que volviéramos a tocarla, pero Sydney parece cansada. También daría cualquier cosa por volver a oírla cantar, pero no creo que sea buena idea. Ya me he atormentado bastante mientras escribía el resto de la letra. Sin embargo, el hecho de que, obviamente, estuviera escribiendo sobre ella no me ha detenido, porque en ese momento sólo podía pensar en que ¡estaba escribiendo! Hacía meses que no era capaz de escribir una letra y, en apenas unos minutos, ha sido como si la niebla se hubiera disipado y las palabras hubieran empezado a surgir sin esfuerzo. Y habría seguido, de no ser porque tenía la sensación de haber ido ya demasiado lejos.
Yo: Lo dejamos por esta noche. Estoy muy contento con esta canción, Syd.
Me sonríe, cojo la guitarra y regreso a mi habitación.
Dedico los siguientes minutos a transferir la letra al programa de música que tengo en el portátil y a añadir los acordes de guitarra. Una vez introducida toda la información, pulso la tecla de enviar, cierro el programa y le escribo un mensaje a Brennan.
Yo: Te acabo de enviar un borrador inicial con letra. Me gustaría mucho que Sydney pudiera escucharla, así que si tienes tiempo esta semana de trabajar en una versión acústica, envíamela, por favor. Creo que le irá muy bien poder escuchar por fin algo que ella misma ha creado.
Brennan: Le estoy echando un vistazo ahora mismo. Detesto tener que admitirlo, pero creo que no te has equivocado con esta chica. Está claro que el cielo la ha enviado sólo para nosotros.
Yo: Eso parece.
Brennan: Dame una hora. No estoy muy ocupado ahora mismo, a ver qué puedo hacer.
¿Una hora? ¿Va a enviármela esta misma noche? Le escribo inmediatamente un mensaje a Sydney.
Yo: Intenta no quedarte dormida. Puede que tenga una sorpresita para ti dentro de un rato.
Sydney: Eh… vale.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, recibo un correo de Brennan con un archivo adjunto que se llama «Primera versión, Tal vez mañana». Lo abro en el teléfono, busco unos auriculares en el cajón de la cocina y me dirijo a la habitación de Sydney. Abre la puerta en cuanto llamo y me deja pasar. Me acerco a la cama, me siento y le indico que se siente a mi lado. Me observa con gesto interrogante, pero se acerca a la cama. Le paso los auriculares y doy una palmadita sobre la almohada, de modo que se tiende en la cama y se pone los auriculares. Sigue observándome no muy convencida, como si creyera que estoy a punto de gastarle una broma pesada.
Me tumbo junto a ella, me apoyo en un codo y luego pulso la tecla de reproducir. Dejo el teléfono en la cama, entre los dos, y entonces la observo.
Pasados unos segundos, vuelve la cabeza hacia mí. Leo las palabras «Ay, Dios mío» en sus labios y la veo mirarme como si acabase de regalarle el mundo entero.
Y me siento de maravilla.
Sydney sonríe, se tapa la boca con una mano y se le llenan los ojos de lágrimas. Echa la cabeza hacia atrás y contempla el techo, supongo que porque se siente incómoda por haber reaccionado con tanta emoción. No debería sentirse así. Es exactamente lo que esperaba de ella.
Sigo observándola mientras escucha la canción y distingo en su rostro una mezcla de emociones. Sonríe, exhala, cierra los ojos… Al terminar la canción, me mira y mueve los labios.
—Otra vez.
Sonrío y pulso de nuevo la tecla de reproducir del teléfono. Sigo observándola, pero en cuanto empieza a mover los labios y me doy cuenta de que está cantando la canción, mi sonrisa desaparece arrastrada por algo que no esperaba sentir en absoluto.
Celos.
Nunca en toda mi vida, en todos los años que llevo habitando un mundo de silencio, había deseado tanto oír algo como deseo ahora oír su voz. Deseo tanto oírla que me resulta físicamente doloroso. Me siento como si las paredes de mi pecho me estuvieran aplastando el corazón, y ni siquiera me doy cuenta de que le he puesto una mano en el pecho hasta que ella se vuelve hacia mí, sobresaltada. Le digo que no con la cabeza, pues no quiero que deje de cantar. Ella hace un ligero gesto de asentimiento, pero los latidos de su corazón se aceleran por segundos bajo mi mano. Noto la vibración de su voz en la palma, pero la tela que me separa de su piel me impide percibir su voz como a mí me gustaría. Desplazo la mano hacia arriba, hasta apoyársela en la base de la garganta, hasta dejar los dedos y la palma completamente inmóviles en su cuello. Me acerco más a ella, le pego el pecho al costado, porque la abrumadora necesidad de oírla me domina por completo y ni siquiera me permito pensar en dónde están trazadas las líneas invisibles.
4
La vibración de su voz se interrumpe y noto que traga saliva al volverse para mirarme, embargada por los mismos sentimientos que han inspirado la mayoría de los versos de esta canción.
«Dices que está mal, pero es muy bonito».
No existe otra forma de describir lo que siento. Sé que está mal la forma en que pienso en ella y lo que ella me hace sentir, pero no hago más que luchar contra lo bonito que me parece estar con Sydney.
Ya no canta. Aún tengo la mano apoyada en su garganta y ella continúa con el rostro vuelto hacia mí. Subo un poco la mano, hasta rozarle la mandíbula. Paso un dedo por el cable de los auriculares y se los quito. Bajo de nuevo los dedos hacia su mandíbula y, poco a poco, le paso la mano por detrás de la nuca. Mi mano se adapta tan perfectamente a la forma de su nuca que es como si estuviera hecha para sujetarla así. Muy despacio, la atraigo hacia mí y ella vuelve ligeramente el cuerpo en mi dirección. Mi pecho y el suyo se encuentran y experimento una fuerza tan poderosa que todo mi cuerpo pide a gritos que lo funda con el suyo hasta el último rincón.
Ella me acerca las manos al cuello y, muy despacio, me apoya las palmas en la piel para después subir los dedos y hundírmelos en el pelo. Tenerla tan cerca hace que me sienta como si hubiéramos creado nuestro propio espacio privado, como si el mundo exterior no pudiera entrar aquí ni nuestro mundo interior pudiera salir.
Noto su aliento en los labios y, aunque no puedo oír su respiración, me imagino que debe de sonar igual que cuando percibo el latido de un corazón. Apoyo la frente en la suya y algo, una especie de murmullo, me surge de lo más hondo del pecho y me sube hasta la garganta. El sonido que siento brotar de mis labios hace que Sydney abra la boca, como si quisiera contener una exclamación, y la forma en que separa ligeramente los labios me impulsa a cubrirlos con los míos de inmediato en busca del alivio que anhelo con tanta desesperación.
Y alivio es exactamente lo que obtengo cuando nuestros labios se unen. Es como si de repente liberara todos los sentimientos reprimidos y negados que ella me inspira y consiguiese respirar por primera vez desde que la conozco.
Ella sigue acariciándome el pelo con los dedos y yo le sujeto la nuca con más fuerza, la atraigo hacia mí. Deja que mi lengua se deslice en su interior y busque la suya. Su cuerpo es cálido y suave, y las vibraciones de sus gemidos empiezan a abandonar su boca para perderse directamente en la mía.
Cierro muy despacio los labios sobre los suyos, pero enseguida vuelvo a abrirlos y repetimos el beso, aunque esta vez con menos titubeos y más desesperación. Sus manos me recorren la espalda y yo dejo resbalar una de las mías hasta apoyársela en la cintura, mientras exploro el interior de su boca y nuestras lenguas inician una increíble danza al ritmo de una canción que sólo nuestras bocas oyen. La desesperación y la velocidad con que nos dejamos llevar por este beso deja claro que ambos intentamos obtener lo máximo del otro antes de que termine este momento.
Porque los dos sabemos que tiene que terminar.
Le rodeo la cintura con firmeza cuando mi corazón empieza a partirse en dos: una de las mitades se queda donde ha estado siempre, con Maggie, pero la otra se va hacia la chica que está pegada a mí.
Nada, en toda mi vida, me había parecido tan bonito y, al mismo tiempo, tan terriblemente doloroso.
Aparto los labios de los suyos y los dos jadeamos en busca de aire, pero no puedo moverme porque ella sigue abrazándome con desesperación. Me niego a permitir que nuestros labios vuelvan a unirse mientras intento decidir a cuál de las dos mitades de mi corazón quiero salvar.
Apoyo la frente en la de ella, cierro los ojos y empiezo a coger y a expulsar aire con rapidez. Ella no intenta besarme de nuevo, pero percibo un cambio en los movimientos de su pecho: si antes se esforzaba por respirar, ahora procura contener las lágrimas. Me aparto, abro los ojos y la miro.
Tiene los ojos cerrados con fuerza, pero las lágrimas se le escapan de todos modos. Vuelve el rostro, se tapa la boca con una mano y trata de tenderse de lado, de apartarse de mí. Me apoyo en las manos y contemplo lo que acabo de hacerle.
Le he hecho lo único que prometí no hacerle nunca.
Convertirla en una Tori.
Me estremezco y apoyo la frente en un lateral de su cabeza, con los labios pegados a su oreja. Le busco una mano y cojo el bolígrafo que hay sobre la mesita de noche. Le doy la vuelta a su mano y acerco la punta del bolígrafo a la palma.
Lo siento mucho.
Le beso la palma de la mano, me levanto de la cama y me alejo. Ella abre los ojos el tiempo necesario para mirarse la mano. Luego cierra el puño con fuerza, se lleva la mano al pecho y empieza a sollozar con la cara hundida en la almohada. Cojo mi guitarra, mi teléfono y mi vergüenza… y la dejo completamente sola.