VII

—¿Qué te propones? —vociferó Rod, fuera de sí—. ¿Acabar con mi paciencia? ¿Quieres dinero?

—No tienes suficiente para pagarme —dijo Maud mansamente.

Rod se tranquilizó un tanto. Por lo visto lo que quería aquella muchacha era dinero. Pues lo tendría.

—¿Cuánto?

—¿Y de dónde vas a sacarlo tú, si vives de una pensión, como yo de un sueldo?

—Oye… ¿quién te dijo a ti eso?

—En Los Angeles se conoce en seguida lo que se desea conocer. Sé muy bien que no trabajas, que eres un zángano, que acabas con la paciencia de tu familia. ¿Y pretendes que una mujer como yo…, se amolde a semejante cosa? ¿Cómo podrás tú mantener mis exigencias de mujer caprichosa, con un sueldo?

Rod se calmó totalmente. No estaba dispuesto a dejarse dominar. Se sentó en un sillón, cruzó una pierna sobre otra y sacó la pipa.

—Cuando estoy en la intimidad —rió, cachazudo—, me gusta fumar en pipa. ¿Permites que llene la cazoleta?

—Por mí…

—Gracias —la llenó. La encendió con mucha calma y fumó con deleite—. De modo que ya sabes muy bien quién es mi familia. Apuesto a que ni siquiera ignoras la cantidad que mi padre me ha asignado para mis… necesidades personales.

—Puede que también lo sepa.

—Y consideras que no puedo mantenerte.

—Exactamente.

Rod apretó los puños y lo alzó en el aire, pero de súbito lo dejó caer otra vez. A él no le interesaba aquella muchacha. Era absurdo que se enfureciera.

Rod se dirigió a la puerta. Inesperadamente se volvió allí y la miró a distancia, con una fijeza extraña.

—Te doy toda mi pensión de un mes. Y no olvides que la pensión del hijo de un millonario, es casi una fortuna para una mujer como tú,

—Tú no sabes qué mujer soy yo.

—No —dijo, pensativo—. Cada vez lo sé menos. Lo que me pregunto es por qué yo, estúpido de mí, pierdo el tiempo en este apartamento. ¿Por qué me toleras? ¿Por qué no me echas a puntapiés? ¿Por qué permites que te insulte?

—Me diviertes.

Cielos, eso sí que no lo esperaba Rod. Era la primers vez que una mujer le decía tal cosa. Estuvo a punto de abalanzarse sobre ella, pero de pronto lo pensó mejor, y, furioso, echó a andar escalera abajo.

Maud mantuvo la puerta abierta hasta que dejó de oír sus pasos. Después cerró y se quedó con la espalda pegada a la pared, temblando como una criatura.

—No sé si así conseguiré gran cosa —susurró, desalentada—. Posiblemente no vuelva más.

A la mañana siguiente, ya en su trabajo, preguntó a su compañero

—¿Cómo se llama el hermano de Rod Britt?

Cyrus se la quedó mirando inquisitivo.

Era un joven inteligente, pero nada favorecido por la naturaleza. Pelirrojo, el rostro lleno de pecas, y unos dientes desiguales, que cuando reía, le hacía parecer un clown de circo.

—¿Por qué te interesa tanto esa familia? Ya te di toda clase de explicationes. Los conocemos perfectamente, porque pagan una fortuna por la publicidad de sus productos químicos. El mayor de los hermanos, sólo son dos, se llama Gerard y está. casado con una rica heredera muy elegante que se llama Mildred Queen. De los Queen, de los ferrocarriles —se alzó de hombros—. Dice el refrán que Dios los cría y ellos se juntan. Ricos los dos, cargados de dinero y abolengo. Sobre todo, ella. La esposa de Gerard es nieta de un lord, o algo así.

—¿Y... Rod Britt?

—Oye, Maud, siendo tan hermosa como eres, ¿por qué no te dedicas a un hombre más asequible?

—No se trata de mí —mintió con aplomo—. Tengo una amiga que está enamorada de Rod.

—Dile de mi parte, que pierde el tiempo. Es un tipo cínico, fanfarrón y escurridizo. Te aseguro que tiene cansada ya a la familia. Ahora le han limitado la pensión y se han negado a pagarle sus facturas. Todos los meses pasaba una semana en Las Vegas. Creo que ahora no podrá ir, a menos que robe a su padre.

—¿Por qué sabes tú todo eso, Cyrus?

—Porque soy intimo amigo del secretario de míster Britt, y desde su oficina oye todo lo que ocurre en el despacho de su jefe —se oyeron pasos y añadió presuroso, inclinando la cabeza sobre la mesa de escribir— : A callar, viene el nuestro.

Cuando el jefe apareció en la oficina, los dos jóvenes trabajaban afanosamente.